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XIX CONGRESO ESPÍRITA PANAMERICANO

Rafaela, Argentina

8 a 12 de setiembre de 2004

Panel: AUTOCONOCIMIENTO Y DESARROLLO DE CONCIENCIA

EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
PARA LA EVOLUCIÓN CONCIENTE

Adela Culzoni de Quattordio


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1) INTRODUCCIÓN.

Nuestra sociedad actual se caracteriza por una cultura denominada


posmoderna o de la sobremodernidad, cuyos rasgos preponderantes son el
materialismo, el individualismo y el consumismo.
Esta cultura materialista, se basa en la importancia de la imagen, de lo
externo, del éxito material; se hace un culto al placer y al confort; hay ausencia de
valores, proyectos e ideales, con la consecuente pérdida del sentido trascendente
de la vida.
El hombre de esta sociedad posmoderna es un hombre superficial, sin
dimensión espiritual. Le otorga más importancia al tener que al ser. Como
resultado, pierde las relaciones interpersonales pero también la relación con sí
mismo, con su interioridad y con Dios, alejándose de su verdadera naturaleza, la
espiritual.
Existe en él una constante crisis y vacío existencial, ético y moral.
Inmerso en este materialismo y egoísmo, alejado de su naturaleza
espiritual, el hombre se deprime, se siente triste y pesimista.
Es preciso aclarar que si bien éstos son rasgos característicos de la
sociedad actual, no todos los seres humanos participan de esta mentalidad y
forma de vida.
Y se alzan las voces de educadores, escritores, filósofos, científicos y
artistas que ponen en evidencia los efectos negativos de esta cultura: estrés,
soledad, violencia, inseguridad, profundización de la desigualdad entre los
hombres, incremento de la pobreza y de la marginalidad, al extremo de que la
mayoría de la población mundial carece de las necesidades básicas para vivir. En
fin, dolor e infelicidad.
El desarrollo de la inteligencia humana ha generado los grandes avances
científicos y tecnológicos que advertimos en la actualidad, propiciando las
características de nuestra sociedad que describimos anteriormente.
Es momento, pues, que el progreso moral se evidencie con mayor
notoriedad, para alcanzar el equilibrio con el progreso intelectual y que pueda
hacerse realidad el anhelo de los hombres de vivir en un mundo más fraternal,
pacífico y justo, constante histórica que adquiere especial relevancia en la
actualidad.
En el libro “La revolución de la conciencia”, publicado en el año 2000, tres
pensadores contemporáneos, el filósofo Ervin Lazlo, el licenciado en física teórica
y psicología experimental Peter Russell y el psiquiatra Stanislav Grof reflexionan
acerca de la posibilidad de que haya paz en el mundo, (por invitación de la
Universidad de la Paz de Berlín) y dicen: “terminamos hablando de la crisis, la
transformación, los objetivos y los valores, las concepciones del mundo, el
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conocimiento de nosotros mismos y los demás.... la espiritualidad, pero sobre


todo hablamos de nuestra conciencia (la esencia de nuestro Yo) es el tema clave
que subyacía en casi todos los demás. ¿Podemos cambiar y desarrollar la
conciencia para que ésta trascienda al mundo exterior actual en crisis y a las
también actuales crisis que acechan al mundo interior de la mente?”.
Afirma Russell: “Albergo un gran optimismo respecto de los seres humanos
y a nuestros logros como individuos enfrentados en la adversidad...Creo que
estamos a punto de presenciar grandes cambios en el terreno de la conciencia...
Nuestro sistema de valores, la conciencia con la que abordamos el mundo es
insostenible...Esta cultura material y la conciencia materialista que subyace a ella
ya se está cuestionando a fondo de manera generalizada...Los occidentales nos
damos cuenta que este sistema no funciona...no satisface las necesidades
profundas, interiores y espirituales.”
Se preguntan: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que
deseamos en realidad? ¿Somos capaces de cambiar? Las respuestas debemos
buscarlas en nuestro interior y luego someternos a una transformación interna”.
La solución comienza en volcarnos hacia nuestro interior, y cuanta mayor
cantidad de personas realicen esta toma de conciencia interior más favorable se
presentará el medio social.
Coincidente con este pensamiento, Kardec escribía en El Libro de los
Espíritus, publicado en 1857, al tratar la ley de progreso: “La humanidad va
progresando por medio de los individuos, que poco a poco mejoran y se ilustran.
Entonces, cuando éstos se convierten en mayoría, toman la delantera y arrastran
a los demás”.
La doctrina espírita nos brinda una visión trascendente de la vida, a través
de sus principios fundamentales que sostienen la existencia de un Dios único,
justo y misericordioso; la inmortalidad del espíritu; la encarnación como un medio
para el aprendizaje y progreso del espíritu; la pluralidad de vidas; el conocimiento
de nuestra personalidad para favorecer nuestra transformación moral en forma
conciente; la posibilidad de comunicación del hombre con los espíritus a través de
la mediumnidad.
Coincidiremos pues, que estos postulados del Espiritismo nos permite
sostener una visión optimista de la vida y posicionarnos en este mundo material,
con ideales y valores espirituales, con fe y responsabilidad.
Como afirma Kardec:
“Las ideas se modifican de una manera paulatina, con los individuos y hacen
falta generaciones para que se borren por completo las huellas de los viejos
hábitos. Por tanto, sólo con el tiempo puede operarse la transformación,
gradualmente y paso a paso.”
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De este pensamiento de Kardec deducimos algunas de las condiciones que


se requieren para el progreso social e individual:
1º) El progreso social se produce con el progreso de los individuos que la
integran.
2º) Este proceso es lento, paulatino, gradual, no se logra en una sola
existencia. Se requieren generaciones.
3º) El proceso de cambio se inicia en las IDEAS, es decir, en el
pensamiento, en la conciencia del hombre, que es la facultad del espíritu
generadora de sentimientos y acciones.
4º) La ley universal de evolución impulsa la encarnación en el planeta de
espíritus más evolucionados y concientes de este proceso, que asumen el
compromiso ante Dios de trabajar de una u otra manera en este sentido.
2) EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO.
Para transitar el proceso de la evolución conciente, el hombre debe
conocerse a sí mismo. El conocimiento de sí mismo es un postulado de orden
universal, tan antiguo como la filosofía misma.
Hablar del conocimiento de sí mismo significa pues, abordar uno de los
temas centrales de la filosofía y moral espírita, presente en la codificación
kardeciana y en las obras de los principales pensadores y escritores espíritas.
Sostiene Leon Denis: “No hay progreso conciente sin una observación
atenta de sí mismo”.
En El Libro de los Espíritus, Kardec interroga a los espíritus en la pgta. 919.
¿Cuál es el medio más eficaz para mejorarse en la presente existencia...? Los
espíritus le responden: “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: Conócete a ti
mismo”. Y agrega que comprende la sabiduría de esta máxima pero que la
dificultad reside precisamente en conocerse a sí mismo, teniendo en cuenta que
el orgullo o amor propio puede engañarnos, impidiendo el verdadero conocimiento
de nuestra personalidad.
En otro pasaje de la mencionada obra, Kardec caracteriza al hombre de
bien y sienta las bases para el conocimiento de sí mismo, cuando afirma:
“El verdadero hombre de bien es aquél que practica la ley de justicia, amor
y caridad en su mayor pureza.”
Debe interrogar a su conciencia acerca de las acciones que ejecuta,
preguntándose si no ha violado la ley (leyes divinas)
Si no hizo mal; si ha realizado todo el bien que pudo;
Si nadie tuvo que quejarse de él;
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Si ha hecho a los demás cuanto hubiera querido que se hiciese por él”.

3) UN MÉTODO PARA EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO.


Los fundadores de nuestra Institución Espírita sentaron las bases de un
centro de estudio y moralización, con raíces en la doctrina kardeciana, con la
cooperación y control de espíritus conductores, familiares y colaboradores,
comprometidos también en esta tarea. (“Iniciación espiritual”. Norma Rosetti ).
Con esta clara finalidad, se organizó en primer lugar la sesión mediúmnica
y luego, con el correr del tiempo, se fueron creando los departamentos de estudio
doctrinario tales como, la Escuela de Educación Espírita a la Niñez, la Agrupación
Juvenil, el Curso de Doctrina Espírita para Adultos, el periódico Idealismo.
La organización de la sesión mediúmnica para el conocimiento de sí
mismo, implica la utilización de la mediumnidad vidente, escribiente y auditiva
para que, a través de ella, el asistente reciba la ayuda del mundo espiritual para
conocer mejor las características de su personalidad y sus deberes morales y
espirituales.
A lo largo de más de 75 años de vida institucional, en las sesiones
mediúmnicas organizadas con dicha finalidad, hemos recogido innumerable
ilustración sobre los diversos aspectos de la filosofía espírita, pero por sobre todo,
consejos prácticos y enseñanzas orientadas al conocimiento de sí mismo.
Manifiestan los espíritus: “Uno de los objetivos que tenemos los espíritus
conductores es brindar un conocimiento que oriente a la persona y constituya una
pauta conductiva y educativa.”
“Los descubrimientos de la ciencia positiva están en la frontera de lo
abstracto, un paso más y el hombre podrá entrever la esencia de la energía que
origina la vida en el Cosmos, pero si esto os parece maravilloso, hay otra cosa
más sencilla y común que es más maravillosa, es el conocimiento de vosotros
mismos. El conocimiento de la esencia de vuestro espíritu, el conocimiento de las
facultades del alma, en su permanencia en el cuerpo, y las energías del amor...
El hombre necesita comprender que todos sus actos deben ser honestos al bien
que comprende y su primer deber en la vida es mejorarse él mismo, en el
conocimiento de lo que es en realidad y, cuando llega a comprender sus desvíos
y errores, tiene que esforzarse en corregirlos, en su pensar, sentir y accionar,
para adquirir la fuerza necesaria para ejemplarizar con su conducta.”
El método de autoconocimiento experimentado en nuestra institución
abarca pues una formación doctrinaria adquirida mediante el estudio del
Espiritismo, complementada con el aporte de conocimientos que brinda el mundo
espiritual a través de la mediumnidad, en la sesión mediúmnica organizada,
ambas actividades realizadas en forma sistemática. Luego se pasa a la faz
individual, dependiendo de cada uno la aplicación del método en forma cotidiana.
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Enunciaremos algunos aspectos básicos de este método.


Aspectos básicos del método:
Condiciones: El conocimiento de sí mismo es una actividad de carácter
moral y espiritual que requiere un acondicionamiento y disposición especial.
Establecer un ámbito adecuado para la reflexión: Esto significa
predisponernos con serenidad, en un momento apropiado del día, a reflexionar
sobre nuestros actos, pensamientos y sentimientos cotidianos. En este ambiente
propicio.
Elevar nuestro pensamiento: a nuestro Espíritu Protector y a los espíritus
familiares, de bien y a Dios, para pedir lucidez, claridad, concentración, a los fines
de lograr un análisis sincero y profundo de nuestra personalidad. Con naturalidad,
sin formalismos, y en una actitud íntima, establecer una conexión mental y de
sentimientos con el mundo espiritual. Esta actitud reflexiva nos induce al control
del pensamiento y del sentimiento, haciéndonos permeables a la influencia de los
espíritus de bien. Esta influencia se traduce en paz interior, serenidad, intuición,
lucidez. Estos estados provienen de los espíritus de bien que acuden a nuestro
llamado, aportándonos sus fuerzas espirituales.
Como esta conexión con el mundo espiritual de bien no requiere de
rituales, es posible promoverla en cualquier momento del día, en que sintamos la
necesidad de hacerlo, especialmente para sobrellevar nuestras dificultades e
inconvenientes que se nos plantean a diario en nuestro relacionamiento con los
seres.
Muchas veces, al terminar nuestra actividad diaria, experimentamos un
estado de agobio. Esto es el resultado de una falta de equilibrio entre lo material y
lo espiritual. Y manifiestan los espíritus al respecto: “Espiritualizar la vida es vivir
la vida material con la espiritualidad alerta en todo momento. El agobio significa
no haber buscado la fuerza espiritual antes de la lucha, es haber salido a la lucha
sin el acompañamiento del Espíritu Protector o espíritus familiares...La humildad
del que sabe que no está solo y pide la asistencia del mundo espiritual, implica un
método que al aplicarlo y obtener resultados, su estilo se hace tan sutil y tan veloz
que nunca más se abandona.”
La influencia del mundo espiritual sobre el hombre con el aporte de sus
fuerzas de bien, es una realidad innegable, que como espíritas concientes de su
existencia, debemos valorar en su real dimensión, con la seguridad de que
responde a leyes divinas de solidaridad, misericordia y amor.
Sinceridad: Ser objetivos y justos en el análisis de nosotros mismos, no
justificarnos cuando advertimos un error, una limitación personal o incapacidad.
No proyectar en las demás personas la causa de nuestras limitaciones o
reacciones negativas. No culpar al otro de lo que somos responsables.
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Es muy común escuchar esta excusa: “No pude evitarlo”, “Me sacaron de
quicio”, justificando de este modo reacciones de violencia o ira. Esto no es real.
Nadie puede sacarnos de quicio si no queremos. Si reaccionamos con violencia
es porque esta tendencia es propia de nuestra personalidad. Lo mismo sucede si
nos desconformamos o rebelamos frente a las diferentes situaciones adversas de
la vida.
Cada uno es responsable de su modo de actuar, pensar y sentir y el primer
paso para la transformación moral, es el reconocimiento sincero de de nuestra
imperfección.
Una pauta importante para tener en cuenta es que, la verdadera
personalidad del espíritu, no aflora en la tranquilidad y en el bienestar sino cuando
somos contradecidos en nuestros anhelos, en nuestras ambiciones y es en estos
momentos cuando nos evidenciamos tal cual somos. Es aquí entonces, cuando
podremos analizar con sinceridad nuestro modo de reaccionar y tener un
conocimiento real, auténtico y cierto de nosotros mismos.
Análisis retrospectivo al comienzo de la adolescencia. (13/14 años) Es
en esta edad cuando la persona comienza a ser responsable de lo que hace,
piensa y siente, porque empieza a ejercer su libre albedrío. En esta edad tenemos
conciencia de nuestro Yo y la influencia que éste ejerce en los demás.
En determinadas circunstancias de la vida, se hace necesario focalizar
nuestro análisis en esa etapa para advertir los rasgos de nuestra personalidad
que fueron evidenciándose a partir de esa edad y reflexionar cómo han ido
manifestándose y transformándose a lo largo de nuestra vida.
Constancia y continuidad: Todo método requiere de un orden y una
sistematización. Por ello es preciso disponer nuestra voluntad a la tarea del
autoconocimiento. La voluntad es una de las facultades del espíritu que
necesitamos desarrollar y fortalecer. Por el contrario, la apatía, el desgano, el
desinterés, son tendencias erróneas que impiden u obstaculizan el conocimiento
de sí mismo.
Humildad: La humildad es la virtud por la cual, el hombre, con verdadero
reconocimiento de sí, acepta sus limitaciones, sus tendencias erróneas y su
necesidad de progresar, a través de un proceso paulatino que requiere de su
propio esfuerzo. La humildad significa también aceptar, sin deprimirnos y sin
sentimientos de culpa, que no podremos superar todas nuestras limitaciones en
una existencia. Aceptarnos como somos y trabajar con fe y optimismo en nuestra
transformación moral.
Implica además, la aceptación de Dios y de sus leyes, perfectas, justas y
misericordiosas; la aceptación de las pruebas dolorosas de la vida y de las
dificultades o conflictos generados por nuestra propia imperfección.
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Al comprender que tenemos limitaciones, podremos también aceptar las


sugerencias y orientaciones de los demás y la necesidad que todos tenemos en
la vida, de complementarnos con el otro.
Al reconocer nuestra propia imperfección comprenderemos mejor a nuestro
prójimo, entendiendo que del mismo modo en que nosotros nos equivocamos, los
demás también lo hacen, porque somos espíritus en evolución, cada uno en su
propio nivel, pero con idéntica posibilidad de desarrollar el amor y el saber.
Teniendo en cuenta esto, debemos tratar de evitar el juzgamiento de las acciones
de nuestro prójimo, la crítica, la intolerancia, estados que producen desarmonía y
distanciamiento entre los seres.
Manifiestan los espíritus: “Humildad es agradecimiento y este sentimiento
debe primar en la palabra. Humildad es conformidad y este sentimiento debe
ocupar los gestos. Humildad es alegría de vivir, y este anhelo debe estar presente
en la palabra, en los gestos y en cada pensamiento que se origine en las luchas
cotidianas.”
Optimismo: Destacamos la actitud optimista que debe primar en todo el
proceso de autoconocimiento. El espejo (símbolo del conocimiento de sí mismo)
nos devuelve la imagen de nuestra personalidad. Al advertir estados de orgullo,
intolerancia, desconformidad, apatía, vanidad, rebeldía, etc., no debemos
deprimirnos, ni sentirnos culpables. Esta actividad de autoconocimiento debe ir
acompañada de un sentimiento entusiasta y de interés por bucear en las
profundidades de nuestras características espirituales, sabiendo que es el camino
que nos llevará al progreso moral y con éste, a la felicidad que todos anhelamos.
Valorización de la conducta: En esta disciplina reflexiva y valorativa de
nuestra personalidad, es importante detenernos a analizar cómo influye nuestra
conducta en los demás, es decir, cómo afectan nuestros actos, sentimientos y
pensamientos a los seres con los que nos relacionamos. El paso siguiente a la
reflexión, es el de pedir perdón por el dolor producido.
Aunque parezca difícil de lograr, el sentimiento de valoración comprenderá
además la aceptación de las luchas o conflictos que nos presentan los seres en
nuestras relaciones interpersonales, habida cuenta de que, en estas situaciones
conflictivas, podemos advertir nuestras propias limitaciones, al ponerlas en
evidencia.
Manifiestan los espíritus: “No tenéis que desanimaros ante las dificultades
y las luchas de la existencia, éstas son imprescindibles para vuestro progreso y al
reflexionar sobre cómo tomáis las luchas y cómo reaccionáis ante las dificultades,
podréis conocer los caracteres profundos de vuestra personalidad. Sólo en el
conocimiento de sí mismo el espíritu llega a profundizar su naturaleza espiritual y
a la comprensión de las leyes divinas que son las mismas que responden al
desenvolvimiento del cosmos y del átomo.”
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Tendencias conductuales erróneas que impiden el conocimiento de sí


mismo:
Así como la humildad, la sinceridad, el optimismo, favorecen el
autoconocimiento, el orgullo, la apatía, el egoísmo, la rebeldía, la desconformidad,
la vanidad, constituyen una traba para analizarnos con objetividad. Cada una de
estas manifestaciones erróneas requiere de un análisis profundo, para advertir de
qué manera obstaculizan el conocimiento sincero de nuestra personalidad.
¿Qué aspectos de nuestra personalidad debemos analizar?
El conocimiento de sí mismo abarca todas las facultades del espíritu, es
decir, las formas a través de las cuales el espíritu se expresa: el pensamiento, el
sentimiento y la acción.
Asimismo comprende todos los ámbitos en los que actuamos, partiendo de
nuestro propio grupo familiar, en nuestros roles de esposos, madre, padre, hijo,
hermano, siguiendo por la familia ampliada, el ámbito laboral, social, la institución
espírita y otros.
En nuestros análisis partimos del núcleo familiar porque entendemos que
es en la familia donde nos manifestamos tal cual somos, con total naturalidad y
espontaneidad. Es en la intimidad de la convivencia familiar donde podremos
evaluar con mayor claridad y exactitud cómo somos en realidad.
ACCIONES
¿Cómo son mis acciones? ¿Cómo me relaciono con mis semejantes?
¿Cómo me ven los demás?
Nuestras acciones constituyen el aspecto más evidente de nuestra
personalidad. En nuestros análisis debemos pensar de qué modo nos
relacionamos con nuestro semejante. ¿Somos personas armonizantes o
alteramos la convivencia? ¿Actuamos con generosidad, solidaridad, prestando
nuestra colaboración o sólo actuamos satisfaciendo nuestras necesidades?
Un aspecto muy sobresaliente de las acciones lo constituye el lenguaje,
que, según la lingüística, es la facultad específica que tiene el hombre de poder
expresar y comunicar su pensamiento. El lenguaje demuestra el grado de
educación y el nivel moral y espiritual que tenemos. Un lenguaje sencillo, correcto,
dulce, cariñoso, nos permite una comunicación adecuada con nuestro prójimo.
El lenguaje también lleva implícita una carga emocional que resulta de la
calidad de nuestros sentimientos. Toda palabra conlleva una carga afectiva,
positiva o negativa. Por ello muchas veces nuestras palabras producen un efecto
negativo en los demás, cuando a pesar de la corrección de la expresión, ésta
lleva la carga de un sentimiento de intolerancia, juzgamiento, orgullo, vanidad, etc.
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La palabra, entonces, refleja la personalidad de quien la expresa y la


verdadera intención. Con la palabra podemos acariciar, estimular, serenar,
comprender y respetar o bien ofender; lastimar, despreciar, violentar, juzgar,
criticar. Es decir, acercarnos a los seres o distanciarnos de ellos.
No menos importante es reflexionar acerca de nuestro lenguaje gestual.
En silencio, sin palabras, podemos trasmitir enojo, ira, desconformidad, y otros
estados negativos de la personalidad. Pero también podemos trasmitir nuestro
amor, nuestro afecto, nuestro cariño a través de una mirada tierna, de una sonrisa
sincera o de un abrazo sostenido.
Otro aspecto importante para reflexionar, en el área del lenguaje y de la
comunicación con los demás, es el diálogo: Y nos preguntamos ¿Dialogamos o
monologamos? ¿Sabemos escuchar o pretendemos que nos escuchen? En este
sentido es muy frecuente que conversemos pero no nos comuniquemos, que
hablemos sin escuchar al otro, sin prestarle atención. Para generar un verdadero
diálogo es necesario salir un poco de nosotros mismos, pensar que no somos los
únicos a los que les pasan cosas, levantar la vista y mirar a los costados. Y así
tratar de descubrir, con respecto al “otro”: quién es, cómo es, qué siente, qué
anhela, qué necesita, qué le pasa. De esta manera nos estaremos ubicando en el
lugar del otro, saliendo de nuestro egocentrismo y generando una verdadera
comunicación. Ésta, cuando se logra, nos deja un profundo goce interior.
PENSAMIENTOS:
El pensamiento es la facultad de expresión y la fuerza impulsiva creadora
del espíritu. Genera nuestras palabras, nuestras acciones y alimenta nuestros
sentimientos. El pensamiento puede obrar e influenciar en nuestro prójimo y en
nosotros mismos.
Para conocer la calidad de nuestros pensamientos debemos reflexionar
acerca del contenido de los mismos:
¿Cuáles son mis pensamientos predominantes durante el día?
¿Me concentro con facilidad o divago?
¿Alimento pensamientos de rencor, de juzgamiento, pesimistas?
¿Planifico concientemente mis actividades diarias? ¿Incluyo, además de las
materiales, actividades morales, espirituales, solidarias?
¿Analizo y comprendo los problemas materiales con la óptica de las leyes
divinas?
¿Soy capaz de reconocer las virtudes del prójimo y aprender de ellas?, Etc.
Es muy común que nuestra mente divague y que esta actividad del
pensamiento sin control, esté alimentada a su vez por sentimientos de rebeldía,
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de desconformidad, orgullo, ambición, egoísmo, o que ocupemos nuestros


pensamientos en cosas vanas, intrascendentes. Sostener concientemente estos
pensamientos que detectamos como imperfectos, constituye la verdadera raíz o
causa de nuestros estados de angustia o depresión.
La disciplina del pensamiento significa un freno para nuestros errores y el
mecanismo para el desarrollo de la conciencia.
El control del pensamiento nos permite el control de nuestros actos y de
nuestros sentimientos, ya que si nuestros pensamientos son buenos, esto se
evidenciará en las acciones y en los sentimientos.
El control del pensamiento requiere la dedicación de un tiempo en nuestro
quehacer cotidiano. En la mente se opera un proceso especial cuando el hombre
se predispone voluntaria y concientemente a analizar sus pensamientos. Su
comprensión se ensancha, adquiere mayor lucidez y fuerzas, que hace que
muchas veces pueda advertir con anticipación la tendencia errónea y sublimarla
(es decir, transformarla en una tendencia positiva). Las fuerzas en el bien se
robustecen y toda su personalidad comienza a tener una actitud ejemplarizante.
El hábito de la lectura de libros con un contenido moral y espiritual favorece
el control del pensamiento.
También, como ya expresamos al enunciar las condiciones generales de
este método, establecer una asidua conexión con el mundo espiritual, que, si se
realiza con fe y humildad, determina en forma inmediata un freno de los
pensamientos negativos, de rebeldía, desconformidad o pesimismo.
Esta disciplina reflexiva y valorativa va produciendo poco a poco, el
atemperamiento de las manifestaciones de nuestras tendencias erróneas, pues
se produce una compensación de éstas con el desplazamiento de energías
positivas que dispone la mente en esta actividad reflexiva acompañada de un
sentimiento de humildad hacia Dios. Permite además, la influencia de las fuerzas
específicas de fortificación y lucidez aportadas por los espíritus de bien.
El mecanismo de control de los pensamientos posibilita el desarrollo de la
conciencia superior o profunda, que es la propiedad del espíritu que le brinda al
hombre el conocimiento íntimo del bien que debe hacer y el mal que debe evitar.
Cuando la conciencia profunda se manifiesta es determinante para el progreso del
hombre.
Podemos afirmar que el cultivo conciente de la responsabilidad, la
voluntad, el conocimiento de sí mismo, el deseo de progreso, el conocimiento y
práctica de las leyes divinas y el desarrollo del amor, favorecen el surgimiento de
esta conciencia.
SENTIMIENTOS:
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El sentimiento es una fuerza que trasciende más allá del pensamiento. Es


una facultad del espíritu que el hombre puede desarrollar concientemente. Los
sentimientos se alimentan de los pensamientos y éstos a su vez de los
sentimientos.
El principio y la finalidad de la evolución es el amor que resume todas la
virtudes, todo el bien que es posible realizar. De este modo, el nivel evolutivo del
espíritu se determina por el grado de desarrollo de los sentimientos de amor.
Es preciso entonces analizar la calidad de nuestros sentimientos.
¿Cómo sentimos hacia los integrantes de nuestra familia? ¿Los
valoramos?
¿Cuáles son nuestros sentimientos hacia nuestro prójimo, en los ámbitos
en que actuamos? ¿Somos pacientes, comprensivos, tolerantes, caritativos,
justos, generosos, solidarios?
¿Exigimos que nos brinden cariño?
¿Manifestamos nuestro afecto en forma generosa y desinteresada?
¿Soy capaz de perdonar?
¿Cómo son mis sentimientos hacia Dios y sus leyes?
¿Me rebelo ante las luchas que me presenta la vida? ¿Tengo fe,
esperanza y optimismo? ¿O me desconformo y me deprimo?
La frialdad en los sentimientos se manifiesta en la conducta como falta de
amabilidad, descortesía, falta de demostraciones afectivas y de simpatía, en
síntesis falta de amor.
Por ello, si advertimos que nuestros sentimientos carecen de amor,
podemos disponer nuestro pensamiento para generar sentimientos de bien,
porque como expresamos anteriormente, el pensamiento es una fuerza creadora
y promovente del espíritu. Y además contamos con la voluntad, porque querer
sentir es ya estar predisponiendo los elementos que irán conformando el
sentimiento deseado.
El amor se alimenta en el corazón desde la determinación a concretarlo y
es la permanente puesta en práctica en la vida de todo ser que está
evolucionando concientemente.
Para el desarrollo del sentimiento de amor es básico predisponerse
concientemente a sentir y considerar a la humildad como una virtud. Y pedir con
humildad a Dios y a nuestro espíritu protector ayuda para lograr los sentimientos
que anhelamos, reconociendo nuestra incapacidad, de este modo se va
superando el orgullo que constituye uno de los mayores obstáculos para sentir
amor.
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El crecimiento del espíritu se da cuando afloran los sentimientos de bien,


debilitándose de este modo los personalismos. La finalidad de la vida es crecer
para ser libres, ser libres para ser felices y la felicidad es la consecuencia del
amor que se da.
Para lograr un estado de mayor sensibilidad en nuestros sentimientos,
debemos predisponernos a compartir con nuestros seres queridos las
preocupaciones y estados de todo orden, generando un diálogo respetuoso y
afectivo que producirá un mayor acercamiento fluídico con todos. Resaltamos
aquí la importancia que tienen las reuniones familiares, como ámbito adecuado
para dialogar acerca de los valores trascendentes de la vida, para elaborar
proyectos en forma conjunta, que contemplen la realización de acciones de bien
en forma programada, comenzando por la familia, en la sencillez de las pequeñas
cosas cotidianas que hacen a una convivencia armónica y al cumplimiento del rol
que cada integrante de la familia tiene. Luego, con el aval de esta fuerza que se
va conquistando en la familia, extender la acción solidaria al medio social.
CONCLUSIÓN:
El conocimiento de sí mismo debe significar una actitud dinámica de
reflexión y puesta en práctica de los cambios que vamos comprendiendo como
necesarios para nuestro progreso moral.
No se limita a la introspección y reconocimiento de los aspectos negativos
y positivos de nuestra personalidad, sino que debe completarse con un proyecto
de vida que incluya las acciones de bien al prójimo, realizadas en forma
sistemática, conciente y programada.
Quizás estas acciones de servicio al semejante nos requieran al principio
un esfuerzo nuevo, pero paulatinamente iremos desarrollando nuestras fuerzas
positivas que nos permitirán sentir la felicidad plena que sólo se experimenta con
la adecuación de nuestra conducta al amor, latente en nuestro corazón, a la
espera de que nuestra inteligencia y nuestra voluntad se disponga a manifestarlo.
“La superación moral del ser es la base de toda evolución y camino del
saber y libertad del espíritu. El conocimiento de sí mismo es el método para dicha
transformación moral. El proceso de la evolución conciente no reside en un
misticismo egoísta y personal buscando siempre la propia superación, sino en un
enlazamiento del Yo a la humanidad. Este enlazamiento se produce primero en la
familia, se extiende a los amigos y luego, sin límites, a toda la humanidad.”
Para concluir, una valoración y agradecimiento especial a esta Doctrina
Espírita que hemos abrazado con amor y que hoy nos encuentra hermanados, en
este Congreso, trabajando por nuestros ideales de bien, en la búsqueda
constante para construir un mundo mejor, con la convicción de que debemos
comenzar por nosotros mismos.
Adela Culzoni de Quattordio
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Bibliografía:
El Libro de los espíritus – Allan Kardec (Editorial 18 de Abril)
La revolución de la conciencia – Ervin Laszlo, Stanislav Grof, Peter Russell-
(Editorial Kairós)
El problema del ser y del destino – Leon Denis (Editorial Kier)
Curso de Doctrina Espírita – Sociedad Espiritismo Verdadero
Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria – Guillermo A.Obiols y Silvia
Di Segni de Obiols (Editorial Kapelusz)
Iniciación Espiritual – Norma Rosetti
Material de sesiones mediúmnicas de la Sociedad Espiritismo Verdadero de
Rafaela.

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