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VIOLENCIA JUVENIL

TEORIAS Y PROPUESTAS DE INTERVENCION

RESUMEN

Cuando se analiza la violencia como un constructo fenomenológico que a lo largo


de la historia a tratado de ser entendido, explicado y sobre todo en mayor o menor
medica estudiado y comprendido para su intervención, estuvo asociado como hasta
ahora en establecer las medidas “correctivas” mas apropiadas, es asi que se fueron
estableciendo diferentes teorías explicativas a su presencia y desarrollo, cada una
abordando una visión teórica del sujeto, que le permitía proponer normas legales
que impulsen la atención de los adolescentes/jóvenes que entraban al sistema penal
en los diferentes países. En nuestro caso tuvimos a las poblaciones de infractores
a la ley, albergados en hogares, centros de reeducación, correccionales, centros
juveniles, como el hoy en dia, variando su forma de atención, estando básicamente
delimitados por el perfil de profesionales o la institución que los atendía en ese
momento; asi es como hasta hoy en dia, se busca establecer un modelo de atención
diferenciado, que surge como respuesta a la diferenciación de perfiles de infractores
que la teoría y al experiencia nos indica establecer y sobre todo atender. Esta forma
“novedosa”, no es otra que la basada en los estudios longitudinales de estudiosos
del al criminología del desarrollo que sustentan las bases de esta forma de
valoración e intervención de los infractores a la ley penal. De todo de todo ello
surgen las tipologías de la conducta delictiva, aspecto que hoy en dia se trabaja muy
empíricamente en nuestro país, pero que ya se inicio.

Palabras Clave. Criminología, desarrollo, adolescencia, infractores, conflicto,


vulnerabilidad, ley, tipologías, modelos, intervención, tratamiento, efectivo,
valoración, riesgo, teórico, conflicto, ley, modelos, sistema, violencia, juvenil
INTRODUCCIÓN

La conducta antisocial es un problema que presenta serias consecuencias entre los


niños y adolescentes. Los menores que manifiestan conductas antisociales se
caracterizan, en general, por presentar conductas agresivas repetitivas, robos,
provocación de incendios, vandalismo, y, en general, un quebrantamiento serio de
las normas en el hogar y la escuela.

Esos actos constituyen con frecuencia problemas de referencia para el tratamiento


psicológico, jurídico y psiquiátrico. Aparte de las serias consecuencias inmediatas
de las conductas antisociales, tanto para los propios agresores como para las otras
personas con quienes interactúan, los resultados a largo plazo, a menudo, también
son desoladores. Cuando los niños se convierten en adolescentes y adultos, sus
problemas suelen continuar en forma de conducta criminal, alcoholismo, afectación
psiquiátrica grave, dificultades de adaptación manifiestas en el trabajo y la familia y
problemas interpersonales (Kazdin, 1988).

La conducta antisocial hace referencia básicamente a una diversidad de actos que


violan las normas sociales y los derechos de los demás. No obstante, el término de
conducta antisocial es bastante ambiguo, y, en no pocas ocasiones, se emplea
haciendo referencia a un amplio conjunto de conductas claramente sin delimitar. El
que una conducta se catalogue como antisocial, puede depender de juicios acerca
de la severidad de los actos y de su alejamiento de las pautas normativas, en función
de la edad del niño, el sexo, la clase social y otras consideraciones La conducta
antisocial hace referencia básicamente a una diversidad de actos que violan las
normas sociales y los derechos de los demás. No obstante, el término de conducta
antisocial es bastante ambiguo, y, en no pocas ocasiones, se emplea haciendo
referencia a un amplio conjunto de conductas claramente sin delimitar. El que una
conducta se catalogue como antisocial, puede depender de juicios acerca de la
severidad de los actos y de su alejamiento de las pautas normativas, en función de
la edad del niño, el sexo, la clase social y otras consideraciones.
Estas conductas que infringen las normas sociales y de convivencia reflejan un
grado de severidad que es tanto cuantitativa como cualitativamente diferente del
tipo de conductas que aparecen en la vida cotidiana durante la infancia y
adolescencia. Las conductas antisociales incluyen así una amplia gama de
actividades tales como acciones agresivas, hurtos, vandalismo, piromanía, mentira,
absentismo escolar y huido de casa, entre otras.

Aunque estas conductas son diferentes, suelen estar asociadas, pudiendo darse,
por tanto, de forma conjunta. Eso sí, todas conllevan de base el infringir reglas y
expectativas sociales y son conductas contra el entorno, incluyendo propiedades y
personas (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

Desde una aproximación psicológica, se puede afirmar que las actividades o


conductas anteriormente citadas, que se engloban dentro del término conducta
antisocial se podrían entender como un continuo, que iría desde las menos graves,
o también llamadas conductas problemáticas, a las de mayor gravedad, llegando
incluso al homicidio y el asesinato. Loeber (1990), en este sentido, advierte que el
término conducta antisocial se reservaría para aquellos actos más graves, tales
como robos deliberados, vandalismo y agresión física. Lo cierto es que aunque toda
esta serie de conductas son diferentes, se consideran juntas, ya que suelen
aparecer asociadas, a la vez que se muestran de formas diferentes según la edad
de inicio en el niño y/o adolescente.

Uno de los principales problemas que surgen a la hora de abordar el estudio de la


conducta antisocial desde cualquier aproximación, es sin lugar a dudas el de su
propia conceptualización. Esta dificultad podría estar relacionada, entre otros
factores, con el distinto enfoque teórico del que parten los autores en sus
investigaciones a la hora de definir conceptos tan multidimensionales como los de
delincuencia, crimen, conducta antisocial o trastornos de conducta (Otero, 1997).

Es evidente que la existencia de distintas interpretaciones que surgen desde los


diferentes campos de estudio (sociológico, jurídico, psiquiátrico o psicológico), y que
tratan de explicar la naturaleza y el significado de la conducta antisocial, generan
orientaciones diversas y se acaban radicalizando en definiciones sociales, legales
o clínicas (Otero, 1997).

No obstante, se ha de tener presente que a lo largo de la historia de las diferentes


disciplinas científicas que han estudiado la conducta antisocial, se han venido
aplicando numerosos términos para referirse a este tipo de conductas que
transgreden claramente las normas, tales como delincuencia, criminalidad,
conductas desviadas, conductas problemáticas, trastornos o problemas de
conducta. A pesar de que las conductas a las que se refieren son las mismas,
existen ciertas diferencias que son necesarias resaltar.

Para Loeber (1990), la llamada conducta problemática haría más bien referencia a
pautas persistentes de conducta emocional negativa en niños, tales como un
temperamento difícil, conductas oposicionistas o rabietas. Pero no hay que olvidar
que muchas de estas conductas antisociales surgen de alguna manera durante el
curso del desarrollo normal, siendo algo relativamente común y que, a su vez, van
disminuyendo cuando el niño/a va madurando, variando en función de su edad y
sexo. Típicamente, las conductas problemáticas persistentes en niños pueden
provocar síntomas como impaciencia, enfado, o incluso respuestas de evitación en
sus cuidadores o compañeros y amigos. Esta situación puede dar lugar a problemas
de conducta, que refleja el término paralelo al diagnóstico psiquiátrico de “trastorno
de conducta” y cuya sintomatología esencial consiste en un patrón persistente de
conducta en el que se violan los derechos básicos de los demás y las normas
sociales apropiadas a la edad (APA, 2002).

Dicha nomenclatura nosológica se utiliza comúnmente para hacer referencia a los


casos en que los niños o adolescentes manifiestan un patrón de conducta antisocial,
pero debe suponer además un deterioro significativo en el funcionamiento diario,
tanto en casa como en la escuela, o bien cuando las conductas son consideradas
incontrolables por los familiares o amigos, caracterizándose éstas por la frecuencia,
gravedad, cronicidad, repetición y diversidad.
De esta forma, el trastorno de conducta quedaría reservado para aquellas
conductas antisociales clínicamente significativas y que sobrepasan el ámbito del
normal funcionamiento (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

De esta forma, el trastorno de conducta quedaría reservado para aquellas


conductas antisociales clínicamente significativas y que sobrepasan el ámbito del
normal funcionamiento (Kazdin y Buela-Casal, 2002).

La delincuencia implica como fenómeno social una designación legal basada


normalmente en el contacto oficial con la justicia. Hay, no obstante, conductas
específicas que se pueden denominar delictivas. Éstas incluyen delitos que son
penales si los comete un adulto (robo, homicidio), además de una variedad de
conductas que son ilegales por la edad de los jóvenes, tales como el consumo de
alcohol, conducción de automóviles y otras conductas que no serían delitos si los
jóvenes fueran adultos. En nuestro país los juzgados de familia y mixtos,
dependiendo del lugar o judicatura tienen la función de conocer las acciones u
omisiones de los menores que no hayan cumplido los 18 años (desde los 14 años)
y que el Códigode Responsabilidad Penal del Adolescente otras leyes codifiquen
como delitos o faltas, ejerciendo una función correctora cuando sea necesario, si
bien la facultad reformadora no tendría carácter represivo, sino educativo y tutelar
(Lázaro, 2001).

Los trastornos de conducta y la delincuencia coinciden parcialmente en distintos


aspectos, pero no son en absoluto lo mismo. Como se ha mencionado con
anterioridad, trastorno de conducta hace referencia a una conducta antisocial
clínicamente grave en la que el funcionamiento diario del individuo está alterado.
Pueden realizar o no conductas definidas como delictivas o tener o no contacto con
la policía o la justicia. Así, los jóvenes con trastorno de conducta no tienen porqué
ser considerados como delincuentes, ni a estos últimos que han sido juzgados en
los tribunales se les debe considerar como poseedores de trastornos de conducta.
Puede haber jóvenes que hayan cometido alguna vez un delito pero no ser
considerados por eso como “patológicos”, trastornados emocionalmente o con un
mal funcionamiento en el contexto de su vida cotidiana. Aunque se puede establecer
una distinción, muchas de las conductas de los jóvenes delincuentes y con trastorno
de conducta, coinciden parcialmente, pero todas entran dentro de la categoría
general de conducta antisocial.

Desde un punto de vista que resalta más lo sociológico de este fenómeno


conductual, se habla comúnmente de desviación o conductas desviadas, definidas
éstas como aquellas conductas, ideas o atributos que ofenden (disgustan,
perturban) a los miembros de una sociedad, aunque no necesariamente a todos
(Higgins y Buttler, 1982). Este término es un fenómeno subjetivamente
problemático, es decir, un fenómeno complejo de creación social; de ahí que
podamos decir que no hay ninguna conducta, idea o atributo inherentemente
desviada y dicha relatividad variará su significado de un contexto a otro (Garrido,
1987; Goode, 1978).

Se podría conceptualizar la conducta delictiva dentro de este discurso como una


forma de desviación; como un acto prohibido por las leyes penales de una sociedad.
Es decir, tiene que existir una ley anterior a la comisión que prohíba dicha conducta
y tiene que ser de carácter penal, que el responsable ha de ser sometido a la
potestad de los Tribunales de Justicia. Pero de la misma forma que la desviación,
el delito es igualmente relativo, tanto en tiempo como en espacio. Las leyes
evolucionan, y lo que en el pasado era un delito, en la actualidad puede que no lo
sea (consumo de drogas) o al contrario. El espacio geográfico limitaría igualmente
la posibilidad de que una conducta pueda ser definida como delito o no (Garrido,
1987).

El delincuente juvenil, por tanto, es una construcción sociocultural, porque su


definición y tratamiento legal responden a distintos factores en distintas naciones,
reflejando una mezcla de conceptos psicológicos y legales. Técnicamente, un
delincuente juvenil es aquella persona que no posee la mayoría de edad penal y
que comete un hecho que está castigado por las leyes. La sociedad por este motivo
no le impone un castigo, sino una medida de reforma, ya que le supone falto de
capacidad de discernimiento ante los modos de actuar legales e ilegales.
Los términos delincuencia y crimen aparecen en numerosos textos como sinónimos
de conducta antisocial, sin embargo ambos términos implican una condena o su
posibilidad, sin embargo, todos los estudios han demostrado que la mayoría de los
delitos no tienen como consecuencia que aparezca alguien ante los tribunales y que
muchas personas que cometen actos por los cuales podrían ser procesados nunca
figuren en las estadísticas criminales.

Además, los niños por debajo de la edad de responsabilidad penal participan en una
conducta antisocial por la que no pueden ser procesados. Para entender los
orígenes de la delincuencia es crucial, por tanto, que se considere la conducta
antisocial que está fuera del ámbito de la ley y también los actos ilegales que no
tienen como consecuencia un procedimiento legal, además de los que sí la tienen.

En este sentido, término de conducta antisocial se empleará desde una


aproximación conductual para poder así, hacer referencia fundamentalmente a
cualquier tipo de conducta que conlleve el infringir las reglas o normas sociales y/o
sea una acción contra los demás, independientemente de su gravedad o de las
consecuencias que a nivel jurídico puedan acarrear. Consecuentemente, se prima
el criterio social sobre el estrictamente jurídico. La intención no es otra que ampliar
el campo de análisis de la simple violación de las normas jurídicas, a la violación de
todas las normas que regulan la vida colectiva, comprendiendo las normas sociales
y culturales.

Tal y como señala Vázquez (2003), la inclusión de un criterio no solamente jurídico


en la definición de la conducta antisocial presentaría la ventaja de centrar la atención
en factores sociales o exógenos, y en factores personales o endógenos; cambiando
el enfoque de la intervención y abordando directamente el problema real. Así, la
conducta antisocial quedaría englobada en un contexto de riesgo social,
posibilitando una prevención e intervención temprana en el problema que
entroncaría directamente con los intereses de las distintas disciplinas de la
psicología interesadas en este problema.
CAPITULO I

1.- DEFINICION DE VIOLENCIA

Definiciones: la violencia juvenil y su contexto


En la obra Informe mundial sobre la violencia y la salud (1) la violencia se define
como “el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza,
contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas
probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del
desarrollo o privaciones” (p. 5). El informe define, además, la violencia juvenil como
aquella que acontece, por lo general fuera del domicilio, entre personas de 10 a 29
años de edad que no están emparentadas y que pueden conocerse o no. Son
ejemplos de violencia juvenil la intimidación, la agresión física con o sin el uso de
un arma y la violencia de pandillas. A menudo las tasas elevadas de agresión y
victimización se extienden al grupo de edad entre los 30 y los 35 años, por lo que
es preciso tener en cuenta a este grupo de adultos jóvenes de edad más avanzada
a la hora de tratar de comprender y prevenir la violencia juvenil (4).
La violencia juvenil está muy vinculada con otras formas de violencia, entre ellas el
maltrato infantil, la violencia de pareja y la violencia dirigida contra uno mismo. Estos
tipos de violencia tienen factores de riesgo en común y un tipo puede ser un factor
de riesgo con respecto a otro tipo (por ejemplo, el maltrato infantil es un factor de
riesgo de verse envuelto en situaciones de violencia juvenil en una etapa posterior
de la vida). Por consiguiente, resulta útil situar a la violencia juvenil dentro de una
categorización más amplia de la violencia. De acuerdo con la tipología presentada
en el Informe mundial sobre la violencia y la salud (1), la violencia puede dividirse
en tres categorías generales, según el contexto en que acontezca.
• La violencia dirigida contra uno mismo se subdivide en comportamiento suicida y
auto maltrato.
Lo primero comprende las ideas suicidas, los intentos de suicidio y los suicidios
consumados. En cambio, el auto maltrato comprende actos tales como la
automutilación.
• La violencia interpersonal. es la que se produce entre individuos. La categoría se
subdivide en violencia doméstica y de pareja y violencia comunitaria. La primera
abarca, a su vez, el maltrato infantil, la violencia perpetrada por la pareja y el
maltrato de las personas de edad. La violencia comunitaria se subdivide en violencia
perpetrada por personas conocidas o por extraños y comprende la violencia juvenil,
la agresión a manos de desconocidos, la violencia relacionada con delitos contra la
propiedad y la violencia en los lugares de trabajo y otros contextos institucionales.
• La violencia colectiva. se refiere a los actos de violencia cometidos por grupos más
grandes y puede subdividirse en violencia de orden social, político o económico.
A cada categoría se yuxtapone la naturaleza de los actos violentos, que puede ser
física, sexual, emocional o psicológica, o el resultado de la negligencia. La
clasificación de la violencia según el tipo y la naturaleza del acto violento, como se
ilustra en la figura 1, es útil para comprender el lugar que ocupa la violencia juvenil
dentro de las distintas manifestaciones de violencia en un sentido más general.

2.- Delincuencia juvenil: Aspectos conceptuales


Algunos autores como LeBlanc (2003) han propuesto adoptar una definición factual
de la delincuencia: de este modo, la delincuencia juvenil se da “cuando un niño o un
adolescente comete infracciones contra las leyes criminales de un país”. Esta
definición está confirmada en la utilización en Chile del término “infractores de ley”.
El adolescente delincuente es aquel que ha cometido una o más infracciones contra
las leyes criminales. Entre las infracciones más corrientes se encuentran los delitos
contra la propiedad, tales como diferentes tipos de robos; delitos contra la persona,
tales como las agresiones, los homicidios o intentos de homicidio, los robos a mano
armada, los delitos sexuales, los delitos relacionados con drogas ilegales, el fraude
y el vandalismo.
Muchos investigadores coinciden en señalar que durante la adolescencia las
personas están más susceptibles a cometer actos delictuales (Zambrano & Pérez-
Luco, 2004; Alarcón, Vinet & Salvo, 2005; Dionne & Zambrano, 2008). Según Le
Blanc (2003), investigador que ha utilizado medidas de delincuencia autorevelada
en Canadá, más del 95% de los adolescentes hombres han confesado haber
cometido un acto delictual en el curso de los 12 meses precedentes, antes de
pasarles el cuestionario. Otras investigaciones, en otros países han obtenido
resultados similares. En todo caso, es importante precisar que esta actividad
delictual es transitoria y se limita para la mayoría de sujetos interrogados, al período
de la adolescencia. En efecto, sólo una pequeña proporción de adolescentes tienen
una actividad delictual importante que continúa cuando se hacen adultos, lo cual
hace decir a LeBlanc (2003) que la delincuencia es un epifenómeno de la
adolescencia.

3.- TIPOS DE VIOLENCIA

Zubillaga et al. 2008, a partir de un estudio de historias de vida con jóvenes varones
de vida violenta en Caracas, proponen una clasificación de las violencias que toma
como centro las vivencias que se experimentan como agudas amenazas que
atentan de modo intenso contra la integridad y dignidad personal del joven:

a. Violencia con sentido defensivo y de intimidación:


Ejercida en el esfuerzo de construirse como hombres de respeto, que les permite
ser respetados en su carácter de guerreros- protectores por las personas de su
entorno cercano.

b. Violencia filial: ejercida contra los “enemigos” o los “extranjeros a su sector de


barrio”, ya que por oposición les une y permite ser reconocidos como miembros de
su pandilla, por un lado, y por otro lado, con respecto a la comunidad inmediata, le
permite ser reconocidos como miembros y justicieros comunitarios.

c. Violencia instrumental: ejercida frente a otro concebido como un competidor


antagónico en el mundo de los negocios clandestinos, que les permite ser
reconocidos como agentes económicos y ser respetados por su “experticia
profesional, por sus compañeros de banda”, así como por su carácter de
proveedores en sus familias.

d. Violencia expresiva: es común a los tipos anteriores y está orientada a


expresar una definición de sí, a los otros (Goffman 1968), que les permite ser
reconocidos por una identidad masculina definida por su capacidad de
dominación.

4.- CAUSAS DE LA VIOLENCIA

a. Causas

Platón ya se escandalizaba de las características de la juventud que había en su


época, una constante, que llega hasta nuestros días. No se olvide que el
adolescente, no debe ser estudiado como un ente solitario, sino inserto en una
realidad espacial y temporal, que a su alrededor se encuentra su familia y su
contexto, que no puede ser diagnosticado en un corte vertical de su vida: «es así»,
porque tiene una realidad transversal con un pasado y un futuro (a veces oscuro).
Además los diagnósticos negativitas que sólo insisten en clasificar y resaltar los
aspectos problemáticos, no sirven para nada, hay que pronosticar pero aludiendo a
lo positivo, a lo que le motiva, a lo que le engancha socialmente, para llevarlo a
efecto y desarrollar todas sus potencialidades.

En relación, los niños viven en lugares donde son agresivas, inhumanas, el rey de
esa selva es el vehículo a motor, se generan miedos, el niño tiene que ser visto en
todo momento o puede ser atacado por un pederasta, un psicópata, un
secuestrador, un drogadicto, esta constante alarma social, hace que sean recluidos
en sus cuartos ante una pantalla de T.V., ordenador, video-juego. En todo caso hay
más violencia latente que real y más psíquica que física. Respecto a los medios de
comunicación y primordialmente a la televisión, es incuestionable que la «cascada»
de actos violentos, muchas veces sexuales, difuminan la gravedad de los hechos.
b) El joven no es emisor de violencia, es el receptor.

Piénsese en los niños maltratados, a veces físicamente, otras emocionalmente,


como cuando tienen que oír «no sé para qué has nacido» o «yo te quise abortar» o
«no me quites tiempo» o «no vales para nada». Los que nacen con síndrome de
fetoa-lcohol u otras drogas, los que aprenden bajo el lema «la letra con sangre
entra», los que tienen que estar en una cárcel con sus madres, los que son
obligados a traficar («trapicheo») con drogas, a robar como forma de subsistencia,
a prostituirse, los que trabajan, mendigan, no asisten a la escuela, porque una
sociedad injusta que «no va bien» lo etiqueta como desheredado, porque hay
padres que de hecho no lo son, que fracasan en la educación, o inducen al
comportamiento disocial, porque han errado absolutamente al interpretar lo que
significa Patria Potestad. Padres que no educan coherentemente, tampoco se
coordinan con los maestros, que adoptan una posición cobarde y errónea no
permitiendo que nadie recrimine a sus hijos sus malas acciones. Padres que no
escuchan, que no conocen las motivaciones y preocupaciones de sus hijos, que no
saben decir nada positivo de ellos, que pierden los primeros días, meses y años de
sus hijos «se me ha hecho mayor sin enterarme», que creen que no se influye sobre
ellos, que no educan en la autorresponsabilidad. Tenemos una sociedad
profundamente injusta, económicamente fracturada que golpea con el canto de
sirenas del consumo, hay jóvenes que cuando se les pregunta ¿qué quieres ser de
mayor? Contestan «rico», estos son los frutos de la denominada y padecida «cultura
del pelotazo», que lo más que aporta a los jóvenes son zonas de «copas» para
pasar el tiempo. Una colectividad que ha perdido en gran medida el sentimiento de
trascendencia, de espiritualidad, que rehuye con pánico la soledad buscada. Son
muchas las personas que quieren modificar conductas, sin inocular valores. Nos
encontramos ocasionalmente, con que se ha perdido el respeto intergeneracional,
que no es fácil que cuando entra una embarazada en un medio de transporte público
un joven se levante para cederle el asiento. Pautas educativas esenciales, que
hemos de retomar desde la razón, la palabra y la práctica, los más pequeños tienen
que apreciar en sus mayores (en nosotros) ese respeto a los que nos han
antecedido

c) El ser humano no nace violento (se aprende).

Existen niños que por causas sociales (anomia, cristalización de clase, etiquetaje,
presión de grupo, profecía autocumplida), conforman una personalidad patológica,
pero la etiología está muy lejos de ser cromosómica, lombrosiana

Cuando se detiene a un violador, mucha gente expresa: ¡No tiene cara de violador!
Fracasamos (a veces) en el proceso de educación, de socialización, en el proceso
por el que nace y se desarrolla la personalidad individual en relación con el medio
social que le es transmitido, que conlleva la transacción con los demás. Se forma
una personalidad dura que puede llegar a la deshumanización, es el etiquetado
psicópata (caso de Javier Rosado –Juego del rol–).

Estos jóvenes poseen características singulares que sirven, a su vez, de indicadores


de esta problemática: mueren tempranamente, abatidos en los intercambios de
disparos con la policía o en ajustes de cuenta; son considerados azotes de barrio
y/o malandros; tienen acercamiento a grupos de riesgo (generalmente, forman parte
de bandas); son consumidores precoces de alcohol y droga; poseen bajo o ningún
nivel de escolarización; están desempleados; son jóvenes que provienen de un
núcleo familiar multiproblemático; tienen susceptibilidad a ser homofóbicos; portan
armas ilícitamente:
El inicio en la vida violenta se relaciona más bien con el aprendizaje de lo que implica
ser hombre, generalmente de la boca y acciones de otros hombres cercanos y
diferentes al padre. […] De hecho, el primer contacto de estos jóvenes con armas
se produce a muy temprana edad, entre los 12 y 13 años de la mano de estas
figuras. […] Ser hombre y dramatizarlo a través de todo el ritual de la masculinidad
[…] le permite al hombre joven invertir situacionalmente una humillación a la que es
sometido por su condición social e instaurarse como “Señor” del espacio que ha
colonizado con ayuda de los ritos viriles y las armas (Zubillaga y Briceño 2001).
CAPITULO II

1. VIOLENCIA Y LA ADOLESCENCIA

Las o los jóvenes violentos tienen edades comprendidas entre los 15 y 25 años y
constituyen el 80% de los victimarios y un tanto por ciento similar de las víctimas:
En casi todos los casos las víctimas preferenciales de la violencia son los jóvenes
que pertenecen a las clases populares. Exceptuando los casos de víctimas de
“asalto/ hurto” y de las víctimas de “violencia en el tránsito” que son los que más
concentran víctimas entre los jóvenes de las clases dominantes, los otros tipos de
violencia siempre presentan, tanto para hombres como para mujeres, una cantidad
mayor de víctimas entre las clases populares.
Hay que señalar que los hombres están siendo, proporcionalmente, los más
afectados por la violencia (Barreira 2009).

Las formas en como generan violencia los adolescentes con este tipo de conductas
son en variedad de modalidades se podría decir:
2.- Etiología de la delincuencia juvenil: Los factores asociados
Angenent y De Mann (1996) definen la conducta antisocial de tipo delincuencial en
jóvenes como aquellas actividades que en términos de las normas y costumbres se
consideran indeseables o incluso inaceptables. Las formas más graves se llaman
trastornos de conducta, por lo que los autores concluyen que la delincuencia
juvenil es un trastorno del comportamiento penado por la ley.
En lo concerniente a factores externos asociados al comportamiento antisocial en
adolescentes, se ha aludido con frecuencia a los valores de la comunidad o del
entorno del mesosistema (Bronfenbrenner, 1999). Asimismo, el tipo de vecindario
en que viven los adolescentes desde temprana infancia y el estrato socioeconómico
de procedencia son buenos predictores del comportamiento antisocial (Frías-
Armenta et al., 2003). Entre los factores interpersonales debemos mencionar tres
especialmente importantes: familia, escuela y grupos de pares.
Con respecto a la familia, se han identificado factores estructurales como el tamaño
de la familia, el trabajo de las madres, el orden de nacimiento de los hijos y la
ausencia de uno de los progenitores (especialmente la figura paterna).
Posteriormente se prestó mayor atención a factores dinámicos tales como el clima
familiar, la calidad de las relaciones vinculares, el apego del adolescente hacia sus
padres, la comunicación intrafamiliar, los estilos de crianza y la disciplina del hogar.
La supervisión y el monitoreo de los padres parece ser un factor muy significativo,
especialmente en el caso de los adolescentes varones (Angenent & De Mann,
1996). Asimismo, Farrington et al. (2001) encuentran una alta concentración de
delincuentes en las familias, por ejemplo, el arresto de un familiar, particularmente
del padre o de alguno de la misma generación, incrementa la probabilidad de que
algún miembro de la familia de la siguiente generación (hijos, sobrinos, nietos) sea
delincuente.
Acerca de la escuela, las experiencias de fracaso escolar constituyen con frecuencia
un factor de riesgo mientras que el logro escolar representa un factor protector.
También resultan importantes la actitud del adolescente hacia la escuela –es decir,
si la considera un espacio placentero y útil para su desarrollo personal y el
compromiso con las metas de aprendizaje. En cuanto al grupo de pares, frecuentar
amigos que son delincuentes, portan armas (blancas o de fuego) o consumen
drogas, constituyen un buen predictor de la delincuencia juvenil (Seydlitz & Jenkins,
1998). Al respecto, Killias y Ribeaud (1999), en un estudio realizado en 12 países
de Europa y Estados Unidos, encuentran una alta relación entre el consumo de
drogas y los delitos contra la propiedad y el tráfico de drogas, aunque esto por sí
solo no predice la delincuencia entre adolescentes.
Con respecto a los factores internos o intrapersonales, además de la edad, el
género y las experiencias normativas de vida, se encuentran los aspectos
biológicos, cognitivos y afectivos. Los factores biológicos incluyen la herencia,
especialmente en los casos en que existe algún trastorno de personalidad asociado.
También ha sido estudiado el efecto de las hormonas –principalmente los efectos
de la testosterona- durante las etapas pre natal y puberal, así como los efectos de
los bajos niveles de serotonina en el cerebro.
Henry y Moffitt (1992), utilizando técnicas de neuroimagen, encontraron correlatos
neurológicos de deficiencias ejecutivas en muestras de adolescentes delincuentes
precoces. Éstas incluyeron déficits en habilidades neuropsicológicas como
comprensión verbal, atención, concentración, formación de conceptos, abstracción,
anticipación y planificación. Del mismo modo, un bajo nivel intelectual parece
contribuir al riesgo de cometer delitos.
En lo que respecta a los factores afectivos, se ha estudiado de manera especial la
relación existente entre psicopatología y delito.
La asociación más evidente tiene que ver con el trastorno antisocial de la
personalidad y sus precursores en la infancia: trastorno de déficit de atención por
hiperactividad, trastorno oposicionista y trastorno de conducta (Lahey & Loeber,
1992). Asimismo, han sido identificados algunos rasgos de personalidad frecuentes
entre infractores como son la impulsividad, dificultad para postergar la gratificación,
autoconcepto disminuido, falta de habilidades sociales, bajo nivel de empatía y poca
capacidad para sentir culpa (Blackburn, 1995).
De acuerdo con la clasificación de Lykken (2000), en el espectro del delito
perpetrado por adolescentes, un grupo de adolescentes infractores y delincuentes
juveniles delinquen como consecuencia de tres factores predisponentes que
pueden constituirse progresivamente en un patrón de comportamiento antisocial:
1. Intensificación de las transformaciones psicológicas propias del periodo evolutivo
adolescente.
2. Exposición temprana a una socialización deficiente como consecuencia de una
práctica familiar negligente y composición familiar insuficiente, lo cual daría origen
a la Sociopatía.
3. Presencia de rasgos temperamentales elevados como la búsqueda de
sensaciones, la impulsividad y la ausencia de miedo, que desencadenarían la
Psicopatía.
Como se ha podido revisar hasta el momento, las características individuales y del
entorno resultan importantes predictores de la delincuencia juvenil. Sin embargo,
pese a existir consenso respecto a una participación simultánea entre variables
externas e internas, son estas últimas las que generan mayor controversia. Al
respecto, Quay (1987) indica que en casi la mayor parte de los casos, los delitos
violentos y el crimen se asocian más con factores internos y con una mayor
perturbación psicológica en comparación con delitos cometidos por adolescentes
que constituyen faltas menores hacia la autoridad parental y no parental.
En todo caso, un patrón persistente de episodios de delitos perpetrados antes y
durante la adolescencia constituye el mejor criterio predictivo para clasificar entre
grupos de adolescentes en riesgo de convertirse en futuros delincuentes adultos, y
adolescentes que experimentan una intensificación de algunas de las
características de su personalidad durante este periodo evolutivo.
Al respecto, es importante indicar que, en ambos grupos de adolescentes, aquello
que llamamos “delito” representa un espectro de comportamientos antisociales que
están tipificados penalmente por la legislación judicial penal de un país (Tiffer,
2003). En ese sentido, existen formas de violencia ejercidas por adolescentes y
jóvenes que no están tipificadas como delitos (Howe, 1997). Del mismo modo,
existen determinados tipos de delitos que no son violentos en su perpetración (como
sustraer dinero o tarjetas bancarias de otras personas sin que éstas lo sepan), pese
a que podríamos decir que todo delito “en sí mismo”, es un tipo de violencia contra
las personas (Quay, 1987).
Por otro lado, no podemos considerar el problema de la violencia adolescente y
juvenil como un fenómeno aislado de otros comportamientos problemáticos y de
otros factores de riesgo psicosocial (Caspi, Henry, McGee, Moffitt & Silva, 1995;
Henry, Caspi, Moffitt, Harrington & Silva, 1999; Henry, Feehan, McGee, Stanton,
Moffitt & Silva, 1993; Killias & Ribeaud, 1999; Moffitt, 1993a; OMS, 2003).
Al respecto, la investigación ha demostrado que no todos los adolescentes y jóvenes
violentos son iguales. Existen adolescentes y jóvenes violentos que, pese a su
funcionamiento psicológico violento, no comenten delitos a pesar de estar
expuestos al riesgo de perpetrarlos (Lykken, 2000). Contrariamente, existen
adolescentes y jóvenes que han cometido delitos sin que necesariamente presenten
este tipo de funcionamiento psicológico (Iza, 2002; Moffitt, 1993ª, 1993b).
Los adolescentes y jóvenes violentos tienden a cometer una variedad de delitos,
además de presentar adicionalmente una variedad de problemas conductuales
asociados a su comportamiento delictivo; entre ellos se encuentran un alto
ausentismo o deserción escolar, abuso de sustancias psicoactivas, características
personales tales como impulsividad y oposicionismo intensificadas, mentiras
compulsivas, y altas tasas de enfermedades de transmisión sexual (Caspi, Moffitt,
Silva, Stouthamer-Loeber, Schmutte & Krueger, 1994; Jaffee, Moffitt, Caspi, Taylor
& Arseneault, 2002; Koenen, Moffitt, Caspi, Taylor & Purcell, 2003; Krueger,
Schmutte, Caspi, Moffitt, Campbell & Silva, 1994).
No obstante, es importante destacar que no todos los adolescentes y jóvenes con
la totalidad o alguno de los problemas conductuales mencionados serán
necesariamente violentos o delincuentes; asimismo, no todos los adolescentes y
jóvenes delincuentes presentan consistentemente estos problemas (Broidy, Nagin,
Tremblay, Brame, Dodge, Fergusson, Horwood, Loeber, Laird, Lynam & Moffitt,
2003; Iza, 2002; Morales, 2004).
Sin embargo, aquellos adolescentes y jóvenes que desde la niñez y la pubertad han
sido expuestos a una serie de desventajas a lo largo de su desarrollo tales como
cuidados negligentes, pobre estimulación temprana (Henry, Moffitt, Robins, Earls &
Silva, 1993), aprovisionamiento insuficiente, y que además reúnen una serie de
déficits neuropsicológicos verbales y ejecutivos, acompañados de desórdenes
severos del desarrollo, como déficit atencional e hiperactividad (Henry, Caspi, Moffitt
& Silva, 1996), tienen mayor probabilidad de desarrollar un patrón de conducta
antisocial persistente a lo largo del ciclo de vida (Baltes, Lindenberger & Staudinger,
1997; Caspi, McClay, Moffitt, Mill, Martin, Craig, Taylor & Poulton, 2002; Caspi &
Roberts, 2001; Lahey & Loeber, 1992; OMS, 2003).
Al respecto, debe señalarse que no ocurre lo mismo con sus pares adolescentes,
que de modo casi independiente de los entornos criminógenos en que se hayan
desarrollado (Bronfenbrenner, 1999; Bronfenbrenner & Ceci, 1994; Bronfenbrenner
& Morris 1997), no presentan las mismas características de desventaja personal
y no presentan, por tanto, el mismo patrón de conducta (Moffitt, 1993a, 1996).
Si este último grupo de adolescentes cometiera algún tipo de delito, su conducta
antisocial tendría que ser explicada directa y principalmente por los efectos de los
entornos ambientales en los que interactúan (Frías-Armenta, López- Escobar &
Díaz-Méndez, 2003) y por los procesos de socialización negligentes sobre los que
se han desarrollado (Blunt, Bugental & Goodnow, 1997); no necesariamente por
variables individuales. Ello permite indicar que dicho comportamiento antisocial-
delictivo se presenta de manera limitada al periodo de la adolescencia (Moffitt,
1993b, 2001, 2002).
Entre los factores de vulnerabilidad identificados más importantes, la investigación
ha demostrado que los adolescentes de género masculino tienen una mayor
probabilidad de pertenecer al grupo de adolescentes que muestra comportamiento
antisocial persistente a lo largo de la vida, en comparación con sus respectivos
pares femeninos (Magdol, Moffitt, Caspi, Newman, Fagan & Silva, 1997; Moffitt,
Caspi, Rutter & Silva, 2001).
Otro importante grupo de factores de riesgo identificados en esta población lo
constituye su asociación con otros tipos de violencia.
Presenciar actos violentos en el hogar o sufrir abuso físico o sexual puede
condicionar a los niños y adolescentes a considerar la agresión como un medio
aceptable para resolver problemas o interactuar con los demás (Jaffee, Moffitt,
Caspi, Taylor & Arseneault, 2002; Koenen, Moffitt, Caspi, Taylor & Purcell, 2003;
OMS, 2003).
Del mismo modo, la exposición prolongada a conflictos armados como el terrorismo
también puede contribuir a sostener una cultura del terror que haga más fácil la
aparición de adolescentes y jóvenes violentos (Bandura, 1977). En ese sentido, la
comprensión de los factores que incrementan el riesgo de que los adolescentes y
jóvenes se conviertan en víctimas y perpetradores de actos violentos, como delitos
y crímenes, es esencial para formular políticas y programas eficaces de prevención
de la violencia adolescente y juvenil (OMS, 2003; Peñaherrera, 1998).
Cabe mencionar que el delito no es un constructo psicológico sino una categoría
jurídico-legal bajo la cual no es posible agrupar a todos los delincuentes existentes,
pues éstos son muy diferentes entre sí, y el único elemento común a todos ellos es
la conducta o el acto mismo de delinquir. Este acto reúne un conjunto de variables
psicológicas organizadas consistentemente, configurando un patrón de conducta al
cual los psicólogos denominan comportamiento antisocial (Farrington, 1983; Iza,
2002).
En este sentido, es preciso indicar que las correspondencias entre los dominios del
delito y del comportamiento antisocial son unidireccionales, es decir, todo delito
representa un tipo de comportamiento antisocial (Blackburn, 1995), pero no todo
comportamiento antisocial constituye un delito, en tanto no haya sido tipificado
como tal en la legislación penal de una Nación (Iza, 2002).
Por lo que debe señalarse que en la legislación penal peruana, los adolescentes
que delinquen no son llamados delincuentes, sino infractores. La razón obedece a
que la trasgresión a la Ley Penal por parte de un adolescente en el Perú es
considerada una infracción a la Ley.
Etiología de la delincuencia juvenil II: las trayectorias del desarrollo En el campo de
la violencia y la criminalidad, el término trayectoria se ha utilizado para referirse a la
evolución o curso de un comportamiento cuando no se recibe tratamiento o
intervención alguna. En la salud pública se emplea el término “historia natural de
una enfermedad” para referirse a esta idea.
Estudiar la violencia criminal como la posibilidad de una trayectoria en el
comportamiento delincuencial es un paso muy importante para el entendimiento del
problema y el diseño de políticas públicas de prevención de la violencia criminal
focalizada especialmente en población joven. Implica que se está considerando que
la violencia y el crimen no son sólo producto de las circunstancias del momento
como la falta de vigilancia, un conflicto interpersonal, el consumo abusivo de alcohol,
o la tenencia de armas, sino también producto de una historia personal del
neurodesarrollo social. Por qué y cuándo se inicia, cuáles son los signos tempranos
y cómo evoluciona, son elementos indispensables para pensar en prevenir o
interrumpir esta historia.
Asimismo, es importante saber si existe más de una trayectoria, pues ello podría
implicar la existencia de diferentes tipos del problema con distintas causas, cursos
y pronósticos; y consecuentemente, diferentes formas de prevenir o de tratar.
Muchas de las teorías predominantes al interior de la Criminología moderna tienden
a englobar a la población de violentos o de infractores como si fuera una población
homogénea, explicando las diferencias en la edad de aparición, persistencia o
severidad del crimen como distintos niveles del mismo problema (Bandura, 1973;
Gottfredson & Hirschi, 1990; Sutherland & Cressey, 1999). A continuación
revisaremos algunas de las más importantes contribuciones al respecto.

Según el tipo de delito: especialización vs. versatilidad


Una forma frecuente de clasificar a los delincuentes es por el tipo de delito. La
evidencia empírica sobre la tendencia a cometer un sólo tipo de delito
(especialización) versus la versatilidad en la actividad delincuencial es controversial.
Por un lado, algunos investigadores han encontrado que sí existe esta tendencia
(Farrington, Snyder & Finnegan, 1988), en especial para aquellos que continúan
delinquiendo en la edad adulta y durante más tiempo (Blumstein, Cohen, Das &
Moitra, 1988), aquellos involucrados en delitos de “cuello blanco” (Benson & Moore,
1992), y los que inician actividades delincuenciales luego de tener problemas de
adicción a drogas (Farabee, Joshi & Anglin, 2001).
Incluso, sobre la base de estudios de gemelos y estudios de adopción, Mednick y
Kandel (1998) piensan que posiblemente existen factores genéticos que
predisponen hacia los delitos contra la propiedad mientras que factores perinatales
parecen ser importantes para los delitos contra las personas.

3.- Características sociodemográficas del infractor


Al igual que la población penitenciaria, la de los centros juveniles es
mayoritariamente masculina (95.6% de varones y 4.4% de mujeres). El promedio
de edad de las mujeres (16.8) es ligeramente menor que la de los varones (17.3).
Las cifras de los adolescentes que cometieron una infracción en La Libertad 11
muestran una distribución de 95.5% de hombres y 4.5% de mujeres; mientras que,
para aquellos que cometieron la infracción en Lima, la distribución es de 92.8% de
hombres y 7.2% de mujeres. A pesar de que son jóvenes se debe considerar que
alrededor del 15% de los adolescentes internos tienen hijos y que, al salir, deben
afrontar la responsabilidad económica de hacerse cargo de ellos.
Los adolescentes que trasgredieron las normas y que se encuentra en un CJDR en
la Libertad han nacido en esta región, en un 89.4% de los casos. Lo que indica que
alrededor del 10% de los otros adolescentes llegaron a este departamento por
motivos de migración temporal o permanente, y en mayor proporción desde las
provincias cercanas: del norte de Áncash, de Cajamarca y de Lambayeque.
En el caso de Lima el 80.8% de los ACLP han nacido en Lima y Callao, mientras
que un porcentaje cercano al 20% han nacido en una región distinta.
El 89.4% del total de infractores internos no cuentan con educación básica completa
y cerca de la quinta parte (18.2%) menciona haber culminado solo la educación
primaria. En los casos de Lima, se encuentra que el 31.1% de los adolescentes llegó
a concluir, por lo menos, la primaria; mientras que, para los de La Libertad, los
adolescentes con nivel educativo de primaria completa alcanzan el 39%.
El que muchos de los internos de los centros juveniles no tengan secundaria
completa es explicable, en algunos de los casos, por el hecho de que su
internamiento interrumpe su educación (la cuarta parte de varones y la quinta de
mujeres afirman que dejaron de estudiar por su ingreso al centro juvenil). Sin
embargo, al analizar el nivel educativo de los que tienen edades por encima de lo
que se esperaría de quienes terminaron la educación secundaria, más de la mitad
reporta tener educación secundaria incompleta.
En el Censo se analizó el motivo por el cual los jóvenes que indicaron no tener
educación básica completa no culminaron sus estudios. El 26.6% de ellos afirmó
que dejó el colegio porque no les gustaba estudiar; el 23%, por su internamiento y,
mientras que en mayor medida los varones indican el abandono del colegio por
necesidades económicas, las mujeres lo hacen por cuestiones relacionadas con
problemas familiares.
En cuanto al consumo de drogas entre los infractores, se tiene que, antes del
internamiento, el 81.6% consumía bebidas alcohólicas; el 59%, drogas ilegales y el
49.3%, cigarrillos. Si bien, en las investigaciones que han abordado el tema, no se
encuentra una relación directa entre el consumo de drogas y la comisión de
infracciones o delitos (Kleiman, Caulkins, & Hawken, 2011), es notorio que el
elevado consumo de estas sustancias, por parte de los adolescentes, evidencia una
clara situación de riesgo y revela una condición especialmente problemática en
ellos.
a. Relaciones entre pares
El grupo de pares es un componente importante en la vida de los jóvenes, en
general. Entre amigos se forjan identidades y se afianzan prácticas comunes. Estos
grupos pueden formarse en el colegio o en el barrio, que son los principales
espacios de socialización de niños y jóvenes.
En el caso de los infractores, tres de cada diez, entre quienes culminaron la
secundaria, afirman que en el colegio tenían amistades en problemas con la ley y
seis de cada diez aseguran que, antes de ingresar al centro juvenil, tenían mejores
amigos que cometían faltas o delitos.
En La Libertad y Lima, se encuentra que el 22.4% y el 37.5% de los adolescentes,
respectivamente, tenían amigos en el colegio en problemas con la ley. Asimismo,
cinco de cada diez de los adolescentes liberteños tenían mejores amigos que
cometían infracciones, y en el caso de la capital son siete de cada diez.
Las cifras muestran que el 52.9% de infractores reportaron vivir en barrios en los
que había presencia de bandas criminales o pandillas. En La Libertad esto ocurría
en el 53.4% de los casos y con los adolescentes de Lima, en el 73.6%.
b. Relaciones familiares
Según el primer Censo Nacional de Población en los Centros Juveniles de
Diagnóstico y Rehabilitación (2016), existe un número significativo de jóvenes que
dejaron de vivir con alguno de sus padres, o con ambos, a edades muy tempranas.
Así, el 20% de infractores mencionó que vivió con su mamá hasta antes de los 13
años y el 38.1% que vivió con su papá hasta antes de esa edad. El 3.2% señala que
nunca vivió con su mamá (en su reemplazo estuvo principalmente la abuela o la tía)
y el 15% que nunca vivió con su padre (en su lugar estuvo principalmente el
padrastro o el abuelo).
El 3.8% de los infractores liberteños reportaron nunca haber vivido con su madre;
mientras que, en los de Lima, esta cifra es del 2.8%. En el caso de los padres que
nunca vivieron con los adolescentes, en Lima el porcentaje es del 15.2%, y, en La
Libertad, es del 13.3%.
El 38.7% de infractores dejó a su familia antes de los 15 años de edad, la mayoría
lo hizo entre los 12 y 15 años (72.4%) y poco más de la cuarta parte a una edad
muy temprana, entre los siete y los 12 años. Las mujeres reportaron mayor
porcentaje de abandono de hogar antes de los 15 años (47.1%). En su conjunto,
más de la tercera parte de internos (35.6%) afirmó que se fue de su casa para
independizarse y, poco menos de la cuarta parte (23.7%), por violencia familiar.

c. Características de su contacto con el sistema


Los datos del Censo permiten conocer que los adolescentes internos muestran una
valoración positiva de la atención que reciben. La calificación que otorgan al
programa es de buena en el 75% de los casos y muy buena en el 20%. A nivel de
los adolescentes de Lima, el 73.4% considera buena la atención que recibe y 17.2%,
muy buena. Para el 70.5% de los adolescentes de La Libertad la atención del
programa es buena y el 27.3% la considera muy buena. Asimismo, más del 90% de
los adolescentes de La Libertad y más del 80% de los de Lima consideran que los
programas a los que asisten les ayudarán a conseguir un empleo o dinero a su
salida del CJDR.
Al ser consultados sobre qué esperan hacer al salir del CJDR, se obtienen altos
porcentajes en dos respuestas: para estudiar y para trabajar. Algunas mujeres
manifiestan que espera apoyar a su familia, y solo un reducido número (alrededor
del 1%) indica, abiertamente, que seguirá delinquiendo. Esta última puede estar
condicionada por el sesgo de deseabilidad social de los adolescentes, es decir, por
responder aquello que creen sería mejor que escuche su interlocutor.
Asimismo, los adolescentes que participaron en infracciones en Lima y La Libertad
también manifiestan su vocación por estudiar (71.7% y 59.1%, respectivamente) y
trabajar (69.3% y 71.2%, respectivamente) al salir del centro juvenil. Expresión de
deseabilidad o no, es sumamente importante que logren, a través de dichas
acciones, incorporarse a la vida civil y así entrar en una trayectoria adaptativa de
comportamiento.
La formación del grupo de amigos como un proceso de socialización positiva cambia
radicalmente y adquiere una connotación negativa, como lo hace notar Barreira
2009: “el estigma en torno al joven que participa de grupos se encuentra presente
en las clasificaciones que son usadas socialmente –y no de forma exclusiva por la
policía– para denominarlos: “mariguanero”, “rokero”; sin embargo, siempre es
posible diferenciar los grupos de amigos con intereses comunes de las bandas
delictivas.
La banda subterránea, organizada en oposición con los valores sociales
establecidos, constituye un problema de seguridad ciudadana: “las conductas
delictivas de los jóvenes pandilleros corresponden a las que se denominan delitos
violentos […] agresiones personales, robos, asaltos y violaciones, donde supone un
conflicto directo entre los adolescentes y las personas violentadas” (Mejía Navarrete
2005).
La existencia de estos grupos genera en los miembros de la comunidad un miedo
constante a la victimización, en virtud de que la violencia que ejercen las bandas
produce un mayor número de lesionados, ya que los ataques suelen ocurrir en
lugares públicos e implica el uso letal de armas y la utilización de varios vehículos.
Sin embargo: “A pesar de los problemas que enfrentan las comunidades en las que
están insertas las pandillas juveniles, las principales víctimas de éstas son sus
propios miembros” (CIPC, 2008; en Costa y Romero 2009).
Como bien lo señalan Costa y Romero 2009, el tema de las bandas juveniles no es
enfocado de igual manera en todos los países y su tratamiento va a depender del
contextos histórico, político y socioeconómico de cada sociedad; sin embargo, es
posible encontrar un acuerdo general al señalar que “la falta de educación, el
desempleo, la desigualdad de oportunidades, la exclusión social, la pobreza y la
urbanización son factores frecuentemente asociados a la existencia de pandillas”.
Para Mejía Navarrete 2005, tres factores empujan al adolescente a formar parte de
una banda: la familia, el trabajo y la escuela. Respecto a la familia, ya se ha
comentado en este capítulo y en los capítulos anteriores dedicados a otras
violencias, el papel rector que el hogar representa en la formación de valores en las
y los niños y adolescentes:

La desintegración familiar es una característica central en la formación de los


espacios sociales de los jóvenes pandilleros.
Los adolescentes crecen en un medio en el que la familia ha perdido la autoridad y
el control social, se encuentran abandonados y crecen en un ambiente de confusión
y, lo que es peor, sin discernimiento moral, de lo que es correcto o incorrecto, legal
e ilegítimo (Mejía Navarrete 2005).

4.- CARACTERISTICAS DEL DESARROLLO ADOLESCENCIAL Y DELITO.

a. Los delitos constituyen reacciones a vivencias individuales de estrés y


tensión

Múltiples investigaciones han puesto de relieve la conexión entre las vivencias de


tensión y la propensión a cometer ciertos delitos, especialmente delitos violentos
(Andrews y Bonta, 2006; Tittle, 2006).
Muchos homicidios, asesinatos de pareja, lesiones, agresiones sexuales y robos
con intimidación son perpetrados por individuos que experimentan fuertes
sentimientos de ira, venganza, apetito sexual, ansia de dinero y propiedades, o
desprecio hacia otras personas. Al respecto, una perspectiva clásica en psicología
es la hipótesis que conecta la experiencia de frustración con la agresión. En esta
misma línea, una formulación criminológica más moderna es la teoría general de la
tensión, que señala la siguiente secuencia explicativa de la relación entre estrés y
delito (Agnew, 2006; Garrido, Stangeland y Redondo, 2006).

a) Diversas fuentes de tensión pueden afectar al individuo, entre las que destacan
la imposibilidad de lograr objetivos sociales positivos, ser privado de gratificaciones
que posee o espera, y ser sometido a situaciones aversivas ineludibles.
b) Como resultado de las anteriores tensiones, se generarían en el sujeto
emociones negativas que como la ira energizan su conducta en dirección a corregir
la situación.

c) Una posible acción correctora contra una fuente de tensión experimentada es la


conducta delictiva.

d) La supresión de la fuente alivia la tensión y de ese modo el mecanismo


conductual utilizado para resolver la tensión se consolida.

b- La implicación en actividades delictivas es el resultado de la ruptura de los


vínculos sociales
La constatación de que cuanto menores son los lazos emocionales con personas
socialmente integradas (como sucede en muchas situaciones de marginación)
mayor es la implicación de un sujeto en actividades delictivas, ha llevado a teorizar
sobre este particular en las denominadas teorías del control social. La más conocida
en la teoría de los vínculos sociales de Hirschi (1969), quien postuló que existe una
serie de contextos principales en los que los jóvenes se une a la sociedad:
la familia, la escuela, el grupo de amigos y las pautas de acción convencionales,
tales como las actividades recreativas o deportivas. El enraizamiento a estos
ámbitos se produce mediante cuatro mecanismos complementarios: el apego, o
lazos emocionales de admiración e identificación con otras personas, el
compromiso, o grado de asunción de los objetivos sociales, la participación o
amplitud de la implicación del individuo en actividades sociales positivas (escolares,
familiares, laborales...), y las creencias o conjunto de convicciones favorables a los
valores establecidos, y contrarias al delito. En esta perspectiva la etiología de la
conducta antisocial reside precisamente en la ruptura de los anteriores mecanismos
de vinculación en uno o más de los contextos sociales aludidos.

c- El inicio y mantenimiento de la carrera delictiva se relacionan con el


desarrollo del individuo, especialmente en la infancia y la adolescencia.

Por último, una importante línea actual de análisis psicológico de la delincuencia se


concreta en la denominada criminología del desarrollo que se orienta al estudio de
la evolución en el tiempo de las carreras delictivas. Se hace referencia a ella a
continuación con mayor extensión por la novedad y relevancia actual de este
planteamiento.
CAPITULO III

1. Estudios sobre carreras delictivas y criminología del desarrollo.

La investigación sobre carreras delictivas, también conocida como criminología del


desarrollo, concibe la delincuencia en conexión con las diversas etapas vitales por
las que pasa el individuo, especialmente durante los periodos de su infancia,
adolescencia y juventud (Farrington, 1992; Loeber, Farrington y Waschbusch,
1998). Se considera que muchos jóvenes realizan actividades antisociales de
manera estacional, durante la adolescencia, pero que las abandonan pronto de
modo ‘natural’. Sin embargo, la prioridad para el análisis psicológico son los
delincuentes ‘persistentes’, que constituyen un pequeño porcentaje de jóvenes, que
tienen un inicio muy precoz en el delito y que van a cometer muchos y graves delitos
durante períodos largos de su vida (Howell, 2003; Moffitt, 1993). En los estudios
sobre carreras delictivas se analiza la secuencia de delitos cometidos por un
individuo y los “factores” que se vinculan al inicio, mantenimiento y finalización de la
actividad delictiva. Así pues, su principal foco de atención son los “factores de
riesgo” de delincuencia. Se efectúa una diferenciación entre factores estáticos
(como la precocidad delictiva de un sujeto, su impulsividad o su psicopatía), que
contribuyen al riesgo actual pero que no pueden generalmente modificarse, y
factores dinámicos, o sustancialmente modificables (como sus cogniciones, tener
amigos delincuentes, o el consumo de drogas).
Farrington (1996) formuló una teoría psicológica, integradora del conocimiento
sobre carreras delictivas, que diferencia, en primer lugar, entre ‘tendencia antisocial’
de un sujeto y ‘decisión’ de cometer un delito. La ‘tendencia antisocial’ dependería
de tres tipos de factores:
1) los procesos energizantes, entre los que se encontrarían los niveles de deseo de
bienes materiales, de estimulación y prestigio social (más intensos en jóvenes
marginales debido a sus mayores privaciones), de frustración y estrés, y el posible
consumo de alcohol; 2) los procesos que imprimen al comportamiento una
direccionalidad antisocial, especialmente si un joven, debido a su carencia de
habilidades prosociales, propende a optar por métodos ilícitos de obtención de
gratificaciones, y 3) la posesión o no de las adecuadas inhibiciones (creencias,
actitudes, empatía, etc.) que le alejen del comportamiento delictivo. Estas
inhibiciones serían especialmente el resultado de un apropiado proceso de crianza
paterno, que no sea gravemente entorpecido por factores de riesgo como una alta
impulsividad, una baja inteligencia o el contacto con modelos delictivos.

La ‘decisión’ de cometer un delito se produciría en la interacción del individuo con


la situación concreta. Cuando están presentes las tendencias antisociales aludidas,
el delito sería más problable en función de las oportunidades que se le presenten y
de su valoración favorable de costes y beneficios anticipados del delito (materiales,
castigos penales, etc.).
En un plano longitudinal la teoría de Farrington distingue tres momentos temporales
de las carreras delictivas. El inicio de la conducta delictiva dependería
principalmente de la mayor influencia sobre el joven que adquieren los amigos,
especialmente en la adolescencia. Esta incrementada influencia de los amigos,
unida a la paulatina maduración del joven, aumenta su motivación hacia una mayor
estimulación, la obtención de dinero y otros bienes materiales, y la mayor
consideración grupal. Incrementa también la probabilidad de imitación de los
métodos ilegales de los amigos y, en su compañía, se multiplican las oportunidades
para el delito, a la vez que crece la utilidad esperada de las acciones ilícitas. La
persistencia en el delito va a depender esencialmente de la estabilidad que
presenten las tendencias antisociales, como resultado de un un intensivo y
prolongado proceso de aprendizaje.
Finalmente, el desistimiento o abandono de la carrera delictiva se va a producir en
la medida en que el joven mejore sus habilidades para la satisfacción de sus
objetivos y deseos por medios legales y aumenten sus vínculos afectivos con
parejas no antisociales (lo que suele ocurrir al final de la adolescencia o en las
primeras etapas de la vida adulta).
En el marco de la criminología del desarrollo una de las propuestas teóricas más
importantes en la actualidad, que incorpora conocimientos de la investigación y
teorías psicológicas precedentes, es la síntesis efectuada por los investigadores
canadienses Andrews y Bonta (2006), en su modelo de Riesgo-Necesidades-
Responsividad. Dicho modelo se orienta a las aplicaciones psicológicas en
prevención y tratamiento de la delincuencia y establece tres grandes principios:
1) el principio de riesgo, que asevera que los individuos con un mayor riesgo en
factores estáticos (históricos y personales, no modificables) requieren
intervenciones más intensivas; 2) el principio de necesidad, que afirma que los
factores dinámicos de riesgo directamente conectados con la actividad delictiva
(tales como hábitos, cogniciones y actitudes delictivas) deben ser los auténticos
objetivos de los programas de intervención, y 3) el principio de individualización, que
advierte sobre la necesidad de ajustar adecuadamente las intervenciones a las
características personales y situacionales de los sujetos (su motivación, su
reactividad a las técnicas, etc.). A continuación se presentan con mayor extensión
los progresos de la psicología en los ámbitos de la prevención y el tratamiento de la
delincuencia.

2.- TEORÍAS Y MODELOS EXPLICATIVOS


a. La teoría cognitivo social aplicada a la conducta delictiva
Las teorías inspiradas en la perspectiva del aprendizaje social, desde su máximo
representante, Albert Bandura (1980, 1987, como se citó en citado por Lopez, 2006)
han constituido un marco teórico especialmente fructífero en el área de estudio de
la delincuencia, debido al importante apoyo empírico que ha recibido de parte de la
investigación y a sus amplias implicaciones aplicadas. El hilo conductor de todas
estas teorías es el hecho de que proponen diversos mecanismos de aprendizaje
para explicar el comportamiento delictivo, así como la relevancia que otorgan a los
diversos contextos de socialización en los que el sujeto puede adquirir y mantener
sus actitudes y actividades ilícitas.
Desde esta perspectiva, se adopta un modelo de causación en el que los
acontecimientos ambientales, los factores personales y la conducta actúan como
determinantes recíprocos entre sí. Para comprender totalmente la relación
interactiva entre conducta y entorno, el análisis debe prolongarse a lo largo del
tiempo y ampliarse incluyendo los determinantes cognitivos que operan en el
sistema de interrelación. Por ejemplo, las contrarrespuestas a los actos
antecedentes no solo están influidas por sus efectos inmediatos, sino también por
lo que piense el individuo que puede comportarle los cursos de sus acciones.

b. La teoría del aprendizaje social de la conducta delictiva de Akers

La teoría de Akers (1997), formulada en un primer momento junto a Burguessen


(1966) como cita Lopez, M. (2006) define, describe e integra los mecanismos de
aprendizaje delictivo y los combina con el concepto de reforzamiento diferencial.
Esta teoría incluye cuatro constructos principales:
1) Asociación diferencial: es aquel proceso mediante el cual el sujeto se expone a
definiciones normativas favorables o desfavorables a la conducta ilegal. Este
proceso puede tener dos dimensiones: una directa o interaccional, donde el sujeto
se asocia o identifica con personas que actúan ilícitamente; otra normativa o
indirecta, cuando el sujeto es expuesto a patrones normativos o de creencias
distintos a los habituales.
Las asociaciones diferenciales pueden producirse tanto en los grupos primarios
(familia, amigos), como en aquellos secundarios o de referencia (medios de
comunicación, figuras de autoridad, entre otros). La mayor influencia la ejercen
aquellas asociaciones que poseen mayor frecuencia, duración, prioridad o
intensidad, así como las que provienen de las relaciones más importantes para el
individuo.
2) Definiciones: son los significados o actitudes que una persona vincula a una
determinada conducta. Son las racionalizaciones y actitudes morales o evaluativas
que orientan los comportamientos y los valoran como adecuados o inadecuados,
deseables o indeseables.
Las definiciones influyen en la conducta de dos formas diferentes: cognitivamente,
o a través de ciertos valores, creencias o actitudes; y conductualmente, precipitando
algunos comportamientos ilícitos.
3) Reforzamiento diferencial: es el proceso de balance entre los refuerzos y castigos
anticipados o reales que siguen o son consecuencia de la conducta. Cuanta mayor
cantidad, probabilidad y frecuencia de refuerzo obtiene una conducta delictiva,
mayor probabilidad tiene esa persona de volver a delinquir.
4) Imitación: consisten en involucrarse en alguna conducta tras la observación en
otros de una conducta semejante. La imitación depende de tres aspectos básicos:
características del modelo, ya que se precisa cierta identificación con el mismo;
características de la propia conducta observada, así como de la utilidad y la
posibilidad real de realizarla; y consecuencias observadas en el modelo, es decir,
de las ventajas que obtiene al realizar esa conducta.
El aprendizaje de la conducta delictiva es, por tanto, un proceso dinámico que se
desarrolla en dos momentos distintos. El primero es el aprendizaje inicial de la
conducta, que se produce como consecuencia del balance resultante para el sujeto
entre sus definiciones aprendidas, la imitación de modelos y su ponderación
anticipada de los refuerzos y los castigos esperables por su conducta.
El segundo momento se produce por la repetición de la conducta, que sobre todo
depende de los reforzadores y de los castigos reales obtenidos cuando el
comportamiento se lleva a cabo.
Por lo tanto, y según indica el mismo Akers (1997) como cita Lopez, M. (2006) los
refuerzos y castigos reales que recibe el sujeto influyen sobre dos elementos
diferentes, aunque interrelacionados: en primer lugar sobre la repetición o no de
cierta conducta, pero también sobre las definiciones aprendidas, es decir, sobre los
significados y actitudes que el individuo vincula a esa misma conducta. No se trata
ya solo de que el comportamiento se repita o no, sino de que las actitudes varían
también en función del comportamiento. Cuando un delincuente efectúa varios
robos y nunca le va bien, sus opiniones y actitudes al respecto de la conducta de
robar también cambian, lo cual no significa que llegue a considerar que robar es
inmoral, sino que hacerlo no le merece la pena.
c. La teoría de la asociación diferencial de Sutherland y Cressey
Con respecto a la teoría de la asociación diferencial formulada por Sutherland
(1978), se destacan especialmente dos variables que han sido estudiadas por la
Psicología en su relación al crimen: las actitudes antisociales y las asociaciones
antisociales. Es decir, por un lado se asume que los actos criminales reflejan
cogniciones favorables a las actividades criminales: una persona se convierte en
delincuente a causa de un exceso de ‘definiciones’ favorables a la violación de la
ley. Pero por otro, estas definiciones se aprenden mediante la asociación con
personas significativas, de la misma manera como se pueden aprender las
definiciones desfavorables a los actos delictivos.
Estos autores propusieron que la delincuencia no es el resultado de la inadaptación
de los sujetos de la clase baja, sino del aprendizaje que individuos de cualquier
clase y cultura realizan de conductas y valores criminales. El esquema de la teoría
de la asociación diferencial estable ce, pues, que la conducta delictiva es aprendida
en la interacción social con otros y, especialmente, en los grupos íntimos como los
compañeros.
Este aprendizaje incluye las técnicas y motivos para delinquir. Los motivos se
aprenden a partir de las definiciones de los otros favorables a la violación de las
leyes. Los individuos se convierten en delincuentes por asociación diferencial o
contacto preferente con definiciones favorables a la delincuencia, entendiendo por
definiciones los significados personales que realiza el individuo a partir de
experiencias particulares que después generaliza, convirtiéndose en un modo
personal de ver las cosas. Así, la cadena causal iría desde la asociación con
personas que mantienen definiciones favorables al crimen, a la adquisición de
actitudes antisociales, y de aquí, a la conducta delictiva en situaciones particulares.
d.- La teoría del auto-control de Gottfredson y Hirschi
La teoría del auto-control, o teoría general de la delincuencia, de Gottfredson y
Hirschi (1990) como cita Lopez (2006) destaca como factor principal del origen de
los comportamientos delictivos, las características individuales de algunos sujetos
que los sitúan frente a un mayor riesgo de delinquir. Así, dado que ciertos individuos
presentan una serie de rasgos latentes que le ponen en un riesgo mayor de
involucrarse en actividades delictivas, será determinante, para que se produzca en
sí el hecho delictivo, una oportunidad para cometerlo. Gottfredson y Hirschi (1990)
consideran necesario distinguir entre acciones delictivas, es decir, los hechos
delictivos, e individuos con tendencias delictivas Los autores asumen, como punto
de partida, que las restricciones que impiden que los individuos se impliquen en
actividades delictivas tienen tanto un carácter social, como individual, de manera
que las personas también pueden ser diferentes en cuanto a su vulnerabilidad a las
tentaciones delictivas. Así, el concepto clave de la teoría de Gorrfredson y Hirschi
es el auto-control. Las personas con un elevado nivel de autocontrol poseen
características contrarias al modo del funcionamiento delictivo: saben diferir las
gratificaciones, suelen esforzarse, tienden a ser prudentes con sus conductas,
desean beneficios a largo plazo, suelen planificar sus acciones, no son ajenas al
sufrimiento de otras personas y sopesan los riesgos de sus comportamientos. Por
el contrario, los sujetos que poseen un bajo auto-control tienden a buscar
recompensas inmediatas de fácil obtención, disfrutan de la aventura, son inestables
en sus relaciones humanas, carecen a menudo de las habilidades académicas y
cognitivas necesarias para la planificación de su conducta, son egocéntricos e
insensibles frente al sufrimiento tanto ajeno como propio, y no suelen considerar las
consecuencias de su comportamiento.

e. Modelo de coerción de Patterson


El modelo de coerción propone un enfoque teórico sobre el origen y mantenimiento
de los problemas de conducta, resaltando la primacía de los procesos de
socialización y enfatizando la naturaleza coercitiva o controladora de dichos
comportamientos (Patterson, 1982, como se citó en González, 2012).
Según los diversos modelos de desarrollo de la conducta antisocial propuestos por
Patterson (1989, como se citó en González, 2012), los menores seguirían un
proceso secuencial basado en una serie de fases; en primer lugar, se considera la
influencia de las pautas de crianza ineficaces como factor determinante de los
trastornos de conducta, contemplando, además, variables contextuales que influyen
en el proceso de interacción familiar (Patterson, 1982; 1986; Patterson et al., 1989;
como se citó en González, 2012).
En una segunda fase, los comportamientos desordenados de los menores pueden
orientar al fracaso escolar y al rechazo por parte de los compañeros. El mismo
patrón de comportamiento en el hogar conduce, a su vez, al rechazo por parte de
los padres y hace que el niño pueda desarrollar una baja autoestima. Estos fallos a
nivel académico y social pueden llevar a un mayor riesgo de depresión y a la
participación en grupos de amigos rebeldes o antisociales, constituyendo así la
tercera fase que, generalmente, se presenta en la infancia y adolescencia temprana.
Lo que defiende Patterson es que los niños, después de esta secuencia de
desarrollo, se encuentran en un alto riesgo de participar en comportamientos
delictivos crónicos (Patterson, 1986; Patterson et al., 1989, como se citó en
González, 2012).
f. El modelo integrador de Elliot
La integración de varias teorías sobre desviación social fue el modelo que
desarrollaron Elliot, Huizinga y Ageton (1985, como se citó en De la Peña, 2005)
incorporando, en primer lugar, planteamientos de la teoría de la anomia como marco
explicativo de la conducta desviada, que se centra en la discrepancia entre metas y
aspiraciones adoptadas por los individuos y los medios de que dispone para
conseguirlas.
Si la sociedad no facilita recursos para lograr las metas que ella misma inculca
(éxito, estatus, poder económico), una reacción posible es el comportamiento
desviado. En segundo lugar, Elliot (como se citó en De la Peña, 2005) asume parte
de las teorías de control social (Hirschi, 1969, como se citó en De la Peña, 2005),
según las cuales la conducta desviada aparece si no hay vinculación estrecha con
la sociedad convencional; si el sujeto no asimila valores convencionales tenderá a
transgredir las normas. Por último, otorga una especial importancia a los procesos
de aprendizaje, principalmente en el grupo de amigos donde se modela y se
refuerza la delincuencia o el consumo de drogas (De la Peña, 2005).
3.- Comportamiento antisocial durante la adolescencia

No obstante la evidencia anterior, luego de una revisión exhaustiva de la literatura


sobre el tema cubriendo los años de 1966 a 1995, Simon (1997) concluyó que si
bien existen algunos delincuentes especializados en algunos tipos de delitos, la
mayoría, en especial los más persistentes, no tienden a especializarse.
Investigaciones posteriores a esta revisión brindan soporte adicional a esta
conclusión (Piquero, 2000; Piquero & Buka, 2002).
Estudios sobre las trayectorias del comportamiento criminal por tipo de delito
muestran diferencias en la frecuencia de la actividad delincuencial con picos
alrededor de los 16 años de edad, sin importar el tipo de delito (Brame, Mulvey &
Piquero, 2001).
Igualmente, para aquellos que son persistentes en su conducta antisocial, los dos
grupos (especializados y no especializados) no parecen diferir en sus antecedentes
familiares o personales (Farrington, 1989).

En 1998, Rolf Loeber y su grupo de investigación en la Universidad de Pittsburg


propusieron, basándose en un seguimiento longitudinal durante 14 años a una
cohorte de niños (n = 517), tres trayectorias para el desarrollo del comportamiento
criminal (Loeber, Farrington, Stouthamer-Loeber, Moffitt & Caspi, 1998).

En las tres trayectorias, los comportamientos más serios son precedidos por otros
menos graves.
Un primer camino, denominado abierto o público, se inicia con una agresión menor
(molestar o amedrentar a otros), seguido por participar en peleas con
enfrentamientos físicos y verbales, terminando en delitos violentos.
Un segundo camino es denominado vía encubierta y se inicia con comportamientos
encubiertos menores como decir mentiras, robar pertenencias de otros u objetos en
venta de las tiendas, progresa a daños a la propiedad, y termina en delitos menores
a serios como fraude, robo y asalto.
El tercer camino se inicia a través del comportamiento desafiante y oposicionista,
progresa a desobediencia y termina en desacatamiento de normas de
funcionamiento familiar y social, como escaparse de la casa o la escuela, o
permanecer fuera del hogar por muchas horas y hasta tarde.
Soporte empírico adicional para este modelo surge de los análisis de los datos de
la National Youth Survey (una encuesta nacional tomada a una muestra aleatoria
de jóvenes de ambos sexos entre 12 y 17 años de edad en los EE.UU.) y del
Chicago Youth Development Study (un estudio de seguimiento de niños de quinto y
séptimo grado de escuelas públicas en la ciudad de Chicago).
En esta prueba del modelo, el 84% de los delincuentes cumplieron los pasos o
caminos propuestos por Loeber et al. (Tolan & Gorman-Smith, 1998). Este
porcentaje fue mayor cuando se limitó el análisis al subgrupo de delincuentes más
serios o violentos.
a. Según el patrón de agresión: agresión reactiva vs. proactiva
Dodge (1991) ha propuesto la existencia de dos tipos de conductas agresivas: una
agresión reactiva y otra proactiva, aunque es frecuente observar los dos tipos en un
mismo individuo. La primera es un tipo de agresión que se produce en reacción a la
provocación, de allí el nombre de reactiva.
Teóricamente, estas personas no iniciarían peleas pero serían muy sensibles a
cierto tipo de estímulos (cuestionamientos a su identidad o poder, ofensas a la
autoestima) y reaccionan con ira en forma descontrolada y desproporcionada. En
cambio, la agresión proactiva se utiliza para obtener algún bien o beneficio (objetos
o dominación de otro, por lo que tiene un carácter eminentemente Comportamiento
antisocial durante la adolescencia instrumental) y suele carecer de manifestaciones
de afecto (se trata de una acción fría y calculada).
Los dos tipos de agresión corresponden a diferentes estructuras, conexiones,
circuitos y sistemas de neurotransmisión a nivel cerebral (según lo observado en
modelos animales), diferentes procesos cognoscitivos, y probablemente diferentes
etiologías.
Dodge (1991) propuso, a manera de hipótesis, que la agresión reactiva podría ser
el resultado de experiencias en la infancia y la niñez que disminuyen la sensación
de seguridad y elevan los niveles de estrés como, por ejemplo, la pérdida de un ser
querido y las amenazas crónicas (el maltrato y el abuso durante la niñez o el ser
testigo de violencia), especialmente cuando son impredecibles.
En cambio, la agresión proactiva podría ser el resultado de una alta exposición y
valoración de respuestas agresivas (en la familia, la comunidad o la televisión) y
una falta de exposición a comportamientos prosociales (modelos de conducta
socialmente adecuados).
La investigación empírica sobre estos dos patrones conductuales de agresión es
limitada. Sin embargo, se ha encontrado que la agresión reactiva se asocia más
frecuentemente con antecedentes de maltrato y estrategias disciplinarias severas y
aparece a más temprana edad (alrededor de los 4 años de edad).
Los niños con este patrón de agresión manifiestan hipersensibilidad y tendencia a
malinterpretar signos sociales, generan rechazo entre sus pares y maestros (Dodge,
Lockman, Harnish, Bates & Pettit, 1997), y tienen mayor riesgo de agredir a su
pareja (Brengden, Vitaro, Tremblay & Lavoie, 2001).
Por el contrario, la agresión proactiva aparece alrededor de los 6 años de edad
(Dodge et al., 1997) y predice conductas delincuenciales durante la adolescencia
(Brengden et al., 2001; Vitaro, Gendreau, Tremblay & Oligny, 1998), explicadas
especialmente por los efectos del aprendizaje social durante la socialización
infantil.
Establecer las diferencias entre estos dos tipos de agresión y sus factores
determinantes tiene importantes implicancias para la prevención y el control de la
violencia y la criminalidad. Primero, porque es muy probable que ciertos programas
tengan mejores resultados con algún tipo de agresión que con otro. En segundo
lugar, porque conociendo los factores determinantes de cada tipo de agresión, es
posible diseñar programas de prevención primaria.
Por ejemplo, ciertos factores como el alcohol y el estrés podrían ser más
importantes para los reactivos que para los proactivos. La evolución de cada tipo de
agresión nos podría también orientar sobre los momentos apropiados de la
intervención.
b. Según la edad de iniciación y persistencia: precoces vs. tardíos
En una publicación de 1989, Patterson, DeBaryshe y Ramsey plantearon la
existencia de al menos dos caminos a la delincuencia o criminalidad: uno de
iniciación en la edad escolar y otro de inicio en la adolescencia. Según estos
autores, unas prácticas de crianza inapropiadas serían el factor que conduciría a la
aparición del problema en ambos casos.
En este mismo sentido, Moffitt (1993a) también propuso la existencia de dos grupos
de adolescentes antisociales:
1) limitados a la adolescencia (adolescence-limited) y
2) persistentes a través de la vida (life-course-persistent).
Según sus investigaciones, estos últimos, correspondientes a la minoría dentro de
la población de delincuentes, se caracterizan por la aparición temprana (incluso
desde la edad preescolar) y persistente de un conjunto de problemas de
comportamiento que irían escalando en frecuencia y severidad y, si bien cambian
en sus manifestaciones según la edad, correspondía al mismo tipo de problema
(continuidad heterotípica). Por ejemplo, la agresión en la edad preescolar podría
manifestarse como rabietas, en la edad escolar como destructividad y agresión
hacia otros en la adolescencia.
Por el contrario, Moffitt (1993a) postula que los autolimitados a la adolescencia
corresponden a la gran mayoría de jóvenes que alguna vez se han involucrado en
actividades delincuenciales y se distinguen porque carecen de problemas de
conducta notorios durante su niñez.
La confluencia de estos dos grupos explicaría por qué se observan tasas de
participación en delincuencia y violencia especialmente altas durante la
adolescencia. La desaparición del grupo de autolimitados explicaría el descenso
que se observa en estas tasas luego de la adolescencia. El soporte empírico para
esta taxonomía es aún incipiente pero persuasivo (Bartusch, Lynam, Moffitt & Silva,
1997; Chung, Hill, Hawkins, Gilchrist & Nagin, 2002; Moffitt, 1993a; Moffitt & Caspi,
2001; Moffitt, Caspi, Harrington & Milne, 2002; Nagin, Farrington & Moffitt, 1995;
Simons, Wu, Conger & Lorenz, 1994; Tolan & Thomas, 1995; Vitelli, 1997).
Los estudios mencionados incluyen poblaciones de Canadá, Inglaterra, Nueva
Zelanda, Suecia y EE.UU. También existen estudios colombianos demostrando la
existencia de estos dos grupos aunque aún restringidos a población de delincuentes
adultos (Klevens, Restrepo, Roca & Martínez, 2000; Klevens & Roca, 1999). Estos
dos caminos parecen ser similares entre hombres y mujeres (Moffitt & Caspi, 2001),
aunque algunos estudios son consistentes en señalar un mejor ajuste del modelo a
muestras de adolescentes varones.
Además de la diferencia en la edad de inicio del comportamiento antisocial, se
encuentran diferencias en sus factores determinantes.
Los factores asociados al camino precoz y persistente son múltiples e incluyen:
problemas neurocognitivos (hiperactividad, problemas de atención, impulsividad,
bajo nivel de habilidades verbales), rasgos de personalidad (temperamento difícil,
reactividad emocional negativa, tendencia a ser temerario y a buscar lo novedoso),
prácticas de crianza inapropiadas (estrategias disciplinarias agresivas e
inconsistentes, carencia de interacción interpersonal positiva, falta de supervisión)
y conflicto familiar (Bartusch et al., 1997; Klevens, Restrepo, Roca & Martínez, 2000;
Moffitt et al., 2001; Moffitt, Caspi, Harrington & Milne, 2002; Simonset al., 1994).
En contraste, el grupo de inicio tardío tiene pocos factores de riesgo, es decir, es
bastante parecido a la población de jóvenes que no se involucra en hechos
delictivos excepto por dos características:
mayor frecuencia de interrupciones en la supervisión adulta y
mayor tiempo de exposición a pares antisociales
(Bartusch et al., 1997; Klevens et al., 2000; Patterson & Yoerger,
1997; Simons et al., 1994).
Los dos grupos difieren también en su pronóstico. Para los precoces y persistentes,
el pronóstico es bastante reservado. Ademásde los riesgos de criminalidad y
violencia, tienen mayores probabilidades de fracaso y deserción escolar, consumo
temprano y excesivo de alcohol y drogas, precocidad y promiscuidad sexual,
infracción de normas de tránsito, inestabilidad laboral y afectiva, y violencia
doméstica (Farrington, 1995; Klevens et al.,2000).
Por el contrario, el grupo tardío tiende a involucrarse en delitos de menor gravedad
(delitos contra la propiedad, los de “cuello blanco”, y los relacionados con el
narcotráfico; Loeber, 1990). Sin embargo, aún se carece de suficiente evidencia
sobre su eventual desistencia, y aún cuando desisten, parecen tener otros
problemas como beber más, usar drogas con más frecuencia e involucrarse
en peleas (Nagin, Farrington & Moffitt, 1995).
Otros investigadores han encontrado más de dos caminos:
precoces y persistentes de alta actividad versus precoces y persistentes con baja
actividad sin diferencias en sus factores determinantes (Nagin et al., 1995). En otro
estudio, se describe un grupo de precoces que, excepto por la edad de iniciación,
se parecen a los tardíos, es decir, se involucran en delitos de menos seriedad y
desisten al llegar a la edad adulta (Chung et al., 2002).
El factor que diferencia a este grupo de los precoces y persistentes es que viven en
barrios donde la exposición a pares antisociales y la disponibilidad de drogas es
menor.
Una de las limitaciones de las dos clasificaciones anteriores es que mezclan
violencia con otros comportamientos antisociales o criminales como fugarse de la
casa, robo y consumo de drogas. Tremblay y sus colaboradores han realizado
varios estudios en Montreal documentando la historia natural de la agresión física.
Primero, basándose en observaciones de niños y reportes de sus madres,
obtuvieron evidencia de que el comportamiento agresivo aparece en algunos niños
desde los 7 meses de edad. El porcentaje de niños mostrando ese comportamiento
se incrementa en la medida en que ganan movilidad, de manera que antes de los 2
años de edad, la mayoría de los niños han sido alguna vez físicamente agresivos
con otros (Tremblay, Japel, Pérusse, Boivan, Zoccolillo, Montplaisir et al., 1999).
Esto parece ser el pico para el comportamiento agresivo, porque según los datos
de un estudio transversal en una muestra representativa de niños canadienses, el
porcentaje de niños con comportamientos agresivos disminuye progresivamente a
partir de los 3 años de edad (Morales, 2004).
En otro estudio con una cohorte de niños seguidos desde los 6 hasta los 15 años
de edad, Nagin y Tremblay (1999) encontraron que alrededor de 5% de su cohorte
mostraba comportamiento agresivo persistente, mientras que 20% a 30% de los
niños tenían altos niveles de agresión a los 6 años, y otro 50% tenía niveles
moderados de agresión pero desistía con el tiempo. Alrededor de la mitad del grupo
con agresión persistente manifestaba también comportamiento oposicionista.
Finalmente se constató que este grupo de agresores persistentes fue el que se
involucró con mayor frecuencia en delitos violentos durante su adolescencia. Este
grupo de agresores persistentes parece corresponder al grupo que hemos llamado
precoces y persistentes, y aunque Nagin y Tremblay rechazan la idea de un grupo
de aparición tardío, en otra publicación describen trayectorias de niños que no
manifiestan comportamientos agresivos a los 6 años pero muestran
comportamientos violentos de manera transitoria o con baja frecuencia (Brame,
Nagin & Tremblay, 2001), lo cual concuerda con la descripción de tardíos
propuestos por Moffitt (1993a).

4. El estudio longitudinal “Cambridge” de West y Farrington


Estudio prospectivo y longitudinal de 411 sujetos varones, dirigido inicialmente por
Donald J. West y continuado hasta la actualidad por David Farrington. El primer
contacto con la muestra se llevó a cabo en 1961. Esta estaba compuesta en su
mayor parte por chicos de ocho años de la clase trabajadora, blanca, urbana y de
origen británico. La finalidad de este estudio, tal y como el propio Farrington señala,
era “describir el desarrollo del comportamiento delincuente y criminal en varones de
un suburbio de la ciudad, investigar hasta qué punto se podía predecir de antemano,
y explicar por qué la delincuencia juvenil empezó, por qué continuó o no en la
mayoría de edad y por qué el delinquir en el adulto generalmente termina cuando
los hombres tienen entre 20 y 30 años”.
Se cumplimentaron ocho entrevistas personales desde que el sujeto tenía 8 años
hasta los 32, y esta información fue completada con la proveniente de padres,
profesores, compañeros y archivos oficiales. Haciendo un resumen de este estudio
longitudinal sobre delincuentes, Farrington y West concluyeron que un grupo de
factores familiares (como pobreza, familia numerosa, mala relación matrimonial, y
métodos de crianza de los hijos inefectivos), entre los que la existencia de
antecedentes delictivos en los padres era un elemento frecuente, tendía a favorecer
la aparición de un conjunto de aspectos socialmente desviados en los años finales
de la adolescencia e inicio de la edad adulta, caso de la delincuencia, el consumo
excesivo de alcohol y drogas, la conducción temeraria, la promiscuidad sexual y la
conducta agresiva.
West y Farrington (1973) hallaron que los jóvenes que más tarde resultaron
condenados -una quinta parte de la muestra- diferían significativamente de sus
compañeros (que no sufrieron una condena), en muchos factores que habían sido
medidos cuando estos sujetos tenían entre 8 y 10 años de edad. Tendían a provenir
de familias con bajos ingresos, con padres con una historia laboral deficiente y con
temporadas de desempleo. Estos delincuentes oficiales se caracterizaban asimismo
por tener trabajos poco cualificados y con períodos inestables de empleo. De hecho,
en un estudio de 1986, Farrington y sus colaboradores vuelven a plantear esta
hipótesis llegando a la conclusión que el desempleo está íntimamente relacionado
con el delito, especialmente entre los 15 y 16 años de edad, período que coincide
con el abandono de la escuela.
Otros factores distintivos fueron: familia numerosa, hábitat deficiente, una crianza
fundamentada en la inconsistencia y el castigo, mala relación entre los padres,
elevada frecuencia de separaciones entre ellos, baja inteligencia y logro escolar, y
conducta problemática y deseosa de excitaciones.
West y Farrington titularon su libro de 1973 “La forma de vida delictiva”, porque
encontraron que a los 18 años, los delincuentes se diferenciaban de los no
delincuentes en casi todos los factores investigados: bebían más alcohol, jugaban
y fumaban más, consumían más drogas, se llevaban peor con sus padres, tenían
peores empleos, se implicaban en más peleas y en conductas de vandalismo y
mantenían una mayor actividad sexual. Por lo que concluyeron que el delinquir era
un aspecto más de un síndrome mucho más amplio de la conducta antisocial que
se manifestaba de diferentes formas a lo largo del tiempo, desde la infancia a la
edad adulta.
Ahora bien, ¿cuáles eran las diferencias cuando ambos grupos habían cumplido 32
años? ¿En qué medida los delincuentes volvían a reproducir en sus hijos el mismo
tipo de ambiente familiar que ellos habían tenido de niños?
¿Diferían los sujetos que abandonaron el delito y los que “llegaron tarde” (después
de los 21 años) de los sujetos reincidentes?.
De la muestra original de 411 chicos, vivían un total de 403 hombres y 378 de ellos
pudieron ser contactados en su 32 cumpleaños, de los cuales 138 habían sido
condenados alguna vez (23 sujetos lo fueron en al menos seis ocasiones, lo que
representa un 6% de la muestra como la responsable de casi la mitad de todos los
delitos registrados). De entre éstos, 55 habían finalizado su carrera delictiva antes
de cumplir 21 años (los ‘desisters’), mientras que 61 habían seguido cometiendo
delitos después de esa edad (los ‘persisters’). Por otra parte, 22 sujetos habían
delinquido por vez primera después de cumplir los 22 años (los ‘latecomers’).
Si bien, en general, los delincuentes se convierten en menos desviados entre los 18
y los 32 años (ya que disminuye la frecuencia de sus delitos), las diferencias
observadas entre éstos y los no delincuentes siguen manteniéndose a la edad de
32 años: no suelen ser dueños de la casa donde habitan, cambian a menudo de
domicilio y sus viviendas presentan pobres condiciones; son más proclives a estar
divorciados o separados y su relación de pareja se caracteriza por la falta de
armonía y los malos tratos; presentan problemas con sus hijos y son más propensos
a vivir separados de ellos; su historia laboral está ligada al desempleo, la
insatisfacción y las pagas bajas -especialmente los latecomers-; se implican más a
menudo en riñas y peleas; son más proclives a ser habituales bebedores y
consumidores de drogas (cocaína, heroína, marihuana...); roban en el trabajo y
cometen otros tipos de delitos contra la propiedad; finalmente, son los más
frecuentemente clasificados como fracasos sociales. Incluso los sujetos que de la
muestra original no delinquieron a lo largo de los años de estudio, mostraron
diversos trastornos como respuestas a sus ambientes criminógenos: se mostraron
inquietos, ansiosos, recelosos, inhibidos o apáticos, y la mayoría de ellos fueron
calificados por sus padres a la edad de ocho años como tímidos, muy reservados
y con pocos o ningún amigo.
Con respecto al ambiente familiar que estaban proporcionando a sus hijos entre 8 y
10 años, era muy semejante al que ellos mismos habían vivido cuando tenían su
misma edad (bajo ingreso familiar, pobre vivienda, trabajo inestable con períodos
largos de desempleo, disputas conyugales y separación de sus hijos).

El Perfil del Delincuente Común

Variables Variables
Variables Familiares Personales Escolares Variables Laborales

Infancia Familia Conducta Pobre logro


multiproblemáticas. problemática en educativo.
Antecedentes delictivos. casa y escuela. Insatisfacción
Prácticas de Crianza Pocos lazos y escolar.
severas e inconsistentes. apego por
Escasa Supervisión. actividades …….
Relación fría padres-hijo. convencionales.
Bajos Ingresos. Irresponsabilidad.
Empleo inestable, poco Escaso
cualificado. autocontrol

Adolescencia A las anteriores Empleo poco


características se cualificado.
une: Empleos inestables
Antecedentes con períodos de
Ídem delictivos. Ídem desempleo.
Consumo de Bajo salario.
alcohol/drogas.
Peleas, riñas.
Vandalismo.

Adultez Separado o Divorciado.


No son dueños de las
casas donde viven.
Problemas conyugales.
Viviendas en pobres
condiciones.
Ídem …….. Ídem

Movilidad Residencial.
En general, similar
ambiente familiar al
que vivió cuando niño
y adolescente.
En líneas generales, por tanto, podríamos decir que el delincuente común -un varón
que comete delitos contra la propiedad- tiende a haber nacido en una familia
problemática, con conflictos, bajos ingresos, numerosa y con padres delincuentes.
Cuando el chico es joven -menor de ocho años-, sus padres lo vigilan muy poco, las
relaciones padres-hijos son poco sólidas y afectivas, utilizan prácticas de crianza
severas o inconsistentes y están probablemente en conflicto y separados. En la
escuela, se caracteriza por el absentismo, la conducta perturbadora (rebelde,
hiperactivo e impulsivo) y resultados académicos bajos. Después de dejar la
escuela, el delincuente suele conseguir empleos poco cualificados, con bajo salario
y con numerosos períodos de desempleo. Su conducta delictiva tiende a ser más
versátil que especializada (es decir, no sólo comete delitos contra la propiedad,
como el robo, sino que también puede cometer actos violentos, consumir droga,
beber alcohol en exceso y conducir peligrosamente).
Sus delitos probablemente lleguen a ser más numerosos durante la adolescencia
(13-19 años) y cuando llega a los 30, el delincuente probablemente esté separado
o divorciado, desempleado o con trabajos de bajo salario, y si tiene hijos, éstos
estarán recibiendo un ambiente familiar con similares características de privación,
discordia, desorden y escasa supervisión al que él experimentó cuando era niño; y
así se perpetúa de una generación a otra una serie de problemas sociales en los
que el delinquir es sólo un elemento más de un estilo de vida antisocial.
CAPITULO IV

MANTENIMIENTO DE LA CONDUCTA DELICTIVA

1. PERSISTENCIA Y REINCIDENCIA: LA PREDICCIÓN DE LOS


DELINCUENTES CRÓNICOS O PERSISTENTES
Los estudios longitudinales deben ser capaces de predecir no sólo quién cometerá
delitos, sino quiénes cometerán los más graves y con mayor frecuencia.
Es cierto que la mayoría de los delincuentes cometen delitos sólo ocasionalmente,
pero como han señalado numerosos estudios también se observa que un pequeño
número de delincuentes, los persistentes, es el responsable de la mayoría de los
delitos registrados.

Es fácil observar que subyace el convencimiento de que la conducta antisocial o


delictiva juvenil es una precursora de la delincuencia adulta, de forma que su
identificación precoz, puede tener importantes repercusiones en las tareas
preventivas.
Loeber et al (1991), basándose en una revisión de estudios longitudinales que
evaluaban la conducta antisocial y delictiva, señalaron que las siguientes hipótesis
se relacionan con una delincuencia persistente a lo largo del tiempo (cuatro o más
delitos): (a) hipótesis de la densidad o frecuencia de conducta antisocial: cuanto
más frecuente sea, más persistente en el tiempo; (b) hipótesis de los escenarios
múltiples: es más estable cuanto tienda a observarse en una mayor diversidad de
situaciones; (c) hipótesis de la variedad: a mayor variedad de problemas de
conducta, mayor persistencia; y (d) hipótesis del comienzo temprano: cuanto antes
aparezca, más tenderá a mantenerse a lo largo del tiempo.
Predictores de la delincuencia persistente
Al igual que en el comienzo de la conducta antisocial, se han identificado factores
de riesgo para el mantenimiento de estas conductas. De diversos estudios
longitudinales sobre los predictores de delincuencia en chicos y chicas, se ha
afirmado que una variedad de conductas-problema y condiciones dentro del
ambiente familiar son predictores eficaces de este tipo de delincuencia. En concreto,
se distingue entre predictores comportamentales o exponenciales (agresión
interpersonal, consumo de drogas, absentismo escolar, ausencia sin permiso,
mentiras, robo, problemas generales de comportamiento y bajo nivel de éxito
escolar), y predictores circunstanciales o condiciones de vida (combinación de
variables familiares, estatus socioeconómico y grupo de amigos).
Estos son los signos precoces que la investigación ha señalado como predictores
de la delincuencia persistente (seis delitos o más a los 25 años):
1. Los problemas de conducta precoces: comportamientos agresivos, impulsivos,
desobedientes, y antisociales de los niños antes de los 10 años de edad.
2. Las variables familiares individuales ayudan moderadamente a predecir la
delincuencia ulterior. Los mejores predictores son una combinación de factores
procedentes del núcleo familiar: prácticas educativas, falta de supervisión, el
rechazo del niño, la criminalidad y la agresividad de los padres o hermanos, junto
con indicadores de privación social -bajos ingresos, pobre vivienda y familia
numerosa-. La falta de disciplina es ligeramente menos fuerte como predictor que
en el inicio de la conducta delictiva, y la ausencia de los padres apenas muestra
impacto predictivo.
3. Los arrestos juveniles o condenas son un predictor de futuros arrestos en la vida
adulta.
4. Con respecto al logro educativo, los malos resultados escolares entre los 8 y 10
años son hasta cierto punto anunciadores de delincuencia futura, y ello
fundamentalmente, por los problemas de conducta que suelen acompañarles.
5. Finalmente, el asociarse con pares delincuentes no parece demostrar que facilite
la persistencia en la comisión de delitos. Sin embargo, la literatura empírica no es
demasiado clara con respecto a la relación delincuencia-asociaciones antisociales.
La tendencia de los delincuentes a unirse con otros ha sido uno de los grandes
temas tratados en la investigación criminológica tradicional. Existen autores que no
asignan una significación causal a este hecho, mientras que para otros la asociación
con grupos antisociales permite distinguir a los delincuentes de los no delincuentes,
especialmente si se trata de jóvenes con débiles lazos hacia grupos y actividades
convencionales (en el tema 4 hablaremos de este aspecto en profundidad).

2. EL MODELO INTEGRADOR DE ANDREWS Y BONTA


Por último, presentamos un modelo prometedor en la explicación de la conducta
delictiva que parte de una perspectiva de reforzamiento personal, interpersonal y
comunitario: el modelo de Andrews y Bonta (1994). Estos autores elaboran una
teoría empíricamente derivada de las principales variables causales extraídas de la
investigación psicológica: las actitudes, relaciones interpersonales, historia
conductual y personalidad antisocial. Parten de lo que denominan ‘psicología de la
acción’, es decir, la importancia de los determinantes de la acción en situaciones
particulares, y se centran especialmente en los principios del condicionamiento
clásico y operante (recompensas, costes, antecedentes), y en los del aprendizaje
social y cognitivo (control cognitivo de la conducta y significación clave de las
creencias, actitudes y relaciones sociales). Estas explicaciones son transportadas
a una perspectiva general sobre la personalidad y la psicología social de la conducta
criminal que amplía el valor práctico de la perspectiva del aprendizaje. El cuadro 1
representa esta perspectiva.
La importancia causal inmediata es asignada a constructos semejantes a las
‘definiciones favorables’ de la teoría de la asociación diferencial (sean en forma de
intenciones conductuales, balanza costes-beneficios, elección personal o creencias
en la autoeficacia). También se asume un ‘diálogo interno’, a pesar de que existen
actos de violencia o fraude que ocurren sin reflexión y en situaciones con
oportunidades fácilmente accesibles.
En síntesis, las fuentes principales en la variación de los juicios sobre la idoneidad
o no de una acción en una situación dada son los siguientes:
(1).Características del ambiente inmediato;
(2). Actitudes, valores, creencias y racionalizaciones sobre la conducta social y
antisocial;
(3). Apoyo para la conducta delictiva;
(4). Una historia pre via de comportamiento antisocial;
(5). Habilidades de solución de problemas y autogobierno; y
(6). Otras características relativamente estables de personalidad que potencian el
comportamiento antisocial.
El modelo reconoce que existen múltiples caminos para involucrarse en la carrera
delictiva, pero que las actitudes y relaciones antisociales son factores de riesgo
especialmente importantes. Por un lado, las actitudes, valores y creencias -
procriminales o anticriminales- son las que determinan la dirección que adoptará el
control personal y representan la fuente de racionalizaciones y auto-exculpaciones
más relevante que la persona tiene disponible en cualquier situación. En lo que
respecta a las asociaciones antisociales (incluyendo a padres, amigos, hermanos y
otros significativos), éstas influyen en la naturaleza criminal modelando la situación
de la acción y gobernando las reglas por las que las recompensas y castigos son
señalados y distribuidos. El constructo de una historia previa de conducta antisocial
también es importante porque incrementa los pensamientos de autoeficacia del
sujeto, le hace sentirse capaz de realizar un acto de manera exitosa. Asimismo
incorpora un nivel de influencia estructural -cultura, economía, política- que moldean
tanto a la persona como al contexto de la acción inmediata estableciendo las
contingencias fundamentales que tendrán un efecto en las situaciones particulares.
Obviamente, no todos los adolescentes cometen actos ilegales porque no todos
están sujetos por débiles lazos a grupos de referencia o se caracterizan por la
impulsividad o agresividad. Las probabilidades de conducta ilegal se incrementaran
con el número y variedad de factores predisponentes.
Tenemos por lo tanto un modelo que intenta explicar las diferencias individuales en
la conducta criminal atendiendo a las influencias o refuerzos del más amplio
contexto cultural y social, del comunitario y familiar más próximo, de las relaciones
interpersonales (procesos y contenidos de las interacciones) y de las variables
personales (biológicas, cognitivas, conductuales, educativas...). Considera factores
que activamente alientan o desalientan la actividad criminal e incorpora elementos
tanto motivacionales como de control.
Las teorías futuras necesitan adoptar un rango amplio de variables a estudiar
(individuales, interpersonales y sociales), junto con procesos motivacionales, de
inhibición conductual y toma de decisiones, que adopten una perspectiva de
desarrollo que permita establecer secuencias evolutivas en la carrera criminal. Pero
es importante asimismo que estas explicaciones no se conviertan en algo tan
complejo que intenten explicarlo todo pero que no permitan hacer predicciones
empíricamente contrastables.

3. EL MODELO DE WALTERS DEL ESTILO DE VIDA CRIMINAL


Nuestra comprensión de la delincuencia, y en concreto de la violenta, quedaría
incompleta si no integrásemos un modelo innovador y muy prometedor que explica
el proceso de convertirse en un delincuente violento. Este modelo es el presentado
por Glenn D.Walters sobre el “estilo de vida criminal” por el que entiende el sistema
de creencias que encaja en diversas condiciones tempranas y se asocia a
elecciones que sirven para justificar, apoyar y racionalizar las acciones criminales.
Esta teoría conceptúa al delincuente persistente como aquel que lleva un estilo de
vida caracterizado por una continua violación de las reglas y leyes sociales, por un
acercamiento intrusivo a las relaciones interpersonales, por una variedad de
intereses auto-indulgentes, y por un sentido global de irresponsabilidad.
Estas cuatro características conductuales, que aunque son diferentes están
interrelacionadas entre sí, conceden precisión y especificidad a la idea de que el
crimen es un estilo de vida. En el siguiente cuadro presentamos un esquema del
modelo de este autor, establecido en torno a cuatro aspectos: condiciones (o
correlatos de criminalidad), elección, cognición y conducta.
El ser humano nace con unas ciertas características biológicas y dentro de una
situación ambiental específica. Algunas de estas características y condiciones
correlacionan con la conducta delictiva y la criminalidad adulta. Las condiciones
pondrían la base de una posterior implicación en actividades criminales. Estas
condiciones son agrupadas en dos grandes categorías: variables personales y
variables situacionales. Las primeras serían aquellas características del individuo
relacionadas con la subsiguiente conducta criminal (la herencia, inteligencia,
temperamento y edad). Mientras que las variables situacionales recogerían la clase
social, las drogas, la violencia de los medios de comunicación y las relaciones
familiares.Las CONDICIONES influyen en el desarrollo del estilo de vida criminal a
través de los principales dominios de la experiencia humana: físico (o modulación
de estímulos, que incluye la búsqueda de estimulación sensorial y de excitación, y
el locus de control externo e interno), social (o apego, que engloba la empatía y los
vínculos sociales) y psicológico (o autoimagen, que se compone de la autoestima,
imagen corporal, autodefinición y expectativas personales).

De este modo, los individuos sin apego a modelos prosociales, con afán de
estimulación y con una autoestima deficiente, tienen mayores probabilidades de
utilizar la violencia como un recurso para enfrentarse a las tareas de la vida. Pero
no son las condiciones en sí mismas las que determinan la criminalidad subsiguiente
-éstas solo predisponen-, sino las actitudes o perspectivas que la persona adopta
ante esas condiciones. En otras palabras, el crimen es una función de las
ELECCIONES que tomamos ante las tareas tempranas y tardías que ocurren en los
dominios físico, social y psicológico.
Por lo tanto, a través de las condiciones interactivas se van desarrollando las
decisiones y los patrones cognitivos del estilo de vida criminal, dando sentido a la
secuencia ‘TOMA DE DECISIONES-COGNICIÓN’. El motivo principal en el
desarrollo de estas decisiones (comportamiento delictivo persistente) es el MIEDO,
pero entendido en un sentido subjetivo y existencial (el delincuente persistente tiene
miedo a muchas cosas, miedo a la responsabilidad, al compromiso, al apego, a la
intimidad y a fracasar en el mundo convencional), expresándose a menudo en la
forma de un deseo por ganar control en una situación percibida como incontrolable.
Por lo tanto encuentra refugio en el mundo delictivo, donde existen tantas excusas
para fracasar como objetivos antisociales a conseguir.
A partir del momento en el que el individuo evita aprender desde la sociedad
convencional, este miedo aumenta por cada acto criminal que comete.
Junto al miedo existen otros factores motivacionales secundarios que afectan a este
proceso (rabia/rebelión, poder/control, excitación/placer y codicia/pereza), y aunque
no operan al margen del motivo principal se correlacionan con eventos criminales
específicos (factores de riesgo/protectores, oportunidades criminales, y variables
facilitadoras/mitigadoras), limitando o incrementando las opciones a involucrarse en
la conducta criminal. Además, el análisis coste-beneficios implícito a la toma de
decisiones, es un proceso influenciado por la madurez cognitiva, la información
recibida y la historia de refuerzos.
Desde este punto de vista, los criminales pueden tomar decisiones violentas porque
cuentan con un sistema cognitivo, desarrollado como respuesta a sus condiciones
y elecciones, que les permite filtrar la realidad perpetuando los PATRONES
CONDUCTUALES de irresponsabilidad, autoindulgencia, intrusión interpersonal y
violación de las normas sociales. Cuanto más consolidados estén estos patrones
de comportamiento, más probabilidades de violencia criminal.
A su vez, cada uno de ellos se relaciona con diferentes COGNICIONES (en concreto
ocho patrones cognitivos primarios). Así por ejemplo, la violación de las reglas
sociales o indiferencia hacia las normas, se ve posibilitada por la autoexculpación
(justificación de las infracciones acudiendo a circunstancias irrelevantes y agentes
externos) y el cortocircuito (elimina la ansiedad, el miedo y los mensajes disuasorios
de implicarse en actos criminales).
La intrusión interpersonal o violación recurrente de los derechos de los demás, por
la permisividad (creencia de que el mundo existe para el beneficio y el placer
personal) y la orientación de poder (necesidad de controlar el ambiente y
particularmente a otras personas). La autoindulgencia o débiles vínculos
emocionales y ausencia de autocontrol, por el sentimentalismo (autopresentación
favorable a través de cualidades positivas) y el super optimismo (visión irreal sobre
la valía personal, la consecución de objetivos criminales y no criminales y las
posibilidades de evitar las consecuencias de sus acciones).
Finalmente, la irresponsabilidad generalizada se ve favorecida por la indolencia
cognitiva (pensamiento irresponsable y perezoso) y la inconsistencia (fracaso para
comprometerse en tareas, vínculos afectivos e intenciones que requieren cierto
esfuerzo y trabajo).
Aunque distintos entre sí, todos estos patrones antisociales básicos del estilo de
vida del delincuente violento están interrelacionados.
4. CONDUCTAS DE RIESGO

Los factores de riesgo que influyen en el contexto de inadaptación y de


delincuencia.

En la literatura se han identificado “trayectorias delictuales”. Estas trayectorias se


preparan desde la tierna infancia, se acentúan durante la infancia; mientras que en
la adolescencia, ellas se modifican y se direccionan hacia una integración social
armoniosa, o ellas se intensifican, para cristalizarse en una delincuencia crónica y
en un estilo de vida marginal y criminal (Dishion, Nelson, Miwa, 2005; LeBlanc,
2003). A la base de estas trayectorias, se encuentran factores de riesgo que han
sido clasificados como factores del entorno, familiares e individuales. Entre los
factores del medio, se encuentra la pobreza, pero la relación existente entre la
pobreza y la delincuencia no es una relación de causalidad simple y directa. Ello,
puesto que la pobreza no causa inevitablemente la delincuencia (Zambrano,
Ballestero, Galindo & Suazo, 2001), muchas personas que han vivido en
condiciones de gran pobreza, no han llegado a ser delincuentes. De este modo, se
puede decir que ciertas personas que han vivido en la pobreza llegan a ser
delincuentes, pero es falso creer que todas las personas que provienen de medios
pobres van a ser delincuentes. De cierta forma, se podría simplemente decir que los
jóvenes de medios desfavorecidos se hacen arrestar más, que los jóvenes de
medios más holgados, o que los dispositivos de control social operan con mayor
fuerza con esta población.
Además, hay factores individuales y familiares que tienen una importancia
determinante. Entre éstas, se pueden encontrar algunos o varios de los siguientes
factores: el temperamento difícil del niño, el déficit de atención y la hiperactividad,
la pobreza de relaciones de apego con los padres, la presencia a muy baja edad de
conductas agresivas crónicas en el niño, la supervisión parental débil, la disciplina
inconsistente aplicada por los padres. Otro factor agravante, es la presencia en uno
de los dos padres o en los dos, de problemas importantes de salud mental y/o de
abuso de alcohol o drogas.
Mientras más frecuente sea la presencia de varios factores, más elevados serán los
riesgos de desarrollo de trayectorias delictiva. En ciertos casos, estos factores
tendrán como efecto en un mismo individuo, una combinación de estos tres tipos de
dificultades de adaptación: delincuencia, sobreconsumo de drogas y alcohol, así
como problemas de salud mental. Esos factores de riesgo van a consolidar la
trayectoria delictual en el adolescente, aún más intensamente si se completa con
un proceso de construcción de identidad personal, marginal y delictual (Zambrano,
1998; Rivas, Smith & Zambrano, 1999; Zambrano, Ballesteros, Galindo & Suazo,
2001). También según lo consignado por diferentes investigaciones, las
Instituciones de protección o control social pueden actuar en dirección de confirmar
la identidad delictiva y la identidad psicosocial negativa, especialmente si ellas fallan
en aportar a una vinculación afectiva positiva mediante figuras sustitutas
socialmente adaptadas y con competencias técnicas para favorecer en los
adolescentes la satisfacción de necesidades del desarrollo. (Zambrano, Ballesteros,
Galindo & Suazo, 2001; Pérez-Luco, Lagos, Rozas y Santibáñez, 2005).
La capacidad de construir una frontera entre el sí mismo y los eventos estresantes
(como la violencia o abandono) de manera de mantener cierta indemnidad del yo, y
la presencia de figuras sustitutas significativas, destacan como factores protectores
en los niños y jóvenes que se desarrollan en contextos de múltiples carencias. Así
la interacción entre la presencia de figuras sustitutas, la oportunidad de su
presencia, el estilo de afrontamiento del niño-joven (aprovecha o no el apoyo
externo), la intensidad de las demandas externas, son factores cruciales en la
construcción de la identidad de los jóvenes sin compromiso delictivo que viven en
condiciones de pobreza (Zambrano, Ballesteros, Galindo & Suazo, 2001).
En el nivel institucional, las investigaciones ponen de manifiesto la necesidad de
adecuar la intervención a las características de la población atendida, estableciendo
intervenciones diferenciadas y especializadas, que incorporen como uno de sus
ejes la calidad del vínculo de atención.
Es fundamental evitar reforzar identidades fijas y generadoras de daño, atendiendo
a la diversidad de necesidades, potenciales y dificultades que presentan los
diferentes jóvenes. Para ello es imprescindible generar contextos educativos
específicos capaces de responder a esas particularidades.

El periodo de desarrollo de la adolescencia está enmarcado por la exploración y los


comportamientos justamente generadores de riesgo, los mismos que pueden
comprometer la salud, la supervivencia y el proyecto de vida del individuo. Al
respecto, se han destacado numerosos factores de riesgo, tales como ser varón, la
deserción escolar, la inasistencia escolar (CONTRADROGAS, 2009), embarazo
precoz, el intento de suicidio, la violencia, el abuso de sustancias, los accidentes de
tránsito y otras conductas auto destructivas. Desde la perspectiva de la teoría
psicosocial de la Telaraña Causal, Irwin (1987) —citado por Suárez y Krauskopf
(2005)— refiere que los comportamientos asociados con la mortalidad y morbilidad
predominante en la adolescencia comparten un tema común: la toma de riesgo. Los
diversos acercamientos del enfoque de riesgo (Jessor, 1991; Kagan, 1991; Bell et
al, 2000), relacionan las nociones de vulnerabilidad y exposición al peligro. En ese
sentido, cada etapa del ciclo vital tendría sus riesgos específicamente determinados
por las destrezas que permiten las condiciones biológicas, así como por los canales
de capacitación, apoyo y protección que la sociedad brinda. Así, las consecuencias
destructivas del riesgo varían durante el ciclo vital en relación con los procesos de
maduración e involución en el plano biológico, social y psicológico. La vulnerabilidad
al peligro se modifica con arreglo a las condiciones de protección y los recursos
adaptativos personales, pudiéndose entender ello como la resiliencia del
adolescente (Rutter 1990, 1992; CEDRO: Rojas, 1998). La adolescencia es el
período en el cual los cambios biológicos, sociales y psicológicos replantean la
definición personal y social del individuo a través de una segunda individuación
(Peñaherrera, 1998), y genera una vulnerabilidad específica, la ansiedad
transicional que moviliza a los adolescentes en procesos de exploración,
diferenciación del medio familiar, búsqueda de pertenencia y sentido de la vida
(Rojas et al, 20011). El segundo nacimiento que implica la pre-adolescencia con sus
demandas de individuación y progresiva autonomía difícilmente despierta una
bienvenida similar al nacimiento de un frágil niño que se incorpora al hogar sin
cuestionar sus normas y disposiciones.

a. Violencia
La agresividad puede considerarse que es una característica de la naturaleza
humana y ha sido esencial en la evolución y supervivencia de la especie (defensa,
búsqueda de alimento). Este comportamiento “normal” suele ser temporal,
condicionado a la situación (cultura, momento histórico, valores sociales) y forma
parte de la experiencia adolescente. Algunos pueden evolucionar hacia conductas
violentas antisociales. Las conductas violentas incluyen agarrar, empujar, golpear
con el puño u objeto, y amenazar con armas, entre otras. Hay varios tipos de
violencia. Puede existir una evolución entre agresividad y violencia: agresión verbal,
lenguaje hostil, agresión física, violencia letal. Hay que tener en cuenta que no todo
comportamiento agresivo es antisocial o criminal, no todo comportamiento antisocial
es violento, pero la violencia siempre es un comportamiento antisocial.
b. Conductas Delictivas y Pandillaje.
La conducta delictiva es un fenómeno de ámbito mundial. Algunos países lo definen
en relación con el Código Penal (infracciones por menores de edad) y en otros por
una variedad de actos añadidos y relacionados con las leyes de fondo, por lo que
las cifras pueden ser muy diferentes. La delincuencia es un fenómeno
estrechamente vinculado a cada tipo de sociedad y es un reflejo de las principales
características de la misma. Herrero la define como: “el fenómeno social constituido
por el conjunto de las infracciones, contra las normas fundamentales de
convivencia, producidas en un tiempo y lugar determinados”. Por su parte, López
Rey ofrece un concepto conjunto de delincuencia y criminalidad como fenómeno
individual y socio-político, que afecta a toda la sociedad, cuya prevención, control y
tratamiento requieren de la cooperación de la comunidad al mismo tiempo que un
adecuado sistema penal. Técnicamente, el delincuente juvenil es aquella persona
que no posee la mayoría de edad penal y que comete un hecho que está castigado
por las leyes.
El término pandilla se refiere a un grupo de personas, generalmente, menor y
adolescente entre los 12 y 24 años, que se reúnen con el fin de socializar y de
encontrar soporte emocional con los demás miembros de su grupo. La mayor parte
de ellos expresan su disconformidad con el sistema a través de formas de
comportamiento violentas que atentan contra el patrimonio público o privado de la
población.
En el Perú, las primeras pandillas surgieron durante los años 1990, como
consecuencia del descontento social que se manifestó durante la época del
terrorismo. La aguda insatisfacción de las necesidades básicas en el país, causó el
desplazamiento de la población marginada de las áreas rurales hacia las grandes
ciudades, acentuándose la presión demográfica y el surgimiento de focos
adicionales de pobreza.
Es así como se organizaron grupos de jóvenes que se reunían para compensar las
frustraciones ocasionadas por coexistir en un ambiente de violencia y de
desintegración familiar. Eran jóvenes que venían de núcleos familiares en los que
en gran parte, la figura del padre o de la madre había desparecido como producto
de los años de violencia; tenían problemas económicos, y se les discriminaba social
y culturalmente.
c. Consumo de Sustancias Psicoactivas.
El consumo de drogas en la adolescencia constituye un problema de salud pública
y una gran preocupación para los padres, profesionales de la salud, profesores y la
sociedad en general. Ningún otro problema de salud, a esta edad, conduce a tan
trágicos efectos, en términos de mortalidad y morbilidad, afectación del potencial
futuro y los devastadores efectos en la familia del joven. Entre las razones que dan
los jóvenes para el consumo son: sentirse mayor, ser aceptados, socialización,
experimentar, sentir placer, por rebeldía, para satisfacer la curiosidad, aliviar la
ansiedad, la depresión, el estrés o el aburrimiento y resolver problemas personales.

En los adolescentes, a menudo, la distinción entre uso, abuso y dependencia es


difusa. Se han descrito una serie de etapas del consumo de drogas por los
adolescentes. Muchos jóvenes que experimentan con tabaco, alcohol o drogas
ilegales, no progresarán hasta la adicción, pero muchos otros que se inician de
forma casual irán avanzando hacia un consumo cada vez más problemático. El tema
es que de entrada no se sabe quiénes pasarán a un consumo problemático. Son
cruciales la detección e intervención precoz. Los adolescentes se consideran a sí
mismos invulnerables al daño originado por sus elecciones de conductas y estilos
de vida. Aunque cada droga produce síntomas y complicaciones médicas
singulares, en general, su consumo provoca importantes alteraciones físicas,
psicológicas y sociales que, tanto padres como profesionales, deben tener en
cuenta. Además de su asociación con accidentes de tráfico, homicidios y suicidios,
también se las relaciona con una actividad sexual temprana, fracaso escolar,
trastornos mentales y delincuencia, además de las posibles consecuencias en la
edad adulta, como las enfermedades cardiovasculares, las alteraciones
psiquiátricas y los cánceres.
El consumo de SPA puede convertirse en una adicción o dependencia.
Cumpliéndose los siguientes criterios:
Se debe tener presente que la adolescencia tiene unas características especiales.
Cuanto antes se empieza con el uso de una sustancia, mayor es la probabilidad de
aumentar la cantidad y la variedad de uso; los jóvenes son menos capaces que los
adultos en limitar el uso y atribuyen a la droga la solución a todos sus problemas.
Además, en la actualidad la experiencia es muy distinta a décadas anteriores: el
número de los que prueban drogas es mayor y aparecen nuevas sustancias y
combinaciones cuya sintomatología se confunde. Incluso, las sustancias conocidas
son diferentes, la marihuana de los años 70 contenía menos del 0,2% de THC
(delta-9-tetrahidro-canabinol) y en la actualidad se ha aumentado entre 5-15 veces.
Igualmente, al iniciar el consumo, no hay señales ni síntomas que les haga a los
jóvenes acudir a la consulta médica, sólo acuden generalmente al servicio de
urgencia como consecuencia del abuso y de la dependencia. Por ello, al inicio es
difícil que acudan a la consulta médica y que acepten ayuda.
El abuso de drogas altera la dinámica de las relaciones sociales y conduce a la toma
de decisiones violentas. Además, se asocia a un aumento del riesgo de exposición
a violencia, llevar armas, y mayor posibilidad de homicidio entre los adolescentes y
bandas callejeras. Un inicio precoz del uso de alcohol y drogas aumenta el riesgo
de abuso de la violencia que suele continuar en la edad adulta. El uso de drogas
tiene una gran relación con la violencia juvenil. Determinadas formas de beber
pretenden una pérdida rápida del control, y de esta forma es fácil que se instauren
entretenimientos destructores de grupo, sin ninguna inhibición ni norma. Algunos
usos de pastillas y de sustancias de diseño hacen sentir al joven una mayor.

d. Desórdenes Alimenticios

Aun y cuando se admite el carácter multifactorial de los trastornos alimenticios, la


investigación en torno a conducta alimentaria sigue haciendo énfasis en el carácter
causal internalista del factor psicológico o atiende a la relación entre factores
biológicos, psicológicos y sociales sin contemplar las diversas dimensiones en que
se pueden analizar dicha relación. En los últimos 30 años, los TCA surgieron como
enfermedades cada vez más frecuentes, sobre todo en los adolescentes. Los
estudios sobre la frecuencia de estos trastornos muestran un aumento preocupante,
principalmente, en la población de mujeres jóvenes. Se ha encontrado que entre 1
y 2% de las mujeres padecen de Anorexia Nerviosa (AN) y entre 1 y 3% padecen
Bulimia Nervosa (BN). Estos trastornos se presentan en una proporción de 10 a 1
mujer-varón aunque en los últimos años se ha incrementado el número de varones
que los padecen. Generalmente, el inicio de los trastornos de la conducta
alimentaria es de los 14 años hasta los 20.

Estas conductas alimenticias pueden o no alterarse voluntariamente, esto está


sujeto a factores internos y externos como el nivel de autoestima, presiones
familiares, frustración por tener sobrepeso, comparación constante con alguien
cercano por parte de un familiar u amigo, etc.
Estos tipos de trastornos en la alimentación, más allá de los síntomas que encierra
cada uno en especial, son acompañados por un marcado aislamiento de la persona,
excesivo cansancio, sueño, irritabilidad, agresión (sobre todo hacia personas
conocidas y miembros de la familia), vergüenza, culpa y depresión, registrándose
un trastorno en la identidad a partir de la nominación de la enfermedad. Los
trastornos alimentarios no afectan únicamente a la manera de comer; en realidad,
se desarrollan como resultado de problemas en la percepción y en la forma en que
una persona se ve a sí misma y en relación con su mundo, problemas que son
causados por múltiples factores que se vuelven cíclicos y se realimentan a sí
mismos, pues los efectos de la desnutrición y semi-inanición agravan los problemas
subyacentes y cronifican el problema.

e. Conducta Sexual Arriesgada

Algunos mitos o ideas erróneas que originan conductas sexuales de alto riesgo:

• Se conoce que los y las adolescentes creen que tener relaciones sexuales “de
vez en cuando” no las expone al riesgo de embarazo;

• Asimismo, un comportamiento muy arraigado en las muchachas es el


pensamiento de que si usan anticonceptivos y “otros lo saben” pensaran o las
tacharan de “fáciles“ o promiscuas;

• La “presión” de sus pares de calificarlas como “tontas” o “raras” por no haber


practicado relaciones sexuales las lleva a iniciar actividad sexual precozmente para
sentirse parte de un grupo que hable el mismo lenguaje y en muchas ocasiones
para no sentirse aislados de sus coetáneos;

• Lo mismo pasa con los muchachos quienes muchas veces por exigencias de sus
compañeros y por no quedar mal con sus amigos o grupo (“para ser más hombre”)
se lanzan en una carrera sexual, obviando los riesgos a los que esta conlleva.

• No podemos obviar las enfermedades de transmisión sexual y VIH, tema de


vanguardia, y del que la mayoría de los jóvenes ha escuchado o leído, pero que no
toman muy en serio, creen que a ellos no les sucederá y por el contrario al no utilizar
preservativos u otro método de protección están más expuestos a contraer alguna
de estas enfermedades.

--En este punto es donde debemos tener especial cuidado respecto de la


información que les entregamos como en la forma en que se lo decimos, ya que una
cosa es que nosotros lo entendamos y otra muy distinta es que ellos lo comprendan.
La decisión del adolescente de tener relaciones sexuales cuando se siente atraído
por alguien dependerá de parámetros como: expectativas sobre el nivel de estudios
(los adolescentes que piensan ir a la universidad retrasan más tiempo su primera
relación sexual) y sus actitudes y valores respecto a la sexualidad, los que pueden
estar influenciados por as actitudes familiares y culturales. En un reciente estudio,
basado en modelos de regresión múltiple sobre una muestra de 1600 adolescentes,
Werner demuestra que las actitudes sexuales en la mujer están más influenciadas
por factores familiares (comunicación con los padres, participación de éstos en la
educación sexual, etc.), mientras que en los hombres está más influenciada por
factores individuales (edad, religión, autoestima, etc.). En general, la mujer tiene
una sexualidad menos centrada en los aspectos genitales que el hombre, y valora
más los aspectos de relación.

f. Deserción Escolar

Las escuelas cumplen una función muy importante en la prevención del abandono
escolar, siempre que sean entendidas como un protector de riesgo para los
estudiantes, como una comunidad de compañerismo y compromiso.

Causas:

La presencia de problemas económicos familiares y/o la necesidad de conseguir un


trabajo para el mantenimiento del hogar. Otro motivo muy importante para la
deserción es la carencia de recursos para la matrícula o para adquirir materiales
educativos. Otra razón de importancia similar para el abandono escolar es la
decisión de no querer estudiar o el querer trabajar, elemento probablemente
vinculado a la valoración individual de la educación por parte de los jóvenes y no a
la condición socioeconómica del hogar

Consecuencias:

• La deserción escolar genera elevados costos sociales y privados. Entre los


primeros se encuentran los que derivan de disponer de una fuerza de trabajo menos
competente y más difícil de calificar y su efecto en el crecimiento económico, así
como los que surgen de contar con un capital social incapacitado para colaborar
activamente en el equilibrio entre deberes y derechos ciudadanos.

• En el caso de niños y adolescentes, el precio de la deserción escolar es advertido


cuando el ocio, la sustracción de los ambientes controlados por la disciplina y la
indefinición de objetivos productivos, inciden en la construcción de entornos
inseguros, propios para la generación de climas de violencia y la comisión de actos
delictivos.

• Entre los costos privados, están la reproducción de las desigualdades sociales, la


pobreza y su repercusión en la integración (o desintegración) social; su impacto
sobre la población infantil y adolescente. Se advierte al identificar que al carecer del
conocimiento, de la formación y dirección necesarias, son susceptibles de incurrir
en conductas de riesgo que trastocan su seguridad, integridad física, salud, libertad
e incluso, su vida.

g. Suicidio

“La palabra suicidio procede del latín, y se compone de dos términos: “sui, de sí
mismo, y “caedere”, matar. Es decir, significa “matarse a sí mismo” (Rojas, 1984).

Solo nos limitaremos a dar la definición brindada por Emile Durkheim: “... se llama
suicidio todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto
positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir
este resultado.” (Durkheim), 1985.
Más allá de su definición, el suicidio es una fenómeno bastante complejo y las
explicaciones de su ocurrencia se ubican en diversos niveles, que van desde
características propias e inherentes del individuo, hasta condiciones del entorno
social, histórico y cultural que se van transformando y modulando en el curso del
tiempo. Por ejemplo, desde hace varios años, Hungría lidera el primer lugar en la
tasa de suicidios en todo el mundo (45.3 por 100.000 habitantes/Año). Sin embargo,
se tiene la creencia que Suecia tiene ese lugar, dadas sus elevadas condiciones de
nivel de vida, estas desmotivarían a sus habitantes a formarse un sentido de vida.
Sin embargo, Austria (28.3), Dinamarca (27.7), Finlandia (26.6), Suiza (22.8) y
Francia (22.7) son países que tiene tasas de suicidio más elevadas que Suecia
(18.5), pero nunca se acercan a la de Hungría (Eldrid, 1993). De otro lado, aun
cuando la tasa de suicidios de Estados Unidos (12.3) es más baja que la de muchos
países europeos, dada su enorme población, dicha tasa se traduce en
aproximadamente 31.000 muertes por suicidio al año. El suicidio es un problema de
salud pública relevante, que se encuentra entre las primeras 10 causas de muerte
en las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. Se considera que cada
día se suicidan en el mundo al menos 1.110 personas y lo intentan cientos de miles;
independientemente de la geografía, cultura, etnia, religión, posición
socioeconómica, entre otros factores.
CAPITULO V

SITEMAS DE INTERVENCION

1- SISTEMA DE RENSERCION SOCIAL DEL ADOLESCENTE EN


CONFLICTO CON LA LEY PENAL

La Gerencia de Centros Juveniles tiene como principal objetivo institucional y


compromiso social, rehabilitar al adolescente en conflicto con la Ley Penal
favoreciendo de esta manera, una reinserción social efectiva, es decir, en mejores
condiciones. Para ello se elaboró y se aprobó mediante Resolución Administrativa
del Titular del Pliego del Poder Judicial, del 25 de noviembre del año 1997, El
sistema de Reinserción Social del Adolescente Infractor – SRSAI, modificado el 03
de febrero del año2000.

El sistema de Reinserción Social del Adolescente en conflicto con la Ley Penal es


un documento técnico jurídico normativo especializado en el tratamiento de
adolescentes en conflicto con la Ley Penal, teniendo como finalidad de rehabilitación
y reinserción en la sociedad.

Este sistema comprende una serie de programas, métodos, técnicas e instrumentos


de carácter eminentemente educativo, acorde con las leyes y normas compatibles
con los derechos humanos.

La Convención sobre los Derechos del Niño define como “niño” a todo ser humano
menor de 18 años de edad y compromete a todos los Estados para que adopten
medidas -que promuevan leyes, procedimientos, autoridades e instituciones
específicas para los niños que han infringido las leyes penales.5 De esta manera
queda configurado un límite entre dos tipos de sistemas penales diferenciados: el
sistema penal especial y el general. En ese sentido nuestro país creó uno especial
el cual implica:
i. Operadores de justicia (jueces, fiscales, defensores oficiales) capacitados
y con competencias específicas para actuar frente a delitos o faltas a la
ley penal cometidos por menores de edad.
ii. Los procedimientos deben adaptarse a las necesidades de los menores
de edad con estándares más exigentes, con respecto a los vigentes, para
las personas mayores de 18 años.
iii. Las autoridades y las instituciones de administración de justicia deben ser
diferenciadas respecto de los destinados a la población mayor de 18
años.
iv. Las sanciones adoptadas para los menores de edad deben ser diferentes
a las sanciones penales del régimen general.

Este régimen especial de administración de justicia debe ser aplicado desde la


adolescencia. Este grupo etario, según el artículo primero del Código del Niño y
Adolescente, abarca desde los 12 años hasta los 18 años.

El sistema de administración de justicia para adolescentes infractores está


integrado por un conjunto de principios, derechos, instituciones, mecanismos y
garantías de carácter diferenciado y especial. Es responsable además de
responder frente a la situación de las personas menores de 18 años y mayores
de 14 años de edad, las cuales han cometido algún tipo de falta o delito. Tal y
como señala Miguel Cillero (2000), un sistema de justicia juvenil debe reflejar, a
través de normas, instituciones y procedimientos, la existencia de un estatus
jurídico de los adolescentes dentro del Estado y la posición que adopte frente
aquellos que se encuentran inmersos en algún tipo de infracción. Este tipo de
sistema de administración de justicia especializado reconoce al adolescente
como sujeto de derechos y obligaciones, además de considerarlo como seres
con dignidad, autonomía y capacidad para entender el carácter lícito o ilícito de
sus actos y ser responsable de sus conductas (Vasconcelos, 2009). En ese
sentido, toda comisión de faltas o delitos por los adolescentes deben ser tratados
de manera diferente a la de los adultos, por lo que se les exige responsabilidad
sobre sus actos, de acuerdo a su edad y su estado de desarrollo.
Si bien es cierto que los adolescentes son inimputables frente al sistema judicial
general son responsables frente al sistema de administración de justicia
especializada, lo cual responde a su estado de desarrollo en el marco del ciclo
de vida de las y los adolescentes. Este sistema debe contar con instituciones y
operadores de justicia especializados, con normas y procedimientos
diferenciados. Vasconcelos (2009) señala un conjunto de objetivos que debe
perseguir el sistema integral de justicia especializado en adolescentes, los
cuales pueden ser adaptados a nuestro contexto nacional a través del sistema
de administración de justicia para adolescentes infractores. Así, se señala:

i. Establecer los principios que rigen el sistema especializado de justicia


para adolescentes y garantizar su plena observancia.
ii. Reconocer los derechos y garantías de las y los adolescentes y proteger
su efectivo respeto.
iii. Establecer las atribuciones y las facultades de las autoridades,
instituciones y operadores de justicia responsables del sistema
especializado de justicia.
iv. Establecer los procedimientos y mecanismos para determinar la
responsabilidad de los adolescentes por la realización de una conducta
tipificada como infracción a la ley penal.
v. Regular la ejecución de medidas aplicables a los adolescentes que
resulten responsables por la realización de una conducta tipificada como
falta o delito a la ley penal.

El sistema de administración de justicia para adolescentes infractores debe


poseer una orientación socioeducativa, en lugar de centrarse en la aplicación de
penas, y buscar, como fin, su reinserción dentro de la sociedad, recurriendo a la
privación de la libertad solo como última posibilidad. Al respecto, Tierra de
Hombres (s.f.) –en un estudio sobre modelos de justicia juvenil en el Perú–
señala que este tipo de medidas debe evitar el desarraigo del adolescente de su
entorno familiar y social, así como su estigmatización. En el Perú, la Gerencia
de Centros Juveniles, a través del Sistema de Reinserción Social del
Adolescente en Conflicto con la Ley Penal (SRSALP), cumple la función
rehabilitadora y de reinserción social de los adolescentes infractores,
inspirándose en el principio constitucional del “interés superior del niño y el
adolescente”.

El SRSALP tiene en cuenta que el objetivo de administración de justicia


especializada para los adolescentes infractores es lograr su bienestar;
priorizando, en la medida de lo posible, las medidas en libertad por encima de
las privativas, recurriendo a estas como último recurso, cuando la infracción o
delito revista gravedad.

El SRSALP se aplica bajo dos modalidades de atención: medio abierto


(Servicio de Orientación al Adolescente, SOA) o en medio cerrado (Centro
Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación, CJDR).

a. Medio abierto: Se encuentra dirigido a los adolescentes que cumplen una


medida socioeducativa no privativa de la libertad, la cual se lleva a cabo en un
Servicio de Orientación al Adolescente (SOA). Está conformado por un conjunto
de programas de intervención diferenciados con horarios flexibles, los cuales se
ajustan a las necesidades de los adolescentes y responden a las características
personales, familiares y culturales del infractor. Lo conforman los siguientes
programas:

1. Programa de asistencia y promoción: conjunto de acciones que buscan


promover en el adolescente la construcción de un plan individual que fortalezca
su capacidad para superar una situación de problema con la orientación de los
operadores del SOA.

2. Programa formativo: programa intensivo que promueve una educación


basada en valores y habilidades sociales para la formación personal del
adolescente infractor. Se busca recuperar las carencias existentes en el
adolescente y su familia.
3. Programa de integración social: conjunto de acciones que promueven
proyectos de vida a través del acceso a oportunidades de capacitación técnica
y oportunidades laborales que favorecen la continuidad de su proceso formativo
y su reinserción en la sociedad.

b. Medio cerrado

Se encuentra dirigido a los adolescentes que cumplen la medida socioeducativa


con privación de la libertad o mandato de internamiento preventivo. Se lleva a
cabo en los Centros Juveniles de Diagnóstico y Rehabilitación (CJDR), en los
cuales se desarrolla un conjunto de programas graduales, integrados y
secuenciales para lograr la rehabilitación del adolescente y su reinserción.

1. Programa I: Inducción y diagnóstico. Busca generar en el adolescente la


seguridad y confianza en el sistema de rehabilitación y reinserción social a través
de un primer acercamiento positivo. Se elabora también el perfil psicosocial del
adolescente infractor.

2. Programa II: Preparación para el cambio. Busca que el adolescente infractor


asuma la responsabilidad sobre el delito o falta cometido y su voluntad para
cambiar. Incluye actividades de buen uso del tiempo y espacio, además de
reforzar hábitos de convivencia y disciplina.

3. Programa III: Desarrollo personal y social. Tiene por objetivo fortalecer


actitudes positivas y valores en el adolescente que le permitan reintegrarse a la
sociedad. Comprende la internalización de las normas de convivencia y cambio
de actitudes hacia la autoridad, la familia y la comunidad.

4. Programa IV: Autonomía e inserción. A diferencia de los programas anteriores


tiene carácter semiabierto. Tiene como objetivo formar adolescentes
responsables y capaces de formular su propio proyecto de vida. Se fortalecen
competencias y habilidades a través de un proceso de capacitación técnico-
ocupacional.

5. Programa de intervención intensiva. Dirigido a adolescentes con problemas


de conducta severos o reincidentes. Se lleva a cabo a través de una intervención
intensiva e individualizada orientada a promover el cambio de actitud del infractor
bajo especiales condiciones de seguridad.

Proceso de atención al adolescente infractor

El actual proceso de administración de justicia en nuestro país rompe con el mito


que señala al menor de edad como irresponsable absoluto de los delitos o faltas
cometidos. El proceso de atención del adolescente infractor presenta
características especiales en el que, si bien será juzgado por su participación o
autoría en un hecho punible tipificado como delito o falta en la ley penal, al ser
declarado como tal, no se le impone al adolescente una pena sino una sanción.
2. Sanción al adolescente infractor de la ley penal

Las sanciones al adolescente infractor tienen una finalidad educativa y


socializadora, las cuales garantizan el respeto de sus derechos y libertades
fundamentales. Estas se aplican con la intervención de la familia y el apoyo de
especialistas e instituciones públicas o privadas y garantizan la rehabilitación del
adolescente.

El juez, responsable de imponer la sanción, debe tener en cuenta la edad del


adolescente, su situación psicológica y su contexto educativo, familiar y
sociocultural, con informe elaborado por el equipo multidisciplinario; la magnitud
del daño causado; el nivel de intervención en los hechos; la capacidad para
cumplir la sanción; las circunstancias agravantes o atenuantes reguladas en el
Código Penal o leyes especiales; la proporcionalidad, racionalidad e idoneidad
de la sanción y los esfuerzos del adolescente por reparar y resarcir los daños.

Entre las principales sanciones para el adolescente infractor de la ley penal se


encuentran:

a) Socioeducativas

i. Amonestación. Llamada de atención (oralmente) que hace el juez al


adolescente exhortándolo a cumplir con las normas de convivencia social.
Procede cuando se trata de una falta y el hecho punible es de mínima gravedad.

ii. Libertad asistida. Se otorga la libertad al adolescente obligándolo a cumplir


programas educativos y recibir orientación de especialistas por un plazo mínimo
de seis y máximo de 12 meses. Esta medida se ejecuta en entidades públicas o
privadas que desarrollen programas de educación y orientación para
adolescentes.

iii. Prestación de servicios a la comunidad. Consiste en la realización de tareas


gratuitas de interés social en entidades asistenciales, de salud, de educación y
otras instituciones similares (públicas o privadas). Estos servicios son asignados
en función de las aptitudes del adolescente sin perjudicar su salud o su
asistencia regular a un centro educativo o centro de trabajo. La prestación de
servicios a la comunidad tiene una duración no menor de ocho ni mayor de 36
jornadas.

iv. Reparación directa a la víctima. Es la prestación directa de un servicio por


parte del adolescente infractor en favor de la víctima con la finalidad de resarcir
el daño cometido con la infracción. Los servicios son asignados conforme a las
aptitudes del adolescente. Si existe acuerdo entre la víctima y el adolescente, la
reparación del daño puede realizarse a través de la restitución de un bien de
similar naturaleza o valor, o por una suma de dinero que el juez fijará.

b) Mandatos y prohibiciones

Son reglas de conducta impuestas por el juez con el fin de regular el desarrollo
social del adolescente infractor y promover su formación. Su duración máxima
es de dos años y, en caso de incumplimiento, el juez puede ordenar la
modificación de la sanción impuesta.

Estas reglas pueden fijar un lugar de residencia determinado o cambiarlo; no


frecuentar determinadas personas; no frecuentar bares, discotecas o
determinados centros de diversión, espectáculos u otros lugares establecidos
por el juez; no ausentarse del lugar de residencia sin autorización judicial previa;
matricularse en una institución educativa (pública o privada) o en otra cuyo
objeto sea la generación de un oficio o profesión en congruencia con lo
establecido en la Ley General de Educación; desempeñar una actividad laboral
o formativa laboral, dentro de los marcos legales; no consumir o ingerir bebidas
alcohólicas o drogas; internar al adolescente en un centro de salud (público o
privado) para un tratamiento desadictivo.

c) Privativas de libertad

i. Internación domiciliaria. Es la sanción privativa de la libertad del adolescente


en su residencia familiar, con una duración no mayor de un año. Esta no debe
afectar la salud del adolescente ni su asistencia a un centro educativo o centro
de trabajo. El juez debe establecer parámetros de desplazamiento, periodo de
tiempos y horarios. Asimismo, el adolescente participará de manera obligatoria
de programas de intervención diferenciados con enfoque formativo educativo.

ii. Libertad restringida. Es la sanción privativa de libertad en medio libre


mediante la asistencia y participación diaria y obligatoria del adolescente en
programas de intervención diferenciados con enfoque formativo-educativo, con
una duración no menor de seis meses ni mayor de un año. Se ejecuta en los
Servicios de Orientación al Adolescente o en instituciones públicas o privadas
con fines asistenciales o sociales.

iii. Internación. Es la sanción privativa de liberta de carácter excepcional y se


aplica como último recurso cuando el adolescente haya cometido un hecho
punible tipificado como delito doloso y sea sancionado en el Código Penal o
leyes especiales, cuando el adolescente infractor haya incumplido de manera
injustificada y reiterada las sanciones de mandatos y prohibiciones, cuando haya
reiteración en la perpetración de otros hechos delictivos graves y cuando el
informe preliminar del equipo multidisciplinario señale que el adolescente
infractor es considerado de alta peligrosidad. La internación debe ser cumplida
en los centros juveniles exclusivos para adolescentes.
3. EVALUACION DE CONDUCTAS DE RIESGO

Herramienta SAVRY

La herramienta de valoración del riesgo de violencia juvenil, SAVRY es un


instrumento que sirve para estimar el riesgo de reincidencia en adolescentes. Está
diseñado para ser utilizado como ayuda o guía en las valoraciones profesionales
sobre la situación personal y socio-familiar de los jóvenes. La edad de aplicación
suele oscilar entre los 12-14 años hasta los 18 años. Esta herramienta, el SAVRY,
está diseñada basándose en un modelo ecológico de la delincuencia, donde todos
los apartados, todas sus partes están interrelacionados.

Está compuesta de 24 ítems de riesgo, entre los que encontraremos 10 ítems


históricos, 6 ítems sociales/contextuales, 8 ítems individuales y 6 ítems de
protección. Estos factores que explora el SAVRY, son aquellos que la investigación
empírica ha identificado que son los que más pueden incidir en la comisión de
nuevas conductas delictivas. Por consiguiente, son factores básicos a trabajar para
la reinserción de menores y jóvenes.

Hay otros factores que puede el profesional observar durante la valoración del
riesgo, y que considere deben ser tenidos en cuenta por su importancia para la
comprensión de la situación del menor, permitiendo el SAVRY que puedan ser
tomados en consideración y que sean sopesados en las conclusiones finales. Los
diferentes ítems de riesgo que componen el SAVRY se valoran como de riesgo bajo,
moderado o alto.

Los factores de protección se valoran como presente o ausente. Es fundamental la


argumentación de la valoración y puntuación de cada factor, para una correcta
gestión del riesgo. No está por tanto diseñado para ser una escala o test formal, por
el modo de codificación de sus factores, no se les asigna un valor numérico, sino
una valoración profesional.
Finalmente y tras completar la valoración de todos los ítems, se establecerá un
resumen final en el que se dispondrá si el riesgo de reincidencia es bajo, moderado
o alto. La valoración, por lo tanto, es cuantitativa, pero también cualitativa.

A continuación, se hace un resumen de algunos de los ítems de mayor interés,


recordando que para hacer una valoración profesional es absolutamente necesario
el estudio y utilización del manual SAVRY.

• Ítems históricos: los 10 ítems históricos nos servirán para analizar el inicio
temprano de la violencia o el fracaso de las intervenciones anteriores,
fundamentalmente.
• · Ítem 1. Violencia previa: Se considerará bajo si el joven no ha cometido
actos violentos previos, moderado si ha cometido uno o dos actos violentos
previos y alto si ha cometido tres o más actos violentos previos.
• · Ítem 2. Historia de actos delictivos no violentos: Se considerará bajo si el
joven no ha cometido delitos no violentos con anterioridad, moderado si ha
cometido menos de cinco delitos no violentos con anterioridad y alto si ha
ocurrido en más de cinco ocasiones. ·
• Ítem 3. Inicio temprano de la violencia: Se considerará bajo si no se conocen
actos previos de violencia o el primer acto conocido tuvo lugar con 14 años
o más. Se considerará moderado si el primer acto violento tuvo lugar entre
los 11 y los 13 años y alto si el acto violento conocido tuvo lugar antes de los
11 años de edad. ·
• Ítem 4. Seguimiento en el pasado: Se considerará bajo si ha cumplidos todas
las sentencias judiciales y condiciones de internamiento, moderado si
solamente ha habido incumplimiento en una o dos ocasiones y alto si ha
incumplido las sentencias judiciales o condiciones de tratamiento en más de
tres ocasiones.
• · Ítem 5. Intentos de autolesión o suicidio anteriores: únicamente se valora
la intencionalidad de dañarse a sí mismo. Será moderado si las autolesiones
son moderadas, como pequeñas quemaduras o cortes en la piel, sin
hospitalización. ·
• Ítem 6. Exposición a la violencia en el hogar: Será moderado si solamente
ha presenciado un único acto violento grave en el hogar, como empujones,
patadas o lanzamiento de objetos. ·
• Ítem 7. Historia de maltrato infantil: Será moderado si el maltrato fue
relativamente poco frecuente, sin causar lesiones físicas. ·
• Ítem 8. Delincuencia de los padres o cuidadores: Si ninguno de los padres
del joven tienen antecedentes de conductas delictivas en la edad adulta, será
considerado bajo. Si estos antecedentes son al menos 5 y de naturaleza
poco grave, se considerará moderado y si se trata de conductas graves, se
considerará alto. ·
• Ítem 9. Separación temprana de los padres o cuidadores: Se valorará como
bajo si no hay alteración en la continuidad de los cuidados en la infancia.
Moderado si ha pasado varios periodos en casas de parientes, aunque la
mayor parte del tiempo ha estado con sus cuidadores principales. Se
codificará como alto si la discontinuidad es manifiesta y ha estado en casas
de acogida, centros de protección, teniendo traslados inesperados o
repentinos. ·
• Ítem 10. Bajo rendimiento en la escuela: Se considerará moderado si ha
tenido unas calificaciones notablemente por debajo de la media, pero no
tiene antecedentes de suspender curso.
✓ Ítems sociales/culturales: los 6 ítems sociales/contextuales nos ayudarán a
estudiar la delincuencia entre el grupo de iguales o la habilidad de los padres
para educar. ·

• Ítem 11. Delincuencia en el grupo de iguales: Se considerará bajo si


el joven no se afilia a iguales que comentan actos delictivos.
Moderado si se relaciona regularmente con pares que delinquen, pero
son actos de poca frecuencia o gravedad. Si la afiliación es frecuente
y las acciones son graves, se considerará alto. ·
• Ítem 12. Rechazo del grupo de iguales: Se puntuará bajo si en el
momento actual el joven no es rechazado y tampoco lo ha sido en su
infancia. Si el rechazo no es grave o crónico o si actualmente no es
rechazado (aunque lo fuera en su infancia) se considerará moderado.
·
• Ítem 13. Estrés experimentado e incapacidad para enfrentar
dificultades: Será codificado como bajo si no ha presentado estrés
debido a que no ha sufrido pérdidas importantes y su capacidad para
hacer frente a las dificultades es buena. Si el joven ha manifestado
una pérdida o estrés hace poco, pero se observa que es capaz de
hacer frente a esa pérdida correctamente, se considerará moderado.
Si la pérdida es muy importante, la fuente de estrés es considerable
y se observa que el menor no es capaz de gestionar correctamente
esa perdida, la valoración del ítem será alta. ·
• Ítem 14. Escasa habilidad de los padres para educar: Cuando el joven
está siendo educado por su padre o tutores en una disciplina
consistente, con supervisión e implicación adecuada, se considerará
de riesgo bajo. Sin embargo, si la disciplina a veces es inconsistente
y la supervisión no fiable, estaremos ante un riesgo moderado. Se
considerará de riesgo alto si la disciplina es altamente inconsistente,
siendo o muy permisiva o muy estricta.
• · Ítem 15. Falta de apoyo personal / social de otros adultos: Si no
existe ningún familiar, amigo o cualquier otro adulto que sea capaz, y
tenga voluntad de ayudar y dar apoyo emocional al menor, será
considerado alto. ·
• Ítem 16. Entorno marginal: Si los problemas del barrio o localidad en
la que reside el menor, en relación a las actividades delictivas que se
llevan allí a cabo, son graves, se considerará un riesgo alto.
✓ Ítems individuales: mediante los ítems individuales, 8, analizaremos la
presencia de las actitudes negativas y el bajo nivel de empatía o
remordimiento. ·
• Ítem 17. Actitudes negativas: Se considerará bajo si no muestra
actitudes que apoyen o legitimen la delincuencia o la violencia y/o el
joven tiene la capacidad de generar soluciones no agresivas a
problemas, sin malinterpretar intenciones hostiles o agresivas. Si
estas situaciones se producen solamente en algunos casos y
situaciones, se considerará moderado. En el caso de que el
comportamiento de justificación de la violencia sea constante y grave,
además de mostrar graves dificultades para generar soluciones no
agresivas a sus problemas, terminando en peleas, debido a que tiende
a malinterpretar las intenciones de los demás, se codificará como
riesgo alto. ·
• Ítem 18. Asunción de riesgos / impulsividad: Si tiene pequeños
problemas de asunción de riesgos será moderado, si tiene problemas
serios o importantes, será alto. ·
• Ítem 19. Problemas de consumo de sustancias: Si el joven nunca ha
tenido problemas con el alcohol y las drogas, será un riesgo bajo. Si
de manera esporádica ha consumido, sin problemas de
desadaptación, o si ha tenido problemas en el pasado pero
actualmente no los tiene, será riesgo moderado. Si existe
desadaptación o han existido episodios violentos relacionados con su
consumo de sustancias, el riesgo será alto.
• · Ítem 20. Problemas con el manejo del enfado: Se considerará riesgo
bajo si sabe manejar sus sentimientos de enfado. Si ha tenido alguna
dificultad en manejarlos (gritos, portazos o puñetazos en la mesa) pero
de manera esporádica, se considerará moderado. Sin embargo, si no
logra controlar su enfado en ningún momento, llegando a agredir
gravemente a otra persona o a asustarla seriamente, se considerará
alto. ·
• Ítem 21. Bajo nivel de empatía / remordimiento: Se valorará si el
desarrollo empático es adecuado a su edad. Si lo es, el riesgo será
bajo. Si la discapacidad es moderada, minimizando los efectos
negativos de sus actos o manifestando poca ansiedad tras una mala
conducta o acto violento, será moderado. Si no le afecta la desgracia
de los demás y es indiferente a sus sentimientos, aunque sea él mismo
quien los provoque, será considerado como alto. ·
• Ítem 22. Problemas de concentración / hiperactividad: Se codificará
como alto si no se han observado dificultades de inquietud extrema o
hiperactividad. Si se observan problemas moderados de
concentración o inquietud extrema se codificará como moderado. Si
los problemas observados son graves, se codificará como alto. ·
• Ítem 23. Baja colaboración en las intervenciones: Si se observa una
actitud colaborativa del menor con la intervención, entendiéndola, el
riesgo será bajo. Si no aprecia mucho el valor de la necesidad de la
intervención, pero la lleva a cabo (a pesar de que en algún momento
exprese actitudes negativas), será moderado. Si la actitud hacia la
intervención es negativa totalmente y su comportamiento desafiante
ante ella, el riesgo será alto.
• · Ítem 24. Bajo interés / Compromiso escolar o laboral: Se codificará
como bajo si muestra un interés medio hacia su escuela o trabajo. Si
el interés hacia ellos es bajo, pero igualmente acude a clase o a su
lugar de trabajo, será moderado. Finalmente si no acude a su escuela
o centro de trabajo, mostrando nulo interés, el riesgo será alto.

Seguidamente, veremos que el SAVRY contiene 6 factores de protección que


apoyarán al menor a reducir su riesgo de reincidencia.
✓ Ítems de protección: mediante los factores de protección, 6, analizaremos
las circunstancias que pueden mantener o reforzar la actitud positiva del
menor. ·
• Ítem 1. Implicación prosocial: se codificara como presente si muestra
un comportamiento adecuado con sus iguales y en los entornos donde
se relaciona de manera habitual. En caso de no presentar ese
comportamiento, se codificara como no presente, siempre sin tener en
cuenta el hecho delictivo cometido. ·
• Ítem 2. Apoyo social fuerte: se codificara como presente en caso de
tener una entorno familiar, social, laboral o escolar donde este
acogido, y tengan estos comportamientos adecuados y se muestren
implicados en el proceso de reducción del menor. En caso de no ser
así, se codificara como no presente. ·
• Ítem 3. Fuertes vínculos y lazos con al menos un adulto pro social: se
codificara como presente si muestra al menos esos lazos con un
adulto que muestre ese comportamiento y que permanezca cercano a
él de manera habitual. ·
• Ítem 4. Actitud positiva hacia las intervenciones y la autoridad: se
codificara como presente en caso de mostrar una actitud positiva hacia
las autoridades con las que intervenga, así como con el equipo técnico
encargado del tratamiento.
• Ítem 5. Fuerte compromiso con la escuela o el trabajo: se codificara
como presente si muestra un compromiso no solo de acudir a la
escuela o trabajo, sino de realizar las tareas inherentes a él, así como
de mostrar compromiso hacia su finalización. ·
• Ítem 6. Perseverancia con rasgo de personalidad: se considerara
como presente si muestra una actitud de cambio que se refleje en su
personalidad, realizando los esfuerzos en su mano para poder llevarlo
a cabo.

Como vemos, existen 24+6 factores que debemos estudiar, analizar y completar de
manera codificada, pero no todos estos factores tienen igual peso específico en
todos los adolescentes. Así, debemos observar cuáles de estos factores pueden
resultar críticos para que el joven que se está valorando regrese a cometer nuevos
actos delictivos, o no.

La principal fortaleza de la herramienta de valoración de reincidencia juvenil,


SAVRY, es la posibilidad que nos ofrece a los profesionales de guiarnos para que
podamos tomar decisiones sobre el nivel de riesgo del menor, de manera
documentada, teniendo en consideración aquellos factores más importantes que
avalan las investigaciones, para que estos sean tenidos en cuenta y no sean
omitidos. Es una herramienta perfecta para servir como apoyo al asesoramiento
técnico solicitado por la Fiscalía de Menores en los casos de intervención jurídica,
con el fin de orientar al Fiscal y al Juez de Menores sobre la situación actual del
joven y al medida más adecuada a adoptar. En los menores y jóvenes ya sometidos
a una medida de internamiento o de libertad vigilada, son evaluados al inicio de la
medida para poder elaborar el PIT (Programa Individualizado de Tratamiento), con
una frecuencia de 6 meses con el fin de evaluar la evolución del menor según el
plan de trabajo propuesto, modificándolo si es necesario, así como al final de la
medida. También se utiliza para la evaluación cuando se solicite una modificación
de la medida.

4. MODELO INTEGRADO DE INTERVENCION DIFERENCIADO (MIID)

Instrumento de Origen Canadiense orientado a la evaluación diferencial de


adolescentes que presentan infracción de ley.

La Formulación inicial es realizada por el criminólogo de la Universidad de Montreal


Marcel Fréchette en 1990. Fréchette & LeBlanc (1987). Délinquances et
délinquants. Québec: Gaêtan Morin

En 1995 es revisada por Jean-Pierre Piché (discípulo y continuador de la obra de


Fréchette) quien incorpora un sistema de puntuación definitivo (guía de puntuación
y puntos de corte).

¿Para que se ultilizan?

• Formular objetivos de intervención sobre la base de dichos determinantes.


• Confirmar o contradecir un dg. Establecido previamente.
• Precisar los determinantes del Diagnóstico Diferencial
Se trata de determinar si el adolescente se encuentra orientado o impulsado hacia
la delincuencia y de establecer su grado de compromiso. Si esta orientación es baja,
moderada, alta o consolidada.

Es necesario también precisar y aclarar aquello que aumenta la criminalidad


basándose en los 4 conceptos – referencias y los descriptores.

Modelo Integrado de Intervención Diferenciada Origen

Estudio longitudinal, 470 adolescente, de 13 a 15 años de edad, con uno o más


delitos de diferente índole. Se usa el mismo método en los 2 grupos, desde 1970 a
1990. El modelo se construye a partir de datos empíricos, observando el
comportamiento adolescente. Actualmente el modelo se está revisando en
población Chilena, mediante el FONDEF D08I‐1205, en el marco del cual se
desarrolla la ficha PRIF.

Los componentes del modelo MIID

• Comportamental: Comportamiento delictivo observable. Se revisa la acción


delictiva tanto oficial como la autor reportada
• Social: Se hace un balance total de las experiencias sociales, revisando los
hándicaps acumulados y el deterioro de los vínculos.
• Psicológico: Se analiza la personalidad utilizando como referencias las
carencias manifiestas. Por ejemplo, en el plano interpersonal, desconfianza,
inseguridad; otros aspectos que se observan reiteradamente en
delincuencia: egocentrismo, distanciamiento interpersonal, desconfianza,
indiferencia afectiva falta de sensibilidad, dureza, primitivismo, agresividad y
exceso de castigo.

El MIID presenta un grupo de tipologías

✓ Divergente Esporádico: No estable, delincuencia ocasional; bajo compromiso


delictivo y egodistónico; lo delictivo se asocia a una necesidad específica, y
frecuentemente se observa un entorno negligente, edad inicio 14‐15 años.
✓ Inadecuado Regresivo: Estable, delincuencia egosintónica, de moderado
compromiso delictivo, presentan inmadurez y aislamiento social, edad inicio
9‐10 años.
✓ Conflictuado Explosivo: Estable, elevado compromiso delictivo; sintomático,
de expresión, impulsividad, malestar psicológico, neuroticismo y crisis
familiar, edad inicio 13‐14 años. Estructurado Autónomo
✓ Estructurado Autónomo: Estable, con alto compromiso, delincuencia elegida
como estilo de vida; frialdad afectiva, tradición familiar, edad inicio 6‐7 años.

Familia y tipología delictiva

• Las revisiones llevadas a cabo por Hein, Florenzano y Barrientos reportan la


presencia de factores de riesgo asociados a la familia en las trayectorias de vida
de los adolescentes infractores de ley. Andrews, Bonta y Hoge también
identifican a la familia como un factor de riesgo criminogénico (aunque no dentro
de los principales).

Pérez‐Luco y Zambrano (2004) proponen la construcción de una identidad


delictiva como resultado de un proceso vinculado a un medio social
desventajoso. Pérez‐Luco, Lagos, Rosas y Santibáñez (2005) identifican desde
los adolescentes con problemas de adaptación social y en quienes continúan
trayectorias delictivas como adultos que cuentan con una experiencia previa
conflictiva con la figura paterna, una positiva relación vincular con la madre,
condiciones de pobreza que instan a desertar del sistema escolar para el
sustento familiar. Zambrano (2010) Sugiere relación entre conducta delictiva
persistente y experiencias familiares en contextos de pobreza. En general, no se
conocen estudios acabados que describan las características familiares
específicas de los adolescentes con trayectorias infractoras.
MOLDELO MULTIDIMENSIONAL DE INTERVENCION DIFERENCIADA
(CHILE)

El Modelo Multidimensional de Intervención Diferenciada con Adolescentes


(MMIDA), es un modelo teórico de base empírica de evaluación e intervención,
destinado a trabajar con adolescentes infractores de ley y que fue cons-truido
progresivamente por investigadores de la UFRO sobre la base de la experiencia
acumulada a nivel nacional e internacional por los estudios de los Modelos de
Riesgo, Criminología Evolutiva y la Psicoeducación. Comprende entonces:

Una metodología para la diferenciación del comportamiento delictivo en la


adolescencia, que permite determinar orientaciones de intervención focalizadas
que atienden a las necesidades específicas de cada caso (en principio varones).

Una práctica de trabajo ecosistémica que vincula la intervención directa con los
adolescentes con la implementación de políticas públicas vinculadas a la justicia
juvenil, mediante estrategias de gestión y trabajo en red y de fortalecimiento
comunitario.

Un programa de formación especializada que define competencias necesarias y


diferenciales para los diferentes interventores directos y estrategias para su
formación, evaluación y supervisión.

Se basan en los estudios para la superación de la pobreza (Pérez‐Luco, 1996;


Pérez‐Luco, Alarcón, Zambrano, Oñate, Calfuquir ,2005) y en la propuesta para
evaluar la respuesta al potencial de intervención familiar (Fuentealba, 2011 ),
utilizando el enfoque sistémico relacional, comprendiendo que la evaluación de
la infracción de ley en adolescentes respondería a un comportamiento que tiene
un sentido en la organización y dinámica familiar:

• Tipo I: Mayor potencial de desarrollo, con carencias específicas y con


recursos internos.
• Tipo II: Presentan un bajo potencial de desarrollo y bajo potencial
criminógeno.
• Tipo III: Familias que presentan alto potencial de desarrollo y alto
potencial criminógeno.
• Tipo IV: Presencia de alto potencial criminógeno y bajo potencial de
desarrollo.
CONCLUSIONES Y SUGERENCIAS

• La violencia para ser asumida y aunada a un criterio de valoración de riesgo


o como proceso de desarrollo, para su explicación, atención y/o intervención, debe
ser analizada en su real contexto, vale decir los predisponentes de esta en un
proceso de desarrollo continuo y enfoque estructural adecuado que se valora desde
los criterios de la criminología del desarrollo.

• La adolescencia en si es un factor de riesgo si este no se estructura en su


formación, vale decir el fomentar vinculos saludables del adolescente con su
entorno, contexto social y familiar, que le permitan asumir roles comunicativos y de
interacción desde un enfoque de respeto y sobre todo buscando contexto
prosociales que fomenten actividades educativas y formativas dentro de un proyecto
de vida viable.

• Las estrategias de intervención de poblaciones de adolescentes en conflicto


con la ley penal han ido transitando diferentes formas de enfocar su atención y sobre
todo la explicación a una conducta deficitaria o de trasgresión, buscando con su
intervención según se ha dado ya sea el reeducarlo, resocializarlos o rehabilitarlo.

• El tratamiento diferencial apoyado en los estudios longitudinales, dieron paso


a el planteamiento de un modelo de intervención diferenciada, “no todo cometen
infracciones o delitos por la mismas razones o motivaciones”. Por ello la necesidad
de enfocar su evaluación, e intervención con esta perspectiva y asi sirva de insumo
a los operadores de justicia, jueces para la valoración de la medida y sea más
eficiente el sistema judicial.

• La aplicación de un modelo de intervencio0n con una base teórica sólida ,


nos permite afinar los objetivos de intervención propuestos en los planes de
intervención, siendo la gran dificultad que se avisora la preparación de los
interventores, vale decir los operadores de justicia albergados en los centros
juveniles, quienes deben implementar los presupuestos teóricos en la práctica.
APRECIACION CRÍTICA

Existe consenso respecto a la estrategia para prevenir la violencia juvenil. Se


considera que, junto a otros comportamientos de riesgo, el fortalecimiento de
políticas públicas eficaces y sostenidas representa la mejor alternativa para
promover la calidad de vida, el desarrollo y la inserción social de los adolescentes y
jóvenes (Cortázar, Francke & La Rosa, 1998; Francke, 1998; La Rosa, 1998). Por
lo tanto, es necesario replantear y reformular las estrategias actuales para atender
y prevenir el comportamiento antisocial durante la adolescencia, a la luz de las
evidencias provenientes de la investigación.

La existencia de una trayectoria de iniciación precoz de comportamientos


antisociales, con altos niveles de persistencia y múltiples consecuencias negativas
en la edad adulta, tiene importantes implicancias para el desarrollo de políticas
públicas de prevención del crimen juvenil, así como el tratamiento jurídico y
psicológico por parte de los sistemas de administración de Justicia Penal Juvenil en
nuestras naciones (Morales, 2005).

Aunque el grupo de adolescentes precoces y persistentes corresponde a la minoría


dentro de la población de delincuentes, pareciera generar aproximadamente el 50%
de la totalidad de los delitos denunciados y no denunciados en el mundo (Farrington,
1995; Tracy, Wolfgang & Figlio, 1990). En nuestro medio no existen estudios que
asocien los perfiles de riesgo del comportamiento antisocial adolescente y sus
correlatos criminales en records policiales; debido a ello, no es posible afirmar que
existe la presencia de infractores juveniles persistentes o no persistentes
involucrados en tasas altas o bajas de incidentes violentos.

Pese a la ausencia de registros claros de las características de los infractores


juveniles, la existencia de una población adulta-joven equivalente al 10% del total
de una de las penitenciarías de adultos más grandes del país , que estuvo en algún
momento de su vida en un Centro Juvenil, permitiría sospechar que en nuestro
medio podría estar presente un patrón persistente de comportamiento antisocial que
se remonta a la adolescencia.

Existen algunos esfuerzos de investigación que tienen el propósito de identificar la


existencia de este patrón entre la población de adolescentes en conflicto con la Ley
Penal atendidos por la Gerencia de Centros Juveniles del Poder Judicial, en
Arequipa sobre todo en el SOA Arequipa. De comprobarse la presencia de perfiles
de riesgo de comportamiento antisocial persistente y no persistente, se tendría
evidencia para implementar un sistema de atención y prevención del
comportamiento antisocial entre esta población; podrían considerarse, para ello,
intervenciones focalizadas y especializadas de acuerdo a cada perfil de riesgo. Una
lógica de intervenciones en esta línea representa una adecuada alternativa para los
servicios de atención y prevención de la violencia juvenil por múltiples razones.

En primer término, porque cualquier tipo de intervención psicológica debe estar


basada en algún tipo de evidencia sobre su eficacia, de manera que pueda
prestarse un servicio de atención apropiado que garantice los resultados esperados.
En segundo término, porque los recursos para el financiamiento de los servicios de
atención a esta población no son abundantes y, por lo tanto, existe una
responsabilidad técnica y moral de destinar los fondos disponibles sobre aquellos
programas de intervención que han demostrado algún nivel significativo de
resultados, o que se diseñan sobre la base de algún fundamento teórico pertinente,
y a la vez permiten medir los resultados preestablecidos.

Resulta indispensable destacar que la prevención del comportamiento antisocial


adolescente no debería orientarse exclusivamente hacia la atención y la
rehabilitación del daño una vez producido, es decir, destinar los esfuerzos de
intervención, inclusive aquellos sumamente especializados y demostrados
científicamente como eficaces, cuando la conducta antisocial o el problema de
conducta (su precursor) se han originado y se manifiestan bajo múltiples formas de
funcionamiento personal y en diversos entornos de desarrollo.
De acuerdo a lo anterior se deriva la necesidad de una intervención muy temprana,
idealmente desde el embarazo, promoviendo los determinantes biopsicosociales de
la salud del niño durante su desarrollo temprano. Estas intervenciones buscarían
reducir complicaciones de embarazo y parto, y mejorar las estrategias de crianza,
especialmente durante los primeros años de vida.

Las imágenes observadas documentando el impacto del maltrato y la deprivación


psicoafectiva en las estructuras y fisiología cerebrales durante el periodo en que
estas estructuras están aún en desarrollo (primeros tres años; Teicher, 2002)
sugieren la urgencia de actuar en este sentido. Desafortunadamente, los programas
de prevención existentes se inician en la edad escolar cuando ya el problema de
comportamiento es evidente y, aunque muestran impacto, son programas de muy
alto costo (ver por ejemplo, Conduct Problems Prevention Research Group, 1999).

Existen programas de prevención de la violencia juvenil de éxito científicamente


comprobado como, por ejemplo, el programa reportado por Berrueta-Clement,
Schweinhart, Barnett y Weikart en 1987. Este programa brindó cuidados y una
educación preescolar de alta calidad, que redujo la incidencia de delincuencia
juvenil a la cuarta parte y criminalidad adulta a la cuarta parte, además de logros
muy positivos en escolaridad y empleo, con un balance muy favorable en términos
de costo-beneficio (Karoly, Greenwood, Everingham et al., 1998) que, sin embargo,
no ha sido implementado a gran escala.

En el Perú, la jornada escolar en la escuela pública es corta y muchos adolescentes


carecen de supervisión entre las horas de salida de la escuela y la llegada de los
padres del trabajo, mientras las oportunidades para involucrarse en problemas con
la Ley están siempre presentes.

Para el grupo de adolescentes en riesgo, se piensa que los programas de


prevención deberían crear y mantener permanentemente actividades con
supervisión adulta en donde los adolescentes tengan oportunidad para observar e
interactuar con personas que les sirvan de ejemplo o modelamiento positivo. En
este sentido, no parecen estar mal encaminados aquellos programas como las
casas o clubes juveniles, grupos de teatro y organizaciones deportivas.. Finalmente,
si bien el conocimiento de trayectorias parece complicar el control del problema de
la violencia adolescente y juvenil, también amplía sustancialmente las posibilidades
de su prevención oportuna y eficaz.
GLOSARIO

CRIMINOLOGÍA, para varios autores es una disciplina científica que estudia el fenómeno
social de la desviación, científica porque tiene objeto y métodos de estudio, (una de cuyas
especies es la criminalidad), con el propósito de comprender su significación, su génesis, su
dinámica y la reacción social del grupo frente a ella, desde el punto de vista etimológico
criminología es la disciplina que estudia el delito, pero esta definición según las corrientes
de la nueva criminología es muy escueta, vaga y simplista.

CRIMINALÍSTICA es una disciplina auxiliar del derecho que busca determinar las
situaciones de tiempo modo y lugar en que sucedieron los hechos, intentando descubrir los
partícipes y coparticipes del crimen, a través del análisis de la evidencia física y elementos
materiales probatorios.

DELINCUENCIA COMUN; No se asocia a una trayectoria delictiva, es episódica sin


persistencia en el tiempo.

DELINCUENCIA PERSISTENTE, asociada a una trayectoria delictiva cuyas implicancias


lo involucran en una o varias infracciones o delitos en su proceso de vida.

INVESTIGACIÓN CRIMINAL la investigación criminal, es la forma como un estado asume


las averiguaciones e indagaciones sobre la comisión de los delitos “apoyo a la carga
probatoria”, regularmente se apoya en las ciencias forense, en el sistema penal, el sistema
procesal penal, las pesquisas o actuaciones de policía judicial, la estadística criminal la
criminalística de campo, de laboratorio, y de la criminología.

CONDUCTA modo de proceder de una persona, de cómo ésta erige su vida y sus acciones.

CONDUCTA DE RIESGO, factor predisponente en la conducta criminal, asociado a


situaciones de vulnerabilidad
CONTROL SOCIAL, normas que vinculan a las personas a desempeñarse, buscando
adaptarse a sus circunstancias de vida, sin transgredir las leyes que regulan la sociedad.

FACTORES CRIMINOGENOS, aspecto que está establecido por sus procesos dinámicos o
estáticos en su desarrollo.

INFRACTOR, persona menor de edad en conflicto con la ley y sujeto de medida


sancionadora por su acto trasgresor a la ley.

MODELO DE INTERVENCION Conceptualización teórica explicativa del comportamiento


delictivo y sobre el cual se perfila una estrategia de atención interdisciplinaria a este supuesto.

OPERADOR DE JUSTICIA. Personas que están involucradas en el proceso sancionador y


de intervención de las personas que se ven inmersos en procesos judiciales.

PERSONALIDAD es la diferencia individual que constituye a cada persona y que la


distingue de otras, entendiendo que jurídicamente la personalidad es la aptitud que hace a
una persona ser sujeto de derechos.

RIESGO, valoración de predisponentes que sitúan a una persona en una situación propensa
a ser afectada o ser susceptible de daño

SISTEMA DE REINSERCION SOCIAL, referido al modo de intervención y tratamiento de


los menores de edad que cumplen medidas sancionadoras en los centros juveniles.

TIPOLOGIAS, Valoraciones de trayectorias delictivas de perdonas con conducta delictiva


de tipo persistente

TRASTORNO acciones manifestaciones sentimientos y maneras de pensar que en exceso


hacen que la persona que los exterioriza entre en conflicto con los demás, el manual
diagnóstico de la personalidad ofrece una gama de trastornos del ser humano.

TRAYECTORIA DELICTIVA. Tiempo y tipo de conducta delictiva de una persona en su


proceso de vida, desde su inicio en conducta delictiva a la fecha de su valoración conductual.

PSICOLOGÍA ciencia que trata la actividad mental o procesos mentales de los individuos
VALORACION DE RIESGO Capacidad para evaluar hechos y extraer conclusiones a partir
de indicios mediante la utilización de métodos de análisis psicológico clínico y jurídico.
BIBLIOGRAFIA

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• PDF. Violencia Juvenil y Construcción de Identidades, Universidad Nacional de La
Seguridad, 2011
• http://www.cedro.org.pe/cursoonline20134/descargas/Modulo_2.pdf Conductas
de Riesgo.
• http://crimina.es/crimipedia/wp-content/uploads/2015/07/SAVRY.pdf SAVRY
• MIID http://www.pazciudadana.cl/wp-content/uploads/2013/08/Loreto-
Burgos.pdf
INDICE

RESUMEN

INTRODUCCION

CAPITULO I

1.- DEFINICION DE VIOLENCIA

a. Definición de Violencia y su Contexto

b. Violencia Interpersonal

c. Violencia Colectiva

2.- DELINCUENCIA JUVENIL ASPECTOS CONCEPTUALES

3.- TIPOS DE VIOLENCIA

a. Violencia con sentido defensivo y de intimidación

b. Violencia filial

c. Violencia instrumental

d. Violencia expresiva

4.- CAUSAS DE LA VIOLENCIA

a. Causas

b. El joven no es emisor de violencia, es el receptor.

c. El ser humano no nace violento (se aprende).


CAPITULO II

1- VIOLENCIA Y LA ADOLESCENCIA

2- ETIOLOGIA DE LA DELINCUENCIA JUVENIL

3- CARACTERISTICAS SOCIODEMOGRAFICAS DEL INFRACTOR.

a. Relaciones entre pares

b. Relaciones familiares

c. Características de su contacto con el sistema

4- CARACTERISTICAS DEL DESARROLLO ADOLESCENCIAL Y DELITO.

a. Los delitos constituyen reacciones a vivencias individuales de estrés y tensión

b. La implicación en actividades delictivas es el resultado de la ruptura de los vínculos


sociales

c. El inicio y mantenimiento de la carrera delictiva se relacionan con el desarrollo del


individuo, especialmente en la infancia y la adolescencia.

CAPITULO III

1.- ESTUDIO SOBRE CARRERAS DELICTIVAS Y CRIMINOLOGIA DEL


DESARROLLO.

2.- TEORÍAS y MODELOS EXPLICATIVOS

a. La teoría cognitivo social aplicada a la conducta delictiva

b. La teoría del aprendizaje social de la conducta delictiva de Akers

c. La teoría de la asociación diferencial de Sutherland y Cressey

d. La teoría del auto-control de Gottfredson y Hirschi

e. Modelo de coerción de Patterson


f. . El modelo integrador de Elliot

3.- COMPORAMIENTO ANTISOCIAL DURANTE LA ADOLESCENCIA

a. Según el patrón de agresión: agresión reactiva vs. Proactiva

b. Según la edad de iniciación y persistencia: precoces vs. Tardíos

4. EL ESTUDIO LONGITUDINAL “Cambridge” de West y Farrington

CAPITULO IV

MANTENIMIENTO DE LA CONDUCTA DELICTIVA

1. PERSISTENCIA Y REINCIDENCIA: LA PREDICCIÓN DE LOS


DELINCUENTES CRÓNICOS O PERSISTENTES

- Predictores de la delincuencia persistente

2. MODELO INTEGRADOR DE ANDREWS Y BONTA

3. MODELO DE WALTERS DE ESTILO DE VIDA CRIMINAL

4. CONDUCTAS DE RIESGO

- Los factores de riesgo que influyen en el contexto de inadaptación y de delincuencia.

a. Violencia

b. Conductas Delictivas y Pandillaje.

c. Consumo de Sustancias Psicoactivas.

d. Desórdenes Alimenticios

e. Conducta Sexual Arriesgada

f. Deserción Escolar

g. Suicidio
CAPITULO V

SISTEMAS DE INTERVENCION

1. SISTEMA DE REINSERCION SOCIAL DEL ADOLESCENTE EN CONFLICTO


CON LA LEY PENAL

a. Medio Abierto

b. Medio Cerrado

2. Sanción al adolescente infractor de la ley penal

a. Socioeducativas

b. Mandatos y prohibiciones

c. Privativas de la libertad

3. EVALUACION DE CONDUCTAS DE RIESGO - SAVRY

4. MODELO INTEGRADO DE INTERVENCION DIFERENCIADO (MIID)

5. MODELO MULTIDIMENSIONAL DE INTERVENCION DIFERENCIADA

CONCLSUIONES Y SUGERENCIAS

APRECIACION CRÍTICA

GLOSARIO DE TERMINOS

BIBLIOGRAFIA

INDICE

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