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El espacio y el tiempo en las nuevas formas de la

guerra y breves consideraciones de su proyección


sobre América Latina

por Pablo Augusto Bonavena

-I-

El espacio y el tiempo son dos dimensiones ineludibles a la hora de hablar de estrategia


y táctica militar, al punto que todas sus definiciones las involucran de alguna manera.
Esta realidad se hace presente, incluso, cuando comparamos paradigmas distintos según
el momento histórico de su formulación. Por ejemplo, Heinrich Dietrich von Bülow
definía a la estrategia como el conjunto de los movimientos militares más allá del alcance
de las armas (por ejemplo, del tiro del cañón) o de la visión del enemigo; asimismo,
entendía la táctica como los movimientos dentro del alcance de las armas enemigas o la
visión del contrincante. Vemos como las coordenadas espaciales son determinantes a la
hora de definir la estrategia y táctica. Pero el desplazamiento espacial se combina,
obviamente, con la variable temporal, ya que la movilización de los ejércitos supone una
distribución en el tiempo de los recursos de cada fuerza con ritmos, pausas, aceleraciones,
etc. Por ejemplo, la velocidad es un componente fundamental en la táctica, siendo la mejor
aliada de la sorpresa.
Estas dimensiones están presentes en las teorizaciones sobre la guerra desde el
Antiguo Oriente por el año V de nuestra era, en autores como Sun Tsé, Confucio o Wu
Tsé, al elevar a un nivel de principio la necesidad de considerar el “cielo” (factor tiempo) y
la tierra (factor geográfico/espacial) en la elaboración estratégica.1 Desde entonces,
prolongan su permanencia hasta el día de hoy.
Sin embargo su carácter invariante como factor, no implica que las concepciones
sobre el tiempo y el espacio no hayan cambiado a lo largo de la historia. En tal sentido, es
menester recordar que el espacio donde se desenvuelve la guerra se fue ampliando
históricamente. Por ejemplo, primero la tierra, luego el agua y finalmente el cielo fueron y
son las zonas donde transcurre la guerra o donde se podría desarrollar: los “teatros de
operaciones”. Asimismo, es importante considerar a la guerra como generadora de espacio.
Recordemos que la geografía crece junto a los ejércitos modernos y entre el discurso
geográfico y el estratégico es fácil observar “una circulación de nociones”.2 Volviendo a la
cuestión del tiempo, recordemos la formulación de los tipos de estrategia de acuerdo a esta
dimensión, citando a la “guerra relámpago”, o su contrario la “guerra prolongada”, donde
el espacio se suele subordinar a la variable tiempo (ceder terreno para ganar tiempo).
Más allá de las diferencias en la elaboración estratégica en el marco de las
coordenadas signadas por el tiempo y el espacio, podemos señalar la presencia de
elementos más o menos comunes. La existencia de un campo de batalla, un teatro de
operaciones delimitado, es uno de ellos. En realidad, estamos hablando de los parámetros
de la llamada guerra regular, por cuanto se establece entre Estados nacionales en un
territorio definido, generalmente en disputa. La delimitación clara también es un
atributo en relación al recorte temporal de la actividad beligerante. Supuestamente las
1
Sokolovski, V. Mariscal; Estrategia Militar. Ediciones Estudio. Buenos Aires, 1964. Página12.
2
Herodote; “Preguntas a Michel Foucault sobre la Geografía” en Foucault, Michel; Microfísica del
Poder. Editorial La Piqueta. Madrid 1979, pp.116. Véase en la misma dirección, de Lacoste, Yves; La
Geografía: Un Arma para la Guerra. Editorial Anagrama, Barcelona 1977.

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conflagraciones militares tienen, como mínimo, un principio y un fin, dictados al
comienzo por la formal declaración de la guerra y al cierre con la firma de un armisticio
o tratado de paz. Si bien la duración de la batalla es variable, lo deseable es siempre que
el triunfo sea rápido; pero independientemente de su extensión, la regularidad supone la
posibilidad de establecer claramente la apertura y la terminación de la misma.
En la matriz de la guerra regular, entonces, prevalece la necesidad de constituir
un espacio y un tiempo preciso para los combates, teniendo en cuenta una comparación
con un tipo ideal organizado sobre las siguientes determinaciones esenciales: la guerra
se hará en un campo, fuera de la ciudad (localización que es el correlato de una
economía de las riquezas alojadas en la trama urbana); deberá, asimismo, durar lo
menos posible (economía del tiempo correlato del costo financiero y moral de la
guerra). Estas prescripciones presionan a todos los ejércitos regulares, en tanto fuerzas
estatales, generando una lógica cooperativa de concepciones: son enemigos según
intereses contrapuestos, pero solidarios en el hecho de cómo concebir la guerra por
cuanto comparten ciertos parámetros generales sobre el ordenamiento social y su
reproducción.

-II-

“Los adversarios de la guerra de cuarta generación no son invencibles. Los podemos


dominar y derrotar…”. Esta frase, perteneciente al Coronel Max G. Manwaring, trata de
infundir esperanza frente a un problema que no encuentra, al menos por ahora, una
solución satisfactoria.3 La persistencia del inconveniente pone en crisis a las principales
potencias militares imperialistas. Las nuevas guerras no se amoldan a los parámetros
esbozados.
En efecto, a partir del fin de la “guerra fría”, se acentuaron profundos cambios
en la forma de los conflictos militares, destacándose tres nuevos rasgos: formas
irregulares de lucha, fuerzas beligerantes de carácter irregular y fuerzas armadas
privatizadas (compañías militares privadas).4 Son conflictos armados que se libran entre
al menos un Estado nacional y fuerzas no estatales que, a su vez, no están compuestas
por cuadros profesionales. Son milicianos que recurren a tácticas no convencionales de
combate y que no se identifican abiertamente como combatientes. La sorpresa es una de
sus fuentes de energía y potencia. Eluden las grandes batallas y buscan que sus acciones
no puedan ser anticipadas por el antagonista. Su lógica es simple: la asimetría impone al
más débil la necesidad de explotar al máximo acciones inesperadas. En esta dirección,
un recurso importante es procurar que el enemigo no encuentre un oponente definido
para enfrentar.5 Estas características dieron lugar a la conformación de la noción
aggiornada de terrorismo y, consecuentemente, de lucha contra el terrorismo.6 Con esa
vaga denominación se identifican a las formas de combate de características novedosas,
3
Manwaring; Max G.; “El nuevo maestro del ajedrez mágico: El verdadero Hugo Chavez y la guerra
asimétrica”. Military Review. Enero-Febrero 2006.
4
Sobre todos estos temas véase de Bonavena, Pablo; “Reflexiones sobre la doctrina de la «guerra
asimétrica»”; de Nievas, Flabián; “De la guerra «nítida» a la guerra «difusa»” y de Nievas, Flabián;
“Compañías militares privadas”. En Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra.
Buenos Aires, Proyecto Editorial, 2007.
5
Ancker, Clinton y Burke, Michael; “La doctrina para la guerra asimétrica”. Military Review. Enero-
febrero de 2004.
6
Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Estados Unidos frente a la «guerra difusa»”. Cuadernos de
Sociología. Bogotá, 2007, Nº 41.

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que recurre al uso de viejas tácticas insurgentes de lucha con nuevos atributos, que con
su eficacia alarman a los expertos de las grandes potencias militares.
Pero en lo estratégico también hay novedades. En el marco conceptual de la
guerra regular, las estrategias de los Estados se organizan en torno a un eventual
combate decisivo; todo el desplazamiento de tropas y las acciones bélicas tienden a
converger en un punto tempo-espacial en el que se concentran las fuerzas para librar el
gran combate final que decide el conflicto. Los criterios utilizados en la moderna guerra
violentan estos principios. Este tipo de guerra reciente es llamado, entre otras
denominaciones, guerra de cuarta generación,7 y quienes la ejercen parece que no
pueden ser derrotados.

-III-

Esta nueva generación de guerra posee, comparándola con las anteriores, otra
concepción del tiempo y del espacio. Tal vez una de las consecuencias más impactante
de esta realidad sea la desterritorialización de las acciones. Los límites del espacio
donde tiene lugar el combate se esfuman; su lugar puede ser cualquier parte del planeta,
más allá de un Estado preciso. Es una lucha que no se ciñe a la disputa de un territorio,
sino que éste queda subordinado a la conquista de una adhesión ideológica y emotiva.
No hay un campo de batalla pues la lucha ya no remite a una territorialidad
espacialmente situada; como consecuencia de esta laxitud espacial, los golpes y
contragolpes de las fuerzas insurgentes configuran un teatro de operaciones muy
amplio, sin un lugar definido previamente con alguna claridad. No hay frentes definidos
y la guerra se “globaliza”. La formación rápida de un frente de batalla no es un objetivo
para quienes afrontan la guerra en desventaja, sino que buscan encontrar puntos
vulnerables en la defensa enemiga mediante la extensión de las acciones, en una
configuración espacial tan amplia que dificulta predecir el lugar de los posibles
objetivos que podría seleccionar el bando irregular. Son “enemigos difusos” que no
tienen necesariamente una base nacional, generándose un teatro de operaciones que no
está establecido forzosamente por fronteras estatales.
Los tiempos de las operaciones tampoco son asimilables a los criterios
temporales de la guerra entre Estados. Un ataque suele ser contestado, por ejemplo, en
un lugar alejado pero, además, mucho tiempo después. No hay un encadenamiento de
las acciones y reacciones acotado en el tiempo. Las estrategias contrapuestas no están
elaboradas desde la misma concepción; tienen anclaje en matrices estratégicas no
concordantes. Los grupos insurgentes, a diferencia de los Estados, no buscan un
combate decisivo. Sus acciones procuran desgastar a la fuerza estatal, debilitarla,
aumentar sus fricciones políticas internas, hacer más costosa en dinero y vidas su
permanencia en un territorio dado. La delimitación temporal es muy difusa; no existe un
inicio formal de las acciones de guerra; comienzan con escaramuzas, atentados, etc. La
guerra permanece durante mucho tiempo de manera casi encubierta; la cantidad y tipo
de acciones no permiten comparaciones con los clásicos parámetros bélicos. La
tendencia, cada vez más pronunciada, es a la larga duración, sin que haya precisiones
sobre la finalización de un conflicto. Pueden pasar años entre una operación y otra en un
determinado territorio. El manejo del tiempo y el desapego territorial muestran que el

7
William Lind fue quien acuñó esta expresión. Lind, William; “Comprendiendo la guerra de cuarta
generación”. Military Review. Enero–febrero de 2005

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fundamento de las fuerzas insurgentes es su permanencia: ganan si no pierden. 8
Triunfan si muestran subsistencia operativa en el tiempo.

-IV-

Con este perfil de combate, el bando insurgente se presenta con otra matriz estratégica.
No utiliza el tiempo y el espacio en términos convencionales propios de la guerra
regular; impone otra concepción como correlato de la asimetría de fuerzas en la guerra.
La debilidad obliga a desarrollar la “no cooperación estratégica”. Una guerra es
tipificada como asimétrica, o de cuarta generación, cuando el bando más débil emplea
tácticas no convencionales. Por eso la asimetría está asociada a las nociones de
“enemigos cooperativos” y la de “enemigos no cooperativos”.9 Los “enemigos
cooperativos” son aquellos que combaten dentro de un mismo andarivel estratégico y un
marco general de reglas y convenciones. La cooperación es, en gran parte, la
consecuencia de cierto equilibrio del poderío militar. La disparidad de fuerzas, en
cambio, impone la guerra asimétrica donde la organización militar menos potente
impulsa la “no cooperación”, ya que no puede enfrentarse directamente contra la
supremacía de una fuerza estatal. Mientras tanto, las milicias irregulares buscan
erosionar al enemigo.
Seguramente Mao Tse Tung sea el más destacado teórico militar de la guerra
asimétrica, y Ho Chi Min, desde ese punto de vista, su mejor seguidor. La formulación
de una nueva concepción del tiempo y del espacio en la guerra puso en evidencia, con
gran claridad en Vietnam, la emergencia de una nueva mirada estratégica dictada por las
relaciones de fuerza, que al colisionar con la usual sentó las bases fundamentales para
generar orientaciones estratégicas no cooperativas. La apuesta al prolongadismo generó
gran sorpresa que, a su vez, provocó una mayúscula confusión en el adversario. Alberto
Marini, miembro de las fuerzas armadas argentinas, atrapado en ella caracterizó la
propuesta vietnamita como la apuesta a una estrategia sin tiempo; que habría
reemplazado la idea kantiana de “paz perpetua” con una concepción de la “lucha
perpetua” o una “rebelión indefinida”.10

-V-

La “lucha perpetua” actual encarada por el “terrorismo”, si bien comparte cierto criterio
en relación a la temporalidad con Mao, presenta una singularidad respecto a la
territorialidad. Se plantea esencialmente como urbana. Ni el campo, ni la selva o la
montaña son sus dominios; el espacio urbano es el escenario de sus operaciones. Como
contrapartida, los ejércitos regulares combaten en la ciudad sólo cuando están forzados
por las circunstancias. La “guerra de las ratas” en la defensa de Stalingrado dejó su
marca. Vemos que se agrega un nuevo elemento que se corresponde con la cuestión del
espacio.

8
Nievas, Flabián; “De la guerra «nítida» a la guerra «difusa”. Op cit. Página 79.
9
Bartolomé, Mariano; “El desafío de los conflictos intraestatales asimétricos en la post-guerra fría”. En
Argentina global Nº 4. Enero/marzo de 2001.
10
Marini, Alberto; Estrategia sin tiempo. La guerra subversiva y revolucionaria. Publicación del Círculo
Militar. Buenos Aires, 1971. Volumen 628.

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Estas nuevas coordenadas espaciales y temporales tienen un papel preponderante
para tornar vulnerables a los sofisticados ejércitos de los grandes países capitalistas,
incluida a la fuerza más poderosa del planeta: el ejército norteamericano. La crisis
desatada a partir de su suerte en los combates protagonizados en los últimos años
(Somalia, Afganistán e Irak) ha alentado importantes debates en su seno. La búsqueda
de alternativas para mostrar que los insurgentes, con sus estrategias y tácticas no
cooperativas, no son “invencibles”, como vocifera Max Manwaring, se tornan tan
imprescindibles como acuciantes, por la proyección de este tipo de combate en otros
lugares del mundo, especialmente en América Latina.11 En efecto, en esta porción del
planeta EEUU reconoce varios potenciales enemigos, destacándose las FARC en
Colombia y el gobierno de Venezuela. Para este segundo caso, especialmente, la
preocupación es enorme ya que la Nueva Doctrina Militar Bolivariana plantea desplegar
una guerra de formas no tradicionales contra una eventual ocupación militar de su
territorio.12 En tal sentido, Max Manwaring señala que precisamente Hugo Chávez, en
un foro sobre las guerras de cuarta generación, ordenó que sus fuerzas armadas
desarrollen una nueva doctrina militar para tratar los conflictos contemporáneos.13 Una
fuerza regular en este caso, y no una milicia insurgente, esgrime la posibilidad de
realizar la guerra irregular como recurso principal. Esta alternativa, la adopción de la
guerra de cuarta generación por parte de un Estado, no para combatirla sino, por el
contrario, como doctrina oficial de defensa, pone en evidencia el peligro que entrañaría
para los ejércitos imperialistas la expansión de esta iniciativa guerrera por este lado del
mundo, donde varios gobiernos han instalado como hipótesis de conflicto un eventual
enfrentamiento con los EEUU., a partir de probables invasiones en procura de recursos
naturales como el petróleo o el agua dulce. La vulnerabilidad de las potencias militares
del mundo frente a la guerra asimétrica se ha transformado en una invitación a asumirla
como estrategia. Que un Estado la adopte es un indicar inquietante para los “imperios”,
pero auspicioso para sus enemigos.
Todos estos elementos, sin duda, tornan imprescindible el conocimiento sobre
las nuevas formas de la guerra, sus fundamentos estratégicos y tácticos, su nueva
concepción del espacio y del tiempo. Deben ser parte importante de la agenda de
quienes aúnan esfuerzos para combatir el imperialismo en América Latina.

11
Tal vez un observable de esta preocupación sea la atención que en los últimos años los ejércitos
imperialistas le prestan a varias experiencias insurgentes. Para el caso argentino véase del Teniente
Coronel Alan C. Lowe. (Ejército de EEUU); “Todo o nada: Montoneros versus el Ejército. Terrorismo
urbano en la Argentina”. Military Review. Julio-Agosto 2004.
12
Sobre la temática respecto de Colombia y Venezuela, véase Calvo Ospina, Hernando: “En las fronteras
del Plan Colombia. Amenazas sobre Panamá y Venezuela”. Le Monde Diplomatique. Año VI. Número
68. Buenos Aires. Febrero de 2005.
13
Declaración de Chávez durante el “1er. Foro militar sobre Guerra de Cuarta Generación y conflicto
Asimétrico”; El Universal; Caracas, 8 de abril de 2005. Citado por Manwaring; Max G.: Op cit.

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