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FUNCIVA

REFLEXIÓN Y DEBATE

Abril 2008

Acta de los seminarios sobre

Objeción
de Conciencia
y Desobediencia Civil
Madrid, abril 2008
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

JORNADAS SOBRE OBJECIÓN


DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL

Madrid, abril 2008

INTRODUCCIÓN

PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO

D. Luis Prieto Sanchís. Catedrático de Fª del Derecho de la Universidad de Castilla La Mancha

TEXTOS PONENTES

D. Manuel Jiménez de Parga. Presidente Emérito del Tribunal Constitucional


D. Pablo Lucas Murillo. Magistrado del Tribunal Supremo

TEXTOS ASISTENTES

D. Miguel Colmenero. Magistrado del Tribunal Supremo


Dña. María José Falcón y Tella. Profesora Titular de Filosofía del Derecho, Moral y Política
D. Fernando Herrero-Tejedor Algar. Fiscal de Sala del Tribunal Supremo
D. José Carlos González Vázquez. Profesor Titular de Derecho Mercantil.
D. Isidoro Martín. Catedrático de Dº Eclesiástico del Estado.
D. Javier Martínez-Torrón. Catedrático de Dº Eclesiástico del Estado.
D. Agustín Motilla. Catedrático de Dº Eclesiástico del Estado.
Dña. Isabel de los Mozos. Profesora Titular de Derecho Administrativo.
D. Andrés Ollero. Catedrático de Filosofía del Derecho
Dña. Teresa Palacios. Juez de la Audiencia Nacional.

ISBN: 978-84-691-3797-0
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

INTRODUCCIÓN

Los textos recogidos en este documento son el resultado de unas Jornadas sobre Objeción de
Conciencia y Desobediencia Civil celebradas en la Fundación Ciudadanía y Valores en las fechas
del 25 de octubre y 28 de noviembre de 2007. En la primera sesión, D. Manuel Jiménez de
Parga, presidente Emérito del Tribunal Constitucional, actuó como ponente, mientras que en la
segunda reunión fue D. Pablo Lucas Murillo de la Cueva, Magistrado del Tribunal Supremo, el
ponente principal. Asimismo, el documento ha querido reflejar las opiniones del resto de
participantes, diferentes expertos en la materia que ofrecieron sus reflexiones, contribuyendo,
de esta forma, al debate.

El resumen y la valoración de las jornadas han sido elaborados por D. Luis Prieto Sanchís,
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Castilla La Mancha y Coordinador del
Área Jurídica de la Fundación.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

LAS OBJECIONES DE CONCIENCIA


Luis Prieto Sanchís
Universidad de Castilla-La Mancha

La objeción de conciencia –dicho así, en singular- parece sugerir que nos hallamos ante un
fenómeno unitario u homogéneo, por tanto merecedor también de una respuesta jurídica uniforme.
Pero nada más lejos de la realidad. Un somero repaso a la fenomenología objetora pone de
relieve la amplísima heterogeneidad de los casos o situaciones que suelen englobarse bajo una
rúbrica común, las notables diferencias que presentan los deberes jurídicos incumplidos, así
como los muy variados fundamentos morales que esgrimen las conciencias disidentes u objetoras.
Rehusar el cumplimiento del servicio militar tiene poco que ver con negarse a practicar un aborto,
rechazar las transfusiones de sangre tampoco es lo mismo que abstenerse de saludar a la
bandera o a otros símbolos patrios, infringir la reglamentación en materia de sacrificio de animales
tiene muy poco en común con objetar la realización de rituales religiosos en el curso de ceremonias
civiles y, en fin, todo ello se diferencia bastante, por ejemplo, de la actitud resistente frente a la
imposición legal de una cierta disciplina académica de signo ideológico o catequístico. Y al decir
que son casos distintos no pretende subrayarse algo tan obvio como que la objeción se produce
en los más variados contextos de la vida social, por definición imposibles de catalogar exhausti-
vamente, de la misma manera que tampoco puede formularse un catálogo cerrado de las
convicciones. La diferencia fundamental estriba en la naturaleza de los deberes objetados o, por
mejor decir, en la naturaleza de los bienes jurídicos para cuya protección se establecen los
correspondientes deberes u obligaciones que luego son objetados. En ocasiones, se trata de
bienes colectivos cuya satisfacción global requiere la concurrencia de una pluralidad de conductas
individuales que representan pequeñas aportaciones singulares fácilmente sustituibles, como
sucede con el servicio militar; pero otras veces esos bienes colectivos reclaman un cumplimiento
íntegro por parte de todo el universo de obligados, como ocurre con las normas de protección
de la salud pública. Sin embargo, no todas las objeciones se formulan frente a deberes que
protegen bienes colectivos; no faltan casos donde lo que está en juego son derechos o expectativas
de personas concretas, como es el caso de la objeción al aborto. Y, sobre todo, no faltan casos
donde sencillamente es imposible hallar ningún bien jurídico tangible a favor de otras personas:
son los deberes paternalistas y perfeccionistas que con tanta frecuencia se encuentran en la
base de conductas objetoras. Por lo demás, tales deberes pueden presentar un contenido gravoso
u oneroso, como es de nuevo paradigmáticamente el servicio militar, pero con mucha frecuencia
son deberes que pudiéramos calificar de gratuitos, como prestar juramento promisorio o participar
en una cierta ceremonia; si los primeros pueden requerir una “prestación social sustitutoria”, en
los segundos tan sólo cabe –si es que cabe o cuando quepa- la pura tolerancia o permisión.

Así pues, parece preferible hablar de las “objeciones de conciencia”, en plural. Cada una de ellas
presenta sus propias peculiaridades y, sobre todo, cada una puede y debe merecer un juicio
diferente, y ello tanto en el plano moral como en el jurídico. Por presentar dos ejemplos extremos
respecto de los que espero que nadie me objete: la objeción al tipo penal del homicidio por parte
de una secta partidaria de los sacrificios humanos no puede merecer el mismo juicio que la
objeción a un eventual deber de adhesión ideológica o religiosa, conducta que en ningún caso
pone en riesgo los derechos de terceros. Pero antes de adentrarnos en las cuestiones de
justificación, conviene formular un par de precisiones importantes: en primer lugar, como he
dicho, lo que diferencia a las distintas objeciones de conciencia es la naturaleza de los deberes
objetados y, con ello, de los bienes jurídicos que aquéllos pretenden tutelar; en ningún caso los

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mejores o peores fundamentos o razones de las convicciones morales que sirven de sustento
a las conductas objetoras. En el marco de un Estado laico (laico en relación con las confesiones
religiosas, pero también con las ideologías seculares) resulta indiferente que la objeción venga
promovida por la Conferencia episcopal o por un Consejo rabínico que por las asociaciones
pacifistas o feministas; indiferente, claro está, para la esfera de la razón pública en que pretende
moverse el Derecho, no, como es natural, para los creyentes en la respectiva religión o ideología.

La segunda precisión es que conceptualmente la objeción puede formularse frente a cualquier


deber jurídico, con independencia del rango formal o de la clase de norma que consagre tal
deber jurídico, pero con independencia también del carácter democrático o no del sistema jurídico
correspondiente. Quienes últimamente sostienen que no cabe objetar frente a leyes aprobadas
por un Parlamento democrático confunden una cuestión conceptual con un problema justificatorio.
Ellos piensan que la democracia representativa es una suerte de fábrica de eticidad que cancela
todo debate o disidencia, pero esto (de ser cierto y a mi juicio no lo es) sería un argumento contra
la justificación de la objeción a leyes democráticas, no contra su existencia. Como se pregunta
con gracia un colega y amigo, si las leyes democráticas no pudieran ser objetadas, ¿qué es lo
que entonces puede objetarse?, ¿el resultado de la primitiva? La objeción de conciencia nos
formula siempre una apelación sustantiva contra el contenido de la norma, no una reclamación
procedimental sobre su origen. Acaso pueda resultar incomprensible para algunas versiones de
la democracia, pero desde la perspectiva de las personas de carne y hueso también las decisiones
de un Parlamento elegido democráticamente pueden violentar las convicciones individuales; y
rehusar su obediencia se llama objeción. No es por recurrir a tópicos mil veces repetidos, pero
tampoco conviene olvidar del todo que el nacionalsocialismo llegó al poder democráticamente.

De manera que el conjunto de las objeciones de conciencia parecen tener un solo punto en
común y desafortunadamente parece que ese punto en común ha de resultarnos irrelevante a
la hora de distinguir la posible justificación de unas y otras; y es que, en efecto, todas ellas
consisten en el incumplimiento de algún deber jurídico por resultar contrario a las convicciones
morales del sujeto, pero cualesquiera que sean tales convicciones. Ya he señalado que el debate
sobre el fundamento de las convicciones resulta del todo infecundo, no sólo porque difícilmente
llegaríamos a un acuerdo acerca de cuáles son mejores, sino porque en la perspectiva liberal
de un modelo laico todas las convicciones son en principio iguales; esto es, iguales en el sentido
de que a ninguna se la requiere “tener razón” para poder ser sostenida; puede parecernos insólito,
sorprendente o escalofriante –aquí y ahora- que alguien cifre la salvación de su alma en sacrificar
un cierto animal con vulneración de la normativa pertinente; o que se pretenda eliminar o abandonar
a los niños gemelos porque éstos son un maleficio o un anuncio de desgracias para la comunidad.
Pero si han de prohibirse estas prácticas no es porque las juzguemos erróneas o equivocadas,
sino simplemente porque lesionan en distinta medida derechos de terceros. Los poderes públicos
no son competentes para enjuiciar las creencias: si para el Estado laico que protege la libertad
ideológica y religiosa no hay ninguna creencia verdadera, por definición tampoco puede haber
ninguna falsa. Insisto: hablo estrictamente de creencias, todavía no de comportamientos prácticos
con efectos frente a los demás.

Por consiguiente, el peso de la evaluación de las diferentes objeciones de conciencia ha de recaer,


no sobre los motivos o fundamentos de la conciencia, sino sobre la naturaleza y alcance de los
deberes objetados. Lo que significa que resulta por completo improcedente un esfuerzo de
justificación de la objeción de conciencia en general o que pretenda validez para todas las
modalidades imaginables. Cada modalidad merece un juicio diferente, juicio en el que siempre
intervienen dos elementos en tensión: la libertad de conciencia, cuyo valor resulta siempre idéntico
y es precisamente el valor que se atribuya a los derechos fundamentales, y los deberes incumplidos
u objetados, es decir, los bienes jurídicos en cuyo nombre se establecen tales deberes, cuyo valor
es obviamente variable.

Resulta aquí imposible ensayar una justificación pormenorizada de las diferentes objeciones. Es
más, me parece dudoso que mereciese la pena emprender ese esfuerzo en el marco de una
reflexión de más largo aliento. Lo que sí podemos preguntarnos es acerca del quién y del cómo

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deben adoptarse las decisiones pertinentes en un sistema jurídico como el nuestro. En otras
palabras, en un Estado constitucional basado en la democracia política, en la separación de
poderes y en la garantía de los derechos fundamentales, ¿qué órganos están llamados a enjuiciar
las distintas modalidades de objeción?, y ¿cómo o mediante qué procedimiento argumental
deben hacerlo? ¿Pertenecen los problemas de objeción al ámbito de lo indecidible por la mayoría,
esto es, al ámbito constitucional o, al contrario, todo depende de las decisiones del legislador?
Me parece que dos son las posibles respuestas y ambas han sido exploradas con algún detalle
tanto por la doctrina como por la jurisprudencia.

La primera y acaso más obvia respuesta consiste en encomendar esta misión al legislador, de
manera que jurídicamente sólo serían viables aquellas modalidades de objeción reconocidas por
la ley y ello en la medida y con el alcance determinados en la propia ley. Tal vez esta fuera la
solución preferible en línea de principio, pues garantizaría mejor la seguridad jurídica y el igual
tratamiento de las situaciones particulares. De este modo, la más o menos amplia fenomenología
objetora que no contase con reconocimiento legal se transformaría en realidad en un vehículo
para las pretensiones de inconstitucionalidad: si la ley no ha previsto un tratamiento específico
para la exoneración de un cierto deber jurídico, la objeción constituye obviamente una infracción
como cualquier otra; pero naturalmente salvo que el deber jurídico deba reputarse inconstitucional
por violación de la libertad de conciencia del art. 16,1 de la Constitución o de algún otro precepto
de la misma. Visto desde la perspectiva del juez, ante la invocación de un motivo de conciencia
como fundamento del incumplimiento de un deber jurídico, sólo queda una alternativa: o desestimar
dicha invocación por irrelevante, o plantear la correspondiente cuestión de inconstitucionalidad.
Esto último no habría de suponer ninguna excepcionalidad, pues cuando se aprecia que una
objeción está justificada es que con mucha probabilidad lo que no está justificado es el deber
jurídico correspondiente; si admitimos, por ejemplo, que está justificado portar el velo islámico o
rehusar el saludo a la bandera, es que no consideramos justificada (ni constitucional) la prohibición
del velo o la obligación de saludo.

Este es el resultado al que conduce la doctrina sentada por las sentencias del Tribunal Constitucional
160 y 161 de 1987: no cabe suponer un derecho a la objeción de conciencia que, desde los
tribunales y sin reconocimiento legal, pudiera ser invocado como fundamento de la exención de
deberes legales. En consecuencia, ante el silencio del legislador ninguna objeción puede prosperar.
Sin duda, la libertad ideológica y religiosa tiene un cierto contenido constitucional (eso sí, no
sabemos cuál a ciencia cierta), pero mientras no se lesione abiertamente por la acción legislativa,
ninguna excepción puede considerarse justificada. Esta jurisprudencia entraña sin duda una
concepción estrecha de los derechos fundamentales y amplia de las competencias legislativas,
y en la práctica parece que puede conducir a la irrelevancia de las figuras jurídicas de la objeción:
de hecho, en treinta años de vida constitucional sólo se ha dictado una ley de objeción de
conciencia (la del servicio militar, ya obsoleta) y ello porque así lo imponía la Constitución y lo
reclamaba con urgencia la realidad social y la propia acción de los tribunales. El legislador ni
siquiera ha sido capaz de regular la objeción de conciencia al aborto, pese al amplísimo número
de médicos objetores y pese a los obvios derechos e intereses en juego. Y es que tengo la
impresión de que el legislador considera que admitir una objeción de conciencia supone reconocer
implícitamente una violación de la libertad de conciencia; así puede ser en efecto, pero no
necesariamente. O también que, dadas las dificultades procesales para constatar la sinceridad
de las conductas objetoras, así como las exigencias de no discriminación por motivos ideológicos
o religiosos, reconocer la posibilidad de objeción equivale a desvirtuar el propio deber jurídico,
convirtiendo lo obligatorio en facultativo. Pensemos, por ejemplo, en una eventual aceptación de
la objeción frente a la asignatura de educación para la ciudadanía: sencillamente supondría la
desaparición de ésta como asignatura obligatoria.

El segundo camino consiste en suponer que las diferentes objeciones de conciencia encuentran
cobertura implícita en un derecho fundamental como es el reconocido en el art. 16,1 de la
Constitución, la libertad ideológica y religiosa. Si esta libertad nos permite conducirnos en la vida
personal y social según el dictamen de nuestras propias convicciones, nos ofrece también,
siquiera sea prima facie, una justificación a la conducta moralmente motivada cuando la misma

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entra en conflicto con alguna prescripción legal. Luego diremos algo sobre el alcance de dicha
justificación prima facie. Lo que ahora interesa destacar es que si de alguna manera las objeciones
de conciencia están presentes o forman parte de un derecho fundamental, entonces son los
jueces –y no sólo el legislador- los sujetos competentes para apreciarla. Este es el camino iniciado
por la temprana sentencia del Tribunal Constitucional 15/1982: “puesto que la libertad de conciencia
es una concreción de la libertad ideológica…puede afirmarse que la objeción de conciencia (al
servicio militar) es un derecho reconocido explícita e implícitamente en la ordenación constitucional
española”; esto es, reconocido explícitamente por el art. 30,2 en su modalidad específica de
objeción al servicio militar, e implícitamente y con carácter general (no absoluto) en el art. 16,1.
La afirmación creo que tiene una importancia capital: como veremos, la existencia de un derecho
implícito a la objeción en el seno del art. 16,1 significa que todo caso de objeción debe ser tratado
como un caso de limitación (justificada o no, esa es una cuestión ulterior) del derecho recogido
en dicho precepto, es decir, de la libertad de conciencia; de limitación justamente por el deber
jurídico objetado. Y significa también consecuentemente que son los guardianes naturales de
las libertades, los jueces, quienes pueden y deben hacer valer ese derecho.

Un ejemplo paradigmático de esta forma de argumentar tuvo oportunidad de plasmarse en


la resolución de un caso concreto muy significativo, la ley que despenaliza la práctica del aborto
en determinados supuestos y que guarda silencio a propósito de la objeción de conciencia del
personal sanitario, es decir, más claramente, que no la reconoce como una actitud o posición
lícita admitida por el Derecho. De acuerdo con la posición antes comentada, ante el silencio
legal dicha objeción habría de considerarse como una pura y simple infracción de los deberes
jurídicos, y por eso el recurso de inconstitucionalidad que en su día se interpuso por la minoría
parlamentaria denunciaba precisamente la omisión en la ley de ese reconocimiento explícito
de la objeción a favor de quienes laboral o estatutariamente vienen obligados a intervenir en
esa clase de actos quirúrgicos. La respuesta del Tribunal Constitucional (sentencia 53/1985)
fue concluyente: el legislador en efecto pudo haber regulado de forma específica la objeción
de conciencia al aborto, incluso tal vez debió hacerlo, pero su silencio no debe interpretarse
como un obstáculo insalvable al ejercicio de la misma, pues el derecho a formularla “existe y
puede ser ejercido con independencia de que se haya dictado o no tal regulación”, pues
–reiterando la doctrina que ya conocemos- “la objeción de conciencia forma parte del contenido
esencial a la libertad ideológica y religiosa”. En otras palabras, el Tribunal venía a reconocer la
legitimidad de una modalidad de objeción no contemplada ni en la Constitución ni en la ley y,
por tanto, de una modalidad cuya única cobertura constitucional era la genérica libertad de
conciencia: porque la libertad de conciencia es un derecho fundamental –y sólo por eso-
rehusar el cumplimiento de un deber jurídico, en este caso de naturaleza profesional o laboral,
puede presentar alguna pretensión de licitud.

Finalmente, un último pero sobresaliente ejemplo de la concepción que venimos comentando


nos lo ofrece una reciente sentencia del Tribunal Superior de Andalucía (4 de marzo de 2008)
a propósito del debatido tema de la objeción de conciencia a la asignatura de educación para
la ciudadanía. Una resolución que ha tenido importante repercusión pública y que incluso algún
político, bien es cierto que en campaña electoral, ha querido descalificar con palabras impropias
del debate académico, tachándola como no merecedora de ninguna consideración ni respeto.
Creo, por el contrario, que estamos ante una sentencia de impecable factura, de la que sin duda
es posible disentir, pero sin olvidar que se inscribe en una línea jurisprudencial tan asentada como
respetable. En resumidas cuentas, dicha sentencia anula una resolución administrativa de la
Junta de Andalucía que a su vez había denegado la solicitud de objeción de conciencia presentada
por los padres de un alumno. La argumentación no puede ser más clara: “el derecho a la libertad
religiosa del art. 16,1 CE garantiza la existencia de un claustro íntimo de creencias…Pero, junto
a esa dimensión interna, esta libertad… incluye también una dimensión externa de agere licere
que faculta a los ciudadanos para actuar con arreglo a sus propias convicciones y mantenerlas
frente a terceros”. En otras palabras, desde esta perspectiva la objeción de conciencia es el
nombre que recibe la libertad de conciencia cuando pretende hacerse valer frente a concretos
deberes jurídicos; por ello, su justificación puede intentar fundamentarse aun cuando no exista
un explícito reconocimiento legal.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Los dos caminos indicados presentan importantes diferencias, pero también significativos
elementos comunes. Acaso la diferencia más fundamental gira en torno al quién puede articular
o justificar genuinas objeciones de conciencia, es decir, objeciones que no entrañen también la
inconstitucionalidad del deber objetado. Desde la primera perspectiva, sólo puede hacerlo el
legislador, justamente porque considera que la objeción en sí forma parte de la esfera de lo
decidible por la mayoría o, lo que es lo mismo, que no encuentra tutela en ningún derecho
fundamental. Desde la segunda, en cambio, la objeción de conciencia no es más que la misma
libertad de conciencia en situación de conflicto con deberes jurídicos y, en consecuencia,
corresponde a la garantía judicial determinar en cada caso si la limitación del derecho que
comporta el deber jurídico resulta o no justificada.

Sin embargo, ambos caminos conducen al mismo resultado por lo que se refiere a las objeciones
de conciencia que pudiéramos llamar espurias o complejas, es decir, aquellas donde, además
de una objeción en sentido estricto, hay una pretensión justificada de inconstitucionalidad del
deber jurídico objetado. Porque, frente a lo que a veces se sugiere, el elenco de objeciones
justificadas no se agota en aquellas que el legislador haya querido reconocer (ninguna por el
momento) sino que comprende también aquellas otras que eventualmente puedan suscitarse
contra deberes inconstitucionales por violación del art. 16,1 o de algún otro precepto constitucional.
Un par de ejemplos pueden ayudarnos a comprender esa distinción entre objeciones simples
o genuinas y objeciones complejas o espurias, así como su diferente posición desde cada una
de las perspectivas comentadas.

El Tribunal Constitucional consideró que el aborto realizado en ciertas circunstancias o bajo ciertas
indicaciones resultaba constitucionalmente admisible y, al propio tiempo, reconoció la más amplia
objeción de conciencia a favor del personal sanitario: esta es la que he llamado objeción simple
o genuina, que implica la legitimidad tanto del deber como de la objeción y que, por tanto, concibe
la objeción como una excepción frente a un deber constitucionalmente irreprochable. Para unos,
para quienes consideran que la objeción forma parte del art. 16,1, el Tribunal actuó correctamente
al reconocer la condición objetora. Para otros, para quienes entienden que sólo el legislador puede
acuñar objeciones de conciencia, es de suponer que el Tribunal actuó mal o de forma extralimitada.
Pero en ambos casos se parte de la legitimidad constitucional del deber objetado o, al menos,
así lo estableció la correspondiente sentencia. Por supuesto, muchos pueden seguir pensando
que el aborto representa en todo caso una lesión injustificada del derecho a la vida y, por tanto,
que es precisamente el objetor quien actúa jurídicamente bien; pero el resultado final (de momento)
ha sido que, al contrario, el aborto en determinadas circunstancias resulta una actuación
constitucionalmente admisible, sin que ello impida reconocer también la condición objetora.

Un caso diferente es, por ejemplo, el de la tan debatida actualmente objeción frente a las
enseñanzas de educación para la ciudadanía. Aquí nos encontramos ante lo que he llamado
una objeción compleja o espuria porque, además de una pretensión genuina de objeción por
parte de los padres disidentes al amparo del art. 16,1, hay también una pretensión de inconsti-
tucionalidad por violación del propio art. 16,1 en relación con el 27,3, cuyo tenor literal es el
siguiente: “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos
reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. En
hipótesis, cabe la posibilidad de que se reconozca el derecho a la objeción sin que se declare
la inconstitucionalidad del deber (aunque en la práctica, como he dicho, ello equivaldría a eliminar
la obligatoriedad de la asignatura); y esto, como sabemos, para unos sólo puede hacerlo el
legislador, mientras que otros piensan que también es competencia del juez. Pero asimismo
cabe la hipótesis de que, además, la mencionada asignatura obligatoria resulte inconstitucional,
en cuyo caso ambas explicaciones conducen al mismo resultado: la última palabra es judicial,
concretamente del Tribunal constitucional. Y, por supuesto, cabe una tercera hipótesis: que no
se declare la inconstitucionalidad del deber objetado, ni se reconozca jurídicamente objeción
alguna.

Una segunda cuestión que antes quedó planteada es la referida al cómo de la objeción, es decir,
al género de argumentos que es posible esgrimir a favor de las distintas modalidades de objeción

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que eventualmente puedan plantearse. En realidad, esta es una pregunta que sólo tiene sentido
si se acepta que la objeción forma parte, prima facie, de la libertad de conciencia y de que puede,
por tanto, justificarse en el marco de la garantía judicial. Si por el contrario se estima que sólo el
legislador puede articular objeciones de conciencia, la pregunta carece de sentido: el origen
democrático de la ley se considera justificación bastante, sin que resulte preciso aducir argumentos
suplementarios. Dicho de otro modo, el legislador no precisa justificar qué objeciones reconoce,
ni cómo o con qué alcance lo hace. Pero este no es obviamente el caso del juez.

No procede exponer en detalle una explicación desarrollada en otro lugar. Tan sólo conviene
recordar que el reconocimiento de la competencia judicial en materia de objeción reposa en una
concepción amplia de la libertad de conciencia que incluye en su contenido no sólo las
manifestaciones de la conciencia que se mueven en el terreno del agere licere, sino también
aquellas otras que resultan conflictivas con deberes jurídicos, al menos en principio. Cabe decir
entonces que la Constitución proporciona un reconocimiento provisional o prima facie de todas
las posibles modalidades de objeción y que tal reconocimiento se traduce en un solo requerimiento:
la exigencia de que el caso sea tratado, no como una mera infracción jurídica donde constatado
el hecho se aplica la consecuencia o sanción correspondiente, sino como un supuesto de colisión
entre el derecho fundamental a la libertad de conciencia y los límites que al mismo se oponen
desde la norma jurídica incumplida. El reconocimiento constitucional puede decirse que fundamenta
un derecho a la argumentación o un derecho a la ponderación. Que, en definitiva, la conducta
objetora merezca tutela no depende propia o directamente de la Constitución, sino que es el
resultado de un proceso argumentativo que se quiere gobernado por la racionalidad.

Aunque los críticos seguirán insistiendo en los presuntos efectos devastadores que implica esta
posición para la santidad de la ley, de la democracia y del orden mundial, conviene prevenir
equívocos: residenciar las objeciones de conciencia en el art. 16,1 y concebirlas como derechos
prima facie no significa en modo alguno que el sistema haya de brindar una tutela definitiva a
todas ellas. Nadie, en efecto, puede pretender el amparo del Derecho meramente porque su
conducta resulte conforme a sus propias convicciones morales, pero la presencia de esas
convicciones que son expresión de la libertad de conciencia sí obliga a tratar la cuestión como
un problema de límites al ejercicio de los derechos o, más exactamente, como un conflicto entre
la libertad de conciencia y las razones que proporcionan las normas incumplidas u objetadas:
no existe un derecho general, definitivo y concluyente a ejercer cualquier modalidad de objeción
de conciencia, pero desde esta perspectiva sí existe lo que hemos llamado un derecho a la
argumentación, un derecho a que la conducta sea enjuiciada como el ejercicio de un derecho
(o de una posición subjetiva provisional, si se prefiere) en conflicto con otros derechos o bienes
constitucionales, cuyo resultado queda librado al juicio de proporcionalidad o ponderación. Ante
el prolongado silencio del legislador creo que este es el único camino para la justificación jurídica
de algunas (no todas, desde luego) modalidades de objeción.

En estas páginas de Presentación del volumen no he pretendido resumir su rico y variado


contenido, ni mucho menos sintetizar unas hipotéticas conclusiones comunes, sino dar cuenta
de mi propia posición a partir de las contribuciones y del sereno debate que están detrás de este
libro. Resumir las intervenciones me parece una tarea imposible habida cuenta de los múltiples
temas abordados y de la profundidad de los argumentos esgrimidos, corriendo siempre el riesgo
de simplificar en exceso o de deformar las distintas aportaciones y puntos de vista. Y hablar de
conclusiones me parece inapropiado: no fue intención ni resultado del coloquio alcanzar una
posición común a propósito de las cuestiones controvertidas. Se trataba más bien de compartir
preocupaciones, de intentar descubrir todas las implicaciones de los numerosos problemas
jurídicos y morales que suscitan las diferentes modalidades de objeción de conciencia y, en suma,
de enriquecer el debate con el desarrollo y discusión de razones plurales. Creo que ese objetivo
se cumplió plenamente y confiamos en que ahora pueda compartirse por el lector interesado.

Este libro, en efecto, tiene su origen en las sesiones organizadas por la Fundación Ciudadanía y
Valores los días 25 de octubre y 28 de noviembre de 2007 en torno a la objeción de conciencia
con el propósito de abordar un tema jurídico de plena actualidad y objeto de notable controversia.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Pero de hacerlo, como es sello de la Fundación, desde el rigor, el pluralismo y el sosiego que
reclama todo debate académico; la relación de ponentes y participantes creo que así lo acredita.
Precisamente la primera de aquellas sesiones tuvo como ponente a un maestro de juristas, el
profesor y antiguo Presidente del Tribunal Constitucional Don Manuel Jiménez de Parga, quien
desde la sabiduría y la experiencia nos brinda unas enseñanzas siempre ponderadas y
comprometidas con la vigencia universal de los derechos humanos. El ponente de la segunda
fue el profesor y magistrado del Tribunal Supremo Pablo Lucas Murillo de la Cueva, cuya exposición
sabe dar cuenta con sencillez y profundidad de las distintas opciones doctrinales y jurisprudenciales,
proponiendo una interpretación no menos ponderada, atenta a las exigencias de los derechos
fundamentales pero al propio tiempo deferente hacia el legislador democrático. Las dos ponencias,
así como el resto de los trabajos que recogen otras tantas intervenciones en el coloquio, me
parece que son la mejor prueba de la pluralidad de opiniones y de la altura científica del Seminario.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

REFLEXIONES EN TORNO A
LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA
Manuel Jiménez de Parga
Presidente Emérito del Tribunal Constitucional

En unas reflexiones de esta clase lo primero que hay que precisar es la naturaleza del derecho
a la objeción de conciencia. Nos moveremos en el marco del ordenamiento jurídico español. No
consideraremos ahora las diversas teorías sobre ese derecho. Nuestro propósito es más modesto.

Y en esta tarea hemos de recordar lo que el Tribunal Constitucional afirmó en su Sentencia


160, del 27 de octubre de 1987. Y allí se precisó la naturaleza excepcional del derecho a la
objeción de conciencia, caracterizándolo “como un derecho constitucional autónomo, pero no
fundamental”.

Hecha esta precisión hay que considerar la distinción entre derechos fundamentales, derechos
constitucionales y derechos humanos.

Los derechos fundamentales, según yo los entiendo, son una elaboración de la historia. Paso a
paso, día a día, el quehacer de hombres y mujeres ha ido configurando como derechos
fundamentales, en cuanto bases o cimientos de sus organizaciones jurídico-políticas, determinados
derechos humanos. Estos últimos pertenecen a “todos los miembros de la familia humana” -
que es la fórmula consagrada por la Declaración Universal-, pero pocos son los regímenes que
reconocen y protegen los derechos humanos, como derechos fundamentales de su modo de
ser y de convivir. Los derechos constitucionales, en su acepción más estricta, son los que figuran
en los textos de las Constituciones.

La contraposición que yo sugiero, entre las varias propuestas, es, por un lado, “derechos humanos”,
que son derechos inherentes a la naturaleza de todos los seres humanos (los cuales “nacen
libres e iguales en dignidad y derechos”, artículo primero de la Declaración de 1948) y, por otro
lado, “derechos fundamentales”, que son derechos formalizados por la historia.

El derecho fundamental, en definitiva, es un concepto histórico. La historia no es algo externo o


añadido al concepto, sino que la historia lo configura. Sin historia no hay derechos fundamentales.
Aquí cabría recordar la conocida afirmación de Dilthey: “Lo que el hombre es, lo experimenta
sólo a través de la historia”.

Al ser los derechos fundamentales una conquista de la historia, nos interesan ahora, de modo
particular, su presente y su futuro. ¿En qué estadio de esa evolución nos encontramos? ¿Cómo
se atisba el porvenir de los derechos fundamentales?.

La inflexión histórica, o cambio de sentido, se produjo precisamente con la Declaración Universal


de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948. Fue el primer texto con un catálogo de los
derechos que deben valer universalmente, es decir, para todos los seres humanos. Hasta ese
10 de diciembre se habían confeccionado tablas de derechos y de libertades públicas que
amparaban a los ciudadanos de una concreta comunidad. Así la Declaración de Virginia, de 12
de junio de 1776, o la más famosa Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 26 de agosto de 1789, entre las primeras en el tiempo. Pero nunca se consiguió
la proclamación ecuménica.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Costó mucho superar la barrera que obstaculizaba el reconocimiento de derechos, por encima
de los Estados, así como -lo más decisivo- la efectiva protección y tutela de los mismos. A partir
de la Declaración de 1948, sin embargo, los Estados dejan de ser los sujetos exclusivos del
Derecho internacional. Aparece el individuo, con su dignidad, con sus derechos inalienables.
Como ha escrito el profesor Truyol Serra: “El establecimiento de un régimen internacional efectivo
de los derechos humanos implica una limitación sustancial del poder soberano de los Estados,
que ya no podrán dar a sus súbditos el trato que quieran en esta materia, vital para los individuos,
y al propio tiempo significa la promoción jurídico-internacional del individuo, su elevación a sujeto
del derecho internacional positivo universal”.

En ese nuevo régimen internacional, la Declaración de 1948 fue sólo el cuerpo central de un
tríptico (la imagen es de René Cassin) cuyos paneles laterales serían: uno, los Pactos de 1966,
que desarrollarían y darían fuerza vinculante a la Declaración, y otro, los procedimientos de
protección efectiva, tanto los de Naciones Unidas como los regionales, entre ellos el Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, hecho
en Roma el 4 de noviembre de 1950.

A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, los derechos humanos siguen siendo
denegados o mal acogidos en numerosos lugares del planeta, sin transformarse en auténticos
derechos fundamentales que den solidez democrática a los varios regímenes. El caso de Europa
es excepcional, pues el Tribunal de Estrasburgo lleva a cabo una buena supervisión de lo que
ocurre en los Estados integrados en el Consejo. Sin embargo, con la caída del muro de Berlín
y el derrumbamiento de los sistemas del Este el panorama europeo de derechos fundamentales
se ha ennegrecido. Oleadas de refugiados, brotes de xenofobia y de racismo, violencias
descontroladas, retorno a la barbarie en lo que fue Yugoslavia: he aquí un paisaje desolador que
hizo confesar al Secretario General del Consejo de Europa, en solemne sesión de la Asamblea
parlamentaria, que “sentía vergüenza”. Vergüenza europea.

No se me olvida lo que una vez oí a Pierre-Henri Imbert: “Los muros más peligrosos no son los
construidos por los albañiles, sino los que están en las mentes de cada uno de nosotros”.

Fuera de Europa, y con algunas excepciones (especialmente en América), hablar de derechos


humanos resulta una broma de mal gusto. Los tratados y mecanismos destinados a la protección
de los derechos se han multiplicado, pero al mismo tiempo han aumentado las violaciones de
ellos. Algunos informes de Naciones Unidas aseguran que más de la mitad de la población
mundial está privada de derechos fundamentales.

Pero volvamos a la Declaración Universal de 1948. Se trata de una Resolución de la Asamblea


General de Naciones Unidas que, como tal, no posee fuerza jurídica vinculante, sino sólo valor
moralizador. Los Pactos Internacionales de 1966 (cuya entrada en vigor se demoró nueve años)
proporcionarían eficacia jurídica a la Declaración.

La lectura de este documento nos llena de gozo. Nada entusiama más que lo irrealizable en el
momento de su formulación. “En la utopía de ayer se incubó la realidad de hoy”, me enseñó uno
de mis maestros. Aquí tenemos un Preámbulo en el que se proclamó que la libertad, la justicia
y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos
iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana. Se nos recuerda que el
desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie
ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y en el articulado se incluyen los derechos relativos
a la libertad, que implican una abstención por parte de los poderes públicos, y los derechos que
exigen una acción positiva de esos poderes. Luego, en los Pactos Internacionales, y por sugerencia
de la India, se hizo la distinción entre los derechos civiles y políticos, en un texto, y los derechos
económicos, sociales y culturales, en otro texto.

España estuvo al margen del nuevo orden jurídico internacional hasta el advenimiento de la
Monarquía de don Juan Carlos I. No formábamos parte de la ONU en 1948, por lo que ni fuimos

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

de los 48 Estados que votaron a favor de la Declaración Universal ni de los 8 que se abstuvieron.
Los Pactos Internacionales fueron ratificados por España el 27 de abril de 1977, conforme a lo
acordado por el Consejo de Ministros el día 23 de julio de 1976, que fue el segundo presidido
por Adolfo Suárez. Ahora nuestra integración en el sistema internacional es plena.

Singular importacia posee, a este respecto, el artículo 10.2 de la Constitución Española, al imponer
una interpretación de las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades “de
conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos”. Quiere decirse con esto que,
desde 1978, se ha constitucionalizado en España el gran instrumento jurídico, de dimensiones
ecuménicas. Y buena parte de los derechos humanos, además, son ya derechos fundamentales
expresamente tutelados en nuestro ordenamiento.

Hace cincuenta años tuvimos noticia de que, en un lugar lejano, se hacía una Declaración de
derechos dedicada a un mundo extraño para nosotros. Hoy, por ventura, ese es nuestro mundo
propio, lleno de luces que nos llegan del pasado y con los nubarrones lamentables que enmarcan
el presente. Nos hallamos a mitad de camino en la lucha por los derechos de todos. Pero, a
diferencia de lo que sucedía en 1948, los españoles ocupamos ahora un puesto en las líneas
de vanguardia.

En resumen: la objeción de conciencia no es, según el TC, un derecho fundamental, sino un


mero derecho constitucional. El siguiente paso, en estas reflexiones, será puntualizar la protección
que en nuestro ordenamiento tiene ese derecho constitucional. ¿Podrá el legislador regularlo por
una ley ordinaria, o, por el contrario, será necesaria una ley orgánica?

La cuestión ha sido considerada en la STC 116/1999. Según la tesis de la mayoría del Tribunal,
cuya opinión es la que lógicamente se convirtió en Sentencia, la reserva de ley orgánica ha de
entenderse referida a los derechos y libertades públicas mencionados en la Sección Primera del
Capítulo Segundo del Título I. Yo discrepé de esta doctrina y formulé un Voto Particular, sosteniendo
que aquello que directa y esencialmente afecte a la dignidad de la persona, como es la objeción
de conciencia, ha de tener el correspondiente tratamiento mediante leyes orgánicas.

El razonamiento de mi Voto discrepante fué artículado del siguiente modo:

1. La dignidad de la persona es un valor jurídico fundamental.

El art. 10.1 C.E., precepto que encabeza el Título dedicado a los derechos y deberes fundamentales,
establece de modo claro y rotundo:

- “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo
de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden
político y de la paz social”.

Para la configuración jurídica de mi argumentación interesa ahora destacar lo siguiente:

a) Que la dignidad de la persona se encuentra en la base, en el sentido de cimiento o apoyo


principal, del orden político y de la paz social que la Constitución formaliza.

b) Que la dignidad de la persona se vertebra con derechos inviolables, que, como tales, son
inherentes a ella.

En la jurisprudencia del Tribunal Constitucional hay afirmaciones que cofirman esta interpretación.
Así en la STC 53/1985 leemos: “Nuestra Constitución ha elevado (...) a valor jurídico fundamental
la dignidad de la persona, que, sin perjuicio de los derechos que le son inherentes, se halla
íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la personalidad (art. 10) y los derechos a la
integridad física y moral (art. 15), a la libertad de ideas y creencias (art. 16), al honor, a la intimidad
personal y familiar y a la propia imagen (art. 18.1). Del sentido de estos preceptos puede deducirse

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

que la dignidad es un valor espiritual y moral inherente a la persona, que se manifiesta singularmente
en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que lleva consigo la pretensión
al respeto por parte de los demás”. Y concluía el Tribunal allí: “La dignidad está reconocida a todas
las personas con carácter general ...” (fundamento jurídico 8º).

2. La fórmula de la reserva de Ley Orgánica en la C.E.

Una reiterada jurisprudencia del Tribunal Constitucional aplica criterios restrictivos en la aplicación
del art. 81.1 C.E., que reserva el desarrollo de los derechos fundamentales y de las libertades
públicas a las Leyes Orgánicas. La STC 116/1999 lo recuerda, con citas de las SSTC 5/1981 y
127/1994. Pero el Tribunal Constitucional ha afirmado que “las reservas de la Ley Orgánica son
únicamente aquellas expresamente establecidas por la Constitución en sus arts. 81 y conexos
y que tales reservas resultan de carácter material y no formal, de manera que la normación de
las materias ajenas a las mismas no gozan definitivamente de la fuerza pasiva inherente a dicha
clase de leyes aunque se incluyan en ellas (STC 5/1981)” (STC 224/1993, fundamento jurídico
3º).

Esta concepción material de la reserva sirve para excluir a lo que sea ajeno al derecho fundamental,
aunque figure en una ley que desarrolle ese derecho (que es lo que se advirtió en la STC
224/1993). El carácter material de las reservas, empero, nos lleva también a exigir que lo que
sea inherente a un derecho fundamental, especialmente tutelado en la Constitución, quede en
el ámbito propio de las Leyes Orgánicas.

Nuestra Constitución, dicho sea de manera sintética, no acogió un sistema de reserva abierto,
o no bloqueado, de la Ley Orgánica, que permitiera al Legislador calificar las materias objeto de
la regulación por esa clase de ley, pero tampoco estableció el sistema de reserva cerrada, ya que
el art. 81.1 C.E. reconoce implícitamente al Legislador la facultad de precisar las materias conexas
a la reserva. Este modo de entender las reservas de la Ley Orgánica nos presta apoyo a mi tesis:
que cuanto sea inherente a un derecho fundamental, con protección reforzada, ha de ser regulado
por Ley Orgánica.

Más aún: cuando la dignidad de la persona se configura, por expresa declaración constitucional,
con derechos inviolables inherentes a ella, no resulta aceptable, en mi opinión, que la Ley Orgánica
sea necesaria para desarrollar los derechos fundamentales y no para desarrollar lo que,
materialmente, es el tronco del gran árbol. Dar un tratamiento distinto al tronco y a las ramas no
es propio de la visión no exclusivamente formal de la reserva que el Tribunal Constitucional ha
consagrado.

La STC 53/1985 caracterizó la dignidad de la persona como “germen o núcleo de unos derechos
que le son inherentes” (fundamento jurídico 3º).

3. La especial protección de los valores constitucionales por medio de Leyes Orgánicas.

Tronco del árbol de derechos inviolables, germen o núcleo de ellos, la dignidad de la persona
es un valor constitucional que exige la máxima protección de los poderes públicos en un Estado
de Derecho.

Superado en nuestra jurisprudencia el entendimiento de los derechos fundamentales como


derechos subjetivos de defensa de los individuos frente al Estado y aceptado, además, que los
derechos fundamentales son los componentes estructurales básicos del ordenamiento jurídico,
con una dimensión objetiva (STC 25/1981, fundamento jurídico 5º), el Estado tiene la obligación
positiva de contribuir a la efectividad de tales derechos, concediéndoles la mejor tutela posible.

Ya en la STC 140/1986, y luego en la STC 127/1994, se subrayó que “a la hora de establecer


garantías para los diversos derechos enunciados en la Constitución, el rango de la norma aplicable
-es decir, que se trate de una norma con rango de Ley o con rango inferior- y, en su caso, el

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

tipo de Ley a que se encomienda la regulación o desarrollo de un derecho -Ley Orgánica u


Ordinaria- representan un importante papel por cuanto las características ‘formales’ de la norma
(como son la determinación de su autor y el procedimiento para su elaboración y aprobación),
suponen evidentemente límites y requisitos para la acción normativa de los poderes públicos que
son otras tantas garantías de los derechos constitucionalmente reconocidos” (fundamento jurídico
6º).

La dignidad de la persona, germen de los derechos inviolables inherentes a ella, ha de estar


protegida, en cuanto valor contitucional fundamental, por las máximas garantías propias de las
Leyes Orgánicas. Insisto en lo antes afirmado: no resulta lógico negar al tronco la cobertura
constitucional que se otorga a las ramas.

A mi entender, y de acuerdo con lo expuesto, el derecho constitucional a la objeción de conciencia


se halla estrechamente vinculado a la dignidad de la persona. Requiere una regulación por Ley
Orgánica.

La libertad de conciencia, como derecho de la persona, se consagra en el artículo 18 de la


Declaración Universal de 1948, así como en el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos de 1966, antes mencionados.

Pero junto al reconocimiento del derecho hay que tener en cuenta los riesgos que comportaría
el uso inadecuado de tal derecho. Suele contraponerse en la doctrina la “desobediencia civil” a
la “objeción de conciencia”. La primera se caracteriza por una actitud colectiva con el propósito
de cambiar unas leyes o conseguir que no se cumplan. La objeción de conciencia, en cambio,
es una actitud personal, que sólo cuando se extiende en un amplio sector puede considerarse
desobediencia civil.

Una de las últimas Sentencias del Tribunal Constitucional en las que fui ponente, la 101 de 2 de
junio del 2004, otorgó el amparo a un Subinspector del Cuerpo Nacional de Policía que alegó
su derecho a la libertad religiosa para no asistir a un desfile procesional. En definitiva estaba en
juego la objeción de conciencia. Me parece que el Tribunal puntualizó allí bien lo que debe
entenderse por los derechos inherentes a la dignidad de la persona.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Pablo Lucas Murillo de la Cueva
Magistrado del Tribunal Supremo
Catedrático de Derecho Constitucional

1. Preliminar

Las reflexiones que expongo a continuación sobre la objeción de conciencia y la desobediencia


civil se inscriben en el debate originado en la doble jornada que la Fundación Ciudadanía y Valores
organizó sobre la cuestión en octubre y noviembre de 2007 1. El método de trabajo establecido
por los organizadores consistió en que, en una primera sesión, un ponente desarrollara su punto
de vista y sobre él expusieran sus opiniones los demás participantes en el encuentro para que,
posteriormente, en la segunda sesión, se repitiera el esquema con otro ponente que, a partir de
lo defendido por el primero, desarrollara su posición y la debatiera con el resto de los participantes.
La encomienda que recibí fue la de asumir esa segunda ponencia y, naturalmente, la he elaborado
teniendo en cuenta las ideas defendidas en la primera por el profesor don Manuel Jiménez de
Parga. Para ello, he procurado, además de dejar constancia de lo expuesto en la sesión inicial,
dar respuesta a aquellos aspectos de la misma que me han parecido más relevantes.

Me interesa precisarlo porque esa circunstancia explica el contenido de mi contribución. También


quiero expresar mi agradecimiento a la Fundación Ciudadanía y Valores por la oportunidad que
me ha ofrecido de compartir reflexiones y debatir puntos de vista sobre problemas centrales del
Derecho Constitucional. Gratitud que, asimismo, se debe a que mi participación en estas jornadas
me ha permitido leer y escuchar aportaciones al debate de gran interés e intercambiar con los
demás intervinientes opiniones y reflexiones en un ambiente interdisciplinar, presidido por un
ánimo sereno y constructivo.

2. El punto de partida. Ideas principales defendidas por el Profesor Jiménez de Parga

En su intervención 2, el profesor Jiménez de Parga recordó que la doctrina del Tribunal Constitucional
ha considerado a la objeción de conciencia como un derecho constitucional autónomo. Y expuso
que esa calificación no responde al significado profundo que le es propio. Así, subrayó que emana
de la dignidad de la persona y que en cuanto tal es, ante todo, un derecho humano. En particular,
precisó, consiste en una manifestación de la libertad de conciencia reconocida en la Declaración
Universal de Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de
1966 así como en el Convenio de Roma. Desde esa perspectiva, abogó por su desarrollo
mediante ley orgánica y, en definitiva, propugnó que reciba el tratamiento propio de los derechos
fundamentales, tal como los viene definiendo el Tribunal Constitucional.

1 Las sesiones se celebraron los días 25 de octubre y 28 de noviembre de 2007 en la sede de la Fundación.

2 Resumo la exposición del profesor Jiménez de Parga a partir de las notas que tomé de su intervención
en la jornada del 25 de octubre de 2007. Aunque él desarrolló con más extensión sus ideas, me parece que
recojo lo esencial de las mismas. Desde luego, he procurado hacerlo con la mayor fidelidad a lo que dijo
entonces.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Puso de relieve, asimismo, que su ejercicio comporta riesgos que pueden llegar a afectar a otros
derechos e, incluso, al Estado en su conjunto, por lo que consideraba preciso abordar con
prudencia su regulación, sobre todo a la hora de determinar en qué supuestos ha de ser
reconocida, y velar, siempre, por preservar el respeto al ordenamiento jurídico.

En relación con la desobediencia civil apuntó que la objeción de conciencia puede llevar a ella.
Mejor dicho, su abuso. La objeción de conciencia masiva, advirtió, desemboca en la desobediencia
civil.

3 ¿Qué dice la Constitución de la objeción de conciencia?

Con este punto de partida conviene volver sobre las referencias principales.

La Constitución habla de la objeción de conciencia en el artículo 30.2 y la circunscribe a las


obligaciones militares de los españoles 3. Esta conexión es reiterada por el artículo 53.2 porque,
cuando establece un régimen especial, preferente y sumario, de protección por los tribunales
de justicia de los derechos fundamentales y las libertades públicas, incluye a la objeción de
conciencia precisando que es la “reconocida en el artículo 30”. Estas son las únicas menciones
que encontramos en el texto constitucional.

La cláusula de conciencia que contempla su artículo 20.1 d) y que ha sido objeto de regulación
legislativa 4, a pesar de la parcial coincidencia en su denominación y de la común conexión con
las convicciones personales, se sitúa en plano diferente, ajeno al del cumplimiento de los deberes
impuestos por el ordenamiento jurídico. Me refiero a los deberes públicos que con carácter general
vinculan a todos los ciudadanos o a una especial categoría de ellos. La cláusula de conciencia
opera en cambio respecto de las obligaciones del informador con la empresa titular del medio
de comunicación para el que trabaja y satisface no sólo las demandas derivadas de sus principios
más profundos sino también las que impone la garantía de una opinión pública libre. El contexto
es, pues, muy diferente.

3 Sobre la objeción de conciencia se han publicado numerosos trabajos. Los más relevantes son las
monografías de Gregorio Cámara Villar, La objeción de conciencia al servicio militar. Las dimensiones
constituciones del problema. Civitas, Madrid, 1991. Guillermo Escobar Roca, La objeción de conciencia en
la Constitución Española. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993. Antonio Millán Garrido, La objeción
de conciencia al servicio militar y la prestación sustitutoria su régimen en el Derecho positivo español. Tecnos,
Madrid, 1990. Joan Oliver Aráujo, La objeción de conciencia al servicio militar. Civitas, Madrid, 1993.

4 Por la Ley Orgánica 2/1997, de 19 de junio. Sobre el contenido de este derecho se han pronunciado las
SSTC 199/99 y 225/2002, precisando que tiene por objeto asegurar una protección específica a los
profesionales de la información en el ejercicio de su derecho fundamental a la libertad de información frente
a los mayores riesgos a que se halla sometido. Protección que se sustancia en el derecho de ese profesional
a resolver con indemnización su contrato ante cambios de orientación del medio en el que trabaja. Y, también,
en su derecho a negarse motivadamente a participar en la elaboración de informaciones contrarias a los
principios éticos de la comunicación. De la cláusula de conciencia dice la STC 225/2002 que: “a) en cuanto
derecho subjetivo del profesional de la información (…) protege la libertad ideológica, el derecho de opinión
y la ética profesional del periodista y, si esto es así, excluir la posibilidad del cese anticipado en la prestación
laboral, es decir, obligar al profesional, supuesto el cambio sustancial en la línea ideológica del medio de
comunicación, a permanecer en éste hasta que se produzca la resolución judicial extintiva, implica ya aceptar
la vulneración del derecho fundamental, siquiera sea con carácter transitorio –durante el desarrollo del
proceso–, lo que resulta constitucionalmente inadmisible (…); b) por otra parte, y en cuanto la cláusula de
conciencia no es sólo un derecho subjetivo sino una garantía para la formación de una opinión pública libre,
ha de señalarse que la confianza que inspira un medio de comunicación es decir, su virtualidad para conformar
aquella opinión, dependerá, entre otros factores, del prestigio de los profesionales que lo integran y que le
proporcionan una mayor o menor credibilidad (…), de suerte que la permanencia en el medio del profesional
durante la sustanciación del proceso, puede provocar una apariencia engañosa para las personas que reciben
la información. De todo ello deriva que los intereses constitucionalmente protegidos reclaman la viabilidad,
aun no estando expresamente prevista en el art. 2.1 de la Ley Orgánica 2/1997, de una decisión unilateral
del profesional de la información que extinga la relación jurídica con posibilidad de reclamación posterior de
la indemnización, posibilidad ésta que, obviamente, ofrece el riesgo de que la resolución judicial entienda
inexistente la causa invocada, con las consecuencias desfavorables que de ello derivan”.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Si completamos las prescripciones de la Constitución con la doctrina de su supremo intérprete,


resulta que el derecho a la objeción de conciencia es el que tienen los españoles a “no realizar
el servicio militar o, más técnicamente --según ha establecido el Tribunal Constitucional-- a que
se les exima del deber de prestar ese servicio (SSTC 15/82, f. j. 7º y 160/87, f. j. 3º)”, pero no
llega a comprender el de quedar excluido quien lo ejerce de la prestación social sustitutoria (STC
55/1996).

Por tanto, sea por la materia sea por el sujeto, la Constitución aborda esta cuestión en el marco
de las relaciones de ciudadanía. Además, le confiere un tratamiento procesal semejante al que
dispensa a los que llama derechos fundamentales y libertades públicas de manera que la principal
diferencia con ellos desde el punto de vista de las garantías --además de no estar incluido en el
procedimiento de reforma constitucional del artículo 168 de la Constitución-- es que no está
reservado el desarrollo del derecho a la objeción de conciencia a la ley orgánica (las SSTC 160
y 161/1987 señalan que no es materia de ley orgánica). De ahí el énfasis con que el profesor
Jiménez de Parga defendió que debe ser regulada por esta fuente específica.

No obstante, el Tribunal Constitucional se ha resistido a incluirlo entre los derechos fundamentales


y habla, efectivamente, de un “derecho constitucional autónomo” (STC 161/1987) o de un
“derecho constitucionalmente reconocido (…) pero cuya relación con el art. 16 (libertad ideológica)
no autoriza ni permite calificarlo de fundamental” (STC 160 /1987). En realidad, observa, “de ello
no puede deducirse que nos encontremos ante una pura y simple aplicación de dicha libertad”
(STC 161/1987).

Y es que, aun manteniendo que es una de las manifestaciones de la libertad de conciencia (STC
15/1982), ha señalado que “so pena de vaciar de contenido los mandatos legales, el derecho
a la libertad ideológica reconocido en el art. 16 CE no resulta por sí solo suficiente para eximir a
los ciudadanos por motivos de conciencia del cumplimiento de deberes legalmente establecidos
(SSTC 15/82, 101/83, 160/87, 161/87, 321/94 y auto TC 1227/88)” STC 55/1996.. De ahí la
necesidad de la interpositio legislatoris (STC 160 y 161/1987).

En efecto, advierte el Tribunal Constitucional que no basta para activar ese derecho “la simple
alegación de una convicción personal”, sino que “ha de ser contrastada para la satisfacción del
interés común” pues “el fuero de la conciencia ha de conciliarse con el fuero social o colectivo”.
En definitiva, este derecho, que supone una excepción del deber general, no es incondicionado
(STC 160 y 161/1987) y requiere de unos procedimientos y organización determinados para su
ejercicio, aunque el retraso del legislador en su regulación no privaba de eficacia al reconocimiento
constitucional (STC 15/1982).

Además de lo dicho, ha de tenerse presente que, a propósito del enjuiciamiento del proyecto de
ley orgánica de despenalización del aborto en determinados supuestos, ha declarado el Tribunal
Constitucional que el derecho a la objeción de conciencia “existe y puede ser ejercido con
independencia de que se haya dictado o no tal regulación” y que “forma parte del contenido del
derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido en el art. 16.1 CE” (STC
53/1985). De esta manera ha consagrado la objeción de conciencia en este ámbito.

Hasta aquí lo que dice expresamente la Constitución y lo que ha añadido su supremo intérprete.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

4. La desobediencia civil y la objeción de conciencia

Por lo que se refiere a la desobediencia civil 5, nada dice sobre ella la Constitución. No es extraño
en tanto supone una transgresión pretendidamente justificada de todo o parte del ordenamiento
jurídico. Si el respeto a la ley es uno de los fundamentos del orden político y de la paz social, tal
como lo afirma su artículo 10.1 y dentro del sistema que establece sólo puede ser ley la que es
conforme a la Constitución, no parece que ésta pueda justificar o amparar una conducta
deliberadamente dirigida contra una o varias leyes.

La desobediencia civil 6, que reclama su justificación en motivos de tipo ideológico (religiosos,


morales, filosóficos pero también políticos) en virtud de los cuales quienes la promueven sostienen
que no están obligados a cumplir las leyes, ha sido presentada como una de las manifestaciones
del derecho de resistencia 7 y guarda relación con la objeción de conciencia que también se
vincula a aquél por su fundamentación en las convicciones personales. No obstante, se conviene
en precisar que las notas distintivas de la desobediencia civil la apartan de la objeción de conciencia.
Así, más allá de su carácter pacífico, rasgo que también la identifica, implica una acción colectiva,
no individual, y persigue una finalidad política: provocar un cambio de las normas vigentes o de
las actuaciones practicadas a partir de ellas, sea para incluir lo que falta, sea para suprimir lo que
sobra en las primeras o para impedir o alterar el sentido de las segundas.

En cambio, la objeción de conciencia, que sí encuentra reconocimiento jurídico expreso, se


configura, tal como se ha visto, como un derecho individual que ampara una pretensión de
exención de un determinado deber en razón de las convicciones profundas de quien lo ejerce.
No incorpora, por sí mismo, aspiraciones al cambio de las leyes, ya que, en principio, el objetor
busca una solución para su caso dentro del propio ordenamiento jurídico.

5. ¿Hay espacio en el ordenamiento jurídico para la desobediencia civil y nuevas formas de objeción de
conciencia?

Las preguntas más interesantes que pueden formularse cuando se habla de objeción de
conciencia y de desobediencia civil son las que se refieren a la medida en que una y otra pueden
estar justificadas aquí y ahora. Es decir, en las condiciones jurídico-políticas y socioeconómicas
en las que nos encontramos, que pueden ser las de España o las de cualquiera de las sociedades
europeas que comparten las mismas características sustanciales de la nuestra.

En principio, en ese escenario, podemos anticiparlo, no tiene acomodo la segunda y hay muy
poco espacio para la primera.

Conviene recordar cuáles son las características de los ordenamientos de que hablamos para
que cobre su justo sentido la afirmación que se acaba de hacer. A tal efecto, servirá repasar sus
rasgos sobresalientes en lo que aquí importa, a cuyo efecto manejaremos nuestros datos para
mayor facilidad.

5 Juan Ignacio Ugartemendía Eceizabarrena, La desobediencia civil en el Estado constitucional democrático.


Marcial Pons, Madrid, 1999.

6 Véase la lúcida aproximación de Norberto Bobbio en la voz “Disobbedienza civile”, en Dizionario di Politica,
diretto da Norberto Bobbio e Niccola Matteucci. UTET, Turín, 1976, pp.324 y ss. Sobre los caracteres de la
desobediencia civil, cfr. Ugartemendía Eceizabarrena, La desobediencia civil en el Estado constitucional
democrático, cit., pp. 148 y ss.

7 Por cierto, proclamado por el artículo 2 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26
de agosto de 1789, texto dotado de valor normativo y vigente en Francia, y por el artículo 20.4 de la Ley
Fundamental de Bonn que lo reconoce a todo alemán cuando no exista otro remedio contra quienquiera
que se proponga eliminar el orden constitucional. Sobre estas cuestiones, véase Juan Ignacio Ugartemendía
Eceizabarrena, “El derecho de resistencia y su “constitucionalización””, en la Revista de Estudios Políticos,
nº 103/1999, pp. 213 y ss. Asimismo, Luis López Guerra, “Algunas consideraciones sobre el derecho de
resistencia, insurrección, resistencia y desobediencia civil”, en Constitución y Derecho Público. Estudios en
homenaje a Santiago Varela. Madrid, 1995, pp. 261 y ss.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

El marco jurídico es el de un Estado social y democrático de Derecho que propugna como


valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia y el pluralismo político. Está
regido por una Constitución que afirma que la dignidad de la persona, los derechos que le son
inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás,
son fundamento del orden político y de la paz social y reconoce un amplio catálogo de derechos,
entre ellos el de la objeción de conciencia. Constitución que, además, ordena que la interpretación
de esos derechos se abra a los criterios que resulten del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos tal como los recojan los tratados y convenios internacionales ratificados por España
o, podemos añadir, los expresen los tribunales creados ex profeso para velar por su aplicación
8. En fin, rodea esos derechos de garantías de todo tipo y, especialmente, de un conjunto de
salvaguardias de carácter jurisdiccional.

Esa amplia acogida de las emanaciones de la dignidad y personalidad humanas que lleva a cabo
la Constitución y su preocupación por asegurar la efectividad de los derechos que las plasman,
no facilita la afirmación de la legitimidad de la desobediencia civil y hace que sean muy reducidos
los supuestos en que quepa amparar posibles expresiones de objeción de conciencia.

Conviene tener presente que ambas categorías se dirigen --si bien de distinto modo-- contra
deberes impuestos por el ordenamiento jurídico. Es decir, contra normas válidas que los establecen
o actos igualmente válidos que exigen su cumplimiento. Por tanto, habrá que coincidir en que
no podrá pretenderse al amparo de cualquiera de ellas combatir preceptos o actuaciones que,
por ser contrarios a Derecho, pueden ser eliminados utilizando los instrumentos que ofrece ese
mismo ordenamiento 9. Una cosa es que la objeción de conciencia reconocida exima del
cumplimiento de un deber establecido válidamente y otra bien distinta esgrimir motivos de
conciencia para, unilateralmente, desconocer las exigencias derivadas de preceptos en vigor o
los requerimientos de los poderes públicos aun cuando se considere que son antijurídicos.

Al recurrir contra ellos, la alegación de esos motivos de conciencia servirá, en su caso, para poner
de manifiesto esa antijuridicidad, pero, del mismo modo que no cabe hablar de un derecho
general a la objeción de conciencia, creo que tampoco es posible concebir las razones de
conciencia como título para prescindir de las reglas que rigen en materia de impugnación de
disposiciones o actos nulos o anulables, ni tampoco para fundamentar la anticipación, en virtud
de la exclusiva voluntad del afectado, de los efectos de una eventual declaración de nulidad.

Ha de recordarse, igualmente, que conforme al artículo 24.1 de la Constitución se puede impetrar


la tutela judicial de todo derecho --fundamental o no-- o interés legítimo del que cualquier persona
se considere titular y entienda que ha sido lesionado por particulares o autoridades. Y no se debe
pasar por alto que, por disponerlo así el artículo 106 del texto constitucional, los tribunales controlan
la actuación de los poderes públicos y su plena sumisión a la ley incluyendo el respeto a los fines
para los que se les confirieron las potestades de que disponen.

Siguiendo con esta recapitulación, hay que decir que ningún juez está vinculado por una ley cuya
constitucionalidad le suscite dudas y que, bien por haberlas albergado él, bien porque las partes
le hayan hecho verlas, cuando piense que la norma con fuerza de ley que debe aplicar para
resolver el litigio del que conoce puede ser inconstitucional debe plantear la correspondiente
cuestión de inconstitucionalidad. El artículo 163 de la Constitución y los preceptos correspondientes
de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional conducen a esa solución.

Por último, en el supuesto de que, ni en la vía judicial ni ante el Tribunal Constitucional, encuentren
remedio las quejas de vulneración de derechos fundamentales o derivados de la dignidad humana,
quedaría el recurso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos en razón del Convenio de 1950
y de la doctrina que ha ido estableciendo sobre él, últimamente enriquecida también con la Carta

8 Véase Alejandro Sáiz Arnáiz, La apertura constitucional al Derecho internacional y europeo de los derechos
humanos: el artículo 10.2 de la Constitución española. Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 1999.

9 Luis María Díez-Picazo, Sistema de derechos fundamentales 2ª ed. Thomson-Civitas, Madrid, 2005, pp.256-
257.

19
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

En definitiva, el ordenamiento jurídico ha recibido, con una densidad hasta ahora desconocida
valores, principios y derechos emanados de la dignidad humana, elevando sus contenidos éticos
a niveles no alcanzados con anterioridad.

Al mismo tiempo, ha perfeccionado los sistemas de garantías que aseguran su respeto. Ciertamente,
esto no supone que haya eliminado toda forma de injusticia ni que se respeten siempre y en
todo caso tales valores, principios y derechos. Sin embargo, sí significa que ha reducido
notablemente los márgenes de arbitrariedad de los gobernantes y las posibilidades de que vulneren
o no protejan como deben los derechos de las personas.

6. La desobediencia civil no tiene acomodo en el ordenamiento jurídico

No hay que excluir que leyes cuya conformidad a la Constitución sea pacífica o que disposiciones
reglamentarias o actuaciones del poder ejecutivo o de los tribunales de cuya legalidad no se haya
discutido o haya sido confirmada, merezcan la consideración de ilegítimas, por contrarias a sus
convicciones, para algunas personas o grupos. Ni que, sin discutir su vigencia con carácter
general, haya quienes sostengan que deben ser eximidos de determinados deberes por razones
de conciencia.

Ahora bien, por lo que hace a lo primero, es decir, a la desobediencia civil, el propio ordenamiento
jurídico no puede amparar posiciones de quienes niegan su legitimidad y pretenden, en
consecuencia, romperlo, por muy nobles y elevados que para ellos sean los principios que les
mueven. En relación con hipótesis de actuaciones colectivas desobedientes, significativas por
el número de quienes participan en ellas, dirigidas exclusivamente contra una determinada
normativa de la que predican su injusticia y, por eso, propugnan su incumplimiento, habría que
mantener, en principio, la misma solución. Además, quienes deciden practicar la desobediencia
civil asumen las consecuencias de su conducta y las sanciones que pueda depararles la aplicación
de las leyes aprobadas democráticamente.

No obstante, cabe dentro de lo posible que las Cortes Generales lleguen a aprobar leyes que,
sin merecer tachas de inconstitucionalidad, se aparten tanto de la conciencia social que resulte
imposible exigir su cumplimiento. No será la primera vez que no se aplican o caen en el desuso
textos legales o, incluso, constitucionales. Naturalmente, el problema estriba en las sanciones que
se impongan hasta que cobren estado esas circunstancias. Pero en tales situaciones deberá
ser el propio legislador el que resuelva de qué manera hay que tratarlas y, en su defecto, los
tribunales buscarán la forma de hacer justicia.

Ahora bien, si se repasan cuáles han sido los escenarios en los que se han producido los
episodios de desobediencia civil que se consideran típicos, se corroboran las observaciones
anteriores: la guerra considerada ilegítima, la segregación racial o la dominación colonial son los
más característicos 10. La entidad de la causa es evidente en los tres casos y también lo es la
dificultad de trasladar la justificación de la respuesta desobediente a supuestos que podríamos
llamar de normalidad constitucional 11.

10 Ugartemendía Eceizabarrena, La desobediencia civil en el Estado constitucional democrático, cit., pp. 22


y ss., repasa los antecedentes y los supuestos más destacados.

11 Ugartemendía Eceizabarrena, La desobediencia civil en el Estado constitucional democrático, cit., pp. 279
y ss., lo hace al amparo de la eficacia protectora de los derechos fundamentales. Bajo esa cobertura, defiende
una desobediencia civil constitucional susceptible de generar efectos jurídicos, bien justificantes, bien exculpantes
o atenuantes.

20
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

7. No hay un derecho general a la objeción de conciencia

Precisamente, ése es el medio en el que cobra sentido la objeción de conciencia, que no pretende
romper ni en todo ni en parte el ordenamiento jurídico, sino ofrecer un trato de excepción frente
a un deber general. La propia excepcionalidad nos pone ya sobre la pista de que solamente
podrá aceptarse en contadas ocasiones. Volviendo a la Constitución, recordemos que --cláusula
de conciencia al margen-- únicamente piensa en ella respecto del servicio militar. Y que la doctrina
del Tribunal Constitucional solamente ha hablado de objeción de conciencia fuera de ese marco
en términos, por cierto, bien escuetos en relación con el aborto, por lo que no se prestan a su
extensión más allá de ese caso, que, como se ha puesto de relieve, tiene en su origen un hecho
que, fuera de las tres variantes despenalizadas, sigue siendo delito 12.

Aunque no le han faltado ocasiones para pronunciarse sobre nuevas manifestaciones, el Tribunal
Constitucional no ha querido hacer uso de ellas o directamente ha excluido que haya un derecho
a la objeción de conciencia que los comprenda 13. Por ejemplo, a propósito de la negativa a ser
incluido en la lista de candidatos para la selección de miembros del jurado (STC 216/1999) o
de la pretensión de eludir la prestación social sustitutoria, tal como se ha visto.

Me parece sensato el criterio manifestado en varias sentencias del Tribunal Constitucional que
remite al legislador la decisión de en qué supuestos y en razón de qué motivos puede ser
admisible la exención de un deber 14. Criterio que es el sentado por la Carta Europea de los
Derechos Fundamentales, cuyo artículo 10.2 reconoce el derecho a la objeción de conciencia
“de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio”. Y, en tanto, el legislador, que es
el llamado a establecer prestaciones personales o patrimoniales (artículo 31.3 de la Constitución),
no abra nuevos caminos habrá que estar a lo dispuesto por el Derecho vigente, que, insisto en
ello, contiene un amplio abanico de derechos cuyo ejercicio puede llegar a dar cobertura, en
determinadas circunstancias, a pretensiones relacionadas con las convicciones personales.

12 En relación con el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales de la medicina respecto de


la práctica de los abortos despenalizados que afirma incidentalmente la Sentencia del Tribunal Constitucional
53/1985 se ha suscitado la cuestión de si también los farmacéuticos pueden invocarlo para negarse a vender
en sus oficinas de farmacia medicamentos abortivos. El Tribunal Constitucional no se ha pronunciado sobre
esa cuestión y el Tribunal Supremo no la afrontado directamente. Solamente en una Sentencia [de 23 de
abril de 2005 (casación 6154/2002)], la Sala Tercera se ha referido a ella pero, debido a los términos en que
estaba planteado el debate --se discutía la legitimación del recurrente que no era titular de ninguna oficina
de farmacia-- sus consideraciones no forman parte de la ratio decidendi y, además, se formulan en términos
hipotéticos. Son las siguientes: “También, en el caso de la objeción de conciencia, su contenido constitucional
forma parte de la libertad ideológica reconocida en el artículo 16.1 de la CE (STC núm. 53/85), en estrecha
relación con la dignidad de la persona humana, el libre desarrollo de la personalidad (art. 10 de la CE) y el
derecho a la integridad física y moral (art. 15 de la CE), lo que no excluye la reserva de una acción en garantía
de este derecho para aquellos profesionales sanitarios con competencias en materia de prescripción y
dispensación de medicamentos, circunstancia no concurrente en este caso”. No obstante, algunas leyes
autonómicas han reconocido el derecho a la objeción de conciencia del farmacéutico siempre que no se
oponga a la salud de paciente o usuario [artículo 5.10 de la Ley 8/1998, de 16 de junio, de Ordenación
Farmacéutica (La Rioja); artículo 6 de la Ley 5/1999, de 21 de mayo, de Ordenación Farmacéutica (Galicia),
artículo 17.1 de la Ley 5/2005, de 27 de junio, de Ordenación del Servicio Farmacéutico (Castilla-La Mancha)].
Parece claro, en todo caso, que estos textos se mueven en la estela de la Sentencia 53/1985.

13 Abraham Barrero Ortega, La libertad religiosa en España. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
Madrid, 2006, pp. 410 señala que el Tribunal Constitucional se ha alejado progresivamente de la tentación
de deducir directamente del derecho a la libertad de conciencia la objeción al servicio militar ante el peligro
de acabar construyendo un derecho general a la objeción de conciencia que la Constitución ni quiso ni pudo
reconocer sin destruir su propia fuerza normativa.

14 Esta es la posición que defiende Luis María Díez-Picazo en su Sistema de derechos fundamentales, cit.,.
pp. 255 y ss. Asimismo, Dionisio Llamazares Fernández, con la colaboración de Mª Cruz Llamazares Calzadilla,
Derecho de la Libertad de Conciencia 3ª ed., tomo II. Thomsom-Civitas, Madrid, 2007, pp. 362 y ss., quien
también admite que resulta subsumible en una cláusula general.

21
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Es lo que sucede con supuestos que muestran parecido o proximidad, por guardar relación con
convicciones religiosas o morales, con el derecho a la objeción de conciencia reconocido
positivamente. Pienso en la negativa a trabajar en determinados días o en la pretensión de vestir
determinadas prendas. En el rechazo a recibir transfusiones de sangre o en las reacciones ante
la voluntad expresada en el testamento vital de no ser sometido a tratamientos médicos que
prolonguen artificialmente la vida, o de no ser alimentado forzosamente en caso de huelga de
hambre. También en la exigencia u oposición a que en edificios y oficinas o dependencias públicos
haya o no haya signos o símbolos de religiones concretas. Y en las actitudes respecto de las
oraciones o plegarias de carácter religioso en la enseñanza o en otras actividades públicas. Más
recientemente, se han añadido a esta relación, no exhaustiva, el rechazo a determinados contenidos
educativos o al matrimonio homosexual, aunque hay que advertir que respecto de ello se siguen
procedimientos, ante la Jurisdicción Contencioso Administrativa y ante el Tribunal Constitucional,
respectivamente, que, de concluir con pronunciamientos de nulidad, acabarían con el problema.

Creo que en casos de esa naturaleza y en otros parecidos habrá que buscar --y seguramente
se encontrarán-- soluciones aceptables a partir de juego que ofrecen los derechos fundamentales
afectados sin necesidad de acudir a o propugnar la construcción de uno general a la objeción
de conciencia de cuya intratabilidad jurídica se ha hablado 15. De forma muy expresiva, a propósito
de quienes defienden su existencia, se ha insistido que, ni el artículo 16 de la Constitución, ni el
artículo 9 del Convenio Europeo de Derechos Humanos dan por sí solos cobertura a pretensiones
de objeción de conciencia y que, más bien, el principio que sienta aquélla es el de la obediencia
al Derecho Luis María Díez-Picazo, Sistema de derechos fundamentales, cit., pp. 256-257..
Asimismo, se ha subrayado enfáticamente que sostener lo contrario “conduciría frontalmente a
la destrucción del Estado de Derecho (art. 1.1 CE), a la negación de la imperatividad de las
normas jurídicas y, en suma, a hacer las normas jurídicas subjetivamente disponibles” 16.

Se trata, pues, de explorar el juego que dan las mismas libertades religiosa o de conciencia, la
propia capacidad de autodeterminación que asiste a cualquier persona en el ejercicio de su
libertad, los derechos educativos o alguna de las restantes figuras subjetivas previstas constitucio-
nalmente. Es decir, de comprobar si ofrecen sustento suficiente para fundamentar pretensiones
de esa naturaleza. Pero esa exploración no se puede hacer en abstracto sino en relación con
los conflictos concretos que surjan en la práctica. Es preciso buscar en ese contexto hasta donde
llegan los derechos confrontados con los derechos de los demás que quieren preservar los
deberes impuestos por las leyes. En ese esfuerzo contarán los derechos y los deberes, la naturaleza
de las pretensiones que buscan amparo en aquéllos y el tipo de sujeción que implican éstos. O
sea, el grado de injerencia o sacrificio que comportan dichos deberes y las modalidades de su
cumplimiento. El principio de proporcionalidad que opera cuando se producen colisiones de
derechos está llamado a desempeñar un papel muy importante en todas estas operaciones 17.

15 Así, Alfonso Ruiz Miguel, “La objeción de conciencia en general y en deberes cívicos”, en Libertad ideológica
y derecho a no ser discriminado. Cuadernos de Derecho Judicial nº 1. Consejo General del Poder Judicial,
Madrid, 1996, pp. 9 y ss.

16 Barrero Ortega, La libertad religiosa en España, cit., p. 410.

17 Puede dar una idea de las posibilidades que existen de encontrar soluciones razonables el amplio abanico
de supuestos de despliegue de la en que la libertad de conciencia que recogen Llamazares Fernández y
Llamazares Calzadilla en Derecho de la libertad de conciencia, tomo II, cit., pp. 364 y ss.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

8. La objeción de conciencia como derecho prima facie

Entre los planteamientos que propugnan el reconocimiento de un derecho general a la objeción


de conciencia figura el que lo presenta como un derecho prima facie. Me parece interesante
considerarlo por la forma en que lo concibe y por las soluciones a las que llega.

Es el que sostiene que la Constitución proporciona un reconocimiento provisional o prima facie


de todas las posibles modalidades de objeción de conciencia. Reconocimiento que se traduciría
en un derecho a la argumentación o ponderación 18. Es decir, la conducta objetora merecerá
tutela jurídica, no en virtud de la Constitución directamente, sino del resultado de un proceso
argumentativo gobernado por la racionalidad. Así, pues, esta tesis afirma la existencia de un
derecho que impone una carga de argumentación a toda norma o decisión que pretenda limitarlo.
De este modo, se explica, la primacía del derecho o de la ley no estaría asegurada de antemano
sino que sería el resultado de una justificación razonada. Por tanto, en principio, presunción de
derecho, pero susceptible de ser racionalmente desvirtuada. Quien defiende esta posición entiende
que no es sino la consecuencia de tomarse en serio el valor normativo de la Constitución y su
capacidad de irradiación sobre el conjunto del sistema jurídico y observa que con ella se pueden
conciliar la dimensión moral y la jurídica.

Esto último se dice porque, “al menos en la cultura moderna, quien actúa de acuerdo con su
conciencia cuenta a su favor con una presunción de corrección, si se quiere con un derecho o
posición subjetiva provisional o prima facie. Un derecho que es, por supuesto, derrotable y que
lo es, además, de modo similar en la esfera de la moralidad y en la esfera del Derecho: tras un
juicio de ponderación en que se tomen en consideración al mismo tiempo el valor intrínseco de
la libre conciencia y la justificación de la norma objetada, esto es su adecuación, necesidad y
proporcionalidad en orden a la protección de derechos o bienes relevantes que tengan que ver
con el estatus de otras personas; juicio que sin duda tampoco garantiza un acuerdo intersubjetivo
universal, pero que intenta hacer de la racionalidad la herramienta común al Derecho y a la moral,
algo por lo demás inevitable en el marco de Constituciones dotadas de un densísimo contenido
material formado por principios y derechos, que son principios y derechos de procedencia moral”
19.

Lo primero que llama la atención de este planteamiento es la distancia que guarda con los de
quienes consideran que la propia conciencia es fuente de un derecho irrestricto a la exención
de deberes que entran en contradicción con ella 20. Además, destaca igualmente porque asume
desde el inicio el carácter relativo de la posición objetora. Relatividad derivada de que la afirmación
del derecho a la objeción de conciencia se proyecta sobre un deber que, a su vez, guarda relación
con los derechos de los demás. No caben, por eso, soluciones radicales o absolutas, sino que
es imprescindible la ponderación. En fin, es significativo que, en lugar de en la proyección unilateral
e incondicionada de las convicciones o creencias, sitúe en la argumentación racional la clave
de la solución del conflicto. Esas tres características cualifican la propuesta.

También la acercan a la interpretación seguida por el Tribunal Constitucional y por aquellos autores
que, si bien no aprecian ese fondo subyacente del que derivaría un derecho implícito a la objeción,
sí reconocen al legislador la potestad de ir reconociendo formas concretas del mismo al amparo
de los derechos constitucionalmente declarados. También, en estos casos es preciso justificar
racionalmente por qué se exime a un determinado número de personas del cumplimiento de
deberes impuestos con carácter general. Y, desde luego, si el legislador no da ese paso pero es
posible argumentar a partir de tales derechos que una determinada pretensión objetora merece

18 Se trata de la posición defendida por Luis Prieto Sanchís en su trabajo “Desobediencia civil y objeción de
conciencia”, en Objeción de conciencia y función pública. Estudios de Derecho Judicial, nº 89. Consejo General
del Poder Judicial, Madrid, 2007, pp. 13 y ss.

19 Prieto Sanchís, “Desobediencia civil y objeción de conciencia”, cit., p. 42.

20 Tal como se desprende de algunas de las contribuciones publicadas en el mismo volumen Objeción de
conciencia y función pública, cit., en que se publica su trabajo.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

ser acogida, esa misma fundamentación podrá llevar a que los tribunales la tutelen.

La cuestión, por tanto, es desde donde debe contemplarse el conflicto conciencia/deber. En este
punto, creo que son más convincentes las razones que apoyan la solución antes expuesta que
la del derecho prima facie. Claridad, seguridad, protección de los derechos son las claves de esa
preferencia.

En efecto, la Constitución, que se ha manifestado en términos bien escuetos sobre la objeción


de conciencia, ha dejado clara su propia fuerza normativa y la función de la ley como fuente
llamada a desarrollarla, vínculo a la actuación de los poderes públicos y pauta de comportamiento
de los particulares. ley a la que han de someterse con distinta intensidad los gobernantes y los
ciudadanos. En ese escenario, la introducción de un derecho implícito a no cumplir los deberes
legales impuestos por razones nacidas de la conciencia individual, salvo argumentación racional
en contra, introduce notables dosis de incertidumbre en un ordenamiento ya de suma complejidad
a partir de un presupuesto tan difícil de aprehender como la conciencia personal. Incertidumbre
sobre la virtualidad de las normas que establecen los deberes afectados y, por tanto, sobre la
preservación de los derechos e intereses generales que los justifican.

Así, pues, no sólo está la claridad con la que la Constitución se mueve en ese territorio, sino
también me parece que aboga en contra del derecho prima facie la quiebra de la seguridad
jurídica que, de admitirlo, se produciría 21 por la capacidad expansiva que las razones de conciencia
tienen en una sociedad como la que vivimos: hiperregulada y crecientemente diversa. Creo que
no son exageradas las opiniones antes recogidas de quienes ven este peligro en el reconocimiento
del derecho general a la objeción de conciencia y que pueden extenderse al derecho prima facie
porque implica depositar, aunque sea en principio o provisionalmente, en la voluntad individual
la facultad de excluir el cumplimiento de un deber impuesto por normas que, para ser válidas,
han tenido que superar exigentes requerimientos de constitucionalidad material.

En fin, el respeto a la ley conforme a la Constitución y a los derechos de los demás son
fundamentos del orden político y de la paz social porque gracias a ello encuentran protección
los derechos de todos. Admitir, aunque sea sólo en principio, que caben excepciones no previstas
al respeto esa ley en razón de la conciencia particular, supone invertir los términos de la relación
tal como resultan de la propia Constitución y del Estado de Derecho que construye. Las leyes
han de ser obedecidas y los deberes cumplidos salvo que haya motivos constitucionalmente
fundados para no hacerlo. Pero la presunción es de constitucionalidad de las leyes y de legalidad
de la actuación de los poderes públicos, no sólo porque así se ha dicho por el Tribunal Constitucional
y por el legislador, sino porque es lo que resulta del sistema.

9. Derechos humanos y derechos fundamentales

En todo caso, y vuelvo aquí, a las observaciones del profesor Jiménez de Parga, no creo que la
apelación a la condición de derecho humano sea de especial utilidad para la extensión de la
objeción de conciencia a nuevos supuestos, para su afirmación con carácter general o para
reivindicar su inclusión entre los derechos fundamentales. Esto último es de una trascendencia
menor de lo que pudiera parecer, no sólo porque, desde el punto de vista sustancial hay
explicaciones convincentes que asocian esa categoría a aquellos que, reconocidos en la
Constitución, gozan de protección frente al legislador --a quien está reservada la regulación de
su ejercicio-- y de la garantía última de la Justicia Constitucional. Dentro de esa conceptuación
entraría sin dificultades el derecho a la objeción de conciencia 22.

21 La misma variedad de supuestos recogida por Llamazares Fernández y Llamazares Calzadilla, Derecho
de la Libertad de conciencia, tomo II., cit., pp. 364 y ss., da una idea de la capacidad de proyección de ese
derecho.

22 Pedro Cruz Villalón, “Formación y evolución de los derechos fundamentales”, ahora en su libro La curiosidad
del jurista persa y otros escritos sobre la Constitución. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,
1999, pp. 23 y ss.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Además, en la práctica, el que está reconocido ya disfruta de un estatuto muy próximo al de los
derechos fundamentales. Se aparta de él en lo relativo a la reserva de su desarrollo a la ley
orgánica y en la garantía del procedimiento agravado de reforma constitucional previsto en el
artículo 168. No obstante, en lo que se suele hacer más hincapié cuando se trata de la protección
de los derechos es en el acceso al amparo constitucional. Pues bien, esto se lo asegura la propia
Constitución en el caso del servicio militar y en tanto el Tribunal Constitucional, respecto del aborto,
ha vinculado la objeción de conciencia del profesional de la medicina a su libertad de conciencia,
sucede lo mismo.

Es cierto que la ley orgánica, en la medida en que debe ser aprobada por la mayoría absoluta
del Congreso de los Diputados en votación final sobre el conjunto del texto, aporta un superior
consenso y una rigidez mayor que los que acompañan a las leyes ordinarias. Pero también lo
es que esta materia no se presta a regulaciones que no vengan avaladas por un amplio acuerdo
parlamentario. Condición sin la que no se concibe una modificación de la Constitución incluso
por el cauce de su artículo 167.

Decía que el carácter de derecho humano de la objeción de conciencia no es determinante


porque en el planteamiento que asume la Constitución no hay una separación tajante entre los
derechos humanos y los derechos que declara. No son conceptos contradictorios derechos
humanos y derechos constitucionales. Lo único que sucede es que operan en espacios diferentes
pero participan de la misma sustancia. El concepto de derecho fundamental es propio del
ordenamiento interno, igual que el de derecho constitucional, mientras que la noción de derecho
humano es propia del Derecho Internacional.

La Constitución recoge, concreta y, en su caso, desarrolla los derechos humanos en forma de


derechos fundamentales y constitucionales pero en realidad, en tanto todos emanan de la dignidad
de la persona, no muestran diferencias esenciales entre ellos, tal como lo corroboran los términos
en que vienen reconocidos en los instrumentos internacionales y constitucionales. ¿Acaso es
distinto el derecho humano a contraer matrimonio del que reconoce el artículo 32 de la Constitución?
¿O la propiedad privada a la que se refiere el artículo 17 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y la que contempla el artículo 33 de la Constitución?

Además, como se ha dicho antes, en la medida en que el Derecho Internacional de los Derechos
Humanos avance contenidos que no recojan las normas internas para alguno de los derechos
reconocidos por la Constitución, por mandato de su artículo 10.2, habrá que estar a ellos y ampliar
así su dimensión.

10. La propuesta de una Ley orgánica reguladora de la objeción de conciencia

No creo que el desarrollo del derecho a la objeción de conciencia mediante una regulación unitaria
establecida por el legislador, bien orgánico, bien ordinario, sea una buena solución. Lo digo por
las siguientes razones.

En primer lugar, porque, excluida la existencia de un derecho general a la objeción de conciencia


que exija ese desarrollo unitario, lo que habrá serán supuestos particulares en los que quepa
reconocer, bajo determinadas condiciones y respecto de concretos sujetos, la exención del
cumplimiento de un singular deber. Supuestos que deben ser tratados en las leyes específicas
que regulen la materia concernida.

Es lo que sucede con la ley reclamada por la Constitución en su artículo 30.2. Ya se dictó y
modificó en su día. Por lo demás, la suspensión del deber de prestar el servicio militar, aún sin
eliminarla en su totalidad, ha privado a esta cuestión de buena parte de su trascendencia. En
cuanto a la objeción de conciencia admitida por el Tribunal Constitucional en relación con la
práctica del aborto, se han venido estableciendo criterios para su aplicación que, en general, han
resuelto los principales problemas, hasta el punto que los que afloran no lo son porque se niegue
o dificulte a los profesionales de la sanidad su ejercicio.

Por otra parte, el intento de --aun sin plantear un derecho general a la objeción de conciencia--
reunir en una sola ley esas hipótesis excepcionales no sólo presenta dificultades técnicas --las

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

relacionadas con la dispersión de normas sobre una materia-- sino que originaría dificultades de
todo tipo. A nadie debe ocultársele que el solo ejercicio de la iniciativa legislativa en este ámbito
levantaría múltiples pretensiones de reconocimiento de formas de objeción de conciencia con
la consiguiente apertura de puntos de controversia de muy difícil o imposible superación. Basta
con repasar la casuística que hasta ahora hemos conocido para que nos hagamos una idea
de lo que sucedería.

Y, aun cuando se superase ese inconveniente nunca se llegarían a recoger todas las posibles
formas de manifestación. Sin embargo, se habría establecido un cauce para dar carta de naturaleza
a la elusión del cumplimiento de deberes impuestos por el legislador democrático con una
potencialidad expansiva de difícil contención una vez abierta la válvula de escape 23.

Por eso, me parece fundamental al abordar estas cuestiones extremar la prudencia que
recomendaba don Manuel Jiménez de Parga.

11. Observaciones finales

En último término, no debe perderse de vista que el Estado, la propia convivencia, descansan
en el respeto a las leyes, que sin respeto a la ley decae el respeto al derecho ajeno y se socavan
los fundamentos del ordenamiento en su conjunto. Y, sin embargo, ese ordenamiento, ese Estado,
es condición para el reconocimiento y la garantía de los derechos. Estos tienen virtualidad jurídica
porque el Estado los reconoce y garantiza. Se da la paradoja de que, habiendo nacido frente al
Estado, hoy es la fortaleza del Estado, ya social y democrático de Derecho, la que redunda en
beneficio de los derechos cuya salvaguardia ha pasado a ser su razón de existir.

No es, desde luego, una condición suficiente para que sean respetados y, como se aprecia con
una simple mirada a lo que sucede en el mundo todos los días, el poder estatal en muchos
lugares se ejerce en contra de las personas a las que debería servir. Ahora bien, en estos casos
cabe la posibilidad de transformarlo sometiéndolo a Derecho pero allí donde no ha conseguido
afirmarse un poder político con capacidad de imperio, no hay orden jurídico ni derechos.

Por tanto, ha de observarse el máximo cuidado a la hora de introducir cauces jurídicos que
permitan la exención del cumplimiento de los deberes impuestos con carácter general, aunque
sea aduciendo motivos de conciencia, pues su ampliación extensiva terminará debilitando la
solidez de los cimientos en que descansa la organización política de la convivencia.

23 Alfonso Ruiz Miguel, “La objeción de conciencia, en general y en deberes cívicos”, cit., subraya el carácter
excepcional con el que se admiten las objeciones y llama la atención sobre la necesidad de tratarlas de ese
modo para evitar el “potencial destructivo para otros deberes jurídicos y para el ordenamiento jurídico en su
conjunto del descontrol de las objeciones”. Y recuerda que por esas razones “los sistemas jurídicos que
reconocen formas de objeción suelan establecer mecanismos legales de comprobación de la veracidad de
las razones alegadas y, sea de forma alternativa o suplementaria con la técnica anterior, deberes sustitutivos
para los objetores”.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Miguel Colmenero Menéndez de Luarca
Magistrado del Tribunal Supremo

Estas notas no tienen otra pretensión que servir de punto de partida y como expresión de una
opinión básica que puedan ser utilizados en el debate.

1. Entendemos por objeción de conciencia la posibilidad del obligado por un mandato jurídico
de oponerse a su cumplimiento alegando sus propias convicciones personales.

Es evidente que no es posible separar el concepto del ser humano de la existencia de ideas,
opiniones, creencias o convicciones.

A los efectos que aquí interesan, una primera restricción limitaría la posibilidad de objeción de
conciencia a lo que definiríamos como convicciones, siguiendo para ello al TEDH (STEDH de
25 febrero de 1982), según el cual la palabra “convicciones” se aplicaría solo a la opinión que
alcanza determinado nivel de obligatoriedad, seriedad, coherencia e importancia.

2. Precisamente esas características de la convicción hacen que no baste reconocer al individuo


la libertad de pensamiento si se le impide vivir conforme a él. Si se trata de convicciones básicas
y esenciales, su existencia es inseparable de la pretensión de llevarlas a la práctica, es decir, de
vivir conforme a ellas.

Así lo reconoció el Tribunal Constitucional (TC) en la STC 15/1982, al decir que “Para la doctrina,
la objeción de conciencia constituye una especificación de la libertad de conciencia, la cual supone
no sólo el derecho a formar libremente la propia conciencia, sino también a obrar de modo
conforme a los imperativos de la misma”.

También en la STC 101/2004, citando la STC 177/1996, de 11 de noviembre, F. 9, se decía que


la libertad religiosa «garantiza la existencia de un claustro íntimo de creencias y, por tanto, un
espacio de autodeterminación intelectual ante el fenómeno religioso, vinculado a la propia
personalidad y dignidad individual», y asimismo, «junto a esta dimensión interna, esta libertad...
incluye también una dimensión externa de agere licere que faculta a los ciudadanos para actuar
con arreglo a sus propias convicciones y mantenerlas frente a terceros (SSTC 19/1985, de 13
de febrero, F. 2; 120/1990, de 27 de junio, F. 10, y 137/1990, de 19 de julio, F. 8)».

3. De otro lado, la objeción se caracteriza generalmente por un planteamiento que obedece a


una finalidad de salvaguardia individual de las propias convicciones: no se trata de obtener una
rectificación de la legislación sino de no cumplir un deber por razones de conciencia individuales
de quien lo plantea, lo que lo diferencia de la desobediencia civil.

También generalmente se presenta como supuestos de conducta omisiva, aunque no puede


excluirse el planteamiento de la objeción de conciencia frente a una imposición legal de omitir,
cuyo reverso sería la acción.

4. Frente a estas consideraciones, que en principio avalarían la objeción, se alzan otras que la
restringen. La propia organización del sistema social y político no permite que cada uno actúe

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

de modo diferente a lo que marca la ley amparándose en sus creencias, convicciones, ideas,
opiniones o forma de ver la vida. Ello implicaría la misma desaparición del sistema, o al menos,
su ingobernabilidad, con los evidentes perjuicios de toda clase.

En términos del TC, STC 161/1987, “La objeción de conciencia con carácter general, es decir,
el derecho a ser eximido del cumplimiento de los deberes constitucionales o legales por resultar
ese cumplimiento contrario a las propias convicciones, (…), significaría la negación misma de la
idea del Estado”. (Aunque a renglón seguido reconoce la posibilidad de que sea reconocida
excepcionalmente respecto a un deber concreto).

O en la STC 55/1996, según la cual “como hemos reiterado en otras resoluciones, so pena de
vaciar de contenido los mandatos legales, el derecho a la libertad ideológica reconocido en el
art. 16 CE no resulta por sí solo suficiente para eximir a los ciudadanos por motivos de conciencia
del cumplimiento de deberes legalmente establecidos”.

De todo ello se deriva la necesidad como punto de partida, de restringir la aplicación de la objeción
a aquellos casos en los que el conflicto se presente con mayor gravedad.

En principio serán aquellos que la ley contempla expresamente. Para los demás, sería necesario
acudir a los criterios establecidos para los primeros.

Por otro lado, la organización de un Estado democrático impone el respeto a las ideas ajenas,
un compromiso de aceptación del triunfo de las mayorías y por lo tanto, de la existencia de valores
mayoritarios no compartidos individualmente, así como de la necesidad de sacrificios individuales
en atención al interés general.

Es cierto que todo esto no es incompatible con el respeto a la individualidad, pero limita la eficacia
de la oposición a un mandato determinado por la ley.

5. La situación de los funcionarios, y entre ellos, de los jueces, presenta algunas peculiaridades
que la distinguen de la de los ciudadanos en general.

Son también ciudadanos y en esa medida son titulares de los derechos que reconoce la
Constitución.

Pero tienen una relación especial (de sujeción) con el Estado (si son estatales o con quien
corresponda en otros casos). Al incorporarse voluntariamente al estatus funcionarial admiten una
serie de obligaciones que incluyen el reconocimiento de la obligación de aplicar la ley vigente en
la esfera de su propia competencia. Se trata de normas elaboradas dentro del sistema democrático
mediante un procedimiento en el que saben de antemano que no van a participar directamente
y respecto de las cuales no se les consulta su parecer ni se requiere su asentimiento.
Concretamente los jueces tienen como característica esencial la sumisión al imperio de la ley
no solo en el sentido de la obligación de cumplirla, sino además como obligación de hacerla
cumplir a otros.

En caso de conflicto con las propias convicciones la cuestión es determinar el alcance de esa
obligación y sus límites, si se pudieran establecer. No es sencillo. Para empezar es difícil que una
decisión de esta naturaleza no afecte al orden público (artículo 16 CE). Con peso contrario, cabría
preguntarse en qué medida se causa un perjuicio al interés público, a terceros o al Estado cuando
la función pública puede ser prestada en el caso concreto por un no objetor.

En cualquier caso, no parece aceptable un planteamiento según el cual el funcionario solo tenga
dos opciones: o acepta todo lo que aparezca en la ley o abandona su profesión. Al menos para
los casos más graves debería haber soluciones intermedias.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

6. El Tribunal Constitucional, refiriéndose en la mayoría de los casos a la objeción de conciencia


a la prestación del servicio militar y en algunos casos a la libertad religiosa, ha evolucionado desde
una apertura casi total hacia una seria y casi completa restricción para luego abrir algunas puertas
nuevamente a situaciones intermedias, aunque relacionadas más bien con la libertad religiosa.
Como ejemplos pueden citarse las siguientes: STC 15/1982; STC nº 53/1985, de 11 de abril
(constitucionalidad del proyecto de ley que despenaliza determinados supuestos de aborto); STC
nº 161/1987, de 27 de octubre; STC nº 321/1994, de 28 de noviembre y STC nº 55/1996, de
28 de marzo.

Un planteamiento diferente puede apreciarse en otras sentencias posteriores. Así, por ejemplo
la STC 177/1996. O la STC nº 154/2002, de 18 de julio (Pleno). O la STC 101/2004, que reitera
las consideraciones de la STC 177/1996.

7. El debate no está finalizado. Como regla de principio, si el conflicto del individuo se produce
con el ordenamiento jurídico y si el propio ordenamiento reconoce la entidad de aquello sobre
lo que se construye el origen del conflicto, parece que las posibles soluciones deben estar
contempladas en el mismo ordenamiento.

De otro lado, es importante identificar los intereses en conflicto. De un lado el cumplimiento de


leyes mayoritariamente aceptadas y de otro no tanto la excepción al cumplimiento, sino el correcto
cumplimiento de otras normas que prevén el respecto a las creencias individuales mediante el
respeto a la libertad ideológica y religiosa.

Es conveniente en todo caso establecer algunas cautelas:

• Comprobación de la existencia de las creencias y de su carácter esencial para quien las alega.
• Comprobación de la realidad del conflicto, descartando conflictos aparentes.
• Examen particularizado de las consecuencias particulares y generales del incumplimiento.
• Posibilidad de sustituir al objetor por otro que dé cumplimiento a la norma sin perjuicio para el
interés público.
• Posibilidad de sustituir el deber por otro equivalente.

8. La desobediencia civil, cuyas bases fácticas pueden coincidir en parte al menos con los
supuestos de objeción de conciencia, se puede definir como el acto público, no violento, consciente
y político, contrario a la ley, cometido con el propósito de ocasionar un cambio en la ley o en los
programas de gobierno (Rawls). Hay otras muchas definiciones, pero son sustancialmente
coincidentes.

En cualquier caso, la desobediencia apela a cauces distintos de los establecidos para resolver
el conflicto. Eso hace que se sitúe en posiciones de ilegalidad, que normalmente provocan una
reacción, en principio legítima, del poder.

De cualquier forma, también como petición de principio, no es posible que por la vía de la
desobediencia civil, las minorías, de inevitable existencia, consigan excluirse del cumplimiento de
las decisiones legítimamente adoptadas por el poder democrático. Deben ser otras las vías (y
además, son posibles) para conseguir que los criterios propios coincidan con los mayoritarios.
La sociedad civil puede movilizarse sin llegar al incumplimiento frontal de la ley.

Para eso está la Constitución y los límites que se derivan de ella para el ejercicio del poder, como
marco aceptado por todos y exigible a todos. Cuando se entienda que existe una colisión con
la Constitución debería acudirse a los mecanismos contemplados en el ordenamiento. Cuando
la Constitución permita optar por una u otra solución, las reglas del juego imponen el criterio de
la mayoría.

Naturalmente estas consideraciones iniciales admiten precisiones.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
María José Falcón y Tella
Profesora Titular de Filosofía del Derecho, Moral y Política y Directora del Instituto de Derechos
Humanos de la Facultad de Derecho, Universidad Complutense de Madrid

En los últimos diez años aproximadamente, nos hemos ocupado del tema de la desobediencia
civil y la objeción de conciencia como formas de desobediencia al Derecho. Ello se ha plasmado
en una serie de publicaciones –monografías y artículos-. A ellos nos remitimos. Aquí, en este
seminario o mesa redonda sobre el tema, nos vamos a limitar a destacar lo más original de las
conclusiones alcanzadas en torno a estas cuestiones. Sobre la objeción de conciencia y sus
diferencias con la desobediencia civil tenemos publicado un artículo en la Revista “Persona y
Derecho”, dirigida por el profesor Andrés Ollero. No es a esta temática a la que queremos aludir
aquí. La objeción de conciencia –tanto la militar, como otras variantes- está reconocida expresamente
en la mayoría de los sistemas democráticos, en el Derecho positivo –incluso a nivel constitucional-
en relación con la libertad ideológica y de conciencia. Por eso aquí y ahora nos vamos a centrar
más en la otra cara de la moneda, la nunca reconocida positivamente, la desobediencia civil. Y
es que nuestra postura al respecto consiste en afirmar la existencia de un cierto “derecho a la
desobediencia civil”. Pero no solo un derecho de carácter moral, sino un cierto “derecho subjetivo”.

Es decir, que nosotros defendemos en nuestros escritos que, cuando se dan todos los requisitos
de la figura, la desobediencia civil puede ser:

- “justificada” –en el plano de los valores, a través de la justificación “iusnaturalista” (en base a
una ley superior), “relativista” (basada en la propia conciencia individual) o “utilitarista” (fundamentada
en el bien público común).
- “explicada” –en el nivel de los hechos–.
- “excusada” –en el ámbito de las normas jurídicas–. La diferencia entre justificar y excusar es
que si algo está justificado –por ejemplo matar en legítima defensa, deja de ser algo malo o
reprobable. En cambio una excusa –por ejemplo cuando un menor de edad mata a alguien–
no convierte el hecho en bueno o no malo, sino exclusivamente en exento de reproche o
responsabilidad jurídica. Es a esta excusa jurídica a la que nos vamos a referir a continuación.
Creemos que en ella reside el talón de Aquiles y el posible filón sin explorar de toda esta temática,
que permite hablar de un “derecho” “sui generis”, pero derecho a desobedecer civilmente. En
esta temática una palabra clave es “antinomias.

Las antinomias en materia de desobediencia civil no siempre se producen en el plano axiológico,


sino que a menudo se dan más a ras de suelo, en las llamadas relaciones de fuerza o de poder.
Así, por citar sólo tres supuestos, se producirían antinomias entre poderes, en primer lugar, cuando
se oponen la perspectiva del gobernante y la de los gobernados o, lo que es lo mismo, el principio
de sumisión y el de autonomía.

Además de la antinomia producida entre gobierno y gobernados, y a modo de segunda especie


de antinomia entre poderes , se encuentra la que opone, en su caso, el poder central o estatal,
por un lado, con los poderes federales, regionales o autonómicos, por otro. Aquí será el principio
de competencia el que determine cual es el órgano revestido de autoridad para decidir en el caso
concreto, el estatal o el federal. Quizás desobedecemos lo estatuido por el poder central, pero
esa desobediencia civil se puede, sin embargo, amparar en lo establecido por los poderes
autonómicos, o viceversa.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Por último, cómo no, se produce antinomia entre poderes cuando chocan los mandatos del
poder legislativo, del ejecutivo y del judicial. Este choque admite a su vez varias variantes , según
entren en conflicto los poderes legislativo y ejecutivo, legislativo y judicial o ejecutivo y judicial.
Quizás desobedezcamos los mandatos del poder ejecutivo, pero podamos amparar esa violación
en última instancia en la Constitución, como ley suprema. O bien desobedezcamos civilmente
la ley, pero nos amparemos en la práctica judicial existente en otro sentido, especialmente en
sistemas jurídicos como el anglosajón, en los que la jurisprudencia es auténtica fuente del Derecho.
En todos estos casos el principio que rige en la resolución del conflicto es el principio de división
de poderes, ya formulado por Montesquieu, en virtud del cual es preciso que el poder frene al
poder, mediante la división y coordinación de funciones.

Pero es el tercer supuesto, el de la antinomia normativa, el que ofrece una mayor relevancia en
materia de desobediencia civil, ya que el mismo nos permite saber, entre otras cosas, si podemos
hablar de la existencia de un derecho subjetivo a desobedecer civilmente.

Ciertamente en aquellos supuestos en los que se da la desobediencia civil se produce un conflicto


de bienes o antinomia en el que intervienen por lo menos tres tipos de normas:

1._ La norma que el acto de desobediencia civil viola;


2._ La norma que se pretende que la sustituya, que puede ser una simple negación de la anterior.
3._ La norma en la que se ampara la violación de la norma 1.

Si nos fijamos solamente en la norma del tipo 1, que es lo que hace la mayoría de la doctrina,
llegaremos a la conclusión, a primera vista irrefutable, de que la desobediencia civil, en cuanto
violación de una norma jurídica, es un acto ilegal y punto. No obstante, incluso en atención a la
norma del tipo 1, a la norma violada, cabe hacer alguna matización y así, por ejemplo, no puede
considerarse que la desobediencia civil, aunque acto ilegal, constituya un delito. Si partimos de
la definición del delito como acción típica antijurídica, culpable y punible, vemos que la desobediencia
civil raramente está contemplada en un tipo penal concreto. Además, podemos encontrar en la
desobediencia civil circunstancias que excluyen alguno de los elementos del ilícito penal. Por otro
lado , a menudo en la aplicación de una norma cabe, a través del juego de una serie de recursos,
tales como la analogía, la equidad, el recurso a la naturaleza de las cosas o a aquellos criterios
de interpretación que, como la interpretación lógica, sistemática o sociológica, van más allá de
la estricta interpretación gramatical, que nos apartemos de una aplicación o interpretación estrecha
de la norma y que en cierto modo la obedezcamos, aunque a primera vista parezca que la
desobedecemos.

Mayor novedad resulta aun de la contemplación de la desobediencia civil desde la perspectiva


de las normas 2 y 3. Y aquí puede objetársenos que en la desobediencia civil en realidad no se
dan ni una norma que sustituya a la violada, ni otra que ampare la violación de la misma. Sin
embargo, a nuestro juicio, y como tendremos ocasión de argumentar, ambas situaciones se
producen en la desobediencia civil. Así, podemos hablar de la existencia de una norma que
sustituye a la violada al menos como proyecto que se materializa cuando la desobediencia civil
llega a buen fin. No olvidemos que la desobediencia civil tiene fines innovadores, de sustitución
de la legalidad vigente. No se trata de que los desobedientes tengan y presenten siempre un
proyecto de ley alternativo, sino simplemente de que "a sensu contrario", por la vía de la negación
de la legalidad vigente, pretendan que a determinada situación o supuesto de hecho se le atribuyan
unas consecuencias jurídicas que no sean las previstas para ese supuesto por la norma. Se
trataría de una especie de nueva norma negativa, de una norma general exclusiva, simple negación
de la que se viola.

Pero, en la desobediencia civil existiría incluso una tercera norma, que bajo la forma de ley eterna,
ley divina, ley moral o ley natural - para quienes, en la línea iusnaturalista, otorgan relevancia jurídica
al mundo suprapositivo -, o como principio, ley internacional o precepto constitucional - para la
generalidad de la doctrina positivista -, ampara, aunque sólo sea de manera tangencial, la
desobediencia civil, permitiéndonos hablar de la existencia, si bien en sentido limitado o impropio,

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

de un "derecho" a la desobediencia civil.

Por tanto, podríamos afirmar a modo de conclusión que la desobediencia civil en el plano
normativo, de la excusa jurídica, sería un acto ilegal en la medida en que viola una norma jurídica
1, pero cuya ilegalidad no responde al esquema rígido de los delitos y que además tiene un cierto
respaldo legal por la existencia, junto a la norma violada, de otras normas del tipo 2 - norma que
sustituye a la violada- y 3 -norma en la que se apoya la violación normativa-.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA COMO


DERECHO FUNDAMENTAL
Fernando Herrero-Tejedor Algar
Doctor en Derecho
Fiscal de Sala del Tribunal Supremo

I. CONCEPTO

Entiendo por objeción de conciencia la situación de conflicto planteada por un sujeto cuyas
convicciones íntimas le impiden asumir determinada conducta ordenada por la ley.

En mi opinión todo ordenamiento positivo -se quiera o no- se halla basado en una determinada
concepción del hombre, en unos principios de en definitiva poseen un carácter de naturaleza
ética, entendida ésta como "la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del
hombre" (DRAE).

A nivel individual, también toda persona asume explícita o implícitamente un esquema de valores
que orienta su proyecto vital. Incluso la ausencia de todo principio firme e inamovible representa
un enfoque axiológico.

Cuando los valores más íntimos de una persona, derivados de sus convicciones ideológicas o
religiosas, entran en colisión con los principios que inspiran el ordenamiento jurídico positivo en
un supuesto concreto, nos encontramos ante la situación de hecho que puede dar lugar a la
objeción de conciencia.

Muchos son los supuestos en que tal situación de conflicto puede producirse, o -de hecho- se
ha producido en alguna ocasión. El más típico (y el único contemplado por nuestra Constitución)
es la objeción de conciencia al servicio militar obligatorio. Pero además nuestra jurisprudencia
ha resuelto otros casos bien ilustrativos:

• La negativa de unos padres Testigos de Jehová a que se efectuase a su hijo menor una
transfusión de sangre (STC 154/2002 de 18 de julio).
• La negativa de un miembro de la Policía Nacional a desfilar en una procesión religiosa de
Semana Santa (STC 101/2004, de 2 de junio).
• La oposición de un farmacéutico a suministrar la píldora post-coital (STS de 23 de mayo de
2005).
• La negativa a cursar la asignatura de Derecho Canónico (ATC 359/1985, de 29 de mayo).
• La ausencia laboral en jornadas de sábado (STC 19/1985, de 13 de febrero).
• La negativa a formar parte de un jurado (STS de 30 de marzo de 1993).
• La oposición al desempeño de trabajos relacionados con la producción de ingenios bélicos
(SSTS de 3 de mayo y de 30 de octubre de 1978).
• La negativa a formar parte de una mesa electoral (STS de 17 de abril de 1995).
• La negativa a contribuir a las cargas fiscales destinadas a fines que se consideran incompatibles
con la propia ideología (sentencia de la Audiencia Territorial de Zaragoza de 9 de enero de 1988).

Y en la doctrina y el Derecho comparado se citan otros supuestos similares:

• El rechazo del uso del caso para motoristas porque impide el mantenimiento permanente del
turbante (sikhs).

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

• La negativa a descubrir totalmente la cabeza por indicación de un superior militar, por cuanto
supondría despojarse del gorro obligatorio para los varones judíos ortodoxos (yamurlke).∑
• La oposición a saludar a la bandera por considerarlo un acto idolátrico.
• La negativa de tres matrimonios daneses a que sus hijos cursasen la asignatura obligatoria de
educación sexual desde temprana edad (STEDH caso Kjeldsen, Busk, Madsen y Pedersen contra
Dinamarca, de 7 de diciembre de 1976.
• La negativa a colaborar en prácticas abortivas mantenida por varias confesiones religiosas.

II. TRATAMIENTO JURÍDICO

Como puede observarse, la casuística es rica en supuestos de objeción de conciencia, cuyo


tratamiento jurídico debe efectuarse con suma cautela, pero en mi opinión siempre partiendo
de que podemos encontrarnos ante casos serios de conflicto entre las más íntimas convicciones
de un sujeto en principio obligado a obedecer la norma legal que impone tales conductas.

No me parece adecuado partir de una concepción apriorística de rechazo de tales conflictos,


como parece hacer alguna resolución aislada de nuestro Tribunal Constitucional. Así, la STC
161/1987, de 27 de octubre, declara que: "La objeción de conciencia con carácter general, es
decir, el derecho a ser eximido del cumplimiento de los deberes constitucionales o legales, por
resultar ese comportamiento contrario a las propias convicciones, no está reconocido, ni cabe
imaginar que lo estuviera en nuestro derecho, o en derecho alguno, pues significaría la negación
misma de la idea de Estado".

Coincido más con la doctrina sentada (de forma un tanto incidental en relación con el aborto)
por la STC 53/1985, de 11 de abril, en su fundamento jurídico 14: "La objeción de conciencia
forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido
en el art. 16.1 de la Constitución y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la
Constitución es directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales".

En realidad creo que tal pronunciamiento va más en consonancia tanto con otras declaraciones
de carácter general del propio Tribunal Constitucional como con el modo de afrontar problemas
concretos.

Como ejemplo de las primeras puede citarse la STC 15/1982, de 23 de abril, en su fundamento
jurídico 6: "Puesto que la libertad de conciencia es una concreción de la libertad ideológica que
nuestra Constitución reconoce en el art. 16, puede afirmarse que la objeción de conciencia es
un derecho reconocido explícita e implícitamente en la ordenación constitucional española".

Como muestra de lo segundo pueden citarse paradigmáticamente las SSTC 154/2002, de 18


de julio, y 101/2004, de 2 de junio. La primera de ellas resuelve (otorgando el amparo) el conflicto
planteado por un miembro de la Policía Nacional obligado a participar en el desfile de una procesión
religiosa. El supremo intérprete de la Constitución constata la implicación religiosa del servicio
demandado al recurrente, y declara que queda justificada sobradamente su negativa a desfilar
procesionalmente y rendir tributo a una creencia religiosa que no profesa. La dimensión negativa
de su libertad religiosa le facultaba para ello. Sin embargo, al no dispensar al recurrente de
participar en el desfile, las resoluciones de la Dirección General de la Policía y la posterior sentencia
del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que las confirma, han lesionado la libertad religiosa
contemplada en el artículo 16 CE.

La segunda de las resoluciones constitucionales citadas otorga el amparo a unos padres que
se negaban a colaborar en una transfusión sanguínea a su hijo por ser Testigos de Jehová. El
Tribunal Constitucional declara que "La exigencia a los padres de una actuación suasoria o de
una actuación permisiva de la transfusión lo es, en realidad, de una actuación que afecta
negativamente al propio núcleo o centro de sus convicciones religiosas. Y cabe concluir también
que, al propio tiempo, su coherencia con tales convicciones no fue obstáculo para que pusieran
al menor en disposición efectiva de que sobre él fuera ejercida la acción tutelar del poder público

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

para su salvaguarda, acción tutelar a cuyo ejercicio en ningún momento se opusieron. Así pues,
debemos concluir que la actuación de los ahora recurrentes se halla amparada por el derecho
fundamental a la libertad religiosa (art. 16.1 CE). Por ello ha de entenderse vulnerado tal derecho
por las Sentencias recurridas en amparo".

La consideración de lo hasta ahora expuesto me lleva a la conclusión de que la objeción de


conciencia posee en nuestro ordenamiento el carácter de un verdadero derecho, y -en mi opinión-
tal derecho ostenta la consideración de fundamental, al entroncar decididamente con el contenido
esencial de la libertad ideológica consagrada en el art. 16 de la Constitución.

En la misma línea parece moverse la doctrina sentada por el Tribunal Supremo en su STS de
23 de mayo de 2005 (Sala 3ª), que resuelve el problema de un farmacéutico que se niega a
suministrar la píldora post-coital. Aunque inadmite el recurso por falta de legitimación (el recurrente
no era titular de ninguna oficina de farmacia), su fundamento jurídico 5º declara que: "En el caso
de la objeción de conciencia, su contenido constitucional forma parte de la libertad ideológica
reconocida en el artículo 16.1 de la CE (STC nº 53/85), en estrecha relación con la dignidad de
la persona humana, el libre desarrollo de la personalidad (art. 10 de la CE) y el derecho a la
integridad física y moral (art. 15 de la CE), lo que no excluye la reserva de una acción en garantía
de este derecho para aquellos profesionales sanitarios con competencias en materia de prescripción
y dispensación de medicamentos".

Soy consciente de que el Tribunal Constitucional ha negado expresamente en alguna ocasión a


la objeción de conciencia su carácter de derecho fundamental. Así, la STC 160/1987, de 27 de
octubre, declara que se trata de "un derecho constitucionalmente reconocido… pero cuya relación
con el art. 16 (libertad ideológica) no autoriza ni permite calificarlo de fundamental". La diferencia
entre un derecho fundamental y otro meramente reconocido constitucionalmente no radica tanto
-en mi opinión- en la necesidad de que su desarrollo se efectúe por ley orgánica (exigida por el
art. 81.1 CE sólo para los derechos fundamentales), sino en la necesidad de desarrollo legislativo
o interpositio legislatoris para su eficacia. Aunque la ley no los regule, los derechos fundamentales
resultan de aplicación directa ex Constitutione, como declara la STC 254/1993 en su fundamento
jurídico 6: "Los derechos y libertades fundamentales vinculan a todos los poderes públicos, y son
origen inmediato de derechos y obligaciones, y no meros derechos programáticos".

El reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia en supuestos como los reseñados


en las SSTC 154/2002 y 101/2004, antes citadas, sin que el legislador haya desarrollado tal
derecho, unido a su entronque con el contenido esencial de la libertad ideológica, abona mi tesis
de que nos encontramos ante un verdadero derecho fundamental, con protección judicial reforzada
y acceso al recurso de amparo constitucional.

III. CRITERIOS DE PONDERACIÓN

Como en tantas otras ocasiones, los aplicadores del Derecho en general y los Tribunales en
particular deberán efectuar una "necesaria y casuística ponderación" de los bienes en pugna
(STC 104/1986, de 17 de julio). No caben soluciones apriorísticas, sino que resulta indispensable
analizar cada caso concreto.

Al analizar el conflicto entre las libertades de expresión e información de una parte, y los derechos
al honor, la intimidad y la propia imagen de otra, nuestro Tribunal Constitucional ha elaborado una
sólida doctrina que puede resumirse en la necesidad de efectuar en cada caso tres comprobaciones
o tests:

• El test de veracidad: comprobar si la información es sustancialmente veraz (lo que no equivale


a que sea verdadera: por todas, STC 6/1988, de 21 de enero).
• El test de necesidad: habrá que verificar si la información difundida resulta necesaria para la
formación de una opinión pública libre.
• El test de proporcionalidad: resulta obligado -por último- para determinar la prevalencia de la

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

libertad de información determinar si la lesión de otros derechos individuales resulta adecuada


o deviene excesiva. Sólo cabe el sacrificio indispensable para la consecución de otros fines
perseguidos por el ordenamiento jurídico.

Entiendo que tal sistema de ponderación (que es como el Tribunal Constitucional traduce el
balancing de la jurisprudencia norteamericana) resulta básicamente aplicable al tema que nos
ocupa.

Los criterios a valorar en nuestro caso serían los siguientes: La sinceridad del objetor, el respeto
al orden público y la necesidad de hacer prevalecer la ley sobre la conciencia individual.

a) La sinceridad del objetor

El Estado no puede comprobar la razonabilidad de los argumentos del objetor, pues ello supondría
la adopción de una postura ideológica incompatible con la neutralidad que debe presidir su
actuación. También aquí el concepto de veracidad (que equivale a sinceridad) difiere del de verdad.
Pero sí que resulta admisible que se valore la sinceridad de los imperativos de conciencia que
se alegan. Para ello deberá acudir a criterios indiciarios, para constatar que la conducta del objetor
se ajusta en general a las creencias aducidas. Solo así puede llegar a evitarse que la objeción
de conciencia se convierta en un mecanismo de fraude de ley.

Sin embargo, creo que debe evitarse a toda costa la aplicación de la doctrina conocida como
teoría del falso conflicto, aduciendo que la colisión entre su conciencia y la ley en realidad no
existe. La conciencia es algo personalísimo, que se resiste a indagaciones estatales, protegida
constitucionalmente como está por la libertad ideológica y el derecho a la intimidad personal. En
consecuencia, los poderes públicos deben abstenerse de juzgar la seriedad de las creencias del
objetor o de interpretarlas desde sus propias perspectivas éticas.

En este sentido cree que debe jugar una presunción iuris tantum favorable a la seriedad del
objetor. Ello sin perjuicio de que no pueda mantenerse que la aplicación de una ley que no
convence o que sencillamente se considera injusta sea causa suficiente para hablar de un
conflicto de conciencia. Éste solo nace cuando la actuación exigida repugna en lo más hondo
del ser, por resultar de todo punto incompatible con los valores axiológicos más nucleares de la
persona obligada.

Cabría apuntar aquí la necesidad de separar la objeción de conciencia de la desobediencia civil.


Ésta última sí que puede ser una fórmula apta para canalizar discrepancias políticas o intentar
la modificación del ordenamiento jurídico.

También puede resultar oportuno recordar aquí la falsedad del criterio que enfrenta la conciencia
individual con la necesaria imperatividad del ordenamiento. No se olvide que si consideramos la
objeción como un derecho fundamental, anclado en la libertad ideológica, este derecho forma
parte también del conjunto normativo. No puede sentarse como dogma la obligación de obedecer
sin discriminación el ordenamiento positivo por el mero hecho de haber sido aprobado por la
representación de la soberanía popular a través de los mecanismos legalmente establecidos. En
definitiva: la objeción de conciencia individual no puede oponerse al Derecho, porque también
ella forma parte del Derecho.

b) El respeto al orden público

El propio art. 16 de la Constitución señala como límite infranqueable de la libertad ideológica el


necesario respeto al orden público tutelado por la ley.

No resultaría aceptable una objeción que supusiera la negación de los derechos fundamentales
de los demás, singularmente del derecho a la vida.

36
OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

El orden público funciona respecto al Estado como la conciencia en relación al individuo. Hay
cuestiones más o menos opinables, pero existe un núcleo de principios básicos cuya mengua
el Estado jamás puede consentir.

Hasta aquí el tema es pacífico. El problema comienza cuando se intenta acotar el concepto
jurídico indeterminado "orden público". Se trata de un tema vidrioso y complicado, cuyo examen
excede del propósito de estas líneas.

c) La necesidad del sacrificio del objetor de conciencia

Resueltos los problemas anteriores, hay que avanzar un paso más: resulta necesario elucidar
la indispensabilidad o no del sacrificio de la conciencia individual en el caso concreto. Hay que
explorar los efectos perjudiciales para terceros o para el ordenamiento en general que pueden
derivarse del incumplimiento individual de la norma. Este juicio de proporcionalidad no suele
resultar sencillo. Si la admisión de la concreta objeción de conciencia provoca perjuicios no
fácilmente reparables para los derechos de terceros o pone en tela de juicio la vigencia general
del Derecho en términos no tolerables, habrá que concluir que resulta procedente el sacrificio
de la conciencia del objetor.

Cara a dilucidar la imprescindibilidad del sacrificio habrá que indagar la posibilidad de una conducta
sustitutoria. El derecho legal de una embarazada a abortar en los casos así previstos no puede
ceder si sólo existe una persona capaz en ese momento de prestarle los servicios a los que
legalmente tiene derecho. La posibilidad real de su sustitución por otro facultativo nos llevaría a
la solución contraria.

IV. APLICABILIDAD DE LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA A LA ASIGNATURA DE EDUCACIÓN


PARA LA CIUDADANÍA

Al entrar en este epígrafe, he de reconocer ante todo mis dudas y perplejidades. Apuntaré tan
solo alguna reflexión, consciente como soy de que no piso aquí un terreno firme.

Entiendo que no cabe discusión acerca de la posibilidad de que los padres objeten el adoctrinamiento
de sus hijos menores en temas de formación de la conciencia individual, impartiendo los centros
escolares por mandato legal una determinada concepción ética de la vida.

Sin embargo me surgen muchas dudas acerca de los casos concretos. Con carácter general
opino que a los padres podrá gustarnos mucho, poco o nada que el Estado imponga una
asignatura de estas características. Pero cuando -llevado de mi lógica deformación profesional-
intento indagar en los contenidos impuestos por la LO 2/2006, de Educación, me encuentro tan
sólo con su art. 2, que señala unos fines a los que -en general- nada puedo objetar. Y cuando
me enfrento con sus tres Reales Decretos de desarrollo (el 1513/2006, de 7 de diciembre, para
la educación primaria, el 1631/2006, de 29 de diciembre, para la ESO, y el 1467/2007, de 2 de
noviembre, para el bachillerato, sólo detecto en el segundo de ellos algunas referencias a la
necesidad de que la escuela "ayude" a la formación de la conciencia de los escolares. Resulta
patente que la formación de la conciencia es tarea primordial de los padres, pero negar que los
centros escolares coadyuvan a ello, lo diga o no la ley, me parece obvio.

Por otra parte, no encuentro en la ley ni en su normativa de desarrollo (al menos a nivel nacional)
ninguna orientación concreta que abone por la enseñanza de una ideología de género ni por la
relativización de la conciencia de los escolares. Sin duda la ley puede interpretarse en ese sentido,
pero entiendo que puede orientarse en sentido exactamente contrario.

En definitiva, concluyo que el sentido de la ley dependerá en una manera decisiva de la interpretación
que de la misma se haga por los centros de enseñanza. En mi caso concreto, he encomendado
la labor educativa de mis 4 hijos a un centro concertado religioso cuyo ideario básicamente
comparto, y de cuyos profesores en principio me fio. Si no fuera así, eligiría otro colegio. Así las

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

cosas, no acabo de ver por qué debo estar más intranquilo por el hecho de que mis hijos cursen
una asignatura de educación para la ciudadanía que porque les enseñen filosofía, ética o biología.
Sinceramente no creo que deba estar más atento a esta asignatura que a la educación sexual
que ya reciben mis hijos en el colegio.

Para terminar, dos observaciones:

1. Como ocurrió con el farmacéutico que pretendía negarse a suministrar la píldora post-coital,
no creo que muchos de los padres que objetan estén realmente legitimados para ello.

2. Mucho me temo que en algunos sectores se está trivializando un tema tan importante como
es la objeción de conciencia mediante la recogida indiscriminada de firmas, como si de una
proposición de ley se tratase o como si se intentara por esta vía (que considero inadecuada)
orquestar un movimiento de desobediencia civil.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
José Carlos González Vázquez
Profesor Titular de Derecho Mercantil
Universidad Complutense de Madrid

1. Quisiera iniciar esta breve comunicación escrita con un agradecimiento y dos disculpas. El
agradecimiento al profesor Ollero Tassara, maestro y amigo, por haber tenido la gentileza y
generosidad de invitarme a participar en esta Jornada organizada por la Fundación “Ciudadanía
y Valores” que preside. Las disculpas, en primer lugar, por ser posiblemente el interviniente con
menos títulos para participar en una Jornada como ésta, que aglutina a tantos y tan cualificados
expertos en materia de derechos fundamentales y, muy señaladamente, en materia de objeción
de conciencia y desobediencia civil. Sólo la gran amistad que me une con el que fuera mi profesor
en la Universidad de Granada hace casi 25 años explica la presencia de un mercantilista en este
foro y, por ello, ruego la indulgencia del lector. En segundo lugar, pido también disculpas por
haber entregado mi intervención escrita con posterioridad a la celebración de la Jornada, lo cual,
sin embargo, explica las referencias que realizaré a cuatro recientes resoluciones judiciales que
-aunque en aquel momento aun no habían visto la luz- considero de gran trascendencia ya que
vienen a resumir de forma casi perfecta las dos posiciones doctrinales que se plasmaron en la
Jornada del pasado 28 de noviembre y que, por otra parte, son bien conocidas desde hace
tiempo.

2. La interesante ponencia presentada por el profesor y magistrado D. Pablo Lucas Murillo de la


Cueva, como marco para las intervenciones del resto de participantes en esta Jornada, creo que
expresa a la perfección esa dualidad de posturas que ha tenido también reflejo en la propia
jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional.

Por un lado, tendríamos la posición doctrinal que considera que la objeción de conciencia es una
manifestación concreta de la libertad de conciencia reconocida en el art. 16 de nuestra Carta
Magna (STC 15/1982, F.J. 6º), de tal manera que forma parte del contenido del derecho
fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido en dicho precepto (STC 53/1985), por
lo que existe y puede ser ejercido sin necesidad de interpositio legislatoris, como sucede en
nuestro ordenamiento jurídico señaladamente con el derecho a la objeción de conciencia del
personal sanitario respecto del aborto, reconocido por nuestro más Alto Tribunal a pesar de haber
sido ignorado por el legislador español al despenalizarlo parcialmente. Algunos autores incluyen
dentro de esta misma posición otros pronunciamientos jurisprudenciales que, en aplicación del
derecho fundamental a la libertad ideológica, han eximido en determinados supuestos a algunas
personas del cumplimiento de algunos deberes específicos (STC 177/1996 y STC 101/2004,
haciendo valer la denominada vertiente negativa del derecho a la libertad ideológica, reconociendo
a un militar y a un policía nacional el derecho a no cumplir una orden de participar en actos
religiosos; STS de 23 de abril de 2005 (F.J. 5º), reconociendo el derecho a la objeción de conciencia
del farmacéutico a la dispensación de la píldora anticonceptiva postcoital, a pesar de existir una
norma de la Junta de Andalucía que le obligaba a ello).

Por otro lado, el mismo Tribunal Constitucional ha afirmado, en otros pronunciamientos distintos,
que el derecho a la objeción de conciencia no es un derecho fundamental en sentido estricto
(STC 160/1987) sino “un derecho constitucional autónomo” (STC 161/1987), de forma que la
libertad ideológica reconocida en el mencionado art. 16 CE no sería base suficiente para amparar
una exención del cumplimiento de deberes legales, siendo necesaria la mediación del legislador

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

para que su reconocimiento concreto en cada caso sea efectivo. Para los partidarios de esta
posición la única objeción de conciencia reconocida en nuestra Constitución es la relativa al
servicio militar obligatorio (arts. 30.2 y 53.2 CE) y el único supuesto “añadido” por el Tribunal
Constitucional es el relativo al aborto, sin que los demás supuestos citados puedan encuadrarse
en un pretendido derecho general a la objeción de conciencia, negando dicho derecho en algún
caso concreto (STC 216/1999 relativo al deber de formar parte de un jurado).

Creo que la postura de nuestro ponente puede encuadrarse, con más o menos matizaciones,
en esta segunda posición: la objeción de conciencia reconocida positivamente es la del art. 30.2
CE -y la del aborto, jurisprudencialmente- y para los demás supuestos de posible conflicto moral
o de conciencia “pueden alcanzarse soluciones aceptables a partir del juego que ofrecen otros
derechos sin necesidad de acudir a o propugnar la construcción de uno general a la objeción
de conciencia” (pág. 8).

3. Desde mi punto de vista –como ya he advertido, de jurista no experto en estos temas- la


cuestión sigue abierta, sin que pueda decirse que el Tribunal Constitucional haya fijado en esta
materia –como en tantas otras- una doctrina uniforme y coherente que nos permita afirmar con
certeza si, en nuestro ordenamiento jurídico, existe o no un reconocimiento constitucional a la
objeción de conciencia que vaya más allá del aborto y el servicio militar y que pueda ser ejercido
sin necesidad de reconocimiento previo por el legislador ordinario.

Como hemos visto, hay base jurisprudencial para mantener –como hace el Auto de Tribunal
Superior de Justicia de Cataluña, precisamente de 28 de noviembre de 2007, en relación con
la objeción de conciencia a la asignatura obligatoria de EpC- que “pese que el recurso contencioso-
administrativo especial tiene como premisa la afirmación de la existencia de un derecho constitucional
general a la objeción de conciencia como derivado de la libertad ideológica… no se aprecia en
la Constitución el reconocimiento de derecho alguno con aquel carácter para negarse al
cumplimiento o sometimiento de obligaciones o prestaciones, siendo más bien el tenor de la
doctrina constitucional recaída el contrario” (F.J. 2º).

Pero no es menos cierto que también existe base jurisprudencial para sostener –como ha hecho
la reciente Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía de 4 de marzo de 2008,
también en relación al ejercicio del derecho frente a la asignatura de EpC- que “la objeción de
conciencia forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa
reconocido en el art. 16.1 CE y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la
Constitución es directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales”
(F.J. 3º), reconociendo ese derecho en el caso concreto.

Igualmente, a pesar de denegar el derecho a la objeción de conciencia en el caso concreto, la


Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, de 11 de febrero de 2008 –también en
relación con la mencionada asignatura de EpC- se encuadra en la posición favorable al
reconocimiento del derecho a la objeción en base al art. 16.1 CE y, por tanto, más allá del estricto
supuesto recogido en el art. 30.2 CE, o al menos eso nos ha parecido deducir de su lectura. En
efecto, frente a las alegaciones del abogado del Estado y del letrado del Principado de Asturias
de que no existe un derecho constitucionalmente protegido a la objeción de conciencia superior
a un deber impuesto normativamente, la Sentencia declara que la jurisprudencia constitucional
citada para sustentar esa opinión se refiere al servicio militar y la prestación social sustitutoria,
que nada tiene que ver con el supuesto de hecho, añadiendo que “el derecho a la objeción de
conciencia por razones ideológicas o religiosas ha sido admitido por el Tribunal Constitucional,
en la sentencia N.º 53/1985 de 11 de abril… y en la sentencia 177/1996 de 11 de noviembre
en la que se argumenta que… junto a esta dimensión interna, esta libertad, al igual que la
ideológica del propio artículo 16.1 de la C.E., incluye también una dimensión externa de "agüere
licere” que faculta a los ciudadanos para actuar con arreglo a sus propias convicciones y
mantenerlas frente a terceros”. (sentencias del T.C. 19/1985, Fdo. 2.º, 120/1990 Fdo. 10 y
137/1990, Fdo. 8.º)… Por último el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo en
las recientes sentencias de 29 de junio y 9 de octubre de 2007 dictadas en las demandas N.º

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

1547/2002 y 1448/2004, formuladas por ciudadanos noruegos contra el Reino de Noruega y


ciudadanos turcos contra la República de Turquía, sobre enseñanzas de determinadas asignaturas
ha venido a reconocer la objeción de unas asignaturas de contenido obligatorio” (F.J. 4º). No
obstante, no se reconoce en derecho porque “al encontrarse el procedimiento ayuno de toda
prueba, se desconoce el contenido de las asignaturas a cuya enseñanza se oponen y con ello,
las enseñanzas que se entienden contrarias a la libertad ideológica pues resulta patente que el
mero enunciado de una determinada asignatura, no afecta a derecho fundamental alguno, por
lo que la supuesta vulneración de derechos fundamentales, sólo es predicable del acto concreto
de las enseñanzas de las asignaturas que afectasen a su libertad ideológica o religiosa” (F.J. 5º).

Deberá ser, pues, el Tribunal Supremo, en primer término, y previsiblemente el Tribunal Constitucional
con posterioridad quienes terminen por resolver esta evidente contradicción jurisprudencial,
decantándose por una u otra posición, lo cual tendrá una enorme trascendencia más allá del
concreto supuesto (objeción a la asignatura EpC), pues obligará al Tribunal a posicionarse con
claridad por una de las dos interpretaciones –también contradictorias– que parece pueden
deducirse de su jurisprudencia sobre la materia.

4. En mi opinión, la clave está en la forma de concebir la objeción de conciencia. Si se la concibe


–como se afirma en la ponencia (págs. 7, 11)– como una excepción, como todo derecho
excepcional debe interpretarse de forma restrictiva y ello nos aboca a afirmar que no existe más
que cuando es expresamente reconocido por el legislador (STC 161/987, F.J. 2º). Si, por el
contrario, se le concibe como verdadero derecho fundamental recogido en el art. 16 CE, su
ejercicio no puede ni debe concebirse como “trato de excepción frente a un deber general” (pág.
7), sino como algo normal, como algo fisiológico y no patológico, en otras palabras, como regla
en vez de como excepción a la regla.

Así visto, pierde consistencia el perjuicio que se desprende de ciertas afirmaciones de la doctrina
científica y de la jurisprudencia constitucional sobre el “peligro” que puede engendrar para el
sistema la admisión de un derecho a la objeción de conciencia de carácter general (“apertura
de puntos de controversia de muy difícil o imposible superación”, pág. 10 de la ponencia).
Simplemente, como por otra parte sucede con cualquier otro derecho, su ejercicio está lógicamente
limitado por la existencia de otros derechos, valores y principios con los que puede entrar en
conflicto y que, en consecuencia, exigirán, en cada caso concreto, una correcta ponderación de
los valores e intereses en juego para admitir o no, según las circunstancias y condicionamientos
concretos, su ejercicio. Por supuesto, además, y de nuevo como cualquier otro derecho, debe
evitarse el abuso del mismo para escapar del cumplimiento debido de deberes o prestaciones
legales sin justificación alguna.

En este sentido, nuestra postura es favorable a una interpretación amplia del derecho a la objeción
de conciencia, sin lugar a dudas desde una perspectiva de lege ferenda y con alguna duda desde
una perspectiva de lege lata. En todo caso, y al margen de que se opte por una o por otra
postura y que dicha opción se sostenga de lege lata o de lege ferenda, lo que sí creemos que
es un grave error es la afirmación de que “la objeción de conciencia con carácter general… no
está reconocido ni cabe imaginar que lo estuviera en nuestro Derecho o en Derecho alguno,
pues significaría la negación misma de la idea de Estado” (STC 161/1987, F.J. 2º), “so pena de
vaciar de contenido los mandatos legales” (SSTC 160/1987, 161/1987, 321/1994, entre otras).
Antes al contrario, considero que lejos de debilitar al Estado o de crear inseguridad, el reconocimiento
de este derecho, tutelando a la minoría discrepante por razones éticas o de conciencia, no vendría
sino a fortalecer al sistema, evitando conflictos y mejorando, en consecuencia, la paz social y la
calidad de nuestro Estado de Derecho. Y prueba de ello es que dicho reconocimiento legal
expreso existe para varios supuestos (práctica del aborto, formar parte de un jurado, celebración
de matrimonios homosexuales, etc.) en diversos ordenamientos jurídicos de nuestro entorno y,
de forma significativa, en el art. II-70 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea, conforme a la cual deben interpretarse los derechos fundamentales recogidos en
nuestra Constitución por imperativo de su art. 10.2.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

5. Por último, querría realizar tres consideraciones finales de orden técnico. La primera referida
a la conveniencia o no de una regulación legal y general del derecho a la objeción de conciencia.
En la ponencia se afirma que no sería la mejor solución, por varias razones de las que
respetuosamente discrepo. En primer lugar -se dice- porque originaría múltiples pretensiones de
reconocimiento que originarían controversia ¿Es eso acaso algo indeseable? Yo considero que
no. Es más, ello conllevaría un debate social y político que acabaría con una regulación sustentada
por la mayoría parlamentaria, donde se acogerían los supuestos socialmente típicos que se
consideraran dignos de tutela y se rechazarían los que mayoritariamente se consideraran indignos
de ella por falta de justificación seria o por considerar prioritaria la tutela de algún otro derecho,
principio o valor jurídico. En segundo lugar, porque “nunca se llegaría a recoger todas las posibles
formas de manifestación”. Es evidente. Es más, pretenderlo sería de una ingenuidad sólo
comparable con la de los codificadores decimonónicos. Como en tantos otros ámbitos del
derecho, la cuestión puede resolverse con una cláusula general que acompañe a los supuestos
típicos recogidos en la ley sin pretensión de exhaustividad, debiendo ser los tribunales los que
concreten en cada caso dicha cláusula general. En tercer lugar, porque “se daría carta de
naturaleza a una forma de eludir el cumplimiento de deberes”. No podemos compartir este
vaticinio, salvo que se realizara una pésima labor legislativa (posibilidad ésta digna de ser tenida
en cuenta, dada la cada vez peor técnica legislativa con que se elaboran las leyes en nuestro
país). Un regulación adecuada, prudente y ponderada del derecho a la objeción de conciencia
introduciría seguridad jurídica y pondría coto a los intentos de abuso o de expansión irracional,
al concretar los presupuestos o requisitos generales para su ejercicio, el procedimiento adecuado
para el mismo y los contrapesos necesarios (por ejemplo, prestación sustitutoria) para evitar
desequilibrios o perjuicios al interés u orden público e, indirectamente, desincentivar un ejercicio
abusivo o en fraude de ley. Con todo ello no quiero decir que considere conveniente su regulación
o desarrollo legal, sino simplemente que no me convencen las razones expuestas para defender
lo contrario. Precisamente, el marcado casuismo que inevitablemente acompaña a esta materia
puede aconsejar dejar en manos de nuestros Tribunales el ir concretando los supuestos en que
la objeción de conciencia merece ser tutelada (por ejemplo, STC 53/1985) y aquellos en que
dicha tutela no se encuentra justificada (como ha sucedido en la reciente Sentencia del Tribunal
Supremo de 28 de diciembre de 2007, en relación con la objeción al deber legal de formar parte
de una mesa electoral, la cual, sin negar el derecho a la objeción de conciencia como manifestación
del derecho fundamental a la libertad ideológica, considera que “el artículo 16.1 C.E., que establece
y ampara la libertad ideológica, no choca con el desempeño del cargo electoral que conforme
a ley le fue asignado, ya que ello no le impide asumir o profesar cualquier opción en el campo
de las ideas y del pensamiento, e incluso, prescindir del ejercicio del derecho de sufragio activo
o pasivo” (F.J. 2º)).

La segunda cuestión técnica que quería comentar gira en torno a la legitimación activa para el
ejercicio del derecho a la objeción de conciencia –dicho sea de paso, esta sería, por ejemplo,
una de las cuestiones que podría dejar perfectamente clara una regulación legal del derecho-.
El requisito legitimador, desde nuestro punto de vista, sólo puede consistir en que el deber u
obligación respecto de la cual se objeta sea susceptible de serle exigido al objetor, aunque en el
momento de ejercer el derecho de objeción aún no lo haya sido. En este sentido, el Auto de 28
de noviembre de 2007 del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, antes mencionado, acierta
cuando considera que no existía legitimación activa para ejercer el derecho respecto de un alumno
que cursaba 2º de Bachillerato, curso en el que no se impartía la asignatura EpC, pero se equivoca
de plano –en nuestra opinión- cuando también considera “la petición extemporánea por anticipada”
respecto de una alumna de 5º de Primaria, porque no le sería impartida hasta el curso siguiente.
Es más, antes que extemporáneo, el ejercicio anticipado respecto del momento de exigencia del
deber legal facilita que dicho ejercicio no redunde en perjuicio de otros intereses en juego (como
la correcta previsión con antelación suficiente del número de objetores para programar el mejor
cumplimiento de una prestación sustitutoria o el mejor cumplimiento del deber legal por otra
persona distinta –piénsese en materias como el aborto, el desfile procesional con miembros del
ejercito o de la policía o el deber de formar parte de un jurado-) y, por ello, es incluso, desde
nuestro punto de vista, un ejercicio más cívico o de buena fe, si cabe, que el ejercido en el preciso
momento de serle exigido el cumplimiento del deber.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

La tercera y última precisión técnica que querría realizar, está en relación con el reconocimiento
legal expreso que la objeción de conciencia en materia sanitaria -farmacéutica y/o en relación
con el llamado testamento vital- está teniendo en la legislación de algunas Comunidades Autónomas
y no, en cambio, en la de otras. No parece que tenga el menor sentido que, en una materia de
tal trascendencia (tanto si se le considera un derecho constitucional autónomo como si le
considera parte del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa), se ostente o se deje
de ostentar el derecho a la objeción de conciencia en función de la Comunidad Autónoma en
la que se resida, lo cual parece que podría incluso considerarse como una conculcación del
principio de igualdad recogido en el art. 14 CE. En nuestra opinión, es muy discutible que el art.
148.1.21º CE, al permitir que las Comunidades Autónomas asuman competencias en materia
de “Sanidad e higiene”, habilite a éstas a legislar sobre el derecho a la objeción de conciencia,
máxime cuando es competencia exclusiva del Estado la regulación de las “bases y coordinación
general de la Sanidad” y la “legislación sobre productos farmacéuticos” (art. 149.1.16º CE) y,
sobre todo, “la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los
españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales”
(art. 149.1.1º CE). Por tanto, el hecho de que no esté regulado en muchas Comunidades no
puede interpretarse, en nuestra opinión, como una negación del derecho a los residentes en
ellas, sino simplemente como que dicha manifestación concreta del derecho a la libertad ideológica
carece de regulación concreta en cuanto a la forma y requisitos de ejercicio en dichas Comunidades
frente a las que sí lo han previsto expresamente.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

ALGUNAS RAZONES EN FAVOR DE LA EXISTENCIA


DE UN DERECHO FUNDAMENTAL A LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA
EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO ESPAÑOL
Isidoro Martín Sánchez
Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado
Universidad Autónoma de Madrid

La naturaleza jurídica de la objeción de conciencia y su posible reconocimiento como derecho


fundamental en nuestro ordenamiento jurídico es una cuestión polémica.

Como es sabido, en la legislación española, además el reconocimiento constitucional de la


objeción al servicio militar Artículo 30,2 de la Constitución., se encuentran reconocidos en la normativa
autonómica algunos supuestos de objeción de conciencia en el ámbito sanitario. Tales son los
casos de la objeción al cumplimiento de las instrucciones previas Artículo 5,3 del Decreto 168/2004,
de 10 de septiembre, del Consell de la Generalitat de Valencia; artículo 3,3 de la Ley 3/2005, de 23 de mayo,
de la Comunidad de Madrid; artículo 5 del Decreto 80/2005, de 8 de julio, de la Comunidad Autónoma de
Murcia; artículo 20,2 de la Ley 3/2005, de 8 de julio, de la Comunidad Autónoma de Extremadura; artículo
7,4 de la Ley 9/2005, de 30 de septiembre, de la Comunidad Autónoma de la Rioja; artículo 6 de la Ley
1/2006, de 3 de marzo, de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares. y la denominada objeción
farmacéutica Artículo 5,10 de la Ley 8/1998, de 16 de junio, de ordenación farmacéutica de La Rioja;
artículo 6 de la Ley 5/1999, de 21 de mayo, de ordenación farmacéutica de Galicia; artículo 17,1 de la Ley
5/2005, de 27 de junio, de ordenación del servicio farmacéutico de Castilla-La Mancha.. Por su parte, el
Tribunal Constitucional ha reconocido el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales
sanitarios a la práctica del aborto Sentencia del Tribunal Constitucional 53/1985, de 11 de abril, FJ 14..
Esta situación legislativa y jurisprudencial plantea el problema del reconocimiento de otros
supuestos de objeción, cuestión íntimamente vinculada con la naturaleza de esta figura jurídica.

Al enfrentarse con esta cuestión, el Tribunal Constitucional ha mantenido dos posturas difícilmente
conciliables. En un primer momento, sostuvo el criterio de considerar la objeción de conciencia
como un derecho reconocido en nuestro ordenamiento no sólo explícitamente en el artículo 30,2
de la Constitución, sino también implícitamente con carácter general en cuanto especificación
de las libertades garantizadas en el artículo 16,1 del mismo texto legal Sentencia del Tribunal
Constitución 15/1982, de 23 de abril, FJ6..

Asimismo, y en virtud de entender la objeción como una concreción de la libertad ideológica, el


Tribunal Constitucional al examinar la objeción de conciencia al aborto –no reconocida explícitamente
en la Constitución- proclamó su naturaleza de derecho fundamental y por ello la posibilidad de
su alegación directa sin necesidad de desarrollo legislativo Sentencia del Tribunal Constitucional
53/1985, de 11 de abril, FJ14..

Sin embargo, posteriormente, el Tribunal Constitucional pasó a mantener una postura profundamente
distinta. Según esta nueva postura, el Tribunal Constitucional considera, en primer lugar, la objeción
como un derecho autónomo, aunque relacionado con las libertades religiosa e ideológica Sentencia
del Tribunal Constitucional 161/1987, de 27 de octubre, FJ3.. En segundo lugar, entiende que no existe
en nuestro Derecho un reconocimiento de la objeción de conciencia con carácter general Sentencia
del Tribunal Constitucional 161/1987, de 27 de octubre, FJ3.. Consecuencia lógica de esta afirmación
es que no cabe admitir más objeciones que las expresamente reconocidas en la Constitución
o en una ley ordinaria Sentencias del Tribunal Constitucional 161/1987, de 27 de octubre, FJ3; 321/1994,
de 28 de noviembre, FJ4.. Por último, en razón de toda esta argumentación, el Tribunal Constitucional
ha calificado a la objeción de conciencia como un derecho constitucional, no fundamental, debido

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

a su naturaleza excepcional Sentencia del Tribunal Constitucional 160/1987, de 27 de octubre, FJ3..

Ante esta jurisprudencia, diversos autores, negando la existencia de un derecho general a la


objeción de conciencia en nuestro ordenamiento, han tratado de buscar una explicación coherente
a las dos posturas mantenidas por el Tribunal Constitucional.

Así, para algunos, la sentencia del Tribunal Constitucional 161/1987, de 27 de octubre, constituiría
la regla genérica y las restantes Sentencias del Tribunal Constitucional 15/1982, de 23 de abril; 53/1985,
de 11 de abril. se referirían a manifestaciones específicas de la objeción de conciencia. Según este
criterio, en el ordenamiento español no existe un derecho fundamental a la objeción de conciencia
sino un reconocimiento del mismo –como un derecho constitucional- a concretos deberes legales
Cfr. Navarro-VAlls, R.; Martínez-Torrón, R., Las objeciones de conciencia en el Derecho español y comparado,
Madrid, 1997, p. 23..

A nuestro juicio, si se considera la objeción de conciencia como un derecho constitucional


autónomo –el cual requiere por tanto una ley específica para su ejercicio- resulta difícil admitir
que, como ha afirmado el Tribunal Constitucional, algunas de sus manifestaciones sean una
concreción de las libertades reconocidas en el artículo 16,1 de la Constitución y por ello, al tener
la naturaleza de un derecho fundamental, sean alegables directamente Sentencias del Tribunal
Constitucional 15/1982, de 23 de abril, FJ8; 53/1985, de 11 de abril, FJ14..

Desde un punto de vista similar, tras manifestar que la objeción debe ser expresamente reconocida
por ley o por el Tribunal Constitucional, se ha entendido que este Tribunal –cuando ha declarado
que “la objeción de conciencia forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad
ideológica y religiosa reconocido en el artículo 16,1 de la Constitución” Sentencia del Tribunal
Constitucional 53/1985, de 11 de abril, FJ14.- se estaba refiriendo sólo al caso del aborto y no a otros
supuestos Cfr. Romeo Casabona, C.M., El Derecho y la Bioética ante los límites de la vida humana, Madrid,
1994, pp. 131-132..

En nuestra opinión, esta postura doctrinal tendría que aclarar satisfactoriamente la razón por la
que en el caso del aborto, la objeción forma parte del contenido del derecho garantizado en el
artículo 16,1 de la Constitución y no en otros supuestos. Además, esta teoría olvida que el Tribunal
Constitucional, en el caso concreto de la objeción de conciencia al servicio militar, declaró que
“puesto que la libertad de conciencia es una concreción de la libertad ideológica que nuestra
Constitución reconoce en el artículo 16, puede afirmarse que la objeción de conciencia es un
derecho reconocido explícita e implícitamente en el ordenamiento constitucional español” Sentencia
del Tribunal Constitucional 15/1982, de 23 de abril, FJ6..

Finalmente, cabe mencionar la opinión que sostiene la existencia en nuestro ordenamiento de


diversos supuestos de objeción de naturaleza jurídica diferente y, por tanto, la imposibilidad de
dar una única respuesta a todos ellos En este sentido, cfr. Gómez Sánchez, Y., “Reflexiones jurídico-
constitucionales sobre la objeción de conciencia y los tratamientos médicos”, en Revista de Derecho Político,
n. 42, 1996, pp. 68-69.. Para esta opinión, la objeción de conciencia al aborto, en cuanto que no
se opone a ningún deber constitucional de carácter general, forma parte del contenido del derecho
reconocido en el artículo 16,1 de la Constitución y por ello es alegable directamente Cfr. Gómez
Sánchez, Y., “Reflexiones jurídico-constitucionales sobre la objeción de conciencia y los tratamientos médicos”,
cit., p. 70.. Por el contrario, la objeción al servicio militar es, según el derecho positivo, una exención
al cumplimiento de obligaciones constitucionales y por tanto no puede ser considerada como
una esfera de libertad individual Cfr. Gómez Sánchez, Y., “Reflexiones jurídico-constitucionales sobre la
objeción de conciencia y los tratamientos médicos”, cit., p. 70..

Según nuestro criterio, del hecho de que la objeción de conciencia al aborto no pugne con un
deber constitucional general no se deduce necesariamente que, sólo en este caso, la objeción
forme parte de las libertades garantizadas en el artículo 16,1 de la Constitución. Por otra parte,
sostener que el derecho positivo ha condicionado el reconocimiento de la objeción al servicio
militar como exención de un deber y no como una libertad individual está en contradicción con

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

la manifestación del Tribunal Constitucional, según la cual la interpositio legislatoris no significa


que el derecho a la objeción “sea exigible tan sólo cuando el legislador lo haya desarrollado”
Sentencia del Tribunal Constitucional 15/1982, de 23 de abril, FJ8.. Asimismo, se opone a la doctrina
mantenida por este mismo Tribunal el cual, refiriéndose a este supuesto de objeción, afirmó que
“los derechos fundamentales vinculan a todos los poderes públicos [...] y son origen inmediato
de derechos y obligaciones” Sentencia del Tribunal Constitucional 15/1982, de 23 de abril, FJ8..

En nuestra opinión se debe seguir sosteniendo, a pesar de la última postura mantenida por el
Tribunal Constitucional, la existencia en nuestro ordenamiento jurídico de un derecho general a
la objeción de conciencia de naturaleza fundamental, en cuanto forma parte de las libertades
garantizadas por el artículo 16,1 de la Constitución.

Y ello, por varias razones:

En primer lugar, el Tribunal Constitucional se ha referido con posterioridad a las sentencias 160
y 161/1987 Cfr. notas 7 y 10. a la objeción de conciencia –aunque sin mencionarla expresamente-
como un derecho fundamental incluido en la que ha denominado “vertiente negativa” de la libertad
religiosa. Así, en el caso de un miembro de las Fuerzas Armadas que se negó por razones de
conciencia a participar en una parada militar en honor de la Virgen de los Desamparados, siendo
sancionado por ello, el Tribunal Constitucional manifestó que la autoridad militar “vulneró la vertiente
negativa de su derecho fundamental a la libertad religiosa” Sentencia del Tribunal Constitucional
177/1996, de 11 de noviembre, FJ11..

En un supuesto similar de negativa de un policía a tomar parte en un desfile procesional de


carácter religioso, el Tribunal Constitucional reiteró que “al no dispensar al recurrente de hacerlo,
las Resoluciones de la Dirección General de la Policía y la posterior Sentencia del Tribunal Superior
de Justicia de Andalucía, que las confirma, han lesionado su derecho a la libertad religiosa, por
lo que procede otorgar el amparo, reconociendo su derecho a no participar, si ese es su deseo,
en actos de contenido religioso” Sentencia del Tribunal Constitucional 101/2004, de 2 de junio, FJ4..

Por su parte, el Tribunal Supremo ha reconocido la objeción de conciencia farmacéutica apelando


a la naturaleza de la objeción como derecho fundamental. En este sentido, afirmó que el contenido
constitucional de la objeción de conciencia forma parte de la libertad ideológica reconocida en
el artículo 16,1 de la Constitución (STC n. 53/88), en estrecha relación con la dignidad de la
persona, el libre desarrollo de la personalidad (artículo 10 de la CE) y el derecho a la integridad
física y moral (artículo 15 de la CE) y el derecho a la integridad física y moral (artículo 15 de la
CE) [... y por ello] no excluye la reserva de una acción en garantía de este derecho para aquellos
profesionales sanitarios con competencia en materia de prescripción y dispensación de
medicamentos” Sentencia del Tribunal Supremo, de 23 de abril, de 2005, FJ5..

En segundo lugar, este reconocimiento debe tener, evidentemente, las garantías del artículo 53,2
de la Constitución en cuanto derecho fundamental basado en el artículo 16,1 del texto constitucional.
De no ser así, nos encontraríamos con que la objeción al aborto –de acuerdo con lo manifestado
por el Tribunal Constitucional sobre su naturaleza de derecho fundamental de alegación directa-
sí tendría estas garantías procesales de las que, por el contrario, carecerían los demás supuestos.
Situación, a todas luces, carente de sentido.

En tercer término, el rechazo de un derecho general a la objeción de conciencia y el mantener


que el derecho a la objeción sólo es factible cuando esté reconocido por una norma, hace muy
difícil la comprensión de su reconocimiento por el Tribunal Constitucional a los profesionales
sanitarios en el supuesto del aborto, en virtud de su consideración como un derecho fundamental.
De acuerdo con la doctrina del Tribunal Constitucional en este supuesto, si se niega la naturaleza
de derecho fundamental de la objeción no se concibe cual es la razón en virtud de la cual cabe
su admisión en este caso, que no está expresamente reconocido en norma alguna, y no en
otros. Ni tampoco se entiende por qué sólo unos determinados ciudadanos tienen derecho a
oponerse a una concreta prestación profesional, sin esperar el reconocimiento legal del mismo,

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

mientras que a los demás les está vedada esta posibilidad.

Finalmente, a la vista del reconocimiento por la normativa autonómica de la objeción farmacéutica


y a las instrucciones previas, cabe decir que es absurdo que unas Comunidades Autónomas
reconozcan la objeción de conciencia en estos supuestos y otras no.

Por todo ello, debe mantenerse el reconocimiento en nuestro sistema jurídico de un derecho
general, de carácter fundamental, a la objeción de conciencia implícito en el artículo 16,1 de la
Constitución. Este reconocimiento no comporta que la libertad de conciencia deba prevalecer
siempre sobre el deber objetado ni, por tanto, admitir la posibilidad de eludir el cumplimiento de
los deberes jurídicos de acuerdo con el libre arbitrio individual. Supone simplemente que, en el
supuesto de la negativa a cumplir un deber jurídico por motivos de conciencia, el problema
planteado deberá resolverse, mediante un adecuado juicio de ponderación, como un caso de
colisión entre la norma que reconoce el derecho y aquélla que prescribe el deber. Es decir, como
un caso de límites al ejercicio de un derecho fundamental En este sentido, cfr. Gascón Abellán, M.,
Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, Madrid, 1990, pp. 300 y ss.; Prieto Sanchís, L., “El derecho
fundamental de libertad religiosa”, en I.C. Ibán, L. Prieto Sanchís, A. Motilla, Manual de Derecho Eclesiástico,
Madrid, 2004, p. 81.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Javier Martínez-Torrón,
Catedrático de Dº Eclesiástico del Estado
Universidad Complutense de Madrid

I. Suele decirse que la desobediencia civil es diversa de la objeción de conciencia, porque la


primera es una insumisión política al derecho, con la finalidad de disparar el mecanismo represivo
social y crear así una reacción en cadena que, presionando sobre la mayoría, lleve a la reforma
del ordenamiento. La objeción, en cambio, sería el incumplimiento de un deber jurídico motivado
por la existencia de un dictamen de conciencia, cuya finalidad se agota en la defensa de la
moralidad individual, renunciando a cualquier estrategia de cambio político o de búsqueda de
adhesiones. Sin embargo, en la práctica, encontramos comportamientos formalmente ilegales,
públicamente sostenidos, organizados no raramente en movimientos de masas, y evidentemente
orientados a un cambio de legislación, que son conceptualizados por sus mismos protagonistas,
por la sociología jurídica, e incluso por el lenguaje jurisprudencial como formas de objeción de
conciencia. Dicho de otro modo, no pocos fenómenos de desobediencia civil encuentran su
origen y fundamento en el rechazo del individuo, por motivos de conciencia, a someterse a una
conducta que en principio sería jurídicamente exigible.

La objeción de conciencia es una cuestión de elevada relevancia constitucional. No es un tema


sólo ‘vagamente jurídico’, ni exclusivamente aplicable al ámbito del servicio militar obligatorio, en
virtud del art. 30.2 CE. Se trata de una de las manifestaciones de un derecho constitucional de
porte más amplio, la libertad de conciencia. Las objeciones de conciencia son algo muy distinto
de una pretendida y extemporánea ‘actuación contra legem’ enraizada en razones éticas de
validez sólo individual. Su conexión con la libertad de conciencia ha sido expresamente afirmada
por nuestro Tribunal Constitucional hace ya más de veinte años (STC 53/1985), y reconocida
también por la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, cuyo art. II-70 se
refiere de manera conjunta a la “libertad de pensamiento, de conciencia y de religión” y al “derecho
a la objeción de conciencia”. Su reconocimiento se encuentra también implícito en los documentos
internacionales que tutelan la libertad de pensamiento, conciencia y religión, que incluye el derecho
a la “práctica” de la propia religión o convicciones. En suma, hablar de objeción de conciencia
es referirse a una parte ‘normal’ del ordenamiento jurídico (una parte de singular importancia,
además: los derechos fundamentales), y no a una excepción al mismo que sólo requeriría
acomodación cuando insoslayables razones de orden político así lo requiriesen.

Es importante advertir que en la objeción de conciencia ofrece dos características que no pueden
dejar de influir en su tratamiento jurídico, al menos cuando se intenta una regulación de este
fenómeno social desde la perspectiva de la máxima protección posible de los derechos
fundamentales. La primera de ellas es que el objetor se encuentra ante un grave conflicto interior:
o se somete a la norma jurídica, o bien a la norma ética que invoca su propia conciencia individual
y que se le presenta con carácter de ley suprema. La consecuencia inmediata es que existe una
importante carga moral sobre esas personas, abocadas a elegir entre desobedecer a la ley o
desobedecer a su conciencia. La segunda característica es la enorme variedad posible de
objeciones de conciencia derivada de que la objeción de conciencia, aunque pueda tener raíces
en creencias religiosas institucionalizadas, es un fenómeno esencialmente individual. Es la
conciencia de cada persona la que, desde su autonomía como individuo, genera el conflicto con
una concreta obligación jurídica. De ahí la dificultad de su regulación estrictamente en el plano
legislativo y la necesidad de su tratamiento jurisprudencial, exista o no una regulación legislativa

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

de determinados supuestos de objeción.

II. Hay dos planteamientos fundamentales respecto a cómo debe abordarse el tratamiento jurídico
de las objeciones de conciencia: el legalismo y el equilibrio de intereses.

La perspectiva legalista parte de un doble presupuesto: el legislador siempre tiene razón, y el


núcleo del ordenamiento jurídico se reduce a la ley (“la ley es todo el derecho y la ley es toda
derecho”). Cualquier conflicto entre ley y conciencia ha de resolverse siempre en favor de la
primera. Lo contrario implicaría el riesgo de inseguridad jurídica, de una ‘pulverización’ del orden
jurídico, en la medida en que las normas generales estarían a expensas de las opciones —
imprevisibles, y no siempre razonables— de cada conciencia individual. La libertad religiosa y de
conciencia sólo protegería contra aquellas leyes que fueran dirigidas a restringir la religión en
general, o alguna religión o creencias en particular. Pero, si se trata de una ley ‘neutral’, es decir,
de una ley que persigue objetivos seculares legítimos, las excepciones al cumplimiento de las
obligaciones legales que impone sólo pueden ser concedidas por la propia ley. En otras palabras,
la objeción de conciencia a un imperativo legal sólo sería legítimamente esgrimible a través de
la interpositio legislatoris: cuando fuera expresamente admitida por el legislador.

El planteamiento del equilibrio de intereses, por el contrario, procede originariamente de un derecho


jurisprudencial como el norteamericano. Su centro de gravedad no es tanto mantener intangible
la legislación formal cuanto la búsqueda del mayor grado de protección posible para la libertad
de religión, de pensamiento y de conciencia. De ahí que la objeción de conciencia no se considere
como una excepción tolerada a la regla general que —según la mitología positivista— absorbería
en sí misma todo el contenido de la justicia. Al contrario, la libertad de conciencia es un valor
constitucional en sí misma, y por tanto una regla, no una excepción a la regla. La objeción, por
ello, no es contemplada con desconfianza, como una actitud evasiva respecto al orden jurídico,
sino que es analizada al hilo de su conflicto con otros intereses jurídicos representados por la
ley.

Mi posición es netamente favorable al equilibrio de intereses. Entre otras causas, porque se


fundamenta en un análisis mucho más preciso —más realista— de los hechos. En efecto, el
legalismo se basa, conscientemente o no, sobre cierta distorsión de la realidad.

En primer lugar, las leyes llamadas habitualmente ‘neutrales’ no son tan neutrales. Aunque
persiguen un fin secular legítimo, toda norma tiene un fundamento ético más o menos visible,
y más o menos próximo según los casos. Normalmente, ese fundamento ético de la norma
corresponde a una serie de valores aceptados mayoritariamente en una sociedad determinada,
por lo que, de ordinario, la norma no entrará en conflicto con la conciencia de la mayoría de la
población, modelada según la corriente o corrientes religiosas o ideológicas más influyentes y
extendidas. Pero no sería extraño que sí chocara con la conciencia de opciones religiosas o
ideológicas minoritarias. Descartar a priori, sin más, la posibilidad de argüir objeción de conciencia
contra esa norma implica, de hecho, una potencial discriminación contra las minorías religiosas
que no comparten esos valores.

En segundo lugar, la idea del automático predominio de la ley neutral sobre la libertad de conciencia
se basa sobre un análisis equivocado de los intereses jurídicos que se hallan en juego, aduciendo
que la libre conciencia es un interés legítimo, pero individual o privado, y por tanto debe ceder
ante el interés público representado por la ley. Frente a ello, conviene recordar que la libertad de
conciencia no es meramente un interés individual o privado: al ser un derecho fundamental, su
protección es, en todos los casos, un interés público del máximo rango —sea cual fuere su
repercusión social. Por otro lado, hay que distinguir los casos de objeción que han generado un
movimiento de desobediencia civil de aquellos otros en que los objetores no pretenden que la
ley sea derogada, sino solamente ser eximidos de su cumplimiento. En estos últimos, el verdadero
interés público en conflicto no es el interés general derivado de la finalidad perseguida por la ley
en cuestión, sino aquel que consiste en mantener la aplicación sin fisuras de una norma legal,
al cien por cien, sin exención alguna. Téngase en cuenta, además, que, en principio, la tutela del

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

ordenamiento jurídico a la libertad de conciencia no está condicionada por cuáles sean los valores
éticos presentes en cada conciencia individual, de igual manera que el Estado no condiciona la
protección de la libertad de expresión a cuáles sean las ideas defendidas por cada ciudadano.
Lo que se pretende con esos derechos fundamentales es la salvaguarda de ámbitos individuales
de autonomía —y en su caso también colectivos—que constituyen elementos necesarios del
pluralismo democrático, y en los cuales cualquier injerencia ha de ser cuidadosamente justificada.
En tercer lugar, atribuir al sistema del equilibrio de intereses el riesgo de ‘pulverización’ del orden
jurídico no deja de ser una notable exageración. No se trata de defender una primacía automática
de la objeción de conciencia, de signo opuesto a la primacía automática de la ley neutral. Como
todo derecho fundamental, el ejercicio de la libertad de conciencia tiene sus límites (vid. art. 16
CE, art. 3.1 LOLR, y art. 9.2 CEDH). De lo que se trata es de analizar con precisión los intereses
jurídicos en conflicto para determinar, ad casum, cuál de ellos debe prevalecer. Por neutral que
una norma legal aparezca prima facie, su imposición contra los dictados de la libre conciencia
es una restricción de un derecho fundamental. Y, según el art. 9.2 CEDH, sólo son legítimas
aquellas restricciones que, estando “previstas por la ley”, pueden considerarse “medidas necesarias
en una sociedad democrática”. Es decir, aquellas medidas que —según la jurisprudencia de
Estrasburgo— responden a una “necesidad social imperiosa”. En última instancia, lo que persigue
el procedimiento del equilibrio de intereses es obligar al Estado a justificar cumplidamente que
resulta necesaria la aplicación sin quiebra de una ley, sin exención alguna posible para quienes
alegan el derecho fundamental a la libertad de conciencia.

Junto a las razones precedentes, todavía podría mencionar un cuarto argumento de política
legislativa contra las posiciones estrictamente legalistas en esta materia. Aunque los objetores
de conciencia se oponen al cumplimiento de algunos preceptos legales, normalmente son
personas de elevados estándares morales. Son habitualmente buenos ciudadanos, quieren
continuar siéndolo, y quieren continuar siendo considerados como tales. Aparte de las razones
jurídicas antes indicadas, endurecer la aplicación de la norma legal sin una razón poderosa no
es, probablemente, la mejor política.

III. El tipo de análisis de las objeciones de conciencia que aquí se propugna se basa en la idea
de que un Estado de derecho es al mismo tiempo un Estado de derechos, con la consecuencia
de que los poderes públicos están obligados a procurar una adaptación razonable a los deberes
de conciencia de los ciudadanos, en la medida en que no se perjudique un interés público
predominante. Naturalmente, ese deber de adaptación no depende de lo ‘razonable’ o menos
de una determinada objeción en el contexto de una sociedad determinada, ni de la simpatía o
temor que pueda despertar. El análisis jurídico de cada objeción, siguiendo el procedimiento del
equilibrio de intereses, ha de realizarse con independencia del contenido concreto de las creencias
invocadas por el objetor: ya sean éstas ‘razonables’ o no, típicas o atípicas, estrictamente individuales
o con el claro refrendo institucional de una confesión religiosa. Así lo reclama la neutralidad ética
del Estado, que implica una ausencia de juicio sobre qué es lo moralmente correcto, excepto
en aquellas cuestiones que afectan a los principios éticos que fundamentan el orden jurídico, y
especialmente el orden constitucional.

Análogas razones explican que la protección de la libertad de conciencia del objetor haya de ser
la misma independientemente de que sus creencias sean religiosas o no. Es universalmente
admitido que la libertad de conciencia es un derecho primordialmente individual que comprende
tanto las actitudes positivamente religiosas como las inspiradas en posiciones ateas o agnósticas.
El hecho de que la objeción de conciencia esté respaldada por un credo institucional religioso
no le otorga de suyo un plus de protección respecto al objetor ateo o agnóstico, aunque sí puede
considerarse como un elemento de prueba respecto a la sinceridad de la objeción (es decir, la
prueba de que no se alega la objeción fraudulentamente, con la simple intención de evitar un
gravamen legal).

Desde la perspectiva del equilibrio de intereses, la tutela jurídica de las objeciones de conciencia
no precisa, en rigor, de su específico reconocimiento legislativo. Al constituir una manifestación
del derecho constitucional a la libertad de conciencia, y al ser la Constitución una norma

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

directamente aplicable, su protección bien puede llevarse a cabo en sede judicial aunque no se
haya producido, para un tipo concreto de objeción, la interpositio legislatoris. Siendo clara la
posibilidad —y la necesidad— de la tutela judicial de las objeciones de conciencia, es también
indudable la utilidad de su regulación por vía legislativa en un sistema como el español, perteneciente
a una tradición jurídica todavía fuertemente impregnada de positivismo legalista. Tener respaldo
legislativo daría a muchos jueces un ‘sentido de seguridad’ que no encuentran en la Constitución.
De manera que el reconocimiento explícito del legislador vendría a ser una garantía del estatuto
jurídico de los objetores de conciencia, en la medida en que subsanaría los efectos negativos
de una posible actitud legalista por parte de algunos tribunales. En todo caso, la responsabilidad
de los jueces en esta materia no puede ser sustituida por la legislación, que por su naturaleza
es menos ágil y flexible, y sólo podría limitarse a los supuestos de objeción de conciencia que
han adquirido una cierta difusión social.

En relación con este tema se encuentra la cuestión de hasta qué punto resulta necesario que
la ley, cuando reconoce la legitimidad de una objeción de conciencia, establezca una prestación
sustitutoria. De suyo, la prestación sustitutoria no es esencial al reconocimiento de cualquier clase
de objeción de conciencia. Esto es algo que pertenece a la lógica misma de los derechos
fundamentales, cuyo ejercicio, naturalmente, no grava a la persona con un plus de obligaciones
legales. La prestación sustitutoria tiene sentido cuando resulta precisa para garantizar dos objetivos:
la tutela del principio de igualdad y evitar —en lo posible— el fraude de ley. Es decir, cuando se
impone al objetor un gravamen que tiende a igualar su posición con la del resto de los ciudadanos
que se somete a la norma. O cuando se pretende disuadir a potenciales pseudo-objetores de
alegar inexistentes motivos de conciencia para liberarse de un deber legal.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Agustín Motilla
Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado
Universidad Carlos III de Madrid

1. Introducción

No creo que las presentes líneas contribuyan a iluminar gran cosa esta compleja cuestión de la
objeción de conciencia y la desobediencia civil, cuyo reconocimiento representa un auténtico
banco de prueba de la amplitud con que el Estado de Derecho reconoce los derechos individuales
de las personas. Ni soy especialista en la materia, ni la reducida extensión del escrito –siguiendo
los consejos de los organizadores del evento- dan para más que hilvanar unas cuantas ideas y
reflexiones sobre el particular. Dicho lo cual he de explicar el motivo principal que me ha llevado
a acometer las presentes líneas: mi agradecimiento por la invitación a estar presente en iniciativas
como la del Seminario organizado por la Fundación “Ciudadanía y Valores” que considero, por
mi experiencia y trayectoria personal como profesor universitario, sumamente útiles para nosotros
los profesores, tan inclinados al vicio de pontificar desde nuestra “torre de marfil”. En verdad animo
a la Fundación a continuar con ésta y otras actividades similares que contribuyan a elevar, desde
el estudio sereno y la argumentación razonada, el nivel de la discusión sobre problemas jurídicos
de trascendencia, como éste de la objeción de conciencia, que frecuentemente los medios de
comunicación afrontan de manera frívola y banal.

Dicho lo cual me referiré sólo a dos cuestiones sobre las que, de manera algo desorganizada y
apresurada, aludí en mi intervención oral en el Seminario del 25 de octubre. Mi deseo es matizar
algún aspecto de la misma, o completar mi exposición con las sugerencias y reflexiones que
expresaron otros participantes a lo largo de la sesión vespertina.

2. Sobre la naturaleza de la objeción de conciencia

Pese a mi admiración por la persona y el magisterio del ponente, el profesor Jiménez de Parga,
y mi reconocimiento a la claridad y acierto de la exposición que desarrolló en el Seminario, no
comparto sus conclusiones sobre la naturaleza de la objeción de conciencia. Si no le entendí
mal, Jiménez de Parga consideraba la objeción de conciencia como un derecho humano general,
cuyo reconocimiento en el Derecho español se realiza por la vía indirecta de la ratificación y
consiguiente aplicación en España de las convenciones y tratados internacionales sobre derechos
humanos. Siendo así, sitúa su fundamento constitucional en el derecho a la dignidad humana
del art.10 de la Constitución Española, que constituye, junto a otros valores del ordenamiento, el
fundamento del orden político y de la paz social. Ante estos razonamientos, y partiendo de la
base de lo discutible que es la cuestión, he de manifestar mi discrepancia por los motivos que
se enumerarán a continuación:

1º No creo que puedan contraponerse derechos humanos a derechos fundamentales constitu-


cionales. También estos últimos son derechos humanos. Se podría hablar de un género –los
derechos humanos- construido a lo largo de un proceso histórico en el que la filosofía política y
jurídica precisó aquellas exigencias de la persona que son anteriores al Estado y, por tanto, deben
ser reconocidas por éste. Las formulaciones universales de los mismos que se contienen, a partir
de la tragedia de la II Guerra Mundial, en la DUDH y otros tratados y convenciones sobre la materia,
constituyen la etapa última –y más problemática- en el reconocimiento de los derechos humanos.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

“Derechos Fundamentales” es, en nuestro ordenamiento, la denominación que la Constitución


Española da a algunos de esos derechos humanos que considera deben tener una protección
reforzada en el Derecho español –delimitada en el art.53 de la Constitución Española-. Son, por
tanto, la positivación constitucional de los derechos humanos básicos en orden a su tutela
preferente. Otros derechos humanos que aparecen en las convenciones internacionales ratificadas
por España no incluidos en el Título I de la Constitución Española no tienen la consideración de
derechos fundamentales, pero sí pueden ser invocados ante los tribunales por los cauces
ordinarios.

2º Derivar el carácter de “Derecho Fundamental” de la objeción de conciencia de su entronque


con el derecho a la dignidad humana de la que habla el art.10 de la Constitución Española, creo
que no es una construcción ni acertada ni útil:

- La dignidad de la persona es el fundamento moral y filosófico, la base en la que histórica y


conceptualmente se sustentan los derechos humanos –y asimismo los derechos fundamentales
de la Constitución Española y otros derechos individuales reconocidos en este texto-. Pero
considero que no puede hablarse de un hipotético “derecho a la dignidad humana” –no veo
cómo puede articularse como tal derecho en sí mismo considerado y en su reclamación ante
los tribunales-, sino que, como fundamento de los derechos humanos –recordemos que la
Constitución Española lo denomina fundamento del orden político y de la paz social- actúa a
través del haz de derechos, plurales y de contenido diverso, que son reconocidos, como expresión
de las exigencias de libertad de la persona, en nuestro ordenamiento positivo y en el orden
internacional.

- Por lo demás, el entronque de la objeción de conciencia con la dignidad humana no le otorgaría


a aquélla los cauces de protección especial a los que se refiere el art.53,2 de la Constitución
Española, por cuanto quedan reservados a los derechos fundamentales de la Sección 1ª del
Capítulo II, así como a la igualdad del art.14 y a la objeción de conciencia al servicio militar del
art.30, quedando el art.10 fuera de ellos.

3º Coincido con el sector doctrinal que considera la objeción de conciencia como una manifestación
de la libertad ideológica, religiosa y del culto, que facultaría al individuo a actuar según su propio
juicio moral resistiéndose al cumplimiento de la ley cuando ésta suponga, según su criterio, una
vulneración de la conciencia personal. Así fue estimada por el Tribunal Constitucional, por ejemplo
en las STC15/1982 y 53/1985, y en este sentido cabe interpretar las convenciones internacionales
cuando se refieren conjuntamente a”la libertad de pensamiento, conciencia y religión”. La vinculación
de la objeción de conciencia al derecho fundamental de libertad ideológica, religiosa y de culto,
reconocido en el art.16,1 de la Constitución Española, sí le aportaría la protección especial a la
que se refiere el art.53,2 del mismo texto legal.

4º La consideración de la objeción de conciencia como un derecho fundamental derivado del


derecho de libertad ideológica la sometería al límite genérico del orden público protegido por la
ley, cuyos elementos constitutivos son, a tenor del art.3,1 de la Ley de libertad religiosa, “la
protección de los derechos de los demás al ejercicio de las libertades públicas y derechos
fundamentales, así como la salvaguarda de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública
... en el ámbito de una sociedad democrática”. El equilibrio entre la tutela de la conciencia moral
de las personas y la tutela de los valores que contiene la ley que se rechaza, las repercusiones
para los derechos de terceros, el perjuicio social de la actitud del objetor, etc., son factores que
el juez debe valorar en el proceso de ponderación. Como en otros conflictos en la materia de
los derechos humanos, donde, como si de un puzzle se tratara, se deben acomodar pretensiones
distintas intentando no sacrificar radicalmente ninguna, la resolución de este poliédrico juego de
espejos es fundamentalmente casuístico, y, por tanto, difícil de someter a reglas generales. Pero
en principio cabe afirmar que, según ha señalado Prieto Sanchís, cuando el deber se establece
en beneficio del propio sujeto debe prevalecer la libertad de conciencia; pero si el fin es proteger
el derecho de las personas o intereses de convivencia, es la obligación legal la que debe
salvaguardarse.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

3. Sobre una hipotética ley o leyes reguladoras de la objeción de conciencia

Coincido con la mayoría que, conceptuándose la objeción de conciencia como una excepción
–por motivos de conciencia- al cumplimiento de una ley general, su regulación genérica pondría
en cuestión otro fundamento del orden político del que habla el art.10 de la Constitución Española,
“el respeto a la ley” y, con ello, el entero aparato del Estado de Derecho.

Más dudosa me parece la cuestión sobre si es conveniente la regulación sectorial de determinadas


objeciones de conciencia.

Por un lado, de la experiencia que se puede extraer de la única objeción de conciencia regulada
en nuestro ordenamiento, la referida al servicio militar obligatorio, independientemente de que su
regulación sea amplia o estrecha, el mero reconocimiento de su virtualidad se traduce en despojar
de parte de su fuerza coactiva del deber de servir a la patria con las armas declarado en la
Constitución Española. En términos generales, con la posibilidad de objetar de la norma legal se
inicia un deslizamiento del carácter imperativo del mandato de la ley, que le conduce hacia la
facultatividad en la imposición del deber que contiene. Los controles previstos por la propia ley
que reconoce la objeción se convierten en la práctica en puros trámites formales, insuficientes
para evitar el fraude. La razón es obvia: existe una dificultad per se, si no imposibilidad, de fiscalizar
la veracidad de los motivos del juicio interno de conciencia.

Por otro, también creo que la regulación legal de supuestos ya consolidados a través de la doctrina
jurisprudencial, como el de la objeción de conciencia al aborto del personal sanitario, tratando
aspectos como el procedimiento para declarar la objeción, los sujetos que pueden objetar, la
actividad que resulta susceptible de plantear la omisión, o los límites de la propia objeción, sería,
según declara la ya citada STC 53/1985, de singular interés –y en este sentido han procedido,
regulando explícitamente la cláusula de la objeción al aborto, numerosos Estados de la Unión
Europea–. Dos diferentes motivos pueden argüirse a favor de la regulación de esta específica
objeción de conciencia a la práctica del aborto:

1º Ayudaría a resolver los distintos supuestos que se presenten en la realidad sin que recayera
toda la responsabilidad en el criterio de los jueces que, por otro lado, pueden sentenciar de
diferente modo situaciones análogas con el riesgo de conculcar la igualdad en la aplicación de
los derechos fundamentales.

2º La regulación contribuiría a delimitar y facilitar lo que, en palabras de la STC 53/1985, es “el


deber del Estado de garantizar que la realización del aborto se lleve a cabo en las condiciones
médicas adecuadas para la salvaguardia del derecho a la vida y a la salud de la mujer” –o, en
otros supuestos de objeción de conciencia, la salvaguardia de los derecho y valores sociales que
entran en colisión con el ejercicio de la objeción de conciencia–.

Tal vez estas reflexiones, más llenas de dudas que de certezas, puedan servir para ampliar los
campos de debate en torno a ésta interesante cuestión de la objeción de conciencia.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Isabel María de los Mozos Touya
Universidad de Valladolid

Plantear una reflexión conjunta sobre la objeción de conciencia y la desobediencia civil supone,
necesariamente, asumir el muy oportuno objetivo de distinguir entre una cosa y otra. Identificarlas
puede llevar a planteamientos maximalistas y erróneos, por no percibir los matices necesarios.
Además, en este momento, esa identificación resulta un poco interesada, porque sirve para
tergiversar el debate sobre la asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC) y para descalificar
a sus objetores, asemejando su postura a la de quienes ejercen una desobediencia civil, en el
mejor de los casos.

Sin embargo, mientras la desobediencia civil no es más que una “medida de fuerza”, la objeción
de conciencia es un auténtico derecho fundamental. Ambas tienen algo en común, pero se
diferencian notablemente en su definición y manifestaciones (1), y en su fundamento (2). A modo
de conclusión, a la vista de todo ello, en el caso de EpC hay que hablar de objeción de conciencia
y no de desobediencia civil (3).

1.- DEFINICIÓN Y MANIFESTACIONES.

1. Objeción de conciencia y desobediencia civil tienen en común una genérica discrepancia de


los ciudadanos, obligados a distintos deberes públicos, con el Poder público que los impone o
exige.

2. En la desobediencia civil esa discrepancia no tiene por qué referirse directamente, ni en todo,
al deber mismo que se incumple, sino a algo relacionado con él. Es el caso de una huelga salvaje,
o el de manifestar y ejecutar la negativa a pagar impuestos, porque lo que se quiere expresar
es una discrepancia con lo que hace la empresa con el trabajo del huelguista, o con lo que hace
el Poder público de turno con los impuestos del contribuyente. No están de acuerdo y, como
medida de fuerza, para que se sepa y se note, desobedecen. Sin embargo, no deja de ser un
incumplimiento del deber de comunicar la huelga y/o asegurar los servicios mínimos, o del deber
de contribuir a los gastos públicos que, en ambos casos, lleva aparejadas unas sanciones que
la mera desobediencia no ignora, ni tampoco elude. Se trata justo de colocarse en una situación
más gravosa para denunciar públicamente algo, y que alguien tome el relevo de su efectiva
defensa política o, incluso, jurídica. Se trata de medidas “drásticas” y llamativas, medidas de
presión.

3. Sin embargo, en el caso de la objeción de conciencia, el objetor discrepa directamente y por


completo con el deber que se le pretende imponer y, además, esa discrepancia es el resultado
de su individualidad, de su propia concepción de lo que le rodea, de sus creencias, de su propia
conciencia moral. Se produce entonces un choque entre el deber público y la conciencia moral
que, por definición, es subjetiva. Ello sin perjuicio de que exista también una moral objetiva, es
decir, una respuesta sobre lo bueno y lo malo, que nos es dada y que se funda en la naturaleza
de las cosas y, por ello, también en la naturaleza común de todos los hombres, es decir, en la
ley natural, “inscrita en nuestros corazones”, para poder identificarla desde nosotros mismos
como realidad dada que nos trasciende y es, a la vez, nuestra y ajena.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Por tanto, se trata de una discrepancia que es, al mismo tiempo, una manifestación concreta
del contenido esencial de la libertad ideológica y, por ello, también religiosa, reconocida por el
art.16 de la Constitución española vigente (CE). Tal es el caso, de la objeción de conciencia a la
práctica del aborto -dentro de los supuestos y plazos despenalizados penalmente- por parte de
los facultativos de centros sanitarios públicos; el de los farmacéuticos que se niegan a dispensar
la llamada píldora del día después; el de los pacifistas que objetaban la prestación del servicio
militar obligatorio; y, también, es el caso de los padres o tutores, profesores, titulares de centros
privados y directores de centros públicos que, según la situación de cada uno, se opongan a
que sus hijos o pupilos reciban la asignatura obligatoria de EpC, o a que esta asignatura sea
impartida.

4. En definitiva, mientras la desobediencia civil es una medida de fuerza (en principio, antijurídica),
la objeción de conciencia es un derecho fundamental de libertad, que excluye cualquier sanción
jurídica (STC 177/1996 y STC 101/2004) e, incluso, sirve para no incriminar penalmente al objetor
(STC 154/2002) y, además, puede ser ejercido sin mediación de la ley (STC 53/1985).

2.- FUNDAMENTO.

1. El fundamento de la desobediencia civil está en las exigencias de un compromiso personal,


socialmente cualificado, que puede llevar a algunos a desobedecer preceptos legales de forma
ostensible, asumiendo las consecuencias correspondientes, para denunciar una injusticia colectiva,
o para poner en entredicho y desautorizar ciertos criterios políticos o de oportunidad. Por ello, la
desobediencia civil tampoco es únicamente un recurso al pataleo injustificado y antisocial. Es
un comportamiento arriesgado y motivado, por lo que, como tal, tiene algo de heroico y elogioso.

2. El fundamento de la objeción de conciencia es ya jurídico y, por tanto, más concreto. Está


implícitamente positivizado, al más alto nivel normativo, justificado por la jurisprudencia constitucional
y, además, amparado por la propia naturaleza de las cosas Cabe entender que la objeción de
conciencia está íntimamente vinculada al derecho a la identidad personal del art.18.1 CE, que
es una forma abreviada de aludir al derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la
propia imagen. Pues, en último término, el art.18.1 CE es la vertiente subjetiva del contenido
objetivo de libertad, reconocido formalmente por el art.16 CE, del mismo modo que el art.15 CE
es su propio soporte material, y que el art.17 CE supone su reconocimiento efectivo, en cuanto
proyección real de la libertad personal, específicamente reconocida por la Constitución en distintos
ámbitos, como el de la libertad de expresión o el de la libertad en la enseñaza institucionalizada
(donde se reconoce el derecho a la educación en libertad). En definitiva, el derecho a la identidad
personal es el presupuesto subjetivo de la libertad ideológica y religiosa, porque ésta se ejerce
desde aquél, que es el que da unidad a las llamadas por la doctrina francesa “libertades del
espíritu” o “libertades espirituales”.

El fundamento jurídico positivo está implícito en el art.16.1 y 2 CE, respectivamente, en su doble


dimensión, externa -“agere licet”- e interna -no declarar sobre la propia ideología-, como ha
argumentado el Tribunal Constitucional español (STC 120/1990). El único límite a la dimensión
positiva de este derecho a la objeción de conciencia es el orden público protegido por la ley.

Sin embargo, ese orden público, entendido como “el orden político y la paz social” del art.10.1
CE, se fundamenta en la dignidad de la persona y en los derechos que le son inherentes, por
lo que ninguna ley puede llegar a desconocer la libertad ideológica, ni el resto de tales derechos,
so capa de orden público. Y esto es precisamente lo que significa también el art.53.1 CE, que
las libertades públicas y los derechos fundamentales están garantizados frente al legislador mismo,
por su propio contenido esencial (art.53.1 CE). Por tanto, en teoría, cualquier conflicto que exista
entre una ley y la libertad ideológica, debería resolverse con total normalidad, mediante el derecho
a la objeción de conciencia que está implícito en esa libertad. Por ello, NAVARRO VALLS considera
que este derecho a objetar es un mecanismo de defensa de las minorías de cualquier sociedad
de un Estado de Derecho.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Según ha recordado GABALDÓN LÓPEZ, la jurisprudencia constitucional española declaró


tempranamente, que el derecho a la objeción de conciencia forma parte del derecho fundamental
a la libertad ideológica del art.16 CE, destacando lo siguiente: se trata de un derecho “directamente
aplicable en materia de derechos fundamentales” (STC 15/1982); sólo puede apoyarse “en un
sistema de pensamiento coherente y suficientemente orgánico y sincero” (STC 161/1987); no
se trata de cualquier actitud capaz de relativizar los mandatos jurídicos, “como quería evitar el
Tribunal” (STC 160/1987); y, además, el propio Tribunal Constitucional ha reiterado que este
derecho a la objeción de conciencia puede aplicarse directamente, sin necesidad de ley que lo
regule específicamente, y que en tales casos viene eximir del cumplimiento de deberes legales,
“incluso tan exigentes como los de la disciplina militar” (STC 177/1996 y STC 102/2004).

3. Finalmente, como ha sugerido OLLERO TASARA, el derecho a la objeción de conciencia cobra


especial protagonismo con el positivismo, cuando el Derecho se divorcia de la Moral objetiva.
Entonces, imagino que la Moral, expulsada de lo jurídico, se subjetiviza y vuelve a hacerse presente
para combatir el Derecho amoral, ajeno a la razón natural. Pues, “non auctoritas faciat ius, sed
veritas”.

3.- CONCLUSIÓN: CABE LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA ANTE EpC.

La discrepancia entre la moral subjetiva de los que ejercen el derecho a la educación o la libertad
de enseñanza, con la programación de los contenidos de esta asignatura se produce, desde el
momento en que tales contenidos inciden –al menos, en gran parte- en lo que es objeto propio
de la libertad ideológica, con independencia de su desarrollo o interpretación concreta. Es decir,
el objeto de conocimiento de esta asignatura es también objeto de la propia libertad ideológica,
en su mayor parte. Por tanto, las materias que la integran pueden ser abordadas desde distintas
perspectivas ideológicas y, derivadamente, morales, porque su contenido no es pacífico, ni neutral.

Es muy oportuno recordar aquí la STC 5/1981, donde se afirmaba expresamente que “todos
los profesores de los centros públicos están obligados a renunciar a cualquier forma de
adoctrinamiento ideológico, única actitud compatible con el respeto a las familias que no han
elegido para sus hijos centros docentes con una orientación ideológica explícita”. Porque, como
sostenía NAVARRO VALLS, “es evidente que lo predicado de los profesores es aplicable a los
propios centros y al legislador”, que ha establecido ahora esta asignatura ideológica de EpC.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Andrés Ollero
Catedrático de Filosofía del derecho
Universidad Rey Juan Carlos (Madrid)

Toda ley -basta analizar la exposición de motivos de turno...- constituye un intento de contribuir
a ajustar (configurar justamente) las relaciones sociales. En consecuencia, una ley injusta es -
en términos estrictamente jurídicos- una pésima ley.

Los positivistas abandonaron después de la posguerra lo que ellos mismos han acabado llamando
críticamente 'positivismo ideológico': la idea de que el derecho positivo, por el simple hecho de
haber sido puesto, genera una obligación moral de obediencia. Por 'válido', lo consideran
jurídicamente obligatorio, pero admiten que moralmente cada cual podrá adoptar al respecto la
opinión que prefiera. Esta escisión entre obligación moral y jurídica es de problemático encaje
en un planteamiento iusnaturalista. Resulta notorio, por otra parte, que el derecho cumple una
función 'normalizadora' -a veces más que coactiva- al homologar determinadas conductas. La
querencia a considerar como 'normal' lo no prohibido lleva a legitimar moralmente lo despenalizado;
o incluso a convertirlo en algo tan justo como para servir de fundamento a un novedoso derecho.

Todo ello invita a recordar la importancia de someter a crítica toda norma jurídica desde un
determinado concepto de lo justo y lo bueno. Muchos lo hacen con frecuencia al aproximarse
un debate legislativo, pero tienden a olvidarse de ello en dos fases no menos cruciales: el debate
cultural previo, capaz de restar apoyo social a la luego polémica iniciativa legislativa, y el debate
social y jurídico posterior, capaz de orientar la interpretación y el efectivo alcance de la norma.

Entre las medidas que contribuyen a mantener vivo el debate sobre una norma ya promulgada
figura la objeción de conciencia. Personalmente arranca del imperativo moral de negarse a
cooperar al mal. Jurídicamente, implica la solicitud de un trato excepcional por motivos de
conciencia, que permita sustraerse a los imperativos de la norma. El respeto a estas solicitudes
de objeción, con las lógicas garantías que eviten su trivialización, se ha erigido hoy en síntoma
distintivo de los ordenamientos jurídicos de los países mas democráticos. El Tribunal Constitucional
español vinculó ya en 1985 la objeción de conciencia, con motivo de la despenalización del
aborto, al derecho fundamental de libertad ideológica y religiosa; la consideró en consecuencia
directamente ejercible aun en el supuesto de que la correspondiente ley no la hubiera específicamente
reconocido. Tanto por exigencia moral personal como por su impacto sobre el debate social
latente al respecto, el recurso a la objeción debe ser frecuente cuando la legislación ignora
exigencias de justicia; sin que el temor a complicaciones o represalias pueda con facilidad excusar
de ello.

Para casos en que la solicitud de objeción no prosperara, surge una nueva figura, intermedia
entre ella y el discutido derecho de resistencia, que solía implicar el recurso a la violencia contra
quien ejercía tiránicamente el poder. Se trata de la desobediencia civil, que lejos de pretender una
excepción para sustraerse individualmente de la norma, opta por desobedecerla abierta y
públicamente, sometiéndose en consecuencia a su sanción. Se trata de una actitud testimonial
(martirial, incluso) por la que se pretende convertir la sanción generada por la ley en denuncia
de su evidente injusticia. Ejemplo reciente de ello tenemos en la actitud de los llamados 'insumisos'
al negarse a legitimar, a través de la llamada 'prestación social sustitutoria', el para ellos rechazable
servicio militar.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

El recurso masivo a la objeción de conciencia -y, en su caso, a la desobediencia civil- con ocasión
de una ley injusta, evitará que, una vez aprobada, se dé socialmente la cuestión por irreversiblemente
perdida y acabe normalizándose una conducta que no pocas veces las propias concepciones
morales socialmente mayoritarias rechazan. El derecho no lo 'pone', de una vez por todas, el
legislador, sino que se positiva día a día, a través de la interpretación de quienes lo aplican y de
las pautas sociales que le confieren o niegan efectiva vigencia.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y
DESOBEDIENCIA CIVIL
Teresa Palacios
Juez de la Audiencia Nacional

En primer lugar quiero dar las gracias por contar conmigo en la Fundación Ciudadanía y Valores
para participar en el Foro acerca de “Objeción de Conciencia y Desobediencia Civil”.

Si acepté fue en la idea no tanto de aportación alguna como la posibilidad que se me brindaba
de escuchar a los demás intervinientes, pues, he de confesar que se trata para mí de una cuestión
que no he conseguido tener las ideas claras en todos los aspectos afectantes a la “Objeción
de Conciencia”.

Cuando afirmo en todos los aspectos no me equivoco pues se extiende tanto a su consideración
como a su tratamiento.

Parto de la premisa de que la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico entrañan las
normas reguladoras de la convivencia social, Mínimo Indispensable, en que tanto en Protección
de los Derechos individuales como colectivos, se Fijan deberes en aras de aquella tutela y
prosecución de alcanzar la armonización, el orden y estabilidad De las relaciones humanas en
grupo. Responde la conciencia a la parcela más íntima del ser humano, en el sentido, que
conforma parte de su personalidad y quiere conducirse conforme a ella, sus dictados presiden
su comportamiento.

La conjugación de ese sentir, que a su vez se revela como conducta exteriorizada, con el cuerpo
legal-compendio de derecho, deberes, marca las reglas de convivencia a que atenernos.

El problema o la quiebra surge cuando uno de estos resulta ser incompatible con aquella otra,
colisionando mi determinación individual y personalísima con lo establecido, de común aceptación
y en los términos antes expuestos.

No estamos ante una disconformidad con lo impuesto por innecesario, desproporcionado o


hasta de parámetros ajenos a los ideales de justicia, aún que embutidos en una norma de la
que discrepándose se cumple y se acata por mor de esa idea de mínimo legal colectivo, no, es
que choca frontalmente con mi ser y sentir, es que me traiciono con su observancia; me posiciono
férreamente, mi patrimonio de esencia inherente a mí, todo uno, donde la fuerza interior que
genera en lo que creo y me conforma, no puede pasar por su trasgresión. Dibujo un panorama
de lucha interior y de tensión hasta emocional, pero es que esa es la mejor prueba de la
consistencia del posicionamiento fruto no del impulso, sino de la reflexión, la interiorización Y la
aflorada pugna surgida.

¿Qué hacer? Para ello, en un Estado Social y de Derecho, la pregunta es, ¿Qué cobertura legal
tengo?, ¿El objetar?, antes de dar un paso, en pos de no conducirse individualmente, lo primero
es la búsqueda del resquicio legal que concilie lo suscitado

Hablar de objeción de conciencia nos sitúa en el plano de la exoneración de un deber o el ejercicio


de un derecho, o mediante este último se incumple aquel.

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

Acudo a lo recogido en el artículo 10 de la Constitución Española “La Dignidad de la persona,


los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a
la Ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.

La conciencia, en definición de la Real Academia es “Propiedad del espíritu humano de reconocerse


en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en si mismo experimenta”, y a
conciencia “Dicese de las cosas hechas con solidez y sin fraude ni engaño”, y en conciencia
“Hecho de conformidad con ella”.

Es objeción “razón o dificultad que se presenta para combatir una afirmación o impugnar una
proposición”, es objetar “oponer reparos”.

En España solo tiene reconocimiento Constitucional en el artículo 30.2 la objeción de conciencia


en el ámbito militar, lo que a sensu contrario , significa un absoluto vacío de previsión en supuestos
distintos a ese, y además sujeta en el exclusivo caso a la Ley reguladora, que ya prefija “con las
debidas garantías”.

Así las cosas, la cuestión es que en ausencia o defecto, tal la descrita, no parecía quepa de plano
su alegación o invocación.

Ni que decir tiene que hasta la fecha se ha ido integrando la situación a título individual, sin caber
acogerse a Ley alguna, sino directamente al amparo del ejercicio de los derechos del artículo 16
del texto constitucional, o dicho de otro modo, ha sido ante el inexcusable cumplimiento de un
deber, la oposición o rotunda negativa a su observancia por personales e íntimos motivos de
libertad de creencias, religiosas o ideológicas, lo invocado para eludir aquél.

Entiendo que es de todo punto plausible el respaldo del Alto Tribunal, que no significa haber sido
siempre atendido, ante esa invocación. Dando respuesta en cada particular caso al conflicto que
a su través se ha generado, pero es lo trascendente que no disponiendo como arma legal expresa
la cobertura de una objeción de conciencia, no se ha dejado imprejuzgado lo instado, sino, al
revés, con resolución de fondo.

No se han sucedido innumerables casos pero si los suficientes, y que a su través, han ido
desvelándose criterios de esa Alta Instancia, hasta preguntarnos ¿Es el mecanismo adecuado?
e incluso ¿Ha de regularse la objeción de conciencia?

“Si se parte de que la objeción de conciencia está directamente anclada en un derecho fundamental
reconocido constitucionalmente, tendremos que ella misma es un contenido de ese ordenamiento
jurídico con el que se ha pretendido enfrentar”.

No son palabras mías, pero es clave para a su partir, encuadrar el conflicto que se suscite entre
ese derecho individual, su respeto, y aquel deber llamado a cumplir del que forma parte
íntegramente.

Parece que asusta se disponga de una previsión legal específica para la materia, siendo hasta
dudoso sea la solución adecuada, con lo que, suscitado el debate de actualidad en la sociedad
española, entiendo que la prudencia exige plantear sosegadamente la cuestión, en aras de dar
soluciones sólidas, de alguna manera constantes en el tiempo y por estrictas razones de seguridad
jurídica, evitar respuestas aventuradas y de cortas miras.
Así, sería conveniente, acudir al Derecho comparado, del que nos valiéramos sea en su vista y
por sus resultados, que nos permita concluir si es pertinente una regulación al efecto o seguir
por los derroteros del examen particular cada ocasión que surja al planteamiento hasta la última
palabra por el Tribunal Constitucional.

Considero que aunque he mantenido que puede tratarse del reverso del Derecho Fundamental
cabe se trata del ejercicio en toda su extensión y sin limitaciones del Derecho mismo, con toda

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OBJECIÓN DE CONCIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL Abril 2008

su grandeza y en expectación sea amparado y protegido el mismo, sin otra limitación evidentemente
que el que derive de la ponderación en conflicto con otros de idéntica contemplación e igual
estimación.

Este equilibrio de fuerzas además debe impregnar la sociedad, debe así dar cabida al pleno
desarrollo a título individual de cada miembro que lo compone y este convivir en comunidad, y
conforme a sus normas, y solo apartarse de estas a modo de “excepción”, esto es, ajeno ello a
la mera disconformidad y más próximo al rechazo interior, hasta quebrar su ser, para lo que
desde el íntimo convencimiento, su plena creencia inalterable encuentre la ajustada cobertura y
amparo.

La letra parece fácil, el discurso teórico, poético y hasta comprensivo, pero su desarrollo tampoco
puede poner en cuestión ese cuerpo jurídico que es la base por la que discurre esa aludida
convivencia.

La ponderación es equilibrio y garantía de la armonía, o ir dirigida a alcanzarla, en ello estriba la


cuestión, a fin de que sin resentirse el cuerpo social, el plano particular goce de la tranquilidad
de que también cabe su protección.

Mi preocupación se cierne más sobre este aspecto que sobre la denominada desobediencia civil
que quizás por vincularla al grupo e ir orientada a que la norma impuesta desaparezca parece
que por ser de varios, ese dato numérico da fuerza frente a la andadura silenciosa y muy reservada
por individualista del objetor que no busca ese efecto sino puntualmente hacer primar lo más
entrañable para él, indisoluble de su ser por inherente al mismo, frente a lo obligado que mas
que lo contrario, realmente lo quiebra.

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FUNDACIÓN CIUDANÍA Y VALORES

La Fundación Ciudadanía y Valores nace en agosto de 2006


como una organización de carácter privado, sin ánimo de
lucro, desvinculada de cualquier ideología política o grupo
empresarial, con el fin de promover la reflexión intelectual y el
debate público sobre las raíces morales, culturales y jurídicas
que sostienen la sociedad democrática occidental, fomentando
la creciente consideración de los derechos humanos en todos
los órdenes de la organización social, económica y política.

Dado su carácter independiente, la Fundación respeta las


libres opciones de las personas que colaboran en ella, evitando
que el deseable diálogo resulte bloqueado por polémicas
partidistas o por discrepancias ideológicas o confesionales,
para centrarse en los valores que fundamentan cualquier
sociedad democrática. Para ello parte de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, de las demás convenciones
internacionales en la materia suscritas por nuestro país, así
como de nuestra Constitución, que declara en su artículo 1.1
que "España se constituye en un Estado social y democrático
de Derecho, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el
pluralismo político".

Asimismo, pretende servir de foro de encuentro a profesionales


de distintas disciplinas y orientaciones, preocupados por
fundamentar unos valores permanentes y universales, impul-
sando su estudio y difusión, mediante un diálogo abierto y
sincero con todos.

La Fundación se organiza como un instituto de estudios


multidisciplinar, formado por ciudadanos comprometidos con
los valores enunciados y que desde su propio ámbito de
actuación profesional aporten ideas para la elaboración y
difusión pública de informes y reflexiones sobre temas de
particular relevancia social.

En síntesis, la Fundación Ciudadanía y Valores como institución


independiente, formada por profesionales de diversas áreas
y variados planteamientos ideológicos, pretende a través de
su actividad crear un ámbito de investigación y diálogo que
contribuya a afrontar los problemas de nuestra sociedad desde
un marco de cooperación y concordia que ayude positivamente
a la mejora de las personas, la convivencia y el progreso social.

63
Serrano, 27. 6º izq. 28001 Madrid Tel.: 91 183 83 70 Fax: 91 183 83 73 www.funciva.org

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