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PROVINCIA FRANCISCANA DE LA SANTA FE

CASA DE FORMACIÓN SAN BERNADINO DE SIENA

COLOQUIO INTERNO

Fray Miguel Ángel Estupiñán Zafra, OFM.

Aproximación al concepto de la amistad en El Lisis de Platón

En el presente escrito pretendo principalmente dos cosas. Primero, relatar grosso el diálogo
en cuestión – Lisis -, rescatando lo que a mi parecer son los elementos de mayor relevancia;
segundo, dar a conocer algunas de las interpretaciones que William Guthrie hace acerca de
este diálogo y proponer una posible actualización que nos comprometa a no dejar a un lado
las lecciones de vida que podemos encontrar en diálogos como éste, en donde, Sócrates, el
portavoz por excelencia de Platón, como nos lo refiere Gadamer, nos enseña a vivir.

Desarrollo y acercamiento a una actualización del Lisis.

El diálogo Lisis es narrado en primera persona por Sócrates, protagonista de una acción
que va a desarrollarse entre dos lugares de reunión, de encuentro con los otros. Sócrates viene
de la Academia y va hacia el Liceo, está en el punto intermedio de un trayecto que realiza
por fuera de la muralla de la ciudad (Lisis, 203ª), cuando se encuentra junto a la poterna donde
está la fuente de Panope a Hipotales, Ctesipo y otros jóvenes, que le invitan a pasar a la
Palestra donde se tienen toda clase de conversaciones (Lisis, 204ª). Pero el motivo de la
invitación no es para escuchar a los maestros que allí enseñan, sino para que vea Sócrates a
los jóvenes que están dentro, pues la belleza física es algo que solo se capta con la mirada.

Sócrates pregunta directamente a Hipotales acerca de cuál de ellos le atrae, sin pretender
saber si está enamorado o no (Lisis, 203b); distinguiendo así la atracción física del
enamoramiento, a la vez que pone de manifiesto la inexperiencia de Hipotales en el amor y
la intermedia posición de Sócrates para el conocimiento de las cosas, entre cierta negligencia
y torpeza práctica, pues declara que no tiene amigos.

Hipotales confirma con su actitud la experiencia de Sócrates para reconocer quien ama y
quien es amado; siendo su edad, y su rubor al ser preguntado, lo que le sitúa en la posición
de amante respecto a quien ni se atreve a decir su nombre. En esta escena nos encontramos a
un Hipótales ruborizado y locamente enamorado del joven Lisis, a Ctesipo amigo de
Hipótales cansado de oírle hablar de Lisis y siendo el portavoz de éste ante Sócrates hasta el

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punto de que será quién ponga al día a Sócrates de los desvaríos de Hipótales respecto a Lisis
(Lisis, 204c).
Sócrates, valora como ridículos los métodos de seducción de Hipótales, pues cree que lo
único que puede conseguir con sus cantos y discursos es hinchar de orgullo y arrogancia al
que es objeto de su deseo y de tal suerte hacer más difícil para el cazador la obtención de la
presa (Lisis, 206ª). Por tanto, le propone mostrar el modo cómo le conviene hablar, en el
diálogo que el mismo Sócrates quiere mantener con Lisis.

De esta manera, se puede intuir un primer punto de reflexión para la actualización de nuestra
realidad. Vivimos en una sociedad donde lo que prevalece es la “venta de sí”, es decir, entre
más se muestre lo que se tiene – léase material o físico – más se vende. Un like, un “corazón
rojo” o cualquier otro referente de aprobación de hoy en día es lo más cercano a la expresión
de un deseo por conocer al otro, así la noción de “amistad” va entrando en detrimento. ¿Por
qué? Porque, sin buscar caer en generalizaciones, las nuevas generaciones tienden a buscar
compañías o amistades por aprobación, es decir, puede ser mi amigo aquél que busca
satisfacer mi ego y alcahuetear mis caprichos, y dado que las relaciones se muestran cada vez
más efímeras, las relaciones profundas van quedando en un segundo plano.

Siguiendo el diálogo, no es fácil decir lo que sea grato a los ojos del amado, dice Sócrates,
y no es nada difícil, dice Hipótales, hacer que Lisis venga a hablar con Sócrates. Todo no
decir dice algo. La primera condición necesaria para el diálogo es la escucha y a Lisis parece
encantarle escuchar (Lisis, 206d). Hoy en día, incluso el escuchar se confunde con el oír,
porque vale más lo que aparece en nuestra pantalla que el ser que trata de expresar sus
sentimientos, de buscar consuelo o, simplemente de ser escuchado y observado, y se
encuentra en frente nuestro.

A partir de la presentación a las puertas de la muralla, Sócrates entra del brazo de Ctesipo a
la Palestra (Lisis, 206e). El camino va del escuchar a otros las opiniones sobre la belleza de
Lisis al encuentro con la belleza física del joven. El encuentro es significativo, pues no toma
la iniciativa de acercamiento Sócrates y Ctesipo, sino que al ver a Lisis se alejan y es Lisis,
que se encuentra jugando con otros jóvenes y niños, quien muestra un deseo de acercamiento
a los mayores. Sin acercarse hasta Lisis, se han puesto a la vista como quien pone en acción
una táctica de seducción. Esta es radicalmente opuesta a la de Hipótales que consiste en
manifestar el deseo al deseado, lo cual sólo provoca la vanidad de quien se siente deseado.
La primera lección es adoptar una actitud intermedia entre acercamiento e indiferencia, que
pretende despertar el deseo en el otro. Convirtiéndose el deseante en objeto de deseo, en
deseado. Dando lugar a una situación de mutuo deseo, de simetría deseante porque Sócrates
desea hablar con Lisis y éste a su vez desea acercarse a su lado. Es el deseo de Sócrates lo
que va a propiciar el encuentro entre Sócrates y Lisis, quedando apartado Hipótales de la
situación de deseo, ocultándose de la vista de Lisis, ya que es consciente de que no es deseada
su presencia (Lisis, 207 a-b).

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Se acercan pues, Lisis y su amigo Menéxeno a quién Sócrates se dirige en primer lugar. En
el diálogo, Sócrates les hacer ver las cualidades comunes que existen entre los jóvenes
respecto a la edad, la nobleza, belleza y riqueza y cómo por tanto son amigos. Deduce de las
cualidades comunes o afines la amistad entre ellos “Ambos sois amigos. ¿O no?” (Lisis,
207c). Concluye de acuerdo con la tradición en que son comunes las cosas de los amigos o
que todo lo de los amigos es común. Ahora bien, vale la pena aclarar con Guthrie la
significación del término “amistad” o philía; a lo que afirma:

“hay que explicar que las dificultades se incrementan notablemente para un lector
español por las ambigüedades de las palabras «phílos», «philía» y sus derivados,
que constituyen el tema de la obra. Como sustantivo, «phílos» significa «amigo»;
como adjetivo, tiene un sentido predominantemente pasivo, y significa «querido»,
«amado» o «estimado». Pero, como prefijo, «fil-» tiene el sentido activo que aún
conserva en «filantrópico», «filósofo», «helenófilo», etc.” (Guthrie, 1962, p. 138).

Siguiendo la narración del texto, a partir de este momento tiene lugar el diálogo a solas entre
Sócrates y el joven Lisis a quien le interroga a cerca del amor de los padres. Éstos buscan el
bien y la felicidad del hijo a quien aman y lo reprenden en sus deseos, cuando son contrarios
a dicho bien. La falta de libertad del hijo para cumplir sus deseos le sitúan en el nivel del
esclavo que no puede hacer lo que desea. Tal es así, que Sócrates hace ver a Lisis que los
esclavos gozan de más libertad para realizar los deseos que él mismo e incluso le hace caer
en la cuenta de que no goza de libertad para gobernarse así mismo, y que por ello su gobierno
es confiado a un esclavo. Ni en su cuerpo ni en nada manda, ni hace lo que desea. No es por
causa de su edad, como cree Lisis, por lo que está privado del gobierno de si, sino por la
deficiencia respecto al conocimiento. En aquello que sabe, goza de libertad y por tanto puede
decidir sobre lo que desea, pero no puede decidir sobre aquello que no sabe. Cuando tenga
un mayor conocimiento y por tanto gobierno de sí, su mismo padre le confiará todo y se
confiará él mismo a Lisis, y por la misma razón, también los demás vecinos y atenienses; en
definitiva, la polis confiará para su gobierno en el que sabe gobernarse a sí mismo (Lisis,
208a – 210e).

De lo anterior se puede extraer un segundo foco reflexivo, pues es en la mala comprensión


de la libertad donde el hombre de hoy va perdiendo su propia voluntad de decidir. Decimos
ser libres en un mundo en el cual somos esclavizados por el mismo sistema de la cotidianidad
y la rutina mal enfocada, la tecnología, la vanagloria e incluso la misma autosuficiencia y
nuestro propio ego. Aun así, actuamos convencidos de vivir en autonomía y libertad. Así
entonces, podríamos afirmar que lo que intenta Sócrates es demostrarle a Hipotales que
cuando alguien dice amar a otro, no es porque puede identificar solo sus virtudes más
destacadas, para provocar así una inflamación de ego, sino que, sobretodo, ese alguien tiene
la capacidad de conocer tanto al otro que puede aterrizar su soberbia y referirle sus

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contingencias y flaquezas, le ayuda a reconocerlas y tiende su mano para ayudar a aceptarlas
y superarlas. En esa medida, ¿cuántos de nuestra extensa lista cumplen con ello?

Continuamente, Sócrates muestra a Lisis cómo la clave del gobierno de sí, del autodominio,
no es la simple edad, sino el conocimiento, la educación. Y, por el contrario, siendo ignorante,
Lisis no puede liderar ni su propia vida. Es el conocimiento práctico lo que nos proporciona
la libertad de acción y su carencia, la que nos convierte en súbditos. Aún más, en el ámbito
de la amistad, le hace ver a Lisis como ni siquiera será posible ser amado, ser amigo de
alguien si es inútil o ignorante; aparece así la utilidad del conocimiento unida al ámbito del
amor (Guthrie, 1962, p. 145). En otras palabras, el paso para querer salir de la ignorancia,
debe ser también el primer paso para conseguir la verdadera libertad, y así conseguir un
equilibrio donde podamos identificar qué es lo verdaderamente bueno, qué es el amor, qué
es la amistad.

Dialogando con Sócrates, Lisis sabe que le ha rebajado hasta el punto de hacerle conocedor
de su falta de conocimiento y su consiguiente inutilidad en el amor a pesar de ser deseado
por su belleza física, edad y nobleza familiar. Esto provoca en Lisis el deseo de que
Menéxeno reciba la misma lección de humildad (Lisis, 211a). Es decir, reconociendo que
cada hombre, comparado con lo que puede alcanzar, no es nada y carece de todo, es como se
puede generar un verdadero acercamiento con el otro. La desnudez del alma permite el
sincero conocimiento del otro, y esto es lo que a mi parecer pretende Sócrates.

En el segundo diálogo con Menéxeno, al que se le supone entendido en el campo de la


relación entre amantes (Lisis, 211d), Sócrates comienza exponiendo su deseo apasionado de
tener amigos. En este momento, ante la amistad de Lisis y Menéxeno que Sócrates considera
mutua, recíproca y simétrica, declara no saber cómo conseguirla. Pero ha introducido un
elemento que rompe la afirmación del anterior diálogo con Menéxeno en el que se daba por
supuesto las cosas comunes como causa de la amistad. Ahora, Sócrates plantea su deseo de
tener amigos, siendo él amigo como es, lo que no supone que esta relación sea recíproca. Se
pasa a la vez del término amistad al término amor, del amigo al amante. Pues al plantear la
asimetría y la falta de reciprocidad en la relación se da un salto de
la philía al eros, haciéndose más predominante el patrón del eros en el diálogo
(Guthrie,1962, p. 148).

Desaparecen así las preguntas sobre lo que es común y parece cuestionado: cuando alguien
a ama a alguien, ¿quién es amigo de quién? O lo que es lo mismo, ¿cuándo soy amigo de
alguien, la relación de amistad de suyo, convierte al otro en amigo mío, pero en la relación
asimétrica del amor cuando yo deseo o amo a alguien no implica de suyo que tal alguien me
desee o ame a mí? De ahí la pregunta de Sócrates acerca de qué hace que en una relación uno
sea amante y otro amado. Jugando con los dos ámbitos distintos de relación, la amistad y el
amor, se pone en juego la correspondencia y en duda la simetría (Guthrie, 1962, p. 148). El

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diálogo en busca de la causa de aquello que hace que los amigos-amantes lo sean entre sí
parece no llegar a una resolución, sino más bien a una aporía que indica que en la misma
relación humana no se halla la respuesta a tal cuestión.

En el inicio de la conversación siguiente con Lisis, Sócrates reconoce el extravío de la


conversación con el erístico Menéxeno y propone reconducir el camino de la indagación a la
pregunta misma tal y como la respondieron los poetas: “es un dios el que los hace amigos,
haciendo que coincidan entre sí” (Lisis, 214a). Se expone aquí el argumento de la semejanza
como causa de la amistad, recurriendo a la tradición filosófica. Sócrates hace ver a Lisis que
sólo a medias parece sensato el argumento o que, situándose en la posición intermedia, hay
algo por aceptar y algo por descartar. Por un lado, la intervención de un dios y por otro la
semejanza. Sin entrar en la causa externa del dios que los hace amigos, como de una realidad
externa, el argumento va a avanzar en el sentido de la semejanza para rechazarla como origen
de la amistad por la razón de que los buenos sólo podrían ser amigos de los buenos y éstos
por ser buenos, son autosuficientes, lo que impide cualquier tipo de vinculación al no
necesitarse. La razón estriba en que el que se basta a sí mismo no necesita de nadie en su
suficiencia (Lisis, 215a). De la no necesidad no surge la vinculación y por tanto no hay amor
posible, luego no hay amigo.

Si no se necesitan los buenos y no se desean, siendo en su semejanza los únicos en los que
cabe la amistad, ¿cómo surge entonces la amistad? Más aún, Sócrates añade que incluso lo
semejante es enemigo de lo semejante, porque lo semejante no saca provecho de lo
semejante, motivo por el que el débil está ligado al rico o el enfermo al médico; llegando al
extremo del argumento les hace caer en la cuenta a Lisis y a Menéxeno que por este camino
se podría afirmar que lo que más quiere el amigo es lo contrario (Guthrie, 1962, p. 149). De
nuevo nos encontramos en el límite del razonamiento que nos conduce al absurdo. Excluida
como queda la semejanza como causa de la amistad parece que “lo amigo” se nos oculta por
la vía de este razonamiento.

Sócrates abre una nueva línea de argumentación: “lo que ha llegado a ser amigo de lo bueno
no es ni bueno ni malo” (Lisis, 216c). Y deja entrever, como un presentimiento o intuición,
que algo tan escurridizo como “lo amigo”, lo amado, es decir, lo bueno, pudiera ser lo bello.
A partir de aquí retoma Sócrates la primera parte de la afirmación de los poetas en la que se
decía que era “por un dios que los hace amigos”, habiendo mostrado la imposibilidad de la
segunda que aludía a la semejanza (Guthrie, 1962, p. 149).

Por una suerte de intuición afirma Sócrates que “Lo amigo de lo bueno -bello y lo bueno- no
es ni bueno ni malo” (Lisis, 216d). Lo que no puede ser amigo de algo es lo malo ni tampoco
lo semejante, y sólo lo que no es ni bueno ni malo puede ser amigo de la bueno. Este es el
buen camino señalado por Sócrates. Volvemos según Guthrie a ese “punto intermedio en el
que lo que no es ni bueno ni malo será amigo de lo bueno por la presencia de lo malo”

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(Guthrie, 1962, p. 150). En otras palabras, Es por la presencia de lo malo que impide ser
bueno, sin llegar a ser malo plenamente, sino que está en el punto intermedio y eso le hace
buscar el bien. Así el cuerpo por la presencia de la enfermedad deseará la medicina y en el
ámbito del saber, según este criterio, los que padecen de esta forma intermedia el mal de la
ignorancia, se dan cuenta de que no saben lo que no saben y por tanto buscan el saber, el
bien. Por el contrario, el necio, habiéndose vuelto como lo que se le ha pegado, a saber, la
ignorancia, haciéndose malo en este sentido, no buscará el saber, el bien. Ni buscará el saber
el bueno porque ya sabe, sean hombres o dioses (Guthrie, 1962, p. 150).

Finalmente, Sócrates señala la relación entre aquello de lo que se carece o se es privado y lo


más propio y próximo a sí mismo. Aquello de lo que se es privado es algo propio
constitutivamente. De forma que, al obtener la amistad, se obtiene algo connatural que era
pertenencia mutua de la naturaleza y se deseó por motivo de la privación lo que supondría
que necesariamente el amante debiera ser querido, deseado por su amado (Lisis, 222b). Y de
nuevo por este camino del razonamiento lógico que circunscribe el deseo y el amor a la
explicación desde la connaturalidad y la semejanza se llega a la aporía:

“Si ni los buenos ni los connaturales, ni todas las otras cosas que hemos
recorrido –pues ni yo mismo me acuerdo, de tantas como han sido-, ni nada
de esto es objeto de amistad, no me queda más que añadir” (Lisis, 222d).

Así las cosas, el diálogo culmina con un final algo incómodo por dos razones. Primero,
porque son los pedagogos, con su insistencia algo fastidiosa, quienes sacan a los participantes
del lugar (Lisis, 223ª); y segundo, porque, aunque los acercamientos dados entorno al definir
lo que es la amistad trajeron consigo otras reflexiones como la libertad y el conocimiento,
parece ser que no se llegó a una conclusión que llenara las expectativas de los interlocutores.
Pero lo realmente importante es lo que cada uno de nosotros podamos rescatar de esta lección
socrática, tanto para poder poner en práctica como para poder guiar, a la vez, a hombres y
mujeres a la conformación de relaciones profundas y verdaderas amistades.

Referencias Bibliográficas.
Platón, Diálogos I, Apología, Critón, Eutifrón, Ion, Lisis, Cármides, Hipias menor, Hipias
mayor, Laques, Protágoras. Editorial Gredos, Madrid. 1985. Pp. 278 – 316.

Guthrie, W. K. C. Historia de la Filosofía Griega. IV: El Hombre y sus diálogos, primera


época. Editorial Gredos: Madrid. 1962. Pp. 138 – 150.

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