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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
Tratado de psiquiatría
Llega a poner el apego/desapego materno a la altura del complejo de Edipo, pues “deja espacio
para todas las fijaciones y represiones que reconducen a la génesis de la neurosis” (p. 228).
Un aspecto importante de este vínculo primitivo es que haya podido vivenciar un interjuego
madre-niño y padre-niño, como experiencia de aprendizaje no enigmático. Si sólo existe una
función cuidadora dadora, sin intercambio, el niño no desarrolla su respuesta singular y queda en
recepción pasiva, sin lugar propio (Pelento, 1988).
El no sentirse deseada por la madre genera la sensación de no ser nunca suficiente. La defensa
histérica habitual es disociar el deseo y establecer vínculos en los que ocupa el lugar de la madre
insatisfecha: la respuesta nunca es suficiente. La persona que acepta su seducción entendiéndola,
en lo manifiesto, como provocación sexual, dará una respuesta directa, sin advertir la diferencia
de pedido. La seducción es una búsqueda de amor, la dependencia es voraz, debe ser deseada la
niña y se debe lograr hacer gozar a la mujer, como reparación a la madre que no goza.
En la adolescencia, los cambios corporales hacia la genitalidad producen sensaciones que activan
las impresiones pregenitales. Esta situación adulto/infantil pone en situación similar a la de la
dramática histérica. Los cambios corporales y los pasos del desarrollo de atributos de género
promueven mucha inseguridad. Todo esto facilita que se actúe con defensas de tipo histérico y se
presenten manifestaciones similares. Además, la ambivalencia es muy grande: lo que desea es
tentador y espanta. Es necesario todo un proceso progresivo que, en su camino, debe lidiar con la
activación de componentes pregenitales. Hasta completar la integración y lograr la conformación
definitiva, el adolescente se ve sumergido en muchas situaciones que le llevan a desarrollar
comportamientos histéricos, como parte de su evolución.
Hasta los 6 meses de edad el niño puede tener miedo a perder la base de la sustentación, el
soporte o el equilibrio en el espacio, y a los ruidos fuertes, intensos y desconocidos. Es
característico en los dos primeros años de vida tener miedo a los extraños, sean personas u
objetos: el miedo a los desconocidos, a ser abandonado, a ciertos objetos, a lugares no comunes.
El miedo a los extraños se modula por la experiencia. Es menor si el contacto con los extraños se
realiza en compañía de personas con las que el niño mantiene un vínculo afectivo (los padres, por
ejemplo), si el contacto con la persona extraña no se realiza bruscamente, sino de forma gradual, y
si no es de corta duración. Cuanto mayor sea la exposición del bebé a personas desconocidas
menor será su temor porque se adaptará a esta nueva situación más fácilmente.
En los niños de 2-4 años puede aparecer el miedo a los animales, a la oscuridad, a los ruidos
fuertes provocados por truenos o tormentas, por ejemplo. Entre los 4-6 años se mantiene el
miedo a los animales, a la oscuridad y a los ruidos fuertes, disminuye el miedo a los extraños pero
surge el miedo a las catástrofes y a los seres imaginarios (brujas, fantasmas, monstruos, etc.).
A medida que el niño crece y aumenta su capacidad cognitiva, sus miedos se vuelven algo más
elaborados: miedo a imaginarias catástrofes o desgracias, miedo al ridículo y a la desaprobación
social, miedo al daño físico. En la aparición de estos miedos tiene mucho que ver el contacto del
niño con la escuela, con otros niños y con los profesores. La evaluación de sus habilidades
escolares y deportivas y la comparación de éstas con las de los otros puede preocupar al niño.
Hasta los 12 años, la preocupación por temas relacionados con la escuela (mal rendimiento
escolar), la familia (posibles conflictos entre los padres), los accidentes y las enfermedades puede
ser normal. A estas edades suele ser común el miedo a la muerte, a la desaparición de los seres
queridos, el miedo a los accidentes, a los incendios.
Los miedos expuestos hasta aquí son muy frecuentes y pueden afectar hasta al 40-45% de los
niños. La aparición de estos miedos y su duración, así como el grado en que interfieran en las
actividades que realice el niño en los diferentes ámbitos de su vida (familia, escuela, amigos)
dependerá de diversos factores. Por un lado, del apoyo que encuentre en sus padres y de la forma
en que éstos lo eduquen. Será beneficioso que los padres sean vistos por el niño como apoyos y
fuentes de seguridad física y afectiva. Sin embargo, un estilo educativo excesivamente
sobreprotector podría estar relacionado con el mantenimiento de estos temores y su
agravamiento. El papel de los padres deberá ser tal que favorezca la autonomía del niño y permita
al pequeño alejarse de ellos para experimentar nuevas situaciones y comprobar lo adecuado o no
de sus temores. Por otro lado, que el niño experimente diferentes situaciones (escuela, deporte,
actividades extraescolares, excursiones, etc.) y conozca a diferentes personas (otros niños,
familiares, otros adultos, etc.) facilitará la transitoriedad y superación de estos miedos.
¿Cuándo se considera que estos miedos son un problema psicológico? Cuando los niños
experimentan estos temores con una ansiedad elevada, evitan situaciones relacionadas con ellos y
la presencia de los mismos altera el funcionamiento normal en la escuela (por ejemplo, el niño
tiene problemas para concentrarse o hacer los deberes), los amigos (deja de realizar actividades
con ellos debido a estos miedos) o la familia. En estos casos, estos miedos reciben el nombre
de fobias, y pueden ser objeto de atención clínica.
Los trastornos de ansiedad que aparecen con más frecuencia durante la infancia y/o la
adolescencia son la ansiedad de separación, las fobias específicas, la fobia escolar, la fobia social,
el trastorno de ansiedad generalizada y el trastorno obsesivo-compulsivo.
Se considera que los trastornos de ansiedad ocupan el tercer lugar en cuanto a los trastornos que
generan mayor demanda en la red asistencial por parte de niños y adolescentes, siendo más
prevalentes los trastornos por conductas perturbadoras (T Déficit de Atención con Hiperactividad,
Negativismo Desafiante, Trastorno de Conducta) y los trastornos del humor (depresión). La
prevalencia de los trastornos de ansiedad varía en función del sexo y la edad. En general, suelen
darse con mayor frecuencia en niñas que en niños. Las fobias infantiles y la ansiedad de separación
son más frecuentes en la infancia, mientras que la fobia social, la ansiedad generalizada y el
trastorno obsesivo compulsivo pueden iniciarse durante la adolescencia. Se trata de trastornos
que suelen aparecer asociados a otros cuadros de ansiedad, siendo también frecuente su
comorbilidad con la depresión.
Los miedos y fobias se caracterizan por ser miedos persistentes, excesivos e irracionales hacia
objetos o situaciones. Estos miedos interfieren con su vida y el niño no es capaz de controlarlos.
Algunas fobias comunes en niños son a los perros, insectos, agujas, ruidos fuertes…
Los niños evitarán situaciones o cosas que temen, y si se enfrentan a esas situaciones las
enfrentarían con sentimientos de ansiedad como llanto, berrinches, dolores de cabeza y de
estómago. A diferencia de los adultos, los niños generalmente no reconocen que su miedo es
irracional.
Los niños pueden preocuparse por los gérmenes, ponerse enfermos, la muerte, que ocurran cosas
malas o hagan algo mal. La sensación de que las cosas deben estar “perfectas” son comunes entre
los niños. Algunos niños tienen ideas perturbadoras o se imaginan haciendo daño a los demás,
pensamientos impropios de su edad o de tipo sexual
Existen muchos rituales diferentes como el lavado y el aseo, la repetición acciones hasta la
perfección, volver a empezarlas, hacer las cosas exactamente igual, borrar, rescribir, formular la
misma pregunta continuamente, confesarse o disculparse, decir palabras o números al azar,
revisar, tocar, pulsar, contar, rezar, ordenar, arreglar, y acumular objetos.
Descrito por primera vez por Leo Kanner en 1942, ha sido objeto de numerosos estudios
psicopatológicos, etiológicos y terapéuticos a los que nos referiremos en este capítulo. Este
síndrome aparece durante los primeros años de vida y es localizable en diversos movimientos
evolutivos, durante los cuales se constituye en una forma que comprende pocas variaciones; el
hecho de que el autismo sea típico durante una fase relativamente breve o por el contrario larga
hasta la desesperación, el que sea primitivo o secundario, debe considerarse como la expresión
manifiesta de un modo de funcionamiento mental que posee su propio equilibrio dinámico y
económico, y que puede tomar forma en diferentes contextos.