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Cuaderno Azul Eucalipto

Cuaderno Azul Eucalipto

M. ESTEBAN
Esteban, Matías
Corbett : cuaderno azul eucalipto / Matías Esteban. - 1a ed . - La Plata : Pixel, 2017.
248 p. ; 23 x 16 cm. - (Cristales Soñadores)

ISBN 978-987-3646-21-8

1. Ciencia Ficción. I. Título.


CDD A863

TEXTOS: Matías Esteban

EDICIÓN: Pablo Castro

DISEÑO DE TAPA E INTERIORES: Pablo Amadeo

(Pixel Editora)

pabloamadeogonzalez@gmail.com

IMAGEN DE PORTADA: Lucrecia Esteban

facebook.com/LucreciaOh

ILUSTRACIÓN DE HOJA DE CORTESÍA: “Mapa de Corbett”, de Matías Esteban

Primera edición: Agosto 2018


Este es un trabajo impulsado por PIXEL Editora
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La construcción es el estado del universo
en cualquier instante.

John Berger
Vagabundo

Estamos por llegar me doy cuenta. Hay algo en el camino. En


el aire caliente del camino. En el aire caliente del camino y en
los colores de los pastos, hay algo que anuncia que estamos por
llegar. Los ojos me arden. Manejo desde muy temprano y ando
sin dormir. El camino se pierde alargándose delante de nosotros.
Vamos flotando sobre una franja de tierra arenosa que se extiende
hasta donde llego a ver. Hace tanto calor que el aire hierve y nos
rodea, un fuego transparente, lúcido y ardoroso. El calor tiene una
consistencia que tapona los poros. Mis palmas sudan sobre el vo-
lante. Miro con recelo cómo, cada tanto, la luz roja de la presión de
aceite se enciende y se apaga. No quiero parar porque el viejo se
va a despertar con su ánimo denso, de brea. Eso sería demasiado
insoportable para mi cuerpo reventado. Tengo los huesos apenados
de tanta fatiga. Pienso en la piba que me tocó en lo de La Mirta, a
la salida de Fortín Nueve de Julio. Delicada y cariñosa. Pobrecita.
Nunca se me sale del mate el gran trabajo que hacen. Un servicio
que nadie valora. Miro al costado y veo que Pietro también está
fundido. Él se había elegido una jovata bien bien fuerte. “Podero-
sa” dijo el inmundo antes de pasar. No me acuerdo bien, pero me
parece que se retorcía las manos. Ahora está sufriendo las conse-
cuencias. La luz roja me guiña su ojito. No quiero parar a echarle
agua. Si se llega a fundir el coche no me importa.
El coche es un Falcon modelo ‘70 que hace un gran estruendo.
Pienso que hace un ruido a chapa y a fierro digno de los corceles
infernales. Siento placer pensando esas palabras raras. Siempre
supe de pensamientos. Recién ahora puedo llegar a disfrutar de
ellos. De chiquito me viene eso, La Pensadera como le digo yo.
Casi todo el tiempo pienso, no hay momento en que no esté pen-
sando. Son como gente hablando en medio del marote sin parar.
Como en una fiesta, o en una reunión, pero sin música. Por ejem-
plo, cuando fumo esas chalas mortales que se hace el viejo, más
allá de todas las sensaciones que te abruman y del caótico bien-
estar, yo no dejo de pensar. Es cierto que son palabras sin nada,
pero hablan. Bobadas, pero pienso. O si estoy con una mina, con
cualquiera, por más que la quiera o no, pienso. Siempre es igual,
me la esté besando o cojiéndola. No dejo de pensar. Anoche, por

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ejemplo en lo de la Mirta, con todo lo que tomamos y todo lo que
nos metimos, yo estaba con la piba dale que dale y pensaba. Se
me cruzaba el secretario del obispo diciéndonos el nuevo destino
y dándonos las llaves. Ahí casi se me baja y casi cago las peras,
y después me acordaba de la Martita, pobre criatura, y ahí sí
que me entusiasmé. El viejo nunca se enteró de mis cavilaciones,
porque si hubiese sabido, se habría pasado cincuenta rayas de un
saque sin que se le hubiesen ido los ojitos para atrás ni una sola
vez. O se hubiera reído de mí. La Pensadera es mía y de nadie
más, como Angueto mi fiel compañero. Angueto, ídolo, no me fa-
lles nunca que la pasamos lindo con las chicas o solos. Angueto
más La Pensadera más mi pasado y mi futuro, soy yo.
El ruido del Falcon es como el trote de los caballos de Satán
en una cuadrera a muerte. El aire que entra por la ventanilla
reluce de tan caliente. La remera se me pega a la espalda entre el
asiento y mi cuerpo de gelatina transpirada.
Sonido Movicom. Puta madre este viejo forro anduvo toque-
teándome el celular de nuevo. Boquea el viejo ladino. Sigue dur-
miendo. Mensaje del Iván: M voi a Mdlp putita x una cosa mía. N
t cortes cabesa de ortyba. Este sí que se las gasta lindo también.
No tengo humor. OK le contesto.
Bostezo y todo el calor de esta tierra me entra en el cuerpo.
Sigo sudando sin parar. Miro a los costados: campos y más cam-
pos. Me asalta el recuerdo de mi madre cuando me contaba de su
vida en el tambo. Yo nunca lo había visto así. Ella me contaba
de su padre, que era un hombre de campo como los de antes,
trabajador y honrado. “Y vos sos muy travieso, mirá que el abuelo
te ve desde el cielo!” me decía. La gente de antes no debe tener
muchas cosas que hacer: trabajar, honrarse, y vigilantearte des-
de el paraíso. Otras veces, ya frenética con mis diabluras, me
gritaba “¡¡Qué inquieto que sos!! ¡¡sos la piel de Judas!!”. Una de
las torcidas ironías de las que parecen tejer los destinos: la piel de
Judas tiempo después se hizo monaguillo. Un plato de risa. Ju-
das, el monaguillo. El traidor que ayuda a los que siguen al que
traicionó. No sé qué habrá sido de ella. No quiero saberlo. Ya no
me importa. Ella está remuerta y recontrarepodrida. Ya fue. Yo
la vi bajar adentro de su caja de madera los siete pies esos que te
ponen debajo de la tierra. Aunque no se cómo llego a la cama de
tablas. No me quiero acordar. Ya no me importa nada.

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El viejo Pietro duerme con la cabeza ladeada hacia uno de los
costados. Quisiera saber qué cornos estará soñando. ¿Con minas?
¿Con falopa? ¿Con el infierno? Ya nunca más hablamos del infier-
no. Casi nunca hablamos de nada. Está cambiado, si ahora tam-
bién me pega cada tanto. Cuando se calienta. No sé cómo pararlo.
A veces me da miedo. Pero ya no me va a forrear más. El otro día
se lo dije. Cambió. Al principio hablábamos más. Cuando era chi-
co me contaba cosas. En estos días se ha vuelto más hosco, salvo
cuando salimos, o cuando vamos a algún lugar que a él le intere-
sa. Él sabe bastante, se ve que de joven había pensado cosas, pero
ahora es una ruina humana, una porquería. Si parece que tiene
como trescientos años. Si lo miro y le veo que la papada le cuelga
como un trapo húmedo. Para el viejo nada sirve ya. “Nada sirve
pibe, todo es una misma inutilidad, todo, pibe, ¿me entendés?”.
Hincha las bolas con que nada es útil. Yo pienso y le quisiera
contestar cuando me dice eso. Pasa que vos viejo, ustedes son de
una generación que no hizo nada, ni cuando les rompieron el orto
los milicos, ni cuando les dijeron qué hacer, ni cuando les borro-
nearon los ideales, apenas lo único que hicieron fue un poco de
quilombo para que se fueran después del mundial, y si hicieron
lío fue porque perdieron, y ellos se fueron tranquilos a sus casas
a cobrar sus pensiones y a criar sus nietitos, ahora algunos de
ustedes andan poniendo algunas bombas cada tanto, pero ya les
rompieron todo a ustedes, ya reperdieron también, ustedes son
los inútiles, y diciendo que todo no sirve se justifican. Pero, al fi-
nal nunca le digo nada. Para qué le voy a decir. Ni sé por qué odio
a los milicos. Capaz me lo contagiaron esos viejitos amigos que
nos hicimos en el bar de Ripper. Andaba con el Iván esos días.
Ese verano nos contaron mil anécdotas. Eran montos retirados o
arrostitos me parece. Eran unos borrachines retruqueros. Me pa-
saron unas revistas y unos papeles que no entendí casi nada pero
había una bronca ahí. Las leímos relocos con el Iván y al principio
medio que nos reímos y después nos temblaban las hojas. Al final
no se los vio más. Ripper dijo que vinieron de la Liga y pregunta-
ron por ellos. Lo miro al viejito. Sonrío. A veces me entusiasma su
odio al mundo. A veces es un placer supremo detestarlo todo. El
viejo no cree en dios. Yo no sé. Me he corrompido tanto con tan-
tas ideas que no sé. De los libros más que nada. Y de lo que vi. A
veces me levanto y me digo que tiene que haber algo. Con deses-

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peración pienso: ¡Puta madre tiene que haber algo! Porque si no
hay nada que justifique todo esto, estamos en el horno entonces, y
no hay ningún horno para nadie, y todo todo todo es al pedo. Pero
por ejemplo cuando la Marta me dijo que ya no me quería yo me
mamé fierísimo y en una bocacalle oscura un día que tronaba lo
desafié a Dios a pelear. A los gritos lo llamé, le gritaba me acuer-
do, y el forro no vino. Ahora me siento un boludo. Son pavadas de
pendejo me dijo el viejo cuando le conté. Yo lo puteaba por dentro.
A mí me dolía el alma. Me toco el bulto de la cicatriz a dos dedos
por arriba de la oreja derecha. Sonrío.
El viejo más atrás, antes, me hablaba más de cosas lindas.
Eran temas que se ve que a él le gustaban. No eran cosas tontas,
eran cosas tranquilas y hermosas. Además, después la empeza-
mos a pegar a la quiniela y en el bingo y estábamos recontentos.
Yo con la venda, fue recién después de la caída, esa bien fulera
que tuve en la iglesia, le jugábamos al primer número que se me
ocurría y le acertábamos. Él había empezado con el cincuenta y
seis, la caída, y el treinta y cuatro, la cabeza. Vino con una alegría
enorme y me trajo helado de frutilla con dulce de leche, mis gus-
tos preferidos. Fueron dos meses, calculo, y le acertamos siempre
que jugamos. “Matito, tenés un poder. Tenés algo invisible que te
lo dicta, que te conecta con el dios de la quiniela” me decía y se
reía a carcajadas. Me imaginé un animal transparente y enorme
que me acompañaba. Recordé la canción de Angueto, el perro in-
visible de Carlitos Balá. Le conté al viejo, se rió y me respondió
que bueno, pero que esas eran pelotudeces de nene. Todo eso duró
un tiempo hasta que todo se terminó sin mucha repercusión. “Se
va agotando la suerte, siempre es así, qué se le va a hacer” dijo un
día. Ya tomaba bastante. Eso concluyó, es cierto, pero igual, yo
siempre seguí pidiéndole cosas a Angueto. A nadie le decía. Y al
tiempo, al principio de la secundaria, bauticé con ese nombre a
mi órgano genital masculino, porque los chicos tenían que poner-
le un apodo a su pito me decían. Todos se rieron cuando les conté.
Recuerdo que en esa época vivimos en medio de un aire de
paz. Era como esa paz del tipo que no peca o que pecando sabe
pedir perdón y perdonar. Es una paz que Pietro no me enseñó.
Claro que es una paz que roza la idiotez. Una armonía con todo
lo que te rodea. Ningún conflicto. Esa luz enrojecida no es nada
malo, es sólo algo que pertenece al mundo. Es como que la luceci-

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ta esa, en el tablero del auto, te marca que no todo es lindo en la
vida pero que así debe ser. No todo es lindo ni bueno para todos.
Las cosas son como son. Hay un destino o un dios que juzgó que
eso debe suceder así. Yo aprendí que algunos a esa paz la lla-
man enajenación, alienación. Olvidarse de sí mismo, del cuerpo
para reemplazar eso con necesidades materiales. En cambio el
tipo que peca y es resentido, que pecando ataca un orden y a todo
el mundo, ese no tiene paz. Ese tipo debe pensar y pensar, por lo
menos para planear sus actos, o para pensar el daño que busca
provocar. O el que le van a hacer cuando lo agarren. No sé.
Con el viejo ya casi no hablamos. Solo dialogamos cuando nos
drogamos o cuando discutimos por estupideces. Antes, cuando
éramos buenos, me contó del Apocalipsis de San Juan. Todavía
me acuerdo que a la noche se me hacían esas figuras como mons-
truos en el techo negro. También me acuerdo cuando me habló
del paraíso. Éramos buenos todavía. El lugar de la luz incandes-
cente y buena. Una luz calentita. Un sol en el reparo, en pleno
invierno. Eso debía ser. Nada de pensamientos. Nada de dolor.
Sólo gozar y gozar. La droga más rica del mundo. Sin resacas
fuleras. “Todo gratis pibe”, me dijo. Las mejores nubes. Las más
blandas para pegarte los mejores viajes... Es cierto que yo, ahora,
tampoco lo busco mucho para hablar. Me recluyo bastante en mis
lecturas, o en mis búsquedas. Ya me tiene cansado. Estoy con él
porque algo me pasa a fin de mes. Y él me da porque sabe que le
hago flor de despiole si se hace el boludo. Además no me gusta
trabajar. Nada me gusta menos. Le hago quilombo, sobre todo
con lo que pasó hace dos años. La caída. El hospital. No me acuer-
do nada pero para mí él tuvo algo que ver con eso.
Hoy soñé algo. Ahora me acuerdo. Me da miedo o vergüenza o
asco pensarlo. O me calienta. No sé. Estaba en la casa de mi vieja
de chiquito. Ella era una gigante. La casa era igual pero ella era
inmensa. Estaba mi hermana. Pero yo no me acuerdo nada de mi
hermana. Es mi hermana decía yo. Y era grandota también. Se
me acercaban las dos. Estaban desnudas de la cintura para arri-
ba. Tetas gigantes. Yo al palo. Esto no tiene que ser así pensaba
yo. Y estaba en la iglesia de Morón. Fumaba y tomaba cosas. Era
de noche. Era sábado. Joda loca. Estaba Diego. Estaba Pietro.
Me hablaban. Yo hablaba. Y no nos entendíamos. Igual nos reía-
mos. Estaba el tele prendido con minas adentro. Una película.

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Ahí, cuando veía la película, estaba solo y miraba. Todas minas
desnudas y tocándose. Nadie tenía cara. Una sí. Era la Martita.
Me miraba. Me decía entrá. Vení. Entrá me decía y se abría de
piernas. Yo me acercaba a la pantalla. Ahí desperté. Estaba al
palo también. Una locura pensé.
Anda bien el Falcon viejo, aguanta que no es poco. Es de lo
peor que nos podían dar en el obispado, como para que nos matá-
ramos o nos quedáramos tirados en algún camino maldito. Esos
viejos castrados. Lo odian al viejo. No lo excomulgan porque sa-
ben que es al pedo. Se les hubiese armado en la tele en la radio,
en todos lados. Y lo más lindo es que al viejo no le hubiesen hecho
ni mierda. En cambio nos dieron este coche para que conduzca-
mos y estacionemos en el Hades. Darnos estas llaves y muéranse
para ellos era lo mismo.
En cambio el infierno debe ser un lugar grande y solitario. Un
lugar en donde no se ve la pared del fondo. Oscuro. Donde la voz
rebota. Para mí que debe ser triste porque uno debe creer que se
puede ir en cualquier momento. Para no irse nunca. El condena-
do cree que cualquier puerta te saca de ahí, pero lo cierto es que
nada te saca. Te deben hacer creer que te vas en cualquier mo-
mento, y nada. El tiempo pasa y nada. El maldito tiempo te pasa
despacito como siempre y nada. Te siguen metiendo fierros pero
uno sigue creyendo que eso va a terminar un día. Te siguen tor-
turando pero pensás que las torturas van a parar. ¡Claro! Seguro
que Belcebú sabe que tener esperanzas es el infierno. Leí por ahí
que los milicos soretes hacían eso. Torturaban y les decían que
los iban a largar. Y nada les seguían dando. Un viejo en Morón
me contó que los milicos lo tenían detenido en un lugar y que en
la puerta de la pieza donde le metían picana habían colgado un
cartelito que decía “Ustedes los que entran… abandonen toda es-
peranza”. Hijos de mil putas.
Yo renuncié a la esperanza después de lo que me pasó con la
Martita. Yo no creo más. Yo no creo. Ahora me doy cuenta de que
mi mente es una sucursal de los dichos del viejo, y eso me da asco.
Tanto tiempo oyéndolo que se te quedan esas palabras. ¿Para qué
creer? Para consumirte en rezos y esperas vanas.
El camino está desierto. Cruza un camión. Calculo que debe
ser del pueblo. Después viene una cosechadora roja e inmensa y
dos carros desteñidos detrás tirados por tractores sin cabina, muy

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viejos. Los tipos van con los ojos chiquitos en medio de sus rostros
opacos y el polvo del camino. El de la cosechadora me hace señas
con las luces. En contra pasa un auto plateado, bastante nuevo,
con vidrios polarizados, muy rápido. Es una flecha ese Escort.
Lejísimo entre las plantas de un monte se ve un techo, una pa-
red rosada y al lado una camioneta. Una típica F100. Allá hay un
tipo, debe ser algún tarado, que se desvive arriba de un molino.
Se agacha. Se para. Mira cuando pasamos. Para mí que sufre. No
sé si está trabajando o torturándose a sí mismo. ¿Para qué traba-
ja uno? ¿Para gastarse lo que se gana? Me asusta lo que pienso
del laburo. Detesto con todo mi ser el trabajo. El laburo físico es el
que, especialmente, me rompe soberanamente las pelotas.
Le pego un trago a la botella de cerveza que llevamos en una
conservadora roja y grande en el asiento atrás. El gusto amarillo,
el gas picante y una frescura bienvenida me recorren el pecho.
Eructo con ganas. Pietro se zarandea y balbucea. La cabeza se le
bambolea. Estoy seguro que debe estar babeándose.

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Antes (flashback breve)

Al principio hemos visto a un chico que conduce un automóvil


con un anciano como acompañante. Van llegando a un pueblo.
Vimos que el chico estaba sentado muy recto en su asiento. Se
aferraba con las dos manos al volante. El pelo corto pegado so-
bre la frente transpirada, los ojos negros y reconcentrados en el
camino. El auto parecía un bote verde brilloso nadando entre la
arena y el sol del camino. En el otro asiento un hombre anciano
durmiendo o, quizás, dejando que su ojos vaguen por el horizonte.
Hasta recién bebían de una botella de cerveza. La han termina-
do. Uno oficia de chofer, el joven, el otro, el viejo, participa como
copiloto mientras duerme o fuma.
El chico es Mateo. Su nombre completo es Mateo Dhorcke.
Aunque a veces usa el apellido de su madre: Rafaeles. Tiene
diecisiete años. Está viajando con ese hombre por razones que
aún no le quedan claras. Sabe que hubo algo grave, impreciso
y desdichado. Hubo algo nefasto. Ese algo, indeterminado, que
lo trae hasta esa situación en la que él maneja y ese hombre
fuma marihuana mirando el campo, es un asunto que no puede
enunciar completamente. El viejo es responsable de una situa-
ción sumamente comprometedora. Eso es lo más claro. Mateo no
tiene demasiada conciencia del porqué de aquél viaje porque el
viejo no le ha contado casi nada. Sólo sabe que en una reunión
han reprendido a este hombre. Es un joven sumamente inte-
ligente y despierto pero le teme. Mateo es el protagonista de
esta historia. Estuvieron una semana en la ciudad y luego de la
reunión, les han comunicado su destino, un pueblo rural en los
confines del municipio.
El hombre anciano se llama Pietro Giovanni. Es sacerdote ca-
tólico desde hace cuarenta y cinco años. Él dice que ha probado
todas las drogas del mundo. Él dice que ha probado todas las be-
bidas alcohólicas del mundo. Él dice que ha probado el sexo de las
mujeres de todas las razas. Él dice que una noche se jugó cien mil
dólares en un par de dados. Él dice que ha transgredido todos los
mandamientos. Él dice que ningún dios existe. Él dice que nada
sirve ni es bueno en este mundo horroroso, salvo el placer propio.
Él dice que lo único que ha querido hacer es gozar la vida y que

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ahora le da asco todo. Él dice que vivió y vive exageradamente.
Hace rato que este hombre no se ríe. Es un ser demasiado can-
sado. Agotado por el exceso. Ya nadie lo quiere. En el obispado
han decidido sacárselo de encima y por eso lo han enviado a este
pueblo luego de un hecho que lo tuvo como protagonista. En el
obispado se lamentaron porque todo lo ocurrido fue un escándalo,
aunque también agradecieron la situación que se les presentaba.
El obispo en persona ofició una misa en honor a la virgen por-
que ese hecho, bochornoso y escandaloso, les permitió ejecutar su
plan. El plan consistía básicamente en sacarse de encima de la
forma que fuera al cura Giovanni.
Él dijo: fue una circunstancia desafortunada para mí. Él dijo:
fue un accidente. Él dijo: haganmé alcoholemia, y van a ver. Él
dijo: qué querés, si venía en la bicicleta el boludo. Él dijo: se me
cruzó un cuis o un zorro, no sé. Él dijo: todos esos chismes son
falsos. Él dijo: no sabés quién soy yo. Él dijo: esos exámenes no
son míos, no puede ser. Él dijo: llamalo a Charly, vas a saber con
quién te estás metiendo. Él dijo: llamalo, pero mirá que Charly es
el secretario de monseñor Von Wernich. Él dijo: lo que pasó es la-
mentable sabés, todo, pero mejor demos vuelta la hoja y listo. ¿Te
parece?. Él dijo: sí señor. Es cierto, entiendo que lo de la otra vez
quizás fue peor señor. Él dijo: gracias señor, desde ahora hago todo
lo que diga el señor obispo, gracias. Había matado con su auto a un
chico de quince años que venía por la banquina de la ruta nacio-
nal 5, a la altura del kilómetro 250. El cura recién había salido de
una fiesta negra en un country cerca de la zona de El Provincial.
Pietro estaba regado, inundado de todo tipo de sustancias tóxicas.
Aplastó al chico contra una garita de colectivos. El chico agonizó
en la cuneta con medio cuerpo entre los juncos hasta la mañana.
La investigación no pudo determinar si lo arrastraron hasta allí o
si el chico llegó allí por sus propios medios. El cura se había fuga-
do. Al otro día, lo identificaron los empleados de una estación de
servicio porque tenía roto el guardabarros derecho. Lo detuvieron.
Hubo una marcha organizada por los familiares hasta el edificio
del obispado. El obispo, y un antiguo compañero de seminario, se-
cretario del obispo, habían intercedido por él ante las autoridades.
Realizaron la pantomima de interceder por él, con el único fin de
cumplir con el plan. Mandar lo más lejos posible a Pietro Giovanni.

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Para el obispado, el lugar más recóndito, es ese pueblo al que está
llegando con Mateo.
Mateo vive con este sacerdote desde los catorce años. Recién los
había cumplido cuando comenzó a vivir con Pietro. Las razones por
las que su madre le permitió quedarse, al principio, y más tarde,
vivir en la casa del cura, las conocen sólo el cura y ella. Hace un
tiempo que la madre ha muerto. Un cáncer de útero fulminante.
Algo de las razones de esa adopción no formalizada, y lo que suce-
dió en esos tres años, se irá develando en el transcurso de la histo-
ria, o se desarrollará en otro texto, quizás. Lo más importante aquí
es que desde hace uno o dos meses, Mateo casi no soporta estar al
lado de ese hombre. Y un poco más importante, quizás, es que aquí
Mateo se hará hombre si cabe esa expresión, si es posible esa ex-
presión, luego de enamorarse y vivir una experiencia sumamente
vital. Y aún de más importancia es que Mateo crecerá.

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Vagabundo

Esto de andar pensando y pensando como si hablara solo, no


me lo enseñó nadie. No sé cuando empecé. Me viene de muy pibe.
No sé, a los cinco o a los seis años, como mucho. Me acuerdo que
mucho antes de irme con el viejo, lo hacía mientras jugaba en la
casa de mi vieja a los soldaditos. Movía uno y me relataba lo que
hacía. O los hacía hablar entre ellos. “Amigo, vete por allí detrás
de aquellos matorrales. Así podrás rodearlos y sorprenderlos. No
te preocupes por mí. Vete. Estaré bien. Yo te cubriré”. Siempre se
protegían los soldaditos. Eran un ejército y una sociedad perfec-
ta como en la serie Combate! Todo el tiempo. Eran una familia
amenazada por alemanes malísimos. Además cada uno tenía su
propia personalidad. Por ejemplo, el capitán que era el más va-
liente, era un padre para los demás. Eran una familia sin madre.
Sin mujeres. Eran medios putazos, me parece. Me da risa.
Una curva un poco cerrada. Cada tanto una tranquera. Unas
vacas con cara de indiferentes. Las líneas paralelas que se pier-
den en el horizonte de los campos sembrados. Calculo que debe
ser soja. Con la guita que están ganando. Mucha. Igual no tengo
ni idea de plantas.
Otro molino. Me acuerdo del chiste del chino que me contó un
día el viejo. Nos reímos mucho. Era un chiste muy idiota. Está-
bamos idiotizados por el alcohol. Y sin embargo me lo acuerdo
perfectamente. El chino que le dice al chofer del micro que lo
está llevando: pare que molino. Y la bestia le dice: pero ¿en qué
molino? Yo no veo ninguno. Entonces el chino insiste. Pare que
molino. Insiste y el tipo le contesta lo mismo. ¿En qué molino
decís que pare chino? Hasta que el chofer ve un molino y llama
a su cargoso pasajero y le dice: chino hinchapelotas, ahí tenés el
molino de mierda. El chino le sonríe y dice: moliné. Es un chiste
muy pedorro, pero hoy todavía tiene su gracia, aunque para reír,
debamos ubicarnos en esa circunstancia histórica en que los bon-
dis no tenían baño.
Tiene algo bueno el viejo... nunca me prohibió ninguna lectu-
ra. Nunca le importaron mis libros ni nada de lo que escribía, o
por ahí lo leyó pero le pareció estúpido o inútil. No sé, cuestión
que nunca me cacareó con lo de La Pensadera. Gracias a Goliat,

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porque si no le hubiese tenido que dar una buena tunda de hon-
dazos. Además, él no se puede quejar, si tiene a la revista Shock!
como libro sagrado, bibliografía obligatoria y libro de juramentos.
Una vez le encontré una de esas en la sotana con la que había
estado confesando. Decía que es muy aburrido lo que cuentan los
mamertos que se confiesan, que alguna vez hay algo jugoso pero
casi nunca aparece nada divertido. Para él, lo mejor de las revis-
tas porno son los relatos, me dijo que le enloquecen el balero, que
le hacen hervir la sangre. Incluso me dijo que uno de estos días,
tendríamos que escribir una de las nuestras, y se acordó de la vez
que nos enfiestamos a la cosa esa de Morón. “Qué escándalo esa
tipa. Como le cabía la joda. Todo. Todo, che” me decía. Y de nuevo
se puso a contarme lo que pasó. No sé porque me lo cuenta. Si yo
estuve ahí. Siempre se acuerda de esa vez en Morón. Y siempre
repite su relato. Pero qué le vas a decir. Ya está chotito el viejo.
Atrás del ruido del motor se oye un gruñido. El pasacasete.
Ahí sintoniza algo. Parece el Indio cantando una de esas cancio-
nes que hablan de su distancia con dios. Muevo el dial y aparece
el éxito del verano: “Tu piel radiante. Tengo tu piel bajo mi piel
/ cuando tus besos no me dejan creer / y en tu amor sólo puedo
leer / todo eso que eres mujer”. Son unos hijos de puta. Esto es
una porquería. Apago porque van a poner la otra, la que habla del
“oro en polvo que son tus besos”. Un asco.
De la vez de Morón, yo me acuerdo otra cosa. La tipa era una
mina de veinte, como mucho, o era mayor de pedo. Flaca hasta
las córneas. Se mordía los labios del hambre. Yo la había visto en
la estación aspirando una bolsa de pegamento. La flaca era pura
campera. Si después le vimos las gomas y era una tabla, pobre-
cita. Yo creo que golpeó en la iglesia pensando que había para
morfar. Entonces el viejo, así de la nada, le ofreció una jeringa,
pero estaba llena con morfina. La flaca se la sacó de las manos.
Ni preguntó y se la mandó. Se puso lívida. Los ojitos blancos. Y
se vino abajo como una cortina rota. Yo pensé, palmó, se arma.
Pero no debo haber estado tan asustado, y la verdad es que yo
estaba bastante puesto y largué una carcajada que espantó unas
palomas del campanario. Todos pensamos eso capaz, pero el viejo
es un maestro para calcular el peso y sacarte la dosis justa. Y a
la piba le batió la justa. El viejo había preparado todo y le iba
saliendo bien. La agarramos. La tiramos en la catrera para las

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fiestas y ahí le dimos. Pero estaba anestesiada. Mormosa como
ella sola estaba. No servía para nada. No es que no gozó. No. Es
que estaba medio muerta como para regocijarse. Cuestión que
la tipa esa noche ni existió, pero él cuenta que fue terrible. Que
la mina la gastó, que todos la pasamos genial. No sé porque se
acuerda tanto de esa noche. Y por qué cuenta todo al revés. Apar-
te no cuenta que estaba Diego esa vez. Sí, claro, si en Morón vivió
Diego con nosotros. Esa noche fue su primera vez. Su primera
fiesta con tutti. Porque ahora tiene más noche que la luna ese
tío. Me acuerdo que cuando la piba se desplomó, Diego movía los
bracitos como un ventilador loco y ponía la boca como con una
O mayúscula interminable. “¡¡UUUh!!... ¡¡qué macanón don Pie-
tro!! ¿y ahora don Pietro?” decía. Yo me recagaba de risa de él. No
podía parar de reír.
Otro trago a la birra desde el pico.
Ahí se acerca el pueblito. Es puro monte. ¡Diógenes! esto va a
ser un aburrimiento tremebundo. Por lo menos el viejito lindo se
vino bien equipado, porque si llegara a escasearle la frula, acá no
lo tiene nadie. ¡Lo único que me faltaría! En este pueblo de mier-
da y Pietro con abstinencia. No lo paro ni con un tren. Él siempre
habla de unos contactos en la ciudad y qué sé yo qué ocho cuartos,
pero no le creo ni ahí. No sé, me engrupe. Una vez me dijo que
íbamos a uno potente. Pero al final no fuimos. Yo se que estas
cositas se las trae un punto que es tuerto y que nunca dice nada.
Yo lo tengo al Iván aunque mucho en este pibe no hay que confiar.
O está también el Tyson pero ahora está limpio. Ya fue, yo igual
quiero rescatarme. No quiero tener esa cara. No quiero tener una
cara como la de Pietro y que alguien sienta asco. No, eso no.
¿Habrá mujeres? Ya veo que son todas fulerías. Igual desde
la Martita que no me gano nada. Sólo voy a los quilombos. Meta
putero y putero. Antes íbamos mucho con Diego. Me gustaba ir a
esos lugares. Oler esos olores. El Diego como un evangelista de la
tele se arremangaba y decía que la puta no te es infiel, porque en
realidad no es nada que tenga que ver con el sentimiento, porque
lo que uno tiene con ella es una transacción. Nada más.
Yo la quise a la Martita. Eso hoy me suena raro. La quise.
Pasado. Ya fue. Ahora, nada. Las mujeres me tienen podrido. No
las entiendo. Me desengañé para siempre. Diego me decía que la
mujer es un enigma hermoso de descifrar. Sos un romántico pe-

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dorro, Diego, le decía yo. ¡Que el ángel de Mahoma lo acompañe y
que le haga durar ese amor que halló! Brindo al aire por él. Tomo
otro trago.
La transpiración cae coagulada de mi frente. El viejo mastica en
vacío como un caballo. Se va despertando. Me pregunta si llegamos
con los ruidos de un bostezo. Muevo la cabeza asintiendo. Me mira
un rato. Manotea para atrás. Por el rabo del ojo veo que se sonríe.
Dice si me tomé también el agua del motor porque está calentando.
−Porque lo que es la cerveza, te la disolviste− me dice.
Le digo que es el calor. No me responde. Mira por la ventana
hacia el horizonte. Dice como si rezara:
−Ah tierra, oh pampa inmensa como un dios, piel divina y
terriblemente interminable... panza de macho sufriente en el pa-
raíso... panza grande durmiendo su sueño verde y soleado, oh
campo preñado de fertilidad... y de muertos estériles.
Se despereza como una bestia que sonríe con una sonrisa
amargada. Es gracioso el viejo cuando se levanta con ganas.
−¿Che Mateo, y si le hacemo un tirito antes de llegar. Así po-
demos pasar todo como si nos chupara un huevo?− me dice fro-
tándose las manos.
−¿Qué quiere tomar padre?− le digo y, sin soltar el volante,
abro la otra conservadora, la azul.
−Ah, ésta es la mejor parte− dice.
El viejo cura hace un gesto como los que hacen los nenes cuan-
do están por pedir el gusto de un helado. Siempre hace eso. Elige
y durante un momento mira arrobado cada color de cada una de
las drogas que tiene en esa famosa conservadora. Siempre se de-
tiene en un mínimo rito recordando cada sabor, cada sensación.
Mientras le tengo la tapa me sorprende la pregunta de cuánta
plata habrá ahí. La cuenta mental no termina. El viejo se sirve y
me hace una seña. Redondeo una cifra gruesa. Ciento cincuenta
mil calculo. Dólares.
El viejo padre Pietro Giovanni, antes de arribar a su nueva
parroquia enciende delicadamente un porrito. Uno de los ricos
esos que le compró al tuerto ese. El humo surge denso, esponjo-
so. Se vuela. Se me hace agua la boca. Pero estoy hecho percha,
mejor me quedo en el molde. Ya fue. Me convida con una seña,
aguantando la respiración. Su cara es como la de una muñeca
pisoteada. Muñeca maltratada. Le digo que no quiero. Mira por

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la ventanilla y se pierde su mirada. En la nuca le quedan unas
tribus dispersas de canas estoicas, indiferentes a los años y a la
vida. Me sorprendo con las palabras que uso.
El calor me quema la piel de la garganta. Tomo lo que queda.
Hasta el fin. Tiro la botella y oigo el primer golpe sordo. Él fuma
tranquilo y sonríe. Mira por la ventana y le sonríe a algo que debe
estar haciéndolo gozar un montón. Se queda como en una foto de
los tiempos felices.
Todo empieza con un cartel. Corbett. Ahí empezó y allá se
terminó. Este es el pueblo. El inmenso ruido que hace el Falcon
ofende la hora de la siesta.
−Levántense mierdas, que acá llegó papito.− murmura el viejo
como masticando rabia.
Pueblo. Bueno, pueblo pueblo no es, es un paraje. Casi no se
ven las casas, hay un montón de plantas encima de la gente. Tubos
vegetales. Así se debe sentir un piojo adentro de un vestido de lana
verdoso. Mangas y mangas, verdes, negras y larguísimas. Puro
monte. A esa planta la conozco. Eucaliptos. Pinos. Entre medio al-
gún techo. Casitas. Un taller con un viejo de guardapolvo azul que
nos mira serio. Una minita medio rubia. Linda. Sale, nos mira sin
gesto y se dispone a cargarle combustible a un tractor. Un ligustro
corre a nuestro lado. No termina nunca. No deja ver que hay más
allá de él. Parecen galpones. Son muy altos. Un camión igual al
que nos cruzó. Está durmiendo al rayo del sol. Allá hay más galpo-
nes. Bien. Este es el pueblo. Ya estamos acá. Esa es la puta iglesia.
Este es el pueblo. En aquél cartelito verde empezó. Y allá se termi-
na esta mierda. Un cartelito diciéndote a donde carajos llegaste y
otro diciéndote de dónde carajos te vas. Así son los pueblitos estos.
Una mierdita entre dos carteles de chapa. La ciudad es peor. En
la ciudad nunca te vas. En la ciudad estás adentro y sos citadino.
Viajás y viajás y el centro se acaba pero siguen los barrios. Seguís y
vienen los suburbios. Seguís, y aparecen otras localidades vecinas
a la ciudad. Y en el medio nada que te avise que la ciudad se ter-
minó. La ciudad te encierra como una madre mezquina que cierra
las piernas y que no te deja nacer. El pueblo te expulsa parece. Te
avisa que estás cerca de salir.
Este pueblo es otro maldito lugar al que luego odiaré. Es otro
pedazo de mundo para escupir. Es otra justificación para mi odio
hacia la gente. Nunca seré de ningún lugar. Nunca perteneceré.

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El destierro es el peor castigo. Apátrida. Puto apátrida. Ni sé
donde empecé a caminar. Puede haber sido en cualquier lugar.
Nunca tuve un lugar mío. No porque fuera de mi propiedad, sino
un lugar que sea como mi hogar, eso, no lo tuve nunca. Así, de esa
forma, es que me fui convirtiendo en un vagabundo abominable,
en un ser que aborrece todos los suelos por los que camina.

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Adentro de la iglesia

La puerta rechinó. Miraron dentro y lo primero que pensaron


fue que no se parecía a una iglesia. Era muy luminosa para ser
una capilla cristiana. Blanca, grandes ventanales, iluminada.
Limpia. Retranqui pensó Mateo. Los mosaicos de piso ajedre-
zado brillaban. Cera. Se notaba una limpieza permanente. Una
ferviente dedicación a la pureza. Mateo se imaginaba señoras,
viudas con culpas, en la incesante labor de pasar el lampazo y
la franela. O a una constelación de dedicadas vírgenes secretas
empleadas en trapear y trapear hasta pulir las baldosas y las ma-
deras. Uno, por ejemplo, ahí, en esa iglesia podría resbalar tran-
quilamente con su trasero por los bancos de madera. También, de
inmediato, se reconocía el peculiar frescor bendito de las iglesias.
Mateo siempre se preguntaba cómo era que se lograba ese efecto.
Cierta vez, borrachos, habían discutido con Pietro sobre el tema
y no habían llegado a ninguna conclusión que fuera razonable.
Mientras el viejo fue a ver si en la sacristía había alguien que
lo recibiera, Mateo comenzó a bajar los bolsos y las valijas. Pietro
caminaba risueño con los ojos lagañosos e hinchados, rojos, cami-
naba con pasos vacilantes. Mateo sabía que era posible que estu-
viera fingiendo. El viejo movía los brazos y la cabeza al ritmo de
unos compases que únicamente él oía. Antes de que lograra en-
trar, salió una monja. Una figura negra, como una araña humana
o como si una de las imágenes del altar anduviera milagrosa-
mente. A Mateo le pareció que tenía un rostro maligno. El rostro
tenía bordes filosos. La monja dijo que era la hermana Juana, y
con una mueca le preguntó si él, era el cura nuevo. Pietro dijo que
nuevo no era, porque en realidad ya era medio viejito, y torciendo
su cara risueña de estupefaciente le hizo un guiño. La composi-
ción de la imagen era disparatada: de fondo, el humilde portal de
la capilla que contaba con una arcada semicircular, soportando
un techo simple, a dos aguas. La puerta doble y también semi-
circular, de madera de roble y herrajes negros, apenas abierta.
Se veía parte de las flores del jardincito delantero de la iglesia,
el costado derecho. Un cantero de rosas rojas, caléndulas, calas.
Se veía también un poco del camino de ladrillos que conducía a
la puerta de la verja blanca y radiante bajo el sol del mediodía. Y

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lo desopilante era la cercanía de las dos figuras: la monja en las
sombras, arrugada, colmillo y nervio puro, preparada para ata-
car y huir a su madriguera, oscura, seria, un látigo, y el cura muy
cerca, desordenado, inflado, plácido, burlón y bamboleante, una
pelota con la camisa floreada abierta, por debajo se veía parte de
la panza peluda.
La vieja monja dijo algo seco y los hizo pasar. Ella vivía en
la parte de atrás, un sucucho frágil y mugriento de madera y
zinc que, al principio, Mateo confundió con un gallinero. Era
malhumorada y respondía de forma agresiva. Mateo opinó que
la señora era demasiado renegada. Pietro bufó cansado mientras
revisaba la sacristía. Mateo notó que el viejo no estaba conforme,
pero no dijo nada. Pensó que molestaría todo el día con rezongos
y malhumor. Sabía que el cura se ponía de un humor de perros
cuando algo no salía como él lo deseaba.
−¿Todo muy lindo, no es cierto?− le dijo.
No hubo respuesta.
−Usted péguese un baño que yo ordeno un poco y después nos
vamos a algún lugar a tomar unos ricos copetines, ¿quiere?− dijo
más fuerte.
El viejo sacerdote parecía más jorobado que de costumbre. El
simple contacto verbal con aquél ser, la monja, lo había defor-
mado. Aquietado. Luego del bufido se quedó mirando las figuras
en uno de los laterales del altar. Mateo comenzó con lo que se
había propuesto: ordenar todo aquello que habían traído. Pietro
seguía estático. Mateo notó que miraba una figura en particular.
Se acercó.
−Es el Bautista…− murmuró el viejo −… la voz que clama en
el desierto− siguió diciendo con una voz muy baja, sin sacarle los
ojos de encima.
La figura estaba tallada en una madera muy oscura y lo vestía
la piel de camello regular para esta imagen. Por eso, el brazo que
sostenía en alto enarbolando su mano hacia el cielo, señalándolo,
iba completamente desnudo hasta la cintura. A su lado, separán-
dose del cuerpo a la vez que ascendía, la alta cruz obligatoria. Lo
más llamativo era que ofrecía una boca abierta y furiosa en un
rostro desencajado. El pelo revuelto. Los ojos desorbitados. Era
la imagen de la furia. A su lado una oveja gorda miraba para otro
lado como si no le diera ninguna importancia a aquello a lo que

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el hombre gritaba. Era una escultura contradictoria. Los nuevos
habitantes de la iglesia la miraron un rato. El chico pensó que
era una imagen extraña. El viejo dio media vuelta y se dirigió
lentamente, pensativo, hacia la sacristía.
Mateo supuso que el viejo sacerdote debía tener sueño, mien-
tras, miraba como se desinflaba al sentarse en una silla de mim-
bre del cuartito. Pietro dijo suspirando:
−Qué viaje de mierda.
Su humor había cambiado drásticamente desde que se desper-
tara en el camino. Mateo lo conocía bien. Recordaba la forma en
que lo sorprendieron los primeros cambios de humor en Pietro.
Ahora ya estaba acostumbrado aunque sabía que lo más pruden-
te era retirarse a alguna zona neutral.
−Voy a bajar las cosas− dijo.
“Por precaución, antes que se arme” pensó. Prefería estar le-
jos cuando el viejo comenzara a bufar ya totalmente fastidioso e
insoportable. Alejarse mientras la bomba aún estaba latente. El
cura no hizo ningún gesto. Mateo se preguntó qué estaría pen-
sando, qué rezongos le estarían creciendo como pastizales en esa
bocha regordeta. Cuando salía de la pieza escuchó un resoplido
largo y un chasquido de contrariedad. Era ese choque de aire y
saliva que el viejo siempre hacía antes de comenzar a putear. Sa-
lió al sol. Al calor. Al lado del Falcon había un poco de la sombra
de un sauce. Se sentó en el capó. Prendió un cigarrillo. Miró len-
tamente a su alrededor. Enfrente cruzando la calle, en un ángulo
cerrado, había una pared blanca con una cruz colgada y un cartel.
Enfermería. Arriba otro. Sala de primeros auxilios.
En este momento, el pensamiento que siempre le galopa aden-
tro se calla.

Su cabeza hace silencio.

Ahora recuesta su espalda sobre el vidrio del parabrisas. Siente


una leve frescura en la humedad de la transpiración de la remera
mojada al apoyarse sobre el vidrio caliente. “Tengo que sacarme
estos pantalones largos. Siempre la misma costumbre. No se me va
más. Ni cuando hace mil grados de térmica” piensa. Se incorpora.
La chapa hace un ruido hueco. Enfrente cruzando la calle, hay
un alambrado olímpico demasiado alto, con una ligustrina negra

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aferrada a él. Levanta la cabeza pero no ve nada. Parece que aden-
tro hubiera una construcción importante. Parece que se asomaran
edificios, subiendo desde de adentro, puntas de cemento viejo, cú-
pulas oxidadas. En la otra esquina una canchita de fútbol vacía.
Por ningún lado anda nadie. Fuma. “Es la siesta” piensa. A lo lejos
un perro ladra cada vez menos. Por otro el lado un motor se pone
en marcha. Nada se mueve. El cielo celeste desteñido. La arena
de la calle parece talco. Al lado de la salita una casa pintada de
rosa. Dos ventanas verdes. Oscuras. Rejas. Un portón de chapa.
Verde también. Un escudo argentino y un mástil empotrado con el
palo pelado sobre la puerta de madera gruesa. “Tremenda puerta”
piensa. “Será la comisaría” piensa. A lo lejos alguien chifla finito.
El portón de la comisaría se abre un poco. Una sombra se mueve
adentro. Es lo único que se mueve en todo el pueblo. “A esta hora
con este calor, estamos en la siesta del pueblo” piensa. Mateo dis-
tingue apenas el contorno de un coche. Tiene el capot levantado.
Hay una figura humana inclinada sobre el motor. “Mirala a esta
mina” piensa. “Lindo orto” piensa. Tiene un jean ajustado a sus
piernas. Es flaca. Tiene una musculosa fucsia. El pelo brillante y
rubio lo contiene una vincha rosa. A la mitad de la espalda Mateo
le ve la oscura mancha de humedad de la transpiración y su piel
impregnando la tela rosa. “Una gota de sudor, una liñita de sudor
salado que le baja lentamente hasta la zanjita de ese culo” piensa.
La erección lo sorprende y lo hace sonreír. La chica quizás tenga
su edad o menos. Ella se da vuelta como si hubiese sentido la mira-
da. “Quizás siente calor. Mira para afuera. Resopla. Está colorada.
Desde acá le doy” piensa. La sonrisa se le agranda mientras se
acomoda el bulto con ostentación. Ella enfrente parece no verlo.
Se pasa el dorso de la mano por la frente. Una mancha negra le
cruza la cara. Mateo nota que la chica tiene las manos muy engra-
sadas. Ella lo ve en ese momento. Para saludarlo mueve un poco la
cabeza hacia arriba. “Más vale que te doy. Hasta mañana te doy”
piensa Mateo mientras mueve la mano amistosamente. Apenas
ha movido su cuerpo. La chica se da media vuelta y sigue en sus
asuntos. Es como si lo hubiese borrado. Ignorarlo de esa manera es
un castigo que él no está acostumbrado a recibir. Además, conoce
una dudosa máxima masculina que dice que un hombre foráneo
en un pueblito, debe, necesariamente, obtener un interés notorio a
los ojos de las mujeres del pueblo, dado que nadie lo conoce, lo que

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le permitirá una abundante, y sencilla, cosecha de carne femeni-
na. Además, supone que las mujeres son curiosas porque lo leyó,
hace un tiempo, en el Fantasma de la Ópera. Por lo tanto, que esta
chica se dé vuelta de esa manera sin siquiera hacerle una mísera
sonrisa, le hace mucho daño, o mejor dicho, lo desafía, de tal for-
ma lo afrenta ese desprecio, que inmediatamente olvida cualquier
situación amorosa anterior, y se vuelca con furia a menospreciar
a la que comienza a considerar una rival del sexo opuesto. “Sos
una responsable de mierda como todas las mujeres. Te perdés de
conocer al Angueto” piensa. Tira el cigarro. El silbido otra vez. Un
murmullo viene de adentro de la iglesia. “Es Pietro y me llama”
piensa. Abre el baúl y saca unas cajas. Caminando entre los ban-
cos de madera comienza a suponer lo que va a venir. Puteadas y
gritos. Últimamente siempre es así. Nota que el viejo ha revuelto
algunas cosas. La conservadora roja está abierta emitiendo un va-
por fresco. Los dos bolsos están destripados en las dos camas.
−¿Dónde están los sanguches Mateo?− dice el viejo casi al bor-
de del grito.
Todo lo que dice es una pregunta que no espera una respuesta
y sigue el grito.
“Está recaliente” piensa Mateo mientras se acerca.
−¿Se puede saber dónde mierda están? ¿Por qué siempre tengo
que estar renegando con vos? ¿Eh? La puta madre que te parió.
Pendejo del orto.− grita el cura cuando el chico entra y lo mira.
A esto último lo afirma golpeándose los costados del cuerpo.
Mientras habla gira sobre sí mismo y sigue buscando con la mi-
rada por la habitación. Mateo piensa: “Este mierda me tiene re-
cansado”. Resopla. Mira por la ventana. Se acerca. Parece que
afuera ya anocheciera. “Pero no puede ser falta mucho. Debe ser
una sensación” piensa. El viejo sigue.
−Seguro que te los comiste vos. Ni uno me dejaste. Sos un
angurriento.
Silencio. El viejo lo mira y Mateo deja huir su mirada en lo que
sucede afuera. “Es como si ya estuviera llegando la noche” piensa.
Hay un pájaro renegrido y con el pico dorado sobre el alambre que
rodea el jardín. Tiene una marca de luz en el cuerpo, una línea de
brillo en el plumaje. Mateo piensa que eso puede ser una ventana
a otro tiempo, donde es de noche, mientras mira concentrado a
través del vidrio, y no oye al pájaro que parece cantarle al aire.

31
−¿Te hacés el importante que no respondés ahora?− grita el viejo.
Al final de la frase estira la mano y le cachetea la nuca.
Mateo piensa: “no le digas nada, dejalo, ya está. Hace tres me-
ses más o menos que viene así. Desde que se le fundió el Gol. Sí,
hace tres meses. El día de la despedida de Diego. Ese día yo le
contesté y me tiró con un cenicero y me lo dio en la espalda. Es un
forro. No lo aguanto más”. Le responde con un grito:
−Déjese de joder. Pare. Pare. Pare. ¿No se acuerda que los
comimos en la Shell de la 65? Antes del puente. Acuerdesé antes
de pegar, ¿quiere? antes de echarme la culpa. Acuerdesé que yo
me comí uno sólo y usted se comió como tres. Dijo que estaba de
bajón. No sé. Yo comí uno. De eso estoy seguro. No comí más por-
que me da sueño para manejar después y que....
Mateo no puede terminar de hablar porque el cura levanta
con fuerza la mano derecha, la cruza volando, paloma de la vio-
lencia, y la estalla sobre la mejilla izquierda del chico. Luego del
chasquido que rebota en toda la iglesia, arriba en los tirantes
del cielorraso y en el vértice que se eleva hacia el cielo, ambos se
quedan en silencio un instante, dos segundos, tal vez tres. Quizás
un minuto. Inmóviles. Parecen asustados, como si una cosa, un
mueble, se hubiera movido sin que nadie lo tocara. Se quedan
quietos. El viejo macizo, apelmazado, respira agitado con silbidos
en el pecho. Mateo frunce un poco los labios. De sus ojos lenta-
mente comienza a bajar una lágrima silenciosa que recorre, muy
despacio, la amplitud de los tres surcos que han dejado los dedos
del cura en la cara del chico.

32
Comisaría

Mateo cruzó enfurecido la iglesia. Salió con grandes zancadas.


La puerta se cerró y la estampida pareció vibrar en la pequeña
campana. Sentía la cara caliente del sopapo que le había dado
el cura hacía un momento. Sentía una furia diferente. Una cosa
compleja con palabras diferentes. Eran palabras muy altas o que
estaban demasiado afiladas en la angustia. No eran puteadas,
y en el fondo se extrañaba que no puteara, que no insultara. Es
que no sentía nada. No tenía nada en su mente porque lo llenaba,
lo habitaba, una furia que no podía contener, que lo rebalsaba.
Adentro, sentía que lo recorría una masa deforme, oscura, con
brillos de crueldad. Estaba poblado por sentimientos vengativos
y callados. Una rabia silenciosa y sin palabras. Pensó: “es injusto,
es reinjusto”. Repentinamente deseó fumar. Ya estaba afuera. La
luz caliente del sol seguía aplastándolo todo con su peso infinito.
La siesta del pueblo parecía que fuera a continuar para siempre.
Sentía el cuerpo sucio. Pensó: “hasta que ese no se vaya, no entro
ni para tomar un mate”. Buscó los cigarrillos pero no los encon-
tró. Pensó: “puta madre, dejé el tabaco en la mesa”. Enfrente, el
portón de la comisaría seguía abierto. Ya no se veía nadie. La
trompa del auto estaba ahí todavía. Se cruzó. En la puerta se
asomó y miró hacia adentro. El aire oscuro le refrescó la cara.
Tosió para que lo oyeran. Nada. Aplaudió. Salió la chica rubia.
La vio venir. Pensó: “es demasiado flaca”. Pensó: “una vara que
camina”. Lo primero que vio fueron los breteles blancos del corpi-
ño sobre la piel colorada de los hombros. Pensó: “igual la parto”.
Sonriendo le dijo:
−Hola, buenas tardes, soy Mateo, y estoy con el cura nuevo en
la iglesia. Vinimos, este, llegamos recién.
Ella con gesto serio le dijo:
−Ah, el nuevo padre, si. ¿Qué tal?.
Se frotaba las manos con un trapo. Mateo se adelantó un paso
y le respondió:
−Bien, yo soy el que lo ayuda, en realidad. Necesitaba saber
si hay algún lugar abierto para comprar cigarrillos y algo para
comer, y algo fresco para tomar porque hace calor. ¿Habrá algún
kiosco o algo por acá?

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Ella miró el suelo. Después levanto su mirada. Tenía unos
ojos celestes que parecían cansados. Dijo frunciendo levemente
los labios:
−Uhmm, en el boliche, pero va a tener que esperar un rato
largo. Está cerrado. Acá el pueblo duerme la siesta. ¿Sabe?
Lo miró con una cara significativa que Mateo no pudo desci-
frar. Él notó que lo miraba a la cara. Ella sostuvo la mirada y
luego sonrió. Mateo pensó: “dientes blancos, linda”. Ella se acercó
a la puerta, levantó un brazo y dijo:
−Es medio cerca. Sale por acá. De la esquina, de la sala, hacia
la izquierda, pasando la playa de camiones. Se va a dar cuenta
enseguida. Acá no se pierde nadie. Eso sí, ahora no sé si va a
encontrar alguien.
Mateo miró en la dirección que le indicaban y dijo:
−Bueno espero un rato entonces, porque no está para caminar
al rayo del sol.
Ella sonrió nuevamente. Luego dijo:
−Eh… ¿no quisiera que le preste algo de agua fresca? O no sé
¿un jugo o algo?
Mateo pensó: “es linda”. Luego pensó: “otra sonrisita. ¡Bien!
muchas sonrisitas. Bien flaquita linda”. Pensó: “¿porqué me trata
de usted?”. Pensó: “¿parezco más viejo?”. Luego dijo:
−Bueno, muchas gracias. Si no es mucha molestia. Tenemos
heladera, pero estaba apagada.
Ella muy comedida respondió:
−Pero cómo no hombre. Sí por supuesto, cómo no. Pase, pase.
Ya le traigo.− Y luego salió por una puerta que había atrás.
Mateo se quedó solo en ese lugar. Parecía un garage. En la
pared del fondo, sobre una mesa con una morsa, había unas he-
rramientas colgadas. En un costado, un taladro de pie de color
verde. Un compresor verde también. Pensó: “será la hija del mili-
co o la mina del cana. Andá a saber. Esos se la gastan mejor que
los curas, mirá qué te digo”.
Ella volvió rápidamente, traía un vaso largo de cristal esme-
rilado azul con un líquido naranja adentro, en una mano y, en la
otra, una jarra del mismo cristal llena de ese jugo. La sonrisa era
mucho más chica. Mateo pensó: “¿me tendré que ir? ¿Molestaré?”.
Ella dijo mientras acercaba un banco de madera:
−Sientesé, si le parece.

34
Mateo hizo un gesto afirmativo con su cabeza y tomó el vaso
en el mismo momento en que se sentó. Ella hizo lo mismo. Colo-
caron los bancos al lado del paragolpes del coche. Uno enfrente de
cada faro. Hubo un leve silencio. Se sonrieron. Mateo vio que la
vincha rosa tenía unas líneas leves de brillantina. Vio que el pelo
no era tan rubio como había pensado al principio. Ella echó otro
poco más de jugo en el vaso. Él vio que la musculosa decía “Hello
Kitty” en letras doradas y que tenía un dibujo básico de la cara de
un gato blanco con un moño rosa entre las orejas.
Dijo ella:
−No es muy bueno el jugo. ¿No?
Mateo no respondió directamente. Siguió tomando y movió los
hombros hacia arriba, con la cabeza hizo un gesto afirmativo.
Dijo ella:
−Marca Swin. A mi mamá es la que le gusta. El otro día leí
que no hace muy bien que digamos, pero, bueno.
Luego miró hacia afuera. Parecía pensar. La mirada era tan
profunda que, por un momento, pareció que estuviera sola. Pare-
cía triste. Parecía con ese tipo de tristeza que los demás no deben
molestar. Esa tristeza que hace que aquellos que nos rodean, pa-
rezcan que sobran a nuestro lado. “Ya me voy” pensó Mateo. Dijo:
−Muchas gracias. Tenía mucho calor verdaderamente. En la
sacristía la heladera estaba apagada así que no teníamos nada.
Los dos miraron hacia afuera. Una chicharra empezó a chillar
y en un momento el griterío se hizo tremendo. Mateo notó que su
furia se había calmado. El animal rabioso estaba sosegándose,
mientras veía una luz de esperanza. Mateo se puso recto en el
banco de fierro y sin pensarlo demasiado le preguntó:
−Disculpe la pregunta pero ¿tendría o sabría usted de algo en
el pueblo para hacer? Porque el padre no nos puede mantener a los
dos, así que a mí se me ocurrió ayudar con algo. Algún trabajo o algo.
Ella le respondió:
−Bueno, ahora no sé de alguien que busque, pero si quiere le
digo a mi padre que es el comisario por ahí sabe, mejor le pregun-
to ahora que ya se está levantando.
Se fue. Mateo pensó: “es lo mejor, es lo mejor”. La chica volvió
con sonrisa enigmática. Dijo:
−Bueno, dice mi padre que pase, que mejor hable usted
con él. Pase.

35
“Qué raro” pensó Mateo. “Pero y ¿qué esperabas?” pensó.
Pasó. Pasillo largo. Pensó: “¿y las rejas? ¿y los gritos de los con-
denados? Tacita de lata sobre los barrotes. Xilofón tumbero. No,
eso es de las películas”. Pensó “a la película Los doce del patíbulo
hace una banda de tiempo que la vi, y no me acuerdo casi nada”.
Caminó por el pasillo.

Luz grande artificial. Es la cocina. Un hombre grande senta-


do. Camisa arremangada. La luz no deja distinguir si es amarillo
claro o verde muy apagado. La luz le da en la enorme cabeza.
Mucho pelo le cubre el cuerpo. Pelo blanco. “Moby Dick. Grandote
y blanco. Respirando con ruido. Moby Dick peluda, vieja, afuera
del agua” pensó Mateo. El anciano respira con dificultad y sin
gestos en su cara, tiene los ojos escondidos en medio de las som-
bras del rostro.
La chica sonríe. Le sonríe directamente a la cara. Ahora pare-
ce muy contenta. “Bien, una victoria, bien. Ahora sí, flaquita. En
cualquier momento caés en las fauces de Angueto” piensa. Se miran,
ambos parecen contentos. Luego ella se pone a la par del hombre y
le dice mirándolo, buscando su cara, como si el viejo no escuchara:
−El señor es Mateo. Ayuda al padre nuevo de la iglesia.
Luego se dirige al chico y dice:
−Mateo, este es mi papá, Shalom. Es el comisario de Corbett.

36
Shalom dice

Sarita, dejáme solo con el señor. Andá a buscar eso que te dije. Andá.
Mire Mateo, yo soy un hombre viejo como usted ve.
Eso no es ningún secreto.
Le diré que me cuesta mucho vivir. Mucho.
Yo cuando tenía su edad no sabía lo que era vivir. No sabía
lo que costaba vivir. Una lucha todos los días. Pero no contra la
muerte. No crea. Lo peor es la vida, Mateo. Lo más fulero es la
lucha por la vida.
Y pasar la vida tosiendo o viendo cómo se le mueren a uno los
amigos. O verlos caer enfermos y no levantarse. Es un martirio.
Mire como toso cuando me pongo medio nervioso.
Cansado estoy. Mucho, Mateo.
Bueno señor. Así empieza, entonces. Es así.
Bueno. Vea, mire. Usted ha venido a Corbett. Que eso quede
claro. O bien, usted ha venido aquí por su propia voluntad, o ha
venido porque en su existencia han ocurrido una serie de eventos
encadenados de una forma, bajo una estructura, o un orden que
lo transportaron hasta este pueblo, si se puede decir así.
¿Me entiende?
O usted vino a mi puerta porque quiso.
O usted vino porque estaba destinado a venir.
¿Entiende?
El destino. ¿Usted lo entiende? yo no. Porque es una incógnita
eso, Mateo. Una incógnita. La primera. Yo creo que tiene que
haber destino, si no ¿qué? ¿Para qué todo? ¿Eh?
Yo personalmente creo que hay un ser muy superior, pero muy
muy superior que ha ideado todo esto.
Todo. Cada molécula. Cada mesa. Cada bandera. Cada cascote.
Cada pañuelo. Cada insecto. Cada microbio. Todo.
Y bueno eso lo ideó, lo planeó y le salió esto. Le salió así y lo
dejó de esa manera que seguro no es la que había planificado.
Claro que ahí usté se preguntará cómo diantres entra lo idea de
destino. Qué se yo Mateo. Qué se yo.
Bueno, como sea. Yo sé que han sucedido cosas para que usted
se presente a mi puerta. Sé lo que pasó. Sé varias cosas. Sé que
usted tiene diecisiete años y seis meses. Sé cómo se lleva con el

37
cura. Sé quien es ese hombre. Sé muy bien quién es ese hombre.
¿Me entiende?
Bueno.
Y ahora lo importante. Tengo una cosa para usted. Algo que
debe hacer. Que usted debe hacer. Usted debe hacer esto. ¿Usted
sabe lo que es un deber? Bueno eso es lo que es esto. Un deber.
Muy bien. Mi deber es decírselo. Hablar lo que sé. Orientarlo
en su camino. Igual le digo, mucho mucho más que esto, no sé.
Solo sé esto que voy a decirle. Tiene que hacer un informe.
Sí, como oye, tiene que escribir un informe sobre el pueblo, so-
bre este pueblo. Y acá le doy un sobre con una lista de cosas que
usted debe hacer. Cosas que debe tener en cuenta para escribir el
informe. No me pregunte nada ahora. Ahora no me pregunte nada.
Mire la lista. Dentro de tres noches a las doce lealá por primera
vez. Y tres días después yo lo voy a mandar a llamar con la Sarita.
Espero que no lo tome como una pavada o con una mente di-
sipada. No. Concéntrese. Piense que para eso usted es bueno. Yo
lo sé. Lo veo en sus ojos. No es algo sagrado, pero debe ser cui-
dadoso. Tanto que no puede hablarlo con nadie hasta que se lo
permitan. Nosotros sabemos que usted es la persona indicada. Lo
más importante de todo es que usted haga, escriba. Escriba. ¿So-
bre qué tema? Le acabo de decir. El pueblo. Este pueblo: Corbett.
Por favor, no postergue. Nosotros sabemos que usted escribe y
esa es una de las razones por las que está siendo elegido. Aunque
elegido es una manera de decir. Escriba. Escriba. Después le voy
a ir dando algunas cosas más.
Disculpemé. Mi estado de salud no es el mejor. Ve como toso.
Por las noches ni duermo casi. Hace años que estoy así.
Sí, por favor, páseme un poco de agua de la jarra. Gracias.
Bueno. Mire Mateo lo que le digo, le aclaro que esto no es un
trabajo. Por esto que usted va a hacer, no se le va a pagar con pla-
ta, como quien dice. Esto va más allá, señor. Este no es un trabajo
convencional. Y desde ya le digo, usted no puede negarse. No puede,
porque nosotros creemos en usted. Mucha gente tiene fe en usted.
Ya los va a conocer.
Bueno está bien. Está bien. Si tiene alguna pregunta o duda,
dígamela. Sueltelá, que yo le voy a decir todo lo que sé.

38
El papel desconocido

Es un sobre. Tiene un sello. Está lacrado. Papel fino. Parece


viejo. Amarillento. Es como un plástico derretido el sello. Muerdo
un pedacito que le arranco. Gusto a nada. Gusto a plástico. El
sello tiene una imagen rara. Roja. Un dragón. La cabeza de un
dragón con cuernos y con la boca abierta. ¿Es un dragón? Son
locos esta gente. Y yo les hago caso. Soy un bobi. ¿Quiénes son
estos? ¿Mirá si son de una secta que te quiere romper el orto?
¿Mirá si creen en el dios anillo de cuero al que hay que entregar-
le el fruncido como ofrenda? ¿Mirá si me secuestran para inser-
tarme objetos fálicos consagrados al dios upite? Qué risa. Se ve
que tengo mucha imaginación y mucha pornografía con temática
anal. Qué risa. Miro el sobre. Ese animal no es un dragón. ¿O son
dos? ¿Un dragón con dos cabezas? ¿Un dragón con dos cabezas
mordiéndose las colas?
Me fijo en la computadora. Señales raras pongo en Google. Mi-
llones de señales. Millones de imágenes. Señales de tránsito me
sale. Chistes salen. Dragones pongo, y mil imágenes aparecen.
Dragones 2 cabezas. Tatuajes, revistas, murales, comics, libros.
Anda lento la mierda esta. Para colmo se tilda. Escape. Nada. Es-
cape. Se cuelga. Ya fue. Por ahí si cambio algo, capaz que. No, no,
ya fue. Voy a hacer mates. O mejor unas salchichas. Panchitos
con mates. Ahí está. Guardo el sobre en la pieza. En la mochila.
Reinicio la máquina. Salgo.
Voy al almacén. Me atiende una chica. Es petisa. ¿Cómo se
llamará? Tres mesas. Fórmica en las mesas cuadradas. Sillas de
cuerina rojas. Típicas de bolichongo. Son esas sillas clásicas. Las
de los dos cuadrados acolchados de asentadera hechas de caños
cuadrados y negros. Esta noche ¿sabés cómo me les vengo a ha-
cerles un truqueraje? Sí, ni hablar. Se siente el olor a tabaco y
alcohol. Acá adentro está fresco aunque acá la claridad es grande
y se siente el calor. Miro la vidriera. La mugre del vidrio es como
un filtro para el sol. Manchitas como nubes en el piso. La chica
me mira. Es medio feucha la pobre. Linda jeta. Tengo hambre. Ni
me saluda. Yo tampoco. Tengo hambre. Le pido. Unas salchichas
marca Barfi. Paquete de doce. Bien baratas.

39
Radio AM. Quizás Continental. Nananana. No me importa lo
que decís Víctor Hugo Morales. Tengo hambre. Ahí aparece el
éxito de este verano: Tu piel radiante. Inmundicia. Se engancha
con Oro en polvo: “Eres mi alimento / eres mi sustento / todo eso
suculento / que me hace revivir.” El gil tiene hambre como yo.
Somos dos.
Cincuenta gramos de papitas fritas. Sueltas. Pan medio kilo.
Mayonesa Natura. Es la más rica de todas. Una lata de Coca. Eti-
queta Roja. Fresquita. Pancho sin coca es lo mismo que la Nada.
Todo veinticinco con ochenta pesos. No tengo justo. Pago con un
billete de cincuenta. Siempre que pago con billetes grandes me
doy cuenta cómo se me va la plata.
Miro los diarios en el exhibidor. Hay un cartel hecho con fi-
brón: NO TOQUE SI NO VA A COMPRAR ESTO NO ES BI-
BLIOTECA. Tienen una mala onda acá. Está la revista El Grá-
fico. La tapa está partida al medio. Arriba, bajo el título, en un
primerísimo primer plano hay un hombre joven con la famosa
boina y la mirada del Che Guevara. Título catástrofe: “El rebel-
de”. Abajo: “Ginóbili le dice no al mundial USA 2012: mis con-
vicciones políticas están por encima de todo. No puedo jugar en
un lugar donde hay campos de concentración”. En la otra mitad,
se ve la parte superior de dos hombres con los brazos cruzados y
sonriendo mientras miran la cámara. Llevan esos trajes con infi-
nita cantidad de carteles de propagandas que usan los corredores
de autos. El fondo luminoso y dorado. Título: “Yoyo Maldonado
y Matute Morales aceleran hacia la gloria. Los principales can-
didatos a llevarse el título mundial de todos los automovilismos
2012. Entrevista exclusiva y póster desplegable de excelente cali-
dad”. En una esquina: “Póster de Ferro Campeón 2012”. Clarín:
“El presidente llama al diálogo con los sectores armados. Intenta
comenzar conjuntamente políticas de desarme y diálogo”. Debajo:
“El Papa: un mensaje simple que conquista todas las culturas”. Al
costado, una foto pequeña de su santidad, nuestro amigo famoso,
con una mano en alto, al aire libre y esa sonrisa que le conoce-
mos. Debajo, en otra foto, también están los corredores candida-
tos. Uno habla y el otro lo mira. Están sentados y con sus vestidos
hechos de publicidad: “El TMRCW no es sencillo para nadie y
hay equipos de primerísimo nivel, pero somos conscientes de que
somos los mejores en dos de las cuatro pruebas. Dejaremos la vida

40
para traer la gloria a nuestra querida patria que tanto nos necesi-
ta”. Como rompen las bolas con ese Ti Em Er Ci Dobli U. Como si
fueran San Martín. Peor son los chetos que dicen o escriben cosas
como: sí, viajamos a Miami por mi cumple, a ver el tiemerciu,
¿viste? ¿Tienen amigos los chetos? ¿Por qué a los chetos nadie les
avisa que son chetos? Asco dan y ellos ni enterados. Abajo hay
un par de revistas porno. Una tipa muy blanca, pecosa, medio
colorada y rulienta en una pose inverosímil con medias celestes
agarra bien de abajo una verga descomunal de color rojo carne.
La tipa tiene los ojos celestes muy abiertos mirándome. Lo mismo
la boca. Abierta, muy abierta, y aún así puede decirse que está
sonriendo. A mí me está sonriendo. Apoya su cabeza en la panza
del tipo y con los rulos le tapa la cara. Es ella y la verga. Arriba
dice “Shock!” en letras blancas. Tengo una cosquilla en la entre-
pierna. Titulares en columna al costado de la colorada: “Vuelve
Mónica Gonzaga. Cómo hacer el amor como una pornostar: Bella
Muñequita se confiesa. Isabel y los brujos retornan. Kelly respon-
de todo. Investigación: La vida secreta de Resenbrink. Los inun-
dados están solos y esperan. Pornonovela: La búsqueda insaciable
del placer. Relatos. Graciela Alfano y su hija. ¡Desnudas! ¿Quién
mató al Papa León XIV? Cirugías para agrandar el pene. Cómo
tocar las zonas más sensibles de ella”. Interesantes títulos. ¿Me
la compro? No seas boludo. Miro hacia el mostrador y la piba me
mira. Parece extrañada que alguien le dé importancia a los titu-
lares de los diarios o se da cuenta que soy medio pajero con las
pornos. Me voy. Chau fea. Afuera explota el sol.
Llego. Fresquita y santa la capillita. La bolsa de nylon vibra. Ese
sonido y mis zapatillas retumbando en el techo. Paso a la sacristía.
Todo está ordenado. Abro la puerta de madera pesada y llego a la
cocina. Ollita de lata. Agua. Pongo cuatro salchichas. Hervir.
Voy a la pieza. Me siento en la cama. Saco el sobre. Lo miro.
Lo peso. Calculo. Tiene un papel sólo. Eso te apuesto lo que sea.
A lo sumo otro sobre con otro papel. Tipo chasco. ¿Cajas chinas
era? ¿Qué tendrá? ¿Cómo será? ¿Qué dirá? Yo lo abro ahora. No.
¿Qué es, como una prueba esto? ¿Una prueba de qué? Si a mí no
me conocen acá. Pero me dijo que sí, que me conocían. Parecía
que sabía algo ese viejito. Dijo que sabía que yo escribía. Sí es
cierto, pero son cinco cuentos y se los mostré a la Martita y a
Diego, nada más. Dijo que eso era lo que necesitaban. Dijo que

41
la hija no sabe nada. Dijo que son unas personas que quieren el
bien. Dijo que una prueba no era. Dijo que lo tomara con calma
y seriedad y concentrado. Dijo que un informe es como una his-
toria. Un catálogo. No usó esa palabra pero a mí se me apareció
eso. Un catálogo. Un catálogo de Victoria Secret. Esas tetazas.
No me gustó mucho cuando le mandó eso de que no hay que
darle lugar a la mente disipada. ¡Qué quieren! que sea un santo.
¿Eso querrán? Yo santo no soy. En eso no me conocen. Además,
viejo, soy pibe yo todavía. La tengo que disfrutar a la vida. Eso
le tendría que haber dicho. Yo hoy, en un rato, me le voy al
boliche, y a la otra noche también, y a la otra noche también,
y recién a la vuelta, leo el papel ese. ¡Qué tanto misterio! Que
agradezca que no se lo abro ahora. Yo al boliche voy. Yo voy. A
mí qué me importa ese milico viejo y su hija flaquita linda. El
bien, pero mirá qué pelotudez. Miro el sobre. Dijo a las doce de
la noche dentro de tres noches. Bueno. Lo tengo y cuando sea la
hora me lo leo.
−Mateo ponete a limpiar querés. Que no hacés nada todo el
santo día.
Mirá cómo grita el viejo Pietro. Viejo puto. Viejo forro. La
reputamadrequeterreparió.
−Este mierda se la pasa haciéndose la paja. Es un boludo y
acá todo es un quilombo.
Escucho que sigue hablando solo. No le contesto. Pero bueno,
está bien yo lo hago. Yo te voy a limpiar mierda. Te voy a limpiar,
y ya vas a ver cómo te voy a limpiar. Vas a ver que te lo voy a de-
jar tan limpio, que te vas a enceguecer de tan brilloso que te dejo
todo. Te van a sangrar los ojos. Te van estallar las pupilas de tan
hermoso que va a quedar. Vas llorar de alegría ante tanta belle-
za. La putaqueteparió. Vas a resbalarte hasta el fin del mundo de
tan limpio que te voy a dejar todo. Los pieses se te van a rebelar
para no pisar tan limpio y sagrado que te voy a dejar el piso. La
putaqueteparió hijodemilputas.
Ya está. Está bien, no te hagás mala sangre. Dejalo. Ya está.
Ya fue. Lo hago y listo.
Miro. Calculo. Son las dos, para las tres termino. Por ahí me
miro una peli después o chateo con Iván que hace tiempo no le ha-
blo. A ver qué onda cuándo vuelve. Capaz el sábado me le aparez-
co allá en el Nueve. Así vamos a algún lado y tomamos algo rico.

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El piso es fundamental. Eso es lo que más se ve. Esa es mi
teoría. Si el piso queda bien, el resto se luce nada más. Con el piso
limpio y con el orden, tenés todas las de ganar.
Entro a la pieza mía. Veo que todo esté como lo dejé. No vaya a
ser cosa que al viejo le agarren las mañas de revisarme como antes
de venirnos. Está todo igual. Las marcas están iguales. Me pongo
ropa más vieja para no mancharme con lavandina. Guardo el sobre
en la mochila y hago el ejercicio para recordar cómo dejo todo.
Voy a la cocina. Apago la hornalla. Lleno el balde verde. Lim-
pio el trapo. Lavandina Querubín. Agua Lavandina Aditivada.
¿Qué cornos quiere decir aditivada? Hay un ángel rubio que cie-
rra uno de sus ojos celestes con un dedo en la boca. Su expresión
es pícara. Debe ser tan piola porque sabe bien qué quiere de-
cir aditivada. El protector de tu limpieza. Aroma de Bosque de
Araucarias. Hipoclorito de Sodio con olor a Naturaleza viva. Lim-
piador líquido concentrado Esencial. Aroma de flores tropicales.
Desengrasa. Desinfecta. Elimina el noventa y nueve coma nue-
ve por ciento de bacterias, virus y hongos. Industria Argentina.
Color rosa. Olor a flores tropicales amoníacas. Flores mutantes.
La fiesta del cero coma cero uno por ciento de bacterias, virus y
hongos. Todo el mundo para ellos solos. Los superhéroes supervi-
vientes. Apocalipsis microscópico. Se mezcla todo. Destrucción +
Limpieza + Fragancias de jardines + Limpieza.
Va y viene trapo de piso. Friega y limpia. Va y viene.
El sueño de hoy era un fin del mundo o algo así. Había unos
zombis. Eran unos tipos que te comían el corazón. Unos zombis
más románticos eran. Qué risa. Qué sueño loco. Millones de zom-
bis había. Uno era Pietro. Y yo estaba encerrado acá con otros.
Era acá. Sí era acá. Y estaba esa Sarita. Sí. Afuera los zombis.
Y adentro yo con algunos más que no distinguía bien. Esa Sarita
estaba ahí. Eso seguro. Yo pensaba fuerte para cojérmela. Hacía
esa fuerza que hago siempre para que me salgan las cosas en el
sueño. Yo sabía que era un sueño. Y nada, ella lo único que me
mostraba era al padre que medio que se moría. El viejo me decía
algo que no entendía y me daba un sobre negro. Algo de los clavos
de Cristo para terminar con los muertos vivos me decía. El viejo
se moría y Sarita lloraba mucho. Yo la abrazaba a Sarita, sentía
su pecho sobre el mío y se me paraba la pija. Un combo completo
que mezcla Código Da Vinci, clase b, con erecciones. Qué risa.

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Va y viene trapo de piso. Friega y limpia. Va y viene.
Traspiro como loco. Soy más bolas tristes yo. Más obediente.
Este mierda me manda y voy y hago. El otro viejo que ni lo conoz-
co me dice y voy y le digo que sí. Soy más obediente yo que no sé
qué. Ahí está. Ya te lo termine mierda. Ahí tenés.
Sentarse y unos mates. Pavita. Agua. Espero. Espero. Medio
que ya está. Rica la yerba. Hierbital. Ricos mates. El libro que me
traje de Morón. Antología del cuento fantástico. Adentro un pa-
pel. Es mi letra. Me acuerdo cuando conseguí este libro. Lo afané
en la biblioteca popular Sarmiento de la calle Rivadavia enfrente
de la carnicería esa grande que hay. Me acuerdo la sensación
cuando lo saqué. Era como si caminara saltando hasta las terra-
zas. Lo había visto y me habían encantado las tapas duras y blan-
cas. Las bellas ilustraciones de Contreras geniales. En blanco y
negro son. Como a lápiz. El cuento de Borges. El de Hanuman. El
de Philip Dick. Los vampiros suicidas de Alejandra Pizarnik. Ese
cuento es el mejor. Leo una frase: “Él, oscuro, esbelto y siniestro
como la reja del cementerio, hizo un gesto imperceptible que ella
interpretó con ansias palpitantes, con un furor que, estrepitoso,
hizo bullir sus sangre y sus entrañas”. Faaaa. Leo las frases que
subrayé de Borges:“Toda vez que Acevedo miraba hacia el patio,
podía percibir el lento transcurrir de la sombra y el color del oto-
ño sucediendo por las baldosas ajedrezadas. Hizo una seña a su
compadre Alves. Eso es una manifestación del tiempo, mas no es
con exactitud el tiempo, le dijo escupiendo”. ¿A ver acá en el de
Silvina qué subrayé?: “al niño, todo lo de ese gato, le animaba las
náuseas. Una especie de asco que como un viento pampero arrasa-
ba el campo. Tomó el puñal convencido de usarlo y acabar la tor-
tura. Algo le acarició la palma. En el mango tallado había unas
figuras. Labrado en plata venerada podía notarse un hombre y
un animal. Lo frotó con el pulgar. El animal era felino. Gato. El
hombre era breve. Un niño. Los dedos movieron el mango. Notó
que las figuras se movían. Se atacaban”. Hermosas.
Ya está, me voy a comer las salchichas. A punto. Cómo era esa
víbora. Mayonesa. Uróboros. Ourouboros. Ouroboros. Boro, Boro,
no esa es una canción. ¡Qué rica la cocacola con cubitos! Ya está
me voy a dar una vuelta.

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Boliche

El viento rodaba en el aire. Una pelota invisible que lo empu-


jaba todo. Miraba y no sabía si las plantas altas asentían o baila-
ban. La noche caía rodeada de viento caliente. Una tormenta, que
durante todo el día se había ganado un lugar en el cielo, ahora
esperaba, aguardando con tensión. Crucé la playa de camiones.
Crucé por los galpones. Los focos de las calles estaban encendidos.
Esa noche comenzaba aquello que me llevaría hasta el amor
o algo parecido a eso. Estaba caminando hacia algo que aparecía
como una visión borrosa. Un espejismo. Andaba como si fuera un
detective loco siguiendo una pista de una frase confusa escucha-
da en medio de una multitud. Es que yo creía que sabía algo de
la vida y realmente no sabía nada. Es que estaba acercándome a
un lugar diferente al que había habitado hasta ese momento. Yo
en ese momento no lo sabía. Ahora que escribo esto, tampoco sé
qué me ocurrió. Es que el amor no empieza hasta que empieza.
Es como la desgracia. La diferencia reside en que esta se cocina
lentamente, se elabora, se prepara y es cuidadosa cumpliendo
cada motivo que lleva al sufrimiento del desgraciado. Si sorpren-
de la desgracia es porque al sabernos desgraciados, no lo pode-
mos creer. El amor en cambio sucede. Se desarrolla y transcurre
a la vez. No hay nudos en el amor verdadero. Es puro aconteci-
miento. Esa noche me acercaba al acontecimiento o a algo pre-
vio a tal cosa. Claro que aquello previo, lo que pasa antes, a que
ocurra algo tan intenso como el amor, tan intenso es, que puede
llevarnos a creer que es mera digresión. Así que mejor diré que
allí estaba al inicio de algo cuyo nombre desconocía y aún ignoro.
Estaba en las vísperas de un suceso único. Algo irrepetible.
Mis pasos, por momentos, se convertían en una carrera breve,
porque Pietro había mostrado su catálogo de golpes e insultos.
Iba ligero como el aire fresco. Rabioso, insensible. El mundo a mi
alrededor no importaba. La oscuridad acechando tras los círculos
de luz de la calle. La oscuridad estaba separada, aparte, pero lle-
gaba a la luz por el sonido que la llenaba. Era lo oscuro lleno de
grillos y ranas cantantes. Noté que oía esa marcha de pequeños
sonidos rugosos y me tranquilizaba. Sentí, también, que me reco-
rría una sensación de pertenencia a ese lugar. Creí que eso que

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me rodeaba era mío. Ahí me detuve. Ahí estaba yo. Eso era yo.
Un redondel de luz en la noche de las vocales de los grillos y las
ranas. Yo era un lugar efímero. Un lugar de paso. Un círculo de
luz en una calle de tierra de un pueblo perdido que se dibujaba en
la noche. Y eso era mío porque eso era yo. Me tranquilicé. Arriba
había muchísimas estrellas. Infinitos puntitos de luz rodeados
de nubes. Relleno de almohadón gigante, negro y reventado. La
tormenta que subía por los brillos de mil millones de estrellas. En
ese momento estaba convencido que esa negrura nunca apagaría
las estrellas.
Ahora caminaba lentamente. Iba murmurando insultos aun-
que ya sin tanto sentimiento. De lejos me llegaba el ardor en la
cara. El golpe que me había dado el cura en la sacristía. No ha-
bía entendido bien porqué. “Ese viejo malparido. Ya me las va a
apagar. Todas juntas. No sé cómo, pero me las va a pagar. Ya va
a ver” pensaba. Caminaba con mucho odio y con deseos de ven-
garme. Pensé en la cara de espanto del viejo porque se le abrían
las puertas de la alacena y se le caían las ollas encima. Me sonreí
con maldad pensando que en mi cabeza podía meter al viejo en
una película de terror conviviendo con un ser maligno, gigante e
intangible que lo acosara y lo enloqueciera. Al notar que llegaba,
el resentimiento se fue disipando. Me fui aflojando como si estu-
viera muy cansado y quisiera reposar mi cuerpo.
Mientras me acercaba vi la puerta del boliche dibujándose.
Salió una figura esbelta. Dijo:
−Después vuelvo don.
La figura rápidamente se subió a un jeep que estaba estacio-
nado. Era Sarita. El jeep arrancó y se alejó.
El boliche era feo porque tenía muchas zonas densamente os-
curas. No es que un boliche de estas características deba ser una
playa de Hawai al medio día, pero la parte negra era el ochenta
por ciento del lugar. Particularmente, y si es un lugar que no
conozco demasiado, prefiero algo de armonía. Un yin-yan de luz
y negrura. Además, había olor a bosta. Mucho. Un olor caliente y
lejano con sabores de pasto ácido y machacado.
Algunas sensaciones ya las había sentido la noche anterior. Se
repetía la sensación de fealdad, los olores. También, al entrar la
noche anterior, había tenido una sensación de calma pesada. El
reposo de los velorios. Era una tranquilidad de repasador húme-

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do y asqueroso, esos que tienen olor a cocina con puchero. Es que
detrás de la aparente paz estaba la amenaza, esperando.
Un hombre medio pelado estaba en el mostrador aferrado a
su vaso. Parecía que el vaso era lo que lo mantenía sin caer. Pedí
una ginebra. El cantinero era un viejo panzón grandote como un
mastodonte, de pelo blanco y la piel oscura, piel de roble y nie-
ve. Innumerables arrugas le recorrían el cansancio del rostro. Se
llamaba Don Martino. La noche anterior con el cura se habían
sacado chispas porque Pietro le había pedido más hielo para su
whisky. El cantinero, que no quería o no tenía más cubitos, lo
miró con cara de culo y no hizo nada. Se quedó mirándolo. Ahí
nos fuimos. Pietro tenía un humor de mierda para esa altura de
la noche. Es que entre otras cosas había perdido algo de dinero
jugando a las cartas.

Al principio de la noche anterior, nuestra primera salida con Pie-


tro, había comenzado muy bien. Buen ánimo. Promesa de tragos en
el camino. Y cuando llegamos los habitantes del bar nos miraron.
−Es como en las de pistoleros. Acordate que te miran y te mi-
ran, pero nadie se te va a animar a nada, si no hacés boludeces−
me susurró el viejo.
A mí, en ese momento, no me pareció bien que hablara en se-
cretos cuando la gente lo miraba. Pero bueno, él había prometido
bebidas así que había que seguirlo en todas. Yo plata no tenía, y
por eso estaba a su merced. Calladitos nos sentamos al lado de
la puerta.
Había seis personas. Dos en una mesa con unos vasos que
supuse de Cinzano. Sobre la pared del fondo, dos jugaban al pool
y un tercero jugaba con un pinball de Arma Mortal II que latía
luminoso ocupando toda esa parte de atrás. Casi en la oscuri-
dad de la esquina más alejada había otro hombre, cuya mirada
atravesaba el ventanal frente a él. Había otro ventanal frente a
nuestra mesa.
Mientras nos sentábamos Pietro le hizo señas a la chica que
atendía. Ella se acercó. La había visto por primera vez, unas ho-
ras más temprano, cuando había ido a comprar mi almuerzo, en
ese momento me parecía muy diferente. Bastante más linda que
al mediodía. El viejo me hizo una de sus caras. Ella no dijo nada,
sólo se quedó parada en la cabecera con un trapo en el hombro

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izquierdo. Como el viejo era quien iba a pedir yo me dediqué a
observarla. “Novio no tiene” pensé. Tenía una remera arratonada
y con algunas manchas. El pelo atado oscuro y tirante. Las ma-
nos largas y flacas. “Debe andarle muy lejos al mango de carne”
pensé. “También con el laburito que tiene acá debe tener una vi-
sión bastante distorsionada de los machos” pensé. “Y fea no es”
pensé. “Igual Mateo no da ni ahí, hacerle ningún tiro. Este tipo
de mujeres que trabaja en lugares así, y que no tiene candidatos
firmes, pasa a ser una especie de posesión colectiva de todos los
que vienen acá. Por eso mejor, quedate en el molde y no levantés la
perdíz” pensé. “Empecemos con una cervecita del país, Mateo. Por
el calorcito, ¿te parece?” me dijo Pietro, aclarando lo que había
pedido. La piba ya había traído los vasos y un platito de maníes.
A la segunda cerveza ya estábamos bien encajados en el lugar.
Ninguno de los dos había dicho nada polémico, ni habíamos he-
cho ningún ademán fuera de lugar. Un hombre, desde un banco
alto frente al mostrador, se dio vuelta y comenzó a hablar con el
cura. Le preguntó de dónde veníamos y quiénes éramos. Después
se presentó y dijo que se llamaba Bramajo. Hablaron bastante. No
recuerdo bien el hilo de la conversación. En un momento yo hice
un comentario, que no recuerdo, y el hombre me dijo algo así como
−Usted señor parece alguien de mucha inteligencia, capaz un
día le pueda prestar un libro.
A mí eso me llamó mucho la atención. Sobre todo porque en los
boliches no te hacen ese tipo de ofrecimientos. Observé el gesto
del cura. En todo lo que decía el tipo estaba de acuerdo. El viejo
ponía ojitos de amor cuando el otro hablaba. A mí en cambio me
daba mala espina. En un momento se pusieron a hablar de políti-
ca. Debo decir que ese tema a mí no me interesaba en lo más mí-
nimo. Sabía algo de la actualidad del país pero nada más. De los
diarios me interesaban los titulares y los chistes. De los noticie-
ros nada. “Con la política es mucho fanatismo al pedo” pensaba.
Eso era más o menos lo que decíamos con mi amigo Diego, este
país está así por esos entusiasmos extremos y esas violencias ra-
biosas que llevan a nada. Además, ahí no me importaba decir mi
opinión. Ellos dos hablaban y chupaban cerveza como condena-
dos. Hablaban fuerte para crear polémica con el resto de la gente.
Nadie les daba bola. Yo estaba callado, ni los oía casi, y sólo les
seguía el tren del trago. Sus frases se me metían por las orejas

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mientras yo miraba la tele o miraba como los otros miraban la
tele. Me servían y tomaba en silencio. Mientras, pensaba en mis
cosas. Ellos hablaban y a mí la cabeza me hacía ruido. Con ese
ruido cancelaba las palabras de los demás. Aunque en realidad
era una especie de sonido blanco metiéndose entre los sonidos de
las palabras emitidas por los demás. Eso era algo que me gusta-
ba hacer cuando no quería oír lo que se hablaba a mi alrededor.
Además me permitía pensar sin interrupciones.

Me puse a observar por la ventana gigante. Había un hombre


en el borde de la vereda que bebía de un vaso y que cada tanto
observaba algo que sacaba de su bolsillo. En ese momento creí
que era un celular. Luego se le acercó un hombre joven y comen-
zaron a hablar. Este parecía reclamarle algo. El hombre mayor
negó con la cabeza hasta que el otro se fue. Ahí el hombre entró y
saludó al pelado que se agarraba de su vaso en el mostrador. Este
dijo, “Melchor” pero ni lo miró cuando fue palmeado en la espal-
da. “Pitufo querido” le dijo el otro. Melchor se acercó a la mesa de
pool y se quedó mirando.
En ese momento me acordé de Diego y de Iván, en el boli-
chongo atrás de la estación de Morón. El boliche de Ripper. Me
acordé de la vez, que fue la última, en que nos emborrachamos
juntos. Primero estuvimos ahí haciendo la previa antes de ir a
Las Vegas. Tomamos de todo. Después fuimos caminando y cuan-
do estábamos en la esquina un gil nos dijo que había operativo
policial. “Hay razia muchachos. Hay razia. ¡Los están enjaulando
como gorriones muertos!” nos dijo el tipo muy asustado. En un
momento nos quedamos inmóviles, y después rajamos porque lo
conocíamos al Bolita que era el que mandaba todo ahí. Iván le
hacía los más diversos mandados. Como siempre caímos en la
iglesia. Pietro no estaba. Esa madrugada mientras cortábamos
clavos con el culo del miedo, Diego nos dijo que no quería más
esa vida. Nos dijo: “la ninfa que me conseguí es de primera, para
mí este es el pitazo final”. Se le pusieron los ojos brillosos y miró
para abajo. Iván estaba enojado. Escupía rabia. “Sos un cagón
Diego. Sos un cagón. No podés hacerle esto a tus amigos” decía.
Yo los entendía a los dos. Andábamos hechos percha todos los
días, y casi siempre le hacíamos el amparo al Iván. Estaba buena
la aventura y la joda, pero siempre todo se termina. Eso hay que

49
saberlo siempre. Tener en claro que la cosas se terminan era algo
que aprendí por ese tiempo. Ellos discutían y yo no decía nada.
Miraba la tele para ver si salía algo del operativo. A la mañana,
Crónica TV sacó una placa roja y toda la musiquita con un cartel
dividido en tres partes que decía:
/ CAE BANDA DE NARCOBOLICHEROS / CLAUSURAN AN-
TRO BAILABLE / CONSTERNACIÓN EN MORÓN /
Esa semana Diego se juntó con su hembra y le perdimos el
rastro. No lo nombramos más. Antes en la escuela éramos los
tres mosqueteros. Hacíamos cualquiera. ¡Qué linda época! Aho-
ra todos dispersos andamos. Todos solos. El Iván llegó a Fortín
Nueve de Julio unos meses antes de que llegáramos a Corbett.
Llegó con mil contactos, y con laburitos, de una comenzó a hacer
recorrida por la costa. Iba y venía en una XR. Igual, todo había
cambiado. Me enteré que Diego andaba bien porque me mandó
unos mensajes para mi último cumpleaños. El último decía “seguí
escribiendo loquillo… M. en lo que sos está tu salvación”. En ese
momento pensé que estaría dándole a un porrito o en su onda
medio religiosa y sonreí.
Intenté mandar un mensaje de texto a Iván. “Hey loca volvis-
te? Al final siempre te cortás solo vos”. Dos veces. Nada. Señal
parecía haber, el mensaje salía y al ratito llegaba otro mensaje
diciendo “No se manifiesta soporte para transferencia de recado”.
Putié en silencio sin entender qué significaban esas palabras.
Pietro y el otro seguían hablando.
−Antes con Perón las personas de este país estábamos mejor.
−Y diga que los militares estuvieron poco pero se mandaron
las suyas también.
−Yo no sé. Yo creo que las dos presidencias de Leonardo Favio
fueron el puntal de lo que hoy tenemos. Por ejemplo, si hoy somos
líderes en tecnología, es por ese gran hombre.
−Es cierto. Ahí tiene razón.
−Es que se le dio un gran empuje a todo. A todo. Más lo que es
educación. Mire, si uno está en una buena ciudad, pagando 250
pesos, uno tiene flor de educación. Claro que en estos pueblitos
de mala muerte, hay que conformarse con la educación del estado
aunque sale más barata.
−Lo que si hay que decir, es que no pudo hacer nada con las
mafias. Eso es la única deuda acá en este país.

50
−Sí, bueno, pero está el partido Montonero que propone incre-
mentar lo hecho en ese gobierno.
−Sí, es cierto, aunque tiene una historia ese partido que mejor
ni hablar.
−Bueno, ahora ha cambiado todo ¿vio? Ya no es como antes.
−Igual, habría que hacer algo con toda esta violencia desme-
surada. Es nefasta para nuestro progreso.
−Es que lo que pasó en nuestro país no es algo que se pueda
borrar de un plumazo.
−Bueno, pero tendrían que hacer algo más inteligente que ne-
gociar con esos salvajes. Son guerrilleros, están en contra de todo.
Esos no entendieron nunca de que va la historia humana.
En ese momento Pietro me incluyó. Habló por mí quizás para
cortar una conversación que no lo favorecía. Tomo un trago y dijo:
−Si es cierto. Acá Mateo tiene que preparar una materia. Bue-
no son dos en realidad. De cuarto. ¿Sabe de alguien que le pueda
ayudar? Ayudarlo a sentarse más que nada, porque lo que es él
lee y lee. Lee un montón el guacho. A veces está en casa y ni se
siente. Yo me pienso cualquier cosa, como que se está pajeando
o algo peor, y no che, está leyendo el tipo. Y bueno, cada cual con
su locura.
−Bueno, yo podría hacer el intento. Ando en eso de estudiar y
ayudar a estudiar. Aunque este año, recién arranco.
−Mirá qué bien Mateo. Pero qué justo. Mirá vos lo que son las
cosas, ¿no?
−Bueno. Sí, está bien. Él podría empezar en unos días, así
me preparo yo también. Esto de enseñar se me ha ido olvidando
de a poquito. Pero sí, es una casualidad porque ya tengo a otros
tres chicos para estudiar también. Si le parece se viene temprano
pasado mañana.
Los dos hombres me apuntaban con sus miradas, y en un mo-
mento los desconocí, eran extraños que me miraban. Tardé cerca
de diez segundos en darme cuenta que me hablaban y que había
entendido todo lo que me decían. Respondí.

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Boliche primera/segunda noche

(bramajo hace una teoría de las materias del secundario)


(melchor charla con mateo)
(juegan al truco)
(pietro enojado)

Mateo respondió.
−Igual don, yo voy a dar una sola.
−¿Cuál?
−Lengua, esa voy a dar. Es la más fácil.
−Ahora no se llama así. Ahora es tres materias: Espacio Lite-
rario, es decir la vieja Literatura y las otras dos Lengua, Zona del
Lenguaje y Lecto-escritura, oralidad y sus reglas.
−¡Paaa mire usted! antes cuando me la llevé se llamaba
Practiquemos con el lenguaje, y cuando empecé se llamaba Las
Lenguas y Las Literaturas. Después, un tiempito corto fue Len-
gua y Literatura.
−Sí, fueron cambiando los nombres de las materias. Por ejem-
plo, cuando yo fui al colegio se llamaba Castellano.
En ese momento, Bramajo comenzó con un extenso párrafo de
teoría sobre los nombres de las materias.
−Yo he pensado que estas materias han cambiado de nombre
por razones políticas y económicas.
−Ah, mire usted.
Dijo el chico bostezando.
−Si no les interesa, no le cuento.
Pietro intervino cruzándole una dura mirada a Mateo.
−Pero no hombre, claro que es interesante.
−Bueno, lo que he pensado es lo siguiente. Lo de Castellano
es claro. La llamaban así por esa ligazón tan argentina de pen-
sarse a partir de Europa y de su relación edípica con la España.
Además, Castilla fue uno de los reinos católicos, bastiones de la
Cristiandad y de Occidente. ¿Vio? Y a los argentinos que inventa-
ron esta nación, eso les encanta. Siempre seremos la reserva, el
reservorio claro, porque la Argentina es como la puntita esa del
forro, el reservorio capitalista. Bueno, después con las reformas

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de fines de los ochenta y el neoliberalismo vinieron las demás.
Con Lengua y Literatura parece que no hay tanto conflicto aun-
que hay que pensar que si te enseñan la lengua en la escuela
eso quiere decir que sólo ahí se ve la lengua que vale. Esa es La
Lengua de la nación. Lo mismo para literatura.
−Y Las Lenguas y Las Literaturas ¿por qué?
−Eso fue en la primera reforma en educación, la punta de lanza
de lo que se llamó la Gran Revolución Productiva, que impulsó el
ministro Menem, en el segundo mandato de Favio. El riojano ese
que se creía un híbrido entre Perón y Facundo. Bueno, esa refor-
ma, que él empezó y que después siguieron otros, respondía al plan
globalizador del neoliberalismo. Y para entrar en ese plan hay que
conocer muchas lenguas sobre todo las que dominan el mercado.
−Y se cambió.
−Es que se cambia, porque siempre en este sistema se especulan
con las ganancias. Entienden todo desde el mercado y desde el bene-
ficio económico. Todo todo es una variable en la timba del mercado.
−Ah. Entonces por eso los cambios.
−Se pasó por el nombre Lengua y Literatura, que parecía vol-
ver a cánones antiguos cuando ya no había vuelta posible. Len-
gua y literatura en los noventa, era la lengua de lo más rentable.
Después se pasó a Practiquemos el lenguaje. Una orden ocultada
y deformada por una invitación buena onda y horrible, que te
obliga a realizar una práctica justificándose en las últimas ten-
dencias en lingüística. Con esta materia, la clase dominante te
empuja a practicar el lenguaje que ellos dicen.
−¿Y ahora?
−Ahora es la nada. Todo es lengua: escrita y oral. Ya no hay
literatura. Fijensé que los chicos llevan un manual a la escuela.
¿Sabe porqué? Porque la única literatura que conocen la copian.
Y para copiar con el manual alcanza. Nada más. Por eso los libros
son tan baratos. Es tan fácil escribir un libro hoy en día que da
asco. Todos leen cualquier cosa. Todos escriben cualquier cosa.
Hasta ese momento Mateo escuchó lo que decían. Ahí se des-
conectó. Pietro se metió con un comentario político. Bramajo y
Pietro se trenzaron nuevamente en los mismos temas de política
nacional postdicatudra argentina de los que recién se habían des-
atado. La charla se reanudó en donde había quedado un momen-
to antes. Mateo sintió un gran malestar. Pensó: tengo una especie

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de náusea intelectual. Sintió que el ruido en su cabeza empezaba
de nuevo. El ruido de la máquina de pensar. Esta vez se había
activado con el tema de la escritura. Escribir otra vez andaba
dando vueltas. Pensó: ¿hay una escritura vulgar y cualquiera,
y una que hace milagros? Pensó: ¿cuál es esta escritura que me
piden como si con eso fuera a salvar a alguien? Pensó: ¿por qué
este tipo desprecia el hecho de que hoy cualquiera pueda escribir
si quiere? Pensó: ¿quién se piensa que es? Se levantó y se acercó a
la parte más alejada de la mesa, al fondo donde estaban el pool,
el metegol, el pinball y la rockola.
El pinball tenía las figuras de Mel Gibson y Dany Glober mi-
rando al frente, y sus figuras estaban sobre un fondo amarillo en
medio de una explosión anaranjada. Arriba un cartelón con letra
dura, tipografía de granito negro sobre fondo rojo, decía: Lethal
Weapon Two. Las caras eran de amenaza. Los brazos cruzados.
El rostro de Gibson, que parecía muy amable, estaba recortado
por su pelo esponjoso y con su campera azul de hombreras anchas
y mangas amarillas. La cara del negro tenía un rezongo en los
labios. La camisa blanca, la corbata marrón con vivos dorados,
y cruzando su cuerpo, la sobaquera de cuero grueso, le daban un
aspecto de empleado público malo. Pensó: uno cabrón que te caga
a tiros si lo jodés mucho. Bebió un sorbo. Pensó: se nota quién es
la estrella acá. Uno tenía toda la actitud del canchero y ganador,
el otro era una caricatura oscura. Cuando el jugador lograba el
jackpot se activaba una sirena como la que usaron en la película.
En esta máquina sólo funcionaba la luz azul. Si se lograba el pozo
mayor, una silenciosa luz policial típica de los policías de civil en
plena persecución, giraba sobre el panel de la foto gigante. Gana-
bas pero nadie aullaba por tu triunfo.
Al lado del flipper había una máquina para poner música.
Funcionaba con monedas y había cien compact disc para elegir.
En la parte superior tenía un escaparate en donde aleteaba el
catálogo. Cada ala estaba formada de cedés, de tres en tres. De
un lado se veía la portada y del otro el brillo metálico. En el mo-
mento en que Mateo se acercó, alguien puso, entero, un disco de
Juan Luis Guerra.
Cuando se puso a charlar con Melchor se escuchaba Burbujas
de amor. Después, el que había puesto una vez ese disco, quiso
repetirlo. Alguien protestó. Pusieron Vasos vacíos de Los Fabulo-

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sos Cadillacs. En el momento en que terminaba ese disco finalizó
la primera conversación entre ellos. Se hizo un silencio y Pietro
se puso a gritar.
−¡Eh Mateo! venite a truquear que acá con mi amigo quere-
mos ganar plata fácil.
La cara del viejo ya había logrado su deformidad habitual en
los boliches. El otro parecía de hielo. El cura agregó:
−Conseguite un perdedor.
Mateo miró a Melchor en silencio. El hombre le respondió
moviendo la cabeza. Mientras caminaban hacia la mesa Melchor
seguía haciendo el mismo movimiento. Parecía una afirmación,
aunque también podía ser una amenaza.

Más tarde, en su cama a punto de dormir, Mateo pensaba que


el partido había sido muy extraño. Extraño porque había sido
demasiado parejo. Mejor dicho, viendo el resultado, alguien podía
decir que había sido una paliza. Le pareció parejo porque fueron
adelante todo el tiempo, y Mateo pensaba que, para ser justos,
debía considerar que la mayor parte del partido había ligado
muchísimo. Recordaba el singular sabor en el alma de sentirse
que estaba iluminado por la suerte. Recordaba que mientras él
resolvía las jugadas con solvencia, Pietro era una furia huma-
na que se ennegrecía. Recordaba que disfrutaba muchísimo de
esa circunstancia, porque sabía que el cura, si se ponía a jugar,
no le gustaba perder ni a la rayuela. Mateo pensaba acostado,
esa noche, a punto de dormir mirando el techo de la sacristía
de la pequeña habitación que le había tocado, la otra pieza con
el ropero le pertenecía al cura. Y en un momento, se le ocurrió,
que Bramajo y Melchor habían jugado sin meterse. Pensaba que
había sido un partido entre ellos, como si hubiesen estado jugan-
do el cura y él, solamente. Recordaba que había habido manos
en las que le había resultado evidente que Melchor se negaba a
jugar cartas ganadoras. Mateo había pensado en ese momento,
que quizás Melchor jugaba de aquella manera, porque no sabía
jugar o porque estaba ebrio. Luego pensó que quizás ese hombre
quería que él solo venciera a Pietro. Las actitudes de Bramajo te-
nían muchas similitudes, y aunque no sabía qué cartas le habían
tocado, en ningún momento mostró enojo, como si el juego no le
interesara. No se enojó, ni siquiera cuando Mateo le ganó un real

56
envido con veintiocho. Y no se quejó ni en el momento de pagar-
les. Incluso le exigió al cura que debía pagar todo él, porque había
sido quien había tenido la idea del partido. Mateo recordó lo que
sabía, a Pietro tener deudas de juego era algo que le gustaba
menos que perder. No por el dinero que le costara la jugada, si no
por una especie de moralidad cuyas reglas él mismo se imponía,
conocía y contra las cuales renegaba.
Luego de pagar, Pietro se acercó al mostrador y medio gritan-
do dijo:
−A ver cantinero si me trae unos hielos para el güiscacho, que
esto está más caliente que no se qué.
Golpeó la superficie azulada y brillosa. El cantinero sólo se
limitó a pasar el trapo donde Pietro había golpeado, mientras lo
miraba fijo. Frotaba sin decir nada. Pietro se bamboleó. Tomó de
un trago todo lo que le quedaba y caminó hacia la salida diciendo:
−¡Yo me voy pibe! a la mierda me voy. Vos, hacé lo que quieras.

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Marsilio

La tarde anaranjada caía sobre los pastos, sobre el alambrado


que corría a la par de la calle. El sol, atrás de un monte, entraba en
esa zona no visible del tiempo y el espacio. Pensó Mateo: “eso que
hemos denominado… horizonte”. A veces, le gustaba pensar que se
refería a un público, y que él era un presentador de programas de
entretenimiento, y que su discurso era lo contrario de los de esa es-
pecie de personas que habitan los medios masivos. Empleaba pa-
labras muy raras para el medio televisivo, pero con el tono propio
de las grandes estrellas del espectáculo. También iba pensando en
lo que le había contado Melchor. En realidad trataba de recuperar
lo que habían hablado. Lo que habían hablado antes y después del
truco contra Pietro y Bramajo. Era muy poco lo que se acordaba.
Fragmentos superpuestos. Un collage de enunciados. Notaba que
le habían quedado sólo algunas de las frases de la charla. Las re-
cordaba mientras caminaba al atardecer esa segunda tarde en el
pueblo. Notó que, inclusive, había expresiones que no parecía que
las hubiera hablado con la misma persona.

Frases que dijo Melchor:


Yo creo que hay un dios.
Para mí dios es un extraterrestre. Viaja en el tiempo. Pecho de
fierro y para las balas con los dientes. Tiene superpoderes porque
en su planeta el campo gravitatorio se rige por otras reglas. Él ha
vivido siempre bajo un campo magnético de magnitudes descono-
cidas en esta, nuestra zona del universo. Estas reglas, este orden
le dan esas cualidades superiores.
No sé si nos creó pero sabe para dónde hay que ir para saber
algo más. Hay que rezar menos y ver más por nuestros telescopios.
Frases que dijo Mateo:
¡Eh! eso es Superman. No me acuerdo bien, pero me parece
que es. Para mí es. Yo tenía un telescopio pero lo vendimos hace
como seis meses para comprar una tele por el mundial de básquet
de esas tipo elecedé. Estaba rebueno. Como tres lentes tenía. Casi
ni lo usé. Lo pusimos en mercadolibre y salió rapidísimo.
Frases que Mateo recordó más tarde cuya voz emisora no po-
día reconocer:

59
Una sociedad secreta es una organización de personas con
un fin común bajo un lema o mandato. Existen desde que existe
la sociedad.
Las hubo de diversas formas. Aunque en la actualidad se han
puesto al día para parecer meras organizaciones sin fines de lucro e
inclusive las hay que pasan por ser grupos meramente recreativos.
Claro que esto es pura pantalla para los que no saben. Esas
sociedades siguen existiendo y algunas tienen tanto poder que
ponen y sacan presidentes, por ejemplo.
Frases que respondían a esa voz desconocida, aunque Mateo no
podía precisar si habían sido proferidas en un sueño o en la vigilia:
Iniciarse es conocer. Conocer es saber.
Toda escritura es catálogo porque ordena el caos. Es decir una
escritura regida por el caos es lo que más se acerca a la realidad o a
lo sagrado que tiene lo real. Por eso, la palabra escrita muestra un
lado de la realidad que no vemos y puede ser una ventana al futuro.
La escritura tiene algo de la naturaleza del dibujo. La cues-
tión del espacio es fundamental. La forma lo es todo.

Mientras pensaba, veía que a lo lejos, saliendo de la curva, se


dirigía hacia él un muchacho rubio y un poco alto. Supuso que
era de su edad. Inmediatamente notó que venía cazando. El rifle
era evidente y el perro negro era obvio. Al acercarse, el mucha-
cho parecía un poco más grande que él. Iba con un rifle de aire
comprimido. Lo miró con una sonrisa ladeada. Lo supuso inteli-
gente y vivaz. Algo cruel. Justo cuando se cruzaban, en un breve
instante, el otro apuntó sobre su cabeza, un poco a la izquierda y
salió un escupitazo del arma. Mateo sintió el vuelo del proyectil
muy cercano a su oído izquierdo. En ese momento un canto leve y
sutil dejó de oírse para siempre. Eso, el final de lo hermoso, sentir
que algo bello terminaba, lo irritó muchísimo. Además, estaba
el hecho de que había apuntado muy cerca de su cabeza. Mateo
sabía que estaba propicio para sentir rabia. Se dijo que no valía
la pena y que debía ser amable con la gente. Se comió el insulto.
Al principio lo miró de frente pero era como si el otro lo esqui-
vara. Sin embargo, fue el otro el que le habló primero.
−¿Anda pasiando? − preguntó.
Mateo notó que no lo miraba y le preguntó si mataba por ma-
tar, si no juntaba lo que mataba.

60
−No pa qué, si ya están muertos. Los aprovecha éste.
Señaló a su lado. Ahí un mastín de cabeza de martillo y unas
mandíbulas tremendas lo miraba. Parecía que el perro estaba
esperando que su amo dijera eso, porque en ese momento, salió
como un rayo hacia unos matorrales. Desde ahí se escuchó un
crujido de huesos quebrados. Mateo creyó oír al pajarito bajar
por la tráquea de aquella bestia. El perro volvió al instante y se
colocó en el mismo lugar en que estaban sus pisadas anteriores.
Mientras, miraba la cara de Mateo y se relamía. Al instante el
otro le preguntó:
−Pero ¿usted anda pasiando o preguntando?
Era increíble, Mateo lo miraba y se llenaba de odio. Rubio, con
su rostro blanco, inmaculado, sus ojos celestes y malignos. Cotejó
la idea de darle un golpe, una trompada, un sopapo, algo que des-
cargara o ilustrara el odio a ese ser que apenas conocía. Pero era
más robusto, además estaba el perro, y ahí se dio cuenta que no
tenía ventajas sobre él, que no podría ganarle ni siquiera en una
carrera. Le dijo quién era, su nombre y que era el monaguillo.
−Así que usted es el curita, mirá vos − dijo el otro.
Mateo le aclaró que simplemente ayudaba, que el sacerdote
era el viejo, pero el otro no lo dejó terminar. Seguía burlándose.
Dijo:
−Es lo mismo, hermanito, mire si se va a fijar uno en las
diferencias.
Y largó una carcajada hecha con unos bloques pastosos, pe-
gajosos que no querían salir de las orejas. Una risa que era un
montón de moscas invasoras en el cerebro. Mateo intentó retru-
carle diciendo:
−En saber distinguir las diferencias uno demuestra
inteligencia.
El otro seguía riendo. Mientras lo señalaba gritó:
−¡Uh! ¡Mire, le salió un versito!
Era de lo peor. Ya a esa altura Mateo no podía creer cómo ese
sujeto andaba suelto por ahí y sin que nadie le estuviera sobando
el lomo con un rebenque. Mientras él pensaba qué responder, el
otro apuntó, tiró y le hizo una seña a su animal que corrió hasta
unos árboles. Todo ocurrió en un instante. Luego dijo:
−¿Va pa yá? Yo también. Me vuelvo con usted que es conver-
sador. Aparte es bueno como el pan, porque es curita. ¿Nocierto?

61
Mateo sentía que ya la burla era abierta. Era provocación. Al-
gún día se pelearían. Alguna vez habría violencia entre ellos dos.
Unas chicas aparecieron como si surgieran de la nada o del
sol. Polleras blancas breves y sandalias cuyos cordones les trepa-
ban las piernas. La morocha tenía una remera negra muy escota-
da. La rubia una musculosa fucsia. Era como si de pronto el aire
hubiera cambiado. Mateo las miraba deslumbrado, le parecía que
las chicas florecían a cada paso. Saludaron. El rubio les hizo un
gesto payasesco como si se sacara un sombrero invisible. Ellas se
detuvieron. Las dos lo miraban fijo. “No le tienen miedo a nada
estas. Quieren saber quién soy” pensó Mateo. La morocha más
baja le dijo al rubio:
−Ahí mi tío me dijo que le diga a la doña Petrona que lo cure
del empacho.
El otro contestó:
−Bueno Laurita como mandés. Para servirte andamos.
La otra era un poco más alta y rubia:
−No te hagás. Si vas, decile que anda medio embromado.
En ese momento el rubio cambió su aspecto por primera vez.
−Gloria, te pido que no me embromes vos, entonces. Yo le digo
a la mami. Andá nomás. Vayan.
La risa, la mueca que le cortaba la cara, en ese momento, pa-
recía dolerle. La morocha dijo bamboleando el tajo de sus senos:
−Ah pero ¡qué malo! ¿ cómo es que no nos presentás?
La transformación del rubio ya era notoria. Él parecía sufrirlo
como una degradación.
−Es el monaguillo− dijo automático.
Mateo dijo su nombre y les sonrió. “Hola tetas redondas. Hola
tetitas bonitas” pensó. Ellas sonriendo y cuchicheando se fueron.
“Sacudiendo la mercadería” pensó. El rubio las miraba irse sin
pestañear. Ahí Mateo entendió que la rubiecita era la hermana
del rubio del rifle y el perrazo.
Pasó un auto por una calle que cruzaba. Un Corsa rojo. Impe-
cable. Brilloso. El muchacho que manejaba le gritó algo al rubio.
Este no oía. El otro se detuvo, dio marcha atrás y se acercó. Mateo
quedó retirado mirando como los otros dos hablaban a unos diez
metros. El que conducía sentado con la puerta abierta de su lado.
El otro de pie con la frente apoyada sobre el antebrazo que había
colocado sobre el techo. Parecía que el rubio le ordenaba algo al

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otro. Sus frases eran más extensas y estaban puntuadas por el
gesto de acomodarse el rifle que llevaba en bandolera. Parecía
que el otro daba explicaciones. Al final miraron hacia Mateo, ya
de acuerdo y se acercaron.
−Este es José Guillermo. Un amigo mío. Ahora puede ser ami-
go suyo si quiere curita. ¿Usté quiere, nocierto?
Mateo se preguntó porqué los había esperado. Movió la cabeza
apenas. El otro también. Hubo un silencio breve.
−¿A qué no sabe qué escuchaba acá el amigo recién?
Mateo pensó que su dominio sobre los demás provenía de su
capacidad de sorpresa.
−Estaba escuchando esa orquesta ¿cómo se llama? Los redon-
delitos con ricota.
Mateo corrigió:
−Redonditos de ricota.
−Es lo mismo. Bueno, ese que canta, ese pelado Pronda.
−Prodan.
−¿Ve qués lo mismo? Si lo seguro es qués pelado.
−Pero el cantante de los Redonditos de ricota se llama Luca
Prodan.
−Ahí se equivocó usté. Dijo Luca, no Lucas.
−Es que se llama Luca. Es inglés y sus padres son italianos.
−Bueno bueno nos aburre el biografismo, don curitas. La cues-
tión es que acá el amigo estaba oyendo esa orquesta y yo pensé:
¿qué cosa el rock nacional no?
Mateo no sabía qué esperar de ese sujeto imposible de desci-
frar. Dijo:
−¿Y?
−¡Eh! curitas usté es el inteligente. Usté dice… o debe decir
cosas sesudas. Yo no. Yo tiro con mi rifle.
El otro tenía aspecto de espectador de tenis. Miraba para un
lado y para el otro. Mateo pensó que aquello era una especie de
desafío. Suspiró y dijo:
−El rock nacional estuvo siempre influido por el rock en inglés.
De hecho, ese grupo que dice ha grabado temas en inglés. Claro
que ahora, cantar en inglés, implica estar dentro de lo masivo. Y
los Redondos, en particular, son una banda que ha hecho de todo.
Mil cosas raras han hecho. Claro que ahora, desde hace como diez
años que no sacan nada nuevo, y casi no se sabe nada de ellos.

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José Guillermo se movió, los miró y dijo:
−¿Nada?
−Nada. Ahora se dice que Luca ha muerto. Se dice que anda
por Jujuy de novio con una coya. Se dice que se tiró por las cata-
ratas y sobrevivió. Una vez un tipo me dijo que lo conoció en el
barrio de Abasto y que Luca le dijo que se había hecho adicto a
una pomada. Me dijo la marca y todo, algo de Juvik o Lubik. Algo
así. Se dice mucho y no se sabe nada. La última vez que se lo vio
fue en el diciembre del 2006. En el último recital.
−Ahí está. A mí eso me parece el rock nacional. Se dice mucho y
no se sabe nada. Eso es. Es mucha palabra de gusto− dijo el rubio.
José Guillermo dijo:
−Qué se yo. A mí esa música no me gusta. Sólo unas cancio-
nes. Una se llama “Solita, dejala solita”, y también “Brilla tu luz
para mí” y el otro “Roxanna Porchelana”. Esas me encantan.
Mateo pareció entusiasmarse:
−Ah sí. Esos los escribió el Indio Solari cuando estaban juntos.
Él hizo muchos temas de los dos primeros discos. Esos que decís
son viejos.
El rubio movió el rifle como haciendo una señal.
−Ponelos a ver cuáles son. Yo no me los acuerdo bien.
José Guillermo fue hasta el auto y comenzaron a sonar las
canciones. Los escucharon en silencio. Mateo casi no los oía. Inte-
rrumpió tirándole a la cara la pregunta:
−Y ¿qué es lo que te gusta?
José Guillermo casi ni pensó:
−Y más romántico… no sé, como Daniel Lezica o Grupo Som-
bras y Los Mirlos. Por ejemplo ese tema “Tu piel radiante”. Algo
así me gusta.
−Pura basura. Una mierda más olorosa que la otra − dijo el
rubio cortándolo.
Silencio. Quietud. Mateo trató de no realizar ningún gesto.
Aquella música que José Guillermo nombraba también le parecía
horrible, coincidía con el rubio. Pensó: “como no dije nada de sus
inmundicias me parece que se va”. José Guillermo bajó su cabe-
za, parecía que estaba por llorar. Le murmuró algo al rubio que
estaba como helado y no lo miraba. Mateo no escuchó el susurro.
Se acercó al coche, subió, cerró la puerta del Corsa, arrancó y se
fue lentamente.

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Mientras lo veían irse, Mateo le preguntó si eran muy amigos.
En ese momento, el rubio parecía débil aunque seguía sostenien-
do su mirada endurecida.
−Es un vago infeliz. Cree en el amor y se enamora de todas…
Igual es mi amigo.
Algo debió haber cruzado por su cabeza porque sus ojos brilla-
ron de malicia nuevamente.
−Y nosotros somos amigos curita, también. ¿Nocierto? Y como
amigo, le digo, o mejor le aconsejo, que debe acordarse que con
las chicas de acá no se meten los forasteros. Eso ¿lo sabía usted?
Bueno ahora lo sabe.
Mateo sonrió ante la amenaza, y le dijo:
−Uh, que era celoso con la hermana, el paisano.
El otro con media sonrisa respondió
−Acuérdese curita que cuando hermana no se tiene… ¿sabe
cómo sigue? Bueno, el que hermana no tiene, el culo entrega y
me entretiene− al final de la frase arrojó una carcajada sonora.
Al mismo tiempo comenzaron a caminar. Mateo creía notar
cierta ventaja espiritual sobre el rubio, aún con el esfuerzo que
notoriamente hacía para no exasperarse. Creía esto, porque el
otro continuaba esquivando los ojos cuando lo miraba directa-
mente. Hablaba y se escurría con la mirada, y Mateo, aunque
sentía mucha bronca, podía verlo de frente sin ningún problema.
Pensó: “acordarse de que de todas maneras, en estos momentos,
cuando uno recién llega a un lugar nuevo, siempre hay que ir al
frente, siempre hay que avanzar. Nunca reculés cuando sos nuevo.
Siempre al frente. Escapar para adelante”. Ahí notó que no sabía
cómo se llamaba y le preguntó su nombre.
−Marsilio, el hermoso.
Mateo, rápido, le contestó que no sería por el nombre que le
decían así. Luego hizo una sonrisa forzada. El otro rió más fuerte
que antes. Durante unos pasos mantuvo la risa y parecía gustoso.
−Había resultado gracioso el Mitío. Hacía un rato largo que
no me reía así. Sabés que andamos precisando gente así como vos
chiquito: curas payasos o payasitos curas. Sí, sí.− dijo y se rió
fuerte nuevamente.
El ruido que hacía con su boca no era risa propiamente dicha,
eran golpes. Apuntó, aguantó la respiración y tiró otro tiro. Al
gatillar resopló. El perro salió veloz hacia el lugar del disparo.

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Mateo no podía entender cuál era la seña que le hacía al perro
para que este saliera en el momento indicado. Los había observa-
do en detalle y parecía no haber señal alguna. Sonreía y tiraba.
A Mateo le asqueaba que el otro siguiera matando pájaros en
la noche que ya los rodeaba. Seguía matando aunque casi no se
viera nada. Le parecía que lo peor de todo era que bajara esos
pájaros que le cantan a la partida del sol. Estaba seguro que eran
esos los que estaba cazando. Su irritación ya no tenía límites.
Esa crueldad, todo ese desprecio por la vida eran demasiado para
él. Además, esa sensación de bronca lo dejaba sin reacción. Ha-
cía tiempo que no estaba tan enojado con alguien que ni conocía.
Quizás por eso era que no sabía cómo reaccionar. Oyeron que
el perro seguía corriendo como si la presa estuviera moviéndo-
se. Hubo un lamento. Un leve llanto. Marsilio chistó con su boca
fruncida y el perro negro emergió lentamente. Tenía tres tajos
amplios que le cruzaban las costillas. Jadeaba con ruido. Inflaba
y desinflaba. La lengua roja. El pelo oscurecido por tres líneas de
sangre. Marsilio miró la oscuridad con furia y pareció quedarse
escuchándola. Mateo pensó que si el otro hubiera estado solo se
habría peleado con las sombras. El perro gemía mientras Mar-
silio le apretaba la herida con un pañuelo que se enrojeció. Se
acercó a la banquina y arrancó unos yuyos. Se los llevó a la boca y
los masticó unos minutos. Puso su cara cerca del perro y escupió
sobre la herida. Apretó nuevamente mientras seguía con su cara
muy cerca del animal. Le hablaba. Mateo no pudo oír todo lo que
le decía. Oyó que el otro decía:
−Pasá esta amigo. Te necesito. Eso de ahí no es nada.
Mateo sonrió porque lo veía débil, le dijo:
−Lo vas a matar.
El otro desde abajo lo apuntó con una mirada fría:
−Usted no sabe nada todavía, señorito.
Mateo sonrió y dijo:
−Yo conozco un perro invisible que se llama Angueto, capaz
que él te lo agarró al gordo.
Era cruel pero había algo que le decía que eso que le sucedía
al otro era justo. Marsilio respondió con su sonrisa podrida, los
ojos húmedos:
−Ah, mira los dibujitos todavía el nene. Capaz que la mamá le
baña el pito sin pelo todavía.

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Seguía arrodillado, el rifle en el suelo, el perro jadeando
de costado.
Mateo ya no pudo aguantarlos más y repentinamente dijo que
se tenía que ir, que había olvidado algo, dio media vuelta y salió
caminando para la iglesia. Marsilio estaba de pie.
−Vaya atienda lo suyo. Nos vemos en otro momento. En otro
momento nos tomamos unas copas, un Fernet o algo. Usted si
gusta puede traer su cáliz y rebajar el vino con agüita bendita −
gritó y rió con la misma fuerza. La noche se los tragó.

Ese muchacho lo había dejado hondamente apesadumbrado:


su cinismo, sus gestos despectivos le habían arrancado un hu-
mor rabioso de las entrañas que le daba un sabor amargo a las
papilas de su lengua. Tragó a duras penas, y resolvió que debía
ser más amistoso, en ese momento pensó que había sido él quien,
con su particular forma de relacionarse con las personas, había
desencadenado la forma de ser de ese muchacho. Incluso se ha-
bía aprovechado del dolor del otro. Eso no estaba bien. Echarse
la culpa le daba cierta sensación de orden. De esta forma pudo
tranquilizarse un poco, y quitar cierta cantidad de sentimiento
negativo que le había invadido un rato antes. Sólo un poco, ya
que mientras caminaba, estaba seguro que este muchacho a la
distancia le apuntaba con su rifle en el centro de la espalda.

Frases que dijo Melchor y que Mateo no recordó en ese momento:


¿Usté vio el cielo en el medio del campo a la noche? ¿Lo miró
bien? ¿Estaba solo? Yo sí. Hace unos años yo estaba de puestero.
Era maestro yo ahí. Era el puesto y la escuela. Todo junto. Yo
medio que me había peleado o había tenido unos problemitas
acá ¿vio? Y me fui a trabajar a ese rancho pelado. Yo solo y el
campo. Por más que venían los alunnos yo seguía solo. No sé
si me esplico. Les dictaba. Les hacía el matecocido con leche
que ordeñaba más temprano. Pan. Otro dictado del manual y se
iban. Enseguida se me venía la noche encima. Ahí veía que ese
cielo es igual al techo de chapa de un rancho. Y yo me pregunta-
ba si no era una plancha de fierro aujereada ese coso negro. Me
preguntaba si más arriba no había uno haciendo que se filtrara
la luz por esos aujeritos. Me imaginaba a la tierra donde yo
estaba como un ovillo adentro de una pelota. Y arriba los agu-

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jeritos de la chapa que tapaba todo. Arriba la luz. Para mí era
como vivir adentro de un huevo.
Frases que Mateo le respondió a Melchor y que en ese momen-
to no recordó:
Yo antes creía en dios ahora medio que no. Ando medio des-
engañado. Y eso que todos los días duermo en suelo santo. Antes.
Antes sí creía. Ahora no.
Frase que Mateo recordaba como si retumbara en la noche an-
terior como si la noche anterior fuera un espacio inmenso y vacío.
No es cuestión de creer. Es cuestión de hacer.

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Boliche

Don Martino, el cantinero, me trajo la bebida sin siquiera


mirarme.
Un hombre se movía cerca de la barra y se me acercó. Era
Melchor Ramírez. Me sonrió. La noche anterior habíamos gana-
do unos partidos de truco. Les habíamos sacado como ciento cin-
cuenta pesos a Pietro y a otro tipo. Le decían Bramajo. Pensaba si
no era por eso que me había pegado y que el viejo estaba enojado.
No, no podía ser porque a Pietro nunca le interesó la guita. Mel-
chor mientras se acercaba me dijo:
−Un día de estos avisame que atendemos otros pichones.
Lo dijo fuerte para que todos lo escucharan. Era un hombre
robusto, espaldas anchas, brazos gruesos, cara amplia y afable.
Me pareció que podíamos ser amigos o conversar amigablemente.
Estaba seguro de eso. Yo sé que cuando dos hombres han ganado
al truco, entre ellos crece algo parecido a la complicidad que se
confunde con la amistad. Además, la convivencia, en los boliches
como ese, tiene una camaradería cruzada por la escucha atenta,
o el bolazo liso y llano, que le dan un toque particular, distinti-
vo. Ese toque tiene que ver con una amistad, que se parece a la
complicidad, una relación amistosa que hasta hacía dos días no
existía. De todas maneras, en estos lugares, muchas veces ese
sentimiento no surge. Aunque siempre hay algo inexplicable que
da rienda a cierta jocosidad, a cierto acercamiento bonachón en-
tre los habitué de bares. Le dije:
−Hoy tengo más ganas de charlar que de cualquier otra cosa,
¿sabe?
Él me miró con bondad. No borraba la sonrisa. Dijo:
−Sentémonos entonces compañero.
Nos sentamos tras el ventanal o la vidriera como le decían ahí.
Afuera, el viento seguía correteando con su cuerpo gordo y
transparente, castigaba las ramas que azotaban los cristales.
Dije señalando con el mentón:
−Ahora se viene la tormenta. ¿nocierto?
Él se tomó su trago a fondo blanco. Alargó su mandíbula y
golpeó con el culo del vaso la fórmica de la mesa. Miraba la pared

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de enfrente. Miraba un punto en uno de los estantes detrás de la
barra. Fijo ahí. Uno. Dos segundos. Hizo una mueca. Dijo:
−Y… capaz que sí.
Tomé un sorbito de mi bebida. Ginebra caliente. Una fina pelícu-
la ardiente me bajó por el aparato digestivo. Calor repentino. Dije:
−En lo del cura no hay mucho laburo. ¿Sabe? es más bien algo
temporario vio. Usted no sabría qué se puede hacer por acá para ga-
narse unos manguitos. La verdad que acá me gusta. Es tranquilo.
El otro dudó un momento. Bebió y dijo:
−No sabría decirle, Mateo. Hay poco pique por acá últimamen-
te. Con toda la soja que se siembra. Por ahí inoculando. Ahí en lo
de Estévez, vayasé y pregunte mañana. Los gallegos miserables
esos deben tener algo. Si no, vealá a la Sarita. La chica esa que
se fue reciencito. Está en la comisería. Es la hija del comisario.
Antes que usted entrara se fue. Esa chica ayuda a su padre vio.
Ella hace todo pobrecita por ahí necesita ayuda. Quién le dice.
Pensé: “Ya fui a la comisaría y me dijeron que escribiera. Y me
dieron ese sobre insólito. Esas palabras rarísimas”. Dije:
−Le voy a hacer un tiro a eso que me dice. Por ahí tengo suer-
te. ¿Vio cómo es? la suerte digo.
Se levantó y caminó hasta la barra. Pidió nuevamente y vol-
vió. Se movía como en un sueño. Dijo:
−Mire, la suerte es de los que la buscan, pienso yo. Hay que
hacérsela. Yo no creo en cosas. Dioses digo. Cosas invisibles que
nos dominen o que escriban destinos. No. A mí no me vengan con
ese cuento.
Seguía moviendo la cabeza. Tenía muchas canas. Aunque pa-
recía un hombre joven aún. Fuerte. Pensé: “Este también es de
los buenos”. Dije:
−Sería bueno laburar acá. Es tranquilo.
Bebió y frunció los labios. Se echó para atrás con su corpa-
chón. Afuera se veían relámpagos. Se inclinó sobre la mesa. Me
miraba y mientras sonreía con malicia dijo llegando al susurro:
−No se crea, eh. Hay muchas cosas escondidas en un pueblo.
Acá no pasa nada a la vista. Acá todo es tranquilo, arriba de la
mesa. Pero ¿y abajo? No. En un pueblo se esconde mucho. Que
este es hijo de aquél. Que aquél lo cornea al amigo. Que ese le
robó plata a uno. Que no sé cuántas cosas más.

70
Acentuaba con bronca. Melchor sabía. Sabía por sabio y por
inteligente. Y hablaba como si eso que decía lo fuera a demos-
trar después. Tomó un trago largo. Yo hice silencio. Pensé: “Estos
pueblitos son los lugares del secreto”. Pensé: “Lugar de secretos y
cosas escondidas. Pero en todos los lugares donde están las perso-
nas hay secretos”. Dije:
−Y sí Melchor, es así. Igual en todos lados es así. El cora-
zón del hombre es secreto. El corazón del hombre es el secreto.
Una cosa hecha de palabras, pero palabras sin sonido. Una his-
toria disimulada y oculta por energías opresoras. Es decir, amigo
Melchor, puedo decir sin temor a equivocarme que el corazón del
hombre es el chisme.
Yo ya sentía la ginebra en la sangre. Te va hirviendo por den-
tro esa enormidad de alcohol. Melchor me miraba. Se sonreía.
Resultaba evidente que no manifestaba ningún síntoma de haber
bebido. Pensaba. Se había quedado fijo en el punto entre unos
estantes detrás de la barra. El brazo en ángulo. El vaso sin llegar
a beber flotaba. Comenzó a mover la cabeza afirmando. Arqueó
las cejas. Dijo:
−Este Mateo dice unas cosas.
Era como si le hablara a otro. Los demás en el boliche eran los
cuatro que jugaban al billar. Había dos mirones con ojos saltones
en silencio al lado de la mesa. Estaba el viejo pelado de la barra.
Aún se mantenía agarrado del vaso. Alpinista en un risco. Abajo
tenía el vacío de las piernas flojitas. Su mirada estaba muerta. Don
Martino acariciaba la barra por enésima vez con un trapo rejilla
gris. Cada tanto se tocaba la nariz. Melchor se hablaba a sí mismo.
−Este Mateo sale con cada cosa.
Me prendí un cigarrillo. Me sonreí atrás del humo. Hablando
con ese hombre me sentía bien. Pensé: “No me está tomando el
pelo. No se anima a pensar lo que le digo, es eso nada más”. Dije:
−Mire Melchor. Desde hoy estoy mirando a esos de allá jugan-
do al pool. Desde hoy. Los miro, aunque no los conozco. Pero sí los
conozco, por lo que le dije. El que va con lisas parece que está todo
bien, pero hace mucho rato que está en silencio. Va perdiendo por
lo que se ve de acá. El otro está agrandado. Hace chistes. Hasta
incluye a los mirones, que le dicen todo que sí. Eso él lo sabe.
Juega con displicencia y gana. El otro silencioso se esmera pero

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falla. Y para mí que están jugando por algo más que esa ficha o
por la birra. Mire lo que le digo. Alguna mujer, quizás. Capaz que
hay otra cosa. Eso no lo sé. Ellos los saben. Ahí hay un secreto.
Todas las historias tienen secretos que uno, que las ve de afuera,
las va llenando con lo que se imagina, eso creo que es el secreto
que guardan, o mejor dicho, que se les esconde a los hombres en
el corazón.
Otra vez asintió con la cabeza. Varias veces miró y bebió alter-
nativamente. Dijo:
−Algo de eso hay, Mateo. Cuando quiere es inteligente usted,
¿eh? Salió observador el gauchito.
En un momento parecía que me hablaba como el viejo, el comisa-
rio Shalom. Algo en su manera de mirarme se parecía mucho. Dijo:
−Vaya a lo de Shalom que es un buen hombre aunque está
muy enfermo, pobre. Bueno los dos con su hija y la viejita Sara.
Pobres. ¿Vio que está la ley esa que sacaron de que los civiles
pueden ser ayudantes de la policía?
Me sorprendió el hecho que volviera sobre ese tema. Siguió:
−Es que estuvieron faltando cosas por acá.
Sorpresa de nuevo. Sorpresa aumentada:
−¿Qué? ¿Afanaron? ¿Acá?
Ahora sí susurraba:
−Faltan de acá del boliche. Don Martino no sabe si controló
mal o se las robaron.
Miré y el cantinero no estaba, y cuando fui a pedir otra gine-
bra, él y su hija salieron detrás de la cortina de esa puerta que
nunca se sabía si estaba cerrada o abierta. Ahí sospeché que esos
escuchaban las conversaciones. Les vi en la cara cierto brillo en
la mirada, una certeza, como si entendieran todo lo que sucedía.
Sospeché que esa seguridad provenía de escuchar, de acechar lo
que decía la gente del boliche. Ojos esquivadores. Orejas que se
mueven alimentándose de cuchicheos ajenos.
Me extrañó lo que decía Melchor. Me parecía insólito que allí
se robara. Tenía muy pegado esa frase imbécil de la ciudad: es
tan tranquilo el campo. Incluso la había repetido hacía un mo-
mento como un idiota. Están los que dicen: ¡Ay! el campo, ¡qué
tranquilidad! Y yo lo repetía, y eso que siempre me irritaron las
absolutizaciones. Pensé: “El ideal nos gana por afano. ¿Y la pers-
pectiva? la tiramos al tacho”. Volví a la mesa con mi vaso de gi-

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nebra lleno. Al volver vi que Sarita la hija del comisario estaba
otra vez hablando con el cantinero. El tipo seguía limpiando el
mostrador con parsimonia mientras le respondía. La miraba fijo
sin pestañear. Cualquiera de esos borrachitos podría haber dicho
que estaba tranquilo, pero no era así. Había cierta tensión en
esos ojos desmesuradamente abiertos. Algo así como una hipno-
sis o algo con cierta aparatosidad. Teatro. Eso me parecía. Se me
ocurrió que el viejito estaba actuando frente a la chica. Desde el
lugar donde estaba no escuchaba nada y, sin embargo, sabía que
todo lo que ese hombre decía era mentira. Estaba mintiendo. Miré
a mi costado y vi que Melchor me miraba mirar, mientras daba
pequeños sorbitos a su bebida. Supuse que no había notado nada,
pero estaba muy equivocado. Melchor no había perdido ninguno
de mis gestos. Sentí la extraña sensación del que se siente obser-
vado. Melchor me hizo una mueca. Yo entendí que me indicaba
que podía hablar con ella. Supuse que lo mejor era encontrarla
afuera, en la puerta, cuando saliera. Me levanté. Sentí vergüenza
y no supe porqué. Pensé: “Soy un boludo”. Pensé: “El no, ya lo
tenés, ¿qué perdés con probar?”. Creí notar una sonrisa en la cara
de Melchor, pero lo observé bien y me convencí que eran inventos
míos, y sobre todo, de mi inseguridad atribuirle una burla a otro.
La vereda del boliche era de cemento. Una línea de brea la cor-
taba cada dos metros. La puerta estaba en la ochava por lo tanto
el abanico de cemento de la vereda era el mayor fragmento. Allí
había una luz muy potente que concentraba la mayor cantidad de
bichos y sapos. Insectos y batracios formaban un conjunto que se
movía con un ritmo particular y desparejo. Bebí lo último de mi
vaso y miré por el vidrio de la puerta. La chica seguía hablando.
El otro era una careta de carne.
Había una gran cantidad de cascarudos caídos sobre su lomo.
Conformaban la imagen de la desazón. Seguían moviendo las
patas de forma patética e inútil. Había varios sapos que se apro-
vechaban de estos… y chas… lengüetazo rojo que los envolvía y
adentro. Pensé: “Se alimentan de la desesperación. No. No. Se los
comen porque pudiendo volar, los cascarudos giles, caen en el ridí-
culo. Se los comen por ridículos. Los sapos son como justicieros de
la sensata redención. Una forma más merecedora de morir siendo
insecto, es entrar en el aparato digestivo saperil luego de haber sido
atrapado al vuelo. Eso sí es morir como un bicho digno”.

73
La puerta chilló y salió Sarita. Me vio y dijo:
−Hola, como le va.
−Hola, quería hablar con usted.
−Bueno, yo encantada, pero va a tener que ser mañana o pasa-
do, porque lo que es ahora no puedo quedarme ni un minuto más.
−Mire, es un segundo.
−De verdad, disculpemé, pero mis padres están solos en este
momento, les tengo que hacer la cena y ya es tarde.
Hizo una cara como diciendo es tarde para vos también pibito.
No me gustó. Me dio bronca. Dije:
−Bueno, mañana paso.
Se quedó un segundo mirándome. Durante un segundo me
apuntó con su mirada a los ojos. Pensé: “Parece que recién me re-
gistra”. Tenía el pelo sujetado por una vincha amarilla en un tono
bien claro, cruzada con líneas brillantes. Una musculosa color
crema con un pequeño logo de John Foos en el centro. Pensé: “Re-
cién bañada”. Ahí se me pasó la bronca. Le vi los breteles blan-
cos. Algodón. Pensé: “Suave algodón blanco y limpio”. Salió de la
breve pausa con una mueca extrañada. Pensé: “¿Triste? ¿Por qué
está triste la princesa?”. Ella dijo:
−Está bien.
Movió la cabeza asintiendo y se fue muy rápido al jeep. Ahí
noté que llevaba unos pantaloncitos de jogging como los que usan
algunas chicas para dormir. Iván tenía una frase para esas pren-
das que la decía babeándose: “Es como si no llevaran nada con
esos cositos. Te facilitan la pala ahí abajo. Y si querés bajar a
comer, los corrés un toquecito, y aleluya para la lengüita”.
Sonreí mientras sentía la erección y la veía arrancar.

74
Sarita

A la mañana siguiente Mateo fue a la comisaría. Era temprano,


muy cerca de las ocho. Antes de acostarse y poner la alarma en su
celular, había pensado mucho qué iba a decir y cómo se iba a pre-
sentar de nuevo en la comisaría. Qué iba a decir. Se había puesto
a pensar porque sabía el esfuerzo que le costaba hablar y, hablar
sin vergüenza, esa era su maldición eterna. Mientras lo intentaba,
iba sintiendo algo similar al horror. Y cuando debía pedir algo, era
como si se rajase el pecho para que el mundo viera por dentro su
fealdad, era desnudarse con el pene flácido y sin reacción ante una
multitud, sentía que, la acción de pedir, era como ser ridiculizado
por un dibujo de nuestra cara que no podemos ver. Hablar con las
personas, con cualquiera, siempre le costaba gran esfuerzo y, por
eso, se preparaba durante largos espacios de tiempo, mucho antes
de que sucediera el encuentro donde ocurriría la charla. Aunque
había algunos seres con los que no se preparaba: el cura, Diego.
Hubo un tiempo en que la Martita estuvo en ese grupo. Con el
resto planteaba previamente una disposición mental, espiritual,
lingüística que él consideraba acorde a la circunstancia.
Se acostó. Antes de dormirse imaginó la cara de Sarita. Desde
hacía mucho tiempo tenía ese ejercicio: pensar con insistencia la
cara de alguna mujer para luego soñarla. Se había ejercitado en el
antiguo arte de dominar los sueños, aunque lo hacía para desnu-
dar mujeres y, eventualmente, tener relaciones sexuales con ellas.
Despertó esa mañana cerca de las ocho. Había soñado. Mien-
tras se lavaba la cara tuvo la certeza de que había soñado algo
muy extraño que, luego, recordó mientras tomaba mates. Aunque
al principio se bamboleaba en la pereza matinal iba sintiéndose
bien y cierta forma de la alegría lo animaba. No recordaba cuándo
había encendido la radio. Le agradó la música con ese volumen tan
bajo. Una zamba salía del aparato y le daba a esa mañana un color
especial. Se notó que la había encendido muy bajo para que no se
despertara el viejo cura. Lo suponía fusilado por la borrachera de
la noche anterior. Fue a la pieza grande donde dormía. Entró la
cabeza, apenas. La cama estaba deshecha pero vacía. Ni rastros
de nadie. Estaba solo. Miró bien, intentando retener la imagen.
Las sábanas estaban retorcidas y en diagonal. Celeste arrugado

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sobre blanco amarillento. La almohada en el piso. No vio zapatos
ni la ropa de la noche. Pensó: “Este no vino a apoliyar”. Pensó: “¿Y
si se murió?”. Pensó: “¿Y la herencia?”. Luego se imaginó en una
sala de autopsias como testigo de la carneada en la que, el cuerpo
de Pietro, con el pecho abierto como un canal de carne, donde ya
no pasa nada, comenzaba a secarse. Salió en puntas de pie como si
aún durmiera su ocupante desaparecido.
Estaba nublado. Hacía un poco de frío. Se vistió con una remera,
un jean negro que usaba para los bailes y las zapatillas más limpias,
unas Adidas negras y azules. La remera era verde oscuro con un
escudito de Palmeiras. Regalo de cumpleaños de su amigo Iván que
había estado en San Pablo por unos negocios. Mateo pensaba que
esa remera le daba suerte. La había usado algunas otras veces don-
de necesitó buena fortuna, y consideraba que parte de esto, provenía
de ese objeto. Pensó: “Si se fue a la mierda que se muera. ¡Por mí!”.
La zambita había terminado y sin transición la radio continuó
con una chacarera. Apenas sabía que aquello era folclore nacio-
nal argentino, y que aquél tema era una chacarera. El intérprete
ni lo sospechaba. Conocía a los grandes de este tipo de música
pero nada más. Mientras la música seguía, con suma prolijidad,
untaba una galletita Criollitas con queso Medicrim. Pensó: “Ya
fue”. Chupó la bombilla que hizo ruido.
Recordó el sueño. Estaba conduciendo un auto. Era de noche.
Estaba solo y manejaba en la noche. Hacía frío. Estaba apurado.
Urgente era ese viaje. Le habían dicho que su madre necesitaba
sangre. Necesitaba una transfusión. Sonaba su teléfono. Pero no
lo encontraba. En la guantera había un sobre. Lo sabía aunque no
la abría. Lo sabía sin abrir la guantera. Temía abrirla. Adentro de
la guantera debajo del sobre había un revólver. En el sobre una
bala de plata. Sonaba el celular. Era su madre. Estaba en una
fiesta. Pensó que lo había engañado, que no estaba enferma. Se
oía música. Gente que gritaba. Risas. Primero se oía Jambao. Te
arrepentirás yo lo sé/ tú me buscarás/ al mirar la verdad/ que
no existe otro amor/ similar al que te pude dar. Eso decía la letra.
El estribillo. Se repetía. Ahí su madre le hablaba: “Estamos acá
Mateo. Vos no te preocupes. No te preocupes” decía ella. “¿Por qué
estás ahí?” decía él. Al lado de ella estaba el cantante de Jambao.
Ese era su hijo. “Es que es más lindo, es mejor que vos Mateo. Él
no se fue como vos. Nos queremos nosotros. Es mi hijo” decía ella.

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Mateo había bajado del auto en algún momento. Estaba de pie
delante de los faros del coche. Tenía frío. Alrededor nada. Todo
negro. No era de noche. En medio de todo lo invadía, le ocurría un
pensamiento muy claro. Pensaba que eso era la nada. Pensaba que
así era la nada. Ahí sintió que se caía de cabeza. Caía. Angustia.
Se aferró a un pensamiento que brotaba y le decía que eso no era
la nada, que eso no podía ser la nada. Desesperación por agarrarse
con su cuerpo a ese pensamiento. Porque en la nada no hace frío.
En la nada no se piensa. Luego hizo fuerza. Hizo fuerza con al-
gún órgano desconocido de su cerebro. Hizo fuerza y abrió los ojos.
Tranquilidad. El sol estaba cayendo. Era la tarde. Había que ir a
un baile. El sueño seguía. Luego había mucha gente. No había na-
die conocido. Las caras eran borrones. Aunque había mucha gente,
hacía frío. Primero se escuchaba cumbia santafesina, aunque no
distinguía canciones. Luego, nítido, La Nueva Luna. Pero te vas a
arrepentir, cuando veas que no es nada, su riqueza comparada, con
lo que a ti te di. Luego, sentía euforia. Inquietud. Estaba la Martita
sentada. Su pollera negra de cuero. La cortita. Se ponían a bailar
abrazados. Sentía sus pechos. El abrazo le daba muchísima tran-
quilidad. Deseaba abrazarla para siempre. Le apretaba la cintura.
La miraba y era rubia. Ya no era Martita. Era otra. Era Sarita.
Estaba triste. Él quería sonreír, quería sonreír y no podía. Los ojos
celestes y tristes era todo lo que veía. Ahí despertó.
Mientras tomaba mates y mientras duró el recuerdo del sueño
buscó explicarse algunas cosas. Descartó casi todo y ya no recordó
más aquél sueño.
Cruzó. La comisaría quedaba enfrente de la capilla. Era un
caserón viejo de altas paredes con revoque pintado a la cal teñida
de rosa. La puerta doble de madera pintada de verde estaba coro-
nada por un escudo argentino y un mástil sin bandera.
Golpeó. Esperó un momento. Lo atendió Sarita la hija del co-
misario. Al verlo le sonrió débilmente. Pensó: “¿No se acuerda
esta mina?”. Pensó: “Yo sueño con ella y ella me mira extrañada
como si no se acordara de mí”. Por su cara parecía que recién hu-
biese llegado al planeta tierra sin saber la forma de comunicarse
con los seres humanos.
−Soy Mateo Rafaeles ¿se acuerda? el monaguillo del cura nue-
vo. Vengo a ofrecerme para ayudarle porque no sé, me dijeron
que por ahí necesita alguien.

77
−Mire, no sé qué le habrán dicho, pero primero, acá la gente
es muy chusma y dice cualquier cosa de cualquiera. Y segundo,
usted ya vino, y habló con mi padre.
−Sí ya lo sé: Yo igual pensé, no es que pensara nada malo de
ustedes: no sé. Igual su papá no me llamó ni nada de vuelta: y
yo pensé…
−Mire, perdóneme que le hable así pero, es que esos que ha-
blan me tienen hasta acá.
−Sí entiendo. Entiendo.
−Papá por ahí no lo llamó porque no se sintió bien estos días.
Y yo la verdad ni sé que hablaron ustedes. Ni sabía que había
quedado en llamarlo. De verdad, si no me hubiera ocupado.
−No, por favor no es necesario. Ya sé que está muy ocupada.
−Sabe mucho usted, parece. O es que se deja llevar por lo
que dicen…
−No, es que bueno. Lo que pasó son cosas que se saben. ¿Vio?
−Sí, es cierto. Disculpe, eso de que ando muy ocupada es cierto.
Pero acá se hacen las cosas así. Se hacen, y eso es lo importante.
−Sí, sí claro.
−Además mi papá tiene dos hombres a su cargo. Acá está el
oficial Mendito que es él, el que le ayuda más. Gente tenemos.
−Está bien, sí, yo me proponía, pero no como para que me die-
ra un arma, ni una placa para ser el sheriff del pueblo.
Sonrisa.
−De verdad no me veo combatiendo el delito.
Sonrisa.
Mateo pensó: “¡Bien! Ahora sí”.
Suspiro.
−Bueno, está bien. Si. Tiene razón. Espere que lo hablo. ¿Si?
¿Me espera?
Sarita giró rápidamente y se fue. Cerró la puerta. Mateo miró
enfrente. La cruz de hierro negro sobre un arquito. Abajo una
campanita. En un brazo de la cruz un cuervo. Sarita volvió con
paso apurado. “Qué rápido” piensa Mateo.
−Bueno está bien. Mire yo ando necesitando un poco de ayuda
acá en la casa. Si usted quiere puede empezara ahora. Necesita-
ría que corte el pasto del patio. Pase por acá.
En ese momento conocía otra parte de la comisaría. Una sala
a oscuras. Un archivero de metal. Un pasillo breve. Los calabo-

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zos. Dos cajas con puertas de rejas. Sin baño. Sin ventanas. Va-
cías. Una puerta. El bañito de los presos pensó. Otra puerta. El
patio. A Mateo el cielo le pareció más gris. Hacia uno de los lados
del patio había una entrada por donde se iba a la cocina donde
Mateo había sido atendido por el comisario. Luego estaban los
dormitorios y el resto de la casa del comisario.
−Si lo ve a Mendito. El oficial Mendito. Digalé que le dije yo a us-
ted que haga esto. No le diga de mi papá ni nada de lo que me contó.
−Bueno. A qué hora viene…
−No. Está durmiendo en un calabozo.
−Ah ¿cómo?
−No. No está preso. No es nada.
−Está bien. Está bien.
−Bueno. Es que tuvo inconvenientes en su hogar. No es nada.
Es algo momentáneo. Nada más. Esto es parte de los gajes de la
familia policial.
−La fuerza he escuchado que le dicen.
−Sí, la fuerza…
−En Star Wars se menciona la Fuerza también.
−¿Qué?
−La guerra de las galaxias. La película. Bueno, son seis
películas.
−No la conozco. ¿Cómo le dijo? ¿Cómo se llama?
−La guerra de las galaxias. Star Wars. Es reconocida.
−No. Es que acá no hay cine ¿vio?
−Ah, está bien. Perdón. Perdón, no me río de vos. Me resulta
extraño que alguien no conozca esa peli. Además, es que a mí me
gusta mucho esa película.
−¿Esa? ¿Qué no eran seis películas?
−Bueno. Sí. Pero para mí son una sola.
Sarita quedó con su cara detenida mirándolo. “Qué pensará.
Qué imágenes construirá esa cabecita” pensó Mateo.
−Si la consigo te la presto. No sé, si te interesa.
Sonrisa.
−Bueno. Bueno sí. Estaría lindo. Sí.
Sonrisa.
−Para mí te va a gustar.
Sonrisa. Silencio.
−Bueno ahí está la máquina.

79
−Uf, gracias.
−Es pesadísima, pero bueno. Yo tengo que salir ahora.
−Está bien voy a cambiarme.
La máquina, era una aberración de fierros que hacía un estruen-
do infernal, y que Mateo tuvo que manipular con fuerza titánica.
Ella entró en su casa. Mateo salió y cruzó a la capilla a cam-
biarse la ropa por algo de ropa más acorde al trabajo. Revolvió la
mochila y sacó la remera azul gastada. Se sacó los pantalones y
se puso el short negro. Cruzó.
Mateo comenzó su tarea. Había transcurrido un rato cuando un
hombre se paró a mirarlo desde el borde de las lajas. Mateo siguió
cortando el pasto sumergido en ese ruido de locos masacrando latas.
El hombre dijo:
−¿Qué hace señor?
Mateo suspiró, lo miró y no le contestó. Lo miraba y le sonreía.
“Es una cara rara. Este es Mendito, el policía de la cara rara. Y
está asustado. Y está enojado porque está asustado. Además no
sabe quién soy. No sabe quién me dio permiso para cortar el pasto.
Sabe que él no manda. Y eso a estos miliquitos los hace impoten-
tes. Y cuando son impotentes sabemos qué hacen. Te acribillan”
pensaba mientras el otro le hablaba. El inservible había dicho
Melchor. Lo saludó con la mano y apagó la máquina.
−Buenos días señor ¿qué hace?
−Acá me ve.
“Jugando” pensó.
−¿Quién le dio la orden?
“Ah, pero es una risa este tipo” pensó Mateo.
El hombre estaba en cueros. Tenía unos pelitos sueltos en el pecho.
Estaba despeinado. Su pantalón, el del uniforme, estaba perfectamen-
te planchado. Un filo de tela muy agudo le recorría toda la pierna.
−La orden me la dio la señora Sarita.
−Ah, está bien entonces. Todo en orden. Proceda.
Inmediatamente se dio media vuelta y se alejó. Su voz no ha-
bía tenido cambios durante la breve conversación. “Parece a cuer-
da” pensó Mateo. Mientras lo veía irse, Mendito se dio vuelta.
Se cuadró con tal violencia que los brazos hicieron un ruido seco.
Con el mismo ímpetu hizo la venia. “Como si yo fuera el cadáver
fresco de San Martín” pensó Mateo. Ahí en ese momento oyó que
se ponía en marcha el jeep y que Sarita se iba.

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otra vez en el boliche

Llegó más gente. Había un partido esa noche. Y ahí, en el gran


televisor de plasma del boliche era el único lugar dónde se podía
ver. Se oyó la voz de alguien que dijo que jugaba boquita por la
libertadores. A Mateo se le cruzó un pensamiento insultante de
hacia los hinchas de ese club de fútbol
“Bosteros soretes”
Al rato después, Pietro apareció. Mateo pensó que desde hacía
unas cuantas horas que el cura no había manifestado adónde ha-
bía estado y ahora se aparecía así,
“como de la nada”.
Entró muy amigo de quien había sido su compañero de truco,
la noche anterior. Bramajo se llamaba ese hombre. Un ser algo
siniestro y algo burlón. Algo flaco y con la mirada oscura. Un pa-
yaso vestido de negro
“El velorio de un payaso. El payaso asesino, como el tema de
los redondos”.
Bramajo tenía algo bufón y algo maligno en cada gesto. Usaba
barba negra y desprolija. Vestía unos trajes arratonados. Mateo
pensó que parecía un ser desprolijo, sucio, que además, parecía
que ocultara un arma. Un arma cargada. El cura surgía después
de dos días de haber desaparecido,
“ocultado”.
Al rato entró Melchor y enseguida se puso a charlar con Ma-
teo. Hizo un gran esfuerzo para mantenerse en la charla, pero el
núcleo de lo que hablaban, casi no le importaba. Pidió un Gan-
cia con limón y mucho hielo. Melchor comenzó a beber vino tinto
mientras se obstinaba en hablarle de la soja, del clima, de la can-
tidad de lluvia necesaria para que haya un buen rinde por hectá-
rea. Jugaron al billar. Ahí Melchor le desarrolló una complejísi-
ma teoría sobre los efectos y las carambolas. Hablaba y hablaba
sobre el control que hay que tener sobre lo que va a venir luego.
En un momento llegó a decir:
−El billarista es como un Nostradamus obligatorio.
Mateo impávido, pidió un Fernet con Coca, mientras, se li-
mitaba a sonreír. Ocultaba un gran fastidio. Por un lado estaba
el hecho de que, el otro no detuviera su cháchara, y fuera de un

81
tema otro sin parar ni ver, que a él, no le interesaba nada de lo
que decía. Por otro lado, había algo íntimo en eso que decía Mel-
chor, que le molestaba muchísimo. Tenía la sensación de que lo
estaba criticando. Se perdió largos pasajes del discurso y aún así
le parecía que el tono era de reproche. Comenzó a beber vino tinto
con naranja
“todo tan lejos”.
Las palabras de Melchor se le volvían inocuas. No le llegaban.
Desde muy chico, Mateo había desarrollado una capacidad: la de
no entender las palabras a discreción. Hacía esto desde muy pe-
queño. Empezó en los primeros grados en una clase de matemáti-
cas. No se acordaba bien. Era tercer grado, eso era lo más seguro
quizás, ya que la clase consistía en aprender las tablas de multi-
plicar. Su maestra explicaba y explicaba, mientras él, en un mo-
mento, comenzó a no entender lo que decía esa mujer. Además, se
dio cuenta que eso estaba sucediendo porque lo deseaba. Era como
si siempre lo hubiera hecho. Los sonidos eran ruidos sin sentido.
Separados, sueltos. Eso era lo que más lo asombraba, la distancia
que había entre los sonidos cuando uno no los puede entender
“un sonido deforme nacido de una estación de radio onda corta
de la antártida”.
Algunos gritaron un gol. Mateo quiso saber quién iba ganan-
do. Melchor mencionó que habían anotado los brasileros, e in-
mediatamente, comenzó a disertar sobre virtudes y defectos, uso
y abuso de los laterales en el fútbol brasilero, desde mil nueve
setenta hasta acá. Luego dijo algo del mundial del setenta y ocho
que se hizo en la Argentina. Decía que de ese mundial ya nadie
se acordaba, y que ahí había cambiado nuestro fútbol. Se quejaba
que desde ese momento ya en el fútbol argentino no existe nada,
“un páramo”
porque como fue una derrota de local, fue más dolorosa. Dijo:
−De ese tipo de derrotas no se vuelve.
Melchor tenía muy claro que fue una derrota que posibilitó
que los militares se fueran del gobierno y adviniera la democra-
cia. Largó un monólogo que Mateo apenas escuchó:
−Porque estar tan cerca de la gloria y no poseerla es estar con-
denado para siempre. No sé, pero me parece que fue como haber
perdido una guerra. Se empezó ganando con gol de Kempes. Todo
bien. Todo controlado. Segundo tiempo, centro y empatan, y al fi-

82
nal pelotazo de treinta metros y el delantero de ellos se la cruza a
Fillol. Listo, chau pinela. Cagamos fuego. La muerte. El final del
fútbol argentino. El derrotado eterno. El asco del mundo. Creo
eso, porque es lo que yo vi pibe. No sabés lo que era la gente. Yo
estuve. No se podían contar la cantidad enorme de caras tristes.
Me acuerdo patente de un viejo que lloraba arrodillado. Gritaba
algo de Evita. Decía algo así como que la Evita se me murió de
nuevo. Otros cantaban la marcha peronista. Vi unos patrulleros
incendiados. Hubo palos y gases. Yo estaba ahí con la angustia
más grande de mi vida. Me había olvidado del miedo a la ciudad
y que esa era la primera vez que estaba en Buenos Aires. Salí a la
desbandada porque se vino la infantería. Corrí mucho. Al final, ni
sabía dónde estaba, de milagro, no sé, por un colectivo que paró
me volví al hotelito cerca de Plaza Miserere, me tiré en la cama
como muerto, en un momento en el que de lejos se oía, o yo creía
que oía, que seguían las explosiones y la represión, ahí, se largó a
llover como si pasara un helicóptero. Me acuerdo las chapas como
ametralladas, mientras yo lloraba, y estaba seguro que no eran
los gases lacrimógenos.
Mateo pidió caña quemada Mariposa. No le prestaba aten-
ción. Pensó que esa era la noche del papel desconocido, y que fi-
nalmente, lo leería. Lo tenía en su campera de jean en un bolsillo
interior. Al principio de la noche, cada tanto se tocaba el bolsillo.
El sobre lacrado estaba en su bolsillo. Él deseaba leerlo al fin.
Esa noche el papel dejaría de ser desconocido. Algo se cumpliría.
Algo dejaría de ser. Pidió vodka.
Sabía que lo peor era la mezcla. Mezclar esas sustancias aden-
tro y hacer que generen ese algo indomable. Batir todo ese líquido
nuevo y único hecho de los alcoholes y sus fluidos. Eso era la mez-
cla. En un momento, Melchor dijo que lo peor era la mezcla. Ma-
teo se acordó de esa tarde en la que había limpiado el fondo de la
comisaría. Sarita le había dicho que en ese lugar, había muchos
fierros tirados. Le pidió que sacara algunos de los que sirvieran
para hacer un galpón, que estaban juntando para Melchor. Ella
no lo miraba y otra vez parecía triste. Otra vez tenía la mirada
como anestesiada. Fría o peor tibia. Enfriándose. Él, se acordó
de esa mezcla, ahí mientras Melchor hablaba. Caños de alumi-
nio, radiadores, parrillas, agujas, disco de arado, el marco de un
portarretratos, rastrillo sin palo, y plantas que surgían desde los

83
intersticios. La cabeza de una muñeca, una lata, tuercas, palos,
chapas. Una imagen rojo oxidada con caras y nubes coloradas
se le cruzó cuando imaginó su estómago. Ahí residía una mezcla
profunda de un color desconocido.
El partido se estaba terminando. Melchor y Mateo estaban
mirando de pie con la ventana detrás. Faltaban diez minutos.
Todo indicaba que se definiría por penales. Los que estaban a
favor del cuadro argentino se resignaban. Los que simpatizaban
por el contrario veían cercana la victoria. La voz de alguien re-
zongó que así de puta era la libertadores. Mateo comenzó a ba-
lancearse de forma involuntaria.
Los penales estaban por empezar y el grupo de hombres se
reconfiguró delante del televisor. Mateo miró algunas caras y
quiso distinguir por cuál de los dos equipos hinchaba cada rostro.
Evaluando cada semblante quiso saber quién quería que ganara.
Trató de realizar una evaluación, mas no pudo. Una náusea lo
invadió. Una arcada le subió por el aparato digestivo, por el pe-
cho. Era la mezcla que ahora deseaba salir e invadirlo todo. La
mezcla. Lo insólito. Lo inesperado. Lo desconocido
“lo que viene”.
El tiempo comenzó a detenerse de a ratos. El tiempo incluía
el sonido, el clima, el espacio y parte de los pensamientos. Pa-
raba unos segundos, o minutos podían ser, y luego seguía. Ahí
Mateo notaba la detención y entonces, el mareo se acentuaba.
En algunos de esos instantes detenidos, Melchor se acercó al
oído derecho de Mateo.
−Lo que vas a hacer es muy importante, para vos y para mucha
gente en el pueblo. Muchos queremos que te vaya bien, pero vas
a encontrar a muchos que quieren tu fracaso. Espero que hayas
prestado atención a todo lo que te dije. Es todo lo que sé. Yo te
quiero ayudar a que desarrolles todo tu poder. Muchos quieren que
te vaya mal y ese fracaso puede llegar a ser la perdición de todos.
Nada en la voz de aquél hombre indicaba que hubiera bebido
muchísimo. Su mirada, segura y reconcentrada, era la de una
persona íntegra y firme. Mateo sentía que estaba en una mezcla-
dora de cemento, solo y en cámara lenta. Ahora sí todo se mez-
claba. Ahora sí que estaba todo mal. Se preguntaba qué le decía
Melchor. Qué decía. Qué había dicho. Qué era lo importante de
ese montón de pavadas de las que había hablado.

84
“qué mierda dijo”.
Mateo tenía la sensación de que todos estaban locos en ese
pueblo. Todo estaba confuso, aunque una luz incandescente de ni-
tidez brillaba a lo lejos, aún no llegaba a distinguirse. Pensó que
la verdad podía ser un Scania de esos grosos a fondo de frente con
las luces altas prendidas a full. Se preguntó qué significado tenía
aquello de lo que hablaba su amigo. Qué era ese fracaso. De qué
se trataba fracasar o triunfar en estas circunstancias. Qué cir-
cunstancias. Todo se estaba yendo al carajo. Todo se derrumbaba
“un nacimiento al revés”.
La náusea volvía y se retorcía. Lo estrujaba. Sin decir nada, sin
mirar hacia atrás, sin siquiera saber si Melchor había dejado de
hablar, caminó hacia el baño. Lo único que sabía en ese momento,
durante esos pasos hacia el baño, era que vomitar le haría bien.
“Sacar todo”.
El tiempo saltaba la soga. La rayuela. El vuelo ingrávido del
astronauta. Una pelota. Un globo de cumpleaños. Eso era el tiem-
po. Antes, lo más tranquilo, tomando unos tragos en paz una no-
che de verano y, ahora, vomitando en el inodoro agarrado de la
pared del fondo de un baño roñoso. El vómito se derramó brusco
mientras se apoyaba sobre los azulejos
“los azulejos verdes. Yo me apoyo sobre azulejos verde claros.
Es casi una oración para la escuela primaria”.
Sonrió. Escupió saliva verde y escuchó unos pasos afuera que
se acercaron hasta colocarse al lado de la puerta de su baño.
“Te tenés que ir pibe vos. No queda otra. Eso que te dieron, esa
pavada, es una patraña. Andate”.
“Estoy en el baño. Estoy en el baño del boliche de Corbett”.
Escupió.
“Y vos quién sos. Y vos qué sabés de la vida. Dejate de hinchar.
Otra borrachera que me come las tripas. Otra. Ahora basta.
No tomo más. No tomo más te juro. Diosito ayudame con esta que
no tomo más”.
En ocasiones así, recurría al rezo y a la súplica, aunque, ver-
daderamente, hacía ya mucho que había dejado de creer. Varios
motivos se dieron en su vida para que se alejara de la fe. La expe-
riencia de vivir con Pietro. Todos esos largos años. Su madre y lo
que le sucedió. Ese primer amor. La esperanza y luego el desamor.
La Martita, como la llamaba en ese tiempo. Marta Milagros. Antes

85
de pequeño, hasta los quince años tenía una fe ciega. Incluso tuvo
ciertas experiencias que él siempre llamó
“confusiones despiertas”.
En ese momento en el baño, se le cruzaron unas imágenes de
esas experiencias.
“La mujer vestida de blanco y transparente”.
Una mujer de blanco se le había aparecido en una confusión
despierta. Y esa mujer le había hablado. Había sucedido en una
noche de fiebre. Había visto a una señora muy joven y muy tran-
quila que le hablaba en otro idioma. No sabía cuál, pero él estaba
seguro que era otro idioma. Estaba seguro que era el idioma de la
paz y de la belleza. Por eso, en momentos de sufrimiento rezaba.
Algo quedaba en él, de esa fe pasada, y por eso cuando sufría,
afloraban los rezos
“un canguro saltándome en la panza”.
Allí, en ese baño, estaba sufriendo. Y hablaba con Dios en el
momento en que este hombre se puso a decirle esas cosas desde
el otro lado de la puerta. Ahí notó que se bamboleaba. La imagen
ordenada que vemos del mundo de manera cotidiana se le movía
y tardó unos segundos, muchos, en notar que era él el movedizo.
Se le acercaban los azulejos. Se alejaban. Para sacarse el gusto
amargo de la bilis tomó un trago. Vodka con naranja. El gusto
ácido del cítrico en su boca. Sintió asco de nuevo y tuvo que lan-
zar lo que quedaba. Nada. Nada más que el vacío. Ahí empezó a
escuchar lo grillos metidos en la noche. Un auto que estacionaba.
Freno de mano y portazo. Después gritos en frente al televisor.
Tosió. Se sentó en el inodoro. Siguiendo la supuestamente infali-
ble técnica de Pietro para no vomitar más, respiró hondo
“Cabeza arriba. Recto. Mirada al techo. Respirá hondo. Una
vez. Espalda contra los azulejos verdes claro. Respirá otra vez.
Respirá hondo. Así no lanzás. No vomites más”.
Miró por debajo de la puerta y vió que los zapatones habían
desaparecido. Se sentó en el inodoro. Se calmó. Lentamente todo
volvía al reposar en un estado cercano a la normalidad.
Se durmió. Soñó. Había humo. El humo era denso, consisten-
te, gelatinoso. Algo amorfo que viajaba ahí arriba. Una nube o
una alfombra voladora. Placer de volar y viento en la cara. Fres-
cor. Pensaba que era como Aladino o como Gokú. No. No era como
ellos, porque ellos dominan su móvil. Dominan eso en lo que via-

86
jan. Él no. Pensó que no sabía hacia donde iba. Se preguntaba
adónde iba,
“hacia dónde garchas voy”.
La nube lo trasladaba dentro de un mundo nuboso. Una nube
en una nube en otras nubes. La nube se movía o parecía mover-
se aunque todo parecía hecho de esa materia. No había diferen-
cias entre eso que lo llevaba, y eso por donde se movía o parecía
moverse. Era él, quién se movía en ese ámbar transparente. Se
sintió como una fruta en un postre de gelatina, o un insecto de
otra época incrustado en una resina cristalizada. La desespera-
ción comenzó a aumentar y pensó que alguien lo tenía que salvar.
“Alguien. Ayuda”.
Y despertó.
Golpeaban la puerta. Un varón joven.
“¡Eh curita! ¿le cayó mal la comida?”.
Y la carcajada. La que había oído en la boca de ese muchacho
rubio por la tarde. El que cazaba pajaritos.
“Mi némesis”.
Abrió los ojos grandes y no quiso hablarle. Es mejor estar re-
puesto totalmente antes de responderle a ese cretino pensó.
“¡Eh señorito! acá en el pueblo, los que tomamos bebidas, so-
mos los hombres, no sé si sabe”.
Y la carcajada de nuevo. Golpes en la puerta. Ahí comenzó el
dolor en su cabeza que se hizo insoportable. Un taladro de fuego
en el cerebro. Unas gotas de lava del infierno.
Abrió la puerta y lo vió. Los vió. El muchacho estaba dupli-
cado y ampliado. Era su hermano el que reía. Era más gran-
de que él. Le gritaban con risas feroces. La pelea estaba por
suceder. Eso era clarísimo. Eso era lo más claro que le estaba
sucediendo en ese pueblo. Esos ojos que lo desafiaban acompa-
ñando las palabras.
“Cualquier cosita puede irse usted, si le duele la pancita ¿vio?”
Mientras, el que decía eso se acercó rapidísimo y le dio una
trompada en el estómago. El golpe fue rápido y Mateo lo vio en
cámara lenta,
“como cuando uno ve una película en su aparato de devede y la
pone cuadro por cuadro.”
Luego todo se puso rojo y doloroso.
“sin aire”.

87
Cayó de rodillas en medio del piso húmedo de meadas viejas,
y con las risas de esos tipos lloviéndole. Lo patearon varias ve-
ces. Luego lo palparon. Le sacaron la campera. Se fueron riendo
y hablando. Pasó un rato. Aunque no podía pensar demasiado,
notó que ya no vomitaría, y que por más que intentara hacer algo,
moverse o pensar, sólo el dolor de los golpes lo habitaba. Todo en
su cuerpo le dolía. Se quedó un rato largo con los ojos cerrados
concentrado en la respiración y pensando en una venganza. In-
tentando hacer algo similar a pensar una venganza. Esa acción
mental que realizaba golpeado, borracho y cansado, era lo más
parecido a un sueño dirigido. Se le aparecían como una serie de
imágenes o escenas que intentaban cumplir con su deseo de to-
mar revancha. Casi todas se disolvían antes de comenzar. Casi
todas se convertían en una masa deforme sin llegar a ser una
pequeña historia o escena. Lo único que movilizaba la creación
de esas imágenes eran frases inconclusas
“ya me las van a pagar estos mierdas
ya van a ver”.
Frases que intentaban organizar una venganza que nunca lle-
garía a suceder, pues el olvido lo alcanzaría primero
porque antes

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Estudio Preliminar del Sujeto

Su nombre completo es Mateo Dorhcke Rafaeles.


Es común que use el apellido de su madre. Hace un año, envió
un cuento a un concurso con el seudónimo, Mateo Kowalsky. Ése
era el apellido de su abuela paterna, Catalina Kowalsky. Ella
le dijo que eso quería decir herrero y que antiguamente ese ofi-
cio fue una tradición en su familia. Le contó que descendían de
cierto legendario herrero medieval. La abuela vino desde Polonia
cuando tenía 16 años en 1934, traía sólo una muda de ropa y una
bicicleta inglesa. La misma que utilizó su hijo, el padre de Mateo,
para ir a la fábrica de cosechadoras y silos donde trabajaba como
soldador. Se llamaba Gaspar Estanislao y murió en un accidente
cuando Mateo tenía cinco años. La abuela paterna murió en el
año 2008 a los 90 años.
Su abuelo paterno había venido de Checoslovaquia en octubre
del 1938. Se llamaba Stanislav Milon Sila Durko y tenía 21 años,
y en sus venas corría sangre magyar. Sangre eslava. El burócra-
ta que le tomó los datos en la puerta del Hotel de Inmigrantes
anotó: Estanislao Dorhcke, que fue lo primero que entendió o lo
primero que se le ocurrió. Por esto, Estanislao siempre bromeaba
con que allí había sido creado nuevamente. Le habían dado un
nombre nuevo y había nacido como un nuevo ser en esta tierra.
Decía que ese día había cambiado su humor, que el saberse con
un nombre nuevo le había otorgado un extraño don: el de ser
optimista aún cuando todo se derrumbara. Eso sumado a su es-
peso prontuario como militante anarcoindividualista y fervoroso
seguidor de Max Stirner. Siempre le repetía a sus hijos: “La idea
siempre debe tener su caldo para vivir, los nombres no son impor-
tantes. Ningún nombre es importante, sólo la idea”. En el año 44
se asentó en Ensenada, apoyó al movimiento peronista y comenzó
a trabajar en el gran frigorífico. Conoció a Catalina en un baile de
la comunidad polaca. A la semana se acercó a su domicilio para
pedir la mano de la joven. Al año siguiente nació el primer hijo:
Gaspar Estanislao, el padre de Mateo. Todos lo llamaban Esta-
nislao como su padre. El abuelo paterno había nacido en 1917 y
murió en 2003 en un hogar de ancianos en Morón donde vivía con
su esposa Catalina.

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Estanislao, el padre de Mateo, en el año 1973, con 28 años, se
fue de viaje de mochilero porque quería conocer el país. Alejarse
de su Ensenada natal. Su periplo lo llevó a Los Toldos, al norte de
la provincia de Buenos Aires. Allí conoció a Claramaría Rafaeles
en una peña folklórica en la escuela Remedios Escalada de San
Martín. Bailaron y, cuando el cantor Carlos Torres Vila cantaba
“Qué pasa entre los dos”, se enamoraron para siempre. Él siguió
su viaje. Ella se enteró que él se había instalado hacía un tiempo
en un camping de Carlos Paz, Córdoba. Claramaría le envió una
carta en donde le confesaba su amor. Él ahí supo que no debía se-
pararse nunca más de ella. Volvió a Los Toldos, consiguió trabajo
y fueron novios durante tres años. En abril de 1976 decidieron
casarse. Se fueron de luna de miel a Mar del Plata. Inmediata-
mente, Claramaría quedó embarazada, y al mes, despertó con
pérdidas y fiebre, fue internada, la sedaron, y al despertar, des-
cubrió, sin que nadie se lo mencionara, que lo había perdido. Tres
veces más quedó embarazada, y en las tres ocasiones, pareció que
todo iba bien pero surgieron aquellos síntomas nefastos y luego,
el dolor de la desilusión. Como Estanislao deseaba con todo su
corazón tener un hijo, hicieron consultas con médicos especialis-
tas, pero no obtuvieron ningún resultado. Ya desesperanzados,
a mediados del año 1990 fueron a consultar al templo de la Mi-
sión Cristiana de Dios de la Madre María en Capital Federal, por
sugerencia de un pariente. El encargado del lugar les dijo que
quizás era tarde, aunque probablemente, había lugar para una
esperanza. De forma solemne les dijo que toda esperanza debe
pagarse con sacrificio. Claramaría le dio el fajo de dinero que ha-
bían llevado. El hombre sonrió, parecía decepcionado, luego tomó
el dinero y les dijo que ese sacrificio no alcanzaría. Les preguntó
si harían todo por ese hijo. Ellos asintieron. Él les pidió que lo
manifestaran con su voz y su corazón. Ellos dijeron que estaban
dispuestos a todo. Les aclaró que debían proceder con rapidez,
aunque los resultados tardarían un tiempo. Les dio un jarabe
para los dos. Les dijo que nunca dijeran que él les había dado
eso. Pasó ese año sin resultados. El matrimonio se desmorona-
ba. Estanislao comenzó a beber y a actuar violentamente con su
esposa. Llegaba borracho, le pegaba por cualquier razón, luego
lloraba en el patio, tirado panza arriba. Por la mañana, suplicaba
el perdón de su mujer. Ella lo perdonaba. Él continuaba rogando

90
y besándola hasta que comenzaban a hacer el amor de forma fre-
nética. Luego, él iba a la fábrica y volvía ebrio. Y la rueda volvía
a comenzar. Una mañana de mediados de 1995 ella se despertó
golpeada y descompuesta. Vomitó. Luego fue al médico, quien le
dijo que estaba embarazada. No supo estar feliz. Ese último año
había sido un infierno. Sin embargo, se lo contó a su marido. Él
oyó la noticia y no dijo nada. Estuvo horas en silencio. Salió para
su trabajo. Luego, esa noche, no volvió. Pasaron tres noches más.
Ella llamó a la fábrica y le dijeron que hacía tres días que no
sabían nada de él, que lo despedirían si faltaba un día más. La
tercera noche volvió. Estaba sucio, magullado y feliz. Lo primero
que dijo fue “Ahora sí”. Desde ese día hasta su muerte, ocurrida
en el año 2002, fueron dichosos. Estanislao pudo ver una parte
de la infancia de sus hijos. Murió a los 55 años, una tarde en un
accidente brutal en la fábrica Yomel-Hilcor, donde trabajaba. Lo
habían enviado a un campo a reparar un silo cerealero abandona-
do, el dueño quería ponerlo en funcionamiento nuevamente. De-
bía soldar unas chapas sueltas. La explosión disolvió el cuerpo.
Nunca se encontraron sus restos. El compañero, testigo del acci-
dente, declaró que Estanislao se “evaporó en el aire”. El hombre
fue declarado insano y jubilado inmediatamente, la familia no
podía sostener sus gastos médicos y entonces lo internaron en el
Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero.
El abuelo materno se llamaba Alfredo Martín Rafaeles y nació
en 1922, en las afueras de Salto, Provincia de Buenos Aires. A una
edad muy temprana quedó huérfano. No tenía familia. Vivió de
la mendicidad, e incursionó en delitos menores. Estuvo preso. Ya
libre volvió a la indigencia. Hasta que un hombre lo ayudó. Le dijo
que estaba compadecido por su situación y que lo invitaba como
aprendiz de su oficio. Era carpintero y tenía una gran casa en la
que alquilaba diversas habitaciones. El hombre era viejo y solo,
se llamaba Toribio Ulloa. La casa era muy antigua y quedaba en
la avenida España. En el gran patio interno había doce palmeras
gigantes. Le dijo que eligiera la habitación que quisiera. Luego el
anciano rió. Le dijo que había elegido la pieza de alguien sobre-
saliente, que en ese lugar había estado el único argentino santo:
don Francisco Raimundo Sierra Ulloa, el gran Pancho Sierra. Le
dijo que ahí sucedieron gran cantidad de sus hechos, y que ahí
él, Pancho Sierra, le había dicho que el próximo que eligiera este

91
lugar, tendría parte de su herencia. También, que quien eligiera
esa pieza se ligaría a su labor, a su función en el mundo. Le contó
que no había entendido lo que le había dicho, sin embargo, cada
vez que alguien venía a la pensión o se quedaba como invitado, les
daba a elegir. Y con una gran sonrisa dijo que esa era la primera
vez que elegían esa habitación. Alfredo estuvo allí toda su adoles-
cencia y parte de su adultez. Nunca pudo saber realmente qué sig-
nificado tenía aquella anécdota. El día que el hombre que lo había
salvado falleció, Alfredo entró en una profunda depresión. Dado
que Ulloa no tenía herederos directos, ciertos familiares lejanos
se disputaron la propiedad. Cuando la sucesión terminó, rápida-
mente pusieron en venta la casa. Alfredo tenía un poco de dinero
acumulado, por eso se dedicó a estar sin hacer nada durante el año
que duró el juicio. Siempre estaba encerrado en la casa de la que
pronto lo desalojarían. Los pocos que lo vieron dijeron que estudia-
ba. Nadie supo nunca para qué. Un secretario del juez le ordenó
a unos policías que lo sacaran de la casa. Él ya no estaba allí. Lo
primero que hizo la empresa de departamentos que construiría en
el solar fue derribar las palmeras. Hasta el año 1943 se sabe que
estuvo viviendo en la ciudad, y que luego en el año 1945, empezó a
recorrer la provincia con su trabajo. Ese año llegó a la zona oeste
del conurbano bonaerense. Hay testimonios de que lo trataron en
Isidro Casanova y Morón. A nadie le dio ninguna razón de su vida
errante. Sólo algunas vagas explicaciones referidas a su labor.
Unos meses en Merlo. Luego su rastro se pierde. El año 1950 lo
encontró en Los Toldos realizando un trabajo en una estancia con
una cuadrilla de una importante carpintería de la zona. Además,
compró unas tierras a Francisco Calfulqueo, yerno de María Pilar
Coliqueo, la hija del famoso cacique. Allí, en Los Toldos conoció a la
que sería su esposa desde el año 1951, y con la que tuvo cinco hijos.
La segunda hija sería Claramaría que nació en 1952.
La abuela materna se llamaba Lusana Lieber Medici cuyo pa-
dre era rumano y su madre era uruguaya. Vivió en un campo cer-
cano Los Toldos desde los 12 años hasta su muerte. Era la décima
hija. No se sabe nada de Lusana y su familia antes de llegar a la
ciudad, y ella decía no recordar nada. Al año de estar allí había
muerto su padre y su madre inmediatamente se había casado con
otro hombre, Juan Jagney. Hay quienes dicen que Lusana es hija
natural de este hombre.

92
---Interrupción---

Insert:
Confirmar si vive aún su abuelo paterno. Establecer
peregrinaje del padre. Sobre las abuelas y la madre hay datos
confusos. De esta, sólo se sabe que ha muerto de cáncer. Y se
supone que Mateo es su único hijo, aunque quizás haya una
hermana. No es seguro. Confirmar. Corregir posible error de
datos: revisar apellidos. Revisar datos. Recabar información de
residencia antecedente.
(Reinicio de archivo)
Orden nº 333jffj57

Recopilación de datos en proceso

93
Resumen X

Al principio viene este muchacho Mateo al pueblo, que es


llamado Corbett. Maneja un auto de la marca Ford Falcon. Su
acompañante es el sacerdote católico Pietro. De hace un tiempo
que lo acompaña. Han sido enviados porque este último es al-
guien no apreciado por la jerarquía eclesiástica. Mateo fue criado
por Pietro. Pietro tuvo un problema con la justicia.
Llegan al pueblo que, como es muy pequeño, al chico como que
no le gusta. Llegan a la capilla y conocen a la monja que es vieja
y es mala, es más, hasta parece que les ladrara.
Mateo pide trabajo en la comisaría porque hace un tiempo que
anda queriendo liberarse del cura. Se viven llevando mal desde
hace mucho. Ahí conoce a la hija del comisario de nombre Sarita.
Conoce al comisario de nombre Shalom, que es de religión judía
aunque no cree ni respeta lo que es su religión. El comisario lo
sorprende porque le dice que lo conoce. Ahí va y le encomienda
una misión. Un trabajo de lo más extraño: escribir un informe, y
como que las razones no están para nada claras. Le dice que le
entregará una lista de ítems que ese escrito debe cumplimentar.
La escritura es importante y quien la debe hacer también. Están
prohibidos los excesos y la desobediencia. Le da un sobre lacrado.
Mateo le desconfía y no le cree nada. Además, peor, tiene aga-
rradas por cualquier cosa, se pelea a cada rato, con el cura. En
una, el viejo va y agarra y lo maltrata físicamente. Lo golpea.
Coscorrones y lo insulta. Y se amigan. A la noche van los dos,
juntos, al boliche. Ahí lo conoce a Bramajo que parece que es un
hombre muy instruido, alguien estudiado. A Pietro se le ocurre
que puede ayudarlo a preparar las materias que el pibe debe ren-
dir para la escuela. Parece que va a decir que sí. Entonces va y
conoce a Melchor. Juegan al truco con Bramajo, Pietro y ese Mel-
chor. Se emborrachan. Mateo que era pareja con Melchor, ganan.
Se van. El viejo sacerdote está enojado. Duermen hasta tarde. Al
otro día, a la noche vuelve al boliche. Viene mal. Entra hecho una
furia, anda enojado porque el cura le ha pegado nuevamente. O
sea, Pietro ya lo ha castigado físicamente. Es más, hubo una vez,
al principio, que le dio con todo que lo dejó de cama en el hospital.
De esto hace mucho y Mateo ni se acuerda.

95
En el boliche charla con Melchor. Toman. Medio que se calma.
Charlan mucho. Ese Melchor le cuenta que ha habido robos en
el pueblo. Le dice que vuelva a la comisaría porque quien sabe,
capaz que pueden andar necesitando gente.
Al otro día va de nuevo a la comisaría y habla con esa Sarita.
Ella está muy nerviosa, pero lo acepta porque es como que él in-
siste. Lo hace limpiar. Al ratito, ella se va por ahí. Mateo conoce
a Mendito, el que es sargento de la comisaría. Mateo termina de
hacer las cosas que estaba haciendo, y vuelve para la capilla. A
la tarde lo conoce a Marsilio, a un amigo de él y unas chicas. A la
noche se va de vuelta para el boliche. Se lo encuentra a Melchor.
Se emborrachan. Es como que Melchor parece saber algo de la
misión, pero Mateo no le entiende nada. Igual como que el chico
no le pasaba nada de bola a lo que decía el otro. Cuestión que el
hombre se va, mientras el pibe agarraba para el baño a vomitar.
Se vomita la vida, redescompuesto. En el baño alguien lo ame-
naza, luego se encuentra con Marsilio y su hermano Hermes que
lo agarran y lo golpean. Cuando se despierta está con resaca y
dolorido, y la más sorpresa es que se le ha pasado un día y no
recuerda absolutamente nada. Tiene como amnesia o algo así.
Esa noche debió haber leído el papel de la misión, y el sobre está
abierto, y el papel no está. Se redesespera pero es como que nada
tiene importancia, está como dopado. Va que vuelve, al boliche,
y que lo encuentra. Al papel. Pero se hace más matete, porque lo
tiene un muchacho al papel, que le dice que lo conoce porque va
que Mateo, ahí, descubre que ha hecho cosas que no recuerda.
Lo más peor es que la lista esa que le dio el comisario, no es una
lista y se parece un poema. Es que es como una poesía, con unos
medio como dibujitos así. Mateo está que recontradesconfía y ya
todo es una cosa más rara que la otra. Pero hay más cosas que no
se dicen acá.

96
Resaca

¿Soy libre o soy un esclavo?


¿Elijo o no elijo nada ya que mi vida depende de un destino?
Si soy libre ¿puedo elegir ser todo? ¿Y si elijo ser la nada?
¿La nada es la muerte? ¿Es no existir? ¿Es el no-yo? ¿El yo
que no es? ¿La nada es el vacío? ¿Es significante seco sin nada?
¿No hay significado? Si es la muerte ¿puedo lograr la nada suici-
dándome o con cualquier forma de morir consigo la nada? Si no
es la muerte ¿qué es la nada? ¿Es una cuestión lógica que porque
existe el todo existe la nada? ¿Es pensable la nada? ¿Es posible
sugerir algo de la nada? Si pienso en mi mano y pienso en su falta
¿estoy pensando en la nada o eso es pura diletancia?
Si soy un esclavo porque mi vida obedece a una predestina-
ción: ¿Mi existencia está presente en la mente de un dios? ¿En-
tonces vendríamos a ser como una imagen mental del tipo? ¿O
un sueño? ¿O una idea que se le ocurre? ¿El destino está escrito?
¿Entonces la vida está escrita en algún libro sagrado?¿Soy par-
te de la imaginación de dios mientras lee? ¿Cuándo fui creado
ya venía mi existencia prehecha? ¿Yo estoy repitiendo gestos y
acciones ya previstos en algún lugar? ¿Esta repetición quiere de-
cir que volveré a repetirlos en algún momento después? ¿Esto
me hace inmortal? ¿Un eterno bobo que se balancea y se babea
insistente? ¿Hasta cuándo? ¿No sería una pavada inútil que el
universo fuera la repetición incesante sin pérdida ni ganancia de
ningún tipo de cosas que no se diferencian unas de otras? ¿O es
otra cosa el destino? ¿Es como el viaje en el tiempo? ¿La máquina
del tiempo plantea el predestino? Si yo por cualquier medio me
voy al pasado, y realizó una acción que plantea un cambio en el
presente desde el que partí al principio de la oración, un cambio
que podría implicar tanto la imposibilidad de mi existencia, como
la mutación del color de la clorofila de los árboles, ¿volveré a rea-
lizar el viaje cuando se construya la máquina del tiempo? ¿Esto
implica que el tiempo se reitera de alguna manera? Y si el tiempo
se reitera, entonces al repetirse ¿hay ciertos hechos inalterables,
sobre todo para que eso que se repite siga siendo tiempo? Y si
esas cosas son inalterables ¿para qué la repetición? Por ejemplo,
algo como el color verde de la clorofila, si se altera en esa repeti-

97
ción entonces ¿el color cambia? ¿Viajar en el tiempo es una idea
de reiteración del tiempo? ¿Es una reiteración que está fuera del
orden temporal?
¿El todo vendría a ser Dios? ¿Dios es algo afuera que crea o
algo que no tiene afuera y que contiene todo? ¿Es un hacedor?
¿Es un huevo? ¿Es una semilla? ¿Es un artista que inventa? ¿Un
volcán que crea? ¿Una víbora que se muerde y encierra? ¿Es un
espiral en el que cabe el universo entero?
¿Qué dios me gustaría ser? ¿Uno de esos malísimos? ¿Uno tipo
Charles Bronson que con cara de malo te fulmina primero y te
pregunta después? ¿Una que sea la diosa del sexo? ¿Una virgen
del agua? ¿Una serpiente bicéfala con alas? ¿Un dios sabio? ¿He-
rrero? ¿Tuerto? ¿Uno que se pueda dividir? ¿Uno que se convier-
ta en lombrices? ¿Uno que sea doce dioses? ¿Uno que mató a su
padre y se lo comió? ¿El más bondadoso? ¿El más silencioso? ¿Un
árbol? ¿Una perra de cuatro cabezas?

Estas frases desordenadas y, por momentos, mucho más mez-


cladas, son el contenido de los primeros pensamientos que Mateo
tiene al despertar. Algunas ya se habían introducido en el sueño
que acaba de tener. No sabe, ni sospecha, ni se pregunta el origen
de estas ideas. Revolotean y desaparecen. Luego, siente una pun-
tada de dolor en el costado que lo hace olvidar inmediatamente
estas palabras. No puede recordar lo que le ha sucedido. Aunque
hace un gran esfuerzo, no puede recordar. Concluye que le han
pegado. Eso es más que claro. Pero, qué ha sucedido. No se le
ocurre quién pudo haber sido. No puede recordar si ha provocado
a alguien ni cuál fue el motivo de la golpiza. Está seguro que no
ha sido por mujeres. Eso es uno de los puntos seguros. ¿Habrá
sido por guita? ¿Fue uno solo o fueron varios? Confirma que está
en una cama en la iglesia.
Se retuerce. Duele. En presente duele. Ahora duele. Piensa que
en ese estado no se puede levantar. ¿Quién ha sido el que lo ha
golpeado? Le duele mucho. Por las puntadas que lo acosan, supone
que tiene machucones en todo el cuerpo. Se incorpora un poco y
le duele mucho. Ahí comienzan a sonar golpes. Afuera en el bre-
ve pasillo, alguien grita. Una voz de vieja. Una furia mitológica
chillando hasta enloquecerte. Piensa que seguro es la monja. La
monja enojada. Piensa que debe estar con el pelo revuelto, con las

98
uñas largas, con mil arrugas y un matorral de pelos negros brotan-
do del lunar del mentón. Escucha que tiene una voz de piedra de
cementerio. Le dice, le pregunta tras la puerta, a él, señor, usted
no se piensa levantar. El tono es de interrogación y de amenaza.
Tiene una pronunciación intimidatoria. Con esa misma retórica le
pregunta quién se cree que es, que este no es lugar de vagos mal
entretenidos, que no sabe qué le ha dicho el pecador adicto ése,
que ella le iba a enseñar lo que era estar ahí, en la casa del señor.
Tiene la pronunciación centroeuropea del conde Vlad Teppes. Es
la nieta ahijada del conde. En ese momento la voz habla con más
rabia mientras dice que más le vale hacer algo productivo, que se
cuide porque en cualquier momento llama al cardenal, que ella
los conoce bien a Von Wernich y a monseñor Quarracino, y que
ellos van a mandar a unos ursos que lo van a agarrar del fondillo
y lo van a poner en vereda enseguida. Oye unas chancletas que se
alejan diciendo por lo bajo que ya nadie respeta la casa del señor, y
que para todos los malditos mierdas ya viene siendo la hora que les
truene el escarmiento. Esa última palabra: “escarmiento” queda
resonando y parece hacer vibrar el vidrio de la ventana. Hasta ahí
llega la palabra, más allá está el cielo de la mañana.
Dormita un momento. Está cansado. Tiene mucha hambre.
Ahí se pregunta cuánto habrá dormido. Mira el reloj. Saca una
cuenta de memoria y piensa que son muchas horas. Muchas.
Se pregunta si tomó algo más allá del alcohol. Se pregunta si lo
habrán drogado. Todo es posible. No se acuerda nada. Otra vez
vuelve al quién. Quién. Se pregunta por qué hay tanto silencio
de Pietro. Dónde está el cura. Anoche estaba en el boliche. Era él
o lo había soñado. No lo sabe. Esa estampita que se le quedaba
enfocada en la cabeza, podía pertenecer a cualquier tiempo de an-
tes. Todos los antros pasados. El fantasma de los antros pasados.
El sol le patea el cráneo. Ya aparecerá ese cretino.
Estaba tirado cerca de unas baldosas negras. Ahora recorda-
ba. Ahora recordaba esa imagen solamente. Unas zapatillas que
le pateaban las costillas. Ahí donde duele ahora. Se mira la reme-
ra. La levanta. Duele en el archipiélago de machucones. Aprieta
para sentir si tiene algo roto. Duele pero no hay alarma de ro-
tura. En la piel hay algo más. El trazo de una serie de espira-
les. Lapicera azul. Cosquillas en la piel. Nada más. Espiral. Seis
vueltas cada uno. Como un tatuaje. Alguien estuvo muy cerca de

99
mí, piensa. Un triángulo rodeando el dolor machucado. Eso tiene
en la panza y el costado del tórax. Otra vez la pregunta por el
quién. Habrán sido los mismos que lo golpearon. No cree. Podría
haber sido hecho por una mina. Qué mina. Duele ahí.
Tiene hambre. Le escribieron sobre el cuerpo. Escritura. El
sobre. Revisa la campera. La vuelve sobre sí misma. El sobre. El
sello roto. El sobre tiene la marca de una pisada. Mugre. Vacío.
El papel desconocido. El de las instrucciones. Ese papel. Palabras
de ese viejo comisario que dijo que contenía una lista para un
informe. No está. Revisa todos los bolsillos. No lo puede hallar.
El pantalón tiene un olor horrible. A infección y a vómito. Se pre-
gunta si lo mearon.
Decide ir al baño del boliche. Al lugar del último recuerdo.
El piso cuadriculado. Las zapatillas azules y negras. La remera
gastada azul y gris.
Sale. Sol de fiebre. En el boliche no hay nadie. Entra y espera
un momento pero no oye señales de vida. Gira sobre sí mismo. Se
mueve inquieto. Resuelve entrar al baño para ver si encuentra el
papel que le falta. Ahora está seguro de que esos golpes, que la
pelea y el hecho de que falte el papel están relacionados. ¿Por qué
querían robarlo? Otra vez el quién. ¿Quién y para qué?
Desde algún lugar sabe que ese papel es importante. Se arro-
dilla. En esa perspectiva recuerda su visión. Las zapatillas. El
dolor. La risa. Lo aturden por dentro figuritas relámpago. Soni-
dos y colores y olores.
Una voz joven lo sorprende preguntándole qué anda buscando
en ese fachinal. Es un muchacho de su edad. Le pregunta nueva-
mente por la búsqueda. Él le cuenta lo que recuerda. Le dice todo:
que el comisario le dio ese papel, que le dijo que era una cosa
secreta que consistía en escribir un informe sobre el pueblo, que
creía que le habían pegado, que creía que le habían robado y que
estaba con amnesia y que era casi seguro que lo habían drogado.
El muchacho le extiende la mano y sonríe. Le dice que lo apodan
Bili. Le pregunta si no se acuerda. Le dice que el día anterior
hablaron. Le dice que lo que cuenta de la pelea es del día antes.
Insiste en que si no se acuerda de ayer. Al principio parecía diver-
tido, ahora parece preocupado.
Bili le dice que se acuerde que anoche, él, Mateo, fue al Club
Libertad, el club que Bili atiende junto a su familia que está ubi-

100
cado allá, pasando los silos, que él había ido a la tarde a la biblio-
teca con una chica, con Laura Larpe, que ella le insistía que ahí
en la biblioteca del club no había libros, que ella tenía razón pero
que ninguno de los dos le podía sacar de la cabeza la idea, que
cuando él le dijo qué libros quería, ahí él, Bili, comenzó a sospe-
char porque le dijo de un libro que sí había estado ahí pero que lo
habían robado junto con muchos otros libros, hacía años.
Mateo no recuerda nada. Le pregunta cuál es libro que le pi-
dió. Bili le dice que se llama Historia Universal de las sectas y
las sociedades secretas. Escrita por un francés. Mateo siente que
el título no le dice nada. Le pregunta que cómo que la robaron.
Bili dice que hace un tiempo entraron a la biblioteca del club y se
llevaron casi todos los libros. Dice que lo único que dejaron fue-
ron los manuales de literatura para la escuela. Le pregunta qué
pasaba con la chica. Bili le responde que él no sabe nada de eso,
que ahí fue la primera vez que lo vio, que ella se lo presentó. Él le
pregunta si a la noche estaba solo. Bili responde que sí, que entró
solo al club aunque su hermanita a la salida, vio que lo llevaban
en una camioneta y que por la descripción de ella, o era una de
las camionetas de la estancia, o era la camioneta del delegado.
Mateo le pregunta cómo fue que andaba tan amigo con esa Laura
Larpe si no la conocía. Bili le responde que él no sabía nada. Bili
parece que ocultara algo. Él no se da cuenta de nada. Él está muy
aturdido con toda esa información tan nueva. Insólita. No conoce
a este muchacho. No conoce a esa chica. No sabe para qué podría
necesitar ese libro. No sabe qué ha hecho.
Bili sabe alguna cosa más. No es mucho. Calla al ver el estado
en que se encuentra el otro: perdido y arrodillado en un baño
de boliche, sin acordarse qué cosas hizo la noche anterior, con
signos de haber bebido en abundancia y de haber sido golpeado.
Calla porque nota que si habla más lo confundirá. Entonces, Bili
resuelve decirle que él tiene el papel que está buscando. Mateo lo
mira desorbitado. Bili entiende que ni se acuerda de lo que hacía
un momento antes en el baño. Recién. El papel lo tiene Bili. El
papel desconocido lo tiene Bili.
Lee el papel. Está sucio y tiene la marca de una pisada. Una
zapatilla. Una zapatilla roja con cordones blancos. Lee el papel.
Se pregunta qué es eso que lee. Bili sonríe y dice que él tampoco
entiende. Luego le dice que quizás es mejor que le digan al comi-

101
sario. Él sigue mirando el papel escrito. Está impreso de un sólo
lado. Del otro está en blanco. Salvo la pisada marrón que chorreó
su mancha. Bili le dice que mire bien. Le dice que hay una mar-
ca. Mira y en un trazo muy fino justo debajo de la pisada hay un
dibujo. Es un huevo. Un huevo perfecto y adentro un espiral. El
espiral tiene un trazo tembloroso. Bili se acerca el papel a la cara
y dice que el óvalo fue hecho con un molde y lo de adentro lo hizo
alguien a mano alzada. Sonríen. Bili dice que lo de la mano alza-
da no significa mano en celo, ni mano con ganas de hacer el amor,
ni mano con ganas de cojer. Ríen.
Bili lo invita tomar unas cervezas al club. Salen. Caminan
unas cuadras bajo el sol tremendo. Mateo está cansado y se sien-
te débil. Le comenta a Bili de esta sensación. Bili le dice que no
se preocupe, que en un ratito se va a sentir bien, y que él le va
a convidar una picadita con unos choricitos que le dio la abuela
Pasionaria, que son especiales, que ella se los hizo para él, Mateo,
que ella se los dio cuando supo lo que le había pasado. Bili le dice
si quiere ver la biblioteca del club. Entran. Está a oscuras casi.
Los fluorescentes tintinean hasta que se encienden. El ambiente
es fresco y predomina el olor a libro viejo. Bili sale por una puer-
ta y queda solo. El silencio es enorme. Mira la biblioteca. Unos
rayitos de sol entran por un ventiluz roto y remendado sobre una
estantería. Vuelve con una tabla plana de madera oscura y re-
donda llena de fiambres. Trae dos jarras de cerveza. Bili le dice
que la abuela también le puso un aditivo a la cerveza. Sonríe y
bebe. Mateo también empina la jarra y toma. Mientras come una
rodaja de chorizo junto a un pedazo de pan pregunta qué otras
cosas hicieron. Comienza a sentirse mejor. Bili decide contarle
todo. Le dice que la primera vez que vino con la Laura, luego
no se fue con ella, sino que se quedó ahí con él, que se quedaron
escribiendo, que en realidad él le había pedido una hoja y lápiz,
y que ahí nomás, se había puesto a escribir, que parecía poseído,
que lo que había escrito se lo había dejado a él, que le dijo que
eso los iba a ayudar después y que él, Bili, no había entendido
nada, aunque el cuento le había gustado mucho. En ese momento
le alcanza el cuento. El título es Al cuarto día. Lo lee y dice que
él tampoco entiende nada. No puede recordar en qué momento
escribió ese texto.

102
Papel desconocido

139 kg de rubíes de Siberia


1 flor de la Antártida
1 sonrisa y 1 medialuna
1 aplauso
12 palabras dulces para el amor

eso sería una lista o inventario


pero
esto no es una lista

algo sucede
pasa y ocurre algo
eso es nítido obvio
sin embrago hay preguntas
algo viene

por qué las profecías


se tachan
se llenan
con palabras
y
frases/informes/números
símbolos sagrados
agotados

cómo serán
ésta respiración y tus latidos
cerca del fin
y
porque existe el amor
existen las respuestas
aunque todo parezca
una bola loca sin manija
para ver cierto orden
cierta fe
es necesaria

103
y
por lo menos
un poco de amor
es útil
en la vereda del infierno
y la piedra con la que nuestra mano
llenará el puño
para el KO de dios
y sus secuaces

continuará…

104
Cuento de Mateo escrito en Corbett

Al cuarto día...

Luego de cuatro días, la sangre sobre el palo mayor, el palo


guía, no se había secado aún. Esto nadie lo pudo notar ya que era
común que aquél lugar fuera patrullado por el persistente olor a
vieja carne lastimada y por moscas vuelteras que gustaban del
hedor putrefacto, y que espantaban a algún inédito e inescrupu-
loso aseador o limpiador.
Al cuarto día apareció un escuálido perro negro, mugriento
como un cascote, con una peluda estrella blanca entre sus ojos
opacos y lagañosos. El animal se acercó con su cola bajo su cuerpo
desgarbado, apoyó sus secas manos blanquecinas sobre la base
húmeda del alto palo, lamió repetidas veces la parte baja con
fruición de famélico, olisqueó y siguió lamiendo el pequeño arro-
yito, el camino humectado con la sangre de los condenados a la
crucifixión, con su lengua porosa y caliente.

“Al cuarto día, su sagrada sangre fue lamida por un perro”


(credo agnóstico, siglo V después de Jesucristo)

105
Al volver

Cruza todo el pueblo. Hace rato que es de noche. Tiene un


fuerte sentimiento de desorientación. Recuerda lo que habló con
Bili al despedirse. Lo último que le dijo fue: “Tené cuidado”. Ahí
se dio cuenta que estaba en peligro. Como nunca estaba en peli-
gro. Ahí miró la hora en el reloj de la sacristía. Un despertador
cuadrado, chico, de plástico negro, cuadrante blanco, marca Ken
Brown, Industria Argentina. Ya es muy tarde y, ahora la idea
“Pietro ha desaparecido”, en realidad, es una suposición con peso
de certeza. Casi está seguro. Hubo otros momentos en su vida en
que el viejo había desaparecido. Recuerda que estuvieron relacio-
nados con circunstancias que él conocía muy bien: putas que le
robaban cuando estaba dormido, borracheras que lo despertaban
en lugares desconocidos, alguna pelea con algún pesado por gui-
ta que se solucionaba con un llamado. Mateo piensa que esto es
totalmente diferente.
Toma sus cosas. Guarda. Piensa en salir caminando del pue-
blo e irse lejos con su mochila. Caminar por el mundo como Kung
Fu. La diferencia está en que esto sería como una huida. Piensa
qué hacer si el cura aparece y le pega de nuevo. Duda. Hace un
recuento de las cosas que tiene en ese momento. Hace una lista.
Mientras escribe sabe que casi no tiene dinero. Sabe que la an-
gustia le está subiendo desde las tripas hasta el cuello. Sacude la
cabeza. Escribe.

107
Catálogo de cosas que tengo

• La mochila roja marca High Sierra.


• Tres pares de medias. Uno es fino de color negro, los otros son
de toalla y blancas.
• Un calzoncillo negro y dos bóxers negros.
• Un libro. Antología de la literatura fantástica argentina y
universal. Compiladores Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Ca-
sares, Silvina Ocampo y Julio Cortázar. Editado en 1982. Pri-
mera edición mini pocket de 1998. Ilustraciones de Matienzo
Contreras. Editorial Planeta Mondadori.
• Un cuaderno tapa dura. Forro araña azul. Marca Argenti-
na Triunfante de 100 hojas rayadas (tiene 28 usadas con
dibujos y escrituras).
• Una carpeta plástico negro con calcamonías con 66 hojas
escritas.
• Un cuaderno Triunfante de 98 páginas tapas azules de papel
araña con dibujos y escrituras.
• La notbook marca Underwood. Color gris y negro. Un disco
de 320 gb. 4 gb memoria RAM. Windows 7.3 Home Premiun
Max. Pantalla de 24 pulgadas. Procesador Intel Core 7xii.
Tecnología aXii41-a. Industria argentina.
• El celular marca Nokia Ultra Tech10. Pantalla táctil 5.4
pulgadas. 16g. Radio am-fm. Mp3. Cámara de 12 mega-
píxeles. Flash incorporado. Tecnología aXii43-25. Industria
argentina.
• Cargador universal Philips para electricidad y energía solar.
Cable desmontable. Apto para toda la tecnología aXii4. In-
dustria argentina.
• Tres lapiceras BIC. Roja. Negra. Azul.
• Una navaja con mango de madera y bronce.
• Un pantalón de jean marca Lewis 505 azul.
• Billetera símil cuero dentro hay 89 pesos argentinos. Escon-
didos en un bolsillo de la mochila roja hay 55 dólares envuel-
tos en una hoja de un suplemento deportivo cuya nota habla
de cierto campeón de box que fue recibido por el presidente
de la nación.

109
• Un par de zapatillas Adidas Pentatlon. Número 43. Color ne-
gro y azul. Cordones blancos.
• Ojotas marca Bahianas negras.
• Campera de jean marca Wrangler West Bronson.
• Una camiseta del Club Palmeiras de Belo Horizonte. Color
verde con vivos blancos. Adelante dice Brahama. En la espal-
da dice el número 73 en el centro y Morrison arriba. Marca
Penalty. Industria brasilera.
• Una remera negra sin marca. Delante dice Rolling Stones y
debajo tiene el dibujo de la boca y la lengua.
• Una remera negra sin marca. Delante dice Los redonditos de
ricota en letras blancas. Detrás dice arriba: “Maldición va a
ser un día hermoso”. Abajo: Estadio Club Atlético Morón – 17
/ 12 / 2006 en letras amarillas.
• Una remera negra sin marca. Delante dice Redondos en ma-
yúsculas. Atrás dice “Mi dios no juega dados, quizás… esté a
mi favor”.
• Una remera azul sin marca con una calavera que explota o
se derrite en rojo.
• Una remera azul vieja con la inscripción “¡Museifu Shugi
Bansai!” en letras blancas y gruesas en un recuadro gris.
• Un short violeta con un escudo circular en la pierna izquierda
bordado azul rojo y dorado que dice Fussballclub Basel
• Documento Nacional de Identidad Unificado
• Un atado de cigarrillos Marlboro Extra Plus (20)
• Un encendedor Zippo plateado

110
En la cancha

cada día veo menos,


cada día veo menos, creo,
menos mal

Mateo está sentado en uno de los pilares huérfanos que están


al lado de la única cancha de fútbol con arcos del pueblo. Mira
el cielo. Hay nubes grises que se rompen hacia el oeste. El sol
está inmenso en el mediodía. Mira unos pájaros largos que pasan
hacia las nubes. Se escarba la dentadura con un pasto. Se sienta
en el suelo. Desde allí se extiende un gran sector de gramilla.
Aunque tiene un poco de calor prefiere quedarse ahí. También, es
posible, que quedarse en ese lugar, donde sufre un poco de calor,
considere que le da, finalmente, lo mismo que apartarse a un lu-
gar de sombra. Está en un momento del día en que no le importa
nada realmente. Los últimos dos días los ha pasado de manera
automática y con pocas novedades. Prefirió recuperarse de todos
los sucesos padecidos en los últimos días.
Le resulta extraño las pocas personas del pueblo con las que ha
hablado, sin embargo, recuerda que habló con Sarita, hablo con
Melchor las dos primeras noches, también con Bramajo, el pro-
fesor con el que va a preparar la materia que debe de la escuela
secundaria. Recuerda que se cruzó con un muchacho que andaba
cazando que le resultó desafiante y desagradable. Había unas chi-
cas. Laura y Gloria. Una morocha y pulposa. La otra rubia y apete-
cible. Lo miraban mientras escuchaban música en el celular. Ellas
le hablaron como desde lejos. Luego vino otro en un auto rojo que
habló con el que cazaba. Ninguno de esos dos fue de su agrado. En
cambio las chicas le interesaron bastante. Luego fue al boliche y se
emborrachó. Lo golpearon. Le robaron el sobre con el papel. Volvió
buscó y lo encontró. Conoció a Bili. Ahí se enteró lo que le había
pasado. Le contó que estuvo un día entero durmiendo y haciendo
cosas que, hasta hoy, no recuerda. Además, sigue sin saber nada
de la misteriosa misión en la que debe escribir el informe.
Muchas cosas le han pasado. Cosas misteriosas que se han
agregado a otras cosas más misteriosas. No sabe nada del comi-
sario ni de su hija. Parece que se los hubiese comido la tierra.

111
Hace unos días hizo unos trabajos en la comisaría, le pagaron y
nada más. Ayer fue y no encontró a nadie. Más tarde, en el boli-
che le dijeron vagamente que don Shalom se había ido a atender
en el hospital del Nueve. Cruzó y se encontró con el policía a
cargo. Un ser inepto de apellido Mendito al que nadie respeta.
Le preguntó y el policía le contestó con tartamudeces, dio media
vuelta y lo dejó boqueando en la puerta de la comisaría mientras
pensaba que perdía el tiempo con ese tarado. Han pasado tres
días desde que lo golpearan en el boliche. El cura ha estado des-
aparecido todo el día de ayer y hoy también. Todo le resulta muy
extraño porque el auto permaneció en el mismo lugar donde lo
habían estacionado el primer día. No puede recordar nada de lo
que hizo el día posterior a que lo atacaran. Sólo sabe lo que le ha
dicho Bili. Este muchacho es quien le ha dado el papel escrito que
le habían sacado.
Por precaución o por miedo, casi no ha salido del lugar donde
está viviendo. Su cuerpo ha comenzado a acostumbrarse a dormir
la siesta después de comer. Cree que esta costumbre es común en
el pueblo. Ha visto cuatro películas en la notebook del viejo sacer-
dote. No tenía nada que hacer. Estaba muy aburrido. Cada tanto
la monja vieja lo molesta pero ella pasa casi todo el día en la cucha
que tiene en el fondo de la iglesia. Mateo vio al cura por última vez
cuando de mala manera le dijo que viera alguna película de las que
tenía en la computadora. Le dijo que no lo podía ver tan al pedo,
que mejor agarrara la computadora y mirara algunas películas así
se volvía menos bruto. Que le daba la computadora para que no se
pajeara, porque él conocía bien lo pajero que era.
Mateo supuso que el viejo no quería que le tocara la conserva-
dora. Sabe que el viejo protege ferozmente lo que tiene allí porque
no quiere compartir. Sabe que es muy mezquino con sus cosas, por
eso no puede comprender que, ahora, el cura haya desaparecido
durante tanto tiempo sin llevarse sus víveres. Está seguro que el
cura debe tener provisiones de sobra y de calidad extraordinaria,
allí donde esté.
Mateo cuando se llevaba la máquina a para su pieza pensó que
por él se muriera el viejo choto ese. Ahí estuvo casi dos días ente-
ros. La primera película que vio fue Appocalypse now. Una de gue-
rra. Quedó muy impresionado. En internet buscó el poema que lee
Kurtz. Los hombres huecos. No se pudo conectar pero encontró un

112
archivo con ese poema. Lo leyó en voz alta. Lloró mirando el techo.
Lo copió en el cuaderno. Seguido se puso a escribir sus sensaciones
sobre la película. Se durmió. Al rato despertó y se tomó unos ma-
tes. Después vio La cosa con Kurt Russel. Susto. Sospecha. Comió
fiambre y pan. Y al ratito se puso a ver Había una vez en el oeste
con Charles Bronson. Alegría y tiros. Hace un rato vio El exorcista.
Asco de dios. Al terminar sintió mucha admiración por el padre
Karras. Pensó que era un grande de verdad, que era de los buenos,
que con tipos así el mundo estaba salvado.
Un rato largo se quedó tirado en la cama contando los tirantes
del techo. Un rato largo estuvo tocándose la entrepierna. Se exci-
tó. Se masturbó. Siguió mirando el techo. La computadora hacía
un silbido leve y toda la iglesia estaba muy callada. Pensó que
ese era un pueblo hecho de silencio. Del bolsillo más chico, inter-
no de la mochila sacó una tableta de Valium. Cortó un cuarto y
se lo tomó, el resto lo guardó. En treinta segundos el silbido y el
silencio se dispersaron y todo se acható un poco. Tomó el libro de
la mochila y leyó unos cuentos.
Al rato fue a la cocina y tomó una botella de agua de la hela-
dera. Bebió del pico. La vieja monja que parecía de metal junto a
la pared le dijo que no se tomaba así, que así bebían los indígenas
salvajes, que había vasos en la alacena. La miró sin inmutarse
mientras imaginaba que era el pistolero Armónica, y que si quería
la mataba de un tiro. Por la cabeza de Mateo no cruzó nada más,
sólo esa frase. Intentó hacer la sonrisa podrida y mutante de Bron-
son, como si tuviera un arma y la puntería infalible para matar.
Trató de conectarse en internet pero la lentitud lo exasperó. De su
amigo el Iván no tenía noticias desde el mensaje a su celular. Su-
puso que debía estar en la costa por alguno de esos negocios sucios
que hacía para ese capanga de la ciudad, y de los que siempre ha-
blaba. De su otro amigo, Diego, sólo sabía que ahora estaba casado
y que estaba trabajando de sereno en un centro médico. Pensó que
quizás, ya estaba perdido. Recordó momentos de borrachera juntos
y eso lo hizo sentirse mejor. Recordó las charlas. Las largas char-
las en la cama cucheta de la vieja Iglesia de Morón. Desfilaban la
política, las mujeres, el fútbol, la vida. Todo regado con cerveza o
fasito, a veces mate nada más. Pensó que todo aquello estaba bien
y que todo esto estaba torcido. Recordó las tardes en el boliche del
Ripper. Le decían así porque el dueño contaba que había estado en

113
Devoto por carnearse a unas putas de Constitución. Lo de la car-
neada eran textuales palabras del mismo tipo. Empleaba ese verbo
para contarles sus andadas a ellos en las tardes del bar, mientras
jugaban al dominó y tomaban vermú con palitos salados.
Una vez, Diego le había dicho que él creía que su amistad
era como cuando jugaban al truco. Luego por dos veces repitió
que había que estar sin mirar. Dijo que la amistad era así, que
siempre había que estar aunque uno no estuviera. Eso recordó
Mateo y se sintió un poco menos solo. Recordó cómo era eso de
estar sin estar. Dentro de ese juego de naipes, para ellos, “estar”
significaba que el compañero podía contar con alguna forma de
resistencia contra los embates de los oponentes. “Estar” signifi-
caba, que si a uno se le presentaba una mano débil, el otro debía
estar fuerte para defender o resistir. Deseó escribir un mensa-
je para Diego. Para enviarlo más tarde. No sabía cómo, pero lo
enviaría de alguna manera. Abrió el teléfono y lo cerró varias
veces. Se durmió pensando qué le diría. Durmió mucho durante
los últimos días.
Ahora siente que se quedó vacío. Ni tristeza ni pesar. Li-
viano y con ganas de mirar el cielo. Se tira de espaldas. Col-
choncito de gramilla. Piensa en la siesta y se niega. No quiere
acostarse. No puede permitirse creer en ese invento puebleri-
no. Aunque su cama está demasiado cerca si decidiera cruzar
la calle. Sábanas fresquitas.
Les habla con su pensamiento a los del pueblo. Les dice que
duerman, que ellos son los ya están muertos, que a él le queda
vida, aún. Mira el cielo que se va nublando. Como un latido oye
que alguien se acerca. Un chico. Camisa a cuadros. Peinado para
el costado. Bermudas azules con cinto. Mateo se sorprende que no
lleve zoquetes. Lleva en la mano derecha una vara larga casi el
doble de su tamaño. Calcula que el chico tendrá 13 o 14 años. Lo
sigue un perro color té con leche que mueve la cola y anda con la
lengua afuera. Los dos tienen alegría en los ojos aunque no son-
ríen. El chico lo mira, mueve la cabeza y se acerca. Se queda unos
segundos mirando la remera de Mateo. Es negra y dice Rolling
Stones en el centro. Abajo la boca y la lengua. El chico mueve sus
labios. Lee, cuando parece haber terminado de leer, lo mira a los
ojos. Mateo supone que el chico no le tiene miedo a nada. Se dice
que debe ser de los buenos. Le sonríe a medias.

114
−¿Cómo anda?− le pregunta sin levantarse.
−Acá.− dice el chico. Inmediatamente el otro pregunta:
−¿Vos viniste con el cura nuevo nocierto?
Habla rápido y su voz es áspera. Mateo lo mira con un ojo
cerrado y el otro abierto como si se estuviera por poner a reír. Co-
loca el pie derecho sobre la rodilla izquierda que tiene flexionada.
El chico sigue mirándolo fijo. No pestañea.
−Ajá− dice Mateo – ¿Y cómo te llamás?− le pregunta.
−Pedro. Pedro Martín Laguna− responde el chico en una
acelerada.
−¿Y que hacés que no dormís la siesta?− dice Mateo.
−No puedo. Pasa que tengo que trabajar. Hoy tengo que jun-
tar pasto para llevarle a los chanchos y otros animales. Y están
medio lejos en unos corrales. Bah, medio para allá. Más o menos
dice el chico.
−¿Para qué es ese palo? Es relargo ese palo− le pregunta Ma-
teo sentándose.
−Ah, es por si me agarran los perros teosebios− dice el chico
que ahora mira la varilla y la levanta.
−¿Quién?− pregunta Mateo.
−Unos perros malos de por allá− dice Pedro y señala.
−¿Y el cuzco no te protege?− ahora Mateo le hace una sonrisa.
−Es nena. Y se llama Santa. No, ella es buena. No pelea. Aun-
que una vuelta le hizo frente al perro negro de ellos cuando me
toreaba. Y después, no sé, un hombre, le tiró un piedra y el otro
picó, capaz que por eso la Santa se agrandó− dice Pedro y acari-
cia a su perra.
Mateo ríe ahora. Dientes blancos. Tranquilo ahora. “Es de los
buenos éste” piensa. Llama a Santa que se acerca bajando el ho-
cico y moviendo la cola. La mueve con tal énfasis que del cuello
hasta la punta es un vaivén constante. Los tres se sonríen. Mateo
se incorpora.
−Yo también tengo que ir para allá− le dice.
−¿A dónde?− dice el otro.
−Para allá− dice
No sabe ni conoce de ningún lugar. Sólo sabe que con ese
nuevo amigo puede estar sin sentirse vacío. “En cuatro días es
el único que me habló de verdad. Éste es de los buenos” pensó.
Esa frase por tercera vez. ¿De dónde venía? ¿Tan solo se sentía?

115
Pedro parece contento y comienza a hablar rápido. Le cuenta
cosas. Caminan.
Mientras caminan, Mateo, siente que, de a poco, el aburri-
miento, la bronca, ceden ante una sensación de placidez que lo
invade. Sin embargo, tiene una leve inquietud, no quiere y se
resiste a que el otro note su estado, como si quisiera protegerse
con un caparazón.

116
con Pedro caminando

(interferencias. música)
mirá mi radio.
¿a ver? me gusta. ¿no es medio vieja?
no. a mí me gusta.
¿y se oye algo acá?
sí. yo la llevo a todos lados. me gusta escucharla. me gusta oír
a la gente que habla en la radio.
(música indefinida. tal vez un tango. interferencias. una voz
humana adentro de una olla. dial que corre. ruido.)
no. hay puras interferencias. pero es por este lugar. acá me
hace mucho más ruido. allá en mi casa se oye rebien.
¿qué es ese ligustro? ahí. porque el otro día me asomé y no vi
a nadie. está como abandonado.
sí. más o menos. la otra vuelta entraron gentes. y salió uno.
después le pregunto a mi amigo el gordo que lo vió al tipo. uno
medio raro me contó.
¿pero qué hay?
unos galpones del tiempo de ñaupa. ni sé. mi abuela me dijo
que de los militares son esos galpones. o de antes como de perón
no sé. si querés le preguntamos bien a mi abuela. a la vuelta.
porque vas a venir ¿no cierto? ¿después?
sí. después de los chanchos.
sí. más vale. hacemos lo de bramajo y volvemos.
¿así se llama el dueño de los chanchos?
sí. bramajo. vive en una casota ahí al lado del corral. si vieras
los libros que tiene. si no me costara tanto entender los libros es-
critos me leería miles. pero me dijo que cuando lea sin mover los
labios me regala uno que guardó especialmente. me dijo. yo creo
que capaz el año que viene.
¿y ese bramajo es bueno decís vos?
si. qué se yo. medio raro es. yo le dije que me enseñe él a leer
pero me dijo que no.
ah.
a mí me gusta leer. me regusta. pero no sé bien. la señorita me
reta porque no me sale. a veces tartamudeo. o voy relento. es que
se me juntan las letras. me confundo. se me hacen un montón y

117
no me sale lo que dice el papel. es raro. si no las miro a las letras
las veo bien. pero si las quiero agarrar y leer se me juntan. a mí
sí lo que me gusta más es escribir. igual la señorita me dice que
no se me entiende. dice que es un desastre mi letra. pero yo me
reentiendo. ahí sí leo todas las palabras fenómeno.
ah mirá a mí también me gusta anotar cosas. acá tengo una
libreta que anoto cosas.
ah mirá qué lindo y dibujos tenés.
si. a veces me da por ese lado.
no pero si están lindos los dibujos. rebuenos. ¿ahí qué dice?
lo esencial es invisible a los ojos.
¿qué dice?
lo esencial es invisible a los ojos.
ah. lo esencial es invisible a los ojos.
(silencio. chasquido de pies caminando.)
mateo ¿esencial qué vendría a ser?
es como lo más importante. algo importantísimo.
ah.
(silencio. la radio hace un ruido indescifrable como si saliera
del mundo y entrara)
ahí por esa esquina se puede entrar a los galpones militares.
el otro día un ciruja medio loco andaba ahí. ahí donde está esa
planta gigante. es un chamico.
ah son de los militares. ¿y el ciruja?
sí esos que van a un lado a otro y no trabajan y viven en el
camino.
crotos.
claro.
¿son de los milicos ese terreno entonces?
no sé bien. eso me parece que me dijo mi amigo el gordo gutié-
rrez o mi abuela. no me acuerdo. después les pregunto bien.
(silencio. ruido de interferencia otra vez)
está rebuena tu radio. dónde la compraste.
me la dio mi abuela pasionaria.
ah.
agarra poquitas radios. bien bien se escucha radio nueve de ju-
lio. esa la agarra bien. bah esa más que nada. yo los partidos de
ferro me los escucho. o cómo va escucho. también las carreras de
turismo carretera. y a la noche dolina. ahí sí a la noche se oyen

118
las radios de buenosaires. y tiene este botoncito que le ponés como
otra radio. la onda corta se dice. son otras personas que hablan en
otros idiomas. mi abuela me dice que no se le entiende un comino.
pero yo les entiendo. siento que hablan distinto pero les entiendo.
bah les entiendo las palabras sueltas. no todo lo que dicen. es re-
divertido escuchar la onda corta. en las vacaciones estoy hasta las
tres de la mañana. a veces las anoto las palabras que no entiendo
para buscarlas en el diccionario. vos no escuchas la radio ¿no?.
no tanto como vos. más miro películas. a veces leo libros o
revistas.
si qué lindo los libros. eso que escribiste qué lindo.
ah pero no. eso es de un libro.
ah. ¿cuál?
uno. el principito es.
ah es como un cuento.
sí.
ah ¿es como que no se mira lo más importante quiere decir
nocierto?
si. me parece que sí.
ah ¿vos no sabés qué dice?
sé lo que dice. no sé bien lo que quiere decir. bah como eso que
decís vos. como que lo más importante no se puede ver.
ah.
(silencio)
es grande los galpones.
yo no sé. debe ser.
sabés. en la compu hay un programa que se puede ver la tie-
rra desde arriba. como si estuvieras en el espacio. yo después te
muestro.
sí. yo quiero. ¿qué es cómo la televisión? me gustaría ver eso.
me gustaría dibujar el pueblo.
no. es una cosa de la computadora que ponés y vas viendo los
pueblos las ciudades el mar.
sí. qué lindo. después me lo mostrás que yo quiero ver el mar
y quiero dibujar el pueblo.
bueno. yo ahí en la comisería vi que hay un plano de acá.
pero no debe ser lo mismo. un plano es como una cara que se
dibuja uno de lo que se piensa que es la cara de uno. pero esto que
me decís es como es la cara denserio. ¿o no?

119
sí. me parece.
bueno después mostrámelo.
bueno le tengo que preguntar al cura porque es dél la cosa.
ah.
no pero segura que me la presta. si la tuve como tres días y ya
me vi como tres pelis ahí.
porque por ahí se ven los canales de buenosaires.
se. más o menos. pero las pelis son de las que están en la com-
putadora. adentro.
¿cómo adentro?
sí. las bajó el viejo hace como un año y ni las vió.
¿qué? ¿de dónde las bajó?
no. no. pero no es que estaban arriba de nada. se dice que las
bajó cuando las meten a las películas adentro de la compu. yo
igual después te muestro porque es medio difícil explicar compu-
tación caminando o estando con los chanchos. no se puede.
bueno.
hay juegos también.
ah sí. yo el otro día vi a uno de los teosebios que jugaba con el
teléfono ese chiquito que tienen y se reía. debe ser ese juego. el de
la computadora tuya.
no sé. ¿qué son esos teosebios?
son los hijos de la teosebia. por eso le dicen así. son dos. her-
manos. más malos que no se qué. y plagas. andan con esos perros
que te dije.
qué ¿pelean?
sí con algunos. pero nadie se les anima denserio.
ah.
che mateo viste que ahora vamos a lo de bramajo. vos quedate
por acá porque no sé. es que el viejo es medio medio revirado.
¿viste? esperame que yo voy con los chanchos. les junto el pasto
para ellos y les doy. y después le pongo alimento a uno pájaros
que tiene y una cosita más y vengo. ¿sabés?
bueno.
dispués vamos a lo de la abuela. si querés. ¿vos querés?
sí. yo no tengo nada que hacer ahora.
¿qué? ¿no hablaste con nadie vos?.
no. bah un poco con los del boliche. con melchor más que nada
y con la chica de enfrente un ratito.

120
ah. la sarita.
sí.
¿y qué te dijo?.
yo le pedí de trabajar.
ah ¿y qué te dijo?.
nada que si tenía algo me decía.
¿y?
bueno primero me avisó y no había nada. después fui y algo
hice. qué se yo.
¿qué vos no trabajás?.
igual el cura me da algo a veces cuando se acuerda. a fin de
mes. nada más.
qué raro que no te hablaste con nadie más. porque te gusta
hablar bastante.
sí. qué se yo. uno que se llama marsilio me habló y con el otro
josé guillermo.
ah bueno ese es de los teosebios. esos son los de los perros
malos que me la asustan a la santa. el josé guillermo ese es el
hijo del mecánico de acá del pueblo y anda con la silvina navarro
cabral. hija del dueño de la estancia santa elena. son bastante
amigos esos.
ah. y yo estaba cuando al perro negro. el gordo se lastimaba.
uh. si. si. lo vi con unas vendas en la panza.
no se veía mucho. si había algo era algo invisible.
y sí. porque sino ¿qué lo agarró un tigre de aire?
y no sé veía nada. ya era de noche. capaz se agarró con un
alambrado.
no sé.
y había pasado una chica. la laura le dijeron.
a la laura larpe pobre. su papá se fue. nadie sabe dónde está.
antes ella era remala con todos y reseria y vieras cómo cambió. no
sabés. eso te cambia. es así.
y andaba con una que se llama gloria.
mirá. esa es la teosebia chica. la hermana más chica de los
teosebios pero es la mejorcita de todos esos. ella me defendió la
otra vuelta. son las tres amigas con la sarita. son de las chicas de
acá las más buenas.
(interferencia. en medio de una fritura la voz de un negro
hablando en inglés. una especie de vals. my girl. black girl. don’t

121
lie to me. ¿where did you sleep last night? in the pines. in the
pines. where the sun don’t ever shine. i would shiver the whole
night through.. interferencia brusca)
ah ¿y cuántos años tenés vos?
diecisiete. cumplo en unos meses dieciocho.
ah sos más grande. no. yo quince. recién los cumplí.
che ¿hay escuela acá?.
sí hay. ¿por?
qué se yo. para saber. voy a dar unas materias. y capaz me
anoto para terminar. no sé.
sí. está ahí medio cerca de la iglesia.
ah yo no anduve para ese lado.
sí. yo voy a la escuela todos los días. pero yo repetí. me faltan
como tres años más si no repito de vuelta. capaz podemos charlar
en los recreos.
sí. estaría bueno. sabés que yo también repetí.
¿y en qué grado? porque capaz que vamos juntos. acá los salo-
nes son de dos o tres grados. no como en el nueve un salón para
cada grado.
en tercer año.
uh qué bueno. capaz no podemos sentar juntos. yo estoy en
primero.
sí. estaría bueno.
(silencio. música. es rock nacional pero no se distingue la can-
ción. puede ser soda stéreo. propaganda. locutor. habla en idioma
marciano. música. inentendible. posiblemente reggaetón.)

(interferencias. música)
el sábado hay baile hay.
mirá qué bueno. ¿y se ponen lindos?
sí. qué se yo. a mí no me dejan bailar. mi abuela no me deja.
porque soy chico.
ah.
ese de allá es el rancho de los teosebios. viste que te dije de
ellos. ese es uno de los perros de ellos. ahí es.
ah. pero no hay nadie.
sí. pero capaz no deben estar. a veces no hay nadie. se deben
ir pal pueblo. no sé.

122
ah sí capaz.
¿y con la monja hablaste?
bah me cagó a pedos un par de veces.
si. uh. a mí me retó los otros días. sí. me retó porque no me
sabía el padrenuestro en el catecismo. en la misa del catecismo
que vamos con los chicos de mi grado.
¿pero no lo tomás antes? ¿más chico a la comunión?
no sé. mi abuela me dijo que ahora vaya. lo habló al primo
machete y me dijeron que vaya a ahora.
¿qué? ¿es tu primo ese?
no es primo de mi abuela. así es. él no es de acá. los dos me
dijeron que haga la comunión ahora.
ah. y la monja te cagó a pedos.
sí. me retó porque no me sabía el padrenuestro. bah sí me lo
sé. pasa que no me lo acuerdo. es que yo me olvido las cosas. es
como que se me van. como que de repente no las puedo encontrar
donde las busco. en la escuela le conté a la chica de gabinete. me
dijo que es psicóloga. se llama valentina y viene día por medio.
charla lindo la chica. ahí me acuerdo un montón. sí. es una risa.
no sé por qué me pasa.
sí.
sí. y me pasa que me acuerdo de cosas que ni me acuerdo que
las sé.
ah.
pasa que me olvido las cosas yo. y ahí en el catecismo me había
olvidado del padrenuestro y la monja me vio que yo estaba serio.
para colmo yo no decía nada cuando los otros decían. ni movía los
labios para hacer de mentira. ¿viste que en un lado de la misa se
dice el padrenuestro?
sí.
bueno ahí. ahí yo tenía una cosa blanca. como trasparente.
como un líquido pero livianito. como un agua sin nada de peso
en la cabeza. como si no me dejara ver. como si eso se me pusiera
entremedio de los ojos y el celebro.
es cerebro.
ah sí. qué risa. ves lo que te quiero decir. ves. digo paviadas
cuando se me escapan las cosas.
capaz sos medio distraído vos.
no sé. eso me dicen. sí.

123
(silencio. música. cumbia santafecina. nunca se entiende lo
que cantan)
o capaz no es que seas distraído. capaz es que le prestás aten-
ción a otras cosas. digo no sé. porque me acuerdo que eso es lo que
me dicen a mí desde hace mucho.
ah. a vos también te dicen distraído.
sí. no me olvido las cosas. pero sí. me dicen así a veces.
(silencio. pasa un auto.)
ese es el fabio navarro que es el hijo del patrón de la estancia.
vendría a ser el cuñado del josé guillermo que te habló pero mu-
cho no lo quiere me parece.
ah.
sí.
hablé con la chica de enfrente.
la enfermera.
no la de la comisaría.
ah la sarita. sí ya dijiste.
ah.
sí. yo me la crucé hoy más temprano. andaba en la camioneta
andaba.
ah mirá. cuando la hablé estaba arreglando la camioneta.
sí. esa chica arregla todo. es reinquieta. anda para todos lados
y lo ayuda al padre que es el comisario.
sí. lo conocí.
viste que es reviejito. no sé como mil años debe de tener.
sí. es muy grande.
es reviejito don shalom. mi abuela me contó que es judío él.
ah.
bah. que los tres de la familia son judíos pero que no creen en
eso.
ah.
sí. yo los vi en la iglesia varias veces.
ah. ¿y cómo se llama?
no sé don shalom. le dicen así. y la mamá de la sarita también
es reviejita. se llama irma.
ah. mirá vos.
sí. y la sarita va a la escuela también. ya este año que viene
termina. es abanderada. es un bocho esa chica de inteligente.
ah.

124
che mateo ahí es lo de bramajo. ahí atrás están los corrales
de los chanchos y más allá los otros. ¿viste que te dije que no te
puedo llevar? si querés quedate con la radio así te entretenés con
algo. escuchando. ahí tenés. cambiá si querés. capaz tenés suerte.
en un ratito vengo. yo les doy la comida y vengo.
bueno. igual en un rato yo vengo a lo de bramajo a particular.
ah yo voy también.
ah bueno entonces por ahí le podemos decir.
es que bramajo duerme la siesta ahora. me parece.
bueno.
pará que voy al corral y le doy de comer a los chanchos y ven-
go. tomá la radio.
(música. interferencia. locutor. cumbia villera. damas gratis)

125
Picado con amigos

(interferencias. música)
hola vos lo conocés al pedro.
sí. se fue para allá a darle de comer a los chanchos.
ah. yo soy oscar.
ah. me dijo que son amigos ustedes.
sí. y yo me di cuenta por el radio. ¿porque esa es la dél no?
sí.
¿ha visto? si yo me decía. ese es el radio del pedro. ese es el
radio del pedro. y era nomás.
(música. el tema del verano: tu piel radiante. se oyen interfe-
rencias aunque los versos del estribillo se oyen nítidos: beso tu
piel refulgente / me abrazo me quemo / en tu piel caliente)
en un rato vamos a la cancha si querés.
a qué van a jugar.
a la pelota. ¿a qué vamos a jugar?
ah mirá. allá en capital casi ni se juega al fútbol.
sí. acá es medio sagrado un picadito entre los chicos.
yo hace mil años que no juego.
bueno no importa la cuestión es jugar.
me acuerdo que de chiquito un tío me trajo una pelota de un
viaje. me gusta ver partidos pero de los brasileros o los españo-
les. los de acá no me gustan. capaz porque me gusta el deportivo
morón y no anda muy bien que digamos.
ah sí. yo miro en iespien esport max que te pasan los partidos
de brasil y de españa. en direct ti vi es el canal trentinueve. yo en
los mundiales siempre hincho para brasil porque a los america-
nos siempre nos representa fenómeno.
si sí. bueno vamos pero yo después me tengo que venir a lo de
bramajo que tengo que estudiar.
bueno. ahí viene el pedro.
(música. luego una publicidad)
vamos a la canchita que está el polín y nos están esperando.
¿quién están?
el manquito. el hernán. el bili. y los gitanos ¿cómo se llaman?
el grande antoño y el más chico pablito ese. y en un rato viene
el franco garcía me dijo.

127
eh vamo a ser nueve.
le decimo al jacinto que cualquier cosa que ataje.
(unos latidos que se acercan. una pelota que pica contra el
suelo. un riff. luego interferencias)
eh polín qué ¿ya la pediste?
see pasa que primero le pedí un sanguche al don martino. y
ahí me acordé de la pelota me acordé. está bien infladita. mirá
como pica la tango vieja y peluda.
tiene como un globo mirá.
noo qué va a tener. es una tango querido.
qué se yo.
querido. ¿no sabé lo que dicen lo viejo? la pelota tango e lo
único bueno que tenemo del mundial ese de mierda que perdimo.
¿no sabé eso vo?
qué se yo.
eh bili cómo anda eso.
bien.
¿qué cuenta el club libertad? ¿se hace el campeonato de baby
fúbol?
see mi viejo dice que llegamos bien con la cancha y las luces y
todo. qué se yo.
este es mateo. es del cura.
monaguillo.
de la iglesia. es nuevo. y él es bili. y está trabajando con su
papá en el club allá. el libertad. el de la cancha de allá atrás. no
sé si viste.
no. sí. sí me acuerdo. pero al muchacho ya lo vi en el boliche
de valdéz.
si. es cierto.
¿cómo va eso?
todo bien.
(interferencias y música)
mirá el polín como la levanta. con esas patitas de renacuajo.
este es hernán. su papá es rolo ferreiro. es mecánico.
siempre te acordás de mi papá por los pósters de las tetonas
que tiene en el taller.
sí. no sabés mateo. la boca hasta el suelo tenía el pedrito la
otra vez mirándolas. medio que se ponían los ojitos blancos. no lo
podíamos sacar de ahí.

128
sí. jajajaja
yo me acuerdo. yo me acuerdo.
para mi yo había mirado como todos.
qué si las remiraste vos.
el que está pateando con polín ese es el manquito. pero no le
falta una mano. le dicen así por el papá que lo pisó una yegua y
le tuvieron que apuntar la mano.
amputar.
ah. ¿cómo es?
se dice amputar.
amputar. es media mala palabra.
see. por puta. qué se yo.
si. jajaja.
vamos a patear.
dejá el radio ahí al lado del pilar ese. así el que ataja escucha
algo de música.
(dos voces diferentes ríen. hablan y se superponen mientras
de fondo suena una música indefinible. dicen que el verano ha lle-
gado con todo que ya están todos los amigos y amigas en las quin-
tas disfrutando de sus merecidas vacaciones acá en la noventa y
tres punto seis de tu dial en la efe eme sensación tu radio todo
el verano con la mejor música dónde si no y ahí seguimos con el
tema del verano el que todos piden el furor en ibiza y en acapulco
acá está como lo pediste rogelio funes mori el divino con piel ra-
diante qué risa no aclará que la canción se llama tu piel radiante
sí así es suele suceder suele suceder porque esto es radio en vivo
es cierto uno va improvisando haciendo esto que nos gusta tanto
como es la radio y también la improvisación no pensaba el otro
día que improvisar es como nadar con los ojos cerrados como la
imaginación que sucede ahí en medio de nuestro nadar es así
para mí la improvisación no cierto con este calor un buen chapu-
zón estaría fenómeno nocierto si es así bueno seguimos seguimos
cuando son las catorce treinta y tres y tenemos una temperatura
de treinta y tres ah pero habrá que jugarle al bingo unificado
nacional al treinta y tres y claro que seguro nos sacamos unos
milloncitos y quién te dice no claro que sí que nos vamos a las ve-
gas a ver a rogelio funes mori para que nos tararee al oído su hit
mundial tu piel radiante vamos a oírlo al divino dale rogelio y tu
piel radiante en la noventa y tres punto seis dale. interferencias)

129
ah vamos al tanque de allá de atrás de la biblioteca.
(sacudones. vibración de transistores. interferencia. reposo.
una publicidad de cigarrillos)
no salpiqués boludo. eh ¿no ves que hay gente acá?
pero si hace una calor bárbara qué te quejas que te salpican.
cosas mías.
ya fue eu. ya fue.
listo.
yo me saco la remera.
see para colmo es negra la tuya.
y eso qué tiene que ver.
es que el color negro atrae la luz. absorbe toda la luz.
¿y?
cómo y. la luz es calor o no sabé de las clases de la profe ceijas.
lo que decía en física.
no qué se yo. yo le remiraba las tetas a esa.
y con esos escotes que anda.
la otra vez estaba en el baile. afuera meta manotazo con uno
me parece que era el marcio el que le dicen tanque.
se. el que boxeó la otra vez en el club libertad.
uh. estuvo rebueno ese día.
se la habrá cojido hasta por las orejas a esa.
y debe pedir verga y verga esa. debe ser más putona que no se qué.
devoradora de carne.
jajaja.
(música. bache sin nada. ruido blanco.)
uh yo me voy a particular muchachos. a lo de bramajo.
ah yo tengo también. se me repasó la hora.
bueno vamos todos chivados. así nomás. polín devolvé la pelo-
ta a don martino.
se. bueno. igual hace calor en la calle.
vos pedrito no le digás nada al bramajo que nos caga a pedos.
¿de qué?
y de que estuvimos pateando. que no le gusta y se pone hincha.
le decimos que estuvimos corriendo carreras.
que no le gusta que andemos traspirados.
bueno pero de fóbal nada. ¿estamos?
sí. sí. che ahora el polín seguro le pide otro sanguche a don martino.

130
es que siempre anda con hambre pobre pibito. hoy le digo que
se venga al club a cenar.
che mateo ¿adónde viviste vos entonces? ¿antes?
vinimos de morón nosotros. pero yo nací en los toldos. hasta
los doce un poco más estuve ahí y después de ahí ando con el cura.
es como un papá para vos.
no sé cómo es un papá. era bastante chico cuando se murió mi
papá. siete tenía. pero me parece que no. creo que soy como un
empleado de él. eso me parece.
ah.
(música indefinida)
ahí está bramajo. siempre leyendo está. a la sombrita. y to-
mando tereré.
mansa vida se da el tipo éste.
el galpón es inmenso.
ahora vas a ver lo qués adentro. tiene cualquier cantidad de
libros. cualquier cantidad. como un millón. se los leyó a todos me
dijo. un millón.
¿en serio?
bah yo le pregunté y me parece que me dijo que sí.
no puede ser. leerte un millón de libros. salvo que tengas la
máquina del tiempo y la uses para volverte a leer.
esa es buena idea para un cuento.
¿si vos decís? ¿te parece?
sí reva para un cuento. el hombre que tiene una máquina del
tiempo para leer. sí reva para mí.
sí. sí. qué buena idea.
es medio un científico y se quedó viudo y lee para distraerse.
sí. y inventa la máquina del tiempo para leer más y no sufrir.
o él no la inventó. la inventó un amigo científico y él se la roba.
si. se la roba porque el otro la había inventado para volver a
salvar a su amada.
y podría ser que lo corneara al amigo.
claro y el lector se la roba para que ellos no puedan estar nun-
ca juntos.
claro pero ¿y cómo se vuelve un lector voraz?
y no sé.
(se apaga todo con un ronquido)

131
y porque él en su delirio cree que leyendo puede volver y recu-
perársela para él. algún día en algún momento del tiempo.
claro. y ahí está en una paradoja. si vuelve y la agarra caga la
fruta porque la tipa que se murió en el presente no puede viajar a
donde no está viva. y porque si hace acciones físicas evidentes en
el pasado éstas provocan cambios catastróficos en el presente en
el que él la ama. y así leyendo el cambio se lo provoca él.
¿y la recupera?
(se prende y estallan las interferencias)
no sé. el tipo está loco y yo no sé si lo que acabo de decir tiene
algún sentido. pero si estás loco todo tiene sentido.
a mi no se me ocurre el final.
por ahí al final todo es un delirio del hombre.
no. es un final reusado ese. no.
es lo que pensé.
no sé.
hola muchachos.
eh don bramajo. ahí a mateo se le ocurrió una idea para un
cuento.
si pero mañana la escribo.
(música indefinida)
qué bien mateo. pero pasen pasen
igual al bili le pareció buena. a mí se me ocurren esas pavadas
todo el tiempo.
ah pero querido eso hay que aprovecharlo. sacarle el jugo como
quien dice. no sé si sabes pero la última tendencia en literatura
es la novedad extrema.
no sé qué dice.
muchachos. vamos. ¿no oyeron del novedismo o novedalismo?
unos lo llaman realismo novedoso de la novedad nueva. pero eso
es un chiste.
¿qué?
¿ustedes no se acuerdan que hace unos años estaba de moda
en literatura copiarse?
ah sí. en la escuela nos enseñaban a copiarnos de borges y de
uno de barba blanca que no me acuerdo cómo se llamaba y uno
de lentes y que en las fotos y videos andaba siempre de pulóver
escote en v.

132
bueno eso se llamaba símilrealismo. así lo aprendieron en la
escuela. algunos le decían realismo parecido o parecidismo. fue
un furor. hicieron mucha plata con eso. ahora eso pasó de moda.
ahora eso es grasa dicen los que consumen literatura.
era una bosta eso de copiarse.
a mí me gustaba porque me creía que era baudelaire.
yo no me acuerdo.
(interferencias. música)
pero era una mierda porque vos sos vos y yo soy yo. es enfermo
parecerse hasta copiarse.
bueno eso es el pasado. ahora el novedismo empezó entre los
aburridos de la academia francesa. es una especie de competen-
cia entre los que consumen literatura por lo más nuevo. buscan
comprar y leer lo más nuevo del mundo. cuando más nuevo y raro
mejor dicen. y como la industria editorial está tan desarrollada
entonces cualquiera puede editar. claro que al que edita y se que-
da lo desechan. salvo que escribas como condenado cosas nuevas
cada tres meses.
¿y se gana mucho?
y con decirle que el que es capaz de seguirles el ritmo se hace
millonario.
¿y con ese cuento qué le dijimos? la pegamos ¿sabés qué?
ahí está la maravilla. el novedismo es la panacea de la locura.
el absurdo y la improvisación. y la juventud es un valor agregado.
expliquesé mejor don brama.
dentro del novedismo todo es legítimo. vale todo. y si sos joven
la etiqueta de novedoso es instantánea. brilla con un brillo flúo.
(interferencias. música indefinida)
si yo hago un ruido y lo escribo ¿usté me dice que eso es lite-
ratura también?
claro bili claro. el novedismo puede ser un balbuceo o el ruido
del fundillo de un pantalón al romperse o la más bella poesía. y
la condición de que el autor tenga menos de cuarenta significa la
gloria. el parnaso de la primicia.
no a mí sacame de esa bosta. y con la poesía no se metan
quieren.
vamo a hacerlo bili y nos ganamos unos mangos. cómo hay que
hacer. ¿usté sabe?

133
hay querido. lo que son las casualidades. ayer y antiyer estuve
en un ágape en los parques de la santa ana.
es la estancia que está para allá mateo.
es de los alcorta. la otra estancia que te dije es la santa elena.
de los navarro cabral.
ah.
claro. y hablando me enteré que estas personas están más que
interesadas en consumir esta literatura. se han vuelto fanáticos.
han encontrado un escritor que dicen que en la zona nadie cono-
ce. me mostraron una fotocopia. es muy raro esa escritura. muy
rara. era como un collage. con imágenes. el título era algo así
como basura posmoderna creo. parecía una crítica pero era un
ejercicio divertido. me preguntaron por el novedismo y yo le dije
que yo leo las revistas punto de vista y la proa y que allí salieron
notas con los más novedosos y que ese autor no estaba.
y cuánto pagaron esa fotocopia.
mil pesos.
¿mil pesos?
bili ésta es la nuestra.
bueno y ahora que ustedes se proponen escribir yo les puedo
hacer el contacto con esta gente. además se me ocurre que puedo
ayudarlos con ideas o consignas para escribir.
qué buena onda don bramajo.
pasen pasen que les cuento más. y vos pedro apagá esa radio
que no se puede hablar acá si no.
ufa a mí me gusta con música estudiar. si yo pude el otro día.
sí pero ahora no estás solo.
es que me distraigo más sin música.
no importa tenés que apagarla.
ufa.
(interferencias. música. un pasodoble. luego tu piel radiante.
luego un ruido violento como si algo se rompiera. silencio)

134
Sanguches de atún

(escritos de mateo) (escribe con faltas)


(usa tipografías Baskerville y Bookman 12)
(trabajó en los silos) (está cansado) (fue a lo de shalom) (vio a
melchor) (laura)
(regalo de pietro) (el croto juan) (la abuela pasionaria)
(enojo con pietro) (aparece el croto juan predicando)
(con bramajo buena onda)

Escribo y escribo.

Escribo porque tengo que comer.


Tengo que comer porque tengo mucha hambre.
Escribo sin parar después de estar en los silos paleando como un
condenado. Nime bañé ni voy acorregir nada. Voy a poner tod lo
que escuché y lo que pensé y que corrija magoya es ora de matar la
correción basta
hay que salir amtar
jajaja puse amtar envez de matar
otra vez
hay que salir a matar y a escribir
escribir y nada más
i nada más
Escribo aunque esté recontra cansado.
Me duermo y se van cayendo las palabras. Los párpados ceden.
Se cambió la letra de esta garcha- no sé. No sé- capaz que mil veces
puedo escribir no sé.
ahy cambió.
Estuve paleando en los silos y ahora estoy recansado.

Perdí un día de mi vida y ni sé dónde está. no me lo acuerdo. no


sé qué pasó. Nada. lo único cierto es que me cagaron a palos. Eso es
lo cierto. Después pasié y todo bien.
El cura pietro se ha ido andá a saber adónde. No está. al principio
me preocupé por la guita.

135
Me ayudaron. la abuela Pasionaria que anduvo llenándome la
panza con unos guisos poderosos. Pedro es más bueno quel pan.
Bramajo apareció como una buena ayuda. lo de llevarle los escri-
tos a los de estancia estuvo copado. Queremos ir con bili.

-anoto-escribo-rayo-marco-inscribo-

Hago anotaciones paraque algo quede. Algo va a quedar de todo


esto que escribo o irá todo. No sé. No importa. no me locreo lo del
novedismo. Ese coso de literatura. No creo en la literatura.
Es como que la literatura es un mosntro que se deforma. Andá a
saber qué hubiera pasado si algunas cosas hubiesen pasado de otra
forma. Como todo hubiese cambiado incluso la literatura.

Y vino esa Sarita con que lo vea al padre y voy y le digo hola don
Shalom qué dice y me dice que todo está para el traste que todo se va
al joraca que ya fue y yo le digo pero no don shalom yo lo ayudo y va
ver que salimos de esta no se me ponga así y ahí medio que se largo a
llorar medio que le agarró hipo no sé y me dice que él ya sabe todo lo
que me pas que le dijeron y yo quien le dijo y no me dijo ymedio que
lagrimea de vueltay ahí me dice que bueno que hay que contarle a la
sarita que él le dice y que se la cuide y ahí espero no haber hecho cara
de sucio pero le dije que sí y me reí y ahí él dijo que capaz se muere y
que capaz se toma el palo para el otro mundo que capaz se viste con
las tablas de pino y yo le dije no don shalom si usté está bien y ahí
como a propósito se mandó una tosaza con un gallo impresionante
y me sonrió y me dijo que vaya que ya le había levantado el ánimo
y que no era necesaria la mentira que me acordara que la mentira
estaba mal para lo que yo tenía que hacer y yo le mandé que si tenía
que escribir algo me tenían que decir qué querían leer y primero me
tenían que decir cuánto me iban a pagar porque después de todo no
era cuestión que nadie se aprovechara de mí y le dije eso porque me
acordé de bramajo que nos dijo que no hagamos las cosas gratis y ahí
él medio que se puso raro como más serio y no tosía ni nada y no
estaba caliente por lo que yo le decía no nada que ver como que pen-
saba y yo ahí pensaba que por la cara me decía que todo bien que me
pagaban lo que yo pidiese que todo bien pero no y ahí me dijo que no
que ellos no iban a pagarle a nadie por una labor tan noble y justa y yo
ahí más me le enculé y le dije mire que lo justo don shalom es que le

136
paguen a la gente que trabaja lo justo es justo don shalom y entonces
él me dijo que eso no era un trabajo parecido a cualquier otro y yo le
dije pero si es escribir que es lo que hacen muchas personas hoy en
día para vivir y entonces el me dijo que era cierto que había muchos
que vivían de la escritura pero que esto era para salvarse y salvar a
otros y no un mero negocio

nos invitaron a participar de una cuadrilla para limpiar la soja. A


mí al Pedro al Bili al Oscar. Se coparon capaz vamos

anda una que se llama Laura Larpe que está rebuena. Con una tal
gloria flaquita pero potente.
En una juntada medio injustificada pero habían puesto unos dis-
cos y había varias gentes de acá. Sobre todo jóvenes. Era en un galpón
chico de material por ahí por la playa de camiones. Matiné. A la sarita
shalom no la vi. El Bili me pasó a buscar y fuimos. Tomamos cerveza
la Santa Fe porque es de las baratas la más rica, sobretodo la Gold.
De las mejicanas es la mejor creo yo. el Bili me decía que está ahí con
la Tecate.
Esa reunión linda estuvo. La Laura me parec que me miraba a mí
El Angueto me reclama que lo alimente quiere su carne

El que me tiene medio podrido es el marcilio y su hermano ese


que es medio mellizo. Para colmo es medio sabelotodo y me tira
cosas y datos para ver si los sé. Pero lo peor es que me pregunta y yo
le respondo como un bobi. Para colmo no sé si fueron ellos los que
me agarraron en el baño los otros días. Bilis dice que seguro pero que
si ya no joden que los deje. Gloria es hermana de estos basuras pero
igual yo le re doy. Total que ellos me limpien la pija después.

Melchor. Me lo encontré saliendo de su casa. Andaba medio apu-


rado y me pareció que no quería hablar conmigo. Me despachó di-
ciendo que después me precisaba para hacer el galpón detrás de su
rancho.

En unos días el baile.

Se entusiasmó bramajo con q escribo. Contó de la literatura q se


escribe ahora, el novismo, y de la q nos hacen en la escuela es el simil-

137
realismo pero la q me interesó a mi es una q dijo literatura extrema se
llama. Dijo los tipos exxperimentan situaciones extremas y escriben.
Condiciones límites para escribir. Contó que uno se subió al Aconca-
gua para escribir! Zarpado en loco están. Otros abajo del mar. Yo le
pregunté y q escriben. Me dijo q eso no importa xq buscan alterarse
y escribir pero q lo q a él le interesa es otra cosa. Yo le pregunté q le
interesa a usted? Dijo q le interesa cuando se alteran de tal manera q
la conciencia se lima y escriben. Ahí le pregunté con drogas x ejem-
plo? Dijo q sí q lo hacen. Q a él le interesa mucho esto porq activan
y potencian la característica fundamental de la literatura: la profecía.
Contó q Kafka en su obra anticipó a los nazis y a la sociedad de con-
trol. Q Borges anticipó el peronismo q él lo vió en Ficciones. Ahí el
Bili le dijo q su poeta Baudelaire tomaba opio p q no lo necesitaba
para ser baudelaire. Entonces don Brama se rio. Dijo q la literatura
crea de la nada el mundo futuro q la literatura es sagrada por eso y
q ahora se gana mucha guita escribiendo así. Esto último a mi me
encantó y le dije que me lo dictara por eso lo anoté.

Escrito sin luz

Ahora se cortó la luz. El viejo no está. Tengo un ham-


bre loca. El afán de escribir puede más y me pongo.
No postergar dijeron. No vacilar. Prendo tres velitas que
encuentro por ahí. Dos están cortadas parece que las
hubiesen agarrado con una navaja. Prendí con el en-
cendedor azul. El chiquito. Bic. Me quemé con la cera
y ahora apretando las teclas de la computadora siento
una cosa resbalosa. Hay un foco que se enciende a me-
dias. Desconecto la heladera. Hay baja tensión y si nos
quedamos sin heladera el viejo se muere. Y con toda la
razón se muere. La civilización está en ese artefacto dijo
un día.
Miré lo que escribí y pienso si sería eso lo que me pe-
día el comisario. Qué se yo. Yo escribo.
Hace frío y llovizna. Capaz fue por eso el corte de la
electricidad. Busco velas con la linterna azul. Está frío
en día de verano. Hace cosas raras el clima.

138
Me hago unos sanguches de atún. Así les digo yo. Na-
die me enseñó esa receta. Es de cuando iba a la escue-
la allá en Morón. Al viejo siempre fue imposible pedirle
algo en la cocina. Así que me hacía yo todo lo que era
comida. Así nacieron los sanguches de atún. Con eso
me la gané a la Martita. Eso comimos después de nues-
tra primera encamada. Me acuerdo que ella me dijo, es-
tán riquísimos. Yo ahora que me acuerdo, algo le dije a
Diego una vez… algo como que el sexo es como el bajón
del faso porque todo te parece rico de la comida que te
comés después.

Abro el pan. Sin mucha cáscara. Blanco o a medias


blanco con mucha miga. En conjunto blando. Así me
gusta. Mitad miga para arriba. Un colchoncito. Saco el
atún. Cumaná. Atún en aceite. Desmenuzado. Peso es-
currido 120 g. Peso neto 10g. Tiene la figura de un pes-
cadito colorado sin ojos sin nada adentro de un circu-
lito. Debajo también dentro del circulito hay unas tres
onditas. El pez está saltando. Dolhin Safe. Es un delfín.
Te avisa que no tiene delfines este atún. Mejor dicho que
no fueron acosados y ni matados delfines para enlatar
estos atunes. La otra vuelta me vi un documental sobre
eso. Es que los atunes se la pasan abajo de los delfines
y los barcos que pescan atunes le mandan la red y su-
ben todo lo que agarran y ahí van delfines de todos los
tamaños. Entonces vienen y los mandan de nuevo al
agua medio mormosos los mandan. Pero casi todos los
pasan por la picadora y adentro de la lata. Deben tener
el mismo gusto. Tecleo estas palabras. Le mando un bo-
llito de atún a la miga. Traigo queso crema. Casancrem
clásico. Pote ahorro + 60 por ciento de producto. Co-
midas ricas y livianas Alimento lácteo a base de queso
blanco libre de gluten sin tacc. Esto último no se que
concha es. Más tarde me lo busco en google. Igual aho-
ra no anda internet. Mortadela. Rica mortadela. Tecleo
estas palabras. O me hago el que tecleo ahora porque
en la realidad esto lo estoy corrigiendo y se me ocurrió
ponerlo después. No sé si quedará esto que escribí.

139
Lo mejor es que el viejo me haya regalado la note-
buk. Eso está de lujo. Le agradezco a Zeus y a todos
los santos esta cosita hermosa. La revisé toda adentro.
Y el viejo se guardaba mil chiches. De todo. Arte. Por-
no. Libros digitales. No me gusta decirle ebooks. ibucs.
Asco me dan esos castrados que le dice así. Los chetos
le dicen ivuk. Fue una situación media rara cuando me
la dio. Es para tu cumpleaños me dijo. Todo extraño se
vino. Después dijo es para tu santo Matito. Los ojitos
como apagados, rarísimos. San Tomatito pensaba yo.
Porque estaba medio flayando con un finito ahí frente
al cementerio. Él estaba medio mamado para mí. Vino
remaniquí todo jorobado. O como si lo hubieran cagado
a palos. O como la última vez que salió de la oficina del
obispo. Esa vuelta antes de entrar me decía Ahora sa-
bés con el Charly el vino que nos vamos a tomar. El nos
va a salvar. Este Charly no sabés. Qué no hacíamos con
el Charly este.
Y dale con decirle así. Que Charly esto que Charly
aquello. Cuestión que salió como pollito mojado el tipo.
Ahí lo vi muy viejito y esa fue la primera vez. Ni en el jui-
cio lo había visto así. Yo no sé qué le habrán dicho ahí
pero seguro le dieron una biaba al pobre Pietro que te la
debo. Y ahora igual. Recién apareció de la nada porque
no sé dónde anduvo estos días. Se me vino todo man-
sito y me dijo Matito y hacía mil años que no me decía
así. Al principio me decía así. Matito te voy a regalar mi
notbuc. Si yo ni la uso. Para qué la quiero yo si no me
gustan estas cosas nuevas. Me decía Bramajo que hay
que darle buen uso a las cosas de uno. Medio raro que
Bramajo le haya provocado a un pensamiento así de
benévolo. Muy raro todo me da mala espina. Ma que se
yo. A mí este Bramajo me dijo que escribiera y me pagó
lo que me había dicho. Lo que arreglamos eso me dio.
Y unos libros me dio. Es raro todo y como que Bramajo
esconde algo. Eso de acá a la china.

cuántas faltas tengo. Tiene razón la vieja de Lengua.


La de Literatura. Tenía razón

140
releo y veo que puse afán. no lo borro es cierto afán
por escribir.
Afán = sinónimos Microsoft= Aspiración Ambición
Codicia Interés Solicitud Pretensión Dedicación Avidez

comí de parado el sanguche.


encontré mortadela y le puse. qué ricor.

Voy a ver si hay alguien conectado. Nada. esta garcha


no anda de nuevo.
Escribo todo esto que me pasa. No hay que parar. Un
artefacto hecho de palabras que nunca paran como si
escribiera con una lapicera sin levantarla del papel. Co-
rrijo algunas cosas. Poquito. Lo mejor es lo que sale sin
cambiarle nada. eso dijo don Brama como le dice Bili

Lo de la abuela Pasionaria. Qué sensación me dio?


Linda, muy amable, la viejita. Me dio unas tortitas para
el mate me dijo. No la coma en ayunas me dijo. No sé
porqué me dijo que es bisnieta de indios. De los in-
dios que estaban acá antes. Allá pasando una laguna
la Laguna del Cura y me contó una historia porque se
trataba de un cura católico. Si me la acuerdo la copio
después. Es la laguna del cura por el cura bibiloni. Un
cura que paró un ejército de indios. Y el personaje más
extraño de todos es el primo Machete. Ese es de pelícu-
la. Alto y grandote. Ese es indio deveras. Morochote.A la
vuelta Pedro me mostró dónde para el croto juan. Es ahí
en los galpones. Pero el tipo no staba así que nos me-
timos un poco más y fuimos a una cosa que había ahí.
Una máquina gigante. Una cosechadora me dijo Pedro.
Y ahí sacó un destornillador y se puso a sacar bulones
y fierritos. Se los guardaba en el bolsilllo. Los uso para
cosas que hago yo en mi casa me dijo. Cuando están los
chicos grandes no puedo hacerlo porque me retan y no
quieren. Me dijo.

Al rato llegó el croto Juan. Me dijo Pedro que el croto


vive en los galpones al lado de un pino negro. Uno alto

141
como de 50 metros que se ve de afuera y que alrededor
dice que hay un pastizal bárbaro. El croto es un ser ti-
zando con voz finita. O en falsete. Se hacía el loco para
mí. Eso es lo que opino. Tenía unos ojitos vidriosos con
una cajita de Termidor en la mano. Tomaba y tomaba.
Y se secaba con el puño cada trago los restos del vino
en la barba. Decía incoherencias. Me acuerdo algunas.
A ver si me salen bien. Eran algo así:
Cuando sea grande sobrino.
Qué le vas a hacer al oscuro.
Nada al cuadrado.
Si es por el cien yo empiezo.
Todo lo que sube mandarinas que en el plato llueven
desde.
Tanto tanto qué tanto.
Estos corruptos soñadores.
Yo vengo de acá.
Y ahí se señalaba la cabeza peluda. En las otras fra-
ses hacía caras, como de maestra que enseña algo im-
portante. Con Pedro no nos reíamos. Era muy serio lo
que decía aunque no entendiéramos nada. Este hombre
dice cosas raras. No pavadas. No. Pavadas no son. Son
palabras raras. Eso son dijo Pedrito a la vuelta. Pala-
bras raras. Te dan como extrañeza esas palabras dijo.
Ya era la tarde medio de noche ya. Antes de irnos le
dimos dos pesos al croto Juan. Pedrito miró una lata
con unas maderitas medio anaranjadas. Me las señaló
y le dijo ¿qué son esas cosas Juan? ¿Qué junta?. El tipo
con más cara de loco que nunca miró para arriba y dijo
algo así, gritaba:
KULETO PINTADO. SÍ SEÑOR. VAMOS Y VAMOS.
KULETO FALSO.
VAMOS Y VAMOS SI SEÑOR.
AHÍ SE VE CON KULETO. SE COME EL TODO. Y
TODO SE VE. HASTA LO QUE NO SE VE. LO QUE
HACE PARA ALLÁ. LO QUE HACE PARA ALLÁ. LO DE-
RECHO Y LO TORCIDO. ANIMALES ETÉREOS SE VEN.
LO MÁS MUERTO LO MÁS VIVO. TODO SE VE. SE VE
Y NO SE VE.

142
KULETO PINTADO. SÍ SEÑOR. VAMOS Y VAMOS.
KULETO FALSO.
VAMOS Y VAMOS SI SEÑOR.
Era una canción o así sonaba pero estaba reserio.
Pedro me miró como con risa pero se le fue enseguida.
El croto cuando terminó su cantito agarró su plata y
ahí el croto nos miró dijo
Mateo y Pedro será hasta más ver sin cuerpo cuando
seamos todos los que se hagan.
Él ahí sí que tenía como media sonrisa en la cara
negra.
Yo no sé si mi amigo le habrá dicho mi nombre porque
a mí me parece que yo no se lo dije. Eso me resorpendió.
Medio raro todo acá. hasta que Pietro me haya rega-
lado la compu es raro. Todo medio raro acá.

Pasó algo mdio raro. más. que lo que viene pasando.


Hace un rato pasó. Me fui al boliche recaliente porque
el viejo Pietro me tenía cansado. ahora me había pro-
testado por la notebuk que me dio. Lo mandé a cagar.
Mi paciencia estaba saturada. No podía ni comenzar a
pensar en él que ya lo puteaba. Su maltrato empezó ni
bien llegamos al pueblo. mis sentimientos hacia él se
acercan al odio de una manera violenta. Y eso es algo
que no quiero sentir. A mi alrededor ahora hay gente
buena. Pedro. Sarita. Melchor. El Bili. Esos sonn los
buenos. Resolví no odiarlo porque ya está dándose algo
con esa gente. Estoy yendo a la comisaría a hacer al-
gunas cosas. o el otro día hice unas changas en los si-
los de Estévez. Trabajo físico para sufrir pero bueno, y
también en la casa de Pedro me trataban bien. Incluso
a la abuela pasionaria le dije más o menos algo de lo
que me pasaba y me dijo que no había problema que si
yo me quería quedar ahí que donde comen dos comen
tres. Ves eso es gente buena. Bueno así recaliente como
una pipa fui al boliche. Ni bien llegué me tomé un vini-
to tinto con Fanta. Rico. Pero al rato me aburrí. Había
unos tipos con pinta de boxeadores que hablaban no sé

143
de qué. Los oí un rato. Decían algo de una apuesta de
hacer una carrera en coche o algo así. O planeaban un
viaje y estaban apostando cuánto iban a tardar.
Salí medio abombado del boliche. Lo último que ha-
bía pedido era una caña quemada que me dejó medio
mareado. El fresco de la noche me hizo despabilar.
Respiraba hondo para no vomitar. Respirar concen-
trado en la profundidad y en el control. Sacar el foco del
vómito. La noche estaba poblada de grillos invisibles y
varias ranas que gritaban sus puntos múltiples. Arriba
un cielo encapotado lleno de algodones oscuros. Se di-
bujaba como una amenaza sobre la luz flaca de los focos
de la esquina. Salí del círculo iluminado mientras no
sé qué pensaba. Abajo del ruido de los grillos o metido
dentro de ese todo había otro murmullo. Era un hombre
que hablaba. Venía caminando, los pasos marcaban la
puntuación de lo que decía. Nítidamente oí “El tiempo
se acerca”. La voz era muy clara. Pensé que vendría con
otro hablando. Pero no, era una voz sola. Un tipo que
hablaba solo en ese pueblo no me pareció raro. Lo raro
era que hablara con tanta vehemencia como si quisiera
que lo escucharan. Me acerqué más y lo ví. Me detuve
sorprendido por el terror. Paralizado como anulado vi
en la oscuridad más negra que la sombra en la noche a
un hombre de pie que le hablaba al cielo. Lo miré fas-
cinado mientras ese ser repetía “El tiempo se acerca”.
El tiempo se acerca. Pensé que sería un borracho. Eso
pensé y el miedo se me fue. Me le fui acercando, y le
ofrecí ayudarlo a volver a su casa. Me miró sin sobre-
salto. Como si me esperara. Incluso creo que sonreía.
Era difícil verle los gestos porque estaba muy oscuro.
Los ojos imperturbables se me acercó y lo vi mejor. Era
Juan el croto. Que Pedro me había mostrado en esos
días. Yo lo veía distinto como si estuviera siendo proyec-
tado en directo desde una pesadilla de alguien demente.
Inclusive me parecía que su cara se borroneaba. Había
una distorsión en su imagen. Eso era. Pensé si no sería
un holograma. Me dije basta de ciencia ficción. Repetí
que le ofrecía ayuda.

144
Su rostro estaba tiznado y tenía una barba oscura
y nebulosa con varias canas que le hacían dos surcos
como de colmillos. El tizne le cubría la frente, los pó-
mulos y la nariz. Los ojos le bailaban enloquecidos y
brillantes. No tenía olor a vino. Era a humo a lo que olía.
El olor era distinto del día que lo conocí porque ese día
sí jedía a alcohol. Te mamaba con el aliento. Ahora no
yo lo sentía diferente y sin embargo era él. Llevaba su
saco grueso que estaba hecho de una lona o una tela
durísima compacta. El pantalón estaba atado con una
cadena oxidada. Los zapatos eran gruesos como rocas.
Mientras yo le hablaba el asentía mirándome fijo. No
me respondía. Me tendió una mano a la cara como los
ciegos que te quieren tocar para sentirte. Ahí entre los
dedos tenía esas maderitas que le vimos en la lata. Me
la ofrecía y la agarré. Me la metí en el bolsillo de la cam-
pera y me fui.

anotaciones

Ya no escribo nada en el celu


Si no anda este coso
No hay señal acá casi
Además no tengo cred
Voy a dejarle u mensajito en el face a los pibes

*anduve gugleando y kuleto se le dice en vasco a unos


hongos de te hacen ver cosas alucinadas. –acordarse–
COMPRARLE UN PAR MÁS PARA CONVIDAR

El bramajo ese me dijo que lea unos libros para pre-


parar la materia
primero me dijo que lea unos cuentos
Unos de borges
El primero
Tlon ukvar me parece que se llama después me fijo
Y la secta del fénix

145
Y después hablamos me dijo
Yo me fijo en rincón del vago y leo el resumen
No los entendí
Ba un poco si
Como que hay una confabulación mundial
Son medio parecidos los dos
También el proceso do kafcka me parese q se escribe
así o kazka no sé

*le tengo que mostrar al Bili mis otros cuentos


*le voy a llevar el cuento que escribí a Bramajo por
ahí le saco una buena tajada.

Pensamientos: Es tiempo de miedo. Tiempo que se


reconoce sabe y teme
La gente de hoy cree en que nada es demasiado
importante
Son momentos de la historia donde ya no hay su-
puestamente ideales que habilitarían a dejar de lado los
compromisos…

146
De la clase de hoy

Bramajo dijo que el mayor problema de la literatura actual


es que se están avivando demasiado los aprovechadores, los que
lucran y nada más. Aclaró que los que reniegan por esto, como
él, tienen algo a favor: la tradición. Levantó el dedo índice y lo
bajó con violencia sobre la mesa grande. La tradición. Sí dijo. Ese
cumulonimbos hecho de partículas, átomos, células, moléculas,
microbios, virus de mandatos, prejuicios, dictados, y todas las es-
tructuras de poder que vienen del clasicismo, del romanticismo y
de las vanguardias.
Se puso de pie y continuó diciendo mientras caminaba y no-
sotros anotábamos. La tradición, señores, es algo que nos ayuda
como artistas.
Explicó: Se escribe mucho, es cierto, pero pocos, muy pocos,
tienen el fuego sagrado. Ahí hizo silencio durante un momento,
esto nos permitió verle la cara. Miraba el techo alto del galpón
donde vive. Su estudio como lo llama él. Miraba allá arriba y
pensaba. Pensaba y dictaba. Unos de mis maestros, continuó, el
monje Caña, me decía, y anoten exacto porque son palabras pre-
cisas como un sable samurái, me decía, repito: Lo que repta y lo
que vuela, lo que corre y lo que piensa tienen en su centro un frío
fuego sagrado. Otra vez hizo silencio. Ahí sonreía. Dijo: cuando
yo le pregunté cómo podía ser un fuego frío me dio un coscorrón
mientras me dijo: pensá boludo, pensá que vos también lo tenés.
Entonces yo ahí entendí que esa imagen es algo que no se explica.
Se tiene y nada más. Otro silencio. Caminaba. Silencio.
Esto que les digo de la escritura actual es porque hay quienes
hacen payasadas, pantomimas o malabarismos. Lo llamo para
mí exhibicionistas payasos que sólo andan en busca del dinero y
punto. Hay otros que escriben y escriben pero le responden a la
tradición solamente. Esos son perros obedientes que viven ence-
rrados en el patio de lo que le dieron y no quieren trascender esos
muros cómodos. Sólo escriben sobre los grandes temas y obede-
cen a los grandes modelos. Son los romanticones. Acá en el pueblo
hay bobos de ese estilo. Bilis se rió por lo bajo. Bramajo dijo yo me
doy cuenta por sus risas que saben de su existencia pero yo ni los

147
registro. Son bobos y punto. Silencio durante el cual podíamos oír
las lapiceras rascando la hoja.
La competencia por ganar más es muestra de la imbecilidad
que portan. Son angurrientos. Parecerse a lo que ya se hizo es
una muestra de la frustrada impotencia que tienen. Copiones.
Impotentes. Eunucos. Castrados. ¿A esos se quieren parecer?
Yo les propongo que hagamos cosas nuevas. Diferentes. Pedro
preguntó: ¿de qué manera? ¿como los de la literatura extrema?.
Ahí Bramajo comenzó a moverse de manera frenética. Dijo: Claro
Pedrito, pero no con la intención de ellos. Ellos buscan la plata
nada más o la sorpresa en algún caso o el desafío y nada más. No-
sotros debemos buscar algo más profundo. La esencia misma de
la literatura. Hizo silencio y todos lo miramos sin preguntar. La
principal característica de la literatura es la profecía. Su carácter
anticipatorio. El adelanto del tiempo que sucede en diversos ni-
veles de lo literario. Esa condición toca lo sagrado. La literatura
crea de la nada el mundo futuro. Y para potenciar esa esencia el
escritor debe prepararse. Pero el escritor no es un atleta, es un
mago que puede ver el futuro. Por eso debemos, deben prepararse
para lo que viene.
Eso es todo por hoy. Déjenme las hojas que copiaron de lo que
dije que se las corrijo y se las devuelvo.

148
Cuentos de Mateo

Metamorfosis 1

La última vez soñé que no me veían; era invisible pero no


sé de qué estaba hecho, o que enfermedad tenía. Lo único segu-
ro, era que no me veía nadie. Yo me sentía desnudo e incómodo.
La gente que yo sí veía, me era totalmente desconocida, pero
ellos no podían verme. Sentía que la invisibilidad era inútil. Na-
die me conocía, ni nadie hablaba de mí. Pensé “quizás ni siquie-
ra existo”. Desperté cuando mi madre me llamaba para desayu-
nar y luego ir al trabajo. Nunca más volví a soñar.

Metamorfosis 2

B sentía atracción por A, quien siempre ignoró toda la sim-


patía que B le tenía. Esto quizás se debiera al desconocimiento
de B con respecto al tema del amor, o quizás era consecuencia
de la fealdad de su aspecto. Considerando estas posibilidades,
B se propuso conquistar a C y a D. Lo que no le costó conseguir.
Aunque D fue más difícil. Así B supo el arte de la seducción,
supo lo que era el amor. Con su piel y su rostro cambiados, B se
acercó hacia A, procurando no molestar, sólo observó. Estuvo un
momento, y pudo ver que el cuerpo de A era de piedra.

Metamorfosis 3

El primer metamorfoseado nació en el pueblo D.C., de ma-


dre y padre normales, aparentemente.
Un metamorfoso (como también los llaman) es quien puede
cambiar su aspecto, el cambio no es a voluntad y por lo que di-
cen produce muchísimo dolor y acidez estomacal.
Se dice que un día se reunirán para irse todos juntos, uno
se convertirá en planeta, el otro será el aire, otro el agua, así
hasta hacer un mundo entero y completo.

149
Metamorfosis 4

Sueño palabras.
Muchas, muchas, muchísimas o la misma que se repite, a ve-
ces van encadenadas en frases. O son nombres, o citas, o argu-
mentos, o guiones, nombres, días, o calles, o fechas, o mi nombre,
o el tuyo.
Sueño textos enteros, a veces indescifrables símbolos sin
sentido.
Todo lo demás, el fondo, siempre es transparente u oscuro.
Me despierta el dolor.
En mi carne, en todo mi cuerpo, con signos sangrantes, tengo
escrito esto que se vuelve cicatrices.

Encuentro

Viene un chico caminando solo por las calles solitarias,


mientras es de noche, medianoche. Las veredas están oscuras
y con viento. El muchacho va su casa mientras hace un húme-
do frío otoñal. Piensa pocas cosas: “es un largo camino” piensa
“muchas cuadras”.
A lo lejos ve venir un gigante que camina bamboleante, los
límites de su cuerpo van desde los cables a un lado de la vereda
a la pared al otro lado. “¡Qué grande!” piensa el chico sorpren-
dido mientras aquél hombre oculta los cables negros sobre el
cielo negro. Caminan uno en cada punta de la cuadra y no se
evitan, van en línea recta el uno hacia el otro. Se detienen cerca.
“Señor, soy un diablo perdido” dice la voz ardiente y turbia del
gigante “si usted fuera tan amable de ayudarme, y de guiarme
yo podría llevarlo a donde usted deseara”, y su rostro es por mo-
mentos de hojas secas en la noche, y su voz lejana. “Ese es mi
auto” y señaló una máquina plateada puntiaguda que refleja el
cielo sin estrellas.
Suben y arrancan, el chico se aferra al tapizado de cuero
color sangre. La velocidad vertiginosa de mil kilómetros por
hora afina los caminos delante de ellos, el parabrisas proyecta
un embudo de tierra hacia la nada que se va a lo lejos. Superan
los tiempos y los países, mientras el diablo sonríe seguro de sí

150
mismo, mordisqueando sus labios ennegrecidos. El muchacho
teme un poco, sólo un poco hasta que enciende un cigarrillo. En
un furioso pensamiento pasa por su hogar. Se imagina viendo la
televisión calentito, con susurros familiares tras de sí, tomando
un té leve con su familia sonriente, y luego paseando a su perro
en la tarde. Supera raudamente su casa, y sabe que al fin se
detendrá en el frío infierno, pues no pidió ni pedirá nada, pues
no desea ni nunca ha deseado.

151
Documento 39 – Microsoft Word –
Varios escritos sin título / distintos autores / mismo
hecho?

-q t dijo -q? -jajaja -daaaaleee -ufa -che otra vez jodiendo


-he q si te gusta -nd q ver 0 onda ahí -pero q te dijo? -Nada
todo ok -pero q onda el curita -eeeeeeh -da ricos besos seguro
-ehehehehehe -paren trolas paren -que -nada que ver -le gus-
ta el curita le gusta el curita -ya fue yo me voy a la plaza -q stá él
seguro -no boludas dejense de joder cortenla o me voy -dale
tranqui tranqui -uh vos t pones remal con el calor -no uds son
rehinchas -para q yo no te digo nada -pero pasa o no pasa -no
pasa -ah -alguien se comio un monaguillo - alguien se comio un
monaguillo - alguien se comio un monaguillo -basta -miren esto
www.videosmusicaleshermosos.com.ar/2012/r-f-mori/pielresplande-
ciente/838/122.html -uh es el video nuevo -noooooo me muero
-me lo como a besos -gracias amiga relindo -el vier28 dnd nos
juntamos -q? -uh mirá esta noticia www.informadorfederal.com.
ar/21/12/2012/baja-inseguridad-aumentan-casos-resueltos-porcivi-
les.html -q? -antes de ir al baile -esta con esa noticia pedorra
-q bardeas boluda para mi si es importante -todo bien -estás pre-
ocupada -y mi viejo le parec q hay q hacer una comisión ivenstiga-
dora de ciudadanos del pueblo -y capaz q c soluciona -si boluda
pero kiere q yo st al mando -sos una grosa -y tu viejo lo sabe
-yo estoy recagada -mentira vos nunca tenés miedo -cualquiera
-telarebancás a la comi -si llevás rebien la comisaria . mejor que le
pavote de mendito -y tus viejos saben que sos recapaz boluda -y
al gitanito no le tenés nada de miedo -eeeeeeeh -jajajajajaja -a
ahora se la agarran conmigo -vas a ser la princesa gitana ahora
-nada que ver -fui porque nos llamaron -¿ -contá p pasó -les
faltaron unas cosas de una de las abuelas -¿ -unas cosas de oro
revaliosas tipo reliquias no m quiso contar mucho -¡ -par mi algo
raro+raro -¿ -el hermano de Antonio cuando fui estab medio bo-
rracho y enojado -y? -eso no es raro en los gitanos -ah np di-
gas eso -y ese esteban es tremendo de plaga -no gila lo raro es

153
lo que dijo -¿ -que lo + important de todo lo que faltaba eran
unos clavos -uh pobre estaba reenpedo -nose -si bolu se rema-
ma ese pibe y es bardero -yo soy medio amiga de la hermana
maria soledad y me dijo que lo quisieron desterrar -si se mando
una fulera dsp les cuento -lo + raro es que yo entendí q los clavos
eran de oro también -ah bueno -y ahí Antonio regalán q dijo
-nada mandó a q se lo llevaran al hermano y dijo que se confundía
las cosas el pibe que eran valiosas si pero eso que dijo nada que
ver -nose -les pasó como a los valdés no? -si reparecido se les
metieron de noche no dejaron huellas y se llevaron cosas de oro
-hay guita en el pueblo -son cosas muy viejas eso no es plata -q
decís? -boluda la plata está en los billetes esos tienen oro enten-
dés? -claro p q quieren oro en este pueblo? -¡!!!!!!!!! -es para
una película -vos siempre con las pelis -ah mirá -no das bola
-no si p pasa q stoy viendo la tv -q sta pasando -nada las pava-
das d siempre -es medio raro ese chico -el curita -así le dicen
mis hermanos -te parece? -tene cuidado q no lo quieren tus her-
manos -no cualquiera -ojo yo se -sí se quedaba así mirando la
nada con una cara de pavo -si chicas estaba drogado -ah sta s
rexagerada -denserio les digo -ah pero cómo acá -chics es algo
q la gent hac cotidianament n todo el mundo dsd hac miles de años
-esta se hace la superada -no bolu es que es normal -ah pero y
la delincuencia -mira yo no creo en que sea un crimen alterar la
propia conciencia siempre y cuando no dañes a nadie -tiene razón
xq stubimos charlando rebien -y q vos seguro tomarias y te droga-
rías -no se -si seguro que te drogarías -tengan cuidado chicas
con esta gente que viene de afuera -si los foráneos son los peores
-si preguntale a la mujer del Nicasio -SÏIII te acordas -bueno pero
eso era otra cosa -es lo mismo boluda -pero no -si si a ella la
agarro un negro correntino creo -pero y q tiene q ver con fumar
marihuana -que la trajo uno de afuera no de este pueblo -y vos
que sabes si en este pueblo nadie se droga -me estas jodiendo
-denserio t pregunto -ah bolu pero es obvio que aca eso no existe
-no tiene razón si en el 9 hay porq aca no v a aber -www.el9deju-
lio.com.ar/razzia-detenidos-droga-armas-enwana/2323 -me acuer-
do -si vimos el quilombo porq stavamos n centro empleados -si
que vino el chuqui a tocar -me da un poco de cosa q piensen de
esa forma con respecto al flgelo de la droga -yo no se si estoy de
acuerdo pero vos te mandás un discurso pedorro +feo q no c q -yo

154
pienso lo q creo q s correcto para mi yo no le impongo me forma de
pensar a nadie -p es que vos tene 1 responsabilidad n l pueblo -y
nopuedo tener criterio? -bueno basta no discutan che -les cuento
que yo hable con M -el curita -nada me dijo si quería que me
acompañaba -uh loca te tiró los galgos el curita -no nada que ver
-me parece que quiere con vos -se ponen boludas ustedes -no
se les puede contar nada -y para q contas -es que el otro día
paso algo muy raro -¿ -no sé vino este y se me cruzo con 1 cara
de loco q ni te cuento y me dice q tiene q conseguir un libro y q no
se q 8 cuartos -donde -yo venia p lo de la sari y veo q uno se
levanta de ahí de los ligustros de los galpones viste frente de la
playa de camiones ahí -¿ -viene y me dice eso como agitado o
caliente asi como exitado -estaba drogado seguramente -no más
como atontado -¿ -¿? -¿¿¿¿¿¿¿ -¿????¿¿¿ -uh q bajón se
las tomó L -aguantemos q capaz ahora se conecta -uds q hacían
-playing music -mirando una peli -¿ -es re vieja y fea -¿ - la
miro en mute y leo apenas los subtitulos ni se como se yama
-conta d q se trata hasta que venga la lauri -a ver si la vi -primero
unos tipos vestidos de plateado parece q llegan a la tierra -des-
pues se encuentran con los terráqueos -no se distingue quien es
el ectraterrestre xq son parecidos -no parecen malos p el gobierno
los busca xq dice q son una amenaza.igual los tipos se mandan
algunas -por ejemplo en una parte hablan bien de Hitler como q el
tipo gobernó bien y eso y los que los ayudan ahí los quieren matar
pero les cuentan cosas que ellos no sabían -muy raro incluso ha-
blan de que como que pasó todo hace poco -es q hay como una
especie de cruce temporal xq la pareja protagonista q quieren ayu-
dar a los alien se enteran q hay un mundo paralelo -ahora están
dndose cuenta q en ese tiempo de estos q llegan al principio pare-
ce que los alemanes ganaron la guerra -no me gustan esas pelí-
culas -q película -eh boluda -dond stabas -1º se corto y dsp mi
tío me llamo por unas llaves q no encuentra y c calentó -la mari
sta viendo una peli -ella siempre ve pelis -la peli tuya termina d
contar -bueno viene y me dice lo del libro yo q se yo de libro le
digo y ahí me cague toda porque me dice no laura vos sabes don-
de buscarlos -como t conocía -eso es lo raro que no se -¿???
-na bueno p t lo había presentado Marsilio boluda si estabas conmi-
go ahí en la calle -si pero me hablaba como si me conociera de
reantes de mucho como me hablás vos así -y adonde fueron

155
-contá q me muero -la biblio estaba cerrada así q lo lleve al club
-glup -y si p q iba a hacer -no sta bien -bueno y ahí se lo dejé
-bili cundo te vio q dijo -y nada si nsotros todo bien -él anda con
la de maloma -quien -esa la de maloma -esta no la conoce porq
ella va a la escuela de french a la secundaria -es una tipa q viene
de un campo no se por donde y q estas dicen que la vieron char-
land con el -ya se cual dicen jajajaja es cualquiera esa. el ni le
pasa bola - sí el nada q ver -y es buena chica esa -si seguro
pasa q esta arpía levanta chismes fallados nada + -si vos le diste
el pire q te importa dond la pone el otro -no me importa pasa q
decis cualquiera y yo lo conozco 1 rato + q vos -che paren q la q c
llevó al santito fue glor -ah cierto se lo guarda se lo guarda se lo
guarda -yo les iba a contar -¿?????¿¿¿¿ -bueno resulta que
salimos de tu casa S y nos fuimos caminando por la principal y do-
blamos la punta de los galpones hasta mi casa punto -naaaaaaa
-es mentira -está medio oscuro por ahí -es cierto bolús -no sé
xq no keres contarnos somos tus amigas -no jodan más -uhy
locas todo el tiempo bardeando mal uds -lindas a mi me perdieron
con sus discusiones.no todo bien las adoro. Además empieza una
peli q amo: Un millón de años en otro mundo. si quieren chusmear
busquenlá en www.pelisgratarola.com.es .chauchis!!! -chau mari
-chau marilinda -chaucito -bye bye -esuna peli q la pasron en el
1º cumple de los dinosaurios -jajaja si yo no la miro ni drogada
-jajaja -q malas jjaja -nunca una de di caprio esta -si jajajaja
-bueno ya fue -me voy a comer -yo tamb -Las dejo con el mejor.
el Pichi www.losmasvideostube.com/watch/pichi-landi-laq-bailasola/
hsgdj322 -pa q se preparen pal 28 -uy no arreglamos -dsp ve-
mos falta una semana -q tema + hermoso grx amici -la que baila
sola es el mejor tema de todos los tiempos -siiii -las quiero trolas
-la q baila trola -jajajaja -good bye -chauchinis

Cansado de estar todo el día dale que dale en lo de Melchor con


su bendito galpón extraño.
Me prendí uno bien finito como me gusta. Bien bien bien.
Muy rico y escribo.

156
escribo sin parar porque lo que se escribe no se debe detener en
ningún caso ya que si hay detención de al menos un segundo
entonces sucede el espacio y lo que se debilita es el tiempo el
tiempo que es como de goma elástico pero también breve y frágil
débil inocente y puede romperse estallar y hacerse añicos por
eso no hay que detenerse en la escritura la escritura es lo que
le da densidad al mundo la densidad que hace que el mundo
exista en este plano de la realidad la escritura es lo más real de
todo porque es un lenguaje una forma que sale de nuestro ser
para decir algo de lo que sentimos que lo hacemos para decirles
a otros de nuestra alma o de eso que nos habita nos queremos
comunicar porque nos sentimos solos.

puros fragmentos todo mezclado esto es una cosa que me hace


derretir escucho la voz de luca la voz de luca la voz de luca

dejé de escribir y salí al fresco de la noche.


Enfrente debajo de unas plantas unas lucecitas veo y eran la Sa-
rita y sus amigas. Estaba su prima. Se ve que también es amiga
de la Laura y de la gloria. las lucecitas eran de las pantallas de
los celulares. Escuchaban música y charlaban y tomaban mçate
dulce con masitas. Crucé y pensaba si la Sarita ya sabría todo.
nos pusimos a conversar rebien. Aunque yo estaba medio ido
con el fasito. Me pasa cuando fumo sin nada en la panza. Es
como que me deja flotando entre el sueño, la inconsciencia y la
verdad. Capaz hubo cosas que yo las reflashié mal. Capaz que
algunas cosas no se dijeron. No sé yo me cagué de risa. Y en un
momento las miraba fijo a una por una y se les cambiaba la cara
o como que yo me las imaginaba con la cara recambiada.
laura era un ratoncito con unas tetas hermosas hecho de redon-
deces. le cerré el ojo un par de veces. Y en un momento que ella
se fue al baño les pregunté a las otras si tenía novio. Alguno
debe tener contestaron las otras cagándose de risa.
A la prima no la miré porque me miraba fijo y medio como que
me dio vergüenza.
gloria era como una gata que movía todo el cuerpo y yo le dije en
un momento si había venido del país de las maravillas y ella se
rió fuerte.

157
Y sarita era raro porque su cara se iluminaba con un halo azul
como si un reflector o una sirena de patrullero de ese color la
estuvieran enfocando. Era la imagen que más me colgaba. El
tiempo se redetenía ahí. no le dije nada. me molestaba que me
colgara así porque me daba cuenta que me recontraquedaba
colgado mirando ese aureola azul en la que resplandecía.
Comí un par de masitas de chocolate y ahí es como que me
estabilicé.
En un momento pasaron la canción porquería esa que se saben
todos la que se llama Tu pìel radiante y laura y gloria se pusie-
ron a cantarla yla sabían toda. Yo les pasé por blutu un par de
canciones de los stones y las escuchamos después escuchamos
casi todo un disco de los redondos. En un momento que me pa-
reció que se las tomaban porque sarita con la prima y gloria
dijeron que se iban adentro a poner el agua y que en un rato
volvían. Ahí le dije a la laura si quería que la acompañaba a la
casa. Medijo que no que se quedaba ahí. yo ahí nomás le tiré
qué onda el otro día. Le pregnuté porqué fuimos al club Liber-
tad. ella medio que me contestó mal- me dijo que yo la había
engañado que le dije que estaba lastimado y que quería hablar
con Bili que él me iba a ayudar y que llegamos y que el bili no
me conocía y que eran todas mentiras mías y que yo no estaba
lastimado que dejara de joder con pavadas y que hastña ahí la
noche venía bien. Cuando paró de cacarear yo le dije que todo
bien que yo entendía que a Bili no lo conocía y que capaz estaba
confundido o en estado de shock porque lo de las lastimaduras
era cierto y ahí me levante la remera y le mostré la panza con el
machucón que todavía me dura del otro día y atrás el otro golpe
ese que tengo todo hinchado. Ella dijo y cómo pasó. Ahí le conté
lo que me acuerdo y ahí se me acercó bien cerca y me tocó con su
manito. La verdad es que a mí se me paró hasta el apellido. Yo
lo tenía al Angueto apuntandolá sediento de fluidos femeninos.
Ella me dijo uh te duele y se puso reseria me dijo que me tenía
que mostrar una cosa de ese día. Me preguntó de nuevo si me
dolía. Y yo medio a las risas le digo que no que ahí en ese mo-
mento sentía todo lo contrario. Y ella también se rió pero cambió
de tema y me dijo que me pusiera hielo y yo se lo seguí. Le dije
que lo iba a derretir al hielo. Y otra vez las risas. Se vinieron las
otras y se cortó.

158
Ahí charlamos con la prima de Sarita. Se ríe lindo y tiene unas
gomas respetables. Me contaba de su pueblo y que viene hace
mucho a pasar sus vacaciones. Después se fueron cansando las
nenas y yo estaba otra vez reprendido rearriba reloco… les se-
guía delirando cosas. Les empecé a hablar del universo del libro
ese que me dio Bilis y pum me quedé colgado de las estrellas.
ahí ellas dijeron nos vamos a dormir y de una se fueron o me
pareció a mi. pero gloria se quedó.
Uh te dejaron afuera le dije. No, me dijo. Y cómo dije yo. Pero si
me dijiste de acompañarme dijo ella. Yo ahí revacilé me quedé
en punto muerto ni para atrás ni para adelante. Como una hora
nosé. Igual debe haber sido nada porque dije bueno y salimos lo
más bien hablando. Caminamos por las calles más iluminadas
eso me daba cuenta. Esta no quiere ni medio pensé. Llegamos a
la puerta ahí me acordé de los hermanitos de esta y dije ya fue.
ahí me dijo si querés tomamos unos mates acá.
Hablábamos bajito. Si bueno no t enes algo para comer. si unas
masitas.se fue y yo pensando masitas finas qué rico. Pero se
trajo la pava de acero y una torta de chocolate o cacao y dulce
de leche. Riquísima y los mates con unas hierbas que yo sentía
que me limpiaban todo y me ponían relúcido. En un momento
me preguntó qué quería decir con que era de otro país. Era por
Alicia en el país de las maravillas. Se rió medio fuerte. Mientras
me puso la mano en la pierna. Ahí la mire de nuevo tenía unos
shores de jean y las piernas bien potentes. Y una remera sin
mangas. Me di cuenta q no tenía corpiño porque se le pusieron
duros los pezones. Ahora si me dije y se me paró. Me le mandé
y sacó la cara. No te confundas Mateo me dijo mirándome a los
ojos. Vos no querés. No sé me dijo. Bueno yo me voy le dije. Bue-
no me dijo. Si querés mañana a la noche paso dije. Mejor no dijo.
Bueno chau dije y ni esperé nada. Y me fui. el gusto del mate no
se me iba de la boca. Las hierbas. No las entiendo…

Estimado Mateo:
En primer lugar debo decir que esto es sumamente extra-
ño. Tanto para mí como para usted. Será así para ambos debi-

159
do a una cierta cantidad de circunstancias que no le puedo ex-
plicar, cómo llegué a conocerlo y supe quién era usted. Además
debo mencionar que usted nunca me conocerá. Al menos no de
la forma existencial en la que usted está ahora leyendo al mismo
tiempo que yo escribo. Primero porque yo estaré muerto -me niego
a escribir estoy muerto, frase que es más cierta que la que acabo
de escribir-, y segundo porque aún nadie habla el idioma de los
muertos aunque ellos hablan y los vivos los oímos claramente pero
sin entender su lenguaje.
Esta carta no contradice esto último ya que hay atajos y
formas -que usted a su debido tiempo conocerá- para establecer
cierto contacto que es deficiente pero es algo. Uno de esos atajos
puede tomarse por la escritura, con el sueño y con las palabras
de la alucinación. Claro que no cualquier sueño ni cualquier es-
critura ni cualquier alucinación. No es tan simple. Existen una
serie de requisitos para que estas ventanas se abran. Espero estar
cumpliéndolos y que esta carta llegue a tiempo.
El tiempo.
El tiempo es lo importante aunque, además, es una cosa sin
importancia. Eso es lo más importante. Los muertos estamos de
espaldas al tiempo cronológico. Estamos perpetuamente en todos
los momentos, infinitamente y sin tiempo. Para ustedes conserva-
mos la cara de las fotografías. Pero Mateo, nosotros, los muertos
nos acordamos de todo. El todo es la memoria de los muertos.
Eso que llaman tradición y pasado pero también lo que harán los
nietos de los nietos, la memoria es nuestra imaginación de todo lo
que pasó, lo que pasa y lo que puede pasar. Una tremenda concen-
tración de palabras, imágenes, sensaciones, sentimientos y luz.
Una conflagración cósmica de experiencia vital que se construye
constantemente. Los muertos los rodeamos a ustedes, los vivos.
Ustedes tienen el tiempo y el espacio ordenado, nosotros el infi-
nito. A veces nos comunicamos. Pero ustedes son arrastrados por
esa corriente loca que es la realidad de los vivos, y la sucesión.
Ustedes los vivos están incompletos por el miedo a ser eliminados
del mundo. El temor es el peor enemigo del universo de los vivos:
no tema.
Mateo usted tiene una misión y yo trataré de guiarlo porque
esa es la mía: orientarlo. Y de esta cantidad de palabras que pa-
recen el discurso de un loco sin final, no se asuste, casi nada le

160
servirá. Usted se olvidará e incluso arrojará este papel o lo per-
derá. Pero una o dos frases sobrevivirán y serán la semilla y la
llave que le servirán en el futuro. Esa es la idea de este continuo de
palabras. O quizás no pase eso, porque allí está usted, su ser y su
voluntad. Esta voluntad tendrá que orientarse hacia una especie
de fusión con todo lo que es, en un fluir o un flotar bajo el agua
sin respirar y sin oír, pero sin ahogarse. Sin sufrir y sin temer.
Se parece a volverse un feto, un nonacido. Ahí lo invisible será
visible. Esta voluntad fluyente debe flotar en el todo y ahí entra
su escritura porque en ese motivo de su ser, en esa característica
acción que realiza, usted puede fluir. Agua que fluye no se pudre.
Flote por favor.
Fluya como el viento azul.
No se asuste y corra, corra como un perrito blanco,
un perrito blanco de luz que corre de hocico hacia el sol.

(diario de corbett)

Lun 17 del 12 del 12

Llego a corbett. Primera anotación acá.


El calor es sumamente diferente al de mi pueblo porque puedo sentir que
me imposibilita respirar. Siento que de alguna manera el calor de acá me
ahoga. También es cierto que me ahoga más mi pueblo. Eso lo tengo por
lo más cierto. Los últimos días sentía una presión en el cuello como si un
puño invisible me sujetara y no me soltara. El último día fue insoportable.
Mi madre sudando como una condenada en su cocina pequeña cocinán-
dome para llenar los tupperware. Mi madre haciendo muecas de tristeza
porque yo me iba. Mi madre nunca quiere que yo venga acá. Ella siente
que yo la traiciono al venir. Pero no se da cuenta que lo que tengo con este
pueblo es diferente, y, que todo empezó cuando me parió en este pueblo.
Siempre repite:
“Yo estaba de ocho meses de vos y, con tu hermana y tu papá, estábamos
paseando en lo de la tía Irma en Corbett. Después de un asado yo me sentí
muy descompuesta. No me podía mover. Con tu papá pensamos que me
había caído mal la comida, pero a la noche estaba peor, y ahí me di cuen-

161
ta que esa sensación de dureza en la panza, no eran retorcijones, eran
contracciones. No sabíamos nada porque con tu hermana no sentí nada.
Siempre una santa tu hermana”.
Ella siempre es una santa, siempre es la mejor. Después sigue
“Y bueno, menos mal que había un médico pero me dijo que tenía que ha-
cer reposo que no podía volver o que tenía que tener el chico ahí. Me aga-
rré una amargura tremenda. Renegué y al final alguien me sedó. Y cuando
me desperté ya estaba todo resuelto. Nos quedamos y vos naciste ahí.
Ochomesina. Nadie se lo esperaba y yo menos. Siempre haciendo cosas
inesperadas. Nadie en la familia nació antes. Ella sí. Nos tuvimos que que-
dar unos días más en Corbett. Te prestó la ropa tu prima Sara. Si hubieses
esperado a llegar a tu casa hubieses tenido tus cosas. Pero no ella no.
siempre diferente. Por eso nació en Corbett”.
Si, acá nací. Una casualidad? Era lo que yo quería? Desde ese día, siempre,
cíclicamente, he vuelto a este pueblo. Es mío también. Conozco cada rin-
cón y tengo a Sarita acá que es como mi hermana. Es mi pueblo. Acá me
ahogo por el calor de existir, allá de asfixia. Allá no puedo cantar, acá sí.

Mier 19 A la tarde

Ayer nos tuvimos que ir al 9 porque el tío se sentía muy mal. Desde toda
la noche anterior estuvo tosiendo. Desde que llegué pude notar que se
encuentran bastante desmejorados de salud, tanto la tía Irma como el tío.
Son muy viejitos. A Sarita la veo bien pero parece estar mucho más ocupa-
da que nunca. Me contó como al pasar que hubo unos robos y unas cosas
que está tratando de solucionar. Nos quedamos en lo de un amigo del tío.
Medio raro allá. Hoy a la mañana volvimos y la acompañé a la Sari a lo
de los gitanos. Nos invitaron a quedarnos a cenar. Aceptamos y yo por lo
menos vi la cena más abundante que te imagines.

Juev 20

Lecturas: a la mañana empecé E. Gil Reyes. La estación de la muerte. Ayer


terminé Mutante del infierno de Ricardo Scapolo. El hermoso horror del
mal. Libros de allá. Un gusto culposo.
Encuentro a Sarita muy pensativa y huye de mis preguntas. Hoy al caer el
sol fuimos a una Matiné en el Galpón de Encomiendas de la sociedad de
fomento. Creí que hablaríamos un rato y no fue así.

162
Durante un rato pasó música Marisol, llevó todo una colección de compact
de canciones de películas que les gustó a casi todos. A mí algunas me hi-
cieron acordar a mi pueblo.
Hay un chico que yo no conocía, es el que ayuda al padre de la iglesia de
acá. se llama Mateo. Viene de Capital. Algunas de las chicas están medio
alteradas.
Estuve anotando cosas para el blog de Ana Cronía con unas fotos que sa-
qué con el aparato. Acá no hay nada de señal pero mejor, así escribo y leo
tranquila.

Vier 21

Apuntes para el Musiquero cancionero. Las canciones que le gustan a cada


uno. Sarita = Nada tengo de ti y Amar amando de Horacio Guarany. Laura
= La isla bonita de Madonna. Gloria = Tu piel radiante de Rogelio Funes
Mori. Marisol = Nunca hubo cielo de Eleusis Band, de la película La libe-
ración del hombre superior. Atina = Entre tu piel y mi fe de Macaferry y
Asociados. Además me gusta, Te quise, te quiero y te querré de Manolo
Galván. Y Revolución del Chuqui. Copié letras y acordes.
Lo que hablamos:
Contaron –no recuerdo quién- que Antoño el gitano –que es muy her-
moso- anda con la María Inés. Una chica que parece buena, es la hija del
delegado, profesora, da clases de folklore en el quincho. A las chicas les
parece que no tiene nada como para andar con semejante bombón. Ade-
más la María Inés está casada, esto último lo agregó Sarita. Ya no está
casada dijo Gloria.
Vino el chico ese Mateo, el monaguillo. Parece buen chico aunque es me-
dio oscuro.
Hablaron de las materias que se llevaron
Laura: Educación Cívica “porque la vieja me odia”.
Mateo: Lengua 2 y Matemática 2 y Historia argentina del siglo XX 2
Gloria: Lengua y Matemática y Historia argentina del siglo XX
Sarita: “las abanderadas no se llevan materias” dijo gloria.
Yo ninguna me llevé por eso pude venir este año.
Hablamos de la profecía de los mayas del fin del mundo.
Sarita: opina que “el fin del mundo puede ser”. No sabe. No lo ha pen-
sado mucho. “Por ahí, porque estuvo hablando con su papá un día
hace mucho”.

163
Gloria: ella cree. Y está segura de que algo va a pasar. Explicó algo de que
los mayas hablan de un gran lapso de tiempo y eso es lo que se termina.
Mateo: respondía medio cortado. Se rió y dijo que si no se terminó el
mundo con el papa negro no se termina más. No se entendió bien lo que
dijo.
Yo: nada. Leí sobre esas cosas, es cierto pero no tengo una opinión. Me
gustan cuando aparecen en una historia de terror.
Laura: no opina nada. dijo que esas ideas le daban miedo.
Después calentamos el agua para los mates. Laura se quedó con Mateo.
Las chicas se lo hicieron a propósito porque hace unos días ellos tuvieron
algo extraño que no me contaron.
Le pregunté a Mateo qué canción le gustaba y me dijo que no sabía, pero
que Poeta de ningún lugar de Juan Hernández estaba buena. Puso en el
celular esa canción y es linda. Después dijo que puede elegir cualquiera
de los Redondos que seguro le gusta. En un momento Sarita me dijo que
tocara algo con la guitarra y nos pusimos a cantar durante un rato. Toqué
por primera vez Revolución de El Chuqui. La pasamos muy lindo.
Después Laura se quedó acá y Mateo y Gloria se fueron.
Laura no contó nada. Sarita dijo con cara de pícara “acá pasa algo” antes
de apagar la luz.

Sab 22

Hizo mucho calor.


Sarita no estuvo en todo el día. Vinieron Dania y Laura.
Vinieron por el vecino.
Pasamos la tarde paseando.

Para Mateo

Te escribo porque me gustó estar con vos el otro día charlando y


diciéndonos nuestras cosas. Solos. Me gustó estar sola con vos.
Me gustaría estar más tiempo sola con vos. Y hacer otras cosas.
Me dijiste de vernos esta noche y ahí te dije que no pero ahora
lo estoy pensando y te digo SIIIIIII… Vos tenés ganas todavía?

164
Decíme que sí porque si no me muero. Ya estoy haciendo reprepa-
rativos para nuestro encuentro.
Firma. Gloria T.

Anotación en un papelito

Empiezo el Informe después veo a quién se lo vendo o a quién se


lo doy. Yo escribo.

Es así nomás ahora hace un frío con viento terrible una cosa
de locos porque es verano y hace un frío loco a la mañana y yo
sin abrigo y atrás de la chata de este tremendo hijo de puta es-
pero que nos paguen bien porque si no no sé el quilombo que les
hago para colmo no se puede hablar con semejante ruido a lata
que hace esta chata ahí paró menos mal un ratito ni el aliento
calienta las manos bocina bocina de alambre de ruido de fierro
latiendo oscar que le grita daaaaaaaaleeee mateeeeeeoooooo un
rugido largo como un aullido si no se levanta con eso no sé con
qué se levanta dice pedro está pasando el rato está nublado si cae
una gota no vamos no vamos porque va a estar lloviendo y no se
puede deschamicar el campo si llueve te caga los machetes dice
hernán tengo sueño y tengo hambre ahí viene qué cara de sueño
pibe le dice el manquito mientras lo ayuda a subir a que allá en
los buenos aires no veían estas mañanas heladas estos fríos en
diciembre le dice marsilio y mateo está dormido es un zombi dor-
mido me dice pasá un cigarro pero si ni se puede prender nada
acá le digo y ahí acelera el mierda calleja viejo puto y pedro me
habla pero no oigo absolutamente nada y es tan completo el es-
truendo que es como si todo estuviera callado y el ruido vendría
a ser el alma del silencio y tengo que anotar esa frase que está
buena la tengo que anotar y agarro el lápiz y quedan puras rayas
y estoy apuñalando el papel sin querer y mando todo a la mierda
y entonces repetilo que te lo acordás repetilo para más tarde el

165
ruido es el alma del silencio el ruido es el alma del silencio el rui-
do es el arma del silencio esa es mejor o si no las armas las carga
la bocina malvada del silencio todo una mierda más vale que nos
paguen bien porque si no ya va a ver ese mierda.

Papelitos desordenados

Si no alcanza con la deschamicada Melchor me dijo que me


daba.
En los silos precisan más gente.
La pala me está dejando la espalda torcida. Ganar dinero ha-
ciendo fuerza es para los bobos.
Pero
No tengo otra. No tengo otra.
Escribir para los de la estancia.
Cuidar el cuaderno azul ahí está mi tesoro.
Gloria ya fue.
Cuidar la notbuk otro tesoro.

La narración

La narración es un continuo suceder y en eso se parece a la rea-


lidad. Una situación sucede a la otra o paralela a la otra o a raíz
de otra o causa otra situación. También hay hechos y actos que
realizan sujetos: hombres y personajes. Acciones estáticas, esta-
dos y acciones móviles, acciones propiamente dichas. Estas son
otras coincidencias. La característica primordial que posee la na-
rración es que está destinada a que alguien la reciba. Y quien
la toma se mantiene ahí, recibiéndola, por interés. Pero qué es
lo interesante, se preguntan los narradores. No hay una única
respuesta, pues hay tantos intereses como lectores, o quizás más
porque alguno tiene más de uno, según el momento. Por esto últi-
mo se puede asegurar que no hay narración buena o mala intrín-

166
secamente, y el único requisito que debe cumplir la narración es
que sea ese continuo de hechos y acciones. Y aquí la narración da
con su demiurgo, con su hacedor: el narrador. En el centro está
el narrador, o mejor dicho está la elección que hace el narrador,
o mejor dicho está la vida, la experiencia que porta el narrador
para hacer la elección que hace al narrar. El narrador elige desde
lo que es como ser. El narrador oral tiene la suerte de evaluar en
vivo y en directo a sus receptores aunque lo apremia la decisión
instantánea. Debe elegir al instante y esto puede asustarlo, inco-
modarlo y confundirlo. En cambio el narrador escritor no tiene a
sus lectores a mano para consultarlos, preguntarles si les gusta
lo que leen o verles las caras que ponen ante su relato. Por eso
debe elegir antes. La elección está antes de la lectura. Esa elec-
ción es de otra índole, pues es una elección cuasi existencial. Es
una lección regida por el deseo y la historia. Mientras el narrador
oral elige por los otros, el narrador escritor elige por él mismo. Se
elige a sí mismo. Elige quién quiere ser. Y ahí se topa con la pre-
gunta magnífica: ¿quién soy yo? Encontrarse con esta cuestión le
da al narrador escritor la libertad total. La libertad con mayús-
culas. La narración escrita le dice: podés ser cualquiera. Lo que
quieras. Sos libre. Libre.

Nota al pie: Algo para que recuerden los narradores escritores:


Nunca derivar en más preguntas, sobre todo evitar las que an-
gustian como ¿y si soy un pelotudo? No sirven. Ahí se estarán
maltratando. La duda no sirve al contar algo. Sé libre sin miedos.

10º

Registro de vigilancia observada y cronometrada del su-


jeto llamado Mateo Dhorcke Rafaeles

ESCRITO-MDR128/PSR – DÍA 13AVO EN CORBETT.


27/12/12

06:24:89.367. Se levanta tarde. Faltan diecisiete minutos para


las catorce y treinta. Suponemos que está cansado ya que anoche
anterior estuvo bebiendo con el sujeto llamado Melchor. (ver ar-

167
chivos: ESCRITO-MR423/RTG. AUDIOVISUAL-MR443/RTG).
Desayuna seis galletitas Express y las acompaña con mates
amargos. 00:13:45.345. Se viste. Se pone jeans y zapatillas. Se
pone la remera negra que dice adelante Redondos. En la cabeza
se pone una gorra roja que dice Cargil. Se pone la campera de
jean. Sale a las catorce y treinta y siete. Camina por la calle prin-
cipal y pasa por la playa de camiones con las manos en los bolsi-
llos. Llega al comercio de Valdez (ver archivos: ESCRITO-CV498/
UYH. AUDIOVISUAL-CV223/UYH). 00:08:56.782. A la hija del
comerciante llamada Martina le pide cigarrillos Malboro Max
Plus de 20. Paga con diez pesos. Ella le da el vuelto en caramelos.
Él frunce el entrecejo y extiende la mano sobre el mostrador para
regalarle uno. Le pregunta si prefiere frutilla o ananá. Ella lo
mira a los ojos en silencio. Las manos pegadas a los lados del
cuerpo. Mateo sonríe y le deja el caramelo en el mostrador. Sale.
00:06:33.821. Vuelve por el camino que realizó hace unos instan-
tes. Va sonriendo. Suponemos que por lo sucedido en el comercio
de Valdez. Consulta el celular a las catorce horas y cincuenta y
seis minutos. No envía ningún mensaje. Suponemos que tiene
señal deficiente. Llega a la zona de la vieja estación, dobla y cruza
las vías. Llega al club Libertad. 00:09:58.456. Entra por el bar y
golpea las manos. Suponemos que es porque no hay nadie a la
vista. Lo atiende la mujer llamada Margarita (ver archivos: ES-
CRITO-MG323/SDF. AUDIOVISUAL-MG473/SDF). Son las
quince horas y trece minutos. Mateo le pregunta por su hijo Bilis
(ver archivos: ESCRITO-RG4675/SDF. AUDIOVISUAL-
RG44423/SDF). Ella entra. Treinta y cinco segundos después
aparece el sujeto a quien apodan Bili o Bilis aunque se llama
Rodolfo Giunta. Suponemos que Mateo está de muy buen humor
porque riendo le comenta lo sucedido hace un momento con la
chica del comercio de Valdez. Bilis le dice que ya tiene preparado
todo y que vayan. Salen. 00:07:49.421. Se dirigen a la estancia.
Toman por la calle de los silos. Ahí se cruzan con la camioneta del
delegado del pueblo conducida por su hijo mayor. (ver archivos:
ESCRITO-xx22663/xxx. AUDIOVISUAL xx7543/xxx). Se quedan
parados mirándola fijamente y en silencio hasta que dobla en la
esquina. Suponemos que (Interferencia corta emisión-Distorsión-
activado rescate de vocablos: “era” “creo” - Reanudación de emi-
sión) y por esas razones proponemos inicio de legajo urgente para

168
correspondiente vigilancia. (Interferencia) Según archivos de vi-
gilancia, verificados y confrontados, Mateo ha hablado con Mel-
chor y le ha contado que está escribiendo (ver archivos: ESCRI-
TO-MR4998/JKQ. AUDIOVISUAL-MR4573/JKQ). En los últi-
mos días de observación, más allá de que han coincidido en algu-
nos lugares de reunión, la actitud de sus cuerpos al hablar y sus
diálogos han cambiado. Haciendo un repaso minucioso podemos
concluir que Mateo confía en él. Los vigilandores de este sujeto
sugerimos abrir archivo prontamente para verificar dicha rela-
ción. Mateo lleva doblado dentro del bolsillo de la campera un
cuento que escribió la madrugada de ayer. El argumento del
cuento: se trata de un personaje que siempre está cansado por su
trabajo y que tiene una novia. Él la ama profundamente y siente
que ella lo ayuda sacándole ese cansancio. Ella, realmente, le
saca el cansancio y, además, lo alivia de otras cosas que a él no lo
ayudan: la desprolijidad, los malos recuerdos. Entonces, su ma-
dre (Interferencia). Al final él se mata. Lleva el cuento manuscri-
to en un papel A4 blanco. Durante todo el trayecto caminan en
silencio o hablan de cosas sin importancia. Pasan por los silos.
Pasan por el cruce de la vía. Pasan por la casa cuyo dueño es Fe-
derico Ortiz (ver archivos: ESCRITO-FO9907/ILA. AUDIOVI-
SUAL-FO99923/ILA) y que está sin habitar. Pasan por la casa de
los empleados de la estancia. Ahí los espera el sujeto llamado
Pedro Laguna junto a su perra Santa (ver archivos: ESCRITO-
PL453/FRE. AUDIOVISUAL-PL432/FRE). Lo saludan efusiva-
mente. Siguen caminando. Llegan a la estancia a las quince ho-
ras, treinta y seis minutos. La tranquera está abierta.
00:37:02:634. Mateo les pregunta si el nombre la estancia es por
alguna razón especial. Pedro dice que no sabe. Bilis le contesta
que él cree que es porque la madre del Juan Navarro Cabral se
llama Elena. Bilis les pregunta si saben qué es un guardaganado.
Mateo dice que no. Pedro dice que no sabe. Bilis le dice que es ese
foso con una parrilla arriba que permite el paso de vehículos me-
cánicos pero no el de los animales. Mateo preguntando si no es
posible que pasen de todas maneras. Pedro dice que no sabe. Bili
niega con la cabeza diciendo que no, que es imposible, que si el
animal viene y quiere pasar se cae o se quiebra una pata y queda
ahí todo roto y dolorido pero nunca pasa, además le obstruye el
paso a los otros. Dice que la idea de este invento es quebrado o

169
muerto pero mío antes que de otro. Se ríen. Pedro dice que no
entiende de qué se ríen si de la mezquindad del dueño que no deja
que sus animales sean libres o de que los animales se lastiman al
querer serlo. Los otros dos lo miran serios. Entran a un bulevar y
pasan por la sombra de los sauces y los pinos. Pedro les pregunta
si saben que Luli, la señora de la estancia, es medio parienta
suya, que es sobrina nieta de su abuela. Y una vez ha- (Interfe-
rencia total – IMPOSIBLE RESCATE DE VOCABLOS – Reinicio
de emisión) mueve la planta y sale corriendo, entonces como la
noche anterior ha llovido, el agua en las hojas cae y moja a los
desprevenidos. Se ríen a carcajadas. Suponemos que lo que le
acaba de contar Bilis le causa una buena sensación a Mateo. Sa-
len del bulevar por un camino hecho con ladrillo triturado. Están
a punto de entrar al parque, a unos cien metros del casco. Bilis
les dice que hay un castillo abandonado más allá en un monte.
Mateo dice que no puede ser que no hay castillos en este país.
Bilis dice que le apuesta mil pesos. Pedro dice que en ese lugar
hay dos puertas, una blanca y una negra. Pedro dice que a unas
leguas, en un monte, hay una capilla muy alta, adentro del mon-
te, abandonada, que tiene las dos puertas también (Interferen-
cia). Los cruzó el capataz, el sujeto llamado Rosendo Ormaiche
(ver archivos: ESCRITO-RO207/PLA. AUDIOVISUAL-RO923/
PLA). Les grita alto y hace caracolear su caballo blanco delante
de ellos. Mirándolos muy serio con el seño fruncido les pregunta
qué están haciendo. Los sujetos Mateo y Bilis le contestan que
vienen porque tienen una cosa que entregar a la señora Luli que
Bramajo (ver archivos: ESCRITO-MB7779/EKA. AUDIOVI-
SUAL-MB4563/EKA) ya habló con ella. Ormaiche elevando el
tono de voz dice que él no sabe nada y que mejor esperen en la
glorieta del jardín y que no salgan del perímetro porque sus hom-
bres tienen orden de tirar a matar porque últimamente (Interfe-
rencia corta emisión – Distorsión – Programa Rescate De Voca-
blos: Activado “ese” “se” “la” “da” “de” “malo” “me” “contaron”
“que” “melchor” “lo” “recagó” “a” “palos” “hace” “unos” “años” “y”
“que” “él” “le” “tiene” “miedo” - Reanudación de emisión).
00:21:12:238. Esperan en el lugar indicado. Son las dieciséis ho-
ras y seis minutos. Se acerca el sujeto llamado Rodrigo Navarro
Cabral (ver archivos: ESCRITO-RNC2598/IIA. AUDIOVISUAL-
RNC9345/IIA) el hijo mayor de los dueños de la estancia. Se diri-

170
ge a ellos con suma amabilidad, incluso les pide disculpas, y les
preguntó qué es lo que han traído. Mateo le explica que Bramajo
les ha dicho que vinieran porque la señora los quería conocer.
Rodrigo les pregunta si han concertado una cita con ella. Mateo
le dice que no, que ellos no sabían, que pensaron que las señora
los atendería sin citas. Rodrigo les dice que esperen un momento
más porque su madre está ocupada en ese momento. Da media
vuelta y se retira. Pedro dice que les va a contar lo que soñó. Dice
que al principio no sabía dónde estaba pero que luego todo suce-
día en los galpones del centro de Corbett. Dice que él iba cami-
nando con su perra y que repentinamente ella comenzaba a ha-
blarle y le prevenía de los tiempos que estaban por venir. Le de-
cía que iba a ver mucho dolor pero que él no tuviera miedo, que él
debía prepararse sin temor porque el momento de ser valiente ya
llegaría. Pedro dice que en ese momento la perra desaparecía y
que él se quedaba solo que antes de desaparecer le repetía que no
había que temerle a nada que había un perro de luz que los iba a
ayudar. Ahí se daba cuenta que estaba en los galpones y que no
podía salir. Dice que en un momento despertó y que estaba todo
oscuro. Ahí escuchaba la voz de Santa que le decía tenés que ayu-
dar a Mateo y a Bilis. Ahí se daba cuenta de que no se había
despertado. Todo quedó oscuro y en silencio, y en ese momento
empezó a tener miedo, mucho miedo, y ganas de llorar. Y ahí se
despertó. Silencio. Serios. Mateo les cuenta que hace dos noches
besó a Gloria, la hija de Petrona Teosebia (ver archivos ESCRI-
TO-PT2598/TRA. AUDIOVISUAL-PT9345/TRA). Bilis se ríe
muy fuerte. Le dice a Pedro que eso es lo que pasa con las mujeres
en los pueblos cuando llegaba un foráneo. Suponemos que lo dijo
enojado porque en días pasados Mateo estuvo cerca de Laura
(consignado en ESCRITO-MDR12/OED – DÍA 4RTO EN COR-
BETT. 18/12/12). Mateo le responde que no le de importancia.
Bilis dice que los foráneos se aprovechan siempre. Mateo le dice
que si lo decía por lo de la semana anterior estaba diciendo cual-
quier cosa. Bilis se queda en silencio. Mateo también. Pedro pre-
gunta qué significa foráneo. Bilis le dice son los forasteros, los
que no son de acá. Mateo le dice que son las personas como él.
Pedro niega con la cabeza, muy serio, y dice pero si vos siempre
estuviste acá Mateo. Bilis comienza a explicarle nuevamente. Pe-
dro le dice que ya ha entendido y que Mateo no es extranjero en

171
Corbett porque siempre ha vivido en el pueblo. Dice que Mateo es
de acá. Llega la dueña de la estancia. 00:54:08.876. En el momen-
to en que ella les comienza a hablar son las diecisiete en punto.
Se planta delante de ellos con una sonrisa breve en su cara. Les
dice que está sumamente contenta de recibirlos pero que ese no
es un buen momento, que quizás otro día será mejor, que se ten-
drán que ir. Mateo le responde. Suponemos que desconcertado.
Le dice que al menos le harán entrega de lo que le han traído.
Ella se niega rotundamente. Con voz muy baja les dice que no,
que eso es de ellos, que otro día lo leerá con gusto y que por favor
la disculpen, que deben irse en ese mismo momento. Ellos inten-
tan protestar pero ella les hace una seña. Entonces enseguida
comienzan a caminar nuevamente por el camino color ladrillo
molido. Ella primero se queda detenida en la glorieta, luego corre
unos pasos por el sendero y los alcanza. Se acerca a Mateo, lo
abraza. Lo aferra. Las dos cabezas muy juntas. Ella le murmura
algo que es totalmente inaudible para nuestros micrófonos. Lo
estrecha más en el abrazo. Se separan un poco. Ella se toca la
cara. Otra media sonrisa y lo besa en la mejilla. Extiende el brazo
y furtivamente le introduce un paquete en el bolsillo interior de
la campera de Mateo. Volviendo a revisar los archivos de videovi-
gilancia, y ajustando parámetros de visión y audio, podemos
constatar que el mensaje es inaudible y que el contenido del pa-
quete no se puede determinar. Indicamos reordenar nuestras po-
siciones para obliterar toda sospecha hacia Luli y para verificar
que los canales están limpios. Indicamos creación urgente de ar-
chivos de registro de vigilancia para Raquel Ramos Delgado.
Luego (Interferencia total – IMPOSIBLE RESCATE DE VOCA-
BLOS – Reinicio de emisión) también existen fallas evidentes por
lo que pedimos recambio de material tecnológico-orgánico-virtual
ya que se dificulta la transmisión en directo. (Interferencia) Re-
petimos (Interferencia total – IMPOSIBLE RESCATE DE VO-
CABLOS – Reinicio de emisión). Fin de transmisión.

VIGILANDOR nº xxxx-323445-5r4ewd233-12gt

172
11º

Queridos Hermanos:

Me pongo a escribir impelido por la necesidad, dadas las cir-


cunstancias excepcionales en las que vivimos, atreviéndome a de-
jar de lado la promesa realizada tiempo atrás creyendo que jamás
la incumpliría y desafiando la furia de la condena con la que seré
castigado con seguridad. Todo sea porque se logre nuestro ansia-
do objetivo. Todo sea por la victoria de la causa.
Este buen muchacho, Mateo, estuvo hablando conmigo en es-
tos días y lo he visto demasiado desorientado. Luego de dar varios
rodeos, me contó lo que le fue dicho por el compañero Samuel.
Manifestó su confusión. Eso hubo de quedarme bien claro, ade-
más debo agregar que habré de tomar cartas en el asunto, dado
que el chico se ha quedado demasiado solo y en estos últimos
días, lo han estado influyendo elementos nocivos. Es cierto que el
hombre que lo acompañaba no es santo de mi devoción, incluso
creo que es un ser nefasto pero el muchacho le tiene estima y su
ausencia lo hace sufrir necesidades. Además ha quedado más que
claro que es él muy superior y que toda influencia de este hombre
ya no podrá torcerlo. En cambio el estado de indefensión en el que
se encuentra por la necesidad y la confusión, no son meras prue-
bas a las que debe estar sometido un Informante-Cronista. Nada
bueno puede lograrse de ese padecimiento. Eso lo creo firmemen-
te. Primero por mi experiencia como tal, es que para mí, la tarea
de un Informante-Cronista es sumamente dura, pues depende en
gran medida de la observación y de la lucidez mental para regis-
trar y escribir lo que se experimenta, y eso exige un gran sacrifi-
cio. Segundo, las pruebas a las que se ha sometido históricamente
a los Informante-Cronistas-Iniciados no son de esta índole. Sería
sumamente importante que la jerarquía tomará debida cuenta
de las circunstancias en las que estamos formando a Mateo. La
constitución inicial del Informante-Cronista es esencial en el de-
sarrollo posterior, y lamentaríamos profundamente que un ser
de tales características tornara al camino incorrecto, puesto que
estuvo en nuestras manos elegir protegerlo y orientarlo hacia la
senda de la claridad.

173
Además y esto no resta un ápice mis decisiones, Mateo está
a las vísperas de acontecimientos que le perturbarán la realidad.
Es decir, habrá de pasar al Estado II del Camino del Iniciado por
lo que juzgo que habrá de necesitar ayuda.
Entiendo que las palabras de esta misiva que vienen de
un Borrado-Acallado, quien les escribe y rubrica con su nombre
completo y sin enmiendas dichas palabras, pueden resultar hi-
rientes, injuriosas, para la estructura administrativa escalafo-
nada de nuestra amada Institución, lo sé, pero debo anticipar,
que apelaré a todos los recursos que anticipa nuestro Sagrado
Estatuto para salvaguardar a nuestro Informante-Cronista Ini-
ciado, tomando el rol de Maestro Adjunto aunque ese rubro me
esté mortalmente vedado.
Sin más que informar. Saludo con suma humildad.
El Gran Arquitecto es mi guía.

{Melchor Ramírez Noguera Surimana}


M4CH12- R114(3M4)697Z
CORBETT, PARTIDO FORTÍN NUEVE DE JULIO, PRO-
VINCIA DE BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA,
PLANETA TIERRA, SISTEMA SOLAR, VÍA LÁCTEA, GRU-
PO LOCAL, SUPERCÚMULO DE VIRGO, BARRIO DEL
GRAN ATRACTOR, UNIVERSO LOCAL OBSERVABLE, ES-
FERA CAUSA EFECTO 12ñ, UNIVERSO GLOBAL TOTAL
SUPRACÓSMICO.

12º

Otro papelito

Tengo la escritura. Es mi riqueza y mi vida. Es mi piel, mi caballo


y mi lanza. Mi cuchillo. Es mi corazón, mi alma y mi deseo. Mi
motor. Tengo mi escritura. Todo vale todo.
El verso
“Hoy mi sol tiene una luz que habla”
y el grafismo

174
son escritura.
Mi escritura tengo y al lado estás vos.
Afuera sale el sol y la bruma se posa en los pastos. Hay silencio
hasta que cantan los pájaros y un gallo dice lo suyo y pasa un
camión. Puede ser el último día en la tierra puedo ser el último
sobreviviente. Voy a escribir. No dormí ni dormiré.
06:06 am. 12 de diciembre de 2012

175
Baile

El baile está en su más caliente apogeo. Es el momento de


la fiesta en que ya todos saben que no llegará nadie más. Es el
instante de la fiesta en el que ya nadie razona porque está en-
tregado a ese fluir particular que promueven la danza y el alco-
hol y la risa, el momento más alto luego del cual todo comienza
a descender. Son las doce en punto del viernes veintiocho de
diciembre. Luna llena. La cumbia hace explotar la noche. Afue-
ra dos muchachos se agarran a trompadas. Tienen lágrimas en
los ojos y la sangre les chorrea por la cara. En ese momento se
corta la luz. En ese mismo momento alguien grita y muere, al-
guien cae en una zanja. Alguien se transforma. Muchos gritan y
corren. En ese momento alguien se ha convertido en un asesino.
El baile fue animado por el artista juninense Roberto Flores
Gómez mundialmente conocido como “Pichi Landi”. Es, junto
a Rogelio Funes Mori, uno de los artistas del verano. Estuvo
presentando su último trabajo discográfico “El único y para to-
dos”. En el momento que todo comienza está cantando su éxito
“La que baila sola”. Comenzó su presentación con “A mover”,
luego cantó “Corazón loco”, y después hizo un cover del famoso
hit: “El baile de la chonga” enganchado al “Tema de Moria”, de
su autoría. Desde el principio la gente se apiñó en la pista para
bailar. Quienes estaban tras la barra apenas daban abasto para
atender la demanda de bebidas y choripanes. Luego, Pichi Lan-
di y su Gran Orquesta Celestial hicieron una catarata de obras
conocidas por todos: “Estallan los corazones”, “Soy el único, soy
de todos”. En ese momento Pichi hizo una larga reflexión so-
bre la fama. Dijo que Virgilio en la Eneida es el primero que la
menciona como una diosa de mil bocas y mil ojos, un monstruo
que es muy veloz y que acecha desde lugares altos. Dijo que la
fama es imposible de domesticar y que nos puede destrozar y
ahí comenzó a presentar a un artista invitado diciendo que a
este hombre ni la fama con su ferocidad lo había podido rom-
per. Ahí lo llamó: Rubén Sensación Citterio. El público atronó
el salón con sus aplausos. Juntos hicieron “El rey de la farra” de
Citterio. Luego “La felicidad” otro cover, esta vez de Palito Or-
tega. Después con “Mujer celosa”, y “Me gusta cliqueá me gusta”

177
terminaron ese set. Se hizo un intervalo. Media hora después
volvió a subir con una camisa morada cruzada por un estampa-
do de serpientes doradas que se mordían la cola. Entró y llamó
a dos parejas del público, luego de hacer un sorteo. Era una
competencia. Las señoras debían comer una banana lo más rá-
pido posible. Pichi Landi se extendió en chistes de índole sexual
o directamente groseros: “Mirá como la agarra la señora”, “Ya
se la quiere meter en la boca esta golosa”, “Mirá el dorima cómo
la mira con cariño. Me parece que te cabe el gancho a vos bigote
¿eh?. O capaz algo más grueso también ¿eh? ¿Eh?”, “Usté se la
come toda y gana señora. Y acá, le aseguro, no es como la ma-
yor mentira que decimos los hombres. ¿Saben cuál es? Decimos:
Vos seguí. Vos seguí que cuando esté, yo te aviso. Yo te aviso.
¿Eh? Mirá cómo se ríe este panzón, lo debe hacer seguido. Te
gusta gordo, que sean buenas nenas y se la tomen toda, que la
saboreen. ¿Eh? Hasta la última gotita. ¿Eh? ¿Eh?”. La señora
que ganó se llevó una orden de compra de un electrodoméstico
en Tiendas Galver. Luego, con los ganadores en el escenario,
cantó “Soñando por bailar” y luego “La que baila sola”. En la
mitad de esta canción, se cortó la luz en todo el pueblo, y retornó
inmediatamente. Silencio y desconcierto. Un momento después,
alguien gritó horriblemente, luego todos comenzaron a correr y
se cortaba la luz nuevamente. Oscuridad total, luz y gritos de
terror en la sombras.

Todos los jóvenes durante el baile se agruparon en sectores


bien diferenciados. Se podía ver que había siete grupos. Sólo una
pareja de estos jóvenes estaba bailando. En el primer grupo ha-
bía unas chicas que estaban sentadas cerca de la puerta.

Sara Shalom. Fue la primera que llegó de su grupo. Al prin-


cipio parecía aburrida y miraba el techo. Estaba sentada con su
prima al lado de la salida. Se puso a charlar animadamente con
Antonio Montoya que estaba sentado en la mesa vecina. Luego
salieron a bailar dos canciones. Ella fue quien le dijo que ya no
quería bailar más. Se fue a sentar. Nuevamente pareció aburrida
o enojada por lo que comentaban sus amigas. Un rato antes de
que comenzara la primera situación terrible, salió afuera luego
de decirles a sus amigas que estaba cansada.

178
Atina Kreda. Estaba al lado de su prima Sarita. Todos los
veranos viene de vacaciones al pueblo. Es muy callada. Sonríe
todo el tiempo. No vio nada porque estaba mandando un mensaje
de texto en el momento que comenzó la tragedia. Su teléfono era
el único que tenía señal esa noche. De pie a su lado, estaba María
Soledad que le había pedido que les mandara un mensaje a sus
padres porque no se sentía bien y que la vinieran a buscar.

Laura Larpe. Estaba sentada al lado de Atina, fumando.


Ella y Gloria son las únicas de su grupo que fuman. Laura tiene
17 años y una belleza singular. Alguien dijo que “ella es como una
pequeña laucha sexy”. Los chicos del pueblo coinciden en que si
bien es feúcha, también piensan que tiene una actitud que sugie-
re una completa disposición al amor en todas las formas imagi-
nables. “Debe ser de cojedora” dijo alguien alguna vez y el resto
asintió convencido. Hubo uno que enfatizó con un “seeee”. Laura
se viste y se pinta de una forma que siempre llama la atención de
los hombres, aunque no es decadente ni exagerada, simplemente
es sexy. En varias ocasiones, distintos varones de diversas eda-
des la tuvieron como tema central de conversación en el boliche, y
además la tuvieron como ejemplo para rebatir cualquier paradig-
ma de belleza canónico e incuestionable. En este pueblo es común
decir que una chica es bella porque tiene un rostro proporciona-
do, y que alguien diga “¡eh! ¿y la Laura Larpe que tiene una nariz
de gancho y está más buena que no se qué? ¿qué me decís?”. Toda
vez que un parroquiano admira a una mujer porque es alta, rubia
y delgada, es infaltable que alguien lo mande callar con “¡eh! ¿y
la Laura Larpe? ¿que es petisona, morocha, también es medio
gordita y tetona? Ella es más que linda. Está bien pulenta”. Es
decir lo de laucha sexy es relativo ya que ella cuenta con curvas
generosas y apropiadas. Es una mujer hermosa, aunque nadie ha
sabido definir esa belleza. No tiene novio en el momento del baile.
Aunque muchos dicen que le gustan los hombres mayores que
ella. En el tiempo en que cumplió los 15 años, estuvo de novio,
muy enamorada, con Rodolfo Bili Giunta durante un año. Luego
se pelearon, nadie supo nunca porqué. Se cree que por los celos
de Bili. Su padre falleció hace un año. Luego quedó a cargo de
su tío, un hombre violento, empleado y secuaz del capataz de la
Santa Elena.

179
Durante el baile estuvo muy entretenida charlando con sus
amigas. Sobre todo cuando Sarita salió a bailar. Luego salió a
la calle. Un rato después volvió a entrar. Estuvo muy seria y en
silencio. Dijo que estaba pensando sus cosas. Luego se puso a
hablar muy animadamente con Marisol. Se sorprendió mucho
cuando se cortó la luz, se asustó cuando la luz retornó y cuando
muchos comenzaron a correr luego del grito desgarrador en la
nueva oscuridad.

Marisol Ferreiro. Son muy amigas con Laura. Tienen la


misma edad aunque se puede notar que entre ellas hay muchas
diferencias. Tiene ojos celestes y una mirada profunda y húmeda.
Nunca usa pollera, sus amigas le dicen que descuida su aspecto
físico. Trabaja en el videoclub de los Ferro. Sabe mucho de cine.
Le gustan mucho Orson Welles, Leonardo Favio, Goddard, Ta-
rantino. Tiene un guión escrito por ella. La película se llama “El
Mal. Historia de horror, crímenes y amor”. Es hija del mecánico
del pueblo. No le gusta bailar. En el momento del comienzo de la
consternación, estaba hablando de forma muy entretenida con
Laura. Luego se acercó al lugar donde el grito había sido proferi-
do. No se asustó.

Gloria Teosebio. Tiene 16. Es muy simpática. Es delgada y


rubia. También es muy hábil y muy inteligente. Aparenta sim-
patizar con cualquiera con el fin de ayudar a sus hermanos o
a su madre. Sus hermanos son Marsilio y Hermes. En los días
previos le ha insinuado a Mateo que siente algo por él. Su herma-
no Hermes está muy enojado por esto. Cuando comenzó el tema
musical que enmarcaría la tragedia sonrió y le hizo una seña a
Dania. En el momento de la batahola salió instantáneamente del
salón. Afuera se encontró con sus hermanos y se puso a discutir
duramente con ellos. Nadie pudo oír por qué discutían. Hermes
parecía lagrimear con la mirada en el piso, y Marsilio se frotaba
las partes machucadas de su cara en silencio. De allí se fue a su
casa. Luego volvió.

Dania Vila. Tiene 15. Vive con su abuelo jubilado Juan Za-
pata. Es muy amiga de Gloria. Está sentada a su lado y casi no
habló con las demás. Cuando Gloria le hizo la seña ella creyó

180
que saldrían a bailar solas, pero al notar que no era así se quedó
sentada. Rieron mientras bailaban sentadas balanceándose pe-
gadas, una a la otra, por los hombros. En uno de los movimientos
vio que Bili le hizo una seña con la cabeza. El cabezazo para salir
a bailar. Cuando se puso de pie se alisó la falda de su vestido. En
el mismo momento en que iba a dar el primer paso hacia la pista
alguien gritó como si lo rompieran al medio. Luego fue una más
de las que salió corriendo.

Otro grupo de chicas. Son las más chicas. Están en unos de los
laterales de donde ven bien el escenario y uno de los bordes de su
mesa se acerca al inicio de la cantina. Los padres de una de las
chicas se sentaron en una mesa al lado de ellas. Justo detrás de
ellos hay una puerta de dos hojas que da al patio interno del club
que tiene dos canchas de bochas y una cancha de pelota paleta.

Juana Inés Rivera. Tiene 12 años, es morocha y muy alta.


Pedro está enamorado de ella. Vive con su familia en la estancia
Santa Elena porque son amigos del capataz y porque su campo
está inundado. Estaba en el baile con sus padres. Ante el primer
rumor los Rivera se levantaron y salieron. Había tanta gente que
la correntada de personas los obligó a caminar sin pausas. Antes
de salir habían perdido de vista a su hija.

Micaela Díaz. Tiene 16. Vive junto a sus hermanas en un


puesto de la estancia Santa Elena. Es el primer baile al que van
solas con su hermana Jaqueline. Tienen vergüenza de andar por
ahí porque una de sus hermanas mayores les dijo que debían te-
ner mucho cuidado con los hombres más grandes.

Jacqueline Díaz. Tiene 15. Parece mucho más chica. Están


las tres juntas porque la familia de Juana las trajo. Estuvieron
sentadas durante todo el baile. Un momento antes de que se des-
atara el acabose llamó a Eugenia Torres a su mesa que se acercó
sonriendo.

Alissa Rinaldi. Es hija de un chacarero de la zona. Tiene


12. Es muy divertida e ingeniosa. Hace chistes todo el tiempo y
a casi todas las personas del pueblo les ha puesto sobrenombres

181
así como les ha encontrado un parecido con algún famoso. Un
momento antes de que todo se desmadrara se le había ocurrido
que Pichi Landi era muy parecido a un Juan Perón desinflado.
Las cuatro amigas estaban riendo casi hasta las lágrimas, no le
prestaron atención al corte de luz, y no oyeron el grito.

Otro grupo de chicas. Este grupo estaba muy cerca de la mitad


de la cantina. Los hombres que se reunían para ser atendidos les
murmuraban obscenidades y propuestas indecentes.

Zuriela Zapata. Tiene 20 años. Pelo platinado. Vive con su


abuelo y su prima Dania. Está peleada con Laura Larpe y con su
prima. Tenía un vestido brilloso y dorado. Estaba tomando vino
espumante junto a sus amigas. Se sentía mareada desde el segun-
do vaso. Desde antes de comenzar a tomar sabía que le provocaría
ese efecto. No había comido nada. Estaba en ayunas porque quería
que el vestido que tenía puesto le entrara. El día anterior se lo
había probado y no había podido prendérselo por un milímetro,
entonces decidió ayunar para ponerse ese vestido espléndido.

Miriam Gálmez. Tiene 15 años pero su cuerpo parece el de


una mujer mayor. Como su madre es prostituta. Su mayor deseo
es ser la mejor puta de la zona para ganar mucha mucha plata.
Siempre dice que le encantan el dinero, la ropa y las cosas que
puede comprar con la plata. Se viste totalmente diferente a las
demás chicas pues encarga su ropa a la capital. Al principio na-
die sabía de su trabajo. Tiempo después, empezó a cobrar mu-
cho dinero y su madre comenzó a ayudarla en la administración.
Prácticamente mantiene sola a toda su familia. Sus clientes son
los hombres más poderosos del pueblo. Cierta vez vino un contin-
gente de hombres en una combi desde Fortín 9 de Julio a recibir
sus servicios. En ese momento, también está mareada.

Daniela Zurbarán. Tiene 17. Vive con sus abuelos en el ba-


rrio de los jubilados. Admira a Miriam y a Zuriela. No toma alco-
hol. Toma Sprite. Sabe la verdadera historia de María Inés.

María Inés Reinaldo. Tiene 20 años. Es gordita y muy sim-


pática. Es profesora de folclore en el galpón de encomiendas. Par-

182
ticipa en la comisión de fomento. Es muy activa. Es la hija del de-
legado. Estuvo casada con el capataz de la estancia Santa Elena:
Rosendo Ormaiche. Se separó de forma traumática. Todo eso ya
había pasado. Durante toda la noche dijo que hoy estaba contenta
porque ahora estaba enamorada. Nuevamente. Por eso ella fue la
primera en festejar la ocurrencia de tomar vino espumante. A las
risas dijo que quería olvidar el pasado y festejar el futuro. Todas
chocaron sus copas y luego sus compañeras le preguntaron por el
presente. Ella dijo que el presente es el mejor tiempo. Ahí bebió
dos grandes tragos y repitió que el presente es el mejor tiempo.
Agregó que el presente es el único tiempo. Luego quedó mirando
la nada, seria y en silencio hasta que sucedió la tragedia.

Eliana Patricia Lewis. 22 años. Hija del jefe de los secuaces


del capataz de la estancia Santa Ana. Su padre es hijo natural del
patrón. Es muy amiga de María Inés porque se criaron juntas.
Conoce su historia y su vida. Ella fue quien tuvo la idea de to-
mar ese vino. Ella estaba contenta porque su amiga había dejado
atrás un matrimonio horrible con un hombre más horrible aún,
que duró tres años. Ella la había visto sufrir por la mala vida
que le daba ese hombre. Celos, golpes, gritos, soledad eran situa-
ciones comunes en esa casa. Lo que había roto definitivamente
esa pareja eran los reclamos porque María Inés no quedaba em-
barazada. Con el tiempo los gritos, los golpes y el abandono se
redoblaron. Eso hasta hace unos seis meses. Ahí sucedió lo peor.
Eliana había recibido una llamada por cobrar en su celular. Era
María Inés, o alguien con su voz enloquecida, que reía y grita-
ba. Aún hoy recordaba lo que decía: “primo uma guspue manus”.
Una y otra vez hasta que se cortó repetía esas cuatro palabras.
Eliana las anotó en su celular porque estaba segura que algo
querían decir aunque no sabía qué. Mientras corría a la casa de
María Inés. El recordatorio se le borró tiempo más tarde, un día
que llovía y se le mojó el aparato. Al llegar no pudo abrir y tuvo
que llamar a su hermano para que abriera la puerta y liberara a
su amiga. El canalla la mantuvo encerrada durante tres días en
el sótano de su casa. Luego, durante tres meses estuvo desapa-
recido. El caso hizo mucho ruido en el pueblo. Sin embargo nadie
tomó represalia, ya que María Inés nunca lo denunció, ni le contó
a nadie más su vivencia. Permanecía días en silencio y postrada,

183
parecía que no se recuperaría nunca. No salía de su casa. Hasta
que un día comenzó a caminar por el pueblo. Y otro día, ya recu-
perada, reabrió su grupo de danzas. Y otro día fue con sus amigas
a Fortín 9 de Julio a bailar. Eliana sabe que su amiga está viendo
a alguien. María Inés le dijo que aún es un amor secreto pero que
ya todos se enterarían que eso que ella sentía es para siempre,
para la eternidad. Eliana la miró y sintió que su amiga, ahora,
estaba plena, tranquila, feliz. Esta fue una sensación que persis-
tió todo el baile, todas las veces que brindaron, y se miraron a los
ojos, una dicha que perduró hasta el momento en que se cortó la
luz y sucedió la tragedia.

Hay un grupo de chicos que está contra la pared del fondo al


lado de la cantina.

Mateo Dhorcke Rafaeles. Durante toda la noche, desde


antes que todo comenzara estaba bebiendo vino y tenía mucho
calor. Habían estado bebiendo en la casa de Pedro. En el baile
estuvo al lado de Rodolfo Bilis Giunta unos pasos más delante del
tablón que hacía las veces de barra de la cantina. En estos últi-
mos días están muy unidos. Él y Pedro son los únicos que saben
de la misteriosa misión que tiene, aunque parece que ninguno de
los dos le ha dado importancia a la oscura razón que explicaría
esa tarea. Simplemente parecen haberse olvidado. Pedro porque
tiene una incapacidad para recordar con precisión a largo plazo,
y las cosas que eventualmente le retornaban no lo hacían como
recuerdo de algo sucedido, sino de algo soñado. Pedro vivía en es-
tado permanente de deja vu. A veces corría sin sentido hasta que
se tiraba en el pasto a llorar. De ahí salía sin acordarse de nada
que lo hubiera motivado a correr. Rodolfo parecía haber olvidado
porque pensaba a en otras cosas que le preocupaban más. Mateo,
cuando comenzó a desatarse la tragedia, hacía un rato que estaba
afuera y de su nariz manaba sangre negra, tenía los ojos entume-
cidos y el mundo estaba dado vuelta porque estaba tirado en el
piso y dos personas lo estaban pateando.

Rodolfo Jorge Francisco Giunta. Ni él, ni Mateo estuvie-


ron sentados en el baile. Les habían parecido muy caras las me-
sas, y permanecieron de pie, tomando Gancia con limón mientras

184
conversaron. En un momento Mateo le hizo una seña y salió. Él
se quedó mirándolo todo. Más tarde, cuando los hechos ocurridos
eran comentados en el pueblo, él no pudo describir cuáles eran
sus sentimientos y pensamientos en ese momento pues no sentía
nada. En un momento, algo aburrido, decidió salir. Encontró a
Mateo afuera y charló con él. Volvió a entrar. Se colocó en el mis-
mo lugar. Sin pensar.
A Mateo lo conoció el día después de que lo golpearan. Ese es el
día que Mateo no recuerda. Luego, se hicieron amigos porque fue-
ron juntos a varias clases particulares en lo de Bramajo. La última
semana ha dejado de ir porque no tiene dinero para pagar. Desde
hace un tiempo, en el pueblo todos le dicen Bili o Bilis. Es poeta.
Eso es lo primero que le dice a cualquier persona. Parece orgulloso
de dos cosas en su vida: escribir poesía y trabajar junto a su padre
en el bar del Club Libertad atrás de la vía. Comenzó a escribir
poesía en la escuela. La primera fue: “A San Martín, el guerrero”.
Constaba de treinta y pico de versos en los que exaltaba el valor
y la audacia del héroe nacional. En algún momento del poema se
detenía a enumerar las desdichas que sufrió para realizar su cam-
paña. Hablaba de adversidades íntimas y dificultades políticas.
En su fuero interno él quería mostrar que el sufrimiento humano
no es condición exclusiva de los seres ubicados en las clases más
bajas, sino que el dolor también poseía a aquellos que habían al-
canzado la gloria. Había sido muy aplaudido en el acto escolar en
donde leyó el poema por primera vez. Luego le pidieron que la le-
yera en presencia del intendente en la inauguración de una antena
de Movicom en un campo vecino. Luego lo leyó en el cumpleaños de
uno de los hijos de un estanciero. Varias de las personas del pueblo
decían “qué bien que es poeta este chico” o “qué bien que le escribió
al Santo de la espada”. Esto le disgustó. Detestaba que hablaran
sin entender. Llegó a pensar que la gente era hipócrita y que no
quería ver las miserias humanas. Decidió empezar a escribir más
sobre el tema del sufrimiento y el dolor. Sobre todo porque estaba
convencido que ilustraría, que ayudaría a la gente con su poesía.
Estaba convencido de que la poesía era algo útil y necesario en el
mundo. Esta idea lo acompañaría hasta la última sombra de su
vida. Por esos días de su adolescencia escribió bajo esta idea pero
el resultado fue desastroso. Leyó esos nuevos poemas en la inau-
guración de la última temporada de verano en la pileta del club.

185
Eran dos poemas. El título del primero era “Verano” y hablaba de
la armonía entre el dolor por el vacío de la existencia y el vacío
del tiempo de las vacaciones. Le contó a Mateo que unos versos
de ese poema decían “así nos atora la inmunda nada / con sol va-
cío espuma y bronceador / permanece quieta tu alma una llaga /
goza su calma ante el ventilador /”. Después contó que destruyó
ese poema porque sentía que era como un chiste negro. Le contó
que en ese momento dijo ya fue y dejó de leer. Nunca leyó el se-
gundo. Le contó que primero oyó el murmullo y que no lo estaban
aplaudiendo como con el de San Martín, que vio que en las caras
no había risa. Alguno miraba en silencio el agua celeste de la pileta
y el pasto verde alrededor, recién regado, con mucha seriedad en
el rostro. Le pareció que su mamá tenía ganas de llorar. Todos al
mismo tiempo se dieron vuelta y manotearon los sanguchitos de
las fuentes, y empinaron el jugo fresco de los vasos de plástico. Qué
calor tremendo, horribles esos versos, un asco, capaz que llueva,
oyó mientras él ordenaba sus papeles. Su hermana le hizo un gesto
leve que él leyó como aliento, como un está bien, seguí, vos seguí,
qué le vas a hacer. Una mirada que le proponía la resignación,
pero él se negaba, no quería conformarse. Por eso consideró todos
los elementos de lo que había sucedido. Y llegó a la conclusión de
que era evidente que había habido una falta suya también. Había
usado lenguaje demasiado grosero para la poesía. Evaluó que su
fallo consistía en deficiencias en su lenguaje y por eso se dedicó a
perfeccionar su poesía. Asistió durante siete meses al taller litera-
rio de José Ferreiro para aprender a escribir poesía. Todo fue bien
hasta que cierto día, salió completamente enceguecido del taller
para no volver nunca más. Le dolía el puño que había estrellado
contra la cara de su profesor. Es que este se había reído de él. Lo
había nombrado con un sobrenombre. Y todos saben el poder de los
apodos en el pueblo. El otro buscaba humillarlo. En ese momento
no supo comprender que las palabras primero deben acomodarse,
luego crecen, se asientan hasta que nos acostumbramos a ellas.
Sobre todo, esto es así, en las palabras que nos nombran y apo-
dan. Han pasado dos años de aquella vez. Luego de un tiempo se
acostumbró, y comenzó a sentir esa palabra como parte suya. Su
nombre. Así su enemigo retrocedía, porque ya no podría manipular
en su contra ese significante, sus letras, sus sonidos. Entonces ahí
comenzó a ser el Bilis o Bili Giunta. Sólo cuando se acostumbró a

186
su nuevo nombre, comenzó a escribir nuevamente textos que le
gustaban realmente. Bilis lee mucha poesía, y siempre anda con
dos libros encima. Sus amuletos. Uno: Baudelaire. Poesía Com-
pleta, edición bilingüe. Ediciones 29. El otro: Baudelaire. Peque-
ños poemas en prosa. Colección universo. Editorial Sopena. Los
ha leído mucho. Cierta vez llegó a dibujar la cara del poeta en la
carpeta de la escuela. Estos libros pertenecen a la biblioteca del
club donde trabaja y vive con su familia. Donación anónima decía
en las primeras páginas. Su padre le dijo que no recuerda cuando
llegaron esos libros.
En el baile, cuando se quedó solo, porque Mateo salió, pidió
otro Gancia con limón. Lo empinó casi de inmediato. Pidió un
vaso de cerveza y salió. Habló con Mateo. A la media hora volvió
y pidió un vaso de vino con Mirinda. Lo tomó en dos tragos y se
puso a mirar fijamente a Dania. Pensó en Drácula mirando a
Mina por la calles de Londres. Pensó las palabras Mirame, mi-
rame. Se miraron. Él cabeceó sin sacarle la mirada. Ella asintió
e hizo una media sonrisa. Bajó su mirada y se puso de pie. Bili
avanzó. Ella salió corriendo. Él también había oído el alarido.
Siguió adelante. A tres o cuatro metros estaba el cuerpo inerte.
Bili fue la primera persona que se acercó por propia voluntad al
lugar del que todos se alejaban.

Pedro Laguna. En el momento en que todos comenzaron a


correr, Pedro estaba mirando a Juana Rivera porque le había
mandado saludos con Polín. Quería llamar su atención. Ade-
más, en ese mismo mensaje, le había pedido si quería bailar
con él más tarde. Para que Polín llevara ese mensaje le había
regalado la mitad de su cocacola. Polín había salido corriendo
con una sonrisa en la cara y repitiendo lo que había oído para
no olvidarse. En un momento de la carrera, el chico tropezó y
se cayó. Comenzó llorar en un rincón sentado en el piso. Pedro
se acercó y le dijo que no importaba. Oscar se puso al lado de
ellos. En ese instante Oscar le dijo a Pedro si no sentía algo
raro. Pedro le preguntó qué significaba eso. Oscar le dijo si no
le parecía raro que todos estuvieran en silencio, pero la música
seguía atronando sin cesar un segundo. Pichi Landi en el esce-
nario era una máquina de hits. Entonces, un grito rajó el cielo
del baile, veinticinco segundos después de que Oscar terminara

187
esa frase. Pedro miró a Juana. Le pareció que el grito venía de
la zona donde estaba su mesa.

Oscar Gálmez. Le dicen el “Gordo”, también “Gordo puchero”


o “Gordo caracú”. Es el mejor amigo de Pedro. Le dolía el estómago
y se sentía mareado. Había comido unas papas fritas que la había
hecho su madre pero no las había terminado. Era su plato favorito
de todo el mundo y sin embargo había sentido asco. Se acercó a
decirle a Pedro que se iba que no sentía bien pero en ese instante
levantó la cabeza y sintió un montón de cosas que se incrustaron
en todos sus sentidos. Pudo entender una gran cantidad de hechos
que sucedían en esa parte del mundo al mismo tiempo. Podría de-
cirse que las oyó aunque por la forma en las describió, mejor es
decir que las sintió y que esas cosas se introdujeron en su ser de al-
guna manera. Supo que una serie de pulsos electromagnéticos via-
jaban desde un aparato transmisor por los intersticios del aire con
destino de otro aparato receptor que los decodificaría en cuya pan-
talla lectora formaría la frase: “tengo mucho durquipén de panza.
Vení a buscarme. María”. Sintió el bolo alimenticio de una persona
que subía por su tráquea de manera antinatural y se convertía
en vómito. Pudo percibir el sonido infrahumano que hace el cere-
bro de una persona antes de gritar de sufrimiento. En la agonía.
Sintió dolor como una catarata de lava ardiendo en los confines
del universo. Una profunda tristeza lo invadió y lo sumergió como
en el mar de un purgatorio desconocido. Sintió la vibración que
provocan los golpes en los huesos acolchonados por músculos, car-
tílagos, tendones, vasos sanguíneos, capilares, venas y sangre. Oyó
el silbido del aire desplazado por los puños que golpeaban. Supo
quién moriría de forma violenta. Todo le sucedió a la vez, todo fue
un haz de percepciones que por escasez en el lenguaje para descri-
birla les interponemos los verbos saber, oír, sentir. Todo eso y más
se volcó en su aparato sensitivo aunque sin poder, él, enunciarlo
en palabras ordenadas, quizás por eso a Pedro le dijo que si no le
parecía que era como si todos estuvieran en silencio. Fue el único
que volvió al salón cuando todos se habían ido a buscar a alguien
que estaba perdido.

Polín. Es un niño muy flaquito. Y anda con su ropa muy rota


y muy sucia. Mocos en la cara. Está pelado porque le encontraron

188
bichos en la cabeza. Dice que tiene doce años, aunque todos saben
que lo que dice es mentira. Miente todo el tiempo o se olvida de
lo que es la verdad. El único valor que conoce es el de la comida.
Tiene hambre todo el tiempo. A veces vive con una señora lla-
mada Florinda. Luego del alarido, Polín fue el primero en salir
corriendo casi sin ver nada y sin parar. Sin embargo, fue el que le
contó todo lo sucedido a Mateo con precisión y exactitud.

Otro grupo de varones está sentado bien adelante en una mesa


muy cercana a la pared, con una visión casi nula del escenario.

José Guillermo Ferreiro. Tiene 28 años. En el pueblo lo


consideran el Poeta con mayúsculas. Para ellos, él es el ejemplo
de quien escribe. Hizo un curso de poesía en el Instituto Nacional
de Escritura Literaria en la sede de la Universidad de Buenos
Aires, en Junín. Ganó un concurso de versificación. Luego, editó
un libro de poesía con la municipalidad de Fortín Nueve de Julio.
En su casa tiene muchos libros y además coordina un taller de
poesía donde asisten varias personas. Entre otras Rodolfo “Bili”
Giunta. Ellos, antes, eran muy amigos. Ahora, se detestan. Bili
dice que José Guillermo es un gandul, un holgazán, un parási-
to quien todo el tiempo escribe poemas de amor cursis. Porque
parece estar enamorado de todas las mujeres del pueblo. A casi
todas le dedicó algún poema. En realidad todos los poemas que
escribe José son de amor, y eso es algo que Bili detesta. Opina
que lo mejor que tiene José Guillermo son sus libros. Bili está
fascinado con la colección de poesía en pequeños libritos de la Re-
vista Luna que los Ferreiro reciben todas las semanas. Ahí están
Vallejo, Sor Juana, Maiacoivsky, Alfonsina. Gracias a los libros
de esa casa, Bili, conoció a Baudelaire y lo amó al instante. Lo
leyó y lloró por primera vez ante una poesía. Luego encontró sus
libros en su propia biblioteca. A José Guillermo le gustan Béquer
y Neruda, exclusivamente. Pareciera que tiene tantos libros de
poesía para justificar su idolatría por estos dos poetas. Bilis lo
prefiere así, para que de esa forma Baudelaire, sólo le pertenezca
a él. Al taller asisten: Tomás Popoff y Ezequiel Rinaldi, entre los
chicos, y, además, tiene un grupo de adultos. El ritmo del taller
es inalterable, el coordinador, José Guillermo, arroja consignas
de escritura o presenta las lecturas, leen, charlan y luego escri-

189
ben. Todos los textos que se escriben, deben ser poemas sobre
el amor y sus derivados. El suicidio por amor. Amor a primera
vista. Amor prohibido. Amor a la distancia. Ruptura amorosa.
Amor y locura. Con esta última consigna de escritura comenzó
la discordia entre los poetas del pueblo. Rodolfo “Bilis” Giunta
había escrito un poema en prosa sobre la locura. Sobre el asco
de vivir. Sobre el asco de la existencia del dolor. José Guillermo
con una sonrisa, que se encargó de mencionar que nacía de la
repugnancia, le señaló que en el poema no se hablaba del amor.
El alumno advirtió enseguida por donde venía el coordinador, y
con ironía y con cierto desdén, le retrucó que para decir ciertas
cosas no es necesario hablar de eso y nombrarlo constantemente.
Le dijo con una sonrisa burlona: “de esa forma para hablar del
amor sólo bastará repetir la palabra amor como una grabadora
descompuesta hasta el infinito”. Y luego dijo “te explico, yo acá
en este poema, estoy hablando del amor aunque no se mencione
ni de cerca ese tema. ¿Me entendés?”. José Guillermo, se sintió
menospreciado, y remedando una voz de marioneta o de muñeco
socarrón, dijo: “Ahí lo tenés a este con sus pavadas, ahí lo tenés
al Bilis Negra”. Las carcajadas de los compañeros del taller atro-
naron hasta dos cuadras de la casa. Hasta ese momento duró esa
amistad. Se trenzaron a piñas hasta que los separó Rolo Ferreiro.
En el baile, José Guillermo estaba sentado allí porque entró
primero al salón, antes de que comenzaran a cobrar las entradas.

Ezequiel Rinaldi. Es el hijo mayor de un chacarero de la


zona. Tiene 19. Se siente muy amigo de José Guillermo. Fueron
juntos a la escuela. Llegó más tarde que su amigo al baile y le
reclamó por el lugar que había elegido. Discutieron agriamente.
José le dijo que en esa mesa estaban bien, porque de esa manera
no le cobraban ni la mesa ni la entrada. Ezequiel le respondió
que era tan agarrado como la mugre del talón. En el momento en
que se oyó el grito estaba pidiendo una cerveza en la barra. Salió
trotando entre la multitud con la botella en la mano. Afuera se
quedó hablando con otras personas y bebiendo del pico.

Tomás Popoff. Su padre también es un chacarero de la zona,


tiene un pequeño campo, antes era domador hasta que, un tiem-
po atrás, tuvo un accidente horrible. Un caballo muy bravo, al

190
que le decían el Zorro, lo volteó y le pisó la mano derecha. Estuvo
mucho tiempo internado, y finalmente lo amputaron a la altura
de la muñeca. Desde ese día le dicen “El Manco”. A Tomás le di-
cen “El Manquito”. Es el más chico de su grupo. José Guillermo
lo maltrata siempre. Es meramente eventual que esté en esta
mesa ya que no quiere a ninguno de los otros dos. Sus verdaderos
amigos no vinieron. Salió corriendo como la mayoría.

El grupo de los teosebios estaba sentado en un grupo de mesas


al otro lado de la pista entre la cantina y la puerta de salida.

Fabrizio Quiroga Estévez. Tiene 21. Es el heredero de la for-


tuna de los dueños de los silos del pueblo. Nieto de los gallegos
Estevez. Es muy amigo de los teosebios porque Bramajo fue quien
le dio casi todo el secundario. Es un ser amargado y resentido. Es-
taba solo en la mesa ya que sus amigos habían salido un rato antes
de que todo comenzara. Un rato antes de la tragedia, se acercó Ma-
rio y Saúl Reinaldo, el delegado y su hijo. Charlaron muy risueños.
Le dejaron una carpeta celeste con papeles y se fueron.

Marsilio Alejandro Heraclio Teosebio. Tiene 18. Rubio, so-


brador, plaga y rastrero. Gran lector. Le gusta la historia. Su ma-
dre es doña Petrona Teosebia y es una curandera muy afamada en
la zona. Ella tiene mil plantas y sabe mil brebajes. Hay quienes di-
cen que es hijo natural de Bramajo con una de las hijas mayores de
Petrona. Lo cierto es que Marsilio es todo un erudito en los temas
que estudia con Bramajo. Es su maestro y mentor. También dice
que sabe todo lo que su madre le ha enseñado. Desde que Mateo ha
llegado al pueblo ha comenzado a hostigarlo. En un momento salió
del baile y nadie sabe donde estuvo. Al final comenzó a discutir con
Mateo y luego comenzó a golpearlo. Lo tiró al piso.

Hermes Fausto Teosebio. 20 años. También es rubio y es


muy parecido a su hermano. Aunque musculoso, alto y robusto.
Un ropero. Medio lento intelectualmente. Muy sano. Hipervio-
lento. Ecologista. Le gustan las flores y el té. Con su hermano
parecen devotos de Bramajo. Cuando promediaba la noche, salie-
ron del baile y nadie sabe donde estuvieron. Hermes comenzó a
golpear a Mateo cuando ya estaba en el piso.

191
Cerca de la puerta también está el grupo de los gitanitos.

José Antonio Montoya. Le dicen Antoñito y es el príncipe


gitano. Es alto, morocho, ojos claros. Hace tres años que llegó
con su familia al pueblo. Varias chicas suspiran por él. Varias
chicas les han enviado cartas de amor. Él se ha acercó a cada
una de ellas y les ha hablado, casi todas han comenzado a ser sus
amigas. Todos lo quieren. Es una buena persona. Es correcto y
respetuoso. Amable.
Se ubicó en la mesa con su familia, sus hermanos y vecinos
gitanos. Saludó con una mano y se acercó a Sarita, se pusieron a
charlar. Bailó con ella dos canciones. Luego salió. Afuera charló
nuevamente con Sarita. Luego se encontraron en un lugar muy
oscuro. Se besaron y acariciaron. Él detuvo las caricias. Se besa-
ron brevemente y se separaron. En la esquina donde cruzan la
calle del baile y la vía se puso a conversar con dos personas con
las que él nunca había hablado. Ahí se pierde su rastro. A los
tres días encuentran su cuerpo tirado en una cuneta. Su cara era
de tranquilidad. Sus ojos estaban ya vacíos aunque en el fondo
había algo de miedo. La camisa estaba totalmente desabotonada
y tenía rouge en el cuello. Su piel estaba muy pálida, como un
papel blanco.

Esteban Montoya. Está borracho. La mirada perdida, siente


que lo peor es que todos saben que le tiene envidia a su hermano. Si
no fuera por Antoñito su familia lo hubiese desterrado. Es ladrón.
Hace un tiempo se robó los clavos de oro de los cuales sólo apare-
cieron dos. La muerte de su hermano lo cambiará completamente.

Tomás Torres. Es el único hijo varón de su familia que es


rival en los negocios de los Montoya. Sin embargo los jóvenes gi-
tanos son amigos y se llevan muy bien.

María Soledad Montoya. Es morocha de ojos verdes. Tiene


12 años y parece de 18. Bailaora de flamenco. Es dueña de una
belleza cautivadora. Es amiga de Laura, Sarita y Atina. Cuando
todo comienza estaba con Atina porque ella no tiene señal en su
celular. Le mandó un mensaje a su mamá porque tenía dolor de
estómago y quería que la vinieran a buscar.

192
Natalia Torres. Está con sus hermanos. Es la mayor. Es la
profesora de flamenco. Había salido a buscar a sus hermanos
más chicos cuando comenzó todo. Estaba caminando por la zona
cercana a los baños, entre la puerta de estos y la vitrina de los
trofeos, cuando sin motivo aparente, cayó al suelo y comenzó a re-
torcerse convulsivamente. Los que estaban cerca la oyeron gritar
y proferir palabras pero pocos le entendieron realmente.

Valeria Torres. Tiene 15 años. Tiene una hermana melliza,


Eugenia. Son las menores del grupo. Habían salido a jugar a las
escondidas con Polín. Valeria se escondió en la parte posterior
de la pared extrema de la cancha de bochas más alejada. Estaba
en plena oscuridad, se sentó pensando que nadie la encontraría.
Desde allí veía la noria de los silos de Estévez y veía la luna llena.
Vio unas luces pequeñas y leves subiendo por las escaleras de
los silos. Eran personas. Luego contó lo que pensó “¿Qué hacen
ahí? ¿Qué estarán viendo? ¿Habrá más viento allá arriba? ¿La
luna será más fuerte? ¿Nos verán atrasados desde allá arriba?”.
De manera inexplicable sintió tristeza, mucha tristeza. Angustia
dijo después. Sintió que estaba sola en el mundo. Miró la luna y
pensó “estoy hundiéndome en un purgatorio desconocido”. Lloró,
lloró mucho. Se durmió. La despertó el canto de una calandria y
la mano amable de un chico. Ella le dijo “Yerú” mirando a los ojos
a Oscar que le sonreía.

Eugenia Torres. Junto a su hermana melliza estaba jugan-


do a las escondidas con Polín pero cuando lo vio caerse y ponerse
a llorar pensó que ya no jugarían más. Además, la llamó Jaque-
line Díaz, su amiga y compañera de flamenco cuando pasaba por
su mesa. Fue sonriendo porque suponía que Alissa o alguna de la
demás ya se le habría ocurrido algún chiste. No se asustaron por
el breve corte de luz, y ninguna oyó el grito aberrante que María
Inés hizo al morir. Durante varios segundos continuaron riendo
por la broma que habían hecho un momento antes, mientras mu-
chos corrían aterrorizados.

193
Velorio

Mateo salió del salón por la puerta principal. Sintió que ha-
bía estado dentro de un líquido amniótico hecho de cumbia. El
baile se había resuelto por una masa compacta de seres dobles
circulando por la pista. Miró hacia el costado, en el repecho de la
ventana Antoñito y Sarita estaban conversando. Ella exhalaba
carcajadas. La había observado, y le había parecido que, siempre,
los ojos de la chica miraban desde la desdicha, pero ahí, en ese
momento, él notaba que aquellos ojos tristes reían sin ninguna
contención. Él era morocho y alto. Ojos verdes, hermosos. Lleva-
ba la camisa clara abierta y refulgiendo en su pecho un medallón
de oro. Brindaban y reían. En el instante en que Mateo tomaba
de su vaso y notaba que el vino estaba caliente, vio que por la
puerta del salón, salía Bili Giunta, que lo miraba y le apuntaba
con una seña y una sonrisa.
Bili se acercó a Mateo que estaba con la cabeza inclinada al
cielo, mirando. Fumaba. Había un pilar de cemento cuya altura le
llegaba a la rodilla, algo inclinado, delante de la puerta del salón
del club. Había muchísimos autos. Se subió al pilar y observó ese
mar de techos. Ondas de carrocería. Caminó un rato dentro de
ese océano entre los autos. Mateo lo imitó. Coches y más coches.
Camionetas. Motos. De muchos colores y tamaños. Dormidos bajo
la luz de la luna que recién nacía. Bili señaló hacia la luna que se
subía a unas plantas lejanas. Gorda y amarilla. Llena. Rebotaba
en las carrocerías y en los techos.
Bili le comentó que el brillo hacía ese efecto por el material
con el que estaban hechas las carrocerías. Le dijo que era un ma-
terial diferente al de hace unos años. Un polímero especial que le
daba al coche plasticidad y belleza. Mateo le preguntó cómo de-
monios sabía todo eso. El otro confesó que lo había leído en revis-
tas y libros de su padre. Ambos eran fanáticos del automovilismo.
Dijo que eran muy fanas de los coches, que ellos se consideraban
fierreros. Mateo se apoyó en el paragolpes de un camión de cara
al salón del club desde donde se veía cómo latía la luminosidad
del baile y se podían oír claramente los hits de la orquesta. Re-
flexionó que en este país todo el que gustase de los deportes o
bien seguía al automovilismo, y era tuerca, o bien seguía al bás-

195
quet, y era del palo del básquet. Concluyó que a esta dicotomía
no existía una salida. Bili contó que le gustaban las carreras de
autos, aunque aclaró que a su padre le gustaban más. Detalló
que era fanático de las carreras de Turismo Carretera Mundial,
que apostaba y todo. Mateo le preguntó por las revistas que com-
praban. Bili le respondió que la revista Corsa era un clásico de
siempre, así como también la Sólo T.C., aunque para él la mejor
era Pasión Tuerca porque traía todas las divisionales de todas
las provincias. Le contó que en su familia era un acontecimiento
cuando terminaban los campeonatos del mundo de Turismo Ca-
rretera, ahí compraban El Gráfico y su libro especial. Mateo le
preguntó cómo veía a los argentinos que competirían en el cam-
peonato del mundo de automovilismo. Bili le contestó que parecía
que les iba a ir bien. Se quedaron en silencio pensando un rato
largo. Mientras Mateo fumaba comentó que antes a él le gustaba
el fútbol y que incluso, a veces gustaba de ver partidos de la liga
de Brasil o de España por televisión. Bili se burló de él diciendo
que era un amargo. Mateo se incorporó y le dijo que parara que
él era hincha de un aparato mecánico. Bili le respondió que él era
fanático de un globo de cuero con unos pobres pelotudos que lo
pateaban. Mateo le respondió que lo de él era como hinchar por la
ciencia ficción. Bili le respondió que lo de él era como hinchar por
la moda parisina o el jet set internacional, y que andaba mirando
millonarios que se preocupan por su pelo y su piel. Agregó que
ya en este país casi no hay nadie a quien le guste ese deporte, y
que era un deporte de viejos amargados y de viejos que recorda-
ban tiempos pasados mejores que ya no volverán. Mateo le dijo
que los chicos lo jugaban todavía, que él incluso lo habían jugado
hacía unos días. Bili le respondió que jugar a algo era una cosa y
que ser fanático era otra. Mateo sintió una leve frustración por-
que lo que decía su compañero era totalmente cierto. Comenzó a
caminar entre los coches. En un murmullo dijo que a él le seguía
gustando igual. Caminaron en silencio. Bili se detuvo señalando
un enorme colectivo estacionado diciendo que era del artista que
estaba por tocar en un rato. Pichi Landi. Mateo no lo conocía e
hizo una mueca de desconcierto. Bili le contó que era una estre-
lla rutilante de estos pagos. Mateo rió y buscó su revancha por
la discusión reciente. Se burló diciendo que a la gente de allí les
gustaba cualquier cosa. No logró nada porque el otro ya no le

196
daba demasiada importancia a lo que decía. Daba vueltas alre-
dedor del colectivo inmenso señalando detalles técnicos. Cuan-
do se dio cuenta que Mateo no le importaban, señaló la forma
en que estaba pintado y el cartel que cruzaba la carrocería “La
música que te hace estallar el corazón”. Rieron los dos al mismo
tiempo. Debajo decía “Artista exclusivo de Pentagrama Musical
– canales: 304 de Junín / 23 de Villa Dolores / 128 de Lobos / 9
de Bolívar / 71 de Morea / 4 de Fortín 9 de Julio / 131 de Santos
Unzué…”. Bili le propuso ir hasta una ventanilla para espiar
para adentro porque seguro encontrarían al artista con alguna
mujer. Miraron a través de vidrio opaco. Adentro todo estaba en
penumbras. Al principio no vieron nada, luego cuando su vista
se acostumbró vieron a un hombre de unos cincuenta años con
una bata dorada destapando una cerveza que extraía de una
heladera pequeña. El hombre encendió una luz difusa que salía
de algún lugar debajo de los muebles. Vieron que en sus manos
tenía un libro. Los amigos se miraron extrañados. Se sentó en
un sofá esponjoso cerca de la ventanilla. Nítidamente distin-
guieron que leía “Enciclopedia de los herejes y las herejías” cu-
yas tapas eran brillantes y el título más brillante aún. En una
pequeña mesita delante de él había otros tres tomos pequeños
con tapas marrones y parecían bastante usados pues las hojas
amenazaban con salirse. A su lado un grueso candelabro dorado
con una vela roja apagada. Por momentos el lector se incorpo-
raba y subrayaba algo en el libro o anotaba en los papeles que
esparcidos en la mesita. Mateo tosió involuntariamente. La luz
del colectivo se apagó y ellos decidieron alejarse. Mateo dijo que
eso era muy raro. Bili le dijo que un tipo leyendo no era raro.
Mateo le dijo que si alguien no quiere que lo vean leer eso sí es
raro. Bili le dijo que lo raro le daba sed y volvió al baile. Juntos
se acercaron a la puerta. Mateo se quedó allí, con un grito le dijo
que cuando saliera trajera más vino o Gancia.

Mateo vio que salía Marsilio y su hermano Hermes. Se acer-


caron y se colocaron a su lado. Los miró con una mueca burlona.
Le habló a Marsilio.
−Mirá el gitano ese como se la charla a la Sarita.
−¿Sabía Mitía? ¿que el tipito ese é el príncipe? y yo pensaba
no, ¿y cómo é príncipe? ¿cómo si lo mataro a todo lo reye?

197
Mateo no le respondió. Hizo un gesto despectivo con sus hom-
bros. Se preguntó porqué no se iban esos dos y lo dejaban en paz.
Marsilio siempre se quería destacar cuando estaba frente a él.
Eso era evidente. En las clases particulares con Bramajo siempre
establecía competencias con todos. Siempre estaba en disputa
con alguien. Y si triunfaba, humillaba a su contrincante. Y cada
vez que se había enfrentado a Mateo la lucha había sido pareja.
Mateo se daba cuenta que el otro se debilitaba ante él.
−Ademá Matío, ¿usté sabe que el Hitler ese lo mató a todo esto
gitano, ante ante que a lo judío? ¿Lo sabía eso no?
−Mejor aprendé a hablar y no te comás las eses que vas que-
dar gordo como tu hermano ropero.
−¡Escuerzo! A este lo rompo como a una cartulina. ¡Dejáme
bobo!, no me agarrés que lo estrujo todo.
Hermes el más grandote de los hermanos estaba hecho una
furia. Bufaba con una rabia que se incrementaba porque Marsi-
lio lo tomaba del brazo. Apartó a su hermano pero retrocedió un
paso. Y se quedó mirándolos con los puños apretados.
−Este cura es más chistoso. Se cree mucho el Mitía. Pero é
porque no sabía ese dato.
−Si lo sacás de la Anteojito no te puedo creer mucho.
−Ves que se pone así porque no sabe. Para que sepa Mitío, lo
leí en la revista Todo es Historia que pertenece a la Academia
Argentina de Historia como usted sabrá.
−¡Ah sí! pero ¡usted sí que tiene rigor científico! Usted es un
genio que se basa en un estudio imparcial del grupo de historia-
dores proto fascistas, fanáticos imbéciles de La Liga Patriótica
Argentina. Ahora sí le creo. ¡Pero es que son muy inteligentes
ustedes!
−Dejame bobo. ¿Por qué no querés que le sacuda la peluca a
este salame? Dejame que lo hago vivir la vida de las mariposas.
Luego habló en voz muy baja, en un susurro, en el oído de su
hermano, con palabras endurecidas de rabia:
−Además se le hace el vivo a la Gloria. Por lo menos hacé res-
petar a tu hermana. O acordate lo que dijo el Maestro Bramajo.
Marsilio parecía no querer mirarlo y lo empujó. Parecía que
lo acomodaba en su lugar. Bruscamente, el grandote giró y co-
menzó a irse. Era como si un ropero caminara. Se volvió. Se acer-
có, miró a los dos a los ojos.

198
−Pst… pasa que son iguales ustedes. Igualitos son.
Para él, esa era una verdad absoluta, incuestionable. Y pa-
recía que eso le dolía. Parecía que estaba a punto de llorar. Dio
media vuelta y se fue.
−Es mentira. Si me llego a parecer a vos, o a este marmota,
me mato primero.
Hermes continuó alejándose mientras Marsilio sonreía. Ma-
teo escupió como para sacarse lo que le decían los teosebios.
Se miraron en silencio durante algunos segundos, sin ningún
tipo de rencor, como si quisieran verificar eso que les había dicho
el otro. Estuvieron un rato fumando como si fueran amigos o como
si compartieran algo más profundo que la amistad, un secreto te-
rrible que los comprometiera a permanecer juntos más allá del
desprecio. Sorprendidos, muy cerca, oyeron que Sarita se sacudía
con una carcajada. Los cuatro ojos de los muchachos la apuntaron.
Ella solamente miraba a Antoño, parecía pedirle más risas.
Mateo recordó esos días en el pueblo, en lo de Pedro, en el
galpón de Bramajo, apenas en la iglesia, en los silos. Recordó lo
bien que lo trataba ese hombre a quien casi no conocía y sin em-
bargo le había prometido no cobrarle las clases siempre y cuando
rindiera bien. Recordó que había pagado lo que había prometido
por esas hojas escritas que le había entregado. Recordó la felici-
dad de tomar el dinero. Recordó la amargura al ir a la estancia.
Recordó que Pietro había desaparecido y que no había rastros de
él. Recordó el beso de Gloria y su desdén posterior. El cúmulo de
sucesos extraños era una pila sin forma. Sintió el cansancio de
todos esos días por el trabajo duro al que se había sometido para
comer: paleando en los silos de Estévez, las idas al campo a lim-
piar los campos de soja con el machete. Recordó a Marta, lejana y
pequeña, al final de un camino que se iba. Recordó Morón y pensó
en un mapa gigante hasta el vértigo. Ubicó a sus amigos en ese
mapa, les miró la cara y parecían perdidos, desolados y tristes.
Marsilio dijo algo que él no oyó y se fue.
En ese momento volvió a oír el sonido de la orquesta que re-
tumbaba en los galpones enfrente. Luego se puso a pensar qué
escribiría al volver. Hacía muchos días que venía escribiendo. La
computadora que Pietro le había regalado había resultado muy
útil. Se había impuesto una rutina nocturna para llevar adelan-
te sus escritos a la vuelta del trabajo o del boliche. Era como si

199
hubiera olvidado las directivas del viejo comisario. Era como si lo
que le dijera Bramajo tampoco le hubiera servido. Sólo le impor-
taba escribir sin parar. De alguna misteriosa manera, escribir le
hacía bien aunque a veces no supiera qué anotar. Pensó: voy a
describir el pueblo. Pensó: voy a nombrar la mayor cantidad de
gente que pueda. Pensó: voy a contar mis sueños. Mientras pensa-
ba esto, vio salir una chica.
Era Laura Larpe. La miró. Ella se tomó la cintura y miró tam-
bién el cielo, luego le sonrió débilmente y le pidió un cigarrillo. Es
linda pensó Mateo mientras le daba su encendedor. Mateo miró
el cielo nuevamente. La luna había ocultado la mitad de su forma
tras los galpones enfilados hacia el oeste. Dijo una frase de la que
se arrepintió después:
− Cuántas estrellas. Yo no sé si alguna vez vi tantas.
Ahí en el momento en que terminaba la frase, se dio cuenta
que era un comentario totalmente soso y casi infantil. En un in-
tento de honestidad para menguar la vergüenza dijo:
−Es una reverenda pavada decir algo así, pero bueno. Es así.
Allá en las ciudades hay menos estrellas.
Ella seguía sonriendo y fumando. Miraba el cielo y lo miraba
a la cara. Mateo se dio cuenta que estaba asintiendo levemente
con la cabeza, y luego de un silencio breve ella pareció darle la
razón porque dijo:
−Puede ser. Yo he ido algunas veces al 9, a la bailanta sobre
todo, y sí, creo que es sí.
Mateo pensó “Esta ¿quiere y quiere o no?”. Le preguntó:
−¿Vamos a bailar?
Ella pisó el cigarrillo, tomo de su vaso y le respondió de forma
seca:
−No.
Por un instante hubo un breve silencio entre ellos. Luego ella
dijo mientras lo miraba a los ojos:
−Vení que te muestro algo.
Al oír la frase, Mateo sintió como si lo estuvieran arrojando
por la puerta de un avión en vuelo. Sólo atinó a decir:
−Bueno pero llevemos algo para tomar
Ella de la cartera extrajo una petaca con un líquido dorado y
transparente. La etiqueta era de papel blanco con vivos dorados.
Mateo sonrió. Comenzaron a caminar. Luego le preguntó:

200
−¿Adónde me llevás?
Ella evadió responderle y le tomó la mano. Dijo:
−Eso sí, hay que subir una escalera. Igual no te asustés.
Cruzaron la calle cubierta por el océano de automóviles, co-
ches, autos, bicicletas, camiones, camionetas, carruajes, colecti-
vos, casas rodantes, motos, sulkys, acoplados, combis, cortadoras
de césped, taxis, motorhomes, motocicletas, tractores, escooters,
carretas, cuatriciclos. En la ventana ya no había nadie. Él notó
que ella daba rodeos para ir por las sombras. Mateo sabía que
ella había sido la novia de Bilis, pero él le había dicho que ella ya
no le interesaba y que intentaría acercarse a Dania. El camino
estaba libre. Ahí lo asaltó una duda: “¿y si esta mina tiene ma-
cho? Capaz que por eso va por lo oscuro, para que no la vean y no
se queme andando conmigo”. Ahí nomás lo cacheteó otro pensa-
miento: “¡Sos un boludo vos!, ¿cómo te va a sacar así una tipa si
tuviera un buen trozo que la lustre por dentro?”. Luego le pregun-
tó, ahora ya divertido y acentuando, aceptando, el hecho de que
era ella quien dominaba la situación.
−¿Adónde me llevás?
En ese momento le gustaba imaginar que ella se le arrojaría a
los brazos y que le pediría que la amara toda la noche. Cruzaron
a lo de Estévez. Ella respondió:
−A la noria de los silos. Es esa. Ya no se usa. La otra noria es
la que sirve. Esta es más la única llave del pueblo y la tiene mi
papá y él cree que la perdió.
Subieron por una escalera que se remontaba hasta el cielo os-
curo punteado de puntos blancos. Ella comenzó a trepar. Mateo
buscó acomodar su cabeza porque quería verle la bombacha, pero
la densidad de la negrura era de tal magnitud, que inmediata-
mente se olvidó de su intención, al mirar hacia arriba y no poder
distinguir nada. Sólo podía ver sus manos y una figura borrosa
que ascendía. Había estado por allí muchas veces en esos últimos
días, y apenas había transitado por esa zona de los silos. Esos
lugares se aparecían ante sus ojos como una región totalmente
desconocida. Sintió que era una zona no sólo ignorada para él,
y que tuvo la sensación de que nadie en eones había transitado
por allí. Pensó que quizás ni la vida se atrevería a vivir por allí.
A medida que fueron subieron le pareció que habían entrando
en un territorio diferente de lo real, sobre todo porque su cuerpo

201
recordaba que abajo, el bochinche era constante, incómodo y ha-
cía mucho calor, y arriba, sentía que el aire estaba muy fresco,
agradable y silencioso.
Llegaron a un balcón cuyo piso era una malla metálica que so-
naba al compás de los tacos de la chica. Ella se sobresaltó porque
una bandada de palomas asustadas salió volando, y cuando se dio
cuenta que él le había tomado el antebrazo, largó una carcajada
que hizo volar otros pájaros.
Pasaron un rato tomando de la petaca. Él le preguntó qué era.
Ella dijo mezcal. Él dijo nunca tomé. Ella dijo yo tampoco. Él dijo
a mí me dijeron que es como el tequila. Ella dijo más dulce es el
mezcal. Él leyó la etiqueta: Mezcal Los Suicidas. Dijo que con
ese nombre quizás no era tan popular, luego le preguntó cómo
era que había llegado eso a sus manos. Ella le contó la historia
de su abuelo chileno que había estado un tiempo en México, y
que cuando todos se fueron de los Estados Unidos por la Primera
Gran Tiranía, él, su abuelo, se vino para acá porque tenía muchos
amigos. Ella remedó una forma de hablar que él asoció con una
mezcla de chileno con mejicano:
−Las mafias gringas son de las peores pues. Se expanden como
la maldita plaga.
El primer trago les quemó la garganta. Luego el aparato di-
gestivo se les fue acomodando. Finalmente la dulzura les ganó la
boca. Guardaron la mitad para más tarde.
Mateo sacó un porro de la billetera. Dijo
−Yo tengo un regalo también.
Lo encendió. Pitó y se lo pasó. Ella fumó y tosió. Se rieron.
Luego se quedaron en silencio sentados con los pies colgando en
el abismo. Miraban hacia el lado de los galpones inmensos que se
ubican en el centro del pueblo. Vieron la extensión de los techos.
Esa zona era cruzada por el brillo de la luna sobre las chapas.
Un extraño dibujo de luz había sobre los galpones. Lo que Mateo,
y casi nadie en el pueblo sabía, era que en los galpones había
un rarísimo y sofisticado mecanismo que activaba una serie de
espejos para lograr ese juego con la reflexión de la luz. La luna
llena era la que activaba dicha máquina. ¿El fin? No se sabe con
certeza. Lo que Mateo y Laura vieron desde la noria abandonada
de los silos de Estevez era una figura sumamente extraña. Ella
dijo riendo sin parar:

202
−Mirá es un dragón de dos cabezas que se muerde las colas.
Mateo sospechó que la piba estaba flashando cualquiera. Y
ahí, él lo vio también. Dijo señalando:
−Sí, ahí está.
Ambos rieron. Sus manos en la baranda se tocaron. Se mira-
ron. Dos segundos. Se besaron durante un rato. Profundamen-
te. Ella le chupaba la lengua con fuerza. Él le mordía la boca y
saboreaba su lápiz labial. Le metió la mano derecha por debajo
de la pollera hasta frotarla por encima de la bombachita. Ella lo
masajeó, luego sacó la verga de su encierro, se arrodilló y se la
llevó a sus labios. Mateo se arqueaba y parecía quejarse. Ella le
preguntó si le gustaba eso y él dijo:
−Sí.
Muchas veces dijo:
−Sí.
Ella le pasó la lengua desde los testículos hasta el glande
mientras seguía subiendo y bajando con su mano. Él eyaculó con
un temblor. Una gota cayó al vacío. Ella rió. Él se sintió avergon-
zado. Ella dijo mientras reía:
−Tenía una potencia bárbara.
Él dijo:
−Perdón.
Mientras se olía las manos, ella dijo:
−Todo bien. Olés rico.
Mateo sentía que lo atravesaba una lluvia eléctrica que le re-
percutía los huesos. La miraba embelesado. Se acercó y siguió be-
sándola y acariciándola. Lentamente con su dedo índice comenzó
a tocarle el clítoris hinchado haciendo leves círculos. Los labios
estaban muy húmedos. Le besó el cuello y le tocó las tetas. Ella
comenzó a retorcerse como si estuviera atada y en el preciso mo-
mento en que él introducía un dedo en su vagina ella dio un grito
y acabó. Él se puso sus dedos húmedos en la boca y dijo:
−Tu sabor es néctar.
Ella le dio la sonrisa única y eterna del placer. Luego el abrazo
se relajó. Él se subió el pantalón y acomodó su pene flácido. Ella
se acomodó la pollera y la blusa. Se quedaron en silencio miran-
do el vacío. Durante unos segundos más aún, respiraron agitados.
El aire era fresco y no se movía. La noche altísima. Mateo sintió
un estremecimiento en su vientre. Una nueva oleada de placer le

203
recorrió el cuerpo. Le tomó la mano y la besó. Le llevó la mano a
la entrepierna. El beso se hizo profundo. Las lenguas estaban nue-
vamente enlazadas y mezcladas entre los fluidos de ambos. Mateo
desprendió el corpiño con una mano, luego levantó la blusa, besó
los pezones. Su otra mano recorrió la piel caliente del vientre y tocó
la mata del pubis. Su conchita estaba muy caliente y muy húmeda.
Ella lo masajeaba y le sacó el pene totalmente duro. Repentina-
mente, todo se hizo frenético, y en dos movimientos, ella se aferró
de la baranda, dirigió su cara al pueblo y le dio la espalda, con la
grupa levemente levantada le ofreció la entrada de su vagina, él se
puso detrás con el pantalón bajado hasta los tobillos y con el pito
duro como una lanza. Ella miró hacia atrás y le dijo:
−Metemela toda.
Él entró de un golpe y juntos dieron el primer gemido. Ella
lo azotaba con su cadera, él le daba estocadas profundas. Ella,
clavada, lo miró fijo y le dijo:
−Acabame adentro, por favor.
Antes de llegar al orgasmo, algo parecido a una explosión de
nafta dentro de Mateo explotó en pensamientos.

Pensamientos de Mateo: Qué hago. La cago. Es una cagada. No


debo. No debe ser así. No puedo. No debo. No. Qué hago. Y bueno.
Sí. Qué lindo. Qué me importa. Qué lindo. Sí. Sí. Sí. Ahora sí.

Él dejó morir su verga dentro de ella. Vivió allí dentro de esa


calidez hasta que se marchitó. Hasta que las sensaciones des-
aparecieron. Respiraciones rítmicas en un abrazo. Él le besaba el
cuello y la espalda, acariciaba un lunar. Ella dio un paso y se ale-
jó. Él se sintió arrojado a un mundo frío y hostil. Su pene reducido
a la mínima expresión. Ella le sonrió y le besó la mejilla. Hurgó
en su cartera y sacó un pañuelo de papel para secarse entre las
piernas. El silencio tenía un murmullo de ropas acomodándose.
En el momento en que él se decidía por preguntar ella dijo:
−No me preocupa. Tomo pastillas. De esas con hormonas que
son infalibles y que no tienen ni una contraindicación. Confiable
y pura industria argentina.
Otro beso en la mejilla. Mateo quiso elegir esa imagen de ella,
para recordarla luego: despeinada, con la blusa abierta y recor-
tando su sonrisa en la noche.

204
Fumaron en silencio. Mateo suspiró y se arrepintió. Pensó:
“sos un boludo. Así mostrás la hilacha. Te enamorás al toque vos.
Sos boleta siempre en el amor. Siempre enamorado”. No se hizo
caso y comenzó a acariciarle el pelo. Ella recostó su rostro sobre
su hombro. Suspiraron al unísono. Miraron hacia arriba. Hasta
esa noche, Mateo nunca había tenido esa sensación de inmensi-
dad al ver cualquier cielo. En ese preciso momento, ahí al lado
de esa mujer que apenas conocía experimentó una sensación de
completitud, de círculo cerrado.
Hasta ahí todo fue silencio y placidez, pero en el momento si-
guiente todo cambió. Se les erizó la piel de todo el cuerpo. Sintie-
ron frío. Mateo comenzó a oír que algo muy cerca hacía un ruido
muy extraño. Venía de la parte superior de la noria y dado que
era demasiado alto, no podía ver qué era. Quizás una lechuza u
otra ave de la noche o quizás era toda una bandada. A Mateo le
resultaba muy extraña la altura de esa parte superior, y más lo
extrañaba el hecho de que no tuviera un acceso sencillo, o quizás
no le era posible hallarlo en la noche. Se inclinaba para ver qué
pájaro hacia ese ruido tan extraño, pero no podía ver. Se esforza-
ba pero seguía sin poder distinguir claramente el origen del soni-
do que los perturbaba. Pudo ver un ala en la oscuridad, o quizás
imaginó ver un ala. Ella le dijo:
−No es nada. Tranqui.
El ruido que oía era como si con un metal alguien rascara una
superficie sólida. Garras sobre la piedra. Aún cuando era un so-
nido muy extraño, estaba seguro de que era el canto de un pájaro.
Pensó: “¿Ella lo oye igual que yo? o ¿yo estoy en cualquiera? ¿Es
un flash o qué? Soy yo. Soy yo. No te persigas. Soy yo. Piloteala”.
Entonces el pájaro hizo silencio. En ese instante, oyeron un grito.
Era un alarido muy cercano como si hubiese sucedido allí mismo.
El largo gemido de un ser infernal agonizando y muriendo. Pen-
só: “El grito de una de las furias al morir”. Laura lo abrazó. Él
sintió que temblaba. Miraron hacia abajo. Había gente saliendo
del salón. Era extraño ver cómo se iba la gente del baile. La veían
apelotonarse y derramarse en las calles. Parecían apurados pero
caminaban lentamente. La intención era escapar, eso parecía
evidente, pero sus movimientos eran en cámara lenta. Al princi-
pio no estaban muy seguros pero finalmente se convencieron de
que lo que veían era gente corriendo. Mateo dijo:

205
−Corren a dos por hora.
Ella soltó una carcajada nerviosa que hizo volar las últimas
palomas. Mateo primero pensó: “los pajaritos de tu risa”. Luego:
“los pájaros nocturnos de tu risa nocturna”. Luego: “las negros pá-
jaros de tu risa en la noche de nuestros cuerpos”. Luego: “nuestros
cuerpos volándose de tu risa anocturnada”. Luego: “como poeta
soy un fiasco”. Ella preguntó:
−¿Por qué estarán corriendo?
Él permaneció un momento más mirando sin decir nada.
Ella dijo:
−Bajemos.
Ella inició el descenso. Él miró por última vez hacia el cielo
negro y opaco. Ya no podía ver la luna. Suspiró. Una línea blanca
como un spray o una nube disparada y disuelta, o una columna de
humo claro tomó altura con velocidad, se retorció y se transformó
en un ser alado, gigantesco, plateado con dos cabezas con muchos
cuernos, volando y cruzando el cielo negro. Volaba y se sacudía.
Las colas se agitaban en un saludo de banderines que flameaban.
Hacía eses y reptaba por el cielo. Mateo pensó: “está hecho de ser-
pentinas. Es un barrilete cósmico”. Pensó: “ondula y se mece como
las jarcias embanderadas de nuestro amado barco los días del bo-
tín”. Suspiró nuevamente. Aquél ser siguió volando, ensortijándo-
se, haciéndose un rizo plateado a medida que se alejaba. Desapa-
reció tras un monte cercano, a su lado se veía el brillo nocturno de
la gran laguna vecina al pueblo. Comenzó a bajar.

Una vez abajo, comenzaron a reír porque Mateo tropezó y es-


tuvo a punto de caer, pero se sostuvo de un árbol. Muchas carcaja-
das. Caminaron un poco más y llegaron a la esquina del club. La
orquesta seguí tocando. Lo autos estaban en su lugar. Mateo dijo:
−Por ahí se hizo otro intervalo.
Laura dijo:
−Me voy adentro.
Mateo encendió un cigarrillo y dijo:
−Todo bien linda.
Ella caminó sacudiendo su cartera y mirando el piso. Sonreía.
Mateo le dijo:
−¿Nos vemos?
Ella no se detuvo, apenas dio vuelta el rostro, para decirle:

206
−Sí, seguro.
Mateo se apoyó en la ventana en donde había visto hablar a
Sarita y al gitano. Pensó: “¿Estaba celoso yo?, soy un boludo”.
Sonrió.
Marsilio se sentó a su lado como una aparición. Tenía aspecto
de haber corrido. Un maratonista en una selva parecía. Sudaba.
Una de las mangas de la camisa tenía dos líneas verdes de pasto
que, sutiles, subían hacia el hombro. Mateo frunció el ceño. Le dijo:
−¡¿Ey vos qué te crees?! ¡Que sos lindo que te aparecés así a la
gente! ¡Me vas a matar de un susto!
Marsilio no respondió. Sólo hizo una mueca. Con las manos
flacas se aferraba al borde de la ventana. Adentro dos hombres
jugaban al truco, un lento, silencioso y largo mano a mano. Los
puchos parecía que no se les consumían. Orejeaban muy despacio
y al jugar apenas movían los labios. Los ojos iban a otra veloci-
dad. Los ojos estaban atentos a todos los elementos del mundo a
la vez: la pitada de su contrincante, la sombra del moscardón so-
bre la ventana, los mirones, la breve gota de sudor bajo el bigote,
el lomo de las cartas de su oponente. Los ojos evaluaban. El resto
era estático, eterno. Mateo se sintió exultante al ver que el otro
estaba tan silencioso. Le dijo:
−Ya no tiene ninguna noticia de los fachos de la Liga Patrió-
tica Asesina.
El otro seguía en silencio. Miraba para abajo. Mateo continuó:
−Dele, que algún invento para decir burradas seguro tiene.
El otro parecía respirar con dificultad. Mateo reía:
−O capaz que está triste porque le sacaron la chiquita que
estaba acá.
Esa frase activó algo en Marsilio que lo miró a los ojos. Mateo
pensó: “ahí está” y dijo:
−Claro, le gusta la rubiecita.
Marsilio dijo:
−No sabés nada.
Mateo dijo:
−Sí, yo sé. Querés la rubita para uno de esos ritos que hacen
los de la Logia esa de mierda de la Liga. La Logia de López Rega.
Ese enfermo.
Marsilio repitió con una voz que no parecía la suya:
−No sabés nada.

207
Mateo reía descontrolado:
−Sí, vos querías una virgen judía para esos ritos enfermos,
y te la sopló el gitano, un ser inferior según el punto de vista de
ustedes.
Marsilio se incorporó y se puso muy cerca de Mateo. Le dijo:
−Ahora sí te voy a hacer mierda.
Apareció Hermes. Mientras sonreía se cruzaba de brazos como
un espectador de lujo.
Se venía la pelea. Mateo la sentía venir desde lejos como una
estampida de rinocerontes, y como algo que no se puede evitar,
como un fenómeno meteorológico que irremediablemente destrui-
rá algo. Vemos la tormenta formarse y crecer hasta convertir un
cielo diáfano en uno amenazador, gris metálico, plomo violento,
y sabemos que caerá sobre todo lo que tenemos. Algo va a dejar
y algo se va a salvar. Pero ¿qué? Ahí en esa pregunta, residía la
enorme amenaza que traía esta pelea inminente. Cerró los pu-
ños. Sabía que había hecho mucho para desatar la furia del otro.
Respondió:
−Vos no me vas a tocar.
En el momento en que terminó de hablar, sintió los nudillos
del otro rozándole los labios de abajo hacia arriba. Dolor agudo
por la compresión violenta del labio inferior contra los dientes.
Explosión de lágrimas y mocos y sangre porque la nariz había
recibido el segundo impacto de la mano derecha. Se desplomó y
el mundo visible giró con él. Ya no oía lo que el otro le decía. Un
hilo de pensamiento corría enloquecido por su cabeza “respiraste
justo cuando te pegó en la nariz por eso se te taparon los oídos”.
Luego “respiraste justo cuando te pegó”. Luego: “respiraste justo”.
Luego: “respiraste respiraste respiraste”. Era como si se estuviera
volviendo loco y se reprochara por respirar o vivir. En el suelo,
vio un cascarudo al lado de sus pestañas que pataleaba el aire en
vano. Gritó:
−Yo no soy un insecto
El otro lo vio levantarse y venir gritando esa frase insólita. Lo
vio arremeter con la cara dolorida y desesperado. Marsilio sonrió
de forma socarrona y su hermano lo acompañó con una sonrisa
igual. Mateo lo embistió y cayeron contra el capot de un Peugeot
908 blanco que comenzó a temblar y a sonar porque el golpe ha-
bía activado la alarma. El hoyo quedó marcado. Los muchachos

208
siguieron su faena de golpes de puño y patadas. Mateo había
ganado un poco de terreno a su mal inicio y había logrado que
Marsilio sufriera un golpe fuerte en sus costillas contra el auto,
además le había conectado un golpe en la sien que le hinchó in-
mediatamente la vena que corre por ahí. Mateo tenía sangre que
le salía por la nariz y su ropa estaba toda sucia. Marsilio parecía
que recién había estado bailando salvo por el gusano negro que le
corría por el costado de la cabeza.
Habían tomado distancia y se estudiaban con los puños en
guardia. Entonces, Hermes se acercó por atrás y derribó a Mateo
de un golpe en la nuca con su puño izquierdo. Apenas protegió su
cara en la caída. Luego, los hermanos le dieron varias patadas
en el piso. Mateo en ese momento al ver las zapatillas, recordó la
golpiza que había recibido en el baño del boliche. Detrás de ellos
pareció alguien gritando. Era una chica. Era Gloria que insulta-
ba a sus hermanos. Marsilio y Hermes lo escupieron y se fueron
discutiendo con ella.
Mateo respiraba y sufría. Se tocó el costado, aún en el suelo
para verificar si tenía algo roto. Sintió mucho dolor pero eran gol-
pes solamente. Se estaba incorporando cuando escuchó el alarido
idéntico al que había oído allá, arriba en los silos, junto a Laura.
El chillido agónico de un ser infernal desgarrándose.

209
Carnaval

1º - velorio

Todo estaba roto en el pueblo. Fueron días de mucha congoja


y dolor. Nadie se animaba a mirarse a la cara. No hubo nadie
que no estuviera compungido. Dos jóvenes. Tan hermosos. Tan
plenos de vida. Dos jóvenes. Luego, inmediatamente, la malicia y
el chisme comenzaron a roer aquél dolor puro.
Ella ya había tenido problemas con su anterior marido. Y él
bueno, ya se sabe esa gente con lo que andan. No era en Drácula
que los gitanos, ahí esos son como sus adoradores. Y ella no tuvo
hijos. Fijate que lo que más le gustaba era el baile, esos no son los
modos saludables de conducirse de una mujer.
Y luego los ánimos arribaron al miedo y a la zona brutal
del terror.
¿Y dicen que los envenenaron? ¿Denserio? No te puedo creer.
Y yo que la saludé en el baile a la María Inés. Mirá. Menos mal
que no me tomé una copa con ella. Te imaginás. Ella por lo menos
tenía una relación con el gitanito. Te imaginás lo que hubiese
dicho la vieja de mierda esa de la Porota de mí. Pero ves vos lo
qués. A los delincuentes estos que te matan para robarte así hay
que fusilarlos. Esto con los militares no pasaba. No señora. No
pasaba. Andá a hacerte el loco con esos. Cuatro cuetazos en la
frente y chau pinela. Es así como se lleva un país. Con guante de
hierro. No hay otra. ¿Y decís que a él lo tiraron en la zanja de ahí
de las vías allá enfrente de la Santa Ana? Si no se puede estar
más. Para colmo están los guerrilleros esos que te acribillan como
a ese comisario pobre o al ministro el otro día. Si uno no está se-
guro en este país. Es tremendo.
Al año de estos sucesos, ya nadie preguntaba por el estado de
la causa ni si había alguna sospecha. Nada. Sólo silencio.

2º - diálogo con pietro

Dale pibe, conseguite cómo se dan las exequias que no me acuerdo.


Es que no me acuerdo.

211
No. No sé.
Pasa que me olvidé.
No sé dónde estuve. No entendés.
Bueno, sí, pero no me acuerdo. No me acuerdo.
Dale pibe, no te me retobés que esta es la última que te pido. En
esta te necesito. Esta te la devuelvo al cien por cien. Ahí tengo
unos dólares que yo ya no preciso.
No sé. Es como si yo no fuera yo.
No sé. Lo único que sé es que tengo que dar una misa de exequias
y no me acuerdo.
Es que lo de dar esta misa ya lo sé de antes. De antes.
No sé. Es como si supiera que tenía que estar acá. Como que estoy
para esto desde que nací. No sé cómo explicarte.
Mirá Mateo. Por favor. No sé cómo explicarte es muy difícil para
mí. Esta vez se ve que me dieron algo un poquito fuerte. Y esto
que te pido es muy importante. Muy importante.
Pero es que no sé. Dale, conseguime eso que te pedí. Por favor te
lo pido.
Sacalo de la página del Vaticano.
Te lo digo por última vez. No sé dónde estuve. Si en un putero o
en un loquero o en una nave espacial para el caso es lo mismo acá
estoy y necesito hacer esto. Y vos me tenés que ayudar.
Andá por favor te lo pido.
Gracias Matito. Gracias Matito querido me salvaste.
No sé. No sé. Pero lo que sí sé es que me salvaste. Te lo digo así
porque así lo siento. Me salvaste querido. Hijo mío me salvaste.
Te abrazaría si no estuvieras tan enojado conmigo. Perdoname.
No. No, es de la emoción. Gracias, hijito, gracias, y dejame un
ratito solo.
Sí. Así ahora lo leo. Gracias.

3º - misa

La misa exequial comienza a la entrada de la iglesia. El sa-


cerdote y la asamblea reunida reciben el cuerpo del difunto. El
ataúd se salpica con agua bendita y los familiares y amigos colo-
can el paño mortuorio sobre el féretro para recordar el bautismo
del difunto. El cuerpo es conducido en procesión hacia el altar y

212
colocado cerca al cirio pascual. Cuando el féretro está en su lu-
gar, pueden colocarse sobre él otros símbolos cristianos como el
libro de los evangelios o una cruz. La misa continúa mientras la
comunidad celebra la liturgia de la palabra. La homilía se basa
en las lecturas y se relaciona con el misterio pascual y el amor
de dios. En las intercesiones, la asamblea reza por el difunto y
por los deudos. La liturgia de la eucaristía se celebra como de
costumbre. En la palabra y en el sacramento, se celebra la muer-
te y la resurrección de Cristo y se participa en ese misterio. La
recomendación final sigue a la oración después de la comunión.
En este momento el difunto es encomendado al cuidado de Dios.
Aquí un miembro de la familia o un amigo puede ofrecer un bre-
ve elogio antes de comenzar la recomendación final. El canto de
despedida concluye el rito de la recomendación final. Este canto,
entonado por la asamblea, tiene una función específica: afirmar
la esperanza y la confianza en el misterio pascual. El cuerpo pue-
de ser incensado durante o después del canto de despedida. La
oración de recomendación concluye el rito. El cuerpo es llevado
en procesión al cementerio o al lugar del sepelio.

La acogida y los ritos iniciales de la celebración de la misa exequial


tienen las mismas características que en las exequias sin misa.

Pietro dijo unas palabras en la puerta de la iglesia


−Hermanos: Nos reúne hoy el dolor por la muerte de nuestra
hermana María Inés. Nos encontramos aquí en nuestra querida
Iglesia para compartir de una manera especial este dolor, el que
sienten los familiares y amigos más allegados de María Inés. En
estos momentos queremos recordar las palabras de esperanza
que Jesús nos dice: “Vengan a mí todos los que están cansados y
agobiados, y yo los aliviaré”.
Luego invitó a entonar un canto de entrada.
Posteriormente hizo un saludo a la asamblea diciendo que
creía que su redentor vivía, y que al final de los tiempos habría de
resucitar del polvo, y que en esta carne suya contemplará a dios,
su salvador. Dijo que lo verá él mismo, y que sus propios ojos lo
contemplarán. Luego repitió que en esa carne suya contemplará
a dios, su salvador. Esa introducción la finalizó ofreciéndole a to-
dos sus hermanos que la paz de Jesucristo estuviera ese día muy

213
especialmente con todos ellos. Luego vino la parte de las palabras
de introducción. Dijo:
−Estamos aquí para dar nuestro adiós a María Inés. Todos
compartimos hoy el dolor, el desconcierto que nos causa su muer-
te. Pocas cosas podemos afirmar ahora, ante esta pérdida. Esta-
mos aquí sobre todo para hacernos compañía mutua, y acompa-
ñarlos de una manera muy particular a ustedes, sus familiares,
en el dolor, en la tristeza, en el desconcierto. Para ayudarnos en
estos momentos en que parece que nada tiene sentido, en que
todo se tambalea. Queremos apoyarnos los unos en los otros, y
queremos ayudarnos, aunque cueste, a seguir mirando hacia ade-
lante. Porque en verdad el mejor recuerdo, el mejor homenaje
que podemos hacer hoy a María Inés es precisamente este: seguir
viviendo, seguir amando la vida, reafirmando todo aquello que
más valor tiene: el amor, la generosidad, la solidaridad mutua.
Jesucristo está hoy aquí, a nuestro lado. Él, que por amor murió,
también joven, en la cruz, es la luz que ha de iluminar para siem-
pre a nuestra hermana María Inés. En las sombras de esta cruz
están las semillas de la vida nueva, y de la resurrección. Esto
debe serenar nuestra alma y darnos fuerza para seguir caminan-
do en la oscuridad de nuestras preguntas. El pan y el vino de la
eucaristía que hoy nos reúne serán para todos nosotros prenda
de esa luz eterna.
Después vino el encendido del cirio pascual. Allí dijo:
−Junto al cuerpo, ahora sin vida, de nuestro hermana Ma-
ría Inés, encendemos, oh Cristo Jesús, esta llama, símbolo de tu
cuerpo glorioso y resucitado; que el resplandor de esta luz ilumi-
ne nuestras tinieblas y alumbre nuestro camino de esperanza,
hasta que lleguemos a ti, oh claridad eterna, que vives y reinas,
inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén.
Luego vino la colecta.
Luego pidió orar y dijo:
−Señor, la muerte de María Inés nos ha sorprendido y ni tiem-
po hemos tenido de reaccionar; pero más que nunca creemos que
nos has hecho para la vida y queremos vivir. Haz que contem-
plando la cruz, en la que Jesucristo entregó toda su vida, enten-
damos, firmemente, que sólo dando con amor la propia vida en
favor de los demás, conseguiremos la plenitud de la vida.

214
4º - Noticias

www.informadorfederal.com.ar/01/01/2013/lo-mataron-y-lo-tiraron-a-la-
zanja.html

Macabro hallazgo en un pueblito bonaerense

Lo mataron y lo tiraron a la zanja


El cadáver putrefacto y golpeado de un muchacho apareció en una
cuneta de Corbett, partido de Fortín 9 de Julio. Fue identificado
como integrante de la comunidad gitana presente en el pueblo. Las
autoridades están en pleno trance investigativo. No descartan nin-
guna pista.

Por Fernando Vázquez

Los pueblos del interior parecen respirar calma, paz y sosiego, y


para muchas personas es un destino considerado un paraíso al alcance
de las manos. Sin embargo todo lugar paradisíaco esconde en sus en-
trañas las peores escenas infernales. En un infierno se convirtió Cor-
bett, el lunes 31.

Un vecino caminaba esa mañana rumbo a su trabajo cuando se per-


cató de un fuerte olor a la vera de la calle por donde transitaba. Enton-
ces vio lo que jamás habría sospechado esa mañana de Nochevieja. Ahí
al alcance de sus manos, entre la maleza, estaba el cadáver semidesnudo
y salvajemente masacrado a golpes en la cabeza de un hombre joven.

El escalofriante suceso se registró en la localidad bonaerense de


Corbett, en el partido de Fortín 9 de Julio. Las pesquisas policiales
sospechan que el individuo, cuyo cuerpo fue localizado en avanzado
estado de putrefacción, habría sido atacado luego de un baile que se
realizó el día 28. Las pistas son diversas y aún no se descarta ninguna.

Las autoridades realizaron un intenso rastrillaje por la zona del ha-


llazgo. Las pistas recabadas están siendo analizadas.
Los voceros revelaron que el macabro hallazgo se produjo el lu-
nes pasado. Era alrededor del mediodía cuando el vecino de la zona

215
encontró el cadáver ensangrentado de quien luego fuera identificado
como José Antonio Montoya

Trascendió que la infortunada víctima yacía en la cuneta de cúbito


dorsal y que presentaba un brutal golpe en la cabeza, que le habría pro-
vocado la fractura de la región occipital izquierda. El muchacho tenía
18 años y vivía junto a su familia en el campamento gitano asentado en
las vecindades del pueblo. 

Están a cargo de la investigación los efectivos de la comisaría de


Corbett quienes hicieron las primeras pericias forenses, asistidos luego,
a modo de orientación, por integrantes especializados de la Dirección
Departamental de Investigaciones de Fortín 9 de Julio.

El Comisario Superior Gerhard Samuel Sholem, a cargo de la comi-


saría, desestimó la creación de una comisión civil que colabore con la
resolución del crimen. El Oficial Ayudante Mario Mendito manifestó
el parecer de la autoridad “Esta comisaría no cree necesaria la aplica-
ción de la Ley de la Rápida Solución a los Crímenes de Lesa Inseguri-
dad. Creemos que la autoridad policial tiene en su poder lo necesario
para resolver este crimen”.

En un principio, se creyó que el individuo se habría caído acciden-


talmente en la cuneta, pero después los investigadores empezaron a
barajar la hipótesis de un asesinato, por la magnitud de las heridas del
occiso y por otros datos que se obtuvieron en el escenario del episodio
del hallazgo.

Los habitantes del pueblo les dijeron a los efectivos y a los perio-
distas que están sumamente consternados y asombrados de que algo
tan horrible pueda suceder en una comunidad donde reina la paz y la
tranquilidad.

Según manifestaron los informantes, el muchacho habría sido visto


la noche de su muerte caminar junto a dos hombres, aparentemente sin
manifestar ningún tipo de tensión entre ellos.

Las autoridades consideran que el crimen podría haber sido perpe-


trado el día 28 de la semana pasada, ya que el cuerpo tenía un avanzado

216
estado de descomposición. Se dice que el cadáver fue encontrado por
una persona, cuya identidad se mantiene en reserva por razones legales,
que concurría a su trabajo en una estancia vecina.

Durante la jornada de ayer, los servidores públicos de la citada sec-


cional y de la Dirección Departamental de Investigaciones de Fortín
9 de Julio llevaron a cabo diferentes procedimientos en la zona con
el objetivo de individualizar a posibles testigos de las horas previas al
deceso.

Intervino en esta causa, que fue caratulada como “Homicidio”, el


doctor Federico Sáenz Fernández, fiscal en turno de la Unidad Funcio-
nal de Instrucción Nº 2, de Fortín 9 de Julio, dependiente del departa-
mento judicial de Mercedes.

www.el9dejulio.com.ar/corbett-detalles-macabros/3324.html

El muerto de Corbett

Detalles macabros
El caso del cadáver encontrado el 31 de diciembre pasado llenó de
consternación a toda la comunidad nuevejuliense ya que la víctima se
trataba de un joven agraciado y con toda una vida por delante. Detalles
de una nueva autopsia incrementan el estupor.

Desconcierto ante el avance de las investigaciones y la falta de prue-


bas que permitan el apresamiento de testigos. Estupor con el comien-
zo de los primeros resultados trascendidos de la nueva autopsia. Por
medio de complejos y certeros estudios, los peritos concluyeron que
el cadáver encontrado estaba sin sangre y que eso se debía a que se la
habrían extraído. Incluso arriesgan a que la causa de la muerte puede
haber debido a la falta de material hemático.

Informantes confirman que la extracción se realizó por dos orificios


realizados con objetos punzantes, posiblemente agujas, en el brazo dere-
cho. También se verificó que tenía orificios en todo el cuerpo que en prin-
cipio habían sido asociados con picaduras de insectos que infestan la zona.

217
El cuerpo de José Antonio Montoya de 18 años fue hallado del 31
en avanzado estado de putrefacción y con diversos golpes, motivos
por los cuales en la primera autopsia se concluyó que la muerte había
sucedido tras la golpiza.

Las pericias del caso continúan con denuedo e incesantemen-


te a cargo del comisario Shalem quien tiene a su cargo un grupo de
investigadores.

5º - el hambre

El hambre es el peor camino que puede recorrer el cuerpo de


un ser. El hambre que te azota y que no te deja pensar. El ham-
bre es peor cuando sabés que no tenés para comer.

Bilis explicó un rato largo la forma en que hacía asado. Luego


dio un largo discurso sobre los cortes de carne:
Ustedes allá en los buenosaires son muy delicados compañero.
Si no mirá los cortes de carne más baratos que ustedes no comen
casi. Lo primero la carne tiene que estar lo más brillosa posible.
Eso es para cualquier corte y la grasa debe estar blanca. Esto es
muy importante: ¿ves la grasa? amarilla o más oscurita tenés que
dejarla pasar porque no es buena esa carne. Es más vieja que la de
grasa blanca. Dicen los buenos asadores que si el hueso es grande
es más sabrosa la carne, yo no sé, eso es según porque la carne con
hueso grande puede ser menos tierna que la del hueso chiquito.
Primero tenés el azotillo que está a unos veinte pesos, si es de
ternerita es muy parecido a un matambre, y te lo podés hacer a
la parrilla, o al horno con papas o en una cacerola con cebollas,
morrones. Está forma es la que más me gusta a mí. O si no de la
forma que se te ocurra. Es un corte poco apreciado que resulta
duro cuando no es de un animal joven. Si el carnicero es de con-
fianza te va a decir la posta.
Después está la falda que también unos veinte pesos sale. No
es tan desconocida, pero son pocos los que se llevan una tira de

218
este corte. No sé si sabés, pero sale de la parte del pecho del costi-
llar. Si es flaca, o sea con poca grasa, no lo dudes y mandala a la
parrilla, si no a la olla y te hacés un puchero con un sabroso caldo
sopero, y después le entrás con cuchillo y tenedor.
También está la marucha que un poquito más cara es. Es la
tapa que cubre la parte de los bifes anchos. Es muy rica, para
hacer a la parrilla o al horno. Cuando más chica mejor, sale más
tierna y no se desperdicia nada.
A un precio por ahí anda la tortuguita. Dicen que se le dice así
porque se parece a una pequeña tortuga. Está entre el peceto y la
cuadrada. Es una carne magra e ideal para la cacerola y hacerse
un estofado en salsa de tomate. Muchas veces no hay en la car-
nicería porque se usa para la picadora. Es que los carniceros la
trozan y la mandan a la maquinola.
Y ahora una de las rarezas baratas: centro de entraña. Este
corte es un secreto que muchos que lo conocen se lo tienen guarda-
do. No es la entraña sino el centro. Es una pieza muscular, o sea
un músculo, que une las extremidades del lomo con la entraña y
el espinazo. Está recubierta con una membrana (como una telita)
que se puede sacar tirando con fuerza. Si es chiquita es muy tier-
na. Se puede hacer a la parrilla sin problemas, al horno o a la olla.
También se puede cortar en bifes y mandarlos a la plancha.
Y acá empieza la diferencia real con ustedes los porteños: el
osobuco. El famoso portador del caracú. Es decir la médula ósea
del animal. A esta carne le han hecho la fama ser dura. Para mí
que es una cuestión de clase social. Como los pobres lo comen
tiene que ser carne fea. Es cierto que su nombre quizás no lo
ayuda. Viene de la parte superior de la pata de la vaca. Es una de
las carnes más económicas pero no por eso deja de ser rica. Por
ejemplo dicen que se sirve en muchos restaurantes sin que uno lo
sepa. Por ejemplo es riquísimo cocinado con caldo y algunas hier-
bas hasta que se desmenuce. También por ejemplo al carnicero
le pedís la pata directamente le ponés un caldito le agregás un
poco de vinito y cortás varias verduras, de las que se te ocurran,
y dejás todo unas dos o tres o más horas al horno. Se puede usar
como relleno de canelones o tartas. Te puede sobrar para varios
días y en sanguchito es una delicia.
Y la estrella de esta mini conferencia: el corazón. Es una de los
cortes más económicos y que casi nadie come. Primero porque  a

219
muchos les puede dar impresión por tratarse de una víscera pero
si se comen las mollejas no habría por qué temerle al corazón. En
Bolivia y Perú se prepara el anticucho a la parrilla, que es corazón
en un brochete con pedazos de cebolla y morrón ensartadas. Lo
van hidratando con salsa de soja o un preparado para que no se
seque. Es un manjar. Te juro que es una delicia incomparable. Yo
me imaginé un poema para escribirle pero no se lo escribí todavía.

En un momento pusieron el cassette de Jorge Corona y arran-


có una voz medio rasposa a contar chistes. Una voz que ardía
sobre un fondo donde se oían risas de muchas personas.

Eeeeh acá Jorge Corona Grande Corona para toda la Argentina


(aplausos y gritos)
Eeeeeeh Grande Corona Qué lo reparió Qué grande Corona Ídolo
(siguen aplausos y gritos)
Bueno Basta mierda Basta Qué lo reparió Basta Andá a lavarte
las tetas (risas y gritos)
Riansé porque la gente que nos oye va a decir ahí no hay nadie
Putataqueloparió
Riansé porque la vida es una sola y después nos morimos y qué Eh
Te morís y te ponen Siempre te recordaremos y nadie se acuerda
Andá a cagar
Yo cuando me muera le voy a poner Te espero pronto Y claro si
todo es una huevada
Eh Fuerte el aplauso Se ríe la señora porque está bien atendida se
ve Y el pelado cara de contento tiene Eh Fuerte el aplauso (aplau-
sos y gritos)
Matrimonio de viejitos que están haciendo las relaciones marí-
timas Por no decir culiar que queda feo y lo escuchan los nenes
capaz esto (risas)
Así que estaba esta pareja haciendo la porquería Ahí Meta y pon-
ga meta y ponga Y el señor siempre se sacaba los dientes para
hacer el amor Y estaban ahí dale y dale Y el señor dice
Siesientraquisisientra
Sisiensientraquequesiesientra

220
Era como que le preguntaba algo pero no se entendía nada Y en-
tonces dale el viejo pelotudo que repetía
Siesisientraqueisisientra
Entonces la vieja recaliente le dice
No te entiendo nada viejo boludo
Ahí entonces el viejo se pone los dientes Y le pregunta Qué si se
siente que entra (risas)
Hola quiere bailar
No ahora no pero más tarde bueno
Usté cómo se llama
Yo Juan Caca (risas) Usté
Yo Juana
Bueno entonces voy a tomar algo y vengo en un rato
Bueno chau
Chau
Hola quiere bailar
No no quiero
Y por qué se puede saber
No no quiero porque me va a sacar Caca
No señorita no se preocupe que no la voy a apretar tan fuerte (risas)
Un fotógrafo de esas revistas científicas Va al áfrica porque hay
una tribu de miembrudos muy miembrudos
Les saca fotos y pregunta por el cacique de la tribu
Lo llevan y ve a un hombre que con su miembro arrastraba diez
niños
Le saca fotos y éste le dice
Usted tiene que conocer la otra tribu que son más más miembru-
dos que nosotros
Entonces va y va a ver al cacique El más miembrudo de los más
más miembrudos
El hombre el cacique vive en una choza hecha con su miembro En
donde vive toda su familia
Lo atienden al fotógrafo Charlan Él saca fotos
El cacique le dice usted tiene que conocer a la tribu de acá cerca
que son mucho muchísimo más miembrudos que nosotros
Entonces el fotógrafo va y se entrevista con el cacique que se está
bañando en un río cercano
Ve a cuarenta hombres que traen al hombro un coso gigante que
es el híper super recontra gigante miembro del cacique

221
Entonces el fotógrafo entra en un estado de risa que no puede pa-
rar Se ríe a carcajadas Se ríe como un loco
El cacique se enoja Lo mira mal Le dice Qué te reís A vos cuando
te bañás no se te achica (risas) (aplausos)
Grande Corona (aplausos)
Es que si la soga viene con mierda y hay que agarrarla con los
dientes (aplausos y gritos)
Viva la culiada (aplausos y gritos) Viva culiar (aplausos y gritos)
Los chicos en vez de jugar con armas que son para matar y ha-
cerse mal Tendrían que jugar a culiar de chiquitos Porque culiar
es algo lindo No cierto señora (risas) Le gusta a la señora (risas)
Los chicos tendrían que jugar con consoladores que son para ha-
cerse cosas lindas (risas y gritos y aplausos)
Acá después cuando nos pongamos a culiar nos vamos a divertir
como loco van a ver
A los de traje los vamos a culiar primero para que no se les arru-
gue la ropa (risas)
Como esos presos que uno le dice al otro Esto de la japa me está
matando compañero
Tengo unas ganas de ponerla que no doy más
Bueno hoy a la noche nos vemos en el pabellón cuatro
Bueno
A la noche se encuentran y uno le dice
Bueno primero usté
No no primero usté
No
Sí sí primero usté Y póngale saliva que no se va a cojer ningún
logi eh

Alguien apagó el grabador y cambió el cassette. Y dijo: Escu-


chensé esto…
Y una voz firme hizo una introducción y luego otra voz empezó
a cantó:

Coplas del payador perseguido. Jorge Cafrune interpretando


una de las grandes obras del maestro Atahualpa.

Con permiso voy a entrar aunque no soy convidao / pero en


mis pagos un asado no es de naides y es de todos / yo voy a cantar

222
a mi modo después que haya churrasqueao. / Yo sé que muchos
dirán que peco de atrevimiento / si largo mi pensamiento pal rum-
bo que ya elegí / pero... siempre he sido así, galopiador contra el
viento. / La sangre tiene razones que hacen engordar las venas /
pena sobre pena y pena hacen que uno pegue el grito / la arena es
un puñadito, pero hay montañas de arena. / No sé si mi canto es
lindo o si saldrá medio triste / nunca fui zorzal ni existe, plumaje
más ordinario / yo soy pájaro corsario que no conoce el alpiste. /
Vuelo porque no me arrastro, que el arrastrarse es la ruina / anido
en árbol de espina lo mesmo que en cordillera, / sin escuchar la
zoncera del que vuela a lo gallina. / No me arrimo así nomá, a los
jardines floridos / sin querer vivo alvertido pa no pisar el palito /
hay pájaros que solitos se entrampan por presumidos. / Aunque
mucho he traqueteado no me engrilla la prudencia / es una falsa
experiencia vivir temblándole a todo / cada cual tiene su modo,
la rebelión es mi ciencia. / Yo soy de los del montón, no soy flor
de invernadero / igual que el trébol campero crezco sin hacer ba-
rullo, / me apreto contra los yuyos y así lo aguanto al pampero.
/ Acostumbrado a las sierras yo nunca me sé marear / y si me
siento a alabar me voy yendo despacito, / pero aquel que es com-
padrito paga pa hacerse nombrar. / Si me dicen señor agradezco
el homenaje / mas soy gaucho entre el gauchaje y soy nadie entre
los sabios / y son para mí los agravios que le hagan al paisanaje.
/ La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta / es preciso
estar alerta manejando el asador / pero no falta el varón que la
riega hasta en su puerta. / El trabajo es cosa buena, es lo mejor
de la vida / pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno /
unos trabajan de trueno, y es para otros la llovida. / El estanciero
presume de gauchismo y arrogancia / él cree que es extravagancia
que su peón viva mejor, / mas no sabe ese señor que por su peón
tiene estancia. / El que tenga sus reales hace muy bien en cuidar-
los / pero si quiere aumentarlos que a la ley no se haga el sordo /
que en todo puchero gordo los choclos se vuelven malos. / Yo vengo
de muy abajo y muy arriba no estoy / al pobre mi canto doy y así
lo paso contento / porque estoy en mi elemento y ahí valgo por lo
que soy. / Cantor que canta a los pobres ni muerto se ha de callar /
pues ande vaya a parar el canto de ese cristiano, / no ha de faltar
el paisano que lo haga resucitar. / Si alguna vuelta he cantado
ante panzudos patrones / he picaneado las razones profundas del

223
pobrerío / yo no traiciono a los míos por palmas y patacones. / Si
uno canta coplas de amor, de potros, de domador, / del cielo y de
las estrellas / dicen ¡qué cosa más bella, si canta que es un primor!
/ Pero si uno como Fierro por ahí se larga opinando / el pobre se
va acercando con las orejas alertas / y el rico vicha la puerta y se
aleja reculando. / Tal vez alguien haya rodado tanto como rodé
yo / pero le juro ¡créamelo!, que vi tanta pobreza / que yo pensé
con tristeza, Dios por aquí no pasó. / Nadie podrá señalarme que
canto por amargao / si he pasao las que he pasao quiero servir
de advertencia / el rodar no será cencia, pero tampoco es pecao. /
Amigos voy a dejarlos está mi parte cumplida / en la forma pre-
ferida de una milonga pampeana / canté de manera llana ciertas
cosas de la vida. / Ahura me voy no sé adónde / pa mí todo rumbo
es bueno / los campos con ser ajenos los cruzo de un galopito /
guarida no necesito yo sé dormir al sereno. / Y aunque me quiten
la vida / o engrillen mi libertad / o aunque chamusquen quizá /
mi guitarra en los fogones / han de vivir mis canciones en el alma
de los demás. / No me nuembren que es pecao / y no comenten mis
trinos / yo me voy con mi destino pal lao donde el sol se pierde /
tal vez alguno se acuerde que aquí cantó un argentino.

Luego la misma voz del principio introdujo a otra voz que


cantó:

Y ahora el poeta gaucho, el abanderado de lo naides, don José


Larralde con Sobre mi sombra.

Un moscardón azul teje la siesta / sobre los cuatro rumbos de


la tarde / anda un cansancio de sol por los caminos / que se mete
en los ríos de la sangre. / En el yunque del pasto las chicharras /
van rompiendo pedazos de la tarde / y yo estoy parao aquí sobre
mi sombra / con las venas abiertas en el aire. / Pasa su piel rosada
en una nube / pinta un ceibo su boca de ansiedades / y su cabello
se desfleca al viento / sobre el maremar de los trigales. 

El cassette terminó y el grabador se apagó solo.

224
¿Y Sarita?

La chica subió al jeep y se quedó aferrada al volante duran-


te un rato. Miraba el vacío. El horizonte vacío. La noche hueca
porque ya la luna se había ocultado. Tenía en los ojos un brillo
vidrioso y los músculos de la cara estaban rígidos.
Manipuló la llave, puso contacto y arrancó. En ese momento
se encendió el equipo de música del vehículo. Los sonidos venían
del disco que venía oyendo desde hace unos días. Música gitana.
La mano derecha sobre la palanca de cambios oprimía una flor
de papel. Una carta aplastada entre su mano y la esfera sobre la
palanca de velocidades.
Pétalos de letras quebradas.
Pétalos de palabras ajadas.
Al leer la carta se puede ver que está escrita bajo gran ten-
sión ya que la letra es aguda y muy inclinada. Son letras que
parecen penetrar de forma dolorosa el ánimo de quien las escri-
be. Además, la ausencia de borrones o tachaduras puede sugerir
que fue escrita de una sola vez, es decir, en la escritura hay una
gran convicción del escriba aunque su tensión se manifieste de
forma evidente. Un análisis superficial de la escritura de la carta
exhibe ciertos detalles ostensiblemente masculinos así como in-
negable juventud. Tiene letra de hombre, afilada letra de varón
joven. Una de las conclusiones iniciales que se puede adelantar
es que en esta escritura subyace cierto misticismo autodestructi-
vo. También parece escrita con premura. Está escrita con lápiz de
grafito 2b. No hay borraduras. La carta dice:
Preciosa: eso eres para mí. Nunca lo dudes, aunque sé que
lo vas a hacer, porque nunca vamos a poder amarnos como lo
deseamos. Nunca. Sé que suena extraño y doloroso, pero lo más
extraño es eso, que es demasiado horrible como para creerlo, lo
sé de manera indudable, como el profundo amor que siento por
ti. Ahora no comprenderás, seguro sufrirás, pero te juro que más
adelante llegará el alivio para ti o por lo menos vas a entender.
Más adelante. Aunque en ese momento, en que comprendas, ya
no me ames. Eso va a pasar, ya no me amarás y va a ser bueno

225
así. Será lo mejor para todos. Bonita, te cuento que debo entre-
garme a lo más opuesto, a lo que más se diferencia de lo nuestro,
y quizás pienses que será algo horrible, pero desde ya te digo que
no, que yo elijo hacerlo. Solo. Eso debe ser así porque nada aquí
funcionaría, ni funcionará, nada, si no se hace, si no actúo de esta
manera. Elegí, preciosa, y esa elección me aleja de ti. Dolió, un do-
lor desgarrado, como si una afilada navaja gitana me punzara el
corazón. Ahora debes irte. Ya. Antes de terminar esta carta debes
montar tu jeep y partir hasta el amanecer. La noche más fría está
llegando. Me atropellan al galope el Beriben y la Mule juntos. No
importa donde vayas. Vete. Vete. Vete. Nadie debe saber dónde
vas. Yo he pensado en ti estos últimos instantes sumamente feli-
ces, sumamente felices como un regalo, algo que me dio la vida,
antes del fin. Por estos instantes llenos de caricias puedo decirte
que voy feliz allí donde el mundo me lleva. Ahí donde voy llevo
tu olor entre mi camisa y mi piel. Disde yescotría orchirí gachí,
hasta luego hermosa mujer. Antoño.

II

Antes, la chica y el hombre joven estuvieron sentados en una


de las ventanas del boliche, fuera del baile. Rieron. Charlaron
largo rato. Ella se sonreía y le miraba los dientes blancos. En
un momento se pusieron serios y salieron caminando. Nadie los
vio. Caminaban como si fueran viejos amigos. Iban en silencio.
Cruzaron las vías. Se perdieron en unas sombras y reaparecieron
en la calle paralela a las vías y comenzaron a volver. Parecía
que estuvieran intentando que no los siguieran. Cruzaron la calle
principal por el galpón de encomiendas hasta el enorme baldío
que hay en el centro del pueblo. Es un lugar con muchos galpo-
nes, algunos son muy viejos y parecen abandonados. Entraron
al terreno por una abertura que tiene el ligustro perimetral. In-
gresaron a un lugar que parece una casa en construcción. En un
sofá desvencijado se sentaron uno al lado del otro. Estaban bajo
una luz que tornaba irreales todos los bordes de las cosas. La luz
parecía provenir de la calle. Comenzaron a besarse. Primero len-
tamente luego con frenesí. Las caricias se volvieron profundas.
Ella se acostó boca arriba y él se apoyó sobre ella con su pecho, le

226
acarició el pelo y la miró. La extraña luz mezclada con los reflejos
de la luna le daba en la cara. Él le besó el cuello y levantó su re-
mera dejando sus pequeños pechos al aire. Lentamente comenzó
a succionar sus pezones. Por momentos él le hablaba al oído y le
besaba el cuello. Ella decía sí. Él comenzó a frotarle la entrepier-
na. Ella se arqueaba. Luego él apoyó una rodilla en el costado
derecho, en un espacio entre el cuerpo de ella y el borde del sofá,
con la mano izquierda sostenía su propio peso. Introdujo la mano
derecha debajo del jean de ella. Ella cimbró su cuerpo mientras él
movía lentamente sus dedos. Ella emitió un pequeño grito, luego
se calmó. Sonrió bajo esa luz extraordinaria. Él dejó su mano un
momento en la quietud. Se besaron. Él se acostó a su lado. Ella le
acarició el pecho por debajo de la camisa y llevó su mano hasta el
cinto. Él le habló al oído y la detuvo. Se incorporaron. Hablaron
en voz muy baja. Ella negó con su cabeza. Él murmuraba y le aca-
riciaba las manos y la cara. Ella elevó la voz aunque parecía que-
rer controlarse. “¿Por qué?” se oyó muy leve aunque nítidamente,
luego repitió la frase una vez más. Las palabras de él eran muy
suaves. Le besó las manos. Palpó sus bolsillos y le entregó algo.
Ella pareció calmarse. Se levantaron. Caminaron juntos hasta la
salida y allí se separaron.

III

Por estos caminos y de noche es como manejar en un sueño. Ca-


minos de tierra afuera de todo. Caminos con una sola huella, como si
partir y llegar, la ida y la vuelta, fueran lo mismo. Caminos de are-
na. Caminos que son un simple sendero de pastos. Un camino cons-
tante hacia el fin del mundo. Así se siente. Uno piensa que conduce
hacia el fin. Por momentos, uno piensa si no está solo en el mundo
entero. Los caminos perdidos que se hunden en la nada. Sólo hay
unos breves instantes donde se ven los ojos alucinados de una liebre
encandilada o de una lechuza que te miran pasar como se mira a un
muerto quieto. Caminos de fantasmas que aceleran. Un poco más
allá están los alambrados que vigilan y a veces alguna tranquera.
Andar en un coche cualquiera manejando de noche y a máxima velo-
cidad, solo, por estos caminos de la provincia de Buenos Aires con la
luna llena como único testigo, es andar por los caminos de la locura.

227
IV

La chica condujo su jeep la primera noche sin detenerse has-


ta que aclaró. Cuando apareció la primera línea de luz solar en
el horizonte detuvo el motor. Podemos conjeturar que le zumba-
ban los oídos. El aparato de música hacía silencio. Lo que se veía
en sus ojos y la forma de su mirada era como si hubiese estado
muchos días sin pestañear. Estuvo un rato respirando agitada-
mente y con el resto del cuerpo inmóvil. Luego su respiración
fue calmándose. En un momento de la mañana, apoyó los brazos
sobre la parte superior del volante y sobre ellos apoyó su cabeza
y durmió. El motor del jeep crujía. Los grillos siguieron cantando
hasta que le dejaron su espacio sonoro a las chicharras. Ahí des-
pertó. El sol le daba en pleno rostro. La inmovilidad de su mirada
se había atenuado aunque parecía que no hubiese dormido nada.
Encendió el motor y arrancó.
Llegó al mediodía a un pueblo que era muy parecido al suyo
aunque más breve. La diferencia fundamental consistía en que ha-
bía menos galpones y que no tenía vías, ni estación de ferrocarril.
Se dirigió a algo parecido a un almacén y compró algo para comer.
La dueña era una señora de vestido floreado que le armó un sánd-
wich de mortadela y queso, y le dio una botella con jugo de naranja
exprimido. Salió del pueblo y se detuvo debajo de la sombra de un
monte afuera del pueblo. Sin descender, comió y bebió.
Condujo por el camino, cruzó dos camiones. Cruzó una ruta
poco transitada. Del otro lado, el camino se convirtió en un sen-
dero sin huella. Un camino de pasto. Apenas redujo la velocidad.
Cruzó otra ruta. El camino era de arena pura y era muy ancho.
Llegó a otro pueblo. Se cruzó con un viejo que estaba de pie mien-
tras se asoleaba en la puerta de un taller. Le habló al viejo. Era
ciego. El viejo sin abrir la boca le señaló algo en el camino, más
adelante. Aceleró. La nube de arena que levantó el jeep cubrió
al ciego por completo. La nube poseía tal grado de densidad que
cuando la arena se disipó el hombre ya no estaba allí y la tarde
ya había caído.
Ella condujo hasta el anochecer por un camino muy angosto.
Cruzó un monte que casi cortaba el paso. Frente a una tranque-
ra se detuvo como si fuera a ingresar. Bajó como si descendiera
en un planeta desconocido. Tocó el cartel con letras azules y las

228
maderas blancas. Lloró ruidosamente, con ruidos de mocos y pa-
labras deformadas, mientras le daba patadas con la punta de sus
pies al cartel que en rojo decía “no ingresar sin autorización”. Se
inclinó sobre el cartel azul que decía Estancia La Mula Bribona.
Luego se calmó y apoyó su espalda en uno de los esquineros. Dur-
mió. Al despertar se frotó la cara y retornó. La noche terminaba
cuando empezó a acelerar.

Partir no es sólo moverse. Irse es hacer algo que no se realiza


del todo. Las huellas. Los recuerdos. Las memorias en las almas
de los demás. Algo dejamos al irnos. Y todo el tiempo que estamos
en el viaje, para alguien que observara nuestra travesía desde
una platea ajena e imparcial y que poseyera la capacidad de ver
el interior de nuestro ser, vería que estamos transitando un lu-
gar que agranda sus límites a cada momento, vería que de ese
lugar no es posible salir con un movimiento físico. Cada paso que
damos es nuestro mundo. Nuestros pasos agrandan un mundo
del que buscamos partir. Nacemos y morimos en nuestra huella.
Además, las genealogías del futuro se inscriben allí, porque todo
tránsito es transitorio, ya que nosotros, los transeúntes, elegimos
el destino nuestro todo el tiempo, nos elegimos, y al elegirnos,
elegimos el mundo y todo el tiempo.

229
Partes de un cuento extraño

1-

Para que el posible lector futuro encuentre un sentido, y en-


frentando la mayor honestidad que yo como narrador pueda so-
portar, voy a contar, de la forma que sea, esto que me sucedió
hace un tiempo, principalmente porque quiero entenderlo. Quie-
ro entender. Fue sumamente extraño. Es decir, lo llamaré ex-
traño, si es posible mencionar tal adjetivo en este pueblo, donde
desde que llegué, no han dejado de suceder hechos raros. Más
allá de aquellos sucesos insólitos que ya me vienen sucediendo
creo que se encuentra esto que quiero contar.
Estoy solo aquí y hoy lo he notado. Puede ser que tenga ami-
gos y que alguien se haya metido en mi corazón. Puede ser. Aún
así estoy solo. Esa es una de las cosas de las que puedo estar
seguro. Solo y sumamente extrañado. De todo y de mí mismo in-
cluso. Estoy solo hasta de mí mismo.
Unos días atrás por la mañana, inicié una jornada de estudio
que yo consideré, transcurriría de forma normal. Era una más de
las muchas a las que vengo asistiendo en el hogar de Bramajo.
Esas jornadas de estudios están cruzadas por consignas que nos
da para escribir así como lecturas de diversos textos. Julio Máxi-
mo Bramajo es mi maestro, y quien me está ayudando a escribir
y a estudiar. Pero esta vez fue distinto porque me invitó a comer
por la noche. Yo me había percatado de que me retenía para el
final. Incluso a Pedro le tuvo que decir que se fuera porque quería
hablar conmigo. La charla era para invitarme a cenar.
Acepté ir a eso de las 20 horas. Luego me fui a lo de cierta
vecina ya que debía realizar unos trabajos en su casa.
La noche había caído. Yo estaba muy ansioso porque hacía
unos días que me estaba alimentando muy mal. Y además estaba
durmiendo muy poco. Mi dieta estuvo constituida solamente de
naranjas y mate con una torta que me dio la abuela de Pedro,
Pasionaria, en días pasados. Mi situación alimenticia es impor-
tante para señalar el grado de debilidad en el que me encontraba.
Además, sólo cuento con lo que me pagan por aquellos trabajos en
las casas de los vecinos, porque el envío de mis textos escritos a la

231
estancia se ha detenido, incluso la cosecha gruesa se terminó por
lo que estoy en un estado económico calamitoso. También estaba
durmiendo con dificultad ya que me despertaba en medio de la
noche sin haber dormido casi nada y totalmente desvelado. Quizás
el hambre colaboraba en ese malestar. En ese contexto, la promesa
de carne asada a la parrilla que me ofrecía Bramajo, hacía que mi
estómago hambriento emitiera los ruidos más insólitos.
Salí de la capilla cuando ya era de noche. El aire estaba fresco
y la luna aún no salía. Pude ver que alguien pasaba en una bici-
cleta sin saludar, quise calcular quién iba tan concentrado en el
esfuerzo que debía realizar debido a la gran cantidad de arena
que hay en las calles del pueblo, pero no pude llegar a ninguna
conclusión. Crucé la cancha y ahí comencé a sentir un profundo
sentimiento de soledad. Me sentí muy solo. Una semiangustia. Era
el mismo camino que había hecho junto a Pedro, tiempo atrás,
durante algunas tardes en las que lo acompañé. Su presencia o su
ausencia o la ausencia de todos se intensificaba a cada paso. Pasé
por la parte de atrás de esos galpones olvidados. De esa construc-
ción desmesurada incrustada en el medio del pueblo. Noté que
ahí residía algo de la rareza. Emanaba de ese lugar deshabitado
y vacío. Una sensación de extrañeza sobrecogedora.
Pasé frente al asentamiento gitano. Vi coches, muchos. Vi ho-
gueras grandes y pequeñas. No vi personas. Parecía abandonado.
Recordé el dolor de esa gente al perder a su príncipe. El silencio
de ese lugar era lo más duro. Muy lejos se podía oír el ruido de un
motor o algo parecido a eso. Pasé por la calle que lleva a la laguna
y sospeché su palidez de plata reflejando el cielo negro.
Llegué al galpón de Bramajo que en la noche parecía un ani-
mal agazapado. La pequeña vereda estaba rodeada de árboles
que parecían animados. Llegué y golpeé la gran puerta de la casa
de mi maestro. Ver las dimensiones de esa entrada y del galpón
donde vive me estremecieron. Quizás el hecho de que fuera de no-
che incrementaba esa sensación. Los ruidos de mis golpes retum-
baron en todos lados y en mi mente se incrustaron como vidrios
rotos. Esperé un rato sin respuesta. En un momento sentí el olor
de la carne asada. Me invadió un mareo profundo, una sensación
como la de ir levantando vuelo. Era algo hermoso. Yo tenía mu-
cha hambre y las células de mi cuerpo se habían transformado en
pequeñas pirañas carnívoras que pedían comida comida comida.

232
Pasé por el costado hacia la parte de atrás por el camino que
alguna vez me mostrara Pedro. Esa parte era un patio muy am-
plio. Tanto que el fondo se perdía en las sombras. Sabía que al
final estaban los chanchos y el resto de los animales, todo eso lo
conocía, sin embargo en la noche, parecía más grande. Todo el
terreno estaba iluminado por intensos reflectores en los que no
había reparado la vez que había estado allí. La luz blanca, rabio-
sa, cada tanto se bañaba con el humo de la parrilla. El centro de
la parte iluminada estaba dominado por una mesa muy larga con
muchos platos dispuestos y equipados. Eso me sorprendió ya que
no había previsto que habría más personas invitadas.
Al primero que vi fue a Bramajo que me hizo una mueca y
una señal con la mano izquierda. En la otra tenía una especie de
lanza cuya utilidad la atribuí a la manipulación de las brasas.
Estaba desnudo de la cintura para arriba. Sudaba. Me acordé
de mi madre que, cuando hacía mucho calor me sugería que me
sacara la remera, invitandome a quedarme en panza. En el pecho
de Bramajo colgaba una especie de medalla que refulgía intensa-
mente y que no pude distinguir qué tenía impreso. Tenía mucho
pelo en el torso, en la espalda. Pelos negros y blancos. La medalla
era del tamaño de un puño y por momentos parecía dorada, aun-
que cuando Bramajo hablaba o se movía, emitía leves rayos rojos.
Dijo que me acercara mientras él seguía observando la parrilla y
las brasas bajo la carne. Chirriaban las gotitas de grasa al tocar
el rojo o el blanco de las brasas de carbón. Ahí tan cerca del fuego
hacía calor y el aroma era embriagador. Me invitó un vaso de
vino. Le pregunté por los demás invitados. Dijo que estaban por
ahí algunos haciendo las ensaladas y que de los otros no sabía.
Miré nuevamente y no vi a nadie. Comenzó a hablarme pero yo
no podía entender lo que me decía, me distraía, quizás, porque es-
taba muy débil, debido a mi mala alimentación y a mi insomnio.
No podía concentrarme en lo que decía Bramajo. La capacidad
que tengo de dejar de escuchar a voluntad se había descontrolado
y no oía por más que quisiera. Lo noté porque Bramajo comenzó a
contarme que hoy había terminado un estudio como investigador
literario. Dijo que festejábamos eso y que yo lo iba a ayudar. Eso
fue lo único que comprendí, el resto se me perdió. Apareció mu-
cha gente a nuestro alrededor. Aparecieron los teosebios que les
llaman así porque su madre se llama Petrona Teosebia. Marsilio

233
y Hermes dijeron algunas cosas, hicieron algunas bromas. Nos
reímos. Muy extraño eso. Aquí da comienzo a los recuerdos más
difuminados. Estoy seguro que reí, aunque yo hasta ahí, en ese
momento, a esos, los sentía mis enemigos mortales. También, la
verdad es que no puedo recordar de qué nos reíamos. Repentina-
mente la angustia y la soledad se habían evaporado. La gente era
buena y yo estaba a gusto con ellos.
En otro momento vi a la madre de estos muchachos. Un ser
robusto y fuerte como un nogal con una voz muy dulce que me
presentó a su hija como si yo no la conociera. Gloria.
En el baile había recibido un mensaje suyo y yo no podía re-
cordar de qué se trataba. Estaba hermosa y me sonreía mientras
me hablaba. Yo no entendía nada de lo que decía. Yo bebía vaso
tras vaso de vino sin parar.
En algún momento nos sentamos a comer. Recuerdo que es-
tábamos por empezar. Se me hacía difícil ver las caras de las
otras personas porque la luz de los reflectores apuntaban hacia
mis ojos impidiéndome distinguirlas. Creo que yo sonreía todo el
tiempo como un imbécil. El hambre se iba calmando. En ningún
momento sospeché que algo fuera mal. Todo lo contrario. Estaba
tranquilo. No tenía ningún pensamiento que me perturbara.
Por primera vez me sentía en familia. Durante los últimos
días había estado en la casa de Pedro con su abuela y su primo
pero allí me había esforzado. En cambio acá yo seguía siendo el
de siempre. No sentía que me estuviera esforzando en nada. En
esos instantes, en lo de Bramajo, junto a toda esa gente yo era
dichoso como nunca, como si no fuera yo. Mientras masticaba esa
carne deliciosa reflexioné sobre esa sensación de dicha inédita
en mí. Esa especie de felicidad era novedosa porque incluía a esa
gente que me rodeaba. Esa gente que me rodeaba eran seres a
los que no les veía el rostro, la mayoría eran personas que nunca
jamás había visto en mi vida. Y justo ahí, en ese instante, pensé
por primera vez que seguramente me habían drogado.
Me drogaron pensé. Por qué pensé. Sentí mucho pánico. Sentí
que mi corazón corría mil kilómetros por hora. La dicha se había
corrido como un telón y me mostraba una realidad atroz. Tran-
quilizate pensé. No te asustés. Es algo fuerte. Piloteala pensé.
Pensá pensé. Pensá y salís pensé. Seguí masticando e intentando
sonreír. Miré y noté que nadie había notado mi cambio. Miraba

234
el plato. Vi un pedazo de vacío bien cocido, un poco de lechuga a
la izquierda. Unos tomates y algo de cebolla cortados juliana. Un
plato de plástico. Vi mis manos aferrando el cuchillo. Me miré los
dedos. Vi las cicatrices. Era como ver algo escrito. Pensé que te-
nía mis dedos escritos. La vida, los juegos, el trabajo, las caricias,
el rascarse, el agarrar todo todo todo, el universo me había escrito
las manos todo el tiempo de mi vida, hasta ese momento. Pensé
que tenía escrito el pasado. Pensé que las cicatrices se escribían
en el presente para el futuro.
Ahí Bramajo me habló y eso lo recuerdo claramente. Dijo:
−Mateo usted, ahora, está entendiendo. Usted está entendien-
do. Sabe que entender no es sólo poder enunciar las palabras que
explican y aclaran. Entender no es la definición de los dicciona-
rios. Porque, Mateo, entender es sentir. Vivir. Distinguir, aunque
no se pueda decir de qué se trata.
Pensé que ese hombre me escuchaba los pensamientos. Em-
pecé a sentir palpitaciones en la cabeza. Estaba convencido de
que escuchaba mis pensamientos. Lo miré. En algún momento
se había puesto una bata púrpura y parecía bañado. El colgante
brillaba con matices perversos. Los demás tenían los brazos col-
gando y parecían dormidos. Sentados con la espalda muy recta.
Los ojos entornados o la mirada en la mesa. Yo comencé sentir-
me extraño. Sentía un movimiento sobrehumano que quería salir
desde mi interior, como si alguien sonámbulo quisiera salir de
adentro mío. Se me cruzó una frase como unas de esas palabras
que aparecen previas al sueño. El instante último entre la vigilia
y el soñar. Esos momentos donde las palabras se ordenan y es
posible recordarlas aunque el sentido sea inconsciente o raro. Las
palabras eran: “Ante cada derrota perfecta amo la perfección”.
Lo último que vi fue a Bramajo con la cara nublada y totalmente
borroneado, aunque yo sabía que él sonreía con maldad. En ese
momento no sé si me dormí o me pegaron pero desde ahí no re-
cuerdo absolutamente nada.
Lo último que recuerdo, es que pensaba qué significaban las
palabras “derrota perfecta”. Derrota inapelable. Derrota que no
te deja hablar. Pero yo escribo pensaba, yo escribo y puedo ha-
blar, pensaba. Yo no amo las derrotas. Las derrotas son el lugar
donde no se puede decir nada. Yo digo. Yo escribo pensé, después
no me acuerdo nada.

235
De lo que pasó luego no recuerdo nada. Solo sé lo que me con-
taron y lo que vi en las fotografías. Los que me contaron lo sucedi-
do luego son Melchor, Bilis y Pedro. Las fotografías me las envió
alguien desconocido para mí. Cuando me desperté estaba acá en
mi habitación. En la capilla. Me pregunté si todo había sido un
sueño. Si realmente había existido el rescate y los disparos, la
noche y la carrera, los gritos.
Al lado en la cama encontré un sobre de papel madera que
contenía fotos mías.

2-

Yo riendo con un vaso en la mano. Estoy solo apuntando a la


cámara. Se nota que había terminado de comer. Tengo paz en
el rostro.

Yo bailando con los ojos cerrados. Hay mucha luz por el flash
aunque no se nota quién baila conmigo. Por la pollera es Gloria.
Fuera de foco están doña Petrona y Bramajo parece que estu-
vieran brindando y sonriendo. Aunque pueden estar hablando.
Tengo una ropa extrañísima.

Yo escribiendo en una habitación. El brazo izquierdo doblado


sobre el papel o es una madera o un cartón. Los ojos rojos como si
estuviera muy oscuro el lugar y nunca hubiese previsto el gatilla-
zo de la foto. Un vaso con un líquido rojo morado que parece san-
gre. Parezco un vampiro escribiendo. La ropa negra, la palidez,
el techo tan alto. Los labios encarnados. Me da miedo esta foto.

Yo y Bramajo. Primer plano. Parece anterior. Incluso él está


vestido como lo recuerdo del principio de la noche. Jeans y en cue-
ro. El colgante tiene una imagen rara: un ser cuyo torso, brazos y
manos son de hombre y la cabeza de un águila o una gallina, por
debajo le salen dos serpientes que se tuercen hacia arriba. En los
brazos tiene un escudo y una espada. Lo rodean siete estrellas
y sobre ellas hay una palabra que no entiendo. Los dos estamos
muy risueños. Hay humo.

236
Yo y los teosebios. También hay mucha risa. Estamos muy
amigos. Ellos dos vestidos de blanco inmaculado. Yo tengo una
camisa color roja. Puede ser después del baile de la otra foto.

Yo y Gloria. Estamos de blanco y arrodillados ante una fuente.


Estamos descalzos. Parece que nos estuviéramos casando o reali-
zando un rito. Nuestras miradas rezando con las manos unidas.
Delante de alguien con túnica dorada.

Yo escribiendo. Estoy en cueros y solo pero en esta hay una


continuidad. Tengo el pantalón de la foto anterior. Estoy casi en
la misma pose en la que estoy en la otra escribiendo. Aunque no
parezco un vampiro. Parezco un zombi.

3-

¿Qué pasó?
Supimos que estabas ahí por Pedro.
Él nos contó que te habías quedado con este tipo hablando de
manera extraña.
Estaban a punto de hacerte uno de los de ellos.
Iban a hacer un rito para que te les unieras.
¿Y quiénes son los ellos?
Son varios.
Son una fuerza, una entidad múltiple que tiene tantos años como
el mundo.
¿Todos son uno solo?
En cierta forma sí y en cierta forma no.
¿Son el mal?
Nosotros creemos que es así.
¿Y para que me quieren los ellos?
Hace algo usted, que ellos quieren que lo haga para ellos.
¿Y qué es?
Escribir.
Ellos le usan la escritura.
Si no explican de otra forma no entiendo.
Pasaron muchas cosas en el pueblo.

237
A tu alrededor cambió todo.
La configuración ahora es otra.
Loco, no les entiendo ¿no se dan cuenta que no les entiendo?
Estás débil.
Ya me di cuenta porque de eso es lo único de lo que estoy seguro.
Y también influido por ellos.
Estos han descubierto el verdadero poder de las palabras.
Mateo usted es el que faltaba para solucionar las cosas.
Mateo está buenísimo que estés a nuestro lado.
Han ocurrido muchas cosas de las que usted no se enteró.
Algo viene.
Ahora cuando usted se recupere podrá hacer lo necesario.
Ayudarnos.
¿Qué?
Tiene que escribir.
¿Por qué todos tan hinchapelotas con la escritura mía?
Es usted.
Mateo, no es tu escritura solamente.
¿Y qué me hicieron?
Lo drogaron y el rito había comenzado.
Y no sabemos todo lo que han hecho realmente con vos.
Acá hay unos escritos que usted les hizo.
Léalos quizás entienda algo.

4-

*
La esencia de la luz es el gemido de ella
vibra su espalda y sueña
suspira y canta dulce
sonríe su azul de noche tenue y baila
por todas las canciones de los grillos

*
Yo en el frío intocable vibro y respiro
temblores
embisto contra lo superior
algo viene

238
*
y no sabés era una sucesión enloquecida me fusilaba adentro
de la cabeza y pensaba una locura y tan reloco estaba que se
me mezclaba todo y la mano se me negaba primero y yo quería
escribir y no podía y quería contarte a vos en este momento de
claridad porque si ahora escribo es para que entiendas que veo
todo tan tan claro aunque cada frase que suelto que no tiene que
ver con lo que quiero contarte es una cosa que se aleja y lo nítido
se borra y cuesta llevar adelante la narración porque el tiempo
es más veloz que la mente o que uno y la escritura trata de aga-
rrar el tiempo pero se salta todo todo el tiempo y uno además de
pensar tiene que estar controlando el tiempo y el control es el
caos eso hay que entender el caos es el lugar donde mejor nacer
y arrancar de donde sea de donde sea porque por más que quiera
capaz que me entendés aunque sea algo no sé yo quería contarte
algo que lo tenía pensado de hace mucho de la gente que vive
adentro de nosotros de todas las personas del mundo todos tene-
mos encerrados unos seres que viven adentro nuestro como unos
muñequitos mínimos que están presos esto es importante están
presos dentro de nuestros cuerpos y que están obligados a estar
ahí y que no se pueden comunicar con nadie más porque están
solos están muy solos ellos están ahí adentro y no se pueden co-
municar con los otros y que ni ellos mismos saben que somos eso
encerrado ahí adentro porque ni las caras verdaderas nos vemos
de tan encerrados que estamos y nuestros cuerpos son sus cárce-
les tremendas cerradísimas herméticas cárceles de ellos somos
los cuerpos y los pensamientos que somos nosotros y que para co-
municarnos tratan de hacer todo porque eso es lo que quiere todo
ser en el universo comunicarse decirle algo a otro parecido a él y
tan adentro hermético aislado que cada diminuto se crea su pro-
pio lenguaje singular su propio código para comunicarse con otro
diminuto que tiene una serie de señales propias de él y únicas
que sólo él entiende y así todos los diminutos son tan únicos que
se hace complejísimo comunicarse y así no pueden comunicarse y
bueno eso no lo pueden hacer esos seres diminutos adentro nues-
tro y entonces es por eso que para comunicarnos nosotros habla-
mos escribimos y hacemos arte y eso sería como los muñequitos
dentro de nosotros quieren comunicarse con los otros muñequitos
de los otros pero es tal el grado de opresión y represión de los

239
tipitos que no pueden ni comunicar su realidad de forma directa
porque no se entienden y tan aislados están tan encerrados y no
saben no ni qué son ellos y sólo tienen este cuerpo escaso y cual-
quier escritura el arte el lenguaje la poesía todo es en vano in-
cluso escribir esto aunque por ahí algo entiendas pero tenés que
comprender que es un conspiración cósmica metafísica y que los
muñequitos están encerrados porque una conspiración de dioses
los puso ahí y todo lo que hacemos lo hacemos para comunicarnos
y liberarnos de nuestros cuerpos que son nuestras prisiones

*
si no tuvieras miedo qué te animarías a hacer

*
veo envasado en su soledad al patrón del pago del dolor y el
espanto
el hielo de su aliento podrido aniquila toda esta pampa
veo algunos de ustedes y me hablan

*
un pueblo incesante se mueve
y se retuerce en mi mente
y fuera de mi mente
cerebro espíritu cerebelo
caminan o se mueren
todo el tiempo
gente y cosas
acá y más allá
pasan cosas que no veo
y se agitan estas manos mías
pero esto no tiene sentido

un sentido tiene

5-

Pedro camina por el pueblo. Lleva un palo largo. Parece que


rayara la tierra. Es de noche. Silba. Su perra Santa camina con

240
las fauces abiertas y mueve la cola. Él parece que hablara solo.
Llega a lo de Bramajo. Hay mucho silencio. No hay grillos ni ra-
nas cantando. Golpea las manos. Nada. Golpea el portón. Grita:
−¡Eh don Bramaaaaa!
Ruidos adentro. Alguien dice:
−¿Quién es?
Pedro pregunta:
−¿Y don Bramajo?
La voz extraña dice:
−Está durmiendo, ¿qué querés Pedro?
Pedro dice en un susurro: “No quieren abrir esa puerta”. Luego
le habla a la puerta:
−Tengo que hablar con él. Es por los chanchos que me olvidé
de decirle algo de hoy a la tarde.
La voz ahora es metálica:
−Puedes decírmelo a mí.
Pedro tira inmediato:
−Un chancho se escapó.
Ahora es la voz de Bramajo:
−Pará que te abro.
Pedro comienza a hablar apurado:
−Lo vi hoy, don Brama, no sabe, se ve que alguien le dejó
abierto. Se salió el fajado, ese gris y negro, ese que usted lo quería
para padrillo, bueno ese, o se saltó, yo no sé. No vi alambre roto
ni nada. Y yo lo vi y me pareció que era, pero después dije capaz
no es, bueno, por allá por la calle de la laguna, estaba en la orilla
tomando agua de la laguna, pero por el sol, por el brillo del sol, no
lo vi bien y no me parecía…
Se abre la puerta. Bramajo está vestido con una bata negra.
Lo mira muy serio. Desde atrás de Pedro, desde las sombras, sal-
tan Melchor y Bilis. Atropellan la puerta. Ambos lo golpean una
vez en la cabeza. Luego entran velozmente y gritando. Rugen.
−Mateo.
−Mateo.
Pedro se queda en la puerta mientras mira sin ningún senti-
miento a Bramajo. Tiene los ojos abiertos y está desmayado. El
chico entra y sale inmediatamente con un libro que esconde entre
sus ropas. Se oyen más ruidos y más gritos. Cosas que se caen y
se rompen. Confusión. Un disparo. Se corta luz en todo el pue-

241
blo. Pedro enciende una linterna tranquilamente. Santa mueve
la cola y lo mira jadeando. Gritos. Otro disparo. Luego salen los
otros. Bilis y Melchor llevan a Mateo dormido, colgado de sus
hombros. Gritan.
−Vamos vamos vamos.
Suben a un rastrojero. El arranque se demora tres segundos y
salen levantando arena.
De la casa de Bramajo salen tres personas gritando. Una de
ellas, un hombre mayor, canoso, apunta y dispara. El fogonazo
ilumina la oscuridad. El vidrio trasero del rastrojero se rompe.
Gritos. Gritos dentro del rastrojero:
−Mierdas.
−Está lastimado.
−Pedro tenés sangre. Apretate. Apretate fuerte. Aguantá que
ya llegamos.
Pedro dice:
Es un raspón nada más.

242
Ultílogo

primero la poesía fue


después la prosa fue
el sentido fue
y vino
y fue

Cuento invento en el viento,


es verano y es invierno.
Hago, deshago, cago
en el lago de los amagos
hasta el amargo hartazgo,
como una luz que un poquito se apaga
y después se prende larga.

Escritura, Va y Viene, Escritura,


y la cultura nos apura.

.Escribo. – Escribí – .Escribo.

Para que sepas te escribo


estas palabras
y estas palabras
y otras…

Escribo y cuento.
A veces esto va lento.
A veces es un espamento
porque no se puede parar.

Creo que contar / es tener y dar


Hacer lo que ya está hecho…

Los que mueren y los que llegan,


A veces pierden y viven y les pegan,
sin embargo quieren aunque rebotan
porque leer otros buscan y agarrar,

243
comprender y evacuar
para ser superiores
y poder
poder sin excepciones

Juego y no juego

Imaginate que estamos bailando una de esas cumbias


suavecitas que te gustan tanto

Así

Un dibujito que se hace cuando te levantás


y un cartelito

Un sapo y un caracol y un árbol


Algo va a pasar
Nada va a pasar
Todo puede pasar
está pasando
y sigue sucediendo
y seguirá arriba y adentro
de los tiempos cuánticos
esos globos que se comen a sí mismos
esos espectáculos de la distancia
esos acentos de la infinitud
tan tan angurrientos de grandor
que hasta impactan contra dios
ese personaje secundario
ese mayordomo asesino
ese extra que te arruina la toma
mirando la cámara

allá no estaremos
acá están las historias
que siguen

244
Fin del Primer Cuaderno de Corbett (azul eucalipto)
12 de diciembre de 2012
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres gráficos de

José Joaquín Araujo 3293


(C1439FAP)
Ciudad de Bs. As.
Agosto 2018

D I S T R I B U I D O R A & E S TA N T E R Í A D E LI B R O S Y R E V I S TA S

D I A G O N A L 7 8 E S Q . 6 - L A P L ATA - A R G E N T I N A
MALISIADISTRIBUIDORA@GMAIL.COM

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