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Por encima de todo, Próspera Muñoz es buena persona.

Durante las últimas décadas,


su hogar –primero en Girona y ahora en Jumilla (Murcia)– se ha convertido en un
trasiego constante de ufólogos, periodistas y aficionados al enigma OVNI que
pretendían saber más sobre las experiencias que le tocó a vivir en un lejano año de
1947. Nunca puso impedimentos, contando su historia tal como la recordaba. Jamás
ganó un solo euro con ello. Al contrario, perdió privacidad y tuvo que hacer frente a las
miradas desconfiadas y a los comentarios escépticos de ciertas personas. Pero siempre
contó con el apoyo de la familia, sobre todo de su compañero José María Semitiel,
fallecido hace algunos años.

Durante uno de mis viajes a tierras murcianas siguiendo la pista de varios casos de
OVNIs, me acerqué a su domicilio para conocer de primera mano tan extraordinarios
sucesos. Esa tarde se encontraba cansada, pero aún así hizo el esfuerzo y volvió a
recuperar esos recuerdos que tanto marcaron su existencia. Las horas volaron y cuando
nos quisimos dar cuenta ya era bien entrada la noche. Esa madrugada regresé a Madrid
con dos convicciones: Próspera decía la verdad y todavía, a pesar del tiempo
transcurrido, buscaba respuestas.

Meses después, a principios de 2016, recibí una llamada telefónica del investigador
alicantino Jorge Sánchez anunciándome que estaba terminando los últimos detalles de
un libro monográfico centrado en las experiencias de Próspera. Numerosas entrevistas
con ella y su hermana Anita –también testigo de algunos de los fenómenos– y dos
años de exhaustivas pesquisas dieron como resultado Contacto entre dos mundos. Las
extraordinarias experiencias OVNI de Próspera Muñoz, publicado por Ediciones
Cydonia en octubre de 2016. Jorge se desplazó en numerosas ocasiones a Jumilla,
visitando junto a la mujer los lugares de los hechos e intentando contrastar todos y cada
uno de los detalles que ésta iba proporcionándole.

«Durante su primer encuentro con los tripulantes del OVNI, Próspera estaba
acompañada por su hermana Anita, cuatro años mayor que ella –me cuenta el autor del
fascinante libro–. Además, su tío Juan también se convirtió en testigo de ciertos
sucesos. Desgraciadamente este último falleció hace tiempo y no pude recabar su
testimonio. Sí lo hizo en numerosas ocasiones el incansable J. J. Benítez, que también
entrevistó a Anita». La hermana de Próspera goza de buena salud, así que Jorge pudo
grabar las horas y horas de conversaciones que mantuvieron en el domicilio de la mujer
en Alicante. Gracias a él, también pude charlar con Anita. Pero no adelantemos
acontecimientos, porque en toda historia conviene empezar por el principio…

Como en otras tantas ocasiones, ese día de verano del año 1947, Próspera, de ocho
años de edad, y Anita, de doce, acompañaban a su tío Juan en sus habituales labores
en el campo. Él se encargaba de cuidarlas porque el padre de las niñas trabajaba en otra
localidad, aunque cada dos o tres días se acercaba al caserío de Jumilla (Murcia) donde
vivían para llevar comida y ciertos enseres necesarios para la vivienda. Cuando ya caía
la tarde, las pequeñas y su tío se acercaron a un caserío próximo al suyo, conocido por
el nombre de La Amacoya, donde solían abastecerse de agua. Mientras el hombre se
afanaba por acaparar el máximo del líquido elemento, las niñas se quedaron a cierta
distancia con sus juegos. Entonces, vieron cómo surgía de una montaña «un
llamativo juego de luces, como una especie de arco iris radiante». Se lo dijeron a
Juan, pero éste, más preocupado en otros asuntos, no les hizo demasiado caso.

El avistamiento se quedó en una simple anécdota, y al día siguiente los tres caminaron
hasta el paraje de Las Tosquillas donde Juan debía encargarse de ciertas labores
agrícolas. Allí se encontraron con un pastor que, entre balbuceos y presa de un gran
nerviosismo, comenzó a relatar que varias de sus ovejas habían aparecido muertas
de un modo terrorífico: alguien les había arrancado los genitales desangrándolas
por completo. «¡Lo más raro es que no había ni una gota de sangre por los
alrededores, nada! ¿Cómo es posible?», clamaba el pastor.

Esa noche, Próspera y su hermana Anita vieron unas esferas rojas que rodaban
por el terreno. «Llamaban la atención por la viveza del color, lo perfectamente
esféricas que eran, como canicas, y la rapidez con la que se movían –relata Próspera
en Contacto entre dos mundos–. Sin pensármelo dos veces corrí tras una de ellas.
¡Tenía que alcanzarla. ¿Qué era aquello? Para mi sorpresa, nada más tocarla sentí una
quemazón tremenda. De hecho, prácticamente toda la palma de mi mano se inflamó y
enrojeció de inmediato». La niña se acercó a su hermana y le enseñó la mano. «Ya te
curaré cuando lleguemos a casa», le respondió. Nada más entrar a la finca, Próspera se
dio cuenta de que ya no la tenía enrojecida ni inflamada. ¡Se le había curado sola!
Aquella noche, Juan, asustado por lo que había relatado el pastor, cerró puertas y
ventanas a cal y canto y dejó fuera a Ligorio, el perro familiar, para que vigilase la
vivienda. De madrugada el animal aulló, lloró y arañó desesperadamente la puerta
de la casa para que lo dejasen entrar, como si detectase alguna clase de peligro
desconocido para él.

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