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Caso clínico

La paciente es Beatriz, una mujer de 38 años, casada. Tiene dos hijos de 6 y 2 años.

Ella comenzó a estar mal después de su segundo embarazo, hace tres años. Este
embarazo no era querido y hasta se pensó en un aborto, pero su esposo la
convenció de que no lo hiciera. Se había estado sintiendo deprimida e irritable,
constantemente preocupada por las tareas del hogar y los niños. Se sentía
insuficiente e incapaz de llevar a cabo las responsabilidades de ser madre de dos
niños.

La paciente creció en Valparaíso. Su infancia estuvo marcada por la enfermedad de


su madre, de quien sólo se acuerda que estaba enferma. De niña, tenía que hacer
las cosas de la casa y era resentida porque los otros niños no tenían este deber. Su
madre murió cuando ella tenía 12 años y recuerda haber estado muy triste. Su padre
era cariñoso con ella pero bebía demasiado y era violento con su mamá. Había dos
hermanos en la familia -uno 20 años mayor que la paciente y el otro, 12 años mayor.
Después de la muerte de la madre, el hermano mayor se mudó con su esposa a la
casa paterna. La esposa de su hermano le hizo a la paciente la vida particularmente
difícil porque le exigía cosas y la criticaba siempre por ser “floja”. A los quince años
se fue de la casa para trabajar como niñera durante dos años, hasta que fue lo
suficientemente grande para estudiar enfermería. Se salió de la U dos meses antes
de terminar su carrera, y nunca la termino. Había dejado de asistir por algún tiempo
por enfermedad y se le dijo que debería repetir la práctica.

De ahí la paciente permanecía la mayor parte del tiempo con animo disminuido, sin
ganas de hacer las cosas y bajo 7 kilos de peso porque no tenia apetito.

Datos actuales: La paciente era una mujer delgada, limpia y prolija pero parecía no
importarle para nada su apariencia. Estaba tensa y frecuentemente rompía en
lágrimas. Su conversación era normal en tono y forma. Respondía apropiadamente
pero hablaba mucho. Estaba preocupada por el hecho de no poder resolver sus
dificultades domésticas, y se afligía por el futuro de sus niños, si ella muriera, como
lo había hecho su propia madre. No tenía creencias o percepciones anormales. Su
capacidad cognitiva estaba intacta y estaba globalmente orientada. Sus recuerdos
inmediatos, y su memoria reciente y remota eran buenas. Su percepción del
problema era moderada, si bien reconocía que tenía un problema, no sabía cómo
la podían ayudar. Los exámenes físicos y las pruebas de laboratorio no revelaban
nada anormal.

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