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La literatura y el terror: cómo se devela la cotidianeidad del terror y se convierte en una

crítica social terrorífica de la otredad. Lo siniestro y lo (des)conocido en los relatos de


Mariana Enríquez.
Los dispositivos institucionales de vigilancia en la sociedad disciplinaria develados por el ojo de
la literatura. Estrategias de focalización. Narrar con imágenes. Irrupción del lenguaje
cinematográfico en la literatura.
Lectura y análisis de: selección de Las cosas que perdimos en el fuego y Los peligros de fumar
en la cama de Mariana Enríquez.
Consigna de época junto a Comunicación: Producción de cortometrajes.

Lo ominoso
el terror
lo político
los dispositivos de vigilancia
lo gótico
lo monstruoso – macabro – morboso – la imposibilidad de mirar el cuerpo abyecto (el asco, lo
incomodo, lo terrorífico)
lo desconocido
lo siniestro

Friera le consultó por la presencia de lo macabro en “las entrañas mismas de lo


cotidiano”. “Trabajo con los miedos actuales, sociales, y les aplico categorías bastante
clásicas. Lo extraño es que no exista más terror relacionado con lo cotidiano, y no al
revés”, opinó Enriquez. “Específicamente en español, al género no le pasó lo que al
policial, que se convirtió en una novela social. Se quedó en el castillo o en el folklore. Y
esto tiene que ver con dos problemas: una tradición que no existe como tal y un
problema de lectura de nuestra literatura”, analizó. Según ella, hay cuentos de Julio
Cortázar, Silvina Ocampo, Ernesto Sábato y Bernardo Kordon que “en cualquier otro
corpus literario” serían considerados de horror, y aquí se los calificó como fantásticos.
Además, mencionó la revolución que generó Stephen King en los ‘70. “El trabaja con
los miedos que hay en la sociedad, con las violencias cotidianas. Eso es con lo que yo
trabajo”, expresó.

En los textos de Enriquez es común que aparezcan, justamente, chicos abandonados.


Aparte de que suelen ser protagonistas en el marco del terror, la autora busca “confrontar
al lector con la hipocresía”. “En nuestra sociedad hay un doble discurso sobre la niñez:
está el discurso de que los niños son lo más importante y ‘qué feliz es estar embarazada’,
y cotidianamente vemos abuso y niños en la calle. Lo que les hacemos es muy cruel.
Busco ponerle al lector en la cara el horror que nuestro nivel de desigualdad inflige en
los más débiles. No desde un lugar de bajada de línea. Son malísimos mis niños, y
vengativos. Están criando monstruos. Son monstruos malos”, se explayó.

En Las cosas que perdimos en el fuego, trabajas con el tema del miedo, el terror, la violencia
instaurada desde lo cotidiano. ¿Cómo comprendes la violencia social como fenómeno y cómo esa
violencia influye en tu escritura?
Creo que es totalmente epidérmica. Está tan cerca y tan enmarcada en lo cotidiano que, si trabajas
conscientemente con elementos que tienen que ver con algún acercamiento al realismo —y yo creo que
los cuentos tienen incluso una estructura y un tono que está totalmente enmarcado en el realismo—, ahí
irrumpe lo que sea: lo sobrenatural, la violencia, lo que elija en ese momento: algún desdoblamiento de
la realidad, alguna perturbación de ese tipo; pero para mí la violencia es muy cotidiana. Al mismo
tiempo es medio absurdo decir eso teniendo en el mundo tantos lugares donde la violencia es
explícitamente mucho más brutal que acá. Acá, todavía, por más que el argentino rezongue, hay un
espacio relativamente seguro, pero de todos modos hay un pasado de violencia institucional muy
cercano y muy presente. Vos pensá estos días la cuestión de Santiago Maldonado —que desapareció en
Chubut—; cómo rápidamente emerge no sólo esa historia, sino también los discursos de esa historia, los
discursos muy violentos de la gente que te dice: «El pibe está perdido por ahí», «es un hippie sucio»,
«está en Nueva York»; es justamente la misma matriz. Y, por otro lado, la gente que insiste en que es un
desaparecido por el Estado. Después, cotidianamente, en toda gran ciudad vivís de una manera, no sé si
llamarla violenta, pero sí muy dura. La ciudad tiene eso, una cosa de velocidad, brutalidad, diferencia,
supervivencia, que es en sí violenta por la manera en que vivís. Pero tampoco creo que lo violento sea
necesariamente negativo, creo que hay momentos en que tenés que reaccionar violentamente ante
alguna situación o hay situaciones que son violentas y hay que atravesarlas, vivirlas así porque es la
naturaleza de la situación.

Y si consideráramos que el terror es una excusa para explorar otras cuestiones como la culpa,
la sugestión, las relaciones de clase y de pareja, el patriarcado o la historia nacional (que la
escritora trabaja con maestría), también estaríamos simplificando y eludiendo lo más
evidente. Es el terror, pero no como género literario, sino como extrañeza cotidiana y desvío
de la norma, el motor de su obra.

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