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Vicente SIERRA.
Historia de la Argentina.
Capítulo cuarto: La Asamblea General Constituyente y los
problemas constitucionales.
Buenos Aires, 1960, tomo VI, pp. 43-57.
Fue el mal del siglo y, por consiguiente, algo que no se refiere a nadie
personalmente, sino a todos en cuanto fueron expresión de su momento. Si los
dos hombres mejor dotados que produjo la Revolución americana fracasaron en
sus propósitos trascendentales, y nos referimos a San Martín y a Bolívar, se debió
a que, por una parte, no comprendieron la realidad que vivían y, por otra, a que
ese trascendentalismo superaba la posibilidad de los grupos políticos, en los que
apenas si asomó algún aprendiz de estadista.
Por eso, escribir la historia de una nación debe responder a la exigencia de sus
hijos de poder vivir su propia realidad histórica, de manera que cabe exigir al
historiógrafo el mayor respeto por la verdad, aunque se trate de esa verdad
subjetiva, única a su alcance en la tarea de comprender lo pretérito. Y si bien no
creemos que los historiadores sean jueces del pasado, estamos ciertos de que al
esclarecer la verdad posible sobre los hechos se contribuye a afirmar la vigencia
de factores éticos capaces de fortalecer una conciencia histórica, que no puede
surgir mediante la deformación de los hechos y de los hombres para adecuarlos a
propósitos no siempre confesables.
Un mismo mal no podía tener sino una misma causa y en efecto, aunque se
sindique a la Asamblea General Constituyente como iniciadora en la historia del
país de una huella constitucional, la realidad es que la misma no surgió como
fruto de una elaboración propia, ni de una adecuada observación de los
fenómenos nacionales, sino del plagio. No exhibió la Asamblea una idea esencial
que no tuviera su origen en la labor de las Cortes de Cádiz, cuyos miembros, por
su parte, no hicieron otra cosa, con la Constitución que sancionaron en 1812, que
realizar una experiencia sobremanera desconcertante, como fue dictar una
Constitución inspirada en los ejemplos de la Constituyente francesa, apoyándose,
no en Locke, en Montesquieu, en Rousseau o en Condorcet, sino en los teólogos
políticos españoles de los siglos XVII y XVIII, sin comprender el sentido íntimo y
esencial del sistema tradicional español que ello involucraba.
“una ideología extraña y una rara política que proclamaba los modelos ingleses y
franceses, remedando, al propio tiempo, a los españoles, sin aludirlos”.
“Art. 6º - Que para que el Poder “El Consejo de Regencia, para usar de
Ejecutivo pueda entrar en el la habilitación declarada
ejercicio de las funciones que se le anteriormente, reconocerá la
delegan, comparezca a prestar el soberanía nacional de las Cortes y
juramento de reconocimiento y jurará obediencia a las leyes y
obediencia a esta Asamblea decretos que de ellas emanaren, a
Soberana, disponiendo lo hagan cuyo fin pasará, inmediatamente que
inmediatamente las demás se le haga constar este decreto, a la
Corporaciones”. sala de sesión de las Cortes, que la
esperan para este acto...”
(Decreto del 1º de febrero) Se declara que la fórmula del
Que se mande al Supremo Poder reconocimiento y juramento que ha
Ejecutivo una copia del juramento de hacer el Consejo de Regencia es la
que han prestado el día de ayer en siguiente:
sus manos las autoridades “¿Reconocéis la soberanía de la
constituidas y es del tenor siguiente. Nación
Juramento: ¿Reconocéis representada por los diputados de
representada en la Asamblea General estas Cortes Generales y
Constituyente la autoridad soberana Extraordinarias? ¿Juráis obedecer sus
de las Provincias Unidas del Río de la decretos, leyes y constitución que se
Plata? Sí reconozco. establezca según los santos fines para
“¿Juráis reconocer fielmente todas que se han reunido, y mandar
sus determinaciones, y mandarlas bóxervarlos y hacerlos ejecutar?
cumplir y ejecutar? ¿No reconocer ¿Conservar la independencia, libertad
más autoridades sino las que emanen e integridad de la Nación? ¿La
de su soberanía? ¿Conservar y Religión Católica Apostólica
sostener la libertad, integridad y Romana?... Si así lo hiciereis, Dios os
prosperidad de las Provincias Unidas ayude; y si no, seréis responsables a
del Río de la Plata, la Santa Iglesia la Nación con arreglo a las leyes”.
Católica, Apostólica, Romana y todo
en la parte que os comprenda? Sí,
juro. “Si así no lo hiciereis Dios os
ayude y si no él y la patria os lo
demanden y hagan cargo”.
Se ha dicho que la Asamblea del año XIII fue “el primer órgano de la soberanía
nacional argentina”. Lo fue sólo por su propia declaración, ya que distó de
representar la voluntad del país, pues ni siquiera supo cumplir con los fines que
justificaron su convocatoria. Reunidos sus miembros, el planteamiento y la
naturaleza institucional del organismo provinieron de Cádiz, y de aquellas Cortes
se tomaron las medidas de urgencia con que se legalizó el gobierno de hecho que
ejercía el Ejecutivo, conocido con el nombre de Triunvirato. Si las Cortes
gaditanas se encontraron con un Consejo de Regencia, la Asamblea de Buenos
Aires se encontró con el Triunvirato, y el procedimiento seguido por los diputados
de Cádiz fue el adoptado por los del Río de la Plata.
El discurso inaugural, pronunciado por Juan José Paso, destacó un hecho esencial
del nuevo orden que se establecía al decir:
En la sesión del 8 de marzo, Alvear presentó a la Asamblea una moción que fue
aprobada en los siguientes términos:
“Los diputados de las Provincias Unidas son diputados de la nación en general, sin
perder por eso la denominación del pueblo a que deben su nombramiento, no
pudiendo de ningún modo obrar en comisión”. En los fundamentos Alvear expuso
la conveniencia de que cada diputado en su representación fuera “el todo de las
Provincias Unidas colectivamente...”, “quedando, en consecuencia, sujeta su
conducta al juicio de la Nación y garantizada por esta misma la inviolabilidad de
sus personas”.
“Bajo este principio, todo ciudadano podrá legítimamente indicar a los electores
que extiendan los poderes e instrucciones de los diputados lo que crea
conducente al interés general y al bien y felicidad común y territorial”.
El decreto del 10 de marzo de 1813 puede seguir siendo cotejado con el citado de
las Cortes de Cádiz. Helo aquí:
“Art. 4º- Las quejas y acusaciones “Art. 7º- Ninguna denuncia contra la
contra cualquier diputado se persona de un diputado puede dar
presentarán por escrito a las mérito o procedimiento si no se hace
Cortes, y mientras se delibera sobre por escrito, firmada y dirigida a la
ello se retirará el diputado Soberana Asamblea.
interesado de la sala de sesiones, y
para volver esperará orden de las
Cortes”.
2- Proyectos de Constitución
Deseoso el gobierno de Buenos Aires, según lo expresó por decreto de 10 de
noviembre de 1812, de remover todo obstáculo capaz de retardar o entorpecer
las deliberaciones de la Asamblea, comisionó a los Pbros. Luis Chorroarín y José
Valentín Gómez, a los Dres. Pedro José Agrelo, Nicolás Herrera, Pedro Somellera,
Manuel José García y a D. Hipólito Vieytes, para que prepararan las materias que
habían de presentarse “a aquella augusta corporación, formando al mismo
tiempo un proyecto de Constitución digna de someterse a su examen”. Por
renuncia de Chorroarín, la comisión se integró con Gervasio A. Posadas, quien
aceptó el cargo, aunque confesando pocas luces en la materia.
Instó el gobierno a la Sociedad Patriótica a que hiciera otro tanto, atención que
con fecha 4 de noviembre agradeció la institución, expresando que interesarla
“en la discusión de los grandes negocios que van a deliberarse en la Augusta
Asamblea que se aproxima es el mejor elogio que puede hacerse de un gobierno
liberal”. La Sociedad Patriótica confió la redacción de su proyecto de
Constitución al Pbro. Antonio Sáenz, a los Dres. Francisco José Planes, Tomás
Antonio Valle, Bernardo Monteagudo y D. Juan Larrea. Secretario fue designado el
Dr. Dongo. La Comisión oficial elevó su proyecto al Superior Gobierno con fecha
27 de enero de 1813. El de la Sociedad Patriótica debió de ser recibido más tarde,
pues recién el 10 de febrero ambos proyectos fueron remitidos por el Ejecutivo a
la Asamblea.
“Por fortuna, en medio de las convulsiones que han precedido, se han conservado
indemnes entre nosotros los principios que consagran la moral, la política y la
prudencia, y si alguna vez se hubiera presentado alguno con el odioso ropaje de
los necios declamadores, que tantos males han causado a los Pueblos de la
Europa, y el silencio amenazador de los pueblos irritados les habría hecho
abandonar precipitadamente el teatro, esta adhesión constante de los Pueblos
Americanos a los principios religiosos y el respeto que le consagran sus
legisladores (digan lo que quieran nuestros maldicientes enemigos) es, y será el
más firme apoyo de sus costumbres y de su libertad”.
“La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y “Los ciudadanos tienen libert
criminales reside en los tribunales establecidos por la establecidos por la ley”.
ley”.
“Quien juró Provincias Unidas, no juró la unidad de las provincias; quien juró y
declaró las provincias en Unión, no juró la unidad e identidad sino la
confederación de las ciudades; pues saben todos que ni una ni otra palabra son
en sí controvertibles...; pero la unidad significa el contacto de partes realmente
distintas y separadas, tal cual en materia física se demuestra y en la política por
la Constitución de los Estados Unidos angloamericanos, cuya Constitución he visto
y tengo a mano”.
(...)
En el curso del régimen asambleísta mediaron para poner a prueba al cuerpo las
derrotas sufridas por los patriotas en el Alto Perú, las dificultades con Artigas, la
caída de Napoleón y la recuperación del trono de España por Fernando VII, tanto
como la falta de una concreta voluntad revolucionaria y emancipadora de parte
de la oligarquía que la dominó, grupo dirigente o influyente sin fe en el país, sin
voluntad de sacrificio, sin confianza en el pueblo y más dispuesto a las
transacciones que a la lucha, más verbalista que ejecutor y, lo más grave, ayuno
de planes e ideas precisas sobre lo que debía o podía hacerse que sobrepasara el
afán de no dejar que el gobierno pasara a manos de intereses ajenos a los
propios.
“las masas, los pueblos con intuición tomada de reflejo, tenían pura o no
enturbiada su inteligencia con las nociones de las democracias confusas”
que enceguecían a los dirigentes, cuya “ciencia era falsa y brilladora”, y por lo
mismo incapaz de cuanto no fuera esperar las soluciones que el país requería de
alguna ayuda exterior, aún al precio de caer bajo protectorados infamantes. La
labor legislativa de la Asamblea denuncia la realidad sobre los méritos de sus
integrantes. Lo esencial fueron las leyes sobre las que informamos a
continuación.
Al amparo de la ley que declaraba libre a todo esclavo que pisara el territorio, se
inició la huida hacia las Provincias del Río de la Plata de muchos del Brasil; el
gabinete de Río de Janeiro se sintió lesionado “en aquellos principios de una
inteligencia recíproca” hasta considerar que la liberación de los esclavos huidos
de su jurisdicción constituía un acto de hostilidad. La economía brasileña se
apoyaba en la esclavatura, de manera que Brasil reclamó por intermedio de lord
Strangford, y el Superior Gobierno Ejecutivo accedió al reclamo, suspendiendo la
vigencia de la ley protestada, la que fue abolida por la Asamblea el 21 de enero
de 1814.
El tributo había sido suprimido por las Cortes de Cádiz por decreto del 13 de
marzo de 1811, y la Junta Grande lo había hecho por decreto del 1º de setiembre
del mismo año, dado a conocer en el Alto Perú por Juan Martín de Pueyrredón,
mediante bando de 17 de octubre. El decreto del 1º de setiembre de 1811,
precedido de un extenso preámbulo, fue publicado en “La Gazeta” del 10 de
dicho mes, en castellano y en quichua; pero se daba el caso de que en España,
aún antes de las Cortes de Cádiz, se había resuelto lo mismo por el Consejo de
Regencia desde la isla de León, el 26 de mayo de 1810. Por otra parte, como lo
hace notar Julio V. González, la sanción española fue más amplia en sus efectos,
por lo que éste pregunta:
Habitualmente se dice que la Asamblea del año XIII abolió el Santo Oficio. No
pudo hacerlo porque en el virreinato del Río de la Plata no hubo tribunal del
Santo Oficio, de manera que lo único que se hizo fue extinguir en los pueblos del
territorio de las Provincias Unidas “la autoridad” que sobre ellos ejercía el
Tribunal instalado en Lima.
7- La Asamblea y la Iglesia
Frente a los problemas de la Iglesia, la identidad de la política liberal de los
constituyentes de Cádiz y la de los diputados de Buenos Aires fue notoria, sobre
todo en cuanto a la tendencia a someter a su imperio a las autoridades
eclesiásticas, hasta llegar la Argentina a desconocer la del mismo Pontífice en el
territorio del Río de la Plata.
Entre los muchos elementos que el liberalismo tomó del absolutismo real uno de
ellos fue un regalismo señalado, que, en su esencia, buscó acomodar la Iglesia a
los fines del Estado, en momentos en que el Estado se acomodaba a la ideología
de las clases poseedoras. El regalismo se manifestó en la Junta de Mayo, pero se
afianzó en el “Estatuto” del 27 de febrero de 1813, al establecer como función
del Supremo Poder Ejecutivo la de “presentar a los obispos y prebendas de todas
las iglesias del Estado”. La presencia de numerosos eclesiásticos entre los
integrantes de la Asamblea, no todos de conducta eclesiástica encomiable, pues
abundaron los que en los sucesos que venían ocurriendo sólo vieron la posibilidad
de liberarse de disciplinas que no se acomodaban a la conveniencia de sus
aspiraciones, determinó que el cuerpo entrara a legislar sobre los problemas de la
Iglesia con marcada tendencia galicanista y josefinista.
Es éste uno de esos casos en el que las palabras sirven para ocultar los verdaderos
pensamientos, pues, en el fondo, de lo que se trataba era de atacar la vida
monástica. En España, como complemento de la abolición del Santo Oficio, se
dictó la ley de 18 de marzo de 1813 limitando y reglamentando los conventos y
monasterios. No alcanzó la Asamblea del año XIII a trasplantarla, pero dio el
primer paso con la sanción de la que limitó las posibilidades de profesar, hasta
que, en 1821, Rivadavia, con su reforma eclesiástica, se puso de acuerdo con los
términos de la citada ley española.
Primer comisario fue el padre franciscano José Casimiro Ibarrola, que murió al
año siguiente, y segundo y último, el padre dominico Julián Perdriel, a la sazón
provincial de su Orden. En descargo de la Asamblea, Fr. Jacinto Carrasco recordó
que antes de crear el referido tribunal se consultó a los superiores provinciales de
las órdenes sobre si sería posible semejante creación, solicitando de los obispos
diocesanos que delegaran en el comisario general todas sus facultades
extraordinarias, “cuyo ejercicio se les insinuaría como necesario en las presentes
extraordinarias circunstancias”. Los provinciales contestaron que, además de
posible, era necesario, lo que demuestra que el regalismo había ganado a muchos
religiosos, y justifica que el obispo Orellana llegara a decir a Perdriel que le
extrañaba que en la cuestión “haya sido más teólogo el señor Alvear”. Los
obispos consultados, que además de Orellana fueron Nicolás Videla del Pino, de
Salta, y los vicarios y gobernadores eclesiásticos de Charcas, La Paz y Santa Cruz
de la Sierra, accedieron a delegar sus facultades, algunos de grado, otros por
fuerza y los más por miedo, como dijo Orellana”.
Según el Protomedicato, bautizar antes del octavo día de nacimiento era, además
de un error pernicioso, algo degradante a la religión del Estado pues condenaba a
muerte a muchos inocentes. La razón “científica” era que,
En la sesión del 23 de junio se dio lectura al proyecto formulado por Larrea, que
fue aprobado. Por él se permitió la extracción de plata y oro, fuera en moneda o
en pasta, y se estableció un derecho de exportación del seis por ciento para la
plata sellada; del dos por ciento para el oro, y en ambos casos de medio por
ciento de consulado. Para la plata en pasta se fijó un doce por ciento y para el
oro un ocho. La Junta Grande había prohibido en 17 de enero de 1811 la
exportación de metálico, contra lo resuelto por la Junta de Mayo, pero en marzo
de dicho año volvió a permitirlo en atención a una protesta inglesa, pero en
noviembre se volvieron a adoptar disposiciones para detener una evasión
determinada por los saldos negativos de la balanza comercial.
El drama era el siguiente. Para Buenos Aires lo esencial eran las rentas de la
Aduana. Fomentar el comercio extranjero equivalía a aumentar las entradas
aduaneras y tener satisfecho al embajador inglés en Río de Janeiro. Se creía
entonces que las riquezas aduaneras bastaban para cubrir todos los déficits del
comercio exterior, de manera que el crecimiento de las importaciones no sólo no
alarmaba a los gobernantes, sino que los alarmaba su disminución. Por ello,
cuando en octubre se acordó terminar con la obligación de consignar los buques y
las mercaderías extranjeras a comerciantes del país, no se tuvo en cuenta la
disminución que registraba el comercio inglés de importación.
Nadie vio que ese comercio, además de destruir muchas posibilidades productivas
en el país, lo empobrecía; nadie vio que la zona rica en minerales correspondía al
Alto Perú, cuya posesión o domino por los hombres de Buenos Aires era relativa, y
el resultado de tanta ceguera fue un acrecentamiento de la depauperación de las
masas del país y, en general, del interior del mismo, y que, pocos años después,
en nombre de los grandes principios británicos de la economía, las Provincias
Unidas entrarían por el camino del endeudamiento a las finanzas de Londres y,
por lo mismo, al dominio de su economía por éstas.
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