Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Butler Judith - Cuerpos Que Importan PDF
Butler Judith - Cuerpos Que Importan PDF
Cuerpos
que importan
Sobre los límites
materiales y discursivos
del "sexo"
P a idos
Cuerpos que importan
Sobre los límites materiales
y discursivos del “sexo”
Judith Butler
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
Título original: Bodies that Matter. Olí the Discursive Limits of "Sex"
Publicado en inglés por Routledge, Nueva York, 1993
© 1993, Routledge
ISBN 950-12-3811-3
1. Título - 1 Feminismo-Teoría
cu ltu ra L ib re
Cubierta do Andrea Di Cione
Motivo de cubierta; Muñecas diseñadas porVerónicq Hachmann
1 - e d ic ió n , 2 0 0 2
Quedan rigurosam ente prohibidas, sin )a autorización escrita de los titularás de! copyrig ht, bajo las sanciones estableadas en
las leyes, [a reproducción tuiul o parcial de esta obra pur cualquier medio o procedimiento, com prendidos la repropia fía y el
tratam iento informático, y la distribución de ejemplares de ella m ediante alquiler o préstam o públicos.
ISBN: 950-12-3811-3
índice
A gradecim ientos.............................................................................. 9
Prefacio.............................................................................................. 11
Introducción..................................................................................... 17
P r im e r a p a r t e
S eg u n d a pa rte
DE IA CONSTRUCCIÓN A IA MATERIALIZACIÓN
* Clouet (ropero) es el térm in o con el que se alude a la p rá ctic a del ocultam iento
de las m inorías sexuales [N, de la T.]
17. Eve Kosofsky Sedgw ick, E pistem nlogy n f the Closet, Berkeley, U n iv e rsity of
C alifornia P ress, 1990 [ed. cast.: E pistem ología del arm ario, B arcelona, E diciones
de la T em pestad, 1998.].
18. E ve Kosofsky Sedgw ick, “Across Gendev, A cross Sexuality: W illa C a th e r and
O th e rs”, S o u th A tla n tic Q uarterly, vol, 88, n" 1, invierno de 1989, págs. 53-72,
La teoría innovadora del discurso político ofrecida por Slavoj
Zizek en E l sublim e objeto de la idelogía retom a la cuestión de la
diferencia sexual planteada por Lacan en relación con el carácter
perform ativo de los significantes políticos. La lectu ra de su obra y
el ensayo siguiente sobre la resignificación del térm ino queer son
indagaciones sobre los usos y los lím ites de aplicar una perspectiva
psicoanalítica a u n a teoría de la perform atividad política y la
competencia democrática. Zi2ek desarrolla u n a teoría de los signi
ficantes políticos como perform ativos que, al convertirse en sitios
de carga fantasm ática, afectan el poder de m ovilizar políticamente
a los posibles adherentes. U n aspecto central de la formulación de
Zizek de performatividad política es una crítica del análisis del dis
curso que, según el autor, pasa por alto aquello que se resiste a la
simbolización, lo que él llam a alternativam ente el “traum a” y “lo
real”.Aunque innovadora e instructiva, su teoría tiende sin embargo
a apoyarse en u n antagonism o sexual no problem atizado que,
inadvertidam ente, instala una m atriz heterosexual como la estruc
tu ra perm anente e indiscutible de la cultura en la cual las mujeres
operan como una “m ancha” dentro del discurso. Quienes pretenden
cuestionar esta estructura están pues discutiendo con lo real, con lo
que está fuera de toda discusión y argum entación, el traum a y la
necesidad de edipización que condiciona y lim ita todo discurso.
Los esfuerzos de Zizek por vincular el carácter performativo
del discurso al poder de la movilización política son, sin embargo,
com pletam ente válidos. La vinculación explícita que establece
entre la teoría de la performatividad y la de la hegemonía, tal como
aparece articulada en la teoría dem ocrática radical de Ernesto
L aclauy C hantal Mouffe, ofrece u n a profunda visión de la movili
zación política in te rp re ta d a m ediante u n a teoría de base psico
analítica de la fan tasía ideológica. Abordando desde un punto de
vista crítico la teoría de Zizek, yo considero en qué m edida podría
mos reconcebir la perform atividad como una apelación a la cita y
una reasignación de significación y h asta qué punto podría el psico
análisis conservar su fuerza explicativa en u n a teoría de la hege
m onía que no reifique ni la norm a heterosexual ni su consecuen
cia misógina.
E n el capítulo final, sugiero, pues, que las prácticas conflictivas
de la queerness podrían entenderse, no sólo como un ejemplo de
política citacional, sino como u n a reelaboración específica que
transform e la abyección en acción política y que podría explicar
por qué la “apelación a las citas” tiene un porvenir en la política
contem poránea. La afirm ación pública de lo queerness representa
la perform atividad como apelación a las citas con el propósito de
dar nueva significación a la abyección de la hom osexualidad, p ara
transform arla en desaño y legitim idad. Sostengo que éste no tiene
que ser u n “discurso inverso”, en el que la desafiante afirmación
de lo no convencional rein stale dialécticam ente la versión que
procura superar. Antes bien, se tra ta de u n a politización de la
abyección, en u n esfuerzo por reescribir la historia del térm ino y
por im pulsar su ap rem iante resignificación. Sugiero que esta
estrategia es esencial p a ra crear el tipo de comunidad en la que
no sea tan difícil sobrevivir con sida, en la que las vidas queer
lleguen a ser legibles, valoradas, merecedoras de apoyo, en la cual
la pasión, las heridas, la pena, la aspiración sean reconocidas sin
que se fijen los térm inos de ese reconocimiento en algún otro orden
conceptual de falta de vida y de rígida exclusión. Si hay u n a
dimensión “norm ativa” en este libro, consiste precisam ente en asig
narle u n a resignificación radical a la esfera simbólica, en desviar
la cadena “de citas” hacia u n futuro que tenga m ás posibilidades
de expandir la significación m ism a de lo que en el m undo se
considera un cuerpo valuado y valorable.
P ara poder reconsiderar lo simbólico como un ámbito capaz de
efectuar este tipo de resignificación, será necesario concebir lo sim
bólico como una regulación de la significación que varía con el
tiempo y no como u n a estru ctu ra casi perm anente. E sta reconcep
ción de lo simbólico desde el punto de vista de la dinám ica temporal
del discurso regulador tom ará muy seriam ente el desafío lacaniano
a la s versiones anglonorteam ericanas del género, para considerar
la categoría del “sexo” como una norm a lingüística, pero reformu-
lará esa norm atividad en térm inos foucaultianos como “ideal
regulatorio”. Inspirándose tam bién en las versiones anglonorte
am ericanas del género, este proyecto in te n ta oponerse a la estasis
estructural de la norm a que impone la heterosexualidad propia
del enfoque psicoanalítico, sin descartar por ello lo que evidente
m ente tienen de valioso las perspectivas psicoanalíticas. En
realidad, el “sexo” es un ideal regulatorio, u n a m aterialización
forzosa y diferenciada de los cuerpos que producirá lo que resta, lo
exterior, lo que podría llam arse su “inconsciente”. E sta insistencia
en que todo movimiento form ativo necesita in stitu ir sus exclu
siones da particular im portancia a las figuras psicoanalíticas de
la represión y la forclusión.
En este sentido, me opongo al enfoque propuesto por Foucault
de la hipótesis represiva como u n a m era in sta n c ia del poder
jurídico y sostengo que ese enfoque no aborda las form as en que
opera la “represión” como u n a m odalidad del poder productivo.
Debe de haber un modo de som eter el psicoanálisis a una redes
cripción foucaultiana, aun cuando el propio Foucault negara tal
posibilidad.19 E ste texto acepta como punto de partid a la noción
CUESTIONES DE FEMINEIDAD
4. P uede h a lla rse u n an álisis convincente del modo en que la distinción form a/
m a te ria llega a convertirse en u n elem ento esencial p a ra la articulación de u n a
política m asculinista, en la discusión de W endy Brown sobre M aquiavelo en M anhood
a n d Politics, Totowa, N ueva Jersey, R ow m an & L ittlefield, 1988, págs. 87-91.
5. V éase la p rim e ra te sis de M arx sobre F e u e rb ac h , en la cual propone u n
m aterialism o que p u ed a a firm a r la actividad p ráctica que e s tru c tu ra y es in h ere n te
al objeto como p a rte de la objetividad y m a te ria lid a d de ese objeto: “El principal
defecto de todo m ate ria lism o a n te rio r (incluyendo el de Feuerbach) es que el objeto,
la realid ad , la sen su a lid a d se conciben sólo en la form a del objeto o la percepción
[Anschauung), pero no como u n a actividad, u n a práctica (Praxis) h u m a n a sensorial,
no subj etivam ente” (K arl M arx, Writings o fth e Young M arx on Philosophy a n d Society,
tra d . de Lloyd D. E asto n y K u rt H. G uddat, N u ev a York, Doubleday, 1967, pág. 400
[ed. cast.: M anuscritos de 1844, B uenos A ires, C artago, 1984], Si el m aterialism o
explicara la praxis como aquello que constituye la m a te ria m ism a de los objetos y
e n te n d ie ra la p ra x is como u n a actividad socialm ente tran sfo rm a d o ra, luego, ta l
actividad se e n te n d ería como co n stitu tiv a de la m ate ria lid a d m ism a. L a actividad
p ro p ia de la praxis, sin em bargo, req u iere que un objeto p ase de un estado a n te rio r
a un e stad o ulterior, tran sfo rm ació n que h a b itu a lm e n te se considera como un paso
del estado n a tu ra l a u n estado social, pero tam b ién como la transform ación de u n
estado social alienado a otro no alienado. En am bos casos, de acuerdo con e ste nuevo
m aterialism o que propone M arx, el objeto no sólo e x p erim e n ta u n a transform ación,
sino que es la actividad transform adora m ism a y, adem ás, su m aterialidad se establece
m ed ia n te este m ovim iento tem poral de un e stad o a n te rio r a uno ulterior. En o tra s
p a la b ras, el objeto se m aterializa por c u an to es un sitio de transform ación tem poral.
P or lo tan to , la m ate ria lid a d de los objetos no es en ningún sentido algo estático,
espacial o dado, sino que se constituye en y como u n a actividad tran sfo rm ad o ra.
Sobre u n a elaboración m ás com pleta de la tem p o ralid ad de la m a te ria , véanse
tam b ién E rn s t Bloch, The P rincipia o f H ope, tra d . de N evüle Plaice, S te p h en Plaice
y P a u l K night, C am bridge, M a ssac h u se tts, M IT P re ss, 1986 [ed. cast.: E l principio
de esperanza, M adrid, A lianza, 1975], y Je a n -F ra n jo is Lyotard, The Inhum an: Reflcc-
tions on Tim e, págs. 8-23.
6. A ristóteles, "De A nim a”, The Basic \Yr,r¡:?, o f A ristotlc, trad. de R ichard McKeon,
N ueva York, liandom H ouse, 1941, libro 2, cap. 1, 412:' alO , pág. 555. L as siguientes
E n cuanto a la reproducción, se dice que la m ujer aporta la m ateria
y el hombre la form a.7 La hyle griega es la m adera que ya fue
cortada del árbol, instrum entalizada e instrum entalizable, un a rte
facto, en el sentido de e sta r disponible para su uso. La m ateria
latin a denota la su stancia a p a rtir de la cual se hacen las cosas,
no sólo la m adera p a ra construir casas y bancos, sino todo aquello
que sirve para n u trir a los niños: los nu trien tes que hacen las
veces de extensiones del cuerpo de la m adre. En la m edida en que
la m ateria se presenta en estos casos como poseedora de cierta
capacidad para originar y componer aquello a lo cual le sum inistra
tam bién el principio de inteligibilidad, la m ateria se define, pues,
claram ente en v irtu d de cierto poder de creación y racionalidad
despojada en su m ayor parte de las acepciones em píricas m ás
m odernas del térm ino. H ablar de los cuerpos que im portan [en
inglés bodies that m atter] en estos contextos clásicos no es un ocioso
juego de palabras, porque ser m aterial significa m aterializar, si
se entiende que el principio de esa m aterialización es precisam ente
lo que “im porta” [m atters] de ese cuerpo, su inteligibilidad m ism a.
E n este sentido, conocer la significación de algo es saber cómo y
por qué ese algo im porta, si consideram os que “im p o rta r” [to
matter] significa a la vez “m aterializar” y “significar”.
Evidentem ente, ninguna fem inista alen taría un m ero retorno
a la teleologías n a tu ra le s de A ristóteles para poder reconcebir la
m aterialidad délos cuerpos. Sin embargo, quiero considerarla dis
tinción que hace A ristóteles entre cuerpo y alm a, p a ra hacer luego
u n a breve comparación entre Aristóteles y Foucault con el propósito
de sugerir una posible reutilización contem poránea de la term ino
logía aristotélica. Al final de esta comparación, ofreceré una crítica
m oderada de Foucault que luego nos conducirá a u n a discusión
m ás larga sobre la desconstrucción de la m aterialidad del Timeo
ARISTÓTELF.S/FOUCAULT
P a ra A ristóteles, el alm a designa la realización de la m ateria,
entendida ésta como algo plenam ente potencial y no realizado.
Por lo tanto, en Del alm a , sostiene que el alm a “es la prim era
categoría de realización de un cuerpo n atu ralm en te organizado”.
Y continúa diciendo: “Es por ello que podemos desechar por innece
saria la cuestión de establecer si el cuerpo y el alm a son u n a sola
cosa; tiene ta n poco sentido como preguntarse si la cera y la forma
que le da el sello son una sola cosa o, de m an era m ás general, si
son lo mismo la m ateria (hyle) de u n a cosa y aquello de lo que es la
m ateria (hyle)".s En el texto griego, no hay ninguna referencia a
los “sellos”, sino que la frase “la forma que le da el sello” se resum e
en el único vocablo schema. El schema significa la forma, el molde,
la figura, la apariencia, el exterior, el gesto, la figura de un
silogismo y la form a gram atical. Si la m ateria nunca se presenta
sin su schem a, ello significa que sólo aparece con cierta forma
gram atical y que el principio que la hace reconocible, su gesto o su
apariencia habitual, es indisoluble de lo que constituye su m ateria.
E n Aristóteles no encontram os ninguna distinción reconocible
por los sentidos entre m aterialidad e inteligibilidad; sin embargo,
por otras razones, Aristóteles no nos presenta el tipo de “cuerpo”
que el feminismo procura recuperar. In sta la r el principio de inte
ligibilidad en el desarrollo mismo de u n cuerpo es precisam ente la
estrategia de una teleología n atu ral que explica el desarrollo de
la m ujer m ediante el argum ento lógico de la biología. Sobre esta
base se ha sostenido que las m ujeres deben cum plir ciertas fun
9. Foucault, The H istory o f Scxuality, vol. 1, pág. 152. O rigina): “Non pa.í done
‘h isto ire des m e n ta lité s’ que ne tie n d ra it com pte des corps que p a r la m an iere dont
on les a p e rfu s ou dont on leu r a donné sen s e t v aleu r; m ais ‘h isto ire des corps' et de
la m an ie re d ont on a investí ce qu’il y a de plu s m atériel.d e plus vivant en eux:’,
H istoire da la sexualité 1: La volante de savoir, P a rís, G allim ard, 1978, pág. 200.
el efecto y el instrum ento de u n a anatom ía política; el alm a es la
cárcel del cuerpo”.10
E sta sujeción o este assujettissem ent, no es sólo una subordi
nación, tam bién es una afirm ación y un m antenim iento, es un
modo de colocar a un sujeto en u n lugar, sujetarlo. El “alm a da
existencia [al prisionero]” y, de m an era no m uy diferente de la
propuesta por Aristóteles, el alm a descrita por Foucault como un
instrum ento de poder, forma y modela el cuerpo, lo sella y al sellarlo
le da el ser. Aquí correspondería escribir el térm ino “ser” entre
comillas, porque el peso ontológico nunca se supone, sino que siempre
se otorga. P ara Foucault, este adjudicación sólo puede darse m e
diante y dentro de una operación de poder. Esta operación produce
los sujetos que sujetares decir, los sujeta en y a través de las relacio
nes preceptivas de poder que obran como su principio formativo.
Pero el poder es aquello que forma, m antiene, sostiene y a la vez
regula los cuerpos, de modo ta l que, estrictam ente hablando, el
poder no es un sujeto que actúe sobre los cuerpos como si estos
fueran sus distintos objetos. La gram ática que nos obliga a hab lar
así aplica una m etafísica de las relaciones externas, m ediante la
cual el poder actúa sobre los cuerpos, pero no se considera la fuerza
que los forma. É sta es u n a visión de poder entendido como una
relación externa que el propio Foucault pone en tela de juicio.
P a ra Foucault, el poder opera en la constitución de la m ateria
lidad m ism a del sujeto, en el principio que sim ultáneam ente forma
y regula al “sujeto” de la sujeción. Foucault se refiere no sólo a la
m aterialidad del cuerpo del prisionero, sino tam bién a la m ateria
lidad del cuerpo de la prisión. La m aterialidad de la prisión, escribe
Foucault, se extiende en la m edida en que [dans la mesure ou] es
un vector y un instrum ento de poder.11 Por lo tanto, la prisión se
10. M ichel Foucault, D isciplina a n d P u n ish : The B irth o f the P ríson, N ueva
York, P a n th eo n , 1977, pág. 30. O riginal: “L’hom m e dont on nous p a rle e t qu'on invite
á lib e rer es déjá en lui-m ém e l’eflet d ’u n a ssu je ttisse m e n t bien p lu s profond que luí.
U ne «áme» l’habite e t le p o rte á l’existence, qui e st elle-m ém e u n e piéce dans la
m aitrise que le pouvoir exerce s u r le corps. L’ám e, efíet e t in stru m e n t d’une anatom ie
politiquc; l’ám e, príson du corps”, M ichel F o u c a u lt, S u rv e ille r et p u n ir , P a rís,
G allim ard, 1975, pág. 34 [ed. cast.: V igilar y castigar. N acim iento d i la prisión, Buenos
A ires, Siglo XXI, 1976],
11. “Lo que e stab a e n ju e g o no e ra si el am b ie n te de la prisión e ra dem asiado
severo o dem asiado aséptico, d em asiad o prim itivo o dem asiado eficiente, sino su
m aterializa en la m edida en que esté investida de poder o, para
ser exactos en el plano gram atical, no hay n in g u n a prisión previa
a su m aterialización. Su m aterialización se extiende al tiempo
que se la inviste con las relaciones de poder y la m aterialidad es el
efecto y el indicador de esta investidura. La prisión llega a esta r
sólo en el campo de las relaciones de poder, pero m ás espe
cíficam ente sólo llega a existir en la m edida en que se la cargue o
se la sature con tales relaciones de poder, en la m edida en que esa
saturación sea form ativa de su mismo ser. Aquí el cuerpo no es una
m aterialidad independiente investida por las relaciones de poder
exteriores a él, sino que es aquello p a ra lo cual son coextensivas la
m aterialización y la investidura.
La “m aterialidad” designa cierto efecto del poder o, m ás exac
tam ente, es el poder en sus efectos form ativos o constitutivos. En
la m edida en que el poder opere con éxito constituyendo el terreno
de su objeto, un campo de inteligibilidad, como u n a ontología que
se da por descontada, sus efectos m ateriales se consideran datos
m ateriales o hechos primarios. E stas positividades m ateriales apa
recen fuera del discurso y el poder, como sus referentes indiscu
tibles, sus significados trascendentales. Pero esa aparición es
precisam ente el momento en el cual m ás se disim ula y resulta
m ás insidiosam ente efectivo el régim en del poder/discurso. Cuando
este efecto m aterial se juzga como u n punto de p artid a epistem o
lógico, un sm e qua non de cierta argum entación política, lo que se
da es un movimiento del fundacionalism o epistemológico que, al
aceptar este efecto constitutivo como un dato prim ario, entierra y
enm ascara efectivam ente las relaciones de poder que lo consti
tuyen.12
m a te ria lid a d m ism a como in stru m e n to y vector de poder [c 'était sa m até ria lité d a n s
la m esu re oü elle e st in s tru m e n t e t v e cteu r de pouvoir]”, D iscipline a n d P u n ish ,
pág. 30 (S urveiller et p u n ir, pág. 35),
12. E sto no equivale a h acer de la “m ate ria lid a d " el efecto de u n “discurso” que
es su c au sa; a n te s bien, im plica d esp laz ar la relación c au sal m ed ia n te u n a re ela
boración de la nación de “efecto”. El poder se establece en y a tra v é s de sus efectos,
pues estos efectos son las acciones d isim u la d as del poder m ism o. No hay ningún
‘'poder”, considerado como su sta n tiv o , que te n g a la disim ulación como uno de sus
a trib u to s o u n o de sus modos. E sta disim ulación opera a tra v é s de la constitución y
la form ación de u n cam pa epistém ico y u n conjunto de “conocedores”; cuando e ste
cam po y esto s sujetos se dan por sen tad o s como fu n d am en to s prediscursivos, se
logra el efecto disim ulador del poder, El discurso designa el sitio en el cual se in stala
E n la m edida en que Foucault describe el proceso de m ateria
lización como u n a investidura del discurso y el poder, se concentra
en la dimensión productiva y form ativa del poder. Pero nosotros
debemos preguntam os qué circunscribe la esfera de lo que es m ate
r ia liz a r e y si hay modalidades de m aterialización, como sugiere
Aristóteles y como A lthusser se apresura a citar.13¿En qué m edida
e stá regida la m aterialización por principios de inteligibilidad que
requieren e instituyen un terreno de ininteligibilidad radical que
se resista directam ente a la m aterialización o que perm anezca
radicalm ente desm aterializado? El esfuerzo hecho por Foucault
para elaborar recíprocam ente las nociones de discurso y m ateria
el poder como poder form ativo de las cosas, h istó ric a m e n te contingente, d entro de
u n cam po epistém ico dado. L a producción de los efectos m a te ria le s es la labor for
m ativ a o co n stitu tiv a del poder, u n a producción que no puede co n stru irse como u n
m ovim iento u n ila te ra l de cau sa a efecto. L a “m a te ria lid a d ” sólo aparece cuando se
b o rra, se oculta, se cubre su condición de cosa c o n stitu id a con tin g en tem en te a t r a
vés del discurso. L a m ate ria lid a d es el efecto disim u lad o del poder.
E n V igilar y castigar, la idea de F o u cau lt de que el poder es m ate ria liz ad o ^ de
que es la producción de efectos m ate ria le s se especifica en la m a te ria lid a d del cuerpo.
Si la “m ate ria lid a d ” es u n efecto de poder, u n sitio de trasferen cia e n tre las relaciones
de poder, luego, en la m edida en que e sta tra n sfe re n c ia se a la sujeción/subordinación
del cuerpo, el principio de e ste a ssujettissem ent es el “a lm a ”. T om ada como ideal
n orm ativo/norm alizador, el “alm a" funciona como el principio form ativo y regulador
de este cuerpo m aterial, la in stru m e n ta lid a d m á s in m e d iata de su subordinación.
ES alm a hace que el cuerpo sea uniform e; los regím enes disciplinarios form an el
cuerpo a tra v é s de u n a repetición so sten id a de rito de cru eld ad que producen, a lo
largo del tiem po, la e stilístic a de los gestos del cuerpo prisionero. E n la H istoria de
la sexualidad. Volumen 1, el “sexo” opera p ara producir un cuerpo uniform e de acuerdo
con los d iferen tes ejes de poder, pero F oucault e ntiende que el “sexo”, al igual que el
“a lm a ”, su b y u g an y som eten al cuerpo, produce u n a esclavitud, p o r así decirlo, como
el principio m ism o de la form ación c u ltu ral del cuerpo. En e ste sentido, la m ate
rialización puede describirse como el efecto sedim entador de u n a reiteración regulada.
13. u n a ideología sie m p re e xiste en un a p a ra to y e n su p ráctica o su s
p rácticas. E sta existencia es m aterial.
P or supuesto, la ex istencia m a te ria l de la ideología en un a p a ra to y en sus prác
ticas no tiene la m ism a m odalidad que la existen cia m a te ria l de un adoquín o un
rifle. Pero, a riesgo de que se m e tom e por u n neoaristotélico (N. B.: M arx sen tía
gran adm iración por A ristóteles), d iré que l a m a te ria se a n aliza en m uchos sentidos’,
o m ás precisam ente, que existe e n diferentes m odalidades, to d as a rra ig a d a s, en
ú ltim a in stan c ia, en la m a te ria ‘física’.” Louis A lthusser, “Ideology a n d Ideologícal
S ta te A p p a ra tu sc s (Notes tow ards a n In v e stig a ro n )”, en L enin a n d P hilosophy a n d
Otiier E ssays, N ueva York, M onthly Review P ress, 1971, pág. 166; publicado por
prim era ve?, en La Perisée, 1970 [ed. cast.: Ideología y aparatos ideológicos del E sta d o,
B uenos A ires, N ueva Visión, 1975.] .
lidad, ¿no resu lta acaso ineficaz p ara explicar, no sólo lo que queda
excluido de las economías de la inteligibilidad discursiva que
describe, sino aquello que tiene que ser excluido para que tales
economías funcionen como un sistem a autosustentable?
É sta es la pregunta que form ula im plícitam ente el análisis de
Luce Irigaray de la distinción entre form a y m ateria propuesto
por Platón. E sta argum entación quizá sea m ás conocida a p a rtir
de su ensayo “La hystera de P latón”, aparecido en Speculum . E s
péculo de la otra mujer, pero está tam bién m ordazm ente articulada
en u n ensayo menos conocido, tam bién publicado en Speculum ,
“U n a m adre de cristal”.
Irigaray no se propone ni conciliar la distinción form a/m ateria
ni las distinciones entre los cuerpos y las alm as o entre la m ateria
y la significación. Antes bien, procura m ostrar que esas oposiciones
binarias se h an llegado a form ular en virtud de la exclusión de un
campo de posibilidades desbaratadoras. Su tesis especulativa es
la de que esas oposiciones binarías, aun en su modalidad conciliada,
son p arte de u n a economía falogocéntrica que produce lo “feme
nino” como su exterior constitutivo. La intervención de Irigaray
en la historia de la distinción form a/m ateria destaca la “m ateria”
como el sitio al que se relega lo femenino excluido de las oposiciones
binarias filosóficas. Puesto que ciertas nociones fantasm áticas de
lo fem enino h an estado tradicionalm ente asociadas a la m ateria
lidad, ésos son efectos especulares que confirm an un proyecto
falogocéntrico de autogénesis. Y cuando aquellas figuras femeninas
especulares (y espectrales) se consideran lo femenino, lo femenino
queda, según sostiene Irigaray, com pletam ente eliminado por su
rep re sen ta ció n m ism a. La econom ía que p rete n d e in clu ir lo
femenino como el térm ino'subordinado de u n a oposición binaria
masculino/femenino excluye lo femenino, produce lo femenino como
aquello que debe ser excluido para que pueda operar esa economía.
En lo que sigue consideraré prim ero el modo especulativo que elige
Irigaray para abordar los textos filosóficos y luego enfocaré su
provocativa y vigorosa lectura de la discusión del receptáculo que
aparece en el Timeo de Platón. E n la últim a sección de este ensayo
ofreceré mi propia lectura provocativa y vigorosa del mismo pa
saje.
IRIGARAY/PLATÓN
18. V éase E lizab eth S pelm an, “W oman a s Body: A ncient a n d C ontcm porary
Views", F em in ist S tu d ie s, 8: 1, 1982, págs. 109-131.
hacer, dice Irigaray, considerando lo femenino como la condición
indecible de figuración, como aquello que, en realidad, nunca puede
ser representado en los térm inos de la filosofía propiam ente dicha,
pero cuya exclusión de ese terreno es su condición capacitadora.
No sorprende, pues, que p ara Irigaray lo femenino aparezca
sólo como catacresis, esto es, en aquellas figuras que funcionan
inapropiadam ente, como u n a transferencia inapropiada de sentido,
el empleo de un nom bre adecuado p a ra describir aquello que no
corresponde exactam ente a él y que retorna p a ra p e rtu rb a r y
cooptar el lenguaje mismo del que fue excluido lo femenino. Esto
explica en parte que Irig aray apele radicalm ente a las citas, la
usurpación catacrítica de lo “apropiado” con propósitos por com
pleto inapropiados.19 Porque Irigaray im ita a la filosofía - a l igual
que al psicoanálisis- y, en esa im itación adopta un lenguaje que
efectivam ente no puede pertenecerle, sólo p ara cuestionar las re
glas excluyentes de lo que es apropiado y lo que no lo es que gobier
nan el uso de ese discurso. E sta oposición a la propiedad - e n ambos
sentidos—es precisam ente la opción que se le abre a lo femenino
cuando fue constituido como un im propiedad excluida, como lo
impropio, como la falta de propiedad. En realidad, como sostiene
Irigaray en Marine Louer \Amante M arine], su obra sobre Nietzs-
che, la “m ujer no es ni tiene una esencia” y sostiene que esto es así
precisam ente porque la “m ujer” es lo que fue excluido del discurso
de la m etafísica.20 Si ella adopta un nombre apropiado, incluso el
T eniendo en cuenta la in te rp reta ció n que hace N aom i S chor de la “esencia” como
u n a catacresis en sí m ism a, uno podría p re g u n ta rse si el discurso de la esencia no
puede duplicarse fuera de las propiedades m etafísicas tradicionales. E n ese caso, lo
fem enino bien p odría gozar de u n a esencia, pero ese gozo se d a ría a exp en sas de la
m etafísica. N aom i Schor, “T his E sse n tia lism W hich Is N o t One: Corning to Grips
w ith Irig a ra y ”, D ifferences: A J o u rn a l o fF e m ín ist C ultural S tu d ie s, 2:1, 1939, págs.
38-58.
21. J a n e G allop, T h in k in g through the B ody, N u ev a York, C ulum bia U niversity
P re ss, 1990.
22. E stric ta m e n te h ablan d o , la m a te ria como hyle no figura en u n lu g a r c en tral
en el Corpus platónico. El térm ino hyle es p rincipalm ente aristotélico. En la M etafísica
(1036a), A ristóteles sostiene que la hyle sólo puede lle g a r a conocerse por analogía.
Se define como potencia (dynam is) y se la identifica como u n a de las cuatro causas;
tam b ién se la describe como el principio de individuación. E n A ristóteles aparece a
veces identificada con el hypokéim enon (base, fu n d am en to ) (F ínica, 1, 192a)¡ pero
E s ta m ateria excesiva que no puede contener la distinción
form a/m ateria opera como el suplem ento en el análisis que ofrece
Derrida de las oposiciones filosóficas. Al considerar en Posiciones
la distinción form a/m ateria, D errida sugiere tam bién que la m ate
ria debe duplicarse, a la vez como u n polo dentro de un a oposición
binaria y como aquello que excede esa dupla binaria, como una
figura de la imposibilidad de sistem atizarla.
Consideremos la observación que hace Derrida en respuesta al
crítico que pretende sostener que la m ateria denota el exterior
radical al lenguaje: “Se sigue de ello que si y en la m edida en que,
en e sta economía general, la materia designa, como usted dijo, la
alteridad radical (seré específico: en relación con las oposiciones
filosóficas), luego, lo que yo escribo puede considerarse ‘m ateria
lista ’”.23 Tanto p ara D errida como p a ra Irigaray, aparentem ente
lo excluido de esta oposición binaria es tam bién producido por
ella como exclusión y no tiene una existencia separable o plena
m ente independiente como un exterior absoluto. Un exterior cons
titutivo o relativo e stá compuesto, por supuesto, por una serie de
exclusiones que, sin embargo, son interiores a ese sistem a como
su propia necesidad no tem atizable. Surge dentro del sistem a como
incoherencia, como desbarajuste, como u n a am enaza a su propia
sistem aticidad.
Irigaray insiste en afirm ar que esta exclusión que moviliza el
p a r form a/m ateria es la relación diferenciadora entre lo masculino
y lo femenino, relación en la que lo masculino ocupa ambos términos
28. E.-tu oposición m ism a in siste en la m ate ria lid a d del lenguaje, lo que algunos
lla m a n la m ate ria lid a d del significante, y es lo que propone elab o rar D errida en
“C hora”, Poikilia, É tu d e s offertea á Jean-P ierre V cm a n t, P a rís, E IJE S S , 1987. Sin
em bargo, lla m ar la atención sobre e sa m a te ria lid a d de la pa la b ra no sería suficiente,
porque lo i m p o r t a n t e es i n d i c a r a q u e llo que no es ni m a te ria l ni ideal, pero que
-c o m o el espacio de inscripción en el cual se da e sta d istin c ió n - no es ni u n a cosa ni
la otra. E ste “ni esto ni aquello” es lo que p e rm ite la lógica de “esto o aquello”, que
tiene por polos el idealism o y el m aterialism o .
D errid a se refiere a este espacio de inscripción como a un tercer género, al que
en la p ág in a 280 del texto citado asocia con u n “espacio neutro"; n eu tro porque no
p a rticip a de ninguno de los dos polos de la diferencia sexual, m asculino y fem enino.
A quí el receptáculo es p recisam ente lo q u e d esestab iliza la distinción e n tre lom ascu-
E n cierto sentido, Irig arary coincide con este argum ento: las
figuras de la nodriza, la m adre, el útero no pueden identificarse
p len am en te con el receptáculo, porque aq u ellas son fig u ras
especulares que desplazan lo femenino en el momento en que
pretenden representarlo. En el texto de Platón, el receptáculo no
puede ser exhaustivam ente tem atizado ni figurado, precisam ente
porque es aquello que condiciona —y escapa a—toda figuración y
tematización. Este receptáculo i nodriza no es una metáfora basada
en la semejanza con una form a hum ana, sino que es una desfigu
ración que emerge en las fronteras de lo humano, como su condición
m ism a y también como la insistente amenaza de su deformación;
no puede adquirir una forma, una m orphe y, en ese sentido, no
puede ser un cuerpo.
32, P lo tin u s’E ntieads, tra d . S tephen M acK enna, L ondres, F a b e r & F ab er, 1956,
26 ed.
33. Irigaray, “U n e m ere de G lace”, en Sp ecu lu m , pág. 179; original, pág. 224 [ed.
cast.: “U n a m adre de crista l”, en Speculum . E spéculo de la otra m ujer, M adrid, Saltes,
1978.]
E n la cosmogonía anterior a la que introduce el concepto de
receptáculo, Platón sugiere que si los apetitos, aquellos indicios
de la m aterialidad del alm a, no logran dom inarse, un alm a - e n
ten d id a como el alm a de un hom bre- corre el riesgo de regresar
como u n a m ujer y luego como u n a bestia. En cierto sentido, la
m ujer y la bestia son las figuras m ism as que representan la pasión
ingobernable. Y si un alm a participa de tales pasiones, será tra n s
form ada efectiva y ontológicamente por ellas y se convertirá en
los signos mismos - la m ujer y la b e s tia - que las representan. En
e sta cosmogonía previa la m ujer rep re sen ta u n descenso a la
m aterialidad.
Pero e sta cosmogonía previa exige u n a reescritura, porque si
bien el hombre está en lo m ás alto de la je ra rq u ía ontológica y la
m ujer es u n a copia pobre y degradada del hombre, no obstante
hay u n a semejanza entre estos tre s seres, a u n cuando esa seme
jan za está distribuida jerárquicam ente. E n la cosmogonía siguien
te, aquella en la que se introduce el receptáculo, Platón quiere
claram ente evitar la posibilidad de u n a sem ejanza entre lo m ascu
lino y lo femenino y lo hace introduciendo un receptáculo femini-
zado al que se le prohíbe asem ejarse a ninguna forma. Por su
puesto, estrictam ente hablando, el receptáculo no puede ten er
ninguna condición ontológica porque la ontología está constituida
por form as y el receptáculo no puede ser u n a forma. Y no podemos
h a b la r de algo que no tiene ninguna determ inación ontológica y,
si lo hacem os, utilizam os el lenguaje de m an e ra inapropiada,
atribuyéndole el ser a lo que no puede tenerlo. Así, el receptáculo
parece desde el comienzo u n a palabra imposible, una designación
que no puede ser designada. Paradójicam ente, P latón continúa
diciéndonos que este receptáculo debe llam arse siempre del mismo
modo.34 Precisam ente porque este receptáculo sólo puede ocasionar
u n discurso radicalm ente inapropiado, es decir, u n discurso en el
que queda suspendida toda pretensión ontológica, los térm inos
con que se lo nombra deben ser constantem ente aplicados, no para
lo g ra r que el nom bre coincida con la cosa n o m b ra d a , sino
34. propone un
E n S p ecu lu m , Irig ara y a rg u m e n to sem ejan te sobre la caverna
como espacio de inscripción y dice así: “La caverna es la rep resen tació n de algo que
y a estu v o siem pre allí, de la m a tr iz /ú te r o o rig in a l q u e e sto s h o m b re s no p u e d e n
r e p r e s e n t a r ”, pág. 224; original, pág. 302.
precisam ente porque aquello que hay que nom brar no puede ten er
u n nom bre apropiado, lim ita y am enaza la esfera de la propiedad
lingüística y, por consiguiente, debe controlarse m ediante una serie
de reglas nom inativas im puesta por la fuerza.
¿Cómo puede adm itir Platón la condición indesignable de este
re c e p tá c u lo y p re s c rib ir p a ra él u n no m b re c o n s ta n te ? El
receptáculo designado como indesignable, ¿nopuede ser designado
o en realidad lo que ocurre es que éste “no puede” funcionar como
lo que “no debería ser”? ¿Debería interpretarse este límite a lo que
es re p re se n ta b le como u n a prohibición co n tra cierto tipo de
representación? Y puesto que Platón nos ofrece u n a representación
del receptáculo (y la ofrece en el mismo pasaje en el que sostiene
su irrepresentabilidad radical), ¿no deberíam os llegar a la conclu
sión de que P latón, al autorizar una sola representación de lo
femenino, lo que in te n ta es prohibir la proliferación m ism a de las
posibilidades nom inativas que puede producir lo indesignable?
Q uizás é sta sea u n a representación dentro del discurso cuyo
propósito es excluir del discurso cualquier representación adicional,
u n a representación que si bien representa lo fem enino como lo
irrepresentable e ininteligible, en la retórica de la proposición aser-
tórica se contradice. D espués de todo, P latón postula que lo que
afirm a no puede ser postulado. Y luego se contradice cuando sos
tiene que aquello que no puede ser postulado, debería postularse
de una única m anera. En cierto sentido, esta denominación auto
rizada del receptáculo como lo innombrable constituye una inscrip
ción prim aria o básica que establece este lugar como u n lugar de
inscripción. El hecho de nom brar lo que no puede ser nom brado es
en sí mismo u n a penetración de este receptáculo que a la vez
constituye una supresión violenta, una supresión que se establece
como un sitio imposible pero necesario p a ra todas las dem ás ins
cripciones.35 En este sentido, la narración m ism a del relato sobre
la génesis falomórfica de los objetos produce esa falomorfosis y
llega a ser u n a alegoría de su propio procedimiento.
La resp u esta que da Irigaray a esta exclusión de lo femenino
de la economía de las representaciones equivale efectivam ente a
decir; “Muy bien, de todos modos, no quiero e sta r en tu economía,
y te m ostraré lo que este receptáculo ininteligible puede hacerle a
36. N aom i Schor, “T his E ssen tialism W hich In N ot One: C orning to G rips w ith
Irig aray ", pág. 48.
que se in stala en el lenguaje p atern al mismo o, m ás exactam ente,
lo penetra, lo ocupa y vuelve a desplegarlo.
Uno bien podría preguntarse si este tipo de estrategia textual
p en etran te no sugiere una textualización diferente del erotismo
que el eros de superficies, rigurosam ente an tip en etran te, que
aparece en “W hen O ur Lips Speak Together” de Irigaray: “Tú no
estás en mí. No te contengo ni te retengo en m i vientre, ni en m is
brazos ni en mi cabeza. Ni en m i m em oria, ni en mi m ente, ni en
m i lenguaje. E stás allí, como m i piel.”37 P a ra Irigaray, el repudio
de un erotismo de entrada y contención parece esta r vinculado con
u n a oposición a la apropiación y la posesión como formas del in
tercam bio erótico. Sin embargo, el tipo de lectura que realiza Iri
garay requiere no sólo que entre en el texto que lee, sino que elabore
adem ás los usos inadvertidos de esa contención, especialm ente
cuando se concibe lo femenino como u n a brecha o fisura interna
del sistem a filosófico mismo. E n tales lecturas apropiativas, Irig a
ray parece rep resen tar el espectro mismo de u n a penetración a la
inversa -o una penetración en otra p a rte - que la economía de
Platón procura forcluir (“la ‘o tra p a rte ’ del placer femenino sólo
h a de hallarse pagando el precio de volver a atravesar (retraversée)
el espejo que su sten ta toda operación especular”).38 En el nivel de
la retórica, ese “volver a a tra v esa r” constituye un erotism o que
im ita críticam ente el falo - u n erotismo estructurado por repetición
y desplazam iento, penetración y exposición- que se contrapone al
eros de superficies que Irigaray explícitam ente afirm a.
La cita que da comienzo al ensayo de Irigaray afirm a que los
sistem as filosóficos se construyen sobre “u n a ru p tu ra con la
contigüidad m aterial” y que el concepto de m ateria constituye esa
ru p tu ra (o corte, la coupure) y la oculta. Este argum ento parece
suponer la existencia de algún orden de contigüidad anterior al
concepto, anterior a la m ateria, y que ésta se esfuerza por ocultar.
E n la lectura m ás sistem ática de la historia de la filosofía ética,
Ethique de la différence sexuelle, Irigaray sostiene que las reía-
39. D entro de ¡a filosofía ética fe m in ista pueden h a lla rse e stu d io s que reform u-
)an la posición de Irig ara y de m odos m uy in te resan te s; v éan se D rucilla Cornell,
B eyond A ccom m odation: E th íc a l F em inisin, Doconstruction, a n d the L a w , N ueva
York, Routledge, 1991, y G a y atri C h a k rav o rty Spivak, “F rench F em in ism Revisited:
E th ic s a n d Politics'”, e n F em in ists Theorize the P olitical, págs. 54-85.
40. L as relaciones contiguas d e sc a rta n la posibilidad de la enu m eració n de los
sexos, es decir, el prim ero y el segundo sexo. R e p resen tar lo fem enino como o m ediante
lo contiguo se opone im p lícitam en te al bin arism o jerárq u ico de lo m asculino/fem e
nino. E s ta oposición a la cuantificación de lo fem enino es u n arg u m e n to im plícito en
la o bra de Lacan, E ncoré:L e sém inaire L iv re X X , P a rís, E ditions du Seuil, 1975. [ed.
cast.: Sem inario 20. A u n , B arcelona, Paidós, 1981], C onstituye uno de los sentidos
en los que lo fem enino “no es uno”. V éase A m a n te M arine, págs. 92-93.
41. M arg aret W hitford, Luce Irigaray. Philosophy in the F em inine, L ondres,
R outíedge, 1991, pág. 177.
42. Ibíd., págs. 180 y 181.
¿Cómo entender entonces la práctica textual de Irig aray de
alinearse con Platón? ¿H asta qué punto repite Irig aray el texto de
Platón, no p ara aum entar su producción especular, sino para volver
a cruzar ese espejo hacia “otra p a rte ” fem enina que debe perm a
necer problem áticam ente entre comillas?
P a ra Irigaray, se tra ta siem pre de una m ateria que excede la
m ateria, en donde esta últim a debe desautorizarse para que pueda
prosperar el par autogenético form a/m ateria. La m ateria se da en
dos modalidades: la prim era, como un concepto metafísico al servi
cio del falogocentrismo; las segunda, como u n a figura sin funda
mento, inquietantem ente especulativa y catacrésica, que m arca
para sí el sitio lingüístico posible de una pantom im a crítica.
Para una mujer, jugar con la mimesis es, pues, tratar de recuperar
el lugar de su explotación m ediante el discurso, sin perm itir que se la
reduzca simplemente a él. Significa volver a someterse -puesto que
está del lado de lo “perceptible” de la “m ateria”- a las “ideas", en par
ticular a las ideas sobre sí mismas que están elaboradas en una lógica
masculina y por esa lógica, pero para poder hacer “visible”, mediante
un efecto de repetición lúdica, lo que se supone que debe permanecer
invisible: el encubrimiento de una posible operación de lo femenino
en el lenguaje.43
De modo que ¿estam os quizás aquí ante el retorno del esencia-
lismo, en la noción de lo “femenino en el lenguaje”. Sin embargo,
Irigaray continúa sugiriendo que la pantom im a es esa operación
m ism a de lo femenino en el lenguaje. Im itar significa p articipar
precisam ente de aquello que se im ita y si el lenguaje im itado es el
lenguaje del falogocentrismo, luego, éste es sólo un lenguaje espe
cíficamente femenino en la medida en que lo femenino está radical
m ente implicado en los térm inos mismos de] falogocentrism o que
se procura reelaborar. La cita continúa, “[jugar con la mimesis
significa] ‘revelar’ el hecho de que, si las m ujeres son ta n buenos
mimos, ellos se debe a que no fueron sencillam ente resorbidas por
esta función. Adem ás permanecen en otra parte: otro caso de la
persistencia de la ‘m ateria’”. Hacen la pantom im a del falogocen
trismo, pero tam bién exponen lo que está cubiei'to por la auto-
43. Irigaray, “The Pow er of D iscourse", e n T his Scx W hich Is N o t One, pág. 76.
rreproducción m im ética de ese discurso. P a ra Irigaray, la ru p tu ra
se produce con la operación lingüística de m etonim ia oculta, una
intim idad y proxim idad que parece ser el residuo lingüístico de la
proxim idad inicial entre la m adre y el infante. E ste exceso meto-
nímico de toda imitación, en realidad de toda sustitución m eta
fórica, es lo se considera que quiebra la repetición sin fisuras de la
norm a falogocéntrica.
A unque sostener, como lo hace Irig aray , que la lógica de
identidad puede ser potencialmente desbaratada por la insurgencia
de la m etonim ia y luego identificar esta m etonim ia con lo femenino
reprimido e insurgente equivale a consolidar el lugar de lo femenino
en la chora irruptiva, aquella que no puede ser figurada, pero que
es necesaria para cualquier figuración. Esto es, por supuesto, darle,
sin embargo, u n a figura a la chora de modo ta l que lo femenino
quede “siem pre” fuera, en el exterior, y lo exterior es “siem pre” lo
femenino. É ste es un movimiento que posiciona lo femenino como
lo no tem atizable, lo no figurable, pero que, al identificar lo feme
nino con esa posición a la vez tem atiza y figura y así apela al ejercicio
falogocéntrico para producir esta identidad que “es” lo no idéntico.
Sin embargo, hay buenas razones p a ra rechazar la noción de
que lo fem enino monopoliza aquí la esfera de lo excluido. En reali
dad, aplicar tal monopolio redobla el efecto de forclusión producido
por el discurso falogocéntrico mismo, un efecto que “im ita” su vio
lencia fundadora de una m anera que se opone a la afirmación
explícita de hab er fundado un sitio lingüístico en la m etononimia
que hace las veces de ruptura. Después de todo, la escenografía de
la inteligibilidad de Platón depende de la exclusión de las mujeres,
los esclavos, los niños y los anim ales, en la que se caracteriza a los
esclavos como aquellos que no hablan el lenguaje de Platón y que,
al no hablarlo, se consideran dism inuidos en su capacidad de
razonam iento. Est3 exclusión xenófoba opera m ediante la produc
ción de los Otros racializados y aquellos cuyas “naturalezas” se
consideran menos racionales en virtu d de las tareas fijadas que
cum plen en el proceso de tra b a ja r para reproducir las condiciones
de la vida privada. E sta esfera de los seres hum anos menos que
racionales delim ita la figura de la razón hum ana y produce ese
“hom bre” como aquél que no tiene infancia; no es un prim ate y así
queda liberado de la necesidad de comer, defecar, vivir y morir; un
hom bre que no es un esclavo, sino que siem pre es un terrateniente;
alguien cuyo lenguaje se conserva originario e intraducibie. É sta
es u n a figura de descorporización pero, sin embargo, es tam bién
u n a figura de un cuerpo, un cuerpo que tiene u n a racionalidad
m asculinizada, la figura de u n cuerpo m asculino que no es un
cuerpo, u n a figura en crisis, una figura que representa una crisis
que no puede controlar plenam ente. E sta representación de la r a
zón m asculina como cuerpo descorporizado tiene u n a morfología
im aginaria creada a través de la exclusión de otros cuerpos posi
bles. Es u n a m aterialización de la razón que opera m ediante la
desm aterialización de otros cuerpos, porque lo femenino, estricta
m ente hablando, no tiene ninguna morphé, ninguna morfología,
ningún perfil, porque es lo que contribuye a delim itar las cosas,
pero es en sí mismo algo indiferenciado, sin u n lím ite. El cuerpo
que es la razón desm aterializa los cuerpos que no pueden repre
sen tar adecuadam ente a la razón o sus réplicas; sin embargo, ésta
es una figura en crisis, porque este cuerpo de razón es en sí mismo
la desmaterialización fantasm ática de la m asculinidad, que requie
re que las m ujeres, los esclavos, los niños y los anim ales sean el
cuerpo, realicen las funciones corporales, lo que él no realizará.44
Irigaray no siem pre hace u n a contribución muy clara en este
sentido, porque no logra seguir el vínculo metonímico que se da
entre las m ujeres y estos otros Otros, idealizando y apropiándose
del “la otra p arte” como de lo femenino. Pero, ¿qué es “la otra p a rte ”
de la “otra parte” de Irigaray? Si lo femenino no es el único tipo de
ser que ha sido excluido de la economía de la razón m asculinista,
¿qué y quién queda excluido en el cuerpo del análisis de Irigaray?
49. V éase M ary D ouglas, P u rity a n d D a n g e r,Londres, R outledge & K egan Paul,
1978; P e te r S ta lly b ra ss y Allon WTiite, The P olitics a n d Poética o f Transgression,
Ith ac a, Corneli U n iv ersity P re ss, 1986.
platónica de la falogénesis de los cuerpos prefigura los enfoques
freudiano y lacaniano que consideran el falo como el símbolo
sinécdoque de la posicionalidad sexuada?
Si la delimitación, la formación y la deformación de los cuerpos
sexuados está anim ada por una serie de prohibiciones fundadoras,
por la aplicación de una serie de criterios de inteligibilidad, entonces
no estamos m eram ente considerando cómo aparecen los cuerpos
desde el punto de vista ventajoso de una posición teorética o una
ubicación epistémica, a cierta distancia de los cuerpos mismos. Por
el contrario, nos estamos preguntando cómo operan los criterios de
sexo inteligible para constituir un campo de cuerpos y cómo precisa
m ente podríamos entender los criterios específicos para producir los
cuerpos que regulan. ¿En qué consiste precisamente el poder creador
de la prohibición? ¿Determina una experiencia psíquica del cuerpo
que es radicalm ente separable de aquello que alguien podría querer
llam ar el cuerpo mismo? ¿O lo que ocurre es que el poder productivo
que ejerce la prohibición en la morfogénesis hace insostenible la
distinción misma entre morphé y psyché?
2. El falo lesbiano y el imaginario
morfológico*
11. A unque la som atización se e n tie n d e como p a rte d é la form ación de síntom as,
puede o cu rrir que el desarrollo morfológico y la asunción de u n sexo sean la form a
g e n era liz ad a del síntom a som ático.
R ichard W ollheim ofrece u n a e x te n sa a rg u m e n ta c ió n del yo corporal en la cual
sostiene que la s fa n ta sía s incorporativas son u n aspecto esencial de la a u to rre -
E sta form ulación k an tian a del cuerpo exige u n a reelaboración,
prim ero, en u n registro m ás fenomenológico, como u n a formación
im aginaria y, segundo, m ediante una teoría de la significación,
como un efecto y u n a señal de la diferencia sexual. E n el sentido
fenomenológico, sostenido en el segundo caso, en este contexto
podríamos entender la psique como aquello que constituye el modo
en que se da o se determ ina el cuerpo, la condición y el contorno
de esa determ inación. Aquí, la m aterialidad del cuerpo no debe
conceptualizarse como un efecto unilateral o causal de la psique
en ningún sentido que reduzca tal m aterialidad a la psique o que
haga de la psique la m ateria m onista a p a rtir de la cual se produce
y/o deriva aquella materialidad. E sta últim a alternativa constituiría
una form a claram ente insostenible de idealismo. Tiene que existir
la posibilidad de adm itir y afirm ar una serie de “m aterialidades”
que correspondan al cuerpo, la serie de significaciones que le asig
nan las esferas de la biología, la anatom ía, la fisiología, la com
posición horm onal y química, la enferm edad, la edad, el peso, el
m etabolismo, la vida. N inguna de ellas puede ser negada. Pero el
carácter innegable de estas “m ate ria lid a d es” en modo alguno
implica qué significa afirm arla, en realidad, qué m atrices interpre
tativ as condicionan, perm iten y lim itan esa afirm ación necesaria.
El hecho de que cada u n a de esas categorías tenga u n a historia y
una historicidad, que cada una de ellas se constituya en virtud de
las líneas fronterizas que las distinguen y, por lo tanto, de lo que
excluyen, el hecho de que las relaciones del discurso y el poder
produzcan jera rq u ía s y superposiciones entre ellas y se opongan a
tales fronteras, im plica que éstas son regiones p ersisten tes ,y
objetadas.
Quisiéramos afirm ar que lo que persiste dentro de estos ámbitos
rechazados es la “m aterialidad” del cuerpo. Pero tal vez cumplamos
esa m ism a función y algunas otras si sostenem os que lo que
persiste aquí es una dem anda en y por el lenguaje, un “aquello
12. Sobre la noción de “la carne del m undo” y el e n tre la z am ien to del tacto, la
superficie y la visión, v é ase de M aurice M erleau-Ponty, “T he In tertw in in g -T h e
C hiasm ”, The Visible a n d the Invisible, tra d . A lphonso L ingis, comp. C laude Lefort,
E v an sto n , N o rth w e stern U n iv ersity P ress, 1968, págs. 130-155 [Ed. cast.: L o visible
y lo invisible, B arcelona, Seix B arra], 1970],
13. V éase Louis A lthusser, “Ideology a n d Ideoiogical S ta te A p p a ra tu se s (N otes
tow ards a n In v e stig a tio n )”, pág. 166.
esencial para el desarrollo de la morfología. Antes de considerar un
enfoque del desarrollo de la morfología corporal y lingüística,
volvamos brevem ente n u e s tra atención a K risteva, p a ra ofrecer
u n contraste con Lacan y u na introducción crítica.
En la m edida en que pueda entenderse que el lenguaje emerge
de la m aterialidad de la vida corporal, esto es, como la reiteración
y la extensión de un conjunto m aterial de relaciones, el lenguaje
es una satisfacción su stitu ía , u n acto prim ario de desplazam iento
y condensación. K risteva sostiene que la m aterialidad del signifi
cante pronunciado, la vocalización del sonido, es ya un intento
psíquico de rein stalar y rec a p tu ra r u n cuerpo m aterial perdido;
por ello, estas vocalizaciones se recap tu ran tem poralm ente en la
poesía a ltiso n a n te que ap rovecha la s m ayores posibilidades
m ateriales del lenguaje.14 No obstante, h asta en este caso, aquellos
balbuceos verbales ya están psíquicam ente investidos, se desplie
gan al servicio de una fan ta sía de dominio y restauración. Aquí, la
m aterialidad de las relaciones corporales, anterior a cualquier indi
viduación en un cuerpo separable o, en realidad, sim ultánea con
tal individuación, se desplaza a la m aterialidad de las relaciones
lingüísticas. El lenguaje que es el efecto de este desplazam iento
lleva, sin embargo, la huella de aquella pérdida precisam ente en el
objetivo fantasm ático de recuperación que moviliza la vocalización
m ism a. Luego, lo que se vuelve a invocar fantasm áticam ente en
la m aterialidad de los sonidos significantes es la m aterialidad de
aquel (otro) cuerpo. E n realidad, lo que les da a tales sonidos el
poder de significar es esa e stru c tu ra fantasm ática. La m ateriali
dad del significante es pues la repetición desplazada de la m ate
rialidad del cuerpo m aternal perdido. En este sentido, la m ate ria
lidad se constituye en y a trav és de la iterabilidad. Y, en la m edida
en que el impulso referencial del lenguaje sea reto rn ar a aquella
presencia originaria perdida, el cuerpo m aternal llega a ser, por
así decirlo, el paradigm a o la figura de cualquier referente posterior.
É sta es en parte la función de lo Real en su convergencia con el
cuerpo 110 tematizable m aternal en el discurso de Lacan. Lo Real es
aquello que se resiste a la simbolización y que la impone. M ientras
14, J u lia K risteva, D elire in Langm ige: A Sem iotic A pproach to Li.teratu.re a n d
A r t, feomp. León Roudiez; tra d . do T hom as Gorz, Alice J a rd in e y León Roudiez),
X u rv a York, Colum bia U n iv e rsity P re ss, 1980, págs. 134-136.
en la doctrina lacaniana, lo “real” continúa siendo irrepresentable
y el espectro de su representabilidad es el espectro de la psicosis,
K risteva redescribe y rein terp re ta lo que está “fuera” de lo simbó
lico como lo semiótico, esto es, u n modo poético de significar que,
aunque depende de lo simbólico, no puede reducirse a lo simbólico
ni puede figurarse como su Otro no tem atizable.
P a ra K risteva, la m aterialidad del lenguaje de algún modo
deriva de la m aterialidad de las relaciones corporales infantiles;
el lenguaje se transform a en algo como el desplazam iento infinito
de esa joisscince (goce) que se identifica fantasm áticam ente con el
cuerpo m aternal. Todo esfuerzo por significar codifica y repite esta
pérdida. Además, esa significación - y la m aterialización del len
guaje—sólo pueden darse con la condición de esta prim era pérdida
del referente, lo Real, entendido como la presencia m aternal. La
m ate ria lid a d del cuerpo m a te rn a l sólo puede figurarse en el
lenguaje (un conjunto de relaciones ya diferenciadas) como el sitio
fantasm ático de una fusión no individuada, una jouissance anterior
a la diferenciación y aparición del sujeto.15 Pero, en tanto la pérdida
sea figurada dentro del lenguaje (es decir, aparezca como una figura
en el lenguaje), tam bién será negada, porque el lenguaje realiza
la separación que figura y a la vez defiende contra ella; como re
sultado de todo ello, cualquier figuración de esa pérdida repetirá y
negará la pérdida misma. Las relaciones de diferenciación entre
partes del habla que producen significación son en sí m ism as la
reiteración y la extensión de los actos prim arios de diferenciación
y separación del cuerpo m atern al m ediante los cuales el sujeto
h ablante llega a ser tal. En la m edida en que el lenguaje aparezca
motivado por un a pérdida que no puede lam entar y parezca repetir
la pérdida m ism a que se niega a reconocer, podríamos considerar
esta ambivalencia que está en el corazón mismo de la iterabilidad
lingüística como las profundidades melancólicas de la significación.
La postulación de la prim acía del cuerpo m aternal en la génesis
de la significación es claram ente cuestionable, pues no es posible
m ostrar que lo que inaugura prim aria o exclusivamente la relación
con el habla sea u n a diferenciación de dicho cuerpo. El cuerpo
15. Irig a ra y prefiere fo rm u la r e sta relación m ate ria l p rim a ria aten d ien d o a la
contigüidad o proxim idad m a te ria l. V éase Luce Irigaray, “T h e Pow er of D iseourse
a n d th e S ubo rd in atio n of th e Fem inine", e n T his Scx W hich la N o t One, pág. 75,
m ate rn a l anterior a la formación del sujeto es percibido, siem pre
y solam ente, por un sujeto que, por definición, aparece después de
esa situación hipotética. El intento de Lacan de ofrecer un enfoque
de la génesis de las fronteras corporales en “El estadio del espejo”
(1949) p arte de la base de que la relación n arcisista es prim aria y
así desplaza el cuerpo m aternal como el sitio de la identificación
prim aria. E sta noción se presenta en el mismo ensayo en que se
dice que el infante supera con júbilo la obstrucción del soporte
que presum iblem ente lo m antiene en su lugar ante el espejo. La
reificación de la dependencia m atern al como u n “soporte” y una
“obstrucción” significados prim ariam ente como aquello que, al ser
superado, provoca júbilo, sugiere que hay u n discurso sobre la
diferenciación de lo m aternal en el estadio del espejo. Lo m aternal
ya ha sido sometido, por así decirlo, a u n proceso de supresión por
el lenguaje teorético que reifica su función y afirm a la superación
m ism a que quiere documentar.
En tanto el estadio del espejo implique u n a relación imaginaria,
es la relación de la proyección psíquica, pero no, estrictam ente
hablando, en el registro de lo Simbolico, es decir, en el lenguaje, el
uso diferenciado/diferenciador del habla. El estadio del espejo no
es u n a explicación desde el punto de vista del desarrollo de cómo
llega a form arse la idea del propio cuerpo. Sin embargo, sugiere
que la capacidad de proyectar u n a morphé, un forma, en una super
ficie es p a rte de la elaboración, la centralización y la contención
psíquicas (y fantasm áticas) de los contornos corporales de uno
mismo. E ste proceso de proyección o elaboración psíquica implica
asimismo que el sentido del propio cuerpo no se alcanza (solamente)
m ediante la diferenciación de otro (el cuerpo m aternal), sino que
cualquier sentido del contorno corporal, como algo proyectado, se
articu la m ediante u n a autodivisión y un autodistanciam iento
necesarios. En este sentido, el estadio del espejo de Lacan puede
in te rp re ta rse como u n a reescritu ra de la introducción que hace
Freud del yo corporal en El yo y el ello, así como la teoría del
narcisim o. Aquí no se tra ta de establecer si la m adre o la imago
aparecen primero o si son completamente distintos uno del otro,
sino, antes bien, de explicar la individuación a través de la diná
mica inestable de la diferenciación y la identificación sexuales que
se d a n m e d ia n te la e la b o ra c ió n de c o n to rn o s c o rp o ra le s
im aginarios.
P ara Lacan, el cuerpo o, m ás precisam ente, la morfología es una
formación im aginaria,16 pero en el segundo sem inario se nos dice
que este discernim iento o producción visual, el cuerpo, sólo puede
sostenerse en su integridad fantasm ática sometiéndose al lenguaje
y a la m arcación de la diferencia sexual: “el percipi del hombre
(sic) sólo puede sostenerse dentro de una zona de nominación (C’est
par la nomination que 1’homme fa it subsister les objets dans une
certaine consistance) “ (Lacan, II, págs. 177-202). Los cuerpos sólo
llegan a ser un todo, es decir, totalidades, m ediante la im agen
especular idealizadora y totalizante sostenida en el tiempo por el
nombre m arcado sexualm ente. Tener u n nombre es e sta r posicio-
nado dentro de lo Simbólico, el dominio idealizado del parentesco,
un conjunto de relaciones estru ctu rad as a través de la sanción y
el tabú, gobernado por la ley del padre y la prohibición contra el
incesto. P a ra Lacan, los nom bres, que son el emblema de esta ley
p atern al y la instituyen, sostienen la integridad del cuerpo. Lo
que constituye el cuerpo integral no es u n a frontera n atu ral ni un
telos orgánico, sino que es la ley de parentesco que se aplica a tra
vés del nombre. E n este sentido, la ley patern al produce versiones
de in teg rid ad corporal; el nom bre, que in sta la el género y el
parentesco, funciona como u n a perform ativa que inviste y está
investida políticamente. Al nom brarnos se nos inculca esa ley y se
nos forma, corporalm ente, de acuerdo con esa ley.17
18. Véase el excelente an álisis reciente de M a rg are t W hitford sobre Luce Irig aray
y el im aginariofem enino e n L uce Irigaray: P hilosophy ¿n tkc F m ninúic, Londres,
R nutledge, 1991, págs. 53^74.
espejo” aparece rearticulada en “La significación del falo” (1958)
en la noción que ofrece Lacan del falo, entendido como aquello que
controla las significaciones en el discurso. Aunque Lacan niega
explícitamente la posibilidad de que el falo sea u n a parte del cuerpo
o un efecto imaginario, este repudio debe entenderse como un com
ponente de la je ra rq u ía simbólica m ism a que le atribuye al falo
durante este último ensayo. Como ocurre con la idealización de una
parte del cuerpo, en el ensayo de Lacan la figura fantasm ática del
falo sufre u n a serie de contradicciones sem ejantes a las que
perturban el análisis ofrecido por Freud de las p artes erógenas
del cuerpo. Se puede decir que el falo lesbiano interviene como
una consecuencia inesperada del esquem a lacaniano, u n signi
ficante aparentem ente contradictorio que, a través de u n a mimesis
crítica,19pone en tela de juicio el poder ostensiblem ente origínador
y controlador del falo lacaniano o m ás precisam ente, el hecho de
que se lo in sta le como el significante privilegiado del poder
simbólico. El falo lesbiano es el emblema de u n movimiento que
se opone a la relación entre la lógica de no contradicción y la legis
lación de la heterosexualidad obligatoria en el nivel de lo simbólico
y de la morfogénesis corporal. En consecuencia, este movimiento
procura ab rir un sitio discursivo que perm ita reconsiderar las
relaciones tácitam ente políticas que se instalan y p ersisten en las
divisiones entre las p a rte s del cuerpo y la totalidad, entre la
anatom ía y lo im aginario, entre la corporalidad y la psique.
E n su sem inario de 1953, Lacan sostenía que “el estadio del
espejo no es sencillam ente un momento del desarrollo. También
es una función ejemplar, porque revela algunas de las relaciones
que establece el sujeto con su imagen, en la m edida en que es el
U rbild (ideal) del yo” (Lacan, I, págs. 74/88). En “El estadio del es
pejo”, publicado cuatro años antes, Lacan argum enta que “tenemos
que [...] entender el estadio del espejo como una identificación...”
y poco después, en el mismo ensayo sugiere que el yo es el efecto
acum ulativo de sus identificaciones form ativas.2u D entro de los
19, N aom i Schor, 'T h is E sse n tia lism W hich Is N ot One: C orning to G rips w ith
Irig a ra y ”, Difforcnccs: A -Journal o f F em in ist C u ltu ra l Stu d icx, 2:1, 1989, pág. 48.
20. “II y sui'fit com prendre Je sta d e du m iroir eomm e une identificación a u sens
plein que l’analy se donne á ce term e: á savoir la tran sfo rn ia tio n p ro d u ite chez le
su jet q u a n d il a ssu m e u n e im age, —d ont la préílestin atio n á cet effet de phase est
s u ílis a m e n t indiquée p a r l'usage d a n s la tbéorie, du term a n tiq u e d’im ago” (Jacques
movimientos norteam ericanos seguidores de Freud, especialmente
en la psicología del yo y en ciertas versiones de las relaciones de
objeto, quizás sea h a b itu a l su g erir que el yo preexiste a sus
identificaciones, u n a idea confirm ada por la gram ática que insiste
en afirm ar que “un yo se identifica con un objeto exterior a él”. La
posición lacaniana sugiere, no sólo que las identificaciones preceden
al yo, sino que la relación identificatoria con la im agen establece
el yo. Adem ás, el yo establecido m ediante esta relación identifica
toria es en sí mismo una relación, en realidad, la historia acum u
lativa de tales relaciones. Como resultado de todo ello, el yo no es
una sustancia idéntica a sí m ism a, sino que es u n a historia sedi
m entada de relaciones im aginarias que sitú an el centro del yo
fuera del yo, en la imago externalizada que confiere y produce los
contornos corporales. En este sentido, el espejo de Lacan no refleja
L acan, “Le sta d e du m iro ir”, É crits, pág. 90). De la introducción de la imago, Lacan
pasa luego a la asunción jubilosa que hace el n iño de su (sic) “im agen especular", u n a
situación eje m p la r de la m a triz sim bólica en la cu al se dice que el “je ” o el sujeto es
precipitado e n u n a form a prim ordial, a n te rio r a la d ialéctica de la identificación con
otro. Al no p oder d istin g u ir aquí e n tre la form ación de! “je " y el “m oi", L acan da e n el
p á rra fo siguiente u n a aclaración adicional de “cette fo rm e ” como aquello que podría
llam arse el “je-idéaT , el yo ideal, u n a traducción que produce la confusa convergencia
del je y el moi. A firm ar que e sta form a p u e d a den o m in arse “je-idéal" depende de los
usos explicativos qu e p u e d en d á rsele al térm in o . E n e ste caso, e sta traducción
provisoria in tro d u c irá en u n re gistro conocido, “u n re g istre connu”, es decir, conocido
a p a rtir de F reu d , e sa identificación fa n ta sm á tic a y p rim a ria que L acan describe
como “la souche des identifications secondaires”. Aquí parece que la construcción
social del yo se re aliz a a trav é s de u n a dialéctica de identificaciones e n tre u n yo y a
c o n stitu id o p a rc ia lm e n te y el O tro. El e sta d io del espejo es p re c isa m e n te la
identificación p rim a ria, presocial y d e te rm in a d a “d a n s u n e ligne de fietion”, en u n a
línea de ficción (im aginaria, especular) que p recip ita las identificaciones secundarias
(sociales y dialécticas). E sto q u e d a rá claro luego cuando L acan so sten g a que la
relación n a rc isista p refig u ra y m odela las relaciones sociales a sí como las relaciones
con los o b je to s (que ta m b ié n son so c ia le s e n el s e n tid o de e s t a r m e d ia d o s
lin güísticam ente). E n cierto sentido, el estad io del espejo d a fo rm a o m orphé al yo
m e d ia n te la delineación fa n ta sm á tic a de u n cuerpo controlado. E ste acto prim ario
de d a r u n a form a se desp laza o ex tra p o la luego al m undo de los d em ás cuerpos y
o b jeto s, s u m in is tra n d o la co ndición C ía souche", el tro n c o de u n á rb o l q u e ,
a p a re n te m e n te h a caído o h a sido talado pero que sirve como te rre n o fértil) p a ra su
aparición. E ste m adero caído o cortado, listo p a ra se r usado, concuerda con las
significaciones de la m a te ria e n te n d id a como hyle, co n sid erad a en el capítulo 1. E n
e ste sentido, p a r a L acan, la s identificaciones p rim a ria s son índisociables de la
m ateria.
ni representa un yo preexistente, sino que, antes bien, sum inistra
el marco, la frontera, la delincación espacial p a ra que pueda ela
borarse proyectivam ente el yo mismo. De ahí que Lacan afirme: “la
imagen del cuerpo le da al sujeto la prim era form a que le perm ite
localizar lo que pertenece al yo [ce qui est du moí\ y lo que no le
pertenece” (Lacan, I, págs. 79/94).
E strictam ente hablando, no puede decirse pues que el yo se
identifique con un objeto exterior a él; antes bien, el “exterior” del
yo se dem arca am biguamente por prim era vez a través de una iden
tificación con una imago, que es en sí misma una relación, o en
realidad se establece en y como lo im aginario una frontera espacial
que negocia lo “exterior" y lo “interior”: “la función del estadio del
espejo [es] un caso particular de la función de la imago, que consiste
en establecer una relación entre el organismo y su realidad o, como
suele decirse, entre el Innenw elt (el m undo interior) y el Umwelt
(el am biente)”.21 La im agen especular que ve el niño, esto es, la
representación im aginaria que produce el niño, confiere u n a in te
gridad y u n a coherencia visuales a su propio cuerpo (que aparece
como otro) y así le compensa su sentido lim itado y preespecular
de movilidad y su control m otor subdesarrollado. Lacan continúa
identificando esta im agen especular con el ideal del yo (je-idéal) y
con el sujeto, aunque, en sus últim as conferencias, h a rá una distin
ción entre estos dos térm inos, em pleando otros fundam entos.22
y luego agrega: “El sujeto no es uno. E stá desarm ado en piezas. Y es obstruido, aspirado,
p o r la im agen, la im agen engañosa y re aliz a d a, del otro, o igualmente, por su propia
im agen esp e cu lar” (pág. 54; la b a sta rd illa es m ía).
23. La identificación con e sta im ago se lla m a “a n tic ip a to ria ”, u n térm in o que
A lexandre Kojéve reserva p a ra la e stru c tu ra dc deseo. V éaseA lexandre Kojéve, Intro-
ductiori to the R c a d in g o fIle g d (trad . Ja m es N ichols; ed. Alian Bloom), Ithaca, Cornell
U niversity P ress, 19S0, pág. 4. Como anticipatoria, la im ago es u n a proyección fu tu ra,
u n a idealización proléptica y fa n ta sm á tic a del contra! coiporal que a ú n no puede
e x istir y que, e n cierto sentido, n u n c a p o d rá ex istir: “e sta form a sitú a la capacidad
de acción del yo, a n te s de su d eterm in ació n social, en u n a dirección im a g in a ria ”. La
producción identifícatoria de ese lím ite - e l efecto de ese espejo lim ita d o - establece
el yo como y a trav é s de u n a u n id ad espacial im ag in aria, id ea liz an te y c e n tra liz a d o s .
A sí se in a u g u ra el yo corporal, se tie n e p o r p rim e ra vez acceso fenomenológico a la
m orfología y a u n sentido lim itad o o d istintivo del “y0”- P or supuesto, lo que se
obtiene es u n a ¡néconnaissance p re cisa m e n te a cau sa de la in conm ensurabilidad
que cara cte riz a la relación e n tre ese cuerpo proyectado, im aginario y la m atriz corporal
descentralizada y no unificada de donde su rg e e sa m ira d a idealizante. P a ra fra se a n d o
En el segundo seminario, Lacan observa que “el cuerpo dividido
en p artes lie corps mórcele] encuentra su unidad en la imagen del
Otro, que es su propia imagen anticipada: u n a situación dual en
la que se perfila u n a relación dual, pero asim étrica” (Lacan, II,
54/72). El yo se forma alrededor de la im agen especular del cuerpo
mismo, pero esta im agen especular es en sí m ism a una anticipa
ción, u n a delineación hipotética. El yo es ante todo y sobre todo un
objeto que no puede coincidir tem poralm ente con el sujeto, una ek-
tasis tem poral, el tem poral carácter futuro del yo y su exterioridad
como percipi, establecen su alteridad respecto del sujeto. “El yo...
es un objeto particular dentro de la experiencia del sujeto. L iteral
m ente, el yo es u n objeto, un objeto que cumple cierta función que
llam am os aq u í función im a g in a ria ” (Lacan II, 4/60).24 En su
condición im aginaria, el yo como objeto no es ni interior ni exterior
al sujeto, sino que es el sitio perm anentem ente inestable donde se
negocia perpetuam ente esa distinción espacial; esa ambigüedad
es lo que m arca el yo como imago, es decir, como relación iden-
26. Sobre u n análisis su til de cómo funciona el falm norfísm n en L acan y sobre
u n a elucidación de la m ordaz crítica que hace Irig ara y de ese falom orfism o, véase
\V\iilfurA,Luce Irigaray: Philnsaphy ¡n the F em im ne, págs. 58-74 y 150-152. W hitford
lee el ensayo de L acan sobre el estadio del espejo a tra v é s de la crítica de Irig ara y y
sostiene, na sólo que el estadio del espejo depende en sí m ism o del supuesto previo de
lo m aternal entendido como terre n o fértil, sino que el falom orfism o que a rticu la ese
ensayo a u to riza un “im a g in ario m asculino [en el cual] el narcisism o m asculino se
e x trap o la a lo trascendental’ (pág. 152). Whitford exam ina tam bién los esfuerzos
hechos por Irig ara y p a ra estab lecer u n im aginario fem enino por encim a y en contra
del im aginario m asculino p re sen te en la obra de L acan. A u n q u e cla ram e n te siento
cierta sim p atía por el proyecto de d e sa u to riz a r el im a g in ario m asculino, mi propia
e strateg ia consistirá en m o stra r que el falo puede asociarse a u n a v ariedad de órganos
y que u n a separación eficaz de los conceptos de falo y p e n e constituye no sólo una
h erid a n a rcisista al falom orfism o sino adem ás la producción de un im aginario sexual
an tih e te ro se x ista . L as im plicaciones de mi e stra te g ia p a re c e ría n poner en te la de
juicio la in teg rid ad ta n to de un im aginario m asculino como de u n o fem enino,
después de un paso del modelo epistemológico al modelo signifi
cante (o, antes bien, a u n a incrustación del ám bito epistemológico
dentro de la esfera simbólica de significación). Y aun hay o tra dife
rencia, una diferencia que podría entenderse como u n a inversión.
En el prim er ensayo, los “órganos”, dominados por la relación
narcisista, llegan a ser la morfología fantasm ática que genera,
m ediante una extrapolación especular, la estructura de los objetos
cognoscibles. En el últim o ensayo. Lacan introduce u n a noción
del falo que funciona como significante privilegiado y delim ita la
esfera de lo significable.
En un sentido limitado, lo órganos investidos narcisísticam ente
en “El estadio del espejo” cumplen u n a función paralela a la que
cumple el falo en “La significación del falo”: los primeros establecen
las condiciones de cognoscibilidad, el último establece las condi
ciones de significabilidad. Además, el contexto teorético en el cual
se presenta “La significación del falo” es un contexto en el que la
significación es la condición de toda cognoscibilidad y la imagen
sólo puede sostenerse m ediante el signo (lo im aginario dentro de
los térm inos de lo simbólico); de ello parece desprenderse que los
órganos investidos narcisísticam ente en el prim er ensayo se m an
tienen de algún modo en —y en virtud d e - la noción del falo. Aun
cuando sostuviéramos que “El estadio del espejo” docum enta una
relación im aginaria, m ientras que “La significación del falo” tiene
que ver con la significación en el nivel de lo simbólico, no queda
claro si el primero puede sostenerse sin el segundo y si, lo que tal
vez sea m ás significativo, el último (esto es, lo Simbólico) puede
sostenerse sin el prim ero. Y sin embargo, el propio Lacan frustra
esta conclusión lógica al insistir en que el falo no es ni una parte
anatómica ni una relación imaginaria. ¿Debe interpretarse este repu
dio de los orígenes anatóm icos e im aginarios del falo como un mo
do de negarse a explicar el proceso mismo de idealización del cuerpo
que el propio Lacan ofrecía en “El estadio del espejo”? ¿Debemos
aceptar la prioridad del falo sin cuestionar la investidura narcisista
m ediante la cual un órgano, una parte del cuerpo, ha sido elevada/
erigida a la condición de principio estructurado y centralizador
del mundo? Si “El estadio del espejo” revela cómo, m ediante la
función de sinécdoque de lo im aginario, las p artes llegan a repre
sen tar los todos y un cuerpo descentrado se transfigura en una to
talidad con un centro, podríamos sentirnos inclinados a preguntar
qué órganos cum plen e sta función centralizadora y de sinécdoque.
E n “La significación del falo”, Lacan efectivam ente rechaza la
cuestión que formula implícitam ente en el prim er ensayo. Porque,
si el falo, en su función simbólica, no es n i un órgano ni un efecto
imaginario, luego no se construye a través de lo im aginario y m an
tiene u n a jerarq u ía y u n a integridad independientes de lo im a
ginario. Esto corresponde, por supuesto, a la distinción que hace
Lacan a lo largo de toda su obra entre lo im aginario y lo simbólico.
Pero, si puede m ostrarse que el falo es un efecto de sinécdoque, si
no sólo representa a la parte, el órgano, sino que además es la transfi
guración im aginaria de esa parte en la función centralizadora y
totalizadora del cuerpo, luego el falo se presenta como simbólico
sólo en la m edida en que se niegue su construcción a través de los
mecanismos transfigurativos y especulares de lo imaginario. En
realidad, si el falo es u n efecto im aginario, u n a transfiguración
ilusoria, luego, lo que e stá en tela de juicio no es m eram ente la
condición simbólica del falo, sino la distinción m ism a entre lo sim
bólico y lo im aginario. Si el falo es el significante privilegiado de
lo simbólico, el principio delim itador y ordenador de lo que puede
ser significado, luego este significante obtiene su privilegio al
convertirse en un efecto im aginario que niega tercam ente su propia
condición tanto de efecto como de imaginario. Si esto es verdad en
el caso del significante que delim ita la esfera de lo significable
dentro de lo simbólico, luego tam bién es verdad respecto de todo
aquello que es significado como simbólico. Dicho de otro modo, lo
que opera bajo el signo de lo simbólico no puede ser otra cosa que
precisam ente ese conjunto de efectos im aginarios que h an llegado
a ser naturalizados y reificados como la ley de significación,
“El estadio del espejo” y “La significación del falo” siguen (por
lo menos) dos trayectorias narrativ as m uy d iferentes: la p rim e ra
describe la transform ación p rem atu ra e im aginaria de un cuerpo
descentrado - u n cuerpo dividido en partes [le corps mórcele]- en
el cuerpo especular, u n a totalidad morfológica investida con un
centro de control motor; la segunda sigue el acceso diferencial de
los cuerpos a las posiciones sexuadas dentro de lo simbólico. En un
caso, el recurso narrativo es un cuerpo ante el espejo; en el segundo,
un cuerpo ante la ley. Sem ejante referencia discursiva debe cons
truirse, según los térm inos del propio Lacan, menos como una ex
plicación del desarrollo que como u n a necesaria ficción heurística.
En “El estadio del espejo”, se presenta la figura de u n cuerpo
dividido “en p artes, en piezas” [une image morcelée du corps];27 en
tanto que en el análisis de la noción de falo, el cuerpo y la anatom ía
se describen sólo m ediante la negación: la anatomía y, en particular,
las partes anatóm icas, no son el falo, sino solamente aquello que el
falo sim boliza (II est encore bien moins l’organe, penis ou clitoris,
qu’il symbolise [690]). De modo que en el prim er ensayo (¿debe
ríam os llam arlo “pieza”?), Lacan n a rra cómo se supera la im agen
fraccionada del cuerpo m ed ia n te la producción e sp ec u lar y
fantasm ática de un todo morfológico. E n el segundo ensayo, ese
dram a se representa —o se presenta como síntom a- m ediante el
movimiento narrativo de la realización teorética m ism a, lo que
consideraremos brevem ente como la performatividad del falo. Pero,
si es posible in te rp re ta r “La significación del falo” como sintom a-
tización del fantasm a especular descrito en “El estadio del espejo”,
tam bién es posible, y conveniente, releer “El estadio del espejo”
como un ensayo que ofrece una teoría implícita del “reflejo" como
práctica significante.
Si antes de enfrentarse al espejo el cuerpo e stá dividido “en
piezas”, ello implica que el reflejarse obra como u n a especie de
extrapolación que, m ediante una sinécdoque, hace que esas piezas
o partes llegan a representar (en el espejo y gracias al espejo) la
totalidad; o, para decirlo de otro modo, la parte sustituye al todo y
CONCLUSIÓN
34. A quí p robablem ente q uede claro que estoy de acuerdo con la crítica que hace
D e rrid a de la noción a te m p o ra liz a d a de e stru c tu ra de L évi-S trauss. E n "La e stru c
tu ra , el signo y el juego en el discurso de las ciencias h u m an a s", D e rrid a se p re g u n ta
qu é te da a la e s tru c tu ra su e s tru c tu ra b ilid a d , es decir, la c alid ad de se r u n a
e stru c tu ra , dando a e n te n d e r que e sa condición es algo que se le da o que se hace
derivar y, por lo tanto, no es originaria. U n a estructura “es” u n a e s tru c tu ra en la m edida
en que p e rsiste como tal, Pero, ¿cómo e n te n d e r h a s ta qué p u n to el modo de esa
persisten c ia es in h e re n te a la e s tru c tu ra m ism a? U n a e s tru c tu ra no perm anece
id én tica a sí m ism a a tra v é s del tiem po, sino que “e s” e s tru c tu ra en la m edida en
que se la re ite ra . Su ite rab ilid a d es, pues, la condición de su id en tid ad , pero puesto
que la iterab ilid ad supone u n in te rv alo , u n a diferencia e n tre térm in o s, la id en tid ad
co n stitu id a a tra v é s de e s ta tem p o ralid ad d isco n tin u a e stá condicionada por esta
diferencia de sí m ism a que se le opone. E sta es u n a diferencia c o n stitu tiv a de la
id entidad, a sí como el principio de su im posibilidad. Como ta l es u n a diferencia
como différance, u n a p la za m ie n to de cu alq u ier resolución en la au to id e n tid ad .
De algún modo, el falo, según lo presento aquí, surge del enfoque
de Lacan, pero al mismo tiempo excede los alcances de esa forma
de estructuralism o heterosexista. No basta con afirm ar que el signi
ficante no es lo mismo que lo significado (falo/pene), si ambos
térm inos están sin embargo vinculados entre sí por u n a relación
esencial en la cual e stá contenida esa diferencia. La idea del falo
lesbiano sugiere que el significante puede llegar a significar algo
más que lo que indica su posición estructuralm ente determ inada;
en realidad, el significante puede repetirse en contextos y relacio
nes que llegan a d esplazar la condición de privilegio de ese
significante. La “estru ctu ra" en virtud de la cual el falo significa
el pene como su ocasión privilegiada existe sólo porque se la in stitu
ye y reitera y, a causa de esa tem poralización, es inestable y está
expuesta a la repetición subversiva. Por lo demás, si el falo simbo
liza sólo tomando la anatom ía como su circunstancia, luego, cuanto
m ás variadas e inesperadas sean las circunstancias anatóm icas
(y no anatóm icas) de su simbolización, tanto m ás inestable se vuel
ve ese significante. En otras palabras, el falo no tiene ninguna
existencia independientem ente de las oportunidades de su simbo
lización; no puede sim bolizar sin su circunstancia. Por lo tanto, el
falo lesbiano ofrece la oportunidad (una serie de oportunidades)
de que el falo signifique de m aneras diferentes; y al significar así,
p o d er re sig n ific a r, in a d v e rtid a m e n te , su propio p rivilegio
m asculinista y heterosexista.
Tanto la noción propuesta por Freud del yo corporal como la de
idealización proyectiva del cuerpo de Lacan sugieren que los con
tornos mismo del cuerpo, las delimitaciones anatóm icas, son en
p a rte consecuencia de u n a identificación ex tern alizad a. E ste
proceso identificatorio mismo e s tá m otivado por un deseo de
transfiguración. Y ese anhelo, propio de toda morfogénesis ha sido
preparado y estructurado a su vez por u n a cadena significante
culturalm ente compleja que no sólo constituye la sexualidad, sino
que establece la sexualidad como un sitio en el cual se reconstituyen
perpetuam ente los cuerpos y las anatom ías. Si e sta s identifica
ciones centrales no pueden regularse estrictam ente, el dominio
de lo im aginario en el cual se constituye parcialm ente el cuerpo
queda m arcado por u n a vacilación constitutiva. Lo anatóm ico sólo
es “dado”, está “determ inado”, a través de su significación y, sin
em bargo, parece exceder esa significación, ofrecer el esquivo
referente en relación con el cual se da la v ariabilidad de significa
ción. A trapado desde siem pre en la cadena significante m ediante
la cual se negocia la diferencia sexual, lo anatóm ico nunca se da
fuera de sus térm inos y, sin embargo, es lo que excede e impone
esa cadena significante, esa reiteració n de la diferencia, una
dem anda insistente e inagotable.
Si la heterosexualización de la identificación y la morfogénesis,
por hegemónica que sea, es históricam ente contingente, luego, las
identificaciones que son siem p re im a g in a ria s , a l c ru z a r las
fro n teras de los géneros, rein stitu y en los cuerpos sexuados de
m aneras variables. Al cruzar estas fronteras, esas identificaciones
m orfogenéticas reconfiguran el m apa de la diferencia sexual m is
m a. El yo corporal producido a trav és de la identificación no está
m im éticam ente relacionado con un cuerpo biológico o anatómico
preexistente (cuerpo que sólo sería accesible a través del esquem a
im aginario que estoy proponiendo aquí, con lo cual quedaríamos
atrapados en u n eterno retorno o en un círculo vicioso). El cuerpo
que aparece en el espejo no representa un cuerpo que esté, se podría
decir, an te el espejo: el espejo, au n cuando esté instigado por ese
cuerpo irrepresentable que e stá “an te” él, produce ese cuerpo como
su efecto delirante, un delirio que, dicho sea de paso, estam os obli
gados a vivir.
E n este sentido, es im portante observar que lo que se considera
aquí es el falo y no el pene lesbiano. Porque lo que se necesita no
es u n a nueva parte del cuerpo, por decirlo de algún modo, sino
desplazar lo simbólico hegemónico de la diferencia sexual (hetero
sexual) y ofrecer, en una perspectiva crítica, esquem as imaginarios
alternativos que perm itan constituir sitios de placer erógeno.
3. Identificación fantasmática
y la asunción del sexo*
IDENTIFICACIÓN, PROHIBICIÓN
Y LA INESTABILIDAD DE LAS “POSICIONES”
15. Leo B e rsa n i, The F reudian Body: P sych a a n a lysh a n d A r t, N ueva York, Co-
lu m b ia U n iv e rsity P ress, 1986, págs. 64-66, 112-113.
bólico contemporáneo; por el contrario, ciertas “ocupaciones” cons
titu y e n m odos fu n d a m e n ta le s de re a rtic u la r, en el se n tid o
gram sciano, las posibilidades de enunciación. E n otras palabras,
no existen “posiciones de sujeto” anteriores a la enunciación que
ocasionan, porque cierto tipo de enunciaciones desarm an las “posi
ciones de sujeto” m ism as que ostensiblem ente las acreditan. No
hay ninguna relación de exterioridad radical en tre “posición” y
“enunciación”; ciertas declaraciones extienden las fronteras de lo
simbólico, producen un desplazam iento de lo simbólico y dentro
de lo simbólico, dándole un cariz tem poral a todo lo relativo a la
“posición” y el “lugar estructural”. Porque, ¿qué opinión nos merece
la enunciación que establece una posición donde no había ninguna o
que m arca las zonas de exclusión y desplazam iento en v irtu d de
las cuales se establecen y estabilizan las posiciones de sujetos dis
ponibles?
E n la m edida en que las posiciones de sujeto se produzcan a te n
diendo a u n a lógica de repudio y abyección, la especificidad de la
identidad se adquiere a trav és de la pérdida y degradación de la
conexión y ya no es posible in te rp re ta r el m apa de poder que pro
duce y divide diferencialm ente las identidades. La m ultiplicación
de las posiciones de sujeto a lo largo de un eje plu ralista im plica
ría la m ultiplicación de los movimientos excluyentes y degradan
tes que lo único que pueden producir es una mayor división en
facciones, una proliferación de diferencias que carecen de los m e
dios p a ra negociar entre sí. Lo que se le pide al pensam iento polí
tico contem poráneo es tra z a r las interrelaciones que conecten, sin
u n ir de m an era sim plista, u n a variedad de posiciones dinám icas
y de relación dentro del campo político. Además, será decisivo hallar
el modo de ocupar tales sitios y, a la vez, som eterlos a u n a oposi
ción dem ocratizadora en la que se reelaboren perpetuam ente (aun
que nunca puedan superarse del todo) las condiciones excluyentes
de su producción, apuntando a crear un marco de coalición m ás
complejo. Parece pues im portante preguntarse si in sistir en el p la
no político sobre las identidades coherentes puede constituir si
quiera u n a base sobre la cual pueda construirse u n a intersección,
alcanzarse u n a alianza política con otros grupos subordinados,
especialm ente cuando tal concepción de alianza desconoce el h e
cho de que las posiciones de sujeto en cuestión son en sí m ism as
una especie de “intersección”, son en sí m ism as el escenario vivo
de la dificultad de lograr u n a coalición. In sistir en afirm ar la iden
tidad coherente como punto de partida supone que ya se sabe lo
que un “sujeto” es, que ya está fijado, y que ese sujeto ya existente
podría e n tra r en el m undo a renegociar su lugar. Pero si ese suje
to mismo produce su coherencia a costa de su propia complejidad,
de los entrecruzam ientos de identificaciones de las que está com
puesto, luego, ese sujeto niega el tipo de conexiones opositoras
que dem ocratizarán el campo de su propia operación.
En sem ejante reformulación del sujeto hay algo m ás que una
prom esa de u n a teoría psicoanalítica m ás am able, m ás considera
da. La cuestión está aquí en las crueldades tácitas que su sten tan
la identidad coherente, crueldades que tam bién incluyen la cruel
dad contra uno mismo, la hum illación a trav és de la cual se pro
duce y m antiene fingidamente la coherencia Algo de esto está pre
s e n te de m a n e ra a ú n m ás evid en te en la producción de la
heterosexualidad coherente, pero tam bién en la producción de la
identidad lesbiana coherente, la identidad gay coherente y, den
tro de estos m undos, la “m arim acho” coherente, la lesbiana feme
nina coherente. En cada uno de estos casos, si bien la identidad se
construye por oposición, tam bién se construye por rechazo. Puede
ocurrir que, si una lesbiana se opone absolutam ente a la hetero
sexualidad, puede sentirse m ás dueña de sí m ism a que u n a m ujer
heterosexual o bisexual consciente de su inestabilidad constituti
va. Si la m asculinidad lesbiana exige u n a estricta oposición a la
fem ineidad lesbiana, ¿se tra ta del repudio de u n a identificación o
de una identificación con la posición lesbiana fem enina que ya se
h a adoptado, que se h a adoptado o de la que se h a renegado, una
identificación renegada que sostiene la posición lesbiana m asculi
na, sin la cual ta l posición no podría existir?
Aquí la cuestión no es prescribir la adopción de identificacio
nes nuevas y diferentes. No deposito ninguna últim a esperanza
política en la posibilidad de aceptar identificaciones que han sido
renegadas convencionalm ente. Es indudablem ente verdad que
ciertas renegaciones son fundam entalm ente capacitadoras y que
ningún sujeto puede obrar, puede actuar, sin ren eg ar de ciertas
posibilidades y adm itir otras. En realidad algunos tipos de renega
ciones funcionan como restricciones constitutivas y no pueden des
cartarse. Pero aquí es necesaria una reformulación porque, estric
tam ente hablando, no es que un sujeto reniege de sus identifica
ciones, sino, antes bien, que ciertas exclusiones y forclusiones in s
tituyen el sujeto y persisten como el espectro perm anente o cons
titutivo de su propia desestabilización. El ideal de transform ar
todas las identificaciones excluidas en rasgos inclusivos -d e a b ra
zar toda diferencia en una u n id a d - indicaría el retorno a una sín
tesis hegeliana que no tiene ningún exterior y que, al apropiarse
de toda diferencia como rasgo ejem plar de sí m ism a, llega a cons
titu ir u n a figura del imperialismo, u n a figura que se instala m e
diante un hum anism o rom ántico, insidioso, que todo lo consume.
Pero aún resta la ta re a de reflexionar a p a rtir de las cruelda
des potenciales que resu ltan de intensificar la identificación que
no puede perm itirse reconocer las exclusiones d&las que depende,
exclusiones que deben rechazarse, identificaciones que deben per
m anecer repudiadas, im pugnadas, p a ra que puedan existir las
identificaciones intensificadas. E ste tipo de repudio no sólo culmina
en la rígida ocupación de identidades excluyentes, sino que ade
m ás tiende a aplicar ese principio de exclusión a todo aquel que se
considere desviado de tales posiciones.
Prescribir u n a identificación exclusiva a un sujeto constituido
de m aneras m últiples, como lo estam os todos los sujetos, es ejer
cer u n a reducción y una parálisis y algunas posiciones fem inis
tas, incluyendo la m ía, h an dado prioridad de m anera problem áti
ca al género como el sitio identificatorio de la movilización políti
ca a expensas de la raza, la sexualidad, la clase o el posiciona-
m iento/desplazam iento geopolítico.16 Y aquí no se tra ta sólo de
resp e tar al sujeto como u n a pluralidad de identificaciones, por
que estas identificaciones están invariablem ente im bricadas en
tre sí, una es vehículo de la otra: uno puede optar por u n a identi
ficación de género p a ra poder repudiar (o p articipar de) una iden
tificación de raza; lo que se considera “etn ia” enm arca y erotiza la
sexualidad o puede constituir en sí mismo u n a m arcación sexual.
Esto implica que no es cuestión de relacionar la raza, la sexuali
dad y el género, como si fueran ejes de poder com pletam ente se
EL TRAVESTISMO AMBIVALENTE
4. hell hooks, “Is P a rís B urning?”, Z , Sinters o f the Yam C olum n, ju n io de 1991,
p¡tg. 61.
frecuencia suele hacer quien descubre que u n a m ujer es lesbiana:
u n a lesbiana es u n a m ujer que debe de hab er tenido u n a m ala
experiencia con los hombres o que aún no ha encontrado al hombre
indicado. E sto s diagnósticos su p o n en que el lesbianism o se
adquiere en virtud de alguna falla de la m aquinaria heterosexual,
con lo cual continúan instalando la heterosexualidad como la “cau
sa” del deseo lesbiano; el deseo lesbiano se presenta como el efecto
fatal de u n a causalidad heterosexual descarriada. En este marco,
el deseo heterosexual es siem pre verdadero y el deseo lesbiano es
siem pre y solam ente u n a m áscara; por siem pre falso. E n los
argum entos radicales fem inistas contra el travestism o, el despla
zam iento de las m ujeres se representa como el objetivo y el efecto
del travestism o de hombre a m ujer; en el desprecio homofóbico
por el deseo lesbiano, la decepción por los hom bres y su desplaza
m iento se entienden como la causa y la verdad final del deseo
lesbiano. De acuerdo con estas versiones, el travestism o no es m ás
que el desplazamiento y la apropiación de las “m ujeres” y, por lo
tanto, se basa fundam entalm ente en la misoginia, en un aborre
cimiento de las mujeres; y el lesbianismo no es m ás que el desplaza
miento y la apropiación de los hom bres y por lo tanto es funda
m entalm ente u n a cuestión de odiar a los hom bres, de m isandria.
E stas explicaciones del desplazam iento sólo son aplicables si
realizan a su vez otra serie de desplazam ientos: del deseo, de los
placeres fantasm áticos y de las formas de am or que no pueden
reducirse a una m atriz heterosexual ni a la lógica de repudio. En
realidad, en esta perspectiva, el único lugar donde podrá hallarse
el am or es en el am or por el objeto ostensiblem ente repudiado, un
am or que debe entenderse estrictam ente como el resultado de una
lógica de repudio; por consiguiente, el travestism o no es m ás que
el efecto de una am or resentido por el desengaño o el rechazo, la
incorporación del Otro a quien uno originalm ente deseó, pero que
ahora odia. Y el lesbianism o no es otra cosa que el efecto de un
amor resentido por la decepción o el rechazo y de una repulsión a
ese amor, u n a defensa contra él o, en el caso de la lesbiana varonil,
la apropiación de la posición m asculina que originalm ente amó.
E sta lógica de repudio in stala el am or heterosexual como el
origen y la verdad tanto del travestism o como del lesbianism o, e
in terpreta am bas prácticas como síntom as de amor frustrado. Pero
lo que se desplaza en esta explicación del desplazam iento es la
noción de que podría haber placer, deseo y am or que no estén deter
m inados únicam ente por lo que se repudia.6 Al principio podría
parecer que el modo de oponerse a estas reducciones y degrada
ciones de las prácticas queer es afirm ar su especificidad radical,
sostener que hay u n deseo lesbiano, radicalm ente diferente del
deseo heterosexual, que no tiene ninguna relación con éste, que
no es ni el repudio ni la apropiación de la heterosexualidad y que
tiene radicalm ente otros orígenes que no son aquellos que su sten
ta n la heterosexualidad. O una podría sentirse te n ta d a a sostener
que el travestism o no está relacionado con el ridículo, la degrada
ción ni la apropiación de las m ujeres: cuando se tra ta de hom bres
vestidos y m aquillados como m ujeres, lo que se da es la desesta
bilización del género mismo, u n a desestabilización que ha sido
d esnaturalizada y que pone en tela de juicio las pretensiones de
norm atividad y originalidad a trav és de las cuales a veces opera
la opresión sexual y de género. Pero, ¿qué ocurre cuando la s itu a
ción no es exclusivam ente una ni la otra? C iertam ente algunas
lesbianas h an preferido conservar la idea de que su práctica sexual
se origina en parte en un repudio de la heterosexualidad pero
tam bién sostienen que este repudio no explica el deseo lesbiano y,
por lo tanto, no puede identificarse como la “verdad” oculta u original
del deseo lesbiano. E n el caso del tra v e stí es difícil adem ás en otro
sentido, porque me parece b astan te evidente que en el vistoso tra
vestí de P arís en llamas se advierte tanto un sentim iento de derrota
como un sentim iento de insurrección, que el trav estí que vemos,
ese que, después de todo, se enfoca para nosotros, se filma para
nosotros, es alguien que se apropia de las norm as racistas, m isó
fi. K obena M ercer ofreció u n valioso tra b a jo sobre e sta cuestió n y su relación
con u n a noción p sic o an a lític a de “am bivalencia". V éase “L ooking for T rouble”,
reed ita d o en H enry Abelove, M ichéle B a ra le y D avid M. H a lp e rin (com ps.), The
Lesbian a n d G ayStudie.s R ea d e r, N u e v a York, R outledge, 1993, págs. 350-59. O ri
g in a lm e n te publicado e n T ra n sitio n , 51, 1991; “S k in H e ad Sex T hing: R acial
D ifference a n d tb e H om oerotic Im ag in ary ", en Bad O bjet-C hoices (comp.), H ow
Do I Look? Queer F ilm a n d Video, S e a ttle , B ay P ress, 1991, págs. 169-210; “E n-
g en d ered Species”, A rtfo r u m , vol. 30, n c 10, veran o de 1992, págs. 74-78. V éase
asim ism o sobre la relación e n tre p sicoanálisis, ra za y am bivalencia, H om i B habha,
“O f M im ícry a n d M an: T he A m bivalence of Colonial Discourse"’, O ctober, 2S, p ri
m a v e ra de 1984, págs. 125-133.
diegético del filme en el que se yuxtaponen escenas de gente “a u
tén tic a ” entrando en tiendas costosas y saliendo de ellas y esce
nas del salón de baile de los travestis.
E n las producciones de autenticidad del baile travestí, vemos
y producim os la constitución fantasm ática de un sujeto, u n sujeto
que repite y parodia las norm as de legitim idad m ediante las cuales
se lo h a degradado, un sujeto establecido en el proyecto de dominio
que im pulsa y desbarata todas sus repeticiones. Este no es un sujeto
que se aparta de sus identificaciones y decide instrum entalm ente
cómo elaborar cada u n a de las que elige en cada ocasión; por el
contrario, el sujeto es la im bricación incoherente y movilizada de
v arias identificaciones; está constituido en y a través de la itera-
bilidad de su actuación, una repetición que le sirve a la vez para
legitim ar e ilegitim ar las norm as de autenticidad que lo producen
a él.
E n esa búsqueda de autenticidad en la que se produce este
sujeto, una busca fantasm ática que moviliza identificaciones, se
destaca la prom esa fantasm ática que constituye cualquier movi
m iento identificatorio; u n a prom esa que, tom ada demasiado seria
m ente, puede culminar únicam ente en decepción y desidentificación.
U na fantasía que al menos Venus, puesto que m uere -asesinada
aparentem ente por uno de sus clientes, tal vez después de que éste
descubre lo que queda de sus órganos m asculinos-, no puede tra d u
cir al plano simbólico. É ste es un asesinato realizado en virtud de
un simbolismo que erradicaría aquellos fenómenos que requieren
u n a a p ertu ra de las posibilidades de resignificar el sexo. Si Venus
quiere transform arse en m ujer y no puede su p e ra r el hecho de ser
latina, luego, en el plano simbólico, se tra ta a Venus precisam ente
del mismo modo en que se tra ta a las m ujeres de color. Su m uerte
atestigua, pues, una trágica lectura equivocada del m apa social
de poder, un tergiversación orquestada por ese mismo m apa, según
el cual los sitios de una autosuperación fantasm ática se resuelven
constantem ente en decepción. Si los significantes de la condición
de blanco y de la condición de m ujer - a l igual que algunas formas
de m asculinidad hegemónica construidas a trav és del privilegio
de clase- son sitios de prom esa fantasm ática, es evidente que las
m ujeres de color y las lesbianas no sólo están excluidas en todas
partes de este escenario, sino que adem ás constituyen un sitio de
identificación constantem ente rechazado y abyecto en la persecu
ción fantasm ática colectiva de u n a transubstanciación en varias
form as de travestism o, transexualism o y parodia no crítica de lo
hegemónico. Que esta fantasía incluya transform arse en parte en
m ujeres y, p ara algunos de los “niños”, parecerse a las m ujeres
negras, constituye falsam ente a las m ujeres negras como un sitio
de privilegio; pueden a tra p a r a un hombre y estar protegidas por
él, u n a idealización imposible que por supuesto in te n ta negar la
situación de la gran cantidad de m ujeres negras pobres que son
m adres solteras sin el apoyo de los hombres. En este sentido, la
“identificación” se compone como u n a negación, una envidia, que
es la envidia de una fantasía de las mujeres negras, una idealización
que produce u n a negación. Por el otro lado, puesto que la cultura
heterosexual hegemónica puede fem inizar a los hom bres negros
homosexuales, en la dimensión perform ativa del baile hay una
significativa reelaboración de esa feminización, una ocupación de
la identificación que de algún m odoya se hizo entre el homosexual
varón y las m ujeres, la feminización del gay, la feminización del
gay negro, que es la feminización negra del homosexual masculino.
La actuación es pues u n a especie de réplica m ordaz, en gran
m edida lim itada por los térm inos del ataque original: si u n a hege
monía homofóbica blanca considera que la reina negra del baile
de los travestís es u n a mujer, esa mujer, constituida ya por esa
hegemonía, llegará a se rla oportunidad de rearticular los térm inos
de tal hegemonía; encarnando el exceso de esa producción, la reina
sobrepasará la fem ineidad de las m ujeres y en el proceso confun
dirá y seducirá a un auditorio cuya m irada debe estar estructurada,
h asta cierto punto, a través de aquellas hegemonías, un público
que, m ediante la escenificación hiperbólica de la situación, será
arrastrado a la abyección a la que pretende resistirse y que quiere
superar. El exceso fantasm ático de esta producción constituye el
sitio de las m ujeres no sólo como m ercancías comercializables
dentro de una economía erótica de intercam bio,7sino adem ás como
mercancías que tam bién son, por así decirlo, consumidoras privile
giadas que tienen acceso a la riqueza, el privilegio social y la pro
tección. E sta es una transfiguración fantasm ática en gran escala
no sólo de la difícil situación de los gay negros y latinos pobres;
REITERACIONES SIMBÓLICAS
8. Sobre el térm ino “bohem io”, véase tam b ién Sedgwick, Epistem ology o f the
Closet, pás'3. 193-95, y R ichard M iller, B ohem ia: T he P rotoculture T hen a n d Noui,
Chicago, N elson-H all, 1977, citado en Sedgwick.
9. E stoy en d euda con la lec tu ra que h ace K a rin Cope de G e rtru d e Stein sobre la
cuestión de la s lim itaciones que tie n e la denom inación p a ra a rtic u la r la sexualidad.
V éase su ‘“P ublieity Is o u r P rid e ’: T he P a ss io n a te G ra m m a r of G e rtru d e S tein ”,
P rctext, verano de 1993, y G ertrude S tein a n d the Lovc o f E rror, M inneapolis, U n i
v e rsity of M innesota P ress, de próxim a aparición.
[...] yo iba retrocediendo, agazapado, cuando oí que Antonia gritaba.
Estaba de pie frente a mí, señalaba algún punto a mis espaldas y
gritaba algo en bohemio. Giré sobre mí mismo y allí, en uno de esos
lechos de grava, estaba el áspid más grande que yo hubiera visto en mi
vida. Estaba gozando del sol, después de la fría noche y el grito de Antonia
debe de haberlo despertado. Cuando me volví, el áspid se extendía en
ondas movedizas que parecían formar la letra “W”. De pronto se sacu
dió con un espasmo y comenzó a enroscarse lentamente. No era mera
mente una serpiente grande, pensé, era una monstruosidad de circo.
E sa “W” trunca introduce un W illa abreviado en el texto v lo
conecta con las ondas movedizas de la letra, vinculando la cues
tión de la morfología gram atical con la figura morfológica de la
serpiente que reproduce los movimientos del deseo.10 Pero esta
aparición parcial desde el agujero, este abrirse paso a través de la
ñcción de esta narrativ a que la sostiene, sólo puede ser “una mons
truosidad de circo”, un espectáculo que entretiene y aterra.
Además, la aparición de la serpiente provoca un reescenificación
de la escisión entre “yo” y “él”, esta vez entre el “yo” de Jim y el
“él” del áspid. Jim n a rra los movimientos del ofidio con una fasci
nación y un horror que hacen tam b alear la diferencia entre am
bos: “Su abominable m usculatura, su movimiento repugnante, flui
do, me dieron ganas de vomitar. E ra tan grueso como mi pierna y
parecía que ni u n a p iedra de molino podría aplastarle su asquero
sa vitalidad”. Al rep resen tar la p ierna de Jim como un instrum en
to de asquerosa vitalidad, la repugnancia del áspid se transfiere
al “yo” narrativo, que presum iblem ente es aún Jim , quien de ese
modo figura su propio cuerpo como un objeto de autorrepugnancia
y autodestrucción. Pero, puesto que esta “m onstruosidad de circo”
adoptó la forma de una “W”, implicando de m anera abreviada, si
no ya castrada, la m onstruosidad de Willa (a quien no se nombra
por completo, con lo cual excede y condiciona la denominación del
texto) parecería que el áspid, como Antonia en el prólogo, facilita
13. Sobre el “sentim enta]ism o” véase de Sedgwick, TheE pistem ology o fth e Closet,
págs. 193-199. V éase tam b ién ei a rg u m e n to de O 'B rien según el cual C a th e r im ita y
subvierte la ficción se n tim e n ta lista publicando su cuento en la revista Home M nnthly,
adecuándose a u n a form ula aceptable p a ra sus editores, pero sólo p a ra rid icu lizar
las convenciones s e n tim e n ta lis ta s q u e e s ta b a n en boga (en W illa C ather: T he
E m erg in g Voice, págs. 228-231').
14. V éase la nota 11 supra,
15. C h a rlo tte B ronté ev id en tem en te em pleó por p rim e ra vez “S hirley” como
nom bre de m u je r en su novela S h irley (1849). C a th e r parece c o n tin u a r y re v e rtir
esa “acuñación" en su relato, p rim ero, utilizando “Tommy” como nom bre de n iñ a y,
luego, “S hirley” como apellido. E s ta cita de B ronté sugiere que el nom bre no se
relaciona m im éticam ente con el género y que funciona en cam bio como u n a inver
sión de las expectaciones g enerizadas.
Tribune declarara: “Toda una escuela de quienes hum orísticam ente
h an sido llam ados realistas eróticos y tommyeróticos está [...] afir-
mando que el progreso del arte exige la elim inación de ideas mo
rale s”.16
Tom es un nom bre que tiene las resonancias de todos estos
cambios y C ather comienza su relato con u n a conversación en la
que dos voces reflexionan sobre la relativa falta de aptitud de cierto
hom bre. En el texto surgen nom bres, pero no se señala el género
de Tommy, es decir, se supone que es un hom bre que habla en el
marco de u n a serie de convenciones heterosexuales. La conversa
ción versa sobre el deseo de Jessica, sobre si é sta considera que el
hom bre en cuestión, Jay, es censurable y, m ientras se dice que sí
lo considera así, se sugiere que en realidad no. Al final del p á rra
fo, Tommy se a p a rta de ella, “perpleja” ante lo que parece ser un
deseo contradictorio, pero tam bién a causa de la excesiva inclina
ción de Jessica por los cosméticos, afeites que, p a ra Tommy, pare
cen constituir el lím ite epistémico de su com prensión de las con
venciones fem eninas.
Sólo en el comienzo del párrafo siguiente, lo que en modo alguno
es obvio, se m uestra, de m anera m uy poco sincera, como si lo fuera:
17. Sobre u n a discusión de la firm a como lín ea de crédito, véase la iectura que
hace D e rrid a del Ecce H om o de N ietzsche en cuanto a la tem p o ralid ad de la firm a,
e n J a c q u e s D errid a, “O tobiographies: T he T eaching of N ietzsche a n d the Politics of
th e P ro p e r Ñ a m e ”, e n Peggy K a m u f (c o m p j, The E a r o f the O tlier (trad. A vital
Ronell), L incoln, U n iv ersity of N ebraska P ress, 1985, págs. 1-40.
precia a Jessica e, independientem ente del afecto que pueda haber
entre ellas, h ay desde el principio un persistente repudio; el efecto
de la prohibición del deseo, la fuerza de u n a prohibición del deseo
que exige el sacrificio del deseo. A nteriorm ente, la propia Tommy
afirma que en Southdown es difícil encontrar m ujeres con la cuales
poder hablar, puesto que parecen sólo interesadas en los "bebés y
las e n sa la d a s”; y los artículos de tocador de M iss Je ssic a le
provocan desconcierto y cierto rechazo. Jessica es desvalorizada,
no sólo por el n arrad o r y los Oíd Boys, sino tam bién por la m ism a
Tbmmy; en realidad, no hay ninguna prueba textual de esa dulzura
y esa am abilidad que se m encionan. En el transcurso del relato,
Tommy degrada cada vez m ás a Jessica. El juicio de los Oíd Boys
se reitera como perteneciente a la m ism a Tommy; en realidad, su
degradación parece ser tanto la condición del deseo de Tommy, la
g aran tía de la transitoriedad de ese deseo, como el fundam ento
narrativo para su sacrificio que Tommy finalm ente realiza.
Ja y Elligton constituye aparentem ente su deseo por Jessica
precisam ente porque es Tommy quien la tra e a la ciudad. D espla
zado en el negocio bancario por Tommy, quien parece m ás capaz
que él de acrecentar efectivam ente el capital, Ja y ve crecer su
interés por Jessica al mismo tiempo que pierde el control del activo
de su banco. Sus inversores, otra vez los bohemios, llegan una
m añana a la puerta del banco y Ja y le envía un telegram a a Tommy
para ganar un día. Significativam ente, Tommy ha ahorrado lo sufi-
cíente en su propio banco p ara hacer el préstam o que responderá
por el banco de Jay; llega con el dinero en efectivo e impide el cierre;
se presenta como su g a ra n te y su signatario. En realidad Tommy
firm a ahora tanto en nom bre de su padre como en el de Jay.
Ja y está asediado por los bohemios y Tommy, m anteniendo
cierta afiliación tác ita con ellos, tiene el peculiar poder de hacerlos
desistir de sus dem andas que, de prosperar, despojarían a Ja y de
sus recursos. Tommy “salva” a Jay, no sólo de perder su banco,
sino tam bién de perder a Jessica. Tommy lo conduce h asta un
lugar de la carretera donde dejó a la m uchacha y le aconseja que
se dé prisa p ara recuperarla. En el cuento de Cather, el éxito del
capital parece req u erir el sacrificio de la hom osexualidad o, m ás
exactam ente, un intercam bio, al que Tommy accede, de hom ose
xualidad por capital, una autoom isión del deseo de Tommy que
hace las veces de garante, tan to de la solvencia del banco como del
futuro de la heterosexualidad norm ativa. Tommy “ah o rra” y no
gasta, retiene el dinero y tam bién el deseo, pero m ejora su crédito
y fortalece el poder de su firma. ¿Cuánto cuesta ese nombre? Y si
Tommy sacrifica a Jessica, ¿qué recibe a cambio?
Pero, antes de considerar este curioso intercam bio, retom em os
a la escena tria n g u la r en la que el deseo de Jessica se convierte en
el sitio de u n a secuencia de especulaciones. En realidad, el deseo
de Jessica se presenta como algo inescrutable y, aunque el relato
avanza como si el lector fuera a descubrir a quién prefiere Jessica,
en cierto sentido su deseo se constituye como el efecto del in ter
cambio. Uno de los Oíd Boys describe el problem a del modo
siguiente: “El corazón del joven pueblerino [JayJ se inclinó por el
pubis femenino, como es justo y adecuado en arm onía con la eterna
conveniencia de las cosas. Pero está la otra m uchacha que padece
de la ceguera que no puede curarse y que atrae sobre sí todos los
roces que eso conlleva. Es inútil. No puedo ay u d arla” (pág. 66).
Un año después del juicio contra Oscar Wilde, en la que la fiscalía
le pregunta si es culpable “del amor que no osa decir su nom bre”,
C ather reescenifica la cadencia gram atical de esa acusación al
decir “la ceguera que no puede curarse”. Pero la reescenificación
de C ather introduce u n a indeterm inación de la que claram ente
carece la frase del fiscal. E sta es una ceguera que puede o no curar
se.18 El deseo de Tommy se presenta menos como u n a fatalidad
que como una apuesta, el resultado de lo que es incierto. Y esta
incertidum bre se destaca m ediante la frase que supuestam ente
presagia el daño inevitable que sufrirá Tommy pero que tam bién
concede los beneficios del placer lesbiano: después de todo Tommy
“atrae sobre sí todos los roces que ello conlleva.”
Jay le envía a Tommy un telegram a pidiéndole que lo represente
ante el padre de la joven, pero éste está, casi por definición, perm a
nentem ente ausente, de modo que Tommy asciende a su lugar.
18. E vid en tem en te, e n la década de 1890, Haveíock E llis vin cu lab a la ceguera
con la inversión sexual y probablem ente C a th e r conociera su teoría. E llis sostenía
tam b ién que los ciegos te n ía n ten d en cia a la “tim idez" y al "pudor” sexual, con lo
cual sugería la ex istencia de a lg u n a vinculación e n tre el deseo inhibido y la visión
defectuosa. V éase H aveíock E llis, S tu d ie s in the Psychnltigy o fS e x , vol.I, Filadelfia,
D avis Co., 1928; véase tam b ién S tu d ie s in the Psychology of'Sex, vol. II, 6a p a rte ,
“T he T heory of Sexual Inversión”, Filadelfia, D avis Co., 1928, págs, 317-318. [Ed.
cast.; E stu d io s de psicología sexual (7 tomos), M adrid, Reus, 1913.]
Tommy reúne el dinero y m onta su bicicleta, el único modo de
llegar a tiem po a la a p artad a casa de Jay. Jessica le ruega que la
lleve en la bicicleta y Tbmmy accede, pero luego la ignora y final
m ente la lleva a experim entar u n dolor insoportable:
21. La m isoginia de C a th e r hace efectivam ente que “Tommy th e U n sen tim e n tal”
sea m uy poco p lau sib le como re la to de am or y p érdida. El hecho de que se degrade a
Je ssic a desde el comienzo hace que el “sacrifico” final parezca superfluo. E n este
sentido, parece especialm ente útil c onsiderar la aguda critica que hace Toni M orrison
de S a p p h ira a n d the S la ve Girl de C ather. M orrison sostiene que la credibilidad de
la n a rra tiv a de C a th e r q u e d a socavada por u n racism o rep etid o y creciente. La r e la
ción e n tre S a p p h ira, la am an te-esclav a, y Nancy, h ija de u n a leal esclava, no es
p lausible; y la relación e n tre N ancy y su p ropia m ad re n u n c a se p re se n ta de m a n e ra
creíble, p orque C ather, como S a p p h ira, produjo la m u ch a ch a esclava p a ra su propia
gratificación. S e m eja n te desp lazam ien to tie n e c ie rta re so n an c ia con los de sp laz a
m ientos de o tra s n a rra c io n e s de géneros cruzados de C a th e r y hace que el lector se
p re g u n te h a s ta qué pun to el desplazam iento operado e n la ficción puede in te rp reta rse
como u n a e stra te g ia de repudio. V éase Toni M orrison, P la yin g in the D ark: White-
tu’Ng a n d the L iterary Im a g in a tio n , C am bridge, H a rv a rd U n iv ersity P ress, 1992,
págs. 18-28.
producida por la prohibición de la hom osexualidad: el nombre es
pues un siíio en el cual lo que se tom a tam bién se entrega, en el
cual se in stitu c io n a liz a el c a rá c te r no p e rm a n en te del deseo
lesbiano. Y sin embargo, al hacerle el préstam o a Jay, Tommy
continúa ahorrando, se transform a ella m ism a en u n ofrecimiento
de u n futuro que espera un rédito, una satisfacción futura, sin
ninguna g arantía, pero, tal vez, con una expectación.
23. P uede h a lla rs e u n a lis ta de los prim eros seudónim os adoptados por C a th e r
en O ’B rien, W illa C a th er, pág. 230.
inm ediatam ente una distancia de su lugar como u n significante
de lo inconsciente. Porque ésta es una histeria dotada de “voluntad”
y, aunque esos m ism os ojos, “an orm alm ente g ran d es”, h acen
pensar tam bién en “una adicción a la belladonna”, son de algún
modo dem asiado teatrales, están demasiado cargados de un “res
plandor vidrioso” p a ra que tal conjetura sea cierta. Si la droga
cuyo nombre en italiano significa “m ujer bella”, es la adicción en
que hacen pensar esos grandes ojos, quizás esto signifique que
Paul no puede ser adicto a las m ujeres bellas y tam bién puede ser
que la prem ura de su deseo recuerde y refracte precisam ente la
prem ura de ese deseo por otras m ujeres que bien puede ser —tam
bién bajo la imposición de la suspensión- el deseo lesbiano.
Los “ojos” de Paul son objeto de un escrutinio tan inm ediato
que parecen cada vez m ás separados y m ás separables de un cuerpo
que, por lo dem ás, está compuesto de hombros apretados, pecho
estrecho y una precoz altu ra. El n arrador anónim o y escudriñador
de este relato nos describe m inuciosam ente esos ojos “anorm al
m ente grandes” y así participa de la capacidad de observar que él
mismo describe. La narración es u n a especie de hiperconciencia,
un escrutinio que, como si utilizara u n a lente de aum ento, registra
cada p a rtícu la de estos ojos, elevando la expectación de una
revelación final de “P au l”, sólo para term in ar negando esa sa tis
facción, Los “ojos” que observan se “reflejan” pues en los ojos des
critos, pero este “reflejo” es menos u n a confesión autobiográfica
que una reiteración de su postergación.
El n arrad o r exam ina el cuerpo de Paul en busca de signos,
pero los signos que aparecen son ilegibles. A unque sus profesores
interpretan el cuerpo de Paul como una sum a de signos de im perti
nencia, el n arrad o r resum e esos signos como señales arb itra ria s y
confusas en extremo: las p artes del cuerpo parecen divergir y
significar en direcciones que se dispersan y confunden, como si el
centro de ese cuerpo no fuese estable: “[durante la indagación,
Paul] se m antenía de pie, sonriente, con los pálidos labios leve
m ente separados que dejaban entrever sus blancos dientes (Conti
n u am ente crispaba los labios y ten ía el hábito en alto grado
despectivo e irrita n te de lev an tar las cejas)” (pág. 150). A la vez
voluntario e involuntario (“crispaba los labios”, “levantar las cejas”
y luego, “los dedos ju g u eteab an con los botones de su abrigo y
ocasionalm ente [PaulJ sacudía la otra m ano en la que sostenía el
sombrero”), como el oxímoron de una histeria deliberada, el cuerpo
de P a u l se fra c tu ra p a ra defenderse de la vigilancia de sus
inquisidores. Sus rasgos son pues de defensa y ansiedad, están
anim ados por u n a m irada vigilante que no puede controlar plena
m ente el cuerpo que in te n ta regular. Sugiriendo que los rasgos
divergentem ente significantes son u n a especie de señuelo y pro
tección contra un ataque de los inquisidores, el narrad o r describe
el rostro de Paul como u n a especie de b a ta lla estratégica: “su
sonrisa fija no desertaba” (pág. 151). Como respuesta táctica a la
ley reguladora, los gestos de Paul se forman contra la ley y a través
de la ley, acatando y rehuyendo la norm a cada vez que pueden
hacerlo: “Paul estaba siempre sonriendo, siempre echando m iradas
alrededor, como si sintiera que la gente podría observarlo tratando
de detectar algo” (pág. 151).
Como la superficie generizada de la n a rra tiv a de la misma
Cather, la presentación de Paul es exasperante precisam ente por
las expectativas a las que se opone. Al describir la “expresión cons
ciente” como “lo m ás alejada posible de la alegría propia de un
jovencito” (pág. 151), C ather da a entender que la expresión podría
corresponder, o bien a una tristeza juvenil o bien, posiblemente, a
la astucia fem enina. E sta últim a lectura obtiene m ayor credi
bilidad cuando se dice que esa “expresión” suele “atribuirse a la
insolencia o la viveza”. Cuando los inquisidores tra ta n de sonsa
carle alguna confesión de transgresión, en lugar de u na respuesta
verbal, Paul ofrece sus rasgos enigmáticos. Cuando se le pregunta
si un comentario particular sobre u n a m ujer era cortés o descortés,
Paul se niega a decidir, es decir, ocupa la zona suspendida de la
ley, ni acatam iento ni infracción.
“Cuando se le comunicó que podía retirarse, se inclinó gracio
sam ente y salió de la habitación. Su inclinación fue casi una repe
tición del escandaloso clavel rojo.” Su inclinación es escandalosa
quizás porque, después de todo, es una m anera desafiante de
levantar el trasero, u n a invitación a la sodomía, que se produce
precisam ente a través de la m uy “cortés” convención de som eterse
a la ley. Lo que se repite aquí es un gesto que cubre y desplaza
cierta sexualidad supuestam ente crim inal, que se desarrolla en
contra y a través de la ley que produce esa crim inalidad.
Cuando Paul huye a N ueva York y tiene un breve encuentro
con un joven de Yale -cierto signo de hom osexualidad transitoria
aún entonces-, ocupa u n a habitación que no llega a ser perfecta
h a sta que él hace subir un ram o de flores. E sta repetición del
escandaloso clavel rojo parece m om entáneam ente libre del rigor
de la suspensión.
Las flores preparan así el escenario p a ra la versión del estadio
del espejo de Paul: “Dedicó aproxim adam ente u n a hora a vestirse,
observando cuidadosam ente cada etap a del proceso en el espejo.
Todo era absolutam ente perfecto; él era exactam ente el tipo de
muchacho que siem pre había querido ser” (pág. 167). El hecho de
que Paul se coloque ahora en el lugar del que lo observa a él consti
tuye un desplazam iento de los “observadores” perseguidores que
lo hostigaron en y desde P ittsburgh. Su placer se divide entre el
m irar y el espejo, el cuerpo idealizado, proyectado y limitado dentro
del círculo de su propio deseo proyectivo. Pero la fantasía de la
autooriginación radical puede sostenerse únicam ente pagando el
precio de la deuda, tranform ándose en un proscripto y hallándose
a sí mismo en la huida. Al final del relato reaparecen los claveles,
“su roja gloria extinguida” (pág. 174), y Paul reconoce “la derrota
en el juego [...] esta sublevación contra las hom ilías a través de
las cuales se gobierna el m undo”. Aquí, la declaración sem ejante
a una hom ilía con que concluye “Tommy the U nsentim ental”, ese
m urm ullo simbólico en el sentido de que las m ujeres sencillamente
no se las arreglan sin los hombres porque saben que éstos se sienten
atraídos por ellas, tiene la fuerza de una prohibición, a la vez casual
y m ortal, que culm ina con la m uerte de Paul. Sin embargo, antes
de que el protagonista salte frente al tren , reaparece la función de
observación en figuras que lo hostigan y persiguen; la consecuente
angustia retuerce su cuerpo en partes divergentes, como si los
labios quisieran abandonarlos dientes: “Perm aneció de pie obser
vando la locomotora que se aproxim aba; los dientes le ca sta ñ ete a
ban y los labios se alejaban de ellos en u n a sonrisa aterrorizada;
u n a o dos veces echó una m irada nerviosa a los lados, como si
sintiera que alguien lo observaba” (pág. 174).
Paul observa al perseguidor que lo observa y al lanzarse ante
el paso del tren, destruye “el m ecanism o de crear im ágenes”, “las
visiones p erturbadoras”, al mismo tiempo que entrega su cuerpo
a un vuelo y u n a relajación orgiásticos: “Sintió que algo le golpeaba
el pecho: su cuerpo h a b ía volado velozm ente por los aires y
continuaba elevándose cada vez m ás lejos y m ás rápido, m ientras
los m iembros se relajaban dulcem ente.”
Liberado del escrutinio prohibitivo, el cuerpo sólo llega a ser
libre m ediante su propia disolución. La fig u ra final de “Paul
devuelto al inm enso designio de las cosas” confirm a la fuerza
últim a de la ley, pero esta fuerza inconscientem ente su sten ta el
erotismo que procura prohibir: ¿es ésta la m uerte de Paul o su
liberación erótica? “Paul devuelto”: am biguam ente por otro y por
sí mismo, queda privado de su capacidad de obrar o, tal vez, final
m ente la obtiene.
6. Hacerse pasar por lo que uno
no es: el desafio psicoanalítico
de Nella Larsen *
4. Esto sugiere u n sentido en el que la “ra z a ” p odría co n stru irse como perfor
m a tiv a Bellew produce su condición de blanco m ed ian te u n a producción ritu a liz a d a
de su s b a rre ra s sexuales. E s ta repetición a n g u stia d a acum ula la fuerza del efecto
m aterial de u n rango de hom bre blanco circunscrito, pero la fro n tera de ta l condi
ción adm ite su fragilidad p re cisa m e n te porque p a ra ex istir req u iere la “n e g ritu d ”
m ism a que excluye. E n este sentido, u n a ra za do m in an te se construye (es decir, se
m aterializa) m ed ia n te la reiteración y la exclusión.
ción y su denegación p ara obtener u n a satisfacción erótica que se
hace indistinguible de su deseo de exhibir su propia pureza racial.
En realidad, parecería que lo que precisam ente erotiza a Bellew,
lo que éste necesita p ara poder tran sfo rm ar a Clare en el objeto
exótico que h a b rá de dominar, es la fro n tera incierta entre negro
y blanco.5 Su nombre, Bellew, como “bram ido” (en inglés bellow),
es en sí mismo un aullido, el largo aullido de la angustia m asculina
blanca an te la m ujer racialm ente am bigua a quien idealiza y abo
rrece. Clare representa el espectro de u n a am bigüedad racial que
debe ser conquistada. Pero “Bellew” es tam bién el instrum ento
que atiza la llama, la iluminación que Clare —literalm ente, “clarar
en cierto modo es. La lum inosidad de la m ujer depende de la vida
que él le insufla; su fugacidad tam bién es u n a función de ese poder,
“En un instante, Clare, una criatu ra vital y resplandeciente, como
u n a llam a roja y dorada, estaba allí. E n el momento siguiente,
estaba m u erta./ Hubo un a grieta de horror y sobre ella un sonido
no totalm ente hum ano, como el de u n anim al en agonía. ‘¡Nig!
¡Dios mío! ¡Nig!’”, bram a Bellew y en ese m omento Clare desapa
rece de la ventana (pág. 271). Sus p alabras vacilan entre la de
gradación y la deificación, pero em piezan y term inan con una nota
de degradación. La fuerza de esa vacilación ilum ina, inflam a a
C lare, pero esas p a la b ra s tam b ién hacen que se extinga, la
im pulsan hacia afuera. Clare explota la necesidad de Bellew de
ver sólo lo que quiere ver, explota no tan to la apariencia de m ujer
blanca, sino la oscilación entre negro y blanco como una especie
de señuelo erótico. El nombre que finalm ente le da él term ina con
esa vacilación, pero tam bién funciona como u n a condena fatal, o
al menos suena como tal.
Porque, después de todo, lo últim o que se ve es la mano de
Irene sobre el brazo de Clare y el narrad o r/a, que en general ex
p resa las palabras que Irene no puede pronunciar, parece caer en
el mismo tra u m a indecible de Irene, se anula, se retira en el mo
m ento crucial en que esperamos saber de quién fue el gesto que
catapultó a Clare desde la v entana y hacia su m uerte. Que Irene
6. C uando e n el tex to se m encionan los sig u ien tes a u to res, salvo cuando se in d i
que o tra obra, el co m en tario se refiere a la s sig u ien te s: H ou sto n A. B aker, Jr,,
M odernisrn a n d th e H a rle m R enaissance, Chicago, C hicago U n iv ersity P re ss, 1987;
R obert Bone, T h e N egro N ovel in A m erica, New H aven, Yale U n iv e rsity P re ss, 1958;
H azel C arby, R eco n stru ctin g Wbm a n h o o d : The E m ergence o f the A fro-A m erícan
W oman N ovelist, L ondres y N u ev a York, Oxford U n iv e rsity P ress, 1987; B a rb a ra
C h ristia n , B la c k W omen N o velists: The D evelopm ent o f a T raditian 1892-1976,
W estport, C onnecticut, G reenw ood P re ss, 1980, y “T rajectoríes of Self-Defmition-.
Plací ng C ontem pory A fro-A m erican Woirien’s Fiction", en M aijo rie P ry se y H ortense
J . S p ille rs (com ps,), C onjuring: B la c k Women, F ictio n a n d L ite ra ry T radition,
Bloom ington, I n d ia n a U n iv e rsity P re ss, 1985, págs. 233-248; H en ry L ouis G ates,
Jr., Figures in B lack: Words, Signs, a n d the “R acial'' S e l f N ueva York y L ondres,
Oxford U n iv ersity P re ss, 1987; N a th a n H uggins, H arlem R enaissance, N ueva York
y L ondres, O xford U n iv e rsity P re ss, 1971; G loria H ull, Color, Sex, a n d Poetry: Three
Women Writers o f the H arlem R enaissance, B loom ington, In d ia n a U n iv e rsity P re ss,
1987; D eborah E. McDowell, “Introduction”, en Q i/icksand a n d P assing, New B ru n s
wick, R utgers U n iv e rsity P re ss, 1986; JacquelynY . M cLendon, “S elf-R epresentatíon
a s A r t in th e N ovéis of N ella L a rs e n ”, en Ja n ice M organ y C olette T. H all (comps.),
R ed cfm in g A utohiography in H uentieth-C entury Fiction, N ueva York, G arlan d , 1991;
Iliro k o Sato, “U n d e r th e H arlem Shadow : A Study of Je ssíe F a u c e t y N ella L arse n ”,
e n A m o B ontem ps (comp.), T he H arlem Renaissance R em em kered, N ueva York, Dodd,
1972, pág. 63-89; A m ritjit Si ngh, The Novéis o fth e H arlem Renaissance, S ta te College,
P e n n sy lv a n ia S ta te U n iv e rsity P re ss, 1976; C lau d ia T ate, "N ella L arse n ’s P assing:
A Prob!em of I n te r p r e ta r o n ”, B lack A m erica n L iterature F oruni, 14;4, 1980, págs.
142-146; H ortense T h o m to n , “Sexism a s Q uagm ire: N eíla L arse n ’s Q u ic k sa n d ', CLA
J o u rn a l 16,1973, págs. 2S5-301; C h ei^ l W all, “P a ssin g fo r\V h at?A sp ects o fld e n tity
in N ella L arse n ’s N ovéis”, B la c k A m e r ic a n L itera tu re. F o n im , vol. 20, n ° 1-2,
198G, p á g s. 97-111; M a ry H elen W ashington, In v en ted Lives: N a rra tiv es o f B lack
W omen 1860-1960, N u e v a York, A nchor-Doubieday, 19S7,
psicológicamente compleja y, como insisten McDowell y Carby, una
alegoría de la dificultad de representar la sexualidad de las mujeres
negras, precisam ente cuando esa sexualidad se considera exótica
o se transform a en un icono de primitivismo. En realidad, la misma
Larsen parece atrap ad a en ese dilema, pues se niega a dar una re
presentación de la sexualidad de las m ujeres negras precisam ente
p ara poder evitar la consecuencia de que se la convierta en objeto
exótico. E sa m ism a reticencia puede hallarse en su novela Quick-
sand, publicada u n año antes que Passing, en la que la abstinencia
de Helga se relaciona directam ente con el tem or a que se la carac
terice como perteneciente a “la ju n g la”. McDowell escribe: “desde
el comienzo de su historia de 130 años, las novelistas negras tra ta
ron la sexualidad con precaución y reticencia. Esto está claram ente
vinculado con la red de m itos sociales y literarios perpetuados a lo
largo de la historia sobre la lihidinosidad de las m ujeres negras.”7
El conflicto entre Irene y Clare, que abarca la identificación, el
deseo, los celos y la ira, exige que se lo considere dentro del contexto
de las restricciones históricam ente específicas que pesaban sobre
la sexualidad y la raza y que produjeron este texto en 1929. Aunque
aquí sólo puedo hacerlo de m anera m uy somera, quisiera tra z a r
al menos u n a dirección p ara un análisis de esta índole. Porque, si
bien podría e s ta r de acuerdo con McDowell y con Carby, en cuanto
a que no es necesario decidir si se tra ta de u n a novela “sobre” la
raza o “sobre” la sexualidad y el conflicto sexual, estim o que éstas
son dos esferas inextricablem ente vinculadas entre sí, h asta tal
punto que el texto ofrece una m anera de leer la racialización del
conflicto sexual.
C laudia Tate sostiene que “la raza [...] no es la principal preo
cupación de esta novela”, que “lo que da ím petu real a la historia
es la turbulencia emocional de Irene” (pág. 142) y la ambigüedad
psicológica que rodea la m uerte de Clare. Tate hace u n a distinción
entre su propio enfoque psicológico y aquellos que reducen la novela
8. Jew elle Gómez sugiere que la se x u a lid ad lesb ian a n eg ra a m enudo florecía en
los bancos de la iglesia. V éase Je w e lle Góm ez, “A C u ltu ra l L egacy D enied and
Discovered: B lack L esbians in F iction by W om en”, e n /ío m e G irl$:A Black F em inist
A nthology, N ueva York, K itch en Table P ress, 1983, L ath am , págs. 120-121.
anóm ala. A parentem ente, en aquella época, “queer” aún no signi
ficaba homosexual, pero abarcaba en cambio u n a cantidad de sig
nificaciones asociadas con la desviación de la norm alidad, que bien
podían incluir la desviación sexual. E sas significaciones compren
dían: de origen oscuro, el estado de sentirse enfermo o sentirse
m al, poco franco, oscuro, perverso, excéntrico. E n su forma verbal
(,to queer) tiene toda una histo ria de significación: m irar con curio
sidad o ridiculizar, dejar perplejo, pero tam bién estafar y engañar.
E n el texto de Larsen, las tías que crían a Clare como sí fuera
blanca le prohíben m encionar su raza; y se las describe como
“queer” (pág. 189). Cuando G ertrude, o tra m ujer negra que finge
ser blanca, oye una calum nia racial contra los negros, Larsen es
cribe: “desde donde estaba G ertrude surgió un extraño [queer]
sonido ahogado, como u n bufido o u n a risita sofocada” (pág. 202):
algo “anóm alo”, algo que no convenía a u n a conversación apropia
da, a u n a prosa aceptable. El anhelo de B rian de viajar al Brasil
se describe como “una vieja, ‘ra ra ’ [queer], desgraciada inquietud”
(pág. 208), con lo cual se sugiere u n anhelo por liberarse de las
convenciones.
Parece b a sta n te evidente que L arsen vincula la “anom alía”
[queerness] con una irrupción potencíalm ente problem ática de la
sexualidad: a Irene le preocupa que sus hijos reciban ideas sobre
el sexo en la escuela; y observa que Jú n io r “recogió algunas ideas
ra ra s [queer] sobre las cosas -cie rta s c o sas- de los muchachos
m ayores”. “¿Ideas raras? repitió [Brian]. ¿Te refieres a ideas sobre
sexo, Irene?” “S ... sí. Y no muy agradables, chistes horribles y ese
tipo de cosas” (págs. 219-220). A veces la conversación se vuelve
ex trañ a [queer] cuando la ira interrum pe la superficie social de la
conversación. Cuando Irene se convence de que B rian y Clare están
m anteniendo un romance, L arsen describe la reacción de Irene
del modo siguiente: “Irene vociferó: T ero, Brian, yo...’y se detuvo,
asom brada por la furiosa cólera que había estallado en su interior.
/B ria n giró la cabeza bruscam ente y levantó las cejas con expresión
de singular sorpresa. / Irene se dio cuenta de que su voz se había
vuelto extraña [queer]”(pág. 249). Como u n a palabra que pone en
evidencia lo que debería perm anecer oculto, “queering” cumple la
función de exposición dentro del lenguaje - u n a exposición que
quiebra la superficie represora del len g u aje- de la sexualidad y
de la raza. Irene va por la calle con su am iga negra Felise y se
e n c u e n tra con B rian. C uando él se aleja, Irene le confiesa a
Felise que anteriorm ente se había hecho pasar por blanca ante
B rian. Y Larsen escribe: “Felise le replica lentam ente: ‘Ah, ¿con
que has estado fingiendo ser blanca? P ues bien, te lo arruiné [I’ue
queered that]’” (pág. 259).
En últim a instancia, queering es lo que lo que desequilibra y
expone lo que se finge; es el acto m ediante el cual la ira, la sexua
lidad y la insistencia en el color hacen esta lla r la superficie racial
y sexualm ente represora de la conversación.
Después de varios años de m antenerse alejadas, Irene y Clare
vuelven a encontrarse en un café donde am bas se hacen p asar por
blancas. Y el proceso m ediante el cual cada una llega a reconocer
a la otra, a reconocerla como negra es, a la vez, el proceso de una
m u tu a absorción erótica a través de las m iradas. El narrador/a
inform a que Irene ve a Clare como una “m ujer de aspecto atractivo
[...] de ojos oscuros, casi negros y labios abultados como u n a flor
escarlata que se destacaba contra el m arfil de su piel [...] una
som bra demasiado provocativa” (pág. 177). Irene siente que Clare
la m ira fijam ente y le devuelve abiertam ente la m irada, pues
ad v ierte que Clare “no m o strab a el m enor indicio de que ser
descubierta realizando su impasible escrutinio le provocara alguna
turbación”. Irene “sintió que la continua inspección ponía de relieve
su color y bajó la m irada. Se preguntó cuál sería la razón que
llam aba la persistente atención de Clare. E n su prisa, ¿se había
puesto el sombrero al revés en el taxi?”. De modo que, desde el
comienzo, Irene siente que la m irada de Clare es una especie de
inspección, una am enaza de exposición, que primero le devuelve
con desconfianza y con la m ism a intención de escrutar, pero que
luego la seduce completam ente. “La miró de soslayo. Clare aún la
observaba. ¡Qué ojos ex trañ am en te lánguidos tenía!" Irene se
resiste a ser observada, pero luego cae bajo el influjo de esa m irada;
quiere im pedir el reconocimiento, pero al mismo tiempo “se rinde”
al encanto de la sonrisa.
La am bivalencia acosa perm anentem ente el movimiento de la
narrativ a. Posteriorm ente, Irene in te n ta alejar a Clare de su vida,
se niega a contestarle las cartas, prom ete no volver a invitarla a
ninguna parte pero se siente a tra p a d a por la seducción de Clare.
¿Qué es lo que perturba tanto a Irene? ¿Su identificación con Clare
o el deseo que siente por ella? ¿Se siente identificada con la acti
tud de Clare de hacerse p a sar por blanca, pero tiene que renegar
de ella, no sólo porque intenta defender la raza que Clare traiciona,
sino porque el deseo que experim enta por Clare sería u n a traición
a la fam ilia que es como un baluarte p a ra esa raza en ascenso? En
realidad, é sta es una versión m oral de la fam ilia que no adm ite
ningún signo de pasión, ni siquiera en el seno del m atrim onio, ni
siquiera en el apego amoroso a los hijos. Irene llega a odiar a Clare,
no sólo porque Clare miente, finge y traiciona a su raza, sino porque
la m entira le da a Clare u n a libertad sexual ten ta tiv a e Irene ve
reflejada en ella la pasión que se niega a sí misma. Aborrece a Cla
re, no sólo porque ésta sea capaz de se n tir tal pasión, sino porque
Clare despierta en ella una pasión sem ejante, en realidad, una
pasión por Clare. “La m irada que Clare le lanzó a Irene tenía un
dejo de vacilación y desesperanza y, sin embargo, había en ella tal
determ inación que la convertían en una im agen de la fútil bús
queda y la firme resolución del alm a de la m ism a Irene, lo cual
aum entó el sentim iento de duda y compunción que Irene experi
m en tab a cada vez con m ayor in ten sid ad con respecto a Clare
Kendry.” Desconfía de Clare como desconfía de sí m ism a, pero esta
vacilación es lo que la atrae. La línea siguiente reza: “[Irene] se
rindió” (pág. 231).
Cuando Irene puede resistirse a la atracción de Clare, lo hace
en nom bre de la “raz a ”, un térm ino que en ese contexto se vincula
con la noción de “ascenso” de Du Bois y denota u n a idea de “pro
greso” que no es únicam ente m asculinista, sino que, en el relato
de Larsen, se construye como u n a m ovilidad ascendente en la
escala social. E sta noción m oral de la p alab ra “ra z a ” a la que,
dicho sea de paso, en el texto suele oponérsele la retórica laudatoria
del “color”, tam bién requiere que se idealice la vida de ¡a familia
burguesa en la que la m ujer conserva su posición en el seno de la
familia. La institución de la fam ilia tam bién protege a las mujeres
negras de u n a exposición pública de la sexualidad que podría ser
vulnerable a la construcción y la explotación racistas. La sexua
lidad que podría a rru in a r a una familia se convierte en una especie
de peligro: el deseo de viajar de B rian, los chistes de los niños,
todo debe reprim irse unilateralm ente, m antenerse fuera del habla
pública, no m eram ente en nom bre de la raza, sino en nombre de
u n concepto de progreso racial que ha llegado a vincularse con la
movilidad de clase, el ascenso masculino y la fam ilia burguesa.
Irónicamente, el mismo Du Bois llegó a elogiar la novela Quicksand
de L arsen precisam ente por elevar la ficción negra m ás allá del
tipo de exotismo sexual que procuraban promover ciertos mecenas
como Cari Van Vechten.9 Sin reconocer que L arsen se debatía den
tro del conflicto producido, por un lado, por ese tipo de represen
taciones racistas y exóticas y, por el otro, por los m andatos morales
tipificados por el mismo Du Bois, éste últim o elogia la obra de la
autora como un ejemplo del ascenso social m ism o.19 Sin embargo,
uno podría sostener que Passing ejemplifica precisam ente el precio
que deben pag ar las m ujeres negras por el ascenso social: una
am bigua m uerte/suicidio, m ientras que Q uicksand ejemplifica ese
mismo precio como u n a especie de m uerte dentro del m atrim onio,
ya que ambos relatos sugieren que p a ra las m ujeres negras no
existe ninguna posibilidad de gozar de libertad sexual.11
En Passing, lo físicam ente reprim ido se vincula con la especifi
cidad de las restricciones sociales que pesan sobre la sexualidad
de las m ujeres negras que inspiran el texto de Larsen. Si, como
afirm a Carby, en la época en que Larsen escribió la obra, la pers
pectiva de la libertad de la sexualidad de las m ujeres negras las
hacía vulnerables a vejaciones públicas y h a s ta a la violación, ya
que sus cuerpos continuaban siendo sitios de conquista dentro del
racismo blanco, luego la resistencia psíquica a la hom osexualidad
y a una vida sexual fuera de los parám etros de la fam ilia debe
in te rp re ta rse en parte como una resistencia a una exposición pú
blica peligrosa.
17. Toni M orrison, S u la , N ueva York, Rnopf, 1973, pág. 174. [Ed, cast.: S u la ,
B arcelona, Deboisillo, s/d.]
la libertad de Clare para frenar la suya propia. Claudia Tate sostiene
que la ambigüedad de la acción final es im portante, pues la m uerte
literal de Clare tam bién constituye la “m uerte psicológica” de Irene.
A parentem ente, Irene le ofrece su mano a Clare, quien de algún
modo pasa a través de la ventana hacia su m uerte. Aquí, como sugiere
Henry Louis Gates, Jr., “hacerse pasar” conlleva la doble significación
de cruzar la línea del color y de cruzar la línea de la vida: el hacerse
pasar por lo que uno no es como una especie de paso a la otra vida,18
Si Irene despierta el interés de C lare p a ra contener la sexuali
dad de esta últim a, al tiempo que enciende y extingue su propia
pasión, lo hace bajo la m irada del hom bre blanco que bram a; las
palabras de Bellew, la exposición que éste produce, su vigilancia,
divide a las m ujeres y las enfrenta. E n este sentido, las palabras
de Belew tien en la fuerza de la norm a reguladora de la condición
de blanco, pero Irene se identiñca con ese juicio condenatorio. Clare
es la promesa de la libertad obtenida a un precio demasiado elevado,
tan to para Irene como p ara sí m ism a. Lo que queda “expuesto” no
es precisam ente la raza de Clare; aquí se produce la negritud como
algo m arcado y desfigurado, un signo público de particularidad al
servicio de la universalidad disim ulada de la condición de blanco.
Si Clare traiciona a Bellew, ello se debe en p a rte a que dirige el
poder de sim ulación contra su m arido blanco y su traición al hom
bre, que es a la vez u n a traición sexual, socava las aspiraciones
reproductoras de la pureza racial blanca, exponiendo así las tenues
fronteras que requiere esa pureza. Si Bellew reproduce ansiosa
m ente la pureza racial blanca, produce la prohibición contra el
m estizaje m ediante la cual se garantiza la pureza, una prohibición
que requiere las censuras de la heterosexualidad, la fidelidad
sexual y la monogamia. Y si Irene procura m an te n erla familia negra
a expensas de la pasión y en nombre del ascenso social, lo hace en
parte para evitar que las m ujeres negras ocupen una posición exte
rior a la fam ilia, la posición de m ujeres sexualm ente degradadas
y am enazadas por los térm inos mismos del m asculinism o blanco
que rep re sen ta Bellew (por ejemplo, Irene le dice a Clare que no
asista sola al baile del Fondo de Beneficencia Negro, pues corre el
riesgo de que la tom en por una prostituta). La m irada censora de
1. Slavok Z izek, The S u b lim e Object o f Ideology, citado en el texto como SO.
pues: ¿cómo podrían hacerse menos perm anentes, m ás dinám i
cas, tales exclusiones constitutivas? ¿Cómo podría reto rn ar lo ex
cluido, no ya como psicosis o como la figura de lo psicótico dentro
de la política, sino como aquello que ha sido acallado, que ha sido
forcluido del dominio de la significación política? ¿Cuándo y dón
de se atribuye el contenido social al sitio de lo “re a l”, y luego se lo
coloca en la posición de lo indecible? ¿No h ay u n a diferencia entre
u n a teoría que afirm a que, en principio, todo discurso opera a tra
vés de la exclusión y una teoría que le atribuye a ese “exterior” posi
ciones sociales y específicas? E n la m edida en que un uso específi
co del psicoanálisis sirva p a ra excluir ciertas posiciones sociales y
sexuales del dominio de la inteligibilidad - y p a ra siem pre-, el
psicoanálisis parece e sta r al servicio de la ley norm alizadora que
pretende cuestionar. ¿Cómo podría quitárseles a esos dominios de
exclusión saturados socialm ente el rango de esferas “constituti
vas” y convertirlos en seres de los que se pueda decir que importan?
8. L aclau escribe: "la relación hegem ónica sólo p uede concebirse tom ando como
p u n to de p a rtid a la c ateg o ría de p riv a c ió n ”. V éase “P sy ch o a n a ly sis a n d M a rx ism ”,
en N e w R eflections on the R ev o lu tio n o f nur Tim e, pájjs. 93-96. [Ed. catít.: “P sico a
n á lisis y m arx ism o ”, e n N u e v a s reflexiones sobre la revolución de nuestro tiem po, i
vimiento debe hacerse para compatibilizarlo con la noción lacaniana
de “privación”; en realidad, en lo que signe, intentaré leer la “priva
ción” lacaniana dentro del texto de Zizek siguiendo la lógica del su
plemento, una lógica que tam bién implica reconcebir la especifici
dad social del tabú, la pérdida y la sexualidad.
Si bien Zizek entiende que en la obra de Laclau el movimiento
de la ideología al discurso constituye u n a “regresión” parcial
(Laclau, N R R T , 250) y Laclau parece disentir con la preservación
de Hegel que propone Zizek (SO, XII), ambos autores coinciden en
que la ideología recubre discursivam ente como un esfuerzo de re
cubrir una “privación” constitutiva del sujeto, una “privación” que
por momentos equivale a la noción de “antagonism o constitutivo”
y que, en otras ocasiones, se entiende como una negatividad m ás
esencial que cualquier antagonism o social dado, negatividad que
todo antagonism o social específico supone. La estrecha unión de
los significantes políticos dentro del terreno ideológico enm ascara
y desarticula la contingencia o la “privación” que la m otiva.9E sta
falta o negatividad es un aspecto central del proyecto de democra
cia radical, precisam ente porque constituye dentro del discurso la
resistencia a todo esencialismo y todo descriptivismo. La “posi
ción de sujeto” de las m ujeres, por ejemplo, nunca se fija m edian
te el significante “m ujeres”; ese térm ino no describe un sector pre
existente; antes bien, es parte de la producción y formulación m is
m as de esa agrupación perm anentem ente renegociada y rearticu-
lada en relación con otros significantes dentro del campo político.
E sta inestabilidad de toda fijación discursiva es la prom esa de un
futuro ideológicam ente ilim itado p a ra el significante político. En
este sentido, la incapacidad de cualquier formación ideológica de
establecerse como algo necesario es parte de su promesa demo
crática, el “fundam ento” sin fundam ento del significante político
como sitio de rearticulación.
9. A quí p arecería que Zizek y L aclau tam b ién coinciden e n el supuesto begeliano
de que la privación produce el deseo y/o la te n d e n c ia al afecto del s e r o la s u s ta n
cia. C onsidérese el sta tu s no p ro b lem atiza d o del térm in o “te n d e r” e n el sig u ien te
texto de L acan: “com probam os que ia p arad o ja d o m in a la to ta lid a d de la acción
social; la lib e rta d ex iste po rq u e la sociedad no re a liz a la constitución como u n
orden objetivo e stru c tu ra l; pero c u a lq u ie r acción social tiende a la c onstitución de
ese objeto im posible y, p o r lo ta n to , a la elim inación de la s condiciones de lib e rta d
m ism a ” (pág. 44).
Lo que e stá enjuego es pues el modo de teorizar e sta “contin
gencia”, ta re a difícil por cierto ya que u n a teoría que explicara la
“contingencia” indudablem ente se form ularía siem pre a través y
en contra de esa contingencia. En realidad, ¿puede haber una teo
ría de la “contingencia” que no tienda a neg ar o a encubrir lo que
pretende explicar?
Aquí surgen num erosas preguntas relativas a la formulación
de e sta contingencia o negatividad: ¿H asta qué punto puede em
plearse lo real lacaniano para rep re sen ta r e sta contingencia? ¿En
qué m edida esa sustitución s a tu ra e sta contingencia con signifi
caciones sociales que llegan a reificarse como lo prediscursivo? Y
m ás particularm ente, en la obra de Zizek, ¿qué versión de lo real
se tom a del corpus lacaniano? Si lo real se entiende como la am e
naza no simbolizable de castración, u n tra u m a originario que mo
tiva las simbolizaciones m ism as que lo cubren incesantem ente,
¿en qué m edida e sta lógica edípica prefigura todas y cada u n a de
las “privaciones” de las determ inaciones ideológicas como la pri
vación/pérdida del falo institu id a m ediante la crisis edípica? La
form ulación de lo real como la am enaza de castración, ¿establece la
diferencia sexual inducida edípicam ente en un nivel prediscursivo?
Y, ¿se supone que esta fijación de un conjunto de posiciones sexua
les bajo el signo de una “contingencia” o u n a “privación" asegura
la no fijeza o inestabilidad de cualquier formación discursiva o ideo
lógica dada? Al asociar esta “contingencia” con lo real e in terpre
ta r lo real como el tra u m a inducido m ediante la am enaza de cas
tración, la Ley del Padre, esta “ley” se postula como la responsa
ble de la contingencia de todas las determ inaciones ideológicas,
pero nunca está sujeta a la m ism a lógica de contingencia que im
pone.
La “Ley del P ad re” induce el traum a y la forclusión mediante la
am enaza de castración, con lo cual produce la “privación” contra la
que se alza toda simbolización. Y sin embargo, esta simbolización
m ism a de la ley como la am enaza de castración no se tom a como
u n a formulación ideológica contingente. Como la fijación de la con
tingencia en relación con la ley de castración, el tra u m a y la “iden
tidad sustancial”10de lo real, la teoría de Zizek expulsa la “contin
gencia” de su contingencia. E n realidad, su teoría valoriza una
LA ROCA DE LO REAL
14. Zi2ek so stie n e que “lo R eal es el lim ite in h e re n te [al lenguaje], el pliegue
in so n d a b le que le im pide id en tific arse consigo m ism o. A lli e s trib a la p a ra d o ja fu n
d a m e n ta l de la relación e n tre lo Sim bólico y lo R eal: la b a rre ra que los se p a ra es
estrictam ente in te rn a de lo Sim bólico, En la explicación de e s ta “b a r r e r a ” u o b stá
culo, Z izek c o n tin ú a diciendo: “esto es lo que quiere d ecir L acan cuando afirm a que
‘L a m u je r no e x iste ’: L a m ujer, en cu an to objeto, no es m ás que ¡a m aterializació n
de c ie rta b a rre ra [prohibición] en el u n iv erso sim bólico: Don G iovanni puede d a r
le*. Slavoj Z izek, For T k e y Knoui N o t W hat T hey Do, L ondres, Verso, 1991, pág.
112 [ed. cast.: P orque no saben lo q u e hacen, B uenos A ires, F aidós, 1998], V éase
a sim ism o del m ism o a u to r, L o o kin g A w ry: A n In tro d u c tio n to Ja cq u e s L acan
through P o p u la r C ulture, B oston, M IT P re ss, 1991, págs. 1-66 [ed. cast.: M irando
a l sesgo, B uenos A ires, P aidós, 2000],
am enaza m ism a. Pero, sí bien coincidimos en cuanto a que toda
formación discursiva se consigue creando un “exterior”, no cree
mos por ello que la producción invariable de ese exterior sea el
trau m a de castración (o, al menos, no apoyamos la generalización
de la castración como el modelo de todo tra u m a histórico). Ade
m ás, podemos contribuir a reflexionar sobre la relación del psi
coanálisis con el trau m a histórico y con los lím ites del simbolismo,
si nos damos cuenta de que (a) puede haber varios mecanism os de
forclusión que operen p ara producir lo no simbolizable en cual
quier régim en discursivo dado y (b) los m ecanism os de esa pro
ducción -au n q u e in ev itab les- son y siem pre han sido el re su lta
do de m odalidades específicas del discurso y el poder.
Puesto que (c) la resistencia a lo real es u n a resistencia a la
existencia de la castración fem enina o u n a negación del poder
estru ctu ran te que tiene esa am enaza p ara los hom bres, quienes
pretenden disolver lo real (llámeselos fem inistas, postestructu-
ralistas o historizadores de diverso tipo) tienden a socavar la fuerza
diferencial de la castración y la jerarq u ía perm anente que ocupan
dentro de lo simbólico y como lo simbólico. E sta “ley” requiere que
las m ujeres “ya hayan experim entado” la castración, que la pérdi
da se instale en la articulación de la posición fem enina, m ientras
la castración significa aquello que siem pre está por sucederles a
los hom bres, la angustia y el tem or de la pérdida del falo; y la
pérdida ta n tem ida tiene por em blem a estru ctu ral lo femenino,
de modo tal que se tra ta del tem or a devenir femenino, a ser recha
zado (abyecto) como femenino. E sta posibilidad de abyección go
bierna pues la articulación de la diferencia sexual y lo real es la
estru ctu ra perm anente que diferencia los sexos en relación con la
locación tem poral de esa pérdida. Como hicimos notar en el capí
tulo “El falo lesbiano”, ten er el falo y ser el falo son dos posiciones
determ inadas como oposición, según esta línea de pensam iento.
La angustia m asculina respecto de la pérdida denota u n a imposi
bilidad de tener, el hecho de haber perdido desde siem pre el falo
hace que “tener el falo” sea un ideal imposible y que el falo se apro
xime a un diferim iento de ese tener, al anhelo de tener lo que
nunca se ha tenido. El ten er el falo como sitio de angustia es ya la
pérdida que se tem e sufrir y lo femenino sirve para diferir este
reconocimiento de la implicación m asculina en la abyección.
El peligro de que lo m asculino pueda caer en lo fem enino ab
yecto am enaza con disolver el eje heterosexual de deseo; conlleva
el tem or de ocupar u n sitio de abyección homosexual. E n realidad,
en las prim eras páginas de E l sublim e objeto de la ideología se
nos ofrece u n a figura de ta l abyección cuando se p resen ta a Fou
cault y se da por descontado que es alguien “profundam ente fasci
nado por los estilos de vida m arginales que construyen sus pro
pios modos de subjetividad” y luego se aclara entre paréntesis “(el
universo sadom asoquista homosexual, por ejemplo, véase Fou
cault, 1984)”. La fantasía de un “universo” de estilo de vida sado
m asoquista puede im plicar la figura del Foucault sadom asoquista
como parte de la am enaza global que, afín a una tendencia histo-
ricista y a cierto vínculo atenuado con el postestructuralism o, lle
ga a form ar parte de esta am enaza fantasm ática a lo real ap aren
tem ente atesorado. Si éste es un texto que defiende el tra u m a de
lo real, defiende la am enaza de psicosis que produce lo real, y si
defiende esta últim a am enaza contra un tipo diferente de am ena
za, parece que el texto hace proliferar esta am enaza al investirla
en u n a variedad de posiciones sociales, con lo cual el texto mismo
se transform a en un enfoque que procura “eludir” los desafíos del
“fem inismo”, de “Foucault” y del “postestructuralism o”.
¿Qué es la “am enaza”? ¿Quién la “elude”? ¿Y por qué medios?
El texto de Zizek, ¿realiza retóricam ente una inversión de esta
dinám ica de modo ta l que las fem inistas y los postestructuralistas
aparecen representados en la “negación” y el “escape” y Zizek como
el portador y vocero de la Ley? ¿O es ésta una invocación de la ley
que in te n ta m an ten er las diferencias sexuales en su lugar, es de
cir, un lugar en el que las m ujeres serán siempre el síntom a del
hombre (sin existir) y donde el mito de Aristófanes de la privación
entendida como la consecuencia de un rigor prim ario necesita con
ta r con la heterosexualidad como el sitio de una realización y un
retorno im aginarios?
Creo que la afirmación de que hay un “exterior” a lo socialmen
te inteligible y que este “exterior” siem pre será lo que define negati
vam ente lo social es un punto en el que podemos coincidir. Ahora
bien, delim itar ese exterior m ediante la invocación de una “ley”
preideológica, u n a “ley” prediscursiva que se ha im puesto inva
riablem ente a lo largo de toda la historia y, adem ás, hacer que esa
ley sirva p a ra garan tizar u n a diferencia sexual que ontologiza la
subordinación, es un movimiento “ideológico”, en un sentido m ás
antiguo, que sólo puede entenderse reconcibiendo la ideología como
“reificación”. Que siempre haya un “exterior”y, en realidad, un “anta
gonism o constitutivo”parece justo, pero sum inistrarle el carácter
y el contenido de una ley que asegure las fronteras entre el “inte
rior”y el “exterior”de la inteligibilidad simbólica es anticiparse al
necesario análisis social e histórico específico, es hacer coincidir
en “una”ley el efecto de una convergencia de muchas leyes y excluir
la posibilidad m ism a de una rearticulación fu tu ra de esa frontera
que es esencial para el proyecto de?nocrático que promueven Zizek,
Laclau y Mouffe.
Si, como sostiene Zizek, “lo real en sí mismo no ofrece ningún
sustento para u n a simbolización directa de lo re a l” (pág. 97), en
tonces, ¿cuál es el status retórico de la afirmación m etateorética
que simboliza para nosotros lo real? Puesto que lo real nunca pue
de ser simbolizado, esta imposibilidad constituye elpathos perm a
nente de la simbolización. Esto no equivale a decir que no exista
lo real, sino, antes bien, que lo real no puede ser significado, que
perm anece, podría decirse, como la resistencia que está en el cora
zón mismo de toda significación. Pero afirm ar esto es establecer
una relación de inconm ensurabilidad radical entre la “simboli
zación” y “lo real” y no queda m uy claro si esta m ism a afirmación
no está im plicada ya en el prim er térm ino de la relación. Como
tal, esta afirm ación no establece con claridad qué status m eta-
simbólico reclam a falsam ente para sí. Sostener que lo real se re
siste a la simbolización continúa siendo un modo de sim bolizar lo
real como una especie de resistencia. La prim era afirmación (lo
real se resiste a la simbolización) sólo puede ser verdad si la ú lti
m a afirmación (que decir “lo real se resiste a la simbolización” es
ya u n a simbolización) tam bién es verdadera, pero si la segunda
afirmación es verdadera, la prim era es necesariam ente falsa. Su
poner que 3o real es u n a form a de resistencia continúa siendo un
modo de predicarlo y asignarle a lo real su realidad, independien
tem ente de cualquier capacidad lingüística adm itida de hacer pre
cisam ente eso.
Como resistencia a la simbolización, lo “real” funciona en una
relación exterior al lenguaje, como el reverso del representaciona-
lismo mimético, es decir, como el sitio donde deben fundirse todos
los esfuerzos por representar. El problem a que se presenta aquí
es que este marco no ofrece ninguna m anera de politizar la rela
ción entre el lenguaje y lo real. Lo que se considera lo “real”, en el
sentido de lo no simbolizable, siem pre se relaciona con una esfera
lingüística que autoriza y produce esa forclusión y logra ese efecto
produciendo y vigilando una serie de exclusiones constitutivas.
Aun cuando toda formación discursiva se produzca m ediante la
exclusión, eso no im plica que todas las exclusiones sean equiva
lentes: es necesario hallar una m anera de evaluar políticam ente
cómo la producción de la ininteligibilidad cultural se moviliza de
m aneras variables a fin de regular el campo político, esto es, quién
será considerado “sujeto”, quién deberá ser necesariam ente ex
cluido de esa calificación. Petrificar lo real como lo imposible “ex
terior” al discurso es in stitu ir un deseo que nunca puede satisfa
cerse por un referente siempre elusivo: el sublime objeto de la ideo
logía. No obstante, el carácter fijo y universal de esta relación
entre el lenguaje y lo real produce un pathos prepolítico que im pi
de hacer el tipo de análisis que establecería la distinción entre lo
real y la realidad como el instrum ento y el efecto de relaciones
contingentes de poder.
SIGNIFICANTES PERFORMATWOS
O LLAMAR “NAPOLEÓN” A UN OSO HORMIGUERO
16. A unque u n b a u tism o es el o torgam iento del nom bre p e rso n a l o “de p ila ”
que se da al recién nacido, a diferen cia del sobrenom bre, es ta m b ié n , en v irtu d de
se r el nom bre “de p ila ” (b a u tism a l c ristia n a), la iniciación o, lite ra lm e n te , la in
m ersión en la Ig lesia y su a u to rid a d . H obbes d escrib e e! b a u tism o como “el s a c ra
m ento de le a lta d de aq u ello s que h a n de se r recibidos en el rein o de D ios” (citado
en el O xford E n g lish D ictionary como L e v ia th a n , 499). E s in te re s a n te observar
que la concesión del nom bre de pila es la iniciación en el orden de la p a te rn id a d
divina. E l b au tism o de A dán es a la vez u n a bendición y u n a iniciación en el reino de
Dios de to d as la s cosas n o m b rad a s en el Génesi s, y el b au tism o es la continuación de
ese nom b ram ien to de A dán e n las personas, que de ese m odo se inician e n el linaje
divino. Le agradezco a L isa Lowe su o p o rtu n a intervención sobre e sta cuestión.
17. L a c a ta c re sis p o d ría e n te n d e rse a te n d ien d o a lo q u e L acan lla m a “neolo
gism o” en el lenguaje de la psicosis. P uesto que la c atac re sis de b a u tiz a r “N apoleón”
a u n oso h o rm ig u e ro co n stitu y e en el in te rio r del discurso u n a re siste n c ia a la
E n Kripke parece, pues, que cualquier uso que se le dé al
designador rígido supone que hay u n usuario del lenguaje que fue
adecuadam ente iniciado en el uso de u n nom bre, un “iniciado” en
el linaje de la intención apropiada que, tra n sm itid a de generación
en generación, llega a constituir el pacto histórico que garantiza
la fijación apropiada del nombre. Aunque se diga que el nombre
“fija” su referente sin describirlo, e stá claro que las instrucciones
trasp asad as a través de la cadena de comunicación están implíci
ta s en el acto mismo de fijación, de modo tal que el nombre se fija
y puede volver a fijarse siem pre que esa instrucción sobre la in te n
ción adecuada y el uso adecuado esté en su lugar. P a ra iniciarse
en esa cadena histórica de usuarios del lenguaje con la intención
adecuada, uno debe e sta r prim ero bautizado en esa comunidad y,
en este sentido, el bautism o del usuario del lenguaje precede a la
designación bautism al de cualquier objeto. Además, puesto que el
usuario del lenguaje debe in stalarse en esa com unidad de los que
u sa n adecuadam ente el lenguaje, debe vincularse por afiliación
con otros usuarios, esto es, debe posicionarse en alguna línea de
parentesco que asegure las líneas sociales de transm isión m ediante
las cuales se tra sp a sa n las intenciones lingüísticas apropiadas.
De modo que la persona nom brada nom bra los objetos y así se
extiende la “iniciación” en la com unidad de intención homogénea;
si el nombre fija el objeto, tam bién “inicia” al objeto en el linaje
paterno de autoridad. Así, la fijación nunca se da sin la autoridad
paternal de fijar, lo que significa que el referente sólo se asegura si
p a ra asegurarlo está presente la línea p atern a de autoridad.
Aquí parece significativa la noción de bautism o porque, al ser
éste una iniciación en el reino de Dios y el otorgam iento de un
“nom bre de pila” (bautism al, sagrado), es la extensión de la p a te r
n idad divina a la persona nom brada. Y, puesto que el modo de no
m inación adánico es el modelo del bautism o mismo, lo que se reite
r a en la fijación del referente m ediante la designación rígida es la
18. E n E l nom brar y la necesidad, K ripke so ste n ía que, p u e sto que los n om
b re s fun cio n an como d e sig n ad o re s rígidos, n u n c a p o d ría n e n te n d e rs e como sin ó n i
m os de u n a descripción o conju n to de d escripciones ofrecidas ace rca de la p erso n a
n o m b ra d a , ni como térm in o s idénticos a ta le s descripciones. U n nom bre se refiere
ríg id a m en te, es decir, u n iv e rsa lm e n te y sin excepción, a u n a perso n a, independien
te m e n te de los cam bios que su fra n Sas descripciones de e sa p erso n a o, p a ra u s a r su
lenguaje, in d ep e n d ien tem e n te de to d as las situaciones condicionales diferentes de
la p rim e ra. L a idea de ¡a designación ríg id a supone que los nom bres e n algún m o
m ento llegan a a d h e rirse a la persona. Y, sin em bargo, p a re c e ría que sólo puede
a d h e rirse a las personas con la condición de que a é sta s se las identifique prim ero
sobre la base de su s rasgos descriptivos. ¿H ay p e rso n as id én tica s a sí m ism as de Sas
que p u e d a decirse que existen a n te s del m om ento e n que se la s nom bra? El nom bre,
¿supone y se refiere a l a a u to id e n tid a d de las p e rso n a s in d ep e n d ien tem e n te de cu al
q u ie r descripción? ¿O acaso constituye la a u to id e n tid a d de la s personas?
E n el b au tism o original, el n om bre funciona, p u es, como u n a especie de e tiq u e ta
p e rm a n e n te o rótulo. K ripke a d m ite que e n e ste p rim e r m o m ento, al d e te rm in a r,
por a sí decirlo, dónde debe colocarse p re c isa m e n te ese rótulo, q u ién tie n e el rótulo
en la m an o (¿alguien ficticio, a ú n no no m b rad o , el in n o m b ra b le, Yavé?), qu ién
hace el n o m b ram ien to , tien e que re c u rrir a c ie rta s descripciones p re lim in a res.
P o r lo ta n to , en el m om ento b a u tism a l, el acto de n o m b ra r debe c o n tar con u n a base
d e scrip tiv a. Y K rip k e a ce p ta asim ism o que las p e rso n a s son p o rta d o ra s de a lg u n a s
descripciones definidas, como secuencias de g en es, que g a ra n tiz a n su id e n tid a d a
lo larg o del tiem po y las circunstancias. A ún así, sean cuales fu e re n las descripciones
te m p o ra le s q u e se co n su lten p a ra poder fija r el n o m b re de la p e rso n a y sean cuales
fu e re n los a trib u to s esenciales necesario s p a ra c o n s titu ir a la s p erso n as, ni los
a trib u to s ni la s descripciones son sinónim os del nom hre. P or consiguiente, a u n
c u an d o a l n o m b rar, e n el b a u tism o o rig in a l, se in v o q u e n descrip cio n es, ta le s
descripciones no fun cio n an como d e sig n ad o re s rígidos: e sa función corresponde
ú n ic a m e n te al nom bre. E l p u ñ ad o de d escripciones que c o n stitu y e n a la p erso n a
a n te s de que é s ta recib a el nom bre no g a ra n tiz a la id e n tid a d de la p e rso n a en
todos los m undos posibles; sólo e! nom bre, en su función de d e sig n ad o r rígido,
pu e d e ofrecer e sa g a ra n tía .
como performativa. Además, el nom bre como significante perfor-
m ativo m arca la imposibilidad de referencia y, equivalentem ente,
el referente como el sitio de u n deseo imposible. Zizek escribe:
“Ese ‘exceso’ del objeto que continúa siendo el mismo en todos los
m undos posibles es ‘algo en el objeto que es m ás que el objeto
m ism o’, que es lo mismo que decir e lp etit objet a lacaniano: uno lo
busca en vano en la realidad positiva porque no tiene ninguna consis
tencia positiva, porque es sólo u n a objetificación de un vacío, una
discontinuidad abierta en la realid ad por la aparición del signi
ficante” (pág. 95).
E n la m edida en que sea perform ativo, un térm ino no se lim ita
a referir, sino que de algún modo obra para constituir aquello que
enuncia. El “referente” de un enunciado performativo es una espe
cie de acción, que requiere y de la cual participa el enunciado per
form ativo mismo. Por otra parte, la designación rígida supone la
alterid ad del referente y la tra n sp a re n c ia de su propia función de
índice. El hecho de decir “Éste es A ristóteles” no le da vida a A ristó
teles; es una expresión que pone al descubierto, m ediante una
referencia evidente, un Aristóteles exterior al lenguaje. Es por ello
que la expresión perform ativa no puede considerarse equivalente
a la designación rígida, aun cuando ambos térm inos im pliquen
un antidescriptivism o. En la revisión de la designación rígida que
hace Zizek vía Lacan, se pierde perm anentem ente el referente de
la designación rígida, con lo cual se lo construye como un objeto
imposible de deseo, m ientras que p a ra K ripke se afirm a perm a
nentem ente y la satisfacción está al alcance de la mano. Por su
parte, Laclau parece considerar que, en su performatividad, el nom
bre es formativo y que el referente es un efecto variable del nom
bre; en realidad, parece reform ular el “referente” como el signifi
cado, con lo cual expone el térm ino al tipo de variabilidad que
requiere la hegemonía. La posición de K ripke es argüir que el
nombre fija el referente y la de Zizek, sostener que el nombre pro
m ete un referente que nunca ha de llegar, forcluido como lo real
inalcanzable. Pero, si la cuestión del “referente” queda suspendi
da, ya no se tra ta de establecer en qué m odalidad existe tal referen
te -e s decir, en la realidad (Kripke) o en lo real (Zizek)- sino, an
tes bien, de determ inar cómo el nom bre estabiliza su significado
m ediante una serie de relaciones diferenciales con otros signifi
cantes dentro del discurso.
Si, como lo dem uestra inadvertidam ente el texto de Kripke, el
referente se afirma sólo con la condición de que se diferencie el uso
apropiado del uso inapropiado, luego el referente se produce como
consecuencia de esa distinción y la inestabilidad de esa frontera
divisoria entre lo apropiado y la catacresis pone en tela de juicio
la función ap aren te del nombre propio. Aquí parece que lo que se
conoce como el “referente” depende esencialm ente de esos actos
de catacresis del habla que, o bien no refieren, o bien refieren de
m anera errada. En este sentido, los significantes políticos que no
describen n i refieren, indican menos la “pérdida” del objeto -u n a
posición que sin embargo asegura el referente, aunque sólo sea
como un referente perdido— que la pérdida de la pérdida, para
p a rafrasear aquella formulación hegeliana. Si la referencialidad
es en sí m ism a el efecto de u n a vigilancia de las lim itaciones lin
güísticas respecto del uso apropiado, luego, el uso de la catacresis,
que insiste en utilizar inapropiadam ente nom bres apropiados, que
expande o profana el ám bito mismo de lo apropiado llam ando
“Napoleón” a un oso hormiguero, desafía la posibilidad de referen
cialidad.
19. G a y a tri S pivak co n sid era que la categ o ría de “m u je r” es u n e rro r resp ecto
de la p ro p ied a d lin g ü ístic a e n su “N ietzsch e a n d th e D isp la c e in e n t of W om en”, en
M a rk K ru p n ic k (comp.), D isplacem ent., B loom ington, U n iv e rsity o f ln d ia n a P re ss,
1983, págs. 169-196. A unque su teo ría p o ste rio r del esencialism o estratég ico , sobre
la que ella m ism a re c ie n te m e n te a d m itió te n e r c ie rta s d u d a s, s e s itú a e n u n re g is
tro levem ente diferente, S p iv ak parece h a c e r hincapié e n el uso de la s generalizacio
n es im posibles como té rm in o s de a n á lisis y m ovilización políticos.
objetivos políticos. M ientras esa diferenciación produzca el efecto
de u n esencialism o radical de género, el térm ino servirá p ara rom
per sus conexiones constitutivas con otros sitios discursivos de
investidura política y p ara reducir su propia capacidad de im pul
sar y producir el sector que nom bra. La inestabilidad constitutiva
del térm ino, su incapacidad de describir siquiera lo que nombra,
se produce precisam ente en virtud de lo que queda excluido para
que puede darse la determ inación. El hecho de que siem pre haya
exclusiones constitutivas que condicionen la posibilidad de fijar
provisoriam ente un nombre no im plica necesariam ente que haya
que h acer coincidir ese exterior constitutivo con la noción de un
referente perdido, esa “exclusión” que es la ley de castración, cuyo
em blem a es la m ujer que no existe. Sem ejante enfoque no sólo rei-
fica a las mujeres como el referente perdido, aquello que no puede
existir, adem ás considera al feminismo como el esfuerzo vano por
resistir a esa proclamación particular de la ley (una forma de psi
cosis en el habla, u n a resistencia a la envidia del pene). Cuestio
n a r la perspectiva que entiende a las m ujeres como la figura pri
vilegiada del “referente perdido” es precisam ente reform ular
esa descripción como una significación posible y extender el senti
do del térm ino como u n sitio que perm ite una re articulación más
am plia.
Paradójicam ente, la afirmación de lo real como el exterior cons
titutivo de la simbolización in te n ta respaldar el antiesencialism o,
porque si toda simbolización se basa en u n a carencia, luego, no
puede hab er ninguna articulación completa o idéntica a sí misma
de una identidad social dada. Y, sin embargo, si se posiciona a las
m ujeres como aquello que no puede existir, como aquello excluido
de la existencia por la ley del padre, se está haciendo coincidir a
las m ujeres con esa existencia forcluida, ese referente perdido, lo
cual seg u ram en te es ta n pernicioso como cualquier form a de
esencialism o ontológico. Si el esencialism o es un esfuerzo por ex
cluir la posibilidad de un futuro p a ra el significante, luego, la ta
rea es evidentem ente convertir el significante en un sitio que per
m ita realizar una serie de rearticulaciones que no puedan prede
cirse ni controlarse y proporcionar los medios p a ra alcanzar un
futuro en el cual puedan form arse jurisdicciones que aún no han
tenido un sitio para realizar tal articulación o que no “sean” a n te
riores al establecim iento de ese sitio.
Aquí no sólo se espera la unidad que im pulsa la investidura
fantasm ática en cualquiera de tales significantes, pues a veces
precisam ente el sentido de posibilidad fu tu ra abierto por el signi
ficante como sitio de rearticulación es el que ofrece oportunidad a
la esperanza. Zizek describe convincentem ente cómo, u n a vez que
el significante político ha constituido tem poralm ente la unidad
prom etida, esa prom esa se revela imposible de cum plir y sobre
viene la (¿esidentificación, una desidentificación que puede pro
ducir u n a división tal en facciones que term ine provocando la in
movilización política. Pero, la politización, ¿tiene siem pre que su
perar necesariam ente esa desidentificacidn? ¿Qué posibilidades
hay de politizar ladesidentificación, esta experiencia de no recono
cimiento, ese incómodo sentim iento de e sta r bajo un signo al que
uno pertenece y al mism o tiem po no pertenece? Y ¿cómo debemos
in te rp re ta r esta desidentificación producida por y a través del
significante mismo que ofrece una prom esa de solidaridad? L auren
B erlant escribe que “las fem inistas deben ab razar la causa de una
desidentificación fem enina en el nivel de la esencia fem enina”.20
La expectativa de un reconocimiento pleno, escribe B erlant, con
duce necesariam ente a un escenario de “duplicidad m onstruosa”
y “horror narcisista” (pág. 253), u n a letanía de quejas y recrim i
naciones que son consecuencia de la incapacidad del térm ino para
reflejar el reconocimiento que aparentem ente promete. Pero si el
térm ino no puede ofrecer el reconocimiento últim o - y aquí Zizek
está com pletam ente en lo cierto al afirm ar que todos estos térm i
nos se su sten tan en u n a méconnaissance necesaria-, puede ocu
rrir que la afirmación de ese deslizam iento, ese fracaso de la iden
tificación, sea en sí m ism a el punto de p artid a de u n a afirmación
m ás dem ocratizadora de la diferencia in tern a.21
A doptar el significante político (que siem pre es una cuestión
de adoptar u n significante por el cual uno ya h a sido adoptado,
22. V éase D enise Ríley, A m I th a t Ñ am e?, N ueva York, M acM ilian, 1989.
8. Acerca del término “queer”*
1, E s ta es u n a c u estió n q u e co rresp o n d e de m a n e ra m á s a p re m ia n te a la s
re cien te s cuestio n es del “h a b la del odio”.
confrontaciones incesantes [...] producidas de un m om ento al si
guiente, en todo punto, m ás precisam ente, en toda relación de un
punto a otro”.2
Ni el poder ni el discurso se renuevan por completo en todo
momento; no están ta n desprovistos de peso como podrían supo
n e r los utópicos de la resignificación radical. Y, sin embargo, ¿por
qué debemos entender su fuerza convergente como u n efecto acu
mulado del uso que lim ita y a la vez habilita su reelaboración?
¿Cómo es posible que los efectos aparentem ente injuriosos del dis
curso lleguen a convertirse en recursos dolorosos a p a rtir de los
cuales se realiza u n a práctica resignificante? Aquí no se tra ta so
lam ente de com prender cómo el discurso agravia a los cuerpos,
sino de cómo ciertos agravios colocan a ciertos cuerpos en los lími
tes de las ontologías accesibles, de los esquem as de inteligibilidad
disponibles. Y adem ás, ¿cómo se explica que aquellos que fueron
expulsados, los abyectos, lleguen a p la n te a r su reivindicación a
través y en contra de los discursos que intentaron repudiarlos?
EL PODER PERFORMATIVO
7. La h isto ric id ad del d isc u rso im plica el m odo e n que la h isto ria es c o n stitu ti
va del d isc u rso m ism o. No se t r a t a se n c illam en te de que los discursos e s té n locali
zados en contextos h istóricos, a d em ás los discursos tie n e n su propio c a rá c te r h istó
rico constitu tiv o . H isto ricid a d es un térm in o que im p licaa d ire c ta m e n te el c a rá c te r
co n stitu tiv o de la h isto ria en la p ráctica discursiva, es decir, u n a condición en la que
u n a “p rá c tic a ” no po d ría e x istir in d ep e n d ien tem e n te de la se d im e n tac ió n de las
convenciones m e d ia n te la s cuales se la produce y se la hace legible.
8. E n c u an to a la a cusación de p resen tism o , entien d o que u n a in d ag ació n es
p re s e n tis ta en !a m edida e n que (a) u n iv ersalice u n conjunto d e afirm aciones sin
te n e r en c u e n ta las oposiciones histó ricas y c u ltu ra le s a ta l u n iv ersaliza ció n o (b)
tom e u n a conju n to h istó ric a m e n te específico de térm in o s y los u n lv ersalice fa lsa
m en te. E s posible que, en a lg u n o s casos, am bos gestos se a n el m ism o. No o b sta n te ,
sería u n e rro r so ste n e r q u e todo lenguaje conceptual o filosófico es “p re se n tista " ,
u n a afirm ación que s e ría e q u iv a len te a d e c la ra r q u e to d a filosofía llega a se r h isto
ria. In te rp re tó la noción de genealogía de F o u c a u lt como u n ejercicio específicam ente
filosófico q u e p ro c u ra e xponer y tr a z a r la tra y e c to ria de cómo se in s ta la n y cómo
op eran los falsos u n iv ersales. Les agradezco a M ary Poovey y a J o a n W. Scott h a b e r
me explicado e ste concepto.
pensable som eter estas m ism as nociones a una crítica de las ope
raciones excluyentes de su propia producción: ¿Para quiénes la
“exterioridad” es u n a opción históricam ente disponible y que pue
den perm itirse? La dem anda de u n a “exterioridad” universal, ¿tie
ne un disim ulado carácter de clase? ¿A quiénes representan y a
quiénes excluyen los diversos empleos del térm ino? ¿Para quiénes
el térm ino rep resen ta u n conflicto imposible entre la afiliación
racial, étnica o religiosa y la política sexual? Las d istintas form as
de em plear el térm ino, ¿qué tipo de políticas alien tan y qué tipo
de políticas relegan a un segundo plano o sencillam ente hacen
desaparecer? En este sentido, la crítica genealógica de todo el tem a
queer será esencial p ara u n a política queer, por cuanto constituye
u n a dim ensión autocrítica dentro del activismo, un persistente
recordatorio de que es necesario darse tiempo p ara considerar la
fuerza excluyente de u n a de las prem isas contem poráneas m ás
valoradas del activismo.
Así como es necesario afirm ar las dem andas políticas recurrien
do a las categorías de identidad y reivindicar el poder de nom
brarse y determ inar las condiciones en que deba usarse ese nom
bre, hay que adm itir que es imposible sostener este tipo de dominio
sobre la trayectoria de tales categorías dentro del discurso. Este
no es un argum ento en contra del empleo de las categorías de iden
tidad, sim plem ente nos recuerda el riesgo que corre cada uno de
estos usos. La expectativa de autodeterm inación que despierta la
autodenom inación encuentra, paradójicam ente, la oposición de la
historicidad del nom bre mismo: la historia de los usos que uno
nunca controló, pero que lim itan el uso mismo que hoy es un em
blem a de autonom ía; como así tam bién los esfuerzos futuros por
esgrim ir el térm ino en contra de las acepciones actuales, intentos
que seguram ente excederán el control de aquellos que pretenden
fijar el curso de los térm inos en el presente.
Si el térm ino “queer” ha de ser un sitio de oposición colectiva,
el punto de partida para u n a serie de reflexiones históricas y pers
pectivas futuras, ten d rá que continuar siendo lo que es en el p re
sente: un térm ino que nunca fue poseído plenam ente, sino que
siem pre y únicam ente se retom a, se tuerce, se “desvía” [gweer] de
u n uso anterior y se orienta hacia propósitos políticos aprem ian
tes y expansivos. Esto tam bién significa que indudablem ente el
térm ino tendrá que ceder parte de su lugar a otros térm inos que
realicen m ás efectivamente esa tarea política. Tal cesión bien puede
llegar a ser necesaria p a ra ofrecer un espacio - s in que ello im pli
que dom esticarlas- a las oposiciones dem ocratizantes que redise-
ñaron y continuarán rediseñando los contornos del movimiento
de modos que nunca pueden anticiparse com pletam ente de a n
tem ano.
Bien puede ocurrir que la ambición de autonom ía que implica
la autodenom inación sea la p rete n sió n p a ra d ig m á tic a m e n te
presentista, esto es, la creencia de que hay alguien que llega al m un
do, al discurso, sin u n a historia y que ese alguien se hace en y a
través de la m agia del nombre, que el lenguaje expresa una “vo
lu n ta d ” o una.“elección” antes que u n a compleja h istoria constitu
tiva del discurso y el poder que componen los recursos invariable
m ente am bivalentes a través de los cuales se forma y se reelabora
la instancia queer. El hecho mismo de que el térm ino “queer”te n
ga desde su origen u n alcance ta n expansivo hace que se lo em
plee de m aneras que determ inan una serie de divisiones superpues
tas: en algunos contextos, el térm ino atra e a u n a generación m ás
joven que quiere resistirse a la política m ás institucionalizada y
reform ista, generalm ente caracterizada como “lesbiana y gay"; en
algunos contextos, que a veces son los mismos, el térm ino h a sido
la m arca de un movimiento predom inantem ente blanco que no ha
abordado enteram ente el peso que tiene lo queer -o que no tie n e -
dentro de las com unidades no blancas. Y, m ientras en algunos
casos h a movilizado un activismo lesbiano,9 en otros casos, el tér
m ino representa u n a falsa unidad de m ujeres y hom bres. En re a
lidad, es posible que la crítica del térm ino inicie un resurgim iento
tanto de la movilización fem inista como de la an tirra c ista dentro
de la política lesbiana y gay, o que abra nuevas posibilidades para
que se formen alianzas o coaliciones que no p a rta n de la base de
que Cada una de estas agrupaciones es radicalm ente diferente de
las otras. El térm ino será cuestionado, remodelado y considerado
obsoleto en la m edida en que no ceda a las dem andas que se opo
nen a él precisam ente a causa de las exclusiones que lo movilizan.
No creamos los térm inos políticos que llegan a rep resen tar
n uestra “libertad” a p a rtir de la n ad a y somos igualm ente respon
11. E sto no im plica que la te a tra lid a d se a c o m p le ta m e n te in ten cio n al, pero
p o sib lem e n te es lo que h e dado a e n te n d e r al c a ra c te riz a r el g énero como “in te n
cional y no re fe re n c ia ]” en “P e rfo rm ativ e A cts a n d G e n d e r C o n stitu tio n ”, u n e n s a
yo publicado en S ue-E lten C ase (camp. i, P erfu rm in g F e m in is m s , B altim ore, J o h n s
H o p k in s U niv ersity , 1991, págs. 270-282 [ed. cast.: “A ctos p erform ativos y consti
tución del género: u n ensayo sobre fenom enología y te o ría fe m in ista ”, debate fe m i
n is ta , vol. 18, o c tu b re de 1998], Em pleo el térm in o “in te n c io n a l” en un sentido espe
c íficam en te fenom enológico. L a “in tencionalidad", en el m arco de la fenom enología,
no significa un acto voluntario o deliberado, sino que es u n modo de in d ic a r que la
conciencia (o el len g u a je) tiene un objeto, m á s esp ecíficam en te, que se dirige a un
objeto q u e p ic d e e x is tir o no. E n e ste sentido, u n acto de la conciencia puede te n d e r
a (p o stu lar, c o n stitu ir, a p reh e n d er) u n objeto im a g in a rio . E l género, en su concep
ción ideal, p o d ría c o n stru irse como u n objeto in te n c io n a l, u n ideal constituido,
pero q u e no e x iste . E n e ste sentido, el gén ero s e ría como “lo fem enino”, en tendido
como u n a im posib ilid ad , ta l como lo p r e s e n ta D ru c illa C ornell en B eyond A ccom -
m o d a tio n , N u e v a York, R outledge, 1992,
ro el ideal al que se pretende que se asem ejen. Además, esta en
carnación es un proceso repetido. Y la repetición podría construir
se precisam ente como aquello que socava la ambición de un domi
nio voluntarista designado por el sujeto en el lenguaje.
Como se ve claram ente en París en llam as, el travestism o es
u n a postura subversiva problem ática. Cumple una función sub
versiva en la m edida en que refleje las personificaciones m unda
nas m ediante las cuales se establecen y n a tu ra liz an los géneros
ideales desde el punto de vista heterosexual y que socava el poder
de tales géneros al producir esa exposición. Pero nada garantiza
que exponerla condición naturalizada de la heterosexualidad baste
para subvertirla. La heterosexualidad puede arg u m en tar su he
gemonía a través de su desnaturalización, como cuando vemos
esas parodias de desnaturalización que reidealizan las norm as
heterosexuales sin cuestionarlas.
Con todo, en otras ocasiones, el carácter transferible de un ideal
o u n a norm a de género pone e n te la de juicio el poder de abyección
que lo sostiene. Pues una ocupación o reterritorialización de un
térm ino que fue empleado p ara excluir a u n sector de la población
puede llegar a convertirse en un sitio de resistencia, en la posibi
lidad de u n a resignificación social y política capacitadora. Y, en
cierta medida, esto es lo que ocurrió con la noción de queer. La acep
ción contem poránea del térm ino hace que la prohibición y la de
gradación inviertan su sentido, engendra un nuevo orden de valo
res, u n a afirm ación política que parte de ese mismo térm ino y se
desarrolla a través de ese mismo térm ino que en su acepción an
terior tuvo como objetivo último erradicar precisam ente tal afir
mación.
No obstante, parecería que hay una diferencia entre corporizar
y cum plir las norm as de género y el uso perform ativo del discurso.
¿Son éstos dos sentidos diferentes de “perform atividad” o son dos
conceptos que convergen como modos de apelar a la cita en los
cuales el carácter obligatorio de ciertos im perativos sociales se
somete a una desregulación m ás promisoria? P a ra poder operar,
las norm as de género requieren la incorporación de ciertos idea
les de fem ineidad y m asculinidad, ideales que casi siempre se re
lacionan con la idealización del vínculo heterosexual. En este sen
tido, la perform ativa inicial: “¡Es u n a niña!” anticipa la eventual
llegada de la sanción, “Os declaro m arido y m ujer”. De ahí el pe
culiar placer que produce la historieta en la que nace u n a niña y
la prim era interpelación del discurso que oye es: “¡Es u n a lesbia
na!” Lejos de ser u n a brom a esencialista, la apropiación queer de
la perform ativa parodia y expone tanto el poder vinculante de la
ley heterosexualizante como la posibilidad de expropiarla.
En la medida en que la denominación de “niña” sea transitiva, es
decir, inicie el proceso m ediante el cual se obliga a alguien a adoptar
la “posición de niña”, el térm ino o, m ás precisamente, su poder sim
bólico, gobierna la form ación de u n a fem ineidad in te rp re ta d a
corporalmente que nunca se asem eja por completo a la norma. Sin
embargo, ésta es una “niña” que está obligada a citar la norm a para
que se la considere un sujeto viable y para poder conservar esa posi
ción. De modo que la femineidad no es producto de u n a decisión,
sino de la cita obligada de una norma, una cita cuya compleja histo
ricidad no puede disociarse de las relaciones de disciplina, regula
ción y castigo. En realidad, no hay "alguien” que acate una norma
de género. Por el contrario, esta cita de la norm a de género es nece
saria para que a uno se lo considere como “alguien”, p ara llegar a
ser “alguien” viable, ya que la formación del sujeto depende de la
operación previa de las norm as legitim antes de género.
Precisam ente, la noción de perform atividad de género exige
que se la reconciba y se la juzgue como u n a norm a que obliga a
“apelar a cierta cita” p a ra que sea posible producir un sujeto via
ble. Y justam ente, es necesario explicar la teatralid ad del género,
en relación con ese carácter obligatorio de la cita. Aquí conviene
no confundir tea tra lid a d con autoexhibición o autocreación. En
realidad, en la política queer m ism a, en la significación m ism a de
lo que es queer, creemos ver u n a práctica re significante por la cual
se invierte el poder condenatorio de la palabra “queer” p a ra san
cionar u n a oposición a los térm inos de legitim idad sexual. De
m anera paradójica, aunque tam bién implica u n a im portante pro
mesa, el sujeto encasillado como “queer" en el discurso público a
través de interpelaciones homofóbicas de diverso tipo retoma o
cita ese mismo térm ino como base discursiva p a ra ejercer la opo
sición. E sta clase de cita se m anifestará como algo teatral en la
m edida en que imite y haga hiperbólica la convención discursiva
que tam bién invierte. El gesto hiperbólico es esencial p a ra poner
en evidencia la “lgy” homofóbica que ya no puede controlar los
térm inos de sus propias estrategias de abyección.
Yo diría que es imposible oponer lo te a tra l a lo político dentro
de la política queer contem poránea: la “actuación” hiperbólica de
la m uerte en la práctica de “die-ins" y la “exterioridad" tea tra l
m ediante la cual el activismo queer rompió con la distinción encu
bridora entre el espacio público y el espacio privado hicieron pro-
liferar sitios de politización y una conciencia del sida en toda la
esfera pública. En realidad, podrían contarse m uchas historias
en las que está en ju eg o la creciente politización cíe la teatralid ad
por parte de los queers (una politización m ás productiva, creo, que
el hecho de insistir en la supuesta polaridad entre los grupos queer).
U na historia de este tipo podría incluir tradiciones de vestim enta
cruzada, bailes de travestís, recorridos callejeros, espectáculos de
m ujeres varoniles, el deslizam iento entre la “m archa” (de Nueva
York) y la parade (de S an Francisco); los die-ins realizados por
ACT U P y los kiss-ins de Queer Nation; actuaciones queer a bene
ficio de la lucha contra el sida (entre las que yo incluiría la de
Lypsinka y la de Liza M innelli, en la que esta últim a finalm ente
hace de Judy);12la convergencia de la obra te a tra l con el activismo
tea tra l;13 la dem ostración excesiva de la sexualidad y la iconogra
fía lesbianas que con trarresta efectivam ente la desexuálización
de la lesbiana; interrupciones tácticas de foros públicos por parte
de activistas lesbianas y gay en favor de llam ar la atención públi
ca y condenar la insuficiencia de los fondos que destinan los go
biernos a la investigación y el tratam iento del sida.
La creciente teatralización de la indignación política en re s
puesta a la nefasta falta de atención de los responsables políticos
en la c u e stió n del sid a a p a re c e como u n a a le g o ría en la
recontextualización de lo “queer” que pasó de ocupar u n lugar en la
estrategia homofóbica de abyección y aniquilación a constituir una
20. V éase Gayle R ubin, “T h in k in g Sex: N otes for a R adical T heory of th e Politics
of S e x u a lity ”, en C arole S. V anee (com p.), P leasure a n d D anger, N u e v a York,
R outiedge, 1984, págs. 267-319; E ve K osofsky Sedgwick, E pistem ology o f the Closet,
págs. 27-39.
21. H acia e! final de la b re v e conclusión teo rética de “T h in k in g Sex” , R ubin
r e to rn a al fem inism o d e m a n e ra g e stu a l, al su g e rir qu e “en el largo plazo, la crítica
de la je r a rq u ía del gén ero q u e ofrece el fem inism o d e b erá in co rp o ra rse a u n a teo
r ía ra d ic a l del sexo y la c rític a de la opresión sexual debería e n riq u e ce r al fem inis
mo. P ero, es necesario d e s a rro lla r u n a te o ría y u n a política a u tó n o m a s re la tiv a s
específicam ente a la s e x u a lid a d ” (pág. 309).
ficación y el deseo. Y aquí se hace evidente por qué negarse a t r a
zar líneas de implicación causal entre estos dos ám bitos es tan
im portante como m antener abierta una investigación sobre la com
pleja interim plicación que existe e n tre ambos. Porque, si identifi
carse como m ujer no im plica necesariam ente desear a un hom bre
y si desear a u n a m ujer no indica necesariam ente la presencia
constitutiva de una identificación m asculina, sea cual fuere ésta,
luego la m atriz heterosexual se m anifiesta como u n a lógica im a
ginaria que dem uestra in sistentem ente que no puede ser m an e
jada. La lógica heterosexual que exige que la identificación y el de
seo sean m utuam ente excluyentes es uno de los instrum entos psi
cológicos m ás reductores de heterosexism o: si uno se identifica
como un determ inado género, debe desear a alguien de u n género
diferente. Por un lado, no existe u n a única fem ineidad con la que
uno pueda identificarse, lo cual equivale a decir que la fem inei
dad podría ofrecer u n a variedad de sitios identificatorios, como
dem uestra la proliferación de posibilidades de lesbianas ultrafe-
m eninas. Por el otro lado, suponer que las identificaciones hom o
sexuales “se reflejan” o rep iten entre sí difícilmente baste para
describir los complejos y dinám icos intercam bios que se dan en
las relaciones lesbianas y gay. El vocabulario que describe el difí
cil juego, el cruce y la desestabilización de las identificaciones
m asculinas y fem eninas dentro de la hom osexualidad sólo ha co
m enzado a em erger en el seno del lenguaje teorético: el lenguaje
no académico inmerso históricam ente en las com unidades gay re
sulta mucho m ás instructivo. Aun hace falta teorizar en toda su
complejidad el pensam iento de la diferencia sexual dentro de la
hom osexualidad.
Pues será decisivo d eterm in ar si las estrategias sociales de re
gulación, abyección y norm alización no h an de continuar vincu
lando el género y la sexualidad de modo ta l que el análisis que
inten te oponerse deba su frir la presión de teorizar sus interrela-
ciones. Esto no será lo mismo que reducir el género a las formas
prevalecientes de relaciones sexuales, de modo tal que uno “sea”
el efecto de la posición sexual que supuestam ente ocupa. En con
tra de ta l reducción, debe ser posible a firm ar u n a serie de relacio
nes no causales y no reductoras entre el género y la sexualidad,
no sólo p a ra asociar el feminismo con la teoría queer, como po
drían asociarse dos em presas separadas, sino para establecer su
interrelación constitutiva. De modo sim ilar, la indagación acerca
de la hom osexualidad y el género tendrá que ceder la prioridad de
ambos térm inos en a ra s de lograr un m apa m ás complejo del po
der, que cuestione la formación de cada uno de ellos en regím enes
raciales y sectores geopolíticos específicos. Y, por supuesto, la t a
rea no term ina allí, pues no h ay ningún térm ino que pueda consi
derarse fundacional y el éxito de cualquier análisis dado que se
concentre en un único térm ino bien puede constituir la m arca de
sus propias lim itaciones como un punto de partid a excluyente.
Por lo tanto, el objetivo de este análisis no puede ser la subver
sión pura, como si b a sta ra con socavar lo que ya existe para e s ta
blecer y dirigir la lucha política. A ntes que la desnaturalización o
la proliferación, parecería que para reflexionar acerca del discurso
y el poder atendiendo al futuro hay diversas sendas posibles: ¿hay
un modo de concebir el poder como resignificación y a la vez como
la convergencia o interarticulación de relaciones de regulación,
dominación y constitución? ¿Cómo saber cuál podría considerarse
u n a resignificación afirm ativa -con todo el peso y la dificultad que
implica sem ejante ta r e a - y cómo correr el riesgo de re in sta la r lo
abyecto como el sitio de su oposición? Pero tam bién, ¿cómo re-
concebir los térm inos que establecen y su sten tan los cuerpos que
im portan?
Fue in teresan te analizar la película París en llam as, no tan to
por el modo en que exhibe las estrategias desnaturalizantes p ara
reidealizar la condición de blanco y las norm as heterosexuales de
género, como por la s re a rtic u la c io n e s de p aren tesco m enos
estabilizadoras que ocasiona. Los bailes de travestís mismos a ve
ces producen la fem ineidad exacerbada como u n a función de la
condición de blanco y desvían la hom osexualidad a través de una
transgenerización que reidealiza ciertas formas burguesas de in
tercambio heterosexual. Sin embargo, si bien esas actuaciones no
son subversivas de u n a m anera inm ediata u obvia, bien puede
ocurrir que en la reformulación del parentesco, particularm ente
en la redefinición de la "casa” y sus form as de colectividad -los
cuidados m aternales, la aflicción por el otro, las lecturas y el h e
cho de llegar a ser legendario-, la apropiación y el redespliegue de
las categorías dom inantes perm itan establecer relaciones de p a
rentesco que, al ofrecer apoyo incondicional, funcionen como dis
cursos opositores. E n este sentido, puede ser provechoso leer Pa
rís en llam as comparándolo con, digamos, El ejercicio de la m aterni
dad de N ancy Chodorow e interrogarse qué ocurre con el psicoa
nálisis y el parentesco en cada obra. E n el prim ero, las categorías
tales como “casa” y “m adre” derivan del escenario fam iliar, pero
tam bién se despliegan p a ra form ar hogares y com unidades alter
nativos. E sta resignificación señala los efectos de u n a capacidad
de acción que (a) no es lo mismo que voluntarism o y que (b) aun
que está implicada en las m ism as relaciones de poder con las que
procura rivalizar, no por ello puede reducirse a esas form as domi
nantes.
La perform atividad describe esta relación de e sta r implicado
en aquello a lo que uno se opone, este modo de volver el poder con
tra sí mismo p a ra producir m odalidades a ltern ativ as de poder,
p ara establecer u n tipo de oposición política que no es u n a oposi
ción “p u ra ”, u n a “trascendencia” de las relaciones contem porá
neas de poder, sino que constituye la difícil ta re a de forjar un fu
turo em pleando recursos inevitablem ente im puros.
¿Cómo podremos saber cuál es la diferencia entre el poder que
promovemos y el poder al que nos oponemos? Podría replicarse
¿se tra ta de u n a cuestión de “saber”? Porque uno está, por así
decirlo, en el poder, a u n cuando se oponga a él, porque el poder nos
forma m ientras lo reelaboram os y esta sim ultaneidad es a la vez
la condición de n u e stra parcialidad, la m edida de nuestro desco
nocimiento político y tam bién la condición de la acción misma. Los
efectos incalculables de la acción son u n a parte de su prom esa
subversiva, tan tn como lo son los efectos que planeam os de a n te
mano.
Los efectos di ’as expresiones perform ativas, entendidas como
producciones discursivas, no concluyen al térm ino de una deter
m inada declaración o enunciación, la aprobación de u n a ley, el
anuncio de un nacim iento. El alcance de su significación no puede
ser controlado por quien la pronuncia o escribe, pues esas produc
ciones no pertenecen a quien las pronuncia. Continúan significando
a pesar de sus autores y, a veces, en contra de las intenciones m ás
preciadas de sus autores.
U na de las implicaciones am bivalentes de la descentralización
del sujeto es que su escritu ra sea el sitio de u n a expropiación n e
cesaria e inevitable. Pero esa cesión de propiedad de lo que uno
escribe tiene u n a serie im portante de corolarios políticos, porque la
ocupación, reformulación, deformación de las palabras de uno abren
un difícil campo futuro de comunidad, un campo en el que la espe
ran za de llegar a reconocerse plenam ente en los térm inos por los
cuales uno significa seguram ente term in a rá en desengaño. Sin
embargo, esa no posesión de las palabras propias está allí desde
el comienzo, puesto que hab lar es siem pre de algún modo el habla
de u n extraño a trav és de uno mismo y como uno mismo, la reite
ración m elancólica de un lenguaje que uno nunca eligió, que uno
no considera el instrum ento que quisiera em plear, pero esa m is
m a persona es utilizada, expropiada, por decirlo de algún modo,
como la condición inestable y continua del “uno” y el “nosotros”, la
condición inestable del poder que obliga.
A braham , Karl, 128 Bloch, E m st, 59 n. 5
A braham , Nicolás, 284 n. 12 Borch-Jacob sen, Michel,
ACT UP, 327 35 n. 11
Alarcón, Norm a, 262, n. 15 Bourdieu, Pierre, 31 n. 8
Alexander, M, Jacqui, B rennan, Teresa, 201 n. 8
175 n. 18 Brecht, Bertold, 313 ,
A lthusser, Louis, 65 n. 13, 66, Bronte, C harlotte, 222,
111, 180, 181, 268, 271, 223 n. 15
272,316 Brown, Wendy, 59 n. 4,
Andrews, Julie, 185 150 n. 3
Anzaldúa, Gloria, 175 n. 17, Busch, Wilhelm, 97, 101
183,262 n. 15 Butler, Judith, 12 n. 1,
Appiah, Anthony, 41 n. 15 35 n. 11, 57 n. 2
Aristóteles, 40, 58-66, 73, 77
A ustin, J. L., 29 n. 7, 34 n, 9,
315, 317 n. 5 Carby, Hazel, 249-252,
256.
C aruth, Cathy, 27 n. 5
Barrie, J. M., 222 Cather, Willa, 39, 44, 45,
Bataille, Georges, 150 n. 3 67 n.17, 183, 200-203,
Bergson, H enri Louis, 30 n. 8 208-210,214-220, 222,
B erlant, Lauren, 308, 224, 226-230, 233-236,
B ernal, M artin, 86 n. 44 258,271-274
Bersani, Leo, 170, 171 n. 15 Chodorow, Nancy,
Bhabha, Homi, 191 n. 6, 176 n. 18, 338,
248 n. 5 Chow, Rey, 176
C hristian, B arbara, 241, 249, Freud, Sigm und, 29 n. 7, 35,
250 n. 6, 262 36 n.12, 39,40, 48 n. 19,
Cope, K arin, 216 n. 9 77 n. 31,94, 95-106,
Cornell, Drucilla, 83 n. 39, 114-119, 130, 131,
274 n. 5, 324 n. 11 134 n. 32, 141, 142, 159,
Crimp, Douglas, 327 n. 13 161 n. 9, 166 n. 14, 167,
259-262, 271 n. 3, 284,
289,329
De Beauvoir, Simone, 21 Frye, M arilyn, 185
De L auretis, Teresa, Fuss, D iana, 35 n. 11
135 n. 33, 158 n. 6
De Man, Paul, 316 n. 4
Deleuze, Gilíes, 21 Gallop, Ja n e, 70, 95, 100 n. 7,
D errida, Jacques, 17, 23-28, 130
30 n. 8 -1 0 ,3 5 ,5 7 ,5 8 n. 70, Garber, M arjorie, 185 n. 3
71-76 n. 74, 140 n. 34, G arlan, Judy, 327
225 n. 17, 270, 272, Gates, H enry Louis Jr.,
274 n. 5, 276,317 n. 5, 41 n. 15, 250 n. 6, 264
318, 358 n. 3 Gilroy, Paul, 175 n. 18
Diotima, 90 n. 48 Gómez, Jewelle, 253 n. 8
Doane, M aryA nn, 35 n. 11, Gramsci, Antonio, 171, 193
158 n. 6 Grosz, Elizabeth, 69 n. 19,
Douglas, Mary, 93 n. 49 98 n. 5
Du Bois, Page, 77 n. 30 G uillaum in, Colette, 41 n. 15
Du Bois, W.E.B, 256