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Capítulo II.

El mejor acceso al narcisismo continúa siendo el análisis de las parafrenias. Del mismo modo
que las neurosis de transferencia nos han facilitado rastrear las mociones pulsionales
libidinosas, la demencia precoz y la paranoia nos permitirán inteligir la psicología del
yo. También observando la enfermedad orgánica, la hipocondría, y la vida erótica de los
sexos.

El enfermo orgánico se interesa sólo por su cuerpo, su sufrimiento, retrayendo la libido del
mundo exterior y también retira a sus objetos de amor el interés libidinal, cesando el interés
erótico, cesa de amar. El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales para volver a
enviarlas después de curarse.
Análogamente a la enfermedad, el sueño significa también un retiro narcisista de las
posiciones de la libido a la propia persona o, más exactamente, sobre el deseo único y
exclusivo de dormir. En ambos casos vemos ejemplos de modificaciones de la distribución de
la libido consecutivas a una modificación del yo.

La hipocondría se manifiesta, como la enfermedad orgánica, en sensaciones somáticas


penosas o dolorosas, y coincide también con ella por su efecto sobre la distribución de la
libido. El hipocondríaco retrae su interés y su libido de los objetos del mundo exterior y los
concentra ambos sobre el órgano que le preocupa. Entre la hipocondría y la enfermedad
orgánica hay una diferencia: en la enfermedad, las sensaciones dolorosas tienen su
fundamento en alteraciones comprobables, y en la hipocondría, no.

La hipocondría la considera como una tercera neurosis actual, junto a la neurastenia y a la


neurosis de angustia, y que una partícula de hipocondría es por lo general constitutiva de las
otras neurosis. Se observa de la manera más clara en la neurosis de angustia y en la histeria
edificada sobre ella.

La hipocondría se halla, con respecto a la parafrenia, en la misma relación que las otras
neurosis actuales con la histeria y la neurosis obsesiva, dependiendo, por tanto, de la libido del
yo, como las otras de la libido de objeto; la angustia hipocondriaca seria, del lado de la libido
yoica, el correspondiente de la angustia neurótica. Una vez familiarizados con la idea de que el
mecanismo de la contracción de la enfermedad y de la formación de síntomas en las neurosis
de transferencia (el pasaje de la introversión a la regresión) ha de conectarse con un
estancamiento de la libido de objeto, podemos también aproximarnos a un estancamiento de
la libido del yo, vinculándola con la hipocondría y de la parafrenia.

¿Por qué tal estancamiento de la libido en el yo ha de ser sentido como displacentero? el


displacer es la expresión de un incremento de la tensión, y por tanto, una cantidad del
acontecer material es la que se transforma en la cualidad psíquica del displacer.

¿En razón de que se compelida la vida anímica a traspasar los limites del narcisismo y poner la
libido sobre objetos? La respuesta deducida de la ruta mental que venimos siguiendo sería la
de que dicha necesidad surge cuando la carga libidinosa del yo sobrepasa cierta medida. Un
fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer
enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.

Hemos discernido a nuestro aparato anímico como un medio que ha recibido el encargo de
dominar excitaciones que en caso contrario provocarían sensaciones penosas o efectos
patógenos. Al principio es indiferente que ese procesamiento interno acontezca en objetos
reales o imaginados. La diferencia se muestra después, cuando la vuelta de la libido sobre los
objetos irreales (introversión) ha conducido a un estancamiento libidinal. En las parafrenias, el
delirio de la grandeza permite esta clase de procesamiento de la libido devuelta al yo; quizá
sólo después de frustrado ese delirio de grandeza; el estancamiento libidinal en el interior del
yo se vuelve patógena y provoca el proceso de curación que se nos aparece como enfermedad.

La diferencia entre estas afecciones (parafrenias) y las neurosis de transferencia reside, en que
las ultimas, la libido, liberada por la frustración, no permanece ligada a objetos en la fantasía,
sino que se retira sobre el yo; el delirio de grandeza procura el dominio psíquico de esta libido
aumentada y es la operación psíquica equivalente a la introversión sobre las formaciones de
las fantasías en las neurosis de transferencia; de su frustración nace la hipocondría de la
parafrenia, homologa a la angustia de la neurosis de transferencia. Sabemos que eta angustia
puede relevarse mediante conversión, formación reactiva, formación protectoria (fobia)

En lugar de esto, en las parafrenias tenemos el intento de restitución. Como la parafrenia trae
consigo muchas veces un desligamiento sólo parcial de la libido de sus objetos, podrían
distinguirse tres grupos de fenómenos:

1º. Los que quedan en un estado de normalidad o de neurosis (fenómenos residuales);

2º. Los del proceso patológico (el desligamiento de la libido de sus objetos y de ahí el delirio de
grandeza, la hipocondría, la perturbación afectiva, todas las regresiones) y

3º. Los de la restitución, que ligan nuevamente la libido a los objetos, bien a la manera de una
histeria (demencia precoz o parafrenia propiamente dicha) o al modo de una neurosis obsesiva
(paranoia). Esta nueva investidura libidinal se produce desde un nivel diferente y bajo distintas
condiciones que la primaria.

La vida erótica humana o vida amorosa, con sus diversas variantes en el hombre y en la mujer,
constituye el tercer acceso al estudio del narcisismo. Así como al comienzo la libido yoica
quedo oculta para nuestra observación tras la libido de objeto, reparamos primero que el niño
toma sus objetos sexuales de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones sexuales
autoeróticas son vividas en relación con funciones vitales destinadas a la autoconservación.
Las pulsiones sexuales se apoyan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas y sólo
más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el
hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño
devienen los primeros objetos sexuales: la madre o su sustituto. Justo a este apuntalamiento
(tipo anaclítico) (este tipo y fuente de elección de objeto) la investigación analítica ha puesto
en conocimiento un segundo tipo.

Hemos comprobado que muchas personas, y especialmente aquellas en las cuales el desarrollo
de la libido ha sufrido alguna perturbación (por ejemplo, los perversos y los homosexuales), no
eligen su ulterior objeto de amor conforme a la imagen de la madre, sino conforme a la de su
propia persona. Demuestran buscarse a sí mismos como objetos de amor, realizando así su
elección de objeto conforme a un tipo que podemos llamar narcisista.
Suponemos que el individuo encuentra abiertos ante sí dos caminos distintos para la elección
de objeto, pudiendo preferir uno de los dos. Decimos, por tanto, que el individuo tiene dos
objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer nutriz, y presuponemos así el narcisismo
primario de todo ser humano, que eventualmente se manifestará luego, de manera destacada
en su elección de objeto.
Más tarde, el hombre hará un tipo de elección de objeto, y la mujer otro. En el hombre se ve
un amor completo al objeto (sobrestimación sexual), y es una transferencia del narcisismo
infantil sobre el objeto sexual, lo cual permite el enamoramiento, hay empobrecimiento de la
libido del yo en favor del objeto. En la mujer, y sobretodo si es bella, nace una complacencia
por ella misma: se aman a sí mismas con la misma intensidad con que el hombre las ama. No
necesitan amar, sino ser amadas. No obstante, hay muchas mujeres que aman según el tipo
masculino, desarrollando la sobrestimación sexual correspondiente. La mujer narcisista
encuentra no obstante una salida para el amor de objeto con su hijo (una parte de ellas
mismas a quien pueden consagrar un pleno amor de objeto sin abandonar su propio
narcisismo). Finalmente, otras mujeres no necesitan tener un hijo para pasar del narcisismo al
amor de objeto: son las que desde antes incluso de la pubertad desarrollaron una trayectoria
masculina.

Se ama según el tipo narcisista:


a) A lo que uno es (a sí mismo).
b) A lo que uno fue.
c) A lo que uno quisiera ser.
d) A la persona que fue una parte de uno mismo.

Según el tipo de apuntalamiento apoyo o anaclitico


a) A la mujer nutriz.
b) Al hombre protector.

Capítulo III
La observación del adulto normal nos muestra amortiguado el delirio de grandeza que una vez
tuvo y borrados los caracteres psíquicos de los cuales discernimos su narcisismo infantil. ¿Qué
se ha hecho de su libido yoica? ¿Debemos suponer que todo su monto integro se insumió en
investiduras de objeto?

Hemos descubierto que las mociones pulsionales libidinosas sucumben a una represión
patógena cuando entran en conflicto con las representaciones éticas y culturales del individuo,
reconoce en ellas una norma y se somete a sus exigencias. Hemos dicho que la represión parte
del yo, pero aún podemos precisar más diciendo que parte de la propia autoestimación del yo.
Aquellos mismos impulsos, sucesos, deseos e impresiones que un individuo determinado
tolera en sí o, por lo menos, elabora conscientemente, son rechazados por otros con
indignación o incluso ahogados antes que puedan llegar a la consciencia. Podemos decir que
uno de estos sujetos ha construido en sí un ideal, con el cual compara su yo actual, mientras
que el otro carece de semejante formación de ideal. La formación de un ideal sería, por parte
del yo, la condición de la represión.

[¿Por qué la formación del ideal promueve la represión? La explicación a este planteo
requiere tener en cuenta que el ideal del yo está tutelado por la conciencia moral que
establece las condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos. La conciencia moral tiene
como premisa la observación de sí y la autocrítica. Es la percepción de que desestimamos
determinados deseos que no se corresponden con el ideal. La insatisfacción por el
incumplimiento del ideal se muda en conciencia de culpa -en la medida en que se violan los
mandamientos de la conciencia moral-. Cuando la conciencia moral despierta la señal de
angustia ante los deseos transgresores, se produce el proceso represivo.
Es decir que el yo inicia el proceso represivo cuando las representaciones no coinciden con el
ideal del yo. Por el contrario se produce una sensación de triunfo cuando el yo y el ideal se
aproximan o cuando momentáneamente se suspenden las restricciones que el ideal del yo
impone al yo, como ocurre en determinadas circunstancias donde hay ciertos excesos
permitidos]

Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El
narcicismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en
posesión de todas las perfecciones. El hombre aquí, se ha mostrado incapaz de renunciar a la
satisfacción de que gozó alguna vez. No quiere privarse de la perfeccion narcisista de su
infancia, y al no poder mantenerla por ser estorbada por lo adquirido en su desarrollo y por su
juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a
sí como su yo ideal es el sustituto del narcicismo perdido de su infancia, en el que él fue su
propio ideal.

Examinemos ahora las relaciones que esta formación de un ideal mantiene con la sublimación.
La sublimación es un proceso que se relaciona con la libido de objeto y consiste en que la
pulsión se orienta sobre otra meta y muy alejada de la satisfacción sexual. La idealización es un
proceso que envuelve al objeto, engrandeciéndolo y elevándolo psíquicamente, sin
transformar su naturaleza. (es posible tanto en la libido yoica como la de objeto). Puesto que
la sublimación describe algo que sucede con la pulsión, y la idealización con el objeto, es
preciso distinguirlas.
La formación de un ideal del yo es confundida erróneamente, a veces, con la sublimación de la
pulsión. El que un individuo haya trocado su narcisismo por la veneración de un ideal del yo,
no implica que haya conseguido la sublimación de sus pulsiones libidinosas. El ideal del yo
reclama esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso
especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pero su ejecución es independiente.

La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la
represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia
sin dar lugar a la represión.

La conciencia moral se satisface en la caracterización de una instancia psíquica particular cuyo


cometido es velar por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del
yo, y con ese propósito observarse de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal.

La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en
efecto de la influencia crítica de los padres. y a la que en el curso del tiempo se sumaron los
educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras
personas del medio.

La insatisfacción provocada por el incumplimiento de este ideal deja eventualmente en


libertad la libido homosexual, que se convierte en consciencia de culpa (angustia social).
De este modo son atraídas a la formación del ideal narcisista del yo grandes magnitudes de
libido esencialmente homosexual y encuentran en la conservación del mismo una derivación y
una satisfacción. La institución de la conciencia moral fue primero una encarnación de la crítica
de los padres y luego de la crítica de la sociedad. La rebeldía contra esta instancia censuradora
se debe a que la persona quiere desligarse de todas estas influencias, comenzando por la de
sus padres y retirar de ellas la libido homosexual. Su conciencia moral se le opone entonces en
una manera regresiva, como una acción hostil orientada hacia él desde fuera.
Recordaremos haber hallado que la formación del sueño nace bajo el dominio de una censura
que impone a los pensamientos oníricos una deformación. Penetrando más en la estructura
del yo, podemos reconocer también en el ideal del yo y en las manifestaciones dinámicas de la
conciencia moral este censor del sueño.

Discusión del sentimiento

En primer lugar, el sentimiento de si, parece ser una expresión de la magnitud del yo, no
siendo el caso conocer cuáles son los diversos elementos que van a determinar dicha
magnitud. Todo lo que una persona posee o logra, cada residuo del sentimiento de la primitiva
omnipotencia confirmado por su experiencia, ayuda a incrementar el sentimiento de si. Al
introducir nuestra diferenciación de pulsiones sexuales y pulsiones yoicas, tenemos que
reconocer que el sentimiento de si depende de la libido narcisista. Nos apoyamos para ello en
dos hechos fundamentales: el de que el sentimiento de si aparece intensificado en las
parafrenias y debilitada en las neurosis de transferencia, y el de que en la vida erótica el no ser
amado disminuye el sentimiento de si, y el serlo, la incrementa.
No es difícil, además, observar que la investidura libidinal de los objetos no eleva el
sentimiento de si. La dependencia al objeto amado es causa de disminución de este
sentimiento: el enamorado es humillado. El que ama pierde, por decirlo así, una parte de su
narcisismo, y sólo puede compensarla siendo amado. La fuente principal de este sentimiento
es el empobrecimiento del yo, resultante de las grandes investiduras libidinales que le son
sustraídas, o sea el daño del yo por las tendencias sexuales no sometidas ya a control ninguno.
Las relaciones del sentimiento de si con el erotismo (con las investiduras libidinosas de objeto)
pueden encerrarse en dos casos, según que las investiduras de libido sean acordes con el yo o
hayan sufrido, por lo contrario, una represión. En el primer caso el amar es apreciado como
cualquier actividad del yo. En el caso de la libido reprimida, la investidura libidinosa es sentida
como un grave vaciamiento del yo, la satisfacción del amor se hace imposible, y el nuevo
enriquecimiento del yo sólo puede tener efecto retrayendo de los objetos la libido que los
investía.
La vuelta de la libido de objeto al yo y su transformación en narcisismo representa como si
fuera de nuevo un amor dichoso, y por otro lado, es también efectivo que un amor dichoso
real corresponde a la condición primaria donde la libido de objeto y la libido yoica no pueden
diferenciarse.
El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y
engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del
desplazamiento de la libido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene
mediante el cumplimiento de este ideal.

Simultáneamente, el yo ha emitido las investiduras libidinosas de objeto. El yo se empobrece a


favor de estas investiduras así como del ideal del yo, y vuelve a enriquecerse por las
satisfacciones de objeto y por el cumplimiento del ideal.

Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcicismo infantil; otra parte brota
de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una
tercera, de la satisfacción de la libido de objeto.
En aquellos casos en los que no ha llegado a desarrollarse tal ideal, la tendencia sexual de que
se trate entra a formar parte de la personalidad del sujeto en forma de perversión.

El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene el poder de


levantar represiones y volver a instituir perversiones. Exalta el objeto sexual a la categoría de
ideal sexual. Se idealiza a lo que cumple la condición de amor. Se ama a aquello que hemos
sido y hemos dejado de ser o aquello que posee perfecciones de que carecemos. A aquello que
posee la perfección que le falta al yo para llegar al ideal. Este caso complementario entraña
una importancia especial para el neurótico, en el cual ha quedado empobrecido el yo por las
excesivas investiduras de objeto e incapacitado para alcanzar su ideal del yo. El sujeto
intentará entonces retornar al narcisismo, eligiendo, conforme al tipo narcisista, un ideal
sexual que posea las perfecciones que él no puede alcanzar. Esta sería la curación por el amor,
que el sujeto prefiere, en general, a la analítica.

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