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Las Parábolas del Reino.

¿Qué son las parábolas?


Las parábolas son relatos, historias escuetas, claras, sencillas, y su finalidad es
transmitir una enseñanza del modo más comprensible y fácil de recordar.
En todas destaca la pequeñez de los comienzos; y el crecimiento progresivo de
este Reino; su fuerza regeneradora para los llamados por Dios a la salvación,
que alcanzarán si corresponden a esa vocación.
Jesús predica utilizando parábolas, es decir, ejemplos vivos, imágenes
tomadas de la vida ordinaria, dándoles contenidos ricos y amplios. Después un
año de recorrer los caminos de Palestina, predicando el Evangelio del Reino y
confirmando su doctrina con innumerables milagros. Muchos creen, otros no.
Jesús habla del Reino de Dios con tacto y utiliza parábolas en las que, sin
ocultar que está diciendo cosas nuevas incita a los oyentes a interesarse y les
advierte: "!quién tenga oídos para oír, que oiga". Entenderán los que tengan
un corazón dispuesto a la conversión a Dios con el rechazo del pecado,
también en sus formas más sutiles. En sus parábolas, pronunciadas una aquí y
una allá, Cristo va mostrando las características del Reino al que todos
nosotros hemos sido invitados desde nuestro bautismo. Los hombres de su
tiempo entendían sus parábolas, porque Cristo se las pidió prestadas a los
profetas que ellos conocían, pero dándoles una profundidad y un alcance, que
no soñaron ni los profetas mismos.
Parábola del Sembrador.
“ Salió un sembrador a sembrar... unos granos cayeron junto al camino, pero
los pájaros se los comieron... otros cayeron entre las piedras y como no
pudieron enraizar, pronto se secaron... otros cayeron entre cardos y espinas,
que los ahogaron... pero otros cayeron en tierra fértil y dieron fruto, unos
ciento, otros sesenta y otros treinta” .
La semilla siempre ha sido signo de la palabra que se anuncia. Y tan
importante será en la siembra de la Palabra de Dios, la mano que siembra,
pero también la tierra que recibe la semilla. Ya el profeta Isaías había cantado
la excelencia del sembrador: “ Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero de la buena noticia, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que
anuncia la salvación, que dice a Sión: Reina tu Dios” . Y San Agustín explicaba
así la parábola a sus gentes: “ Cambien de conducta mientras se puede, dad
vuelta a las partes duras con la reja del arado, echad fuera del campo las
piedras, arrancad las espinas. No tengáis el corazón duro, que aniquila
inmediatamente la palabra de Dios. No tengáis una capa ligera de tierra, donde
la caridad no puede arraigar profundamente. No permitáis que las
preocupaciones y deseos del siglo ahoguen la buena semilla, haciendo inútiles
nuestros trabajos por vosotros. Todo lo contrario: sed la buena tierra. Y el uno
producirá el ciento, el otro el sesenta y un tercero el treinta por ciento. Y todos
harán el granero” .
Y el granero de Dios será grande y todos los que fructificaron tendrán cabida
en él. Porque el reino de Dios es un reino de vivos. Esto será el desquite del
sembrador por tantas semillas que no lograron dar fruto.
Parábola del Trigo y la cizaña
“ El reino de Dios es como un hombre que sembró buena semilla en su campo.
Pero un enemigo, de noche, sembró mala hierba y se marchó sigilosamente.
Cuando las plantitas brotaron y los servidores se dieron cuenta, le pidieron
permiso al amo para cortar la cizaña, la mala hierba. Pero el amo les contestó
que esperaran, pues al final, cuando el trigo estuviera maduro, lo cortarían, lo
meterían en el granero y a la mala hierba también la cortarían y la harían
arder en el fuego...”
La parábola de la cizaña no viene a inculcarnos solo la paciencia, sino una
enseñanza sobre el reino que es vida, que es amor, que es luz, que es acogida,
pero en el cuál se siente la presencia del maligno, del enemigo. La palabra de
Cristo era luz, y sin embargo suscitaba aversión y hostilidad entre algunas
gentes. En el mismo colegio apostólico se metió la cizaña y uno de los suyos,
traicionó al Maestro. Los hombres, que queremos las cosas al instante,
quisiéramos arrasar por completo a los malos, a los que provocan guerras,
dolor y muerte. Pero el Padre piensa lo contrario. No quiere poner a todos en el
mismo saco. Y sabe que en este mundo a veces están tan entremezclados el
trigo y la cizaña, que no quiere correr el riesgo de que se pierda uno solo de
los que el Padre le encomendó a Cristo. Y por eso espera, y espera, le da
tiempo al pecador, contamos con él hasta el último momento. Y Dios consigue
milagros, gracias a los cuales, esperó a Mateo, recaudador de impuestos para
hacerlo discípulo, a Pablo, de persecutor, a Apóstol y a Francisco, de
dilapidador y parrandero, al hombre que confía solo en Dios. Dios aguarda la
salvación de todos.
Parábola de la buena semilla.
“ El reino de Dios se parece a un hombre que arroja la semilla en su tierra, y
mientras duerme y vela, de noche y de día, la semilla germina y crece sin que
él sepa cómo... la tierra produce su fruto... la caña, la espiga... el trigo... y
cuando ya está maduro, mete la hoz porque el fruto está maduro...”
Ésta parábola es admirable por su sencillez, y refleja una gran característica
del Reino de Dios. La acción del reino es del Señor, el don es gratuito, y la
obra admirable. A veces quisiéramos ayudarle al Señor, meterle unas buenas
vitaminas, meter poderosos insecticidas, pero la semilla tiene fuerza interna, y
nada le podemos agregar. Eso lo sabía el agricultor, por eso dormía tan
plácidamente, como un niño, dejando que su Señor completara la obra que él
había comenzado.. Y así, la sencillez y la confianza en Dios ha sido lo que ha
creado a los grandes santos, los grandes héroes de la Iglesia, que no hacen
mucho ruido, que no viven en la alharaca del mundo, sino que se han dejado
cultivar por el Señor, han dejado que la gracia crezca en ellos, y ahora los
tenemos como los grandes modelos de vida y de entrega a la misión del Señor
Jesús. Deja entonces que María aliente en ti la santidad a la que has sido
llamado. No opongas resistencia, sólo preocúpate de mantener la gracia del
bautismo en ti.
Parábola del Grano de Mostaza.
“ El reino de Dios se parece a un grano de mostaza que un hombre siembra en
su campo, y pesar de ser la más pequeña de las semillas, crece como un
grande árbol y vienen los pájaros y anidan en sus ramas...”
La mostaza es una semilla pequeña en verdad, pero viene a ser un gran árbol,
que es muy buscado por los jilgueros, precisamente por sus semillas. En este
árbol está significado Cristo Jesús que ya precisaba Daniel en su libro: “ Y vi
un árbol en el centro de la tierra, exageradamente alto. El árbol creció, se hizo
fuerte: su altura tocaba al cielo y se veía desde los confines de la tierra. Y las
aves del cielo anidaban en sus ramas” .
Sin embargo, si simbolizamos en la mostaza a la Iglesia, que tiene que
anunciar el Reino de los cielos, nos daremos cuenta que su estado el día de
hoy, no se parece al árbol frondoso, sino más bien a los orígenes de ella
misma, pues después de veinte siglos, seguimos siendo minoría en el mundo,
y la labor para llevar el Evangelio a todas las naciones, a pesar de que
contamos con medios modernos de comunicación, necesita un fuerte impulso
de todos los cristianos, para que se haga realidad el Mensaje de Cristo entre
todos los hombres.
Parábola de la levadura en la masa.
“ El reino de Dios se parece a la levadura que una mujer toma, y la mezcla con
la harina hasta que ésta fermenta y puede hacer un delicioso pan...”
Qué comparación tan familiar en labios de Cristo para hablar del Reino de los
cielos. Él contempló muchas ocasiones a su madre poner la levadura en la
harina, y veía complacido y con ojos de admiración cómo iba creciendo la
masa, hasta que estaba a punto para darle forma y meterla al horno en el
patio de la casa. Podría parecer que ésta parábola es como la del grano de
mostaza, pero tiene su característica propia: la semilla tiene fuerza interna,
pero además repercute en el ambiente, y así el grupo de doce apóstoles que
era un grupo de pobretones e ilusos que nunca lograron entender el mensaje
de su Maestro, Cristo los insta a mirar con confianza el futuro, pues ellos
estaban llamados a ser levadura entre los hombres. Hoy la Iglesia, la auténtica
Iglesia, tiene que salir y buscar a los hombres que se han alejado de ella, pero
tiene que ir más y más allá hasta los confines del mundo, para que Cristo sea
el Salvador entre todos los hombres.
Parábola del Tesoro escondido.
“ El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo, y el
hombre que lo descubre, mientras abre los surcos, lo vuelve a esconder y todo
contento, vende todas sus posesiones para comprar aquél campo...”
Las parábolas anteriores, nos hablan del Reino de Dios como lo da a conocer
Jesús, pero las dos últimas parábolas, nos hablan de la actitud de los hombres
que han sido llamados al Reino de Dios. Israel, situado entre Egipto y
Mesopotamia, muchas veces se vio como un campo de batalla, y había que
esconder rápidamente los ahorros acumulados en muchos años. Aún el día de
hoy, los hombres de esas latitudes sueñan con encontrarse algún día con un
tesoro guardado por los antepasados. Así nos podemos imaginar la alegría y el
regocijo de un pobre labriego que trabaja en campo ajeno. Y cuando con su
azadón da en alguna vasija de barro que contiene monedas de oro y plata, va
presuroso a vender cuanto tiene para quedarse con el campo y quedarse con el
tesoro. Así tendríamos que alegrarnos nosotros de pertenecer al Reino de los
cielos, y gozar ya ahora, no después, del gran tesoro que la Iglesia pone a
nuestra disposición, los sacramentos, la oración de la Iglesia, la generosidad,
la caridad que ha levantado escuelas, hospitales, centros de formación
comunitaria y muchas, muchas parroquias desde donde se distribuye la gracia
y los dones del Señor.

Parábola de la Perla preciosa.


“ También se parece el reino de los cielos a un mercader que busca perlas
finas, y al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la
compra...” La mentalidad oriental veía como algo muy preciado, las perla, que
eran buscadas por buceadores expertos en el Mar Rojo, el golfo Pérsico o en
océano Indico para ser montadas en bellos engarces que eran el orgullo de las
mujeres. El mercader de la parábola entonces, no se encuentra por casualidad
con una perla preciosa entre todas las otras. Él la busca, y cuando la
encuentra, lo empeña todo porque quiere ser el propietario de ella. Esa es la
alegría, la intrepidez y el entusiasmo que el Reino de los cielos ha suscitado en
grandes hombres y mujeres que tuvieron en muy poco la vida anterior, lo que
el mundo les prometía a manos llenas, cuando se encontraron con el Reino y
entraron a formar parte de él. San Francisco regaló todo lo que pudo, las telas
y posesiones de su casa, todo, cuando sintió la amistad divina, y no rehusó
dejar la casa paterna, para entregarse a la dama pobreza, y ser el hombre más
libre del mundo. Teresa de Calcuta, es beatificada en estos días, no dudó en
entregar su vida entera a atender y a consolar a los más pobres entre los
pobres, para llevarlos a todos al cielo.

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