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Lo ominoso
el terror
lo político
los dispositivos de vigilancia
lo gótico
lo monstruoso – macabro – morboso – la imposibilidad de mirar el cuerpo abyecto (el asco, lo
incomodo, lo terrorífico)
lo desconocido
lo siniestro
En Las cosas que perdimos en el fuego, trabajas con el tema del miedo, el terror, la violencia
instaurada desde lo cotidiano. ¿Cómo comprendes la violencia social como fenómeno y cómo esa
violencia influye en tu escritura?
Creo que es totalmente epidérmica. Está tan cerca y tan enmarcada en lo cotidiano que, si trabajas
conscientemente con elementos que tienen que ver con algún acercamiento al realismo —y yo creo que
los cuentos tienen incluso una estructura y un tono que está totalmente enmarcado en el realismo—, ahí
irrumpe lo que sea: lo sobrenatural, la violencia, lo que elija en ese momento: algún desdoblamiento de
la realidad, alguna perturbación de ese tipo; pero para mí la violencia es muy cotidiana. Al mismo
tiempo es medio absurdo decir eso teniendo en el mundo tantos lugares donde la violencia es
explícitamente mucho más brutal que acá. Acá, todavía, por más que el argentino rezongue, hay un
espacio relativamente seguro, pero de todos modos hay un pasado de violencia institucional muy
cercano y muy presente. Vos pensá estos días la cuestión de Santiago Maldonado —que desapareció en
Chubut—; cómo rápidamente emerge no sólo esa historia, sino también los discursos de esa historia, los
discursos muy violentos de la gente que te dice: «El pibe está perdido por ahí», «es un hippie sucio»,
«está en Nueva York»; es justamente la misma matriz. Y, por otro lado, la gente que insiste en que es un
desaparecido por el Estado. Después, cotidianamente, en toda gran ciudad vivís de una manera, no sé si
llamarla violenta, pero sí muy dura. La ciudad tiene eso, una cosa de velocidad, brutalidad, diferencia,
supervivencia, que es en sí violenta por la manera en que vivís. Pero tampoco creo que lo violento sea
necesariamente negativo, creo que hay momentos en que tenés que reaccionar violentamente ante
alguna situación o hay situaciones que son violentas y hay que atravesarlas, vivirlas así porque es la
naturaleza de la situación.
Y si consideráramos que el terror es una excusa para explorar otras cuestiones como la culpa,
la sugestión, las relaciones de clase y de pareja, el patriarcado o la historia nacional (que la
escritora trabaja con maestría), también estaríamos simplificando y eludiendo lo más
evidente. Es el terror, pero no como género literario, sino como extrañeza cotidiana y desvío
de la norma, el motor de su obra.