Está en la página 1de 369

Advertencia

Ángel Ganivet orientó todos sus pensamientos


hacia un punto fijo: España. Supo llegar a un pa-
triotismo inteligente, accesible a muy pocos, y
antes, en cada escalón de la subida, fue apartan-
do obstáculos de ante su vista, y un rayo de sus
ojos iba siempre, sin descanso, camino del cora-
zón de la raza.
Con una clarividencia extraordinaria, percibe las
más íntimas facetas de nuestro modo de ser y de
pensar: «Cuanto en España se construya con ca-
rácter nacional, debe estar sustentado sobre los
sillares de la tradición». y más adelante, desarro-
llando este pensamiento: «España se halla fun-
dida con su ideal religioso, y por muchos que
fueren los sectarios que se empeñasen en desca-
tolizarla, no conseguirían más que arañar un po-
co la corteza de la nación».
Gavinet es una conciencia de España. Concien-
cia atormentada, pero de innegable rectitud.
¡Lástima que este español tuviera el cerebro tan
mal formado, lleno de errores, de fatalismo his-
tórico, de evolucionismo religioso! Esa ausencia
de formación le hace desbarrar muchas veces.
¿Quién podrá separar la ganga del metal valio-
so? No es aconsejable la lectura de este autor,
sino a personas formadas y cultas.

Comentario extraído del libro Lecturas bue-


nas y malas, escrito por A. Garmendia de
Otaola S.J.
OBRAS COMPLETAS DE
ANGEL GA N I V E j T

11

LA C O N Q U I S T A DEL
R E I N O DE MAYA
POR EL ÚLTIMO CONQUISTADOR ESPAÑOL

PIO CID
A N G E L GANI VE T

O B R AfS C O M P L E T A S

V o lu m en I .— Id e a r íu m E s p a ñ o l

— 11— L a C o n q u is t a d el R e in o de

M a y a p o r e l ú ltim o c o n q u is ­

t a d o r e s p a ñ o l P ío C id

— III. — L o s TRABAJOS DEL INFATIGABLE

cread o r P i ó C id . — T omo I

— I V .— L o s t r a b a jo s d e l in f a t ig a b l e

cread o r Pío C i d , — T o m o II
V ,— E l e s c u l t o r d e s u A l m a ( d r a ­

m a m ís tico )

— V I .— G r a n a d a la b e l l a

— V I I ,— C a r t a s f in l a n d e s a s

V III .— H o m b r e s d el N o r tf, y el por­

v e n ir d e E spañ a

— I X .— E spa ñ a f il o s ó f ic a c o n t e m p o ­

r á n e a y o t r o s t r a b a jo s

— X , — E p is t o l a r io
ANGEL GANIVET
OBRAS COMPLETAS, VOLUMEN II

LA CONQUISTA DEL
REINO DE MAYA
i'OK. EL ÚLTIMO CONQUISTADOR ESPAÑOL

PIO CID

M A D R I D
FRANCISCO BELTRAN jj VICTORIANO SUAREZ

L IBR ER IA ESPA Ñ O LA Y EX T R A N JE R A , L I B R E R I A G E N E R A L

PRÍNCIPE, r 6 !¡ PRECIADOS, 48
INDICE
Páginas,

Anteportada................................................................... 1
Obras del autor.......................................................... 2
Portada........................... ................................................ 3
Propiedad....................................................................... 4
Anteportada.................................................................... 5
p r i m e r o .— Donde hablo de mí mismo,
C a p ít u l o
de mis ideas y de mis aficiones, y comienzo
el relato de mis descubrimientos y conquistas.
Primeros viajes desde la costa oriental de
Africa a la región de los grandes lagos...... 7
C a p . II.—Mis comienzos en el reino de Maya.
Curioso relato de mi prisión por los ruandas
y de mi evasión........................................................ 19
Cap. I II .—Ancu-Myera. Boceto de una ciudad
eentroafricana. De cómo una falsa apariencia
me elevó desde la humilde situación de con­
denado a muerte a los altos honores del pon­
tificado............................ ............................................. 31
Cap. IV.—Desde Ancu-Myera a Maya, por Ru-
zozi y Bbúa. Mi recepción en el. palacio de
los representantes. Espectáculo original, lla­
mado danza de los uagangas.......................... 49
Cap. V.—La vida privada de los mayas. Anti­
gua organización de la familia. Recuerdos
de mi primera noche en la mansión del Iga-
na Iguru.................................................................... 63
Cap. VI.—La religión maya. El afu iri y el ucue-
Páginas.

zi. Descripción de estas ceremonias y de Ja


vida maya en un día muntu................................. 75
Cap. V II.—Algunas noticias históricas y geo­
gráficas del reino de Maya. La antigua orga­
nización y el juego de los partidos políticos. 91
Cap. V III.—Revolución. Batalla de Misúa v des­
tronamiento y muerte de Quiganza. De cómo
Viaco dominó todo el país y estableció la re­
forma territorial o ensi. Contrarrevolución y
restablecimiento del poder legítimo............... 105
Cap. IX.—Por qué y cómo se realizó la revolu­
ción. Estado del país. Prim eras medidas res*
tauracloras. Creación de la pie), moneda...... 121
Cap. X.—Pacificación del país y abolición de la
servidumbre. Invasión y establecimiento de
los u am y eras y de los accas. Continúan las
emisiones de valores fiduciarios.......................... 139
C a p . X I,—Continúa la restauración. Reformas
introducidas en el mobiliario y en la indu­
mentaria. Invención de la pólvora.................. 153
Cap. X II.—Regreso de Mujanda a La corte. In­
formación sobre el estado del país. Reorga­
nización del poder central y creación de los
cuerpos de escala cerrada. Reformas radica­
les en la asamblea de los uagangas.............. lfif)
Cap. X III.—Medidas higiénicas. Creación de
los canales de Rubango. Invención del jabón.
Establecimiento de un lavadero público y del
lavado obligatorio nacional................................. 185
Cap. XIV .—Nuevas costumbres políticas. Inter­
vención de la mujer. Camarillas palaciegas.
Luchas provocadas por la infecundidad de
Mujanda. Relación del embarazo y alumbra­
miento de la vieja Mpizi..................................... 199
Cap. XV.—Reformas agrarias. Edicto estable­
ciendo la propiedad individual. Nuevos ins­
trumentos de labranza. Riegos y abonos.
Creación de un estercolero nacional bajo el
patronato de Mujanda.......................................... 215
Páginas.

Gap. XVI.—La reforma religiosa. Supresión de


los sacrificios humanos. Cómo fué iniciado
el nuevo afu iri, y cómo nació de él un segun­
do día rnuntu y una fiesta genuinamente
nacional...................................................................... 231
Cap. XV II.—Reformas en el alumbrado. Las
lamparillas de aceite y las velas de sebo. P ri­
meros ensayos de, alumbrado público. Insti­
tución de las fiestas nocturnas.......................... 249
Cap. X V III.—Medidas políticas encaminadas a
fortificar el poder central. Fabricación y mo­
nopolio del alcohol. Influencia capital de este
importante líquido en el progreso de la na­
ción m aya.................................................................... 267
Cap. X IX .—Florecimiento de las bellas artes y
de las ciencias. Exaltación de los sentimien­
tos patrióticos. Guerra con el Ancori. Muer­
te repentina de Mujanda e interesante sacri­
ficio humano en la gruta de Bau-Mau.............. 285
Cap. XX.—De cómo Asato fué nombrado Igana
Iguru, y del draconiano proyecto que conci­
bió para corregir la creciente inmoralidad de
las costumbres. Sublevación de los accas.
Paz con el Ancori................................................. 305
Cap. XXI.—E ntrada triunfal del ejército en
Maya. Medidas pacificadoras. Hallazgo del
tesoro de Usana, e idea repentina que me su­
girió. Promulgación de una Carta constitu­
cional. De mi éxodo y de los fenómenos so­
brenaturales que lo acompañaron................... 325
Cap. X X II.—Peripecias de mi viaje desde la ciu­
dad de Rozica a la costa occidental de Afri­
ca. Mi vuelta a Europa. Ultimo correo es­
piritual de la corte de M aya............................. 345
Sueño de Pío Cid...................................................... 365
M apas:
El reino de Maya antes de mi conquista.......... 378
El reino de Maya después de mi conquista...... 379
Colofón............................................................................. 384
LA CONQUISTA DEL
R E I N O DE MAYA
POR EL ÚLTÍM 3 CONQUISTADOR ESPAÑOL

PIO CID
El reino de Maya antes de mi conquista.

OES TE

iS A N G A )

lo ROZiCA

CA°UU ®
O
n
't a l a / O
záco cj
Af l i Muo^ ó w
¿ /fO B T g

viyatao

UPALA0
£ QU CTig A °
Q, lago Utua
Cy M BUA° w

o eo n o
$ RuZOZi
0 T O ffD O °
1LO Q uf
El reino de Maya después de mi conquista.

ESTE

V IT I o
UNYA°
i ANCJJ' KY&RA
^ ¡o V1L0Q U£
o TONDOo
RUTOZt BORO S
$ \>
0mbua BACURU® h
¡¿agot/m a.
oQUETtQA ^
'o UPALA
o VIVATA q

NORTE ■o5’OTU MATUS!^ SUR


0 AR1MU
<5
WUYU*
a
*?
0
C^ LU § / ° weRA $
R O ZJC A 0
a. ©
* B*A N G A
S X *

OESTE
CAPITULO PRIMERO

TJoodc hablo de mí mismo, de mis ideas y de mis


aficiones, y comienzo el relato de mis descubri­
mientos y conquistas.—Primeros viajes desde la
costa oriental de Africa a la región de los grandes
lagos.

Me Hamo Pío García del Cid, y nací en una gran


ciudad de Andalucía, de la unión de una señora de
timbres nobiliarios, con un rico vinicultor. Nada
recuerdo ele mi niñez, aunque, si he de dar crédito
a, lo que de mí dicen los que me conocieron, fui su­
mamente travieso y picaro; y es casi seguro que lo
que dicen sea verdad, porque mi falta de memoria
proviene justamente de una Uavesura que estuvo a
pique de cortar el hilo de mi existencia entre los
nueve y diez años. E ra yo aficionadísimo a pelear
en las guerrillas que sostenían los chicos de ini ba­
rrio contra los de los otros barrios de la ciudad, y
en una de estas batallas campales, luchando como
hondero en las avanzadas de mi bando, recibí tan
terrible pedrada en la cabev.n, que a poco más me
deja en el sitio. De tan funesto accidente me sobre­
vino la pérdida de la memoria ele todos los liecbo
de mi corta vida pasada, y corno feliz compensa­
ción, un desj.Hihila,miento tan notable de todos mis
8 A ngel g a n iv e t

sentidos, que mis padres, que hasta entonces ha­


bían tenido grandes disensiones con motivo de la
carrera qne había de dárseme, llegaron a ponerse
de acuerdo. Mi madre había adivinado en mí un
gran orador forense, y mi padre quería dedicarme
a ios negocios de la c a sa : triunfó mi madre, y se­
guí la carrera de leyes hasta recibirme de doctor
cuando aún no tenía veinte años. Entonces mi pa­
dre creyó conveniente enviarme al extranjero a
perfeccionar mi. educación. El estudio do, las len­
guas vivas comenzaba a estar muy de moda, y po­
seer varios idiomas era punto menos que indispen­
sable para hablar en todas partes y sobre todas ma­
terias con visos de autoridad. Aparte de esto, mi
padre oía decir que nuestra patria estaba en un
lamentable atraso, y creía firmemente que el medio
más seguro para salir de él eran los viajes y los
estudios en el extranjero. Par-a armonizar mis gus­
tos con los de mi padre, y mis intereses con los de
nuestra hacienda, se decidió enviarme a las prin­
cipales ciudades comerciales de Europa, donde a
un mismo tiempo podría hacer estudios científicos
y adquirir conocimientos prácticos, y entablar, si
llegaba el caso, relaciones comerciales muy nece­
sarias pava el porvenir de nuestra nación. A estos
estudios y prácticas debía dedicar cinco años, el
tiempo preciso para cumplir la edad que se exige
para ser diputado, pues mi padre tenía gran pres­
tigio en nuestro distrito natural, y daba por segura
mi elección, y con ella y mis excelentes dotes, el
comienzo de una rápida, carrera política.
Residí por breve tiempo en Ruán para ialeligen-
ciarme en el negocio de vinos y ver el medio de
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 9

aumentar la exportación y los precios de los cal­


dos, que mí casa había comenzado a enviar a F ra n ­
cia desde algunos años atrás. De Ruán pasé ai Ha­
vre, empleado en el escritorio de un naviero repre­
sentante de una línea directa de vapores entre los
puertos del Norte de Fran cia y los puertos españo­
les y franceses del Mediterráneo. Por lo mismo que
no los solicité, ni los necesitaba, me salieron al paso
éste y otros buenos empleos, que me fueron útiles,
no sólo para adquirir los apetecidos conocimien­
tos prácticos, sino también para vivir casi indepen­
diente del bolsillo paterno, en lo que se com­
placía mucho mi carácter presumido y orgulloso.
P a ra aprender el inglés me trasladé a Liverpool,
donde me ofrecieron su representación algunas ca­
sas españolas expoliadoras de fru ta s ; pero este ne­
gocio no me dio buen resultado, y me agregué, como
encargado de Ja sección española, a una «Socie­
dad de exportación de productos químicos para
abonos», establecida en Londres. Aquí ensayó tam ­
bién la venta, en comisión, de cigarros habanos,
y aunque la empresa no fracasó, tampoco pudo to­
mar vuelo. Sea que mi deseo de ir demasiado de
prisa me impidiera dar a los negocios el tiempo ne­
cesario para madurar, sea que, distraído con otros
proyectos fantásticos, que siempre anclaba revol­
viendo en mi magín, no Ies concediera toda la aten­
ción que exigían, lo cierto es que la m ala fortuna
me acompañó constantemente en cuanto emprendí
por cuenta propia. A la inversa, mis trabajos por
cuenta ajen a eran siempre ace.rta.dos, y en todas
las casas en que presté mis servicios merecí la con­
fianza de mis jefes, y se me encomendaban las
10 ÁNGEL GANIVET

cuestiones más difíciles. Esto me ocurrió en Mar­


sella, en el Havre, donde residí por segunda vez, y
en Hamburgo, donde por fin senté la cabeza, acep­
tando una excelente colocación en la Compañía in­
tercontinental dedicada al transporte marítimo y
propietaria de dos líneas de vapores.
En los seis años que transcurrieron en este gé­
nero de vida, fui adquiriendo un inmenso caudal
de experiencia y una dosis mayor aún de patriotis­
m o; porque o,s un hecho probado que el amor a la
patria, en los individuos que son capaces de sen­
tirlo, se acrecienta viviendo fuera de elía, y más
cuando se la abandona imbuido ett ciertos rutina­
rios prejuicios exageradamente favorables a los paí­
ses extranjeros. A tal punió llegó mi patriotismo,
que, reconociéndome incapaz para desempeñar en
mi patria ciertos papeles que antes me scducía.n,
desistí de emprender la carrera política, a la que
mi padre, como dije, me destinaba, por parecerme
censurable desplegar mis esfuerzos para, desempe­
ñar una función que otros antes que yo desempeña­
ban satisfactoriamente. Bien que, vista desde muy
lejos la organización interior de mi patria, me pa­
recía tan perfecta que no necesitaba do piezas tan
inútiles como mi persona para seguir funcionando
con regularidad : una monarquía constitucional con
arreglo a los últimos adelantos de la ciencia polí­
tica ; ministros responsables oportunamente- subs­
tituidos en cuanto se nota que se hallan bastante
desgastados; dos Cámaras siempre ocupadas en
renovar la legislación, acomodándola a la natura­
leza. humana y a las oxigcnt'kis diíirin.s de la opi­
nión,. y ocho grandes focos administrativos irra­
LA CONQUISTA DEL líEITÍO DE MAYA 11

diando sus efluvios luminosos sobre toda la faz del


país. Sólo notaba yo algunas deficiencias en el cul­
tivo de la tierra y en las industrias, y de buena
gana me dedicara a rem ediarlas; mas como tam­
bién el comercio ofrecía ocasión para desplegar
grandes iniciativas, y yo tenía hecho ya mi penoso
aprendizaje, me sentí poco a poco inclinado a de­
dicarme a él y a permanecer fuera de España, con­
tinuando el camino emprendido. Mi única tristeza
era tener que vivir alejado de la p a tria ; pero esta
tristeza se compensaba con el placer de conservar
incólume mi patriotismo, que acaso se debilitase al
volver a ella y percibir ciertos lunares borrados pol­
la distancia. Escribí, pues, a mis padres exponién­
doles claramente mis nuevas aspiraciones y solici­
tando sus consejos; y aunque éstos fueron desfa­
vorables, no bastaron a convencerme, antes me lle­
varon más Jejos en la nueva vía que trataba de
seguir. La Intercontinental tenía, importantes rela­
ciones con las colonias europeas del Africa orien­
tal, y decidió enviar un representante a Zanzíbar
para darles mayor impulso, aprovechando las ven­
tajas del protectorado alem án ; ía comisión me fné
ofrecida, y yo la acepté deseoso de cortar por al­
gún tiempo los lazos que me ligaban a mi familia y
a las naciones de Europa. Mi primer acto, pues, cíe
hombre libre íué, como el de muchos hombres de
genio (y no se eche esto a presunción), un acto de
rebeldía contra Ja autoridad familiar.
Kn dos años de residencia en la isla, de Zanzíbar
y en Bag'amoyo, un cambio radical se íué operan­
do en mis ideas. El trato con los exploradores que
tienen aquí el punto de partida para emprender
12 ÁNGEL GANIVET

sus viajes al interior del Continente, y la lectura


de libros de viajes, a la que me aficioné poco a
poco, mo hicieron variar de rumbo ; el comercio me
pareció ahora un fin demasiado prosaico, y la le­
vadura científica y artística que me había queda­
do do mis años de estudiante reapareció con gran
fuerza, y me hizo pensar que el hombre no debe se­
guir ciegamente un derrotero fijo, con rigor mecá­
nico más propio dol instinto de los animales que de
la inteligencia libre. Así como después de estudiar
jurisprudencia me había dedicado al comercio, y
no lo había hedió ma!, muy bien podría dejar ahora
el comercio por las exploraciones, y quizás lo ha­
ría mejor. La historia parece demostrarnos que
casi siempre ios hombres, por lo menos en Espa­
ña, desempeñan m ejor aquello para jo que no se
fia.a preparado previamente: los que se dedican a
las armas suelen distinguirse como legisladores, y
los jurisconsultos como guerreros; Jos literatos co­
mo hacendistas, y los hacendistas corno poetas; los
comercian les como políticos, y los políticos como
comerciantes.
Aparte de estas razones, contaba, con algunos
elementos do mayor solidez: había aprendido el
árabe, el b'i-siuihili, idioma muy extendido por las
comarcas del interior, y algunos rudimentos del
han til, termino general, y por cierto bastante im­
propio, por el que se designa varios dialectos indí­
genas ; conocía prácticamente todos los detalles de
la organización de las caravanas, y poseía apuntes
muy minuciosos, con los que pensaba poder aven­
turarme sin grandes riesgos a recorrer el Africa
central. Mis primeros ensayos ios hice agregado a.
LA CONQUISTA DEL REIN O DE MAYA 13

las caravanas árabes en el Usagara y en el Ugogo;


residí algún 'tiempo en Mpúa-púa, donde los alema­
nes tienen una estación, y, por último, determiné
establecerme en la colonia, árabe de Tabora, de­
jando como corresponsal en Zanzíbar a un rico ne­
gociante zanzibarita, de origen portugués, llamo,do
Souza. Nuestro plan consistía en abrir en Tabora
un bazar europeo y arrancar de manos de los ára­
bes el monopolio comercial que allí ejercen, pues­
to que sin gran esfuerzo podíamos ofrecer a los
indígenas un mercado más ventajoso que el árabe
para la compra de tejidos y de quincalla, y para la
venta de sus riquezas naturales, especialmente del
preciado marfil, liste provecto íué realizado con
mayor éxito del que esperábamos y del que convi­
niera a nuestros intereses; porque los mercaderes
árabes, alarmados por la rapidez con que en su pro­
pia casa se les despojaba de un filón tan rico y tan
hábilmente explotado por ellos, se confabularon con
.las autoridades indígenas, dispuestas siempre a
venderse por unas cuantas botellas de alcohol, y
me obligaron a cerrar la tienda, temeroso de que
promovieran una algarada, a favor de la cual, se­
gún mis noticias, trataban de despojarme y asesi­
narme. Un comerciante h in d i, asociado a nuestra
empresa, fué el encargado de transportar las exis­
tencias del bazar a Bagamoyo, y yo me quedé en
Tabora para el arreglo de la liquidación.
Decidido a no perder e! tiempo, aproveché esta
coyuntura para hacer excursiones por los países
comarcanos. Visité toda la parte oriental del Tan-
gauyiea, asolada a la sazón por las correrías del
feroz sultán Mirambo, el «Napoleón africano», y al
ÁNGEL GANIVET

Norte gran parle del distrito de Usocuina, hasta la


vecindad de ios cuncos, tribus que tienen tama de
guerreras y de refractarias al trato con los blan­
cos. Cerca de estos lugares están Amanda, desde
donde se ve el Victoria Nyanza, y las misiones del
Usambiro, ana. católica y otra protestante, dedica­
das ambas, en competencia, a cristianizar a los in­
dígenas, los cuales, según tuve ocasión de saber,
son tan perversos que, después de obtener cuanto
pueden de una, misión, se hacen feligreses de la
otra, y luego que explotan a las dos se quedan con
sus viejas supersticiones, y aun en éstas creen a
medias. En Anranda me encontré inesperadamente
con una caravana árabe, dirigida por un antiguo
conocido mío, Uledi-Hamed, hijo de un árabe y de
una negra, y hombre muy práctico en el país. Se­
gún me dijo, se dirigía al Alberto Nyanza, atra­
vesando el Uzindya, el Yhanguiro, el Caragüé y el
Uganda, pava regresar de seguida con cargamento
de marfil. Yo me incorporé con mucho gusto a la
caravana, pues deseaba conocer estos países y inc
parecía muy arriesgado y costoso viajar solo, con
mis cuatro a sca ris por toda defensa, y mis seis pa-
gazis o porteadores. Emprendimos, pues, todos jun­
tos la marcha, costeando el lago Victoria, y a las
veinte jornadas entramos en el Ancori, país depen­
diente del Uganda, donde se acordó hacer un alto
de varios días, que yo aproveché para hacer una
ascensión al monte Ruárnpara y una breve excur­
sión al territorio de Ruanda, donde se interrumpió
bruscamente mi viaje.
Largamente podría escribir con sólo evocar las
impresiones de mis viajes, especialmente del últi­
la Conquista bel reino de matía 15

mo, realizado en compañía de U ledi; pero mis re­


latos carecerían de un mérito eseneiolísimo, la ori­
ginalidad, estando como están estos territorios tri­
llados por los viajeros europeos y descritos por los
numerosos émulos de Livingstone. Más interés ten­
drían acaso mis conversaciones con Uledi y sus ju i­
cios sobre la sociedad europea, fundados algunos
de ellos en noticias retrasadas ea más de medio si­
glo. Uledi creía que las sociedades cristianas esta­
ban en su último período y que muy en. breve la
dominación de Mahoma sería universal. De España
tenía ideas muy vagas, recordando sólo con gran
precisión los últimos tiempos de la dominación ára­
be en Granada. A su juicio, no se haría esperar
una guerra invasora de Marruecos contra nuestra
patria, y ei fin de esta guerra sería la reconquista
de la ciudad de Boabdil, por la que suspiran toda­
vía todos los buenos creyentes. E sta opinión, bien
que aventurada, la hago constar aquí como aviso
útil al Gobierno español, para que refuerce conve­
nientemente las guarniciones andaluzas y viva, aper­
cibido contra cualquier descabellado intento.
De regreso del Ruám para a nuestro campamento
oí hablar a todo el mundo de unas tribus, habitan­
tes del cercano distrito de Ruanda, y entré en de­
seos de visitar este país. Acampábamos en. las m ár­
genes del río Mpororo, que puede ser considerado
como frontera natural del Ruanda, y según el tes­
timonio de Uledi, a las doce horas de camino se en­
contraban las primeras tribus; de suerte que en
los dos últimos días de descanso era posible i^ y
volver y aun explorar gran parte de la comarca
deshabitada que está eiiLre el río y las primeras cíu-
16 ÁNGEL GAN1VÉX

dades m an d as; pero todos me aconsejaban que no


me empeñase en tan peligrosa aventura y que re­
cordase el proverbio árabe que dice ; «Es más fácil
entrar en el Ruanda que salir de él.» «En diversas
ocasiones—decían—han intentado los árabes pene­
tral 1 en este país, acaso el vínico que no reconoce
su poder, extendido desde ljace un siglo por todo
el centro de Africa. Ninguna de las expediciones in-
vasoras lia regresado, ni lia dado la más pequeña
señal de vida, creyéndose que todas lian perecido a
manos de los feroces m andas. El número de éstos
se eleva a una cifra ele muchos mi ¡lares; son antro­
pófagos, y ordinariamente viven de la caza. Por su
carácter y por su oficio, lodos son excelentes gue­
rreros y pueden formar ejércitos formidables. Pero
lo más peligroso es su táctica m ilitar, la astucia
con que acechan al enemigo, con que le dejan in­
ternarse en el país y penetra,r en los bosques, donde
le aprisionan con lazos hábilmente preparados, le
torturan, Je matan y le devoran.»
Acostumbrado a no dar crédito a las palabras de
los árabes, mentirosos y exagerados por la fuerza
de la costumbre y por la exuberancia de su ima­
ginación, no me dejé convencer por el relato de Ule-
di, y menos aún por las terroríficas invenciones
que corrían por el campamento, y al día siguiente
hice una llamada a las gentes de la caravana para
ver quiénes querían acompañarme voluntariamente
en mi breve exploración y recibir una buena recom­
pensa : cinco días de paga ordinaria los ascaris,
y dos los pagazis. Diez de los primeros y cuatro de
los segundos aceptaron la propuesta bajo condición
de regresar dentro dei plazo de dos días al campa-
LA CONQUISTA BEL REINO DE MAYA

mentó de Mpororo, y sin pérdida de tiempo nos pu­


simos en camino los quince expedicionarios. Yo iba
delante, acompañado por cinco a sc a ris; en el cen­
tro marchaban los pagazis con los lardos de provi­
siones, y otros cinco ascaris cerraban La retaguar­
dia. Tome la dirección Sudoeste, dejando el río a
la izquierda y poniendo de trecho en trecho seña­
les que nos facilitaran el regreso. Todo el territorio
que recorrimos en la primera jornada era llano
y descubierto, de vegetación pobre y sin huellas de
ser viviente. P ara pernoctar elegimos un paraje
sombreado por algunos grupos de árboles y cubier­
to de hierba agostada, próximo a unas llanuras
pantanosas, que en tiempo de lluvias deben formar
un gran lago. Conforme descendíamos en la mis­
ma dirección, los árboles menudeaban más, hasta
convertirse en floresta cerrada, al través de la cual
anduvimos cerca de dos horas. En el extremo de
ella había un lago cuya superficie estaba casi cu­
bierta por espesas algas. El ruido de nuestros pasos
espantó a un antílope que tranquilamente se baña­
ba y que penetró huyendo en el bosque, no sin que
dos de mis ascaris dispararan contra él. Al mismo
tiempo de sonar las detonaciones vimos arrojarse
al agua varios hipopótamos que dormían a la ori­
lla, ocultos a nuestra vista por el ram aje; uno de
ellos estaba cerca de mí, pero su inmovilidad y su
color terroso le daban Ja apariencia de un montón
de tierra y me impidieron distinguirlo. Di orden a
los ascaris de no repetir los imprudentes disparos,
que podrían comprometernos, y proseguí la mar­
cha siguiendo el curso de un arroyo o riachuelo que
fluía al Sur del lago, y que, a mi juicio, debía con-
2
18 ÁNGEL GANIVET

dncir a algún lío, 110 indicado en las carta,s, en cu­


yos bordes se encontrarían probablemente las mo­
radas de los famosos m andas, a los que pensaba
presentarme en son de paz y amistad, ya. quo la es­
casez de nuestras fuerzas y el valor legendario de
los indígenas no me permitía acudir a los medios
violentos. P ara acelerar la m archa dispuse que en
la misma embocadura del riachuelo, ocultos entre
los árboles, permanecieran los cuatro pagazis con
sus fardos, y seis ascaris, esperando nuestra vuel­
ta, y yo continué con los cuatro ascaris que
me inspiraban más confianza, a paso forzado y
en dirección primero de la desembocadura del río,
y después de un gran macizo de árboles que un poco
más a la derecha corre a lo largo de Norte a. Sur.
De repente, una banda de salvajes, escondidos en
el bosque, apareció a nuestra vista y vino com en-
do hacia nosotros; yo me detuve y volví la cabeza
para ordenar a mis fieles ascaris que se detuvieran
también; pero apenas si me dio tiempo para ver­
les huir como gamos, a lo lejos, rm busca de sus
compañeros. Entretanto yo me vi rodeado por los
salvajes, que, viéndome solo e inerme, me golpea­
ron con sus lanzas, me arrojaron contra, e! suelo y
me aprisionaron sin que yo intentara hacer la más
pequeña resistencia.
CAPITULO lí

I\!is comienzos en el reino de Maya.—Curioso relato


de mi pfisión por los ruandas y de mi evasión.

Lo primero que me llamó la atención cuando me


de los salvajes me había producido, fuó no verme
repuse del valí i rio de estupor que el brusco ataque
jancoado en medio del campo y notar que aquellos
hombres que delante de mis turbados ojos estaban,
110 eran salvajes, sino guerreros uniformemente
vestidos y arm ados; pues se íes conocía a. primera
vista esa rigorosa táctica en ios movimientos y esa
severa marcialidad en la apostura que caracterizan
al soldado de profesión. El aire particular que im­
prime a los hombres la comunidad de oficio sobre­
nada por encima del espíritu nacional y aun del
espíritu de raza, y es seguro que, si en estas latitu­
des hubiera barberos y diplomáticos, serían tan
charlatanes y reservados, respectivamente, como
nuestros diplomáticos y nuestros barberos.
Esta impresión comenzó a tranquilizarme, por­
que siempre he temido más al hombre que obra, por
impulso natural, con los medios que en sí mismo
tiene, que al que ejecuta una consigna y se prepara
Á'í Cj -'L fiAN'iV^T

con armas de combate. Nunca son tan crueles las


invenciones humanas como las creaciones de la na­
turaleza; cayendo en poder de hombres desnudos y
sin otro armamento que sus uñas y dientes, me hu­
biera considerado de hecho muerto entre sus ga­
rras y digerido por sus estóm agos; en poder de
hombres vestidos y armados había lugar para la
esperanza, o cuando menos para confiar en que la
muerte vendría un poco más tarde, después de al­
gún respiro y con arreglo a ciertas formalidades,
que en los trances supremos producen alguna re­
signación.
Otra sorpresa 110 menos agradable t’ué oírles ex­
presar sus primeras palabras en uno de los varios
dialectos de ia lengua bantú, del cual tenía yo al­
gunos conocimientos, adquiridos en el comercio con
las tribus u aku m as, que lo hablan. ¿Serían acaso
estos guerreros del grupo hum a, esto es, hombres
del Norte, dominadores de la raza propiamente in­
dígena, y por lo tanto, como originarios de la In­
dia (según se cree), hermanos xiiíos de raza? Este
era un punto capital, del que acaso estaba pen­
diente mi existencia; mas por el momento me con­
gratulaba de que, en caso de muerte, serían mis
propios hermanos los autores de ella, y de que po­
dría morir hablando con mis semejantes. Quien no
ha estado a dos pasos de la muerte uo comprende
el valor que tienen estos matices del morir, al pa­
recer pequeños, pero quizás más diferentes entre
sí que lo son la muerte y la vida.
Varios acompasados toques de cuerno dieron la
señal de llamada al jefe, y en tanto que éste acu­
día, intentó entablar conversación con mis aprehen-
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 31

sores, comenzando por declararles que yo era, un


n y avin g v í, término por el que las tribus africanas
designan a los negros procedentes del Norte, y en
sentido especial también a los europeo,? o uazongos.
Mi propósito ora evitar que equivocadamente me
tomaran por árabe, pues suponía, que, después de
sus tentativas de invasión en el país de Ruanda, los
árabes serían objeto de viu odio profundo y justifi­
cado. A pesar de la proverbial ligereza de lengua
de los africanos, hube de convencerme de que éstos
estaban libres, por un' desgracia, de ese defecto, o
de que cumplían una consigna rigurosa, al ver que
mis palabras, aunque comprendidas, no eran con­
testadas.
Aprovechando este momento de espera, pude exa­
minar a, mi sabor aquellos curiosos tipos, tan dife­
rentes de todos ios que hasta entonces había obser­
vado desde la cosLa de Zanguebar hasta el lago
Victoria. Eran de alta y bien formada ta lla ; de co­
lor negro claro, muy distinto del de los negros de
pura ra z a ; las facciones semejantes a las del indio,
de expresión altiva y perezosa; la cabeza pequeña,
muy poblada de cabello fuerte y rizado, y el rostro
imberbe. Su atavío consistía en dos pedazos de piel
atados a la cintura, dejando ver los muslos; ua
casquete de huesos labrados y entrelazados les cu­
bría la parte superior de la cabeza, y varios capri­
chosos objetos, como dientes, placas de marfil y pe­
dazos de hierro, taladraban sus o re ja s; los pies
completamente desnudos. Su armamento se compo­
nía de una gran lanza de hierro que sostienen con
la mano derecha, y de una especie de carcaj de tela
muy fuerte, suspendido del hombro izquierdo. Es­
22

tos guerreros disparan las flechas sin necesidad de


arco.
Puse muy especial cuidado en verles ios dientes,
porque hay tribus que acostumbran a limárselos,
y estas tribus acostumbran también a comerse a.
sus victim as; pero mi examen íné tranquilizador.
En este punto me hallaba cuando apareció, salien­
do del bosque, el jefe de aquella tropa, seguido do
numerosa comitiva. Su aspecto era imponente:
alto y musculoso como u.11 atleta, duro y torpe de
mirada, medía la tierra a largos y reposados pa­
sos, como un héroe teatral, llevando por única y
suficiente arm a un enorme sable de hierro, cuyo
peso no b ajaría de treinta, libras. Su. vestimenta era
análoga a la de los soldados, diferenciándose en
que el casquete era inuclio mayor, adornado con
plum as; en que los brazos y piernas lievaban ani­
llos de hierro, y sobre todo en que la piel delante­
ra, muy bien entrelazada con una cuerda de raium-
bn, era más larga y se abría por delante de un mo­
do inconveniente. En ciertas tribus la jefatu ra se
concede atendiendo a los atribuios viriles, signo
indudable de fortaleza, y en tales casos el jefe ha
de introducir en el vestido ciertas modificaciones,
que equivalen a la presentación del real nombra­
miento en los países monárquico-civilizados.
Dos hombres se destacaron del grupo en que yo
estaba y se adelantaron al encuentro de Quizigué
(que así llamaban a aquel guerrerazo), cruzando
con él respetuosamente algunas palabras, sin duda
para ponerle al corriente de la situación. Quizigué
se me encaró con la mayor brusquedad posible, 3r
comenzó por insultarme. Según él, yo no era nya-
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA - 23

vingui, sino árabe, a juzgar por rni rostro y por mi


traje. —Los hombres blancos—dijo—caminan solos,
como jefes, nanea al servicio de las cara vanas ára­
bes, y tú ibas en la de un feroz enemigo nuestro.
Pero de todas suertes, tú lias penetrado en el reino
de Maya, y este crimen será fatal para ti.
— ¡ Cómo—exclamé y o :—éste es el reino de Ma­
ya! Yo creía haber penetrado en el territorio de
Ruanda; jam ás fue mi intento faltar a vuestra
ley.—Mas a esto repuso Quizigué que los pueblos
vecinos llaman Ruanda al país de Maya, pero que
el nombre de Ruanda es el propio de los guerreros
mayas. —No intentes defenderte—concluyó, volvién­
dome desdeñosamente las espaldas. Se internó en
el bosque, y tras él siguieron ios soldados, lleván­
dome por delante y sin dejar de amenazarme con
sus lanzas.
A poco de penetrar en el bosque pude ver por en­
tre los claros, que detrás de él se levantaban nume­
rosas cabañas. Y a más cerca, vi que todas ellas
formaban una sola, unida y prolongada indefinida­
mente a derecha e izquierda, alta como de diez pal­
mos, con grandes aberturas cuadradas a modo de
puertas, y encima de ellas agujeros redondos por
todo balconaje. De trecho en trecho pendían, desde
el alero del tejado de pizarra hasta el suelo, la r­
gas sartas de objetos, que al. principio tomé per sar­
ta,s de frutas, recordando haber visto mil veces en
las blancas casitas de mi tierra andaluza las ris­
tras de pimientos y tomates puestos al seque; pero
después vi que eran ristras de cabezas humanas,
todas ya perfectamente momificadas.
El largo cobertizo empezó a arro jar por sus nu­
24 An g e l g a n iv e t

merosas puertas soldados, que conforme salían se


iban colocando en doble fila a poca distancia de la
pared. Quizigué fué cogido en hombros por dos de
sus acompañantes, y les dirigió una arenga, de la
que yo entendí bien poca cosa. Sus primeras pala­
bras fueron saludadas con un sordo rugido, señal
de salutación entusiasta, y sus últimas con un
Quimja Quizigué, signo de aprobación. Me pareció
que el fondo de su discurso se encaminaba a expli­
car que quería castigarme, porque yo era un espía
enemigo, infractor de la ley sagrada; pero intrigá­
bame muy particular]nente la enumeración que hizo
de todas las partes de mi cuerpo, pues no compren­
diendo la ilación de su discurso, no sabia si aquel
ensayo descriptivo se enderezaba a llenar una sim­
ple formalidad de procedimiento, o si a encomiar
cada una de J.as partes de mi querido organismo,
con fines siniestramente culinarios.
Aquellas palabras retumbantes, que, realzadas
por un órgano prosódico de potencia extraordina­
ria, sonaban a hueco en mi aturdida cabeza, ter­
minaron, y Quizigué descendió de su sitial y diri­
gióse hacia mí. Le seguían los hombres de su es­
colta y los caudillos de segundo orden, que se dis­
tinguen de Jos soldados rasos en que llevan en el
casquete varias plumas engarzadas, cada una de
Jas cuales representa una cabeza humana a cargo
del portador. Entre ios mayas, el sistema de ascen­
so en el ejército se reduce ai principio de que si el
soldado sirve para destruir al enemigo, el mejor es
el que más enemigos mata. De una a cuatro plu­
mas, jefe de escuadra; de cinco a ocho, centurión;
y pasando de ocho se puede optar al generalato me­
LA CONQUISTA DEL REINO B E MAYA 25

diante elección real, que se inspira en los motivos ya


explicados. Mientras me inspeccionaban ]os jefes, los
soJdados penetraron en los cuaríeles o se internaron
en el bosque para ocupar sus puestos ele guardia.
Uno de ios que lií:bían servido de trono a Ouizi-
gnó fué encargado de mi custodia, y me condujo a
una tienda próxima a otra en que los jefes se re­
unieron p aja deliberar. Ardía yo en deseos de saher
lo que todo aquello significaba, teniendo por averi­
gua,do que estos hombres no eran una tribu inde­
pendiente, puesto que la organización m ilitar pura
exige que detrás de un grupo de valientes desocu­
pados haya una nación trabajadora, que ios sos­
tenga. En toda el Africa oriental 110 había yo obser­
vado, en punto a milicia permanente, otro ejem­
plar que el de los ru gas-ru gas, bandidos, incendia­
rios y secuestradores, que como soldados mercena­
rios suelen servir a los innumerables m uunangos o
reyezuelos, empeñados continua y recíprocamente
en destrozarse. Pero estos mayas no tenían nada
que ver con los rugas-rugas; su severa organiza­
ción dejaba entrever un pueblo muy distinto de to­
dos los visitados por mí en el. continente negro,
Motivo más de tristeza, pues en caso de muerte no
era sólo mi vida lo que perdía, sino mis esperan­
zas de penetrar en una. región no visitada aún por
los exploradores, y conocer un pueblo que por es­
tos primeros indicios parecía reservar a un hombre
blanco legítimas sorpresas.
No se mostró mi guardián excesiva,mente reser­
vado, y se dignaba contestar a alguna de mis pre­
guntas, aunque extrañando por sus gestos mi deseo
de saber en medio de mi angustiosa situación. ¿Có-
26 An g e l g a n iv e t

ino explicar a, un hombre de tan pocos alcances que


existe en el mundo un espíritu universal que piensa
en nosotros, y que acaso las ideas que se forjaban
en mi mentí* en aquellas tristes huras se reproduci­
rían en alalina cabeza de sabio europeo y 110 que­
darían perdidas para la ciencia?
De las contestaciones de mi custodio pude colegir
que en el interior del país, defendido por estos des­
tacamentos militares, habitaba un enjambre de tri­
bus, cuyo centro político era, la gran ciudad de
Maya, cerca de 3a gruía de Bau-Mau (el padre y la
madre, o la pareja primitiva.), donde tuvo lugar el
parto de la, tierra. Hay muchos reyes; pero el rey
de iodos es Quiganza, cuyas mujeres pasan del que-
nc-icom i (cuarentena). Aunque es el más esforzado
ríe los hombres, no puede vencer a Rubango (calen­
tura), espíritu poderoso, fuente de todos los males.
Estas y otras mil interesantes noticias iba yo re­
cogiendo ávidamente de labios de mi interlocutor,
y hubiérase prolongado mucho mas la conferencia,
a no interrumpirla una palabra inoportuna. Aun­
que temeroso de mi suerte, una secreta esperanza
me hacía agualdar resignado lo. resolución finad,
porque Quizigué, bajo su rudo aspecto, me había
parecido una naturaleza sentimental poco propen­
sa a las escenas de carnicería. Bien que el hom­
bre desee en el fondo la muerte de casi todos sus
semejantes, rara vez su cobardía le permite poner
por obra sus propósitos; ya le asalta el temor de
que la víctima se rebele y se convierta, en verdugo,
ya le horroriza la idea de que el fantasm a de la
muerte se le fije demasiado en el cerebro y le mo­
leste con representaciones desagradables. Por esto,
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 27

cuando ]a sociedad ha tenido necesidad de matar,


lia instituido tribunales compuestos con numerosos
elementos auxiliares. Reunidos varios hombres la
situación es distinta, porque los instintos natura­
les se refuerzan, la cobardía, disminuye con el con­
tacto recíproco, y el fenómeno de la representación
fantasm agórica no se presenta o se presenta en
fracciones pequeñas e incompletas, por lo mismo
que se disgrega entre gran número de partícipes.
Júzguese, pues, mi pavor cuando mi vigilante ma­
nifestó de uno. manera incidental que ya estaría
próxima la hora de ia votación en que me iba la,
cabeza. Contra lo que yo había creído, 110 era a
Quiziguó a quien correspondía resolver de plano en
mi causa. En Maya han penetrado muchas ideas de
progreso, y no basta ya el juicio de un hombre
para entender de las cuestiones que afectan a la
salud pública. Sin sospecharlo, estaba, en el cen­
tro de Africa, sometido a un Consejo de guerra que,
después de amplia discusión y maduras delibera­
ciones, decidiría de mí suerte por mayoría de vo­
tos. Ante este nuevo aspecto de las cosas, mis es­
peranzas volaron y me vi perdido sin remedio. Sin
saber lo que me hacía, en un ciego arranque cogí
una flecha dei carcaj del infeliz centinela y Je atra­
vesé la garganta, sin darle tiempo siquiera para gri­
tar. Después me lancé por una estrecha claraboya
abierta en la pared trasera de mi prisión, y viendo,
al caer, delante de mí un espesísimo bosque, pene­
tré en él velozmente y seguí corriendo horas y horas
sin dirección fija, hasta que empezaron a entorpe­
cer mi vista las primeras sombras de la noche.
Forzado me era buscar un árbol donde acoger­
28 ÁNGEL GANIVET

me hasta que llegase el nuevo d ía; en los árboles


sólo corría el riesgo de que me molestaran los innu­
merables monos que en ellos habitan; poro en tierra,
era casi seguro que las bestias salvajes diesen
cuenta de mi persona. Después de varios tanteos
me decidí por un hermoso baobab, aislado en uno
de los claros del bosque, l.íl tronco tenía varias
hendeduras que facilitaban el ascenso, y las ramas
bajas se cruzaban formando un descansadero se­
guro, ya que no fuese muy cómodo, en el que pasé
aquella larga noche, desvelado por la inquietud y
trastornado por un olor cilio desagradable que no
sabía a qué atribuir, hasta que la rosada aurora
me permitió ver que e! tronco hueco del baobab es­
taba lleno de cadáveres. Esto me tranquilizó un tan ­
to, porque el olor de la carne en putrefacción era
indicio seguro de la existencia de una ciudad, y yo
estaba resuelto a seguir adelante, ya que tampoco
me era permitido retroceder.
En los pueblos africanos se emplean varias cla­
ses de sepultura, y tina de ellas consiste en arrojar
en lo hueco de los árboles los despojos humanos que
110 son dignos de inhumación. Esta se reserva para
los reyezuelos, a los que, no sólo se les sepulta en
la tierra, sino que sobre sus sepulturas se suele ha­
cer un sacrificio de mujeres, que se consideran
afortunadas acompañando a su rey al reino de las
sombras. Fuera de estos dos sistemas, hay otro que
consiste en arrojar los cadáveres a las hienas, para
aplacar a estos insaciables carnívoros e impedir
que destrocen los rebaños; por último, el más ele­
mental es practicado por las tribus extremadamen­
te pobres, obligadas por la miseria a comerse sus
1A CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 29

propios muertos. La antropofagia ha sido mal ex­


plicada por alguno exploradores, que sólo han visto
la exterioridad de las cosas y de los acontecimien­
tos; se lia llegado a afirmar y a creer que los an­
tropófagos forman las tribus más salvajes y crue­
les, cuando la observación, libre de miedo y de
otras bajas pasiones, descubre todo lo contrario.
Las tribus antropól'agas son las más débiles y co­
bardes, ordinariamente agrícolas y poco aficiona­
das a los alimentos azoados; son las que menos
molestan a las fieras, a las que temen y aun vene­
ran, y son las que más sufren las depredaciones de
otras tribus batalladoras, que a veces les arrebatan
las mujeres, obligándoles a ofrecer el vergonzoso
espectáculo de la distribución por turnos de una
hembra- que los vencedores les deja,ron como limos­
na, y a veces les arrasan los campos, forzándoles
a devorarse unos a otros.
Ciertamente que, una vez adquirida la costumbre,
a la que el hombro es muy dado, este pobre salva­
je sigue comiendo carne humana, aunque le sobre
el alimento vegetal, como el soldado, una vez que
fué al campo de batalla y se enardeció con sus
triunfos, se acostumbra, en cierto modo a m atar a
sus semejantes, y desea continuar macándolos des­
pués que la guerra, term inó; pero de esto no se des­
prende que sea más retrasado que los otros, ni tam­
poco más cruel. Iil rasgo terrorífico que señalan mu­
chos viajeros de limarse los dientes para devorar
con más facilidad y prontitud, revela a las claras
que su naturaleza es buena, puesto que si fuese
mala los tendría afilados ya y no tendría necesidad
de afilárselos.
30 ANGEL GANIVET

Dispuesto a afrontar con audacia los peligros en


que me hallaba envuelto, descendí del ba.obab hos­
pitalario y tomé una senda que me condujo a los
bordes de un riachuelo, cuyo curso se dirige al Oc­
cidente. Siguiendo la ribera, a los pocos pasos vi
un magnífico hipopótamo reposando con la sereni­
dad del justo sobre las cuatro columnas que le sir­
ven de patas, y me causó agradable estrañeza no­
tar que sobre ios anchos lomos llevaba unas a ma­
nera de alforjas de fibra vegetal, y alrededor del
cuello Lina especie de collera muy holgada, que, su­
jeta por la p a r í s superior al centro de las alforjas,
hacía las veces de brida y pretal.
Varias veces pe me había ocurrido la ideo, de que
el hipopótamo podría ser domesticado como en otros
tiempos lo íué el elefante africano y hoy lo está el
indio. Al parecer, mi idea oslaba ya, realizada por
tribus que sólo en este rasgo demostraban, si no
bastara, la organización de su ejército, una superio­
ridad considerable sobre todas las que viven desde
la costa a la región de los lagos.
Conocedor de la n oí-loza de carácter de los hipo­
pótamos, me acerqué sin desconfianza al enjaezado
paquidermo, que volvió pesadamente la caneza, ¡sin
intentar desenclavarse de su sitio. Yo monté sobre
él, y sin necesidad do espoleo previo, me vi conver­
tido en el más original caballero andante que se
haya visto en el mundo. Al poco tiempo la senda se
metía en el río, y mi conductor se metió también
sin vacilar, y, siguiendo el curso de las aguas, na­
daba con tal serenidad que parecía estar en tierra
y no moverse del suelo.
CAPÍTULO Til

Ancu-Myera.—Boceto fie una ciudad centroafricana.


De cómo una falsa apariencia me elevó desde la
humilde situación de condenado a muerte a los
altos honores del. pontificado.

Después do una hora de feliz navegación, que


aproveché para meter honda mano en las bien provis­
tas alforjas, el- hipopótamo, dueño absoluto de sus
movimientos y de ]os míos, se desvió del centro de la
corriente, arribando a una pequeña ensenada, don­
de tocamos fondo. Ni entonces, ni durante ni viaje,
aparecieron rastros de ser humano, y yo me pre­
guntaba si 110 había sido imprudencia abandonar'
me al capricho de un anim al cuyas intenciones
desconocía. Pero hay momentos difíciles en la vida
del hombre, en los cuales este se ve forzado a abdi­
car su soberanía y a, obedecer sumisamente al pri­
mer animal que se atraviesa en su camino. Hube,
pues, de resignarme, y los hechos posteriores de­
mostraron que el mejor partido fué el de la resig­
nación.
Abandonando el fondeadero, ascendimos el hipo­
pótamo y yo por una larga, y suave pendiente has­
ta entrar en un camino llano que la. corlaba y que,
32 ÁNGEL GANTVET

sin apariencias de obra de. mano, me pareció casi


tan ancho y cómodo como las carreteras de Espa­
ña. Sin vacilar tomó el hipopótamo la derecha, si­
guiendo el curso del río, y esta seguridad en la di­
rección me hizo creer que su instinto, como el de
nuestros animales domésticos, le llevaría a la casa
de su dueño, ante el que inlentaba yo por adelan­
tado justificarme con lodos aquellos gestos y razo­
namientos que fuesen propios para demostrar mi
honradez y para granjearm e su protección.
Apenas entramos en e) nuevo camino, y al vol­
ver de un recodo que éste forma para dirigirse ha­
cia el Sur, apareció al descubierto un hermoso bos­
que, cuyo verde intenso, como fondo de un gran
cuadro, hacía 'resaltar una. multitud de pajicientas
cabañas, colocadas en primer término y semejantes
desde lejos a un rebaño paciendo desparramado.
Los habitantes de estas chozas salieron a mi en­
cuentro en actitud que yo creí hostil, pues lanzaban
fuertes gritos y eran hombres solos. En Africa, co­
mo en Europa, la mujer j j o toma parte en los com­
bates, y por esto la ausencia de las mujeres me
dió mala, espina y me pareció indicio de disposicio­
nes belicosas. Bien que mis enemigos no llevasen
ningún género de armas, tampoco para habérselas
conmigo las necesitaban.
Antes que yo intentase, aunque lo pensaba, dete­
nerme y esperar, varios hombres se destacaron de
la turba y vinieron hacia m í; a los pocos pasos,
uno de ellos, separándose de los demás, que se de­
tuvieron, se acercó hasta tocar* ia. cabeza del hipo­
pótamo e hizo una reverencia, a la que yo me apre­
suré a contestar. Después se fueron adelantando
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 33

gradualmente los rezagados y me abrumaron con


sus reverencias, cada vez más rastreras y acompa­
ñadas siempre de los gritos que me habían asusta­
do. Entre ellos sólo percibí clara la palabra \qui-
zizi\, fórmula ele saludo matinal.
Aunque en diversas ocasiones y distintos países
había podido observar que los pueblos otorgan sus
favores y hacen objeto de sus entusiasmos a) últi­
mo que llega por ser el que menos conocen, no dejó
de producirme estrañeza aquel desbordamiento de
simpatías súbitas. Alegrándome por el momento,
no dejé de ponerme en guardia, temeroso de que
las cañas se volviesen lanzas. Es aventurado ci­
mentar algo sobre la voluntad de un hom bre; pero
cimentar sobre la voluntad de una multitud es una
locura: la voluntad de un hombre es como el
sol, que tiene sus días y sus nocli.es; la de un pue­
blo es como el relámpago, que dura apenas un se­
gundo.
Más todavía se aumentaron mis dudas cuando
pude distinguir entre el ruido de las aclamaciones,
además de la palabra quizizi, otras dos, ig an a igu­
ru , que iban a mí dirigidas. ¿Habría tal vez en la
religión de aquel pueblo la creencia en la venida
de un «hombre de lo alto»? O, dada la abundancia
de símbolos en uso entre los africanos, el nombre
Igana Iguru ¿designaría a un hombre de carne y
hueso con el cual me confundían? Y ¿cómo era po­
sible esta confusión?
Pero fuese como fuese, yo estaba decidido a ir
hasta, el fin, tanto más cuanto que el azar se ponía
de mi parte. Precedido y acompañado de los indí­
genas, que no b ajarían de mil, entré triunfalmentc
3
34 ÁNGEL GANIVET

en la ciudad, que, según supe después, lleva el nom­


bre de Ancu-Mvera, por su situación «entre el bos­
que y el río», y está habitada por pescadores ma­
yas, que sostienen por la vía fluvial un activo co­
mercio con los pueblos del interior, con los que
cambian los productos de la pesca por frutas, gra­
nos y artículos industriales.
El que hacía de jefe, y luego resultó ser rey y lla­
marse Ucucu, me condujo al centro de la ciudad,
donde se alza, completamente aislado, su palacio,
una cabaña o lem bé de gran extensión, adornado
con innumerables aberturas oerad«ad as y redondas,
y defendido por una verja de toscos barrotes de
hierro. El techo, tanto del palacio como de las res­
tantes cabañas, es de caballete, denotando cierta
influencia europea, pues las tribus, separadas de
toda influencia exterior, construyen sus cabañas
circulares y de techos cónicos, sin ninguna empali­
zada defensiva.
Montado siempre sobre el sesudo y tranquilo pa­
quidermo me detuvieron a la puerta misma del
lembé, dando frente a un cadalso, alrededor del
cual se agrupaban ansiosos ios súbditos de Ucucu,
de todo sexo y edad. Tanto hombres como mujeres
iban vestidos de mía amplia túnica flotante, sujeta
por debajo de los sobacos y larga hasta, las rodi­
llas. Las piernas y brazos completamente desnudos,
y la cabeza cubierta por ancho cobertizo en pirá­
mide, formado con cuatro hojas anchas y picudas
de cierta especie de palmera. Algunos pequeñuelos
estaban completamente desnudos, y en cambio cier­
tas personas de distinción llevaban, además de las
prendas descritas, algunos adornos raros, injerta­
XA CONQUISTA DEL I1E1NO DE MAYA 35

dos en la túnica de una manera, caprichosa, amén


de los brazaletes y collares.
El tipo general de los hombres es el liutaa, o sea
fil mismo do ios guerreros, aunque de talla más me­
diana y de facciones más adulteradas por las ope­
raciones quirúrgicas a que se someten para embe­
llecerse; el de las mujeres es bastante agraciarlo,
pero las afea macho el excesivo desarrollo de los
pechos, que se procura estirar hasta que llegan a
las ingles. La razón de esta moda es sumamente
práctica., pues Jas mayas amamantan a sus hijos
sin abandonar sus faenas ordinarias. Siéntanse en el
suelo o en taburete muy bajo, y cruzando las
piernas en forma de tijera, colocan en el hueco a
sus crías, que .sin ningún esfuerzo ni molestia se
encuentran en. posesión constante de los pedios ma­
ternales.
Esperaba lleno de ansiedad el desenlace de aquel
espectáculo, qno no comprendía, cuando un grupo
de hombres armados de lanzas corlas y de mache-
íes apareció conduciendo prisioneros a un hombre
joveu y de buen parecer', y a un asno de poca talla
y de pelo claro como de cebra, de la que acaso pro­
cediera alguno de sus ascendientes. Ambos prisio­
neros subieron al cadalso, que se levantaba inuy
poco del suelo, y a seguida Ucucu habló para so­
meter a mi arbitrio aquel juicio, nuevo en los fastos
judiciales de Ancu-Myera. Sucesivamente hablaron
dos hombres del séquito del rey para defender al
hombre y al asno, que impasibles presenciaban
aquella ceremonia forense.
Según pude colegir, el crimen consistía en la pro­
fanación del tembé, donde se hacen las ofrendas al
36 ÁNGEL GANIVET

funesto espíritu Rubango, única sombra de divini­


dad en quien creen todos los mayas. Realizado el
crimen, había surgido una duda grave acerca, de
quién fuese el responsable, si el asno, autor mate­
rial del hecho, o su dueño, culpable por negligen­
cia. Por esta razón el conflicto había sido reservado
ai Igana Iguru, el gran juez y gran sacerdote.
No es nuevo el caso de que un juez se entere de
un proceso merced a lo que oye decir a los conten­
dientes, pero sí era para mí nuevo, original, inaudi­
to, todo aquello que presenciaba. En un pueblo que
yo tenía por semisalvaje descubría de improviso la
existencia de un poder judicial grande, sabio y am­
bulante para mayor comodidad de los súbditos; des­
cubría la existencia de principios jurídicos adm ira­
bles, que constituyen el anhelo de los más adelanta­
dos penalistas de Europa, como son la igualdad de
todos los seres creados ante la ley y el jurado po­
pular, conforme a los sanos principios de la más
pura democracia.
Oídos los discursos, vi que todas las miradas es­
taban pendientes de mi boca, y me hice cargo de
que había llegado el momento de juzgar. L a deci­
sión era fácil, porque se veía a las claras que la opi­
nión general estaba con el último de los abogados,
con el abogado del asno, y aun no faltó quien gri­
t a r a : «¡ A fuiri Muigo!», lo que equivalía a pedir
la muerte. Así, pues, mis primeras frases en Ancu-
Myera, frases que me pesarían como losa de plomo
si no hubiera descargado la responsabilidad de
ellas sobre los indígenas, fueron para condenar a
Muigo, que así se llamaba el desventurado reo hu­
mano. — j Afuiri Muigo!—dije en tono solemne; y
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 37

un inmenso clamor salió de todas aquellas bocazas


africanas, en el que se mezclaba la satisfacción, el
odio, y sobre todo la admiración por mi sabiduría.
Sin más preámbulos los sayones cortaron la cabeza,
a Muigo y se llevaron el asno, que lanzaba rebuz­
nos no sé si de alegría o de dolor.
Según costumbre nacional, los acontecimientos
extraordinarios, sean tristes o alegres, se celebran
con regocijos públicos. El acontecimiento del día
era mi presencia en la ciudad, y para festejarla se
habían suspendido desde el amanecer todas las fae­
nas de la pesca y dado suelta a los siervos. Previa
invitación de Ucucu, descendí del hipopótamo como
magistrado que deja su tribunal, y penetré en la
morada regia.
Estaba ésta construida a la manera de las corti­
jadas de mi tierra ; dentro de la verja de hierro se
levanta, hasta una altura de doce palmos, una ga­
lería cuadrangular, donde tienen sus habitaciones
el rey, sus hijos y sus siervos. En el espacio cerra­
do por estas galerías, cuya cabida no b a ja rá de dos
fanegas de marco real, hay numerosos lembés y
templetes rústicos, diseminados sin regularidad,
donde se contiene cuanto es necesario para la co­
modidad, recreo e higiene del señor. En las habita­
ciones de éste resplandecía un gran aseo, y se res­
piraba esa atmósfera de sencillez y tosquedad reve­
ladora de una gran pureza de costumbres.
Después de refrigerarnos con algunas libaciones
de fresco vino de banano, a una indicación mía,
Ucucu me llevó al interior del palacio para m ostrar­
me sus riquezas. Entretanto, sus acompañantes,
casi tuilos funcionarios públicos, quedaron con ver­
38 Án g e l g a ñ ív í

san do sobro asuntos de gobierno. Nuestra primera


visita fué a un quiosco, donde pude ver más de un
centenar de i oros de varias pintas, todos muy viva­
rachos y charlatanes. Una de las aficiones, acaso
la principal, de los mayas es la ovia de loros, a Jos
que maestros muy hábiles que hay para el caso
instruyen en diversas gracias, chistes y aun lar­
gos discursos, Ucucu me mostró particularmente
algunos de aquellos oradores, que, según él. se ex­
presaban con tanta, facilidad, que pudieran ser te­
nidos por personas de juicio y ser escuchados como
oráculos. A esto asentí yo, pero indicándole que no
siempre la sabiduría acompaña a la fácil elocución ;
aun entre Jos hombres, que son los seres más sa­
bios de la tierra, suele encontrarse alguno que no
es tan sabio como Jos demás, y que se distingue por­
que habJa más que ios otros. Pues así como con el
estómago ligero se anda con más agilidad, con la
cabeza vacía ia boca se abre y Jas palabras escupan
velozmente.
Desde el quiosco de 3os loros fuimos al harén, que
Ucucu 110 tuvo reparo en enseñarme. El harén es
una copia reducida del palacio, aunque sin venta­
nas ni claraboyas al exterior. Las diversas habita­
ciones toman sus luces de un patio anchísimo, plan­
tado de árboles de sombra y separado de las habita­
ciones por galerías descubiertas, semejantes a los
cenadores andaluces. Cada mujer tiene su habita-
ción de día, en Ja que vive con sus hijos hasta que
éstos cumplen los cuatro años y pasan a poder del
padre, que los confia a ciertos pedagogos o siervos,
que saben relatar de coro la historia del reino, úni­
ca ciencia que se considera necesaria, porque sirve
LA CONQUISTA DEL líEIN O DE Ma YA 39

para entusiasmar a la plebe y para olvidar las mi­


serias del presente con el recuerdo de las grande­
zas del pasado.
El último año, los habitantes de Ancu-Myera fue­
ron apaleados y lanceados por un grupo de guerre­
ros que, no teniendo enemigos exteriores que com­
batir, debían librar batalla con los habitantes dei
interior para no perder el ardor bélico. Tal fué la
desesperación de los de Ancu-Myera ante su ver­
gonzosa derrota, que muchos querían abandonar Ja
ciudad, y lo hubieran realizado sin una arenga
enérgica de Ucucu, gran conocedor de la Historia,
en que les recordó la del valiente Usana, el rey So),
que, de simple pescador, llegó a ser rey de todos
los reyes muyas, a reunir grandes riquezas y a de­
jar' un recuerdo imperecedero. Con esto el pueblo
recobró su animación habitual, llegando, por últi­
mo, a olvidar el agravio cuando se comprendió que
sus causas habían sido ia profanación de la casa
de Rubango y el deseo de venganza, de éste. Así
se explica el furor popular contra Muigo, la pa­
triótica indignación que yo torpemente había juz­
gado en los primeros momentos como salvaje bru­
talidad.
Después de pasar un largo y tortuoso corredor
llegamos a! patio del harén, en donde había dos do­
cenas de mujeres que cantaban con voz cadencio­
sa y dormilona una canción en que se repetía con
frecuencia el nombre de Ucucu. Cada día se recita
una canción diferente para ensalzar las últimas ha­
zañas del señor, y la, de este día era como sigue:

Felicidad a Ucucu, el valiente mua,nango.


Con el canto del gallo (ucucu) fué Ucucu al Unzu.
40 ÁNGEL GANIVET

En la mano llevaba el in clm m o (especie de lanza).


Pero la pesca de Ucucu 110 íué el anzú (pez) :
Ha matado al terrible anyiié (leopardo).

El principal deber de una m untu, de la mujer en


genera], es cantar las alabanzas de un hombre: del
esposo, del padre o del hijo, según las circunstan­
cias. La honestidad de la mujer exige que ésta, ya
sea con sinceridad, ya con hipocresía (si es que
tan bajo sentimiento cabe en el corazón de estas
mujeres), tenga siempre en sus labios el nombre de-
aquel que la mantiene.
Sin ser psicólogos, los mayas conocen la virtud
extraordinaria de lo. repetición de una palabra, y
saben que la m ujer ama y respeta por la fuerza de
la costumbre. P ara ellos, las pruebas de amor que
a nosotros nos satisfacen y nos enloquecen serían
motivo de irrisión, pues entenderían que la mujer
que libremente ama libremente deja de amar. Como
a los animales domésticos se les impone la obli­
gación del trabajo, a ía mujer se le impone la del
amor, cuyas formas exteriores son el servicio del
esposo y la cría de los hijos. La mujer holgazana
es vendida como sierva para los trabajos agrícolas;
la estéril es devuelta a su antigua familia, median­
te la devolución de la mitad del precio dotal. Pero
si la mujer es hermosa (y para el gusto dei país las
hay hermosísimas) se la dispensa la holgazanería
y la esterilidad, y entra a formar parte de los ha­
renes ricos, que se honran teniendo algunas muje­
res de lujo.
Al mismo tiempo que las mujeres de Ucucu ento­
naban su canción, inventada bien de m añana por
uno de los siervos pedagogos, se entretenían en sus
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 41

quehaceres; sólo tres dormitaban tendidas sobre


pieles de leopardo; las demás estaban sentadas y
tejían con fibras vegetales una pleita, de la que se
forma después Ja tela para las túnicas, o ama­
mantaban a sus pequeñuelos, o lavoteaban en una
pocilga varias prendas de vestir. En medio del pa­
tio, unos cuantos negrillos se entretenían jugando
con la arena, completamente desnudos. Algunas
de las mujeres estaban también desnudas, y a nues­
tra llegada entraron a engalanarse, 110 por pudor,
sino por deferencia a Ucucu. El pudor no existe,
quizás porque la piel, sin ser negra, es excesiva­
mente morena y carece de matices para reflejarlo.
De esta observación he deducido yo que acaso lo
que llamamos pudor sea, más que una cualidad es­
piritual, una propiedad del cutis, una caprichosa
irritabilidad del tejido pigmentaria.
Una de las mujeres que, tumbadas sobre pieles,
holgaban, especie de matrona de carnes abundan­
tísimas, después de obtener la venia de Ucucu, me
dirigió la palabra para pedirme noticias de la cor­
te de Maya, donde había nacido y pasado su juven­
tud. Yo procuré salir dei paso con respuestas am­
biguas que no descubrieran mi superchería y que
me proporcionasen alguna luz sobre mi verdadera
situación. Esto ofrecía serias dificultades, porque
Niezi, o Estrella (que así se llamaba la matrona),
se expresaba en un lenguaje rápido y confuso, muy
diferente dei que hasta entonces había yo oído.
A lo que pude entender, el Igana Iguru, cuyo tí­
tulo y preeminencias usurpaba yo en aquellos mo­
mentos, era el primer magistrado o sacerdote del
rey Quiganza, y su misión, además de presidir los
42 ANGEL GANIVET

sacrificios, era recorrer de tiempo en tiempo todas


las ciudades del reino y decidir, como supremo juez,
las cuestiones judiciales arduas. Niezi había sido
en primeras nupcias esposa de vm Tgana Jguru ¡Ja­
mado Arimi, el hombre «elocuente;), cuya muerte
fué misteriosa. Habiendo llegado cerca de Mhúa, se
apeó de] hipopótamo sagrado y se dirigió a la gruta
de Rubango, que hay en el lago Unzu, para hacer
una ofrenda e inspirarse antes de entrar en la ciu­
dad y condenar a mu en o al culpable reyezuelo
Mimo. Al cabo de cinco días, el hipopótamo fué en­
contrado solo en el. bosque, y en la gruta la túnica
y las sandalias de Arimi, que, bañándose en el lago,
había, sido devorado por un cocodrilo, según anun­
ció el espíritu de Rubango por boca de Muana,
hermano de Ai-inri, sucesor de su dignidad, y con­
denado poco después a muerto por el rey. A este
hecho debieron la libertad las mujeres del Ig'ana
Iguru, entre ellas Nie?.i, vendida, por su padre a
Ucucu. El nuevo ígana Iguru fué el hijo deJ ardien­
te rey Mom, Viaco, cuya, muerte ignoraban los hi­
jos de Ancu-Aíyera, bien que se alegrasen de ella,
como todos ios mayas, pues a Ja crueldad de Viaco
había sucedido la piedad, de que yu daba tantas
señales.
Esta charla me puso al corriente de la situación,
y, como hombre que se resuelve a ju gar el todo por
el todo, adopté mi pian, convencido de que los ma-
ores imposibles se logran con audacia cuando se
cuenta con inteligencias pobres y exaltadas, pro­
picias a aceptar más fácilmente lo absurdo que lo
razonable.
Apenas había acabado Niezi de hablar, cuando
L:\ CONQUISTA DEL REINO DtC MAYA 43

vo, con tono solemne y plañidero, le manifesté ser


el propio Arimi, su antiguo señor, a quien una
serie de desventuras había conducido al destierro y
a. la cautividad. Grandes clamores acogieron estas
palabras mías, y Niezi estuvo un momento vacilan*
íe, no queriendo dar crédito a mis palabras y me­
nos aún a sus o jo s; pero al fin se arrodilló delan-
ie de mí e hizo signos de reconocerme y de condo­
lerse de mis males. Viéndola hincada, de hinojos
sentí un movimiento de generoso entusiasmo en
pro de nuestra pobre raza humana, tan injustam en­
te vituperada. ¿Dónde encontrar un ser que diese
crédito a mi voz con es la noble confianza, con este
agradecido reconocimiento? Ni entre las especies
animales más celebradas por sus virtudes e inteli­
gencia, como el perro, el caballo o el elefante,
hubiera encontrado un rasgo semejante de leal su­
misión.
Contra lo que creen algunos pesimistas, es más
difícil gobernar a ios animales que al hombre, por­
que los animales no se someten más que a la fuer­
za o a ia razón, interpretada por su instinto, en
tardo que el hombre se contenía con algunas men­
tiras agradables e inocentes, cuya, invención está
al alcance de hombres de mediano entendimiento.
J'úzguese, pues, la torpeza de los que, tomando al
hombre por animal perfeccionado, intentan some­
terle por la violencia y derramamiento de sangre
o con auxilio de leyes e imposiciones penales. Es­
tudiando de cerca estos pueblos más primitivos, se
ve claro que el gobierno de las naciones no exige
hombres de Estado, ni legistas, ni soldados, sino
poetas, comediaos es, músicos y sacerdot es. Una
u

canción tiene más fuerza que un código, y una leta­


nía alcanza más lejos que un cañón rayado.
Entre estas reflexiones no olvidé lo que convenía
a mis intereses, y después de levantar del suelo a
Niezi, viéndome rodeado de oyentes deseosos de es­
cucharme, comencé un relato, que inventaba, al co­
rre'’ de la palabra y pronunciaba con unción y
pausa.
«Guando el día que ocurrió mi supuesta muerte
penetré en la gruta de Rubango, varios hombres,
pagados por mi envidioso hermano Muana, estaban
al acecho; me despojaron de mis ropas y me arro­
jaron al lago. En e) fondo de éste se abre una
galería que conduce a un mundo distinto del nues­
tro ; allí viven los que mueren sobre la tierra, go­
biernan los espíritus y se habla un idioma desco­
nocido. En estas mansiones subterráneas, donde no
penetra el sol, los hombres se vuelven blancos,
sus cuerpos se cubren de pelo y la memoria olvida
el pasado porque aprende a conocer el porvenir.
Bien que mi deseo hubiera sido permanecer allá.,
mi deber me había impulsado a volver a la vida
terrestre para salvar a Quiganza de una horrible
conjuración y al pueblo maya de una completa
ru in a.»
Terminado mi discurso, comprendí que todos los
ánimos se hallaban embargados por una profunda
impresión. De este primer movimiento dependía el
éxito futuro, porque las palabras que buscan el apo­
yo de la fe sólo necesitan, como el amor, un primer
destello, que después crece y se propaga y se con­
vierte en amplísimo incendio; son como el rayo
que cae de lo alio, y si encuentra a su paso mate­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 45

rias inflamables, reduce en poco tiempo una ciudad


a escombros. A su lado, las palabras que se dirigen
al entendimiento son las mortecinas luces que ar­
den por toda la ciudad sin disipar siquiera las som­
bras.
Ucucu deseaba comunicar al pueblo estas nue­
vas, y me hizo abandonar el gineceo para volver
al lado de sus auxiliares. Todos ellos sufrieron el
contagio, y aquel mismo día Ancu-Myera estaba
convertido en un foco de entusiastas defensores
de Arimi. La opinión popular había interpretado
libremente mis revelaciones y me consideraba como
un reformador religioso y político y como un de­
fensor de sus intereses p a rtic u la r*.
Por la tarde hubo yauví, o consejo, en el palacio
de Ucucu, con asistencia de todas las autoridades
lo cales: el consejo es realmente el que forman los
u agan gas, «adivinas», asesores del rey, pero en cir­
cunstancias extraordinarias concurren también los
más respetables cabezas de fam ilia a quienes de
antemano se haya otorgado esta preeminencia. En
el consejo, al que yo asistí, se acordó expedir co­
rreos a varias ciudades próximas y a 1 a. capital.
Con gran sorpresa mía vi que uno de los uagan­
gas sabía escribir en caracteres semejantes a los la ­
tinos, trazados sin ligamen, y redactaba, sobre pe­
dazos de piel, los despachos que habían de enviar­
se, así como el acta del yaurí, que se ju nta con
las precedentes, formando el archivo histórico de
la localidad.
Cuando me quedé a solas con Ucucu, le hablé
del rescate de Nieai, ofreciéndole la restitución del
precio dotal. No se crea que esta proposición era
4G ÁNGEL GANÍ.VE'1'

una imprudencia política, inspirada por censura­


bles apetitos. Niezi no me inspiraba ningún deseo
impuro, y en cuanto a Ucucu, nada había que te­
mer dada mi nueva, situación. En Europa no se ve
que los hombres tengan a honra entregar sus mu­
jeres a los que tienen un rango superior, bien para
sacar provecho, bien para recibir de rechazo el ho­
nor que la mujer recoge en el trato con hombres su­
periores: pero en estos pobres países africanos,
donde la vida es muy candorosa, nada tiene de ex-
traño que las gentes de sangre inferior deseen ele­
varse mediante cierta comunidad con ios superio­
res. De aquí que no sólo sea un honor regalar o ven­
der una esposa al que tiene superior categoría, sino
que el adulterio existe exclusivamente cuando ,¡
adúltero es de clase igual o inferior al marido. En
Maya 110 sufre excepción la regia, y aun está ad­
mitido que, si e! adúltero es superior, el agravio se
convierta en beneficio y el adulterio se ¡¡ame yt.'-'i-
■miréy gracia señalada. Como vemos, en el fondo
de cada maya se oculta un pequeño general Anfi­
trión, bien que conformándose con algo menos.que
con un Júpiter.
E l móvil que me impulsaba a solicitar a Nie/ñ
no era de carácter pasional. Me convenio adquirir
esta mujer, educada en la corle y conocedora de
detalles interesantísimos para mí, que. siendo el
alm a de toda la intriga, marchaba completamente
a ciegas. Me era preciso soltarme en el manejo
del idioma, que Niezi hablaba con »-ran perfección
y finura; y juntábase a todo esto, ¿por qué no de­
cirlo? un agradecimiento que hubiera degenerado
rápidamente en simpatía, y quizás en amor, si
CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 47

ciertas particularidades de raza no fueran por lo


pronto bastantes para impedirlo.
Gran parte de aquella noche la pasé ai lado de
Niezí, arreglándome una vestimenta al uso del país
y dirigiéndole innumerables preguntas e instruyén­
dome con sus respuestas. Pude hacer valiosos des­
cubrimientos psicológicos sobre la mujer maya y
sobre la mujer en general, los cuales, completados
en el tiempo qne se sucedió, merecerían un tratado
especial, aunque 110 dejaré de apuntar más adelan­
te algunas ideas.
Cuando me separé de Níezi, de mi esposa, puesto
que lo era con arreglo a la ley del país, pensaba
con tristeza que aquella noche otros hombres cele­
brarían sus bodas más alegremente que y o ; pero
me consolaba pensando también que la noche de
bodas de un enamorado no sería tan pura como
mi noche de bodas, consagrada toda ella a los tra­
bajos de sastrería y u lo, observación psicológica.
CAPITULO IV

Desde Ancu-Myera a Maya, por Ruzofi y Mbúa.—


Mi recepción en el palacio de los representantes.
Espectáculo original, llamado danza de los ua-
gangas.

Muy de m añana me despertaron los rumores po­


pulares que llenaban la plaza pública. Abandoné
las duras piedras que me habían servido de lecho,
y eché una ojeada por la claraboya de mi alcoba
sobre los grupos de pescadores que aguardaban mi
aparición.
Me dirigí hacia, la puerta de entrada del pala­
cio, encontrando en el zaguán ai rey con sus hijos
y con algunos de su servidumbre. ÍJn siervo abrió
la puerta y me mostré a la multitud, que me acla­
mó, y que, satisfecho ya el deseo que la retenía,
se fué dispersando en dirección de] río pava, prepa­
rar sus canoas y emprender las faenas diarios de
la pesca.
Los personajes que en la tarde anterior habían
asistido al yaurí nos hicieron el saludo matinal, y
después dedicamos la mañana a visitar todas las
piezas del p alacio: los graneros, bien repletos de
aiaí" rojo, de trigo obscuro, muy semejante al c-ei>
ANGEL GANIVF.fr

teño, de cierta clase de liabas, a las que llaman m a-


cuem é, y de otras varias legumbres secas; la arme­
ría, donde había muestras de un notable adelanto
industrial; los establos de m cazis o vacas de leche,
de m biisis o cabras, de cebúes y de cebras; la pes­
cadería, donde son secados al fuego los peces del
río (pues los mayas no practican la salazón) y
conservados en sartas para las épocas de escasez;
por último, las cocinas, en las que hicimos alto
para tomar el almuerzo, que consistió en leche, di­
versas legumbres, pasta de trigo y abundantes tra ­
gos de vinos diversos, hechos con jugos de frutas
pasadas.
Mientras comíamos, uno de los hijos de Ucucu
me refirió el origen del nombre de su padre, Ucucu
si gráfica «gallo», y este animal, en el país maya,
es muy parecido a los gallos ingleses que se crían
para las riñas. Su valor sapera al de ios demás
animales, pues aunque le rompan las espuelas, le
rajen la cabezo., le salten ios ojos y le despedacen
el cuerpo, lucha hasta triunfar o perder la vida.
Así es Ucucu. Un día, lachando con una pantera,
recibió cinco veces en su cuerpo la garra del irri­
tado animal, y no obstante, siguió luchando cuer­
po a cuerpo hasta vencerla. Después de esta liaza-
ña le cambiaron sus súbditos el nombro, que antes
fué Nindú, «Narizotas», como nuestro buen rey
Fernando V II.
Así como el nombre de Ucucu tiene su historia,
el de Nindú tiene su filosofía. Uno de los í’asgos
que caracterizan al africano es su entusiasmo por
lo monstruoso, que para su gusto vale tanto como
para el nuestro lo bello. La regularidad es la vul­
LA CONQUISTA DEL REINO DK MAYA 51

garidad, y si para, distinguirse moralmente hay que


acometer algún hecho extraordinario, para valer
eorporalmente hay que ostentar alguna particula­
ridad chocante, que deje una impresión durable del
individuo: la nariz muy desarrollada, la boca muy
grande, los pechos muy largos en la mujer, son
las cualidades preferidas, y siguen después las ma­
nos, el cuello, ios dientes y las orejas. Si natural­
mente 110 se posee ninguno de estos rasgos, se suele
acudir al artificio, a los injertos, taladros y demás
extravagancias que pueden verse en los relatas de
los exploradores.
Es, sin embargo, indudable, dicho sea en descargo
de los africanos, que estos gustos y estas costumbres
existen también entre los europeos, bien que suaviza­
dos, porque nosotros somos más tímidos y respeta­
mos más nuestro organismo. Fuera de algunos usos
crueles, que aún conservamos, como el del cor­
sé, el de los zapatos estrechos, el del cuello engoma-
do, el del sombrero de copa alta y el de los queve­
dos ornamentales, en general, puede decirse que lo­
grarnos distinguirnos sin grandes m artirios mer­
ced a los progresos de la fabricación de tejidos y
de las artes indumentarias.
Terminado el almuerzo me retiré a mis habitacio­
nes, donde me entretuve hablando con Niezi, que
a falta de aviso mío se había levantado muy tar­
de, hasta que llegaron emisarios de Ruzozi y de
Mbúa, y poco después de Maya, anunciando que
en todas partes había tenido eco la voz do Ucucu
y su consejo, y que el rey Quiganza me ordenaba
emprender sin demora, el viaje a Maya. No espe­
ré segundas órdenes, e inmediatamente hice traer
52 ÁNGEL GANIVET

el hipopótamo y enjaezar una vaca para el servi­


cio de Niezi, y me despedí de Ucucu., de sus hijos
y de sus mujeres en medio de reciprocas muestras
de amistad. Después emprendimos la marcha, si­
guiéndonos a pie los emisarios y un hijo y dos
siervos de Ucucu como escolta de honor.
Desde Ancu-Mvera a Maya hay seis horas de ca­
mino por el que yo traje a mi venida, y ocho si­
guiendo el curso del M yera; yo elegí el más largo
para pasar por las dos ciudades amigas que hay en
el trayecto: Ruzozi, ia ciudad de la «colina», y
Mbúa, llamada así por la fidelidad «canina» con
que sus habitantes lian seguido siempre la buena
y la m ala fortuna de los reyes mayas. Ruzozi está
distante del Myera, y es una ciudad de agricul­
tores y ganaderos; Mbúa se dedica a la pesca y a
los trabajos metalúrgicos, y es muy rica y populo­
sa. Sus habitantes pasan de ocho mil, mientras
que Ruzozi tendrá unos tres mil, y Ancu-Myera
quizás no llegue a esta cifra. En ambas ciudades
fuí recibido con entusiasmo y se agregaron a la
comitiva algunos personajes de la intimidad de
Nionvi y Lisu, que son los reyezuelos respectivos.
Nionyi se llam a así porque su m archa es tan rápi­
da como el vuelo de un «pájaro», y Lisu u Ojazos
(porque, en efecto, los tenía desmesuradamente
grandes y abiertos) era el jefe leal que depuso a
su predecesor Muño, con motivo de cuya condena
había ocurido mi muerte, esto es, la supuesta muer­
to de Arimi. Sus intereses estaban ligados con los
muy vehementes.
A la salida de Mbúa el río se ensancha y permi-
míos, y sus muestras de adhesión fueron, por tanto,
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 53

te el paso de los hombres y de las bestias, que es


necesario porque Maya se encuentra en la margen
opuesta. Algunos de los hombrés de a pie cruza­
ron por un puente de madera que está mucho más
abajo, sobre dos tajos, entre los cuales el río se
estrecha para precipitarse en altísim a catarata.
Desde los tajos se contempla ya el panorama de
la ciudad de Maya, situada en el término de un
suave declive y extendida en un espacio tal, que
]a mirada no puede abarcarla en conjunto. Como
los edificios son de planta b aja y separados los
unos de Jos otros, una población de veinte mil ha­
bitantes exige un área, tan extensa como la de Ma­
drid. El plano de la ciudad está formado por más
de cien núcleos diferentes, pues cuando ha sido
preciso ensanchar el núcleo primero, que consti­
tuyó en lo antiguo un pueblo insignificante, se han
ido levantando a distancia como de mil pies, edifi­
cios centrales para residencia, de la autoridad, y al­
rededor de ellos casas irregularmente diseminadas,
hasta tocar en las pertenecientes a otro grupo. Tal
sistema parece desde cerca muy irregular, pero
desde lejos produce el efecto agradable de una gi­
gantesca colmena, y permite conocer la marcha que
ha seguido en su evolución lo ciudad primitiva.
Entre cuatro y cinco de la tarde hice mi entra­
da en Maya, y difícilmente olvidaré las circunstan­
cias que la acompañaron. A las puertas de la ciu­
dad estaba el rey Quiganxa rodeado de un. cente­
nar de proceres. Todos vestían túnicas de colores
verde y blanco, excepto la del rey, que era verde
y roja. El rey llevaba además, como signos de dis­
tinción, un collar de piedras brillantes, y sobre s a
54 ÁNGEL GANIVET

cabeza colosal, a la que debía, su nombre de Qui-


ganza, una diadema de plumas irisadas. Sus acom­
pañantes llevaban sólo penacho de plumas blancas
y rojas, aretes y cinturón de piel. Detrás de este
grupo había otro de gentes de inferior calidad y
presencia, y, por último, dos largas filas do solda­
dos vestidos como los del ejército de Quizigué.
Después de la pesada ceremonia de las salutacio­
nes. descendí del hipopótamo (del cual, así como
de conducir a Niezi a mi antigua, morada, se en­
cargaron cuatro de los circunstantes de segunda
fila) y presenté al monarca a los hombres de rni
séquito, que, cumplida su misión, emprendieron e!
regreso a sus hogares. Rompióse la, marcha por en­
tre Ja doble fila de tropas, y llegamos a una, gran
plaza en cuyo centro se eleva, un espacioso tombo
que yo creí ser el palacio real, y era el sitio don­
de se reunían los representantes del país, listo no me
extrañó, pues por las indicaciones de Niezi sabía
ya que el gobierno maya tenía, mucho de parlamen­
tario, y sin necesidad de tales indicaciones, basta­
ba conocer la organización del gobierno local para
inferir Ja existencia de un yaurí colectivo que asu­
miera la representación de los diferentes y u oríes
locales.
El edificio era una nave cuadrilonga., como, se­
gún la tradición, era el arca, de Noé, y por sus cua­
tros costados guarnecida de pórticos de estilo grie­
go. Las columnatas eran hileras de árboles desmo­
chados a diversa,s alturas, y los arquitrabes y cor­
nisas zarzos de cañizo cubiertos de una especie de
pizarra que sirve también para reforzar el pajote
de los tejados y para enlosar los pavimentos. En
LA CONQUISTA DEL REINO DE MATA 55

el interior, las paredes, revestidas de barro gris, no


ostentaban ningún adorno, y en el testero princi­
pa], a la derecha de la puerta de entrada, había
un dosel, debajo del cual nos sentamos el cabezudo
Quiganza, su sobrino, que es el príncipe heredero,
y y o ; los representantes, cuyo número era de cien­
to uno, se fueron sentando por orden en un ban­
co de madera adosado.a la pared. Un grupo de cin­
cuenta a la derecha, otro de veinticinco enfrente,
y el resto en el banco de la izquierda. De esta suer­
te, el centro del salón quedaba libre, y los muros
parecían adornados por numerosas estatuas, en las
que se combinaban de un modo ex Ir a ño los colores
verde y blanco de las túnicas- con el negro de la
cara y los brazos, y el blanco y rojo de los pena­
chos.
A un silbido lanzado por el cabezudo Quiganza,
el ala derecha de los uagangas, que así se llaman
por extensión los representantes, aunque este nom­
bre es más propio de los consejeros, se levantó, y,
avanzando hasta la mitad de la. sala, se dispuso a
ejecutar una dan~a originalísima, de la que difícil­
mente poclré aquí dar idea.
Jil que figuraba a la cabeza de la fila, hombre
viejo y de fisonomía expresiva, llamado Mato por
ser muy «orejudo», liizo unas muecas muy ra ra s:
abría la boca hasla formar con ella una O ; eleva­
ba los ojos al cielo y cruzaba, las manos sobre el
pecho; después cerraba los ojos, dcscruzaba las
manos y juntaba la boca, bostezando con gran rui­
do. Y lo curioso del espectáculo era que, como si
todos los hombres de su fila estuvieran unidos por
una corriente eléctrica, según so iban mirando unps
50 ÁNGEL GANIVET

a otros abrían todos la boca, como el orejudo Ma­


to la abría.; alzaban los ojos como él los alzaba;
juntaban las manos como él las juntaba, y desha­
cían todas estas gesticulaciones ron»o él las des­
hacía, hasta venir a pavar en el bostezo, que re­
sonaba como un fuerte huracán, lista primera figu­
ra de la danza es la salutación.
Después siguió un cuadro muy helio, en cnie,
además de mover la boca y guiñar los ojos de
muy extraños modos, se meneaban los piei\tia$ y
Jos brazos como en el clásico fandango andaluz, y
no se sabía qué admirar m á s: si la perfección artís­
tica con que el director representaba la figura, o
si la rapidez y exactitud con que todos, cual si
fuesen monos amaestrados, la copiaban. Sin em­
bargo, con sus liabituados ojos, el cabezudo Qui-
ganza debió ver algo que yo 110 veía, pues antes
que terminase el cuadro silbó de una manera parti­
cular, e inmediatamente el jefe separó de la fila a
uno de los danzantes, que fue a .sentarse en loá­
bannos de la izquierda.
Al fandango (si así es permitido llamarle) si­
guió otra figura que, si bien muy difícil de ejecu­
tar, me pareció menos artística. Consistía en sa­
car la lengua todo lo más posible, sujetarla con ios
dientes y hacerla girar en redondo con gran velo­
cidad, Esta es la gimnasia que emplean como pre­
paración para el arte oratorio, en el que llegan a
una considerable altura. El final de este cuadro no
me atreveré a reproducirle, porque, sin contener
nada que amengüe el prestigio de la respetable cla­
se de uagangas, pudiera chocar un tanto con nues­
tras costumbres, más exigentes en materia de aseo
LA CONQUISTA DEL UEINO n ií MAYA

que las de ios pueblos africanos. Basta sabe i1 que


110 cayó en falta ninguno de los ejecutantes.
P ara terminar, el director dejó caer los brazos,
y sin gran esfuerzo se puso a cuatro patas, si bien
las traseras (o sea Jos verdaderos pies) quedaron
un poco encogidas. Todos le imitaron casi instan­
táneamente, y a seguida emprendieron unos tras
otros una rápida carrera alrededor de la sala, a la
que dieron seis vueltas, hasta que jadeantes se sen­
taron en sus bancos en rnedio de un rumor de apro­
bación. Diez hombres habían caído en la carrera,
y se sentaron en los bancos de la izquierda.
Tiste último ejercicio, que a los lectores europeos
parecerá un poco brutal, tiene su razón de ser en
que los valientes mayas recurren para cazar las
fieras al artificio de cubrirse con pieles semejantes
a las de éstas, y acometerlas corriendo a, cuatro
pies y llevando un cuchillo en la boca. Antes que
el desgraciado animal conozca el engaño, su aco­
metedor le sepulta impunemente el cuchillo en lu­
gar donde la muerte sea seguía e inmediata.
Tras un breve reposo sonó un nuevo silbido del
cabezudo Quiganza, y el ala izquierda., reforzada
por los excluidos de la derecha, en conjunto trein­
ta y siete uagangas, entró en juego, comenzando,
según costumbre, por donde la anterior había ter­
minado. Dieron una carrera completa, con mayor
velocidad, si cabe, que las precedentes, y el direc­
tor, viejo muy daco y ágil, llamado Menú por el
descomunal tamaño de su «(dentadura)), para ter­
minar, se plantó en el centro de la sala, se puso en
cuclillas y comenzó a. moverse con tal habilidad,
que parecía una campana. Aunque todos preten-
ÁNGEL GANIVET

(lían imitarle, no llegó a dos docenas el número de


los que lo consiguieron, pues la figura exigía que
las piernas se sostuvieran firmes como caballetes,
y que sobre ellas el cuerpo y la cabeza, en perfecto
equilibrio, se balancearan sin caer pava atrás ni
dar ele hocicos en el suelo. En esta forma reman
los mayas, que siendo un pueblo muy dado a la
navegación, pone sus cinco sentidos en educar la
juventud para la m arinería, y tiene el gran senti­
do práctico ele convertir los ejercicios de instruc­
ción en juegos popularos, mezclando, con el supre­
mo arte de los clásicos, lo agradable con lo útil.
Otra figura de la danza consistió en im itar gri­
tos de animales, y Jo hacían con tan maravillosa
perfección que llegué a sentir miedo. Estos son los
gritos que emplean en la caza y en la guerra.
Por último, ejecutaron una marcha muy extra­
ña, valiéndose también de pies y manos, pero en
forma distinta de la primera, pues ahora saltaban
como saltan los conejos, dando al mismo tiempo
agudos chillidos como las ratas. Así recorrieron
varias veces la sala en distintas direcciones, hasta
que el rey dió la señal de alto. De todos estos jue­
gos sólo habían salido diez y odio airosamente, y
ios demás se fueron acogiendo al banco que estaba
frente a nosotros.
Los que en él se sentaban siguieron la danza, y
aun a riesgo de ser pesado, no omitiré la indica­
ción de Jas que ejecutaron. El comienzo fué la mar­
cha a saltos, que terminó con una pantomima muy
graciosa, en que todos los saltarines hacían con
la cara gestos muy semejantes a los del conejo
cuando come. En este extremo ninguno igualaba al
LA CONQUISTA DEL BEIN O DE MATA 59

jefe, que es el inventor del juego, y por esta razón


se llama Sungo, que quiere decir «conejo».
Noté que de todas las figuras ésta era la que más
agradaba aJ rey, quien retrasó el silbido reglamen­
tario y tuvo a Jos ejeeuíG.ntes cerca fie media ho­
ra moviendo la boca, la nariz y las orejas. En to­
dos los pueJslos hay un animal que simboliza 3a as­
tucia. : en Asia., el ch acal; en Europa, la zorra. En
Maya no hay zorros ni chacales, y el instinto po­
pular cifra todos los rasgos de la astucia en el co­
nejo, cuyo fruncimiento constante de hocico, con­
trastando con la impasibilidad de bu mirada y la
posición expectante de sus oreja,s, ofrece cierto aire
de picardía, que nosotros los psicólogos europeos
no liemos adver!ido. Un artista como Sungo, ha­
ciendo la. figura del conejo, revela más graciosa
m alicia y zahiere con más refinada intención que
la cantante parisiense más procaz o el orador par­
lamentario más maestro en el arte de Jas reticen­
cias.
Cuando el cabezudo Quiganza tuvo a bien darse
por satisfecho, el malicioso Sungo inició un baile
del corle de nuestros tangos cubano?, con el que
se mezclaban gritos feroces en los que creí notar
la alegría salvaje de los cantos de triunfo. Des­
pués siguió un cuadro de natación en el que muchos
cayeron en falta, pues había que poner el cuerpo
horizontal, sostenerse sobre una sola piorna, como
las grullas, y mover la otra pierna, y ios brazos
como cuando se nada. Veintiséis uagangas queda­
ron excluidos en esta suerte y tuvieron qne aban­
donar el lo cal; de donde yo deduje que acaso estas
ceremonias equivaldrían a nuestros complicados
ÁNGEL GANIVET

p roced im ien tos electo ra les y s e r v ir ía n p a r a a q u ila ­


ta r eJ m érito de los can d id a to s y e x c lu ir a los que
no fuesen d ign o s de to m a r p a rte en la s d e lib e ra ­
ciones.
E llo fué que, cu an d o sólo q u ed a ro n los que h a ­
b ía n im itad o con ex a ctitu d los ejercicio s, d a n za s
gestos y g rito s de a lg u n o de los tres d irectores, to­
dos se le v a n ta ro n , y co n fu n d id o s en u n solo g ru p o
se d irig ie ro n h a c ia la p u e rta p rin c ip a l, d and o s a l­
tos y con los b razos exten d id os y la s m an os col­
g a n te s a la m a n e ra de los osos. A sí fu ero n h a s ta la
p la za , m ie n tra s Q u iga n za, el p rin cip e y yo, nos
queda,ham os en el dintel p rese n cian d o el nuevo
esp ectácu lo.
T od os los c iu d a d a n o s en m a sa h a b ía n acu d id o
fren te al p a la cio , y cu an d o s a lie ro n de él los u a-
g a n g a s , Ja d a n za se g e n e ra lizó . E r a m a r a v illa ver
cóm o u n gesto, u n salto, u n a za p a te ta , u n chillido,
c o rr ía n de c a r a en c a r a , de cu erp o en cu erp o, de
b oca en boca, de ta l su erte que, sien d o m iles los
d a n za n te s que a llí e stab a n , p a r e c ía n sólo tres, M a­
to, M enú y S u n g o, c u y a s fig u ra s se re fle ja ra n en
m á g ic a co m b in ació n de im p a lp a b les esp ejos y se
m u ltip lic a r a n de u n a m anera, p ro d ig io sa.
J am á s en m is v ia je s por E u ro p a , en los que siem ­
p re p ro c u ré p r o fu n d iz a r cu an to m is a lc a n c e s me
p e rm itía n sobre el c a r á c te r y la s costu m b res, las
v ir tu d e s y los v icio s de la socied ad , h a b ía y o p re ­
sen ciad o n a d a c o m p a ra b le o. esta d iversió n . Y no
e s ta r ía de m á s que la p re se n c ia ra n m u ch os cen so­
res de m a la vo lu n ta d , que todo lo que no es eu ro ­
peo lo en cu en tra n d etestab le y que afirm an con
erro r p aten te que en E u ro p a e stá n los ú n icos cen ­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 61

tros de p ro d u cció n del « servu m pecus», ta n ú til


p a r a la v id a o rd e n a d a y p ró sp era do la s n acion es.
L a fiesta se p ro lo n gó h a sta la p u e sta del s o l ; pe­
ro an tes el cab ezu d o Q u iga n za, a l que seg u im o s el
p rín cip e y y o y u n a p e q u e ñ a escolta, se d irig ió
a su p a la c io , en cu yo s u m b ra les obtuve perm iso
p a r a re tira rm e a descansa,!'. E l p rín cip e, que se
me h a b ía m o stra d o m u y so lícito , m e a co m p añ ó
h a s ta m i m o rad a , que estab a m u y cei'ca de la
del rey .
CAPITULO V

L a v id a p r iv a d a de los m a y a s .— A n tig u a o r g a n iz a ­
ción de la fa m ilia .— R ecu erd o s de m i p rim e ra no­
che en la m an sión del I g a n a Igu ru .

En M a y a la v id a so cia l d u ra b a h a s ta la p u e sta
del sol. No se te n ía id e a del a lu m b ra d o pú b lico , ni
de los e sp ectá cu lo s n o c tu r n o s ; no ex istía n café s ni
otros lu g a re s de reu n ió n . A l a n o ch ecer, c e r ra d a s
la s p u e rta s de la, ciu d a d , que están u n id a s en tre sí
p o r a lt a s y esp esas em p a liza d a s, n in g ú n ser v i­
vie n te p o d ía e n tr a r ni s a lir h a s ta el n u evo d ía.
Junto a c a d a u n a de la s p u e rta s h a b ía u n pequeño
c u a rte l, donde v iv ía n los sold ad os con su s fa m ilia s ;
p ero la s g u a r d ia s no la s h acítm hom b res ni m u ­
jeres, sino g a llo s, de su eñ o m á s lig e ro , que d a b a n
el g rito de a la r m a a l m en or ru id o de hom b res o de
fie ra s que e scu ch a b a n m ed ia le g u a a la red on d a.
D en tro de ia ciu d a d , c a d a hom bre se r e fu g ia b a en
su g u a r id a ; la s ca lle s q u e d a b a n silen cio sa s, y en
c a d a h a b ita c ió n c o m en zab a u n a n u e v a v id a , la v i­
d a ín tim a del h o g a r, llen a de pequ eñ os p la ce re s
y de m en ud os cu id a d o s, de ex p an sio n es y de m is­
terios.
He de co n fesa r que si la v id a e x te rio r de esta s
64 ÁNGEL GANIVET

c iu d a d es no lle g a b a a s a tisfa ce rm e por com pleto,


la v id a d o m éstica m e s ed u cía h a sta el pu n to de
h a cerm e o lv id a r, d u ra n te m eses en teros, m i q u e­
r id a p a tr ia . L os m a y a s son sob rios en el d orm ir,
m á s aú n que en el com er, y con seis h o ra s de re­
poso tien en m á s que su ficiente ; la s o tra s seis h o ra s
de la noche (pues la d u ra c ió n de d ía s y n och es es
con stan tem en te de doce h oras) la s c o n s a g ra b a n a
la v id a de fa m ilia . Y a tr a b a je el h om bre en su p r o ­
p ia casa, y a fu e r a de ella, d u ra n te el d ía viv e en
tr a to e x c lu siv o con otros hom bres. De d ía sólo
e ra n v isib les la s m u jeres que en v irtu d de co n d en a
te n ía n que tr a b a ja r en los c a m p o s ; la s d em ás v i­
v ía n in c o m u n ica d a s, m u y a su p la ce r, den tro de los
gin eceos, en trete n id as en su s q u eh a ceres, seg ú n v i­
m os en c a s a de U cu cu .
E s ta existen cia, que p a r e c e rá in so p o rta b le , es en
r e a lid a d , ju sto es d ecirlo , la m á s p ro p ia del sexo
d ébil, siem p re que te n g a el n a tu r a l com plem ento
de la p o lig a m ia , in s titu c ió n c re a d a en su beneficio,
p u es g r a c ia s a ella se h ace im p osib le la m ise ria y
la p ro stitu ció n de la m u jer, y se resu elv e u n p ro b le­
m a d om éstico que en la s n acio n es c iv iliz a d a s es m-
solu b le. Me refiero a la n ecesid ad que tien e la m u ­
je r de v iv ir d en tro de c a sa p a r a lle n a r c u m p lid a ­
m en te su m isión , y la n ecesid ad que ta m b ié n tie­
ne de tr a ta r s e con o tra s p e rso n a s de su sexo y de
su cla se . E n tre n osotros, la cu estió n se resu elv e
r a r a vez a rm ó n ic a m e n te : h a y m u je re s que lle v a n
la v id a de pobres p risio n e ra s, y h a y o tra s que
tr a s p la n ta n su h o g a r a la c a sa de su s a m ig a s, a
lo s p a seo s y a lo s teatro s. E n tre los m a y a s la so­
lu c ió n es p e rfe cta . S i el hom bre cu en ta con riq u e ­
TjA c o n q u is t a del r e in o de m aya 65

zas, cre a d en tro de su c a s a u n a so cied a d fem en in a,


en la que c a d a m u jer ocu p a el ran go que co rres­
ponde a su s m éritos, y tod as sa tisfa c e n dos a sp ira ­
ciones in h ere n tes a su n a t u r a le z a : la de h a lla r un
p rotector que a tie n d a a su s n ecesid ad es y a la s de
sus hijos, y la de tener co m p a ñ era s con q u ienes d e­
p a rtir, m u rm u ra r, en fa d a rse y d ese n fa d a rse, re ­
ñ ir y h a ce r la s p aces, d istrae r, en su m a, el esp íritu
po r m edio de ju eg o s in o fen sivos, que p o r fa lta de
lib e rta d no pueden d eg en era r en fa lta s v itu p e r a ­
bles. L os hom bres p o b res que no pueden sosten er
v a r ia s m u jeres ni servid u m b re , se a so cia n (gene-
raím en te los in d ivid u o s de u n a m ism a fa m ilia )
p a r a v iv ir en u n a so la casa , que se d ivid e con eq u i­
d ad y p ro cu ra n d o que la s h a b ita cio n e s de la s m u ­
jeres com un iq uen en tre sí. De este m odo, la s m u­
je re s v iv en en co m u n id a d d u ra n te el d ía, sin los
p e lig ro s que se ría n de tem er en tre n osotros, h a b i­
tu a d o s a en trem etern os a tod as horas en los a s u n ­
tos casero s. E sto en tre los h om b res lib re s; los que
v o lu n ta ria m e n te o por h e re n c ia o por delito v iv ía n
en la servid u m b re, te n ía n p o r c a s a la de su señor,
q u ien se o b lig a b a , en cam b io de los servicio s r e c i­
bidos, a so sten er a l siervo y a su fa m ilia : a su m u ­
je r o a sus m u jeres, que de día. a co m p a ñ a b a n como
sie rv a s a la s m u je re s del señor, y a sus h ijos, que
v iv ía n ta m b ién h a s ta c ie rta edad con los h ijo s del
señor.
D entro de c a d a m an sión , que rep rese n ta un o r g a ­
nism o s o c ia l m á s p e rfe cto que n u estro s m u n ici­
pios, c a d a gru p o tien e su h o g a r p r o p io : el señor,
los siervos, las m u je re s y los h ijo s. E stos p erten e­
cen a la m a d re b a s ta los c u a tro años, y después
66 ÁNGEL GANIVET

p a s a n a m an os del pudre, q u ie n los c o n fía a l c u i­


dado, b ien de p e d ag o go s dom ésticos, bien de p e d a ­
go go s libres, que rep rese n ta n a n u estro s m aestros
de escu ela. A los doce años la v id a com ún de l a in ­
fa n c ia se d isu elv e, y c a d a c u a l a d q u iere la con si­
d era ció n que corresp on d e a su sexo y a su clase, pe­
ro sin rom perse por com pleto Jos vín cu lo s fa m ilia ­
res c re a d o s: la s jóven es en tra n en gin eceo con sus
m a d res en esp e ra de m a trim o n io ; los jo ve n zu e lo s
viv e n cerca de sus p a d res, a y u d á n d o le s o a p re n ­
dien d o u n a p rofesión h a s ta que son c a p a ces de
c re a r fa m ilia . L os siervo s te n ía n d erecho, desde
los vein te años, a que el señ or les so s tu v ie ra u n a
m u je r ; y sus h ija s, si lle g a b a n a te n erla s, p a sa b a n
de o rd in a rio a ser esp osas del am o de la casa . Lo
herm oso de esta o rg a n iza ció n fa m ilia r, sin em b ar­
go, m á s que en lo dicho, esta b a en la vid-a n o ctu r­
na. E n cu an to el sol se ponía, y la s p u e rta s de la
ciu d a d se cerra b a n , todos esios o rg a n ism o s d e sc ri­
tos se d e sh a c ía n b a s ta el d ía sig u ien te, y en c a d a
uno de los h o g ares, ya. a isla d o s, ya. u n id os b a jo un
m ism o techo, q u ed a b a co n stitu id a u n a v e rd a d e r a
fa m ilia n a tu r a l; el hom bre lib re d e ja b a el tra b a jo ,
el siervo sus servicio s, la m u je r el gin eceo y sus
fa en a s, los h ijo s la e s c u d a p ú b lica o p r iv a d a , y
todos se r e u n ía n p a r a g o za r de Jas d u lz u ra s del
a m o r fa m ilia r, m ucho m ás viv o que entre n osotros
por no ser posible sa b o re a rlo a todas h ora s. H ab ía
en esta.s reu n io n es, cu y o in terés se re n o v a b a c a d a
d ía, cierto can d o r bíblico, d iiícilm e n ie c o m p ren si­
ble p a r a n osotros, a co stu m b ra d o s y a a la s c a s a s
de m u ch os p iso s y a la s fa m ilia s de pocos m iem ­
b r o s ; a tr a b a ja r in c a n sa b le s p a r a ten er fa m ilia y
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 67

c a s a p ro p ia s, p a v a p a sa r el d ía y la noche lejo s de
ellas.
L a reu n ió n te rm in a b a siem pre cu an d o se ib a n
a a p a g a r las teas, c u y a ilin a c ió n era de cu atro o
cinco lio ra s. L a s m u jeres se r e tir a b a n a d e s c a n sa r
solas o con sus h ijo s m en ores si los te n ía n ; las
lu ja s m a y o re s a sus a lco b a s, ju n to a la s de las
m u jeres, y ios hijos c e rc a de sus pad res.
Kn Maya, no e r a tam poco conocida. l a costu m b re
de p e rm a n e ce r en el lecho ios señ ores y h a ce r m a ­
d r u g a r a Jos siervo s y a la s m u je r e s ; los usos
o b liga b a n al señ or a ser el p rim ero en le v a n ta rse
y to c a r a diana, en u n cu ern o de b ú falo . AL p rim e r
toque se le v a n ta b a n su s m u je re s e b ija s , que, p a ­
san d o p o r la s a la de reu n io n es n o ctu rn as, s a lu d a ­
ban a l señ or y después en tra b a n en el g in e e e o ;
al segun do, sus hijos, que se p rese n ta b a n a recib ir
órdenes. E stos dos toques s e r v ía n tam bién p a r a la
servid u m b re, y c a d a siervo r e c ib ía de los su yos
ig u a le s sa lu d o s y rev e re n cia s. A un te rc e r toque
to d a ia casa e n tra b a en m ovim ien io con la r e g u la ­
rid a d de u n a m á q u in a con ven ien tem en te r e p a ra d a
y e n g ra sa d a .
L a m a n sió n del I g a n a Ig u ru está cerca dei pa-
lacio re a l, y .si el v e rd a d e ro A rim i se h u b ie ra encon­
trad o en mi puesto, la, h a b r ía h a lla d o c a s i como el
d ía que la, aban d o n ó. D espués de la con d en a de
ivluana, el cabezud o Q u ig a n za había, confiscad o y
vendido todos sus bienes p a r tic u la re s , m u jeres, hi­
jos, siervo s, g a n a d o s y p ro v isio n es, resp etan d o ex­
clu siv a m en te la s p e rten e n cia s a n e ja s a l cargo , la s
cuales p a sa ro n a pod er de V iaco , m iem b ro de u n a
fa m ilia n u e v a en la d ig n id a d . P e ro a la n o tic ia de
68 ÁNGEL GANIVET

m i re a p a ric ió n , el r e y hizo d ep o sita r en su p a la c io


lod os los bienes de V iaco , y orden ó por edicto que
se me re stitu y e se n los m íos, siem p re que fu e r a po­
sible, b a jo p ro m esa de in d em n iza ció n , y iodos los
a n tig u o s a d q u ire n tes se a p re su ra ro n a. obedecer.
De m is q u in ce m u jeres, que en m is vein te a ñ os de
a u s e n c ia h a b ía n n a tu ra lm e n te en vejecid o, 110 fa l­
tó n in g u n a , p u es N iezi era la ú n ic a que h a b ía s a ­
lid o de M a y a . De m is v e in tid ó s h ijo s h a b ía n m uerto
s ie t e ; pero en cam b io a d q u iría , por accesió n a sus
m a d res, cin co m en ores de cu a tro arlos. M is tres
s ie rv o s y sus fa m ilia s fu ero n e n treg a d o s p o r el
m ism o Q u ig a n za . Kn su m a , la s ú n ic a s p é rd id a s sen­
sib les r e c a ía n sobre lo s estab lo s y g ra n e ro s.
P o r el m om ento no pude o b s e rv a r qué im p resió n
p ro d u jo m i p e rso n a sobre la servid u m b re, pues a
poco de lle g a r sonó l a h o r a de r e tir a d a . Se m e
a ce rc a ro n m is h ijo s va ro n e s, a lg u n o s de los c u a le s
e ra n m ás vie jo s que y o ; todos cinco e stab a n c a s a ­
dos y so lic ita ro n de m í que a p ro b a se los a cto s que
h a b ía n re a liz a d o creyén d o se lib res. Y o con ced í m i
ap ro b a ció n y n oté con g u sto que era n de los u a g a n -
g a s que h a b ía n fo rm ad o en el a la del cen tro, y que
el m a y o r de ellos no e r a otro que el listísim o S u n ­
go. A u n q u e sea a d e la n ta r n o ticia s, debo d e c ir que
la re p re se n ta c ió n n a c io n a l en M a y a no se b a sa b a
en la elección , n i tam poco, com o yo h a b ía creíd o,
en la selección m ed ia n te e je rc ic io s d ifíciles, sino en
el pa ren tesco . Tod os lo s p a rie n te s del re y , del Ig a-
11a Ig u ru , de ios u a g a n g a s con sejeros, que e ra n tres,
de los rey ezu elo s locales, qu e e ra n ve in titrés, y de
los je fe s del ejército , que e r a n y co n tin ú a n siendo
doce, fig u r a b a n en a q u é lla p o r d erecho prop io , que
LA CONQUISTA DEL LiEJMG BE MAYA 69

sólo se p e rd ía cu an d o en tres d a n z a s se g u id a s se
c a ía en fa lta . E n la ce le b ra d a con m otivo de m i
resu rre cció n h a b ía n q u ed ad o ex clu id o s d e fin itiv a ­
m ente siete, que e ra n otros ta n to s en em igos m íos,
puesto que y o h a b ía sido c a u sa , b ien que in o cen te,
de su in h a b ilita c ió n .
M u y sa tisfech o s se r e tir a r o n m is h ijo s a su s re s­
p e ctiv a s m o rad a s, a. tiem po que e n tra b a n en m is
h a b ita c io n e s tod as m is m u jeres, lleva n d o cinco de
ellas a sus pequefiuelos desn u d os, tres niñ os y dos
n iñ a s ; d etrá s v e n ía n m is die?, h ija s, ocho de la s
cu ales, h ab ién d ose casa d o , tr a ía n su s h iju elo s, en
n úm ero de veinte. De la s ocho hice e n tr e g a a su s
m a rid o s, que, de a cu e rd o con ellas, e sp e ra b a n a la
p u e rta, confian do en que yo a c c e d e ría a c o n v a li­
d a r el co n tra to hecho por el cab ezu d o Q u iga n za.
E sta c o n d u cta m ía, qu e d esp u és supe fu é m u y cele­
b ra d a por todo el m un do, no te n ía m érito a lg u n o ,
p orq ue, a p a rte de no h aberm e h echo c a rg o ;m n de
la u tilid a d que p o d ía s o c a r de u n a n u m ero sa fa m i­
lia , e n c o n tra b a un aJivio a m i tu rb a c ió n d ism in u ­
yen d o el n ú m ero de los que me ro d ea b a n . N o p u e ­
do m enos de a d m ir a r la soltura, con que estos hom ­
b res, que nos p a recen in fe rio res, se m ueven en
m ed io de u n a fa m ilia de c in c u e n ta o cien p e rso ­
n as, y a tien d e n a m i! cuidarlos, p re g u n ta s y p eti­
ciones, sin a tu rd ir se y sin fa tig a rs e . C reo sin c e ra ­
m ente que c u a lq u ie r n egro m a y a h a r ía en n u estro s
sa lo n es fig u ra m ás s u e lta y a ir o s a que m uchos en­
c u m b rad o s a r is tó c r a ta s y e sp iritu a le s literato s.
C u an d o m e q ued é solo con m is q u in ce m u jeres,
m is :;ri3 h ija ? m a yo res y m is fin c o h ijo s accesivos,
pude r e s p ir a r con a lg ú n d esa h o g o y a d q u irir el
ÁNGEL GANIVET

aplom o n ecesa rio p a r a d o m in a r la situ a ció n . P o r


lo que pude v e r a l tu rb io re s p la n d o r de las teas
que desde los rin co n e s de la h a b ita c ió n a lu m b r a ­
b an , sólo tres de m is m u je re s co n serv a b a n resto s
del b rillo ju v e n il, au n q u e y a p a s a ría n de los tr e in ­
ta y cin cos a ñ o s ; la s d em ás e stab a n en pleno p e río ­
do de d escen so, y a lg u n a s to c a b a n en la ed ad se x a ­
g e n a r ia . M is b ija s era n dos ro b u s ta s d on cellas, de
diez y n u eve y vein te añ os, y a m b a s h a b ía n n a c i­
do de M em é, la m á s jo v e n de m is m u je re s y la f a ­
v o rita de A rim i d esp u és que N iezi. que lo h a b ía
sido, a va n zó en años. M em é y sus h ija s era n la s
ú n ic a s que no íia b ía n sa lid o de la. ca sa , pues de
A rim i p lisa ro n a M u a n a , y lu ego las a d q u irió el
fogoso V i acó. S eg ú n m e d ije ro n , u n a de ia s jó ­
v en es debía c a sa rse en breve con el p rín cip e
M u ja n d a , el que ta,n solícito se me h a b ía m os­
trad o.
La p rim e ra que rom pió el silen cio fué N iezi,
p a r a d ecirm e que tod as su s h erm a n a s, esto es, m is
m u jeres, estab an ya. e n tera d a s de mi m a ra v illo sa
historia- y se h a b ía n a le g ra d o de v o lv e r a su a n ti­
gua. casa , y que ella estaba m u y triste por la a u ­
se n c ia de Ñ e ra , u n a de la s m u jeres del b ra vo U c u ­
cu, a la que a m a b a en trañ ab lem en te. A sí, pues, me
rogó que tom ase a Ñ era por mi m u jer, en lo cual
U cu cu re c ib iría un n u evo honor.
D esp ués de o frecer a N iezi lo que mu ped ía, usó
b revem en te de la p a la b r a p a r a rep e tir el relato de
m i in m e rsió n en ol U n zu , y de la s m a ra v illa s que
se e n c ie rra n en los p a la c io s de R u b a n g o . E n to n ­
ces pude o b serv a r que la razón de la rá p id a creen ­
c ia en m is in v en cio n es e sta b a en que los m ayas,.
LA CONQUISTA DEL UEINO D!¡ MAYA 71

tan to hom b res com o m u jeres, no h a b ía n llega d o ,


com o nosotros, a sen tir l a n ecesid ad de la noble
m e n tira (sin la c u a l m uchos a d elan to s religioso s,
p o lítico s y so cia le s s e ría n im posib les), y c re ía n a
c ie g a s en la v e ra cid a d de la p a la b r a h u m a n a . - Co­
mo es n a tu r a l en el á rb o l e c h a r h o ja s y en el río
lle v a r a,gua, lo es en la p a la b r a a n u n c ia r la v e r ­
d ad. N i en el proced im ien to c iv il ni en el p e n a l se
ad m ite o tra p ru eb a que la d e c la ra c ió n de los liti­
ga n te s o de los reos, y los a b o g a d o s (esto puede v e r ­
lo el lecto r en el ju icio de A n cu -M yera) se lim ita n
a conm over al ju ez, que a. veces fa ls e a la ley, no
por erro r, sino por exceso de sen sib ilid ad .
C a d a u n a de m is m u je re s fuá exponiendo sus
im p resion es, y, por últim o, m is h ija s m e m a n ife s­
taro n , llen as de can d o r, que el fogoso V ia c o se h a ­
b ía n ega d o a e n tr e g a r la s a los d iversos p reten d ie n ­
tes que h a b ía n tenido, y que ellas d ese ab a n que yo
la s c a s a r a a la m a y o r b reved ad . A n te d e c la r a c io ­
nes ta n in g e n u a s m e a p resu ré a o frecerlas, a la
u n a , que a l d ía sig u ie n te c o n c e rta ría el en lace p ro ­
ye c ta d o con M u ja n d a , y a la. otra, que la. e n v ia ría
a l va lie n te U cu cu a cam b io de Ñ e r a ; todo lo cu a l
fué m u y del a g ra d o de la reu n ión , y de las jó v e ­
nes en p a r tic u la r, y se rea lizó , en efecto, a l d ía
sigu ien te.
T r a s estas ex p lica cio n es v in iero n los deseos de
c e rcio ra rse de los cam b ios que m e había»n o cu rrid o
en m i v id a s u b a c u á tic a ; m e toca,ron la b a rb a y me
p a lp a ro n los b razos, que yo m ostré p a r a que v ie ­
ra n sn b la n cu ra : me e n c o n tra b a n m á s jo ven que
an tes de m i d esa p a ric ió n , y se ex tra ñ a b a n de las
m u d a n za s de m i fison om ía, de la que tam poco te­
72 ÁNGEL GANÍVET

n ía n recu erd o exacto, pues c a d a c u a l la recon s­


tr u ía de un m odo distinto.
L a esb elta M em é, que e je r c ía sobre la s dem ás
m u jeres c ie rta su p rem a cía, cogió un laú d , c u y a s
cu erd o s, u n ta d a s de resin a , la n z a b a n ron cos son i­
dos, com o los bordones de u n a g u ita r r a , y tocó en
él u n a triste m elod ía, que a co m p a ñ a b a con su c a n ­
to y c o re ab a n to d a s la s m u jeres con g r a n afin ación .
L a m ú sic a e ra m u y a n tig u a y p o p u lar, y la sab en
d esde pequeños todos los m o y a s ; pero la le tr a b a ­
h ía sido com puesta a q u e lla m a ñ a n a por el siervo
E n cim a. E ste nom bre sig n ifica Jo m ism o que n u es­
tr a p a la b r a «anchoa», y d a d a la estre ch a rela ció n
fo n ética y m o rfo ló g ic a q u e existe entre uno y otra,
no es inútil h a c e r a q u í esta in d ic a c ió n y recom en ­
d a rla al estu dio de n u estros m odernos y sa g a c e s
filólogos. L a can ció n d ecía a s í :

«Arim i, el de la le n g u a de fu ego,
A rim i, en m ud eció d u ra n te m iles de soles.
E l gra n A rim i escapó de las p risio n es de R u b a n g o ,
Y y a sabe con o cerle y ven cerle.
L os m a y a s esp eran a A rim i,
Y A rim i se rá el fu erte escudo de Q u ig a m a .
Se acabará, la r u in a de la s c o se c h a s;
A rim i sujetará, el vien to d estru cto r.
A rim i d eten d rá la s a g u a s del río.
L a s lá g rim a s se a c a b a r á n con la lle g a d a de Arim i.!)

Com o los p red ica d o res de a ld e a conm u even casi


siem pre a. su s oyen tes con sólo rep e tir sin tre g u a
n i reposo el nom bre del santo P a tr ó n del lu g a r,
así los poetas m a y a s u tiliz a n el recu rso de rep etir
en c a d a verso el nom bre del héroe en cu yo loor
c an ta n . S in em b argo, b a jo la to sca e stru c tu ra de
esta can ció n , com puesta en m i obsequio, se en cu ­
LA CONQUISTA DF.L REINO DE MAYA 73

bre todo el p en sa m ien to relig io so n a c io n a l, p esi­


m ista y c a n d o ro so ; y todo u n p r o g ra m a p o lítico,
puesto que en e lla se con tien en los dos elem entos
in te g ra n te s de un p r o g r a m a : la en u m eració n de
los m a les que a co stu m b ra n los pu eblos a p a d ecer
y la p ro m esa de rem ed ia rlo s.
D esp ués de la m ú sica y del can to vin o u n b a ile
ejecu ta d o g ra cio sa m en te p o r la s h ija s de M em é, qu e
a l fina], d esp o ján d o se u n a de ella s de su tú n ica ,
q u ed aro n en la za d a s en u n gru p o m u y a rtístico . E s ­
te b aile es con vig o ro sa p ro p ie d ad u n episodio di'a-
m á tico de la h is to ria de U sa n a , y el fin rep rese n ­
ta un m om ento cu lm in an te de la v id a del g r a n
r e y : cu én tase que d esp u és de v e n cer al re y de B an -
g a y de tenerle tend id o b ajo su s ro d illa s, éste le d e­
c la ró que era u n a m u jer, se a rr a n c ó la tú n ic a y
con su s m a ra v illo so s en ca n to s pren d ió el corazón
de U s a n a en la s red es d el am or.
Tocó el tu rn o a ios n iñ os, que re c ita ro n v a r ia s
c an cio n es y a lg u n a s tir a d a s de h isto ria , a p ren d id a s
de la b io s de sus h erm a n o s m a y o r e s ; el m ás pequ e­
ño, que te n d ría poco m ás de dos años, les s u p e ra b a
a todos por su d esp ejo y por su g r a c ia . A sí a g r a d a ­
b lem en te fueron p a sa n d o las h ora s, y llegó la de
d o rm ir, m a r c a d a por la s.,tea s, a punto y a de con­
sum irse. C a d a m u je r se retiró a su a lco b a , y los
pequeños con sus m a d res, y yo quedé solo em be­
b ecido en la in te rio r co n tem p la ció n de ta n to s y
tan ex tra ñ o s a co n tecim ien to s com o en a q u e l d ía h a ­
b ían ido suced ién d ose. T o d a la noche la h a b r ía p a ­
sado sobre m i estrech o ta b u rete, m ed io dorm ido,
m edio d esp ierto, de no vo lv erm e a la, rea lid a d la
p re se n c ia de M em c, que, llen a de a fo ra m ie n to y
74 ÁNGEL GANIVfTT

com pletam en te d esn u d a, penetró en la esta n cia , se


a cercó a m í rá p id a m en te y me d ijo a l oído con voz
a g it a d a : — ¿.Arijo'! A rijo V iaco . ¿ E s tá s a q u í, se­
ñ o r? V iaco está aquí.
De un sa lto me in corp o ré, e in stin tiv am e n te m i­
ré en torn o m ío b uscan do u n a rm a . L a esb elta M e­
mé se d irig ió a un rin cón , a rr a n c ó de la p a red un
cu ch illo que s e r v ía de p a lm a to ria , y sep a ra n d o de
la h o ja la tea, a ú n en cen d id a, m e le ofreció con
v a lie n te ad em án . E r a u n a fig u ra h erm o sa que me
hizo recon o cer por p rim e ra vez la b elleza de u n a
m u jer n e g ra . Su cu erpo te n ía esa plen itu d y p e r­
fección de fo rm as que sólo se en cu en tra n en la s
m u je re s que han pa sa d o y a los años de la ju v e n tu d ;
el pecho, que la s a fe a tan to p o r su excesivo y m on s­
truoso d esa rro llo , era en ella pequeño y m u y reco ­
gid o {de donde sin d u d a la v e n ía el nom bre de M e­
mé, que q u iere d ecir « c a b rilla ^ ); la cabeza, a iro s a
y de ex p resió n e n é rg ic a y a rr o g a n te , y com o coro­
n am ien to de la ob ra u n o s ojos g ra n d es, tristes y
h ech icero s com o ios do u n a g ita n a .
L a a la r m a fué in ú til, porque V iaco no p areció .
Q uixás, d escu b ierta a tiem po su te n ta tiv a , to m a ría
el p a rtid o de esca p a r, pues oím os un vivo ca ca reo
de gallos, que, seg ú n M em é, in d ic a b a el paso del
fu g itiv o . Q u izás todo fuera, u n a a lu c in a c ió n m uy
com ún en la e x a lta d a n a tu r a le z a de las m u jeres
a fric a n a s- Q u izás u n a tre ta de la h erm o sa Memé
p a r a a tra e rm e y reco n q u ista r sobre rní el aseen-
d ien te que h a b ía ejercid o vein te añ os a trá s.
CAPITULO VI

L a re lig ió n m a y a .— E l afuiri y el ucuezi. — D escrip ­


ción de estas cerem o n ia s y de la v id a m a y a en un
d ía m un tu.

A u n q u e la s m u jeres m a y a s v iv ía n en abso lu to
a isla m ien to , ten ían c a d a m es Junar u n d ía libre, el
d ía m u n tu o de Ja m u jer, en que se p rese n ta b a n en
pú b lico p a va c o n c u r rir al ucuezi y ul afuiri, cere­
m on ias re lig io sa s in s titu id a s por la ley. A estos dos
ritos estuvo re d u c id a la re lig ió n m a y a , Ja a n tig u a
y la n u eva , luis la m i pontificad o, y en am bos el
sacerd ote ú n ico era el Ig a n a Jguru, después del rey,
la p rim e ra fig u r a de la n ación .
E x a m in a n d o Jos m a n u sc rito s del a rc h iv o de A r i­
m i (acrecen ta d o con los p o sterio res ti, su m uerte),
en con tré en d iv e rsa s p ie zas n u m era d a s to d a s la s
n o tic ia s n e c e sa ria s para, rec o n stitu ir la, h isto ria re­
lig io s a del país. C a d a m a n u scrito o ruja es u n a
p iel de b u ey un poco recortada, y red o n d ead a , y su
co n serv a ció n es perfecta.; pero su m a n ejo es ta n
penoso y su in te rp re ta ció n ta n d ifícil, que tu ve que
a u x ilia rm e de m is dos siervo s p e d agogo s. Todos
los ru ju s, en n úm ero de o ch en ta, perten ecen a una
ép oca recien te, p u es de su contexto se ded u ce que
ÁNGEL GANIVET

la e s c r itu ra fué in tro d u c id a en M a y a p o r u n in d í­


g e n a llam a d o Lopo, que h a b ía v iv id o la r g o s añ os
fu e r a del p a ís en o tra s tie r r a s donde h a b ita n h om ­
b res caíd os del cielo. A este L opo se le llam ó Ig a-
n a Ig u ru , fué el in ic ia d o r de u n nuevo períod o h is­
tórico de c a r á c te r re v o lu c io n a rio , y , se g ú n m is cóm ­
putos, d ebió v iv ir h a ce u n os tres sig lo s, a llá por
los rein a d o s de n u estro s F elip e s TI y ITT. Sin em ­
b argo , los m a n u sc rito s a b a rc a n m a y o r exten sió n de
tiem po y tra n sm ite n m u ch as trad icio n e s a n tig u a s
que so b reviv iero n a Ja ép oca re v o lu c io n a r ia , y que
rep rese n ta n en la a c tu a l uno de los elem entos de la
r e lig ió n vigen te.
L o s a n tig u o s m a y a s c re ía n ex clu siva m en te en un
esp íritu m alo. R e co rd a n d o la s n o ticia s tra n s m iti­
d a s de b oca en b oca de u n a s a otra s g en era cio n es,
a p re n d ía n que ja m á s lo s cam p os d ieron en un año
doble cosech a, ni los árb oles ech a ro n dos veces h o ­
ja s y fru tos, ni la s fieras d e ja ro n de d e v o ra r a l
hom bre, ni éste dejó de tr a b a ja r b a jo la in clem en ­
c ia del sol y de la llu v ia . I^a n a tu r a le z a , que p a r a
el m a y a no es b u e n a ni m a la , sig u e sil cu rso sin
m o stra rse u n a so la vez g e n e ro sa con el hom bre,
d án d ole siem p re lo o rd in a rio . En cam bio, ¡c u á n ta s
trad icio n e s no refieren que ta l año se desbordó el
río y a n e g ó los cam p os, que ta l otro h u r a c á n a r r a ­
só los sem b rad o s y a b a tió ios á rb o le s! ¡C u á n ta s
h am b res, g u e rra s, in cen d ios y e n fe r m e d a d e s ! L os
m a y a s c re ía n , pues, que tod a a lte ra c ió n en la
m a rc h a de la im p a sib le n a tu r a le z a era p at'a d añ o
del hom bre, y p e rso n ific a b a n todos los m a les en un
solo ser in cog n o scib le, llam a d o R u b a n g o , p e r ser
el m ás fun esto de los m a les la en ferm ed ad , ln
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 77

«fiebre». En la p a to lo g ía m a y a tod a la n o m en cla tu ­


r a de ios p a d ecim ien to s se reduce a la p a la b r a r u ­
b an go , y por u n a se n c illa tra sla c ió n m e ta fó ric a ,
todo el a rte m édico se red u ce tam bién a i acto de
a p la c a r el esp íritu ir r ita d o de líu b a n g o . E ste acto
era el a fu ir i, sa crificio ju ríd ic o , y se con servó en
l a re lig ió n refo rm a d a .
L a ex p licació n de esta d o c trin a y de su r itu a l re ­
ligioso llen a v e in titré s p id o s ; ios resta n tes r u ju s se
refieren a ia ép oca m o d ern a y pu ed en d iv id irs e en
dos g ru p o s : uno de catorce, que contienen la p a rte
lija o d o g m ática , y otro de c u a r e n ta y tres, con la
p a r te m ovible o h istó ric a , d esp u és del edicto de
U sa n a . Sobre este últim o gru p o m i exam en fu é m u y
som ero, porque los re la to s se rep ite n con stan tem en ­
te, v a r ia n d o sólo los n om bres d el re y , del Ig a n a Igu -
ru , de ios in d iv id u o s som etid os al a fu ir i y de los
co n cu rre n te s a l ucuezi. Son, m ás que otra cosa,
censos de p o b lación . L os Kim o d o g m as sí m erecen
exam en , porq ue, bien que b a jo form as ru d im e n ta ­
r ia s , e n c ie rra n lo s fu n d a m en to s de u n cu rioso m o­
noteísm o.
E n u n p rin cip io la tie r r a o ra Jisa y h u eca, com o
u n a c a la b a z a de a g u a , y d en tro de eila v iv ía n los
a n im a le s ; pero ta n to cre ciero n éstos que fa ltó es­
p a cio p a r a con ten erlos, y la corteza te rrestre tuvo
que irs e estira n d o . A sí se fo rm aro n la s m o n ta ñ a s y
los v a lles. L a s llu v ia s, que a n tes re sb a la b a n p o r la
su p erficie de 1a. tie r r a , a h o ra d escen d ían de la s
m o n ta ñ a s y se r e u n ía n en los la g o s, que son los
d ep ósitos de los ríos. Con la hu m ed ad a p a re ciero n
la s p la n ta s. P o r últim o, la tie r r a se a b rió por d i­
ve rso s lu g a re s y d ió a lu z u n p a r de a n im a le s de
78 Kn g e l g a n iv e t

cad a u n a de la s esp ecies que c o n ten ía en su in te ­


rio r. E n tre ellos fig u ra b a un p a r de ¿occos o m onos
an trop om orfos, p r im e r a fo rm a del hom bre ierre-
n al, a p a re c id a en el m ism o lu g a r donde hoy se
a lz a M a y a , en u n a g r u ta lla m a d a B au -M au , g r u ta
de Jos prim eros pad res. E ste p rim er K im no se opo­
ne a Ja a p a rició n de o tra s p a r e ja s fu e r a del reino
de M a y a ; a l co n tra rio , se cree que c a d a rein o se
form ó de u n a p a r e ja d istin ta, y por esto no es líc i­
ta la co n q u ista te rrito ria l. A u n q u e ios pu eblos g u e ­
rreen unos co n tra otros y se d esp ojen de sus riq u e­
zas, esp ecialm en te de su s m u je re s y ga n ad o s, j a ­
m á s se deben m o d ificar la s fro n te ra s, ni u n a c iu ­
dad de un rein o debe p a s a r a, otro rein o d istin to.
L o que la tie r r a hace, el hom bre 110 debe d esh a cer­
lo, d ice u n a sen te n c ia m a y a .
El segu n d o Kim com pren d e Ja co n stru cció n del
g r a n entju y la ascen sió n del Ig a n a N io n y i. E stos
d ogm as no son m á s que u n a deform e m ezco la n za
de la le y e n d a de la torre de B ab el y de la fá b u la
de Ica ro . C u an d o estos h echos o cu rriero n , los m a­
y a s no te n ía n y a cola, y sa b ía n h a b la r c o rre c ta ­
m ente ; su deseo de conocer lo que h u b iera en Jas
a ltu r a s les im p u lsó a co n stru ir u n a cabaña, en fo r­
m a de p ir á m id e ; p ero com o no p e rc ib ie ra n desde
ta i o b serva to rio m ás de lo que h a b ía n percib id o
d esde la tie r r a lla n a , eligiero n de entre ellos a un
h om b re v a lien te y a u d az, le h iciero n su b ir a la
cú sp id e de la p irá m id e, y d esp u és de a d a p ta r le dos
a la s, h ech a s con p lu m a s de p á ja r o , sop lán d ole por
am bos cond uctos le h in ch a ro n de ta l su erte que
a d q u irió el vo lu m en de u n h ip o p ó ta m o ; in m e d ia ta ­
m en te el I g a n a N io n y i se elevó como u n glo bo y
TLA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 79

fu é su b ien do , subien do, b a s ta p erd erse de vista,


sin que h a s ta el d ía h a y a vuelto a p a recer.
E l tercero y ú ltim o K in i refiere cóm o el Ig a n a
N io n y i llegó a u n a tie r r a que está en el firm a m en ­
to y que o cu p a sobre n u e stra tie r r a la m ism a po­
sición que ésta o cu p a sobre la in fe rio r, de donde
n aciero n los m a y a s ; porque el m undo es com o un
inm enso edificio com puesto de m u chos p iso s de g r a n
a ltu ra , y cad a cap a te rrestre es a u n tiem po el te ­
ja d o del m undo que está d eb ajo y el su elo del que
está en cim a. E n esta n u ev a tie r r a , cu yo suelo es
m u y pobre, no existen hom b res ni m u je r e s ; pero
h a y m u ch as ciu d a d es h a b ita d a s p o r m onos, b la n ­
cos com o el arm iñ o y h á h iles en tod a su erte de in ­
d u stria s, los cu a les, au n q u e no sa b e n h a b la r, re­
con ocieron a I g a n a N io n y i por su rey y le ju ra ro n
ser sus esclavos. P a sa n d o el tiem po, el re y , fo rzad o
p o r la n ecesid ad , se u n ió con n u m ero sas esc la v a s,
y de sus en laces n aciero n seros m ixtos, m oren os,
h a b la d o re s e irr a c io n a le s, que por su doble n a tu r a ­
le z a recib iero n el nom bre de cabilis. T e n ía n de
las m a d res la v o ra c id a d y el am o r a la escla v itu d ,
y dei p a d re el don de la p a la b r a y c ie rta ten d en ­
c ia a reb elarse cu an d o no se n tía n el lá tig o sobre
la s e s p a ld a s ; por lo cu al, en tristecid o el. re y , bien
que a m a r a su ob ra con el a m o r de p a d re , y tem ero­
so de que la n u ev a raza , c u y a p ro p a g a c ió n e r a m u y
rá p id a , a g o ta se tod as las subsistencia,s, d eterm in ó
h a ce r en víos de ella a la tie r r a b a ja p a r a que tr a ­
b a ja se en p rovech o de su s a n tig u o s h erm a n o s, los
hom bres. Son m u ch as la s c o m a rc a s a fo rtu n a d a s
donde se verificó y a la irru p c ió n de los c a b ilis , y
en todas la s d em ás se v e rific a r á si los hom bres
80 ÁNGEL GANIVET

sa b en c o n g ra c ia r s e con ig a n a N io n y i. E i d ía que
M a y a recib a su lote se a c a b a r á n p a r a siem p re la s
p e n a lid a d es y ios tra b a jo s, c a d a hom bre te n d rá un
g ru p o de c a b ilis a su servicio y se d e d ic a r á a h ol­
g a r y a b en d ecir el nom bre de I g a n a N io n y i. E se
d ía está p ró x im o ; s e r á fo rzo sa m en te en el ucuezi,
esto es, en ei seg u n d o d ía de u n p le n ilu n io , que por
e sta razó n se celeb ra con fiestas en h on or d el g r a n
p a d re de los cab ilis.
S in e n tr a r en u n a c r ític a d e ta lla d a y c o m p a ra ti­
v a de estas creen cia s, cab e h a ce r u n a lig e r a exé-
g e sís que nos a c la re su sentido y nos o rien te en
c u a n to a su v e rd a d ero v a lo r. A m i ju icio , el p r i­
m er K im , o sea todo lo r e la tiv o a la cre a c ió n de
la tie r r a , de la s p la n ta s, de los a n im a le s y del hom ­
bre, es de p u ro o rig e n a fric a n o , pu esto que, m ás
o m enos a d u lte ra d a , esta cre en cia se extien d e por
c a si tod a A fr ic a , y a n tes de lle g a r a M a y a la h a ­
b ía yo reco gid o en dos d istin ta s lo c a lid a d e s : en Sin-
y a n g a , pequeño E sta d o r e g u la r c e rca dei Seque,
en el U su cu m a, y en M avo n a, en la fro n tera del
C a ra g ü é .
E l refo rm a d o r Lopo, y a por h a b ilid ad , ya por
in stin to , h a b ía sin d u d a a p ro ve ch a d o u n a cre en cia
a r r a ig a d a y p o p u la r p a r a estab lecer sobre ella el
castillo de n aip e s de sus fá b u la s. P o rq u e esto son,
y no o tra cosa, la erecció n del g r a n en yu , la a sce n ­
sión del h o m b re-p ájaro, la fo rm a c ió n de la r a z a de
los c a b ilis y la v e n id a de éstos a la tie rra . No es
posible que un pueblo ta n a tra s a d o en A r q u ite c tu ­
r a y en F ís ic a h a y a siq u ie ra concebido la id e a de
c o n s tru ir u n a p irám id e y de la n z a r a l esp a cio un
lio m b re -g lo b o ; y en cu an to a la in v en ció n de u n a
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAY.4 81

n u e v a tie r r a en el firm am en to, la, co n tra d icció n es


p aten te con el p rim er K i m ; porq u e con éste el
m un do es sem eja n te a u n a c a la b a z a h u eca , y en
a q a é lla se le co m p a ra a u n edificio que, como un
te a tro o « n a p la za de toros, tu viese v a r ia s g a le ­
r ía s su p erp u estas, d e ja n d o u n g r a n hueco cen tra l
p a r a que a lu m b r a r a n el sol y la la n a .
L opo tuvo r e la c io n e s con Jos n av e g a n te s p o rtu ­
g u eses que por aquel tiem po a rr ib a ro n a d iversos
pu n tos de la, co sta o ccid e n ta l de A fr ic a , y no es
a v en tu ra d o su p on er que Íes a co m p a ñ a se h a sta E u ­
rop a, y que de la s im p resion es de su v ia je com ­
p u s ie ra u n a relig ió n a co m o d ad a a la s n ecesid ad es
de su p a tr ia , in tro d u cien d o el p rin cip io fecu n do de
u n d ios b ien h ech or, I g a n a N io n y i, con trap eso m u y
con ven ien te del dios m alo R u b a n g o . E s ta su p o si­
ción ex p lica el o rige n de la? refo rm as re lig io sa s de
L opo, y nos ofrece el m edio de conocer, en su c u rio ­
sa in v en ció n de ios c a b ilis, la s im p resio n es y ju i­
cios de u n hom bre de A fr ic a sobre la socied ad eu­
ro p e a de fines del sig lo x v i.
P e ro la p rin c ip a l re fo rm a de L opo con sistió en
in s titu ir el culto púb lico. L a r e lig ió n a n tig u a de
H n ban go te n ía c a r á c te r in d iv id u a l o fa m ilia r, y si
a lg ú n acto púb lico síe realizaba,, e r a con el co n cu r­
so de hom bres solos ; la re lig ió n de I g a n a N io n y i
íu é p ú b lica y n a c io n a l, y no a d m itía d istin ció n de
sexos en cu an to ai cu m p lim ien to del deber r e li­
gioso. N ació de a q u í u n in e v ita b le d u a lism o ; sin
fla q u e a r en la fe, los hom b res se in c lin a b a n a la
c re e n c ia a n tig u a , que esta b a m ás en su n a tu r a le z a ,
y la s m u je re s a la refo rm a d a , que co m p ren d ía n
cotí m ás d ificu ltad ; entre los hom bres, visto que el
6
82 ÁNGEL GANIVET

tiem po p a sa b a en b ald e, se g e n e ra lizó la op in ión


de que la v e n id a de los c a b ilis te n d ría lu g a r u n po­
co m ás ta rd e, cuan d o q u izá s tod a la g e n e ra c ió n v i­
vie n te h u b iera p e re cid o ; entre la s m u jeres se hizo
de d ía en d ía m á s p o p u la r el u cu ezi, y bien pron to
el d ía libre so llam ó m u n tu , y fu é el p en sam ien to
co n stan te del bello sexo. E ste d u a lism o cesó con el
edicto de U sa n a , quien d isp u so m u y c u erd a m en te
que el u cu ezi y el a fu iri se celeb ra sen en u n m ism o
día y con el m ism o c a r á c te r p ú b lic o : la oposición
no tuvo y a razó n de ser, y bien pron to el esp íritu
n a c io n a l, sobreponién d ose a los con ven cio n alism o s,
exaltó la. cerem o n ia c lá s ic a y dep rim ió la cerem o n ia
n u eva , que h o y lia p erd id o to d a su sig n ifica ció n .
Un los p rim ero s tiem p os de la refo rm a, el a fu iri
se c eleb ra b a sin d ía fijo, siem p re que, con m otivo
de un crim en , se im p o n ía a l a u to r la ú ltim a p e n a ;
el ucuezi te n ía lu g a r el d ía segu n d o de los p le n i­
lu n io s, y se fe s te ja b a con g r a n pom pa. T o d a la c iu ­
d ad e n tra b a en jú b ilo y c o n c u rría a l tem plo del
n uevo dios, donde el Ig a n a Ig u r u en to n a b a bellos
c á n tico s cam in an d o a lred e d o r de u n a lta r que se r­
v ía de pea,na ai h ipo pótam o sa g ra d o , p ro v isto p a r a
e sta solem n id ad de dos g ra n d e s a la s exten d id as,
com o si fu e r a a v o la r. T odos los a sisten tes c a n ta ­
b an en coro y g r ita b a n llenos de en tu siasm o ; h a ­
b ía d iscu rso s, h an q u etcs y d a n z a s ; se r e p a rtía tr i­
go a. los en ferm os pobres, y pa,ra te rm in a r se le ía
el te rc er K im , que contiene la p ro m esa de la v e n i­
d a de los cab ilis.
D esp u és del ed icto de U s a n a el a fu iri se celebró
en el p le n ilu n io ; se s e p a ra ro n la s ju risd ic cio n es,
qu ed an d o a ca rg o de ju eces o rd in a rio s los delitos
LA CONQUISTA DEL HEINO DK MAYA 83

m en ores, y a ca rg o del I g a n a Ig u ru los de m uerte,


y la p en a c a p ita l no pu d o a p lica rse m ás que u n d ía
de c a d a mes, lo cua.1 re p re se n ta b a u n g r a n p r o g re ­
so ju ríd ic o . E n cam b io, el u cu ezi íu é d e c a y e n d o :
dejó de d a rse trigo a los en ferm os p o b re s; se su ­
prim ieron los b an q u etes y ios c á n tic o s; d esp u és se
su p rim iero n Jas a la s del hipopótam o, la s c u a le s se
habían roto con el uso, y, por ú ltim o, p a r a fa c ilita r
Ja, c erem o n ia se su p rim ió tam b ién el h ipopótam o,
poniendo en su lu g a r un ga llo , a l c ju g p o r m edio
de u n a c u e rd a se le b a c ía b aila r.
A los diez d ía s de m i lle g a d a a la corte p resen ­
cié, sien d o y o el a cto r p rin c ip a l, estos e jercicio s
religio so s y d em ás d ivertim ien to s que c a r a c te r iz a ­
b an el d ía m un tu. M u y de m a ñ a n a , c o n tra la cos­
tum bre o r d in a ria , me d esp erta ro n m is m u jeres,
cuyo n ú m ero a sce n d ía y a a d iez y siete con la lle­
g a d a de Ñ era, la am ig a de N iezi, y de C a n ú a , otra,
bello, joven , re g a lo de L isu , re y de M búa, y n otab le
por su boca g ra n d e y sen su a l, a la que es d eu d o ra
de su nom bre. Me lev an té y me vestí a l in stan te,
porque me a g u a r d a b a a la p u e rta el hipopótam o,
rica,m ente e n g a la n a d o por m is sie r v o s ; y m o n ta n ­
do sobre él, me en cam in é al lu g a r de la fiesta,
fuera, de la ciu d a d . T o d a mi fa m ilia , sin exclusión,
de p erso n a, m e a co m p a ñ a b a , y en el. cam in o íbam os
en con Irán d o n u eva s fa m ilia s, d irig id a s siem p re por
sus jefes, con los cu a les nos reu n ía m o s sin co n fu n ­
dirnos. A la s a lid a del sol todo el m un do está en
los alred ed o res del tem plo, en la h erm osa co lin a
del Myera., y la a n im a ció n es ta n v iv a como en las
ferias, v e rb e n a s y ro m e ría s esp añ olas.
C ad a fa m ilia elige un. lu g a r p a r a h a ce r a lto y
ÁNGEL GANIVET

p a r a d ep o sita r los pequ efíu elos y la s p r o v is io n e s ;


y u n a vez el sitio elegid o, Lodo el m undo se d esp a ­
r r a m a y se m ezcla, grito,, d a n z a y corro y liaco c u a n ­
tas d ia b lu ra s le su g ieren su s m alo s instin to s. A q u í
u n gru p o de hom bres g r a v e s se d ed ica a a p u r a r
p a n zu d o s eazolon es de vi tío d u lce, lig ero o in o fe n ­
sivo ; a llá un coro de m u jeres, c o g id a s do la ruano,
d a n z a al com pás de u n a can ció n , m ien tra s ios jó ­
venes la s ro d ea n y la s d irig e n fra se s m ás o m enos
g a la n te s ; y a es un m ontón cié n e g rillo s d esn u d os
que se rev u e lca n p o r el suelo, yo. u n a ha m ía de g a ­
lan cete s que, la ú d en m ano, rond an de u n lad o p a ­
r a otro festejan d o a Jas m u jeres que son de su a g r a ­
do, y a u n a p a r e ja de n egros tórtolos que d osn p are­
ce en el bosque vecin o.
U tl hecho que se c o m p a d ec ía m al con la su jeción
de la v id a d ia r ia , e r a la tibertad en que los p ad res
d e ja b a n a su s h ija s p a r a reto za r con quien bien la s
p a re c ie ra . E s a lib ertad , sin em b argo, 110 p ro d u cía
m alo s resu lta d o s, porq u e, a p a rte de la poca im ­
p o rta n c ia con ced id a a la c a stid a d de la s d on cellas,
era m u y raro el caso de que u n a jo v e n con h ijo s
— y a lg u n a s so lía n lle v a r v a r io s com o dote— no se
c a s a r a con el p a d re de éstos, q u ien se a p r e su r a b a
a c o n c e rta r la b od a o p o r am or o por in terés.
Com o un h jjo re p re se n ta b a u n v a lo r con sian te, pues
v a ró n se le p o d ía ven d er com o siervo , y h em b ra
com o esposa, no o cu rría , com o en tre nosotros, que
u n p a d re se n e g a ra a recon o cer a su h ijo. En M a y a
iod os los h ijos tenían p a d re, y el in fa n ticid io , se­
gú n pude ver, e ra cosa in a u d ita . E n los caso s de
a d u lte rio en que por la c a lid a d su p erio r del a m a n ­
te no h a b ía o fe n sa p erso n a l, el m a rid o co n sid e ra b a
L a CONOUÍSTA del r e in o de MATA 85

com o h on roso y lu c r a tiv o a ce p ta r los h ijo s ajen os,


sin que ja m á s m e d ia ra ig n o r a n c ia , pues esta,s m u ­
jeres no su p iero n ja m á s m en tir ni te n ía n in terés en
e n g a ñ a r a sus esposos. P o r una. e x tr a ñ a a n o m a lía ,
los h ijo s n acid o s de u n a m a n e ra ir r e g u la r , los que
n osotros llam arn os n a tu r a le s y a d u lterin o s, era n
a llí m ira d o s con p red ilecció n , por su p o n érseles en ­
g e n d rad o s on día. m un tu y porque, com o h ijo s de
la pasión , so lía n a v e n ta ja r en m éritos y d efecto s a
los h ijo s del deber. V ese, pues, que en M a y a e x is­
tía n ig u a le s v icio s que en o tra s socied ad es, pero
con la ventaja, de te n e r d ía ñjo ; el p a d re y el es­
poso p o d ían ser ofen d id os en su a u to rid a d o en su
decoro, pero solam en te u n d ía de c a d a m es.
L a s cerem o n ia s del d ía m u n tu se r e g ía n por la
m a rc h a del sol. E l u cu ezi te n ía lu g a r cu an d o el sol
h a b ía reco rrid o la c u a r ta p a rte de su arco, h o ra
de a lm o r z a r ; el a fu iri, cu an d o e s ta b a en el cénit,
h o ra de la s lib a cio n e s. E l reg reso se em p re n d ía
d esp ués de com er, an te s que el sol se p u sie ra . Y a
he dich o que la p u e sta del sol su sp e n d ía la v id a pú ­
b lica, a b rien d o la v id a de fa m ilia . L íe g a d a la h o ra
d el ucu ezi, todos los co n cu rren tes se co lo caro n de
pie a lred e d o r dei tem plo, c u y a co rtin a d esco rrid a
d ejó a la v is ta c u a tro a lto s p ila ro te s sob re los c u a ­
les d e sc a n sa u n a m o n tera p ir a m id a l de fa g in a y
p iz a rr a , y en el cen tro u n tú m u lo de p ie d ra s to s­
cas, que a p e n a s lev an ta ría , u n a v a r a del suelo. Me
a cerq u é a uno de los p ila ro tes, y d e sa ta n d o la c u er­
da que a él e sta b a a m a r ra d a , la dejé c o rre r por un
tra v esa ñ o e n cla v a d o en lo alto d el techo. De la ex­
trem id a d de esta c u e rd a p e n d ía u n g a llo jo v e n o
pollo m u y zancón , d eg o llad o nquelTo m a ñ a n a p o r m i
86 ÁNGFX GANIVET

b ella esposa Menté, a l que h ice b o lla r en el a ire un


buen ra to an te el silen cioso con cu rso. D espués v o l­
ví a a m a r r a r la c u e rd a al poste, hice co rrer la co r­
tin a y di por te rm in a d a la cerem on ia, que en rea ­
lid a d e r a poco divertida..
C om enzó de nuevo la a lg a z a r a , y u n a vez te rm i­
n ad o el alm u erzo o p rim e ra m e rie n d a del d ía, a p ro ­
vech é el tiem po p a r a re c o rre r la co lin a y con o­
cer a la s m u je re s m ás n otab les de la ciu d ad . Me
a co m p a ñ a b a la esb elta M em é, c u y a s relacio n es eran
m u y n u m ero sas. V i en p rim er térm in o u n as o ch en ­
ta m u jeres que fo rm ab a n la fa m ilia rea l, en ire las
cu a les e stab a n in terin a m en te Jas m u jeres del des­
a p a re cid o V ia c o ; la s c in c u e n ta esp osas del cab ezu ­
do Q u ig a n za era n n otab les por su obesid ad , pues
éste la s e le g ía con un crite rio ex clu siva m en te c u a n ­
tita tiv o , y en p a r tic u la r la fa v o r ita , a la que lla m a ­
ba el pueblo la r e in a M ca zi, la «vaca», d e ja b a en ­
trev er b ajo su tú n ic a verde, a d o rn a d a con p lu m a s
de colores, dos pechos gig an te sco s, seg ú n fa in a , los
m á s g ra n d e s de todo el p a ís. L a h erm a n a m a y o r
del re y , m ad re de mi y ern o M u ja n d a , e r a u n a g a ­
lla r d a n e g r a con los b ríos de una, s u lta n a m o r a ;
entre la s esp o sa s del oreju d o M ato h a b ía u n a m u ­
je r de bello y p u ro tipo etiópico, que me hizo d e s­
cu b rir la e x iste n c ia de un d u a lism o de ra z a s, c u y a
fu sión 110 se h a re a liz a d o aú n en abso lu to, p u es al
lad o de a q u e lla m u je r y de o tra s quo, com o la es­
b elta M em é, co n serv a n in d u d a b les ra sg o s de la r a z a
su p erio r, se en cu en tra n entre la gen te b a ja m u ch as
de ta lla m á s p e q u e ñ a y de color m ás cla ro , de tin ­
te m oren o verd oso, que deben p roced er de l a r a z a
in d íg e n a . M is im p resio n es, sin em b argo, en esta
p rim era o je a d a fu eron m uy co n fu sas, porq u e la
fa lta de costum bre no me p e rm itía d istin g u ir la s
p artícu la-rk lad es de c a d a tipo, y fu e ra de a lg ú n caso
ex cep cio n al, todos me p a r e c ía n ig u a le s, con p eq u e­
ñ a s d iferen cia s. Lo que sí com pren d í a p rim e ra v is ­
ta íu é que la s m u je re s m ás b ellas, la s de fa c c io ­
nes m á s re g u la re s, como M em é, eran las m enos
a p re c ia d a s por el púb lico, de lo c u a l m e a le g ré no
poco, pues a sí me se ría fá cil com p letar mí liarán
a poco costo y sin e x c ita r r iv a lid a d e s.
N a d a h a y ta n fa ta l p a r a el hom bre com o el m edio
que le rod ea, y yo, que a l p rin cip io m e a b o g a b a
entre m i n u ev a fa m ilia , la en co n tra b a a h o ra in su ­
ficiente vien d o las de los d em ás. C u an d o nos h a b i­
tu am os a v iv ir con u n a so la m u jer, no sólo 110 q u e­
rem os o tra s, sin o quo esta ú n ica a c a b a p o r c a n s a r ­
nos y h a ce rn o s a m a r la s o le d a d ; pero si n os a co s­
tu m b rarnos a v iv ir con v a r ia s , d esearem os ir
a u m en tan d o el n úm ero y no nos en co n tra rem o s
bien sin e lla s ; porque si u n a fa m ilia p eq u eñ a sirve
de m a rtirio , una fa m ilia n u m ero sa sirv e de d i­
versió n .
E n M a y a , de o rd in a rio , el hom bre sólo b u sca la
p rim era m u jer, que e.s la fa v o rita , y ésta, por no
v iv ir sola, se e n c a r g a d esp u és de tr a e r n u eva s com ­
p a ñ era s, p rocu ran d o siem p re que sean de su con ­
fia n za o que no te n g a n m éritos su ficien tes p a r a
desbancarla.. Y com o las m u je re s se conocen entre
sí m ejor que los h om bres p u ed en con o cerla s, se
ven elecciones m u y a ce rta d a s, y no o cu rre que jó ­
venes de b ellas cu a lid a d e s q u ed en postergadas? por
su a p a re n te fea ld a d . El d ía de que voy h a b la n d o
m e p resen tó Mem é u n a joven m u y fla c a (y fea, s e ­
88 ÁNGEL GANIVET

g ú n los gu sto s m a y a s), h a b ilísim a en el m a n ejo


del la ú d y en el cuido, y a su s in s ta n c ia s la acepté
por esposa m ed ian te la oferta de ires onuatos de
trigo. E l o n u ato, m ed id a en fo rm a de «canoa»,
eq u iva le p ró x im am e n te a dos fa n e g a s de A v ila .
M is d em ás m u jeres e n tra ro n en deseos, y visto que
y o no o fre c ía resisten cia, me co n certaro n h a s ta u n a
d ocen a de m u jeres, n atu ra ]m en te de en tre su s a m i­
ga s, por p recios v a ria b le s desde tres a cinco
on uatos.
K sta s c h a la n e r ía s c ía n frecu en tes en to d a la feria,
p u es en tre el ucuezi y el a fu ir i se celeb ra n siem pre
g r a n n úm ero de tra n sa cc io n e s m a trim o n ia le s, sin
que h a y a tem or de que la s m u jeres escaseen , p o r­
que vie n e n m u c h a s de otros pu n tos d el rein o. L a
d esp ro p orció n en tre los sexos es ta n g ra n d e , que,
seg ú n m is cá lcu lo s, de la s vein te m il p erso n a s allí
re u n id a s no lle g a r ía n los hom bres a cu atro m il.
C uan d o llegó el sol a l cén it tu vo lu g a r la s eg u n d a
cerem on ia, el a fu iri. C inco h om b res y dos m u jeres
era n a c u s a d o s : uno de ellos de p ro fa n a ció n , dos de
hu rto de g a n a d o s re a le s y los oíros dos y la s m u ­
je r e s ,’ de a d u lte rio com etido en oí d ía m u n tu p re c e ­
dente, con la c irc u n sta n c ia a g r a v a n te de ser ellos
servid o res de los esposos o fen d id o s; a estos d elitos
se a trib u y ó u n a herida, que el cab ezu d o Q u ig a n za
se h a b ía hecho en un pie m ie n tra s a fila b a u n a fle­
ch a, y que, seg ú n la cre en cia g e n e ra !, era u n a viso
de R u b a n g o . P o r Jos m ism os p ro ced im ien to s u sa d o s
en A n cu -M yera , todos fu ero n con d en ad os a m u erte,
b ien a m i p e sa r y sólo por d a r g u sto a la con cu ­
rre n c ia , que lo d ese ab a u n án im em en te, y d eca p i­
tad os sobre una p la ta fo r m a que para el efecto
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 89

está c o n stru id a ju n io a l tem plo de I g a n a N io n yi.


D espués de te rm in a d o el fú n eb re acto hice r e d a c ­
ta r el a c ta del d ía, con la que te rm in a ro n la s ties­
ta s re lig io sa s. Desde este m om ento h a s ta la r e ti­
ra d a , el esp ectá cu lo se c o n v irtió en u n a espantosa,
b a c a n a l, en c u y a c o m p a ra ció n las s a tu r n a le s ro m a ­
n as sería n a u tos de m o ra lid a d y cu ad ro s de ed ifica ­
ción. L a p lu m a 110 se a tre ve a d e sc rib ir lo que es­
tos hom bres en un rato de exp an sión se com placen
en h a ce r.
CAPITULO VII

A lg u n a s n o tic ia s h istó ric a s y g e o g rá fic a s del reino


de M a y a .— L a a n tig u a o rg a n iz a c ió n y el ju e g o de
los p a rtid o s p o líticos.

K1 d ía que sig u ió a la s fiestas re lig io sa s fué de


c a lm a y de recogim ien to, porqu e todo e stá ta n s a ­
b ia m en te p revisto en la n a tu r a le z a h u m a n a , que
el d olor, im poten te p a r a d e s tru irla , se p ro lo n g a sin
m edida, en tanto, que el p la ce r, que la a n iq u ila r ía
en b reve térm in o , es fu g a z y se d esv an ece p o r sí
m ism o, tra n sfo rm á n d o se en u n nuevo d olor m ás
lento, en e) d oíor de la p a siv id a d , a que viv im o s
som etidos. A sí, a q u ello s hom bres v ig o ro so s, que, con
a fá n ciego de m o rir en tre las b ru ta lid a d e s de la o r­
g ía al a ire libre, c a í.m fa tig a d o s, se le v a n ta b a n des­
pués y se r e h a c ía n p a r a em p ren d er, com o u n a m a ­
nada. de o v ejas, Ja v u e lta a lo s h o g ares y co n tin u a r
a otro día. sus fa e n a s con m a y o r r e g u la r id a d que
la a co stu m b ra d a . U n as c u a n ta s llo ra s c o n s a g ra d a s
a la r e lig ió n y a la c rá p u la a se g u ra n u n m es de
tr a b a jo y h o n estas costu m b res, y e r a ta l la p u reza
re g e n e ra d o ra del d ía m u n tu , que a l sig u ie n te se re­
so lv ía n los n ego cios g r a v e s d el p a ís con m ás ca lm a
y m á s ju s tic ia que en u n a so cied a d con stan tem en te
92 ÁNGEL GANIVET

tr a b a ja d o r a y hon esta. P o r la ta rd e d eb ían r e u n ir­


se los uag-angas, y o sla b a a co rd a d o que y o h a b la r ía
p a r a a m p lia r Ja re la c ió n de m i v id a s u b te rrá n e a y
p a r a p rop on er a lg u n a s refo rm a s de u tilid a d p ú b li­
co. E ste p ro g ra m a no pudo r e a liz a r s e ; pero a m e s
de r e fe r ir Jos a co n tecim ien to s que lo im pid ieron , y
que in o p in a d a m en te ca m b ia ro n la fa z del p aís, p re­
sen ta ré a lg u n o s an teced en tes in d isp en sab les p a r a
con o cer el teatro de los su ceso s y los a cto re s que
en ellos tornaron p arte.
L os d ocu m en tos q^ue pude c o n su lta r re la tiv o s a
la h isto ria de M a y a son d em asiad o m od ernos y no
tra s lu c e n n a d a de la a n tig ü e d a d . Se h a su p u esto
que en ép oca m u y rem ota, que a lg u n o s fija n en ]a
de los F a ra o n e s, se v erificó u n a irru p c ió n de gen te
a s iá tic a en el A fr ic a ce n tra l, y que desde en ton ces
se en tab ló u n a lu c h a a m u erte, cu y o térm ino, con
el tra n sc u rso de los siglo s, fu é l a fu sió n de ra z a s,
bien que co n serv a n d o el p red om in io los in v a so re s
o su s m á s p u ros d escen d ien tes. E n m edio de la lu ­
d i a co n stan te de u n as tribu s con o tra s, a p a re ciero n
v a rio s n ú cleo s de po d er y c e n tra liz a c ió n , y a n tes
que lle g a r a n los p rim ero s n a v e g a n te s europ eos a
la s costas a fric a n a s , puede a firm a rse que la s trib u s
d el lito r a l, m á s ric a s y m á s a d e la n ta d a s, e je rc ía n
sobre la s del in te rio r cierto s d erech os sob eran os.
E ste len to tr a b a jo de fo rm ació n fué in te rru m p i­
do por la p re se n c ia de los eu rop eos, que, con su a b ­
s u r d a p o lític a de con q u ista, se a p re su ra ro n a som e­
te r a los je fe s de la s trib u s costeñ as, d eb ilitán d o ­
los y d isolvien d o en u n a h o ra los im p erio s em b rio­
n a rio s que, d esp u és de g u e rr a s sin cuento, com en­
z a b a n a d ib u ja rse sobre el su elo a fric a n o . L a s reía -
LA CONQUISTA T1EL REINO DE MAYA

«iones de la s trib u s de! in te rio r con la s m a rítim a s


fueron extin gu ién d ose, porque el tem or a. los in v a ­
sores hizo que se ¿idoptase u n a p o lític a fifi r e tr a i­
m iento, a ce n tu a d a m ás a ú n al a p a re c e r u n n u evo
en em igo : el á ra b e. Til p la n de los á ra b e s, bien que
con m enos a p a ra to m ilita r, e ra tam bién cíe con q u is­
t a : in tro d u c irse en el corazón d s la s trib u s, com er­
c ia r con eil&s, a tiz a r la d isc o rd ia p o r to d a s p a rtes,
a d q u irir com o escla vo s io s ven cid os en Jas g u e rr a s
in testin a s, y, por fin, su b stitu ir poco a poco ia
a u to rid a d h e r e d ita r ia de los rey es in d íg e n a s por
p ro p ia a u to rid a d .
A n te esros elem entos extrañ os, que p reten d ía n
m eter por fu e rza ia fe lic id a d en los p a íses de A fr i­
ca, sólo el reino de M a y a supo d efen d erse y re sis­
tir, p o rq u e sólo él tuvo a su c a b e za u n verd a d ero
hom bre de E sta d o , U sana, el le g e n d a rio re v So).
M as no se cre a que me coloco p a rcia lm e n te del lad o
de la r a z a indígena,, com o pudiera, d esp ren d erse de
m is p a l a b r a s ; en tre los m á s a lto s fínes del esfu erzo
del hom bre be colocad o siem p re ios d escu b rim ien ­
tos ge o g rá fico s. A m a n te de la h u m a n id a d , m e lia
re g o cija d o siem p re la id ea de que esos d e sc u b ri­
m ien tos de n u e v a s tierra s y de n u evo s hom hres no
son in ú tile s, puesto que llev a n consigo, por el c a ­
rá c te r h u m a n ita rio de n u e stra especie, el deseo de
m e jo r a r a n u estros h erm an os, de c o lo n iza r lo s p a í­
ses que ellos ocupan , c iv ilizá n d o lo s con m a y o r o
m en or su a v id a d , seg ú n el tem peram en to de la n a ­
ción co lo n iza d o ra.
G ran d e es en sí esta i d e a ; pero m ás g ra n d e es
aú n cuan d o se noto, que n osotros su frim o s tam bién
las tristeza s y dolores de esta v id a , y que, a p esa r
ANGEL GANIVKT

de esta s triste za s y de estos d olores, sa ca m o s fu er­


zas de flaq u eza y a cu d im o s en a u x ilio de otros hom ­
b res que ju zg a m o s m ás d esv en tu rad o s que n osotros.
E ste es u n ra sg o c a ra c te rístic o y con so lad o r de la
h u m a n id a d en todos los tiem pos y en tod as las
r a z a s ; yo tengo por seg u ro que si esos m ism os p u e­
blos re tra sa d o s y a u n s a lv a je s de A fr ic a tu v ie ra n
un cla ro concepto de la le y de so lid a rid a d de los
in tereses h u m an o s y u n a n a v e g a c ió n m á s p erfec­
cio n a d a, v e n d ría n a su vez a llen ar en n u e stra p ro ­
p ia c a s a la misma, h u m a n ita r ia m isión que n osotros
cu m p lim os en la su y a .
C u an d o T isana ocupó el tron o, el rein o se h a lla ­
b a d iv id id o en b a n d e ría s de toda e s p e c ie ; y com o
era n ecesa rio r e a liz a r la u n ió n de los sú b d itos a n ­
tes de in te n ta r a lg u n a a cció n p ro v ech o sa en el e x ­
te rio r, dió v a r io s edictos n o ta b les que re sta b le cie ­
ron la paz. Y a hahió del edicto que dió fin a, la s
d iv e rg e n c ia s re lig io sa s o rig in a d a s p o r la refo rm a
de Lopo. O tro ed iclo céleb re fu é el que in s titu y ó
la a sa m b le a de los u a g a n g a s , en c a m in a d a a a p la ­
c a r la s a n sia s de m ando de a lg u n o s am biciosos y
a d a r m á s e stab ilid a d a los tres u a g a n g a s c o n seje­
ros, que antes e stab a n som etidos a cam bios fre c u e n ­
tes. Creó el cu erp o de p ed ag o go s y estab leció que
el r e y y los rey ezu elo s h ic ie ra n con cesion es tem po­
r a le s de p a r c e la s de (ierra a ios hom b res libres y a
los siervo s (a q u ien es su señ or d e b e ría d e ja r tiem ­
po lib re p a r a c u ltiv a rla s), con la con d ición de la ­
b r a r la s diez a ñ os segu id os y d e v o lv e rla s con la s
m ejo ra s in tro d u cid as. Kn su m a, T isana fu n dó la paz
de los co ra zo n es y la ju s tic ia en la d istrib u ció n
de la riq u eza . «M as no por eso— dice el d ocum en to
LA CONQUISTA DEL REINO KE MAYA 95

de donde saqué e stas n o tic ia s— ios h om b res d e ja ­


ron de s u f r i r ; su fría n , au n q u e con m ás contento y
resig n a ció n .» E l cornil am iento de la ob ra de Tisana,
fué u n a serie dfi v ic to rio sa s cam po,ñas c o n tra los
pueblos vecin os, la, fija c ió n de los lím ites del reino
y el estab lecim ien to de la s tro p a s fro n te riz a s p a r a
a is la r lo com pletam ente del exterior.
El. rein o de M a y a tiene p róxim am en te la m ism a
extensión que el de P o rtu g a l, y su fig u ra es la de
un b a c a la o p re p a ra d o p a ra el com ercio. T,a ra sp a
ce n tra l es el río M y c ra , que lo d ivid e 011 dos p o r­
ciones casi ig u a le s de O riente a. O cciden te, h a c ia
donde cae la cola. L a regió n N orte, la m ás a b u n ­
d an te en bosques, ten ía , cu ando yo llegu é al país,
trece c iu d a d e s: M a y a , la c a p ita l, y M isú a, en el
in terio r, en tierra, a b ierta : m ás a! N orte, en el bos­
que, V iti, U q uin d u, M pizi, C ari, U rim i y C a lu ; y
en la m a rg e n d erech a del ¡Vivera, U nya, Quitu,
Z a cu , T a la y y R o zica . L a región S u r te n ía once c iu ­
d a d e s ; sólo dos en el bosque, c e rc a de la fro n tera ,
V ilo qu é y T o a d o ; c u a tro en tie r r a abierto., R u zozi,
B oro, Q uetiba y V iy a ta , y cinco en la m a rg e n iz ­
q u ie rd a o in fe rio r del río , A n cu -M yera , M búa, cer­
ca, del Unzu, U p a la , A riin u y Ñ era, casi en fren te de
R o zica , en el extrem o o ccid e n ta l de la n ación . E n
r e su m e n : diez c iu d a d es flu viales, c u y a s riq u eza s
co n sistía n en la pesca, y a lg u n a s p equ eñ as in d u s­
t r ia s ; seis en tierra llan a, que se d ed icab an p rin ­
cip a lm en te a la, a g r ic u ltu r a y a la c r ía de g a n a ­
dos, y ocho en los bosques, las m ás pobres y re­
trasada,s, c u y a o cu p a ció n era c a z a r, reco g e r las
fru ta s a lim e n tic ia s y c o n s tru ir ca n o a s y otros ob je­
tos de m a d e ra y de h ierro , que cam b ia b a n por a r ­
ÁNGEL GANIVET

tícu lo s de p rim e ra n ecesid ad . T o d a s e stas ciu d a ­


des e stab a n u n id a s por sen d a s que p e rm itía n el
p a so de los h om b res y de la s c a b a lle ría s , excepto
U rim i, c u y a s sen d as fu eron in te rce p ta d a s p o r or­
den d el a n te ce so r del cab ezu d o Q u ig a n za , en c a s ti­
go de v a r io s h u rto s com etidos por sus n a tu ra le s.
U rim i es nom bre m oderno y q u iere d ecir a ciu d a d
sin c á r a m o s » ; a n tes se lla m a b a M tari.
S ig lo y m edio h a c ía de la m u erte de U saría, y en
todo este tiem po p a re c e com o que su esp íritu h a b ía
seg u id o d irig ien d o la v id a de los m a y a s. N in g u n a
r e fo rm a im p o rta n te se h a b ía hecho d esp u és de él,
y la d in a s tía p le b e y a de U sa n a se h a b ía sostenido
en el trono y rein a d o sin d ificu lta d . D esp u és de
U sa n a , que fué re y d u ra n te v ein tio ch o años, su
sob rin o N d jiru , del que se d ecía que e ra dueño de
la «lluvia», go b ern ó m edio s i g l o ; su h ijo U sa n a ,
q u e íu é p ro cla m a d o en ed ad m u y a v a n z a d a , diez
años; su nieto V iti, co rp u len to com o u n ((árbol»,
c u a r e n ta y c in c o ; M oru , el r e y de «fuego», sobrino
de V iti, c u a re n ta , y el cab ezu d o Q u ig a n za, so b ri­
no de M oru, h a sta la a c tu a lid a d . L a tra n sm isió n
de la coro n a sig u e la lín e a fem en in a, porq u e ios
m a y a s tem en m ucho la a d u lte ra c ió n de la sa n g re
de s u s 'r e y e s , y, en caso de d u d a, c o n fía n m ás en
la h o n estid a d de la s m a d res que en la de la s esp o­
s a s ; a sí el h ered ero es siem p re el h ijo de la h e r­
m a n a m a y o r, y sólo a fa lta de sob rin os en tra a h e­
r e d a r el h ijo de la p rim e ra m u je r del rey, com o
o cu rrió en tiem po del segu n d o U sa n a .
L a c a u s a de esta sorp ren d en te e sta b ilid a d de los
go biern os, que e n v id ia rá n m u chos m o n a rc a s de
E u ro p a , era, de un lad o , la sa b ia o rg a n iz a c ió n po­
1A CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 97

lítica , y del otro, la p ru d e n cia de lo s p a rtid o s g o ­


b ern a n te s. L a m o n a rq u ía a b so lu ta , co n cen tran d o
el poder en u n a s so la s m anos, era la ú n ic a fo rm a
de go b iern o posible en estos pueblos, en que se c a ­
recía, de s o ltu r a p a r a s a c r ific a r la s id ea s p ro p ia s
cu an d o co n v en ía a ce p ta r la s a je n a s ; pero o fre c ía
el p e lig ro de n e g a r to d a p a rtic ip a c ió n en los n e­
go cio s pú b lico s a a lg u n o s hom bres d istin g u id o s
que se se n tía n con a p titu d e s p o lític a s y g u b e r n a ti­
va s, y que, si no en co n tra b a n m edios de ex p a n ­
sión, c o n sp ira b an c o n tra el po d er con stitu id o. E ste
p e lig ro lo d esvan eció l'Jsana crean d o la a s a m b le a
de los u a g a n g a s y el cuerpo de p e d agogo s.
L os p rim itiv o s u a g a n g a s era n tres y ten ían , com o
b o y tienen, fu n cio n es de se c re ta rio s de d esp ach o o
m in istro con c a r t e r a ; e ra n aseso res del r e y y eje­
cu tores de sus órdenes. E sta o rg a n iz a c ió n era g e ­
n e ra l en todo el reino, con la p a r tic u la rid a d de
que, los u a g a n g a s lo cales, a.sesores del rey ezu elo ,
son o rd in a ria m en te h errero s y alb éi ta re s de p ro fe ­
sión y ofrecen c ie rta s e x tr a ñ a s con exion es con n u es­
tro tipo c lá sico del fiel de fechos. A d em ás de los
u a g a n g a s , e x istía el a u x ilia r del Ig a n a Ig n rn p a r a
la p a rle r e lig io s a y ju d ic ia l. In stitu y e n d o la a sa m ­
b le a de los u a g a n g a s , U s a n a dió p a rtic ip a c ió n en
el gobiern o a g ra n n ú m ero de p e rso n a s de a r r a ig o
en la s ciu d a d es, sin en torp ecer la m a rc h a d el E s­
tado, pues sólo les concedió fa cu lta d e s d e lib e ra ti­
v a s. Tod os los m eses se r e u n ía la a s a m b le a p a r a
d e lib e ra r, y en casos e x tra o rd in a rio s p a r a d a n z a r ;
pero el r e y so lía no h a ce r caso de su s d e lib e ra c io ­
n es y a ten erse a la opinión de los tres consejeros.
E n cu an to a l cu erp o de p ed agogo s, su m isión era
7
98 ÁNGEL GANIVET

d o b le: e ra n com o jueces de m en or c u a n tía , pues


los ju icio s de m u erte estab an som etidos a la j u ­
risd icció n del I g a n a Ig u ru y su s a u x ilia ro s, en todo
el reino, o sólo del prim ero si la reso lu ció n e ra
m u y d ifícil, y a i m ism o tiem po p ro feso res p ú b li­
cos, que en señ a b a n le c tu ra , e s c r itu ra e h isto ria
n a tu ra l. E l in g reso en este cu erp o m e p a reció m u y
c u r io s o : se e x ig ía como p ru e b a la, p rese n tació n de
seis loros a d ie strad o s en to d a s la s a rle s de la p a la ­
b ra m erced a l esfuerzo del fu tu ro profesor, que de
esta m a n e ra p rá c tic a , q u izá s su p erio r a n u estras
op osiciones y con cu rsos, certifica b a su s g ra d o s de
h a b ilid ad y de p a cien cia .
l ’ n edificio po lítico ta n firm e y tan bien trab a d o
com a el concebido p o r U sa n a , no se con m u eve con
fa c ilid a d ; pero en caso n ecesa rio te n ía a ú n otro
in q u e b ra n ta b le sostén, el ejército, sig n o seg u ro de
la ex iste n c ia de u n a n ació n r e g u la r y sob eran a. E l
ejército m a y a , sa lvo pequ eñ os d estaca m en to s que
g u a r n e c ía n la s ciu d a d es p ara d efe n d erlas de los
a ta q u es n octurn os de la s fieras, o cu p ab a c o n sta n ­
tem ente sus c u a rte le s fro n terizo s, y su m isión era
im p e d ir que fu esen v io la d a s la s fro n te ra s del re i­
n o ; pero si a lg ú n año (y en tién d ase siem p re pov
año doce m eses lu n a res) no ten ía en em igos con
quien com b atir, d eb ería vo lv er sus a rm a s contra, el
in terio r. M ed ian te esta se n c illa e stra ta g e m a se e v i­
ta b a la co n fa b u lació n dei pu eblo y la m ilicia , cu ­
yo s resen tim ien to s recíp ro co s se re fre sc a b a n de
tiem po en tie m p o ; lejo s de tem er u n a c o n fa b u la ­
ción, existe siem p re la se g u rid a d de que un m o v i­
m ien to c iv il c o n tra la s a u to rid a d es s e r ía a h o ga d o
p or el ejército, m ás que por c u m p lir un deber, por
la c o n q u is ta del nía n o de m aya f !9

lo m a r u n a sa b ro sa v e n g a n za , y que u n m ovim iento


m ilita r le v a n ta r ía en a rm a s a torio o! pueblo, a n tes
d ispuesto a s u fr ir a l peor de los tira n o s que a de­
ja r se g o b e rn a r por los odiosos m a n d a s ,
P e ro estos reso rtes su p rem o s no h a b ía n fu n cio ­
n ad o desde el tiem po de U sa n a , y g lo ria no pe­
q u eñ a del gobiern o m aya, era, m a n te n e r la s fu e rz a s
o p u estas en eq u ilib rio y en paz. itslo se co n seg u ía
por la p ru d en cia dei re y y por la u nión de los p a r ­
tidos. A u n qu e el d ía de m i recep ción los u a g a n g a s
se d ivid ieron en tres gru p o s, la, sep a ra ció n era
p u ra m en te c a p ric h o sa y ob ed ecía a sim p a tía s de f a ­
m ilia, a la d ispo sición esp ecial de la s a la y a la
im p o sib ilid ad de que iod os d a n za sen al m ism o tie m ­
po. P e ro entre ios je fe s M ato, M enú y S u n g o exis­
tía com pleta u n id a d de m ira s, y los tres, aco n se­
jan d o a l rey, im p rim ía n a l go biern o u n m o vim ien ­
to un iform e, in sp ira d o en el c a r á c te r n a c io n a l y en
la s g ra n d e s trad icio n e s p a tria s. S u p o lítica no era
r e tr ó g r a d o , poro tam poco p r o g r e s iv a ; e r a u n a po­
lític a sa b ia , fundada, en el m ás sa lu d a b le p esim is­
mo, que a ca so p u d ie ra co n d e n sa rse en a q u e l g r a n
p en sam ien to tom ado de la cró n ica de U sa n a , cu yo
a u tor, d esp ués de en u m era r la s g lo rio sa s em p re­
sa s del rey , g r a n d e en tre los g ra n d e s, a n u n c ia b a
con p ro fu n d a filo so fía : «M as no por esto los h om ­
bres d e ja ro n de s u fr ir ; s u fr ía n , au n q u e con m ás
contento y resign a ció n .» Lo cu al v a lía tan to com o
a firm a r que los go b iern os no pu ed en re fu n d ir la
n a tu ra le z a del hom bre ni. pu ed en esta b lecer por
m edio de ley es la fe lic id a d de su s sú b d ito s: o la fe ­
licidad h u m a n a no existe, o si existe h a y que b u s c a r ­
la por otro cam in o que por el de los cam b ios de ley.
100 An g e l g a n iv e t

T a l estad o de co sa s se r ía p erfecto si no ex istie ra ,


com o existe en todos los E stad o s, u n a m in o ría de
h om b res d esco n ten ta d izo s que e n c u en tra n m otivo
de c e n su ra en toda o b ra en que ellos no son p a r ­
tícipes. S ea c u a l fu e re la r e g ia que se ad opte p a r a
p ro v eer lo s c a rg o s pú b lico s, qu ed an siem p re e x ­
c lu id a s a lg u n a s p erso n a s de v a l e r ; y esto su c ed ía
con m ayo r' ra zó n en H a y a , donde el criterio a d op ­
tad o e ra el del pa ren tesco , que no es signo con s­
ta n te de in te lig e n c ia . H a b ía, pu es, un g ru p o de po­
lítico s sin e jercicio , descon ten tos del go b iern o y a s ­
p ira n te s a re fo rm a rlo , que sig u ien d o u n p rin cip io
elem en tal de la ló g ic a p o lítica , h a b ía n elegid o com o
b a n d e ra el siste m a d ia m e tra lm en te opuesto a l de
su s contraíaos, y o fre c ía n r e a liz a r la felicid a d de
todos los hom bres m ed ian te u n a n u eva o r g a n iz a ­
ción. Se co n sid era b a n a sí m ism os com o c o n tin u a ­
d ores de Lopo, y h a b la b a n con desp recio de la m a ­
y o r ía cre ye n te en la a n tig u a re lig ió n de R u b a n g o ;
d ese ab a n la su p resió n :iei a fu ir i y de los sa c rifi­
cios cru en to s, y a sp ira b a n a. Ja d iso lu ció n de las
a ctu a le s c iu d a d es y a ia d isp ersió n de sus liabi-
ta n te s por ei te rrito rio , donde cada, fam ilia, o cu p a ­
r ía u n esp acio d eterm in ad o, un ensi, en el que v iv i­
r ía a b so lu ta m e n te a utón om a, tr a b a ja n d o p a ra su s­
te n ta rse en ta n to que tuviera, lu g a r Ja v e n id a de los
c a b ilis y con ellos la su p resió n del tr a b a jo hum ano.
E n esta o rigin a) o rg a n iza c ió n sólo se c o n s e rv a ­
r ía u n a a u to r id a d : 1.a del r e y ; tod as las d em ás
se c o n c e n tra ría n e;> el jefe de fa m ilia . El rey d eb ía
re c ib ir u n a p a rticip a c ió n en los p rod u ctos de c a d a
ensi p a r a sosten er la s tro p a s fr o n t e r iz a s ; d is tri­
b u ir el te r r ito r io ; le g is la r y reso lv er, con el a u x ilio
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 101

de sus con sejeros, la s cu estio n es que p u d ie ra n s u r ­


g ir por el con tacto de u n a s fa m ilia s con otras. D en­
tro de c a d a ensi, el jefe se ría dueño ab so lu to y
con d ereclio a c a s tig a r a u n con p en a de m u erte
a Jos tran a greso res de Ja ley, fu esen de su fa m ilia
o e x tr a ñ o s ; fu e r a de él, estarla, som etido a la le y
y al jefe del te rrito rio que p is a r a ; pero el in terés
ge n e ra l s e r ía m a n ten erse c a d a uno en su resp e cti­
v a d em a rca ció n , sin a b a n d o n a rla m ás que p a r a
ios a cto s p reciso s del com ercio o de la p o lític a en
caso de p erten ecer a l con sejo real.
L os in s tig a d o re s de estas id eas de refo rm a eran,
en su m a y o ría , siervo s p ed ag o go s, que no h a b ía n
podido c o n seg u ir p la z a de p e d agogo s pú b lico s, y ja
m a sa del p a rtid o esta b a re c lu ta d a en tre los siervo s
y los a g ricu lto re s . L os siervo s d eseab aii, n a tu r a l­
m ente, c o n s titu ir fa m ilia lib re y tr a b a ja r sólo en
provech o prop io ; Jos a g r ic u lto r e s e stab a n in te re sa ­
dos en que la s con cesio n es de tie r r a se p e rp e tu a ­
ran , pues con eJ siste m a a ctu al c a d a diez a ñ os q u e­
d a b a n sin efecto, y si se o b ten ía u n a n u e v a con ce­
sión, h a b ía que reco m en zar los tr a b a jo s de cu ltivo.
M i siervo y p o eta fa m ilia r, E n cim a, e r a uno de
los je fe s de la fa cc ió n ensi o te rr ito r ia l, lla m a d a
por otro nom bre fa cc ió n de los lu jo s de L opo. P a ­
re c e rá ex tra ñ o que un sierv o del I g a n a Ig u ru es­
tu viese a filia d o a u n a b a n d a que se p ro p o n ía su ­
p rim ir esta d ig n id a d ; pero m á s e x tra ñ o es que
uno de los siervo s del re y fig u ra se com o c a b eza del
p a rtid o. No por p re sc rip c ió n le g a l, n i p o r am pli-
tud de crite rio de go biern o, sino p o r costum bre,
en M a y a se to le ra b a n los ab u so s de la p a la b r a , con ­
sid erad o s com o u n d esa h o g o b en éfico ; en cam bio
ÁNGEL GANTVET

se c a s tig a b a sev eram en te la. fa ls ed a d , delito r a r í ­


sim o en este país. A firm a r tjue Q u ig a n za te n ía la
ca b eza p equ eñ a, teniéndola, ta n g ra n d e como la te­
n ía , lle v a b a a p a r e ja d a la p en a de m u e rte : cre er
que R u b a n g o no existe y decirJo en pú b lico era un
acto lícito , po rq u e R u b a n g o no p o d ía p resen tarse
a. d esm en tirlo de u n a m a n e ra contu nd en te. A p a rte
de esto, a sí como el re y a co stu m b ra b a a h a cer caso
om iso de la s d elib e ra cio n e s de los u a g a n g a s , éstos
h a cía n oídos de m e rca d e r a lo que d ecían los re­
fo rm ad o res, y a sí el resto de los sú b d ito s; en lo
c u a l in flu ía in u ch o tam b ién el h á b ito de o ír a los
lo ro s c h a r la r co n tin u a m en te de a su n tos que n i en-
tendía.n ni les in teresa b a n .
No tu v e d ificu lta d p a r a a sistir, a co m p a ñ a d o del
v a te E n c h ú a , a u n a reu n ió n de los en sis, que se
celebró en la m a ñ a n a sig u ie n te a.l d ía m u n tu , en
la s h o ra s lib res, d esp u és del a lm u erzo . L a a sa m b le a
se reu n ió a cam po raso , c e rc a de la c a ta r a ta del
M y era , y yo fu i de los p rim ero s con cu rren tes, cu yo
n ú m ero s u b iría a doscien tos. U n siervo del rey,
llam a d o V ia m i, el d orm iló n , se colocó de pie en el
cen tro, m ie n tra s los d em ás nos sen tá b a m o s a lr e d e ­
dor sobre la h ierb a. E ra u n hom bre m u y vie jo , a lto
y en ju to, de ojos g ra n d e s y soñ olien tos, de voz c a ­
ve rn o sa , flaq u ísim o de cu ello y m u y c a rg a d o de
e s p a ld a s ; h a b ía sido el fu n d a d o r de la fa.cción c u a ­
r e n ta añ os a n tes, en el rein a d o del a rd ien te M oru,
y g o za b a de g ra n a u to rid a d . T od os d eseab a n o ír
su p a re c e r sob re los ú ltim o s a co n tecim ien to s, y él
110 d e fra u d ó la s e sp e ra n z a s de los oyen tes, seg ú n
d ed u je de lo que v in o a a firm a r en su b sta n cia .
«El d ía esp erad o la r g o s a ñ o s por los h ijo s de
LA CONQUISTA DEL REINO DE HAYA 103

L opo está próxim o, y V inco, h ijo del M o n i, será


ei e jecu to r de la ju s tic ia . V iaco , h ijo del M oru,
d esp o jad o de su d ig n id a d y de su s riq u eza s por
Q u iga n za, está cerca de Ja ciu d ad , segu id o de n u ­
m erosos r u a n d a s, y a n u n c ia a los en sis que si le
conced en a u x ilio d iso lv e rá la s ciu d a d es, focos de
servid u m b re, y d isp e rsa rá las gen tes p o r todo el
p a ís. El ve rd a d ero A rim i se co n serv a , sep u ltad o
en la g r u ta del la g o U n z u ; el nuevo A rim i es un
h ijo de I g a n a N io n y i, que se o cu lta b a jo ese nom ­
b re p a r a conocern os y sa b er si som os m ereced ores
de la v e n id a de los cab ilis. )>
C on asom bro mío, pues sa b ía que fig u ra b a n en
la a sa m b le a ios p rim ero s p en sa d o res del p a ís, en tre
otros mí siervo y poeta fa m ilia r E n ch ú a , v i que
c u an d o el d orm iló n V ia m i acab ó de h a b la r, todos
a ce p ta ro n sin ré p lic a sus op in ion es y com en zaron
a d iso lve rse c a d a c u a l en d istin ta d irecció n , com o
conejos que, habien d o a cu d id o a l cen tro del c o rra l
p a r a ro er el fo r r a je d ia rio , d esp u és que se a c a b a
se v a n retira n d o a su s m a d rig u e ra s. E l d orm iló n
V ia m i se quedó solo, se sentó, sacó u n pequeño
ru ju , y con un estilete de p ed ern a l u n tad o de un
ju g o verd oso que se ex tra e de c ie rta s p la n ta s, es­
cribió el ex tra cto de su d iscu rso ta l com o yo lo he
tra n sc rito . L u ego se m a rch ó , y a l e n tra r en la c iu ­
dad c la v ó en u n a de la s p u e rta s el p e rg a m in o ; a sí
se hacía, siem p re p a r a que el pu eblo b ajo, que leía
u oía leer en temo d e c la m a to rio estos ca rtelito s, se
los a s im ila r a y poco a poco fo r ta le c ie ra su p en sa ­
m iento. E s ta es la ú n ic a fo rm a, m u y ru d im e n ta ria
en v e rd a d , que e x istía en M a y a de la creación m ás
a d m irab le de n u estro tiem po, la p re n s a p e rió d ica.
CAPITULO VIII

líe v o lu c ió n .— B a ta lla de M isú a y d estro n a m ien to y


m u erte de Q u ig a n za .— De cóm o V iaco dom inó todo
el p a ís y estab leció !a. refo rm a te rr ito r ia l o ensi.
C o n tra rre v o lu c ió n y resta b le cim ien to del p o d er le­
gítim o .

C u an d o el fogoso V iaco , q u izá s d istra íd o p o r u n


d eber u rgen te, vo lv ió al sitio donde h a b ía d ejad o
el h ipo pótam o, y lo echó de m enos, sin que, reco ­
rrien d o p o r d ive rso s pui^tos el bosque, p u d ie ra en­
co n tra rlo , d eterm in ó, seg ú n supe p o r la b ella Memé,
r e g r e s a r a M a y a , adonde llegó a la c a íd a de la
ta rd e , poco a n tes de que c e r r a r a n la s p u e rta s de
la ciu d a d . AI d ía sig u ie n te, m u y de m a ñ a n a , aco m ­
pa ñ ad o de dos siervo s, sa lió p a va d a r u n a n u eva
b a tid a en el bosque, y en esta fa e n a le cogió la n o ­
tic ia de la re a p a ric ió n de A rim i y del ed icto del
cab ezu d o Q u ig a n za re stitu y e n d o a éste en su a n ti­
gu o cargo .
E n tre V ia c o y el rey m ed ia b a n g r a v e s d isen ti­
m ien tos, porq ue, com o h ijo d el a rd ien te M oru, el
fogoso V ia c o p re te n d ía ob ten er d el cab ezu d o Q u i­
g a n z a e x c e siv a s con cesio n es en r iq u e z a s y en d ig ­
n id a d es. De a q u í se o rigin ó la m u erte d el elocuen te
106 ÁNGEL GANIVET

A rim i y lo. con d en a de su herm an o M u a n a ; pero


bien que, a p e sa r de los deseos del rey, el fogoso
V ia c o c o n s ig u ie ra ser I g a n a ig u r u , ca rg o re se r­
vad o siem p re a los h ijo s o n ietos de re y , la en em is­
tad en tre am bos subsistió, pues su s c a ra c te re s no
co n g en iab a n . E l cab ezu d o Q u iga n za era hom bre
tem plad o, p a cífico y tra n sig e n te , fa m ilia r y sen ci­
llo en su s h ábito s y p a la b r a s ; el. fogoso V ia c o era,
por el co n tra rio , hom bre de p a sio n es vehem entes,
■altivo y em p rend ed or, lib era l y a m b ic io so : el vicio
d o m in a n te en el uno era. Ja g u la , en el otro la lu ­
ju ria . S u s re tra to s p o d ían h a ce rse por m edio de
su s esp osas fa v o r ita s : la dei rey , M cazi, m u jer
obesa, e n g ro sa d a , c e b a d a ; la de V ia co , Memé, sen ­
sible como un laú d y á gil com o una. p a n te ra .
C on ven cid o o sin con ven cer, que esto ja m á s lle ­
gué a a v e r ig u a r lo , el cab ezu d o Q u ig a n za aceptó el
hecho de m i resu rre cc ió n com o u n m edio p a r a a n i­
q u ila r a su p a rie n te sin com eter in ju s tic ia , estan d o
com o estab a co n sig n a d o en la ley el p recep to de la
restitu ció n . E l fogoso V iaco , p e rsu a d id o de la im ­
p o stu ra del n uevo A rim i, pues el c a d á v e r del v e r ­
d ad ero p e rm a n e cía donde él lo sepultó, pu d o creer
q ue lodo a qu ello e r a u n a fa r s a co n sen tid a por el
r e y e in s p ira d a por ei listísim o S u n g o , hom bre de
in v en ció n fé r til y deseoso de v e n g a r a su p ad re.
L a m u erte de éste h a b ía tenid o lu g a r del sig u ie n te
m odo : u n a h e rm a n a del a rd ien te M oru, m u y h er­
m osa, la celestia l Cubé, había, sido la p rim e ra fa-
v o ríta de A rim i y m ad re del p rim o g én ito S u n g o ; a
C ubé sig u ió N iezi, y a N iezi M em é. P ara con ­
g r a c ia rs e con e l d íscolo V iaco , A rim i le en tregó a
C ubé, p u es au n q u e era n tía, y sob rin o, la le y no
I.A C O N O U IS T A BEL T tE I N O T)E M AYA 107

p ro h ib ía esto gén ero de e n la c e ; la s p ro h ib icio n es


son entre los ascen d ien tes y d escen d ien tes y los
h erm a n o s de doble vín cu lo . Cubé fuá d ev u elta b ajo
pretex to de esterilid a d , y la m ism a noch e de su re­
in g re so en Ja c a sa de A rim i, fa cilitó la e n tr a d a a
V ia c o p a ra que a s e s in a r a a l elocu en te sacerd ote.
E l c a d á v e r fué sep u lta d o m u y hondo en el patio,
junte» al h a ré n ; d esp u és sa sim u ló la ex cu rsió n a
M búa y la m u erte m iste rio sa en la g r u ta del U n z u ;
se acusó a M u a n a, y V in co quedó triu n fa n te , P e ro
d isu e lta !a c a sa de A rim i, S u n g o continu ó siendo el
jefe de la la m in a en Ja n u e v a c a sa , y se llevó con­
sigo a su m adre, que a n tes de m o rir, sig u ie n d o la,
costum bre n a cio n a l, le confesó el crim en p a r a que
lo v e n g a r a . E n M a y a , el a fu ir i p rescrib e al año,
porque se sup one que si el crim en h a p erm an ecid o
oculto, es por disposición de R u b a n g o ; p ero los
odios son in e x tin g u ib les, y ei fogoso V ia c o v iv ía
a p ercib id o co n tra la v e n g a n za , p ro n ta o ta rd ía , del
listísim o S ungo.
Así, pues, no soñó en p a r a r de fren te el go lpe que
se Je a sesta b a , y a lo sum o in te n ta r ía a sesin arm e,
si es que la a la r m a de la b ella Mem é la noche de
mi llegada, tuvo fu n d a m e n to ; ni m enos pensó en
som olerse a sus en em igos. Su p rim e ra d e te rm in a ­
ción fn é r e fu g ia rs e en U rim i, ciu d a d p ro p ic ia a
u n a rebelión, por h a b er sido p r iv a d a de su s c a m i­
nos. E n U rim i com ien zan los g ra n d e s bosques deL
N orte, y c erca se en cu en tra uno de los doce des­
ta cam en to s de la fro n te ra , m a n d a d o a. Ja sa zón por
Q uelabé, h erm a n o de V ia c o . E l lu g a r elegid o por
éste no p o d ía ser m ás a p rop ósito para, u n a te n ta ­
tiv a se d ic io sa ; los h a b ita n te s de U rim i a co giero n
108 ÁNGEL GANIVET

a l fu g itiv o y se m o stra ro n deseosos de d e fe n d e r le ;


Q uetahé a p o y ó los p la n e s do su h erm a n o , y el g r u ­
po rebelde, com puesto de dos m il u rim is y de dos­
cientos r u a n d a s, se p rep aró p a r a a ta c a r a M a y a
sin p é rd id a de tiem po, con esa ra p id e z a som b rosa
con que a co m eten los a fric a n o s la s em p resas m ás
a rd u a s. E n tre U rim i y M a y a están C ari, en el bos­
que, y M isúa, b ella c iu d a d h a b ita d a p o r p a sto re s;
4e C ari tom aron la s a rm a s por V iaco , y los de
Jos <
M isúa, donde estab lecieron el c u a rte l los in su rrecto s,
fueron o b liga d o s a to m a ría s tam bién por la fu erza.
Desde a q u í en v ia ro n e m isa rio s a M a y a , que está
a dos h o ra s de cam in o, p a r a h acer p rosélitos entre
los en sis, sed u cién d o les con prom esas, y sin m ás
ta rd a n z a vin iero n sobre la ciu d a d , seg ú n lo h a b ía
a n u n cia d o el d orm iló n V iarni, cu an d o a p en a s el
cab ezu d o Q u ig a n za y su s fieles h a b ía n tenid o tiem ­
po p a r a a p ercib irse a la resiste n cia . Sin em b argo,
se a d o p ta ro n p ro n ta s m ed id a s : c e rrá ro n se la s p u e r ­
ta s de la c iu d a d ; p u siéro n se en pie de g u e r r a ios
c in cu en ta hom bres de la g u a r n ic ió n ; a rm á ro n se
todos los hom b res ú tiles, libres y siervo s, en n ú ­
m ero de tres m il, y Q u ig a n z a confió la d irecció n
de la g u e r r a ai con sejero y h á b il estra té g ico M enú,
el de los g ra n d e s dientes, aseso ra d o p o r ocho
u a g a n g a s de los m ás p erito s en el a rte m ilita r. H e­
chos los p re p a ra tiv o s, a b a n d o n a n d o la c iu d a d a
la s m u jeres, sa lim o s a cam po a b ierto y m a rch a m o s
c o n tra el en em igo, que re tro c e d ía en b u sca de un
lu g a r v e n ta jo so p a r a h a ce r fren te, y se d etu vo, p o r
fin, ju n to a u n a a rb o le d a que está a la v is ta de
M isú a . E n to n ces n osotros n os d etu vim os tam bién ,
y el d en tudo M enú reu n ió su con sejo p a r a re s o l­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 109

ve r el p la n de a taq u e. A c o rd a ro n d iv id ir la s fu e r­
zas en tres a la s, quo a ta c a r ía n por d istin to s lad o s
y se r e u n ir ía n d esp ués p o r sus extrem os, form an d o
un c irc u ito (un tr iá n g u lo e r a su idea) donde que­
d a r ía en cerra d o el enem igo- E n co n s o n a n cia se
hizo la d istrib u ció n de la s tro p a s, y com p u estas la s
tres a la s, com enzó el c o m b a te ; p ero bien pronto
n otam os que n u estros c in cu en ta ru a íid a s se pasa-
lian al gru p o de Q uetahé y que casi tod a el a la
riel cen tro, que debía, ¡levar el peso de Ja b a ta lla
y que e sta b a form ad», por siervo s, se u n ía a l gru p o
d irig id o por el fogoso V iaco . De su erte que el e je r ­
cí io c o n tra rio , en tran d o p o r n u estro cen tro, sep a ró
las a la s d erec h a e iz q u ie rd a , la s c u ales, v is ta la
im p o sib ilid ad de lu c h a r con v e n ta ja , se d esb a n d a ­
ro n y h u y ero n .
F a lta n d o ta n lastim o sa m en te los tres la d o s de
n u estro ejército, el tr iá n g u lo soñ ado por el dentudo
M enú no pud o fo rm a rse, y los que p rese n ciáb a m o s
la lu c h a desde le jo s h u im o s d esp av o rid o s h a c ia
M a y a ; ios que p u d im os e s c a p a r en tram os en la
ciu d ad , recogim os n u e stra s fa m ilia s y nos r e fu g ia ­
m os en la fiel M búa. E n tre los re fu g ia d o s estab an
el p rín c ip e M u ja n d a , tres h ijo s del r e y , dos con se­
jero s, M enú y S u n g o, ve in te u a g a n g a s y tod as
n u e stra s m u je re s y n u estro s h ijos, a sí com o la fa ­
m ilia re a l. A n tes que c e r r a r a la noche lleg a ro n
m ás fu g itiv o s, tray é n d o n o s te rrib le s n u e v a s : V ia c o
1io.llía en trad o en M a y a y h a b ía sido p ro clam a d o
r e y ; Q u ig a n za , hecho p risio n ero , d esp u és de p re ­
se n c ia r la p ro c la m a ció n de V ia co , h a b ía sido d eca ­
p itad o, y su g r a n ca b e z a p a se a d a por la ciudad
como trofeo de la v icto ria .
Á i'ÍG K L G .U a V E T

A l d ía sig u ie n te p a rtie ro n de l a corte p a r a tod as


Jas ciu d a d es del reino, correo s, p o rta d o res de un
edicto re a l en que se e x ig ía la su m isió n y se a n u n ­
c ia b a el p erd ón de los p a rtid a rio s de Q u ig a n z a
que se p re se n ta ra n en el p la zo de diez d ías. Todos
[os lia b ita n te s (le M a y a vo lv iero n a sus h og ares,
salvo q u in ce que h a b ía n m u erto en el cam po de
b a ta lla , en tre ellos el oreju d o con sejero M a to ; la s
c iu d a d es d el N orte se a p r e s u r a r o n a p r o c la m a r a
V iaco , y sólo la s d el S u r so m o stra b a n p ro p icia s por
ei r e y leg ítim o , M u ja n d a . P ero la in terven ció n m ía
evitó ia g u e rr a c iv il.
E r a fá c il com p ren d er que, po r m u y g ra n d e s que
fu e r a n los esfuerzos de Jas c iu d a d es lea les, se ría
im posib le r e s is tir el p rim er em p u je de un ejército
tr iu n fa n te ; los d estaca m e n to s de] N orte estab an ríe
p a r te de V ia co , m ie n tra s n osotros no contábnm os
con los del S u r porqu e la s p o blacion es se n eg a b a n
a lla m a rlo s en n u estro a u x ilio tem iendo ser v íc ti­
m as de su r a p a c id a d ; v a lía m ás ceder en Jos p r i­
m eros m om entos y esp e ra r un cam b io fa v o ra b le.
i.í’1 p e lig ro p r in c ip a l p a r a V iaco era el m ism o e jé r ­
cito q ue a lio ra le a p o y a b a , y que Je im p e d iría a fir ­
m a r su poder. G ra c ia s a l in flu jo que y o e je r c ía so-
l>re M u ja n d a , p rín cip e jo ve n e in experto, y yerno
m ío po r a ñ a d id u ra , p u d e haces- im p e ra r mis id eas,
que todos acepta,ron corno b u en as, no sé si porque
com p ren d iera n que la razó n esta b a de m i p a rte, o
si a c a u s a del tem or que íes in s p ira b a a fro n ta r
u n a lu c h a a m uerte.
L a esp osa fa v o r ita del cab ezu d o y d esven tu rad o
Q u ig a n za , la g o rd a M cazi, e ra b ija del reyezu elo
de V ilo q u é, c iu d a d situ a d a cri el extrem o S u d este
LA CONQUISTA DEL TIBINO D1C MAYA

del p a ís, en el in te rio r de los bosques, y solicitó de


su p a d re el fa v o r de estab lecer a llí n u estro ocu lto
refu gio m ie n tra s p a s a b a n la s h oras de d e sg ra c ia ,
líl v ie jo M com u. lla m a d o a sí por ten er el dedo p u l­
g a r de la m an o d erech a e x tra o rd in a ria m e n te g r a n ­
de, nos concedió bu apoyo, y en ton ces se h izo sa b er
que M u ja n d a y su s fieles a b a n d o n a b a n el reino.
Las dudados del Sur recon o cieron al u su rp a d o r
V iaco , y el d en tud o M enú y los u a g a n g a s que nos
h a b ía n segu id o se p resen taro n trun bien a el. Sólo
M ujanda, y la fa m ilia rea l, y S u ngo, enem igo de
V iaco, y yo, con n u e stra s fa m ilia s, p artim os p a r a
el d estierro coi d iados en la le a lta d de L isu , el de
los esp a n ta d o s ojos, del veloz N io n y i, dei v a lien te
U cu cu y del v ie jo M com u, ú n icos re y e z u e lo s que
e stab a n en el secreto de n u e stra reso lu ció n . De
M b ú a p a sa m o s a R u z o z i; de R uzozi a B oro, la
c iu d a d de l a « m on tañ a» ; de B oro a Tondo, en m e­
dio de u n bosque de árb o les de este n om bre, y de
T on d o a V iioqué, la p eq u eñ a ciu d a d de los «ba­
n an os», donde en tram os de noche p a r a no ser v is ­
tos de n ad ie. E l cam in o de Paizozi a V iio q u é es m u y
penoso, y exige a h om b res m u y a n d a d o re s cinco
jo rn a d a s : dos a B oro, dos de Roro a Tondo, y u n a
desde a q u í a V iio q u é, m a rch a n d o a diez le g u a s
por d ía ; pero nosotros {ard am os vein te d ía s y su­
frim o s g ra n d e s p e n a lid a d e s p o r la fa lta de p ro v i­
siones y la torpeza de. las m u jeres, poco h a b itu a ­
d as a c a m in a r. E l v ie jo M com u n os a co gió con
b u en a v o lu n ta d en su p a la c io , en cu yo in terio r
b a h ía co n stru id o v a r io s Lembés p a r a aco m o d arn o s.
No obstante, n u e stra p e rm a n e n c ia a llí fu e m u y b re­
ve, porque el tem or de que u n a d en u n cia nos p e r­
112 ÁTÜGEL GANTVET

d iera, y el a n u n cio de la p ró x im a v e n id a de V iaco ,


nos obligó a b u sca r otro sitio m as seg u ro en el
cen tro del bosque, en un lu g a r que in s p ira g r a n
te rro r a los n a tu ra le s y adonde m is com p añ ero s de
d estierro sólo se a tre v ie ro n a ir cu an d o les a seg u re
de la b en e vo le n cia de R ubarigo.
C o n stru im o s u n a g ra n cabaña,, c e rcá n d o la con
un v a lla d o p a r a d efe n d erla de la s ñ era s, v la d i­
vid im os en tres p a r te s ; la m itad p a r a M u ja n d a y
p a r a su fa m ilia , co m p u erta de su m adre, de su
ú n ic a m u jer, M id y e zi, la h ija de M em é, y de la
fa m ilia rea l, de la que él vino a ser jefe, y que se
com p o n ía de cincuenLa. m u je re s y vein tid ós h ijos,
tres de éstos va ro n e s m a y o re s de edad. U n a c u a r ta
pa,rte fué p a r a S ungo, c u y a s esp osas e ra n ocho, y
diez su s h ijos. L a o ir á c u a r ta p a rte p a r a m í y p a r a
m is vein tin u ev e m u jeres y cin co h ijos m enores.
A sí vivim os diez m eses de ios fru to s del bosque y
de la caza , su frien d o la s tristeza s de ia ia lta de sol y
de ía a b u n d a n c ia de llu v ia s y los m ales de una. ru d a
a clim a ta c ió n , en ia que eslu v im o s todos a pu n to de
p e rd e r la v id a . E l esp anto que estos p a r a je s p ro ­
d ucen a los de V ilo qu é .se fu n d a en m il le y e n d a s
fa n tá stic a s, de las que R u b a n g o es el h éro e ; pero
lo que h a y en ellos de positivo es que tod a esta
p a r le del p aís está ro d ea d a de la g u n a s , c u y a s em a ­
n acion es prod u cen fiebres p e rtin a ce s y d isen tería s
de d esen lace tan ráp id o com o u n a in v asió n co léri­
ca. M erced a un sistem a de su d orífico s y a n tiflo ­
gístico s in v en ta d o po r m i, los estra go s no fu eron
m u y sen sib les, y sólo perecieron sesen ta y ocho
in d iv id u o s de la co lo n ia en tre ciento tre in ta y sie­
te ; la s p é rd id a s m ás sen sib les fu ero n la de l a obesa
LA CONQUISTA DFX RTTíNO BIí MAYA 113

M cazi, la de los h ijo s va ro n e s de Q u iga n za, de los


que sólo se sa lv ó el tercero, llam a d o p o r esta razón
A sato , y l a de la s dos en tra ñ a b les a m ig a s N iezi y
I^era, m u erta s en u n m ism o día.
E l fogoso V iaco , en treta n to , v isita b a el p a ís en
son de p a z, y e sta b le c ía por tod as p a rte s la o r g a ­
n ización ensi. C o n tra lo que yo esp erab a , h a b ía
sabid o e v ita r los p e lig ro s del rn jiiía rism o , en via n d o
la s tro p a s a su s c u a rte le s con b u en a s recom p en sas,
y p re te n d ía c im e n ta r su poder con el a p o y o de los
h ijo s de Lopo. E sta fid elid ad a u n com prom iso a d ­
q u irid o en h o ra s de ap u ro, irte p a rec ió un erro r
g r a v e ; porque si u n a m in o ría d esco n ten ta puede en
c irc u n sta n c ia s c rític a s d ecid ir de la su erte de u n a
n ación , 110 por esto será b astan te fu erte p a r a co n ­
tin u a r im pon ién d ose en con d icion es n orm ales. V ia ­
co h a b la visto que en la b a ta lla de Tvlisúa la d efec­
ción do ios ensís h a b ía d ecid id o en su fa v o r la
v ic to ria , y c re ía que el a p o y o cié éstos le b asta b a
en tiem po de paz. El triu n fo , sin em b argo, e ra de
loa descon ten tos de U rim i, de los m ism os que, s a ­
tisfech o su ren cor, se v o lv e ría n con ir a él y c o n tra
el n uevo sistem a, ¿N o e ra ló g ico que u n a ciu d a d
o fen d id a porque se h a b ía visto p r iv a d a de sus c a ­
m inos, de su s m ed ios de co m u n ica ció n , se o fen d iera
m ás cu an d o se viese d isg re g a d a , cu an d o la in co­
m u n ica ció n fuese, no y a de c iu d a d a c iu d a d , sino
de fa m ilia a fa m ilia ?
P e ro el e r r a r es prop io de los hom b res de E stad o
m ás con sp icu os, y en estos erro re s se fu n d a siem ­
pre la e sp e ra n za de ios caíd os. E l erro r del cab e­
zudo Q u ig a n za con sistió en no h a ce r caso de los
lu jo s de L opo, y el e rro r del fogoso V iaco consis-
8
114- ÁNGEL GANIVET

tir a en h a ce r caso tle eilos. Se puso, pues, por o b ra


la re fo rm a te rrito ria l, con sólo dos lim ita c io n e s; ia
p rim e ra , no d e stru ir de u n a vez la s ciu d a d es, por
si en un caso de n ecesid ad im p re v is ta te n ía n a lg u ­
n a a p lic a c ió n ; la seg u n d a , c o n s erv a r la a u to rid a d
de los reyezu elo s, p a r a e v ita r los retra so s que a c a ­
r r e a r ía la acción de un solo re y sobre te rrito rio
■tan d ilata d o . E l rey , ios rey ezu elo s y su s con sejeros
q u e d a b a n resid ien d o en la s ciu d a d es, y el resto de
los súbditos, sin d istin ció n y a en tre lib res y sie r­
vos, fué d istrib u id o p o r el p aís, que V ia c o tu vo el
acierto , ju sto es d ecirlo, de re p a r i ir con su m a eq u i­
dad. C ad a jefe de fa m ilia recib ió u n lote de tie rra ,
pro p o rcio n ad o a sus n ecesid ad es y a su proíesió n .
L a c a n tid a d fu é ig u a l p a r a todos, pero v a r ia b a n
la s c ir c u n s t a n c ia s : los la b ra d o re s y p a sto re s re­
cib ía n sus p a r c e la s en tie r r a s de lab o r o de pastos ;
los p escad ores, a la s o rilla s del río p a r a que p u d ie­
ra n p e scar, y los caza d o res, en los bosques p a r a
qu e p u d ie ra n c a z a r. A los in d u stria le s se les a s ig ­
nó tod a la cu e n ca del U n zu y g r a n p a rte de los
bosques, segú n que tr a b a ja b a n en p ie d ra s y m eta ­
les, y n e c e sita b a n e sta r en u n pu n to cén trico, y en
c o m u n ica ció n con el río, o en m a d e ra s, y n e c e sita ­
b a n ten er a m a n o la p rim e ra m a te ria de su in d u stria .
N osotros, en n u estro retiro, no d ejá b a m o s de es­
ta r a l co rrien te de los su cesos, p o rq u e tres h ijo s
de S u n g o, ta n d iestro s y astu to s com o su pad re,
r e c o rr ía n el p a ís como ven d ed o res de pieles, y v o l­
v ía n de vez en cu an d o con n o ticia s c a d a vez m ás
d e sc o n so la d o ra s: por n in g u n a p a r le a so m a b a la
re v o lu c ió n ; el rep a rto te r r ito r ia l se r e a liz a b a sin
re siste n c ia s en el N orte y en el S u r, d irig id o por
LA CONQUISTA DEL REINO DE MATA 115

V iaco y por las a in o n d a d o s ele c a d a lo c a lid a d , y en


tres m eses la. o b ra to c a b a a su fin. L a s a n tig u a s
c iu d a d es h a b ía n su frid o a lgo, po rq u e a l co n stru ir
la s jiu ev a s v iv ie n d a s se a p ro v e ch a b a b a sta n te m a ­
te ria l de las a n tig u a s : m a d e ra s, c a ñ a s, üen zos y
p iza rra s. Y o me im a g in a b a ei reino de M a y a com o
u n a ciu d a d colosa .3 : la a r te r ia m ás im p o rta n te era
el j'ío, donde p u lu la b a n los p e s c a d o r e s ; el corazón ,
el la g o U nzu, donde ¡¡orm igu eabari los h e rre ro s y
p iz a r r e r o s ; los b a rrio s, los onsis, en c a d a u n o de
ios cu a les se le v a n ta b a s o lita r ia u n a q u in ta r ú s ti­
c a ; la s calles, los sen d eros que s e p a ra b a n los en-
s is ; las m u r a lla s, la s g ra n d e s fo resta s que p o r el
N orte y p o r el S u r la rod ean , p o b la d a s por h á b iles
c arp in tero s y por v a lie n te s c a z a d o r e s ; la s fo rta le ­
zas, Jos c u a rte le s donde los ruand.as v ig ila n te s
a ca m p a b a n .
U n a de la s ú ltim a s c iu d a d es v is ita d a s fu é Vilo-
qué, y cu an d o V iaco llegó y a e sta b a form ad o el
p la n de rep a rto . E l viejo y h o n ra d o M com u p e rm a ­
n ec ía en la ciu d a d con los tres u a g a n g a s co n seje­
ros, reservá n d o se en las c e r c a n ía s c u a tro g ra n d e s
lotes, cad a uno con m ás de cinco m il á rb o le s; los
je fe s de fa m ilia , que era n c e rca de doscien tos, r e c i­
b ía n por sorteo los su yos, qu e c o m p ren d ía n todo el
d istrito, excep tu an d o el p a r a je donde n osotros v i­
víam os, que fué a b a n d o n a d o a la s fu r ia s de R u ­
faango.
Todo p a r e c ía a u g u r a r bien del n u evo sistem a, y
los prim eros d ía s el p a ís viv ió a ta re a d o en a r r e g la r
sus n u eva s v iv ien d a s, a n tes que lle g a se la estación
de la s llu via s, ia. mazica', ios siervo s, a le g r e s de
ver re a liza d o su a fá n de lib e rta d y de in d ep en d en ­
An g e l g a n iv e t

cia , y deseosos de a c r e c e n ta r sus bienes p a r a a u ­


m en ta r el n úm ero de su s esp osas, que son bienes
m a y o r e s ; ios h om b res libres, re sig n a d o s con el cam ­
bio, porq ue c an d o ro sa m e n te c re ía n que a sí com o se
h a b ía cum plid o, cu an d o p a r e c ía im posib le, el id eal
de io s h ijo s de L opo, se c u m p liría tam bién la ú ltim a
p a r le de su p r o g ra m a , la p ro n ta v e n id a de ios c a b i­
lis, L a ú n ic a d ificu lta d que su rgió en Jos prim eros
m om entos fué la de a p lic a r el rep a rto entre los p u e­
blos de los bosques del N orte, donde e r a m u y fre ­
cuen te la p o lia n d ria , pues en caso de a p u ro los
hom b res a co stu m b ra b a n a ven d er su s m u jeres en
M a y a , m erca d o m u y fa v o ra b le , y se co n certa b a n
p a r a v iv ir con u n a m u je r sola, u s u fr u c tu a d a por
tu rn o s r e g u la re s. L os m a y a s 110 se d etienen n u n ca
en el térm in o m edio, esto es, en la m o n o ga m ia , y
sólo son m on ógam os el tiem po n ecesa rio p a r a a d ­
q u ir ir m ás m u jeres. C u an d o com pren d en que por
su p o b reza o por su in v en cib le h o lg a z a n e ría 110 lle­
g a r á n n u n c a a ten er u n h a ré n , no se re sig n a n a
v iv ir siem p re con u n a m u jer, que les o b lig a a poner
c a s a sin p ro m esa de g ra n d e s b e n e fic io s ; así, pues,
la venden y v iv e n en los á rb o les o en u n a sim ple
choza suficiente p a r a m eter el cu erp o p o r la noche,
y se ponen de a cu e rd o con otros hom bres que viven
en con d icion es p a re c id a s p a r a sosten er u n a espo­
sa, a la que c a d a c u a l m a n tie n e el d ía de turno.
A p a rte de la m an u ten ción , la m u je r tien e derecho
a u n a c a b a ñ a y a u n vestid o c a d a año, y co n serv a
la p ro p ie d ad de los h ijo s com unes. H ay u n a ciu d a d ,
R o zica , donde la p o lia n d r ia está m u y g e n e r a liz a ­
da, y en ella Jas m u jeres y los h ijo s com u n es son
los m á s co n sid e ra d o s, sien d o u n a g r a v e ta c h a p e r­
LA CONQUISTA DEL HEINO ÜK MAYA 117

ten ecer a u n solo hom bre o ten er p a d re conocido.


V ia c o reso lv ió este p ro b lem a d ispo n ien d o que en
los caso s de p o lia n d r ia la m u jer fu ese co n sid e ra d a
com o n úcleo de fa m ilia , y que se diese u n ensi a
c a d a m u jer, ju n ta m en te con su s a g re g a d o s. E sta
so lu ció n no satisfizo a los varon es, q u ienes se c re­
yero n ofendidos en su d ig n id a d ; porqu e debe n o ta r ­
se que la p o lia n d r ia , que en E u ro p a d e sp re stig ia a
los hom bres que la p ra c tic a n , en M a y a ios e n a lte ­
ce ; so c o n sid e ra coino r a sg o de noble d esin terés
co n trib u ir a l sosten im ien to de u n a m u je r libre, de
la c u a l no se ob tien en los beneficios que de la po­
lig a m ia so lía n obtener m u chos hom bres in d u strio ­
sos. Un pequeño c a p ita l em p lead o con fo r tu n a en
m u jeres la b o rio sa s y p ro lífica s es u n a m in a in a g o ­
table de bienes, ex p lo tad a por h om b res de m a n g a
a n ch a , que a sí resu elv en el p ro b lem a de en riq u e­
ce rlo sin tr a b a ja r . E n v is ta del d escon ten to, V ia c o
m odificó su p rim er plan y d isp u so que en los ensis
y a a sig n a d o s se h ic ie ra u n a n u e v a d ivisión , señ a ­
lan d o a c a d a hom bre u n a p a rte, y o tra en el cen ­
tro, m ás pequ eñ a, p a r a la m u jer. E sto fu é del a g r a ­
do de todos.
Diez m eses h a b ía n tr a n s c u rr id o desde la m u erte
del cab ezu d o Q u iga n za, y u n a p a z o c ta v ia n a p a r e ­
cía r e in a r en todo el p a í s ; la s n o tic ia s de los hijos
de S u n g o no nos d a b a n n in g u n a esp eran za , po rq u e
la s que y o ten ía, fu n d a d a s en el m a l éxito segu ro
del sistem a, se me v o la ro n cu an d o supe que éste no
e x istía y a . AJ p rin cip io, el en tu sia sm o o el tem or
h a b ía n m ovido ios ánim os a la o b ed ien cia ; pero
bien pronto la. rozón recu peró su lu g a r. En V ilo-
qué, por ejem p lo, a los qu in ce d ía s de m a rc h a rse
118 ÁNGEL GAJíIVET

V iaco , ca d a fa m ilia e sta b a en su a n tig u a c a s a de la


ciurlad, con a q u ie sce n c ia del viejo M com u. A u n q u e
el rep a rto h a b ía sido ju sto, o cu rrió q u e a lg u n o s c a ­
zad ores no p u d ie ro n t ir a r en dos se m a n a s u n a sola
p ieza p o r 110 en contrarlo, fin su d istrito, m ien tra s
n íros h a c ía n su agosto sin m overse de sus c a b a ñ a s.
Y los m ás fa vo recid o s fu eron los ru a n d a s de tod a
a q u e lla p a rte, porque ia c a za em pezó a c o rrerse h a ­
cia la fro n te ra p a ra b u sca r re fu g io en el p a ís v e ci­
no. Hubo a lg u n o s ensis donde la s en ferm ed ad es se
d e sa ta ro n con fu r ia por esta r próxim os a la s c h a r ­
cas c o rro m p id a s que a n osotros nos rod eab an . S in
p revio acu erd o , im p u lsa rla s por el ham bre y por la
en ferm ed a d , las fa m ilia s p e rju d ic a d a s r e g re sa b a n
a V ilo q u é d isp u e sta s a m o rir a n tes que a a b a n d o ­
n a r lo ; lu eg o la s fa m ilia s fa v o re c id a s sig u ie ro n el
ejem p lo, porque se les h a c ía d u ra la v id a a is la d a
en los b o sq u es; a u n los siervo s lib e rta d o s en con ­
tra b a n p refe rib le la tr a n q u ila servid u m b re a la pe­
n osa lib e rta d que les p rop o rcio n ó el esfu erzo de sus
m á s a d e la n ta d o s co leg as, ios de M a y a .
Lo m ism o que en V ilo qu é o c u rr ía en Tondo, en
R oro, en Vi ya,í a, en Q uetiba, en U p a la , en todo el
Sur, y e ra de su p on er que o cu rriese en ei N orte.
Y esta situ a ció n a n ó m a la , esta ficción le g a l, sos­
tenida. po r los p ru d en tes rey ezu elo s, y m á s que por
Los rey ezu elo s por la n ecesid ad , v e n ía a e c h a r por
tie r r a m is cá lc u lo s. Y o con fiab a en los g ra v e s con ­
flictos que in e v ita b le m en te h a b ía n de sob reven ir,
y el régim en se d iso lvió con los p e q u e ñ o s; yo espe­
r a b a com o sa n to a d ven im ien to el d ía de la co b ra n ­
z a del im puesto, porque era seg u ro que los m a y a s,
no h a b itu a d o s a p a g a r lo y poco p rev iso res p a r a re ­
LA CONQUISTA DKL REINO DE MAYA 119

s e r v a r u n a p a rte de su s p rod u ctos d u ra n te tres m e-


ses, se re b e la r ía n c o n tra los rey ezu elo s y co n tra
V ia c o ; pero el d ía ds la ex a cció n llegó, y c a d a re­
yezu elo envió a l re y o a l c u a rte l m ilita r de su r e ­
gió n (pues doce c iu d a d es so sten ían la s c a r g a s m i­
lita re s , y otra s doce Jas c a r g a s reales) su s aco stu m ­
b ra d o s c a rg a m e n to s de cerea les, de fru ta s, de p es­
cad o seco o de pieles, reu n id o s en su s d epósitos
p o r la s e n tre g a s d ia r ia s o tem p o rales de su s sú b d i­
tos, segú n el sistem a a n tig u o de con trib u cio n es.
Esto e v ita b a m a les al p a ís, pero p e rp e tu a b a n u es­
tra s m is e r ia s ; y sólo m is éxitos de cu ra n d e ro m e
sa lv a ro n en estos d ía s terrib les, en que m is p ro fe­
c ía s p o lític a s se con firm ab an a l revés, y en que la
co lo n ia d e ste rra d a m a ld e cía la h o ra en que yo im ­
pedí el le v a n ta m ie n to del S u r y los a s a re s de u n a
g u e rra , que la im a g in a c ió n fa v o r a b le siem p re a lo
p a sa d o , p in ta b a con bellos colores, sem b ra b a de
n u m ero sas v ic to ria s y c o ro n a b a con un triu n fo
final.
De este p ro fu n d o a b a tim ien to p a sa m o s a la a le ­
g r ía sú b ita . U n h ijo de S u ngo nos tr a jo la n u eva,
re c o g id a en M búa, de la m u erte v io le n ta de V ia ­
co. U n a revo lu ció n h a b ía esta lla d o en M a y a con ­
tr a el u su rp a d o r, y la ciu d a d e r a presa- d el i n ­
cendio.
* P o co d espués, un correo de R u zozi se p rese n ta b a
a l v ie jo M com u y le e n tre g a b a u n a viso del velqz
N io n y i, lla m á n d o n o s a to d a prisa.. M u ja n d a h a b ía
sido p ro cla m a d o en M aya, en M búa, en Ancu-
M y e ra y en R u zo zi. In m ed ia tam e n te lo fué en Vi-
loqué, y p a rtió llevá n d o m e en co m p a ñ ía y que­
d an d o S u n g o en c a rg a d o de d ir ig ir el resto de 1$
120 ÁNGEL OANTVET

c a r a v a n a h a s ta que nos reu n ié ra m o s en M búa. E l


v ia je de regreso fué m ás ráp id o y m á s cóm odo que
el de ven id a , porque la s ciu d a d es del p a so se a p r e ­
su ra ro n a e n treg a rn o s la s c a b a lle r ía s y provision es
que fueron m en ester.
CAPITULO IX

P o r qué y cóm o se rea lizó 1a. rev o lu ció n .— lista d o


lie! país. --- P rim e r a s m ed id a s r e s tu r a d o ra s.—
C reación de la p iel m on eda.

M u ja n d a q u e ría m a rc h a r d irectam en te a la cor­


te, tem eroso de que la p re s a se )e e s c a p a r a ; pero
m is consejos, a h o r a en a u ge, le co n v en ciero n de
que e r a con ven ien te re tr a s a r n o s p u ra que la s p r i­
m eras d ete rm in a cio n es que h a b r ía que tom ar, y
que no se ría n n a d a su a ves, la s tom asen n u estros
p a rtid a rio s, y sobre ellos r e c a y e r a tod a Ja o d io si­
d ad. E l arte de un p rín cip e consiste, en h a ce r el
bien p erso n a lm en te, y el m al por s e g u n d a m ano,
con lo cu al ios a p la u s o s recae n sobre él, y la s m a l­
d icio n es sobre su s a g e n t e s ; a sí se co n so lid a n Jas
in stitu cio n e s, pues el hom bre no es como el perro,
que lam e la m ano que le c a s tig a y la que le h a la ­
g a , y recon o ce la razó n de los go lp es y de Jas c a r i­
c ia s ; el bm iibre o d ia m ás al q u e le hace m al que a l
que le hace bien, y de a q u í la n ecesid ad de u n h á ­
bil ju e g o de m anos.
E n v ia m o s, pues, a la corte, desde R uzozi, u n a
orden p a r a que el d en tu d o M enu, gu e se a n u n cia b a
122 ÁNGIÍL GANIVET

como jefe de n u estro b an d o, tom ase m ed id as a su


a rb itrio p a r a re sta b le ce r el ord en , y en treta n to hi­
cim os v a r ia s v isita s a la s ciu d a d es d el S u r. A l p a ­
s a r h a b ía m o s v isita d o Tondo, cu yo reyezu elo ,
N d ju d ju , fo rzu d o com o u n «elefante», nos ofreció
c u a tro de sus h ija s, y Doro, s itu a d a en lo alto de
u n a m onta,ña, la ú n ic a del p a ís donde, segú n la
tra d ic ió n , h a b ía sido ed ificad o el g r a n en ju. Mon-
y o, el rey ezu elo de n a riz la r g a y a fila d a com o un
«cuchillo», nos a co gió com o m ejo r pudo, nos cam ­
bió n u estra s cob ras por b ú fa lo s d om esticad os, y
nos h izo d on ativo de dos siervo s. D esde R u zo zi fu i­
m os a A n cu -M yera , donde el recib im ien to fu é d e li­
ra n te, y a q u í a p a re ja m o s v a r ia s ca n o a s p a ra se­
g u ir por l a vio, flu v ia l. T o ca m o s b revem en te en
M b ú a y p e rn o cta m o s en U p a la, d esp u és de h a ce r
u n d ifícil tran sb o rd o en la c a ta r a ta del M y e ra p a r a
ir a l d ía sig u ie n te, por tie rra , a Q u etiba y V iy a ta .
E ste v ia je nos llevó tres d ías, pero los re y e zu e lo s
N ia m a y V ia c u lia nos re sa rc ie ro n a m p liam e n te del
sa crificio de tiem p o con re g a lo s de g r a n e s t im a :
N ia m a , el go rd o, el «carnoso», nos dió cu a tro m u ­
je r e s de su h a ré n y dos siervo s, y V ia c u lia , el «glo­
tón», u n a p u n ta de c in cu en ta c ab eza s de g a n a d o c a ­
brío. T a n to en u n a com o en o tra ciu d a d me llam ó la
a ten ció n el e x tr a o rd in a r io cu ltiv o de la p a ta ta ; V i­
y a t a debe su n om bre a este p rod u cto, y Q u etiba,
n o m b ra d a a sí porq u e está c o n s tru id a sobre dos
b a n ca le s co rtad o s por u n a a lb a r r a d a en fo rm a de
esca ló n , y desde lejos p a rece u n a «silla», no le v a
en z a g a en cu an to a Ja prod u cció n del tu b ércu lo.
D esde V iy a ta , últim a, c iu d a d del m te rio r, r e g r e ­
sam os por otro cam in o a U p a la , p a r a c o n tin u a r río
L/V CONQUISTA DEL REINO DE MAYA

a b a jo h a s ta A rim u y Ñ e r a ; pero el a v iso de la lle­


g a d a de S u n g o a. R u zo zi m ás p ron to de lo que nos­
otros creía m o s, nos hizo d e ja rlo p a r a m ás ta rd e ,
y nos d espedim os del rey ezu elo C h u xpq u i, e n c a r­
g á n d o le fiel reen vío de las c a n o a s ; fo rm am o s u n a
c a r a v a n a con la s m u jeres, siervo s y g a n a d o s r e c i­
bidos y los que a ñ a d ió el rey ezu elo de U p a la, y
em p rend im os la v u e lta por el U uzu. P o r el in te li­
gen te C h u ru q n i tuve la p rim eva n o ticia de que en
el p a ís m a y a se celebraba,n, en cierta s ép ocas del
año, c a r r e r a s de hom bres, especie de ju e g o s o lím p i­
cos rm lim en tavioR ; C h u n iq u i, el g r a n «corredor»,
h a b ía triu n fa d o en d iez c a r re ra s se g u id a s , y te n ía
en su p a la c io un pequeño m u sco de a rm a s g a n a d a s
com o prem io y de s a n d a lia s q u e le h a b ía n servid o
el d ía de u n a victo ria .
E l la g o U nzn, que a ca so sea el Onzo u Ozo de los
á ra b e s, es u n a d ila ta ció n do! M yera. E n los tiem p os
p reh istó rico s no debió e x istir ni la C a ta ra ta n i el.
lago, y el lecho del río s e r ía m ás hondo y m ás in c li­
n a d o ; pero sea que la v ig o r o sa v e g e ta ció n de' la s
m á rg en e s del río levan tara, el sueio de éste, sea que
los á rb o les d errib a d o s por los h u ra c a n e s fo rm a ra n ,
coa el d e tritu s a c a rr e a d o por la co rrien te, u n a p re­
sa n a tu r a l o m uro de conten ción , la s a g u a s se fu e­
ron em b alsan d o , y se prod u jo, a l m ism o tiem po que
3a c a ta r a ta , el. d esb ord am ien to por la m a rg en iz ­
q u ie rd a y el estan cam ien to de ias a g u a s en la r e ­
g ió n b a ja del S ur, que es h o y la c u en ca del U nzu.
E n to d a e lla la ve ge tació n es ta n in ten sa que no
perm ite el paso, y p a r a p e n e tra r h a y que se g u ir la
v ía a b ie rta c e rca de M búa. que los p escad o res y c a ­
za d o res c u id a n de c o n s e rv a r ex p ed ita. N osotros b or­
m ÁNC.VJ. G A N IV E T

deam os el bosque, dejando el lago a la izqu ierd a, y


llegam os a M búa a la h ora del a íu iri. Aquí nos es­
perab an y a n u estras fa m ilia s, deseosas de vernos,
y se organizó la ú ltim a expedición h a c ia la corte,
donde Ja presencia del rey se b a c ía n ecesaria. E l
dentudo Menú, pa.ra co n g raciarse con M u jan d a, h a ­
b ía ordenado d ecap itar cincuenta personas cad a
día de su m ando, y no habiendo y a m ás siervos, se
tem ía que com enzase con los hom bres libres. Desde
la c a ta ra ta del M yera b a sta la ciudad, todos los á r ­
boles del cam ino estaban cu ajad o s de cadáveres,
expuestos p a ra festeja r n u estra lle g a d a ; buho dan­
za de u a g a n g a s y entusiasm os sin lím ites cuando,
antes de d a rla por term in ada el rey, por consejo
mío anunció que suspendía las ejecu cion es; y por
fin nos pudim os re tira r a n u estras m oradas, en Ja s
que M enú h ab ía cuidado de re p a ra r ios g ran d es es­
trago s del tiempo y del incendio.
N u estra p rim era reunión fa m ilia r íué m ezclada
de tristezas y a le g r ía s : ocho de m is m u jeres, entre
ellas Niezi y Nora, y mis cinco hijos acccsivos, ha­
b ían muerto en el destierro de V iioq u é; m is tres
siervos h ab ían sido decapitados, y de sus m ujeres,
sólo una, la de E ncim a, se me presentó con sus seis
pcqueüuclos. A esta pobre v iu d a la desposé aquella
m ism a noche con un siervo de! corredor Churuqui,
único presente que aceptó do M u jan d a, a quien,
p a ra h a lag arle , perm ití que se q u ed ara con todos
los re galo s que nos habían hecho. E li cam bio, te­
nía. la satisfacción de ver tres verdaderos hijos
m íos, habidos de la esbelta, Memé, de la sensun!
C an ú a y de 1a flaca Ouimé, Ja hábil tocadora de
laúd, que, a p e sa r de su extrem ad a delgadez, h ab ía
IA C O N Q U IS T A DEL R E IN O DE M AYA 125

llegado a ser una, quizás la prim era, de m is espo­


s a s favo ritas.
G rande era mi deseo de conocer ei origen y el des­
arrollo de esta revolución, que cad a persona re la ­
taba a su m anera, quedando sólo como testigos irre ­
cusables los cad áveres y la s ru in as. Yo recogí dife­
rentes versiones y con todas ellas pude recon stru ir
de una, m an era bastante ap ro xim ad a el cuadro de
los acontecim ientos. M ientras las localidades del
Norte, como la s del S u r, burlando la autoridad de
Viaco, volvían a su antiguo régim en, en M a y a se
llevó la reform a a pu n ta de lanza. E l fogoso Viaco
no quiso ceder, ni aunque q u isiera p o d ría hacerlo,
porque el p artido ensi, que en las regiones e ra sólo
nom inal e im itativo, en la corte era vigoroso y se
h ab ía exaltado con su triunfo. Al mismo tiempo las
dificultades del sistem a eran m enores, porque el dis­
trito de M aya es el m ás rico del p a ís, y todos los co­
lonos tuvieron tie rra so b rad a p a ra sus necesid ad es;
sólo hubo q u ejas de parte de los que recibieron sus
lotes alejad o s de la cap ital, o de los que no teniendo
riqueza a d q u irid a p ara esp erar la n u eva cosecha,
tenían que so licitar anticipos a interés u su rario .
Do otra parte soplaron los vientos de tem pestad.
L a n u eva organización se oponía al d ía muntu,
pues si legalm ente no lia b ía sido éste suprim ido, y
la s cerem onias podían celeb rarse en los nuevos en-
sis, lo característico de la fiesta, la congregación de
hom bres y m ujeres, d esap arecía. A parte de esto,
surgió otro peligro g r a v ís im o : los siervos eran ene­
m igos del a fu iri porque casi siem pre los sa c rifi­
cios re ca ían sobre los de su c la s e ; los hom bres li­
bres creían que u n d ía m untu era incom pleto si no
126 Á K G E I, G A N IV E T

había, sacrificio ju ríd ico, y afirm ab an con la histo­


ria en la m ano que ja m á s se h ab ía celebrado sin él
un a fiesta relig io sa en el p aís. P o r gran d e que sea
la m oralidad de una. población, nunca tran scu rre un
mes lu n a r sin que se com etan vario s crím enes, y
así se compventle que sin visos de crueldad se sos­
tu viera el cruento a f u ir i; pero ei sistem a ensi, a. la
vez que dificultaba la com isión de delitos, supuesto
que cad a cual se m an tu viera en su prop ia casa,
exig ía por lo menos un reo m ensual p a ra cad a de­
m arcación, so pena de q u eb ran tar la s tradiciones.
Con tem or debió saber el fogoso Viaco que en el
prim er d ía m untu de su gobierno cu atrocien tas víc­
tim as h ab ían sido sacrificad as, y que se continua­
ría haciendo esto m ism o en lo sucesivo en virtu d de
Jas facu ltad es om ním odas de los jefes territo ria ­
les. A este paso, bien pronto se le acabab an los
subditos, y con eJIos la s ve n ta ja s que Je proporcio­
naban.
Dióse, pues, un edicto restableciendo el d ía m un­
tu en su. form a an tig u a, y nom brando Ig a n a Ig u ru
al dorm ilón V ia m i; y la solem nidad p ró xim a tuvo
lu g a r en la colin a del M yera, en el templo de Ig a n a
N ionyi. L a s dificultades, sin em bargo, a u m e n ta ro n :
m ien tras unos resid ían cerca de M aya, otros nece­
sitaban cuatro h oras de cam ino p a ra lle g a r a la
colína, y cuando llegab an se sentían fatigad o s y
poco dispuestos a d iv e rtir se ; cuando se v iv ía en
M aya, se cerrab an la s p u ertas de la ciudad y todo
quedaba se g u ro ; pero viviendo en el campo, unos
ven ían a la colina, y otros, los incrédulos, se que­
daban en sus ca sas, y aprovechaban el tiempo p a ra
saq u ear la s del vecino. U n nuevo edicto declaró obli-
LA C O N Q in s T A im R E IN O DE M A YA m

g a te r ía la asisten cia a, tas cerem onias religio sas,


sin a d ela n tar m ás, porque el recuento era im posi­
ble, y los autores de los robos d e scargab an la cul­
p a sobre ios habitantes de tos distritos próxim os.
De esta suerte, los jefes tuvieron que resolver que
cad a d ía m untu q u ed ara en los ensis u n a parte de
la fa m ilia en c arg a d a de la ' v ig ila n c ia ; y sin que­
rerlo , pusieron la ch ispa que produjo la explosión.
Si los hom bres se h ab ían resignado a su frir, es­
perando, bien que con p ro g resiva desconfianza, la
venida de los cabilis, de la cual yo era el anuncio,
la s m u jeres estab an preparan d o sordam ente la obra
de liberación. No podían consentir que del único
d ía libre de cad a mes se les robase, prim ero las
h oras rltl v ia je de irla y vuelta, y luego el d ía de
vig ila n cia, siq u iera fuese uno de ca d a s e is ; excita­
ron la s pasiones de sus esposos y de sus padres,
tom ando como blanco a l dorm ilón V iam i, a l que
con sid eraban indigno de ser Ig a n a Ig u ru y a l que
atribuía,n todos los m a le s : los robos, los adulterios,
la s m uertes, obra de R ubango, irritad o por la con­
dición serv il de su m inistro. Llegó el décimo m untu
riel cómputo revolu cionario y la h ora del ucuezi.
V iam i se adelantó, descorrió la s cortinas del tem ­
plete, desató la cu erda y la dejó c o rre r; a los p ri­
m eros tirones, el gallo, ¡c o sa n u n ca v is ta ! agitó las
a la s (sin duda porque no estaba bien m uerto). Toda
la co n cu rren cia profirió en m aldiciones con tra el
pobre ex siervo, y m ientras los hom bres se esforza­
ban por descubrir el m isterio que h aber p u d iera
en el estrem ecim iento del gallo, y ve ían on él u n a
señ al de la in d ignación de Ig a n a N ionyi, las m u je­
res, con instinto m ás certero, se a rro ja ro n sobre
ÁNGEL G A N IV E T

V iaco, y u n a de ellas, lla m a d a R u bu ca, le cortó la


cabeza con un cuchillo. E sta R u bu ca, «la tejedora»,
era la etíope, la esposa del desgraciado y orejudo
M ato, m uerto en Misúa,, confiscada por el rey u su r­
pador y a g re g a d a después a su harén.
Todos presintieron la m atanza y se agru p aro n
p a ra d efen d erse; los antiguos siervos a un lado,
dirigid os por ei dorm ilón Viam i, se apercib ían p a ra
sostener la lu cha, y junto a l cad áver, el dentudo
Menú proclam ab a a l príncipe M u jand a, m ientras
la fam ilia real llorab a y gesticu lab a según la s cos­
tum bres del p aís, a l mismo tiempo que reconocía
como señor at nuevo rey p ava a se g u ra r la vid a y
la m anutención. Menú, en nombre del rey legítim o,
acordó su p rim ir aquel d ía la s cerem onias relig io sas
y d edicar ei tiempo a l traslad o de los h ogares a la
ciudad, por turnos designados a la suerte. L a fa lta
de a rm a s impidió por el momento la lu c h a ; pero
los siervos tuvieron u n a id ea que creyeron s a lv a ­
dora. T ra ta ro n de deshacer el erro r cometido al
co n servar la ciudad, de la que ah ora se ap rovech a­
ban los enemigos, y se dirigieron a M aya, sem ­
brando por todas p artes Ja destrucción y el incen­
d io ; el dentudo Menú, con buen golpe de hombres
y de m u jeres, los p ersigu ió y ios obligó a h u ir ;
m as, por d esgracia, no h ab ía otra a g u a que la del
río, que está lejos, y no fué posible a ta ja r el incen­
dio, que destruyó m edia población. S in em bargo,
destru id a h asta los cim ientos, h ub iera reaparecido
nuevam ente ; porque no era la ciudad m a terial lo
que a tra ía , sino la ciudad espiritu al, ia vid a an ti­
gu a en mal h ora in terru m p id a por los quim éricos
reform adores.
LA C O N Q U IS T A D EL JÍEINO T)E MAYA 129

E n los diez días del gobierno provisional del den­


tuda Menú, la traslació n se íué re a liz a n d o ; la s sen­
das de todo el distrito de M aya eran larg o s horm i­
gueros de mujeres a fan o sas, que y a ib an lig e ra s a
los ensis, y a vo lvían ca rg a d a s con vestidos, pieles,
telas, ja u la s de p ájaros, taburetes y dem ás m enu­
dencias de su u s o ; ios m uchachos gu iab an el g a n a ­
do a los nuevos e sta b lo s; cebúes y cebras acarrea­
ban las provisiones y m ateriales ele constru cción ;
y dentro de la ciudad, Jos hom bres, convertidos en
alb añ iles y carpinteros, construían casas n u evas y
re sta u ra b a n las deteriorad as. Mientras tanto'; Me­
nú perseguía, a ios incendiarios, ordenaba a los re­
yezuelos vecinos la entrega de los que cogiesen, y
todas las tardes, después de concluidos los trab ajos,
bacía enfrente del p alacio del rey u n a ejem p lar he­
catombe.
AI am anecer del d ía siguiente al de n u estra lle­
gada me d irigí al palacio real y me encerré a solas
con M u jan d a, para a co rd ar con él lo que debía ha­
cerse. en tan críticos momentos; algun os incendia­
rios se h ab ían refugiado en Jas fron teras del Norte,
y los jefes m ilitares se n egab an a en treg a rlo s;
Menú sa b ía que en tiempo de V iaco m uchas ciud a­
des occidentales se h ab ían resistido a en viar los im ­
p u e sto s; por todas p artes la in d iscip lin a asom aba
la cabeza, porque, viendo que el re y tolerab a el
abandono de un régim en que él mismo h ab ía per­
sonalm ente im plantado, le creyeron impotente p a ra
re p rim ir otros a b u so s; m uchos reyezuelos soñaban
con d eclararse independientes, y cad a general a s­
p ira b a a ser amo del país. Esto no nacía sólo del
reparto territo rial, que apen as h ab ia dado sus fru-
9
130 ÁNGEL G A N IV E T

tos, sino de la debilidad del fogoso V ia c o ; toda la


en ergía del organ izad or «e convirtió en flojedad en
el gobernante; el que había resistido un año de fa­
tigas en la guerra, no soportó una semana de delei­
tes en 3a paz; los artícu lo s asignados al pago de
les funcionarios fueron invertidos en la com pra de
mujeres, y la s horas que debía consagrar al gobier­
no las dedicaba a .satisfacer sin m edida sus sen su a­
les pasiones.
U rgía, pues, rem ediar pronto estos males, y a sí
se lo hice presente a u;i yerno; pero óste, que por
una extraña coincidencia aprovechada por los vates
cancros, se llamaba «Buen Camino» (que esto signi­
fica la palabra m u janda), no gu.ería comprender­
me. E i'a un hombre de !a m ism a m ad era que V ia ­
co, y con gra n sentimiento mío supe que hasta en­
tonces 110 se había preocupado lo más mínimo por
la suerte del reino, cuando yo, sin otro interés que
el puram ente humanitario, me había, pasado las
horas en ve la cavilando sobre la situación y revo l­
viendo en mi mente coda la h istoria de la H u m an i­
dad en b usca de la s triquiñuelas más sencillas y
más seg u ras p a ra re sta u ra r la monarquía legíti­
ma, la s fuentes de la riqueza y las sab ia s trad icio ­
nes nacionales.
L a fa lta capital de ios gobernantes mayas es la
pobreza de m em oria. Viven ai d ía porque, carecien­
do del hábito de 1a abstracción, no ven rnás que lo
visible, y no pueden a b a rc a r las series de hechos
históricos p a ra com prender en qué punto se b ailan
y qué dirección es la m ás seg u ra. S u s recuerdos
son exclusivam ente p a s io n a le s : u n a ofensa se les
gra b a con tenacidad, y subsiste durante veinte ge-
T.A C O N Q U IS T A D EL K E IN O DE MAYA 131

n em cio n es; una enseñanza les h acc ta n poca m ella


como el son de los roncos bordones del laú d , que
apen as llegan al oído. Después de diez m eses de
privaciones, M u jan d a despertaba en su g ra n p a la ­
cio, se ve ía rodeado de doscientas m u jeres y cin­
cuenta siervos, y h alagad o por las adulaciones de
la s personas distin gu id as y por la s aclam aciones
de la p le b e ; n ad a tan difícil como hacerle com pren­
der que el cam ino del destierro segu ía donde antes
e sta b a ; que aqu ellas m ujeres podían p a s a r le g a l­
mente, en veinticuatro lloras, de sus m anos a la s de
un u su rp a d o r; que aquellos siervos podían im itar,
en caso de apuro, la bochornosa conducta del a la
central de nuestro ejército en la ba,talla de M isú a ;
que aquellos adu lad o res h ab ían adulado antes que
a él a l cabezudo Q uiganza y al fogoso V ia c o ; que
aquellos aclam ad ores h ab ían aclam ad o cuando pro ­
clam aron a Q uiganza y cuando le cortaron ]a cabe­
zo. ; cuando Viaco triunfó y cuando fué a se s in a d o ;
cuando Menú degollaba y cuando se suspendió la
degollación.
Yo, que sab ía por la M storia que los príncipes
am am an tados en ias enseñanzas de la adversidad,
cuando llegan a re sta u ra r oí trono de sus ascen ­
dientes suelen ser los m ás ciegos, los m ás sordos y
los m ás disolutos, no intenté v a r ia r el orden de la
sab ia N atu rale za y me abstuve de d ar consejos.
U nicam ente solicité a lg u n as facu ltad es p a ra tra ­
b a ja r por mi cuenta, y en este punto h ay que hon­
r a r a M u jan d a con el título de modelo sin p a r de
reyes constitucionales. No sólo me concedió lo que
yo deseaba, sino que me dió am plísim os poderes
p a ra hacer y deshacer a, mi antojo, y h asta me hizo
I ;¡2 iN G iiL G A N IV E T

en trega de los ru ju s am arillos, donde se escriben


Jos edictos reales. Estos ru ju s no los poseía nadie
m ás que el rey, porque eran de p rep aración an ti­
gu a, y y a no se sab ía h acer en M ay a la tin tu ra con
que se les daba su extraño co lo r; pero yo descubrí
ei procedim iento, que se reduce a extraer el jugo de
la s flores gran d es y p a jiz as de la gayom b a o de
u n a p lan ta m uy p arecid a, que abu nda en ias ori­
llas del M yera, y a m ezclarlo con san gre de conejo
y aceite de p alm a. Este h allazgo fué tran scen d en ­
tal, porque a la abu n dan cia de ru ju s, y no a otra
cosa, se debió la salvación de! país.
V ario s peligros inm ediatos am enazaban, y había,
que a ta c a r de fre n te : la in d iscip lin a de las tropas,
la desobediencia de los reyezuelos y la inm oralidad
pública. U na de las consecuencias in sep arab les de
los períodos de agitación y de cam bios políticos, lo
mismo entre Jos negros que entre los blancos, es
la desm oralización. L o s que lian visto a un a auto­
rid ad caer hoy p a ra levan tarse m añ an a, p a sa r del
destierro a los honores y de la pobreza a Ja abun-
d a n c ia ; los que h an tenido que a d u la r en poco
tiempo a los desposeídos, a los usurpadores y a los
restau rad o res, y acaso lian obtenido triples benefi­
cios, se acostum bran a consid erar la vid a como u n a
danza continua de hom bres y de cosas, pierden g ra n
parte del tem or a la ley, que confían 110 h a de cum ­
p lir el que gobierna por fa lta de tiempo, ni el que
g o b ern ará después por espíritu de oposición, y sien­
ten un deseo violento de m edrar, de aprovech ar ei
momento oportuno p a ra m eter los brazos h asta Jos
codos (y los brazos de los m a y a s son extrem ada­
mente largos) en la h acien d a de la com unidad y
LA C O N Q U IS T A DEL R E IN O DE M A YA 133

aun de los p a rtic u la re s ; la s tropas a sp ira n a des-


p o jar al país p a ra cobrar de m ía vez la sold ad a que
eí gobierno íes da en pequeñas ra c io n e s ; ios re ye­
zuelos quieren fundar ca d a uno su d in astía inde­
pendiente y d e sca rg a rla del v a s a lla je ; ios conseje­
ros, ios u ag au g a s, ios pedagogos, h usm ean de dón­
de sopla el viento, p a ra volver la s espaldas al que
m anda hoy y ponerse del lado deí que m a n d a rá m a­
ñ a n a ; ios ciudadanos se dedican a expoliarse m u­
tuam ente, confiados en h allar am paro presente o
futuro p a ra la conservación de los bienes de pro­
cedencia tu rb io . E l estratégico de M isúa, el dentu­
do Menú, es un tipo característico de la ép o c a : con
el cabezudo Q uiganza fué consejero y se enrique­
ció ; con cL fogoso Viaco fué consejero y dobló su
•fortuna; m uerto Vinco, fué jefe del partido de Mn-
ja n d a , y se redondeó con los despojos de los sier­
vos que hizo d e c a p ita r; con el débil M u jan d a con­
tinuó de consejero, y se dispuso a seg u ir acu m u ­
lando, in saciable, cuanto c a y e ra entre sus g a rra s.
En situación sem ejante no h abía m ás recurso
eficaz que calm ar los apetitos, y p a ra esto fa lta ­
ban ios medios m ateriales. Entonces tuve yo ana
idea, que lla m a ré gen ial. Me encerré solo en mi
habitación con el paquete de ru ju s .amarillos, con
vario s pedazos de plomo, con un cuchillo y con un
tarro de tin ta verde, de la que se u sa p a ra escri­
bir. E n aquellos cu atro elementos estaba la regene­
ración n acion al. Corté cuatro pedazos de plomo en
p lacas redondas, que alisé por una, de las ca ra s,
y grabé con la punta del cuchillo d iversas figu­
ra s : u n a herm osa vaca, cu yas ubres llagaban al
su elo : u na cabrita con cuernos muy retorcidos;
134 ÁNGEL G AN IV F.T

un cebú mocho con su enorme gib a en la c r u z ;


u n a cebra prim orosam ente listad a. Luego unté los
grab ad os con la tinta verde, y los estam pé sobre
las pieles, cuidando de ap ro vech ar el e sp a cio ; y
cuando se secó la estam pación, los recorté en re ­
dondo con el cuchillo y los fui colocando unos so­
bre otros en cuatro montones, p a ra p ren sarlo s y
d e sarru g arlo s. E n el prim er d ía hice cien estam pi­
llas, veinticinco de ca d a serie, y quedé satisfecho
de mi obra, que, sin ser un prodigio de arte, debía
pareeerlo a quienes yo los destinaba. F altá b a m e
a h o ra un detalle im p o rta n te : la n z a r este papel
m oneda a la circulación. P a r a ello redacté un edic­
to breve y claro, del que, por su impoi’tan cia, doy
aquí la c o p ia :
«A los h ijos de M a y a .— Un motivo de ia fu ria de
R uban go es la m arch a de los an im ales por la s sen­
d a s ; a sí veis que los destruye con ios rayos del sol,
con las a g u as de los ríos, con los ataques de las
fieras. En el reino de Ruban go los gan ad os se con­
servan en la s cu ad ras y en la s coim as. Cuando
R u b an go quiere en viar vacas, envía pequeños ru ­
ju s am arillos en ios que su mirada, crea vacas. Un
ru ju es una va ca , u n a cab ra o lo que R ubango de­
sea. Sus reyezuelos dan una v a c a a l que tiene un
ru ju con u n a v a c a de R ubango. A rim i ha venido
de la s m ansiones de Rubango y tiene la m irad a de
R u b a n g o ; A rim i crea v a ca s y cab ras y toda clase
de gan ad os. Los reyezuelos de M a y a h ará n como
los de R u b an go.— M u janda .»
Después de leer este edicto, que hice circu lar por
todo el p aís, los m a y as debieron quedar sum idos en
la m ayor con fu sió n; la id ea sin el hecho visible
LA C O N Q U rS T A D EL R E IN O DE M AYA 135

es p a ra ellos un arcano. Poro bien pronto llegó el


hecho. Un pastor de ia corte ib a a M isúa a vender
cinco cab ras, y se presentó en el palacio real. Yo
estaba a llí; le hice d e ja r las cinco cab ras y ie di
en cam bio cinco ru ju s, que él m irab a con ojos de
asom bro. M archóse a M isúa, y el pacífico reyezue­
lo M tata, m uy adicto a M u jan d a, de quien tem ía
un fuerte castigo, a la vista de los ru ju s entregó
a l pastor cinco cabras, a l p arecer m ás go rd as que
las que en M a y a quedaron. Este pastor fué el p ri­
mer agente de propaganda,. .Bien pronto se com en­
tó el hecho en la corte y en M isúa, y iodo el m un­
do deseaba ver los m ilagrosos ru ju s, cu y a fa b ric a ­
ción p ro seg u ía yo sin descanso previendo los acon­
tecim ientos. E n un mes se hicieron diez tra n sa c ­
ciones como la. p rim era con distin tas localidades, y
ni uno de los ru ju s que sa lía n fué devuelto al cam ­
bio, porque los reyezuelos, por re g ia gen eral bien
acom odados, encontraban preferible co n servar aque­
llas figu ras que p a recían vivas, cread as en p e rg a ­
mino regio por la m irad a de Paibango o de su m i­
nistro. No ta rd a ro n en ¡legar peticiones de ru ju s,
m ediante la entrega de ganados, que los establos
de M u jan d a eran pequeños para, contener. L a con­
fianza se engendró en poco tiempo, y otro hecho
palpable acabó ele cim entarla. L isu , el de los es­
pantados cjos, reyezuelo de M búa, vino el día de
costumbre a en tregar el im puesto, y míen tras los
dem ás reyezuelos m andab an trigo o cabezas de g a ­
nado, él, por indicación m ía, se lim itó a contar
cierto núm ero do ru ju s. K! pago fué válido, y ade­
más M ujanda., a la. v ista de) pueblo, le obsequió
con un bonito puñal. Esto puso el sello a la repu ta­
136 ÁNGEL G A N IV E T

ción de los ru ju s, y no hubo m a y a que no tra b a ja se


por alcan z a r siq u iera uno de ca^ a clase, convenci­
do de que en un ru jo se poseía un amuleto de Ru-
hango, y adem ás, en caso preciso, un an im al como
ei que se h ab ía entregado, en caso de que no fuera
m ás gordo. L ejo s de tropezar en el peligro que yo
creí, tropezaba en el opuesto, en la exageración de
la. confianza, en el deseo de con vertir todas las ri­
quezas en papel. E sta exageración me proporcio­
nó un conflicto con el im previsor M u jand a, que, a
go b ern ar a su gusto, h u b iera liquidado en pocos
días el reino.
E l q u ería que ja m á s faltasen ru ju s dispuestos
p a ra el cambio, y se irrita b a cuando alguien exi­
g ía la devolución del ganado. Así es que el día
del pago de L isu , habiéndole yo dado instru ccio­
nes p a ra que recibiera Jes ru ju s e hiciera, el regalo
del puñalito, que e ra mío, se resistió a obedecer­
me. E l com prendía la p rim era parte de la op era­
ción, la de recoger el g a n a d o ; pero no la segun ­
da, la de entregarlo, ¿Qué v e n ta ja h ab ía en recibir,
sí después existía, la obligación de devolver, si era
necesario con servar tan tas cabezas de ganad o como
ru ju s expedidos, p a ra d a rla s a su s dueños cuando
éstos lo d esearan ? Esto e ra un tra b a jo inútil. Pero
entonces le expliqué yo cómo, si existía la seg u ri­
dad de que en cu alquier momento los establos r e a ­
les poseían ganad os p a ra cam b iar los ru ju s, la m a ­
y o ría , sea por confianza, sea por el gusto de poseer
¡as estam pitas, sea por la com odidad p a ra tra n s­
p o rta r sus bienes de un punto a otro sin moles­
tar a R ubango, d e ja ría n en paz los establos m ien­
tras no les p re cisa ra, y siem pre tendríam os una
LA C O N Q U IS T A D E L R E IN O DE M AYA 13?

g ra n cantidad de an im ales que no nos pertenecían.


((Los ru ju s 110 m u ltiplican el ganado, pero perm i­
ten que éste tenga dos dueños : uno, el que posee
el r u ju ; otro, el que posee el a n im a l; el cjue tiene
un ru ju con figu ra de vaca, es el dueño de u n a
v a c a ; pero la, v a ca la, tenernos nosotros, dispone­
mos de ella, nos bebemos la leche y nos quedam os
con la s crias, i:
Kste último ejemplo íué el que ilum inó al im bé­
cil M u ja n d a ; su in teligen cia era o b sc u ra; pero,
un a vez que a tra p a b a u na idea, la p ercib ía con
gran penetración. Su aire de torpeza se desvaneció
de im proviso, y cuando ei caso de la v a c a le hizo
com prender la parte ju go sa t.iel cam bio de los ru ­
jus, estiró Ja boca hasta las o rejas p a ra reírse de
una. m anera que, si en M aya hubiese diablos, podría
Mamarse diabólica.
C A PITU LO X

P acificación del p aís y abolición de la servidum bre.


In vasió n y establecim iento de los uamyci'as y ele
los accas. — C ontinúan las em isiones de valores
fiduciarios.

G ra cia s a mi ingenio y a] candor de los súbditos


de M u jan d a, bien pronto me hallé en disposición
de reso lver Ja crisis por que a tra v e sa b a el p aís, y
do tr a b a ja r por la felicidad de aquellos hom bres
que, no obstante la diferen cia de color, yo conside­
ra b a como m is herm anos. No eran tampoco mis
m óviles exclusivam ente humanitarios-, pues sentía
u n a noble curiosidad científica, un vivo deseo de
hacer en sayos y experim entos sobre esta nación,
p a ra dfeducir principios gen erales de arte político.
E n estas sociedades p rim itivas, los órgan os están
m ás desligados y las funciones se presentan de una
m an era m ás descarn ad a, perm itiendo a un m edia­
no observador descubrir ciertas leyes de carácter
elem ental, base de toda ia estática y la din ám ica
políticas.
Mis prim eros esfuerzos se encam inaron a re sta ­
blecer la disciplina, m ilita r de ios destacam entos
del N ordeste, que se h ab ían negado a p roclam ar a
m ÁNGEL G A K IV E Í.

M ujanda, E sta proclam ación no tenía p a ra ellos


ningún interés, porque las racion es las recibían di­
rectam ente de las ciudades próxim as, y éstas no
d ejaban de en treg a rlas con puntualidad. Yo dis­
puse que todas las ciudades, sin distinción, p a g a ­
ran el im puesto al rey, y que éste en tregara de
sus fondos la s soldadas. T a l sistem a h u b iera sido
m uy penoso cuando los pagos se hacían en espe­
cies, y p a recería adem ás inútil en viar los c a rg a ­
mentos a la corte p a ra reen viarlo s desde la corte a
la fro n te ra ; pero con auxilio de los ru ju s era sen­
cillísim o, y ofrecía la v e n ta ja de perm itir a los
ru a n d a s la com pra d ia ria de sus provisiones. Sin
em bargo, la m edida produjo- gra n descontento en
la s ciudades y en los c u a rte le s; en las ciudades se
tem ía que, si el re y se olvidab a de p a g a r a tiempo
oportuno, se am otin aran la s tropas y saq u earan
la s haciend as p a rtic u la re s ; en los cuarteles se re ­
chazaba esta intervención d esu sad a de la autoridad
real, y se m an ifestab a un desconocim iento absolu­
to del m ecanism o de la com praventa. Hubo v a ria s
a so n ad as m ilitares, y cinco destacam entos, el de
U n ya, el de Uquinclu, el de Mpizi, el de U rim i y
el de Viti, puestos de acuerdo y dirigid os por el
jefe de este últim o, el gu errerazo Quizigué, de quien
no h ab ía yo encontrado aún el medio de deshacer­
me, se d eclararon en abierta rebeld ía e intentaron
a p o d erarse de M aya. L a s ciudades de la orilla iz­
q u ierd a del « o nos en viaron refuerzos, e iba a co­
m enzar la g u e r r a ; pero antes acudí a un h áb il re ­
curso, que hizo inútiles los procedim ientos de fu e r­
za y evitó la siem pre dolorosa efusión de .sangre.
Publiqué, firm ado por M u jand a, un edicto annn-
ciando que si las tropas su b levad as vo lvían a sus
cuarteles no su friría n nin gún castigo, y que en
adelante se d ob laría ia ración a todo el ejército,
pues ésta, y no otra, era la id ea dei rey ai tom ar a
su cargo ei abono de los sala rio s. L a obediencia
fué inm ediata, v p a ra m ayo r g a ra n tía y demos­
tración de n u estras prom esas se hizo u n a entrega
an ticipada.
E ste ejemplo decidió a los reyezuelos rem isos
en el cum plim iento de sus deberes a a c a ta r al
nuevo rey, quien p a ra ga n arle s m ás ia voluntad
les perdonó los atrasos, y como térm ino feliz de la
pacificación acordó la condonación de un mes de
im puesto a todas las ciudades. Siem pre ala b aré el
patriotism o de todas las clases de este país, y el
espíritu de sum isión de que dieron repetidos ejem ­
plos en época tan azarosa. B ien es verdad que si
de un modo rudo y grosero se hubiese exigido a
ca d a un o de los ciudadanos la en trega de u n a
parte de sus bienes, acaso la solución de la crisis
se re a liz a ra m ás lenta y d ifícilm en te; pero en tal
caso la responsabilidad sería del gobernante in ­
hábil, que no h ab ía sabido revestir sus m edidas de
esa fo rm a suave y poética que tanto a g ra d a a la
im agin ación popu lar. Aun la conducta de las tro ­
pas, que p a recerá un tanto interesada, ia encontré
dign a de aplau so, porque re velab a un g ra n am or
a l orden y a la estabilidad. I ía v organ ism os que a s­
p ira n a cam b iar de p o stu ra con d em asiad a fre­
cuencia, y que son un germ en de continuos tra s­
to rn o s; h a y otros m ás sensatos, que sólo cam bian
p a ra m e jo rar, y a ellos pertenece el ejército ruan-
d a ; por esto no aceptaron la innovación en el sis-
ÁNGEL G A N IV E T

teína de pagos h asta que vieron que les producía


algún beneficio.
Este levantam iento m ilitar, tan noblemente al lo­
gad o por sus m ism os iniciad oras, fué motivo de un
suceso feliz, de un hecho que fo rm a rá época en la
h istoria nacional. A penas quedaron lib res las fron­
teras de los distritos de U rim i y M pizi, comenza­
ron a in va d ir el p a ís num erosas tribu? de aspecto
m isérrim o, h am brientas, desnudas y fa tig a d a s por
la rg a s m arch as al través de ios bosques. L o s re y e ­
zuelos reclam aro n au xilio p a ra exp u lsarlas, y los
sublevados se disponían y. en viar fu erzas p a ra des­
tru irla s, P ero , realizada, la sum isión de los rebel­
des, yo me d irig í a Jos p a ra je s in vadid os so pre­
texto de com batir personalm ente a los intrusos y
con ánimo de en tab lar negociaciones. P ro ced ían
estas trib u s de los bosques del Norte de M aya, y
quizás a lg u n a s ven ían desde las forestas del alto
Congo, y desde los bordes del A ruvim i, hostigadas
por los tratan tes árab es que dom inan toda esa v a s ­
ta re g ió n ; sus tipos oran m uy diversos, pero la
diferen cia p rin cip al estaba entre des, que repre­
sentaban, sin ningún género de dada, dos razas
m u y distintas : u n a m u y sem ejante a ios puros in ­
dígen as m a y as, habitantes del bosque, y otra de
estatu ra m ás pequeña y de ra sg o s m uy análogos a
los de la ra z a acca, al Norte de] A ruvim i. Sin em­
bargo, los exploradores han exagerad o estos ra s ­
gos, puesto que los accas no son, ni con mucho,
.liliputienses; su ta lla es como dos tercios de !a de
un hom bre o rd in a rio ; su color es moreno verdo­
so, como el de todas las tribus que viven a la som­
b r a ; su in teligen cia es viva, y su agilid ad extraor-
LA C O N Q U IS T A DEL líE IN O DE M A YA U 3

d iñ aría . Segú n me dió a entender uno de ios jefes


(pues su idioma, me eva desconocido), venían en
son de paz buscando refugio contra las persecucio­
nes de unos hom bres de tipo extraño que habían
llegado por Oriente.
Yo p ersu ad í a Mu jando p a ra que les permitiera
establecerse, y a crue nuestro reino era m uy exten­
so y el núm ero de los in vasores no tan gran de que
ios h iciera tem ibles ; cuanto m ayor fuera el núm e­
ro de sus súbditos, m ayores serían sus gan an cias,
y en la s ciudades n ad a tendrían que padecer por
ki vecindad de estas gentes pacíficas. A sí, pues,
fué acordado adm itirlos, y yo, por mi parte, les
anuncié que a v is a ra n a sus congéneres que aún
quedaban en ei exterior antes que se c e rra ra la
fron tera. E n menos de dos m ese3 penetraron en el
p a ís más de sesenta m il personas, esto es, una
cu arta parte de la población que yo calcu lab a en
todo el reino, E sta g ra n m asa h um an a íué d istri­
buida en cinco g ru p o s: uno fo'i-mado por los ac-
cas, en núm ero de diez m il, quedó cerca de M aya,
sostenido a n u estras e x p e n sa s ; de los cuatro res­
tantes, de ra z a común, a los qae el pueblo llam ó
u am ye ra s, «hom bres del río»!, uno se estableció al
Norte, fint,re Viti y Mpizi, y !os otros tres al Sur,
entre Tondo y Ñ era, todos en el bosque. Según el
convenio hecho, recibieron a lg u n as provisiones y
reyezuelos de n u estra n a ció n ; ios tres h ijos m ayo­
res del listísim o Sungo, y el único hijo sobrevi­
viente del cabezudo Q uiganza, fueron favorecidos
con estos cargos.
Respecto de los accas, un plan m ás vasto h abía
surgido en mi mente. E ra p a ra mí incuestionable
144 ÁNGEL G A N IV E T

que u n a restau ración no podía ser perfecta m ien­


tras no se aceptase algo de lo que se h ab ía hecho
d iñ an te el período de gobierno ilegítim o. Gober­
n ar es tra n sig ir, y yo buscaba con a fá n la s perso­
nas o el partido con quien pu d iera acord arse una
honrosa tran sacción . E n la cuestión del reparto
territo ria l no era posible tra n sig ir, porque los m is­
mos reform adores habían tolerado que q u ed ara sin
efecto, y ahora, con la presen cia de los nuevos co­
lonos, la división se ría m ás difícil, por no decir
de todo punto irre a liz a b le ; la cuestión relig io sa
era m uy dad a a conflictos, y adem ás Viaco la h ab ía
retrotraído a su a n tigu a pureza, con aplauso ge­
n eral. Realmente, este extremo lo consideraba yo
perfecto, y n ad a necesitado de m ejoras ni de com­
ponendas ; lin a religión que afirm a la existencia de
un ser su perior o supraierren o , fuente de bienes y
de esperanzas, y de un ser in ferio r o subterráneo,
fuente cié m ales y de terrores, es u na religión com­
pleta, especialm ente si cuenta, como la cic los m a ­
yas, con ritos externos, que proporcionan de vez en
cuando a lg u n a expansión a los espíritus y algún
repaso a los cuerpos.
P o r tanto, no quedaban m ás que dos puntos de
tran sacción. E l prim ero, reconocer que U rim i, la
ciudad sin cam inos, h ab ía tenido algún fundam en­
to p a ra asociarse a V iaco y perm itir, como a sí se
hizo, que con tin u ara usando la s sendas ab iertas
sin autorización, cuando el régim en ensi fue ab an ­
donado, E l segundo, y m ás im portante, conceder la
libertad a los siervos. L a m a y o ría de éstos h abía
entrado de nuevo en Ja servidum bre con aparente
sa tisfa cció n ; m as era de tem er que bajo esta fa lsa
LA C O N Q U IS T A D EL R E IN O DE M AYA 145

a p arien cia se ocultase un juego peligroso. Los des­


tacam entos sublevados en tregaron a l hacer la paz
einco siervos in cendiarios, entre ios cuales se con­
taba el dorm ilón V iam i, únicos que h abían podido
escap a r a la fu ria del dentudo Menú. Estos cinco
siervos represen taban, a mi juicio, u n a m inoría
vencida, siem pre dign a de respeto, y con ella me
entendí p a ra h acer la tan deseada transacción.
Se acordó que los cinco siervos, con sus fam ilias,
fun d asen una nueva ciudad, que lle v a ría el nom­
bre de Lopo, entre U n y a y M aya, en la o rilla dere­
cha del M yera. E sio s siervos, y los que se fueren
agregando, recibirían como presente u na fam ilia
acca, y los dueños de los siervos que reclam aran
su libertad recib irían igualmente dos fam ilia s en a­
n as. De esta m an era se a b ría u n a p u erta para, que
la lib eración se fuese poco a poco realizando, sin
perju icio de nadie, h asta lle g a r a la. com pleta abo­
lición de u na costum bre ofen siva p a ra el. decoro
del hombre. E n cuanto a los enanos, su interés
m anifiesto estab a en no m orir de ham bre, y se con­
fo rm a rían con ia servidum bre hallándose en un
p aís de hom bros m ás altos, m ás fuertes y m ayores
en núm ero, y desconociendo la len gu a que se les
h ablaba. Un año lard é en in vertirlo s a to d o s: a
cada reyezuelo le fueron en viad as cincuenta p a re­
ja s , y a ios que gobernaban ciudades a cielo descu­
bierto, cincuenta, m ás p a ra los tra b a jo s agríco la s ;
y era tai la fecundidad de las m u je rcillas accas,
que en cinco años se h ab ía duplicado el número
de los nuevos siervos. Y o tomé a mi servicio cuatro
reyes y cuatro rein as, y en ese período de tiempo
aumentaron su familia con veinticuatro príncipes.
ÁNGEL G A N IV E T

Entretanto, los u am ye ra s se p ropagab an también


m uy rápidam ente y fu n d ab an cuatro graneles ciu ­
dades, que se lla m a ro n : la del Norte, B an go la , y
las del Sur, R acu ru , M alu si y M uvu.
L a ciudad libre de Lopo se desarrolló con m ás
lentitud, porque los antiguos siervos no llevaban
de ordinario m ás que u n a esp o sa; casi todos se
proveyeron de m u jeres enanas p a ra acrecen tar su
fa m ilia ; pero el cruce de ra za s no fué m uy feliz.
L a fundación de esta ciudad proporcionó a M u­
ja n d a una in esp erad a ven taja, pues, ap arte de Ja,
no pequeña de se p a ra r de M a y a y de otras ciudades
elementos perturbadores, los libertos nos descarga-
ron cíe! peso del dentudo Menú. liste, creyendo que
en Lopo podría con tinuar explotando a los s ie r ­
vos, que aflu ían en g ra n núm ero, m ás que por su
voluntad porque sus dueños los despedían p a ra re­
cibir en cambio la s dos fam ilia s enanas ofrecidas,
solicitó ser nom brado reyezuelo, y a los pocos días
de su llegad a fué asesin ado, no se supo por quien,
a la pu erta de su palacio. lil listísim o Sungo fué
a substituirle y a restablecer ei ord en ; y M u jan ­
da, na.da torpe en esta ocasión, confiscó en prove­
cho propio la s gran d es riquezas de Menú, sin ex­
clusión de su fam ilia.
Aún no h ab ía cum plido el nuevo rey un precep­
to trad icion al en este p aís, Ja visita a todas las
ciudades y cuarteles del reino, después que h a te­
nido lu g a r la proclam ación y el recibim iento en
la corte. M u jan d a estab a deseoso de cum plir este
grato d eb er; parque, in saciab le de riquezas, soñ a­
ba con los regalo s que recogería en su e x c u rsió n ;
el pueblo pedía con in sistencia que la visita se rea-
LA C O N Q U IS T A D E L R E IN O DE M A YA 147

íizara., porque existe la superstición de que el súb­


dito que mueve sin ver a su re y es m u y m al reci­
bido en las m ansiones de R u b ango. A esto se a g re ­
gab a el miedo de que ei m al recibim iento fuese to­
d avía peor por h aber aceptado un re y ilegítim o.
Muchos se v a n ag lo ria b an de no h ab er visto a V ia ­
co, y algunos decían verdad ; los que conservan
la pureza de las tradiciones son en este p aís tan
exagerados en m a teria de legitim id ad real, que la
presencia soia de un re y u su rp ad or les turba y les
liace llo r a r ; m ientras que la contem plación de un
rey legítim o les in u n d a de p lacer y les hace llo rar
asim ism o, pero de a le g ría . Después de m uchas pró­
rrogas, fun d ad as en m is p lanes secretos, a,consejé
por íln a M u jan d a que h iciera la visita, quedán­
dome yo en la corte al frente del gobierno y d án ­
dole instrucciones p recisas sobre lo que debía hacer.
A cada reyezuelo que le h icie ra a lg ú n regalo, de­
bería en tregarle cinco r u ju s ; a ca d a destacam en­
to milita]', u n a sold ad a e x tra o rd in a ria ; a cada
consejero, un r u ju ; a los pueblos les p e rd o n a ría seis
entregas en especie, de la s que hacen a d iario a
las autoridades. E r a preciso h acer ver que con
ningún re y se obtendrían tantos beneficios como
con M u jand a, y el medio dem ostrativo, a fo rtu n a ­
damente, no nos costaba g ra n cosa. Pero el punto
culm inante de este v ia je no era tanto la entrega
de los donativos como i a p a rticu la rid a d de éstos,
nueva invención m ía.
Dos inconvenientes me h ab ía descubierto la ex­
periencia en los ru ju s a n terio re s: uno, el v a lo r ex­
cesivo do cad a pedazo de piel, y otro, el m ás g r a ­
ve, la aglom eración del ganad o en n u estra provin-
UB ÁNGEL G A N IV E T

cía, cuyos prados no bastaban y a p a ra contenerlo,


y menos p a ra alim entarlo. No todos los distritos
poseían gan ad os, y en éstos la s tran sacciones eran
im posibles, porque ios m a y a s no habían caído en
la cuenta de se p a ra r el v a lo r ñgu rado de los ru ­
ju s de su va lo r equivalente en otras esp e cie s; a u n ­
que u n a ca b ra valiese un onuato de trigo, no se
h ab ía ideado ei recurso de cam b iar un ru ju de ca­
b ra por un onuato. E n los destacam entos m ilitares
cam biaban los ru ju s por ganado, y después, cu an ­
do e ra preciso, éste por otros artículos. De aquí
mi id ea de estam par nuevos ru ju s y de ap rovechar
et v ia je del re y p a ra lan zarlos, con éxito seguro,
a la circu lación . P ero tampoco pude pensar, ni
por un momento, que los nuevos grab ad os repre­
sen ta ra n directam ente la s especies, porque, ni era
posible fig u ra r el trigo, el m aíz o la s liab as, ni
su bstitu ir la s figu ras por inscripcion es que no to­
dos sa b ría n leer y que no tenían ia fu erza a rtís ­
tica su gestiva de la representación pictórica. Acudí,
pues, a otro medio e hice tres troqueles en ios que
representé u n a m u jer desnuda y obesa, cuyos pe­
chos ca ía n h asta las r o d illa s ; un hombre, p orta­
dor de un c a rc a j, a ia u san za de los gu erreros, y
un niño desnudo, sentado en el suelo, ju gan d o con
la tie rra . E l secreto de mi invención estaba en que,
ab olid a la servidum bre de los in d ígen as, 370 h ab ía
medio de u tiliza r estos ru ju s sino cam biándolos
por sus antiguos valo re s rep resen tativo s; u n a m u­
je r v a lía por su precio dotal {pues la m u jer no se
compró nunca como sierva), de tres a seis onuatos
de trigo, que es la sem illa m ás abundante y la que
«irve de re g u la d o r; un siervo, de dos n cuatro onua-
LA C O N Q U IS T A D EL U E IN O DE M AYA 149

tos, y un niño, medio onuato, o sea u n a fan e g a de


A vila.
E l éxito de m is nuevos ru ju s fué completo, y en
adelante todas la s especies, re g u la d a s por el trigo,
fueron objeto de com praventa, y la circu lación fidu­
cia ria llegó a represen tar la m itad de la riqu e­
za del país, pues, a p arte de la que estaba en con­
tinuo m ovim iento, h ab ía u n a g ra n cantid ad desti­
n ada a usos ñjos. No h ab ía ca sa regu larm ente
acom odada que no tuviese como p rin c ip a l adorno
en Jas habitaciones de reunión nocturna, a modo
de g a le ría s de cuadros, u n a serie com pleta de ru ­
ju s, de la s siete clases de em isión, con preferen cia
los de m ujer. E sta s incipientes aficiones artística s
las exploté yo, va ria n d o los tipos fem eninos h asta
el núm ero de ocho, pues sabía, que c a d a nuevo tipo
representaba una cantidad enorm e de onuatos de
trigo en los gran ero s reales. Los ricos, que antes
enseñaban con orgullo sus montones de sem illas, y
sus m an ad as de va ca s y de cab ras, ah o ra introdu­
cían al visitan te en su c á m a ra fa m ilia r, y le ense­
ñaban la colección de ru ju s colgados de la s p a re­
des. A sí inm ovilizaban g ra n p arte de sus bienes,
que p a sab an a m anos de M u jan d a. Los ru ju s de
m ayor circu lació n eran Jos de fig u ra de niño, u ti­
lizados p a ra la m ayo r p arte de los cam bios.
L a prosperidad de la h acien d a del rey y de io,
general, puesto que un re y rico distribu ye entre
sus súbditos, aun siendo tacaño, como M u jan d a,
m ás que pueda d istrib u ir un rey' pobre, no bastó,
sin em bargo, a a q u ie ía r Jos ánim os de im a m anera
perm anente, de donde saqué yo en claro u n a vez
más, que la felicidad de un pueblo es cosa im posible
ÁNGEL GAMTVET

de conseguir. B ien es cierto que las m edidas adop­


tarlas eran la s prim eras, la s perentorias, y que
aun conservaba yo p re p arad as p a ra después otras
de m ayo r trascend en cia, que quizás a lc a n z a ría n
lo que la s p rim eras no habían a lc an z a d o ; pero no
era indicio tran q u ilizad or que ia recom pensa in ­
m ediata de m is esfuerzos fu e ra la in gratitu d y la
enem istad de los que recib ían de m í tantos benefi­
cios. Todo el pueblo m u rm u rab a en voz b a ja , a cu ­
sándom e de abusos y de robos, porque suponían,
dem ostrando con ello ser capaces y aun estar de­
seosos de hacer lo que me im putaban, que, sien ­
do yo el autor cíe los ru ju s, mi riqu eza podía aum en­
tarse a mi a r b itr io ; los u agartgas y pedagogos me
a cu sab an de d ila ta r la provisión de Jos cargos de
consejero, p a ra ser solo en el torpe ánim o y en la
flo ja voluntad de M u jan d a, y este m ism o llegó a
sospechar que yo cam b iaba ru ju s por mi cuenta y
me en riqu ecía a expensas reales. No le b astaban
los inm ensos bienes acum ulados por mi buen in ge­
nio, sino que su a n sia envidiosa se extendía h asta
los míos, que si, a, decir verdad, aJgo y mucho h a ­
b ían crecido con mis tra b a jo s de grab ad or, no eran
suficientes p a ra recom pensar m i inteligen cia y mis
esfuerzos. Yo percibía, oído avizor, estos prim eros
Jeves rum ores, y me ap resu ré a aca lla rlos con
abundantes d ád ivas a los pobres, en la seguridad
de que éstos, al menos, cederían m ien tras estuvie­
ra n ocupados en d igerir m is d o n a tiv o s; pero com ­
prendí que al!í b a d a g ra n fa lta u n a refo rm a o r­
g á n ica . E l equilibrio político, indispensable p a ra
la buena, marcha, de! gobierno, se h ab ía roto en
beneficio del rey y de los siervos, y en daño de la
LA C O N Q U IS T A DEL R E IN O HE MAYA 151

oíase media, y h ab ía que restablecerlo por cu al­


q u iera de los medios que se em plean p a ra restab le­
cer el equilibrio ds u n a b a la n z a : o quitando del
platillo que tiene de m ás, o añadiendo al que tiene
fifi menos, o partiendo la diferencia. Esto último,
que era lo m ás justo, me pareció desde luego lo
m ás im practicable y io m ás expuesto a d esatar las
en vidias y los odios. El sistem a de aligerar el p la ­
tillo m ás pesado, ofrecía, adem ás de las resisten ­
cias n atu rales en quienes viesen dism inuidos sus
privilegios, otro peligro m ás g r a v e : si los desequi­
librios eran m uy frecuentes, y hoy se qu itaba de
ira lado y m a ñ an a del otro, siguiendo con constan­
cia el m ism a procedim iento su bstracü vo, 110 ta rd a ­
ría n en qu ed ar los dos platillos vacíos. No había,
pues, otro recurso que el de n ivelar, añadiendo
donde fuera m enester. Este últim o sistema, no ofre­
cía m ás inconveniente que u n o : aum entando sin
cesar los privilegios, hoy a unos, m añana a otros,
siem pre p a ra con servar el ansiad o equilibrio, no
ta rd a ría en ser tan enorme el peso total que se
tro n ch ara ei eje de la b alan za gubernam ental y
todo v in ie ra abajo. Pero como esta, catástrofe,
aunque posible, no sería inm ediata, y acaso o cu rri­
r ía cuando yo hubiese muerto, me decidí desde lu e­
go por el criterio aum entativo, y con arreglo a él
me dispuse a re d a cta r u n a Constitución.
CAPITULO XI

Continúa la restau ració n . — R efo rm as in trod ucidas


en el m ob iliario y en la in d u m en taria.—Invención
de la pólvora.

Seis meses duró la au sen cia de M u ja n d a ; pues


aunque el v ia je h u b iera podido term in arse en me­
nos de la m itad de tiempo, el re y se com placía en
p rolon gar sus v isita s m ás de lo que con viniera a
su alta, dignidad. Los súbditos no se h artab an de
ver a su legítim o soberano, y el soberano no se h a r­
taba de v iv ir a costa de sus sú b d ito s; y el único
atractivo que podía apresura.!' el regreso del rey a
M aya, el am or de sus esposas, estab a n eu traliza­
do por otro de ig u a l fuerza, porque los reyezuelos
y proceres, conocedores de la afición de M u jan d a ai
sexo fem enino, le ofrecían la flor de sus harenes,
deseando recoger en cam bio algú n vastago regio.
En este punto, sin em bargo, les defrau d ó su sobe­
rano, que en la corte y fu e ra de ella dió señales de
que n u n ca .tendría sucesión.
M ientras tanto yo continuaba en M a y a en car­
gado del gobierno y dedicado a im p la n tar a lg u n a s
reform as m enudas, p relim in ares de otras m ás im-
ÁNGEL G A N IV K T

portantes, cu y a ejecución req u ería ciertos datos


que el rey, por encargo mío, h ab ía de recoger en
todas las localidades, y reu n ir en un acta confiada
a la p ericia de un pedagogo, que juntam ente con
cuatro u a g a n g a s form aba parte de la re a l com i­
tiva. Sólo tuve que aban don ar m i puesto dos veces
p a ra a sistir a dos cerem onias ju ríd ica s, u n a en
U p ala, con cuyo motivo volví a ver a l corredor re ­
yezuelo Cliuruqui, y otra en Lopo, la naciente ciu­
dad cread a por mi fam osa transacción , donde el
listísim o S an go se ve ía y se deseaba p a ra conser­
v a r el orden entre sus díscolos conciudadanos. Sólo
la pesca en el río h ab ía podido lib ra rle s de m orir
de ham bre, porque estos antiguos siervos m an ifes­
taban u n a invencible aversión a i cultivo de la tie­
rra , del que h ab ían hecho cargo a sus siervos fina-
n o s ; pero los hom brecillos accas, unos solos, otros
con sus fam ilia s, se h ab ían fugado de Lopo y re­
fugiado en la vecin a ciudad de B a n g o la ; el re y e ­
zuelo Asato, el luí o del cabezudo Q uiganza, les h a ­
b ía concedido am paro y los h ab ía distribuido entre
los u am yeras, sus súbditos, en calid ad de siervos,
sin que hasta ei d ía uno solo h u b iera vuelto a. a p a ­
recer por su an tig u a m orada. L a cau sa de esta
fu g a eran, como ocurre de ord inario, la s m u je re s:
los am os qu erían ap ro p iarse las esposas de su s
siervos (que, aunque enanas, no d e ja b a n de apete­
cérseles), y éstos, conform es en p re sta rla s a su se­
ñor, se n egab an a cederlas por completo. Muchos
am os, irritad o s por la resistencia., h ab ían im puesto
duros castigos, y en a lg ú n caso h ab ían dado la
m uerte a los pobres accas, que, aterrorizados, es­
caparon como pudieron, m ientras los crim in ales
LA C O N Q U IS T A DEL HEINO D E M AYA 155

quedaban im punes, porque la ley no decía n ad a so­


bre estos hechos. L a población estaba excitadísi-
m a contra los de B an go la, a quienes se conside­
ra b a como extran jero s y enem igos, y deseaba la
m uerte de u n a m u je rcita acca, m u y joven y g ra ­
ciosa, a cu sad a de haber asesinado, durante el su e­
ño, a su señor p a ra v e n g ar la m uerte de su m arido.
E n la ley an tig u a se reconocía la legitim id ad de
la vengan za person al entre gentes de ig u a l condi­
ción ; por venganza., un hombre libre podía m a tar
a un hombre libre, y un siervo a otro siervo. S i
la condición era distin ta el crim en no e ra legíti­
mo, y el a u tor debía en castigo, si era hombre lí ­
bre, lib ertar a toda la fa m ilia del m uerto y p a g a r
un a m ulta al rey, y si era siervo, su frir la últim a
pena. E l problem a planteado era difícil, porque
la opinión común n egab a a los accas la dignidad,
personal'; y aunque p a ra este caso se les consideró
como personas, quedaba aú n otro punto obscuro.
Un siervo establecido en Lopo, libertado por su
dueño sin cum plir la s fo rm alid ad es an tigu as, ¿e r a
siervo como antes p a ra los efectos de la ley penal,
o gozaba de los p rivilegio s del hom bre lib re? E r a
clarísim o en el caso presente que la condición civil
h ab ía varia d o , porque la tran sacción borró de he­
cho los an tigu os procedim ientos p a ra m anum itir,
y que la en an a debía su frir la pena de ios siervos,
en cuyo lu g a r se encontraban los individuos de su
especie. Y o condené a m uerte a la in trépida heroí­
na', m as para, lib ra r la hice saber que en la corte
no h ab ía reos p a ra el próxim o a fu iri y que deseaba
llevárm ela. E sta s tra n sfe ren cias de víctim as de u n as
ciudades a otras eran m uy frecuentes, porque en
156 An g e l g a n iv e t

ninguno, se q u ería celeb rar el día m untu sin d e rra ­


m am iento de s a n g r e ; pero en el momento actu al
m i decisión produjo m alísim o cfectOj y la plebe se
en cargó de revo carla, am otinándose, apoderándose
de la reo y sacrificán d o la acto continuo.
Yo regresé a M a y a disgustado por estos procede­
res, y p a ra ca stig a rlo s, de acuerdo con el listísim o
Sungo, envié a los jefes do los destacam entos do
V iti y de U n y a orden de a ta c a r a Lopo. A l m ism o
tiempo, p a ra m i tran qu ilidad, encargué a Sungo
que aprovechase la ocasión de m atar a Quizigué,
del que le dije tem er un acto de re b e ld ía ; a l fre n ­
te del destacam ento de V iti colocaríam os a Asato.
el hijo de Q uiganza, m ás aficionado a la s a rm a s que
a l go b iern o; Sungo p a s a ría a gob ernar la gra n
ciudad de B ango] a, populosa y fru ctífe ra como
M aya, y su lujo cuarto, deseoso de obtener alg ú n
cargo, q u ed aría de reyezuelo en Lopo. Tan exten­
sa com binación so realizó en seis d í a s ; Lopo quedó
medio en ru in as, y Cañé, el hijo de Sungo, encon­
tró dism inuidos sus súbditos en u n a m itad, pero
m ás dóciles p a ra som eterse a sus m andatos.
E l gobierno in terio r de la cosa real, a. faliu de
h ijos, co rría a cargo de la m adre de M u jan d a, la
su lta n a Mpizi, «la hiena», lla m a d a a sí porque su
am or de m adre era tan intenso que, habiéndosele
m uerto un lujo, le dió p iad o sa sepu ltu ra en su pro­
pio estóm ago. Como en M ay a las atribuciones do­
m ésticas de un re y no están perfectam ente deslin­
d ad as de la s facu ltad es públicas, tuve que enten­
derm e, p a ra evitar conflictos de ju risd icción , con
el am a riel palacio, y de aquí nacieron ciertas re ­
laciones íntim as y censurables, no deseadas por
LA C O N Q U IS T A D E L R E IN O DE M A Y A

mí, en verdad, que si fueron benéficas p a ra ia m a r­


cha de los negocios públicos, no d ejaron de produ­
cir m urm uraciones y críticas en todas las clases
sociales. Desentendiéndome de ellas yo continué
m is tra b a jo s de restau ración , deseoso de contri­
buir, con cristiano desinterés, a, la felicidad de los
que tan ta m alquerencia me m ostraban, y comencé
por a lg u n a s reform as de carácter doméstico,
Mi p rim era innovación íué en el lecho, que era
m uy in cóm odo; se red u cía a u na ta rim a estrecha
y a la rg a d a , puesta a l ra s del suelo de p iz arra, m ás
pro pia p a ra qu eb ran tar los huesos que p a ra repo­
sarlo s. C onstruí p a ra mi uso un catre de tije ra , e
hice rellen ar de plum as dos colchones anchos y una
alm oh ada, y con estos elementos compuse un lecho
blando y aseado sobre el cu al se podía dorm ir bea­
tíficam ente. M is esposas, y a por curiosidad, y a
por deseo de agrad arm e, solicitaron tener cam as
como la m ía, y yo, instruyendo a los veinte accas
que ten ía a mi servicio, cu yas facultades im itati­
vas estaban m uy d esarro llad as, les hice construir
catres p a ra todas, en tanto que ellas m ism as se
cuidaban de hacer los colchones y la s alm ohadas.
E n el prim er d ía muntu que subsiguió la novedad
se hizo pública, y en todas la s fam ilia s entró el
deseo de gozar del precioso invento. Yo 110 hice de
él n in gú n m iste rio ; al contrario, deseaba que se
gen eralizara y que conocieran la s com odidades que
producía, p a ra que se m o straran m ejor dispuestos
a recibir las reform as que vend rían después. Mis
esperan zas, sin em bargo, no se realizaro n por el
momento, y conform e se extendía el uso dei catre
de tije ra , se ib a aum entando la nv{lnu"»-''nc.,in de
158 ÁNGEL G A N IV E T

m is con ciu dadan os; porgue, acostum brados a dor­


m ir casi en el suelo, solían, cuando les m olestaba
el calor, rod arse instintivam ente fu e ra del lecho y
dorm ir sobro la fre sca p iz a r ra ; y cuando com en­
zaron a hacer uso del catre, todas las noches se
caían de él, y m uchos se h ac ían contusiones, de;
la s que yo, sin cu lpa real, era el único respon­
sable. E ste mismo inconveniente lo h ab ía n sufrido
m is m ujeres, pero no se h ab ían atrevido a q u e ja r­
se, y yo lo rem edié aconsejando el uso de lig a d u ­
ra s al pecho y a las piernas. O tra de la s contras
de mi innovación era su costo excesivo, que p a ra las
fam ilia s nu m erosas se elevaba a u n a fortuna, pues
el precio de cada juego completo no b a ja b a de cin­
co ru ju s pequeños, o sea dos onuatos y medio de
trigo. P o r últim o, en la s noches de calor, el lecho
de plu m as se les h ac ía insoportable, y m ás in so­
portable aún cuando los insectos, abundantes en
estas latitudes, se co n ju raro n tam bién contra mi
reform a. E l tiempo se encargó de desvanecer estos
m a le s ; la s p lu m as fueron substituidas por gran zo ­
nes m ajados, que antes se perdían en los ra stro ­
jos y que no costaban más que la m olestia de re­
co g erlo s; se empleó otra m ad era m ás du ra, que
resistía, ios ataqu es de los in se c to s; en sum a, el
catre de tije ra , con sus accesorios, se aclim ató en
el país, y los rudos cuerpos de ,sus h abitantes creo
que me lo a grad ecerán etern am en te: pero mi re ­
com pensa fué un larg o período de im popularidad,
de la que participó el dios R ubango, de cu yas m an ­
siones decía yo, así a propósito de éste como de
todos m is inventos, h ab er traído la s n u evas ideas.
R esuelto a seg u ir con tenacidad la obra empren-
LA C O N Q U IS T A DEL ÍÍE IN O DE MAYA

elida, dedicaba lodo el tiempo a p re p a ra r sorpre­


sas, y no p a sab a d ía munt.u sin que m is m ujeres,
vehículo inconsciente de la regen eración de su p a ­
tria, llevasen a la colina alg u n a nueva relación,
que los in d ígenas, sin d e ja r de h ab lar contra, mí,
escuchaban con in te rés; no h ab ía fiesta com pleta
si fa lta b a la com idilla h ab itu al, la ú ltim a cosa que
el Ig a n a ig u ru h ab ía pensado por in sp iración de
K ubango. Y no era lo menos interesante de estas
escenas la form a de que se v a lía n mis m ujeres
p a ra explicarse, y el público p a ra com prenderlas,
siendo casi todas las novedades tan fu era de los
lisos y del vocab u lario del país. Después del lecho
sigu ieron la m esa y la silla. E n el p a ís sólo era co­
nocido el taburete p a ra sentarse, y p a ra com er, el
suelo ; de ordinario, los hom bres com ían de pie, y
las m u jeres sen tadas, y en cuanto al uso de la
v a jilla , e ra m u y lim itado, porque los alim entos son,
por lo general eecos y se sirven a la m a n o : p astas
de trigo, de m aíz o de m anioc, fru tas, legum bres,
huevos, pescado seco, y alg u n a vez ta sa jo s de c a r­
ne asad a, son los platos ordinarios. E l uso de la s
sillas y la s m esas producía u n a ve rd a d e ra revolu­
ción en Jas costum bres, y tuvo encarnizados p a r­
tidarios y d etracto res; en cuanto a la silla, la v a ­
riación p rin cip al estab a en el respaldo, abso lu ta­
mente desconocido en M aya, y lo v e n ta ja sobre el
simple taburete era innegable. L a s m u jeres, que p a ­
san ei d ía sentadas, se d eclararon en mi f a v o r ;
pero los hom bres estab an en contra porque su cos­
tumbre era sentarse en el b ajo taburete o en ei
suelo, cru zar los brazos alrededor de la s rod illas y
echar la cabeza sobre éstas p a ra d escan sar o dor­
100 ÁNGEL G A N IV E T

m ir. T a i p ostu ra Ies p a rec ía m ás cómoda que p e r­


m anecer tiesos sobre las n u evas s il la s ; y en cuan ­
to a retrep arse no h ab ía que p ensar en ello, por­
que se m areab an y au n se d esvan ecían m irando
un poco tiempo h acia a rrib a . E l p rin cip al motivo
de ia oposición estaba,, sin em bargo, en que, ju n ­
tam ente con la siü a y la m esa, apareció la id ea de
a p lica rla s a la s com idas fam iliares.
Yo h ab ía dispuesto, p a ra no aburrirm 'e a solas,
que en el patio del h arén se colocara una la rg a
m esa, capaz p a ra m is cincuenta m ujeres, y que
en torno de ella, todos sentados, hiciéram os la s co­
m idas en común. Los siervos se en cargab an de en­
tretener a los niños y dei servicio de la m esa, y des­
pués quedaban libres p a ra comer, a su vez, en el
patio o en las g a le ría s exteriores de la casa., listo
ex ig ía dos interrupciones de la vid a aislada., sos­
tenida por la tradición.; pero no tne pareció im ­
prudente la reforma, porque, si antes se tem ía el
contacto de las m u jeres y Jos siervos, ah o ra que
éstos eran, con lig e ra s excepciones, de la ra za ena­
na, no h ab ía peligro, dado el desprecio con que las
m u jeres los consideraban. Sin em bargo, ios in d íge­
n as h ab ían conservado ru tin ariam en te la id ea de
que entre hom bres y m u jeres no debe haber re la ­
ción fu e ra del día muntu, y, aparte de esto, rech a­
zaban el pensam iento de fa m ilia riz a rse con sus es­
posas e hijos, de ig u a la rse con ellos, comiendo to­
dos los mismos alim entos, en la m ism a m esa y a
ia m ism a altu ra. L a costumbre autorizaba a l p a ­
dre a com er m ejor que los dem ás, y sólo los hijos
m ayores eran adm itidos en su c o m p a ñ ía ; la s mu-
-if’-rnc, ootnín.?! juntas, señoras y siervos, ¡na-
LA C O N Q U IS T A D EL ÍMÍÍNC) f>K M AYA Ü fl

dres e hijas, por turnoí: rigurosos de elección, y ios


siervos después de su señor, con los jóvenes aún
sometidos al cuidado de los pedagogos. H abía, por
tanto, tres comidas diferentes, según sexo, edad y
categoría, y en sustitución de ellas im p lan tab a
yo dos, haciendo caso omiso del sexo y la edad,
Las ventajas del nuevo sistema eran gran des ; las
comidas hecha.s en fa m ilia ad q u irían ciertos a tra c ­
tivos que no podían tener haciéndolas cada, cual
por se p a ra d o ; se ig u a la b a la condición de las m u­
jeres y de los hijos a la del padre, y se in stitu ían
dos lioras de reposo de las doce dedicadas al tra­
bajo o a los p a sa: lempos. En el sistema antiguo ia
comida era un m ero accidente, que no su spendía
por completo las faen as ni proporcionaba ningún
sola*. A pesar de Lodo esto, después de algunos
días de boga, mi proyecto fracasó , a rra stra n d o en
su caíd a Jas m esas, sillas y dem ás accesorios del
servicio que yo h ab ía ido a g re g a n d o ; sólo contadas
fam ilias, entre ellas la mía y la del rey, con serva­
ron en parte el nuevo uso, y m uchos vendieron los
muebles, que se convirtieron en olíjelos de adorno
y de distinción, siendo a sí que yo los introdujo con
propósitos ig u a litario s. Todos m is buenos deseos se
estrellaron contra la in cap acid ad de los m a y as p a ra
educarse en ei arte de comer, contra, el orgullo de
los jefes de familia y su errón ea creencia de que
sus m ujeres y sus h ijos no eran dignos de equipa­
rárseles, cont ra i a prevención que in sp ira b a el con­
tacto con los siervos, fuesen o no fuesen enanos.
P a r a ser completamente veraz, no omitiré que las
mismas mujeres, que al principio se mostraron p a r­
tid arias de la silla con respaldo, la rech azaron des-
n
ÁNCIEL G A N IV E T

pues y se negaron a com er en fam ilia por con servar


v ie jas preem inencias. L a s favo ritas, que eran la s
m ás influyentes, encontraban pi-eíeribic com er a.
solas, tum bados sobre una piel y eligiendo los a li­
mentos, con tal que sus com pañ eras de m enos p res­
tigio com ieran de las sobras y sentadas en su s ta ­
buretes o en el suelo.
P a r a recon quistar Jas sim patías dei sexo débil
acudí a un invento que uie desquitó con creces de
la caíd a an terio r y que adquirió en iodo el p aís
u n a rápida, p o p u la rid a d : ja s telas de colores. E n
M a y a sólo eran conocidos, y m uy im perfectam ente,
Jos colores rojo (o m ás bien encarnado) y v e r d e ;
el rojo se obtenía m ojando las telas en sangre de
búfalo, y ei verde, res i regando sobre ellas tallos y
1tojas de p lan ta s ju g o sa s que crecen en los bordes
del río. No obstante lo sencillo de 1a m an u factu ra,
e ra difícil b a ila r bellas tú n icas de c o lo r; éste se
d ab a antes de fo rm ar Ui prenda, cuando la tela está
en tira s estrechas, como de m edia cu arta, a modo
de pleitas form ad as con. fibras textiles del miombo
y de algunos otros árboles, m uy groseram ente en­
tretejid as ; de suerte que al u n ir estas tira s con un
cabo entrecruzado, dándoles vu eltas p a ra fo rm ar
un larg o m iriñaqu e (form a p rim era de las túnicas,
antes que el uso Jas a rru g u e y las aje), ei color no
qu ed aba compacto, sino m uy m al distribuido, y
m ás en las túnicas verdes que en Jas en carn ad as.
Yo re c u rrí a l auxilio de punzones de caña, por el
esfilo do la s a lm ara d a s que usan los talab arteros,
y pude form ar leías de gran ancho, de costuras
poco perceptibles, y componer túnicas de hechura
m ás fácil y airo sa. E sta s telas an ch as eran sometí-
LA C O N Q U IS T A DEL K G IN O D li M A YA lí » 3

das a la estam pación en una p re n sa ele m adera,


com puesta de dos cilindros giratorios, uno de olio*
se-jo, y ei oiro untado de d iversas tin tu ras m ine­
rales y vegeta.]es, en las que representé todos ios
colores del iris en sus m atices m ás vivos y chillo­
nes. Prim eram en te hice telas de colores lisos y lis­
iados, y después, por medio de toscos grab ad o s en
la madera., saqué dibujos caprichosos a. cu adro s y
a. tu nares, y algunos coa cabezas rep resen tativas
de toda ia lam ia del país.
Mi flaca, esposa Quinté tuvo u na id ea que a mí
no se me h ab ía ocu r: ido : em plear estas telas en ei
adorno de los som breros, ios cuales, creo haber d i­
cho ya, se com ponían sólo cíe cuatro h ojas an ch as
y picudas, u nidas en fon na de pirám ide. Como los
hombres ¡os u saban de ig u a l form a que las m u je­
res, fuera, de los que por su dign idad llevan en di a
de g a la la diadema, de plum as, estos adornos ser­
v irían p a ra embellecer a la m ujer, y a l mismo
Tiempo p a ra distinguirla, del hombre. H ay que te­
ner en cuenta que ios m a y as de am bos sexos visten
del mismo modo, y que los hom bres no tienen b a r­
ba ni otras señales muy cla ra s y visibles de su
sexo, p a ra com prender el afán con que .les varon es
procuraban distin gu irse de Jas hem bras, ya por ci
¡am año del som brero, que algun os agran d ab an
h asta convertirlo en quitasol o p a ra g u a s, y a por 1a
forma de las san d alia s, y a por la longitud de las
túnicas. E i signo m ás seguro dei sexo fué h a sta en­
tonces et cinturón, usado solo por las m u jeres el
día m u n tu ; pero como esie adhereníe im pedía la
circulación clel a,iré, era. justam ente odiado, y ¡m i­
chas lo descuidaban. El pensam iento do la flaca
164 ÁNGEL G A N IV E T

Oli'iilé ! Ciií.'!, ¡i'.M'S ¡í-ün^-.'v'-HicíK’iil,


y cou aplauso de lodo el m ando los som breros de
ia m ujer fueron en adelante cubiertos con retazos
de colores y adornados con escara p e la s y tácitos
en com binaciones m uy v a ria d a s.
E i prim er d ía que mis m u jeres se presentaron en
ia colin a del M yera luciendo sus vistosas túnicas,
todas distin tas y a cual m ás lla m a tiva s y capricho­
sas, y su som breros de ú ltim a novedad, fué tal la
im presión del público, que no hubo atención p a ra
las cerem onias sa g ra d a s, ni sosiego p a ra los esp a r­
cim ientos, ni ojos p a ra otra cosa que p a ra con­
tem plar coa m isteriosa delectación el brillante es­
pectáculo. Veíase a la s c la ra s que no h ab ía m u jer
que no q u isiera en aquel momento pertenecem ie a
trueque de obtener una tú n ica de colores, y que no
h ab ía varón que no me en vid ia ra m is esposas, con
ei nuevo atavío resplandecien tes de herm osura. Ln
m urm uración encontró un tem a' in agotable, dentro
de! tema, favorito por este tiempo : m is relaciones
con Ja su lta n a Mpizi, que eran públicas y notorias,
porque ésta, cotí su franqu eza nacion aJ, declaraba
el secreto a todo el mundo. L a a rro gan te su lta n a
lució aquel día una túnica p in ta rra je a d a con ro ja s
cabezas de león, regalo que yo le h ab ía hecho des­
preciando las h ab lad u rías de la pleb e; las m ujeres
de M u jan d a, d isg u stad as y a por el abandono en
que las tenía su señor, me d irig ía n d ard os enco­
nados y ardían en celos contra su su eg ra colectiva.
Otro en mi lu g a r hubiera explotado el entusiasm o
deJ público, y h u b iera convertido la fab ricación de
telas en u na in d u stria m uy lu c r a tiv a ; pero yo no
ten ía gran apego a la s riquezas, y contaba con su-
ijA C O N Q U IS T A D EL R E IN O DE MAYA 165

ficienl.es y aun sobrad as paro, el sostenimiento de


mi casa y mi d ig n id a d ; concedía m ás im portancia
a mi intento de gra n je arm e ei am or de Jos m ayas,
y, aunque recientes ejem plos me hubieran demos­
trado Ja. in u tilid ad de m is desvelos y de m is sa c ri­
ficios, p ersistía en é), confiado en que la innegable
bondad que, según se cree, h ay en el fondo de Ja
naturaleza, h um ana, se d ig n a ría ai cabo aso m ar Ja
cabeza. Me apresu ré, pues, n v u lg a riz a r mi inven­
ción, reservan do dos p u n io s: la U ntura a m a rilla y
ios grab ad os, que podrían serv ir de indicio p ara
fa lsifica r los ru ju s o paro, h acerles perder g ra n p a r­
te de su mérito. E sta contingencia, me pareció m uy
poco prob ab le; pero nunca está de m ás que un
gobernante peque por exceso de precaución. F u e ra
do oslas especialidades, que, según les dije, eran
obra de mi vista, que no podía tran sm itirles, el
resto fué deJ dominio público desdo el d ía siguiente,
en que mi ca sa estuvo convertida en jubileo. Todos
Jos carpin teros de la ciudad y del reino apren d ie­
ron a h acer p ren sas estam padoras, y todas la s m u­
jeres aprendieron a mn.noja r Jos punzones de. caña,
n hacer telas anchas y a confeccionar túnicas a la.
m oda; en cuanto a las U nturas, m uy pocos supie­
ron p re p a ra rla s, tanto por la dificultad que en ello
h abía y por la torpeza n atu ral de estas gentes para
las m anipulaciones quím icas, cuanto por la. co­
rruptela. que yo introduje de re g a la rla s a todo el
que las deseaba, I.a m olestia que recayó sobre mi
por este motivo la di, sin em bargo, por bien em­
pleada, puesto que me creó u n a clien tela obligato­
ria, solir<‘ l:i que pude ejercer m ás tarde cierto auto­
ridad.
n antvet

'Por un contraste muy i-recuente en la vida gu­


bernamental, esta reforma, que ti i a !uz sin pre­
tensiones, como un ligero entretenim iento impropio
de un Iiombre de Estado. íué m uy fecunda en ¡vie­
nes, y quizás la más h u m an ita ria de las que fueron
debidas a mi gestión. Hubo un período de paz y de
trabajo incesante m ientras so renovó por comple­
to la indumentaria. na clona .1; la s túnicas sin teñir
cayeron en desuso, y muchos siervos accas, que con­
tin u ab an desnudos como e; día de su llegada al
país, las útil izaron con gran contentam iento p a ra
cubrir sus carnes, y aun no faltó alguno que se in ­
g e n ia ra y consiguiera, teñ irlas p a ra aproximarse
m ás a sus am os en el parecer. Por último, la edu­
cación estético, de ios ciudadanos dió un gran pa.so,
y el prestigio de Ja mujer so elevó hasta, un punto
desconocido, merced a Jas seducciones que la s a iro ­
sas y elegantes ¡ú n icas y los lindos y caprichosos
som breros a gre garon a las que y a ellas natural­
mente poseían.
Otro invento que corresponde a esta, fecunda épo­
ca, pero que gu ardé oculto p a ra m ás adelante como
un g ra n elemento de poder, fué et de la pólvora,
que al principio fabriqué en pequeñas cantidades
por v ía de ensayo. Pude h acer m ucha (aunque de
calidad b astante inferior) con. pocos dispendios, por
ab u n d ar en ei país los elementos ind isp en sab les;
cerca de Boro existen gran des yacim ientos de azu­
fre, con el que se suele u n tar la punto de la.s teas
p a ra encenderlas m e jo r; rn el Unzu se recoge un
excelente salitre, y la s m árgenes de) M yera están
pobladas de sau ces de diversas especies, sobre todo
de m im breras com unes; pero no me atrevía a al-
LA C O N Q U IS T A D EL R E IN O DE M A YA 167

niaoenar gTandes re se rva s temiendo los peligros de


u n a explosión. Con la prim eva que fab riqu é liicc
cohetes largos, que reuní en haces y escondí en ios
gra n ero s, en espera de ocasión oportuna p a ra em­
plearlos con el debido ap arato y con fines útiles
parn. la com unidad. Nunca 1110 h u b iera atrevido a
descubrir iraprudentem ente la s aplicacion es de aquei
inocente polvillo negro, que en m anos de los m ayas
hnbieivi dado ai traste en pocos m eses con la n a ­
ción.
C A P I T U L O XII

Regreso de M u jan d a a la corte.—Inform ación sobre


i-=!. esíacio de¡ p a ís.—R en i/ií •»11 ¡ z: io i¿ n dei poder cpij-
tral y creación de los cuerpos de escala cerrad a.
R efo rm as ra d icale s en la asam blea de Jos uu-
gan gas.

Aunque éstas y o tras reform as de poco fuste me


consum ían casi todo el tiempo, no d e ja b a de apro­
vechar los ratos perdidos p a ra mi trab ajo c a p ita l
el proyecto de Constitución, en el que llegué ol a.r-
iíeuio 117, punió donde ciertos dudas gravea me
a sa lta ro n el espíritu, me desalentaron y detuvieron
mi plum a. Mi prim er propósito h ab ía sido seguir
las h uellas de los m ás ilu stres restau radores, co­
menzando por p ro m u lgar una. Constitución, conti­
nuando por la s leves orgán icas com plem entavias, y
concluyendo por las m edidas de ca rá cte r prácíico
y por los útilísim os reglam entos. Pero ocurriósem c
pensar que si esta Constitución h ab ía de ser, como
recomiendan .los tra tad istas, un reflejo exaclo de la
vida nacional, no era. yo el llam ado a re d a cta rla.
¿Cómo podría yo re fle ja r por medio de mi plum a
el carácter y el tem peram ento de un p aís que mp
era casi desconocido? Y aunque esto llegíira a. con­
seguirlo por un fenómeno de adiviníición y con an-
ÁNGKL G A N IV E T

xílio de Jos datos que me tra e ría M u jan d a, ¿no era


expuesto lan z ar precipitadam ente en este período
tran sitorio u n a C arta constitucional que, pu b licada
en la m añ an a, quizá? n ecesitaría reform as por la
tarde? ¿Qué hubiera sido de u n a Constitución es­
crita en los prim eros días del nuevo reinado, cu an ­
do a poco el establecim iento de los u am ye ra s m odi­
ficó ia división territo ria l, y la liberación de los
siervos cambió ei estado civil de la s person as?
M ás adelante me fijé en otro hecho im p ortan tísi­
mo : en M aya, las leyes se establecen por medio
de Ja acción, no de palabra, n.i por escrito. Un de­
creto 110 sign ifica n ad a si no le acom paña Ja ejecu­
ción in m ed iata de sus preceptos. Cuando U san a
realizó la concordia relig io sa, publicó un edicto el
d ía an terior al ucuczi p a ra preven ir a sus sú bd itos;
pero ai día siguiente organizó de hecho Jas cerem o­
nias re lig io sas en el orden en que se continuó ce­
lebrán dolas después, salvo a lg u n a s va ria n tes sim-
plifieadoras i olera,das por el uso. Así se hizo siem ­
pre. L a s cosas percib id as por los ojos se g ra b an
d'Oii m ás fijeza en ia m em oria que Jas que entran
por la s orejas, y esta, desigu ald ad potencial de ios
ó iga n o s se lia agran d ad o con el nabito de tal s u e r ­
te, que los m a y as poseen u n a m em oria p lástica m a­
ra villo sa, y en cam bio carecen casi en absoluto de
m em oria aud itiva. Júzg-uese, pues, de lo a ven tu ra ­
do que s e ría d ictarles un a Constitución, que h asta
a q u í constaba de 117 artícu lo s y que ten d ría pro ­
bablemente el doble; era, de tem er que ni los súb­
ditos la leyeran, cosa después de todo m uy d iscu l­
pable porque la m ayo ría no sab ía leer, ni las auto­
rid ad es la a p lica ran , lo cu al e ra menos digno de
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 171

disculpa. D ejando en suspenso m is tra b a jo s de re­


dacción p a ra época m ás oportuna, decidí acom o­
darm e a fas costum bres m a y a s e im p lan tar de una
m an era tan gible reform as p a rcia les bien com bina­
das, cuyo conjunto sería u n a Constitución de liecho,
sobre Ja cual, como bello florón, podría m ás tarde
colocar u n a Constitución escrita, que, conservada
en los arch ivos reales, sirviese de documento h is­
tórico in ap reciab le p a ra los siglos venideros.
E ntretanto regresó el rey, y hubo con ta l motivo
las tiestas aco stu m b rad as: la recepción a ias pu er­
tas de Ja ciu d a d ; ia danza de u a g a n g a s, en que,
a fa lta de consejeros, hicieron de jefes los m iem bros
m ás an tigu os de cad a grupo, y 1.a danza, gen eral
¡¡asta la puesta del sol. M u jan d a se m ostraba con­
tentísimo dei viaje y satisfecho del buen orden que
yo h ab ía sabido mantener' en el gob iern o; de las
innovaciones in trod ucidas, alguna, de las cuales, la
de teñir la s túnicas, había, derram ado la alegría,
por el p aís, y, sobre Lodo, de los valiosos regalo s
que por todas p a n e s le h ab ían Lecho. E l hábil c a ­
lígrafo M izcaga me hizo entrega de cinco gran d es
pieles, en donde había, ido escribiendo las observa­
ciones d ia ria s dei r e y ; en d e sc ifra rla s pasé gran
parte de aquella, noche, y ja m á s recuerdo h aber
perdido el tiempo m ás inútilm ente. Algunos esta­
distas han llegado a creer en la P ro vid en cia obser­
vando ia arm on ía con que en el mundo se produ­
cen los hom bres necesarios p a ra las cosas, y esto
misino me ocurrió a m í aquella n och e; ia época de
gobierno absoluto (aunque con a p a rie n cia s de p a r­
lam entario) b ah ía producido un a serie de hombres
g e n ia le s: el ardiente Moru, el corpulento Viti, el.
ÁNGEL G A N tV R T

lluvioso N d jiru , con el rad ian te U san a a la cab eza;


la época de gobierno constitucional que yo a b ría
con mi presencia, se in iciab a con un rey mentecato.
Aunque m is acendrados sentim ientos políticos y mi
respeto h acia la personalidad del débil M ujan da
no me permiten pu b licar íntegro su inform e, ex­
traeré de é! a lg u n as noticias.
De los doce destacam entos m ilitares sólo había
visitado cinco, los que están muy próxim os a las
ciu d ad es; de éstas, que eran veintiocho, exceptua­
da la corte, no había, querido v isita r s e is: Lopo,
U rim i y las cuatro h ab itad as por ios u am yeras, en
las que no se consideró seguro. Jístuvo en la s re s­
tantes, pero en la s de ios bosques, cu ya residencia
era poco agrad ab le, no hizo m ás que en trar y salir.
E n resum en, sus visita s se redujeron a la? ciudades
flu v ia le s; pero aun respecto de éstas, sus o b serva­
ciones eran baladíes e inoportunas. De aquel d ia ­
rio m onstruoso no saqué en. lim pio m ás que un c a ­
tálogo de objetos recibidos como regalo, u na p esa­
da descripción de banquetes y de los seis días mun-
tus que h abía celebrado fu era de la corte, una enu­
m eración de las personas m ás ricas que había, co-
noi-ido, tra íd a no sé con qué propósito, y una la rg a
lista de nombres de m u jeres que le habían a g r a ­
darlo y que pensaba ad q u irir a Ja p rim era ocasión.
Nada, de esto era interesante p ara el asunto que yo
tra ía entre m anos, y tuve que acu dir a las luces
del redactor, a quien tenía, en m uy buen concepto.
M ¡7caga, llamarlo así por tener seis dedos al fin de
cad a extrem idad torácica, era ei decano de los pe­
dagogos, un viejo de m irad a agu d a y penetrante,
de nariz afilada, de barba p rom-i nenie y carácter
F.A CONQUISTA DI'*L H KIN O I)K MAYA l í-‘t

lim ic y enérgico. ¡Sus p a la b ra s fueron pura, mí como


un relám pago en las tinieblas.
Lo s destacam entos m ilitares 110 eran ya verd ad e­
ros destacam entos. Ln lo antiguo, los ru an d as eran
hom bres fuertes, de veinle a. cu aren ta arios; sólo
podían tener una esposa a io su m o; si reun ían m ás
de dos hijos, eran traslad ad os a las gu arn icion es
del interior, y cuando tenían más de cinco o cum ­
plían Jos cu aren ta años, eran dados de b a ja , so les
a sig n ab a casa propia, y muchos desem peñaban
cargos públicos. A h o ra se h ab ía re la ja d o de tal
suerte la disciplina, que cad a cuartel era u n a ciu­
dad ; el núm ero de soldados era. menor que antes,
con lo cual los jefes obtenían un g ra n lu cro ; m u­
chos ocupaban dos o más celdas dei cuartel, c u j í
v a ria s m u jeres y num erosa p ro le : no se ob servaba
la. re g la de la edad, ni la de la fam ilia , y según se
iban desarrollan do los hábitos de ciu d ad an ía, se
iban perdiendo Jas cualidades propias del buen mi­
litar. SóJo se seguían Jas buenas Tradiciones en a l­
gunos destacam entos del S u r y en el de Rozica, al
Norte, donde el ejérciio p racticab a la p o lian d ria y
sostenía ana m u jer p a ra coda, siete soldados.
jmi Jas m iserables ciudades del bosque la p o lian ­
d ria so. gen eralizab a y la población dism inu ía, no
obstante el refuerzo su m inistrado con los envíos de
a c c a s; casi todas tas m ujeres eran vend id as en la
corte y, desde que se dobló la paga, a l ejército, en
ios cuarteles ; los cam inos estab an interceptados y
Jos reyezuelos d escontentos; la a sp iració n general
de éstos era p a g a r menos tributos, a sí como Ja de
los generales era recibir m a y o r soldada. E n las
ciudades agríco la s y flu viales la situación m aterial
174- ÁNGEL C A N IV E T

era sa tisfa c to ria ; pero cad a día se acentu aban m á s


las ren cillas y ios odios locales. E ntre ü n y a y Ancu-
M yera, entre Quitu y Avim u, entre Zaco y TaLay,
y entre N ora y Rozica, existían rivalid ad es encona­
d as porque, Hiendo vecinas, qu erían ejercer ia su­
p rem acía en el r ío ; p ara ello acu d ían a todas Jas
m a las artes de la g u e rra en cu b ierta; violando el
reposo de la noche, algunos reyezuelos enviaban
p a rtid a s de gente p a gad a p a ra ro b ar las canoas de
los enem igos, o si no podían ro b arlas, p a ra ech ar­
la s a pique, pues el núm ero de canoas e ra e! signo
m ás seguro de poder. Y como estos desm anes eran
p agado s con la m ism a moneda, Jos constructores
de can oas 110 daban abasto a los pedidos, y rep eli­
d as veces se liubo de su frir Ja escasez y carestía por
no poder pescar. No faltab an tampoco, a p arte de
éstas y otras m an io b ras so lap ad as, com bates n a v a ­
les a la lúa del d ía ; puestos en línea los bandos
enem igos, se abordaban con fu ria y luchaban cu er­
po a cuerpo, y los que se apoderaban de un a canoa
co n traria, atab an a su s tripula.ntes de pies y m a­
nos y los a rro ja b a n al río p a ra que sirviesen de
pasto a los peces. E n tre M búa y U p ala la lucha era
m ortal por el predom inio en el U n z u ; ios de M búa
habían conseguido c e rra r ¡a s en trad as occidentales,
y como los de U p ala no podían fácilm ente rem on­
t a r la c a ta ra ta p a ra p en etrar por la ru ta de Mbúa,
casi se veían privad os de la pesca en el l a g o ; pero
se vengab an acechando em boscados a los de Mbúa
y m atando a cuantos podían. El irritan te p riv ile­
gio de éstos estaba apoyado por el rey, que p agaba
con él la fidelidad can in a de los súbditos de L isu .
Otro privilegio 110 menos censurable era el que
LA C O N Q U IS T A OKL Ilí’.VNO OI'. .MAYA 175

se había arrogado Monyo, ei reyezuelo tle nariz


la rg a y a fila d a que gobernaba a Boro. E r a costum­
bre que lo,s m a y as de lm ena posición fuesen todos
Jos anos a v isita r la m ontaña donde se verificó
la ascensión del dios bueno, del hipopótam o alado,
nací re de Jos cahiiis. E l nari largo Monyo imponía,
¡ni fuerte derecho de peaje a los devotos rom eros y
condenaba a muerie a ¡os d efrau d ad ores. E l des­
contento por este -abuso era general, y se hablaba
<.¡e u n a alianza guorrcra de Ruzozi, Vi y ata y Que-
lib a contra Boro, para ven g ar la muerte de un hijo
dei. glotón reyezuelo Viaculia, condenado úllima-
mente por d efrau d ad or. U rim i y C ari, las dos ciu­
dades levan tad as en a rm a s por el fogoso Viaco,
también estaban ahora, separadas por un rencor
profundo, que se a v iv a b a de vez en cuando por ser
su cau sa permanente. E ntre am bas ciudades, y sir­
viendo de fro n tera n atura i a sus respectivos d istri­
tos, corre un arroyueio que va. a d a r en el Myera,
junto a Zaco. Después de v a ria s g u e rras, el corpu­
lento Viti arbitró que los ganad os do una y o tra
ciudad pu dieran a b re v a r en el arro yo , puesto que
el a g u a no había de aca b a rse aunque acu d ieran
a beber todos Jos rebaños del reino. Conform es y a
en el aprovecham iento común, el conflicto siguió
en pie y hubo nuevas g u e rras, porque las dos ciu­
dades pretendían el derecho de prioridad en el caso
posible de que rebaños diferentes se encontrasen
junto ai arroyo y hubiera, para ev itar confusiones,
que esperar, y a de Ja una, y a de la o tra parte. EJ
ardiente M oni resolvió que ía p rio rid ad fuese del
que llegase p rim e ro ; m as se daban tal m añ a los
pastores riva les, que casi siempi-e acu dían todos a
Vítí ,\ X ( . ; e l u a n íy k t

i a. vez, y las di sa n ia s se recrudecían y las refriegas


nunca term inaban. D urante la p erm anencia del rey
en C ari un combo íe h ab ía tenido lu g a r, y catorce
pastores quedaron muertos en am bas m árgenes dei
arro yo . Como éstos, en cad a palm o habitado del te­
rritorio existían motivos de discordia, contra los
oíie no h abía solución en lo hum ano. Yo me alegré
mucho de estas noticias, porque ei trato con tos m a­
yas de la corte me i liso tem er que todos fu eran la»*
habladores y holgazanes como elios, y que no hu­
biera en ergías en ia n a ció n ; pero estas lucí ias in ­
testin as (iem osim huíi que sí babíu l'uer>:as y aun
exu b eran cia de ellas, bieji que, por d esgracia, estu­
viesen em peñadas pii destruirse inuüuuiionSc.
Pero de ia s revelacion es del c a líg ra fo Mí?; caga,
las que m ás lija ro n mí aíenelún fueron d os; ia. pri­
m era, que casi iodos los reyezuelos estaban q lío jo-
sos porque sus pu den tes no podían a sistir al con­
greso de Jos u ag an g as. Corno éste se celebraba, el
día siguiente a l munUi, los consejeros que residían
Jejos de M aya, o tenían que perder ia tiesta religio ­
sa, o d e ja r de co n cu rrir a i congreso. De aquí resu l­
taba que casi todos ios u a g a n g a s dei reino que no
[¡odian residir en la corte se vie ran incapacitad os
p a ra usar1 de su derecho a h ab lar y a danzar, y que
las ciudades carecieran de representantes. ;,a otra
revelación era que h ab ía producido excelente efec­
to i a com binación de cargos entre Sungo, A salo y
Cañé, y la noticia que yo liice circu lar de que los
reyezuelos que se d istin gu ieran por su obediencia
y su rectitud serían trasladados a otros gobiernos
m ejores. Casi lodos los funcion arios soñaban y a con
u h cargo m ejor que ei que tenían, y yo encontraba
LA CONQUISTA DKL LÍIUNO M MAYA 177

en estas asp iracion es el eJemento indispensable


p a ra cen tralizar m ás el poder.
Mi p rim er acuerdo íué nom brar los” consejeros.
E n vez de tres debían ser seis y con crecidos emo-
Ju m en tos: tres de. ia ciase de u ag an g as, uno de la
de reyezuelos, otro de Ja do gen erales y otro de la
de pedagogo?. A sí eran m ás los favorecidos y tenía
yo m ás facilid a d p a ra im ponerm e, porque, entre
seis hom bres, cuatro por lo menos vo tarían siem ­
pre con el. rey, esto es, conmigo. M u jan d a me esii-
m alja m ás do día en día, y m arcadam ente cuando
tuvo conocimiento de mis relaciones con la reina,
Mpizi, la cu al ejercía sobre su h ijo un gran ascen ­
diente. ü ifíei! era la. elección entre tantos dignos de
ella, y no fué ese aso mérito acertar. E n m i lista.
Jigtiraha a Ja cabeza mi hijo Sungo, cuyos servicios
a 3a cousa de M u jan d a oran superiores a ios de
cualquier otro reyezuelo, sin exclu ir a L isu , y cu­
yas pruebas en el a ríe de gob ernar estaban hechas
con brillantez. S e g u ía un u ag an g a, jefe dei a la iz­
quierda y suegro mío, llam ado Quiyeré, «patazas»,
veloz en la c a rre ra como el divino A quiles, y de
inteligencia ta rd ía pero seg u ra. Jín tercer lu g a r mi
hijo C atan a, quinto y último hijo de la celestial
Cubé y herm ano de m adre de Sungo. C ata n a perte­
necía al a la del centro, y so b resalía im itando los
gritos de ios anim ales. E l cuarto consejero fué
Quetabé, herm ano de V iaco y fau to r de Ja revolu­
ción ; su elección fué la ú n ica debida a la in ic iati­
va regia, pues por este medio M u jan d a le a tra jo a
Ja corte p a ra ase.sitia.rle y qu itarse un enemigo de
encim a. Luego figu rab a et jefe del a la derecha de
los u agan ga?, un sobrino del dentudo Menú, ncm-
ÁNGEL G A N IV E T

hrado como su tío y lam oso per la sonoridad de sus


interm inables bostezos en la figu ra de la sa lu ta ­
ción ; v, por últim o, el pedagogo M ízcaga, como con­
sejero secretario, por ser el m ás inteligente de to­
dos en h istoria y fin c a lig ra fía . Este consejo estaba
presidido por el r e y ; y yo, como dignidad interm e­
dia entre éste y Jos consejeros, me reservab a el de­
recho de a sistir a él y de tom ar parte en Jas deli­
beraciones ; pero r a r a vez usé de esta facultad,
porque el consejo fué siem pre dócil a m is deseos y
a los dei rey, que eran los m íos propios.
E n el prim er v a u rí, celebrado por Jos flam antes
consejeros en 3a sa la de recepciones nocturnas dei
palacio real, se tom aron tres acuerdos r a d ic a le s :
reo rgan izar el ejército, el gobierno de la s lo ca lid a ­
des y el congreso de los u ag an g as, todo según p au ­
ta s d ad as por mí y con arreg lo ai fecundo p rin ci­
pio de la s escalas cerrad as. E n adelante, todos ios
m a y a s podrían a sp ira r a todas las funciones pú b li­
cas, exceptuada la de rey, a la que no creí pruden ­
te t o c a r ; no h a b ría p rivilegios de h erencia n i favo ­
ritism os de elección; el que con siguiera por sus
m éritos in g re sa r en uno de los grad os inferiores, y
tu viera calm a p a ra esp erar y celo p a ra cum plir
sus deberes, estab a seguro de m orir de reyezuelo,
o cuando menos de u a g a n g a local.
Todos los soldados fueron inscritos en v a ria s pie­
les a modo de e s c a la fó n ; p a ra el ingreso se ex i­
gió un juram ento de p ra ctica r la p o lian d ria, po r­
que se dispuso que en los cuarteles no h u b iera m ás
que u n a mujeL* por cad a siete hombres. Por excep­
ción, los je fe s de escu ad ra estaban autorizados p ara
tener una m u jer sola, ios centuriones dos y los ge­
LA CONQUÍPTA DEL 11EINO DE MAYA 179

n erales cinco. Se com pletaron los cuadros, en tran ­


do eu oí servicio m ás de dos iíiii m a n d a s nuevos,
todos h abitantes del bosque y acostum brados a la
p o lian d ria, y los que no quisieron acep tar el nnev*»
régim en fueron traslad ad o s o la s gu arn icion es de
ja s ciudades, con propósito de licenciarlos poco ü
poco y sin peligro del orden. Pero ia m a y o ría se
conformó con las nu evas p rácticas, estim ulados por
el deseo de ascender y de n eg ar al generalato. Un
g ra n número de m ujeres fueron vend id as, y con
satisfacción gen eral vinieron a restab-ecer Ja pros­
peridad de algunos centros, que lan guidecían por
falta de producción de seres racion ales.
P a ra a se g u ra r el éxito de ia reform a se aum entó
en ca d a destacam ento un centurión y dos jefes de
escuad ra, y hubo g ra n m ovim iento en la s escalas.
Dos ascensos de gen eral en la s va ca n tes de Queta-
fié y de A salo, que sucedió bien pronto en el cargo
de consejero a éste, a quien, como se esperaba, hizo
a se sin ar el rey au x ilia d o por Menú. Los dos puestos
dejados por ios centuriones ascendidos, y los doce-
de n u eva p lan ta, fueron ocupados po>' los catorce
jefes de escuadra m ás antiguos, y a esta categoría
se dieron trein ta y ocho ascensos. Sin adelante to­
dos los días hubo ascensos que d a r : porque si an ­
tes era necesario, y no m uy fácil, m atar enem igos
p a ra ascender, a h o ra h ab ía un recurso m ás sencillo
p a ra hacer h uecos: m a ta r a ios que es misan por en­
cima. lista corrup tela se evitó en parte disponien­
do que ningún m a n d a pudiera, ascender mi un m is­
mo destacam ento. E r a n atu ral que e! crimen come-
litio c¡i provecho ;ijeiio tu v ie ra metí os ai rae! i vos
que cuando se ci. m etía en provecho propio.
IS O ÁNGEL GANIVET

A rm ónicam ente con el escalafón m ilita r se orga-


nizó eJ escalafón c iv il, en el que fueron inscritos
en prim er térm ino los consejeros dei r e y ; después
los reyezuelos, según la im portan cia de sus loca­
lidades, empezando por B an go la y concluyendo por
ia ingobernable L o p o ; luego los pedagogos y Jos
consejeros locales, y por último los ayu d an tes del
re y y de los reyezuelos. De estos avad an tes, o mna-
n ú, ios h ab ía a lcaid es de b arrio con funciones gu ­
b ern ativas, recaud ad ores y sim ples polizontes, en­
ca rg ad o s de prender y v ig ila r a los reos y de deca­
pitarlos en los a fu iris. E l ingreso en este orden ci­
v il ten d ría lu g a r, o bien por la clase de pedagogos
m ediante el antiguo e inm ejorable procedim iento
de presen tar los loros am aestrad os, o bien por la
de polizontes, re se rva d a m uy particu larm ente a los
separados del ejército. A sí se n ivelab a la dignidad
de todas la s autoridades, desde la del verdugo y
del recaud ad or h asta la del rey. Aunque pongo de­
lante al verdugo, no d e ja ré de in d icar que p a ra los
m a y as este cargo no es tan odioso como p o ra los
europeos, y lo es mucho menos que el de re ca u ­
dador.
Con arreglo a i nuevo escalafón , hubo una contra­
dan za gen eral de autoridades. L isu , el de los es­
pan tados ojos, fué traslad ad o a B an gola. Este go­
bierno era m uy fru ctífero, porque los u am yeras,
reforzados por los a ccas fu gitivos de Lopo, se dedi­
cab an a l cultivo de la tie rra y a Ja cría de ganados
con g ra n éxito. Aunque se les señaló p a ra estable­
cerse un lu g a r del bosque, ellos se h ab ían ido co­
rriendo h acia los cam pos lim ítrofes con aquiescen­
c ia de los prim eros reyezuelos, Asato y Sungo. Ade­
LA C O N Q U IS T A DEL R E IN O DE M AYA 181

m ás de los gran d es rendimientos, Bangola tenia, eJ


atractivo de estar realm ente gob ernad a por los je ­
fes de la ra za e x tra n je ra ; el reyezuelo m a y a era
una figu ra decorativa, que en n ad a ten ía que in ter­
venir y que se lim itab a a recoger su abundante r a ­
ción y ]a del rey. P o r todo ello se dió esta prebenda,
a Lisu , deseoso de redondearse y de establecer su
residen cia en ia corte, a l lado de su h erm an a Mpizi
y de su sobrino M u jand a. A M búa fué destinado
Churuqui, el corredor, con intento de que la s dis­
cordias por el usufructo exclusivo del Unzu se c a l­
m aran , y ai gobierno de U p ala pasó el valiente
Ucucu. Con estos cam bios, ios dos reyezuelos veían
doblado el número de sus súbditos. El veloz N ion­
yi, el de Ruzozi, que deseaba gobernar u na ciudad
flu vial, fuá tra slad ad o a A n cu -M y era ; y el viejo
Mcomu, desde la s obscuridades del bosque de Vi lo­
qué, a los alegres prados de Ruzozi. Cañé, el hijo
cuarto de Sungo, h arto de b reg ar con los antiguos
siervos, pasó a Viloqué, y para, Lopo fué creado el
prim er reyezuelo de nuevo caño, el prudente Uqui-
ma, pedagogo y prim ogénito del consejero Miz-
caga. Estos nom bram ientos prod ujeron g ra n júbilo
en el p aís. Todos los reyezuelos del bosque estaban
y a seguros de p a s a r los últim os años de su vida
gobernando una ciudad f lu v ia l; todos los pedagogos
soñaban con las vacan tes de M izcaga y de U quim a,
y todos los m nan is se con sid eraban de hecho con
las rien das su prem as del poder entre sus m anos.
L a am bición serv ía de freno y de e stim u lo : de fre ­
no, p a r a obedecer con hum ildad, y de estím ulo,
p a ra tr a b a ja r con ardor por el bien común.
Yo, sin em bargo, no me d e ja b a lle v a r de estos
182 ÁNGEL G A N IV E T

primeros entusiasmos. Lo principal estab a conse­


gu id o : que Ma,ya. tu viera un centro político adonde
iodos acu d ieran en busca de g rau jerías; pero el
desencanto podía lle g a r m uy pronto, y los apetitos
democráticos revolverse con furia cuando se viesen
ilu stra d o s. H a c ía fa lta crea r un can al de desagüe
m uy ancho, por donde todos los m alos hum ores es­
cap aran , y de aquí nació la necesidad de ia tercera
refo rm a, que desenvolvió de u n a rnnnora a m p lísi­
m a el organismo creado por una felix intuición de
U san a, el congreso cíe ios u ag an g as. Los m iem bros
de este curioso senado gozaban de pequeños emolu­
mentos, pero de gran d ig n id a d : yo su prim í los emo­
lumentos y elevé las preeminencias por encima de
todas las conocidas h asta el día. L es concedí dere­
cho de tu tear al re y y a los reyezuelos, de en trar
en ia corte m ontados en sus cab allerías, sin ofensa
par» R ubango, y de alojar éstas en los patios del
p alacio real. Aumenté el núm ero de ellos conside­
rablem ente, puesto que se concedió Ja dignidad de
u ag an g a, no sólo a. los hijos y hermanos deJ Igana.
Igu.ru, de los consejeros de los reyezuelos y de los
gen erales, sino ti. todos los parientes de éstos de
cu alq u ier línea y grado. Esto, m odificación no era
un prin cipio nuevo de gob iern o; era una exacta in ­
terpretación del pensam iento del antiguo le g isla ­
dor. En ei edicto o rig in al no se hablaba. m ás que
de p aren tesco ; pero los sucesores de Usana. h ab ían
restringido la idea, reduciéndola a sus térm inos
más escuetos, a los grad os de consan guinidad más
inmediatos. Asimismo se preceptuó que la sesión
mensual de la interesante asamblea debía celeb rar­
se ocho días después del muntu, pura q u e d e iodos
LA CONQUISTA D!:;L ItKINO OK A5AYA 18o

ios lu gares cloi reino se pudiese a sistir a ella, y que


no hubiera lu g ar a. exclusión por torpezas cometi­
das en la. danza, ni por excesos en la s peroraciones.
E l rey sí con servab a el derecho ríe silb ar, y aparte
de éste, un nuevo derecho, el de a p lica r un cogotazo
a. los ejecutantes torpes, por v ía de afectu osa a d ­
verten cia, cuando Jas faltas fuesen m uy num erosas.
Con estas m edidas el núm ero total de los u a g a n g a s
rué por el motílenlo de dos mil, y bien a las c la ra s
se veía, que no era posible que se co n g reg aran en su
an íigu o palacio, i*’m onees M u jan d a acordó que se
d ivid ieran en dos grupos, uno de viejos y otro de
jóvenes, y que hubiera, dos sesiones sucesivas, u n a
por la m añano y o fra por la tarde, en los frescos
prados del M yera, dentro de un redil (o cosa sem e­
jante) construido a im itación de la vallo, circu lar
que sirvo p ara cercar el palacio del rey. Este exce­
lente acuerdo, que produjo g ra n entusiasm o en to­
das la s clases sociales, rae inspiró Ja idea de apro­
vech ar el vacío e inactivo p alacio de los u ag an g as
p a ra establecer en él un nuevo y curioso organism o
gubernam ental.
C A P ITU LO X III

M edidas h igién icas.— C reación de los can ales de R u ­


ban go.—Invención del jab ón .— Establecim iento de
un lavad ero público y del lavado obligatorio n a ­
cional.

Uno de los puntos en que la nación m a y a dejaba


más que desear, era el do ía higiene pública y p ri­
vada. F u e ra de los edificios ja m á s se h ab ía adopta­
do m edida a lg u n a de aseo, y dentro de ellos la lim ­
pieza tenía lu g a r m uy de tarde en tarde. E n cuanto
a la s p erson as, a lg u n a s acostum braban a b añ arse,
y h ab ía tam bién m u jeres que, no pudiendo hacer
esto, se la v a b a n de vez en cuando ; pero en gen eral
se h u ía el contacto del a g u a . L a s túnicas servían
sin in terru pción m eses y años, y .sólo en contadas
casas se ten ia Ja buena costum bre de la v a rla s, a u n ­
que con resu ltados m uy deficientes por escasear cJ
a g u a en la s ciudades. Los siervos la recogían del
río, de los a rro y o s o de la s lag u n a s en v a s ija s de
barro, y la tra ía n a dom icilio p a ra el gasto d ia r io ;
Jos sobrantes eran vertidos en un hoyo o pilón
abierto en el palio de los ¡mi'enes, en eí que las m u­
jeres m ojaban las telas, p a ra sec arla s después
al sol.
E ra , por io tanto, de urgente necesidad tra er a
á m ;k í . {,a '- ;(v k t

la s ciudades a g u a c o n le n te ; en a lg u n a s no era po­


sible por no h aber o tra tfue la ds la s c h a rc a s ; pero
en Ja m ayor parte b astab a d esviar el curso de ios
a rro yo s, y en casi todas las de la m argen izquierda
dei rio, y en M aya, podía tom arse el a g u a de éste.
Me p arecía im posible que ni los incendios, ni Jas
sequías, ni las m olestias de ir y venir continuam en­
te con los gan ad o s o con ias cazuelas, h ub ieran
abierto los ojos de ios ind ígen as y les hubieran he­
d ió ver la conveniencia de u na operación tan fácil
como a b rir boquetes en el río y d e ja r que el agua,
por sus propios pasos vin ie ra a, las ciudades cuando
íu cre m enester. L a razón de ello era, sin em bargo,
m uy fuerte, y p a ra d o m in arla lave yo que sostener
u n a lu d ia gigan tesca. D ecía la tradición que en el
Uuzu h abía existido en el tiempo u na g ra n ciudad,
cuyos h abitantes intentaron, hace y a m uchísim os
años, ro b ar las a g u as del río ; por lo cual éste, ir r i­
tado, desbordándose, la destruyó en un a sola no­
che y se quedo dormido encim a de ella p a ra que
ju m a s volvieran a v e rla ojos hum anos. T a l vez en
e! fondo de esta leyen d a se oculte alg ú n hecho his­
tórico ; los m a y a s la aceptaban como artícu lo de fe
y sen tían invencible temor a tom ar a g u a s del río.
Aunque la s cosechas se perdieran por fa lta de llu ­
vias, no se a trevía n a a b rir tornaderos ni can ales
p a ra re g a r sus sem brados.
Yo acudí ai suprem o recurso de decir que las
a g u a s serían conducidas debajo del cadalso donde
se celebraban los a fu iris y que Rubango se la s be­
bería-. Así se a p la c a ría su fu ror y s e ría m ás benig­
no con los hom bres. Mi intento era en cau zar las
a g u a s por la colina., hacia, Jos Ju gares sag rad o s.
LA OONOIMNTA P K L IIKINO l)>". MAYA 1S?

para. d a rles después la salid a, aprovechando ei des­


nivel del terreno, por debajo de la c a ta ra ta . Des­
pués, cunado se fa m ilia riz a ran con el a g u a y per­
d ieran el miedo a la s inundaciones, a b riría a la
derecha de Ja acequia p rim itiva u n a secuela que
p en etrara dentro do la m ism a ciudad. No faltaron
profetas de oíales, y el día de la a p e rtu ra fíe la
acequia, que fué día ¡i-unta, !a población en m asa
seguía m is pasos y o b servaba m is ú ltim as m a­
niobras ílena fie col,'arde curiosidad. T oles m a ra ­
villas me habíai). visto hacer, que, dom inando sus
temores, todos q u erían a sistir a la realización del
nuevo mi ¡ogro. L a s agrias, su m isas, sigu ieron ei
curso previam ente trazado en la colina, entraron
bajo !a p latafo rm a de R u b ango, y calieron después
m ás n egras, según el testim onio unánim e de los es­
pectadores, p ara continuar su cam ino y p recipitarse
al pie de la g ra n c a ta ra ta . Y no sólo ocurrió esto,
sino que después anuncié que iba a, suspender el
curso de i as a gu as, y subiendo hasta, el tom adero
eché Ja com puerta p rep arad a p a ra el caso, la retapé
con broza y dejé el cauce en seco. E^tos aconteci­
m ientos produjeron an pasm o general.
Al cobo de algún tiempo conseguí a b rir el segun­
do can al, ai que se llamó pom posam ente, a sí como
al prim ero, can a! de R u b an g o ; era u n a a ta rje a o
canalizo de dos palm os de prolu ndid ad , por cuatro
de an ch u ra, que a tra v e sa b a la ciudad por el cen­
tro, y describía después una. c u rv a h acia la izquier­
da, para, ju n tarse con la aceq u ia m adre b ajo el
mismo a lia r de los a.l'u iris. L a s ve n ta ja s de tener
a g u a corriente a mano eran tales, que liubo que
ab rir cinco nuevos canalizos como el prim ero p ara
.188 ÁNGEL G A N IV E T

su rtir todos los b arrios. E n la s p lazas públicas, hice


gran d es estanques, que sirviero n de abrevaderos p ú ­
blicos y de escuelas de natación, donde los n e g ri­
llos en sayab an sus tuerzas, sin peligro, antes de
lan zarse a n a d a r en ei M yera.
Como mi pensam iento e ra acostu m brar a ios m a­
y a s a la lim pieza del cuerpo, p rep aració n muy
conveniente p a ra lim p iar después sus espíritus, la
conducción de las a g u a s no era m ás que la m itad
del cam ino que h ab ía que recorrer, si bien u n a m i­
tad no despreciable. Sin ir m ás lejos, se h ab ía con-
seguido p u rificar la corte, centro del poder y alb er­
gue de la s instituciones m ás a lta s del país, de m u­
chas in m undicias que antes atorm en taban los ojos
y ia s n arices, y que a h o ra la s benditas a g u as a r r a s ­
tra b a n en su ca rre ra . P a r a los Indígenas, sin em­
bargo, este detalle v a lía bien poca cosa, porque
carecen del im portante sentido del olfato. Ven m uy
bien y oyen re g u la r, pero huelen y gu stan m uy im ­
perfectam ente. Se h ab ía conseguido tam bién ade­
la n ta r algo en ei aseo de los hogares, no habiendo
y a miedo a g a s ta r a g u a sin m edida, y, por últim o,
se h ab ían gen eralizado los baños. C erca del templo
del Ig a n a N ionyi la s a g u a s form aban un tran qu ilo
rem anso, agran d ad o m ás cad a día, y el muntu, una
de la s distracciones favo ritas, fué con el tiempo
b aflarse las m ujeres y v e rla s los hom bres n a d a r
y hacer ju egos acuáticos. Esta, diversión no e ra in ­
moral,. como pudiera, creerse, porque los hom bres
están habituados a ver a la s m u jeres desnudas en
sus harenes, y las m ujeres están acostu m b rad as a
ser vista s de los h o m b res; se m ira allí u n a m u jer
desnuda con menos m alévola intención que en E u ­
LA CON Q U ISTA DEL R E IN O DE MAYA

ropa la mano o la cara, de u n a m u jer vestida, y la


m u je r se exhibe sin m alicia, a lo sumo deseosa de
que su fig u ra agrad e y le a tra ig a un buen esposo.
Lo que seg u ía sin enm ienda era el abandono pe­
sim ista de la s túnicas. E stas eran m u y resistentes,
y la p rá ctica m ás gen eral era a p u ra rla s sin la v a r ­
las. Aunque la s la v a ra n , como era con a g u a sola y
con mucho retraso, no se conseguían m ejoras sen­
sibles. A gregúese a esto que el alum brado era de
teas m u y resinosas, cuyo humo tiznaba tanto como
el hollín, y se com prenderá que con estas costum ­
bres los m a y as debían estar sucios y asquerosos,
siendo n ecesaria mucha, gran d eza de a lm a p a ra v i­
v ir entre ellos y p a ra am arles como a herm anos.
Yo no desesperé de m e jo rar su exterior, como tam ­
poco desesperab a de m ejo rarlo s por dentro, y lleno
de Te em prendí la fab ricación de jabones. L o s hice
duros y blandos, de sosa y de p o ta s a ; comunes
p a ra el lavad o de la ropa, y finos p a ra el lavado de
la s p e rso n a s; Los hice tam bién de esencias p a ra m is
m ujeres, cuyo olor me m ortificaba fuertem ente, y
m ás tarde para, otras personas que aprendieron a
o lfatear. H ay en el p aís m uchas vides silvestres,
cuyos pám panos dejan cenizas m uy c a rg a d a s de
potasa, de la s que me serví con preferen cia p a ra
fa b ric a r el jabón, pues con ellas se hacen le jía s ex­
celentes ; como g ra s a s , utilicé v a rio s aceites, en
prim er térm ino el de p alm a, que abu n da por todas
partes. L a clase común la h ac ía de ord inario con
un a m ezcla de sebo y de aceite de palm a. E n u n a
sesión n ad a m ás hice aproxim adam ente quince
arro b as de p asta su ave y a ca ram elad a, con la que
se podía la v a r todas las f-nn icas de la nación.
¡IH! ÁNGEL GANIVET

Pero lo m ás im portante era o rgan izar el lavado.


Los hombres no sab ían lavar, y de Jas mujeres,
contadas eran las que habían tenido en sus m anos
an a tú nica para z ap atearla. Y en este punto, la
dificultad eterna era la incom unicación del sexo
femenino. E ra m uy com plicado re p artir a g u a co­
rn é a le a dom icilio, porque Ior canales abiertos lle­
vab an m uy poca y no se disponía de a p a ra ­
tos elevadores ; el único que in troduje mucho des­
pués, fué la noria para fa c ilita r los rieg o s ; la con­
ducción del agita a mano exig ía depósitos p a ra con­
servar!;!., lavaderos de m ad era o p iedra, y caños
de a g u a sucia. Lo más sencillo h u b iera sido que las
m u jeres salieran a la caite a la v a r en los c a n a le s ;
pero en esto no h ab ía que pensar, porque la expe­
lí encía me había demostrado que las reform as que
alteraban en el fondo las costumbres estaban con­
denadas a un seguro fracaso .
P o r todos estos m oiivos, antes de em prender la
ap ertu ra de los can ales y la fabricación de los ja ­
bones, h ab ía yo compuesto mi pian, que ab a rcab a
va rio s extrem os y que resolvía do plano todas las
dificultades. Mil veces me había entristecido el es­
pectáculo de la s pobres m u jeres condenadas a tr a ­
bajos forzados en las haciend as del rey. S u delito
era por lo común la h olgazan ería, la esterilidad o
ei adulterio, y m ás que todo, ei ser feas, puesto
que, siendo bellas, nunca carecían de protectores
que ios adquiriesen como esposas. M uchas de ellas
eran ancianas, y arrastraban penosamente los úl­
timos años de su vid a b ajo ios ra y o s del sol, con el
punzón de hierro en la mano abriendo a gu jero s
p a ra lo siem b ra; las m ás fuertes m anejando un
I A rO .sX iU ÍSTA DEL i'.CINO DE MAYA 191

larg o aiiíjocafi'ón, que sirve p a ra cu b rir los a g ú je ­


lo s y rem over un poco la cap a lab orable, o el cu ­
chillo corvo, en form a de hoz, em pleado p ara la
siega, o acarrean d o al palacio reíd g a v illa s y lia-
cus de leña. Aunque el re y cedía a estas pobres m u­
jeres por m uy poco precio, yo 110 me atreví a lib er­
ta rla s, porque la faen a que juntam ente con ios a c ­
cas cum plían era ú tilísim a e indispensable p a ra la
vida n acion al, y si 110 iba a c a ig o de ellas, re ca e­
ría sobre otras personas tan in felices como eitas m is­
m a s ; pues siem pre e! buen orden de la. república
exige que h a y a quien tra b a je por ios que, ocupados
en las a lia s cosas del espíritu, en los m anejos dei
gobierno, en la s ciencias y en la s a rle s, en sostener
la g u e rra y en negociar la paz, en p residir ei orden
de sus palacios y en ser ornam ento de la s ciu d a­
des, no tienen tiempo libre p a ra procu rarse ios ele­
mentos m ateriales de la vida.
P o r fortuna, la laboriosidad do los accas en:
ejem plar, y desde su llegada, Jos pedagogos habían
podido a flo ja r la mano y condenar menos m ujeres
a los trab ajo s a g r íc o la s ; antes sí era preciso con­
denar, a veces sin m otivo, p a ra que ia hacienda
dei rey no p adeciera. Yo concebí ei noble propósito
de a c a b a r p a ra siem pre con el rudo trab ajo de las
m ujeres delincuentes dedicánd olas a. una ta re a m ás
dulce, al. lavado de la rop a sucia, de la s ciudades.
P o r lo que ioca a la corte. M ujanda. no e ra muy
favo rab le a m is id eas en este p r i m o ; pero yo ie
acalle asegu rán dole que el nuevo trab ajo ie produ­
ciría tantos beneficios como ei antiguo. H acía fal­
ta 1.111. local píirü. iPuVíXCld'o putolicüj v vo lialiia poii-
sado desdo luego en el vacío p a lu d o de los uagan-
ÁNGEL G A N IV ET

ga.5, que uiü pareció <¡c»e ni piulado p a ra el casi), Rti


prim er térm ino, lo recom endaba su situ ación cén­
trica y d e sp e ja d a ; después su mismo orden a rq u i­
tectónico, que p erm itiría al. público presen ciar Jas
faen as desde la calle, y sobre todo, la proxim idad
de una de la s escuelas de natación, de donde fá c il­
mente podría tom arse el a g u a necesaria. E l rey
no opuso reparo a mi proyecto, y la única obje­
ción partió del consejero Asato, que, por lo que vi,
deseaba destin ar el local pava alojam iento de las
cab allerías de ios num erosos u a g a n g a s que el día
m arcado p a ra Jas reuniones llegab an de todas Jas
p artes del re in o ; pero el rey m anifestó que en sn
inm enso palacio cahían (y esto era. exacto) todas
Jas del país, y mi propuesta fué aprobada.
A uxiliado por el listísim o Sungo, yo mismo me
encargué de tra n sfo rm a r el palacio ele la m an era
conveniente. Se respetaron los bancos adosados a
las paredes p a ra que en ellos p u dieran d escan sar
las fa tig a d a s la v a n d e ra s, y el dosel, debajo del cual
pusim os el rem ojadero de la ropa s u c ia ; se abrió
u n a z a n ja en form a de h erra d u ra , y ancha, p a ra
que p u d ieran la v a r a rro d illad a s la s m ujeres, por
dentro y por fu e ra de ella, y se colocaron cien pie­
d ras in clin ad as, como es costumbre ponerlas en los
lavaderos, E l a g u a lim pia en trab a por 3a puerta
p rin cipal, desde el estanque de la plaza, y se re p a r­
tía por los dos callos de la h erra d u ra , y la su cia
escapab a por Ja cu rva, p a ra caer en e! can al p rim i­
tivo de Rubango. L o s cuatro pu ertas debían p erm a­
necer abiertas p a ra la m ejor ventilación, y las ope­
racion es serían públicas, para, que la s personas inte­
resad as pudieran p resen ciar el lavado de sus prendas.
LA C O N Q U ISTA DEL R E IN O DE MAYA 193

EL consejero y calígrafo Mizcaga se encargó de


red actar el edicto estableciendo el lavado nacional;
C ada jefe de fam ilia estaba obligado a en tregar, por
turnos mensuales, su ropn sucia, que le sería do-
vuelta en el mismo día convenientemente lavada.
Todas las m ujeres condenadas a trabajos forzados
en la actu alid ad y ea lo sucesivo serian lavanderas
públicas, alim en tadas a expensas dol rey, y éste,
en cambio, recibiría do seis en seis muntus u n a ca­
beza de gan ad o por cad a casa de la c u id a d ; la s ca ­
sas pobres, aunque albergaran, va ria s fam ilia s, da­
rían sólo una c a b r a ; las ricas, una vaca. Los que
cumplieran estos preceptos -serían gratos a R u b an ­
go, y evitarían enferm edades y m iserias.
Este edicto circuló por todo el país, y los re ye­
zuelos se ap resu raro n a cum plirlo por la cuenta
que les tenía. Los efectos se sintieron, sin em bargo,
muy poco a poco, porque las ven tajas p a ra el pú­
blico eran im p ercep íib Je s; sólo la costumbre de ver
a los más avan zad os con túnicas lavadas, sobre las
que resaltab an m ejor los colores y dibujos, y la sa ­
tisfacción con quo en tiempo caluroso se notaba la
frescu ra de ia ropa lim pia, decidieron lentam ente
ei triunfo del aseo personal. Cierto que alg u n as
tinturas se perdían con el lavado, que otras b aja b an
¡1c color y que bnbía que repetir las operaciones del
tin te; pero éstas se h ab lan vu lgarizado, todos te­
nían p ren sas estam padoras, y lo único costoso, las
Unturas, segu ían saliendo de mi lab oratorio. Ei
tropiezo, por lo tanto, 110 fué de gravedad. E n mu­
chas ciudades dirigí yo personalm ente los trabajos
do a p ertu ra de los can ales o de desviación de las
¡iguas, y Jas instalaciones de lavad eros, y p ara en­
1VM ÁNGEL GAN1VET

señ ar a la v a r fueron enviad as algun o s m aestras


de la corle.
E n ésta, la acción inmediata de la s instituciones
apresuró La victoria deL .jabón. El. d ía de la aper­
tu ra del lavad ero público, que coincidió, por cierto,
con el segundo alum bram iento de Ja flaca Quimé
y la venida al mundo del séptimo de mis hijos, íué
de g ra n expectación. Ochenta m ujeres eran enton­
ces la s condenadas, y las que entraron en el la v a ­
dero, abierto de p a r en p a r por ios cuatro costados,
a la s m irad as del público. M uchas de ellas no h a ­
bían cogido ja m á s un trapo en sus m anos, y nin­
guna tenía la m ás lig e ra noción de lo que allí iba
a ocu rrir. B a jo ei antiguo dosel estaba en remojo
la ropa que h ab ía de la v a r s e : la de la casa real.
El rey, los consejeros y las dem ás autoridades ocu­
paban la s p rim eras filas de la num erosa asistencia.
Yo cogí u n a túnica, del rey, que fué de color de
cañ a, y que ahora, después de u sad a a diario du ­
rante los seis m eses de v ia je (fuera de ios momen­
tos solem nes, en que se ponía la verde y ro ja), p a ­
recía u n a n eg ra sotana, y descendiendo de Jas a l­
tu ra s de mi pontificado p a ra enseñar a tas que no
satrta.ii, toiné u n a p e'iad a de blando y acaram elad o
jabón, y enjaboné 1a tún ica para com enzar a des-
m u g raria . Bien pronto el jabón levantó espum a,
h asta cu b rir por completo Ja te la ; los espectadores
observaban m aravillad o s el fenómeno, y noté que
no cesaban de m irarm e a la boca..
M ientras daba esta p rim era vuelta, las fu tu ras la ­
van d eras ponían especial cuidado en aprender el
modo de sa c a r espum a, que, sesma les dije, era Jo
esencial de la operación. T res en jab on ad u ras dis­
LA CONQUISTA DEL UEINO J)F. MAYA 195

tintas dí a la túnica, porque, no pudiendo p a s a rla


por ia colada, había que c a rg a r la mano en el j a ­
bón, V) por último, la zapateé con ag u a sola y la
ondeé (•olí graved ad , p ara im p rim ir cierto carácter
.litúrgico a L iii labor. Cuando ia ondeaba cogí una,
pom pa de jabón, y, soplán dola, la puse del tam año
de m ía n a r a n ja ; la. pom pa se escapó de m i mano,
y, por raro azar, antes de deshacerse ascendió un
breve espacio. Kntouces les dije que a sí h ab ían h in ­
chado a Ig a n a N ionyi p a ra que volara al firm a­
mento, y paréeem e que por p rim era vez los que
me escucharon creyeron con ve rd a d e ra fe en la a s­
censión del hom bre-hipopótam o y en las a ven tu ra s
que, según Lopo, le h ab ían sucedido. A sí, por la.
trabazón n a tu ral que entre sí tienen ios hechos re a ­
les y los ideales, mi m aniobra gro sera e in d ig n a de
ocupar 1a atención de un legislador, s e rv ía p a ra
enaltecer la s ideas religiosas de todo un, pueblo y
p a ra consolidar sus vacilan tes creen cias. Quitando
la suciedad de sus ropas, lim p iab a dé dudas sus
entendim ientos.
Al cabo de media, hora de trabado, que me hizo
su d ar copiosam ente, di por ternvínad a mi faen a.
No quedó la tú nica de M u jan d a Vjlanca como el a r ­
miño, nías p a ra les in d ígenas d e b ía p arecer de u n a
b lan cu ra in m acu lad a, pues de, seguro, ni por obra
de la n atu raleza ni por obr,a de la in d u stria, se
presentó ja m á s a su vista n a d a com parable, E n es­
tos países 110 nieva, y la ieclie, por la calid ad de
jos pastos, es de color m uy am arillento. Puesta,
la blan ca tú nica sobre Va n eg ra piel, realzab a v i­
gorosam ente la belleza <ie ios in d ígen as por el vivo
contraste de los co lo re6 y les a le g ra b a con ese es-
19fi ÁNGEL GA N IV ET

tremeeimiento espontáneo de a le g ría que produce


!a b lan cu ra, símbolo de ia vid a. j_,os poetas caseros
sacaro n g ra n partido de este contraste, y se v a lie ­
ron p a ra representarlo de mil com paraciones ca ­
p ric h o sa s; Ja m ás exacta y la más poética fué o ri­
gin al de un joven siervo de M ujanda, que par;:¡
celeb rar al d ía siguiente la aparición de su señor
con la tú n ica la v a d a por mí, compuso una canción
en que le llam ab a «árbol cíe fuerte tronco, envuelto
en una nube blanqueada por Ja. luz de la luna
llen a».
P a r a Ja segunda parte del. ensayo, cad a m ujer
L0f¡ iü una túnica y ocupó su sitio, de rodillas, junto
a laL^ P o d r a s de Lavar, con la s cazuelas del jabón
al lad i Todas a un tiempo com enzaron a u n tar el
jabón \ J a re streg a r ias telas, dem ostrando poca
m em oria Pero no común habilidad. Yo reco rría las
filas, exho atándolas a a p reta r bien los puños, a
vo lver ias o to a d a s por todas partes, a distribu ir Ja
espum a equii "‘ativám ente, p a ra que ia m ugre des­
a p a re cie ra poi v igu al, y ellas obedecían con pron ­
titud y aprovecí, '-ab an bie:!1 m is lecciones. TJna joven
condenada por % 'lotona, según supe después, no
sólo aprendió en a c l° a la v a r con perfección,
sino que daba ícccio a sus com pañeras como un a
m aestra consum ada, P or donde yo vine a entender
que quizás en el fundí 1 fle la naturaleza de Jas m u­
je res h a y a cierta partí cu iar o in n ata aptitud p ara
el lavad o , y a que tan . ’J-n esfuerzo lo dom inaban.
Ciertam ente, si en lu g a r ^e m ujeres hubieran sido
hombres m is discípulos, J1° b a b ría triu nfad o yo
con tan poca m olestia. .Co/Jto prem io a la precoci­
dad de la joven glotona, Hat.nada por el. bello nom*
LA CONQUISTA DKI. JIEIÍVO DE MAYA 1 97

bre de M atay, (da bebedora de leche», la rescaté


en ei acto por dos cab ras, y, adem as de ele varla
a. ia dignidad de esposa, la nombré m i lava n d e ra
fam iliar. Aunque yo estaba, como todos, sometido a
1a ley, y dobla en tregar m is ropas a la s lav a n d e ra s
públicas, es lo no se oponía a que p a ra el aseo de
mi persona tu viera una mujer- hábil que lav a se a
diario ias i-opas fíe :nj uso, siq u iera fuese a costa
do un excesivo derroche de alim entos.
De esta m an era se inició en la corte de M a y a el
lavado con jabón, u na de las g lo ria s m ás p u ras del
glorioso lein ad o do M u janda.
CAPITULO XIV

N u evas costum bres políticas. — Intervención de la


m u jer.—C juh -i WK.io p a la cieg a s.—.Luchas pro‘/non-
d as por la infecundidad, de M u jan d a.—Relación
del em barazo y alum bram iento de la v ie ja
Mpizi.

L;i c«nii raii/ació n del poder tra ía consigo g ra n ­


des bienes. Todas la s discordias, que antes vivían
d e sp arram ad as por ia faz del país, so concentraron
en la. corre; los ciudadanos que, a p artad os de la es­
cena política, peleaban por motivos íútiies, por la
caza o por la pesca, por el aprovecham iento de los
ríos o de los pastos, tenían a h o ra un asunto m ás
elevado en que poner sus m ir a s : el gobierno en
cu alq u iera de sus órdenes y grad os. Predom inando
antes el. principio de 1a h erencia, las lu ch as políti­
cas eran fam ilia re s y se red u cían a l cruce de in ­
fluencias de las m u jeres p a ra que sus hijos, si h a ­
bía varios, fuesen ios preferid os por el p a d re ; éste
elegía a su arbitrio y a p la ca b a los enojos con me­
didas de orden puram ente doméstico. R aro era el
caso de que el rey im p usiera a la s localidades re­
yezuelos de su fam ilia, porque los m iem bros de ésta
p referían vivir en la corte a expensas de su parien-
200

le y soberano. Algunos aficiono,dos a las a rm as ob­


tenían cargos m ilita re s; otros ejercían cargos p a la ­
tinos puram ente decorativos. D urante el reinarlo del
cabezudo Q uiganza, una sola, excepción hubo a esta
r e g la : el nom bram iento de su herm ano L isu , el de
los espantados ojos, p a ra Ivíbúa; pero fué a peti­
ción de esta ciudad, y luego que Lisu derrotó al jefe
rebelde Muño, el de los grandes labios.
E l nuevo sistem a cam b iaba de a rrib a abajo to­
das las relaciones sociales. L a lu d ia era abo.va por
obtener el favo r del rey, del dispensador exclusivo
de m ercedes. Los reyezuelos h ab ían aceptado gu s­
tosos que se les p riv a ra ele la facultad de tran sm i­
tir su cargo por herencia y de nom brar sus subor­
dinados, viendo la com pensación de una mejora,
inm ediata, de un traslad o favo rab le o de un ascen ­
so a o tra ca te g o ría ; al misino tiempo in trig ab an
p a ra que sus deudos ocuparan los puestos vacantes.
Del mismo modo, en todas las clases sociales, las
asp iracion es hábilm ente despertadas habían cega­
do los ojos p a ra que no viesen lo que el in terior de
mi refo rm a c o n te n ía : un despojo de atribuciones
en beneficio del poder central y en beneficio del
país, si el re y sab ía im ponerse y d irig ir todas las
en ergías perdid as a fines útiles p a ra la patria.
M as por lo pronto ocurrió, y a sí tenía que su­
ceder, que todos los que a sp ira b a n a elevarse y
todos los que se oponían a que otros se elevaran ,
esto es, la totalidad de la nación, dirigieron sus
tiros contra, el rey, y como el rey se escudaba, con
sus consejeros, contra ios consejeros. No se tardó
en com prender que la fuente de Jos m ilagros era
el rey en ap arien cia, y el Ig a n a Ig u ru en realid ad .
LA CIONQUISTA DKL IIEIN O DR MAYA 201

En ia nu eva organización el re y 110 conservaba


m ás que dos p re rro g a tiv a s : oir a ios u ag an g as, siI-
barles y acogotarles, y decidí]' con su voto en los
consejos, cuando h ubiera entre los consejeros Jo
que no h a b ría n u n ca : empate. En u n a sola ocasión,
con motivo de la a p ertu ra del lavad ero público, el
consejero A sato iiahía estado enfrente de m í; a. lo
sumo, podía tem erse que otro consejero, Menú, fue­
ra, en un momento crítico desleal a mi c a n s a ; pero
siem pre me sostendrían, sin vacilacio n es ni velei­
dades, Jos otros c u a tr o ; m is dos h ijos Sungo y C a­
tana, ei pedagogo M izcaga, hech ura m ía, y Qui-
yeré, el de la s descom unales p aíaz a s, padre de la
bella, Memé. E n cuanto a los u a g a n g a s, la m ayoría
era adicta a mí persona y a mi p arecer, porque yo
me g ra n je a b a sus voluntades con atenciones y re g a ­
lo s; y aparte de esto, sus deliberaciones continua­
ban siendo platónicas. Los acuerdos efectivos a rra n ­
caban sólo del consejo.
Aunque la influencia de) rey fu e ra tan lim itada,
había, no obstante, u n a excepción ; el rey contaba
con un recurso suprem o, riel que era propietario ex­
clusivo : la legitim idad y el extraño poder que ésta
ejerce sobre el pueblo y la s autoridades. A u n a p a ­
lab ra de M u jan d a, todos los m nanis estaban dis­
puestos a prender y a d ecap itar no im porta a quién,
aí mismo Ig a n a Ig u ru . E n cam bio yo, poseedor
real del poder, 110 Jia lla ría en parte a lg u n a quien
se prestase a m a tar a M u jan d a. T en d ría p a ra ello
que prom over un levantam iento, destronarle v d a r­
le la. m uerte cuando estuviera, caldo. P o r fortuna,
la m ediación de la rein a Mp i;d me a se g u ra b a el fa ­
vor del rey, y el interés de éste e ra dejarm e v iv ir
ÁNGEL C-A:\1VJ\T

p a ra enriquecerse con m is inventes y luís iiige¡üo-


sos arbitrios.
R esu ltab a do aquí un dualism o en el gobierno y
un dualism o en el juego de las in flu e n cia s: los naos
se d irig ía n a mí por lo que yo hncía, y los otros al
re y por Jo que podía h a c e r; y p a ra los asuntos de
m enor im p ortancia, a los consejeros, que, a cambio
de su adhesión personal, justo es que fu e ra n nn
poco atendidos. M as como no siem pre las preten­
siones podían ser satisfech as, los desesperanzados
acu dían a otros medios m ás enérgicos que Ja sil ri­
pie petición, y en pocos d ías cíe nuevo régim en fue­
ron peritísim os en las artes de la corrupción, dei
soborno, de la seducción y del cohecho. P a r a ejer­
cita rla s utilizaban, como m ateria m ás b lan d a y
dúctil, a la m ujer, que a d q u iría a ojos vista s una
g ra n im portancia : el uso de la s túnicas de colores
y de los som breros la s h ab ía embellecido, el de los
baños las h ab ía purificado, y el del jabón la s hizo
casi omnipotentes. A ellas so enderezaban tas sú­
p licas y los regalos, y ellas escuchaban las u n as y
se g u a rd a b a n los otros, decididas a abogar por los
obsequiosos suplicantes.
Yo pudo convencerm e de lo difícil que es resistir
las seducciones de las m ujeres. M ás de veinte peda­
gogos locales p retend ían suceder al c a líg ra fo Miz-
ca g a y aL prudente Uquim a, y, a fa lta de precisión
en la antigü ed ad de los servicios, la elección re c a ­
yó sobre un hijo dei desleal reyezuelo Muño, im ­
puesto por mi sensu al esposa C an úa, la cu al h ab ía
pertenecido antes a L isu , el de ios espantados ojos,
y antes que a éste a Muño, el de los gran d es labios,
y sobre un herm ano de ia tejedora R u bu ca, reco­
LA C ONQUISTA U5J. ÜK1NO DE MAYA

m endado por ésta al rey. Quedaron dos vacan tes de


pedagogo en M búa y C ari, y fu e ro n : la de Mbúa,
p ara un hijo de la m ism a R u b u ca y del heroico
y orejudo consejero M ato, y la de C ari, p a ra un
prim o de mi flaca esposa Quimé, siervo pedagogo
del reyezuelo de esta ciudad. KL nom bram iento del
hijo de Rubuca. dió mucho que decir, porque se to­
leró que el joven presentase cuatro loros en vez de
seis, y adem ás se su su rrab a que no ha.bian sido
a m aestrad os por él.
En esta lu cha de influ encias la s m u jeres se d ivi­
dían en bandos alrededor de las fav o ritas. Contra
La costumbre, yo no hice ja m á s designación espe­
cial de e lla s ; pero de hecho resu ltab an design ad as
por el grad o de afecto que cad a m ía m erecía y por
su fecundidad. Mi criterio se gu ia b a por los m éri­
tos de ca d a m ujer, m ás por los del alm a que por
los del cuerpo, por ser éstos escasos en todas ellas
p a ra un hombre de mi raza. Prim eram ente d istin ­
gu í a la esbelta, Memé, 1a cu al la s su p erab a a todas
por la re g u la rid ad de ia s form as y por la vehem en­
cia del c a r á c t e r ; luego a la ñ aca Quimé, cu y a sen­
sib ilid ad a rtístic a me p a re c ía m a ra villo sa p a ra ha­
berse d esarrollado en la vid a servil, entre ios za­
fíos pastores de C a r i; la sensu al C an ú a atesoraba
gran des bellezas p lásticas, tenía excelentes aptitu ­
des p a ra los ju egos m ím icos y era fecundísim a. E lla
sola, en menos de tres años que ib an tran scu rrid o s
desde m i llegada., me h ab ía hecho padre de tres hi­
jas, dos de ellas g e m e la s; Quimé h ab ía tenido una
h ija y un hijo, y Memé uno solo, en el destierro.
Ñ era, al m orir, me h ab ía dejado otro, que murió,
y asim ism o m urieron, a rra stra n d o consigo a sus
2 0 'i ÁNGEL G A N IV ET

madres, dos m ás, nacidos de dos diferentes rein as


accas. De m ezcla acca no salió adelante m ás que
ano, llam ado a desem peñar un g ra n papel en la
h istoria nacion al, e hijo de la rein a Mtivi, m u jer
tan pequeña por el cuerpo como gran de por el co­
razón. E ste fué mi hijo predilecto; e ra enanillo
como su m adre, m ás negro que sus herm anos, y tan
vivarach o que le puse eí nom bre de Ti tí. Los otros
seis, y m uchos m ás que llegué a reun ir, eran de un
tipo m ulato muy sem ejante a l gitano p u r o ; aun
siendo pequeños, dejab an ya. ver, y creo que con
el tiempo lo d em ostrarán , que eran in telig en tísi­
mos por efecto riel buen cruce de razas. El prim o­
génito, ei de Memé, el más parecido a mí, era. tan
gra ve y reservado que no q u ería h ab lar nunca, ro­
zón por la cu al (así como por ser ei m ayor) le di el
nom bre de A rim i, que en mi idea q u ería d e c ir: niño
elocuente por su silencio.
E n torno de la s tres m adres se agru p ab an , según
sus sim patías, todas m is m u jeres, a sí como las sier-
v a s reconocían Ja. superioridad cié M uvi. L a s an ti­
g u a s m u jeres de Arimi seguían fieles a Memé. C a­
n d a capitaneaba el hondo m ás num eroso. Quimé
era ia m ás modesta, y aunque tenía sus p a rtid a ria s,
se in clin ab a a] bando de Memé, su protectora. M ás
lard e hubo u n a n u eva y tu rb ulen ta p a rcia lid a d con
la lle g a d a de la revoltosa y glotona M atay, la .la­
va n d e ra, que llegó a ser m adre de cuatro h ijos y
una de las favo ritas. P ero igualm ente cuando eran
dos que cuando eran tres ios bandos, mi táctica p ru ­
dente y mi en érgica severidad redujeron las a n i­
m osidades a su m enor expresión. Un medio de que
me va lí, con exijo. p a ra sostener el orden en mi
LA CON QU ISTA DEL REINO DE MAYA 205

casa y pava influir de rechazo en la de los dem ás,


■fué ia renovación continua de m i h arén. L a s mu­
je re s que eran m adres y ias del difunto A rim i, de­
m asiado v ie ja s p a ra mi objeto, quedaban como base
inam ovible de mis com binaciones; pero ia s dem ás
eran reg a la d a s por turno, cuando a d q u iría otras en
sustitución. E l rey, los consejeros, ios reyezuelos
y algunos u a g a n g a s distinguidos tuvieron en sus
h aren es alg u n a m u jer que h ab ía sido m ía, y que,
por haberlo sido, ocupaba un lu g a r preeminente.,
si 110 el prim ero. Así afian zab a yo mi influencia y
g a n a b a buenas am istades y a d q u iría fam a de recti­
tud, por ser mi conducta desacostu m brada en este
país, donde Jos m ás altos tienen el prurito de a r r e ­
b a ta r sus m ujeres a los m ás bajos. Con mi lib e ra li­
dad yo n a d a p erdía, pues mis m ujeres eran siem ­
pre cincuenta, límite m áxim o que voluntariam en te
me impuse y que nunca trasp asé, y p a ra ren ovar­
ía s contaba con ios m ilagrosos ru ju s.
Mucho contribuyó tam bién a m odificar los m alos
hábitos de mis m u jeres el de comer todas a ia m is­
m a m esa y sin privilegios irritan tes. En este punto
conseguí verdaderos triu n fo s; uno de ios motivos
m ás fuertes de ia oposición contra, la s cosnidas fa ­
m iliares, se re co rd ará que fue el odio a codearse
dem asiado con los a c c a s ; yo realcé cuanto pude
a ios infelices enanos, y llegué h asta a sen tar a la
m esa común, sin protesta de nadie, a la rein a Mu-
vi cuando fué acep tad a por mí como esposa. Séase
por el poco am or que yo les dem ostraba, séase por
mi raro aspecto y por Jas nebulosidades de mi h is­
toria, todas mis m ujeres me tenían una siterLe do
veneración, ra y a n a en el am or místico.
2í'.Ki ÁNGEL GANIVF.T

No sucedía a sí a M u jan d a. Yo, incapaz ele a p a ­


sionarm e de n in gu n a de ja is m u jeres, las conside­
ra b a como un medio de diversión y pasatiem po,
usado, es verdad, con rnucha h um anid ad y tacto.
M u jan d a, poseído de su papel, y tomando la co­
m edia por realid ad , concebía am ores súbitos, hoy
por u n a, m añ an a por otra de su s m u jeres. Adem ás,
ei harén reai era cuádruple dei mío y m uy hetero­
géneo ; en él se veían, como en las form aciones geo­
lógicas, Jas d iversas capas, su perpu estas y perfec­
tam ente sep arad as, que lo h ab ían ido form ando.
L a suJta-na Mpizi tuvo muchos hijos, de Jos cuales
el único sobreviviente era el débil M u jand a, a! que
q u ería con pasión y ai que gobernó a su antojo h as­
ta la edad de veinte años. E n este tiempo, que fué
el de mi llegad a al país, el príncipe tomó su p rim e­
ro esposo, M idyezi, «Ja bebedora de agu a», h ija
m ayo r de Memé. S u egra y n u era h ab ían vivido en
el destierro de Viioqué, form ando el nucléolo del
h arén de M u jan d a, y continuaban estrecham ente
unidas.
La segund a cap a estaba form ada por los restos
de! antiguo harén del cabezudo Quiganza,, cu yas
m ujeres e lu ja s habían pasad o o. poder de M u janda,
después gue éste fué proclam ado rey. Sólo la m a­
dre del consejero A salo pasó a poder de su h ijo, y
la descendencia de ia gord a y m alograda. M cazi al
del abuelo Mcomu, a la sazón reyezuelo de Ruzozi.
Todas las dem ás m ujeres pertenecían a M u janda,
y form aban un fuerte bando, cu ya cabeza visible
era la obesa C a n d ía , que había sido m adre de doce
h ijos, y riv a l, por Ja cantidad de sus carnes, de
la. difu nta Mcazi. C avn iia profesaba odio m ortal a
la co nq uista ¡ ) í ;l u e in o de m aya ¿07

su su egra y se sen tía m ortificada por su p osterga­


ción, dado que el nuevo rey, sin h acer ascos a la.
abu n d an cia excesiva de carnes, era menos esclavo
de éfilas que su lío, y se in clin ab a en favo r del Upo
que 3ro be llam ado etiópico. P o r esto su íntim a fa ­
vo rita era Ja tejedora Rubuca, ca p ita n a del tercer
bando, compuesto, en su casi toíaJido.d, por m u je­
res de los dos harenes de V iaco, antes y después de
la revolución, a sí como por las confiscadas a l den­
tudo consejero de Menú. A pesar de sus cu aren ta
ai;os y de sus ocho ¡rijos, no d ejaba R u b u ca de te­
ner seducciones, apa ¡'fe de la no pequeña de ser m a­
tadora de un usurpador. E r a una m ujer del m is­
mo corte que 'Memé, y m an ten ía a ra y a el bando de
la obesa C ai'u lia, siq u iera éste fuese m ás num ero­
so. Había., por último, u n a cu a rta cam arilla, la de
la s p ro vin cianas re g a 'a d a s al rey en sus v ia je s,
d irig id a por la sim ple M usandé, b ija predilecta del
carnoso N iam a, reyezuelo de Quetiba. Este bando,
menos dies ero en la s in trig a s de ]a corte, se a lia b a
de ord inario con el jn ás pobre en núm ero y rico en
influencia, el de ia su lta n a Mpizi,
T an discordes elementos, excitados por las tor­
pezas y por Jas p arcia lid a d e s dei rey, se h acían
crud a g u e rra, y la s riv a lid a d e s se acrecentaban con
3a incert.iduinbre del porvenir. E l rey no h ab ía te­
nido hijos, ni se esperaba que los tuviera, y la idea
fija del h arén e ra a v e rig u a r qué se h a ría en caso
de m orir M u jand a. A fa lta de sobrinos, de hijos y
de herm anos, caso nuevo en la h istoria d inástica de
la prolííica nación, ¿quién sería el heredero? ¿A sa ­
lo, h ijo m ayor, o Lisu , herm ano menor de Q uigan­
za? Mpizi y la c a m a rilla do M usandé estaban por
ÁNGEL G A N IV ET

é s te ; Ja c a m a rilla de C aru lia , por aquél. Rubuca


confiaba aú n en la ju ventu d y la rg a vid a de M u­
ja n d a , y se m antenía indecisa. N i u n a sola voz se
levantó en defensa del principio de libre elección,
por donde se com prenderá Jo a rra ig a d o que está en
este p aís el am or a la m on arqu ía h ered itaria. Des­
graciad am en te, la creencia de que el re y no estaba
Jlam ado a ser padre era tan ciega, aun en el ánim o
del rey m isino, que todo ru m or de em barazo d ab a
Ju g a r a im putaciones calu m n iosas y recru d ecía los
odios.
Hubo tres fa lsa s a la r m a s : la p rim era de R u b u ­
ca, que fué a m an ch ar lo. lim p ia reputación del lis­
tísim o S u n g o ; otra de M busi, h ija de Mt-ata, re y e ­
zuelo de M isúa, an tig u a esposa del heroico y ore­
judo Mato, con cuyo motivo no quedó bien parad o
el mímico C atan a, y la ú ltim a de R iso rúa, que tuvo
un desenlace trágico. E sta R isom a, lla m a d a a sí p o r­
que p ad ecía de denteras y se la s cu rab a m ascando
«salitre», era, como M busi, del bando de Rubuca,
pero procedente del harén del dentudo Menú,
y fué acu sad a por sus celosas com pañeras de
querer in trod ucir un heredero en Ja fam ilia real
con auxilio del consejero Menú, su ex sobrino po­
lítico, A mi ju icio, Ja acusación e ra fa ls a como las
anteriores, porque ofensa tan gra ve , ni podía caber
en la mente de un consejero, ni era de hecho posi-
lile, dada la v ig ila n cia de las c a m a rilla s ; adem ás,
[os acusados negaban, prueba plena en ei procedi­
miento penal m aya, y el em barazo 110 era v isib le ;
pero a in stan cias del rey, a l que parece que moles-
iaha el rech in ar de dientes de la m alaven tu rad a
R isom a, tuve que condenar a muerte a los presun ­
LA CON QU ISTA JÍEL tiE lN O DE MAYA

tos adúlteros. Un u ag an g a, R izi, el m ás bello de


Jos hijos del valiente (Jcucu, substituyó a Menú, y
la. posibilidad dsí em pate entre consejeros se alejó
h asta perderse de vista.
C uando ios ánim os estaban m ás em peñados en
resolver el pavoroso problem a de ia sucesión de
M u jan d a, una noticia im p revista vino a co rtar de
raíz todas la s q u e re lla s: ia noticia del em barazo
positivo e innegabie de la su lta n a Mpizi, de quien
nadie, a sus cincuenta y pico de años, esperaba
este ala rd e de fecundidad. L a n u eva fué acogida
por ia nación con entusiasm o, y por mí con o rg u ­
llo, porque veía ia posibilidad de que n acie ra un
varón y de que un hijo mío fuese rey de M aya.
Sóio me entristecía ei pen sar que este lujo, si es que
e ra lujo, fuera tan inteligente como sus h erm an o s;
porque en la nueva organización política, un rey
inteligente se ría peligroso, y lo esencial, ei bien de
ia p a tria , ten d ría mucho que padecer. Desda que
los prim eros rum ores circularon liasía ei d ía del
alum bram iento, ios bandos políticos estuvieron
como adorm ecidos, y el pueblo esperaba con a n ­
siedad la llegad a del d ía muntu para, recrearse en
la contemplación del vientre, cada vez m ás des­
arro llado, de la v ie ja y en greíd a sultana. Ailí en
aquel vientre veían por entonces ia representación
de la legitim idad d in ástica y de ia paz s o c ia l; y el
mismo M u jan d a se preocupaba mucho dei desen la­
ce de la preñez, deseando el nacim iento de un p rín ­
cipe heredero, que por el solo hecho de ser dudoso,
aventajaba a cu alq u iera de los dos conocidos, Lisu
y Asato.
iin M aya exisLe 1a costumbre, a mi juicio m uy
14
210 ÁNGEL fiA N IV K T

acertada, cíe que el mavido haga, de com adrón en


Los pario s de su? esposas. 1*11 alumhr¿uiHcnto tiene
!nga.r en el harén si es de día, o en [a sala fam ilia r
si es de noche, y todas las m u jeres rodean a la p ar­
turienta p a ra a sistirla en caso necesario y para
presen cial1 la aparición del nuevo ser. No es que
h a y a temor a un fraude, a una ficción do parto o
a Liu.il sustitución de p e rs o n a s ; aunque a d elan ta­
dos los m a y as, no conocen aún estos progresos ju rí­
dicos ; es rjiie hay vivo deseo de ver el sexo a que
pertenece el recién nacido, porque ai se_\o está lig a ­
do muchas veces el porvenir de u>>li fam ilia , y ira-
! ándase de Mpizi, el porvenir de una nación. Como
yo no podía en trar y s a lir lihrem eníc en e.t harén
rea-i, y menos en Ja sa la de fam ilia , si el p arlo se
presen iaba por la noche, la su Usina decidió v iv ir
en mi cusa los últim os d ías de su gestación. R e a l­
mente ojia era mi esposa legítim a, por h aber dudo
M u jan d a su beneplácito a nuestro enla.ee; pero el
cambio de dom icilio no h ab ía tenido lu g a r porque
o! que. debía, reclam arlo era yo, y ja m á s ouíse h a ­
cerlo, temeroso de enajen arm e Ja s sim patías del
rey, am antísim o de en m adre, y Jas do la misma.
Mpizi, p a ra quien ia m udanza si gu iñ eab a un. des­
censo de calcg oria. Los p artid ario s de. que la s cosas
vayan siem pre por la lín ea derecha, no com pren­
derán ni aprobarán este irre g u la r concierto, m-::'.-
cía de m atrim onio y barra.ganúi, del que sólo podía,
nacer un gravísim o desdoro naca ¡as in stitu ciones:
pero la vid a es así, enem iga de lo sim étrico y fe­
cunda en form as nuevas e in ad aptab les a los p a­
iro 11 es usados de ordinario. E l fondo es el mío con­
tinúa siendo eternam ente ig u a l; y el fondo en ia
LA CONQUISTA !JKL HB1NO Dü MAYA 211

unión del hombre y de la m ujer, y a con arreg lo a


un modeJo, y a con arreg lo a otro, es la procreación
de un nuevo organism o viviente, eJ cu al, si tiene ia
fo rtu n a de nacer varón y en las r a r a s y felices c ir­
cu n stan cias en que iba a venir al m undo ei bijo
de Mpizi, tiene gran des probabilidades de h eredar
una corona y de re g ir cerca de medio m illón de sus
semej antes.
R ealizóse 3a m udanza, y a los seis días el fausto
acontecim iento. Cuando la descu id ad a crudacl dor­
m ía a p iern a suelta, en i a m ansión del Ig a n a Igu ru
lodo el mundo velaba alrededor de Mpizi, h asta que
ésta, a ¡as a ltas hora;:; cié ia noche, pudo d a r a luz,
sin señales de gra n m olestia y en medio de nuestros
solícitos cuidados, un herm oso príncipe, que fué
confiado a los desvelos de la rein a M uvi, en tanto
que la p a rid a y m is dem ás m u jeres se retirab an a
sus alcobas a d escan sar. M uvi am am an tab a aún a
su hijo Ti tí, entrado en el sexio mes de edad, y a u n ­
que enana, era tan buena criad o ra que ia elegí
p a ra que d iera las prim eras veces a l recién nacido.
Yo me quedé acom pañ án dola lodo el resto de la, no­
che, porque ia escena a que a cab ab a de a sistir me
hab ía producido m ucha im presión y me h abía ah u ­
yentado el sueño.
E sta elección m ía fué uno de esos m isteriosos
acaecim ientos en que ios espíritu s m ás incrédulos
reconocen la mano providencial que rige los des­
tinos dei mundo y de las n a cio n es; a. no ser por
ella, las esperanzas de ios m a y as hubieran sido
fru strad as, y la paz del reino puesta en peligro.
No sé si por fa lta de desarrollo, m uy ju stificad a por
la edad m ás que m a d u ra de su m adre, o si por tor-
ÁNtl KÍ. ( ÍANIYi i ' i

pez,as com etidas por mí, poco ducho en obstetricia,


e incapaz, sobre todo, de hacer bien un ombligo,
ei príncipe que acababa, de n acer íué tan poco v ia ­
ble que a la s dos h oras de ven ir ai mando dió su
último y débil aliento en los brazos de M uvi. ¿Qué
h acer en este angustioso tran ce? ¿D efra u d ar los
sueños dorados de Mpizi y de toda La nación, a li­
m entados durante tan larg o s m eses? ¿D e ja r que
tas ca m a rillas y los bandos levan taran otra, vez la
cabeza y p e rtu rb a ra n ei d esarrollo norm al de 1a
vid a política? E sto me pareció insensato m ientras
h u b iera un recurso a mi alcance, e inspirándom e
en el bien de ia nación concebí u n a idea, p atriótica :
la. sustitución del h ijo de Mpizi por ei de M uvi.
Ambos eran hijos míos, ambos nacidos de rein a y
m ulatos, y el enanito Tití, con sus seis meses, po­
día p a s a r por un recién nacido de raza común.
M uvi e ra m u jer capaz de com prender mi intento,
y se sometió a m is m andatos con hum ildad, deseo­
sa en el fondo de que mi fraude p ro sp e rara en bien
de su hijo. En su vida, de azares h ab ía aprendido a
conocer la u iilíd ad dei engaño, al que a sabiendas
quizás no se hubiera asociado n in gu n a otra de mis
m ujeres, por fa lta de costum bre y de h abilidad.
Muvi traslad ó el cad áver de mi m alogrado hijo
a lo m ás oculto de su celda, y trajo a la sa la fam i­
liar a mi otro afortunado hijo, al vivarach o Tití,
y le envolvió en la m ism a tela que h ab ía servido
p a ra el prim ero. P o r la m a ñ an a toqué el cuerno ele
búfalo y m is m u jeres pasaron al h a ré n ; pero a
Mpizi le recomendé que no sa lie ra de su cá m a ra
nocturna, y le di por com pañera a M uvi, nodriza
interina del príncipe, a l que ia su lta n a colmó de
:.,a <':o n q w * ta o r í. r r in o of . m a y a 213

ca ricias, sin que la temible voz de la san gre des­


luciera nuestro piadoso engaño. Entretanto, 3a no­
ticia deJ parto h ab ía corrido por toda ia ciudad, y
la m ultitud pp agolpnba a mis pu ertas p a ra cercio­
rarse del acontecimiento ; el harén real a rd ía en
deseos de conocer al. p rin c ip e ; M u jan d a vino a ver
a su m adre y a su hermano, y tos consejeros llega­
ron detrás del rey, a excepción de uno de ellos,
A sate, que s u fría un acceso de fu ria y de desespera­
ción. P a r a satisfacer la ju sta y genera! curiosidad,
y para, a se g u ra r el éxito de mi frau d e, a ios cuatro
días de repetirse estas escenas del día prim ero des­
licé suavem ente la idea de que Mpizi, cayo estado
era excelente, podía tra sla d a rse, m ontada sobre el
sagrad o hipopótam o, ai palacio real, donde se en­
contraría, con m ayores com odidades y con m ás de­
coro y dignidad que en mi mezquina casa. Así se
hizo aq uella m ism a tarde.
Yo en persona, enjaecé la tra n q u ila bestia con
tal arte, que sus lomos, adornados con alm oh adas
y telas, form aban un blando diván, n a d a im propio
para serv ir de trono am bulante. Sobre él regresó
al real palacio la reina. Mpizi, llevando en los b ra ­
zos al venturoso príncipe, que fué aclam ado por
las autoridades y por ei pueblo b ajo el nombre so­
noro de Yosim iré, «don precioso», pren da de con­
cordia y de paz. M ientras tanto, Ja pobre Muvi,
escondida en su celda, con ol cad áver clel verdadero
príncipe, se deshacía en alegres lág rim as, y reía
y da nzaba como o na locuela.
CAPITULO XV

R efo rm as a g ra ria s. — Edicto estableciendo la pro­


piedad in d iv id u a l.—N uevos instrum entos de ia-
i.jiíjnzi.i,— d iegos y abonos.—C/oación de un esio!’-
colero n acion al b ajo el patronato de M u jand a.

D urante el em barazo cié la rein a Mpizi tuvieron


lu gar im portantes innovaciones, a lg u n a s de la s eno­
jes ven ía yo Isn iam eu íe p rep arán d olas de largo
tiempo atrás. De ¡odas ellas se h a b la rá aquí por
la gran reson an cia que alcan zaron , y por el influjo
qao ejercieron en !a m arch a de Ja nación, comen­
zando por las fam osas leyes a g ra ria s, rad icalisim a
tran sfo rm ación de la, propiedad territo ria l y del
cisterna de cultivo.
Un presupuesro m aya, reducido a sus térm inos
m ás sim ples, no comenta, más que un artícu lo con­
sagrad o a. los g a s to s : sostenim iento de la casa real
y de la servidum bre, del. ejército y de los conse­
jeros y dem ás autoridades de la corte. En cuanto
a ios ingresos, no había, que determ in arlos expre­
sam ente, porque lo eran todos, los productos de
Ja nación. En el distrito de M aya, ei re y labraba
m uchas tie rra s directam ente por medio de sus s ie r­
vos ; en los dem ás distritos confiaba, este cuidado a.
;¿16 ÁNGEL g a n iv e t

los reyezuelos, cediéndoles la m itad de los benefi­


cios, p a ra que sostuviesen las c a rg a s dei gobierno ;
pero corno ni el rey ni los reyezuelos podían culti­
v a r toda la tierra., así como tampoco podían cazar
todas Ja s fieras de los bosques, ni pescar todos los
peces del río, se otorgaban concesiones a quienes
las deseaban p a ra lab ra r, cazar y pescar, m edíanle
entrega de la m itad de la s ganancias. F u e ra de es­
tas iaenas, todas las dem ás, corno las in d u strias,
el comercio, la edificación, La cría de ganados, et­
cétera, eran libres y no estaban su jetas a g rava-
men. H abía, sí, recursos eventuales, como !a con­
fiscación de bienes y Jas m u ltas p e n ales; más ta r ­
de, por mi intervención, hubo dos re n ta s: Ja de
los ru ju s y la del la v a d o ; pero siem pre estos in ­
gresos eran considerados como reintegro, porque
fundam entalm ente toda la. riqueza era del rey. L a s
concesiones perm anentes eran inconcebibles, y aun
las temporales eran sólo un a liberalidad, real, un
donativo momentáneo. L a propiedad era siem pre
única, in divisible e in sep arab le de la persona, del
rey, y a l mismo tiempo c o le c tiv a ; porque el rey
como representante de todos sus súbditos, aim que
ionía el derecho de d istrib u ir entre ellos a su an ­
tojo las riquezas, no por eso estaba menos ob liga­
do a d istrib u irla s con equidad o sin ella.
Me encontraba, pues, dentro de un régim en so­
cia lista rudimentario, y veía asom ar por todas p a r­
tes, rudimentariamente tam bién, sus fun estas con­
secuencias. El rey poseía m ás de Jo que necesitaba
p a ra sus atenciones, y no estab a interesado en pros­
perar sus h acien d as; los concesionarios se limita­
ban a obtener lo preciso p a ra el d ía ; ¡os in d ustria-
LA CONQUISTA DLL I1EINO DE MAYA ¿17

Jes tampoco se esforzaban para, reunir riquezas


que, aparte de ser mobilí a ria s o sem ovientes, nun­
ca territoriales, estaban a m ag ad as b ajo la mano
Todopoderosa doI rey. Existiendo un poder n iv e la ­
dor de la riqueza, y faltando estím ulos perm anentes
p a ra ad qu irir, los únicos m óviles del trab ajo eran
ei ham bre y el am or. Quien reunía, provisiones p ara
un mes y lo grab a en cerrar en su harén v a ria s es­
posas, era hombre feliz. Si aú n le quedaban ánim os
p a ra m overse, luchaba, en lo s ju egos públicos o se
alistaba, en un bando p a ra com batir contra sus ve­
cinos por cu alq u ier pique o veucorcillo de poco
momento, casi siem pre por satisfacer la van id ad
personal o local.
Mis reform as en el m obiliario, en el tra je , en Ja
higiene persona!, habían forzarlo un tanto la pere­
zosa m arch a de estas gentes em brutecidas por la
caren cia de necesid ad es; con la creación de los es­
calafones, abriéndoles p erspectivas gran d iosas, les
di un g ra n im pulso en la vía de la- civiliza ció n ; la
ley a g r a r ia les dió los medios para lu ch ar, les se­
ñaló el terreno donde debían m overse. Yo establecí
las concesiones p erm an en tes; pero no a la m an era
de los inconscientes in d ivid u a lista s del p artido ensi,
sino según los principios elem entales del derecho
de propiedad. El re y continuaba siendo nom inal-
mente el dueño absoluto y único, y otorgando con­
cesiones a su a n to jo ; pero estas concesiones eran
p o ra siem pre si los colonos en tregab an en cambio
los fru tos de cinco años, evalu ad os a ojo de buen
cubero. Los nuevos colonos no tendrían que dar
cad a ario, en lo sucesivo, m ás que una cu arta parte
de los frutos en vez de la m itad, y podrían vender
ÁNGEL G A N IV ET

sus labores por ganados, por m an u factu ras o por


ru ju s. Y p a ra que la desam ortización fue va com­
pleta, privé a los reyezuelos rJe sus derechos te rri­
toriales. E l precio de la s ventas y el canon an u a!
serian percibidos por el' rey, y los reyezuelos y de­
m ás au iorid ad es locales tendrían un considerable
sueldo fijo. Con esio hubo ocasión de colocas1 a
m ás de cincuenta nuevos recaudadores y se sa-
íisíicieron apremiantes exigencias de las cam ari­
llas.
E sta proíDnda. reforma, no era. p a ra ejecu tad a en
poco tiempo. P rim eram en te faltaban hechos prác­
ticos que ía h icieran com prensible, y después aho­
rros p a ra poder com prar. Yo fui uno de Jos prim e­
ros com pradores, y algunos consejeros y rcyezue-
Jos me im ita ro n ; pero e ra sólo por com placerm e, no
porque sin tieran e] am or a la propiedad ’ territo­
rial, ca u sa en otros pueblos de tantos desvelos y
i'-i ímenes. E líos lu ch ab an por el aprovecham iento,
m as nunca por la posesión; la id ea de propiedad
estab a circu n scrita ai hogar doméstico, a la s espo­
sa?, a Jos hijos, a los gan ad os y a la s provisiones,
vestidos y m uebles. P a r a fa c ilita r el ahorro fueron
muy útiles mis m ejoras en el cultivo. E i cultivo de
Jas tierras en May,;, ora fa ta lis ta ; el labrador ara-
naba un poco la corteza laborable, a rro ja b a la se­
mina, y la c u b ría ; en algunos casos liacía a gu jero s
con el punzón de Inervo p a ra en terrar más honda
la, sim iente, y los tapab a con el alm ocafrón , único
instrumento usado para remover el su elo ; después
d e ja b a p a sa r los días laasta la época, de la recolec­
ción. Si la co sed la ora buena, daba las g ra c ia s a
igana. N io n y i; si era innla,, se enfu recía contra Ru-
'LA C ON QU ISTA nr.L HETNO DK MAYA 219

bango. Este sistem a era general, y p racticában lo


desde el rey h asta ei m ás ru in p egu jalero.
No debe e x tra ñ ar que me preocupase la reform a
del cultivo. V eía un éxito seguro p a ra mi y bienes
in calcu lab les p a ra la nación. P o r obra de la P ro ­
videncia. sin duda, las cosechas no se p e rd ía n ; pero
yo las a se g u ra ría m á s ; y cuando lo g ra ra m eter en
labor ei suelo y el subsuelo, inactivos quizás desde-
la creación del mundo, la fertilidad sería tan asom ­
brosa. que .no podría b ab er en adelante m iseria ni
hambre como las que registrab an los arch ivos y Jes
vie jas tradiciones de la nación. Conociendo, sin em­
bargo, que la ru tin a, fuerte en todas las clases so­
ciales, es m ás fuerte aún entre los lab rad o res (y en
osle punto los m a y a s son como sus congéneres de
¡odas la s partes dei. Globo), no establecí n ad a por
edictos, sino que fui poco a poco m ejorando m is
tierras, en )a segu rid ad de que los dem ás me im i­
tarían ; por d esgracia tardó mucho en d esp ertar­
se la cu riosid ad , pues, in h áb iles p a ra in vesti­
g a r las cau sas de las cosas, los que veían m is abu n ­
dan tes recolecciones las explicaban por un favo r
de R u b an go, que p rotegía mi h acien d a y d e sca rg a ­
ba todas sus fu ria s sobre las de los oíros.
H ab ía en B an g o la algun os herreros m uy hábiles
que recorrían de vez en cuando el país vendiendo
sus m a n u factu ras : flechas de v a ria s form as, lanzas,
sables de diversos tam años, cuchillos rectos y cor­
vos, hachas, punzones, b arrotes p a ra verjas, almo-
cafrones y otras v a ria s herram ientas de carpintero,
y labores m enudas para el adorno de las personas.
De estos u an iy e ra s de B an go la, y de algunos accas
instruidos por ellos, me serví p a ra hacer nuevos
ÁNGFJ. GANTVF.T

instrum entos de labranza, como picos m uy agudos


p a ra c a v a r las du ras tierras, azadas p a ra ta ja rla s,
escardillos y hoces. M ás (arde introduje el arado de
horcajo, de re ja m uy corta, y de a rm a d u ra m uy
ligera, p a ra poder engan ch ar a los in d íg e n a s; mi
deseo Im hiera sido h acer arad os gran d es p a ra yu n ­
ta de cebras o cebúes; pero, no contando con ¡m e­
nos gañ an es, tem ía que los braceros del p aís me
estropeasen la s bestias a rejonaxos. Aunque yo los
re galab a a todo el inundo, ninguno de los nuevos
instrum entos logró ab rirse cam ino, excepto el a r a ­
do, y no como yo lo apliqué. Con g ra n sorpresa
m ía, los accas que tra b a ja b a n en m is labores, y
sobre los cuales h abía recaído exclusivam ente el
penoso trab ajo de a ra r, tuvieron la p rim era idea
o rig in a l ob servada por mí en este país, la idea de
a la r una cebra a ios v a ra le s del Instrum ento y
a p a le a rla p a ra que tirase. Esto me a g rad ó mucho,
porque me hizo ver que el espíritu inventivo no
estaba, com pletam ente atrofiado en mis peones, y
que sólo fa lta b a som eterlos a u n a fuerte presión
p a ra despab ilarlos, lo cu al me propuse hacer siem ­
pre que fu e ra posible. 151 nuevo orado con tiro de
bestias fué visto con m ejores ojos, y no faltó quien
lo e n sa y a ra .
P ero lo que obtuvo un éxito rápido, h asta con­
vertirse en artícu lo de m oda, fue et regado de las
tie rra s, cuyo punto de a rran q u e fué el mismo de
la creación dei lavadero. La a p ertu ra del prim er
c a n a l de R u b an go desvaneció las supersticiones que
'impedían el uso de las a g u a s ; en adelante íué éste
m ás fácil con el au xilio de norias de construcción
m uy sencilla, cuyos gran d es cangilones de barro
i,a c u x q í . í s i w i>i,L ¡ w l n o maya ’22í

podían elevar el a g u a h asta a diez o doce palm os


de a ltu ra . E s ia s n orias estaban m ovidas a b ra z o ;
pero la idea ingeniosa de los accas se generalizó
de tai suerte, que no sólo en el arad o y en la noria,
sino en dondequiera que h ab ía que h acer un esfu er­
zo, a p are cía e! nuevo motor. L a s can oas, por ejem ­
plo, eran antes a rra str a d a s por hom bres h asta la
m argen m ás próxim a del río, donde eran botadas
a!, a g u a ; a h o ra se acudió ai nuevo método, y los
cebúes eran los en cargados de la conducción. Lo
mismo se hizo p a ra tronchar ios árboles y p a ra
a r r a s t r a r grandes piedras, u tilizadas como hilos o
mojones en Jus cam pos, después que el edicto so-
ure propiedad in d ivid u al hizo n ecesarios los des­
lindes perm anentes. Con g ra n asom bro mío se a p li­
có la tuerza anim a) a la ca rre tilla de mano, con­
vertida por obra de los in d ígen as en carretón. L a
c a rre tilla in ven tad a por mí p a ra el tran sporte de
abonos, se com ponía de u n a an ch a ro d a ja , cortada
irregu iarm en te de un tronco circu lar, en la que
h acían de ejes dos punzones de h ie rro ; sobre este
cilindro girato rio se o poy aban los dos v a ra le s, que,
sujetos por dos U "iv?saños, form aban u n a p arih u ela
móvil, donde iba !a cubeta llena de abonos, y, en
caso necesario, los haces de m ieses o cu alq u ier otra
cla.se de ca rg a. Los ind ígen as fueron ensanchando
ia ru ed a h asta co n vertirla en rulo apison ad or, y un­
cieron a los v a ra le s cierta especie de cebra peque­
ñ a y de pelo basto, a ia que yo he llam ado, 110 sé
sin con derecho, borrico o asno. Al principio la ca­
rretilla se volcaba, y acudieron a dos larg o s palitro ­
ques puestos en la m ism a form a que las o rejeras
del a r a d o ; pero, según se a la rg a b a el cilindro, la
ÁNGEL (.A N IV L T

estabilidad era m ayor, lista s innovaciones eran


m u y de mi agrad o , yero no f a v o r e c í a n m is planes,
porque los in d ígenas, en vez de volverse m ás tra b a ­
ja d o re s cuando eí trab ajo era. m ás llevadero, des­
ca rg ab an todo e). peso de ái sobre la s bestias y se
h acían m ás a la holganza.
Si esencial fue el adelanto de ios riegos, porque
con ellos se du plicab a ia fertilid ad de las tierras,
antes b ald ías en la estación estival, no le fué en
zag a el de ios abonos, reducido a! ceditad o que los
rebaños h acían involu n tariam en te dondequiera que
pastaban. E n este panto me favoreció la protección
regia, a la que acu dí p ara ap resu ra]' la lenta m a r­
cha de mis innovaciones. Los tra b a jo s y a re aliz a ­
dos serv ían de p rep aración y de p ru fh a an ticipada,
pero no eran b astan tes si eí rey no im ponía por la
fuerza los nuevos usos, ni tornaba parte a ctiva en
ellos. Mucho h u b iera deseado que el rey em pleara
en sus labores ios útiles y procedim ientos que yo
em pleaba en las m ía s ; pero M ujanda. era m uy poco
dado a la a g ric u ltu ra , y abundando en recursos de
io d a especie, tampoco tenía necesidad de m olestar­
se. T al era su desapego a la s cosas del campo, que
aceptó con jú b ilo la idea de Jas concesiones p erm a­
nentes, que le lib ra b a de ios cuidados a g r íc o la s ;
bien es verdad que le asegu ré que con ei nuevo sis­
tem a los trab ajo s iría n a cargo de todos ios súbdi­
tos y los beneficios seg u irían siendo p a ra él.
E l único medio de in teresar ai im previsor M u­
ja n d a en mi em presa, era convertir la reform a
a g r a r ia en u n a nueva renta., como el lavado, que
a la sazón llegab a a su apogeo. P ero esto no era
fácil, porque si los nuevos instrum entos, regalad o s
}.A C O N Q U ISTA DEL K EtN O M.'V.'i í2 o

por mí ti todo el inundo, fe oían poca aceptación,


¿cóm o ia tend rían si se les ponía un precio, aun
siendo ei rey el expendedor? Y luego los ingresos
por tal concepto serían m om entáneos, porque los
aperos de labor se ren u evan m uy de tarde en ta r ­
de, m ien tras convenía un in greso seguro y cons­
tante que asegurara el apoyo seguro y constante de
M u jan d a. M ás justificado me parecía un gravam en
sobre los rie g o s; el río era, como todo, propiedad
real, y el uso cíe sus a gu as podía ser sometido a
fiscalización. Unicamente me contuvo el miedo de
que por no pnguL' las nuevas cargas ce ja ran los co­
lonos en este cam ino, en el que tanto s e ‘ h ab ía ad e­
lantado. Todo era posible por ¡a fuer/.?., pero la
tuerza debía ser su ave p a ra no h ostig ar dem asiado
a los Labradores, ahora que se trataba de aum entar
su núm ero, de fa c ilitarle s los medios de adquirir
propiedades, de in teresarles por ellas como por sus
m ism as m u jeres e bijos, de infu n d irles el am or al
terruño, de tra n sfo rm a rles en columnas bien b a sa ­
das de u n a nación estable y fuerte.
E l medio que b uscab a yo en vano por todas p a r­
tes, me lo ofrecieron los m ism os lab rad o res. Un
colono de M aya, m uy bien acom odado y de num ero­
sísima, familia,, cu ltivab a, lindando con m is tierras,
en. los m ism os bordes del río, un b aza de g ra n ca­
bida, a,preciada como una de la s m ejores concesio­
nes reales. Porque de ord in ario éstas eran de te­
rrenos incultos y m uy distantes de la capital, o de
tierras cu ltivad as v a rio s años por los siervos del
rey, y cu y a fecundidad se h ab ía agotado por el ex­
ceso de producción. Los colonos descortezaban el
suelo endurecido, y aun lim itándose a un trab ajo
■¿2i ángel g a m v j;t

su perficial, su obra era brillan te com parada con la


do los siervos y eq u ivalía a u n a rotu ración. E l la ­
brad or vecino uií'.i era padre do dos bellas jóvenes,
desposadas por el fogoso V iaco, y a la sazón, en poder
de M u jand a, y ad h erid as al bando de la tejedora
Rubucu, Jas cu ales h abían conseguido que ei rey
d e ja ra a su p adre en pacífico usufructo de las bue­
n as tierras que V iaco le concediera cuando se hizo
el reparto íe rriiG riai. Kste afortu n ado colono cu i­
daba con celo cíe su lab or (tanco por virtud, cuanto
por la necesidad de sostener su bien repleto harén),
y íué uno de j o s pocos que se lija ro n en ios cam bios
que yo in trod uje en la m ía, y el prim ero en soli­
citar m is instrucciones y en em plear el arado, la
cHiTCtiila y los riegos. Corno contrapeso de sus be­
lla s cu alidades tenía u n a fla q u e z a : la de a m a r los
bienes ajen os y apoderarse de ellos siem pre que la
oportunidad se le presen taba, En esta m ism a escue­
ta h ab ía educado a sus diez h ijo s varon es y a sus
cinco siervos enanos, y era tan patente su debili­
dad, que todos sus conciudadanos le llam ab an (,y
este nombre ie quedó) C lnruvti, <dadroncito». E s se­
guro que si no existieran sus h ija s, que le h acían
suegro doble dei rey, sería llam ado ladrón, y los pe­
dagogos y n m anis le h ub ieran exigido cuenta estre­
cha de sus procederes. Yo le tolei-alba su s ra te ría s por
no m alquistarm e con hombre tan abierto a las ideas
de progreso, y mi toleran cia tuvo su recom pensa,
L a p rim era vez que aboné m is tierras hicc tra n s­
p o rta r en. caiTetiüas los estiércoles y dem ás inm u n ­
dicias que h ab la ido apiland o en los co rrales de mi
casa, y ju n tarlo s en montones p a ra extenderlos des­
pués por p a i’ejo. El lad rón C h iru yu y su gente de­
LA C ON Q U ISTA DEL IíFJN O DE MAYA

bieron creer que allí- se ocultaba a lg ú n artificio, y


se apresu raron a robarm e cuanto les fué posible,
p a ra fo rm a r tam bién montones en su h a z a ; desde
la creación de los can ales toda la b asu ra do la ciu-
dad ib a a g u a abajo, y nadie la tenía en reserva, y
es posible que, aunque la tu vieran, fuese p referid a
la m ía por estar m ás a la mano y por p arecer im ­
p regn ad a dei influjo de mi persona. A im itación m ía,
el lad rón C h iruyu extendió después la s p ila s de
estiércol, di ó un riego abundante, removió un poco
la tierra, y, por últim o, sembró m aíz, como y a lo
h ab ía hecho con buen resultado el venino an terior.
L a cosecha fué asom brosa, m ás la s u y a que la
m ía, y por p rim era vez fie habló largam en te en Jo.
corte de cosas a gríco las, y hubo peregrin ación a l
haza del lad rón CVii.ruyu p a ra ver la s g ig an ie sca s
m atas de m aíz y la s colosales m azorcas, grandes,
según la opinión gen eral, como los pochos de la
gorda y m a lo g ra d a Mcazi. L a van id ad del lad rón
C hiruyu saltó por encim a de sus deseos de re se rv a r­
se el secreto de aquel curioso fenómeno y bien pron­
to so supo que la ca u sa de él, así como de la pros­
peridad de mi h acien da, no era otra que el empleo
de la b asu ra que todo el mundo a rro ja b a a los
canales.
P rep arad o ei cam ino con tan buena fortuna, m uy
poco quedaba por h a c e r ; un edicto apareció sin
dilación estableciendo el estercolado obligatorio en
esta fo rm a : cad a jefe de fam ilia debía presentarse
en el p alacio re al p a r a recibir el regalo de una c a ­
noa de tie rra (así llam aban a los volquetes y ca rre ­
tones), y desde el d ía siguiente, en este vehículo se­
ría conducida al mismo p alacio toda la b asu ra que
15
226 ÁNGEL GANIVET

en cada, h ogar se recogiera, no sólo de los establos,


sino tam bién de la s cocinas y retretes, y de los s i­
tios públicos inm ediatos, Cuando lle g a ra el m om en­
to oportuno, u iia p roclam a sería publicada p a ra
an u n ciar el comienzo dei estercolado de las tierras,
y cad a colono recib iría por ensi de cultivo cuaren ta
ca rre tilla s de abono, m edíanle 3a en trega al re y de
u n a v a c a los lab rad o res ricos, y de u na catira los
pobres. El abono, depositado en uno de ios patios
del palacio de M ujanda, quedabü b ajo ia custodia
de los siervos del rey, y sometido ,i v a ria s m an ipu ­
laciones litúrgicas, d irig id as pw mí con a yu d a de
Rubango.
A varios puntos se encam inaba este notable edic­
to : a a se g u ra r el apoyo dei re y por medio de un es­
tím ulo eficaz; a conseguir ia alia n z a de ideas tan
heterogéneas como el am or dinástico, ia fe re lig io ­
sa, la higiene pú blica y el uso de los abonos, y a
san e ar por completo las casas y las ciudades. En
los edificios, las inm undicias estaban localizadas
en los establos y en los retretes, pues de éstos los
h ab ía diurnos y nocturnos, aunque m uy elementa­
les. P ero los gan ad os no estaban siem pre en sus
cu ad ras, ni los hom bres siem pre en sus h ogares. En
la práctica, los retretes eran sólo p a ra el servicio
de las m ujeres, y los hombres hacían sus necesida­
des donde a bien lo tenían. Los can ales de R u b a n ­
go sirvieron mucho p a ra que la limpieza in terior
fuera m ás frecuente y p ara que la suciedad exterior
dism inuyera de un modo sensible; pero la higiene
üo triunfó por completo h asta ía p rom u lgación de
ia ley sobre estercolado obligatorio.
A caso se creerá que M u jan d a y su nu m erosa fa ­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 227

m ilia se sen tirían incom odados por la proxim idad


de Jos n ad a bien olientes depósitos ; m as en re a li­
dad no fué así por carecer, como y a se dijo, dei im ­
portante sentido del olfato los m a y a s de a lta y b a ja
categoría. Y tai hombre era M u jan d a, que h ubiera
soportado cu alquier m olestia, incluso la de ta p iarse
la s n arices, si en ello iba el bien de sus súbditos y
la prosperidad del erario nacion al. L a nueva in s­
titución no producía m ás que b ie n e s: p a ra el rey,
una ren ta p re cio sa ; p a ra Jos lab rad o res, una fuente
de riq u e z a s : p a ra todos ios ciudadanos en genera.!,
un m ejoram iento san itario , que no por poco a p re­
ciado d ejab a de ser m u y digno de estim a. No era
tampoco dem asiado ín tim a la vecindad del esterco­
lero, por haber dispuesto yo que se a is la r a con una
em palizada de las otras piezas del p alacio. E ste era
inm enso. E n tiempo del cabezudo Q uiganza h ab ía
dentro del circuito cerrado por la, v e rja exterior,
tres la rg o s andenes, unidos por sus extrem os, se­
gún la costum bre arquitectónica m a y a , y form ando
un enorme trián gu lo, en cuyo interior se contaban
m ás de trein ta tembés, destinados a diversos u s o s ;
en tiempo de M u jan d a, después de la invención de
los ru ju s, se fueron agregan d o nuevos tembés, y,
por último, se am plió la v e rja y quedaron incorpo­
rados por la esp ald a v a rio s edificios p articu lares,
uno de ellos del dentudo consejero Menú. L a expro­
piación no exig ía m ás form alid ad que en trega r al
expropiado u n a ca sa en cam bio de la que se le qui­
taba, y ei re y siem pre tenía a lg u n a s vacías, proce­
dentes de confiscaciones. Uno de los edificios in cor­
porados, que ocupaba ah ora casi el centro del p a ­
lacio , fué separado del resto por medio de dos la r ­
228 ÁNGEL GANIVET

gas v a lla s ; se derrib aron los tembés interiores, y


el largo patio que quedó libre, abierto por el Norte
y por el Su r, lité convertido en depósito y p u d ri­
dero, donde todos los ciudadanos debían venir a v a ­
c ia r sus ca rre tilla s o hacer sus d ilig en cias si les
v en ía en deseo.
L a im p ortan cia m oral de la reform a estaba en la
parte litú rg ica, de donde nacieron notables p ro g re­
sos sociales y ju ríd ico s. E n la s dos cerem onias re li­
g io sas del día muntu apaxeció un nuevo elem en to:
la ca rre tilla sa g ra d a , llena de estiércol recogido en
los establos re a le s ; en el a fu iri, adem ás de la ca­
rretilla, in trod uje otro m ás im p o rta n te : la vaca,
p redestin ad a a su stituir, por un hábil escamoteo,
a los reos ¡¡uníanos. E n el ucuezi, la innovación se
redu jo a colocar la c a ja de los abonos sobre el a r a
m ien tras el gallo o pollo sim bólico, suspendido de
la polea, subía, b a ja b a y dan zaba. E n el a fu iri,
la ca rre tilla ocupó el centro del cadalso, entre los
reos y la v a c a : después del juicio, los m n anis de­
go llab an la vaca., cuidando que parte de la san gre
c a y e ra sobre el estiércol, e inm ediatam ente después
decapitaban a los reos sobre el mismo receptáculo.
A l día siguien te, m uy de m a ñ an a , los abonos, con­
sag rad o s por Ig a n a N ionyi y regados con la san gre
de las víctim as de Rubango, eran esparcidos por
todo el estercolero, y la v a ca (cu ya provisión quedó
a mi caig o , como m uestra de que no me g u ia b a el
interés) era distribu id a, en pequeñas raciones, en­
tre tedas las fa m ilia s de la ciudad. E n las lo ca lid a ­
des, sin em bargo, el sum inistro de la s vacas recayó
sol i re los reyezuelos, porque los a u x ilia re s del Ig a n a
Ig u ru e .a ;i muy p o b res; y no todas las ciudades
LA CONQUISTA DEL REINO DE MASA 229

aceptaron los nuevos u sos desde el p rim er momen­


to, porque u n as ca re cía n do tie rra s lab orables y no
necesitaban abonos, y otras an daban m uy esca­
sas de ganad os y no tenían recu rsos p a ra adqu i­
rirlos.
CAPITULO XVI

L a refo rm a relig io sa.— Sup resión de los sacrificios


hum anos.— Cómo fué iniciado el nuevo a fu iri, y
cómo nació de él un segundo d ía m untu y una
fiesta genuinam ente nacion al.

Aunque la religión m a y a me p areciera irre fo rm a ­


ble en lo substan cial, la experiencia me h ab ía des­
cubierto en ella algunos puntos flacos donde, sin
ofensa p a ra las buenas costum bres, se podía romper
con la tradición. T a m a ñ a em presa h u b iera sido des­
cabellad a en los prim eros días de mi gobierno, m as
ah ora se ría fa c ilís im a ; porque el hombre se h ab i­
túa a, ios cam bios continuos con tanto gusto como
a la inm ovilidad, y u n a vez extendido el contagio
reform ador, 110 h ay peligro en in n o var a diario. El
peligro e sta rá en que las innovaciones no a r r a i­
guen, en que los n a tu rales apetitos, no satisfechos
con lo nuevo y privad os de Jo viejo, se inquieten, se
indisciplinen y se d esbord en ; y este peligro a mí
no me am edrentaba, porque ja m á s concebí idea tan
torpe como la de p riv a r a un pueblo do sus m ás
legítim os desahogos.
E n un punto estab a yo conform e con los m a y a s :
en la necesidad de co n servar los sacrificios hum a-
ÁNGEL GANIVET

n o s ; olios los apetecían por p u ra s exigen cias de su


n atu raleza, y yo los aceptó,ha sin g ra n dificultad.
L a historia m a y a no re g istra b a un a fu iri sin efu­
sión de sangre, y los m ayas, que no estudian casi
nada, aprenden, corno sabem os, la h istoria n acio­
n a l de boca de sus pedagogos. Pero, d ad a la preci­
sión de m atar, h a y m uchas form as de hacerlo, las
caíales re/le,jan distintos estados so cia le s; en bien de
los m a y a s creía yo llegado el momento de tra n sfo r­
m ar l'i m atan za grosera sobre el cadalso, en algo
m ás noble y artístico. Todos los pueblos bárbaros
han pusado desde la barbarte a la cu ltu ra por g r a ­
das interm edios que se cam cto n zan por lu a p a ri­
ción de nuevos elem entos artísticos. Los ju egos pú ­
blicos no han sido o tra coso, que tran sform acion es
do Jas cru d as escenas de la vid a en cuadros bien
com binados, m ediante elección de tipos y asuntos.
Un pueblo que se recrea en ¡a contem plación de es­
tos cu adros está muy bien encam inado p a ra crear
otros su periores a los de la realid ad , y p a r a m ejo­
rarse tom ándolos por g u ia y modelo.
En ei pueblo m a y a h ab ían y a aparecid o los ju e ­
gos públicos, los com bates n a vales y la s c a rre ra s
de velocidad y re siste n cia ; pero los juegos m ás bo­
nitos, los coreográficos y m ím icos, eran puram ente
dom ésticos. E n general, la vid a pú b lica, redu cid a
ai com ercio de los hombres, ca re cía de in te rés; sólo
era digno de estudio el d ía m untu, único en que los
m a y a s vivían so cia lm en te; pero aun este día, como
e ra uno solo cad a mes, no creab a hábitos sociales,
y sólo se rv ía p a ra d a r su elta a la s m a las p a sio n es;
no quedaba tiempo p a ra que el contacto de sexos
y ciases p ro d u je ra fru tos v a ria d o s ; éstos eran siem ­
LA CONQUISTA DEI. REINO DE MAYA 233

pre los mismos, los que produce el p rim er choque


de los instintos con ten id os: prim ero el encogí miento
y la acción torpe y em barazada, después la desver­
güenza y el desenfreno.
E i detalle do los a fu iris que m ás me m olestaba,
era, cuando se tra ta b a de ju icios extrao rd in arias,
ir sobre el pacienzudo hipopótam o a la s ciudades
a ad m in istrar a lta ju sticia . E n tan pern iciosa cos­
tum bre veía yo un riesgo constante p a ra mi perso­
n a y u n a pérdid a lam entable de tiempo p a ra los
g ra v e s m enesteres de mi c a r g o ; pero era m uy d i­
fícil eludir este penoso deber, porque la ju stic ia te­
n ía un ca rá cte r m arcad am en te territo rial, y los
ju icios debían celeb rarse a llí mismo donde el cri­
men era cometido. Sólo tratándose do reos ord in a­
rio s e ra corriente que se los prestasen u n as ciu d a­
des a o tras, p a ra que m inea fa lla ra n vicl.ir.uas. No
era. posible d e leg a r m is atribuciones en mis a u x i­
lia r e s ; a sí como yo era eJ prim er personaje des­
pués del rey, m is a u x ilia re s eran de ínfim a catego­
ría , y estaban m uy m enospreciados de todo el m un­
do, porque en lo antiguo sirvieron tam bién p a ra
re ca u d a r los im puestos y p a ra azotar a los delin­
cuentes, y se h ab ían lieclio odiosos. A dem ás, la su s­
pensión de m is v ia je s h u b iera irritad o a los pue­
blos, y en p a rticu la r a las m u jeres, deseosas de ve r­
me, siq u iera fuese de tarde en tarde, de recibir los
dones a que yo con su m a ligereza las acostum bré,
y de gozar de un d ia de asueto fu e ra del muntu,
que por tardío les p a re c ía insuficiente.
M uy dolorosa me era tam bién ia asisten cia a los
a fu iris ord in arios de la corte, obligado como me
v e ía a condenar siem pre por lo menos a u n a p are­
234 ÁNGEL GANIVET

ja de crim ín ales y a p resid ir la s degollaciones. E l


p rim er a fu iri a que asistió la re in a Mpizi con el
príncipe Y osim iré, el mismo en que se consagró por
p rim era vez la ca rre tilla con los abonos, fué el vi-
gésim oséptim o de los dirigidos por m í, incluido el
que presidí antes de la revolución, y según a p a re ­
cía de los ru ju s conservados en mi archivo, la s
víctim as sa c rifica d a s eran ciento treinta, a las que
debía a g re g a r veinticinco de mis excursiones ju d i­
ciales desde la fam osa de A ncu-M yera, en que pe­
reció el infeliz M uigo. Cierto es que en un día
m untu, durante el reinado dei fogoso Viaco o en
diez d ía s de gobierno provision al del dentudo Menú,
el núm ero de víctim as h ab ía sido doble del que
a rro ja b a mi b a la n c e : pero de todas suertes me re ­
m ord ía la conciencia y me agu ijo n eab a el deseo
de hacer algo contra estos cruentos sacrificios, de
q u itarles siq u iera sus ra sg o s m ás horribles. P eo r
aún que la s decapitaciones me p arecía el en tu sias­
mo popular que la s acom pañ ab a y el lúgubre epí­
logo que la s ponía térm in o ; p a va que n ad a faltase
a.l triste cuadro, los despojos de los a fu iris no eran ,
como los dem ás, a rro jad o s en lo hueco de los á r ­
boles, sino que quedaban sobre el cadalso, expues­
tos a la voracid ad de las bestias necrófagas. Con­
form e se extendía, por mi acertad a gestión, el bien-
estar público, se acentuaban m ás los instintos fero ­
ces y la afición a los sacrificios hum anos. L a n atu ­
rale z a de estos hom bres, exuberante de energías, no
queriendo desfogarse en el trab ajo ni pudiendo ca l­
m arse en la g u erra, b uscab a su expansión en las
escenas fuertes. No he visto ja m á s a le g ría s tan
p u ra s y tan espontáneas corno las de los m a y a s ante
I.A CONQUISTA DEL «E l NO Dlí MAYA

el cad also cu! / r io de san gre caliente y de despo­


jo s palp itantes, Sin duda la civilización m odifica la
n a tu ralez a h um ana, borrando estas tendencias in ­
nobles, que en los pueblos cultos quedan boy redu­
cidas a esa alegre e inocente cu riosid ad con que
la s m a sa s se ago lpan p a ra ver cómo desciende la
m ajestu o sa gu illotin a sobre la cabeza del reo, cómo
g ira el tornillo que estra n g u la suavem ente a l con­
denado.
L a b ru talid ad de los hom bres tiene sobre la de
los an im ales la v e n ta ja (aparte de la de ser en és­
tos cu an titativam ente superior) de poder v a r ia r de
fo rm a ; de ello h ay ejem plos en los m ism os an ales
m a y a s ; los an tigu os pedagogos y soldados conquis­
taban sus puestos en com bates s in g u la r e s ; desde
U san a, los pedagogos in gresaron m ediante la p ru e­
b a de los loros, y fueron soldados los que se d istin ­
g u ía n en la c a z a ; b ajo el gobierno de M u jan d a, la
creación de los escalofones dió aú n aspecto m ás
suave a la lucha por ia vid a. ¿P o r qué no h ab ía de
in tentarse algo sem ejante en las cerem onias re lig io ­
sas, p u rgán d o las de la parte cruel? Con g ra n sen­
tido político, el rey, aconsejado por mí, h ab ía id ea­
do ia degollación sim u ltán ea de los hom bres y de
1a v a ca . S i antes no era posible su p rim ir los reos,
porque sin ellos fa lta b a a l a fu iri el p rin cip al a tra c ­
tivo, el derram am iento de san gre, a h o ra debía in ­
tentarse la pru eba p a ra ve r si los in d ígen as se con­
fo rm aban con la san gre de la vaca. No es que se
pretenda poner aq u í en irrespetuoso p aran gón Ja
san gre hum an a y la san gre de los ru m ia n te s; pero
sí cabe a le g a r que la d iferen cia entre u n a y otra
no e ra ta n gran de en M a y a como lo es entre nos­
236 ÁNGEL GANIVET

otros, porque a llí el precio de un liombre e ra m u y


poco superior a l de una vaca. De ordinario se per-
m utaba el ru ju cié hombre por u n a va ca y una ca­
bra, y el de m ujer por (loa v a c a s ; éste íué siem pre
m ás apreciado por la belleza del dibujo y porque
a la m u jer iba a n e ja la id ea de fecundidad, de
que el hombre d esgraciadam en te carece.
No h ab ía, sin em bargo, que p en sar en la su pre­
sión de los sacrificios hum anos, digno rem ate de la
legislació n penal m a y a. Si se consegu ía reducirlos
a la s exigencias del buen orden social, y embelle­
cerlos algú n tanto, no era pequeño el triu n fo ; a las
generaciones venideras correspondía perfeccion ar
n u estra obra corlándolos de raíz. F u é instituido,
pues, el segundo a fu iri. Después del prim ero, cele­
brado cuando o! sol se cubicaba sobre n u estras ca ­
bezas, no huida m ás cerem onias s a g r a d a s ; había,
sí, bailes y Ijánqueles, y m ás adelante baños y di­
versiones a cu ática s. Kl nuevo a fu iri tuvo lu g a r ha­
cia las tres de ,1a tarde, y fué una im provisación.
L a s corem onias h ab ían seguirlo su curso re g a la r, y
los concurrentes las presenciaban con m u estras de
im pacien cia, deseosos de contem plar a sus anch as
a la su ltan a Mpizi y a l tierno príncipe Y osim iré,
que, por un extraño íenómeno de precocidad, d e ja ­
ba ver aquel d ía sus blancos dienteeillos en núm ero
de cuatro. Llegó el momento ciático dei afu iri, y
ñobre el cadalso estaban la c a rre tilla de los abonos
en el centro, la v a c a a la izqu ierd a y tres reos a la
d e re c h a : un acca y una m u je r in d ígena acusados
de adulterio, y otra m ujer cogida en el acto de ro ­
b ar u n a tú n ica del consejero mímico Catana.. Am­
bos delitos eran de los m ás com u n es; el de adulterio
LA C O N Q U ISTA DEL R EIN O DE MAYA 2 37

era m uy frecuenté en los días m untus, en que hom­


bres y m u jeres se h allab an en contacto, y según la
nueva ju risp ru d en cia esta b le aría por mí, se penaba
con la m uerte de Jos dos culpables sólo cuando el
adúltero era enano. T ai disposición se enderezaba
a proteger la pu reza de la raza indígena. L o s robos
de i’opas tam bién m enudeaban, y hubo que ca sti­
g arlo s con g ra n rigor en bien de la existencia y
prosperidad dei lavadero. L a s dos m u jeres h ab ían
confesado su delito, y el acca lo h ab ía negado, po r­
que entre la s virtu d es de los enanos no se contaba
la veracidad. T res m n an is h ab laro n en defensa de
los reos, lim itándose, como de costumbre, a conmo­
verm e, seguros de que no me conm overían. Sigu ió
la degollación de la v a c a sobre la ca rre tilla de los
abonos, y con g ra n extrañ eza de los verdugos, yo
no pronuncié por segun d a vez la p a la b ra a fu iri. Me
d irigí al concurso p a ra m an ifestarle que, antes de
d a r muerte a ios culpables, e ra preciso som eterlos
a u n a segund a prueba, por eximírmelo a sí el severo
R ubango.
A tónita quedó la asam b lea escuchando estas p a ­
lab ra s, y m a ra v illa d a cuando presenció los hechos
que la s a clararo n . Hice conducir a los adú lteros y
a la ra te ra al redil donde los u a g a n g a s se reu n ían
p a ra b a ila r o d is c u tir ; los in trod uje en él, y des­
pués cerré la puerta. Dentro h ab ía dos bellos trúfa­
los sa lv a je s , traídos por orden m ía desde U pala,
donde h ay m uchos cazadores que se dedican a coger
con lazos estos cornúpetos p a ra dom esticarlos si
son pequeños, o p a ra m atarlos y vender sus despo­
jo s si son grandes. Entonces d ije a los reos que com­
b atieran cuerpo a cuerpo con los búfalos, y que si
238 An g e l g a n iv e t

R u b an go q u ería lib rarle s de la m uerte les concede­


rla el triunfo. Comenzó u n a lu d ia feroz, que duró
un a lio ra y que m antuvo en tensión e x tra o rd in a ria
a los espectadores, asom ados a aquella ja u la le g is­
la tiv a tran sfo rm ad a en p laz a de toros o en circo
rom ano. Ei m iedo a la m uerte hizo m a ra v illa s entre
los glad iad ores, y m uchas suertes del arte tau rin o
fueron in ventad as en aquellos angustiosos m om en­
tos. Los búfalos atacab an con furor, y los infelices
reos 1 m ían, se agach ab an , se cogían al cuello de las
bestias, h asta que, por últim o, eran enganchados
y volteados, en medio del contento y de Ja g rite ría
del público. E l enano fué el prim ero que pereció en
la s m ism as a sta s de u n a de la s cornudas fieras, casi
abierto en canal. La ad ú ltera se defendió h eroica­
mente : d e sg a rra d a la túnica, h erid a por seis p a r­
tes, rem ontada tres veces por los aires, todavía
tuvo fuerzas p a ra ab razarse al pescuezo de la fiera
y d e sg a rra rle a m ordiscos desesperados la g a rg a n ­
ta, haciéndole lan z ar roncos bram idos de coraje.
L a lad ro n a fue la ú ltim a v íc tim a : ésta q u ería h u ir
por lo alto de la v e rja , pero el público la im pidió
escap ar, em pu ján d ola h acia den tro; ella no b u sca­
ba a los búfalos, pero ios búfalos¡ irritad o s, después
de destrozar a los otros dos glad iad ores, se en sa ñ a ­
ron contra ella y la rem ataron en el suelo.
Sólo en los días de gran d es victo rias g a n ad a s en
el cam po de b a ta lla he presenciado desbordam ien­
to de pasiones sem ejante a l que produjo esta p ri­
m era co rrid a de búfalos, id ead a por m í con fines
tan loables. Yo, qu izás obcecado por m i afición a
la s co rrid as de toros, rebosaba de contento, y creía
de buena fe h aber derribado de un solo golpe la.
LA CONQUISTA DÉL REINO » S MAYA 239

iyr-'jicjón m ás a rra ig a d a en el a lm a de los m a y a s :


la voz unánim e era que el nuevo a fu iri e ra p re fe ri­
ble al viejo, y si esta creencia se consolidaba, y la
cerem onia relig io sa no exig ía en adelante la deca­
pitación de seres hum anos, se qu itaba a los s a c ri­
ficios el firm e sostén de la fe y se los red u cía a una
fiesta popu lar, que el tiempo y m is buenos oficios
iría n depurando de su p arte cruel y realzando en
su parte a rtística . E n la ap arien cia, n a d a se h ab ía
gaiiado con mi e n sa y o , tres eran la s víctim as de
los búfalos, como tres hubieran sido la s de los
m nanis- T al vez a un observador ligero y sentim en­
ta l p a rec iera m ás suave ia m uerte sobre el cadalso,
b ajo la s certeras cuchillas de los verdugos, que en
el circo entre ios iorinitlabl.es asta s de los búfalos.
L a ú n ica dificultad del nuevo a fu iri era que des­
com ponía la distribución trad icio n al de la s horas.
L a co rrid a se h ab ía llevado toda la tarde, y quedó
poco tiempo libre p a ra los baños, los banquetes y
p a r a el a m o r; cuando los reos fuesen m ás, re su l­
ta ría tan recargad o e! d ía m untu que no h ab ría
espacio p a ra que todas la s cerem onias y fiestas se
sucedieran con la debida p au sa. Y o anuncié que
en las m ansiones de R ubango, donde h ab ía visto
por p rim era vez estos com bates, que a llí sirven p a ra
pro b ar la culpa o la inocencia de los acusados, eran
dos Jos d ías m untus y se celebraban dos fiestas d i­
ferentes : una religiosa, en el plenilunio, que com­
p ren d ía el ucuezi y el a fu iri, en el que sólo se sa ­
crificaba la va ca y se p re p arab a la fecundación de
la s tie rra s, y otra ju d icia l, que constaba de dos
p a r t e s : La p rim era, el com bate de los reos con la s
fieras ; la segunda, la m uerte de la s fieras a cargo
24 0 An g e l g a n iv e t

de hom bres esforzados y justos, que, arm ados de


todas arm as, lu chab an con las ñ eras h asta m a ta r­
la s, p a ra v e n g a r la san gre h um an a vertid a. E sta
indicación se enderezaba a satisfa ce r un deseo que
yo h ab ía adivinado en lodos los rostros : es propio
de quienes presencian un espectáculo h a lla r torpe
y defectuoso cuanto hacen los ejecutantes, y creer
que a v e n ta ja ría n a éstos si estuviesen en su lu gar.
M uchos de los que veían el desigu al combate sen­
tían im pulsos, Lien que sólo im agin ativos, de en­
t ra r en el circo y pelear, seguros de vencer fá c il­
mente. O freciéndoles el uso de a rm a s y el anim oso
ejem plo de la s victo rias obtenidas por ios súbditos
de Rubango, todos a rd ía n y a en deseos de ver a sus
pies una fiera m uerta en combate sin gu lar, en me­
dio dei asom bro dei público congregado, tal vez
ante los envidiosos ojos de sus rivales, o bajo el
bJando y am oroso m irar de las m ás escogidas don­
cellas. L a pasión de Jos m a y a s por la p eligrosa
caza en los bosques se acrecentab a cotí este nuevo
aliciente de lu ch a r en público, de recibir on ei mo­
mento mismo de la victo ria los hom enajes debidos
a ia intrepidez y al esfuerzo.
Dos sem anas después, en el novilunio, se cele-
Jh ’ó la p rim era fiesta ju ríd ica según el nuevo estilo.
E n tretanto se h ab ían hecho im portantes reform as
en el círculo de los u a g a n g a s : se levantó y se es­
pesó ia r e ja p a ra m ayo r seguridad ; se colocaron
fu ora de ella v a ria s ja u la s, que h acían la s veces de
toriJ, donde la s fieras perm anecían ap risio n ad as
h asta el momento de en trar en escena, y se cons­
tru yero n cuatro gran des tablados, como de siete
palm os de a ltu ra , sobre los cuales se en caram ab a
LA CONQUISTA DEL fiEINO DE MAYA 241

el público p a ra dom inar el redondel. B ien tem pra­


no, como en los días m unius, las fam ilia s acudie­
ron a la p ra d e ra a divertirse y p re p a ra r el ánimo
p a ra sab o rear la s m a ra v illa s y portentos que se
an un ciaban . Desde la salid a del sol b a sta la hora
de] a fu iri eran seis las h oras de v a g a r, en la s cu a­
les confiaba yo grandem ente p a ra refu ndir esta raza
d ísc o la ; seis horas que p a ra los dem ás eran un pe­
noso retardo, y p a ra m í lo esencial cíe Ja fiesta, a
la que procuré yo misino d ar el tono disponiendo
que m is m ujeres tocaran el laúd, y can taran , b ai­
la ra n e h icieran ju egos mímicos. O tras m uchas fa ­
m ilias, después de h acer coro p a ra ver, siguieron
el ejem p lo; y ¡o que m ás Kamó la atención i’ué que
yo perm itiera a algun os jóvenes ¡n a y a s a lie rn a r
con m is esposas en Jos bailes y mimos.
Mis esperanzas se realizaro n con creces, pues,
ap arte de in a u g u ra rse e¡ nuevo muntu de u n a m a­
n era elevada y d ign a de u n a sociedad culta, me
vino un refuerzo de donde menos lo esperaba.. La.
n oticia de las nu evas fiestas h ab ía corrido velozm en­
te, y todo el p aís se m oría de g a n as de ve rla s antes
que fuesen in stitu id as en las lo ca lid a d es; y como
h asta el d ía que esto ocu rriera, el segundo munttt
era festivo soto en la. corte, acudieron de los pue­
blos cercanos b an d ad as de curiosos, ávidos de oíis-
m ear lo que pasab a. De todos los pueblos ribereños
venían por el río h asta la ca ta ra ta , sacab an a tie­
r r a su s canoas, y se presen taban en la colina lle­
nos de cortedad y do azoram iento. De M isúa y de
C ari por tierra, y de Ancu-M ycra, Ruzozi y M búa
por ios vados, llegaban a pie, trayendo algunos
por delante Jas ca rre tilla s de m ano con la m erien­
16
242 ÁNGLL GANIVET

da. Los reyezuelos Ucucu, C huruqui, y N ion yi y


muchos u a g a n g a s, figu rab an entre Jos concurrentes,
y fueron recibidos y a g a sa ja d o s por el rey, por mí
y por los consejeros. No faltaro n m urm uraciones
contra esín. in vasión de gente fo rastera, pero la so­
lem nidad del día no fué tu rb ad a por n in gu n a im ­
pru d en cia, ni hubo crím enes que lam entar.
Y o estab a como sobre ascuas, temeroso de que
h ubiera colisiones entre los bandos, o de que m is
planes quedasen en agra z a cau sa de a lg u n a peri­
pecia im prevista. E n esta angusties:!, situación de
espíritu me sobrecogió la h ora de d a r principio a
Ja fiesta. Seis eran las víctim as p re d e stin ad as; un
acca, acusado de robo de tin tu ras de las que yo
gratu itam en te re p a rtía a todo el mundo, y dos in­
dígen as, sorprendidos en flagran te delito de robo
en los cam pos del fam oso innovador y ladrón Clú-
ru yu . Todos éstos eran antes castigados con pena
de azotes; pero ah o ra se les som etía a la nueva
prueba ju d icia l. Adem ás había, tres reos de muerte,
tres profan adores enviados desde U póla, M búa y
A ncu-M yera, como delicada atención de ios tres re­
yezuelos que a sistían al espectáculo. Los reos de
m uerte form aron el p rim er grupo, destinado a com­
b atir contra dos búfalos, los mismos que in a u g u ­
raro n las corridas. E sta vez el combate fué m ás bre­
ve, pues ios búfalos, coa ia p rim era lección, habían
adquirido una notable m a estría en el a rle de d a r
cornadas certeras, m ientras los reos eran novicios
y no habían visto la. corrida anterior. En cosa, de
un cuarto de h ora los tres desventurados p ro fa n a ­
dores bailaron el fin cíe su vida, am argad o aún por
los insultos deí populacho, que deseaba m uriesen
LA CONQUISTA DEL REINO DE MATA 243

dando m u estras de serenidad y de vaio r. Los otros


tres delincuentes debían lu ch a r uno a uno contra
1.111a p an tera del Unzu, donde, según fam a, se crían
la s m ás feroces de todo el país. E ste combate fué
m ás reñido y m ás anim ado. E l enano pereció casi
bin lu ch ar, porque ios a ccas no eran buenos caza­
do res; pero los indígenas, habituados a estos a rrie s ­
gados ejercicios, acu dían a mil trotas, ataques fa l­
sos, buidas, gritos y dem ás artim añ as, de re su lta ­
dos seguros cuando va n acom pañad as de la lanza
o del cuchillo. Aun sin a rm a s, el último de los com­
batientes estuvo ti. punto de ah o g a r a 1a. p an tera en­
tre sus robustos brazos, y Ja dejó por muerta, sobre
ei césped. Una g rite ría enloquecedora saludó a este
prim er triu nfad or, que inm ediatam ente fué puesto
en libertad, curándole yo mismo las n um erosas he­
rid as que recibiera en la lucha.
Sin em bargo, la pantera se repuso poco a poco
de su desm ayo, se levanto, m iró a todos lados con
oíos im béciles, y después de d a r v a ria s vu eltas por
e! circo, aún tuvo fuerzas p a ra en sañ arse con los
despojos inertes de los glad iad o res que sucum bie­
ron en la trem enda jo rn a d a , hasta, que los laceros
la en cerraron en su prisión. V ario s m nnnis pene­
traron en e! redondel y retiraro n los restos de las
víctim as, que evi prem io de su bella muerte 110 fue­
ron y a ab an donadas a la s 'nenas, sino sepu ltad as
al pie de un árbol, a l son de los laúdes. Con tan v a ­
ria s y n u evas im presiones, los cortesanos y los fo­
rastero s estaban fu e ra de sí, su byu gad o s por la
gran d eza y m ajestad del acto que presenciaban.
Si gran de era la satisfacción cuando los reos sucum ­
bían, no fué m enor cuando uno de ellos venció en
244 ÁNGEL GANIVET

el combate. De un lado se calm ab a el apetito de


ver b rotar la san gre h um ana a la luz del s o l ; de
otro, la. van id ad de la, especie. L a s in ju ria s contra
los vencidos eran un desahogo benéñco de las m a­
las pasiones que, por d esgracia, sienten estos hom­
bres unos contra otro s; los ap lau sos a l vencedor
s a tisfa c ía n otra necesidad m uy u rg e n te : la del en­
greim iento del hombre delante de todos los dem ás
an im ales, sobrepujándoles por la fuerza o por la
astu cia. E l roo victorioso fué aquel d ía un héroe
p o p u la r: todos le ad m irab an y le en vid ia b an ; se
in ven taron v a r ia s h istorias p a ra p ro b ar que era
inocente y que h ab ía sido inju stam en te acusado, y
el rey le ofreció un cargo público local.
Después de un larg o in tervalo comenzó la segun­
d a parte del program a. M ás de veinte palad ines,
arm ados de lan zas y de cuchillos, pisaron lo, a re ­
na. E ntre ellos estaba el valiente Ucucu, el joven y
gu apo consejero Rizi, mi hijo M judsu, notable por
su corpulencia, y otros cuatro u a g a n g a s ; los de­
m ás eran m n an is y p erson ajes distinguidos de la
corte, de M búa y U pala, p a tria de los m ás a tre v i­
dos cazadores. Tocó el rey el cuerno, y salió a la
p laza la enardecida p antera, recelosa de verse en­
tre tantos enem igos y tu rb ad a por el clam oreo de
la muchedum bre. El beilo R izi se puso a cuatro pa­
la s, con el cuchillo en la boca, y, rápido como u n a
saeta, partió contra ia fiera, que, a c o rra la d a junto
a la p u erta de su ja u la , se agachó y se apercibió
p a ra em bestir. De repente, R izi se incorporó, y,
sesgando el cuerpo, le asestó u n a fu rio sa cuchilla­
d a ; la p an tera huyó a m edias el golpe, que fué a
h e rirla en un brazuelo, y revolviéndose contra su
LA CONQUISTA DEL ItEÍNO DE MA¥A 245

acometedor, le clavó una g a r r a en el hombro y otra


en Ja cabeza y ie tiró u n a trem enda dentellada en
la g a rg a n ta . E l valiente Ucucu acudió a socorrer a
su hijo, y Ja pan tera, a l verle, soltó su p re s a ; pero
Ucucu, enccgado, la persigiuió alrededor del cir­
co, la hirió por detrás con la lan za, y cuando la
fiera se volvió p a ra defenderse a )a desesperada, se
abalanzó sobre ella y la clavó el cuchillo h asta el
m ango en medio del pecho, recibiendo sólo u n a u ñ a ­
ra d a en el brazo izquierdo. M ientras tanto, el po­
bre Rizi y a c ía agonizante en el suelo, y no tardó
en ex p ira r en los brazos de su padre y rodeado de
los dem ás com batientes. R etirado del redondel, U cu­
cu abandono tam bién el campo, llevando consigo la
pan tera, prem io de un b rillante triunfo, en tu rb ia­
do tristem ente por la m a lave n tu ra de su hijo.
Quedaron los dem ás lidiad ores distribuidos por
la plaza, esperando la sa lid a de los búfalos. E l sol
declinaba ya, y los espectadores contenían el alien ­
to, tem erosos de perder alg ú n detalle del nuevo y
m ás trem endo comhate. Los dos bú falos se p lan ­
taron en medio del circo, como dudíindo entre a ta ­
ca r o defenderse. Un esforzado cazador de U p ala
fué el prim ero en rom per p la z a ; desde la b a rre ra ,
donde, como Jos dem ás, estaba resgu ard ad o, a r r a n ­
có a co rrer por medio del ruedo, y a l p a sa r por de­
lante de uno de los búfalos, le tiró la lan z a contra
el testuz con tanto tino, que la bestia resopló ron ­
cam ente, dió un bram ido e hincó la rodilla. Todos
Ja creim os m uerta, pero aún se levantó y anduvo
tam baleándose una buena pieza, e intentando aco­
meter, h asta que con v a ria s lan zad as sin arte la
acabaro n ios dem ás cam peones. E l de U p ala le
24 6 ÁNGEL GANIVET

cortó la cabeza, que fué el prem io de la victoria.


E l segundo búfalo tuvo la muerte m ás d u r a ; au n ­
que muchos intentaban, repelh" la suerte que tan
buena cuenta h ab ía dado del prim ero, 110 fueron
afo rtu n adas, y sólo conseguían ir r ita r m ás a l eor-
núpeto, que en sus c a rre ra s cogió y volteó a tres
lidiadores, hiriéndolos gravem ente. Uno de los mna-
nis, fam iliarizad o con la s decapitaciones de seres
hum anos, intentó d a r muerre a su enemigo c la v á n ­
dole el cuchillo en la n a c a ; ei búfalo Je enganchó
por un sobaco, y , a pesa r cié que le acosab an los
dem ás lidiad ores, le paseó por el ruedo, y después
de so ltarle y recogerle v a rio s veces, le dejó muerto
en medio de él. Entonces, sobreponiéndose al m ie­
do que e ra n a tu ra l sintiesen todos, mi hijo, el cor­
pulento M judsu, el de la trom pa de elefante, co­
rrien do por detrás :ie la fiera, montóse sobre ella,
abrazándose a su cuello. E l búfalo co rría y b ram a ­
ba, y se sacu d ía con tal fu erza y ceguedad, que fué
a to p ar con tra la v e rja , donde quedó enganchado
por los cu ern o s; Mjuclsu aprovechó hábilm ente esta
feliz co yu n tu ra, y cogiendo eí cuchillo que ten ía su ­
jeto entre sus dientes, le rem ató con ei aplomo y
arte de un puntillero de oficio'.
M u jan d a dio por term in ada la función, y el pú­
blico, gritan d o y vociferando, abandonó los ta b la ­
dos. U n a vez en tie rra , yo ordené que todos los
hom bres se p u sieran en filas, y llevando entre ellos,
en dos carretillas, los restos m ortales del bello Rizi
y del. m nani, todos nos encam inam os al baobab
fu n erario , donde les dim os sepu ltu ra, 110 sin que
yo p ro n u n ciara un breve elogio de los finados. M u­
ja n d a nombró en ei acto p a ra la vacan te de R lzi a
LA CONQUISTA DEL ILEIN'O DE MAYA £4?

mi hijo M judsu, u ag an g a del a la central, y conce­


dió la dignidad de u a g a n g a al diestro cazador de
U p ala. Este detalle de la fiesta no e ra el menos
interesante, pues con él se dem ostraba que, aparte
de otras ven tajas, eí nuevo a fu iri tenía la de acla ­
ra r la s filas de los pretendientes y aum en tar las
probabilidades de obtener bellos cargos. Con esto se
me quitó un g ra n peso de encim a, viendo el felicí­
simo rem ate que tan tas y tan d iversas y azaro sas
p eripecias h ab ían tenido, y el artístico equilibrio
con que se habían ido sucediendo. E l triunfo era to­
tal y definitivo. M ientras los de la corte nos queda­
mos apu rand o las últim as delicias del d ía h istóri­
co en la herm osa colina del M yera, los forasteros
se m arch aban a g ra n p risa, llevando por todo el
p aís la buena nueva. P a r a el siguiente a fu iri, no
hubo pueblo que no tu viera su circo y que no lo u ti­
liz a ra como en la corte. Se acab aro n las excursio­
nes ju d ic ia le s ; cayó en desuso el antiguo en ju icia ­
miento c r im in a l; m is a u x ilia res, a l perder g ra n
parte de sus atribuciones, ad qu irieron m ayor realce
e in fluencia. L a s artes, el espíritu de sociabilidad,
el entusiasm o caballeresco, ad elan taron mucho.
CAPITULO XVII

Reform as en e) alu m b rado.—L a s la m p a rilla s de


aceite y la s velas de sebo.—P rim e ro s ensayos de
alum brado público, — Institución de la s fiestas
nocturnas.

Intento re fe rir en este lu g a r un ciclo entero de


com bates heroicos sostenidos contra un pueblo ene­
migo de la luz, y rem atados con u n a victo ria que
reputaré siem pre como la má.s gran de de todas las
que conseguí sobre el n a tu ral re fractario e indo­
m able del pueblo m aya. No es p rivilegio exclusivo
de esto el h orror a las innovaciones en el a lu m b ra ­
do. Todos ios pueblos son fotófobos en m ayor o m e­
nor escala, y aun aquellos que figu ran a la cabeza
de la civilización lian pasado por días de prueba al
substituir u n as luces por otras. Dentro de la s ca­
sas, el candil se defendió siglos y siglos con tra el
velón, el velón contra el quinqué y las lá m p a ra s de
petróleo, el petróleo contra el gas, el g a s con tra la
luz eléctrica.. En los lu g a re s p ú b lic o S j la obscuri­
dad tardó m iles de años en ser tu rb ad a por las lin ­
tern as portátiles y las débiles lam p arilla s de acei­
te, colgadas en algun os lu g ares piadosos, como
ANGEL GANIVET

ofren das de la fe ; y ¡cu án tos esfuerzos p ara esta­


blecer el alum brado re g u la r con candi Jejas (Je acei­
te, para, p a sa r de las ca n d ile jas a. los faroles de
gas, de los faroles a. la lá m p a ra incandescente y al
arco v o lta ic o !
Todo en el hombre es apegado a la trad ició n ;
pero la retin a es, sin duda, Ja parte del organism o
hum ano m ás re fra c ta ria a l p ro g re so ; quizás el in s­
tinto, que silencioso v ig ila don tro de nosotros, sien­
te con vigor, por medio dei ap arato óptico, u n a
pen a que nosotros sentim os v a g a m e n te : la pena
de ver bien a nuestros sem ejantes. Am am os el día
por oposición a ia noclie, símbolo de la m u e rte ;
pero am am os las tinieblas por oposición a la luz,
em blem a de] conocimiento re a l de Ja v id a que nos
duele poseer. Ki ideal de la H um anidad sería v iv ir
sem i a obscuras. Los m a y as toleraban la luz del
sol como la toleran todos ios hom bres, porque es
fu erza que alum bre y vivifique Ja tie r r a ; pero cu an ­
do el sol se ponía y suspendían sus faen as, y se re ­
fu g iab a n en sus hogares, no sentían la n o stalg ia
de la l u z : antes se hubieran entristecido si por
acaso el sol se dignase venir a ilu m in ar la s escenas
de su vida, íntim a, que con la tu rb ia y hum osa luz
de la s teas gozaba de poéticos encantos, y podía in s­
p ira r, aun a hom bres de mi raza y de mi temple,
sentim ientos de benevolencia, m ezclados, bien es
cierto, con no pequeña dosis de am argo pesim ism o.
S in em bargo, yo deseaba lib rarm e dei humo a s ­
fixian te y de la tizne p e g a jo sa de las teas, y acu dí
esta vez, sin m iras de reform ad or de la s costum ­
bres, a m edios sim p lic ísim o s: cuatro cazuelas de
barro , llenas de aceite ; cuatro discos de corteza de
LA C ON Q U ISTA D EL R E IN O DE MAYA 251

miombo, talad rad os y atravesad o s por torcidas de


h ilaza, y cuatro rin con eras que coloqué en los án ­
gulos de mi s a la fam ilia r, donde antes estaban cla ­
vados los cuchillos portateas. Todo esto lo hice sin
p re p a r a r ios ánim os, creyendo d a r u n a a g ra d a b le
so rp resa a m is m u je re s; pero, como suele decirse,
la erré de medio a medio. L a p rim era noche que
pen etraron en la habitación fa m ilia r, que debió p a ­
decerles un a sc u a de oro, todas se llevaron la s m a­
nos a la cara, corno si obedecieran a u n a consigna.
Aquella luz era dem asiado fuerte p a ra sus ojos, y
la s lastim ab a tan cruelm ente que tuve que a p a g a r
dos de las la m p a rilla s, temiendo que se Ies produ­
je r a a lg u n a p e lig ro sa oftalm ía. M as a p e sa r de mi
previsión no desapareció ei m alestar, pues, influido
todo su organism o por los ojos, m is pobres esposas
estaban como d esasosegad as por una trem enda zo­
zo b ra ; no sab ían sentarse bien, ni m antenerse con
aplom o, ni h ab lar con acierto, ni m irarse sin des-
confianza. P a re c ía que ia luz, interponiéndose entre
los cuerpos, sep a ra b a tam bién los espíritus, in d i­
vid u a liz ab a m ás las person as y a b ría entre ellas
abism os in fran qu eab les. E r a u n a cu riosa ob serva­
ción psicológica. E l goce inefable que in u n d ab a el
alm a de los m a y a s cuando se re u n ía n en su s noc­
turnos h ogares no proven ía (como yo h ab ía creído,
y era n a tu ral que creyese) de que se vieran todos
juntos en am or y com paña, sino de que se ve ían
confusam ente , em borronados , sin person alidad,
como siendo parte de un organ ism o hum ano com­
plejo, sem ejante a u n a m ancha de color, en ia que,
apen as indicados los perfiles, se a d iv in a ra la com­
posición toiai, sin d istin gu ir una. a una, con su pro-
An g e l g a n iv e t

p ía expresión y significado, la s d iversas figu ras que


I r fo rm aran .
De ta l suerte determ ina la luz la conciencia de
la person alidad, que con el antiguo alum brado,
que era la m enor cantid ad de alum brado posible,
o cu rría un fenómeno extraño, que alguien preten­
d erá exp licar por medio de la sugestión, hoy tan
en c a n d e le ro : en un mismo instante, cuando las
teas se ib an a extinguir, todas m is m u jeres eran in ­
va d id as por el m ás profundo sueño. Con las lam ­
p a rilla s, que podrían a lu m b ra r m uchas h oras se­
gu id as, esta noble arm on ía se quebrantó dolorosa­
mente, y la noche de) ensayo nadie supo cuándo
debía d o rm irse; a lg u n a s m u jeres que estaban fa ti­
g a d a s por el trab ajo del día, y la p rim era de todas
la la v a n d e ra M atay, em pezaron a d a r cabezadas
mucho antes de la h ora de costu m b re; la s fa v o ri­
tas, que h ab ían pasado el tiempo holgando, y que
qu izás h ab ían dorm ido ia siesta, no sintieron de­
seos de acostarse ni cuando yo di la orden de reti­
ra d a . E n la s tinieblas, todos los cuerpos funcion a­
ban a com pás, como si fu eran im pulsados por un
m isino m otor; a la luz clara., aunque débil, de las
m arip o sas, cad a organ ism o reco b rab a su im perio
y m edía la s h o ras con su p ro p ia m edida, según su
tem peram ento y necesidades. ¡Con cu án ta razón se
h a dicho siem pre que ia luz es el fundam ento de
la lib e rta d !
P ero los m a y as, aunque am antes de la libertad,
atrib uyen a esta p a la b ra un sentido im propio, p re­
cisam ente el con trario del que nosotros le dam os,
y encontraron en esta va ria ció n un achaque p a ra
ren ovar su s censuras. P a s a d a la p rim era d e sa g ra ­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 2 53

dable im presión, los ojo¿ se h ab itu aron a la nueva


luz, y no faltó quien com prendiera que la s túnicas
salía n ganan d o con el cam b io; pero la opinión ge­
neral se condolía del trastorno que yo h ab ía in tro ­
ducido en las veladas, de la inquietud que se apo­
derab a de los ánim os, por no saber cuándo era lle­
gado el momento preciso de dorm ir. L a innovación
tenía carácter p articu lar, y yo nunca pretendí im ­
p o n e rla ; poro m is m u jeres y mis siervos p ro p a la ­
ron la noticia, y como el invento estab a ai alcance
de Lodo el mundo, se extendió con g ra n rapidez.
H ab ía yo llegado a ser algo a sí como un tiran o de
la m oda, y, bien que a regañadientes, b asta mis
m ás encarnizados enem igos me im itaban . Así son
los m ayas de am bos sexos, y a sí es la H um anidad.
E n E uropa, por ejem plo, existen dos grandes p a rti­
d o s: el uno favo rab le, el otro, el m ás num eroso,
contrario al m iriñaqu e. ¿Q uién duda que si, por
uno de esos infinitos azures que la g u e rra ofrece,
la m in oría se im p usiera por un momento, todas las
m u jeres sa c rifica ría n sus opiniones personales y
a cep tarían el m iriñaque, aunque fu era a costa de
su tran qu ilid ad íntim a y haciendo constar sus pro­
testas m ás solem nes? Esto o cu rriría, y o cu rriría
tam bién que, m ientras las m ás audaces ex a g e ra ­
b an la moda usando m iriñ aqu es como p ied ras de
molino aceitero, la s menos osad as la aten u arían ,
llevándolos en form a de Lavativas. Los m ayas acep­
taron sin necesidad la,s nuevas lam p arilla s, zah i­
riéndom e muchos de ellos y alabándom e algun os
pocos, y la s m odificaron a su capricho. Quiénes las
hicieron tan pequeñas que a rd ía n con d ificu ltad ;
quiénes la s a g ra n d a ro n desm esuradam ente, con lo
354 ÁNGEL GAN! vT.T

cual las r in c o n e r a , no pud.ieri.do soportar el peso, se


desprendían y daba,n lu gar a escenas de fam ilia
muy dolorosas. E n tre los exagerados se llevó la pal­
m a el zanquilargo consejero Quiyeré, el cual llegó
a construir lám paras cuyo depósito era un onuato,
en el que navegaban, con holgura docenas de luce-
cillas.
Con estos extremos, ios nuiles del alum brado de
aceite (que, como toda obra hum ana, debía traer
algunos) se agravaban y se m ultiplicaban, siendo
siempre el principal caballo de b atalla el no poder
fija r la s horas. A falta de relojes, que ja m á s quise
inventar porque los odiaba y ios odio con todas
mis fuerzas, tuve que acudir, por prim era provi­
dencia, a una imprudente transacción, que consis­
tía en encender al mismo tiempo que las lam p ari­
llas una tea, cuyo pape! no era el de alu m brar, sino
el de servir de cronóm etro. E sta componenda pro­
dujo, contra mis esperanzas, un estúpido dualis­
mo en el alum brado : sin aband onar las luces de
aceite, se restableció, corno existía, en lo antiguo,
el uso de las t e a s ; por estos cam inos la reform a se
d esnaturalizaba, y venía a ser inútil y aun p erju ­
dicial. De aquí surgió la necesidad de mi segundo
invento, el de las velas de sebo, que, a mi juicio,
h ab ía de sentar las bases de una nueva industria,
Los m ayas poseían ciertos conocim ientos rudim en­
tario s sobre varias ram as de la m etalurgia, pero ig­
noraban en absoluto cuanto se refería a la fundi­
ció n ; no tenían idea de lo que es un molde, ni pen­
saron jam ás en derretir nin guna substancia mine­
ra l ni vegetal. Enseñándoles yo el procedimiento
p ara construir moldes y p ara rellenarlos de m ate­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 255

ria s derretidas, lo mismo podían fundir el sebo para


hacer velas, que el plomo o el hierro p a ra hacer
estatuas.
En lo que av en tajaban sobre todo las bu jías a. las
luces de aceite, era en la m ayor posibilidad de h a ­
cerlas, como yo las hice, de modo que viniesen a
durar unas cinco horas, poco más o menos, que eran
las que los m ayas vivían de noche, no contando,
naturalm ente, como vividas la s dedicadas al sueño.
El sueño, que es en todas partes una interrupción
ele la vida consciente, es en M aya una anulación
completa, del vivir. Ningún pueblo ig u ala a éste en
las facultades dorm itivas. Un m aya dormido era un
ser inanim ado, y luego de aclim atarse el catre de
tijera , no habría inconveniente en llam arle in o rg á­
nico. P or esto los servicios de vigilan cia nocturna,
corno vimos en otro lugar, co rrían a cargo de los
gallos, verdaderos serenos del país.
Aunque la m an u factu ra de las velas era m ás
complico,da que la de las lam parillas, su uso era
más fácil, más cómodo y menos dado a a ccid e n tes;
así, pues, 110 tardaron en imponerse, condenando
para siempre al olvido el antiguo alum brado n acio­
nal, Cada fam ilia, según sus posibles y su grado de
resistencia óptica, se alum braba con una vela o
con una docena, sin grandes dispendios. Al p rin ci­
pio la fabricación era libre y el precio muy inse­
guro ; pero en vista de los bellos rendim ientos del
negocio, M ujanda, aconsejado por mí (bien que en
esta ocasión mi consejo coincidiera con su real pa­
recer), lo monopolizó en su favor, y dispuso que,
tanto en la corte como en el resto del país, no se
g a sta ra n otras velas que las de procedencia real,
256

señalando el precio fijo de un onuato de trigo por


cada ochenta y cuatro velas. E l núm ero ochenta y
cuatro representa en M aya, lo mismo que entre nos­
otros la centena, una cifra redonda que se obtiene
sumando los días de tres meses lunares. L a ren ta
del lavado, se recordará, se cobraba por número
doble de dias, o sea por sem estres, y la de los abo­
nos por cuádruple, o sea por años lunares. A los
contraventores de este edicto se les im ponía, como
a todos los que violaban los demás referentes a
rentas reales, la pena de muerte, según los nuevos
usos jurídicos. Más de cien siervos tra b a ja b a n con­
tinuam ente en los palios del palacio real fabricando
la nueva m anu factu ra, y m ás de otros cien se ocu­
paban en tran sp o rtarla en carretillas a todas las
ciudades, donde los reyezuelos se encargaban de ex­
penderla, con lo que obtenían beneficios 110 del todo
ilícitos, y ganaban en prestigio y en autoridad.
El uso de las velas de sebo, al mismo tiempo que
daba fin a la larg a y ominosa dominación de las
teas, hubiera, ahogado en sus comienzos el incipien­
te reinado de las lam parillas, sin un recurso inge­
nioso de que me valí p ara continuar utilizando és­
tas en nuevos y más im portantes servicios. Como
el gasto estaba ya hecho y el aceite era abundantí­
simo en el puis, y se obtenía casi de balde, se me
ocurrió colocarlas bu la fachad a de mi casa para
que alu m b raran -p o r ia noche. A u na altu ra como
de un hombre de talía ordinaria, y a trechos regu­
lares, puse las cuatro cazuelas de aceite, sostenidas
por estacas y cubiertas por piram idales sombreros
en form a de pantallas. L a cara delantera ten ía una
ab ertu ra ovalada, por donde sa lía la luz, y las su­
LA CON QU ISTA D EL R E IN O DE MAYA 257

perficies interiores estaban revestidas de vaso blan ­


co p a ra que h icieran las veces de reflector. Como
por ensalmo, lodas las casas de la ciudad a,pare­
cieron adornadas con estas originales farolas, que
por la noche alum braban sin m olestia para nad ie;
pues si mis conciudadanos se apresuraron a im i­
tarm e, no pudo ocurrírseles aprovechar el alum bra­
do público p ara romper de un golpe sus arraigad os
hábitos de aislam iento nocturno.
L a poligam ia, creando una vida de fam ilia más
bella y variad a que la de nuestras sociedades, com­
prim idas por los usos m onogámicos, h abía hecho
in n ecesaria la vida social n o ctu rn a ; pero hay siem ­
pre elementos enemistados con Jos costumbres y
prestos a ir contra la corriente, y en M aya los h a ­
bía., y se darían a conocer cuando las condiciones
del medio social les fuesen favorables. Donde Ja
vida de sociedad adquiere un desarrollo excesivo
no fa ltan gentes que, por pesimismo o m eianco­
lia, tomen el partido del aislam iento y de Ja sole­
dad, y vivan muy a su gusto escondidas como huro­
nes en sus h u ro n e ra s; donde predomina la insocia­
bilidad, por el contrario, suele haber espíritus afi­
cionados al activo comercio con sus sem ejantes, en
p articu lar entre la juventud, enam orada siempre del
progreso, o de todo Jo que huele a progreso, aunque
en ei fondo no lo sea. Mas en el punto concreto que
aquí se ventila nadie osará suponer que rio sea un
progreso efectivo, quisas un foco de progresos, sa ­
lir cada núcleo de la soledad de su celda para vi­
vir en trato común u nas fam ilias con otros durante
las horas libres de preocupaciones y trab ajo s. Asi­
mismo sería un notable progreso, cuando el trato
258 ÁNGEL G A N IV ET

social absorbiera en dem asía el tiempo debido a las


operaciones de la vida interior, retraerse algún
tanto de éi y encerrarse entre cuatro paredes, si­
quiera media, hora diaria, y a ra pensar un poco a
.solas en lo que se lia hecho y en lo que se va. a hacer.
Esto tendría la virtud c!e perm itir, ya que 110 a lo­
dos los hombres, por lo menos a los que poseyeran
cierto caudal de sensatez, darse cuenta de las nece­
dades que en las últim as veinticuatro horas hubie­
ran cometido, y corregirse p ara en adelante. El
abuso de la vida social tiene ese lado adverso: la
im posibilidad de aqu ilatar la s responsabilidades,
dado que todos los desatinos corren como obra co­
m ú n ; porque brotando al contacto de unos hombres
con otros, éstos no han tenido después calm a p ara
reconocerse autores o cómplices de ellos, o p ara
destruirlos antes que se propalen mucho, o para
rem ediarlos con otros pensam ientos m ás juiciosos
y dignos de ía racionalidad. P o r todo lo cual se nota
constantem ente que los países m ejor dotados de eso
que suele llam arse espíritu de asociación son los
m ás aptos para los trab ajo s de fuerza, v. g r.; para
construir puentes o para a b rir ca n a le s; pero que,
en cam bio, están muy expuestos a adm itir como
artículo de fe todo género de ton terías, y concluyen
por d eshonrar su civilización m aterial con la pesa­
dumbre de su in tern a barbarie.
Nada de esto reza con los m ayas, que, si bien
tenían el vicio de hablar demasiado, se libraban
de decir grandes disparates, porque en las horas
que pasaban en la soledad de sus habitaciones se
aprendían de m em oria lo que habían de decir, que
do ordinario era lo mismo que y a otros precedente­
LA CONQUISTA DEL R EIN O DE MAYA 259

mente habían dicho con aplauso de las asam bleas.


Ai pedagogo y calígrafo M izcaga le oí diez veces ei
mismo discu'/so, que Juego resultó haber sido pen­
sado hacía. írein ta años por ei propio Arimi, mi
a ¡h :r c ijo , uno de ios pocos hombres que, según pa­
rece, supieron en este país p ara qué les servía la
cabeza. A mi suegro Quiyeré, eí de las zancas la r ­
gas, le ocurrió un lance gracioso, originado por
estas varas costumbres o ra to ria s : aprendióse de coro
im discurso, nada menos que del gran rey U san a
(según noticias que reservadam ente tuve yo), y pro­
nunciólo con motivo de la. institución dei estercóle­
lo. E l esperaba recoger muchos aplausos, pues a
creer Lo que decía, el pergam ino donde espigó las
parles esenciales de su notable trab ajo , de memo­
ria de hombre no se recordaba entusiasm o igual
al que produjo esta oración de tis a n a ; pero las
iros alas de jóvenes representantes estuvieron u ná­
nimes en ap reciar la, tai rapsodia como opuesta, a
mi proyecto, y a rro ja ro n sobre el orador una nube
de insullos, inspirados más que por nada por la
envidia. Esto enseñó al viejo y zancudo Quiyeré que
el espíritu nacional no es siempre el mismo, o, por
lo menos, que no esiá siempre del mismo humor, y
que mucho influye en lo que se dice ia persona que
lo dice, pudíendo recoger Quiyeré abundante cose­
cha de silbidos y de in ju ria s, allí donde U saua con-
quistó aplausos y achunaeianes.
P a sa por averiguado que los hombres tienen cier­
ta propensión in n ata a vivir de día y a dorm ir de
noche, y que sólo al progreso debe culpársele de
haber trastornado el orden n atu ral de las cosas,
inclín ando lentamente el ánimo del hombre a a la r­
260 ÁNGEL GANIVET

g ar ]os días por el fin y a acortarlos por el princi­


pio, m ediante el funesto empleo de la luz artificial.
Pero aún está por resolver ei problema de si ha sido
el alum brado i a. causa de ia m utación de ia.s prim i­
tivas costum bres, o si, a la inversa, ha. sido el de­
seo de m odificar las costumbres el origen de la in­
vención dei alum brado. Mi experiencia personal en
M aya me permite resolver esta in trin cad a cuestión,
asegurando que el hombre, como otros m achos a n i­
m ales, tiene m arcad a predilección por la, noche,
aunque vive de día por pura necesidad, y llega a
aficionarse al día por pura costum bre. Los ojos del
hombre parecen d ar a entender que éste no es an i­
m al nocturno, como ios buhos o la,s lechu zas; pero
si a los ojos vamos, muchas fieras del bosque y de
los desiertos, teniéndolos tam bién organizados p ara
la vida diurna, viven más de noche que de día, por­
que de noche encuentran m,ás sobre seguro el nece­
sario sustento. Cuando el ham bre aprieta, la fun­
ción crea el órgano, y no ya fieras, sino hombres
h ab rá que por satisfacer su apetito vean en noche
cerrad a más claro que ven los que están hartos, de
día, con sol y sin nubes,
E sta tradicional, costumbre de ios m ayas de vivir
encerrados por la noche parecíam e algo así como
un pacto tácito y cobarde con las ñeras, a las que
d ejaban en usufructo la nación durante doce la r ­
gas horas, no obstante los infructuosos cacareos de
ios gallos, que ra ra vez producían el apetecido efec­
to de despertar a los soldados de guardia. L as fie­
ra s saltaban , cuando el ham bre Las im pelía, los cer­
cados de las ciudades, y h acían cuanto estaba en
su poder, esto es, en sus g arras y en sus dientes,
LA CON QUISTA D EL (¡E IN O DE MAYA 2G 1

p ara forzar las entradas de los establos y sa cia r su


voracidad. El alum brado público afianzó la seguri­
dad de las personas y de los bienes, y tan m anifiesta
era su utilidad que liasia los m ás empedernidos y
gruñones retrógrados cejaron en su quejum brosa
cam paña y me dieron tregua y coyuntura p ara per­
feccionar mí obra con eJ establecim iento alrededor
de la ciudad de nuevas lum inarias, que form aban
un círculo de fuegos opacos, ahuyeníadores de las
asustadas fieras. Los antiguos guard ianes se vie­
ron convertidos en alum bradores, a cuyo cargo fué
confiado el inapreciable servicio de p rep arar, en­
cender y atizar las luces del in terio r y i as del cir­
cuito, que bien p asarían de mil. El aceite era de
cuenta de los particu lares, y la reposición de cazue­
las y m edias, de cu enta del re y ; y desde el prim er
día Jos trab ajo s se llevaron con tal actividad y per­
fección, que me hicieron concebir h alagüeñas espe­
ranzas sobre la suerte de un país, criadero de hom­
bres tan hábiles como listos, que sin violencia ni
embarazo d ejaban las antigu as destructoras arm as
por las nuevas y benéficas que se les en treg ab an :
los pedernales y yescas, Jos atizadores de hierro y
las alcuzas de barro, una de las creaciones de la
cerám ica en este período.
™<3 era éste un fenómeno aislado, antes en todo?
los ram os de la adm inistración m aya se tropezaba
con la m ism a variedad de ap titu d es: algunos de los
antiguos verdugos pasaron sin esfuerzo a ser di­
rectores de la fabricación de bu jías, y en cuanto
toca a su transporte y expendición, los pedagogos
no conocían riv ales; mis au xiliares del orden sacer­
dotal eran m aestros consumados en el arte de re­
ÁNCiEL GANTYT.T

caudar las contribuciones, y los u agangas, en los


ejercicios de fuerza y en los juegos públicos. E ra
frecuente h allar hombres con aptitudes universales,
ío mismo p ara gu ard ar ganado que p ara a ra r, así
para ias arm as como p ara las le l i t i s , para ei conse­
jo como p ara el gobierno. Com parativam ente los
rnás torpes eran los pedagogos, que sabiendo leer
y escrib ir aprendían más en los pergam inos que en
Ja experiencia, y se distinguían más por la palabra
que por la acció n ; de donde tuvo origen un pro­
fundo proverbio m aya, que d ice: «La ciencia no
entra, por ios ojos, sino por el peiJejo» ; del cual
parece una, feliz traducción La sublime m áxim a:
«La le tra con sangre entra», que muchos dómines
lian desacreditado, in terp retándola de n n a manera,
estrecha y disp aratad a. No hay saber tan alto
como el saber dom inar y enseñorearse de todos
los estados de la vida, merced a la dura instrucción
y práctica que los acontecim ientos traen con­
sigo.
Se estableció, pues, se extendió y arraigó, a pesar
ele su im popularidad, el alum brado público, no sólo
en la corte, sino tam bién en todas las ciudades del
país, e insensiblem ente los ciudadanos fueron echán­
dose a la calle por la noche. Em pezaron los joven­
zuelos con achaque de co rte ja r a las m ujeres, que
si durante el día esta,han en cerrad as en los h are­
nes, de noche hallábanse en estado de escuchar las
m úsicas y can!os de los rondadores, pues las salas
nocturna,s estaban en las g alerías exteriores y te­
nían claraboyas o tragaluces a la. calle, por donde
penetraban los roncos sones de los laúdes y las no
muy bien entonadas canciones de los obscuros ga-
LA CONQUISTA DEL RKTNO DE MAYA m

lañes, de quien ya es sabido que no eran muy lam o­


sos por la finura- de sus orejas.
Con esto, la poesía subjetiva o lírica comenzó a
tom ar graneles vuelos, particularm ente en la rama-
erótica, y la literatu ra nacional se enriqueció con
variedad de trovas, serenatas y m adrigales, que sin
aliño retórico, con. Ia ruda n atu ralid ad que con­
viene a una lengua que, como la m aya, posee sólo
p alab ras que designan objetos palpo,bles, o por lo
menos visibles, expresaban los eternos amorosos
sentim ientos del varón por las hem bras de su ag ra­
do. Aunque sea. trab ajo perdido tradu cir lite ra l­
mente estas canciones a lenguas civilizadas, ofre­
ceré como m uestra un m adrigal de los m ás céle­
bres, que, bajo ap ariencias un tanto cándidas, en­
cierra cuanto de substancial puede decir un ena­
morado g alán a una d on cella;

«Robusta e ignorante m u ch ach a:


La. an ch u ra de tus caderas me en am o ra;
Tú serás m adre de cu aren ta hijos míos (el quené-
[icomi),
Tu vientre llegará a ser como el de u na vaca (rncazi) ;
Tus pechos ele choto, (memé) se convertirán en pe-
[chos de cab ra (mbusi).»

D etrás de los trovadores vinieron los demás ciu­


dadanos, atraídos por el efecto mágico que a sus
ojos producían las lu m inarias, eligiendo p ara sus
salidas las noches serenas, en que ni el viento ni la
lluvia desconcertaban Jos notables trab ajo s de los
faroleros. Aun lus m ujeres, desam paradas de la
autoridad de sus señores, se asom aban tímidamente
a Jas puertas para ver a hurtadillas lo que la mo­
26Í ÁNGEL G A N IV ET

ral del país no les perm itía ver por derecho propio.
Comenzaron a cernerse en la. atm ósfera los prelu­
dios de una idea, nueva, de las noches muntus, que
hicieran juego con los días. L as m ujeres 110 encon­
trab an , ni en la ley ni en la tradición, nada, en con­
tra de sus p reten sio n es; los hombres decían que 110
pudo ja m á s preverse Ja. aparición de tantos usos
nuevos, pero que la sabia y prudente incom unica­
ción de la m ujer debía subsistir, y subsistir con
m ás rigor durante la noche.
E stá escrito que los progresos se rieguen y san ti­
fiquen con sangre hum ana, y sucedió que uno de
ios m ás agradables entretenim ientos de los siíbrli-
íos de M ujanda vino a ser, sin que nunca se haya
sabido quién fuera ei iniciador, divertirse a costa
de los funcionarios encargados del nuevo servicio,
ya apagando las luces, ya, robando el aceite, ya
rompiendo las cazuelas, ya produciendo intenciona­
dos incendios. H acíanlo algunos por vía de ino­
cente pasatiem po, y otros con ei picaro propósito
cíe com batirm e y d esacred itarm e; y quizás éstos
hubieran realizado sus planes malévolos de no con­
tar vo con La confianza de la corona, o sea con el
apoyo firmísimo e inconmovible de M ujanda, quien
respondió a estas torpes expansiones con un largo
y bien meditado edicto, redactado por mí, impo­
niendo la pena capital a todo el que tocara u na ca ­
zuela de aceite o desobedeciera a alguno de los
alum bradores. P a r a hacer m ás apetecibles las no­
ches públicas, se las reducía a cuatro al m es; fuera
de éstas, no era permitido salir de casa sino a los
que obtuviesen real patente de libre circulación. No
se señ alaban tampoco noches fijas, pues el rey se
LA CONQUISTA DEL ItEINO DK MAYA

reservaba, como nueva e im portante prerrogativa,


que venía muy a punto a reforzar su un tanto m erm a­
do prestigio, el derecho de acord ar cuáles habían de
ser, en vista del estado del tiempo y del de su real
humor. P a ra g anar el valioso auxilio de la s m u je­
res, dejando siempre a salvo la incontestable supre­
macía que por la N aturaleza está señalada en fa ­
vor del hombre, se disponía que de las cu atro no­
ches dos fueran muntus, y que en ellas hubiera re­
cepciones, conciertos y danzas, con otros esp arci­
mientos populares.
Con esto se cortaron de raíz los abusos que co­
menzaban a nacer, entre los cuales h abía algunos
muy peligrosos: eí abandono de los hogares, am e­
nazados de disolución si se exageraban los nuevos
hábitos de vida s o c ia l; las pendencias nocturnas
entre los p articu lares y los serenos alum bradores,
que y a habían producido num erosas v íctim as; la
exacerbación de las rivalidades am orosas, cuya,
existencia me p arecía in n ecesaria en un país como
éste, donde ta n ta facilidad h abía p a ra reunir, con
no muy grandes desembolsos, una colección com­
pleta de m ujeres de todas las partes del reino. Al
mismo tiempo se prepararon notables adelantos en
el cam ino de la verdadera civilización, y por lo
pronto se obtuvieron nuevos ingresos p a ra el erario
rea!. Sólo en la corle se recaudaron ciento veinte ca ­
bras por o tras tan tas licen cias de circu lación noc­
turna, la cual vino a quedar reservada, p ara los per­
sonajes ricos en bienes y en influencia p a la cieg a ;
y en la p rim era noche muntu, los graneros reales
crecieron en m ás de tres mil panochas de maíz, ad­
mitidas en pago de los líquidos que el rey, por m e­
266 ÁNGEL GANIVET

dio de sus siervos, vendía a ia exclusiva en varios


aguaduchos instituidos por mí con este objeto v
ron el de dar ei prim er impulso a una revolución
más grande que todas las h asta aquí m en cio n ad as:
la rovolución de ia industria, y del comercio.
CAPITULO XVIII

Medidas políticas encam inadas a fortificar el poder


cen tral.—F ab ricació n y monopolio del alcohol.—
¡¡tíiueiicia capital de este im portante líquido en e!
progreso de La nación m aya.

E l hombre es esencialmente salvaje m ientras tien­


de a sim plificar la vida y a prescindir de necesida­
des artificiales, e inhum ano m ientras conserva su
am or al aislamiento, su odio a la solidaridad. La
civilización no está, como muchos creen, en el m a­
yor grado de cu ltura, sino en las m ayores exigen­
cias de nuestro organism o, en la servidumbre vo­
luntaria. a que nos somete lo su p erfin o ; y los senti­
m ientos hum anitarios, m ás que de Las doctrinas
m orales y religiosas profesadas, dependen de nues­
tr a sumisión al poder absorbente de un núcleo
social.
Superficialm ente, p arecía que ios m ayas cam in a­
ban con paso rápido h acia un estado envidiable de
perfección, puesto que su sistem a político era sin­
ceram ente dem ocrático, sus costum bres cada día
m ás suaves, su alim entación m ás abundante y sus
vestidos m ás lim pios; pero el exacto conocimiento
que yo ten ía de los medios por donde tales bellezas
se habían conseguido me obligaba a ser cauto y a
268 ÁNGEL GANIVET

tr a b a ja r con prudencia p ara que los nuevos usos


a rra ig a ra n . A veces ocurríasem e pensar qué pasa*
ría si allí faltase mi dirección, y veía desaparecer
mi obra como u na decoración de teatro. P a ra que
las costumbres sean duraderas han de ser tam bién
ainadas, y p a ra que 'sean am adas han de h alag a r
los instintos, han de satisfacer u na necesidad fisio­
lógica violenta.
F a lta b a , pues, a m is reform as un detalle im por­
tante : estar ligad as entre sí por algo que las aso­
cia ra a la constitución espiritual y corpórea de los
súbditos de M u jan d a; y yo veía con inquietud que
ninguna de ellas había podido tiran izar a estos hom­
bres espartanos, que, sometidos en la ap ariencia,
deseaban tira r, como suele decirse, la casa por la
ventana, y volver a su estado prim itivo, no porque
Ies pareciera, m ejor, sino porque, m olestándoles so­
beranam ente pensar y tra b a ja r, las ven tajas de los
adelantos que yo les impuse no les com pensaban la
incomodidad de sostenerlos y perfeccionarlos. Así
como los anim ales tienen como centro principal de
atracción los alim entos, los m ayas, sitúa,dos un es­
calón más arrib a en la escala zoológica, tenían d o s:
ia cocina y fa. alcoba. Se im ponía un esfuerzo m ás
y un centro vital m ás elevado : el comercio de ideas.
D evanábam e los sesos p ara ver el modo de a cre ­
cen ta r sus necesidades v de despertarles algunas
muy violentas que pudieran su bsistir por su pro­
pia virtud, sin mi acción providencial perm anente,
y sirviesen de cimiento a ta n ta reform a úti.1 hecha y
por hacer. De las industrias creadas, las m ás im ­
portantes, como Ja fabricación de b u jías y jabón y
preparación de abonos, se h ab ían convertido en
LA CON QU ISTA D EL R E IN O DE MAYA S69

monopolios reales, y ni servían p ara estim ular la


in iciativ a industrial del país, ni p ara hacerles tr a ­
b a ja r mucho m ás. L as em isiones abundantísim as de
ru ju s fueron m ás beneficiosas en este sen tid o ; pero
la llegada de los accas las h abía compensado con
exceso, y en general se veía a la simple vista que
el pueblo m aya era m ás holgazán b ajo mi gobierno
que bajo los gobiernos anteriores. L a agricultura,
daba m ayores rindim ientos, la industria, indígena
h ab ía progresado notablem ente en cuanto a la eje­
cución de sus diversas m anu factu ras, y el comercio
era algo m ás activo a consecuencia de las m ayores
facilidades en la s vías y medios de tra n sp o rte ; m as
a pesar del crecim iento de esas fuerzas, que todo
el mundo se ha puesto de acuerdo p ara llam ar fuer­
zas vivas de las nociones, la resultante total no
cam biaba g ran cosa la constitución económica, del
país por fa lta r u n a ley de división del trab ajo , sin
ia, que no puede haber progresos duraderos.
Los m ayas continuaban considerándose como
aislados en medio de aquella sociedad, que, por ser
dem ocrática, p arecía deber in sp irarles confianza, en
el p orvenir; sin ace rtar a explicarlo, pensaban en
su fuero interior que el Estado m aya era una coa­
lición im puesta por el miedo recíproco y por la ne­
cesidad de disfru tar algunos períodos de paz para
consagrarse con todas sus fuerzas a la procreación,
llena,r los huecos dejados por las luchas pasadas, y
prep arar nuevas y num erosas falanges p a ja las ve­
nideras. Y ¿quién sabe si en esta concepción nebu­
losa de la vida social h abrá un fecundo germ en de
verdadero progreso, dei progreso que brota de los
combates, no del im puesto por una iiueliKeucia su­
27(1 ÁNGEL G A N IV ET

perior a rb itra ria ? De esia suerte, considerando


como un hecho posible, y aun probable, la disolu­
ción del Estado, se tenían a si mismos como cen­
tros de su propia vida y se educaban como si hubie­
ran de vivir de su exclusivo trab ajo . L a ind ustria
y el comercio eran como accesorios de ia ag ricu l­
tura, y nadie se con sagraba a ellos por entero;
iodos oran agricultores en prim er termino, y si no
disponían de tierras productivas, cazadores o pes­
cadores. En el caso de dislocarse la nación, no exis­
tían clases sociales cjue quedasen en el aire y que
se opusieran a la ru in a y acabam iento final. Algún
pequeño trastorno su frirían los herreros o carp in ­
teros, los vendedores de pieles o de pescado seco ;
pero trastorno momentáneo, pues a Los pocos días
ios h abitantes del bosque se darían por satisfechos
con a tra ca rse de frutas, los de tierra lian a tendrían
de sobra con sus cereales y legum bres, y ios del río
con los productos de la pesca.
Ki gran U sana debió pensar en tan im portante
cueslión, y sin duda p ara fundar la unidad nacio­
nal instituyó las fiestas religiosas y el congreso de
los uagangas, que yo por mi parte hnhía desarro­
llado hábilm ente, con el propósito va expresado de
cen tralizar más el poder; pero tan firmes institucio­
nes no bastaban, porque, habiendo sido im itadas
por todas las ciudades, cad a u na de ellas tenía en
sí los medios de vivir independientemente de la cor­
te. Sabida es la prem ura con que las ciudades se
apresuraban a copiar cu antas reform as se introdu­
cían en el gobierno, religión, fiestas, tr a je s y cos­
tum bres de la cap ital, y en un pueblo tan perezoso
como el m aya, ese apresuram iento q u ería decir que
LA CONQUISTA D EL UEINO DE MAYA 271

Lodo el mundo deseaba reco brar su autonom ía o


m antenerse en estado de d isfru tar de ella una vez
que la centralización actu al desapareciese. Cuando
la revolución promovida por Vinco y los h ijo s de
Lopo, se vio de un modo experim ental que la civi­
lización m aya había llegado y a a tal punto que re­
pugnaba la autonom ía de los ensis, bien por la im ­
posibilidad de celebrar el afuiri y gozar de la s tie r­
nas expansiones de los días muntus, bien por
la inseguridad de las personas y de los bienes,
pero que aún no profesaba g ran am or a la p a tria co­
mún, sin duda porque éste suele ser un estado supe­
rior del am or al terruño, am or que, por no haber te­
nido Usana el buen acuerdo tle establecer la propie­
dad individual, los m ayas no poseían. E n vida del
usurpador Viaco se h abían reconstituido la s ciudades
contra el m andato de la ley, y aun después de m uer­
to fué necesaria toda mi prudencia p olítica p ara res­
tau rar el imperio de la m onarquía legítim a sobre
todo el país. Mi deseo, pues, había sido, y era., mo­
dificar de tal suerte la organización del Estado
maya que, en caso de revolución, volviese éste por
las solas fuerzas natu rales a reconstituirse p ara pre­
sidir eternam ente los destinos do la nación una e
indisoluble.
A ta l punto se enderezaron algunas de mis re ­
formas, como la venta de tierras a perpetuidad y la
unificación de los escalafones, listas reform as eran,
sin em bargo, arm as de dos filos; antes de engendrar
ol noble sentim iento de am or a la p atria, la propie­
dad territo rial atraviesa por fases muy peligrosas,
y la prim era que yo pude estudiar m ás de cerca
fué un crecim iento form idable del egoísmo de los
272 ÁKGIÜI. G A N TV IÍT

que poseían mucho, y un desencadenam iento de los


odios de los que poseían poco o nada, y más aún
de los que perdían sus propiedades. Antes de con­
vertirse en colum na de ]as instituciones, el propie­
tario procura ser él mismo institución, feudalizarse,
ennoblecerse y avasallar. P o r fortu na, las arrem e­
tidas de los grandes propietarios y am biciosos del
poder estaban co n trarrestad as por el excesivo nú­
mero de funcionarios inútiles, creados por m í, y
que en este período de transición fueron la tabla
en que se salvó la m onarquía y el país.
E s costumbre h ab lar m al de los funcionarios que
desempeñan destinos poco o nada útiles p ara 3a
m arch a aparente del Estado, y se considera como
ideal de u na buena adm inistración la ausencia do
parásitos, que, en opinión de los mismos censores,
no sólo dañan por lo que no hacen y por lo que no
dejan hacer, sino m ás bien por lo que complican
el en g ran aje adm inistrativo y dificultan su ordena­
da m arch a. E rro r grave, del que deben huir los es­
tad istas deseosos de fundar instituciones durade­
ras, pues ninguna sociedad puede su bsistir sin el
parasitism o. E n M aya observé yo la curiosa p arti­
cularidad de que la vida de la nación estuviese p rin ­
cipalm ente sostenida y regularizada por el núm ero,
en verdad abrum ador, de funcionarios públicos, que
yo fui intercalando en dondequiera que las falanges
ad m inistrativas me parecían poco espesas. Apenas
o cu rría algún trastorno, notaba qne los empleados
que desempeñaban una función necesaria,, como los
reyezuelos, eran los m ás inseguros, porque conta­
ban sobre la realidad de su poder p ara sostenerse
en el gobierno. Los partí cuín ros simpatizaban con
LA CON QUISTA J5KL .UEINO DE MAYA 273

cualquier tentativa de cambio p o lític o : ios ricos,


por am b ició n ; ios pobres, por descontentos; todos
por v ariar y m ejo rar. Los únicos fieles defensores
eran ios funcionarios inútiles, que, convencidos de
que la agitación n acía del deseo de tu rn ar en el dis­
frute de Jas prebendas, se aprestaban sin vacilación
a la lucha y, combatiendo por sus intereses, com ba­
tían por ei Gobierno y íe sostenían. E i parasitism o
es, ciertam ente, una causa de debilidad.; pero es
tam bién signo seguro cíe vida, porque ios parásitos
huyen de ia muerte. Un gobierno libre de ellos está
a dos pasos de su lili, sea que term ine por consun­
ción, sea que se exponga a m orir de exceso de s a ­
lu d ; estado ideai al que los hum anos deben procu­
ra r cuidadosamente no aproxim arse.
Sin em bargo de haber obtenido brillantes resul­
tados de la uniflca.ci.0n e indefinido alargam iento
de los escalafones, con ios que formé dos grandes
grupos de funcionarios : pedagógicos v sacerdotales,
que constituían la policía profiláctica, y m ilitares,
que representaban ia terapéutica o represiva (amén
de jos numerosos m nanis o au xiliares de ambos
grupos), aún no vi bastantes intereses creados a la
sombra del orden y de ia unidad nacional, y temía
que estos numerosos funcionarios se acomodasen, en
caso de necesidad, a vivir sobre estas o aquellas ciu ­
dades, en ia m ism a form a en que lo venían haciendo
sobre ia nación entera, y que no tuviesen bastante in ­
terés en conservar a ésta su preciosísim a unidad. En
tal caso, como ellos eran el vínculo más fuerte que
m antenía unidos Jos diferentes núcleos o cantones,
la obra esbozada por Lopo, p lantead a por Usana y
perfeccionada por mí, estaba expuesta a perecer.
18
274 ÁNGEI'. G A N IV ET

lise Jazo de unión tan deseado lo hallé en un nue­


vo monopolio, que no íué admitido, como los
anteriores, con indiferencia, sino eon tan vivo en­
tusiasmo, que vine a comprender que, en lo suce­
sivo, los m ayas todos aceptarían y su frirían ci su­
premo poder ue M ujanda y sus sucesores p ara ase-
tíu rar el disfrute del nuevo producto de la ind u stria
reaí. el alcohol, cuya venta se inauguró la primeva
noche m an ía. Ninguno de mis éxitos, ai el dei la ­
vado y estampado de Jas túnicas, ni ia institución
del segundo día festivo, de las luchas de circo y del
alum brado, puede com pararse con el de la inven­
ción del alcohol, aceptado desde et prim er momento
sin oposición ni discusión.
Cuando por prim era vez se me ocurrió utilizar
el alcohol p ara afianzar los poderes públicos, andu­
ve m adurando bastantes sem anas mi proyecto, exa­
m inando sus contingencias posibles, buenas y m a­
ja s . E l interés gubernam ental no hubiera bastado
a decid irme- si com prendiera que había de se­
guirse algún daño para los individuos, o cuando me­
nos p ara la raza. Dos razones, entre 01 ras, lucieron
g ran meüa en mi ánimo y determ inaron mi decisión
afirm ativa. L a p rim era fué, que si por acaso resul­
taban exactos ios dichos de los sociólogos, y el a l­
cohol producía grandes perturbaciones orgánicas
y funcionales en Jos individuos que de él abu saran,
y la degeneración de su descendencia, siem nre ha­
b ría tiempo para su p rim irlo ; pues siendo un mono­
polio, y no estantío divulgado ei secreto ríe ¡a fabri­
cación, b a sta ría p ara olio una decisión dei poder
real, que por algo es considerado por Jos estadistas
como poder moderador. No era, sin embargo, pro­
LA CONQUISTA D EL R EIN O DE MAYA 275

bable que tales perniciosas consecuencias se presen­


taran , porque Jos sociólogos que yo h abía leído se
referían en p articu lar a la raza blanca., en la que
es cierto que el alcoholismo suele term inar por la
locura, el idiotismo, !as deform aciones orgánicas y
demás signos de, degeneración. L a raza negra es
más robusta, y no sólo podría resistir m ejor la
acción de ese agente deletéreo, sino que acaso en­
co n traría en él un estímulo p a ra esp iritu alizarse;
de suerte que, si el alcohol engendra el idiotismo
en los seres civilizados, vendría a producir el des­
arrollo intelectual en estas razas prim itivas, que ya.
poseen el idiotismo por naturaleza.. !ín el caso de
que mis suposiciones resu ltaran fallidas, y de que
realm ente hubiera que lam entar un salto a trá s en
estos individuos, que tan pocos habían dado
h acia adelante, venía en mi auxilio la segunda r a ­
zón, que me fué su m inistrad a por el recuerdo de
mis propias observaciones en el continente euro­
peo, donde, no obstante las declam aciones de ios
mismos sociólogos, había notado que la prosperi­
dad de las naciones dependía, en prim er térm ino,
del em brutecim iento de sus individuos merced a va­
rios abusos, y entre ellos ei abuso dei alcohol.
E l progreso económico exige, coa*o condición esen­
cial, la sumisión de grandes m asas de hombres a
una in teligencia directriz. En tanto que los indivi­
duos se consideran a sí mismos como hombres en­
teros, completos, y se mueven independientemente
Jos irnos de los otros, y no se asocian sino contra
su voluntad y p ara lo más necesario—en lo que ios
m ayas pueden servir de tipo perfecto—, el trab ajo
no p ro g resa; todos los hombres son libres, pero la
276 ÁN’ liKI. (jA N IV liT

¡•¡uí. ií!. ele sus libertades da ia instabilidad ríe la


libertad g en era l; ninguno es pobre, pero la reunión
ele sus m ediocres fortunas da ia pobreza colectiva.
Si los individuos se transform an en fragm entos de
'nombres, en instrum entos especiales de trab ajo , y
se asocian de mi modo perm anente para, producir
ía obra común, los resudados mal eriales son m a ra ­
villosos, ia. obra es tanto m ás grande cuanto m ayor
es Iu .humillación do Jos obreros, einuilo m ás com­
pleta rs la abdicación do su personalidad; entonces
iodos ios hombres son esclavos, peen ¡a iiherlud co­
lectiva es p erm an en te; todos son pobres. pero 1a
sociedad, representada por los que di rigen y unifi­
can esas fuerzas brutales, desborda de riquezas. P a ­
recíam e, pues, disculpable y b asta conveniente el
problem ático em brutecim iento y degeneración de
mis gobernados si ia ag ricu ltu ra, la ind u stria y el
comercio, fuentes vivas del país, según indiqué a n ­
tes. salían en ello gananciosas.
Aceptada la ideo,, preocupóme largam ente la elec-
i.\ióii del líquido alcohólico que había de em plear,
pues en el privilegiado clim a de Maya, se encuen­
tran prim eras m aterias p ara fabricarlo s de todas
clases, T.o m ás inofensivo hubiera sido introducir
algu nas m odificaciones en la s bebidas nacionales,
entre las que la más usada era el vino de banano,
oMenido, como todas las demás, por medio de ia
nlaceración de fru ta s; tanto el vino de banano,
como el de spondio, el de fenezi o ei tinto de a m óm e,
eran licores ligeram ente acidulados con cierto sa­
boreólo a cosa podrida, al. que 110 sin esfuerzo lle­
gué a habituarm e. Asimismo pensé en fab ricar vino
tinto, no de amonté, ni de uva, sino de m aterias tin-
I,A CON QUISTA DIÍL REIN O DE MAYA 277

toreas, que yo, como antigao vinicultor, sab ía em­


plear con gran habilidad. Tam bién Ja cerveza po­
día ser m itísim a en este país cálido, y fácil era ob­
tenerla por abundar la cebada de excelente calidad
y multitud de plantas arom áticas muy superiores
al lúpulo ; pero me pareció inconveniente no peque-
no la excesivo cantidad que habría que fab ricar pora
producir el efecto apetecido; sin eoiuar con que
esta, bebida .lleva consigo, e infunde a ios que la be­
ben a iodo pasto, el am or a Jas ideas plácidas, ¡a
serenidad epicúrea, no exenta de hum orismo, y en
p articular la atrofia dei sistem a nervioso, que me
interesaba mucho robustecer y d esarrollar en mis
gobernados. P o r fin mereció mi preferencia eJ alco­
hol puro, que por exigir pequeñas dosis era m ás fá ­
cil do fab rica)1, conserva,]-, tran sp o rtar y vender.
Cotí auxilio de varios hábiles uam veras que de
Bandola se habían trasladado a M aya, construí en
uno de ios pabellones inleriores de mi palacio un
alam bique de capacidad bastante p ara producir en
un solo día h asta diez hectolitros de alcohol. El mo­
nopolio estaba reservado al rey, pero yo me hice
cargo de [a fabricación p ara poder in stru ir más fá ­
cilm ente a los enanos a quienes la confié, así como
para realzar el prestigio de mi ca,rgo. Aunque el
líquido podía expenderse sólo por la. noche, el con­
sumo fué ta.n considerable, que hubo que construir
tíos alam biques más, y cuando la venta se extendió
a todo el país, ei interior de mi pala,ció se convirtió
en una, inm ensa fábrica, donde funciona.ban veinte
alam biques y tenían ocupación diaria, m ás de dos-
. róenlos enanos.
I.a afición a.l ulmhol fué tin estímulo nuevo y po­
2'fí? ÁNHEL GANTVF-T

deroso en La vida de los m ayas, cuya p rim era aspi­


ración unánim e se cifró en obtener licencias de oir-
cidaeión nocturna p ara gozar dei privilegio que a n ­
tes d isfru taban unos pocos, y iodo ei poder do, Mu­
ja n d a no has tú p ara resis J r el e¡npnjc do la opi­
nión. Bien pronto todos Jas noche::- fueron pública.?,
y ins escenas dom ésticas, que tan i:o me deleitaban,
se tran sform aron en reuniól es de taberna o de café,
ai principio entre hombres s o í o í , luego entre hom­
bres y m ujeres.
£1 sexo débil, que en M aya es forlísim o por regia
general, se conformó en ios prim eros días con salir
una noche sí y o tra n o ; pero, relajad os ]os frenos
sociales, quiso ser igual ai hombre, y se vió favo­
recido por los excesos de aquellos poco prudentes
varones, que se em briagaban b asta ei punto do obli­
g ar indirectam ente a. sus m ujeres a romper la re ­
clusión p ara venir a recogerlos y llevarlos a cuestas
a casa. Tales cosas vi, que se me ocurrió recom en­
dar el empleo de un sistem a que me h abía llamado
la atención en algunos pueblos de F 1andes. E s cos­
tum bre del país que el hombre lleve por delante una
carretilla de mano, cuyos varales, atados a los dos
extrem os de una larg a correa, penden «el cuello,
dejando las manos en libertad. Esto uso es muy có­
modo, porque en la carretil!a se lleva el paraguas,
indispensable en un país tan lluvioso, la m erienda
y algunas otras cosillas. Cuando el hombre de la
ca rretilla queda atascado en una taberna, la mu­
je r, oportunam ente avisada o convenida de antem a­
no, acudo a recogerlo y lo a ca rre a a domicilio ter­
ciado en ia providencial carretilla. Como quiera
que y a había, yo provisto a los m ayas de este uti-
T.A C O N Q U IS T A DRL ItK lN O )>E MAYA 279

Jísimo aparato, no tuve más que apuntar la idea


p ara que se introd ujera el nuevo uso, que andando
el tiempo se modificó un tanto, porque, em briagán­
dose tam bién las m ujeres, hubo que im poner por
turnos a los alum bradores la. obligación de condu­
cir a domicilio a los borrachos de ambos sexos.
No obstante estos disculpables abusos, el alcohol,
producía, resultados benéficos, pues ios m ayas, para
poder em briagarse por la noche, tra b a ja b a n con
g ran celo durante el d ía ; salvo algunos, ba.sta.ntcs,
que, a causa de su pereza congénita e invencible,
obtenían por ei robo lo que no eran capaces de g a ­
nar honradam ente. E n los prim eros tiempos el pago
del a!cohol se efectuaba por medio de panochas de
maíz, a razón de una por cad a mcwmo o pequeña,
v a sija de barro, en Ja que entraba una media pa­
nilla de líquido, mezcla de alcohol puro y agua cla ­
ra. Más adelante, y al mismo tiempo que se intro­
ducía en M aya el uso im portantísim o de his tap a­
deras, h asta entonces absolutam ente desconocidas,
se estableció la equivalencia de varios productos
para a ta ja r oi encarecim iento del m aíz; y, por úl­
timo, lancé a Ja circulación chapitas de hierro ta ­
ladradas, complemento de los ru ju s y último grado
de la evolución de La moneda, y cau sa o rig in aria
de un cam bio transcendental en los tú nicas. Me re­
fiero a la apertu ra de los bolsillos laterales, que no
sólo sirvieron p ara gu ard ar 3a moneda, sino tam ­
bién, por u na serie de gradaciones psiconsiológi-
cas, p a ra alb erg ar las manos de los m ayas, y me­
diante la influencia refleja de la nueva y pacífica
colocación de tan im portantes aparatos gesticulato-
rios, p a ra dulcificar el temperamento de mis gober­
280 ÁNGEL G A N IV ET

nados y p ara dar a su apostura un aire m ás hum a­


no, m ás bello y más reflexivo.
M ediante los ru ju s se había em u lo plásticam ente
la confianza pública., y con ayuda de la excitación
alcohólica surgió sin esfuerzo, y sin necesidad de
acudir a. Rubango, la moneda vulgar, y como con­
secuencia la moneda falsa, fabricad a por cuenta y
riesgo de los uaniveras. L a m oneda menuda tuvo
gran influencia en la m archa económ ica del país,
porque, no siendo ya necesario poseer productos de
reserva p ara aseg u rar la vida, ei trab ajo se ap arta-
ha de la ag ricu ltu ra y buscaba en la industria y el
comercio el modo de g anar m ás rápidam ente las
monedas o mcumos, llam ados así porque desde el
principio se los relacionó con ias medidas de alco­
hol cuyo valor representaban. Nacieron do tan sen­
cillo hecho los prim eros asomos em brionarios de la
fecunda ley de división del tr a b a jo ; y una vez que
hubo hom bres dedicados a una especialidad, se hizo
necesaria la aparición de los com erciantes con tie n ­
da, abierta, y con ellos otra ley no inferior a la pre­
cedente, la de la oferta y Ja d em and a: las dos ru e­
das indispensables p ara que m arche el carro del
progreso.
Como el alcohol era. el artículo más solicitado, los
prim eros establecim ientos que abrieron sus puertas
fueron los cafés y las tabernas, que no se diferen­
ciaban, como en Europa, por la m ayor o menor r i­
queza del decorado, o por la categoría, social de los
concurrentes, sino porque los cafés eran ios prim i­
tivos establecim ientos abiertos de orden y cuenta del
i‘ey, y dirigidos por funcionarios públicos del gru­
po de ios m nanis, cuyo escalafón se triplicó con tan
LA CON QUISTA D EL R E IN O DE MAYA

fausto motivo, m ientras que la s tabern as eran ca ­


sas p articulares, donde se vendía ai menudeo el a l­
eo Fiof comprado al rey al por m ayor y a m ás bajo
precio. P a r a señ alar estos establecim ientos tab er­
narios se plantaba a la puerta un árbol fru tal lla­
mado mpa-fuí, que dió nombre a las tabern as en
Maya.
Modificada de esta suerte la idea p rim era del mo­
nopolio, Jos m ayas se acostum braron a la de las ca ­
sas de comercio, y no tardó en haber despachos de
íiínica.s y som breros, de cereales y legum bres, de
carne, de pescado, de instrum entos de labran za y
de transporte, y m il artícu los nuevos que el buen
ingenio de los m ayas se apresuró o, inventar, con
arreglo a las ideas que yo les sugería, y que eran
aceptadas con gusto porque facilitab an los cam bios
y porque venían a d estruir las in ju sticias con que
Ja N aturaleza les h ab ía repartido su dones. M ien­
tras las ciudades del bosque eran antes Jas más m i­
serables, alio ra prosperaban h asta sobrep ujar en
riqueza y cu ltu ra a la s del llano, porque aplicadas
al tra b a jo indu strial, cuyos productos eran más es­
timados que los natu rales, podían obtener éstos en
abundancia y acu m u lar el so b ran te ; tam bién los
pescadores ribereños del Myera, y los cazadores del
Unzu obtenían grandes v en tajas del activo tra n s­
porte de m ercan cías, del aum ento de consumo de
pescado seco y de la p reparación de carnes y pieles.
L as ciudades ag ríco las comenzaban a perder su pre­
ponderancia, y sus habitantes, habituados a la vida
fácil, con menos estímulos p ara acep tar desde un
principio las nuevas in d u strias, se convertían en
tribu tarios de Jas ciudades que antes les habían es­
282 ANGEL GANIVET

laclo sometidas. Sólo M aya se salvó de este menos­


cabo por haberse iniciado en ella las reform as y po­
seer el monopolio del alcohol y pov su privilegiada
representación política ; pero bien pronto hubo ciu­
dades más ricas que ella, como B angola, Mpizi,
Calu y Mu vil, merced al desarrollo de sus industrias
m etalúrgicas, a la perfección de sus tejidos o a sus
adelantos en la construcción naval.
L a ú nica ciudad agrícola que. aparte de M aya,
salió ganan ciosa con estos cam bios, fué Boro, Ja
ciudad de la m ontaña, y no por haber seguido las
nuevas corrientes, sino por la ind u stria del que allí
desem peñaba el cargo de a u x iliar del Ig an a Iguru.
Sabido es que Boro d isfruta en M aya de ciertos
privilegios religiosos no establecidos por la ley, pero
sí apoyados en la costumbre de los fieles de ir en
peregrinación a la m ontaña donde fué construido
el g ran enju, y donde tuvo lu g ar la elevación del
Ig an a Nionyi o hipopótamo a la d o ; y creo haber di­
cho que Monyo, el reyezuelo de nariz larg a y afi­
lada. como un cuchillo, h abía provocado graves di­
sensiones por exigir a los peregrinos ciertos dere­
chos de peaje. P a r a a rre g la r estos incidentes apro­
veché la p rim era com binación de cargos que se me
presentó (pues soiía h aberlas con frecuencia), y
traslad é con ascenso a Monyo a la ciudad fluvial
de Unya, cuyo reyezuelo, el viejo Inchum o, flaco
como u na lanza, acababa de m o rir; ai glotón V ia ­
culia, reyezuelo de V iyata, a B o ro ; a Edjudju, cor­
pulento como un elefante, desde Ton do a V iy a ta ;
a Cañé, el cuarto h ijo del listísim o Sungo, desde
Vil oque a Tondo, cerca de sus otros tres herm anos,
que seguían gobernando la s ciudades uam yeras de
LA CON QUISTA DKL TlEINO DK MAYA 283

R arn rn , Maf.npi y M uvu; siendo nombrado para, el


arrinconado gobierno de Viioqué un hermano de ia
gorda y m alograda Me azi, h jjo m ayor del honrado
Mcomu, reyezuelo de Ruzozi, que había quedado
en Viioqué de jefe del y au rí local, y que a su in ­
dustria. de tritura dnr de trigo, o molinero, debía su
nombre de Nsano. Con igual propósito trasladé a
mi au xiliar en Boro a Upala, vacante por ascenso
a uaganga del valiente flechero y forzudo atleta
Angiie, y nombré p ara Boro a un quinto h ijo del
listísimo Sungo, eJ joven Tsetse, ei moscón, llam ado
así porque de niño era muy aficionado a m atar mos­
cas y otros insectos que, desgraciadam ente, abun­
dan en el país. Mi objeto al enviarle allí era su p ri­
mir el impuesto establecido por el im popular y nari-
largo Monyo, substituyéndolo por u na contribución
v o lu n taría: la venta de amuletos o 'Michos. Y fué
tal la habilidad dei astuto Tsetsé, que en breve pla­
zo creó ¡a ind ustria más floreciente del país y con­
virtió un cargo de tercer orden en la prebenda más
ansiada, de todo el reino, m ás aún que el gobier­
no de B angola. Todos los progresos industria,les eran
aceptados sin pérdida de tiempo por mi agente, que,
mediante la sencilla, y narla costosa imposición de
manos, transform aba toda ciase de objetos en s a ­
gradas reliquias, y obtenía m ayores g an an cias que
ios artífices profanos. Mis demás au xiliares no se
descuidaron en im itar tan notables procedimientos,
con resultados variables y sin llegar nunca, todas
Jas ciudades reunidas a obtener tan pingües benefi­
cios como Ja, liierática Boro.
CAPITULO XIX

Florecim iento de las bellas artes y de las cien cias.—


E xaltació n de los sentim ientos patrióticos.— Gue­
rra con el A ncori,—'Muerte repentina de M ujanda
e in teresan te sacrificio lium ano en la g ru ta de
BaU'Mau.

Con ser tan considera-tile ei progreso m aterial de


los m ayas, 110 adm itía com paración con el espiri­
tual. Entregado el país, con su rey a la cabeza, a
la. alcoholización gradual y sistem ática, sobrevino
una especie de recalentam iento de aquellas vigoro­
sas n a tu ra le z a s; y, según mis previsiones, comenzó
a echar chispas y a lanzar vivos destellos ei espí­
ritu nacional, hasta entonces esclavizado b ajo eJ
rudo imperio de los funciones an im ales; y como la.
vida social nocturna, en cafés y tabernas facilitab a
el cruce de las ideas, el despertar de las pasiones,
el desgaste de ios brutales sentim ientos primitivos
y el afinam iento de Ja p alabra y de la gesticulación,
las artes no tardaron en ad quirir gran vuelo. De
mí p artían siempre las iniciativas, pero los m ayas
se apresuraban a recibirlas y a hacerlas fructificar.
En el orden de evolución de Jas artes, correspon­
dió 1a prioridad a la escultura, no sé si porque el
hombre prim itivo encuentra más facilidad p ara cul-
ÁNGEL G A N IV ET

livar este arte, en ci que la, cantidad de m ateria


em pleada es m ayor, o si a consecuencia de u na fe­
liz invención m ía encam inada a despertar en los
m ayas el deseo de am ar y glorificar a sus héroes,
cual fué la erección, frente al antiguo palacio de
los uagangas, convertido después en lavadero n a­
cional, de lina estatu a del g ran rey U sana. P a ra
co n struirla coloqué sobre cuatro colum nas de hie­
rro una m ontera muy sólida, cu bierta de pizarra,
a fin de que la lluvia no destruyese mi obra, que
tenía que ser de b a rio , porque, dada mi insuficien­
cia, yo no podía tr a b a ja r en otras m aterias menos
dóciles. Después cubrí por los cuatro costados aquel
cobertizo, para, que los m ayas no viesen el monu­
mento h asta que estuviese acabado, y la impresión
fuese más profunda.
Construí una p lataform a de dos v aras de altu ra,
y sobre ella monté u na armazón de m adera, que
representaba como el esqueleto de mi hombre mon­
tado sobre eí esqueleto de un asno (pues caballos
no se crían en el país, y no había medio de que la
estatu a fuera completamente ecuestre), y por ú lti­
mo, retapé, rellené y redondeé, como m ejor pude,
la arm azón con blanda arcilla, h asta sacar, des­
pués de muchos tanteos, un conjunto suficiente­
mente claro y expresivo. P a ra an im ar la composi­
ción, y p ara desvanecer las dudas que pudieran que­
dar acerca de quién fuese aquel personaje, coioquó
entre las patas del asno la figura de un perrillo r a ­
tonero, pues, según las tradiciones populares, U sa­
na ib a siem pre acompañado de un can, que ios vates
caseros celebraban aún bajo el nombre de ch igú , «el
«piojo», probablem ente porque estaría plagado el
LA CON QUISTA D EL üEINO D li MAYA 287

pobre anim al d c estos parásitos cosmopolitas.


El día del descubrim iento de la estatu a, que fué
un segundo ucuezi, quedará inscripto entre los más
famosos de los anales m ayas, y sirvió de punto de
partida a una. revolución en el decorado de las ha­
bitaciones, y más tarde en la construcción de lo?;
edificios, por el deseo de substituir los objetos sim ­
plemente útiles por otros que fueran a ia vez útiles
•y figurativos. Yo lie visto, y nunca lo olvidaré, ese
estrem ecim iento de ia natu raleza hum ana, esa in ­
vasión de la ardiente fe en 1111 pueblo primitivo, que
comienza a ver plásticam ente reproducidas, por
uiira de ia mano del hombre, las obras de la C rea­
ción. P rim er uoureka» mezclado de aleg ría y de es­
tupor; prim er enlace espiritual del hombre con el
inundo, p ara elevarse desde ia. ciega reproducción
sexual a la creación libre de toda especie de seres,
en Ja motriz infinita de la m ateria.
Después de la escultura y la arqu itectu ra, flore­
cieron la m úsica y el canto. Conatos buho antes de
reproducciones p ic tó r ic a s ; pero yo logré ahogarlos
prontam ente, por tem or a que sobreviniera la fa lsi­
ficación de los preciosos ru ju s, instrum ento p rin ci­
pal de mi gobierno. L a música, apareció por prim era
vez en los acom pañam ientos funerales de los héroes
que m orían en el circo. Con ei tiempo buho banda
y orfeón nacionales, instituidos por mí, que am eni­
zaban las fiestas de ios d/as muntus juntam ente con
los mimos, danzas y juegos acuáticos. La m ayor p ar­
te de los ins; ruínenlos m usicales empleados eran,
por su fácil construcción, tam bores, zambombas,
platillos de hierro y trián g u lo s; pero no faltaban
tampoco flautas y otros instrum entos de viento de
difícil clasificación, así como de cuerda, de forma,
rudim entaria, como el laúd y la ch ich arra. Con
ta n heterogéneos sonidos el conjunto era angustio­
sam ente in arm ó n ico ; m as a ratos producía la im ­
presión de profunda, pesada y m onótona m elanco­
lía, de que están im pregnados toods los aires popu­
lares m ayas. Como entre éstos no h abía ninguno
que pudiera servir p ara la m arch a triu n fal, indis­
pensable después de las victorias de ios gladiado­
res, hice que la banda y el orfeón aprendiesen el
himno de Kiego, que, una vez pegado bien al oído,
se convirtió en himno nacional, cu ya letra, n atu ­
ralm ente, no era la del himno español, sino u na
apología de las reform as de U sana, entre las que
yo hábilm ente enum eraba las m ías para darles el
indispensable sello tradicional. L as estrofas eran
seis, y todas term inaban por un estribillo co n sag ra­
do a d ar g ra cia s a Rubango por la felicidad que
produce la em briaguez alcohólica.
En la s danzas y mimos mi intervención no íué
tan necesaria, porque y a existían y se iban desarro­
llando espontáneam ente, conforme ios hahitos de so­
ciedad se afinaban. Sin em bargo, yo fui el iniciador
de los bailes combinados con los mimos, de donde
salió el arte teatral, cuya form a prim era fué el epi­
sodio, coreado por el público. En realidad, las artes
aparecieron allí como han debido ap arecer en to­
dos los pueblos, como expansiones del espíritu pú­
blico, que an sia desahogarse de las penalidades de
la vida individual por medio de la alg azara y del
escá n d alo ; y si algu na particu larid ad m erece regis­
trarse en la evolución de las artes m ayas, es sólo la
rapidez con que se realizó, por tener dos grandes
LA CONQUISTA DEL REINO DE MATA 289

fuerzas au xiliares : mi in iciativa y el alcohol. Las


prim eras tragedias fueron, m ás que otra cosa, m oti­
nes populares, como aquel en que la tejedora Rubu­
ca dió m uerte al usurpador Viaco. No faltab a en
ellas m ás que el público pasivo, que fué formándose
poco a poco con los incapacitados y los inhábiles.
De la s m asas inform es, desenfrenadas, se d estaca­
ron por selección n atu ral los especialistas de cada
grupo de juegos artísticos, que venían a constituir
ya verdaderos cuadros de ejecutantes, cuyo m érito
forzaba a ios demás a abstenerse con cierta inquie­
ta re sig n a ció n ; entre el deseo de figurar y el de re­
crearse en el espectáculo, que le subyuga por su
perfección, el hombre concluye siempre por domi­
n ar los arranqu es de su egoísmo. Sólo existe un arte,
el de la danza, en el que a hombres y a anim ales
es dificilísimo contener las violentas sacudidas de
los m ás im portantes aparatos n erviosos; y así,
cuando después de ¡as cerem onias del ucuezi y de
la representación de algu na fa rsa y ejecución de al­
guna pieza de m úsica, llegaba la hora de b ailar, los
frescos prados dei M yera, que h asta entonces habían
ofrecido el golpe de vista de un teatro al aire libre,
ss transform aba)] en confuso salón de baile, donde
no sólo las personas, sino tam bién los anim ales que
solían acom pañarlas, como los asnos, que servían
de porteadores, los perros guard ianes, ias cabra;} y
vacas de leche, ejecutaban tun complicarlos e incon­
gruentes valses y galops, que ja m á s los concebiría
el m ás robusto genio coreográfico.
El esplendoroso florecim iento dei espíritu m aya,
que voy reseñando sum ariam ente, se extendió tam ­
bién a las c ie n c ia s ; pero como éstas no despertaban
19
290 An g e l g a n i v e t

tanto entusiasm o como las artes, fué necesario es­


tim u lar su cultivo con recom pensas m etálicas. T o­
dos los trab ajo s científicos eran considerados como
funciones públicas, y sea por obtener los sueldos
consiguientes, sea por curiosidad n atu ral, que en
este punto estoy en duda, los m ayas dem ostraron
g ran afición a todo género de investigaciones. Apa­
recieron gran número de n atu ralistas, y se em pren­
dió la construcción de un museo p ara coleccionar
todas las especies de la fau n a y flora del p a í s ; en
Boro fué edificada una nueva torre, no p ara elevar
otro Ig a n a Nionyi, sino p ara observar el curso de
los astros, comisionándose a este efecto a doce pe­
dagogos, bajo la hábil dirección del enciclopédico
T se ts é ; se instituyó un cuerpo de médicos p ara que
estudiaran las nuevas enfermedades que iban apa­
reciendo y p a ra cu ra rla s por el sistem a hidroterá-
pico, en el que yo les instru í ráp id am en te; y h asta
se dió el prim er paso en los estudios m etafísicos,
siendo iniciado en ellos el consejero y liábil ca líg ra ­
fo M izcaga, el cual mostró desde un principio g ran
apego a la filosofía aristotélica. P ero la cien cia que
a tra jo m ayor número de cultivadores, fué la cien­
cia geográfica.
Aunque tenían conocimiento de la existencia de
otros pueblos, los m ayas no h abían sentido nunca
curiosidad por conocer quiénes eran y cómo vivían.
L as forestas que lim itaban el país, y los cuarteles
en ellas establecidos, fueron siempre considerados
como una valla tra s la cual el pensam iento, si pe­
n etrara, se extraviaría, como se extraviaba en el te­
nebroso y nunca surcado Océano la im aginación de
los europeos anteriores al descubrim iento de Amé­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 291

rica. Una vez que yo tracé el prim er m apa del país


ante aquellos incipientes geógrafos, comenzó a to­
m ar cuerpo la idea de averiguar qué h abía m ás allá
de los bosques, en los inm ensos territorios que yo
señalaba como habitados por otros seres hum anos
y variad as especies de anim ales. P arece como que
se les picó el am or propio a l verse reducidos a un
punto im perceptible en medio de tan vastas tierras,
y acaso deseaban trasp asar las fronteras de ia n a ­
ción, p ara convencerse de que los asertos que yo les
presentaba como adquiridos en la som bría m orada
de Rubango eran una estúpida ficción. Los geógra­
fos, pues, lanzaron la idea de explorar los países
vecinos, y crearon una corriente m om entánea que
yo procuré u tilizar p ara resolver definitivam ente el
grave problem a del orden in terior. Porque la per­
m anente excitación en que vivían los m ayas, ta n fa ­
vorable p ara m antenerles en la vía del progreso,
era m ás favorable aún p ara enconar las rivalidades
y conflictos personales y locales, de crue estaba sem­
brad a la nación, y que, como y a dije, me apesadum ­
b rab an por un lado y me proporcionaban por otro
el placer de gobernar a un pueblo enérgico y capaz
de grandes em presas.
P or esto decidí hacer la. gu erra al extran jero , ú n i­
co recurso que ten ía a mano p ara reu nir las ener­
gías dispersas en una corriente n acional. P arecíam e
inju sto hacer m al a unos hombres p ara asegu rar
el bien de o tro s ; pero pensaba al mismo tiempo que
la verdadera civilización exige im periosam ente, ya
que no sea posible extinguir los odios entre los hom­
bres, ir agrandando cada ve?, más las filas de com­
bate, h asta llegar a destruir todos los odios p arcia­
292 An g e l g a n i v e t

les y a congregar a todos los hombres en dos g ran ­


des m asas enem igas, que, o bien se destruyan re cí­
proca y definitivam ente, o bien se decidan a vi­
vir en paz a cau sa dei. miedo mutuo y perm a­
nente.
Como pretexto p ara la gu erra ideé un pequeño
artificio de resultado seguro. E n tre las m u jeres de
M ujanda figuraban, como es sabido, m uchas que
antes pertenecieron al cabezudo Quiganza, la s cu a­
les form aban u n a im portante cam arilla b ajo la di­
rección de la obesa C arulia. E stas m u jeres habían
conservado como instrum entos p ara aseg u rar su
poder, y como reliquias piadosas, algunos objetos
usados por su infeliz señor, entre ellos u na tú n ica
verde de las que se usaban antes de mis reform as.
Yo exhumé esta prenda, que tan dolorosos recu er­
dos despertaba, y después de d ib u jar en ella la c a ­
beza de un asno y de bendecirla en la cerem onia
del afu iri, al tiempo de degollar la vaca (porque
desde la institución de la fiesta del circo, éste era
el único sacrificio cruento, continuado por respeto
a las tradiciones) la até al extremo de un palo muy
largo, y la entregué, convertida y a en estandarte,
al listísim o consejero Sungo. L a costum bre había
lentam ente establecido que el desfile, en los días
muntus, fuese iniciado por la banda y el orfeón, ca ­
pitaneados por Sungo, como consejero del orden
de inuanangos y director de B ellas Artes, siguiendo
por orden jerárq u ico el rey y su fam ilia, el Ig an a
Iguru y la suya, los consejeros, uagangas, pedago­
gos y demás m nanis, el pueblo (en el que y a se
empezaba a distinguir a los ricos o nobles, de loa
pobres o plebeyos), y, por últim o, los accas. Así,
LA CONQUISTA DEL REINO B E MAYA 293

pues, la flam ante band era nacional m arch aba, con


Sungo, al frente, y por necesidad óptica venía a ser
el punto adonde convergían las m iradas de todos
los desfilantes, que por un curioso fenómeno de
autosugestión quedaban al in stan te sometidos al in ­
flujo de un sentim iento único, nuevo, e x tra ñ o : el
sentim iento patriótico. Porque así como existe un
am or patrio, un am or al pedazo de tie rra donde se
nace y se van adquiriendo los sucesivos desarrollos,
am or común a hombres y anim ales, así existe tam ­
bién un sentim iento patriótico im puesto por el h á ­
bito de cam inar ju n tos los hombres de diversos te­
rritorios en u na m ism a dirección o h acia un mismo
ideal, dirigidos sus ojos o sus corazones h acia un
punto f ijo ; un lu g a r : la M eca, el S in aí, el G ó lg ota;
un h o m b re: A lejandro, C é s a r; u na dem arcación
g eo g rá fica : ¡ cu án tas n a cio n es! ; u na etiqueta ge­
nérica : latinos, germ anos, esla v o s; u na bandera
hábilm ente trem olada, u na túnica verde, como la
que a mí me servía, a fa lta de o tra cosa, p ara im pri­
m ir cierta cohesión a los m ayas, indisciplinados,
rebeldes al sentim iento de solidaridad n acion al. L a
túnica verde del tan desventurado como cabezudo
Quiganza, fué un precioso símbolo del prim er em­
brión de p a tr ia ; todas las ciudades y guarniciones,
llevadas de su m anía im itativa, quisieron ten er tam ­
bién u na band era, y M ujan d a accedió, por ind ica­
ción m ía, a sus deseos, distribuyéndoles cu an tas tú­
nicas fueron m e n e ste r; pero todas quedaron som eti­
das a la influencia centralizad ora de la tú n ica p ri­
m itiva, que, a la v en taja de ser ú nica, reu n ía la de
haber pertenecido a un rey m ártir.
O rganicé u na expedición científica p ara que va­
294 ÁNGEL GANIVET

rios notables geógrafos explorasen los territorios


com arcanos, y se decidió comenzar por el lado orien­
tal, navegando contra la corriente del M yera y sa­
liendo del país tam bién por la vía fluvial, con un
ligero destacam ento de m an d as, tomado de la g uar­
nición de Unva. L a expedición iba dirigida por el
listísim o consejero Sungo, y llevaba como secreta­
rio al consejero y calígrafo M izcaga. P a ra aseg u rar
el éxito se juzgó indispensable colocar la em presa
b ajo la bandera nacional, que yo confié a mi hábil
au xiliar en Boro, a quien puse al corriente de mis
secretos designios. Los días que estuvimos en M aya
sin n oticias de la expedición, la inquietud íué viví­
sim a en todos los ánimos, y m ás aún en el mío, por­
que, falto de noticias sobre el estado de Africa du­
rante mi largo período de aislam iento, había deci­
dido a ciegas el cam ino que debía seguirse, y tem ía
que, si los europeos octipaban y a la. región de los
grandes lagos, ocurriese algún serio contratiem po y
concluyese bruscam ente mi ensayo político experi­
m ental. Al cabo de diez días se presentó un correo de
Lopo anunciando el regreso de los expedicionarios y
el fracaso de su misión : u na tribu del Ancori les ha­
b ía sorprendido y atacado a traición, m ientras el
hábil calíg rafo M izcaga tom aba notas de g ran inte­
rés científico, y les h abía obligado a bu scar la sal­
vación en la fuga, no obstante el probado valor de
los ru a n d a s; y al huir, el p ortaestand arte Tsetsé,
en un momento de debilidad, h abía abandonado la
tú n ica verde del cabezudo Quiganza. En vista de
tan graves acontecim ientos, el reyezuelo de Lopo, el
prudente Uquim a, concertado con el narilarg o
Monyo, reyezuelo de Unya, h abía decidido partiv en
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 295

guerra contra el Ancori p ara rescatar la bandera


y devolverla al afligido Tsetsé.
E stas noticias produjeron tan honda im presión en
todos los espíritus, que los uagangas, tanto los que
deliberaban por la m añana como los que danzaban
por la tarde, tuvieron u na junta, ex trao rd in aria y
d eclararon la guerra al Ancori, con la entusiasta
aprobación de M ujanda, a quien los excesos alco­
hólicos iban compenetrando cad a día más con el
pensam iento de su nación. E l gigantesco consejero
M judsu, el de la trom pa de elefante, fué el encargado
de m ovililizar las fuerzas de las guarniciones, de­
jando en cad a una un pequeño d estacam en to ; y al
consejero Quiyeré, el de la s descomunales patazas,
padre de la bella Memé, le fué confiada la dirección
suprem a de la guerra. Tam bién se abrió banderín
de enganche p ara los que quisieran sen tar plaza de
voluntarios, y se activó considerablem ente la fab ri­
cación de arm as. Como por encanto cesaron las lu­
chas in testinas, y la nación, con p atrió tica u nan i­
midad, se puso al lado del gobierno p ara sostenerle
en este momento crítico, en que había de habérse­
las con las tribu s valerosísim as del Ancori.
Los prim eros encuentros, según noticias recibidas
con gran retraso, eran fatales p ara nuestras tro­
pas. E n ocho días habíam os sufrido ocho derrotas,
ocasionadas por la cobardía de los ruandas, afem i­
nados tras largo período de paz y de cobro puntual
de pingües salario s, y por la valentía de las bandas
de rugas-rugas a sueldo de los reyezuelos del An­
cori. Estos m ercenarios com batían con arm as mor­
tíferas que in sp iraban profundo terro r a los ru an ­
das, quienes la,s consideraban como una invención
296 ÁNGEL GANIVET

diabólica de los nyavinguis u hombres del Norte.


Sin duda las tribus del Ancori, en su comercio con
las del Uganda, donde los europeos habían pene­
trado desde h acía muchos años, se habían provisto
de arm as de fuego, y en tal caso, la p artid a era más
arriesgad a p ara nosotros. P ero la opinión pública,
que no podía razonar así, atribu ía las derrotas a la
im pericia del zancudo Quiyeré y a la ausencia de
M ujanda, cuyo prim er deber, según costumbre nacio­
nal, era ponerse al frente de sus ejércitos.
Para, robustecer el prestigio de las instituciones,
y no obstante mi convicción de que el rey, entrega­
do como estaba a la embriaguez, no serviría p ara
nada de provecho, le aconsejé en trar en cam p añ a ;
yo debía, acom pañarle y asegu rarle la victoria con
ei auxilio del omnipotente Rubango. M ientras tom á­
bamos estas decisiones, las derrotas sucedían a las
derrotas, y cuando llegamos a Unya h abía sufrido
nuestro ejército quince consecutivas. Su prim er a ta ­
que al enemigo tuvo lu g ar muy en el interior del
Ancori, y su último revés le había encerrado en
Unya, que los rugas-rugas, después de destruir los
cuarteles fronterizos, in ten taban tom ar por asalto.
E n tan desesperada situación adopté un rápido plan
de defensa, cu ya p rim era parte fué pronunciar, ante
nuestras desm oralizadas tropas, una enérgica aren ­
ga, digna del verdadero Arimi, ofreciéndoles el apo­
yo de la divinidad p ara la próxim a y decisiva bata ­
ll a ; les hice salir de la ciudad y situarse en las
m árgenes del M yera en correcta form ación, b ajo el
mando del zanquilargo Quiyeré, y con orden expre­
sa de que, en cuanto el enemigo intentase d ar el a sa l­
to, se dirigieran a m arehas forzadas por el cam ino
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 297

de Viti, hacia el bosque, donde debían estar aperci­


bidos para co rtarle la retirad a. Aparte de este cu er­
po de ejército, de m ás de ocho m il hombres, queda­
ban dentro de la ciudad dos com pañías escogidas,
a las órdenes del prudente Uquima y del n arilarg o
Monyo, la banda de m úsica, que venía en el séquito
del rey, dirigida por el listísim o Sungo, y un num e­
roso grupo de accas a las órdenes del astuto Tsetse,
quien me auxilió en la parte m ás delicada de mi
plan, la preparación de m orteros en el costado máa
desguarnecido de Unya, por donde era seguro que
el enemigo nos a ta c a ría , sin prever el movimiento
rápido y envolvente de las fuerzas del zancudo Qui­
yeré, a las que, después de quince derrotas, los
rugas-rugas con sid erarían como cantidad despre­
ciable. E n efecto, los enemigos, cuando fué bien de
día y pudieron h acerse cargo de nuestras posiciones,
nos atacaro n briosam ente por el lado oriental, y
después de hacer algunos disparos al aire p ara pro­
ducir el espanto en los ru andas, rompiendo las va­
llas exteriores, penetraron en la ciudad en núm ero
como de seis mil, sin encontrar resistencia, porque
el n arilarg o Monyo y el prudente Uquim a, siguien­
do los consejos del astuto Tsetsé, se habían retirado
al extremo opuesto, en donde nosotros estábam os
p a ra rehuir el. prim er choque. Entonces fué cuando,
transm itido el fuego por conductos hábilm ente pre­
parados, comenzó la form idable y p ara todos, menoa
p a ra mí, h orripilante y terro rífica explosión de los
m orteros, que, sin producir g ran m ortandad, esp ar­
cieron el pavor en las filas de los rugas-rugas y en
las de loa ruandas, con su rey al fr e n te ; y es pro­
bable que se hubiese dado el caso o riginal de huir.
298 ÁNGEL GANIVET

ambos ejércitos, derrotados, en opuestas direcciones,


si no hubiese impedido yo la desbandada con la
oportuna invocación del nombre de Rubango, dios
de n u estra bandería. Los ruandas, dominando su
terro r ante aquellos retum bantes estampidos, exal­
tándose ante mi ejemplo y el de los jefes, enarde­
ciéndose con el ruido de los tam bores, que repique­
teaban, y de los platillos, que m etían el escalofrío
en los huesos, cayeron sobre el enemigo, rompieron
sus cuadros y le obligaron a h uir h acia el bosque,
donde las tropas del zancudo Quiyeré, allí aposta­
das, y las del n arilargo Monyo y el prudente Uqui-
ma, que le perseguían, le infligieron una san grien ta
derrota. Más de mil muertos, entre los que se contaba
por anticipado a los heridos, rem atados sin piedad,
fueron recogidos entre la ciudad y el bosque, y a rro ­
jad os a l río p ara pasto de los peces; y más de tres
mil hombres fueron hechos prisioneros y conduci­
dos como esclavos a Zaco, T alay, R ozica y Ñera,
en el extremo occidental de la nación, donde, por
im perar la. poliandria, la población tendía constan­
tem ente a decrecer y necesitaba mucho de estos re­
fuerzos. Como precioso botín de guerra, adem ás de
la s flechas, cuchillos y demás arm as blancas, reco­
gimos cu arenta fusiles, que, aunque bastante dete­
riorados, serían útilísim os p ara continu ar la cam ­
paña. Por n uestra parte hubo sólo ochenta muertos,
que fueron enterrados al son de la m úsica al pie del
baobab funerario de Unya, en el que grabé u na in s­
cripción conm em orativa de la v icto ria ; y ciento
cincu enta heridos que fueron traslad ad os en ca rre­
tillas a Lopo, donde organicé el prim er hospital
m aya, deseando aprovechar en bien de la ciencia
LA CONQUISTA. DEL REINO DE MAYA 299

ios funestos resultados de la gu erra y valerm e de


estos héroes p ara en say ar algunas operaciones qui­
rú rgicas.
Aunque la gloriosa batalla de U nya, que colocó a
M ujanda a la. altu ra del Inm ortal U sana, p arecía
resolver la contienda a nuestro favor, las tropas de­
searon tom ar de nuevo la ofensiva, particularm ente
cuando se supo que entre la.s quince derrotas y el
triunfo final habían muerto dos generales, cinco
centuriones, cu arenta jefes de escuadra y más de
m il soldados de número, con cuyas vacantes hubo
gran movimiento en las escalas e ing resaron cerca
de m il cíen soldados voluntarios en el ejército regu­
lar, previo el juram ento de la poliandria. P ero a n ­
tes de proseguir las operaciones creí preciso rem e­
d iar dos deficiencias cap itales notadas, entre otras
muchas, en la organización de nu estras tropas. F a l­
ta b a un cuerpo de adm inistración m ilitar que las
abasteciese de todo lo necesario y evitase las nume­
rosas deserciones ocasionadas por la caren cia de
m u jeres, de alim entos y en p articu lar del tan ape­
tecido alcohol, y faltaba, asim ism o, un servicio de
inform ación rápid a entre el ejército y las ciudades
rnás próxim as al centro de operaciones.
Al regresar a M aya tomé el cam ino de Bangola,
y asesorado por su reyezuelo Lisu, el de los gran ­
des ojos, encargué a los más hábiles herreros la
construcción de cien carretillas con tap aderas de
cierre muy ajustad o, que pudiesen servir p ara el
transporte de líquidos, y ordené que las confiaran
a las m ujeres de Jos rúan das, p ara que acom paña­
ran al ejército como cantineras. P a ra el servicio
de correos utilicé, con excelente inspiración, el ve­
300 An g e l g a n i v e t

locípedo, que después sirvió tam bién p ara la ex­


ploración en las avanzadas, y vino a suplir la fa l­
ta de caballería. Con dos ruedas, poco m ás grandes
que las que se h acía n p ara las carretillas, y un
m ontaje lo más sólido y sencillo posible, quedaba
form ada una bicicleta, de m arch a un poco bru sca
pero de g ran duración. E sta novedad se extendió al
vuelo por todo el país, y los m ayas, cuyas aptitudes
eran universales, hicieron grandes progresos en este
género de locomoción. Al poco tiempo pude notar,
sin em bargo, que el nuevo ejercicio Ies d añaba en
su constitución física, pues el hábito de an d ar muy
inclinad os sobre ruedas les infundía vehem entes de­
seos de an d ar luego a cuatro pies. Tam bién sus fa ­
cultades intelectuales, y esto es más sensible, se
debilitaban, y llegué a deducir de ello que la evolu­
ción cerebral debe depender de la posición del cuer­
po» Y que si el hom bre aband on ara la estación b í­
peda por la cuadrúpeda, volvería prontam ente a su
estado o riginario de anim alidad. E stas observacio­
nes no pretendo gen eralizarlas, ni creo que hallen
com probación en los velocipedistas civ ilizad o s; los
m ayas están m ás cerca que éstos del estado anim al,
y vuelven a él más fácilm ente.
R ealizad as tan im portantes com isionesj regresé a
la corte p a ra celebrar el segundo ucuezi, el cu al fué
turbado por un acontecim iento transcend ental y
previsto por mí, aunque no p a ra tan cercan a fecha :
la m uerte repentina de M ujand a en pleno día y ro­
deado de sus súbditos, prim era e ilustre víctim a de
u n a enferm edad desconocida h asta en to n ces: el de-
liriu m treviens, Acto seguido procedí a la proclam a­
ción del nuevo rey, Josim iré, y a la designación de
LA CONQUISTA DEL REINO DÉ MAYA SOI

regentee que, durante su menor edad, rubricasen los


acuerdos del Real Consejo. Como las m u jeres están
excluidas de los cargos públicos, no h abía que con­
ta r con la v ieja Mpizi, a la que yo h ubiera dado la
preferencia, y entre los hombres, dada la im portan­
cia del cargo y la conveniencia de proveerlo sin ta r­
danza, la elección debía recaer sobre uno de los
tres consejeros que se h allaban presentes, el gran
m ím ico C atana y el gigantesco M judsu, h ijo s del
elocuente Arimi, y Asato, h ijo del cabezudo Qui­
ganza y aspirante al trono. P a r a no elegir sólo
a Asato y p ara no d esairarle tampoco, así como
p a ra d e ja r m ás vacantes de consejeros, opté por
la regen cia trin a, y C atana, M jndsu y Asato fue­
ron proclam ados regentes por el pueblo, con lo cual
la m ay oría estaba asegu rad a a mí favor.
Felizm ente consum ada la transm isión legal del
poder, di permiso a todos los súbditos del nuevo rey
p a ra que se entregasen sin reserva a su sincero do­
lor por la pérdida del gran héroe de Unya, muerto
en el apogeo de su grandeza y de su popularidad.
Suspendiéronse las fiestas en el circo y todos los
espectáculos anunciados p ara aquel día, y dióse
libertad a cu arenta siervos accas, acusados de adul­
terio y destinados a sufrir, unos, la m uerte en las
a sta s de los b ú fa lo s ; otros, el apale¿imiento. Des­
pués comenzóse a form ar, en el orden acostum bra­
do, el co rtejo que antes de reg resar a la ciudad de­
bía dirigirse a la g ru ta de Bau-M au p ara presen­
cia r el sepelio de los reales despojos (que en M aya
sigue inm ediatam ente b. la defunción) y el sacrifi­
cio de las m u jeres de M ujan da que qu isieran acom ­
p a ñ a r a su esposo a l reino de las som bras. P riv ile­
302 ÁNGEL GANIVET

gio envidiable, de que gozan sólo las m ujeres del


rey en el momento preciso en que éste es arrojad o en
la gruta, pues según las creencias dei país, el ente­
rram iento al pie o en el tronco de los baobabs es
una especie de purgatorio, que term ina cuando la
persona enterrada logra llegar por cam inos subte­
rráneos a la sim a de Bau-M au, m ientras que el se­
pelio en la g ru ta representa. Ia gloria inm ediata, ei
m ás rápido acceso a la. m ansión de Rubango. P or
esto todas las m ujeres apetecen ser sacrificadas, y
lo serían si no raerá por la oposición del rey suce­
sor, que retiene a m uchas de ellas p ara ornam ento
de su h a ré n ; pero a 1a m uerte de M ujanda, por la
tierna edad de Josim iré, no liabía obstáculo p ara que
todas realizasen su deseo, avivado aún m ás porque
Jas m uertes violentas del cabezudo Quiganza y del
fogoso Viaco no habían permitido la celebración de
los sacrificios.
Llegados a la g ru ta de Bau-M au, que está cerca
de la ca ta ra ta , los tres consejeros regentes y yo,
conductores del cadáver, le despojamos de la túni­
ca, sand alias, penacho, collares, brazaletes y de­
más adornos, p a ra devolverlo a ia tie rra en su pu­
reza original, y separando la s grandes piedras que
cerraban la an ch a abertu ra de aquel profundísimo
agujero, le dejam os caer de cabeza, en medio de la
geueral suspensión de los ánim os. Yo apliqué el
o íd o ; y como el silencio era tan solemne, pude per­
cibir un lejan o eco, sem ejante al que produce un
acetre al caer en lo hondo df u na tin a ja ; por don­
de comprendí que la g ru ta era una especie de pozo
n atu ral, en com unicación con el río o quizás con el
lago CJnzu, por debajo del lecho del M yera,
la Co n q u i s t a bel r e in o de m aya 303

Encaram ándom e sobre una de las enormes pie­


dras que habíam os quitado de la boca de la gruta,
con ei cuchillo reluciente en la diestra, como un
viejo druida, me apercibí a consum ar el generoso
sacrificio de las m u jeres del m alogrado M ujanda,
las cuales se habían puesto presurosas delante de
mí, separadas en cuatro grupos, como indicando
que h asta la m uerte conservarían los odios que en
vida se h abían tenido. Adelantóse la p rim era la
aguanosa Midyezi, h ija de Memé, y se despojó r á ­
pidam ente de todos sus atavíos, y por último de su
tú n ic a ; y a no era aquella candorosa adolescente
que representó con su herm ana, la noche de mi lle­
gada a la corte, el patético episodio de la vida del
rey Sol, aquel en que el rey de B an ga, vencido por
U sana, descubre la ficción de su sexo y conquista
el corazón del vencedor, sino que era una bella y
robusta m atrona, de nobles líneas ondulantes, a la
que, no sin pena, descargué el golpe fatal, que la
envió a la m ansión de los muertos. Siguió el se­
gundo grupo, de unas treinta m ujeres, cap itanea­
das por la obesa C arulia, y luego más de cincuenta,
agrupadas en torno de la tejed ora Rubuca, y por
fin, o tras setenta, dirigidas por la simple Musandé,
la h ija del carnoso Niama, reyezuelo de Quetiba, y
todas fueron una a una, inm oladas como lo había
sido Midyezi, y a rro ja d a s a la insaciable sim a de
Bau-M au. Y no se oyó ningún lam ento, ni se turbó
la sublimidad del espectáculo con ningún acto de
c o b a rd ía ; y aun yo mismo llegué a creer que acaso
sea preferible ad elan tar un poco el momento de la
m uerte si se h a de m orir corno m orían las ilustres
esposas de M ujanda, con ta n ta nobleza en la acti­
304 ÁNGEL GANIVET

tud y ta n ta felicidad en el sem blante. Así corno me


repugnaba la m uerte im puesta por m andato de la
Jey, me entusiasm ó este sacrificio humano volunta­
rio, y si de m í dependiera, lo restablecería sin vaci­
la r en las naciones civilizadas. E n cuanto se dificul­
ta el único sacrificio noble que puede h acer el hom­
bre, el de su vida en a ra s de su creencia o de su ca ­
pricho, el ideal se desvanece, y no quedan p ara
constituir las sociedades futuras m ás que cuatro po­
bres locos, que aún no han acertado con el modo de
suicidarse, y un crecido núm ero de seres m ateriali­
zados por completo, em brutecidos por sus dem asia­
do pacificas y prolongadas digestiones,
CAPÍTULO XX

De cómo Asato fué nombrado Ig a n a Iguru, y del


draconiano proyecto que concibió p ara corregir
la creciente inm oralidad de las costum bres.—Su ­
blevación de los acca s.—Paz con el Ancori.

L a rein a Mpizi no podía acostum brarse a 1a. sole­


dad en que la había dejado, con la m uerte de su
hijo m ayor, la bru sca desaparición de sus ciento
cincuenta y cinco n u ev as; por respeto a las trad i­
ciones no intentó oponerse a l p a ra ella tan doloro­
so s a c rific io ; pero habíala im presionado vivamente,
al regresar a su palacio, el profundo silencio que
en todo él rein aba, turbado sólo por el ir y venir de
los enanos. L a infecundidad del rey había impedi­
do que el palacio real d isfru tara del m ejor orn a­
mento de u na caso, m a y a : ios num erosos niños, tra ­
viesos, graciosos, juguetones, que insp iraban una
dulcísim a afección, exenta de penosos cuidados por
abundar a bajo precio los artículos de prim era nece­
sid ad ; p ara m ayor desgracia, los hijos que M ujan ­
da, había adquirido por accesión habían sido recla­
mados, al cum plir la edad legal, por los jefes de las
fam ilias de que por parte de padre p ro ced ían ; y las
g racias precoces del rey Josim iré, aunque consola-
306 ÁNGEL GANIVET

ban un tanto a su afligida madre, no podían rem e­


d iar los inm ensos estragos causados por la muerte.
E ste p articu lar estado psicológico de la rein a
Mpizi no es anotado aquí por simple curiosidad o
por presentar una excepción del tipo de la suegra,
eternam ente zaherido de la alocada juventud, sino
por las consecuencias políticas que p ro d u jo ; pues
la tristeza y el aburrim iento hicieron concebir a la
rein a la idea de atraerm e al palacio real, y de dar
fin a la situación anóm ala en que, por altos respe­
tos, habíam os ella y yo h asta entonces vivido. L a
lev m aya ordena que la esposa siga a l esposo, pero
no se opone a que el esposo siga a la esposa; y ya­
que lo primero no h abía podido ser, era convenien­
te realizar lo segundo, ah o ra que tan g ran parte del
palacio h abía quedado desocupada. Yo expuse ante
mis m ujeres los desos de Mpizi, y todas se m ostra­
ron bien dispuestas al cam bio de domicilio, en el
que sa lía n m e jo ra d a s; en cuanto a la reina Muvi,
su entusiasm o no podía ser m ayor, pues su n a tu ra ­
leza vehemente atesoraba un inmenso caudal de ter­
nu ra, de adm iración y de orgullo por aquel inocen­
te Josim iré, a cuya gloria y grandeza h ab ía ella
sacrificado los augustos derechos de ]a m aternidad.
Como en M aya los cargos públicos están ligados
muy fuertem ente a los atributos exteriores, no era
posible que yo continuase ejerciendo el mío una vez
que aban d on ara mi palacio, y con él todas sus per­
tenencias propias, entre las que ocupaba un lu g ar
preem inente el sagrado hipopótamo, y h abía que
pensar en el nom bram iento de un Ig a n a Ig u r u ; y
quizá la razón que me decidió m ás que ninguna otra
a acceder a Ja mudanza, fué el deseo de apartarme
LA CONQUISTA DEL REINO DE MATA 307

de los negocios públicos, de ver desde lejos cómo


funcionaba el organism o fabricado por mí. Puesto
que un día u otro la m uerte podía sorprenderm e y
la nación se h abía de ver privada de mis servicios,
era prudentísim o h acer antes estos ensayos p ara
corregir lo defectuoso, suprim ir lo p erju d icial y
com pletar lo deficiente, con lo cu al yo podría aban ­
donar el mundo con la conciencia tran q u ila y con
la satisfacció n de haber realizado u na o b ra buena
y durable.
L a elección de nuevo Ig an a Iguru correspondía
a los regentes, y de buena gana h ubiera yo influido
sobre éstos p a ra que designasen u n a de la s dos per­
sonas en quienes ten ía m ás co n fian za: el listísim o
Sungo o su hijo, el astuto T s e ts é ; pero la ley exi­
g ía que el Ig a n a Ig u ru fuese h ijo o nieto de rey, y
Sungo era sólo bisnieto, y Tsetsé tataran ieto . Que­
daban num erosos descendientes próxim os del cor­
pulento Viti, del ardiente Moru y del fogoso V ia c o ;
pero ten ían derecho preferente los del último y ca­
bezudo rey Quiganza, entre los que h ab ía un solo
h ijo vai-ón, el regente A sato; y en edad de des­
em peñar el cargo, varios nietos de lín ea fem enina.
Hice elegir, pues, a Asato por respeto a la ley y por
a p artarlo de la regencia. Los regentes ten ían libre
entrad a en el palacio real y vivían en ia intim idad
de Jo s im iré ; y como Asato era presunto heredero
de Ja corona, parecíam e arriesgado m antenerle en
un puesto en que le sería m uy fácil m atar a su
prim ito. Asato aceptó con gran júbilo 1a dignidad
de Ig a n a Iguru, así como la designación de dos nue­
vos a u xiliares o Iguru s que le ayudasen a llevar el
pesado fardo de sus atrib u cion es: el bravo uagan-
308 ÁNGEL GANIVET

ga Angüé, el flechero, antes au xiliar mío en U pata,


fué comisionado particularm ente p ara la p rep ara­
ción de los abonos, y el. astuto Tsetse p ara la fab ri­
cación del alcohol. Yo sólo me reservé, por razón
de Estado, la facu ltad de cre a r los m isteriosos ru ju s
y de fa b ricar las tin tu ras y la pólvora.
E l puesto vacante por el nom bram iento de Asalo
fué concedido a Sungo, con lo cual la regencia que­
daba en m anos de los tres herm anos, Sungo, C ata­
na y M jud su; y para, la prebenda, de Boro, en la
que el astuto Tsetsé h abía acum ulado tan tas rique­
zas, nombré al jefe de los pedagogos de M aya, al
ilu stre geógrafo Quingani, que h abía figurado en la
expedición científica al Ancori, y que era el prim er
ejem plo de lo que pueden el talento y la perseve­
ra n c ia en un Estado dem ocrático. Quingani era n a ­
tu ral de M búa o hijo de siervos; su madre fué con­
denada, por robo, a tr a b a ja r en los campos del re ­
yezuelo Muño, famoso por su crueldad y por sus
tremendos labios, no menores que los de un hipo­
pótamo ; y en vista de su holgazanería, los cap ata­
ces que vigilaban a los siervos la a rro ja ro n viva,
sin consideración a lo avanzado de su preñez, en
u na fosa que h abía en el valle del Unzu, p ara que
allí m uriese de ham bre. P ero la fortu na quiso que
por aquellos días ocurriese la rebelión de Muño, su
deposición y m uerte, y la proclama.ción del nuevo
reyezuelo Lisu, y por incidencia la liberación de la
pobre sierv a ; la cual, durante su encierro en el
im p a ce, h abía dado a luz el niño que por esta razón
recibió el nombre de Quingani, «el hijo del valle».
Quingani, no obstante su ruindad y servilism o, llegó
a ser el m ás hábil pedagogo de Lisu y el encargado
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 309

de la educación de M ujanda, quien, al ser procla­


madlo rey, le recompensó nom brándole pedagogo
público y allanándole el cam ino p a ra más altos ho­
nores.
Quedaban cuatro vacantes de consejeros, y antes
de abandonar los negocios públicos quise proveer­
las entre los m ás merecedores, p ara d e ja r un ú lti­
mo y agrad able recuerdo de mi influencia. P a r a
la de Sungo, que era del orden de reyezuelos, hice
designar al herm ano de la rein a, Lisu, reyezuelo
de B an gola, con obligación de m arch ar a U nya a
dirigir ia band a m u sic a l; ai puesto de Lisu fué as­
cendido el corredor Cliuruqui, reyezuelo de M b ú a ;
el valiente Ucucu pasó de U pala a M búa; el nari-
largo Monyo vino a Upala, en recom pensa de los
m éritos contraídos en la defensa de U n y a; a Unya
fué el veloz Nionyi, reyezuelo de Ancu-M yera, de­
seoso de tom ar parte en la lu cha contra el A n co ri;
a Ancu-M yera pasó el pacífico M tala, reyezuelo de
Ja decadente ciudad de M isúa, y este gobierno, re ­
chazado por los reyezuelos de Mpizi, U rim i y Cari,
a quienes lo ofrecí, fué admitido por el reyezuelo de
Rozica, el despejado Macumu, llam ado así por su
extrem ada afición a las habas verdes, que en las
vegas de M isúa se crían en ab u n d an cia; por ú lti­
mo, a R ozica fué un reyezuelo de nueva creación,
el famoso cantor de las palm eras, Uquindu, siervo
de U pala que me fué regalado por el corredor Chu-
ruqui, y que, casado con la viuda del siervo Enchú a,
víctim a de la revolución, había quedado en mi casa
como prim er pedagogo después de la liberación de
los siervos.
P a r a ia vacante de Asato, que era del orden de
310 ÁNGEL GANIVET

generales, elegí al prudente Uquima, que, aunque


reyezuelo de Lopo, h abía intervenido en la guerra
como general de las trop as voluntarias, dejando in ­
terinam ente su gobierno al dormilón V iam i, viejo
jefe del partido ensi, elevado por su popularidad
al cargo de presidente del y au rí local de Lopo; el
mando de las tropas volu ntarias fué concedido al
nuevo reyezuelo de Unya, el veloz N io n y i; y V ia­
mi, el dormilón, fué nombrado en propiedad reye­
zuelo de Lopo, con lo cual quedó coronada la céle­
bre tran sacció n que dió vida a esta ciudad en los
comienzos del reinado de M ujanda.
L a s otras dos vacantes, del m ím ico C atana y de
M judsu, el de la trom pa de elefante, como eran del
orden de uagangas, me sirvieron p ara dem ostrar
m ás aún mi agradecim iento a los reyezuelos Mcomu
y Ucucu. P a ra la p rim era elegí a un h ijo del viejo
y honrado Mcomu, el gangoso Nganu, notable, como
el mímico C atana, por la perfección con que rem e­
d aba los gritos de toda especie de a n im a le s; y p a ra
la segunda, a u n h ijo del valiente Ucucu, celebrado
por lo descomunal de sus narices, heredadas de su
ilustre padre, así como su nombre de Nindú, que se
reco rd ará fué el prim er apodo de Ucucu. E n *el n a ri­
gón Nindú co n cu rrían adem ás dos circu n stan cias
muy recom end ables: la de haber sido el que me
acom pañó en mi prim er v ia je desde Ancu-M yera a
M aya, y la de ser herm ano del bello R izi, cu ya san ­
grien ta m uerte en el circo dió entrad a en el conse­
jo a mi hijo el morrudo M judsu. H abía, pues, en este
caso ju sta compensación, y los m ayas aplaudieron
el nom bram iento.
T an extensa prom oción produjo, en últim as resul­
LA CONQUISTA DliL REINO DE MAYA 311

tan, varios huecos en el cuerpo de u agangas y en


el de pedagogos; m as conviniendo d ejar siempre
una puerta ab ierta a la esperanza, aplacé el resto
de la com binación h asta el térm ino de la guerra,
en la que podrían aqu ilatarse los m éritos de los in ­
finitos pretendientes. F altáb am e, pues, sólo, p ara
retirarm e con brillantez a la vida privada, idear
una cerem onia so lem n e; y p a ra ello, u na vez in sta ­
lado en el palacio real con mis cincu enta m ujeres,
loa trein ta y dos h ijos con que contaba a la sazón,
inis pedagogos, y accas, y ganados, y objetos de mi
propiedad privada, me dediqué a levan tar en los
frescos prados del M yera, junto al templo de Ig an a
Nionyi, u na estatua del rey M ujand a por el estilo
de la erigid a en honor del rad iante U sana. Sólo di­
fería esta segunda estatu a de la p rim era en que el
pedestal era mucho m ás alto, p ara suplir la falta
de jum ento, y adornado con inscripciones alusivas
a la b atalla de U nya. M ujan da estaba representado
de pie, en actitud heroica, enarbolando en su dies­
tra un asta bandera, donde debía ondear la túni­
ca verde de Quiganza cuando la rescatásem os del
Ancori. Recordando el feliz éxito que tuvo en la
estatu a de U sana la intervención del piojoso can
Chigú, quise tam bién introducir algún elemento ale­
górico en la de M u ja n d a ; y como de éste no se supo
ja m á s que tuviese predilección por ningún anim al,
decidí colgarle del brazo izquierdo u na gran m a r­
m ita de las que servían p ara conservar el alcohol.
E sta ocurrencia fué inspirad ísim a, puesto que ob­
tuvo apasionados elogios, lo mismo de las personas
inteligentes que de las m asas populares.
E n el prim er día m untu celebrado antes de la
ÁNGEL GANIVET

cerem onia del afuiri se veriñcó el descubrimiento


de la estatua, y al pie de ella entregué a Asato las
insignias de mi autoridad, p ara que ejerciera por
prim era vez las funciones sacerdotales, no sin di-
rig ir antes u na breve aren ga a la muchedumbre,
atónita ante mi singu lar desprendimiento. H asta
aquel día no registraban los anales del país el ejem ­
plo de que un hombre abandonase un puesto lu cra ­
tivo por pu ra longanim idad. En M aya liabia varios
medios p a ra in g re sar en los cargos pú blicos; pero
no h ab ía p ara sa lir de ellos m ás que uno : la m uerte
n atu ral o violen ta; el que allí cogía una tajad a ,
sólo la soltaba ju n ta con los dientes.
E l nuevo Ig a n a Ig u ru inauguró sin tropiezo su
pontificado asistido por sus dos adjuntos, en quie­
nes me p arecía ver y a el núcleo de un futuro cole­
gio cardenalicio, y la num erosa concurrencia des­
cuidó algún tanto aquel día los espectáculos y re­
gocijos de costumbre p ara com entar con extraord i­
nario interés los acontecim ientos del día, ta n in ­
esperados como sorprendentes. L a aleg ría era ta n
íntim a, que no hallaba medio de d esbordarse; de
corazón en corazón, y de ca ra en cara, ib a circu ­
lando, como por red telegráfica invisible, una co­
rrien te de sentim ientos nuevos y m isteriosos, en­
gendrada por tantos y tan adm irablem ente combi­
nados su ceso s: la pacífica transm isión de los po­
deres públicos, g a ra n tía de un orden y estabilidad
h asta entonces ni soñados; la estatua de M ujanda,
símbolo de la ju sticia, de la gratitud y de la inm or­
ta lid a d ; la in fan til figura de Josim iré, rodeada de
sus austeros regentes, signo de la debilidad am pa­
rad a por la ley y por la fuerza. No debe extrañ ar
La c o n q u i s t a d e l r e i n o de maya 313

que después de la retirad a las reuniones se prolon­


g aran en cafés v tabernas, y que b a sta muy altas
lloras de la noche los m nanis, inspectores del alum ­
brado, tuviesen que ocuparse en el acarreo de los
que se habían excedido, m ás que de costumbre, en
sus libaciones.
Al día siguiente, viendo el orden adm irable que
por todas partes reinaba, decidí ausentarm e de la
corte y encam inarm e a U nva, donde el zancudo ge­
neralísim o Quiyeré daba la ú ltim a mano a los pre­
parativos p a ra la segunda expedición m ilitar a i
Ancori. Mi deseo era presen ciar el funcionam iento
de los dos nuevos organism os creados por iní, y de
paso ap artarm e aún m ás del gobierno, p ara que los
políticos indígenas se acostum braran a prescindir
de mi concurso y de mi consejo. Mi decisión íué esta
vez im prudente, pues, a poco de lleg ar a U nya (des­
pués de haberm e detenido algunos días en Mbúa y
Ruzozi por invitación de los excelentes reyezuelos
Ucucu y Mcomu, y en Ancu-M yera p ara ver cómo
gobernaba el pacífico M tata), el astuto Tsetse, mon­
tado en un velocípedo, vino a decirme que en la
reunión de u agangas que h ab ía seguido al último
día muntu, el inconsiderado Asato h abía propuesto
la castración general de todos los siervos enanos, y
que muchos de éstos habían huido a M isuá, dis­
puestos a abandonar el país antes que su frir tan
b á rb a ra m utilación.
P a r a com prender el draconiano proyecto dei nue­
vo Ig a n a Ig u ru es preciso p resen tar algunos ante­
cedentes. L a re la ja ció n de las antiguas costumbres
h ab ía ido poco a poco poniendo más en contacto a
hombres y m ujeres, a señores y sierv o s; y del m a­
314 An g é l g a n i v e t

yor contacto, en p articu lar de las relaciones noc­


turnas, h abía surgido un aum ento considerable en
los delitos de ad u lterio; y en el aum ento se atribu ía
a los a cca s la parte principal, no sólo porque así
era realm ente, sino porque los resultados, sin nin ­
gún género de duda, lo confirm aban. Aunque no
habían estudiado etnografía, los m ayas habían
aprendido a d istinguir a prim era vista un niño del
país de un niño acca o de un niño mestizo, y de
esto a inducir que los niños mestizos procedían del
cruce de razas, no h abía m ás que un paso. Si la su­
perchería ideada en beneñcio de Josim iré y de la
nación no fué descubierta, no fué ciertam ente por­
que tom asen a l rey por puro ejem p lar de raza hu­
m ana, sino porque atrib u ían la rareza de su tipo a
ser h echura m ía, a estar aú n bajo la influencia de
la s m utaciones sufridas por mí en las obscuras m an­
siones de Rubango.
Lo incom prensible era que, a pesar de la condi­
ción in ferior de los accas, las m ujeres del país, ven­
ciendo el desprecio y repugnancia que al principio
les h abían tenido, les m o straran después ta n m a r­
cada predilección. O curría un hecho muy digno de
estu d io : ios uam yeras, cuyo tipo se ap a rta b a del
de los m ayas en detalles secundarios, cuya situ a­
ción era la de hombres libres e industriosos, repre­
sentaban un papel sem ejante al de los gitanos en
E uropa. Muchos se h ab ían trasladado desde las
ciudades de B angola, B acu ru, M atusi y Muvu a
o tras del país, a consecuencia del g ran desarrollo
que adquirió la ind u stria m etalú rg ica; pero form a­
ban en ellas rancho aparte, como suele decirse, y
sin esta r prohibida su unión con las indígenas, era
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA

raro que un m aya com prase una laamyera, e in au ­


dito que una m aya fuese dada en m atrim onio a uno
de estos extranjeros. E n cam bio, los accas, siervos
y enanos, tendían a desap arecer en dos o tres ge­
neraciones por el cruce con los in d íg en as; los hom­
bres ten ían todos m u jeres enanas, y las m ujeres, no
pudiendo n i queriendo casarse con los accas, adul­
terab an con ellos, en virtud de un im pulso fisioló-
fico superior a su voluntad y a su recato. De esto
in ferí yo que existe u na ley fisiológica en todas las
sociedades, que obliga a sus diversos m iem bros a
procrear, según una concepción sincrética, h asta
fundir todos los tipos en uno solo. E n virtud de esta
ley, y teniendo en cuenta la fecundidad de los ena­
nos, la raza acca y la indígena estaban condenadas
a desaparecer, como d esaparecieron, siglos atrás,
la raza nyavingui, que yo he llam ado etiópica, y la
raza prim itiva african a, dando vida al tipo hum a,
del que todavía difieren algunos individuos, cuyos
rasgos reflejan el influjo predom inante de uno u
otro de los elementos de la am algam a. D icha ley,
sin em bargo, no es absoluta ni se aplica por igual
a los dos sexos. Si la raza invasora es la m ás fuerte,
el cruce es m ás seguro, porque el invasor tiene in ­
terés en no destruir por completo al invadido, cuyo
conocimiento del país suele ser ú t i l ; por regla ge­
n eral, se prefiere esclavizarle y hacerle tx'abajar;
pero, aun en tan triste situación, la m ezcla de la s
dos razas no d eja de verificarse con el tiempo. Si la
raza in vasora es la m ás débil, supuesto que, en tal
caso, la que ya estaba establecida no se oponga a
la inm igración, el cruce es más difícil, porque, pro­
hibidas por orgullo patriótico la s uniones m ixtas,
316 ÁNGEL GANIVET

no quedan más cam inos que las extralegales, y sue­


len salir al paso medidas de bru tal represión, como
la ideada por el terrible Asalo. Aparte de esto, re­
sa lta , según pude observar, que la potencia prolí-
fica de los dos sexos depende, en prim er térm ino, de
la relación de sus estatu ras. Cuanto m ás diferencia
h ay entre las del hombre y la m u jer, los crím enes
pasionales son más frecuentes y vio len to s; pero el
resultado útil no es siem pre el mismo, porque el
principio fundam ental de la buena generación es la
suprem acía de la hem bra. Así en M aya las uniones
ad ulterin as en que intervenían los enanos eran in ­
defectiblem ente fecundas, m ientras que las de los
m ayas con las m u jercillas accas, o eran estériles,
o, si fecundas, ocasionadas a producir la m uerte
de m uchas de las parturientes. E n la prim era espe­
cie de cruce notábase que tres cu artas partes de las
cría s eran de sexo femenino, con io cual, en el por­
venir, se acen tu aría aún m ás el crecim iento de la
p o b lació n ; en la segunda especie, por predom inar
el elemento activo m asculino, la producción era
principalm ente m asculina y de superiores condi­
ciones intelectuales. L a sab ia N aturaleza p reparaba
en ella,s una aristo cra cia intelectual que gobernase
y dirigiese h a cia ei bien las m asas hum anas que
b ro taran del prim er grupo.
De los detalles expuestos no debe deducirse, como
deducen los pesim istas en m ateria de am or, que el
sexo y demás cualidades de los recién nacidos de­
pendan de la estatu ra o diferencia de tipo de sus
prog en itores; entre los indígenas, por ejem plo, la
regla no era aplicable. Ahondando más en tan com ­
plicado problem a, se llega a ver muy a las cla ra s
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 317

que la s diferencias de tipo o de estatu ra obran sólo


como aperitivo p asio n al; que no influyen en el
sexo, pues lo que en realidad influye en éste es la
energía de la raza. Los enanos eran m ás jóvenes,
m ás tiernos, y por esto su influjo sexual quedaba de­
bilitado o anulado por el contacto con las m ayas.
De esta observación podrían sacarse abundantes
leyes de extremado valor científico. L a psicología
de la m u jer m aya (y acaso de todas las m ujeres)
parece estar concentrada en este principio : su ten­
dencia fatal, invencible, a crear nuevos seres de su
propio sexo. L a hem bra m aya no es igual, ni infe­
rior, ni superior al v a ró n ; ni menos activa, ni m ás
receptiva, ni m ás am ante de las trad icio n es; es
sim plem ente un molde siempre dispuesto para, la
generación, el cual, por instinto, busca u na fuerza
com plem entaria poseedora de la indispensable v ir­
tud fecundativa, pero no en tal grado que im ponga
su sexo a l nuevo ser. De aquí los éxitos amorosos
de los siervos accas. Como si no fuera suficiente la
exigencia específica que obligaba fatalm ente al cru­
ce p a ra destruir las desigualdades y crear una raza
común, venía aún a in citar a las m u jeres su propio
instinto, que veía en Jos enanos el medio de conse­
guir el ideal de la generación. Airededor de esta
idea madre giraba siempre Ja vida entera de la
m ujer, y ah o ra con m ayor violencia que nunca,
porque, en u na sociedad muy bien am algam ada, el
instinto cam ina a ciegas, como perro sin olfato
que no puede ventear la c a z a ; mas en presencia de
tipos notablem ente diversos y que se prestan a sa ­
tisfacer los recónditos ideales de la natu raleza hu­
m ana, .la sensibilidad adquiere una tensión porten­
318 An g e l g a n iv e t

tosa. Todo hubiera ido a la perfección si los varones


m ayas, que por su parte están tam bién sujetos a
un instinto análogo al de las hem bras, hubieran
hallado en la llegada providencial de los accas u na
ocasión p ara realizar ellos y sus m u jeres respecti­
vas sus ideales en el comercio amoroso con aquella
raza tiern a y servil, librándose del disgusto perm a­
nente en que h a sta entonces, por el equilibrio de
sus an tagón icas aspiraciones, habían vivido. Pero,
dueños de la fuerza, qu erían disfru tar de sus a n ti­
guas m u jeres por tradición, y de las nuevas por in s­
tinto, sin cuidarse de la posición delicada en que
colocaban a los siervos, poco castos de suyo, y a
la s hem bras m ayas, cuya psicología era tan peligro­
sa. Resultó, pues, una m ansa corrupción de las cos­
tumbres y una adulteración visible del tipo p acional.
Aunque yo, extraño a unos y a otros, no me a la r­
mé por tales hechos, ten ía que ap licar las leyes del
país y condenar a muchos delincuentes pasionales,
que no podían negar por haber sido cogidos in fra-
ganti, a com batir en el circo con los búfalos. Pero
los adulterios m enudeaban cada d ía m ás, y no era
posible d estruir del todo a los trab ajad o res accas
sin daño de la ag ricu ltu ra, la in d u stria y el com er­
cio ; hubo, pues, que dulcificar la s p e n a s ; la s m u­
jeres, caso nuevo en la h isto ria de las legislaciones,
fueron consideradas como irresponsables, y a loa
adúlteros se les im ponía u na m ulta de diez mcu-
mos, o diez palos en el vientre, a elección de los
condenados. Sólo se im ponía la pena de circo a los
que ad ulteraban con las m ujeres del rey, conseje­
ros y reyezuelos, pues a tanto llegó la osadía de los
accas que nadi® se vió libre de sus u ltraje s. Yo m is­
LA CONQUISTA DEL REINO D1S MAYA 319

mo podría cita r numerosos atentados con tra mi ho­


nor, cometidos por ia m ayor parte de m is m u jeres
con los centenares de siervos em pleadas en mi ser­
vicio personal o en las ind u strias que co rrían a mi
c a r g o ; y era tan exagerad a ia parsim onia con que
yo les castig aba, que me conquistó entre e]los una
inm ensa popularidad. P a r a conciliar aún m ás la se­
veridad de la ley, respecto de los adúlteros del ú l­
timo grupo, con la conveniencia de no q u itar brazoi
activos al tra b a jo nacional, tuve el m al acuerdo de
substituir, en los casos en que el agraviado era un
alto personaje, la pena de muerte en el circo por la
castración, desconocida de los jurisconsu ltos m a­
y a s ; y de algu nas contadas substituciones de pena,
por una generalización peligrosa, había inducido
Asato el grave y cruelísim o plan que motivó la hui­
da de los siervos a M isúa.
Si algu na justificación tenía el proyecto de Asa­
to, era la insolencia con que m u jeres y accas. apro­
vechando la ausencia forzada de los guerreros, que
com batían en el Ancori por la g loria del país, se
entregaban a los livianos placeres. Los que ta l veían
se im aginaban, no sin fundamento, que a l ausen­
tarse serían víctim as de iguales infam ias, y no se
conform aban con 1a penalidad de los diez, palos en
el vientre, que a la segunda o tercera vez ya no pro­
ducían e fe c to ; ni con la m ulta, que las m ás de las
veces era pagada indirectam ente por el mismo que
h abía recibido la ofensa. Y como la pena de muerte
no convenía a los intereses creados, se hubo de
pensar en la castración, no y a represiva, sino ge­
n eral y preventiva, y Asato fué el rápido y fiel intér­
prete del pensam iento nacional.
ÁNGEL GANIVET

Mi prim er impulso fué m arch ar a la corte sin


tard an za p ara resolver tan grave co n flicto ; pero
después me contuve, y decidí enviar al astuto T set­
se con instrucciones secretas, p ara ver si y a que los
regentes se h abían dejado sorprender por los acon­
tecim ientos, sabían al menos dom inarlos. P a r a m a­
yor seguridad, y comprendiendo que se ría preciso
dictar algu nas leyes, aconsejé al calígrafo M izcaga
que acom pañase al astuto em isario.
Al día siguiente, apresurando un poco los suce­
sos, conseguí que saliese de U nya la nueva expedi­
ción m ilitar. Al frente de ella, en la vanguardia, iba
el veloz Nionyi con m edia brigad a de voluntarios,
balid ore3 arm ados de hachas y de hocinos p ara
a c la ra r la vía al grueso del ejército, y entre éste y
la vanguard ia, p ara aseg u rar las com unicaciones,
un destacam ento de velocipedistas. Seguía la ban ­
da m usical, dii'igida por el consejero Lisu , el de los
grandes y espantados ojos, y bajo la protección, a
falta del estand arte de M aya, de los de Lopo, Viti
y U n y a ; después, cien porteadores de comestibles
y quinientas cantineras, a razón de cinco p ara cada
ca rretilla y p ara cada cincuenta soldados; y, por
último, el ejército regu lar, ha,jo el mando supremo
del firme y zanquilargo Quiyeré. El gobierno inte­
rino de Unya, y el mando de dos m il hombres de re­
serva que allí quedaban, fueron confiados al hijo
prim ogénito de Nionyi, habilísim o en la natación
y experto navegante, conocido en todo el país bajo
el nombre de Anzú, «el pez». De estos hom bres de
reserva, algunos fueron instruidos en el m anejo del
fusil, p ara que, en el caso probable de nuevas de­
rrotas de nuestro ejército, pudiesen acudir en su
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 321

auxilio. MI deseo no era que nos derrotasen, ni tam ­


poco vencer en toda la Hnea, sino un térm ino me­
dio, una altern ativa de derrotas y triunfos que pro­
longasen la guerra, y con ella la paz in terior del
país y el movimiento de las escalas. De esta suerte
se re a lizaría en M aya mi ideal p o lítico : la paz
perm anente en el interior, com binada con la gue­
rra constante en las fro n te ra s; la prosperidad m a­
te ria l realzad a por el brillo de las acciones heroicas.
De regreso a M aya por el camino de Lopo, entré
en esta ciudad p ara salud ar al dormilón reyezuelo
Viam i e inspeccionar el hospital recientem ente fun­
dado, donde, asistidos por varios pedagogos, médi­
cos y ciru jan o s de la corte, convalecían m ás de cien
heridos de la b atalla de Unya. En Lopo vino nueva­
mente a consultarm e el astuto Tsetsé, trayéndome
noticias que me llenaron de júbilo. L a prim era y
más sorprendente era la muerte dei terrible Asato,
llevada a feliz término, en la noche anterior, por el
siervo Bazungu, rey acca y esposo que fué de la
rein a Muvi, al cual, por ambos conceptos, h abía yo
reservado una situación preponderante, tanto en mi
antigua casa como en el palacio real. Los regentes
y los consejeros habían aprobado el crim en del ena­
no Bazungu, y habían resuelto que en adelante el
Ig an a Iguru fuese librem ente elegido por la asam ­
blea de los uagangas. R eforzada ésta por g ran nú­
mero de pedagogos, nombrados p ara cu brir las va­
cantes no provistas, bahía elegido al listísim o Sun­
go, que en el acto dejó su puesto de regente al con­
sejero M izcaga, cuyos tra b a jo s caligráficos eran de
suma necesidad. L a vacante de M izcaga, que era
del orden de pedagogos, fué concedida, por reco­
21
Ü22 ÁNGEL GANIVET

m endaciones vivísim as de la v ieja Mpizi, al d istin­


guido geógrafo Quingani, recién instalado en Boro.
E sta designación me confirmó la exactitud de ciertos
vagos rumores, que señalaban al antiguo preceptor
dei m alogrado M ujanda como uno de los am antes
que Mpizi h abía tenido durante su larg a viudez.
L a prebenda de Boro tocó en suerte al reyezuelo de
Tondo, Gané, que deseaba enriquecerse p ara igu a­
la r a su herm ano menor, Tsetsé, y a sus tres h er­
manos mayores, que gobernaba.il las prósperas ciu­
dades uam yeras del Sur. El vegetalista Macumu
fué trasladado desde M isúa a Tondo, donde la cose­
cha de habas era tam bién co n sid erable; y, por ú lti­
mo, p a ra Misúa fué habilitado como reyezuelo, a
pesar de lo dispuesto por las leyes, el enano Bazun-
gu, con misión expresa de sofocar la naciente rebe­
lión de sus congéneres accas refugiados en aquella
ciudad. T an vasta com binación acred itaba el talen ­
to político de los regentes in d íg e n a s; y en p articu ­
la r el nom bram iento de Bazungu, era una medida
gubernam ental de prim er orden. P or desgracia, la
idea lanzada por el inconsiderado Asato continuaba
su sorda labor en la corte y en el resto del país, y
apenas pasaba día sin que se re g istra ra algu na
bárb ara m u tila ció n ; los dueños de siervos eran a
la vez jueces y verdugos, y los infelices accas no te­
n ían m ás remedio que huir, en busca de seguridad
y am paro, a la ú nica ciudad am iga con que conta­
ban. E n vano, cuando regresé a la corte, hice pu­
blica r edictos severos, y en vano hice ver que aque­
llas cobardes ejecuciones producirían, en un por­
venir próximo, la extinción de la raza acca, y con
ella 1a necesidad de que todo el mundo trab ajase,
LA CONQUISTA DEL REINO DI5 MAYA 323

como ocu rría en lo antiguo. Los m ayas no se inte­


resaban por lo que pudiera acontecer a sus des­
cendientes, y seguían encariñados con la idea de
la castración, que les aseguraba por el momento
una servidum bre sum isa, fiel y exenta de apetitos
carnales.
Sin em bargo, la p aciencia de los accas debía te­
ner un lím ite. Después que, atraídos por persuasión
a las ciudades, se convencieron de que los atentados
no cesarían por completo, y de que constantem ente
peligraba la integridad de sus personas, comenza­
ron a colocarse en actitud díscola, y un hecho vino
a provocar la rebelión. Los h abitantes de Misúa,
juzgándose agraviados por el nom bram iento del
enano Bazungu y por ia intrusión de los accas fu­
gitivos, se am otinaron contra su pequeño reyezuelo,
le prendieron y le m utilaron atrozmente. Bazungu
y los suyos se defendieron con heroísmo y causaron
g ran m ortandad en las filas c o n tra ria s ; pero tu­
vieron que escap ar y refu giarse en la ciudad de
Mpizi, cerca de la frontera. L a no ticia cundió por
ei. país y en todo él se repitieron los motines y las
escenas de carn icería, term inando por una deser­
ción general de ios accas h acia la frontera dei Ñor
te, de cuyas guarniciones se apoderaron.
Tan im previstos acontecim ientos h acían necesa­
ria la presencia de las tropas en el interior, y yo
envié al prudente Uquim a, a i geógrafo Quinga,ni y
al astuto Tsetsé p ara que negociaran la paz con el
Ancori. Al mismo tiempo era indispensable resta­
blecer el principio de autoridad en M isúa, y no en­
contrando otro m ejor a quien en carg ar tan difícil
empresa, hice que los regentes nom braran reyezuelo
324 ÁNGEL GANIVET

a mi antiguo vecino, el g ran innovador y ladrón


Chiruyu, quien salió sin tardanza p ara Misúa, con
un fuerte destacam ento de m nanis.
A los cinco días regresaron los em bajadores, y el
prudente Uquima anunció que la paz h abía sido
concertada m ediante la restitución de la tú nica ver­
de del cabezudo Quiganza y una dem arcación de
los lím ites de ambos países, con lo cual el reino de
M aya s a lía altamente, ganancioso. E sta últim a parte
del tratado me hizo sospechar que el prudente Uqui­
ma no decía verdad, porque M aya y Ancori no tie­
nen lím ites co m u n es; y, en efecto, el astuto Tsetsé
me confirmó mi sospecha. Los tres em bajadores no
h ab ían ido siquiera al Ancori, sino que, guiados
por Tsetsé, habían encontrado en el bosque de Unya
la bandera n acional, escondida allí por el sag acísi­
mo portaestand arte. Una vez en posesión de ella
m archaron en busca del ejército, que se había ap ar­
tado apenas dos leguas del cu artel de V iti y esta­
blecido en un p a ra je muy pintoresco, donde consu­
m ía alegrem ente las abundantes provisiones que
mi buena ind u stria le h abía asegurado. Sólo el veloz
Nionyi parece que h abía avanzado m ás, y en su
opinión, el Ancori no se preparaba, p ara continuar
la g u e rra ; sus reyezuelos consideraban como un
bien inap reciable la derrota de Unya, que les lib ra ­
ba de sus feroces m ercenarios, y los contados ru ­
gas-rugas que lograron escapar h abían sido vícti­
m as del m alquerer de los ancorinos. L a b atalla de
Unya, que estuvo a pique de ser una doble derrota,
se convirtió, pues, en u na doble victoria.
CAPITULO XXI

Entra.da. tr iunfal del ejército en M aya. — M edidas


pacificadoras.—Hallazgo del tesoro de U sana, e
idea repentina que me su girió.—Prom ulgación de
una C arta constitucional.—De mi éxodo y de los
fenómenos sobrenaturales que lo acom pañaron.

Detrás de los em bajadores venía el ejército triu n ­


fador, y la corte se preparó p ara recibirlo digna­
mente. Como el. día no era muntu, y la incom uni­
cación diu rna de la m u jer continuaba siendo rigu ­
rosa, se dispuso que el desfüe de las tropas tuviera
lugar por el centro de la ciudad, entrando por la
puerta de Minia, o dei Sur, y saliendo por la de
Mpizi, o del Norte, y volviendo a en trar por la de
Lopo, en lo antiguo de Viti, u oriental, y a salir por
la de Misúa-, u occidental. Así, todas las m u jeres
podrían presenciar el espectáculo, ocultas, desde
las claraboyas de los palacios v lembés.
E n la puerta de Mbúa estaban las autoridades,
colocadas por orden jerárq u ico. En prim era línea
el listísim o Sungo, m ontado sobre el tranquilo hi­
popótamo, cuyas riendas eran tenidas por los dos
Igurus au xiliares, el valiente Angüé y el astuto T set­
sé ; a. la derecha, los tres re g e n te s: el hábil mímico
C a ta n a ; el elefantíaco M judsu y el calígrafo Mizca-
326 ÁNGEL GANIVET

ga, y a la izquierda los cuatro consejeros presen­


tes : el prudente Uquima, ei geógrafo Quingani, el
gangoso Nganu y ei narigudo Nindú. E n segunda
fila los u agangas m atutinos y vespertinos, separado
cada grupo en tres alas, según costumbre antigua.
D etrás los numerosos pedagogos y m nanis. L a mu­
chedumbre, entre la que yo me confundía, se des­
p arram ab a por el prado y por las calles de la ciudad.
A eso de mediodía se divisó, por el -camino que
bordea la m argen Norte del río, la vanguardia del
ejército, el cual fué Regando, las túnicas m ar c.i al -
mente agitarías por un viento favorable, en el m is­
mo orden en que h abía salido de Unya. P rim ero el
veloz, Nionyi con su batidores y velo cip ed istas; lue­
go la banda de m úsica, capitaneada por el consejero
Lisn, con sus espantados ojos, abrum ado bajo el
peso del rescatado estandarte ; después los portea­
dores y cantineras, que ah o ra cam inaban con pie
lig e ro ; a continuación el consejero Quiyeré, m ar­
cando el paso con sus descom unales patazas, y el
grueso del ejército, dividido en doce secciones, cada
una m andada por un g e n e r a l; y por último, los dos
mil hombres de la reserva de Unya, a cui'o frente
venían el g ran nadador Anzú y los cu arenta fusile­
ros. Tan brillante m ilicia desfiló con orden per feo­
tísim o ante los ojos satisfechos de la autoridad y en
medio de la s aclam aciones populares.
Cuando las tropas, después de atrav esar dos ve­
ces la ciudad, salieron por la puerta de M isúa, el
gobierno, con su com itiva, las agu ard aba allí p ara
disolverlas y d istribu irlas con arreglo al plan con­
suetudinario de defensa nacional, líI corpulento
Mjudsu fué organizando los cuadros de las doce
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 327

guarnición es, y cada general, después de recibir


abundantes provisiones de boca p ara el cam ino, y
una paga extrao rd in aria, partió con sus soldados,
sus porteadores y sus can tineras. Los músicos ob­
tuvieron permiso p ara retirarse a su m oradas, pues
ard ían en deseos de ver a sus fam ilias, y los vo­
luntarios de la reserva, a excepción de los fusileros,
fueron licenciados, y salieron en distintas d ireccio­
nes h acia sus respectivas ciudades. Sólo quedaron
en pie de g u erra Jos voluntarios m ayas y Jos velo­
cipedistas, que form aban el núcleo dirigido por eí
veloz Nionyi, y a los cuales se reservó la hon ra de
sofocai' Ja rebelión de los accas. Nionyi partió para
su gobierno de Unya, y su hijo, el esperto navegan­
te Anzú, le sucedió en ta n im portante mando m ili­
ta r. Anzú emprendió la m arch a a Mpizi por el ca ­
mino de M isúa, y en M aya quedaron p ara nuestra
defensa los cu arenta fusileros al mando dei pru­
dente Uquima.
E l solo anuncio del regreso de los ruandas a sus
guarniciones restableció la calm a en Jas ciudades,
y p a ra afirm ar aún m ás el orden, muchos reyezue­
los acordaron la expulsión de los pocos siervos que
se h abían librado de la m utilación o ele la muerte.
Contra lo que yo creía, los accas eran m ás bien abo­
rrecidos que estim ados por el tra b a jo que presta­
ban, pues los indígenas pobres qu erían tr a b a ja r en
lu gar de ellos para poder obtener las tan útiles
iacum os. Los muchos atractivos que ah ora tenía la
vida, y por encim a de todo el deseo de em briagarse,
les ib a poco a poco haciendo am ar el trab ajo . Los
ucca.s, por su m ísera condición, por sus pocas exi­
gencias, eran, pues, unos terribles concurrentes, y
32S ÁNGEL GANIVET

si los adulterios no b astaran , las leyes reguladoras


del. tra b ajo hubieran hecho estallar los odios de los
obreros nacionales contra el tra b a ja d o r extran jero.
Les que antes no qu erían tra b a ja r, ah o ra estaban
rnuy cerca de sostener su derecho (y aun derecho
preferente) al trab ajo .
En M aya, no obstante, el problem a era m ás com­
plicado, porque la centralización y monopolio de
m uchas in du strias exigía 1111 g ran número de sier­
vos que trab ajase n a las órdenes inm ediatas del
rey o del Ig an a ig u ru . Pero comenzó a su surrarse
que podían servir p ara el caso los esclavos rugas-
rugas, cogidos en la b atalla de Unya. E s adm irable
cómo se aguza, el ingenio de una nación movida por
el odio, y cómo se encuentra salid a p ara las situ a­
ciones m ás com plicadas. Exam inando .la historia
de las persecuciones religiosas en los países civili­
zados, de las expulsiones de que han sido víctim as
los judíos, los m oriscos españoles y tantos otros
pueblos, se pueden h allar crisis análogas a ésta
por que atravesó la «ación m aya. Aquí las diferen­
cias no eran de religión, porque los accas no tenían
ninguna y se acom odaban a todas ; pero las había,
y grandes, de tipo, de estatu ra, de carácter y de tem­
peram ento, sin contar la interposición funesta de lo
eterno femenino. A pesar de mi resistencia, comen­
zaba a convencerme de que al fin h a b ría que pres­
cindir de los enanos, que expulsarlos del país, ya
que la oportuna adquisición de los ru gas-ru gas ve­
n ían muy a punto a suplir su falta y a satisfacer la
necesidad que tiene toda nación de algo o alguien
en quien desahogar im punemente los m alos h a ­
mo res.
LA CONQUISTA OEL REINO OE MAYA 329

Los accas, concentrados poco a poco en los bos­


ques de Mpizi, dueños de los cuarteles de la fronte­
ra, podían librem ente abandonar el p a ís ; pero,
¿adúnde ir, solos, sin sus m ujeres y sus h ijo s? ¿Dón­
de ha existido una raza cuyos hombres se tra sla d a ­
ran de unas a o irás regiones, abandonando sus se­
res am ados, sin esperanza de volverlos a ver? Aun­
que a los accas se les hubiesen borrado los dulces
recuerdos de su estan cia en las ciudades m ayas,
los reten ía aún ei am or a sus m ujeres propias, por­
que este am or no era obcecación m om entánea, sino
sentim iento secu lar e indestructible. Y aunque por
raro ejemplo olvidasen a sus antigu as m ujeres y se
decidiesen a. p artir sin ellas y h asta sin sus hijos,
en Jos que los infelices castrados veían la única es­
peranza de conservación de su especie, ¿cómo po­
d rían p artir, desorganizadas sus tribus por la ser­
vidumbre, sin jefes que con la debida autoridad les
g u iaran y supieran vencer los innum erables obs­
táculos de una em igración ai través de los inm ensos
bosques que separan el reino de M aya de los bor­
des del Aruvimi ?
Ateniéndose estrictam ente a las órdenes recibidas,
el hábil nadador Anzú pasó por M isúa, donde el
innovador y ladrón Chiruyu se hallaba en pacífica
posesión del gobierno de los escasos súbditos que
Jiabía encontrado, y por Mpizi, cuyo reyezuelo, el
anciano Racuzi, descendiente de la d in astía an te­
rior a la del plebeyo U sana, no ten ía ningún motivo
de q u eja de los infelices siervos, y condolido de la
desesperada situación en que les veía, les propor­
cionaba algunos víveres p ara que no m uriesen de
ham bre los pocos que san aban de las feroces he­
330 ÁNGEL GANIVET

ridas que recibieran. Después se dirigió hacia la


fron tera p ara restablecer la guarnición, expulsada
por los enanos, y entró en negociaciones con el m al­
aventurado Bazungu p ara ver el modo de que la ley
fuese cum plida sin más derram am iento de sangre.
Bazungu se prestó a entregar ios cuarteles y a es­
tablecerse con los suyos en un lu g ar próximo a la
frontera, entre Mpizi y Urim i, si se les asegu raban
las provisiones necesarias p ara ir viviendo en paz
b a sta tanto que pudiesen alim entarse del fruto de
su tra b ajo . E l experto Anzú aceptó la proposición,
rescató los cuarteles, y de acuerdo con el hum ani­
tario R acuzi señaló el terreno y ia parto de la fo­
resta que h abía de darse a ios accas. L a nueva ciu­
dad que se fundase s e iia como trib u taria de Mpizi,
y el mismo Bazungu sería su reyezuelo.
E sta transacción, que a rní me p arecía de per­
las, y que valió a su negociador Anzú el cargo de
pedagogo, vacante desde que pasó a Boro el geógra­
fo Quingani, no satisfizo a la generalidad de los m a­
yas, porque éstos se habían encariñado ya con la
idea de la expulsión, y veían un peligro en la exis­
ten cia de los accas dentro dei país y en la posibili­
dad do que continuasen ejerciendo sus ind u strias
como hombres libres. Y aun vino a favorecer tan te­
naz oposición la conducta noble y gloriosa de las
m u jeres accas. E stas se habían mantenido en las
ciudades, o bien por temor, o por apego a sus h i­
jo s, o porque creían que los hombres de su raza no
tend rían m ás remedio que volver cuando pasase la
to rm en ta; pero viendo que la escisión tom aba cuer­
po y que se reconocía la independencia de los ena­
nos, todas escapaban de noche en busca de sus es­
LA CONQUISTA DEL UEINO DE MAYA 331

posos, de sus padres o de sus herm anos, llevándose


consigo cuanto podían. E sta fuga general era alen­
tad a y favorecida por las m u jeres m ayas, que, p ri­
vadas de los enanos, aplicaban a su m aridos la ley
del talión, por la cual, en caso de duda o ele silen­
cio en la ley escrita, se rigen en el ju sticiero país
de M aya.
E n ta l situación, quiso la buena fortuna de los
accas que el famoso cantor de las palm eras y reye­
zuelo de Rozica, Uquindu, ine invitase a p asar unos
días a su lado, y que yo acep tara la invitación para
zafarm e de Iíís mil m olestias que la m ala voluntad
del pueblo m aya y mi cargo decorativo de rey padre
me proporcionasen. D irigíale, pues, a {¡pala, cuyo
nuevo reyezuelo, el n arilarg o Monvo, me retuvo y
me colmó de atenciones, demostrando que, a pesar
de sus ilegales exacciones en Boro, albergaba en su
pecho un alm a agradecida. A veces, y no me fundo
en este caso solo p ara afirm arlo, el hombre que
abusa del poder y se bu rla de las leyes, es m ás ju s ­
to que el que las cumple y las a c a ta ; porque et p ri­
mero suele ser un espíritu abierto al m al y al bien,
y obrar como verdadero hombre, m ientras que el se­
gundo es siempre un alm a seca e inabordable, in ca ­
paz así de bondad como de m alicia.
En Upala me em barqué con destino a R ozica;
pero a l p asar por Ñera, su reyezuelo, el rico arm a ­
dor Cazala, a quien personalm ente no conocía, me
salió al encuentro, me a g a sa jó como m ejor pudo y
me acom pañó b asta Rozica,, donde me recibieron
con gran pompa ei poeta y reyezuelo Uquindu y sus
seis h ijastro s, hijos del célebre .Encima, alojándom e
en las m ejores piezas de su grande y ruinoso pala-
332 ÁNGEL GANIVET

cío. Al día siguiente, después de pasearm e por la


ciudad p ara calm ar la expectación pública, consa­
gré el resto de la m añ an a a v isitar el palacio, no tan
abasiecido como solían estarlo los de los demás re ­
yezuelos, pero donde me estaba reservad a u na g ra ta
sorpresa. E n un inmenso tembé, situado cerca del
quiosco de los Joros, so conservaba desde tiempo in­
m em orial una colección de objetos pertenecientes al
rey U sana, botín de sus victorias en los países ve­
cinos, particularm ente en B an g a, que tenía con Ro­
zica fronteras comunes. A la sazón el país de B an g a
estaba deshabitado, y los ru andas de esta guarn i­
ción vivían casi siempre en la ciudad, sin tem or a
extrañ as intrusiones.
E n tre los objetos allí quedados, que no eran todo
el botín de g uerra, pues g ran parte de él fué d istri­
buido entre diversos reyezuelos, h abía g ran varie­
dad de arm as enm ohecidas, y aun me pareció reco­
nocer restos de fusiles comidos por el o rín ; pero
lo m ás interesante era u na pila enorme de defensas
de elefante, am ontonadas como cosa inú til, y que
de seguro d ataban del tiempo en que estas regio­
nes sostenían tráfico m ercan til con las costeñas. Al
co rta r U sana estas relaciones, que juzgó peligrosas,
acaso con buen, fundam ento, aquel rico tesoro de m ar­
fil no tenía y a valor, y fué abandonado en el p a la ­
cio del reyezuelo de Rozica. L a contem plación de
tan valiosas como inútiles riquezas suscitó en mi
ánimo, en form a de vago preludio, el pensam iento
de aband onar el país. No fué que se me desp ertara
el instinto com ercial, que, sinceram ente hablando,
nun ca me poseyó por completo, ni aun logró con­
tra b a la n cear el fondo de idealism o que de mi bue-
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 333

jk i símil re ¡enía iim nlado, sino Que, viendo ei per­


fecto nnicn en que los raayius vivían, alterado sólo
por la presencia do, ios enanos, ocurriósem e librar
a aquéllos de tan gran estorbo y valerm e de éstos
p a ra tran sp ortar los dientes de elefante, que eran
en mis m anos un precioso recurso. De esta suerte
aseguraba la felicidad de los m ayas, la de los sier­
vos, a quienes d ejaría bien establecidos fu era del
país que tari duram ente y con ta n ta ingratitu d les
p agaba sus asiduos trabajos, y la rnía propia, que
no podía cifrarse en vivir toda mi vida entre gente
de o tra raza. Ánto la posibilidad de volver al viejo
mundo, simbolizada por mí en la s defensas de ele­
fante y en las espaldas de los enanos, los ya m ori­
bundos recuerdos de mi prim era vida renacían, y
la realidad de la vida presente se alejab a, corno si
ya me encontrase en mi tierra, con ios míos, vien­
do desde a*ií, con la im aginación, este otro cuadro
algo más obscuro, obra m ía, del que se destacaban
tan tas figuras conocidas y am adas. ¡Q aién sabe si
en esa o tra vida con que los hombres sueñan p ara
después de la muerte, no se vive también entre es­
píritus del recuerdo de lo que fué la vida carnal,
menos pura, pero tam bién digna de nuestro pensa­
miento y de nuestro am or!
Despedíme apresuradam ente del vate y reyezuelo
Uquindu, y regresé a M aya dominado por estas
ideas, y ele hora en hora m ás dispuesto a realizar­
las. Los regentes y consejeros hallábanse aún em ba­
razados con la grave cuestión de ios accas, sin sa ­
ber cómo ap acigu ar las iras populares. Comenzó a
notarse escasez de algunos artículos, entre ellos de
alcohol, por falta de intelig en cia en los ru gas-ru gas
334 ÁNGEL GANIVET

traídos de las ciudades de Occidente p ara suplir a


los enanos, y veíase con m alos ojos el donativo de
alim entos concertado por el experto Anzú. Mi in ter­
vención resolvió estas dificultades por los medios
m ás pacíficos y m ás prudentes. Dicté al regente y
calígrafo M izcaga un decreto, en el que se ordena­
ba que los enanos salieran del país en el térm ino de
dos meses lunares, y que m ientras tanto se fuesen
reuniendo en ía ciudad de Rozica, p ara que la ex­
pulsión tuviera lu gar por el río abajo y no quedasen
ningunos escondidos en ios bosques. Todos los m a­
yas debían en treg ar a los expulsados las m ujeres
accas que aún retuvieran en su poder, así como ios
h ijos de razo, pura acca, conservando sólo los mes­
tizos, que serían tratados, cuando les llegase la
edad, como hombres libres. Y, por último, debía d ar­
se a cada uno de los expulsados víveres p a ra un
mes y arm as p a ra defenderse de los ataques de la s
fieras o de los hombres, h a sta llegar a su anLigua
p atria. M ientras llegaba el día de la expulsión, qui­
nientos accas, elegidos entre los castrados, queda­
rían en la corte para enseñar a ios rugas-rugas los
diversos oficios en que éstos habían de tr a b a ja r
a la s órdenes del rey y del Ig an a Iguru.. P or dolo­
roso azar, propio de las cosas hum anas, el precoz
Josim iré puso su p rim era firm a en este terrible edic­
to, que debía privarle dei cariño de su verdadera
m adre y del apoyo de su padre.
Porque urdiendo hábilm ente las diversas partes
de un plan que de antem ano h ab ía concertado, des­
pués de publicar el edicto anuncié que, por in sp ira­
ción de Rubango, sería yo mismo ei que cam in aría
al frente de los accas h asta llevarlos muy lejos del
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 335

país y can jearlo s por igu al número de cabilis, de


acuerdo con las predicciones del Ig an a Nionyi, Igual-
mente les profeticé que mí segunda au sencia sería
ta n la rg a como la prim era, y les ordené que en el
intervalo cum plieran rigorosam ente los preceptos
consignados en unas tablitas de m ad era que antes
de separarm e de ellos les en tregaría.
Mi pensam iento en esto punto se redujo a conden­
sa r en varios preceptos breves, ciaros y razonables
lo su bstancial de la Constitución que ten ía en car-
tera, y que no promulgué por desconfianza en la s
fuerzas intelectuales de mis g obern ad os; y como
era aún m ás im portante que los preceptos el modo
de colocárselos perpetuam ente delante de los ojos,
ideé la novedad de las tablillas de m adera, que de
rechazo me obligó a dotar a, ios carpinteros del país
de u n a nueva h e rra m ie n ta : el cepillo. L as tablitas
ten ían que estar muy bien cepilladas, y contener en
ei anverso la m icroscópica Constitución, y en el re­
verso el nombre del que la poseía, seguido de los
nom bres de su padre y de su abuelo. H abía yo no­
tado que las fam ilias m ayas se ten ían poco cariño,
y llegué a descubrir que la cau sa era la etern a fa l­
ta de memoria. Como las personas tenían un solo
nombre, y la m ayor parte ni siquiera lo recordaban,
no se conservaba el ligam en fam iliar m ás que entre
los que vivían b ajo el mismo te ch o ; en separándose,
como si fu eran anim ales inferiores, se olvidaban los
unos de ios otros, y aun perdían el hábito de reco­
nocerse. Mi pensam iento era, pues, de g ran tra n s­
cendencia m oral y social, porque obligando a cada
persona a llevar colgada al cuello, como adorno, la
ta b lita de m adera, no sólo les record aba los m anda­
ÁNGEL C.ANÍVET

m ientos de la Constitución, sino tam bién su abolen­


go ía m ilia r y las buenas o m alas acciones que a él
fueron an ejas. Sólo h abía una dificultad que salvar
al establecer la re fo rm a : la de in scribir los nom­
bres del padre y abuelo de las personas que no los
recordaban. En estos casos se eligió uno a rb itra ­
riam ente, por donde vinieron a ser los más pobres,
como los m ás ricos, nietos de los m ás ilustres perso­
n a jes glorificados por la h istoria nacional. E l llu­
vioso N djiru, el segundo U san a y el corpulento Viti
tuvieron m illares de descendientes en todo el país,
y la nivelación de clases dió un paso digno del fir­
me y zaiicudo Quiyeré.
Al mismo tiempo que, auxiliado por g ran número
de pedagogos, in scrib ía en el reverso de las tabli­
llas los nom bres de cada habitante del país, según
los censos de los afu iris de la corte y locales, y
con arreglo a Jos datos que cada p articu lar aporta­
ba, h a cía copiar exactam ente en ei anverso los cinco
artículos de que se componía la Constitución, re­
dactados, después de m uchas cavilaciones y ta n ­
teos, en la form a siguiente :

I. Teme a Rubango, cree en ei Ig an a Nionyi, con­


fía en Arimi,
II. Ama al g ran m uanango, venera al Ig a n a tgu-
ru, respeta a todos los uagangas.
I I I . Obedece a los reyezuelos, sigue a los peda­
gogos, huye de los ru andas y m nanis.
IV. T ra b a ja m ientras dure el sol, paga los tri­
butos, ten g ran núm ero de m u jeres e liijos.
V. Come sólo legum bres, bebe poco alcohol, duer­
me mucho.
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 337

Como se nota a p rim era vista, los preceptos están


todos en form a tern aria, y, adem ás, en lengua m aya
resu ltan con cierto ritm o, imiy conveniente p ara
que se peguen al oído y se les retenga sin esfuerzo.
L a colocación de los tres térm inos en cad a renglón
no es tam poco arb itra ria , pues aparte de estar co­
locados por orden de m aterias, procuré que el p ri­
mer m andam iento de cad a grupo fuese el más esen­
cial, y que en cada m andam iento fuese tam bién lo
m ás esencial la prim era palabra. P o r este sistem a,
aunque los perezosos m ayas no p asaran del p rin ci­
pio de los renglones, hipótesis muy adm isible, apren­
d ían y a lo bastante p ara que su vida fuera, tan per­
fecta como cabe concebirla en lo hum ano, puesto
que, siem pre que se las interprete con mediano buen
sentido, las cinco palabras in ic ia le s : tem e, ama.,
obedece, tr a b a ja y come, son como los fundam entos
de la sabiduría, de la hum anidad, de la paz de los
estados, de la prosperidad m aterial y de la buena
salud.
Sim ultáneam ente con mis faenas legislativas m a r­
chaban otros trab ajo s de no m enor im portancia, en
los que mis p aternales previsiones p ara aseg u rar
la felicidad y el progreso de la nación llegaron
hasta, un extremo exagerado. Revelé al listísim o
Sungo todos mis secretos de gobierno, en p articu lar
la preparación de los m ilagrosos ru ju s, sin reser­
varm e m ás que el de la pólvora, que después de mu­
chas vacilaciones consideré muy perjud icial aun en
las m anos m ás firmes y pru d entes; y aprovechando
la rom ería a la m ontaña de Boro, hice una últim a
visita a la h ierática ciudad, y en medio del pasmo
de los innum erables peregrinos lancé ai espacio,
22
338 ÁNGEL GANIVET

desde el observatorio astronóm ico, un globo de tela


que construí con el intento de fortificar m ás todavía
la fe en el Ig a n a Nionyi y de extender por todo el
país las profecías sobre mi v iaje y mi tardío regre­
so. E l globo era como un m ensaje al progenitor
de los cabilis, quien debía contestar por medio de
signos celestiales, que yo tam bién hice aquella m is­
m a noche, disparando desde el nuevo enju varios
cohetes que, envueltos entre m alas de maíz, h abía
llevado conmigo, y que al caer en form a de bellos
caireles, de estrellas fugaces y de largos lagrim o­
nes, d ejaron cim entada la nueva, Constitución, con
ta n ta firmeza como los fuegos del Sin aí habían es­
tablecido, algunos siglos atrás, la ley jud aica.
P ero con ser estas medidas de g ran transcend en­
cia p a ra el país, h ab ía otras que me preocupaban
m ás altam ente, por referirse a mi num erosa fam i­
lia, a la que yo am aba con am or entrañable, aunque
parezca deducirse lo contrario de la severidad con
que, a fuer de historiador verídico, la he juzgado en
algunos p asajes de estas M emorias. Pareeiéndom e
peligroso d ejar en el real palacio un núm ero excesi­
vo de m u jeres sin otra autoridad que la del tierno
Josim iré, jefe n atu ral durante mi au sencia, decidí
h acer un expurgo riguroso y distribu ir mis m u jeres
jóvenes entre los regentes, uagangas, consejeros,
reyezuelos y personas de altísim a posición social,
exceptuando a los inhabilitad os por su parentesco
conmigo, como eran, aparte del Ig a n a Iguru, los re ­
gentes C atana y Njudsu y los hijo s de éstos. E n tre
la s m u jeres regaladas figuraron tam bién dos de mis
fa v o r ita s : la sensual Canúa, que pasó a poder de
su antiguo señor, Lisu, el de los grandes ojos, y la
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA. 339

revoltosa y glotona M atav, mi lavand era fam iliar,


enviada a mi g ran favorecido, el valiente Ucucu,
uno de los entusiastas del lavado de las túnicas des­
de los albores de la reform a.
E n virtud de esta selección quedaron sólo en pa­
lacio quince m ujeres an cian as p ara hacer com pañía
a la vieja Mpizi, a la y a bastante a ja d a Memé y a
]a flaca Quimé. En cuanto a mis trein ta y dos hijos,
en muchos de ios cuales se notaba 3a influencia de
los accas, todos debían quedar bajo la potestad de
Josim iré.
P a ra que la realeza se co nservara con el m ayor
exclusivismo entre mis descendientes aproveché la
circu n stan cia de estar permitido por las leyes del
país el casam iento entre herm anos de un solo víncu­
lo, y desposé un tanto prem aturam ente al h ijo
único de Memé, mi primogénito, llam ado, como yo,
Arimi, a pesar de su extrem ada torpeza en la a rti­
culación de los sonidos, con la h ija m ayor de Qui­
mé, flaca como su madre y celebrada por mis vates
caseros bajo el nombre de V itya, porque su cabe­
llera ondulante y larguísim a, tan diferente de la
rizada y corta de las m ujeres m ayas, tenía, a juicio
de los cantores, cierta sem ejanza con un árbol del
país, especie de m im brera llorona. Los h ijo s que
saliesen de este enlace, como hijos de la herm ana
mayor del rey, serían, con arreglo a la ley m aya,
los llam ados a continuar la d inastía de Arimi a la
muerte de Josim iré.
AJ expirar el plazo de dos meses lunares, fijado
en el edicto de expulsión de los siervos, todo estaba
preparado p ara mi partida. Los enanos, con sus
m ujeres e hijos, sus arm as y provisiones, se habían
340 ÁNGEL GANIVET

concentrado en Rozica y todos los organism os de ia


nación funcionaban con Ja regu laridad de un apa­
rato de relo jería. Asistí por ú ltim a vez a las fiestas
dei d ía muntu, y cu árido ei sol em pezaba a decli­
n a r anuncie que era llegada la hora de Ja triste se­
paración. y, 110 sin dirigir an a suprem a m irad a al
vencedor de Unya, en cuya d iestra ondeaba la ver­
de tú n ica dei cabezudo Quiganza, abandoné los
frescos prados del M yera, arrastran d o tras do m í
a la confundida m uchedumbre, que con profunda
emoción perm aneció ju n to a la g ru ta de Bau-M au,
sobre la ca ta ra ta , hasta que, siguiéndonos con los
ojos, nos vió desaparecer cu nuestra canoa a mí y
a m i pobre comitiva, form ada sólo por la angu stia­
da rein a Muvi y seis rem eros enanos. Aquella noche
dormimos en U pala, en ol palacio dei n arilarg o
Monyo, v a la m añan a siguiente, rayando el día,,
continuam os nuestro v iaje hasta, Rozica, adonde Jle-
gam os al anochecer.
Durante el v iaje iba yo repasando en mi m em oria
todas las ideas que se me habían ocurrido en Jos
dos últim os meses para resolver el arduo problem a
del establecim iento de los accas. P ensaba u tilizar­
los p a ra mj liberación, pero yo pensaba pagarles
este servicio como m ejor pudiera. Abandonados a su
torpe iniciativa, su actividad, que era grande, que­
d aría anulada por su fa lta de dirección. Ellos eran
para, mí una fuerza útilísima-, y yo qu ería ser p ara
ellos un nuevo Moisés, que, sacándoles de, la servi­
dumbre, les llevara a un país libre, donde pudiesen
vivir y m ultiplicarse a sus anchas. D aba por cosa
hecha que, con los conocim ientos que habían adqui­
rido en los nueve años de vida común con los ¡na­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 341

vas, estaban en condiciones p ara fundar u na na­


ción ta n bien gobernada como la de éstos, siempre
que encontrasen un territorio deshabitado, sin re ­
lación con otros hombres de m ayor estatu ra, que,
por ser m ás fuertes, sen tirían inm ediatam ente el
deseo de destruirlos o esclavizarlos. Al propio tiem ­
po com prendía la imposibilida.d de h acer un largo
v iaje al través de selvas vírgenes con m ás de veinte
m il personas. A pesar de las m utilaciones y m atan ­
zas, los enanos, que al en trar en M aya eran unos
diez mil, resultaban duplicados con la r g u e z a ; los
hombres útiles habían d ism inuid o; pero en cam bio
las m u jeres h abían aum entado, y la im pedim enta
de niños era un obstáculo casi insuperable p ara em ­
prender larg as jornad as.
Conñando en la bondad de mi antiguo poeta ca ­
sero, el reyezuelo Uquindu, y en la am istad que,
tanto él como sus seis h ijastro s, profesaban a la
rein a Muvi, propuse a éstos secretam ente una com­
binación que me pareció v e n ta jo s a : el estableci­
miento de las m u jeres accas, con sus hijos, en el
vecino reino de Banga, b ajo prom esa solemne de
que no se les m olestaría, y de que siempre que fue­
ra posible se les p restarían los auxilios propios de
una buena vecindad. Como m uchas de estas m u je­
res h abían perdido a sus esposos, y en Rozica, por
ser p ráctica constante la poliandria, el sexo feme­
nino estaba muy escasam ente representado, era de
espera,r que n acieran de este contacto uniones mix­
tas y u na descendencia no in cap acitad a p ara vivir
en M aya, donde ya quedaba nn núm ero considerable
de mestizos. Andando el tiempo,, insensiblem ente,
Jos habitantes de B an g a iría n penetrando en el país,
342 An g e l g a n iv e t

y R ozica en co n traría en ellos los m ás activos auxi­


lia re s p ara d esarrollar sus industrias. E l cantor
Tjquindu penetró rápidam ente en mis transcenden­
tales designios, y el m ayor de sus h ijastro s, el p ri­
mogénito de E nchúa, se ofreció p ara ejercer el c a r­
go de reyezuelo de ia nueva n a ció n ; m as parecien ­
do justo que en u na nación de m ujeres el gobierno
lo eje rciera una m ujer, se decidió que la m ag nán i­
m a Muvi fuera la reina, y que el prim ogénito de
E n ch ú a substituyera como rey al m alaventurado
Bazungu.
Tuvo, pues, lu g ar nuestra salid a del país en las
circu n stan cias m ás favorables, y en p articu lar la
rein a Muvi no ocultaba su regocijo ante ia idea de
quedar cerca de M aya y de su hijo Josim iré, a quien
am aba como m adre y veneraba por n atu ral orgu­
llo, tanto m ás intenso cuanto que no podía hallar
desahogo ni en hechos ni en palabras. Grande es
siem pre el am or m aternal, pero toca en lo sublime
cuando se m ezcla con la ad m iración por el hijo
amado. Todos los sentim ientos de la m agnánim a
re in a acca, sin exciu ir el religioso am or que a mí
llegó a tenerm e, cedían ante ia idea d,e su h ijo rey
triu n fan te de la m alquerencia de los m a y a s ; pro­
clam ando, bien que p ara su m adre sola, la superio­
ridad intelectu al del vencido, que huyendo impone
al pueblo fuerte un amo de su raza. E n tre todos los
enanos, Muvi era la ú nica que tuviese un ideal que
la lig a ra perpetuam ente al país p erd id o: la necesi­
dad de seguir paso a paso la historia de su h ijo Jo si­
m iré, y la esperanza de pen etrar alg u n a vez, sin
ser vista, h asta la corte de M aya, y verle y tribu ­
tarle su m uda adoración, y glorificarse a sí m ism a
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA Ü ij

con la grandeza de su obra. P o r esto su aleg ría fué


indecible cuando conoció el feliz resultado de mis
negociaciones, que la perm itían quedar ju n to a las
fronteras m ayas, y en tal dignidad que acaso con
el tiempo tuviese ocasión de tr a ta r de asuntos de
Estado con su propio hijo y de descubrirle el gran
secreto que la devoraba.
CAPITULO XX II

P erip ecias de mi v iaje desde la ciudad de R o2ica a


la costa occidental de A frica.—Mi vuelta a E u ro­
pa.— Ultimo correo espiritual de la corte de M aya.

Excepción hecha de la rein a Muvi, p ara quien yo


no podía tener secretos, todos los accas ignoraron el
de mi negociación diplom ática con el reyezuelo cantor
Uquindu, y creyeron, al an unciarles yo que sus mu­
jeres e hijos quedarían en el país de B an g a, que mí
resolución obedecía a algún motivo m isterio so ; y
por lo mismo que su inteligencia no daba con el
m isterio, era más grande la lealtad, el celo, la pron­
titud con que se som etían a mis m andatos.
Antes de trasp asar las fronteras de R ozica explo­
ré, en com pañía d e . dos fuertes grupos de enanos,
dirigidos por el antiguo jefe Bazungu y por otro
viejo rey llam ado B atu é, hombre de g ran experien­
cia y prestigio, gran parte del territorio d eshabita­
do de B a n g a ; elegí diversos p a ra je s que me p are­
cieron muy a propósito p ara establecer a las peque­
ñ as am azonas, e hice construir en ellos grandes ca ­
bañas, donde gradualm ente fueron éstas in stalá n ­
dose por tribus, y cuando las tribus eran muy nu­
m erosas, por fam ilias. Así que tan rudo tra b a jo
346 ÁNGEL GANIVET

llegó a su térm ino, volví a R ozica con mis accas,


recogim os el arm am ento, las provisiones que allí
quedaban y el tesoro de m arfil, y después de despe­
dirm e am igablem ente del reyezuelo Uquindu, cuya
conducta fué tan noble y generosa como correspon-
día a su alm a de poeta, acom pañados por el p ri­
mogénito de E n cliú a y la rein a Muvi, que h asta
entonces h abían perm anecido en el palacio real,
salim os de la am able ciudad de Rozica, ñrm e ba­
lu arte de la poliandria y del comunismo fam iliar,
y algunas horas después abandonam os p ara siem­
pre el país de M aya, en el que yo dejaba tantos re­
cuerdos queridos y los accas tantos agravios sin
venganza.
E n el flam ante palacio real de B an g a, situado h a ­
cia el centro de aquella gran colmena, de la que el
íeliz prim ogénito de E n chú a estaba llam ado a ser
el único zángano, celebróse la consagración de la
re in a Muvi, así como la de su esposo efectivo y la
de su antiguo esposo Bazungu, a quien se le dió el
título de rey honorario, y después un y au rí, al es­
tilo de M aya, en el que declaré a los enanos la razón
de aquellas extrañ as cerem onias. P a ra salvarlos de
una m uerte segura en medio de los bosques, había
concertado con el generoso Uquindu, mi antiguo
siervo, una tregua de seis meses, durante los cuales
la s m ujeres y niños accas quedarían ju n to a R o­
zica, y serían respetados y atendidos en sus ne­
cesidades. E n este tiempo Jos varones accas bus­
ca ría n un país donde establecerse bien, lejos de
la s fron teras m ayas, y edificarían ciudades, donde
iría n recibiendo poco a poco a sus fam ilias. L a ga­
r a n tía de este arm isticio era la presencia del pri­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 347

mogénito de Encim a, en. quien las m ujeres accas


tendrían un leal y decidido defensor. Nuestros tr a ­
b ajo s en B an g a eran, pues, el prim er paso h acia la
independencia; ah ora faltab a atrav esar los bosques
del Norte, bu scar un territorio libre, acomodarse
en él y reunir las fam ilias dispersas, conforme los
medios de su bsistir lo fu eran perm itiendo. P a r a
asegu rar el buen éxito de n u estra em presa contába­
mos con un gran re cu rso : las defensas de elefante,
que, negociadas con habilidad, nos perm itirían re­
poner n uestras provisiones, arm as y vestidos, h asta
tanto que la nueva ciudad estuviese completamente
organizada. Este último argum ento fué el m ás con­
vincente, porque los accas, según supe, h abían vi­
vido largos años cerca del Aruvimi imponiendo de­
rechos de paso a las carav an as árabes y conocían
el alto valor com ercial del m arfil. Así se explicaba el
entusiasm o con que todos ellos se prestaron a ca r­
g ar con las defensas de elefante que yo les fui dis­
tribuyendo en Rozica, y el cuidado p atern al con
que la s transportaban.
Después de consagrar dos días al descanso y a
u ltim ar los preparativos de viaje, al am anecer del
tercero, abreviando las despedidas, aunque sin de­
ja r yo de estrech ar en m is brazos a la rein a Muvi
y de m ezclar con sus lág rim as mis lág rim as, em­
prendim os n uestra ru ta h acia el Norte, en la que
nos acom pañaban m uchas m u jeres accas, h asta que
las persuadíam os a que volviesen atrás, a lo que,
unas antes y otras después, se conform aban, 110 sin
conmovernos una ú ltim a vez con sus tiernas demos­
traciones de cariño. L a expedición iba en tres gru­
pos : el prim ero, de cien hombres, dirigido por mí,
ÁNGEL GANIVET

era el encargado de abril- paso y de poner señales


en el suelo o en ios árboles p ara fa cilita r la v u elta ;
ios otros dos, de mas de mil hombres cada uno, m a r­
chaban en hilera, unos hom bres detrás de otros, lle­
vando al frente, p ara dar órdenes, al rey B a z u n g u ;
y en ia retag u ard ia ai segundo jefe elegido, B atu é,
p ara evitar que hubiese rezagados. Cada hombre
llevaba sobre la cabeza un fardo con provisiones,
al hombro un diente de elefante, y en la mano,
quién u na lanza, quién un cuchillo, quién un haz
de flechas.
En tan m onótona m archa, yo era el único que
sen tía u na constante agitación e inquietud de án i­
mo, por ser el director de ru ta y ei responsable de
los contratiem pos que pudieran ocu rrir, y que se­
guram ente o cu rrirían por mi falta de ex p e rie n cia ;
no podía confiarm e a la dirección de los enanos,
pues de hacerlo, no sólo quedaba en el acto sin pres­
tigio, sino que, en vez ds ir m ás o menos pronto
adonde yo me proponía, sería conducido adonde a
ellos les p a re cie ra ; y mi solo medio de orientación,
aparte del sol, era el curso de los ríos, por ser cosa
averiguada, que su definitivo paradero es el m ar.
Sin em bargo, esta indicación resu ltaba demasiado
vaga, y no impidió que anduviésem os dos y h asta
tres veces largos trechos de cam ino. E n mi opinión
el río M yera debía desem bocar en el Zaire o en uno
de sus afluentes, superiores a las grandes c a ta ra ­
tas ; pero aunque llegásem os con bien al punto de
conjunción con el Zaire, ¿cómo salv ar la enorme
d istan cia que hay entre ese punto y el m ar, sin
medios de transporte, teniendo que cruzar territo ­
rios habitados, y por consecuencia hostiles, y sin
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 349

saber, como vo no sabía, que a la sazón existiesen


establecim ientos europeos a lo largo de la g ran vía
fluvial? P o r esto creí preferible atenerm e al cam ino
viejo y conocido, y buscar, atravesando la selva
h a cia el Norte, el cam ino de ias carav an as, p ara
volver a Zanzíbar por el mismo cam ino que tra je .
Los prim eros días, a pesar de mis torpezas y de
las m archas y contram archas intitii.es que im ponía
a ios pobres enanos, nuestro v iaje fué feliz, porque
abundaban las provisiones. Al am anecer levantába­
mos el campo, y p ara en trar en calo r andábam os
media jo rn a d a ; arnés de mediodía hacíam os un
alto, corno de dos horas, p ara rep arar las fuerzas,
y luego em prendíamos la segunda parte de la jo rn a ­
da. Cuando el sol iba a ponerse, o cuando la obscu­
ridad del bosque cerrado era tal. que no podíamos
g u iar nuestros pasos, suspendíamos la m archa, api­
lábam os las provisiones y las defensas de elefante,
y después de ap lacar el estómago, cad a cual, con
las arm as al alcance de la m ano, se acom odaba en
el suelo o en .los árboles h asta el alborear del nue­
vo día. E n estas prim eras jo rn ad as el interés se con­
cen trab a sólo en el p aisaje, y ningún accidente vino
a romper la solemne m onotonía de nuestro desfile
por los claros de la virginal floresta, a ratos silen ­
cioso, a ratos interrum pido para ab atir los árboles
que nos estorbaban, a ratos acompañado por los
canturreos de los accas o por los gritos de sorpresa
de las bestias salvajes.
Cuando coine.uza.ron a escasear ios víveres fué ne­
cesario dedicar parte deí día a buscar frutos sil­
vestres y a cazar, y en nuestras batidas dejam os bien
pronto en jiro n es nuestros vestidos, y a veces algo
350 ÁNGEL GANIVET

de nuestras propias carnes, con lo que vinimos a


quedar en un estado casi prim itivo y en situación
h arto lastim era. Los accas com enzaron a ir y a ve­
nir en secretos conciliábulos, y, por fin, una m añ a­
na en que yo presentía ya algo desfavorable de la
parte de mis gentes, el rey Bazungu me m anifestó
que gran núm ero de accas se negaban a seguirm e y
que ten ían por jefe al desleal Batué. Acudí en el
acto al foco de la rebelión, y el rebelde B atu é, lejos
de am ilan arse, me explicó los motivos de su con­
ducta con gran claridad y firmeza. Los accas h a­
bían encontrado varios túmulos o pirám ides de tie­
r r a que m arcaban, sin ningún género de duda, un
p a ra je donde vivieron algún tiempo antes de em i­
g ra r a Maya., y donde d ejaron sepultada m ucha
gente de sus trib u s; y esta señal, apoyada por el
ca n ta r de nuevos p ájaro s y por el a.bundante cés­
ped que com enzaba a tapizar el su^lo, daba a en­
tender que nos hallábam os cerca del lago Nguezi y
de ios hombres blancos o uazongos, más temibles
aún que los mismos m ayas. P rofu n d a y g ra ta emo­
ción me produjo el discurso del experim entado B a ­
tué, y justificad a me pareció su exigencia final de
volver al país de B an g a. M ientras se explicaba, los
enanos, por movimiento instintivo, se h abían ido
separando en dos alas casi iguales, u na a mi dere­
cha, bajo la inspiración del rey Bazungu, y otra a
mi izquierda, p artid aria del o rad o r; y noté (por
perm itirlo el estado de desnudez a que la pérdida de
la s tú n icas nos dejó reducidos) que todos mis p a rti­
darios figuraban entre Jas víctim as del horrible
plan del inconsiderado Asato, y que todos los des­
contentos, con B atu é a la cabeza, pertenecían ' al
LA CONQUISTA DEL iíEJNO DE MAYA 351

grupo m ás dichoso de los que pudieron sa ca r a flote


su integridad personal de aquella espantosa carn i­
cería. Y ocurrióseme pensar que si los hombres pu­
siéram os siempre al desnudo nuestros cuerpos y
nuestras alm as, o por lo menos anduviésemos m ás
ligeros de ropa, la historia de nuestras divisiones,
disputas y comhates ap arecería iluminada, por una
luz vivísim a que acaso nos sirviera p ara m e jo ra r­
nos en lo por venir. E l cism a surgido entre los ena­
nos me pareció, ante todo, lógico e irreductible, y en
vez de adoptar medidas de represión, me dispuse a
satisfacer las opuestas asp iracio n es; la del bando
del rey Bazungu era seguirme ciegam ente, porque
sus agravios con los m ayas eran inextinguibles y
porque su amor a la fam ilia era cad a día menos
in te n s o ; la del de Batué era, regresar a B an ga,
adonde les a tr a ía el cariño de sus esposas. R a ra s
veces se h abrá ofrecido a la contem plación de un
filósofo un signo tan enérgico de la perm anente re ­
beldía del principio m asculino, original y creador,
contra la autoridad, que es la fórm ula de la s fu er­
zas pasivas, ru tin arias, infecundas, de la N atu rale­
za. A pesar del escepticismo que se h abía apoderado
de mí en estos clim as cálidos, conservaba aún gran
respeto, quizás el único, a la ley de conservación
de las especies, y me p arecía abusivo contribuir
a la extinción de los accas, y a de suyo expuestos a pe­
recer a m anos de otros hombres más fu ertes; y como
mi principal objeto estaba y a conseguido, según los
pronósticos del experim entado B atu é, accedí sin
tardanza, y con íntim a satisfacción, a las preten­
siones form uladas por éste. En un pedazo de piel
redacté un m ensaje al cantor y reyezuelo Uquindu,
352 ÁNGEL GANIVET

y di orden a Batué de p a rtir inm ediatam ente, con


sus parciales, en dirección de B an ga, a cuya rein a
se presen tarían para que ésta llevara el m ensaje a)
generoso reyezuelo de Rozica, de quien yo esperaba
que les p erm itiría establecerse al Jado de sus fam i­
lias. Si a los trein ta días no estaban de vuelta en
los bordes del lago Nguezi se entendería que mi ru e­
go h ab ía sido atendido, y todos podríamos regresar
a B a n g a después de vender las defensas de ele­
fante.
Como leones que lo g ran escapar de la tram pa en
que se vieron aprisionados, así salieron de nuestro
cam pam ento Jos accas revoltosos al mando del ex­
perim entado B a tu é ; ios demás, en núm ero ahora
de mil doscientos, libres y a del estorbo de los rebel­
des y m ás apegados que n unca a mi persona, lle­
vando cada uno dos defensas de elefante, siguieron
tra s de mí el cam ino que debía llevarnos a los bor­
des del Nguezi. Pero la fatalidad de las cosas hu­
m anas es tal, que aquel día, que me pareció deci­
dir del buen éxito de mis penosos planes, sentí el
prim er ataque de fiebre, de la. terrible fiebre a fric a ­
n a, que me h ab ía respetado en tantos y tan duros
trances, y de la que había salido indemne h asta en
el am arguísim o destierro de Viloqué. L a m ilagrosa
conservación de mi salud tengo para mí que fué
obra de la alim entación exclusivam ente vegetal, a
la que yo estaba habituado mucho antes de sa lir de
E u ro p a ; pero en la penosa travesía de los bosques
congoleses tuve por necesidad que aplicarm e tam ­
bién a la carne, a veces descompuesta, de antílope,
por ser éste el anim al que podíamos cazar m ás fá ­
cilm ente, y de aquí me debió resu ltar, según los úl­
LA CONQUISTA DEL JIKEXO DE MAYA ib 3

timos adelantos de la ciencia, una invasión en la,


sangre de esos microscópicos animaIi.tos, que los
m ayas designan en globo bajo la denom inación de
rubango. A ios tres días de m archa, que m ás bien
era ascensión, por terrenos muy quebrados, a la
m eseta en cuyo centro se form a la cuenca del lago
Nguezi, saJimos por fin dei in acabable bosque, y
pudimos reposarnos bajo la bóveda del cielo ; mas
mis fuerzas estaban tan quebrantadas, que ni aun
tuve ánimo para m irar a las estrellas ni p ara ele­
var la debida, acción de g racias por haber escapado
con vida, aunque moribundo, de aquellos sombríos
panteones en que todo parece vivir p ara engendrar
el silencio y la muerte.
Cuando me resignaba ya a m orir y pensaba to­
m ar algunas disposiciones p ara aseg u rar el porve­
n ir de los infelices accas, uno de éstos se me pre­
sentó trayendo cogido entre el pulgar y el índice,
por una de las pastas, cual bicho extraño y peligro­
so, un libro que me enseñaba, como preguntándom e
si aquello era anim al, vegetal o m ineral. Yo tomé
con ansiedad el libro y vi que era un B ib lia en in ­
glés, y que, a ju zg ar por unas lín eas m anu scritas
en la portada, pertenecía a un m isionero de alguna
de las misiones protestantes próxim as. Reanim ado
un instante por tan feliz hallazgo, ordené a los
accas que recorrieran todo ei territorio en diversas
direcciones, p ara ver si se encontraba en él algún
hombre b lan co ; y fué tal mi fortuna., que a las dos
horas poco más volvió el rey Bazungu acom pañado
de un blanco, ai que seguían varios hombres a r ­
mados de fusiles. Jira mi visitante un H ércules por
Jo recio y musculoso de su constitución, y bajo su
23
354 ÁNGEL GANIVET

m irad a dura e im pasible p arecía ocu ltar un alm a


bondadosa, puesto que instintivam ente in sp irab a
confianza y sim patía, y el instinto r a ra vez se equi­
voca en su prim er movimiento. A mis saludos y
preguntas en su lengua, respondió ser, en efecto,
el dueño del libro extraviado, y venir a ruego de
los accas, sin comprender apenas lo que éstos h a­
b ían querido decirle. Viéndome postrado en el sue­
lo, abatido por la fiebre, se felicitaba del encuentro
y se o frecía am istosam ente p ara cuanto fuese me­
nester. Yo le declaré que me h allaba a las puertas de
la m uerte (cosa que él claram ente veía sin que yo
se lo d ije r a ) ; pero que mi natu raleza era tan dura
y vigorosa, que, si pudiera tom ar algunas dosis
de quinina, aún podría ser que lev an tara la
cabeza.
E l m isionero se apresuró a contestarm e que tenía
establecido a corta d istancia un gran tembé donde
había todo género de provisiones y artícu los de co­
m ercio, y que no ten d ría inconveniente en abaste­
cerm e de todo cuanto yo n ecesitara a cam bio de
m arfil. Y diciendo esto no ap artab a sus ojos del
montón de dientes de elefante, como si se ex trañ ara
ile ver ju n ta y en poder de un solo hombre y en
estos p arajes, trillados por los m ercaderes árabes,
tan asom brosa colección. Yo accedí de buen grado a
Ja perm uta propuesta, y en la tarde de aquel día,
la m itad y un poco m ás de mi caudal, h asta un m i­
lla r de defensas, h abía pasado a poder del m isione­
ro o com erciante, a cam bio de un paquetilo de qui­
n in a, seis botellas de coñac, tres piezas de teJa de
colores muy subidos, y un vestido, y a usado, con
el que pude cubrir mi desnudez.
LA. CONQUISTA DEL REINO DE MAYa 355

E l m isionero o com erciante siguió viniendo todos


los días, pues esperaba el. regreso de dos de sus
hombres p ara levan tar el tembé y d irigirse a la
costa, 110 sé si por el Uganda o si por el Caragüé.
P o r él supe que me encontraba cerca del Mpororo,
no muy lejos del riachuelo de este nom bre y del lu ­
g a r donde me separé do la carav an a de U le d i; que
la cuenca del Nguezi era a la sazón el punto donde
confluían las esfei'as de influencia del Estado libre
del Congo, Alem ania e In g la terra , y que existían
y a muchos establecim ientos europeos en el A frica
Central. En estas conversaciones, el m isionero o
com erciante me m anifestó su extrafieza ante la im ­
previsión e insensatez con que yo me había a r r o ja ­
do, solo y sin defensa, en el centro del Continente
africano, entre pueblos tan salv ajes y tan poco res­
petuosos de la vida de los europeos.
—Aunque mi proceder fu era tan insensato como
os parece—Je contesté con cierta arro g an cia (pues
con el empleo de la quinina ib a poco a poco recu ­
perando mis fuerzas)—, yo no sabría seguir otro
m ás prudente, porque, aunque indigno, soy descen­
diente de aquellos conquistadores españoles que j a ­
más volvieron la vista atrás p ara exam inar los pe­
ligros vencidos, ni precavieron la im posibilidad de
vencer los que se presentasen, ni pensaron en
asegu rar la retirad a, siendo, como era, su idea úni­
ca, avanzar siempre, si la m uerte no les obligara a
caer. Justo será que los m ercaderes, que no buscan
más que la g an an cia m aterial, cuiden de salir a
salvo con la vida, sin la que sería poco apetitosa la
riq u e z a ; pero el héroe del ideal dobe h uir de esas
soluciones prosaicas, 110 m irar más que de frente,
356 ÁNGEL GANIVET

concebir una em presa de tal modo ligad a con su


vida, que o am bas sean glorificadas en la victoria,
o perezcan ju n ta s en el vencimiento.
E l m isionero o com erciante se sorprendió de que
yo fu era esp añ o l; porque, fundándose en cierto
aire desdeñoso con que yo le h abía m irado al devol­
verle la B iblia, me había tomado por católico irla n ­
d és; y acaso este erro r suyo contribuyera, en gran
parte, a que con tan ta habilidad y prontitud me ex­
tra je se los mil dientes de elefante. A su ju icio, mis
ideas eran fan tásticas y d isp aratad as, e im propias
de nuestro tiempo. —Nadie duda— me decía—de la
utilidad de las misiones p ara la conquista y civili­
zación de los pueblos a fric a n o s; pero ¿quién sería
el osado que ¡m entase predicar a estos salv ajes sin
contar con el apoyo de la fuerza? Si nos confiáse­
mos al am paro exclusivo de Ja p alab ra divina, la
conversión de cada negro, aun excluidos los an tro ­
pófagos, co staría la vida a media docena de pre­
dicadores.
—Aunque así fuese—le replicaba yo— , aunque hu­
biera que lam entar la pérdida de tan tas vidas hu­
m anas, 110 v a cila ría en d arlas, y Jas d a ría gusto­
so, en cam bio de las del último y m ás despreciable
antropófago, sacrificado en nombre de la civiliza­
ción. E n e] apostolado hay que atender a la reden­
ción de Jos m iserables, pero no olvidar la dignifica­
ción de los ap ó sto les: el m artirio de un millón de
m isioneros no re b a ja , mucho más que y a lo está,
la condición de los salvajes, m ientras que la m uer­
te de uno solo de éstos destruye en absoluto ia base
m ism a de Ja civilización que se inten ta inculcarles.
Ai enseñar, son dos los que deben levan tar el espí­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 357

ritu a Jas a ltu r a s ; cabe aún que, por rebeldía del


inferior, sea uno so lo ; pero que aquel que blasone
de apóstol y se lance resueltam ente a la predica­
ción de su fe, cuide más de probarla con su propio
sacrificio que con ia conquista de gran núm ero de
adeptos, y no espere que éstos sean leales, si los lia
catequizado desde una fortaleza. H asta los hombres
m ás salv ajes saben adorar el ideal cuando lo ven
simbolizado en el sacrificio de otros hombres que,
pudiendo em plear la fuerza, se ofrecen en holocaus­
to por la hum ana fraternidad. Si nuestro ideal no
nos insp ira el sacrificio de nuestra vida, no es dig­
no y a de que nos molestemos en propagarlo o im ­
ponerlo a los demás hom bres; y si no es tan puro
que se acomoda a aliarse con vulgares intereses,
vale m ás prescindir de él y no deshonrarlo aún m ás
con los crím enes cometidos por la am bición de Ja
riqueza o del poder. ¿Quién será tan menguado que
se im agine a Jesú s explicando alguna de sus adm i­
rables p arábolas, y sacando luego un variado su r­
tido de b a ra tija s p ara venderlas a buen precio a
sus oyentes? Y ¿quién hubiera depositado su fe en
Jesú s si, luchando contra sus enemigos o salván ­
dose con sus parciales, hubiera rehuido la g ran prue­
ba que, engrandeciéndole a él, ennoblecía al resto
de la hum anidad? ¡ Grave error es creer que los
triunfos p arciales conduzcan al triu nfo final, por­
que es ley eterna que la victoria definitiva sea siem­
pre de los vencidos!
Con estos y otros discursos pasábam os el tiem p o;
y si bien yo no lograba convencer a mi interlocu ­
tor, me h acía respetar m ás de los accas, asom bra­
dos de oírme h ablar en una lengua que ellos no
358 ÁNGEL GANIVET

com prendían. Algunos días tran scu rriero n sin que


el m isionero o com erciante me hiciera su visita
acostum brada, y yo supuse que estaria muy ocu­
pado en la organización de su ca ra v a n a ; nunca
pudo ocurrírsem e que la fatalid ad le tuviera predes­
tinado p ara un fin tan trágico como el que tuvo.
Mis accas reco rrían con frecu encia las colinas y
bosques inm ediatos a nuestro punto de parad a con
objeto de recoger o com prar v ív ere s; y un día, de
vuelta de una la rg a expedición, me tra je ro n la te­
rrible e inesperada n o tic ia : u nas bandas salvajes,
establecidas recientem ente en el pais, habían sor­
prendido en los alrededores de Quiquere al hombre
blanco y a algunos servidores que ie acom pañaban
en su excursión, y los habían hecho p risio n e ro s; las
gentes de la com itiva habían sido libertad as por su
cualidad de indígenas, y bajo prom esa de entregar
varios fusiles y cierta cantidad de pólvora; pero el
jefe h abía sido decapitado después de su frir g ran ­
des tortu ras, y su cuerpo h abía servido p ara cele­
b ra r un gran festín.
Según parece, algu nas tribus del Niam-Niam, aco­
sad as por el ham bre o por otras tribus enem igas,
h abían abandonado su territorio e invadido la re­
gión situad a a i Sur de la E cu ato ria, donde todo
lo asolaban con sus correrías. Una de estas bandas
de Niam-Niam había descendido h asta las inm edia­
ciones del lago Nguezi, m ás que por propia deci­
sión, em pujada por los h abitantes de los territorios
invadidos, y acam paba cerca de Quiquere, cuando
mis accas acertaron a alarg arse h asta allí, a tiem ­
po de presenciar, escondidos en el bosque, la h o rri­
ble m atanza y el banquete antropofágico de los sal­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 359

v ajes. Cuando los accas me describieron la angus­


tiosa escena, im itando con sus gestos, m ohines y con­
torsiones la rab ia im potente y la desesperada ago­
n ía de la víctim a, el crispam iento am enazador de
sus brazos atléticos, su m irad a suprem a a los cie­
los im pasibles, sentí proíunda piedad por el m isio­
nero o com erciante, y me apresuré a levantar el
campo antes que se nos echasen encim a tan fam é­
licos huéspedes. Carne, a decir verdad, yo no te­
n ía ninguna, pues m ás que hombre era u na momia,
y podía confiar en que los antropófagos me despre­
cia ría n y no in ten tarían roerme los h u e so s; m as los
accas liabían entrado tam bién en tierra de miedo,
y deseaban huir de aquellos p a ra je s, y yo aprove­
ché tan buenas disposiciones p ara proseguir mi pe­
nosa m arch a hacia la ansiad a liberación.
Mi deseo hubiera sido dirigirm e a pie h asta Yam-
buya, im portante estación en el Aruvimi, vender
el m arfil que me quedaba, despedir a los accas,
aconsejándoles que volviesen a B anga, y dándoles
en especies algún socorro p ara el cam ino h asta el
Nguezi y tom ar yo la vía fluvial h asta Bom a, don­
de me em barcaría p ara las C anarias. P ero la pre­
sencia en el territorio del Estado libre congolés de
los bandidos de Niam-Niam me hizo cam biar de
ideas y de rumbo y em prender la m arch a h acia
el U jiji, con ánimo de establecerm e en los alrede­
dores del T an g an yica, h asta que, com pletam ente
restablecido, pudiera continuar el viaje a Z an­
zíbar.
L a im presión que me produjo el relato mímico de
los enanos, unida a los recargos de la fiebre y a las
penalidades de n uestra precipitada m archa, infm-
ÁNGEL GANIVET

yó , sin embargo, tan desastrosam ente sobi’e mí, que


desde entonces no acerté a darme cuenta del camino
que seguíamos, ni puede decirse que estuviera en
mi ju icio c a b a l; 110 recuerdo ninguno de los m il
incidentes que debieron ocu rrim os desele el d ía que
abandonam os nuestro cam pam ento de! Nguezi, h a s­
ta aquel en que volví a mi estado norm al y me
encontré en S a n ta Cruz de Tenerife, en un san ato ­
rio o ca sa de salud destinada especialm ente a asis­
tir a los enfermos de fiebres african as, que antes de
volver a Ruropa desean restau rarse un poco con
ayuda del suave clim a de C anarias.
Sólo he llegado a reconstru ir de una m anera vaga
el tipo de un etnólogo alem án, de perfil judaico, con
quien me reuní en el U jiji y por cuya m ediación
vendí las pocas defensas de elefante que se habían
librado de los saqueos de que fuimos víctim as por
parte de los pueblos deí cam ino, los cuales no per­
m iten el paso si no se les paga un derecho de peaje,
tanto m ás fuerte cuanto más débil es el viajero .
Asimismo creo record ar que en una misión estable­
cida al Su r del Ufipa me incorporé a una expedi­
ción, a cuyo frente venía un hidalgo cap itán de la
m arin a portuguesa, y cuyo objeto era explorar el
A frica Central, desde Mozambique a San P ablo de
Loanda, pasando por el Nvanza, por el lago Tan-
g anyiea y por Cazongo. A ambos providenciales en­
cuentros soy deudor, sin duda, de lm ber escapado
con vida de tan larg as y arriesg ad as peregrinaciones.
Ni olvidaré tam poco m encionar el movimiento de
terro r que se apoderó de mí cuando, al recu perar mi
ju icio, vi distintam ente los prim eros hombres blan ­
cos, en quienes m is ojos, hechos ya a la vista de
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 36Í

los africanos, creían descubrir cadáveres moviéndo­


se corno sombras.
Una vez que me encontré con fuerzas p ara mo­
verme, sin esperar m ás me em barqué con destino
a E spaña, deseoso de volver al seno de mi fam ilia,
que debía darme y a por muerto después de tantos
años de ausencia. Mi pensam iento no cesaba de
form ar conjeturas, y a veces mi corazón se angu s­
tiab a con tristes presentim ientos; pero no quise h a ­
cer preguntas ni averiguaciones, sino verlo todo
por mis propios ojos, presentándom e de improviso
por la s puertas de mi casa. Y quizás si me hubiese
estado en C anarias b asta recibir noticias de los
míos, y hubiera sabido allí el cruel desencanto que
me aguardaba, en vez de seguir h a sta Europa, re ­
g resara a A frica a m orir entre mi fam ilia negra, en
la que volvía a concentrar m i cariño al faltarm e la
de mi prim er amor. L a n oticia de mi desaparición
y de mi m uerte, desfigurada ai principio y confir­
m ada después por varios conductos fidedignos, ha­
bía costado la vida a mi padre, que se cu lp a­
ba a sí mismo de lo ocurrido por el empeño
con que me h abía apartado de la ca sa y lanzado in ­
voluntariam ente en mi peligrosa vida a v e n tu re ra ;
y poco después a mi madre, herida en su m ás en tra­
ñable afecto. Sólo sobrevivía mi herm an a menor
y ú nica, y aun esta había sufrido todo género de
infortunios. Casada con un agente de B o lsa de M a­
drid, su marido, después de g astarle todo cnanto mis
padres la habían dejado, se h abía comprometido
h asta el extremo de tener que suicidarse por salvar
siquiera el buen n o m b re; y mi h erm ana h abía que­
dado en la m iseria con una h ija de pocos años, y
362 ÁNGEL GANIVET

continu aba viviendo en Madrid, soia con sus apu­


ros y sus am arguras.
Decidí, pues, irm e a vivir a su lado p ara acom ­
p a ñ a rla y ayu d arla con lo que yo pudiese g anar.
E l m atrim onio me estaba vedado, porque, prohibi­
da en E sp añ a la poligam ia, yo no me hallaba dis­
puesto a su frir las incom odidades que lleva con­
sigo la posesión de una sola m u je r; me pareció pre­
ferible ce rrar la h isto ria de mi vida de progenitor,
d eja r apagarse las cenizas de mis pasiones a fric a ­
nas, y consag rar todo mi cariño a m i sobrinilla, a
la que encontraba g ran parecido con nú hijo Jo si­
m iré,
Sólo me debía preocupar en adelante el triste
problem a de la m anutención, el cual era p ara mí
casi insoluble por haber perdido la b rú ju la y h a­
llarm e en mi país tan desorientado como si jam á s
h ubiera vivido en él. P a r a los negocios me in ca p a ­
citab a el 110 tener cap ital ni cré d ito ; p ara la polí­
tica o el periodismo, el 110 saber d istinguir a unos
hom bres políticos de otros, ni siquiera este de aquel
p a rtid o ; p ara la abogacía, el haber olvidado casi
todas las leyes que aprendí y haber caído en des­
uso las pocas que recordaba. Y aparte de esto, la
contraried ad de tener el hígado echado a perder
y esta r casi siem pre de m alísim o hum or. E n tal
apuro, no fué escasa fortu na que la protección del
diputado de mi distrito, antiguo criado de mi casa,
me proporcionara un destino de ocho m il reales en
la D irección de la Deuda, en u na de cuyas oficinas
me propuse, si me d ejaban, p asar el resto de mis
m iserables días. Allí, con papel, tin ta y plum as del
Estado he ido urdiendo esta relación de mis aven­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 363

tu ras y descubrim ientos, destinada en un princi­


pio a quedar m anuscrita, p a ra uso reservado de
m is parientes y escasos amigos, y publicada sólo
porque así me determinó a h acerlo un sueño que
tuve, y que me pareció de buen augurio.
SUEÑO DE PIO CID

H allábam e, no sé cómo ni por qué, paseando a


la s a ltas horas de la noche por uno de los patios
del m onasterio de E l E scorial, cuando se me acercó
un hombre de m ediana talla, de rostro agresivo, su
complexión toda aguileña, en quien creí descubrir
algu na sem ejanza con un retrato de H ernán Cortés
que, allá en. mi niñez, recordaba yo haber visto.
Aquel hombre o fantasm a me saludó fam iliarm en ­
te, como si de muy antiguo me conociera, y sin ro­
deos ni. preám bulos entabló conmigo el diálogo si­
guiente :
—No he querido p asar por estos lugares sin es­
trech a r tu mano en prueba de am istad, y sin acon­
seja rte que des a, luz la h istoria de tus descubri­
mientos y conquistas, de la que nuestra pobre pa­
tria está en g ran m anera necesitada,
—No sé si dar las g racias o entristecerm e y afli­
g ir m e -d ije yo con un movimiento de desconfian­
za, y retirando mi mano con modestia no exenta de
orgullo— ; porque me hallo indigno de m erecer es­
tím ulos que parecen venir de tan alto, y temo ser
víctim a de un ensueño engañoso. ¿C uáles son mis
366 ÁNGEL GANIVET

hazañas y mis conquistas? ¿Qué nuevo im perio he


colocado yo bajo el dominio de E sp añ a? ¿A qué
am istad soy acreedor yo, pobre diablo, que tra s mil
aventuras incoherentes e infru ctuosas, tengo que
vivir a expensas de la caridad del Estado, de u na
lim osna d isfrazada de sueldo, soportando hum ilde­
mente que mis superiores jerárq u ico s, que en M aya
no servirían ni p ara m nanis, me reprendan cuando
llego a la oficina con retraso, o cuando dedico a
componer mis M em orias los ratos perdidos, que
otros consagran a h ablar de lo que no saben o a
contem plarse m utuam ente?
— Si algu na hum illación hubiera en lo que dices,
recaig a toda sobre Ja sociedad degenerada, que no
sabe conocer a sus h o m b res; y si faltó a tus triu n ­
fos la glorificación exterior, échese toda la culpa a
la fatalid ad , que nos tra jo a tan com pleta ru in a.
E n cuanto a ti, ¿qué pudiste b acer m ás? Los más
descollados conquistadores necesitaron de au x ilia ­
res, pocrs o muchos, pero algunos, p ara a.cometer
sus emp; esas, en tanto que tú fuiste solo, y solo ter­
m inaste la pacífica conquista de m uchas tierras y
de mucb is y varias gentes, y aun te bastaste p a ra
fundar u 7 num eroso plantel dinástico, que durante
m uchos i iglos prolongará tu dominación.
— Quier > creer que todo eso sea verd ad ; pero,
aun así, ¡onsidero mi obra más como capricho de
mi fantas. a que como real y positiva creació n ; por­
que homb. es somos, y p ara que nuestras obras sean
hum anas ’ian de ser conocidas de otros hombres, y
mi conqui ;ta quedará ignorad a de todo el mundo
por haberlo faltado dos im portantes d etalles: la su­
misión dei rey Josim iré a la soberanía de España,
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA

y el solemne reconocim iento de las potencias. ¿A


qué bueno pueden servir esos descubrim ientos y
esas conquistas, que no traen consigo ningún pro-
vecho, ni siquiera un cam bio en la composición de
los m apas?
—Y ¿en qué libro está escrito que las conquistas
deban producir provecho a los conquistadores? ¿Qué
utilidad tra je ro n a E sp añ a las grandes y glorio­
sas conquistas de todos conocidas y celebradas?
E llas se llevaron nuestra sangre y n uestra vida a
cam bio de humo de gloria, ¿Qué significa n i qué
vale un siglo, dos o cuatro de dom inación real, si
ai cabo todo se desvanece, y el m ás poderoso y el
más noble viene a quedar el m ás abatido y el m ás
calum niado? Quizá n uestra p atria hubiera sido m ás
dichosa si, reservándose la pura gloria de sus he­
roicas em presas, hubiera dejado a otras gentes m ás
prácticas la misión de poblar las tierras descubier­
tas y conquistadas, y el cuidado de todos los b ajo s
menesteres de la colonización. P o r esto tu conquis­
ta me pai’ece m ás adm irable. No será útil a E sp a­
ña, ni debe s e r lo ; pero es gloriosa y no h a exigido
dispendios, que en nuestra pobreza no podríamos
soportar. Los grandes pueblos y los grandes hom­
bres, pobres han sido, son y se rá n ; y las empre­
sas m ás grandiosas son aquellas en que no in ter­
viene el dinero, en que los gastos recaen exclusi­
vamente sobre el cerebro y el corazón.
—Yo tam bién me entusiasm o m ás con las glorias
sin provecho, que con los provechos sin g lo r ia ; m as,
a decir verdad, mis aventuras no sólo lian sido in ­
útiles, sino que no au m entarán en un adarm e la
gloria de maestra gloriosísim a n a c ió n ; porque care­
368 ÁNGEL GANIVET

ciendo, como carezco, de pruebas docum entales en


que apoyarlas, aunque me determine a darlas a luz,
¿quién, por los tiem pos que corren, las to m ará por
verdaderas?
—He ahí u na razón que debe decidirte sin m ás
réplicas a seguir mis consejos. N unca es m ás opor­
tuna la verdad que cuando se sospecha que no ha
de ser creída. El genio de la acción tiene mucho
que penar si nace en naciones decadentes, porque
necesita del concurso de las fuerzas nacionales, y
cuando éstas faltan, la s em presas m ejor concebi­
das se quedan en el mundo de lo im ag in ad o ; pero
el genio de la idea tiene siempre el campo expedito
p a ra concebir y p ara crear, y debe cum plir su mi­
sión con tanto m ás celo cuanto m ayor sea la sor­
dera y la ceguedad de ios qiíe ]e rodean. Si Cervan­
tes, el m ás poderoso y universal héroe que yo des­
cubro en n uestra raza, viviera en estos tiempos r a ­
quíticos, de seguro que no tendría ocasión de que­
darse manco, a no ser que el pobre se cayese por
las escaleras de algún quinto p iso ; pero no d eja ría
de escribir su Don Quijote p ara señ alarn os a qué
altu ra podemos llegar cuando huimos de las grose­
ra s y vulgares aspiraciones que co n trarían nuestra
natu raleza y nos ap artan de nu estra congénita au s­
teridad.
—P ero ¿cómo me atreveré yo a rem ontar mi es­
píritu a esas altu ras ideales, si con ios pies firmes
en ei suelo, con sólo fija r el pensam iento en esas
grandezas, se me desvanecen todos los sentidos? Yo
adoro y reverencio a, ios héroes inm ortales que, en­
señoreados de toda la Creación, lo mismo escriben
una epopeya con la plum a que con la esp ad a; sin
L a c o n q u is t a del r e in o de maya 369

em bargo, en mi pequeñez, tan desm esurados ejem ­


plos me oprimen, me descorazonan y me quitan los
pocos ánimos que tengo p ara acom eter em presas
lite ra ria s. Quizás haya en mí algo de eso que tú has
llam ado genio de la acción, y en otra época o en
otro país hubiera podido figurar dignam ente entre
los hombres más resueltos, m ás atrevidos y m ás
a u d aces; pero mis medios pacíficos de expresión
son muy pobres. Sólo he parecido elocuente en
M aya por el prestigio de mi antecesor Arimi, y sólo
en aquel país, casi salvaje, llegué a escribir m edia­
nam ente, porque su lengua contiene pocas palabras,
y de éstas ninguna inútil. Mis M emorias no con­
tendrán, pues, m éritos de form a, y por lo que hace
al fondo, tengo tam bién mis d u d as; pues la m ayor
parte de los que llegaran a leerlas me cen su rarían
por haber sacado a los m ayas del estado de paz
en que mal o bien iban viviendo, p ara in iciarles en
los peligrosos secretos de la civilización.
—No te im porte la opinión de los demás y atente a
la tuya propia. Los verdaderos escritores 110 buscan
el placer en la obra te rm in a d a ; el placer está en el
esfuerzo, no en la obra, porque ésta es siem pre des­
preciable p ara el que la compuso. Quédese p ara la
muchedumbre, en la cual existe un fondo perm anen­
te de salvajism o, la adm iración de los hechos con­
sumados. Los m ayas eran felices como bestias, y tú
les has hecho desgraciados como hombres. E sta es
la verdad. E l salvaje am a la vida fácil, en contacto
directo con la N aturaleza, y rechaza todo esfuerzo
que no tiene utilidad p e re n to ria ; el hombre civi­
lizado detesta, quizá con motivo, esa vida natu ral,
y halla su dicha en el esfuerzo doloroso que le exi­
24
ÁNGEL GANIVET

ge su propia liberación. Conquistar, colonizar, civi­


lizar, no es, pues, otra cosa que infundir el amor
al esfuerzo que dignifica al hombro, arrancándole
del estado de. ignorante quietud en que viviría eter­
nam ente. Yo veo pueblos que adquieren tie rra s y
destruyen razas, y establecen ind ustrias, y explotan
hom bres; pero no veo y a conquistadores desintere­
sados y colonizadores verdaderos. Así, tu. obra es
m ás bella. Porque tú saliste de M aya como entraste
(salvo lo del tesoro de m arfil, que allí no h acía
ninguna falta, y a ti te era indispensable p ara el
ca m in o ); am oldaste tu vida a la de] pueblo que ibas
a regenerar, p ara que tus ideas parecieran como sa ­
lidas del seno de la m ism a n a c ió n ; fuiste introdu­
ciendo con habilidad los gérmenes de 1a reform a, la
levadura que h abía de hacer ferm en tar el espíritu
de los m a y a s; y en vez de destruirlos tú, les diste
los medios necesarios p ara que ellos entre sí se des­
truyeran, p ara que el placer que en ello recibieran
les llevara de la mano a la cumbre de la civiliza­
ción. M orirán muchos, sin duda, pero n acerán más,
porque en los estados poligám icos, si quedan a sa l­
vo las m u jeres, pocos hombres b astan p ara que la
especie se propague; y tú estuviste inspiradísim o
decretando que las m ujeres fuesen irresponsables y
Libres de la acción destructora de la ley penal.
—Hay, sin embargo, un punto en el cu al mi con­
ciencia 110 me ab su elv e: el de los sacrificios. Cuan­
do veo el respeto casi supersticioso que en Europa
se tiene a la vida de los hombres, las p ro lija s for­
m alidades que están en uso p ara im poner la últim a
pena, me horrorizo recordando la serenidad, por no
decir la frescura, con que yo les separé la s cabezas
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 371

de los troncos a las ciento cincuenta y cinco nueras


de la reina Mpizi, junto a la gruta de 'Bau-Mtiu.

—No comprendo ese h o r r o r ; antes estoy conven­
cido de que el progresivo envilecim iento de las n a ­
ciones cultas proviene de su ridiculo respeto a la
vida. E l principio jurídico fundam ental no debe
ser el derecho a la vida, sino ei derecho al ideal,
aun a expensas de la vida. Yo repruebo resu elta­
mente ei sacrificio de vidas hum anas si los móviles
del sacrificio son ei engrandecim iento p asajero de
este o aquel país, las disputas sobre propiedad, ju ­
risdicción, suprem acía y demás mezquindades en
que los hombres se interesan. Tal es tam bién tu
sentim iento, puesto que, habiendo asistido im pávi­
do a mil degollaciones en M aya, estuviste a dos de­
dos de perder el juicio sólo de oír a los accas el
relato de una decapitación y un festín, en los que
no tenías arte ni parte. P ero el noble sacrificio de
las m ujeres de M ujanda en aras de su fidelidad con­
yugal, o la m uerte en las corrid as de búfalos, tan
bella, tan artística, parécem e que, lejos de degra­
dar a l hombre, le ennoblecen mucho m ás que su des-
mesurado apego a la vida y su cobarde aspiración a
term in arla en un lecho, agarrad o h asta el fin a los
jirones de carne que le emponzoñan e! espíritu con
su fétida em anación. Amable es la v id a; pero ¿cu án ­
to m ás am able no es el ideal a que podemos ele­
varnos sacrificándola? De igu al suerte, con ser la
B ib lia libro de tantos quilates, yo no v a cila ría en
destruir el único ejem plar que existiese en el mun­
do si h abía de servirm e p ara prender fuego a ta n ­
tas ciudades degradadas del presente o deí porve­
nir. Yo amo a los hom bres; si me dieran el mando
372 ÁNGEL GANIVET

de grandes ejército s p ara em prender nuevas con­


quistas y p ara triu n far en nuevos com bates, lo re ­
ch azaría, porque creo que ha llegado la hora de
que cese la eterna disputa, el viejo afán del efím e­
ro p o d er; pero no v a cila ría en ponerme al frente de
hordas am arillas o negras que por Oriente o por Me­
diodía, como invasores sin entrañas y profetices ver­
dugos, cay eran sobre los pueblos civilizados y los
d estruyeran en grandes m asas, p ara ver cómo, en­
tre los vapores de tanta, sangre vertida, brotaban las
nuevas flores del ideal hum ano. En el paso de la
b arb arie a la civilización se encuentran siempre
las m ayores crueldades de nuestras historias ,
como p ara in d icar que esa eflorescencia de los id ea­
les exige un riego abundantísim o de sangre de hom­
bres. Y lo que hoy llam am os civilización, bien pu­
diera ser la b arb arie precursora de otra civiliza­
ción m ás p e rfe c ta ; así como en M aya la aparente ci­
vilización de hoy es sólo el anuncio de un esplendo­
roso porvenir, al que la nación cam ina con paso
firme b ajo la dura m ano de tu hijo Josim iré.
— ¡M i h ijo Jo sim iré! ¿T ú 1c has visto? ¿Qué no­
ticias de él puedes darm e, ya que tan bien enterado
p areces de lo que ocurre en aquellos lejan os países,
en donde yo vivo casi siem pre en pensam iento?
Creo tener de continuo delante de mis ojos todas
aquellas figuras conocidas, y la p rim era de todas
la del tierno Josim iré, enano y gordinflón, seme­
ja n te a un botijo.
—A pesar de su m ala presencia, Josim iré es un
rey que asom bra. Con varios que h ubiera en A fri­
ca de su temple, la suprem acía de Europa no lo pa­
s a ría muy bien, Al lleg ar a su m ayor edad, com­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 373

prendiendo con ra ra intuición el alcan ce del m atri­


monio entre sus herm anastros, el elocuente Arimi y
la cabelluda V itya, decidió no acep tar m ujeres in ­
dígenas y tomó por esposas a todas sus herm an as­
tras, para conservar en lo posible la superioridad
de la s a n g re ; y como adem ás de gran rey es hom­
bre limpio, ha designado como favorita a la h ija
m ayor de la glotona M atay, tan hábil como su m a­
dre en el lavado de las túnicas. Pero el alm a de
palacio y el tiran o de la moda en todo el país es
la flaca Quimé, ahora en el apogeo de su belleza. L a
pobre Memé está ya muy alicaíd a, y la rein a Mpizi
continúa con sus devaneos amorosos. Tam bién vive
en el palacio real, aparentem ente como sierva del
rey, la rein a Muvi, que es ahora, como siem pre, un
modelo de madres.
—Entonces, ¿no existe ya el reino de B an ga?
— Sí existe, y muy próspero y celebrado por la
perfección de sus tú nicas de colores. E l prim ogéni­
to de E nchú a es hoy uno de tantos reyezuelos m a­
yas, por haberlo así dispuesto Josim iré en su p ri­
m er v ia je a Rozica,. Entonces fué cuando tuvo lugar
su entrevista con la rein a Muvi, de la que salió que
ésta viniese a vivir en la c o r te ; no fué ella la p ri­
m era, pues m uchas enanas se hablan introducido
subrepticiam ente en el país, y habían hallado ex­
celente acogida en todas las ciudades. O tras, las
que tenían esposos o hijos, continuaron viviendo en
B a n g a en estrechas relaciones con Rozica, y contan­
do siempre con la benevolencia del generoso reye­
zuelo y poeta Uquindu,
— Desde luego suponía que los accas del bando
dei experimentado Batué, guiados por su olfato
374 ÁNGEL GANIVET

amoroso, volverían sin tropiezo junto a sus am adas


esposas; pero los otros, Jos de Bazungu, desorienta­
dos y en medio de pueblos enemigos, ¿qué se han
hecho? ¿Dónde viven, si viven?
—Viven, y han. hecho g ran fortuna como eunucos
de los harenes de los jrafes europeos que gobiernan
las diversas estaciones del antiguo su ltanato de
Zanzíbar. Estos jefes, pasado el. prim er ímpetu gue­
rrero, y no llegados aún a la últim a v m ás indig­
na fase de la colonización, la explotación com ercial,
se h allan en el período que pudiera, llam arse eróti­
co, el m ás helio de todos. Su afición actu al es el
m ejoram iento de la raza por el sistem a más reco­
mendado de los antrop ólogos: el cruce. Tenían,
pues, g ran necesidad de eunucos que m antuvieran
el orden en sus bien repletos harenes, y los accas
llegaron a tiempo de salvar a otros infelices pre­
destinados a la m utilación. K1 que los introdujo fué
tu com pañero de viaje, el etnólogo alem án, que, de
vuelta del Ufipa, mostró algunos de ellos como ejem ­
plo nuevo y nun ca visto de tribus p racticantes de la
poligam ia, que someten a. la castración a. todos los
varones, excepto algunos privilegiados, haciendo re­
sa lta r el hecho curioso de que esas tribus, que pa­
rece debían ser más pusilánim es, eran valentísim as,
a ju zg ar por la variedad de arm as de guerra que en
poder de las m ism as h ab ía encontrado. No todos los
accas, sin embargo, han tenido colocación como
eu n u co s; m ás de doscientos están aún en el Ufipa,
de soldados m ercenarios de la rein a viuda, a quien
les recom endaste antes de abandonarlos e incorpo­
ra rte a la expedición portuguesa. La buena suerte
de Bazungu ha querido que éste sea rey por cu ar­
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 375

ta v e z ; pues la rein a viuda le h a aceptado como es­


poso, p ara d ar una prueba patente de fidelidad a
la m em oria de su prim er m arido.
—Mucho me alegran esas noticias, poique los ac­
cas se condujeron conmigo con una lealtad digna
de las más altas recom pensas. Y ahora se me ocu­
rre otra duda, a s a b e r ; si los regentes de Josim iré
continúan en sus puestos después que éste ha lle­
gado a la m ayor edad.
—No siguen de regentes, pero form an parte del
consejo de los uagangas, el cual se compone ah ora
de nueve miembros. EL zanquilargo y y a decrépito
Quiyeré hace de presidente, y de secretario el inim i­
table calígrafo M izcaga. Aparte de esto, ha habido
otros cam bios. E l consejero Lisu cerró p ara siem­
pre sus espantados ojos, y ha sido sustituido, como
consejero y director de la banda m usical, por tu
grande amigo, el. valiente Ucucu, p ara que la re­
voltosa y glotona M atay, que es su actu al favorita
y su ojo derecho, pueda vivir en la corte al lado de
la reina, su h ija . Tam bién m urieron el viejo y hon­
rado Mcomu y el hum anitario R acu zi; y como el
listísim o e influyente Sungo no tenía más h ijo s que
colocar, han sido creados reyezuelos dos de sus so­
brinos : uno, hijo del mímico Catana, y otro, hijo
de M judsu, el de la trom pa de elefante, juntam ente
con el hábil nadador Anzú, que actualm ente gobier­
n a Ruzozi, su ciudad n a ta l. E l n arilarg o Monyo está
en la fiel Mbúa, y el veloz Nionyi en Upala. En
suma, si se exceptúa al cantor Uquindu, que no
quiere sa lir de Rozica, y al corredor Churuqui y al
dormilón Viam i, que continúan en B an gola y Lopo,
no hay reyezuelo que siga en el gobierno en que le
ÁNGEL GANIVET

d ejaste. Y a las demás autoridades les ocurre lo


propio.
—Y de adelantos científicos y artísticos, de reli­
gión, de costumbres, ¿no hay nad a nuevo?
—Hay mucho. E l jefe de los astrónom os de Boro,
Cañé, ha publicado unas tablas astronóm icas. E l
geógrafo Quingani aprovecha los ratos que le d eja
libres la v ieja Mpizi p ara trazar el m apa del país.
H ay muchos y muy notables cantores, y en los fres­
cos prados del M yera se alza una estatu a más, obra
del astuto T s e ts é : la del cabezudo Quiganza, la
cual, desde lejos, parece un lanzón sosteniendo el
globo terráqueo. Los monopolios crecen como la es­
puma y las corridas de búfalos tienen lugar todas
las sem anas y apasionan m ás cada día a todas las
clases sociales. L as in d u strias prosperan que es un
contento, figurando siem pre en prim era linea la fa­
bricación de ru ju s y de alcohol y la venta de fe­
tiches.
—Y mi h ijo prim ogénito, el silencioso Arimi, ¿qué
es de él? ¿S eg u irá al lado de su herm ano en el p a ­
lacio real?
—Allí continúa—contestó la sombra, empezando
a re tira rse—, y es el m ejor y m ás leal consejero
del rey. L a cabelluda V itya le ha hecho padre de
dos h ijo s varones, y el prim ogénito ha sido recono­
cido como príncipe heredero bajo el nombre insubs­
tituible de Arimi, que en M aya es hoy el símbolo
de todas las esperanzas. Tu hijo Arimi os, además,
uno de los jóvenes u agan gas m ás asidu os; dirige
con gran tacto la s deliberaciones del a la derecha y
sobresale en la figura del conejo.
—U na últim a pregunta—dije yo yendo detrás de
LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA 377

la som bra, que comenzaba a desvanecerse— : ¿qué


han hecho cuando se les acabó la escasa pólvora
que les dejé, los cu arenta fusileros, capitaneados
por el prudente Uquim a?
—Se han convertido espontáneam ente en reyes de
a rm a s -s u s p iró el fan tasm a desde lejos— , y son
el ornam ento más precioso de la covte, cad a día
m ás etiquetera y cerem oniosa, de Josim iré.

F IN
ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LJBRO
EN MADRID, EN LA IMPRENTA
DE JUAN PUEYO, EL DÍA
XXIX DE MARZO
DE MCMXXVl11

También podría gustarte