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Violencia Juvenil Real PDF
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RESUMEN
Aunque estas conductas son diferentes, suelen estar asociadas, pudiendo darse,
por tanto, de forma conjunta. Eso sí, todas conllevan de base el infringir reglas y
expectativas sociales y son conductas contra el entorno, incluyendo propiedades y
personas (Kazdin y Buela-Casal, 2002).
Para Loeber (1990), la llamada conducta problemática haría más bien referencia a
pautas persistentes de conducta emocional negativa en niños, tales como un
temperamento difícil, conductas oposicionistas o rabietas. Pero no hay que olvidar
que muchas de estas conductas antisociales surgen de alguna manera durante el
curso del desarrollo normal, siendo algo relativamente común y que, a su vez, van
disminuyendo cuando el niño/a va madurando, variando en función de su edad y
sexo. Típicamente, las conductas problemáticas persistentes en niños pueden
provocar síntomas como impaciencia, enfado, o incluso respuestas de evitación en
sus cuidadores o compañeros y amigos. Esta situación puede dar lugar a problemas
de conducta, que refleja el término paralelo al diagnóstico psiquiátrico de “trastorno
de conducta” y cuya sintomatología esencial consiste en un patrón persistente de
conducta en el que se violan los derechos básicos de los demás y las normas
sociales apropiadas a la edad (APA, 2002).
Además, los niños por debajo de la edad de responsabilidad penal participan en una
conducta antisocial por la que no pueden ser procesados. Para entender los
orígenes de la delincuencia es crucial, por tanto, que se considere la conducta
antisocial que está fuera del ámbito de la ley y también los actos ilegales que no
tienen como consecuencia un procedimiento legal, además de los que sí la tienen.
Zubillaga et al. 2008, a partir de un estudio de historias de vida con jóvenes varones
de vida violenta en Caracas, proponen una clasificación de las violencias que toma
como centro las vivencias que se experimentan como agudas amenazas que
atentan de modo intenso contra la integridad y dignidad personal del joven:
a. Causas
En relación, los niños viven en lugares donde son agresivas, inhumanas, el rey de
esa selva es el vehículo a motor, se generan miedos, el niño tiene que ser visto en
todo momento o puede ser atacado por un pederasta, un psicópata, un
secuestrador, un drogadicto, esta constante alarma social, hace que sean recluidos
en sus cuartos ante una pantalla de T.V., ordenador, video-juego. En todo caso hay
más violencia latente que real y más psíquica que física. Respecto a los medios de
comunicación y primordialmente a la televisión, es incuestionable que la «cascada»
de actos violentos, muchas veces sexuales, difuminan la gravedad de los hechos.
b) El joven no es emisor de violencia, es el receptor.
Existen niños que por causas sociales (anomia, cristalización de clase, etiquetaje,
presión de grupo, profecía autocumplida), conforman una personalidad patológica,
pero la etiología está muy lejos de ser cromosómica, lombrosiana
Cuando se detiene a un violador, mucha gente expresa: ¡No tiene cara de violador!
Fracasamos (a veces) en el proceso de educación, de socialización, en el proceso
por el que nace y se desarrolla la personalidad individual en relación con el medio
social que le es transmitido, que conlleva la transacción con los demás. Se forma
una personalidad dura que puede llegar a la deshumanización, es el etiquetado
psicópata (caso de Javier Rosado –Juego del rol–).
1. VIOLENCIA Y LA ADOLESCENCIA
Las o los jóvenes violentos tienen edades comprendidas entre los 15 y 25 años y
constituyen el 80% de los victimarios y un tanto por ciento similar de las víctimas:
En casi todos los casos las víctimas preferenciales de la violencia son los jóvenes
que pertenecen a las clases populares. Exceptuando los casos de víctimas de
“asalto/ hurto” y de las víctimas de “violencia en el tránsito” que son los que más
concentran víctimas entre los jóvenes de las clases dominantes, los otros tipos de
violencia siempre presentan, tanto para hombres como para mujeres, una cantidad
mayor de víctimas entre las clases populares.
Hay que señalar que los hombres están siendo, proporcionalmente, los más
afectados por la violencia (Barreira 2009).
Las formas en como generan violencia los adolescentes con este tipo de conductas
son en variedad de modalidades se podría decir:
2.- Etiología de la delincuencia juvenil: Los factores asociados
Angenent y De Mann (1996) definen la conducta antisocial de tipo delincuencial en
jóvenes como aquellas actividades que en términos de las normas y costumbres se
consideran indeseables o incluso inaceptables. Las formas más graves se llaman
trastornos de conducta, por lo que los autores concluyen que la delincuencia
juvenil es un trastorno del comportamiento penado por la ley.
En lo concerniente a factores externos asociados al comportamiento antisocial en
adolescentes, se ha aludido con frecuencia a los valores de la comunidad o del
entorno del mesosistema (Bronfenbrenner, 1999). Asimismo, el tipo de vecindario
en que viven los adolescentes desde temprana infancia y el estrato socioeconómico
de procedencia son buenos predictores del comportamiento antisocial (Frías-
Armenta et al., 2003). Entre los factores interpersonales debemos mencionar tres
especialmente importantes: familia, escuela y grupos de pares.
Con respecto a la familia, se han identificado factores estructurales como el tamaño
de la familia, el trabajo de las madres, el orden de nacimiento de los hijos y la
ausencia de uno de los progenitores (especialmente la figura paterna).
Posteriormente se prestó mayor atención a factores dinámicos tales como el clima
familiar, la calidad de las relaciones vinculares, el apego del adolescente hacia sus
padres, la comunicación intrafamiliar, los estilos de crianza y la disciplina del hogar.
La supervisión y el monitoreo de los padres parece ser un factor muy significativo,
especialmente en el caso de los adolescentes varones (Angenent & De Mann,
1996). Asimismo, Farrington et al. (2001) encuentran una alta concentración de
delincuentes en las familias, por ejemplo, el arresto de un familiar, particularmente
del padre o de alguno de la misma generación, incrementa la probabilidad de que
algún miembro de la familia de la siguiente generación (hijos, sobrinos, nietos) sea
delincuente.
Acerca de la escuela, las experiencias de fracaso escolar constituyen con frecuencia
un factor de riesgo mientras que el logro escolar representa un factor protector.
También resultan importantes la actitud del adolescente hacia la escuela –es decir,
si la considera un espacio placentero y útil para su desarrollo personal y el
compromiso con las metas de aprendizaje. En cuanto al grupo de pares, frecuentar
amigos que son delincuentes, portan armas (blancas o de fuego) o consumen
drogas, constituyen un buen predictor de la delincuencia juvenil (Seydlitz & Jenkins,
1998). Al respecto, Killias y Ribeaud (1999), en un estudio realizado en 12 países
de Europa y Estados Unidos, encuentran una alta relación entre el consumo de
drogas y los delitos contra la propiedad y el tráfico de drogas, aunque esto por sí
solo no predice la delincuencia entre adolescentes.
Con respecto a los factores internos o intrapersonales, además de la edad, el
género y las experiencias normativas de vida, se encuentran los aspectos
biológicos, cognitivos y afectivos. Los factores biológicos incluyen la herencia,
especialmente en los casos en que existe algún trastorno de personalidad asociado.
También ha sido estudiado el efecto de las hormonas –principalmente los efectos
de la testosterona- durante las etapas pre natal y puberal, así como los efectos de
los bajos niveles de serotonina en el cerebro.
Henry y Moffitt (1992), utilizando técnicas de neuroimagen, encontraron correlatos
neurológicos de deficiencias ejecutivas en muestras de adolescentes delincuentes
precoces. Éstas incluyeron déficits en habilidades neuropsicológicas como
comprensión verbal, atención, concentración, formación de conceptos, abstracción,
anticipación y planificación. Del mismo modo, un bajo nivel intelectual parece
contribuir al riesgo de cometer delitos.
En lo que respecta a los factores afectivos, se ha estudiado de manera especial la
relación existente entre psicopatología y delito.
La asociación más evidente tiene que ver con el trastorno antisocial de la
personalidad y sus precursores en la infancia: trastorno de déficit de atención por
hiperactividad, trastorno oposicionista y trastorno de conducta (Lahey & Loeber,
1992). Asimismo, han sido identificados algunos rasgos de personalidad frecuentes
entre infractores como son la impulsividad, dificultad para postergar la gratificación,
autoconcepto disminuido, falta de habilidades sociales, bajo nivel de empatía y poca
capacidad para sentir culpa (Blackburn, 1995).
De acuerdo con la clasificación de Lykken (2000), en el espectro del delito
perpetrado por adolescentes, un grupo de adolescentes infractores y delincuentes
juveniles delinquen como consecuencia de tres factores predisponentes que
pueden constituirse progresivamente en un patrón de comportamiento antisocial:
1. Intensificación de las transformaciones psicológicas propias del periodo evolutivo
adolescente.
2. Exposición temprana a una socialización deficiente como consecuencia de una
práctica familiar negligente y composición familiar insuficiente, lo cual daría origen
a la Sociopatía.
3. Presencia de rasgos temperamentales elevados como la búsqueda de
sensaciones, la impulsividad y la ausencia de miedo, que desencadenarían la
Psicopatía.
Como se ha podido revisar hasta el momento, las características individuales y del
entorno resultan importantes predictores de la delincuencia juvenil. Sin embargo,
pese a existir consenso respecto a una participación simultánea entre variables
externas e internas, son estas últimas las que generan mayor controversia. Al
respecto, Quay (1987) indica que en casi la mayor parte de los casos, los delitos
violentos y el crimen se asocian más con factores internos y con una mayor
perturbación psicológica en comparación con delitos cometidos por adolescentes
que constituyen faltas menores hacia la autoridad parental y no parental.
En todo caso, un patrón persistente de episodios de delitos perpetrados antes y
durante la adolescencia constituye el mejor criterio predictivo para clasificar entre
grupos de adolescentes en riesgo de convertirse en futuros delincuentes adultos, y
adolescentes que experimentan una intensificación de algunas de las
características de su personalidad durante este periodo evolutivo.
Al respecto, es importante indicar que, en ambos grupos de adolescentes, aquello
que llamamos “delito” representa un espectro de comportamientos antisociales que
están tipificados penalmente por la legislación judicial penal de un país (Tiffer,
2003). En ese sentido, existen formas de violencia ejercidas por adolescentes y
jóvenes que no están tipificadas como delitos (Howe, 1997). Del mismo modo,
existen determinados tipos de delitos que no son violentos en su perpetración (como
sustraer dinero o tarjetas bancarias de otras personas sin que éstas lo sepan), pese
a que podríamos decir que todo delito “en sí mismo”, es un tipo de violencia contra
las personas (Quay, 1987).
Por otro lado, no podemos considerar el problema de la violencia adolescente y
juvenil como un fenómeno aislado de otros comportamientos problemáticos y de
otros factores de riesgo psicosocial (Caspi, Henry, McGee, Moffitt & Silva, 1995;
Henry, Caspi, Moffitt, Harrington & Silva, 1999; Henry, Feehan, McGee, Stanton,
Moffitt & Silva, 1993; Killias & Ribeaud, 1999; Moffitt, 1993a; OMS, 2003).
Al respecto, la investigación ha demostrado que no todos los adolescentes y jóvenes
violentos son iguales. Existen adolescentes y jóvenes violentos que, pese a su
funcionamiento psicológico violento, no comenten delitos a pesar de estar
expuestos al riesgo de perpetrarlos (Lykken, 2000). Contrariamente, existen
adolescentes y jóvenes que han cometido delitos sin que necesariamente presenten
este tipo de funcionamiento psicológico (Iza, 2002; Moffitt, 1993ª, 1993b).
Los adolescentes y jóvenes violentos tienden a cometer una variedad de delitos,
además de presentar adicionalmente una variedad de problemas conductuales
asociados a su comportamiento delictivo; entre ellos se encuentran un alto
ausentismo o deserción escolar, abuso de sustancias psicoactivas, características
personales tales como impulsividad y oposicionismo intensificadas, mentiras
compulsivas, y altas tasas de enfermedades de transmisión sexual (Caspi, Moffitt,
Silva, Stouthamer-Loeber, Schmutte & Krueger, 1994; Jaffee, Moffitt, Caspi, Taylor
& Arseneault, 2002; Koenen, Moffitt, Caspi, Taylor & Purcell, 2003; Krueger,
Schmutte, Caspi, Moffitt, Campbell & Silva, 1994).
No obstante, es importante destacar que no todos los adolescentes y jóvenes con
la totalidad o alguno de los problemas conductuales mencionados serán
necesariamente violentos o delincuentes; asimismo, no todos los adolescentes y
jóvenes delincuentes presentan consistentemente estos problemas (Broidy, Nagin,
Tremblay, Brame, Dodge, Fergusson, Horwood, Loeber, Laird, Lynam & Moffitt,
2003; Iza, 2002; Morales, 2004).
Sin embargo, aquellos adolescentes y jóvenes que desde la niñez y la pubertad han
sido expuestos a una serie de desventajas a lo largo de su desarrollo tales como
cuidados negligentes, pobre estimulación temprana (Henry, Moffitt, Robins, Earls &
Silva, 1993), aprovisionamiento insuficiente, y que además reúnen una serie de
déficits neuropsicológicos verbales y ejecutivos, acompañados de desórdenes
severos del desarrollo, como déficit atencional e hiperactividad (Henry, Caspi, Moffitt
& Silva, 1996), tienen mayor probabilidad de desarrollar un patrón de conducta
antisocial persistente a lo largo del ciclo de vida (Baltes, Lindenberger & Staudinger,
1997; Caspi, McClay, Moffitt, Mill, Martin, Craig, Taylor & Poulton, 2002; Caspi &
Roberts, 2001; Lahey & Loeber, 1992; OMS, 2003).
Al respecto, debe señalarse que no ocurre lo mismo con sus pares adolescentes,
que de modo casi independiente de los entornos criminógenos en que se hayan
desarrollado (Bronfenbrenner, 1999; Bronfenbrenner & Ceci, 1994; Bronfenbrenner
& Morris 1997), no presentan las mismas características de desventaja personal
y no presentan, por tanto, el mismo patrón de conducta (Moffitt, 1993a, 1996).
Si este último grupo de adolescentes cometiera algún tipo de delito, su conducta
antisocial tendría que ser explicada directa y principalmente por los efectos de los
entornos ambientales en los que interactúan (Frías-Armenta, López- Escobar &
Díaz-Méndez, 2003) y por los procesos de socialización negligentes sobre los que
se han desarrollado (Blunt, Bugental & Goodnow, 1997); no necesariamente por
variables individuales. Ello permite indicar que dicho comportamiento antisocial-
delictivo se presenta de manera limitada al periodo de la adolescencia (Moffitt,
1993b, 2001, 2002).
Entre los factores de vulnerabilidad identificados más importantes, la investigación
ha demostrado que los adolescentes de género masculino tienen una mayor
probabilidad de pertenecer al grupo de adolescentes que muestra comportamiento
antisocial persistente a lo largo de la vida, en comparación con sus respectivos
pares femeninos (Magdol, Moffitt, Caspi, Newman, Fagan & Silva, 1997; Moffitt,
Caspi, Rutter & Silva, 2001).
Otro importante grupo de factores de riesgo identificados en esta población lo
constituye su asociación con otros tipos de violencia.
Presenciar actos violentos en el hogar o sufrir abuso físico o sexual puede
condicionar a los niños y adolescentes a considerar la agresión como un medio
aceptable para resolver problemas o interactuar con los demás (Jaffee, Moffitt,
Caspi, Taylor & Arseneault, 2002; Koenen, Moffitt, Caspi, Taylor & Purcell, 2003;
OMS, 2003).
Del mismo modo, la exposición prolongada a conflictos armados como el terrorismo
también puede contribuir a sostener una cultura del terror que haga más fácil la
aparición de adolescentes y jóvenes violentos (Bandura, 1977). En ese sentido, la
comprensión de los factores que incrementan el riesgo de que los adolescentes y
jóvenes se conviertan en víctimas y perpetradores de actos violentos, como delitos
y crímenes, es esencial para formular políticas y programas eficaces de prevención
de la violencia adolescente y juvenil (OMS, 2003; Peñaherrera, 1998).
Cabe mencionar que el delito no es un constructo psicológico sino una categoría
jurídico-legal bajo la cual no es posible agrupar a todos los delincuentes existentes,
pues éstos son muy diferentes entre sí, y el único elemento común a todos ellos es
la conducta o el acto mismo de delinquir. Este acto reúne un conjunto de variables
psicológicas organizadas consistentemente, configurando un patrón de conducta al
cual los psicólogos denominan comportamiento antisocial (Farrington, 1983; Iza,
2002).
En este sentido, es preciso indicar que las correspondencias entre los dominios del
delito y del comportamiento antisocial son unidireccionales, es decir, todo delito
representa un tipo de comportamiento antisocial (Blackburn, 1995), pero no todo
comportamiento antisocial constituye un delito, en tanto no haya sido tipificado
como tal en la legislación penal de una Nación (Iza, 2002).
Por lo que debe señalarse que en la legislación penal peruana, los adolescentes
que delinquen no son llamados delincuentes, sino infractores. La razón obedece a
que la trasgresión a la Ley Penal por parte de un adolescente en el Perú es
considerada una infracción a la Ley.
Etiología de la delincuencia juvenil II: las trayectorias del desarrollo En el campo de
la violencia y la criminalidad, el término trayectoria se ha utilizado para referirse a la
evolución o curso de un comportamiento cuando no se recibe tratamiento o
intervención alguna. En la salud pública se emplea el término “historia natural de
una enfermedad” para referirse a esta idea.
Estudiar la violencia criminal como la posibilidad de una trayectoria en el
comportamiento delincuencial es un paso muy importante para el entendimiento del
problema y el diseño de políticas públicas de prevención de la violencia criminal
focalizada especialmente en población joven. Implica que se está considerando que
la violencia y el crimen no son sólo producto de las circunstancias del momento
como la falta de vigilancia, un conflicto interpersonal, el consumo abusivo de alcohol,
o la tenencia de armas, sino también producto de una historia personal del
neurodesarrollo social. Por qué y cuándo se inicia, cuáles son los signos tempranos
y cómo evoluciona, son elementos indispensables para pensar en prevenir o
interrumpir esta historia.
Asimismo, es importante saber si existe más de una trayectoria, pues ello podría
implicar la existencia de diferentes tipos del problema con distintas causas, cursos
y pronósticos; y consecuentemente, diferentes formas de prevenir o de tratar.
Muchas de las teorías predominantes al interior de la Criminología moderna tienden
a englobar a la población de violentos o de infractores como si fuera una población
homogénea, explicando las diferencias en la edad de aparición, persistencia o
severidad del crimen como distintos niveles del mismo problema (Bandura, 1973;
Gottfredson & Hirschi, 1990; Sutherland & Cressey, 1999). A continuación
revisaremos algunas de las más importantes contribuciones al respecto.
a) Diversas fuentes de tensión pueden afectar al individuo, entre las que destacan
la imposibilidad de lograr objetivos sociales positivos, ser privado de gratificaciones
que posee o espera, y ser sometido a situaciones aversivas ineludibles.
b) Como resultado de las anteriores tensiones, se generarían en el sujeto
emociones negativas que como la ira energizan su conducta en dirección a corregir
la situación.
En las tres trayectorias, los comportamientos más serios son precedidos por otros
menos graves.
Un primer camino, denominado abierto o público, se inicia con una agresión menor
(molestar o amedrentar a otros), seguido por participar en peleas con
enfrentamientos físicos y verbales, terminando en delitos violentos.
Un segundo camino es denominado vía encubierta y se inicia con comportamientos
encubiertos menores como decir mentiras, robar pertenencias de otros u objetos en
venta de las tiendas, progresa a daños a la propiedad, y termina en delitos menores
a serios como fraude, robo y asalto.
El tercer camino se inicia a través del comportamiento desafiante y oposicionista,
progresa a desobediencia y termina en desacatamiento de normas de
funcionamiento familiar y social, como escaparse de la casa o la escuela, o
permanecer fuera del hogar por muchas horas y hasta tarde.
Soporte empírico adicional para este modelo surge de los análisis de los datos de
la National Youth Survey (una encuesta nacional tomada a una muestra aleatoria
de jóvenes de ambos sexos entre 12 y 17 años de edad en los EE.UU.) y del
Chicago Youth Development Study (un estudio de seguimiento de niños de quinto y
séptimo grado de escuelas públicas en la ciudad de Chicago).
En esta prueba del modelo, el 84% de los delincuentes cumplieron los pasos o
caminos propuestos por Loeber et al. (Tolan & Gorman-Smith, 1998). Este
porcentaje fue mayor cuando se limitó el análisis al subgrupo de delincuentes más
serios o violentos.
a. Según el patrón de agresión: agresión reactiva vs. proactiva
Dodge (1991) ha propuesto la existencia de dos tipos de conductas agresivas: una
agresión reactiva y otra proactiva, aunque es frecuente observar los dos tipos en un
mismo individuo. La primera es un tipo de agresión que se produce en reacción a la
provocación, de allí el nombre de reactiva.
Teóricamente, estas personas no iniciarían peleas pero serían muy sensibles a
cierto tipo de estímulos (cuestionamientos a su identidad o poder, ofensas a la
autoestima) y reaccionan con ira en forma descontrolada y desproporcionada. En
cambio, la agresión proactiva se utiliza para obtener algún bien o beneficio (objetos
o dominación de otro, por lo que tiene un carácter eminentemente Comportamiento
antisocial durante la adolescencia instrumental) y suele carecer de manifestaciones
de afecto (se trata de una acción fría y calculada).
Los dos tipos de agresión corresponden a diferentes estructuras, conexiones,
circuitos y sistemas de neurotransmisión a nivel cerebral (según lo observado en
modelos animales), diferentes procesos cognoscitivos, y probablemente diferentes
etiologías.
Dodge (1991) propuso, a manera de hipótesis, que la agresión reactiva podría ser
el resultado de experiencias en la infancia y la niñez que disminuyen la sensación
de seguridad y elevan los niveles de estrés como, por ejemplo, la pérdida de un ser
querido y las amenazas crónicas (el maltrato y el abuso durante la niñez o el ser
testigo de violencia), especialmente cuando son impredecibles.
En cambio, la agresión proactiva podría ser el resultado de una alta exposición y
valoración de respuestas agresivas (en la familia, la comunidad o la televisión) y
una falta de exposición a comportamientos prosociales (modelos de conducta
socialmente adecuados).
La investigación empírica sobre estos dos patrones conductuales de agresión es
limitada. Sin embargo, se ha encontrado que la agresión reactiva se asocia más
frecuentemente con antecedentes de maltrato y estrategias disciplinarias severas y
aparece a más temprana edad (alrededor de los 4 años de edad).
Los niños con este patrón de agresión manifiestan hipersensibilidad y tendencia a
malinterpretar signos sociales, generan rechazo entre sus pares y maestros (Dodge,
Lockman, Harnish, Bates & Pettit, 1997), y tienen mayor riesgo de agredir a su
pareja (Brengden, Vitaro, Tremblay & Lavoie, 2001).
Por el contrario, la agresión proactiva aparece alrededor de los 6 años de edad
(Dodge et al., 1997) y predice conductas delincuenciales durante la adolescencia
(Brengden et al., 2001; Vitaro, Gendreau, Tremblay & Oligny, 1998), explicadas
especialmente por los efectos del aprendizaje social durante la socialización
infantil.
Establecer las diferencias entre estos dos tipos de agresión y sus factores
determinantes tiene importantes implicancias para la prevención y el control de la
violencia y la criminalidad. Primero, porque es muy probable que ciertos programas
tengan mejores resultados con algún tipo de agresión que con otro. En segundo
lugar, porque conociendo los factores determinantes de cada tipo de agresión, es
posible diseñar programas de prevención primaria.
Por ejemplo, ciertos factores como el alcohol y el estrés podrían ser más
importantes para los reactivos que para los proactivos. La evolución de cada tipo de
agresión nos podría también orientar sobre los momentos apropiados de la
intervención.
b. Según la edad de iniciación y persistencia: precoces vs. tardíos
En una publicación de 1989, Patterson, DeBaryshe y Ramsey plantearon la
existencia de al menos dos caminos a la delincuencia o criminalidad: uno de
iniciación en la edad escolar y otro de inicio en la adolescencia. Según estos
autores, unas prácticas de crianza inapropiadas serían el factor que conduciría a la
aparición del problema en ambos casos.
En este mismo sentido, Moffitt (1993a) también propuso la existencia de dos grupos
de adolescentes antisociales:
1) limitados a la adolescencia (adolescence-limited) y
2) persistentes a través de la vida (life-course-persistent).
Según sus investigaciones, estos últimos, correspondientes a la minoría dentro de
la población de delincuentes, se caracterizan por la aparición temprana (incluso
desde la edad preescolar) y persistente de un conjunto de problemas de
comportamiento que irían escalando en frecuencia y severidad y, si bien cambian
en sus manifestaciones según la edad, correspondía al mismo tipo de problema
(continuidad heterotípica). Por ejemplo, la agresión en la edad preescolar podría
manifestarse como rabietas, en la edad escolar como destructividad y agresión
hacia otros en la adolescencia.
Por el contrario, Moffitt (1993a) postula que los autolimitados a la adolescencia
corresponden a la gran mayoría de jóvenes que alguna vez se han involucrado en
actividades delincuenciales y se distinguen porque carecen de problemas de
conducta notorios durante su niñez.
La confluencia de estos dos grupos explicaría por qué se observan tasas de
participación en delincuencia y violencia especialmente altas durante la
adolescencia. La desaparición del grupo de autolimitados explicaría el descenso
que se observa en estas tasas luego de la adolescencia. El soporte empírico para
esta taxonomía es aún incipiente pero persuasivo (Bartusch, Lynam, Moffitt & Silva,
1997; Chung, Hill, Hawkins, Gilchrist & Nagin, 2002; Moffitt, 1993a; Moffitt & Caspi,
2001; Moffitt, Caspi, Harrington & Milne, 2002; Nagin, Farrington & Moffitt, 1995;
Simons, Wu, Conger & Lorenz, 1994; Tolan & Thomas, 1995; Vitelli, 1997).
Los estudios mencionados incluyen poblaciones de Canadá, Inglaterra, Nueva
Zelanda, Suecia y EE.UU. También existen estudios colombianos demostrando la
existencia de estos dos grupos aunque aún restringidos a población de delincuentes
adultos (Klevens, Restrepo, Roca & Martínez, 2000; Klevens & Roca, 1999). Estos
dos caminos parecen ser similares entre hombres y mujeres (Moffitt & Caspi, 2001),
aunque algunos estudios son consistentes en señalar un mejor ajuste del modelo a
muestras de adolescentes varones.
Además de la diferencia en la edad de inicio del comportamiento antisocial, se
encuentran diferencias en sus factores determinantes.
Los factores asociados al camino precoz y persistente son múltiples e incluyen:
problemas neurocognitivos (hiperactividad, problemas de atención, impulsividad,
bajo nivel de habilidades verbales), rasgos de personalidad (temperamento difícil,
reactividad emocional negativa, tendencia a ser temerario y a buscar lo novedoso),
prácticas de crianza inapropiadas (estrategias disciplinarias agresivas e
inconsistentes, carencia de interacción interpersonal positiva, falta de supervisión)
y conflicto familiar (Bartusch et al., 1997; Klevens, Restrepo, Roca & Martínez, 2000;
Moffitt et al., 2001; Moffitt, Caspi, Harrington & Milne, 2002; Simonset al., 1994).
En contraste, el grupo de inicio tardío tiene pocos factores de riesgo, es decir, es
bastante parecido a la población de jóvenes que no se involucra en hechos
delictivos excepto por dos características:
mayor frecuencia de interrupciones en la supervisión adulta y
mayor tiempo de exposición a pares antisociales
(Bartusch et al., 1997; Klevens et al., 2000; Patterson & Yoerger,
1997; Simons et al., 1994).
Los dos grupos difieren también en su pronóstico. Para los precoces y persistentes,
el pronóstico es bastante reservado. Ademásde los riesgos de criminalidad y
violencia, tienen mayores probabilidades de fracaso y deserción escolar, consumo
temprano y excesivo de alcohol y drogas, precocidad y promiscuidad sexual,
infracción de normas de tránsito, inestabilidad laboral y afectiva, y violencia
doméstica (Farrington, 1995; Klevens et al.,2000).
Por el contrario, el grupo tardío tiende a involucrarse en delitos de menor gravedad
(delitos contra la propiedad, los de “cuello blanco”, y los relacionados con el
narcotráfico; Loeber, 1990). Sin embargo, aún se carece de suficiente evidencia
sobre su eventual desistencia, y aún cuando desisten, parecen tener otros
problemas como beber más, usar drogas con más frecuencia e involucrarse
en peleas (Nagin, Farrington & Moffitt, 1995).
Otros investigadores han encontrado más de dos caminos:
precoces y persistentes de alta actividad versus precoces y persistentes con baja
actividad sin diferencias en sus factores determinantes (Nagin et al., 1995). En otro
estudio, se describe un grupo de precoces que, excepto por la edad de iniciación,
se parecen a los tardíos, es decir, se involucran en delitos de menos seriedad y
desisten al llegar a la edad adulta (Chung et al., 2002).
El factor que diferencia a este grupo de los precoces y persistentes es que viven en
barrios donde la exposición a pares antisociales y la disponibilidad de drogas es
menor.
Una de las limitaciones de las dos clasificaciones anteriores es que mezclan
violencia con otros comportamientos antisociales o criminales como fugarse de la
casa, robo y consumo de drogas. Tremblay y sus colaboradores han realizado
varios estudios en Montreal documentando la historia natural de la agresión física.
Primero, basándose en observaciones de niños y reportes de sus madres,
obtuvieron evidencia de que el comportamiento agresivo aparece en algunos niños
desde los 7 meses de edad. El porcentaje de niños mostrando ese comportamiento
se incrementa en la medida en que ganan movilidad, de manera que antes de los 2
años de edad, la mayoría de los niños han sido alguna vez físicamente agresivos
con otros (Tremblay, Japel, Pérusse, Boivan, Zoccolillo, Montplaisir et al., 1999).
Esto parece ser el pico para el comportamiento agresivo, porque según los datos
de un estudio transversal en una muestra representativa de niños canadienses, el
porcentaje de niños con comportamientos agresivos disminuye progresivamente a
partir de los 3 años de edad (Morales, 2004).
En otro estudio con una cohorte de niños seguidos desde los 6 hasta los 15 años
de edad, Nagin y Tremblay (1999) encontraron que alrededor de 5% de su cohorte
mostraba comportamiento agresivo persistente, mientras que 20% a 30% de los
niños tenían altos niveles de agresión a los 6 años, y otro 50% tenía niveles
moderados de agresión pero desistía con el tiempo. Alrededor de la mitad del grupo
con agresión persistente manifestaba también comportamiento oposicionista.
Finalmente se constató que este grupo de agresores persistentes fue el que se
involucró con mayor frecuencia en delitos violentos durante su adolescencia. Este
grupo de agresores persistentes parece corresponder al grupo que hemos llamado
precoces y persistentes, y aunque Nagin y Tremblay rechazan la idea de un grupo
de aparición tardío, en otra publicación describen trayectorias de niños que no
manifiestan comportamientos agresivos a los 6 años pero muestran
comportamientos violentos de manera transitoria o con baja frecuencia (Brame,
Nagin & Tremblay, 2001), lo cual concuerda con la descripción de tardíos
propuestos por Moffitt (1993a).
Variables Variables
Variables Familiares Personales Escolares Variables Laborales
Movilidad Residencial.
En general, similar
ambiente familiar al
que vivió cuando niño
y adolescente.
En líneas generales, por tanto, podríamos decir que el delincuente común -un varón
que comete delitos contra la propiedad- tiende a haber nacido en una familia
problemática, con conflictos, bajos ingresos, numerosa y con padres delincuentes.
Cuando el chico es joven -menor de ocho años-, sus padres lo vigilan muy poco, las
relaciones padres-hijos son poco sólidas y afectivas, utilizan prácticas de crianza
severas o inconsistentes y están probablemente en conflicto y separados. En la
escuela, se caracteriza por el absentismo, la conducta perturbadora (rebelde,
hiperactivo e impulsivo) y resultados académicos bajos. Después de dejar la
escuela, el delincuente suele conseguir empleos poco cualificados, con bajo salario
y con numerosos períodos de desempleo. Su conducta delictiva tiende a ser más
versátil que especializada (es decir, no sólo comete delitos contra la propiedad,
como el robo, sino que también puede cometer actos violentos, consumir droga,
beber alcohol en exceso y conducir peligrosamente).
Sus delitos probablemente lleguen a ser más numerosos durante la adolescencia
(13-19 años) y cuando llega a los 30, el delincuente probablemente esté separado
o divorciado, desempleado o con trabajos de bajo salario, y si tiene hijos, éstos
estarán recibiendo un ambiente familiar con similares características de privación,
discordia, desorden y escasa supervisión al que él experimentó cuando era niño; y
así se perpetúa de una generación a otra una serie de problemas sociales en los
que el delinquir es sólo un elemento más de un estilo de vida antisocial.
CAPITULO IV
De este modo, los individuos sin apego a modelos prosociales, con afán de
estimulación y con una autoestima deficiente, tienen mayores probabilidades de
utilizar la violencia como un recurso para enfrentarse a las tareas de la vida. Pero
no son las condiciones en sí mismas las que determinan la criminalidad subsiguiente
-éstas solo predisponen-, sino las actitudes o perspectivas que la persona adopta
ante esas condiciones. En otras palabras, el crimen es una función de las
ELECCIONES que tomamos ante las tareas tempranas y tardías que ocurren en los
dominios físico, social y psicológico.
Por lo tanto, a través de las condiciones interactivas se van desarrollando las
decisiones y los patrones cognitivos del estilo de vida criminal, dando sentido a la
secuencia ‘TOMA DE DECISIONES-COGNICIÓN’. El motivo principal en el
desarrollo de estas decisiones (comportamiento delictivo persistente) es el MIEDO,
pero entendido en un sentido subjetivo y existencial (el delincuente persistente tiene
miedo a muchas cosas, miedo a la responsabilidad, al compromiso, al apego, a la
intimidad y a fracasar en el mundo convencional), expresándose a menudo en la
forma de un deseo por ganar control en una situación percibida como incontrolable.
Por lo tanto encuentra refugio en el mundo delictivo, donde existen tantas excusas
para fracasar como objetivos antisociales a conseguir.
A partir del momento en el que el individuo evita aprender desde la sociedad
convencional, este miedo aumenta por cada acto criminal que comete.
Junto al miedo existen otros factores motivacionales secundarios que afectan a este
proceso (rabia/rebelión, poder/control, excitación/placer y codicia/pereza), y aunque
no operan al margen del motivo principal se correlacionan con eventos criminales
específicos (factores de riesgo/protectores, oportunidades criminales, y variables
facilitadoras/mitigadoras), limitando o incrementando las opciones a involucrarse en
la conducta criminal. Además, el análisis coste-beneficios implícito a la toma de
decisiones, es un proceso influenciado por la madurez cognitiva, la información
recibida y la historia de refuerzos.
Desde este punto de vista, los criminales pueden tomar decisiones violentas porque
cuentan con un sistema cognitivo, desarrollado como respuesta a sus condiciones
y elecciones, que les permite filtrar la realidad perpetuando los PATRONES
CONDUCTUALES de irresponsabilidad, autoindulgencia, intrusión interpersonal y
violación de las normas sociales. Cuanto más consolidados estén estos patrones
de comportamiento, más probabilidades de violencia criminal.
A su vez, cada uno de ellos se relaciona con diferentes COGNICIONES (en concreto
ocho patrones cognitivos primarios). Así por ejemplo, la violación de las reglas
sociales o indiferencia hacia las normas, se ve posibilitada por la autoexculpación
(justificación de las infracciones acudiendo a circunstancias irrelevantes y agentes
externos) y el cortocircuito (elimina la ansiedad, el miedo y los mensajes disuasorios
de implicarse en actos criminales).
La intrusión interpersonal o violación recurrente de los derechos de los demás, por
la permisividad (creencia de que el mundo existe para el beneficio y el placer
personal) y la orientación de poder (necesidad de controlar el ambiente y
particularmente a otras personas). La autoindulgencia o débiles vínculos
emocionales y ausencia de autocontrol, por el sentimentalismo (autopresentación
favorable a través de cualidades positivas) y el super optimismo (visión irreal sobre
la valía personal, la consecución de objetivos criminales y no criminales y las
posibilidades de evitar las consecuencias de sus acciones).
Finalmente, la irresponsabilidad generalizada se ve favorecida por la indolencia
cognitiva (pensamiento irresponsable y perezoso) y la inconsistencia (fracaso para
comprometerse en tareas, vínculos afectivos e intenciones que requieren cierto
esfuerzo y trabajo).
Aunque distintos entre sí, todos estos patrones antisociales básicos del estilo de
vida del delincuente violento están interrelacionados.
4. CONDUCTAS DE RIESGO
a. Violencia
La agresividad puede considerarse que es una característica de la naturaleza
humana y ha sido esencial en la evolución y supervivencia de la especie (defensa,
búsqueda de alimento). Este comportamiento “normal” suele ser temporal,
condicionado a la situación (cultura, momento histórico, valores sociales) y forma
parte de la experiencia adolescente. Algunos pueden evolucionar hacia conductas
violentas antisociales. Las conductas violentas incluyen agarrar, empujar, golpear
con el puño u objeto, y amenazar con armas, entre otras. Hay varios tipos de
violencia. Puede existir una evolución entre agresividad y violencia: agresión verbal,
lenguaje hostil, agresión física, violencia letal. Hay que tener en cuenta que no todo
comportamiento agresivo es antisocial o criminal, no todo comportamiento antisocial
es violento, pero la violencia siempre es un comportamiento antisocial.
b. Conductas Delictivas y Pandillaje.
La conducta delictiva es un fenómeno de ámbito mundial. Algunos países lo definen
en relación con el Código Penal (infracciones por menores de edad) y en otros por
una variedad de actos añadidos y relacionados con las leyes de fondo, por lo que
las cifras pueden ser muy diferentes. La delincuencia es un fenómeno
estrechamente vinculado a cada tipo de sociedad y es un reflejo de las principales
características de la misma. Herrero la define como: “el fenómeno social constituido
por el conjunto de las infracciones, contra las normas fundamentales de
convivencia, producidas en un tiempo y lugar determinados”. Por su parte, López
Rey ofrece un concepto conjunto de delincuencia y criminalidad como fenómeno
individual y socio-político, que afecta a toda la sociedad, cuya prevención, control y
tratamiento requieren de la cooperación de la comunidad al mismo tiempo que un
adecuado sistema penal. Técnicamente, el delincuente juvenil es aquella persona
que no posee la mayoría de edad penal y que comete un hecho que está castigado
por las leyes.
El término pandilla se refiere a un grupo de personas, generalmente, menor y
adolescente entre los 12 y 24 años, que se reúnen con el fin de socializar y de
encontrar soporte emocional con los demás miembros de su grupo. La mayor parte
de ellos expresan su disconformidad con el sistema a través de formas de
comportamiento violentas que atentan contra el patrimonio público o privado de la
población.
En el Perú, las primeras pandillas surgieron durante los años 1990, como
consecuencia del descontento social que se manifestó durante la época del
terrorismo. La aguda insatisfacción de las necesidades básicas en el país, causó el
desplazamiento de la población marginada de las áreas rurales hacia las grandes
ciudades, acentuándose la presión demográfica y el surgimiento de focos
adicionales de pobreza.
Es así como se organizaron grupos de jóvenes que se reunían para compensar las
frustraciones ocasionadas por coexistir en un ambiente de violencia y de
desintegración familiar. Eran jóvenes que venían de núcleos familiares en los que
en gran parte, la figura del padre o de la madre había desparecido como producto
de los años de violencia; tenían problemas económicos, y se les discriminaba social
y culturalmente.
c. Consumo de Sustancias Psicoactivas.
El consumo de drogas en la adolescencia constituye un problema de salud pública
y una gran preocupación para los padres, profesionales de la salud, profesores y la
sociedad en general. Ningún otro problema de salud, a esta edad, conduce a tan
trágicos efectos, en términos de mortalidad y morbilidad, afectación del potencial
futuro y los devastadores efectos en la familia del joven. Entre las razones que dan
los jóvenes para el consumo son: sentirse mayor, ser aceptados, socialización,
experimentar, sentir placer, por rebeldía, para satisfacer la curiosidad, aliviar la
ansiedad, la depresión, el estrés o el aburrimiento y resolver problemas personales.
d. Desórdenes Alimenticios
Algunos mitos o ideas erróneas que originan conductas sexuales de alto riesgo:
• Se conoce que los y las adolescentes creen que tener relaciones sexuales “de
vez en cuando” no las expone al riesgo de embarazo;
• Lo mismo pasa con los muchachos quienes muchas veces por exigencias de sus
compañeros y por no quedar mal con sus amigos o grupo (“para ser más hombre”)
se lanzan en una carrera sexual, obviando los riesgos a los que esta conlleva.
f. Deserción Escolar
Las escuelas cumplen una función muy importante en la prevención del abandono
escolar, siempre que sean entendidas como un protector de riesgo para los
estudiantes, como una comunidad de compañerismo y compromiso.
Causas:
Consecuencias:
g. Suicidio
“La palabra suicidio procede del latín, y se compone de dos términos: “sui, de sí
mismo, y “caedere”, matar. Es decir, significa “matarse a sí mismo” (Rojas, 1984).
Solo nos limitaremos a dar la definición brindada por Emile Durkheim: “... se llama
suicidio todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto
positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir
este resultado.” (Durkheim), 1985.
Más allá de su definición, el suicidio es una fenómeno bastante complejo y las
explicaciones de su ocurrencia se ubican en diversos niveles, que van desde
características propias e inherentes del individuo, hasta condiciones del entorno
social, histórico y cultural que se van transformando y modulando en el curso del
tiempo. Por ejemplo, desde hace varios años, Hungría lidera el primer lugar en la
tasa de suicidios en todo el mundo (45.3 por 100.000 habitantes/Año). Sin embargo,
se tiene la creencia que Suecia tiene ese lugar, dadas sus elevadas condiciones de
nivel de vida, estas desmotivarían a sus habitantes a formarse un sentido de vida.
Sin embargo, Austria (28.3), Dinamarca (27.7), Finlandia (26.6), Suiza (22.8) y
Francia (22.7) son países que tiene tasas de suicidio más elevadas que Suecia
(18.5), pero nunca se acercan a la de Hungría (Eldrid, 1993). De otro lado, aun
cuando la tasa de suicidios de Estados Unidos (12.3) es más baja que la de muchos
países europeos, dada su enorme población, dicha tasa se traduce en
aproximadamente 31.000 muertes por suicidio al año. El suicidio es un problema de
salud pública relevante, que se encuentra entre las primeras 10 causas de muerte
en las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. Se considera que cada
día se suicidan en el mundo al menos 1.110 personas y lo intentan cientos de miles;
independientemente de la geografía, cultura, etnia, religión, posición
socioeconómica, entre otros factores.
CAPITULO V
SITEMAS DE INTERVENCION
La Convención sobre los Derechos del Niño define como “niño” a todo ser humano
menor de 18 años de edad y compromete a todos los Estados para que adopten
medidas -que promuevan leyes, procedimientos, autoridades e instituciones
específicas para los niños que han infringido las leyes penales.5 De esta manera
queda configurado un límite entre dos tipos de sistemas penales diferenciados: el
sistema penal especial y el general. En ese sentido nuestro país creó uno especial
el cual implica:
i. Operadores de justicia (jueces, fiscales, defensores oficiales) capacitados
y con competencias específicas para actuar frente a delitos o faltas a la
ley penal cometidos por menores de edad.
ii. Los procedimientos deben adaptarse a las necesidades de los menores
de edad con estándares más exigentes, con respecto a los vigentes, para
las personas mayores de 18 años.
iii. Las autoridades y las instituciones de administración de justicia deben ser
diferenciadas respecto de los destinados a la población mayor de 18
años.
iv. Las sanciones adoptadas para los menores de edad deben ser diferentes
a las sanciones penales del régimen general.
b. Medio cerrado
a) Socioeducativas
b) Mandatos y prohibiciones
Son reglas de conducta impuestas por el juez con el fin de regular el desarrollo
social del adolescente infractor y promover su formación. Su duración máxima
es de dos años y, en caso de incumplimiento, el juez puede ordenar la
modificación de la sanción impuesta.
c) Privativas de libertad
Herramienta SAVRY
Hay otros factores que puede el profesional observar durante la valoración del
riesgo, y que considere deben ser tenidos en cuenta por su importancia para la
comprensión de la situación del menor, permitiendo el SAVRY que puedan ser
tomados en consideración y que sean sopesados en las conclusiones finales. Los
diferentes ítems de riesgo que componen el SAVRY se valoran como de riesgo bajo,
moderado o alto.
• Ítems históricos: los 10 ítems históricos nos servirán para analizar el inicio
temprano de la violencia o el fracaso de las intervenciones anteriores,
fundamentalmente.
• · Ítem 1. Violencia previa: Se considerará bajo si el joven no ha cometido
actos violentos previos, moderado si ha cometido uno o dos actos violentos
previos y alto si ha cometido tres o más actos violentos previos.
• · Ítem 2. Historia de actos delictivos no violentos: Se considerará bajo si el
joven no ha cometido delitos no violentos con anterioridad, moderado si ha
cometido menos de cinco delitos no violentos con anterioridad y alto si ha
ocurrido en más de cinco ocasiones. ·
• Ítem 3. Inicio temprano de la violencia: Se considerará bajo si no se conocen
actos previos de violencia o el primer acto conocido tuvo lugar con 14 años
o más. Se considerará moderado si el primer acto violento tuvo lugar entre
los 11 y los 13 años y alto si el acto violento conocido tuvo lugar antes de los
11 años de edad. ·
• Ítem 4. Seguimiento en el pasado: Se considerará bajo si ha cumplidos todas
las sentencias judiciales y condiciones de internamiento, moderado si
solamente ha habido incumplimiento en una o dos ocasiones y alto si ha
incumplido las sentencias judiciales o condiciones de tratamiento en más de
tres ocasiones.
• · Ítem 5. Intentos de autolesión o suicidio anteriores: únicamente se valora
la intencionalidad de dañarse a sí mismo. Será moderado si las autolesiones
son moderadas, como pequeñas quemaduras o cortes en la piel, sin
hospitalización. ·
• Ítem 6. Exposición a la violencia en el hogar: Será moderado si solamente
ha presenciado un único acto violento grave en el hogar, como empujones,
patadas o lanzamiento de objetos. ·
• Ítem 7. Historia de maltrato infantil: Será moderado si el maltrato fue
relativamente poco frecuente, sin causar lesiones físicas. ·
• Ítem 8. Delincuencia de los padres o cuidadores: Si ninguno de los padres
del joven tienen antecedentes de conductas delictivas en la edad adulta, será
considerado bajo. Si estos antecedentes son al menos 5 y de naturaleza
poco grave, se considerará moderado y si se trata de conductas graves, se
considerará alto. ·
• Ítem 9. Separación temprana de los padres o cuidadores: Se valorará como
bajo si no hay alteración en la continuidad de los cuidados en la infancia.
Moderado si ha pasado varios periodos en casas de parientes, aunque la
mayor parte del tiempo ha estado con sus cuidadores principales. Se
codificará como alto si la discontinuidad es manifiesta y ha estado en casas
de acogida, centros de protección, teniendo traslados inesperados o
repentinos. ·
• Ítem 10. Bajo rendimiento en la escuela: Se considerará moderado si ha
tenido unas calificaciones notablemente por debajo de la media, pero no
tiene antecedentes de suspender curso.
✓ Ítems sociales/culturales: los 6 ítems sociales/contextuales nos ayudarán a
estudiar la delincuencia entre el grupo de iguales o la habilidad de los padres
para educar. ·
Como vemos, existen 24+6 factores que debemos estudiar, analizar y completar de
manera codificada, pero no todos estos factores tienen igual peso específico en
todos los adolescentes. Así, debemos observar cuáles de estos factores pueden
resultar críticos para que el joven que se está valorando regrese a cometer nuevos
actos delictivos, o no.
Una práctica de trabajo ecosistémica que vincula la intervención directa con los
adolescentes con la implementación de políticas públicas vinculadas a la justicia
juvenil, mediante estrategias de gestión y trabajo en red y de fortalecimiento
comunitario.
CRIMINOLOGÍA, para varios autores es una disciplina científica que estudia el fenómeno
social de la desviación, científica porque tiene objeto y métodos de estudio, (una de cuyas
especies es la criminalidad), con el propósito de comprender su significación, su génesis, su
dinámica y la reacción social del grupo frente a ella, desde el punto de vista etimológico
criminología es la disciplina que estudia el delito, pero esta definición según las corrientes
de la nueva criminología es muy escueta, vaga y simplista.
CRIMINALÍSTICA es una disciplina auxiliar del derecho que busca determinar las
situaciones de tiempo modo y lugar en que sucedieron los hechos, intentando descubrir los
partícipes y coparticipes del crimen, a través del análisis de la evidencia física y elementos
materiales probatorios.
CONDUCTA modo de proceder de una persona, de cómo ésta erige su vida y sus acciones.
FACTORES CRIMINOGENOS, aspecto que está establecido por sus procesos dinámicos o
estáticos en su desarrollo.
RIESGO, valoración de predisponentes que sitúan a una persona en una situación propensa
a ser afectada o ser susceptible de daño
PSICOLOGÍA ciencia que trata la actividad mental o procesos mentales de los individuos
VALORACION DE RIESGO Capacidad para evaluar hechos y extraer conclusiones a partir
de indicios mediante la utilización de métodos de análisis psicológico clínico y jurídico.
BIBLIOGRAFIA
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y tratamiento. DDB.
KAZDIN, A.E. Y BUELA CASAL, G. (1994). Conducta Antisocial. Evaluación,
Tratamiento y Prevención en la Infancia y la Adolescencia. Ediciones Pirámide, Madrid.
• http://www.injuve.es/sites/default/files/62completa.pdf
• http://iris.paho.org/xmlui/bitstream/handle/123456789/28248/9789275318959_spa.
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panorama general de la evidencia
• https://indaga.minjus.gob.pe/sites/default/files/JusticiaJuvenilDiferenciada_ON
PC_NNUU_.pdf Justicia Juvenil diferenciada.
• El observador (Revista) 5 Edicion Especial 2009 – intervención con adolescentes
infractores con la Ley
• PDF. Violencia Juvenil y Construcción de Identidades, Universidad Nacional de La
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• http://www.cedro.org.pe/cursoonline20134/descargas/Modulo_2.pdf Conductas
de Riesgo.
• http://crimina.es/crimipedia/wp-content/uploads/2015/07/SAVRY.pdf SAVRY
• MIID http://www.pazciudadana.cl/wp-content/uploads/2013/08/Loreto-
Burgos.pdf
INDICE
RESUMEN
INTRODUCCION
CAPITULO I
b. Violencia Interpersonal
c. Violencia Colectiva
b. Violencia filial
c. Violencia instrumental
d. Violencia expresiva
a. Causas
1- VIOLENCIA Y LA ADOLESCENCIA
b. Relaciones familiares
CAPITULO III
CAPITULO IV
4. CONDUCTAS DE RIESGO
a. Violencia
d. Desórdenes Alimenticios
f. Deserción Escolar
g. Suicidio
CAPITULO V
SISTEMAS DE INTERVENCION
a. Medio Abierto
b. Medio Cerrado
a. Socioeducativas
b. Mandatos y prohibiciones
c. Privativas de la libertad
CONCLSUIONES Y SUGERENCIAS
APRECIACION CRÍTICA
GLOSARIO DE TERMINOS
BIBLIOGRAFIA
INDICE