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El arte de lo obvio

Drakontos
Dircciorcs:
Joscp Fontana y Gon/.aio Pontón
El arte de lo obvio
El aprendizaje de la práctica
de la psicoterapia

Bruno Bettelheim
y
Alvin A Rosenfeld
Quedan ngurosainenle piohihái.'i.s, sin la aulori/.acíón cserila de los lilnlarcs del C(i/nrií;lii,
bajo las sanciones csíablecklas por las leyes, la reproducción lolal o parcial ile eslii obra
por cn¡ilt|iiicr medio o procedimiento, coniprcmlidos la reprogralía y el Iralaniienlo
¡nlonnalico, y la disii'ihiición de ejemplares tic ella ineilianle :il(|iiilüro prcslamo públicos.

Tílulo original:
'Mil: ART()l'"Ml"í¡ OHVIOll.S.
DliVIil.OI'INC! INSKillT I'OK l'.SYCIKrrilliRAI'Y AND ItVIiKYDAY l.lh'l:
All'rcd A. Knopl, NUOVÜ York

l'radiicción caslellana de MARTA I. (¡HASTAVINO

Diseño tic la colección y cubierla: HNRIC SATUf:


(!) 1993: Hric Bellelheim y Alvin A Rosenlekl
'!"' IW4 de la Irailucciói) caslellana pura lispaña y América:
CRÍTICA (drijalbo Comerciül, S.A.), Anigó, .185, 0X013 Barcelona
ISBN: X4-7423-636-3 A nuestras amadas esposas,
Depósilo legal: I!. I I.I8I-IW4
Impreso en ¡ispaña en memoria de Trude Weinfeld Bettelheim,
IW4. ¡IIIROI'H, S.A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona en honor de Dorothy Levine Rosenfeld,
y con gratitud a nuestros estudiantes
V a nuestros mejores maestros, nuestros pacientes
Prefacio

JT ! ste libro presenta un enfoque del aprendizaje de la práctica de


JCJ la psicoterapia, pero refleja también una colaboración que se
inició después de incorporarme a la División de Psiquiatría infan-
til de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, y
trasladarme, en 1977, al área de la bahía de San Francisco, don-
de Bruno Bettelheim se había retirado al jubilarse. Tuve el privile-
gio de trabajar en estrecha relación con él y de llegar a ser su ami-
go a pesar de nuestra diferencia de edad: cuando nos conocimos,
él tenía setenta y cuatro años, y yo treinta y dos.
Poco después de haber llegado a Stanford, invité a Bettelheim a
que impartiéramos juntos un seminario semanal de psicoterapia
para terapeutas en formación o en período de prácticas. Pasamos
mucho tiempo juntos, analizando en privado lo que había sucedido
en la sesión de la semana, y hablando de mis pacientes y de nues-
tras preocupaciones. Cuando me fui de Stanford, nuestra colabo-
ración continuó y se profundizó nuestra amistad. Durante toda mi
vida no podré olvidar el tiempo que pasamos juntos.
A lo largo de toda su carrera, Bruno Bettelheim dirigió cente-
nares de sesiones de enseñanza individual centradas en la psicote-
rapia. En los seis años que pasamos juntos en Stanford, dirigimos
bastante más de un centenar de sesiones en un seminario semanal
abierto a los estudiantes de psiquiatría de niños y de adultos, de
psicología y de trabajo social. También asistieron, de cuando en
cuando, otros médicos residentes en la comunidad. Las sesiones
eran movidas, estimulaban a pensar, no faltaba en ellas el sentido
10 El arte de lo obvio Prefacio 11

del humor, y en ocasiones se daba un intercambio de ideas tenso, Yo quería transformar el. material en algo que tuviera tanta vida
incluso crispado, y sin embargo vital, centrado en los problemas sobre el papel como la había tenido en la realidad; quería dar una
que para Bellelheim eran motivo de honda preocupación. impresión exacta de lo que era acudir durante varios años a los se-
Desde el comienzo, estimulamos a los participantes a que tra- minarios de Bruno Bettelheim.
jeran al seminario casos particularmente difíciles, para los cuales Desde el comienzo me di cuenta de que a la mayoría de los lec-
necesitaran una ayuda que no pudieran conseguir en otra parte. tores se les haría tedioso abrirse paso entre transcripciones litera-
Para, mí estuvo claro desde nuestro primerísimo seminario que. Bet- les de los seminarios, y decidí que el libro no debería, en modo al-
telheim era un maestro brillante y un virtuoso de la psicoterapia. guno, proponerse la presentación de un registro factualmente exac-
Cuando ensayé con mis pacientes algunas de sus ideas y de sus to de las sesiones que habían tenido lugar. Por lo tanto, seleccioné
técnicas, comprobé que eran mucho más eficaces que mis cuidado- parles tomadas de muchas sesiones diferentes que trataban del
samente pensados métodos propios. Pero la coherencia de su enfo- mismo tema, o de temas ajines, y luego fui uniéndolas con un en-
que no se ponía inmediatamente de manifiesto, y me llevó cierto tramado narrativo que le diera, unidad a la obra.
tiempo captar cuáles eran la actitud, y la forma de pensamiento Por aquel entonces yo me había trasladado a la ciudad de Nue-
subyacentes en él. Cuando entendí con más claridad su enfoque, va York, y Bettelheim y yo vivíamos a. un. continente de distancia.
me di cuenta de su singularidad y, después de un par de años, me Cuando le envié el resultado de mis primeros esfuerzos, para su
encontré con que estaba incorporándolo al mío propio. propia sorpresa y deleite, empezó a ver que el proyecto podría fun-
Aunque Bettelheim escribió muchos libros extraordinarios, cionar. Con el generoso apoyo de la Fundación Rockefeller, Bettel-
siento que ninguno de ellos está cerca de presentar el tipo de libre heim y yo trabajamos juntos, en agosto de 1985, en. Villa Serballo-
intercambio de ideas sobre la forma de tratar con un paciente psi- ni, el centro de estudios de la fundación, en Bellagio, en el lago de
coterapéutico de la cual pude tener experiencia en. aquellos semi- Como, en Italia. Ensayamos diversas maneras de presentar este
narios. Durante el tiempo que traté a Bettelheim, llegué a pensar material, pero finalmente nos conformamos con que los seminarios
que su manera de enseñar psicoterapia a los estudiantes debía ser reconstituidos hicieran que algunas ideas complejas, y en ocasio-
compartida con otros, en forma de libro. El propósito de éste sería nes sutiles, fueran mucho más accesibles para el lector. Durante
presentar las ideas de Bettelheim y las mías como un instrumento ese mes, en nuestros esfuerzos de colaboración, reflexionamos más
útil para psicoterapeutas y estudiantes de psicoterapia. Como las en profundidad sobre aquellas ideas, y como resultado de ello el
intuiciones de Bettelheim eran de carácter tan universal, tuve ade- material se amplió y adquirió unas resonancias y una profundidad
más la. sensación de que interesarían a un público más amplio. nuevas, que no siempre se habrían puesto de manifiesto en los se-
Aunque el propio Bettelheim se mostró dispuesto a dejarme minarios, con el ritmo rápido y con frecuencia rico en digresiones
intentar el proyecto, lo hizo con sumo escepticismo. Se había de- que de hecho los había caracterizado.
cepcionado con el fracaso de su libro de 1962, Dialogues with En la presentación del trabajo psicoterapéutico, la protección
Mothers, que no había interesado a un espectro de gente tan am- de la confidencialidad del paciente es una necesidad obvia. Y pues-
plio como él había esperado, y atribuía el fracaso, en gran parte, to que, como era característico en el enfoque de Bettelheim, aque-
a su forma. Si no recuerdo mal, dijo que el último libro de diálo- llas sesiones se centraban con frecuencia no solamente en las difi-
gos que se había ganado a los lectores había sido el de Platón. Y cultades emocionales del paciente, sino también en las limitaciones
él sentía que ningún libro podía, ni remotamente, captar el espíri- del terapeuta teníamos que respetar el derecho a la privacidad, de
tu de un seminario ni enseñar como podía hacerlo un seminario. los estudiantes de psicoterapia, que habían sido abiertos y sinceros
Había que reducir a lo esencial aquello que afloraba en las se- al hablar de sí. mismos y de los límites de su conocimiento y de su
siones: aclararlo, reelaborarlo, completarlo, hacerlo más conciso. experiencia en conversaciones que, en ocasiones, resultaron incó-
12 El arte de lo obvio P refací o 13

modas. Por esta razón, las personas que en el libro hemos sentado tac ion que debería seguir cualquier revisión posterior. Después de
alrededor de la mesa del seminario son personajes creados a par- su muerte, introduje cambios de acuerdo con las líneas que había-
tir de más de cuarenta profesionales que concurrieron a los semi- mos convenido, con la ayuda —que él había dispuesto— de quien
narios durante esos seis años, y de estudiantes que hemos conoci- durante toda su vida fue su editora personal, Joyce Jack, quien ya
do en otros lugares. Saúl Wasserman es la única excepción; él tra- había revisado sus últimos siete libros.
bajó conmigo en algunos aspectos del capítulo titulado «Sacos de Sin embargo, en la versión final me encontré con que en oca-
arena y salvavidas», releyó y revisó múltiples borradores, y figura siones yo deseaba introducir material nuevo o modificar sustan-
en el texto con su nombre real. cialmente el existente. Como, naturalmente, Bettelheim no tendría
Al hablar de determinados pacientes, sintetizamos materiales oportunidad de revisar esos últimos cambios, al hacerlos le atribuí
extraídos de varios casos con dificultades similares y a partir de únicamente afirmaciones que eran citas literales de él, y me adju-
ellos creamos casos de estudio. Muchos de los detalles que inclui- diqué todo el resto del material nuevo. Esto vale particularmente
mos provienen de casos reales del seminario, aunque algunos fue- para el capítulo 4, que necesitó una importante corrección final.
ron tomados de casos que hemos visto en otras partes. Cualquier En general, a mi juicio, el punto de vista expresado en este libro
material que hubiera permitido la identificación ha sido alterado representa con precisión la posición final de Bruno Bettelheim y
para garantizar el anonimato. Lo que se mantiene es una descrip- sus puntos de vista en lo referente a psicoterapia, y también los
ción de un problema clínico que padecen numerosas personas, míos, sobre los que él influyó tan profundamente.
como podría ser un niño demasiado agresivo para que los padres Al impartir otros seminarios desde que terminó mi colabora-
puedan con él, una muchacha que se ha vuelto anoréxica, o un an- ción con Bettelheim, me ha sorprendido la frecuencia con que des-
ciano que está deprimido, ansioso y asustado. cubro cómo surgen espontáneamente puntos idénticos a los que
También nos hemos apartado de los seminarios tal como fue- tratamos en uno u otro capítulo de este libro. Eso me ha estimula-
ron en otro sentido importante. En las sesiones, Bettelheim era la do a pensar que los seminarios expuestos en este libro tienen cier-
voz predominante, y mi participación se subordinaba a la suya. to valor «prototípico» y, por consiguiente, que son útiles como ins-
Pero al escribir y reescribir, fui yo quien hizo la mayor parte del trumento didáctico. Los problemas que aquí se analizan aparecen
trabajo. Como resultado, nuestros debates sobre la mejor forma reiteradamente en psicoterapia, y creo que el enfoque que defendi-
de organizar y presentar este material terminaron por llevarnos a mos es, hoy por hoy, tan novedoso y útil como lo era cuando se ce-
la decisión de escindir el papel de líder del seminario de forma lebraron los seminarios.
más equitativa entre Bettelheim y yo, dado que esto nos pareció La psicoterapia es un campo donde predomina el individualis-
que mantenía con más vivacidad el fluir de las ideas y reflejaba mo, sean cuales fueren las creencias teóricas del terapeuta. Cada
con más precisión las aportaciones que cada uno de nosotros ha- terapeuta ensaya, adapta y modifica las ideas o posturas de otras
bíamos hecho a la forma final del libro. Como son tantas las ideas personas y las entreteje con sus propios puntos fuertes y débiles
que compartíamos, en algunas ocasiones pusimos en mi boca pa- para, de tal manera, hacer suya esta «profesión imposible». Y hoy
labras que él había dicho, en tanto que otras que yo pronuncié o se practican muchas psicoterapias diferentes con técnicas y objeti-
escribí se oyen de labios de él. vos diferentes. Este libro no pretende, en modo alguno, presentar
Aparte de algunas correcciones finales, Bettelheim leyó y apro- un enfoque amplio y completo de la psicoterapia. En conjunto, sus
bó como suyas la mayor parte de las afirmaciones que se le atri- capítulos intentan que el lector capte la forma en que Bruno Bet-
buyen en el libro. Cuando ya estaba demasiado débil para escribir, telheim abordaba al paciente y la actitud que él sugería para un
dictaba los cambios. Analizamos el penúltimo borrador tres sema- psicoterapeuta, si el objetivo de éste era ayudar al paciente a «re-
nas antes de su muerte, y nos pusimos de acuerdo sobre la orien- estructurar su personalidad de modo que pudiera vivir más cómo-
14 El arle de. lo obvio Prefacio 15

clámente consigo misino». Espero que el libro transmita al lector desde ¡a infancia—, aportó muchos comentarios útiles. Alice Coo-
una apreciación del trabajo que puede hacer un psicoterapeuta, pei; Claire Levine y Karen Roekard colaboraron en los primeros
desde esta perspectiva psicoanalílica. borradores. Saúl Wassernuin nos ayudó a preparar el capítulo que
Varios participantes en el seminario han observado que sólo se refiere, en parle, a su presentación. Como yo difería de Beltel-
mucho después de haberlo oído reflexionaron sobre algún comen- heim en cuanto a la etiología del autismo, quise consultar a un ex-
tario formulado por el doctor Beltelheim. Espero que también el perto a quien conocía bien, a quien respetaba y en cuya franqueza
lector compruebe que sus comentarios le estimulan a pensar críti- podía confiar. Quisiera agradecer a la doctora Bryna Siegel, del
camente. En ocasiones, hizo afirmaciones que, sólo tiempo después Centro Médico de la Universidad de. California en San Francisco,
de su muerte, entendí que habría sido muy beneficioso elaborarlas. el. haberse encargado de esa misión, ayudándome a entender las
He dejado algunos de aquellos comentarios en el texto para que el divergencias entre los puntos de vista de Bettelheim y del doctor
lector pueda reflexionar por sí mismo y preguntarse qué más ha- Daniel Berenson (seudónimo) en lo tocante al autismo y a la dife-
bría dicho Bruno Bettelheim si la conversación hubiera continuado. rencia, entre los niños aulislas a quienes Bettelheim trataba en la
Escuela Orlogénica* y aquellos a quienes actualmente se diagnos-
Me gustaría agradecer a la Fundación Spencer la concesión de tica como autistas. Mis colegas y amigos, los doctores John Back-
una subvención que nos permitió cubrir las primeras etapas del inan, David Port, John Sladler y C. Barr Taylor, hicieron muchas
proyecto. La Fundación Rockefeller, la señora Susan Garfield, ad- sugerencias útiles sobre el texto del manuscrito final. He leu Abra-
ministradora de su Bellagio Cenler Office, y Jo Ardovino, anfllrio- hamson fue una dedicada y estupenda secretaria en las etapas ini-
na del Bellagio Cenler durante nuestra estancia allí, merecen nues- ciales de este proyecto, lo mismo que Margare! Forman, mucho
tro agradecimiento por su cálida hospitalidad. Y también quiero más adelante.
agradecer a. la Jewish Child Care Association de Nueva York, que Muchos de los estudiantes que participaron en el seminario se
me haya dado la oportunidad de seguir trabajando en este libro sintieron profundamente influidos por él. Como me dijo por teléfo-
mientras atendía a las necesidades de la institución y de sus niños. no, muy recientemente, uno de ellos: «No pasa un día en mi vida
Varias personas nos ayudaron a preparar este material hasta sin que me acuerde de Bruno Beltelheim en mi trabajo clínico».
darle su forma final. Agradezco a Joyce Jack tanto su amistad y su Quisiera agradecer, nombrándolos, a varios estudiantes que fueron
devoción a Bettelheim como la fundamental ayuda que me prestó especialmente cordiales con Bettelheim o conmigo: Karen Axels-
para, dejar este manuscrito en condiciones de ser publicado. Du- son, Neil Brast, Tintinen Cermak, Mairin Doherty, Graehem Ems-
rante el tiempo que colaboramos, ¡legué a valorar no menos su lie, Peler Finkelstein, Miriam (Micki) Friedland, Peler Keefe, Kim
persona que sus habilidades. El agente de Bruno Bettelheim, The- Norman, Healher Ogílvie y Alan Rapaporl, y agradezco a los mu-
ron Raines, y mi agente, Jane Dystel, nos ayudaron a conseguir la chos otros que asistieron a estas sesiones el haber hecho tan esti-
atención de Knopf para el manuscrito. Y allí me encontré en las mulante el seminario y su participación en la elaboración de este
manos, extraordinariamente hábiles, de Bobine Bristol y Joan Kee- libro.
ner, cuya sinceridad, encanto, habilidad y franqueza contribuyeron Finalmente, me gustaría dar las gracias a mi pacienlísima fa-
a trabar una segunda relación laboral, igualmente grata y fecunda. milia. Mi mujer, Dorothy, me ha ayudado a lo largo de los muchos
Me considero afortunado al haber recibido de Bettelheim el don de años que fueron necesarios para completar este proyecto. Y a mis
trabajar con tres editores de tanto talento. maravillosos hijos Lisa. Claire y Samuel Aaron, que han tenido con
A lo largo de los años, y en todas las etapas de este proceso,
mi querido amigo Peler Winn me ayudó con sus sugerencias y su * Inslilución, con sede en Chicago, dedicada al iniUimienlo-dc niños con trastornos psi-
apoyo constante. También otro amigo querido, Robert Kavet —éste cológicos graves. (W. de la I.)
16 El arle ele lo obvio

demasiada frecuencia un padre que estaba más pendiente del pro-


cesador de textos que de ellos.
Antes de la muerte de Bettelheim, él y yo bosquejamos una in-
troducción, en la que precisábamos cuáles eran nuestros propósi-
tos con este libro: «Hemos intentado hacer una selección sensata Introducción
con la enorme cantidad de material que afloró en estas sesiones.
Naturalmente, lo que ... presenta este volumen no es en modo al-
guno un curso completo sobre la enseñanza de la psicoterapia psi-
coanalítica. Pero abrigamos la esperanza de que esta pequeña se-
lección transmita el espíritu de lo que intentamos lograr y de lo
que es un determinado enfoque del paciente en psicoterapia».

ALVIN A ROSENFELD, doctor en medicina


Mi trabajo con Bruno Bettelheim:
una visión personal

E n 1977 me convertí en el nuevo director de Formación en Psi-


quiatría Infantil en la Facultad de Medicina de la Universidad
de Stanford, con el cometido de organizar un buen programa para
la preparación de futuros profesionales capaces de diagnosticar y
tratar niños perturbados. La posibilidad que yo contemplaba era un
programa capaz de integrar la riqueza de la investigación psiquiá-
trica en Stanford con los enfoques psicodinámicos que tan impor-
tantes me habían parecido durante mi formación y después siendo
profesor de psiquiatría infantil en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Harvard.
Para mí estaba claro que, en una psicoterapia de orientación psi-
coanalítica, para los psiquiatras en formación sería beneficioso
contar con un maestro avanzado en años, rico en la sabiduría y la
experiencia acumuladas que sólo pueden proporcionar una vida en-
tera de práctica, y de reflexión sobre esa práctica. Entonces, me pa-
reció obvio que Bruno Bettelheim, que en 1973, jubilado, se había
retirado a Portóla Valley, no muy lejos de Stanford, sería una elec-
ción excelente para colaborar en la enseñanza del enfoque psicodi-
námico. Sus numerosos artículos y libros eran bien conocidos; sus
logros intelectuales, legendarios, e inequívoco su compromiso con
una perspectiva psicoanalítica.

- Ührnil.HHiM
18 El arte de lo obvio Introducción ¡9

Cuando el doctor B. (como le llamaban generalmente tanto sus das sobre métodos que, como el estadístico y el bioquímico, ya ha-
colegas como los estudiantes) y yo nos conocimos en 1977, habla- bían aportado al departamento tanto renombre y tantos fondos para
mos de mis antecedentes y de mis planes para el programa, y de su investigación.
deseo de participar más en la enseñanza. Me di cuenta de que en En nuestras conversaciones iniciales, sin embargo, descubrí que
los temas clínicos y en las cuestiones referidas a la formación, Bettelheim tenía una visión útil de mis intereses académicos e in-
nuestros intereses coincidían. Él aceptó de buena gana mi invita- telectuales. A comienzos de los años setenta, cuando yo pertenecía
ción a impartir un seminario, por más que yo no dispusiera de di- a la Facultad de Medicina de Harvard, me contaba entre el grupo
nero para pagarle. Por las tres horas semanales que le dedicaba, su de investigadores y médicos que por primera vez identificaron y
recompensa era una taza de café recién hecho. dieron a conocer el hecho de que los abusos sexuales padecidos en
Pero mi elección de Bettelheim estaba llena de riesgos. Tenía la niñez eran un importante factor que predisponía a los problemas
la reputación de ser un hombre difícil, e incluso fastidioso. Ade- psiquiátricos. Con otros colegas, realicé estudios y publiqué artícu-
más, los dos defendíamos puntos de vista diferentes sobre el pa- los que describían maneras de abordar a los pacientes que habían
pel de Estados Unidos en Vietnam, un asunto que tenía, para am- sido objeto de incesto y de abuso sexual. Describí el contexto fa-
bos, verdadera importancia personal. Desde 1965 yo había estado miliar en el cual se da el incesto y redacté un documento sobre el
enérgicamente en contra de nuestra participación, en tanto que la abuso sexual para la American Academy of Child Psychiatry, que
prensa había citado sin reticencias a Bettelheim y sus acusaciones fue al Congreso y que la American Medical Association publicó en
de «neonazis» a los antibelicistas; además, culpaba a los padres el Journal ofthe American Medical Association {JAMA), su princi-
de éstos de no haberles enseñado «a temer». Fue aquella una gue- pal publicación.
rra dolorosa, que enfrentó a padres e hijos, y parecía como si Mi investigación continuó después de mi llegada a Stanford. Pu-
cualquiera que adoptase un punto de vista opuesto al propio, es- bliqué artículos que analizaban la relación entre el desarrollo sexual
pecialmente si proclamaba con tanta fuerza su opinión, fuese un normal y la sobreestimulación y el incesto en publicaciones tales
enemigo natural. como The Journal of the American Academy of Child Psychiatry,
El doctor Bettelheim era una opción arriesgada por otra razón. The American Journal of Psychiatry y el JAMA. Bettelheim me ins-
Su cqnocJiTÜe^^ tó a que pensara más en profundidad en los descubrimientos que ha-
señados.»._sino en muchos años.de experiencia acumu_lada_y_ en su bía hecho mi grupo de investigación en un gran estudio, dirigido por
capacidad subjetiva de entender la vida interior de niños y adultos. mí, sobre la evolución sexual en familias típicas acomodadas y su
Aunque algunos profesores muy mayores de la universidad y del relación con una evolución sexual aberrante.
Instituto Hoover (un think tank* situado en el campus de Stanford) Bettelheim me ayudó a pesar de su oposición al enfoque esta-
respetaban profundamente a Bettelheim, el profesorado psiquiátri- dístico que yo usaba en esos estudios. Aunque admiraba la ciencia,
co lo consideraba «poco científico». Lo habían aceptado como dudaba de que los métodos útiles para las ciencias físicas pudieran
profesor visitante, pero le daban poco para hacer. Muchos miem- medir y elucidar lo interior del hombre: sus impulsos, necesidades
bros del cuerpo de profesores, de orientación psiquiátrica, no se y pasiones. «Todos esos estudios cientíj|lcos_son..ijoytSlilQSJ^.,c£ea.r
mostraban benévolos con su orientación psicoanalítica; a otros no certidumbre allí donde Freud creía que no lajiabía —decía—. Creo
les gustaban sus modales autoritarios ni su tendencia a expresarse que esta contradicción básica es insalvable.»
enérgicamente, en particular cuando proclamaba sus profundas du- Hablaba despectivamente de los que confían solamente en los
datos objetivos: «Este recelo hacia los enfoques subjetivos, incluso
* Un insticulo de investigación u otra organización de eruditos y científicos, especial-
mente si el gobierno la emplea para resolver problemas o predecir acontecimientos en las
hacia la introspección, explica la orientación fisiológica de buena
áreas militar y social. (N. de la I.) parte de la psicología académica norteamericana. La fisiología es
20 El arte de lo obvio Introducción 21

mensurable y cuantificable, mientras.que. la manera adecuada de que yo había mencionado por casualidad, y me ayudaba a ver que
amar a otra perso.na..es muy difícil, de. encontrar». si lo recordaba era porque en ese detalle el niño me estaba dicien-
En una ocasión presenté a Bettelheim al hoy difunto Roben do algo importantísimo. Bettelheim tenía un agudo sentido de lo
Sears, un notable exponente de la psicología evolutiva, aproxima- que necesitaba un paciente concreto en un momento determinado.
damente de la edad de Bettelheim. Sears había sido de los prime- En nuestro trabajo durante el primer año que nos vimos me sugirió
ros en usar los métodos estadísticos en el estudio de la evolución ocasionalmente una intervención que me pareció temeraria. La pri-
infantil. En su conversación, Sears dijo que el problema de la apli- mera vez que lo hizo, le dije:
cación de la estadística al estudio de la vida emocional de los niños —Si yo fuera Bruno Bettelheim, eso podría funcionar, pero no
era que los investigadores no sabían cómo «puntuar el afecto», es lo soy.
decir, asignar un valor numérico a lo que estaba sintiendo una per- —Inténtelo —me respondió con tranquila convicción.
sona. Bettelheim se mostró en desacuerdo. Ninguna persona puede Hice lo que me sugirió, y funcionó. Mi relación con el niño se
mjedirjos_senümiento.s.de.otra, dijo. Es simplemente imposible sa- profundizó y mejoró.
ber, y no hablemos de medir, qué es lo que sucede dentro de otra Bettelheim me enseñó a escuchar con más cuidado a los niños,
persona. No es así, insistió Sears. Como otros fenómenos, las emo- a oír lo que dicen, a conjeturar lo que se oculta detrás y a comuni-
ciones se pueden medir, pero es un trabajo que hay que hacer con car con más precisión sobre la base conjunta de lo que se entiende
sumo cuidado. Y allí quedó trazado el límite de la cortesía entre y lo que se conjetura. Me ayudó a ser menos intelectual y más ju-
aquellos dos hombres sinceros, aquellos pensadores brillantes. guetón en la terapia. Años después, me dijo:
Bettelheim me atraía por otra razón que hacía que algunos —Para los adultos es difícil aprender a hablar con" los niños.
miembros del profesorado desconfiaran de él. Yo consideraba sig- ¿Por qué? La única manera de hablar con ellos es sumergirse en su
nificativa la perspectiva del psicoanálisis porque es una ciencia v posición. Pero, como nuestra condición de adultos es una adquisi-
adémáV un arte, que posee la belleza intrínseca y la utilidad de ción tan reciente, tenemos que protegerla a toda costa.
ambos. Ninguno de los dos es una manera de conocer evidente- Y en otra ocasión en que alguien le preguntó por qué hacemos
mente superior. ¿Acaso la manera que tenía Monet de entender el de la niñez el mito de la despreocupación y vemos a los niños
color era menos válida que la de las gentes que pueden decimos corno exponentes de bondad y dulzura, respondió:
cuál es el contenido espectral de un matiz? • —Tenemos esa imagen de la infancia porque todos queremos
Yo quería, además, que él me ayudara a pulir y afinar mejor mis íhaber pasado por una época en que lo teníamos todo tan bien. Pero
propias habilidades psicoterapéuticas. Tenía ciertas reservas sobre es una ilusión, un engaño. Para empezar, nunca lo tuvimos tan
la forma en que me comunicaba con un niño a quien estaba tratan- bien. ... Pero hay otra razón para que el mito [que tiene el adulto] de
do, y sentía que me faltaba establecer con él alguna conexión, de- la inocencia de la niñez muera tan lentamente. Es por nuestra pro-
cisiva pero muy sutil. Le dije que deseaba que me ayudara con los .pia hostilidad en la infancia, que estamos tratando de negar. En rea-
problemas que tenía con ese niño. lidad, tiene que ver con nuestra incapacidad para aceptar todos los
—Intentémoslo durante algunas semanas para ver qué pasa —me pensamientos hostiles y agresivos que nosotros mismos teníamos
respondió. en la infancia, que nos impide ver todo eso en los niños y, por así
¡Era un maestro excelente! En nuestras conversaciones consi- decirlo, protege nuestra amnesia...
guió poner el dedo exactamente en la llaga. Me señaló maneras de " Aunque yo llegué a apreciarlo y a considerar nuestra amistad
entender al niño y de profundizar en esa conversación continuada como un tesoro, el doctor B. no era un hombre abiertamente cálido
que es una terapia de plazos prolongados. Bettelheim era capaz de y afectuoso, sino más bien reservado en sus relaciones. General-
seleccionar un detalle minúsculo y aparentemente sin importancia mente, llamaba a las personas por su nombre profesional, y en pú-
22 El arle de lo obvio
Introducción 23
blico mantenía siempre un porte formal y pulcro. Excepto en sus
Era fácil sentir las preguntas de Bettelheim como un acoso o
dos últimos años, después de dos ataques, siempre fue muy celoso
una humillación; después de todo, él sabía con qué propósito las
de su vida privada. En ocasiones podía «vanagloriarse», pero en su
hacía, pero quería que uno se diera cuenta por sí solo. Por ejem-
hogar trataba a todo el mundo como a un huésped de honor, con
plo, podía observar en ti una actitud de la que no eras conscien-
una cortesía y una hospitalidad impecables. Bajo la superficie, per-
te, pero que impedía establecer una relación de empatia con el
cibía yo un calor tímido y travieso, que se reflejaba en el fugaz res-
niño a quien tratabas. Lo más frecuente era que estuvieras con-
plandor que a veces aparecía en sus ojos y en el brillo provocativo
duciéndote de una manera que reflejaba alguna actitud de tus pa-
de sus comentarios ocasionales.
dres que te había dolido de niño, pero a la que habías tenido que
Tenía un estupendo sentido del humor y en ocasiones, en forma adaptarte, interiorizándola. Entonces, cuando él hacía hincapié
impredecible, compartía alguna anécdota de su niñez. Un amigo en eso, tu reacción era de enojo o de ponerte a la defensiva. Mu-
mío deseaba que su mujer dejara de amamantar a su hijo de seis chos participantes en el seminario usaban de manera constructi-
meses. Para reforzar su posición pidió a Bettelheim que le ayudara va esa dolorosa confrontación consigo mismos y con sus respec-
a resolver la situación, con la esperanza de que el doctor B. fuera tivas infancias. Más de uno comentó que lo que había sacado de
un apóstol de una crianza infantil estricta y le proporcionara serias ese seminario y aprendido de Bettelheim había cambiado la
admoniciones psicoanalíticas para transmitir a su desorientada es- orientación de su vida o había influido profundamente en su ca-
posa. Bettelheim sonrió y le dijo que, cuando él nació, sus padres rrera profesional.
fueron a las provincias austríacas a contratar a una chica de dieci-
séis años para que fuera su nodriza. Todos pasaron por alto el he- Pero no todos los que asistieron al seminario sentían lo mismo.
cho de que a esa edad ella ya había cometido «delitos sexuales» y Yo, debido a mis antecedentes y a mi formación, tiendo a tener un
de que necesariamente estaba abandonando a su propio hijo. La estilo didáctico mucho menos centrado en la confrontación, y a
buena chica, continuó con una mirada de picardía, lo había ama- brindar en cambio más apoyo del que ofrecía Bettelheim. Él, por el
mantado hasta que tuvo cuatro años, de modo que él no veía cuál contrario, era el producto de una rigurosa educación clásica euro-
era exactamente el problema. Mi amigo optó por no compartir pea, y había enseñado durante muchos años en la Universidad de
aquella conversación con su mujer. Chicago, que era igualmente famosa por el rigor de sus métodos de
enseñanza. Podía ser muy áspero cuando despojaba a un_estu¿¡,an-
La brillantez_de_BeUeIheim era un don, extraño y difícij ,de des-
te,.de.lQ,que,,étJÜaraaba «falsos supuestos^reíerentes al psicoanáli-
cribir. "Y_ de lo que se trataba "era de deslac^^'rLHP-C^lTyBS. Ú9,S^e
sis. (Puede ser que en los seminarios que aquí presentamos aparez-
nq.h.a-y~u.a_§ís|ernaJe coordenadas aceptadas.poi"eonsenso,.uriiyer-
ca en menor medida esa brusquedad, ya que nuestro propósito no
saJ, como la tabla de los elementos en química. Es un campo en
es efectuar un retrato biográfico, sino presentar nuestras ideas con
donde las discrepancias surgen fácilmente, incluso en relación con
la mayor claridad posible.) A varios estudiantes les molestaba su ri-
los supuestos básicos. Cuando Bettelheim hablaba de un problema
gor y su estilo agresivo, y dejaron de acudir a los seminarios. Des-
clínico, planteaba con frecuencia cuestiones difíciles de responder.
de entonces, algunos de ellos han llegado a ser excelentes psicote-
Muchas veces, para quienes ya estaban establecidos en el campo,
rapeutas. Estoy convencido de que si se hubieran quedado, o si el
la confrontación con su ignorancia personal era inquietante. Por
estilo didáctico de Bettelheim hubiera sido diferente, ellos habrían
ejemplo, Saúl Wasserman, que dirigía una importante unidad de
ganado muchísimo y el seminario se habría enriquecido con su par-
pacientes internos de psiquiatría infantil en el tiempo en que se
ticipación.
abordó el caso que se estudia en el capítulo 2, al releerlo comentó:
«Qué difícil es creer lo tontos que éramos. Hoy llevaría ese caso de Hubo una occisión en que, después de que a un estudiante le hu-
forma tan diferente...». biera parecido especialmente difícil de aceptar la crítica de Bettel-
heim, algunos de los concurrentes le reprocharon su insensibilidad.
24 El arte de lo obvio Introducción 25

En respuesta, y fue la primera y única vez que le oí hacer aquello, análisis exigen de un individuo. La aceptación del psicoanálisis a
Bettelheim explicó sus razones: partir de supuestos falsos no es buena ni para el psicoanálisis ni
/ —Cuando enseño el pensamiento psicoanalítico, y especial- para la persona. Si alguien no quiere hacerlo, nada lo beneficiará
í mente en psicoterapia, me esfuerzo por ser duro durante ías prime- más que abandonarlo, con la oportunidad simultánea de poder eno-
! jarse con alguien, en este caso conmigo. Después de una experien-
ras sesiones, para que un promedio del quince al veinte por ciento
1
de los estudiantes dejen la clase. Estoy convencido de que es me- cia tal, un estudiante así sostendrá la tesis de que fue mi «mez-
jor para ellos, y para mí también. Llegar a ser psicoanalista impo- quindad» y no su propia angustia lo que le movió a abandonarlo.
ne considerables esfuerzos personales, y si uno no puede afrontar- Es mucho mejor que esas personas piensen que tienen razón para
los, es mejor que no entre en ese campo... La primera exigencia estar enojadas conmigo y no que piensen que no fueron capaces de
para convertirse en psicoanalista es someterse a un análisis perso- asumir el dolor inherente en el psicoanálisis o que consideren que
. nal. Al hacerlo, uno experimenta muchas veces lo doloroso y per- es un proceso fácil para todo el mundo. Así, en un sentido más pro-
! turbador que es el proceso: una experiencia personal absolutamen- fundo, lo que en la vivencia de ellos es mi «mezquindad» es algo
[
te necesaria para que, más adelante, uno sea capaz de sentir empa- destinado a protegerlos. Y funciona: ellos se enfadan conmigo, y
/ tía con el sufrimiento que experimenta el o la paciente cuando está yo puedo asumir su enojo sin pensar de ellos nada negativo.
¡sometido al proceso del psicoanálisis. La experiencia en el seminario era muy diferente si compren-
»Pero como la mayoría de mis alumnos no se han psicoanaliza- días que, cuando te presentabas, las preguntas de Bettelheim, esta-
do, tienen que aprender hasta qué punto la adquisición de diversos ban destinadas; a. hacerte.pensar en ajgo, i i ^
insights* psicoanalíticos puede ser perturbadora para el individuo. pudieras ..descubrirlo por ti .oiismo, tomando conciencia de una ac-
Cuanto antes aprendan que pueden tropezar en su camino con vi- titud que te restaba eficacia como terapeuta. Entonces tu experien-
vencias que los perturben, mejor, de manera que, si esas primeras cia te provocaba ansiedad y además era productiva. Si te esforza-
pruebas son demasiado para ellos, puedan abandonar el trabajo an- bas por comprender lo que él te estaba mostrando de ti mismo, te
tes de haber sufrido demasiado daño. Esta es también la razón de dabas cuenta de que la intensidad de tu reacción confirmaba que él
que yo nunca haya enseñado asignaturas obligatorias: quería facili- había tocado algo importante, y entonces te esforzabas más. Re-
tar a mis estudiantes la posibilidad de dejar la clase o el seminario cuerdo haberle oído decir: «Yo no puedo enseñaros a hacer psico-
en el momento que quisieran. terapia. Eso, sólo vosotros podéis hacerlo. Yo sólo puedo -enseña-
»Y por eso también, antes de acceder a la petición del doctor ros la,manera.de,pensar ejiJapsicQtejrapia».
Rosenfeld de que diéramos este seminario, insistí en que la asis- <<E]j5SÍ.coanálisis..,es,,e].,.artewde lo obvio», solía decir el doctor B.,
tencia fuera completamente voluntaria, y en que no hubiera ni la y a medida que te abrías paso entre los problemas de un caso de-
menor consecuencia adversa para ningún estudiante que optara por terminado, cuando te despojabas de las anteojeras que habías usa-
no acudir a él, o que después de algunas sesiones decidiera aban- do desde niño, y que te impedían ver lo que habría sido claro para
donarlo. ti de niño, llegabas a captar lo que él estaba diciendo. Y pronto ol-
»Es que, simplemente, el psicoanálisis no es fácil. No fue hecho vidabas que hubiera una época en que no lo veías. El insighi pare-
para que lo fuera. Freud no esperaba que el psicoanálisis fuera para cía tan claro, tan tuyo, como algo que hubieras visto y sabido des-
todo el mundo. Es algo que sólo sirve para los que quieren hacerlo de siempre, ¿verdad?
y pueden asumir todo lo que el proceso y los insights del psico- Como el buen psicoanalista que te ayuda a hacer descubrimien-
tos por tu cuenta, Bettelheim conseguía que los insights fueran tuyos.
* Término utilizado en psicoanálisis para referirse a la intuición que tiene el paciente
—El.autodescubnmiento,es tremendamente valioso para la.per-
de algunos aspectos de su personalidad. (N. del e.) sona que se descubre a sí misma —dijo en un seminario—. Que al-
26 El arle de lo obvio Introducción 27

guien lo descubra a uno jamás le ha servido de nada a nadie. Ya sa- on viejo como yyo de mi casa y de mi mujer. De modo que es una
bréis que exisle el dicho de que cuando Colón descubrió América, mezcla de lodo,, ya lo ves. Mjjiejii.rxi£S4Ke.d«¿;o^^^^
los indios dijeron: «^UjjTToj^^iüSjjiojjlesciihrj,^^"»- Y vaya si lo me queda,..
estaban. Por eso Ja ^situación psicoanalítica ,tue,..ai:eada-,parcupjx3jpo-
ver_e]__dssiaj£nm|enl o_ (Je_s_hmsmp. La vida de Bruno Bettelheim había pasado por muchas peripe-
Con el tiempo, se nos hizo difícil saber dónde se acababan las cias antes de su llegada a California. Nacido en Viena en 1903, era
ideas de Bettelheim y dónde empezaban las de cada uno. De hecho, hijo de una familia judía pudiente y asimilada. Esludió historia del
inleractuar con Bettelheim cambiaba tu manera de ver el mundo y arte y estética en la Universidad de Viena, y a los veintitrés años,
de pensar en la gente. Para algunos, su profunda influencia fue una cuando murió su padre, se hizo cargo del aserradero de su familia.
fuente de resentimiento, que hacía que resultara más fácil centrar- Pero nunca se sintió hombre de negocios, y soñaba con una vida de-
se en los puntos difíciles de su personalidad que admitir una deuda dicada al estudio. Se vinculó al movimiento psicoanalílico cuando
que parecía humillante. Cuando escribí algunos artículos en los que éste era aún una especie de actividad de vanguardia y, aunque si-
usaba ideas suyas que yo había incorporado a mi manera de enten- guió siendo hombre de negocios en Viena, inició su análisis personal
, der y de ver las cosas, le pregunté si quería que las reconociera con Richard Sterba. Gina Weinmann, su primera mujer, participó en
como tales. Su respuesta fue que él no había hecho más que com- los primeros intentos experimentales de análisis de niños de Anna
i partir ideas conmigo, y que las ideas pertenecían a todos. Jamás le Freud, aceptando a un niño profundamente perturbado que ésta ha-
vi adoptar ninguna otra posición. bía enviado al hogar de los Bettelheim para que conviviera con ellos.
Era un experto que hablaba desde el sentido común y desde el Aquella Cue la primera experiencia de Bettelheim con un niño autis-
no común, y cuyos insights e ideas fueron de utilidad en mi traba- ta, aunque al síndrome no se le había designado aún nombre.
jo clínico y en mi vida personal. Con él podía hablar de un proble- El propio Bettelheim se consideraba miembro de la «tercera ge-
ma teórico, de cómo elegir una niñera o de por qué mi hija había neración» de psicoanalistas. Era ocho años menor que Anna Freud,
andado antes de hablar. A veces, con sólo hacerme desplazar mi vi- con quien contactó a través de su mujer, y conoció a muchos otros
sión de alguna paradoja aparentemente insoluble en apenas uno o relacionados directamente con la evolución más o menos temprana
dos grados del punto donde yo tenía puesto el foco, me mostraba del psicoanálisis, y especialmente con el psicoanálisis de niños.
un estrecho corredor a través del cual se podía ver claramente el En uno de los seminarios de Stanford, un participante cuestionó
otro lado. Muchos de los que trabajamos con él a lo largo de los a Bettelheim la gran importancia que éste asignaba a las enseñan-
años tuvimos esa experiencia, que denominábamos su «genio». zas de Freud:
Pero a esta especie de alabanza, él respondía con algo así como: —Los investigadores a quienes usted critica por descuidar la
I —Tú me diste toda la información. Tú también lo sabías, pero vivencia subjetiva y el significado del comportamiento tienen, por
/hablabas con tanta rapidez que no te escuchaste a ti mismo. lo menos, datos válidos que yo puedo evaluar y reproducir experi-
Aunque había trabajado mucho y estaba orgulloso de haber al- mentalmente. Ese es el problema del psicoanálisis: parece que se
canzado la fama, se daba cuenta de que aquello tenía una impor- haya convertido en una rama de la religión que depende de las per-
tancia relativa, especialmente mientras su esposa aún vivía. cepciones de sus auténticos creyentes.
f~ —Seguro que es agradable que reconozcan tu trabajo y que te —El hecho de que el psicoanálisis no haya sido validado empí-
/citen. Pero, en otro sentido, eso no significa nada. A la gente que ricamente no lo convierte en una religión —respondió Beltel-
I realmente le interesa y a la que tienes la esperanza de interesarle no heim—. Fíjese que yo no tengo nada en contra de la religión como
1 le importa un rábano lo que escribes. Se forman sus opiniones por tal. Siempre pregunto cuál es el precio de esa religión, y cuáles sus
] la manera en que los tratas. Y andar dando charlas por ahí aleja a beneficios. Si tengo que pasarme una eternidad en el infierno, el
2H El arte de lo obvio Introducción 29

precio de creer en la salvación parece demasiado alto, por no ha- —Uno no puede escribir más de veinte volúmenes y seguir
blar de que debo sacrificar la única vida que tengo por la esperan- siendo la misma persona a pesar del tiempo y de esa experiencia.
za de la salvación. Si leen ustedes la última obra acabada de Freud, Moisés y la reli-
»He pasado por demasiadas religiones que resultaron falsas. gión monoteísta, que es una fantasía... una fantasía gloriosa, pero
Cuando era niño e iba a la escuela, la indivisibilidad del átomo era una fantasía, se encontrarán con un Freud totalmente diferente del
la religión predominante en la ciencia, un absoluto con el cual se autor del séptimo capítulo de La interpretación de los sueños.
podía contar. Ahora, los físicos han descubierto más partículas sub- Bettelheim anticipó también que el psicoanálisis cambiaría des-
atómicas de las que nadie pueda imaginarse —hizo una pausa y se pués de la muerte de Anna Freud, en 1982.
quedó pensativo—. Quizás estábamos mejor cuando el átomo era —Por más que el tratamiento psicoanalfrico haya sufrido, y creo
indivisible... que seguirá sufriendo, un cambio continuo, lo que se mantendrá
»Persona!mente, mi compromiso con el psicoanálisis se debe a pese a todos los cambios es una imagen del hombre, particular-
que me ofrece la imagen del hombre más aceptable y más útil y, mente de la importancia de lo inconsciente y de algunos hechos ta-
además, métodos para ayudar a la gente. Pero al hablar de «méto- les como la represión y los demás mecanismos de defensa. Todo
dos para ayudar a la gente» no me refiero necesariamente al análi- esto añade a nuestra imagen del hombre una dimensión a la que no
sis. Ciertamente no se puede analizar a los niños pequeños, porque teníamos acceso antes de Freud, una imagen basada estrictamente
a esa edad tienen poca capacidad de introspección. en la introspección.
Bettelheim tenía sus propias ideas sobre el contraste entre el
yo^ psicoanálisis y los métodos que apuntaban a cambiar el comporta-
qiie_yjve. Y, por Dios, qj¿e^a,,jp.^mñjpi>_y.aJes_cjLjesta_bas.tant.eüJegar miento de la gente sin entender su vida interior.
a tener un yo. Esperar que ademásJe> escindan es unajidiculez En- —El conductismo sostiene que lo esencial del hombre es fácil
tonces, [o quejiacemos es piopoicionailes vivencias que esperamos de cambiar, que se puede hacer funcionar al hombre con tanta efi-
sean consüuctivas, y que se basan en nuestio entendí mienlQ-psico- ciencia como a una máquina bien engrasada —decía—-. En con-
traste, aunque Freud creía que algunos aspectos del hombre se po-
»Si el análisis de niños no hubiera sido un invento de su hija, dían cambiar un poco, otros eran intratables porque se generaban
Sigmund Freud jamás lo habría aceptado. Exige demasiados pará- en la propia naturaleza humana...
metros. La propia Anna Freud decía que jamás trataría a un niño »E1 psicoanálisis se centra_enja_vida intenor__de_ujia_p.ensj3naJLj;n
cuyos padres, o por lo menos cuya madre, no estuvieran analiza- los...deseos, las,,fan,tasias, CQnüi.cLQ>^y~cx)BlradKc.ianesj_nherentes a
dos. Esto es exactamente contrario al método desarrollado por su la personalidad. Elpsi.coanálisis-procura distinguir..en.tre lo que^son
padre. En el psicoanálisis de adultos, el resto de la familia queda consecuencias jde.núes tr.a&.exp£ri^ncias....vi.ta!6.s..y.,I.Q..que.,SQ.a.,aspec-
totalmente fuera de la experiencia. Pero eji_ejl_análisis_d,e_ninos, uno tos inevilables,.,d.e...nuestra,nat.ur.alez.a. Pero p_ara j;ntende.rja_v.i.daj.n-
Ü£ne-.que-4rianipular--©l---a.mbient.eTp9r..lo.-menos..en.parte. Proporcio- tejJD]Lde_¿in_nidL^ los
namos a los niños escuelas especiales..., intentamos conseguir me- sentimientos,humanos,Jinal-uso-del-«amor».
jores condiciones de vida, y por cierto que esto no es introspección. »Lo que estoy diciendo es algo inquietante para los que creen
Pero son cosas que se basan en una comprensión psicoanalítica del en la infinita perfectibilidad del hombre. ELamQLJn.Qluye-nuestras
hombre y de sus necesidades. tendencias destructivas,. que,están,»ü:abadas. en una batalla constan-
Pese a su compromiso con el psicoanálisis, Bettelheim conside- te con nuestros impulsos, vitales...[o .constructivos!. Freud concep-
raba positivo que el pensamiento del propio Freud hubiera evolu- tual izó esta tensión presentándola como el conflicto entre Tánatos
cionado y cambiado en el curso de su larga trayectoria: y Eros.
M) El arle de lo alivia Introducción Jl

De 1938 a 1939, Beítelheim esluvo prisionero en dos campos Sylvesler, introdujo y reelaboró la <,ite.rapiiu.imbie,ntal>>, el método
de concentración, Dachau y Buchenwald. Los recuerdos de aquel que consideraba más productivo para el tratamiento de los niños,
año lo acosaron durante el resto de su vida. Me conló que con fre- sumamente perturbados, de aquella escuela. Esta forma de terapia
cuencia lenía pesadillas referenles a aquello. Sin embargo, incor- exige que se considere que todas las facetas de la vida del niño
poró sus observaciones y vivencias de entonces a su comprensión ym^
de las personas. A partir de todo ello, organizó una práctica y una j^i,gne¿j^ — son aspectos del proceso
carrera notables. de curación. Así fue como Bettelheim colaboró con amas de casa,
Una vez. estábamos hablando de cómo sobrevive uno a los ri- asesores y maestros, y se ocupó personalmente hasta de los últi-
gurosos malos tratos. Yo estaba indagando ese fenómeno psicoló- mos detalles del funcionamiento diario de la escuela, de su dise-
gico en una novela sobre el dolor y la recuperación que por enton- ño y de sus instalaciones. Habitualmente, se pasaba entre dieci-
ces estaba escribiendo. Bettelheim comentó: séis y dieciocho horas diarias en la escuela, asegurándose de que
—Hasta cierto punto se puede resistir. Pero si uno se deja aba- todo funcionara como era debido.
tir psicológica, económica y moral mente, ya no puede creer en su La Escuela Ortogénica se hizo famosa por su labor terapéutica
propia capacidad de resistir o de escapar... Incluso una prisión es un con el reducido porcentaje de estudiantes que eran auristas; pero la
lugar diferente si uno se dice: «Aquí estoy y no puedo salir» o si mayoría de los niños tenían otros tipos de perturbaciones graves,
se pasa el día en prisión planeando la forma de escaparse... Es una y muchos también se beneficiaron del tratamiento recibido. La ex-
actitud jj^lgriox Cada ocasión en que podrías hacer algo y no lo ha- periencia de Bettelheim provenía del tratamiento de muchos tipos
ces* es para ti una demostración de que no puedes hacerlo. Cada diferentes de niños, pero sus escritos más conocidos se referían ai
oportunidad que usas, aunque no tengas éxito, podría darte la es- tratamiento de niños psicóticos, sumamente perturbados. Sin em-
peranza de que la próxima vez lo tendrás. bargo, sus ideas son directamente aplicables a la comprensión y el
La familia neoyorquina cuyo hijo autista había vivido en el ho- tratamiento de niños gravemente maltratados y desatendidos, que
gar de los Bettelheim en Viena tenía buenas conexiones políticas. en la actualidad interesan a muchos médicos, entre los que me in-
En 1939 fueron ellos quienes persuadieron al gobernador Lehman cluyo.
de Nueva York y a Eleanor Roosevelt de que intercedieran ante los En los años que siguieron a su llegada a los Estados Unidos,
nazis por la liberación de Bruno Bettelheim. Bettelheim trabajó como educador y como terapeuta. Por medio de
Finalmente, Bettelheim llegó a los Estados Unidos casi en la conferencias, libros y artículos se dio a conocer internacionalmen-
indigencia. Tal como me contó, él y su primera mujer se habían di- te por sus aportaciones a nuestra comprensión psicoanalítica de ni-
vorciado poco después. Escribió a Trude Weinfeld, que tras haber ños con perturbaciones graves, de la experiencia de los campos de
trabajado en la escuela de Anna Freud había escapado a Australia, concentración y del Holocausto, y también de la creatividad artís-
y ella se reunió con él en Chicago, donde se casaron. Bettelheim tica. Sus publicaciones se dirigieron tanto a un público de profe-
enseñaba en un college para niñas en Rockford, Illinois. Además, sionales como de legos; su sabiduría y su humanidad le ganaron un
participó durante 8 años en un estudio de evaluación de la educa- amplio aprecio. A través de sus enseñanzas y de sus escritos, el
ción artística financiado por la Fundación Rockefeller en la Uni- doctor B. conmovió e inspiró a muchos estudiantes, colegas y lec-
versidad de Chicago. En 1944 los administradores de la Univer- tores. Sus puntos de vista tenían fuerza por su claridad, su.carácter
sidad le ofrecieron hacerse cargo de la dirección de la Escuela generalmente inequívoco y con frecuencia estimulante. No era aje-
Ortogénica Sonia Shankman, una escuela para niños gravemente no a la crítica y a menudo se enzarzaba en acaloradas controversias
perturbados y psicóticos. Allí enseñó psicoterapia psicoanalítica al sobre la causa del autismo, sobre si la familia de Anna Frank no
personal de la escuela y, al principio en colaboración con Emmy podría haber pasado más constructivamente el tiempo que estuvie-
32 El arle de lo obvio Introducción 33

ron escondidos si se hubieran dedicado a planear una fuga, o sobre Le señalé que su reputación era muy diferente.
el movimiento de oposición a la guerra de Vietnam. Incluso cuan- —Bueno —replicó francamente Belleiheim—, si eres un león
do alguien discrepaba vehementemente de él, como le sucedía a cobarde, tienes que rugir con fuerza.
mucha gente, su punto de vista estaba tan bien meditado y era tan En su vida, me confió, era Trude, su mujer, a quien era profun-
convincente que lo llevaba a uno a reflexionar con más profundi- damente leal, quien le había dado el valor necesario para el inten-
dad. AI discutir con él, se llegaba a entender más cabalmente la to de triunfar en Estados Unidos.
propia posición. Desde la cincuentena, Bettelheim no gozaba de buena salud;
Cuando el doctor Bettelheim se retiró finalmente a los setenta Trude era unos nueve años menor que él, de modo que siempre ha-
años, lenía el corazón debilitado y sufría problemas circulatorios. bían esperado que él muriese primero y de acuerdo con ello habían
Necesitaba vivir en un lugar con un clima más benigno que Chi- hecho sus planes. Él no volvió a ser el mismo después de que su
cago, y con menos peligros de los que presentan en invierno sus mujer muriera, en octubre de 1984, tras una prolongada lucha con-
calles heladas. Algunos amigos vieneses de los Bettelheim se ha- tra el cáncer. No mucho después, Bettelheim se trasladó a Santa
bían retirado al área de la bahía de San Francisco, donde los Bet- Mónica, en California.
telheim habían pasado un año fructífero a comienzos de la década A pesar de su profunda depresión, y del sentimiento de soledad
de los setenta, cuando él era profesor invitado en el Centro de Es- que lo invadió al estar sin ella, Bettelheim se comportó con entere-
tudios Avanzados de las Ciencias de la Conducta, en Stanford. Así za, viviendo y trabajando con ánimo creativo. Después, en 1988,
fue como en 1973 se trasladaron a California, donde Bettelheim sufrió el primero de los dos ataques que hicieron que le resultara
llegó a ser profesor visitante en la Universidad de Stanford, con la difícil escribir, y más difíciles aún las minucias de la vida cotidia-
esperanza de enseñar allí de la manera que él acostumbraba ha- na. Durante los dos últimos años de su vida, desde 1988 hasta
cerlo. 1990, todos los que le conocieron bien pueden dar testimonio de
En los diecisiete años que siguieron a su retiro publicó nume- que Bruno Bettelheim era un hombre profundamente deprimido y
rosos ensayos y libros, entre ellos Psicoanálisis de los cuentos de exhausto. Tenía un problema de esófago a causa del cual le costa-
hadas, que ganó el National Book Award, Aprender a leer, en co- ba mucho tragar, de modo que no podía comer más que purés. Tras
laboración con Karen Zelan, Freud y el alma humana, No hay pa- haber adelgazado considerablemente, y pese a su avanzada edad,
dres perfectos y El peso de una vida. La Viena de Freud y otros accedió a someterse a una intervención quirúrgica, cuyo resultado
ensayos* fue satisfactorio y gracias a la cual se sintió mejor al poder disfru-
En una ocasión en que estaba hablando de un paciente en psi- tar de nuevo de una dieta más variada. Pero le acosaba el miedo,
coanálisis, Bettelheim dijo: que persigue a muchas personas mayores que han sido fuertes e in-
—Después de todo, para_eso_se_necesita un analista, paralarle dependientes, de que un nuevo ataque lo dejara inválido.
a
J^2-?i-..9J?rai?_ <?.£ M££Ll9,,9.ysJJ£R.?JJlíSd2..d.Lhacer solo. Cada vez que yo volaba a California a visitarlo lo encontraba
Cuando le dije que el analista que estaba describiendo se pare- más debilitado. Tenía la sensación de que el cuerpo lo había aban-
cía al Mago de Oz, se mostró de acuerdo: donado por completo, pero añadía que «desdichadamente, la men-
—En todo ese cuento, mi personaje favorito es el León Cobar- te se ha quedado atrás». Había adelgazado y necesitaba un bastón
de. Y fíjese que yo también soy cobarde, y eso siempre me ha ser- para caminar. Cada vez que lo visitaba, nuestros paseos eran más
vido de mucho. cortos y más lentos, por más que él hiciera un gran esfuerzo. Pró-
ximo ya al fin, no podía conducir. Sólo podía escribir con gran es-
* La edición castellana de lodos ellos ha sido publicada por Crítica en 1990", 1989, fuerzo, y su letra, antes suelta y fluida, con amplias curvas, se vol-
1983, 1989' y 1991, respectivamente. (N. del e.) vió pequeña y tensa. Necesitaba constantemente alguien que le
34 til arle de lo obvio
tntroclucción .í5
ayudara, incluso para bañarse, una situación difícil para aquel hom-
tinta a la de los contemporáneos de Betlelheim. (De hecho, uno o
bre orgulloso, formal, tímido y muy celoso de su intimidad. La sen-
dos años antes de que Betteiheim pusiera término a su vida, su úni-
sación de desvalimiento era una aírenla muy especial para el senti-
ca hermana se suicidó en Nueva York.) En sus dos últimos años,
mienlo de dignidad, integridad, autonomía e independencia que él
Betlelheim pidió en repetidas ocasiones a sus amigos médicos que
lanío valoraba. Ya próximo al fin, me dijo en una ocasión: «Táña-
le asegurasen que si se encontraba totalmente incapacitado incluso
los me ha ganado. Ya no lengo interés en la vida».
para suicidarse, le ayudarían a terminar con sus sufrimientos con
Mucha genle ha dicho que leer lo que escribió Bellelheim sobre una inyección de morfina. Si alguien se lo prometía, solía decir, se
la supervivencia en condiciones extremas fue para ellos un apoyo
dejaría de hablar de suicidio. Pero, lamentablemente, nadie podía
emocional en sus momentos más sombríos. Quizá por eso muchos,
entre ellos algunos pacientes a quienes él había tratado de animar asumir el riesgo de ayudarle. Cuando decidió que el suicidio era su
para que sobrevivieran, se sintieron traicionados cuando se quitó la única solución, quiso que su acto fuera privado e intentó disponer
vida en marzo de 1990. un viaje a Holanda, donde, según me dijo, el suicidio se tolera aun-
que no sea legal. No quería ninguna clase de espectáculo público;
Pero renunciar no fue para él rápido ni fácil. Beílelheim perdió sabía que aunque algunos pudieran verlo como un símbolo, él era
el deseo de vivir cuando murió su mujer, y ese sentimiento se fue una persona real que estaba viviendo una agonía cotidiana.
intensificando y haciéndose más insistente a partir de marzo de
Supongo que cada uno tiene que decidir por sí solo si tiene de-
1988, cuando luvo el primer ataque. Sin embargo, en los dos años
recho a escoger una opción como ésta. Betteiheim consultó a la
siguientes probó todos los remedios que le recomendaron los neu-
Hemlock Society [Asociación Cicuta] y siguió al pie de la letra sus
rólogos y los psiquíatras, entre ellos la rehabililación física, la rea-
nudación del psicoanálisis, y recurrió también a anlidepresivos, es- consejos. Bruno Betteiheim siempre tuvo gran respeto por el con-
timulantes, medicación para combatir el pánico y otros fármacos sejo de los expertos.
diversos. Trató de incrementar su actividad didáctica. Sus amigos,
Durante la elaboración de este libro se ha publicado cierta canti-
antiguos y nuevos, jamás lo abandonaron. Cuando yo lo visité en
dad de material, sumamente crítico, centrado en la personalidad,
Washington, algunas semanas antes de su mueríe, el teléfono sona-
compleja, perfeccionista y exigente, de Bruno Betteiheim. Bettei-
ba por lo menos cada media hora. Pero en su desolación, él insis-
heim tuvo una carrera larga y distinguida, nunca temió pronunciarse
tía en que nunca lo llamaba nadie. Cuando le señalé la contradic-
sobre muchos temas controvertidos, y se ganó una merecida reputa-
ción, admitió que yo estaba en lo cierto, pero insistió en que él se
ción de agudeza mental y de disposición a participar en el combate
sentía abandonado. No puedo menos que preguntarme si los ata-
intelectual. Su objetivo era entender con claridad y en profundidad,
ques no habrían causado también algún deterioro neurológico peri-
no ser el más apreciado.
férico que le afectaba el recuerdo de las cosas recientes.
Como ya hemos señalado, Betteiheim podía ser cáustico; esto
A los ochenta y seis años, Betteiheim sabía que no le quedaban todos los que le conocieron pudieron sentirlo personalmente en un
otros diez años por delante para vivirlos bien. Sus únicos interro- momento u otro. Además, era un hombre que provocaba reacciones
gantes eran cuánto le quedaba de vida, si antes tendría que padecer contradictorias en quienes lo conocían, de modo que no hay que
más debilidades humillantes y si debía tomar él mismo las riendas sorprenderse de que de él se hayan dicho cosas de intenso tono crí-
de las cosas. Su modelo fue Sigmund Freud, cuando con óchenla y tico, tanto cuando vivía como después de su muerte. Lo sorpren-
tres años, y sufriendo inlolerablemente a causa de una batalla con- dente es que los artículos difamatorios que se escribieron sobre él,
Ira el cáncer que se remontaba ya a dieciséis años, hizo que su mé- fueran ciertos o no, sólo aparecieran y alcanzaran amplia difusión
dico, Max Schur, le diera una sobredosis de morfina. Pero los vie- después de su muerte. Mi amistad con él se inició después de su re-
neses de la época de Freud veían el suicidio de manera muy dis- tiro, de manera que nada puedo decir de lo que se cuenta sobre lo
El arle de lo obvio

que Betlelheim hizo o dejó de hacer en la Escuela Ortogénica. En


agosto de 1990, cuatro meses después de su muerte, me llamó una
reportera de una impórtame revista estadounidense para pedirme
información sobre las acusaciones contra el doctor Bettelheim. Le El primer encuentro
pregunté por qué esos ataques sólo empezaban a aparecer cuando
él ya no podía defenderse ni explicarse y, con cierta renuencia, me
contestó: «Porque un heredero no puede demandar por calumnias».
Muchos estudiantes a quienes llamé para decirles que este li-
bro estaba casi terminado me expresaron su profunda gratitud ha-
cia el doctor B. Uno dijo que se había hecho psicoanalista porque
sus experiencias en el seminario le habían abierto los ojos a la
vida interior del hombre. «No se olvide de decir lo ciego que yo e podría pensar que iniciar la primera sesión de psicoterapia
estaba —me dijo otro—. Fue necesario que el doctor B. me lo de- v3 con un paciente nuevo debería ser algo simple. Uno dice hola
mostrara.» y ya está. Pero la primera sesión es mucho más: es un momento crí-
El doctor Bettelheim era una llama que durante su vida encen- tico que puede determinar el curso de años de terapia. Por eso, en
dió muchas otras; a algunas las conocía, otras lo conocieron a él al
nuestra serie de seminarios, Bruno Bettelheim y yo dedicamos por
leer sus escritos. Estas vidas cambiaron, permanentemente y para
lo menos una sesión por año a estudiar cómo saludar a un pacien-
bien, porque tuvieron la buena suerte de entrar en contacto con
te nuevo. <<HJinaJ^stáje_njJ_ci3jaieiiZQ>>, solía decir el doctor Bet-
Bruno Bettelheim y con su mentalidad, asombrosamente clara y
perceptiva. En cuanto a mí, con toda la tristeza que lleva decir por telheim, aludiendo a que la manera en que uno entra en relación
última vez adiós a un amigo, colega y mentor muy querido, quisie- con un paciente dispone el escenario para mucho de lo que le se-
ra rendirle tributo con estas palabras, atribuidas a Sigmund Freud: guirá, quizás incluso para el resultado final.
«La voz de la razón es suave, pero insistente». Bettelheim comparaba la forma en que Sigmund Freud estable-
cía una atmósfera adecuada para las sesiones psicoanalíticas con el
ALVIN A ROSENFELD, doctor en medicina diseño, brillantemente realizado, del montaje escenográfico de una
obra, hecho de tal modo que transmita un vivido sentimiento de lo
que es el drama que se está a punto de representar. En el escenario
psicoanalítico de Freud, el accesorio más importante es un diván.
Éste, antes de que se pronuncie siquiera una palabra, transmite im-
portantes mensajes subliminales al paciente. El diván indica que
paciente y analista están al comienzo de una relación que difiere de
todas las demás. Al.pedir...al.paciente.que se recostara, Freud le,es-
taba sugiriendo que la relajación,era deseable, y, le daba a entender,
que la regresión, tan mal vista en otros.ámbitosdeja vida,,.era bus-...
cada y aceptada. Además, como generalmente cuando soñamos es-
Támos acostados en la cama, la presencia del diván indica la im-
portancia de los sueños en el marco del análisis.
38 El arle de lo obvio El primer encuentro 39

AI poner al analista en una silla detrás del paciente, Freud si- píritu inquisitivo y agudeza intelectual. Esperó un poco antes de
tuaba a este último en e! centro del escenario. El analista, sentado hablar.
detrás de él, se concentrará en lo que le digan las palabras del pa- —Realmente, necesito ayuda. Mañana he de enfrentarme a mi
ciente y en lo que sus acciones revelen. primer caso infantil. Quiero entenderlo mejor antes de verlo, pero
La puesta en escena de nuestro seminario no estaba en modo al- no tengo más que unos pocos datos en su ficha. Tiene siete años,
guno tan cuidadosamente orquestada. Todos los martes a las 13.30 se llama Simeón y le da por encender fuegos.
nos reuníamos en torno a la pulida mesa de la sala de conferencias —Estoy pensando si ya no sabe demasiado —intervino el doc-
del Hospital de Niños, en el departamento de pacientes psiquiátri- tor Bettelheim—. Habj^jjsted com^si la ticha del niño contuviera
cos externos de Stanford. El doctor Bettelheim ocupaba la cabece- «hechos», pero tendría que considerar todas esas anotaciones como
ra de la mesa y yo me sentaba a su izquierda. Uno de esos martes, rumores. ---.-..-»,,,-,«.,-,-
en el verano de 1983, Bettelheim se presentó a sí mismo a dos es- —Pero es que no son rumores —protestó Renee—. La ficha la
tudiantes que venían por primera vez al seminario, Renee Kurtz, prepararon médicos con experiencia.
estudiante adelantada de asistencia social, y Jason Winn, un nuevo —Y estoy seguro de que prepararon lo que para ellos era una
residente en psiquiatría infantil. Los demás eran los miembros «ha- información precisa —dijo Bettelheim—. Sin embargo, lo único
bituales» del seminario. Michael Simpson era un psiquiatra de ni- que eso le dice es cómo interpretaron ellos las palabras y las ac-
ños que había terminado su formación y se dedicaba ahora a la ciones del niño, lo que destacaron y lo que omitieron. Pero para us-
práctica privada no lejos de allí, en Menlo Park. Hacía años que ve- ted esas observaciones son un estorbo.
nía al seminario con toda la frecuencia que le permitía la densidad Como Renee parecía insegura, me extendí sobre lo que señala-
de su horario profesional. Gina Andretti, psicóloga de niños, de ba Bettelheim:
Milán, estaba haciendo dos años de formación especializada en —La ficha muestra los detalles sobre los cuales otras personas
Stanford, y Bill Sanberg, un psicólogo clínico que trabajaba gene- querían llamar su atención. Y como ellos son gente inteligente y
ralmente con adultos, hacía algo más de un año que acudía al se- experimentada, y usted quiere aprender, en última instancia se be-
minario. Había crecido en un suburbio de Washington, se había neficiará de lo que ellos vieron. Pero no es este el mejor momen-
doctorado en una famosa universidad del Sur y había tenido una to. En su. primer encuentro con el paciente, usted percibirá mucho
beca de posgraduado en uno de los programas de Stanford. Sandy más de loque puede registrar conscientemente. ¿Qué. aspecto tie-
Salauri, asistente social en el departamento de psiquiatría de la clí- ne el niño? ¿Cómo va vestido? ¿Parece que él mismo hubiera ele-
nica de pacientes externos de la Universidad de Stanford, asistía al gido la ropa? ¿Cómo camina? ¿Ha. lleyado^consigo algún-juguete?
seminario desde hacía algo más de seis meses. En caso afirmativo,, ¿qué. es? ¿De qué manera lo sostiene o cómo
A Bettelheim se lo conocía como maestro exigente y estimu- juega con él? ¿Juega con los.j.ugueles que usted tiene en el área de
lante. Cuando recorría la mesa con los ojos, había veces en que los jjaego o se limita a mirarlos? ¿Está interactuando con los padres, |
estudiantes desviaban la vista para que no los llamara y les pre- que están en la sala de espera, o juega él solo en un rincón? ¿La i
guntara si no tenían algún caso para presentar. Ese día, sin embar- mira cuando usted se presenta? ¿Qué da la impresión de interesar- j
go, me sorprendió ver que, en su primera sesión del seminario, Re- le, en usted o en la sala de juegos? Después de todo, la gente pue- I
nee parecía ansiosa de que Bettelheim se fijara en ella. de guardar silencio de tantas maneras como puede hablar abierta- \
Renee había crecido en Los Ángeles y luego se había mudado mente. A partir de todos esos primeros contactos iniciales y ob- ¡
al norte para ir a la universidad y a la escuela de asistentes socia- servaciones subliminales, con su propio sentido de lo que es la si- |
les en Berkeley. Aunque exteriormente respetuosa, tenía chispa, es- tuación, usted escogerá en qué ha de concentrarse en su primer en- J
cuentro con él.
40 El arte de lo obvio El primer encuentro 41

»Lo que sepa anticipadamente de una persona influye sobre las mentede manera positiva. Y eso dará a la psicoterapia la probabi-
cosas que usted observa y ante las cuales reacciona. Cuando uno es lidad de un comienzo más fructífero.
un terapeuta principiante y está nervioso por su primera entrevista, —Cuando yo estaba en la Escuela Ortogénica —dijo el doctor
es probable que, de entre todas sus percepciones, escoja aquellas Bettelheim— era frecuente que nos describieran a un paciente en
que ya han impresionado a sus maestros. Pero como estará buscan- potencia como «un monstruo, incontrolable y peligroso». En cam-
do confirmar lo que ya observaron sus modelos de rol, es probable bio, cuando finalmente me encontraba frente al «monstruo», resul-
que pase por alto detalles muy importantes en los que nadie se ha taba ser un niño aterrorizado. Pero, a pesar de haberlo experimen-
fijado aún. tado con tanta frecuencia, cada vez que aquello sucedía no podía
Renee parecía perpleja. dejar por completo de preguntarme cuándo y cómo estallaría aquel
—¿Por qué no puedo estar atenta a mis percepciones, pero tam- niño. Y estoy seguro de que, de alguna manera, él lo percibía. Y si
bién leer la ficha para que me ayude a ver más? eso era válido para mí, que había realizado centenares de entrevis-
—Sí que puede —respondí—, pero todavía no. Los_detalles_gue tas así, debe serlo incluso más para un principiante.
ver4.mañaiia_son_ úmcos, porque resultan de lo que usted provoca »Y también hay otro factor en juego. Yo me doy buena cuenta
,en el paciente, en parte de la forma en que él decide presentarse de que todos sentimos ansiedad cuando empezamos.con un pacien-
Uinte esa terapeuta que es usted, ese día, y en parte de la reacción te nuevo. Pero, debido a la información que tenemos, nuestra an-
de él ante usted, como persona y como terapeuta. Si lee la ficha, siedad está mucho más controlada que...¡a del paciente, y éste no es
puede caer en la tentación de buscar lo que observaron los demás. insensible a ese desequilibrio. Y no sólo eso, sino que nosotros sa-
Entonces, el nuevo paciente no se encontrará con una Renee Kurtz bemos, y él sabe que sabemos algo de él, pero él no sabe qué es ese
¿njcjL^iiuténtica, que reacciona espontáneamente ante lo que le algo. Y, personalmente, él no sabe_nad^,demnpsgti;os..Ese desequili-
in]presiona,._sino que verá a una mujer que trata,de ser una buena brio deforma la relación,,
estudiante.a los ojosde sus maestros. Desde el principio, usted ha- «Incluso el más experimentado de los psicoanalistas tiene un
brá introducido uademento artificial en lo que tiene que ser una
problema con esta cuestión de la superioridad —prosiguió el doc-
relación, intensamente personal... y eso crea un estrés que"'los; dos
tor Bettelheim—. Aunque no puedo demostrarlo, sospecho que par-
percibirán.
te de la regla tradicional del silencio, o del relativo silencio, se ori-
»Además, como la mayoría de. .las.ni ños de su edad,..es..proba- ginó realmente en el hecho de que algunos dejos primeros analis-
ble que él crea.que..todos los adultos están..confabulados,. Y sabe tas se dieron cuenta de lojüfíaL£iue_.es_uQ»actim
que si lo llevan al hospital es porque, supuestamente, le dio por en- cuando nuestra formación y nuestros conocimientos nos tientan a
cender un fuego. Entonces, en la primera sesión con usted, lo que sentirnos superiores. Pero esta actitud es lo más destructivo que
espera en el mejor de los casos es que lo juzgue. Y en el peor, es hay para el paciente.
probable que vea su primera sesión como parte del castigo con que —Bueno, pero mi problema no es la superioridad, sino la inex-
lo han amenazado sus padres y la escuela. periencia —replicó Renee—. Estoy segura de que, por el hecho de
»Pero si siente que usted no tiene ningún conocimiento previo ser principiante, me perderé totalmente la importancia de mucho
de él, hay~üñ"á"~remota piobabihdad de que ciea que ambos están de lo que pase en cada sesión, y no me parece justo para el niño
iniciando un viaje de descubrimieiito^reQÍproco. Y por ¡o menos'en ni para sus padres que yo necesite meses para enterarme de cosas
lo que se" refiere á quién es él y por qué hace lo que hace, él es una que simplemente podría haber leído en la ficha antes de empezar.
autoridad en no menor medida que usted, y cuenta con muchos más —Permítame que le cuente una anécdota de Freud —sugirió
hechos pertinentes. Percibjrág£e usted estájilerta, pej^cgjLcurio- Bettelheim—. Poco después de que Rorschach terminara su test de
s j d a ¿ ^ h j J [ d d d á ^é^circunstancias, frecuente- las manchas de tinta como medio de explorar la imaginación de los
42 El arle de lo obvio El primer encuentro 43

pacientes, un psicólogo llegó a Viena con la noticia. Algunos ana- en vez de reaccionar sintiendo «Vaya novedad» ante su descubri-
listas más jóvenes, que tal vez como usted deseaban trabajar con miento, que es un «don» que él nos hace, nos sentiremos interesa-
más rapidez, se quedaron fascinados con el test y convencieron a dos, entusiasmados por dentro.
Freud de que se prestara a que le hicieran una demostración. j5aaejite_p_ercjbe nuestra reacció
»Freud se quedó debidamente impresionado con lo que se po- él- SjLjd.SJAllJiegatLva_de,,suniisnic)-~será..x.uesti.onada. Empezaráu,a
día descubrir a partir de las asociaciones de un individuo con las verse a.s
manchas de tinta. Naturalmente, algunos de los presentes esperaban ia_p.^
que el test le pareciera útil para su trabajo, pero cuando le pregun- ig.nos-;-de...ateiición. Y_ejTtonces que-
taron si creía que pudiera ser útil en la práctica del psicoanálisis, su .rrá._QÍxecer.Ie_más. Empieza,a...sentirse,.ansioso_,de,xon.tinuar,,con,.la
respuesta fue un «no» tajante. Expjjccxc]ue si el supiera lo que po- terapia, y nosotros, J_Qs-iejapeuMs»..di^nutax]io.s...c.an«.n.ueslrQ...neclén
día revelar el Rprschach,,antes de llegar a conocci a un pacientej'ya adquirido., conocíniie.DÍo_y..,eQn_ji,ues.tra,<.cap.aci.dad,..,d.e»,entejader. Es
no podría analizarlo, bien, S_u__conocím'iento se conveituía en una decir, que nos quedamos esperando la sesión siguiente con una ex-
interferencia con la curiosidad que. [o movía a sabei más defpa- pectativa casi equivalente a la suya.
cien.te. En este punto intervine yo:
»Freud consideraba que la cujj£sidad del analista eia la fuente —En su lugar, Renee, yo miraría la ficha después de tener la
actLvadoi:a,,deL,psJ£oatóHsjs, lo que impedía que el proceso se an- primera, o mejor la segunda, sesión con el paciente, porque siento
quilosara o se echara a perder. Su deseo de descubrir cosas que des- que en este momento de su formación tiene algo que aprender de
conocía sobre .el paciente¡era tan importante en este laigo proceso lo que han dicho personas de más experiencia. Al esperar hasta en-
como, el deseo deLpacieBttgJeKacerse^jenjendci tonces, tendrá sus propias percepciones para compararlas con lo
»Por ejemplo, piensen en lo que sucedería en su propia relación que encuentre en la ficha. Quj;ajit£,K,el^
con un paciente que los conoce desde hace mucho tiempo y final- sjjljainociiiiiei^ ficha, antes de
mente se siente lo bastante seguro y confiado como para compartir qü£,,sLpr-Opio paciente se los comunique a su manera y desde su
en la sesión un profundo secreto. Confiar ese secreto es un don o rjrfl.pig^pjLintp^ dee.vista, usted y él estaián cieando una relación de
un signo de confianza creciente. Si, cuando él lo cuenta, la reacción Qj,UJt.WO,i}R£S£J,ft- Cuando finalmente se entere de la LnJi)rjnac,i,óii,Ja,
interior de ustedes es «Vaya novedad. ¿Por qué habrá tardado tan- de esa i elación En es_e. contenta, personal, y
to en decírmelo?» —algo, dicho sea de paso, que pueden sentir ' S8..1tt9,ba,bJe que tienda menos a engiii>e.en juez que el tex-
pero que jamás dirán—, ¿no es probable que el paciente tuviera una to de la ficha o que cualquier evaluación formulada por alguien que
fuerte reacción ante esa falta de interés? Quizá se preguntaría por no ha visto al paciente más que una o dos veces.
qué ha de tomarse la molestia de seguir con su introspección y su —Por eso la educación clínica tiene una laiga tradición de en-
explicación de sí mismo con alguien que parece que ya lo sabe trenamiento de las capacidades de observación —terció eí doctor
todo. I^erQjjie^ BettelHelín—. Si uno culjiva.ju.p:opia,,capacJ,dad,de~.Qb.sej;vacÍQ,n y
tampoco se explicará consigo mismo. Y explicarsexQnsigQ mismo aprenderá dejai que los pacientes hablen de sí^mismos, puede
es fundamental para la eficacia de la psicoterapia. apjejnder muchísimo sin hacei más que escuchai y obsei vai El pro-
»Cuando una persona descubre cosas de sí misma que antes no fesor Wolf, un psicólogo de la Gestalt, hacía que la gente entrara
sabía, es probaBle que también descubra J3or^üe*nó"ías"satííá7'pj5r' en el salón de conferencias y atravesara la tarima con la cabeza y
qué las ha reprimido y de qué manera diferente desea actuar en el la mayor parte del cuerpo cubiertas por un saco, de modo que lo
futuro. " '• •>•• * - • " " " " " "••"•"•"•• •"•••"•—"•-"•"• único que veía eran sus pies. Con sólo observar su manera de ca-
»Si no tenemos información anticipada sobre nuestro paciente, minar, Wolf podía describir las distintas personalidades. Podría ha-
44 El arte de lo obvio El primer encuentro 45

beiio hecho con la escritura, como hacen los grafólogos, o con la cios que hacen tienen lugar en un nivel inconsciente, en vez de es-
forma en que llevaban a cabo cualquier otro acto característico. Si tar organizados con fines terapéuticos. Nosotros les ayudaremos a
uno se concentra en un rasgo determinado y aprende a prestarle hacer de! conocimiento del comportamiento humano que ya han
cuidadosa atención en todos los encuentros, con el tiempo puede acumulado algo más explícito, para que puedan usarlo consciente-
llegar efectivamente a aprender de qué manera se expresa la perso- mente.
nalidad en ese rasgo. Por cierto, que uno ha de observar por lo me- »Así aprendí yo. En mis primeras semanas de formación psi-
nos a cincuenta o sesenta personas antes de empezar siquiera a
quiátrica, estuve sentado en una sala de conferencias con otros
apreciar lo que significan las diferencias en el andar. Después de
veinticuatro residentes psiquiátricos nuevos. Un instructor hizo en-
haber aprendido qué es lo que le dice a uno un aspecto del com-
portamiento de una persona, puede concentrarse en un segundo as- trar en la sala de clase a una mujer joven y vivaz. La saludó y le
pecto, y luego en un tercero, y de esta manera irá cultivando su explicó que en una hora más o menos la llamaría para hablar con
propia capacidad para ver qué es lo que expresan las mínimas di- más tiempo con ella. Toda la interacción apenas si había durado un
ferencias de comportamiento entre una persona y otra. minuto; después ella se retiró.
»Pasamos la hora siguiente hablando de la paciente, describien-
—Oírle contar lo que era capaz de hacer el profesor Wolf me do lo que habíamos visto y oído, haciendo conjeturas sobre su vida
confirma la sensación de que necesito que me guíen —dijo Renee. y formulando hipótesis sobre cuál podría ser su problema. Después
—Cuando el profesor Wolf demostraba su capacidad de obser- el instructor la invitó nuevamente a entrar y la entrevistamos du-
vación con personas que llevaban la cabeza cubierta con un saco, rante media hora. Los residentes nos quedamos pasmados al des-
no estaba practicando psicoterapia —aclaré yo—, sino haciendo un cubrir cuánto habíamos llegado a observar en aquel primer minuto.
diagnóstico al estilo de un virtuoso, algo así como un análisis bri- Nos enteramos de que habíamos deducido correctamente que era
llante de un test de Rorschach. Todos podemos fijarnos como ob- anoréxica (mucho antes de que los profesionales y los medios de
jetivo en la vida cultivar nuestra capacidad de estar atentos a los comunicación prestaran atención a los trastornos de la alimenta-
mínimos matices de los movimientos y expresiones de un pacien-, ción), pero también detalles referentes a los deportes que practica-
te, para profundizar nuestra capacidad de entender cómo revela el ba, la forma en que se relacionaba con los amigos, la familia y su
paciente sus sentimientos y su personalidad. Y eso podría ser útil trabajo en la escuela, y por qué se vestía de la manera que lo hacía.
si uno quiere hacer evaluaciones de personalidad rápidas con algún »Dudo que ninguno de nosotros pudiera haber llegado solo a
propósito definido. Pero en psicoterapia la curación.seproduce sólo aquellas conclusiones. Todos vimos los mismos comportamientos y
cuando, ponemos nuestras habilidades para la observación al servi- oímos las mismas escasas respuestas, pero el intercambio verbal
cio de la relación existente entre nosotros y el paciente. fue dando forma a nuestras ideas y haciendo conscientes nuestras
»Renee, usted está al comienzo de su carrera. Es inteligente y intuiciones. Con la orientación del instructor, aprendimos los unos
evidentemente está ansiosa de aprender. Está claro que sabe que de los otros.
necesita orientación. A mí me preocuparía mucho que alguien que »Esa es una de las maneras en que nos vamos formando como
se inicia en esta «profesión imposible» se sintiera desbordante de médicos. Con frecuencia, hablamos del primer encuentro, porque la
confianza. Espero que encuentren ustedes orientación en este semi- primera vez que uno ve a un paciente nuevo, observará y oirá co-
nario, pero sea lo que fuere lo que aprendan de nosotros, los pa- sas que quizá no se vuelvan a ver en años. Con el tiempo, uno
cientes serán sus mejores maestros. aprende a hacer cuidadosas observaciones en ese primer encuentro.
»Además, cada uno de ustedes tiene por lo menos veinticinco En ocasiones, destaca algún detalle aparentemente secundario que
años de experiencia en observar a la gente e interpretar lo que ha uno no deja de tener mentalmente presente, pero sin entender poi-
visto. Sin embargo, mucho de lo que observan y muchos de los jui- qué. Como nos ha impresionado profunda y subliminalmente, sa-
46 El arle de lo obvio El primer encuentro 47

bemos que es muy importante. Con ei tiempo, se llega a entender —Ese libro dice que la primera entrevista psicoterapéutica pue-
qué significa y por qué el paciente optó, quizás inconscientemente, de producir tensión en cualquier niño. Ese enunciado sólo se refie-
por mostrárnoslo ya desde el primer encuentro. re a una parte de una relación; jamás se dice que el encuentro con
«Cuando uno está empezando, es muy difícil ver, simplemente, un paciente nuevo también produce tensión en el psicoterapeuta.
y concentrarse en lo que hay ahí. Uno está nervioso y necesita afe- De esta manera, ei autor deja al terapeuta fuera de la situación.
rrarse a algo para poder disminuir la ansiedad. Para eso se usa con —Lo escamotea de la totalidad de la ecuación, como si lo que
frecuencia la ficha, para incluir el comportamiento de un niño en sucede no fuera una interacción —añadí—. Lo que es importante
alguna categoría claramente definida, de modo que podamos sentir como preparación para ver mañana por primera vez a ese niño es
que se tiene un anclaje. Uno ve que un niño juega con muñecas a que haya pensado en el paciente y usted como un tándem, y en la
papas y mamas y dice para sus adentros: «¡Aja! Esto debe de ser terapia como una aventura compartida. De esta manera, usted es-
un reflejo del problema edípico; en la evaluación decía que estaba tablece que entre los dos se ha de desarrollar algún tipo de víncu-
en pleno proceso», y se siente menos a la deriva. Yo hacía lo mis- lo. Si piensa en su relación con ese individuo nuevo, no se senti-
mo, pero no era constructivo. Aun así, sólo después de haber visto rá totalmente desorientada respecto a cómo conducirse. Aun en el
suficientes pacientes pude sentirme lo bastante seguro en mi propio caso de que sus preparativos resulten deficientes, el hecho de que
terreno como para usar la brújula de mis propias percepciones. haya intentado estar preparada le ayudará a protegerse de una an-
Hasta entonces, no tuve ni el valor ni los recursos necesarios para siedad que la deje desorientada. Está claro que por más tiempo que
hacerlo, de manera que no me sorprende que ustedes también estén haya dedicado a preparárselo, tampoco puede aferrarse demasiado
luchando con eso. a su plan.
El doctor Bettelheim se mostró en desacuerdo. «Digamos que, al encontrarse realmente con el nuevo paciente,
—Incluso si es así, es mucho más fácil que ustedes adquieran usted se da cuenta de que es totalmente diferente de lo que se ha-
sus propios recursos si se ven obligados a hacerlo que si les dicen bía imaginado. O bien, que con el tiempo comprueba que sus reac-
que les resultará ventajoso hacerlo —hablaba directamente con Re- ciones iniciales no eran «correctas». Entonces podría preguntarse
nee—. Mañana, como usted es principiante, se le escaparán muchas cómo y por qué se había equivocado, qué le enseña su error sobre
pistas referentes a la personalidad de ese niño, pero no todas. Su ta- usted misma, sobre sus puntos débiles, sus supuestos previos, sus
rea más urgente no es fabricarse una construcción mental de la per- prejuicios, y de qué manera podría controlar mejor, en casos futu-
sonalidad del niño, sino ayudarle a que se dé cuenta de que le im- ros, cualquier factor personal que la haya desorientado en esta si-
porta lo que él siente y la forma en que la ve a usted. tuación.
»Pero a la larga, para tener éxito como terapeuta de niños, us- —Puedo ejemplificar lo más importante de esta recomendación
ted necesita tener muchísima experiencia de lo que es un compor- con dos ejemplos que muestran el punto de vista de los pacientes
tamiento más o menos normal. O sea, que en los próximos años de- —intervino el doctor Bettelheim—. En el primero, una mujer, en el
dique tiempo a estar con niños y a observarlos. No podrá entender primer encuentro con su terapeuta, también mujer, tuvo la fuerte
realmente la patología a menos que empiece por preguntarse cuál impresión de que ésta no actuaba como un médico, sino como una
es la reacción razonable, «previsible» en padres o niños de una mujer de negocios: objetiva en su actitud y más interesada en co-
edad determinada. Si observa a bastantes madres «normales» y a brar sus honorarios que en ayudar a la paciente. Pero la reputación
sus hijos, las desviaciones saltarán a la vista. Pero para aprender de la doctora intimidó a la paciente, que como era una persona muy
eso hace falta tiempo. insegura no se atrevió a decir lo que sentía ni se sintió libre de con-
Bettelheim echó una mirada a un conocido texto de psicotera- sultar a otro terapeuta.
pia de niños que Renee tenía delante de ella. «Durante muchos meses, esta mujer siguió viendo regulannen-
48 El arle ele lo obvio El primer encuentro 49

te a su terapeuta, sin animarse nunca a decirle cuál había sido su rapia les _daja_ sensación, de. que.tienen siempre.la razón, pueden
primera impresión. El tratamiento no iba a ninguna parte, hasta que decir, las cosas más absurdas o torpes.
finalmente, pasado un año, ia paciente le puso fin. No sólo no ob- —Esto es lo que queremos que un paciente haga en una psico-
tuvo ningún beneficio del dinero, el tiempo y la energía que había terapia de orientación psicoanalítica —intervine—. Comjwtjr lo-
gastado con esa terapeuta, sino que además se quedó tan decepcio- .d.QS...sujLpensamien.to.s,. sentimientos yfantasías,..,^,no.sólo los que
nada que durante varios años no intentó buscar el tratamiento que son ^convencionales- y compatibles -con-los..buenos modales. Al
tanto necesitaba. compartirlos, el paciente se familiariza con la forma en que él/ella
»E1 segundo paciente, un hombre próximo a la cincuentena, en es,realmente,..con los demonios interiores con que está, luchando,
su primer encuentro con su terapeuta se quedó muy decepcionado con la ternura y. la sensibilidad que ha reprimido.
al encontrarse con un hombre mucho más joven que él. El pacien- Bettelheim volvió a analizar específicamente el caso de Renee:
te había imaginado y esperado que el terapeuta fuera mucho mayor —Bueno, ya que ha tenido usted el coraje de empezar, cuénte-
y más maduro que él. Tampoco en este caso se animó el paciente a nos lo que le han dicho del niño que está a punto de ver. Entonces
hablar con su terapeuta de su desilusión. Afortunadamente, ese te- podremos hablar de si esos «hechos» la ayudarán o no a establecer
rapeuta percibió que él no era lo que esperaba el paciente, de modo una relación auténtica con él.
que le preguntó directamente cómo se sentía al encontrarse con un —Como he dicho, no conozco más que unos pocos hechos —res-
terapeuta más joven que él. Como el terapeuta había evaluado tan pondió Renee—. Tiene siete años, le da por encender fuegos y la fa-
correctamente lo que le sucedía al paciente, la confianza de éste en milia solía vivir por esta zona... Eso es casi todo —Renee se detuvo,
la competencia del terapeuta se restableció y la terapia funcionó pero recordó otro detalle—: Sí, sé que se llama Simeón.
bien. —Incluso saber el nombre de pila de un paciente puede ser pro-
»Si el segundo terapeuta no hubiera considerado que la reac- blemático.
ción que él y la situación terapéutica provocaban en el paciente —Vamos, ¡ya ha dicho lo que pensaba, doctor B., pero me pa-
eran el punto más urgente que debía tratar, probablemente se ha- rece que ahora se está pasando! —objetó Renee.
bría pasado esa primera sesión buscando indicios de los principa- —Pues no es así —respondió Bettelheim—. Conocer un nom-
les acontecimientos de la vida del paciente y de sus pautas de bre puede interferir con la relación que uno espera establecer. Yo
comportamiento, de todo lo que quizás tendría noticia por el in- no me daba cuenta de esto cuando empecé a trabajar en la Escue-
forme del internista que se lo enviaba..Entonces, el paciente habría la Ortogénica, pero varios niños que tratábamos allí nos pidieron,
respondido en la forma en que él creía que debía actuar en esa si- pasado algún tiempo, que los llamáramos por un nombre diferen-
tuación nueva. Pero el terapeuta le demostró lo importante y váli- te del que les habían dado sus padres. Al pensar en ello, me di
do que era para él el punto de vista del paciente, permitiendo así cuenta de que todos los niños que venían deberían tener esa op-
que éste lo percibiera como una persona auténtica, con la que él ción, de modo que tan pronto como llegaba un niño nuevo a vivir
también podría mostrarse auténtico. con nosotros, le preguntaba con qué nombre prefería que lo lla-
»No siempre el terapeuta puede evaluar correctamente por qué máramos, o si quería que lo llamáramos por un nombre diferente,
el paciente está incómodo o enfadado con él. Pero si ustedes traba- que no fuera el que le habían puesto.
jan de esta manera, incluso sus errores serán solamente suyos y de »Aunque hubo bastantes a quienes les gustó la idea y que se
nadie más. Si no cometieran errores, podrían asustar a los pacien- cambiaron el nombre, la mayoría no lo hizo. Casi todos reacciona-
tes con tanta omnisciencia. Pero quien siempre debe tener razón es ron positivamente a nuestro ofrecimiento. Manifiestamente, mu-
el paciente. En algunos sentidos, ja,,p,s|.Qote.i:api.a_.es_uaa_reJíicÍD.n..de chos daban la impresión de no hacer caso de él, pero más adelante
poder. El,.paciente:4iene--d-poder~y--siempre.lieiieJj._0Lzón.v_Si..}a te- supimos que para ellos había sido muy importante que lo sugirié-
50 El arle de lo obvio El primer encuentro 51

sernos. Habían entendido que la escuela les estaba ofreciendo un ¿Cuál debe ser nuestra actitud, según la ley, ante alguien a quien
comienzo nuevo, una oportunidad de una vida diferente, de una se acusa de cometer un delito, tachándolo de incendiario, por
personalidad diferente, digamos, y eso los había animado mucho y ejemplo?
les había permitido creer que, incluso para ellos, era posible una —¿Incendiario? —dijo Renee—. ¿Qué quiere decir con «incen-
vida nueva. diario»?
»Otros, en número considerable, preguntaron abiertamente por Con frecuencia, Bill se mostraba provocativo:
qué les habíamos ofrecido esta opción. Eso nos dio una excelente —Eso es ridículo —intervino—. Renee ha dicho que el niño en-
oportunidad de explicarles el PJ2££^° de ' a psicoterapia: sj_que- ciende fuegos, y usted actúa como si lo hubiera tratado de incen-
^ de diario.
—Repito mi pregunta —insistió el doctor Bettelheim—. ¿Cuál
es la presunción que establece el derecho norteamericano?
»Si tenían la sensación de que el nombre antiguo s'e refería a su —Que eres inocente mientras no se demuestre que eres culpa-
vida y a su personalidad de antes, quizá desearan tener un nombre ble —respondió Jason.
nuevo para separar claramente la vida y la personalidad nuevas, que —Exactamente —asintió el doctor Bettelheim—. Y cuando se
en algún momento habían de brotar del tratamiento, de las viejas, de da por sentado que ese niño enciende fuegos, se lo está condenan-
las cuales se irían desprendiendo. Está claro que los nombres no son do por un delito sin tener las pruebas suficientes y en contra del
más que símbolos, pero son símbolos importantes. Nuestra explica-
principio de presunción de inocencia que nuestro sistema jurídico
ción ayudaba a que los niños entendieran que Ia_psjcqteragiaj&i.da-
concede a todos. Como terapeuta del niño, ¿no debería usted ser
zía..acceso...a,jmichafr.maneras-de,,CA^
tan parcial en favor de él como requiere el derecho que lo sea el tri-
eJJ.Q&,.,quis.i.eran. Era una forma taquigráfica de convencerlos de
bunal en favor de un acusado?
que en lo sucesivo podían tomar decisiones importantes en lo que
Renee parecía pasmada.
se refería a su propia vida. Cuando uno piensa en el niño o la niña
por el nombre que le han puesto, y lo acepta como un conoci- —Pero usted está exagerando. ¡Yo no lo he acusado de ningún
miento firme, es mucho más difícil ofrecerle espontáneamente delito!
una opción así, y decirlo en serio. —¿No ha dicho usted que uno de los hechos era que enciende
«Digamos que más adelante, casualmente, uno llega a saber el fuegos? —insistió el doctor B.
nombre del niño. Entonces siempre es una buena idea, si se puede Gina intervino con voz suave, de ligero acento italiano:
preguntar sin impertinencia, enterarse de por quién le han puesto —Escucha, Renee. Es como lo que hemos hablado de los pa-
ese nombre al niño, y de quién se acuerdan sus padres. Estas son dres, las escuelas y los registros. La madre de ese pequeño está
identificaciones latentes que tienen los padres y que influyen mu- preocupada. Quizás el niño haya participado en algún fuego, pe-
chísimo sobre sus reacciones ante el niño. queño o grande. Ella está asustada y quiere asegurarse de que se
Por un momento, pareció como si el doctor Bettelheim se que- haga algo; no quiere correr el riesgo de que se queme su casa.
dara sumido en sus pensamientos. «Entonces, en ese momento percibe a su hijo como un mons-
—También ha dicho que le da por encender fuegos, pero eso truo, y es posible que la base de la historia del niño sean sus pro-
son rumores. ¿Durante cuánto tiempo seguirán siéndolo para usted? pios miedos. Tú has leído lo que ella dijo, y como eso lo anotó en
—Pero fue su madre quien le dijo al entrevistador que lo hacía la ficha una persona con experiencia en evaluaciones, impresiona
—respondió Renee. como un hecho. Yo, en tu lugar, casi estaría esperando que ese chi-
—Es decir, que la madre lo acusó de que encendía fuegos. quillo me incendiara el despacho.
52 El arte de lo obvio El primer encuentro 53

—-No creo que sea eso lo que estoy pensando, pero... —la voz Stanford para ampliar su formación en psiquiatría infantil porque
de Renee se extinguió. no quería trabajar solamente con adultos y con adolescentes, sino
—Digamos que a usted no le preocupa que él le pueda incendiar también con niños.
el despacho —intervine—. Aun así, si el informe dice que enciende —Yo tuve una primera entrevista hace unos días —comenzó—.
fuegos, eso tiene que afectarla. Encender fuegos es un hecho im- La paciente tiene once años; se llama Margot y la trajeron al hospi-
portante que no se debe pasar por alto. Entonces, si acepta que el tal porque últimamente ha perdido mucho peso. La vi en el despacho
niño enciende fuegos, ¿cómo podría dejar de incluir ese «hecho» al de la asistente social poco después de que sus padres coincidieran en
hacerse una imagen de cómo es su paciente? Quizás él sólo perciba que debía ser ingresada y pasar algún tiempo en el hospital. Yo me
subliminalmente que desconfía de él, y entonces reaccionará a eso presenté y expliqué que quería hablar a solas con ella mientras sus
que intuye vagamente. Después de todo, su madre ha dicho que él padres se ocupaban de los trámites de ingreso.
hizo algo muy malo. Si se siente culpable, el niño procurará ser —¿Cómo le dijo eso a Margot? —preguntó Bettelheim.
tan astuto como pueda para que usted empiece a dudar de sus sos- —Le dije que la forma en que me gustaría trabajar era conver-
pechas. Si es más neurótico, podría hacer algo malo para que us- sar unos minutos con ella para que nos conociéramos, mientras sus
ted lo castigase, porque se siente culpable y siente que merece un padres se ocupaban de los trámites administrativos, y que entonces
castigo para preservar el orden de un universo donde los delitos nos reuniríamos todos para hablar de lo que sucedería después. Le
son castigados. Si se considera inocente, se sentirá ultrajado, con expliqué que mi despacho estaba muy cerca, en el pasillo, y la in-
todo derecho, y no querrá tener nada que ver con usted. Es decir, vité a venir conmigo. La niña me siguió. Le abrí la puerta para ha-
que cuando se encuentre con él, disponer de esa información cerla pasar y le dije: «Por favor, siéntate donde quieras». Margot
previa hará que se le haga difícil saber si él está reaccionando es- miró a su alrededor y escogió una silla en el otro extremo del des-
pontáneamente ante usted o si reacciona más bien a los prejuicios pacho.
con que usted lo enfrenta.
—¿Podría describirnos su despacho?
—Los estudiantes no pueden evitar que les den informaciones —Tiene varias sillas contra una pared lateral y una mesa baja en
que generan prejuicios —intervino Michael—. Creo que lo que ne- el medio, rodeada de sillas de tamaño adecuado para los niños.
cesitan es ayuda para reducir el daño al mínimo. Al decirle que sus Margot escogió la que estaba al otro lado, de modo que la mesa
prejuicios disminuyen sus probabilidades de escuchar con mentali- quedó entre ella y la puerta, y yo me senté frente a ella.
dad abierta, lo que se hace es angustiarla más. Creo que lo que ne- —¿Qué sucedió después?
cesita es una ayuda más directa para prepararse. —La saludé diciéndole «hola». Ella dijo lo mismo, con timidez,
—Exacto —asintió Bettelheim—. Tal vez alguno de ustedes medio mirando hacia abajo, y no dijo nada más. Le expliqué que el
haya tenido recientemente una primera entrevista con un niño. Si fin de aquel breve encuentro era que yo la conociera, y que tam-
escuchamos un relato de esta experiencia, y lo analizamos, tal vez bién ella me conociera a mí. Le dije que yo sería su médico, que
podamos sacar algunas conclusiones que sean útiles para la docto- nos reuniríamos para hablar tres veces por semana y que yo le ayu-
ra Kurtz. daría a resolver los problemas que tuviera. También le expliqué que
Jason se sintió a la altura de la situación. Oriundo de Salt Lake de cuando en cuando la vería en el pabellón. Le dije que no sabía
City, pertenecía a una conocida familia radicada allí desde fines del casi nada de ella, salvo que venía para tratarse, y le pregunté poi-
siglo xix. Ya había cursado tres años de psiquiatría de adultos en qué había venido. No me respondió nada. En realidad, parecía con-
un famoso hospital del Medio Oeste, de orientación psicoanalítica. fundida, de modo que le pregunté: «¿En qué esperas que yo pueda
La psiquiatría infantil es una especialidad de la psiquiatría general, ayudarte?».
como la hematología lo es de la medicina interna. Había venido a Bettelheim lo miró con escepticismo.
54 El arle de lo obvio El primer encuentro 55
—¿Le contestó? con sus preocupaciones, pero ella tiene que decidir que hablar con-
—Contrariamente a lo que me parece que está usted pensando, migo es seguro. Tengo la esperanza de que ya haya empezado a
sí, me contestó —respondió Jason—. Y de una manera muy so- sentir que es así.
lemne. «A salir de mi depresión», me dijo. Sus palabras me sor- —Yo también —expresó Bettelheim—. ¿Qué piensa usted de
prendieron. Sonaban como lo que uno esperaría oír de un paciente cómo han empezado las cosas?
adulto y... con mundo, por así decir. Le pedí que me hablara de su —Estoy satisfecho —respondió Jason—. No esperaba que una
depresión, de lo que sentía, y me dijo que durante los últimos me- criatura de once años pudiera expresar con tanta claridad sus senti-
ses se había sentido casi todo el tiempo triste y vacía. Antes le gus- mientos ni ser tan franca conmigo al hablar de su comportamiento.
taba hacer muchas cosas: correr, practicar el ballet clásico, montar Me tranquilizó darme cuenta de que mi formación con pacientes
a caballo, tocar la flauta, escribir cuentos, leer, hacer trabajos ma- adultos me permitía ayudarla. Fíjese que, por lo que me dijo, real-
nuales y artísticos, pero ya no le interesaba ninguna de ellas. mente pude sentir cómo se siente ella frente a la comida. Empieza
—¿Qué conclusión saca usted de eso? con apetito, pero cada vez que va a comerse un bocado se siente
—Que está deprimida. abrumada por la sensación de estar llena, y preocupada por engor-
—¿Qué aspecto tiene? dar. Mientras me lo contaba, parecía muy desalentada y perpleja.
—Deprimido. —¿Le dijo que entendía su perplejidad?
—¿Puede especificar un poco más? —No con tantas palabras, pero la escuché atentamente mientras
—Bueno, parece fatigada. Quizá la mejor descripción sería hablaba, mirándola con simpatía, y ella tiene que haberlo notado.
«quemada». —Usted le demostró que era amistoso y cordial.
—¿Le contó algo más de su comportamiento o de lo que siente? —Sí, creo que sí.
—Sólo que come porciones diminutas de muchos alimentos, —¿Qué otra cosa puede habérselo demostrado?
pero después de unos bocados se siente muy llena; además, le preo- —Creo que mi comportamiento en sí. Procuré tratarla con res-
cupa engordar. pelo. Ya he dicho que le sostuve la puerta del despacho para que
—¿Podría repetirnos lo que le dijo cuando la invitó a entrar en pasara; la invité a sentarse donde quisiera y le expliqué lo que íba-
su despacho? mos a hacer junios.
—Le dije: «Me gustaría conocerte mejor, y darte la oportunidad —Estoy seguro de que la trató con mucho respeto y le prestó
de que tú también me conozcas». más atención y tuvo con ella más paciencia que la mayoría de los
—Bueno, ¿y qué oportunidad de que llegara a conocerlo le dio adultos que la niña ha conocido hasta hoy —asintió Bettelheim—.
durante la conversación que acaba de contarnos? La chiquilla parece lista, y estoy seguro de que percibió sus buenas
Jason parecía confundido. intenciones. Pero la mayor parte de los empleados del hospital se-
—De eso ya les he hablado. Le conté a Margot un poco sobre rán bondadosos con ella, y algunos incluso amistosos. ¿Cómo va a
mi manera de trabajar, le dije que lodos los días pasaría unos mi- percibir ella que usted, su psicoterapeuta, es diferente de esos
nutos con ella para saber cómo le iban las cosas. Y por lo menos otros? ¿Por qué ha de querer confiarle sus preocupaciones a usted,
tres veces por semana nos veríamos durante cuarenta y cinco mi- específicamente?
nutos en la sala de juegos. —Porque él podrá ayudarla a resolverlas —intervino Renee—.
—¿Eso es todo? ¿Todo lo que ella va a saber de usted? Así es como funciona la psicoterapia.
—Es todo lo que yo planeaba decirle —respondió Jason—. Cla- —Hasta este momento, ¿cómo nos ha dejado ver eso el doctor
ro que quiero que me perciba como una persona buena y amistosa, Winn? —preguntó el doctor B.
pero eso tiene que descubrirlo ella. Yo ya le dije que la ayudaría —Jason ha dicho que se mostró amistoso —respondió Bill.
56 El arle de lo obvio El primer encuentro 57

—Pero ¿cómo va a llegar Margot a confiar en él, a saber que él doctor Winn fortaleciera su alianza con Margot, pero no parece que
es el aliado que quiere ayudarla a aliviar su angustia? Hay una gran él las haya percibido. De modo que, con su permiso, me gustaría
diferencia entre mostrarse amistoso y ser un amigo. Quizá sea eso pasar revista a lo que nos ha contado y comentar algunas de las ma-
lo que a ustedes les cuesta un poco captar. Un amigo, especial- neras en que usted puede empezar a construir sobre esta base.
mente para un niño, es alguien que ve el mundo desde tu punto de —Claro —asintió Jason—. Estoy aquí para aprender.
vista —Bettelheim se volvió hacia Jason—: Por eso tiene quejia- —Me gustaría volver al momento mismo en que se inició su re-
cej].ej¿ej;_muy. explícitamente .a Margot. que- usted ve el mundo des- lación con Margot. Si sabe la edad del niño o niña a quien va a ver,
de siL.punto..de,..vista,..o que por lo menos lo intenta. Sólo^cuando eso debe permitirle reflexionar sobre cómo se sentía usted mismo
sepa que.eslá dispuesto a ver los -acontecimientos.^.las. circunstan- a esa edad para formularse algunas hipótesis sobre el punto de vis-
cias desde el misrno.,ángul,o.que ella, empezará a ver en usted a un ta de su paciente. En ese sentido, antes de haber tenido ningún con-
.posible amigo. tacto con la niña, tenía una manera de identificarse con ella con una
»En este aspecto, Margot no es diferente del resto de nosotros. proximidad mayor de lo que, creo, usted mismo se permitió darse
Todos escuchamos a los amigos con mucha más paciencia y con cuenta. Después de todo, usted ha tenido once años. Ya ha pasado
más atención que a los demás. Para poder actuar eficazmente como por muchas de las vivencias de ella. Incluso si nunca lo llevaron a
terapeuta, es necesario inspirar esa forma de atención cuidadosa, de un hospital, seguramente de niño lo llevaron a otros lugares sin su
modo que lo que usted diga y haga llegue a influir sobre su pa- propia iniciativa. ¿Puede recordar qué sentía cuando sus padres lo
ciente... probablemente no de forma inmediata, sino con el tiempo. metían en el coche como si fuera un paquete y lo llevaban a algún
Gina se inclinó hacia adelante. lugar donde no quería ir?
—Pero Jason mostró su disposición a oír el punto de vista de —Resentimiento —respondió Jason.
Margot; por eso ella le habló tanto de su depresión y de las activi- —Exactamente. Y ese resentimiento recaía sobre todos los que
dades que antes le gustaban —objetó. tenían algo que ver con la ocasión, aunque no hubieran tenido nada
—Ya sé lo impresionados que están todos con las respuestas tan que ver con el hecho de que a usted lo llevaran allí. Por eso es pro-
claras de Margot —expresó Bettelheim—, pero yo no lo estoy tan- bable que, a los ojos de Margot, el hecho de que usted este rela-
to, porque no estoy seguro de que lo que Margot dijo a Jason ex- cionado con el hospital lo haga sospechoso. Ahí está ella, en el des-
presara realmente su punto de vista. Todo parecía muy claro, y es pacho de la asistente social, enfadada con sus padres porque la han
probable que algunas de las cosas que dijo fueran verdad. Y, como dejado en esa institución desconocida con gentes desconocidas, y
todos ustedes, el doctor Winn se quedó impresionado por la apa- aparece usted para invitarla a que lo acompañe por el pasillo. ¿Por
rente madurez de sus palabras y de su conocimiento de sí misma. qué la niña habría de querer ir con usted? Por más enojada que esté
No estoy negando que Margot haya perdido su vivacidad y se esté con los padres que la han dejado allí como si fuera un paquete, ¿no
preguntando por qué ya nada le interesa. Y estoy de acuerdo en que preferiría igualmente estar con ellos tratando de entender qué es lo
el doctor Winn está verdaderamente preocupado y tiene talento que se proponen?
para transmitir sin palabras la autenticidad de su interés. Pero cuan- —Pero ella me acompañó de buena gana —protestó Jason.
do Margot hablaba, es muy posible que básicamente estuviera re- —Sí, ciertamente. ¿No le parece raro? Si yo fuera un extraño y
pitiendo lo que le han dicho los adultos, y que esa sea la razón de lo abordara en un momento en que estuviera absorto en algo de im-
que su discurso parezca tan adulto. Esperemos que Margot se sien- portancia crucial para su futuro, diciéndole que a partir de ese mis-
ta más próxima a su terapeuta cuando vea en su rostro la disposi- mo momento usted y yo íbamos a pasar juntos cuarenta y cinco mi-
ción a compartir el dolor que ella siente. Lo que quiero sugerir es nutos tres veces por semana para conocernos, ¿me seguiría de bue-
que en esa entrevista se presentaron otras oportunidades de que el na gana?
58 El arle de lo obvio /*,'/ primer encuentro 59

—No, me imagino que no —admitió Jason. arrodillaban para rezar juntos. ¿Por qué hacían las cosas así en esa
—Y si le dijera que eso de conocernos es «mi trabajo», ¿qué antigua orden religiosa? ¿Qué le dice eso al paciente?
pensaría? —Que se acepta al paciente como parte de la comunidad —res-
—Que usled estaba chillado. pondió Jason.
—Sí, seguramente. Entonces, ¿por qué iba usted a .seguir a ese —Exactamente. Eso es declarar abiertamente la igualdad de
extraño como Margot lo siguió? ambos frente a Dios. Compare eso con la desigualdad entre médi-
Jason se quedó mirando al doctor B. sin decir palabra. co y paciente que existe en nuestros modernos e «ilustrados» hos-
—Creo que la única razón para que siguiera a ese extraño —con- pitales psiquiátricos, y en nuestras aseveraciones de que somos ca-
tinuó Beltelheim— sería que su situación era tan desdichada que paces de ayudar al paciente.
nada podía empeorarla, o porque se sentía tan abatido que ya no le Jason parecía dolido y el doctor Beltelheim procuró tranquili-
importaba lo que pudiera pasarle. Pensemos en la frase que usted usó zarlo.
para darse a conocer a Margot: «La forma en que me gustaría traba- —Se necesita coraje para aprender a hacer psicoterapia y para
jar...»; fue así, ¿verdad? presentar casos en un seminario como este, que no se centra sola-
Jason asintió, sin hablar. mente en el paciente, sino también en el terapeuta. Es difícil no in-
—¿Qué entiende una criatura de once años si usted se refiere a volucrarse en estas críticas. Pero el doctor Rosenfeld y yo podemos
la relación que quiere iniciar con ella con la palabra «trabajar»? enseñar porque nosotros mismos hemos cometido los mismos erro-
Desde el punto de vista de la niña y desde su comprensión del len- res, lo mismo que cualquier terapeuta experimentado. Lo que estoy
guaje, ¿no suena eso como si el trabajo fuera a hacerlo usted, como haciendo es usar su caso como un ejemplo para la enseñanza, to-
si ella fuera un coche y usted un mecánico? ¿Entiende cómo eso lo talmente a sabiendas de que casi cualquiera habría hecho lo mismo
convierte en un aliado de los que la tratan como si fuera un paque- en esta situación, o algo peor.
te? Usted espera que ella se muestre pasiva. —Me alegro de que haya señalado eso —Jason se recostó en su
»De hecho, usted introduce otra complicación cuando expresa asiento—. Ahora sé por qué dije lo que dije. Yo mismo estaba muy
de esta forma su idea. Cuando dice que le gustaría trabajar de tal o ansioso en el despacho del asistente social.
cual manera sin investigaren realidad lo que podría querer la niña, —Exactamente de eso estoy hablando. Naturalmente que estaba
inmediatamente, y sin darse cuenta, usted establece una relación de ansioso. Casi lodos los terapeutas sienten cierta ansiedad al con-
poder. Para los fines de la psicoterapia, eso es algo muy indesea- tactar con un paciente nuevo. El problema es que usted se preocu-
ble. Usted se puso en la posición dominante, y eso no se le escapa pó de resolver su ansiedad en un momento en que Margot necesi-
a la paciente que, podemos suponer por lo poco que sabemos, ya se taba que se ocuparan primero de la que sentía ella. ¿Qué sucedió
está resistiendo a aquellos a quienes ve como sus dominadores, y después?
con quienes piensa que no puede enzarzarse abiertamente en una —Le expliqué que mi despacho estaba al final del pasillo y le
pelea. pedí que viniera conmigo. Le sostuve la puerta para que pasara y
»Uno de los hospitales más fascinantes que he visto jamás era le dije: «Por favor, siéntate donde quieras».
un viejísimo hospital católico en una pequeña ciudad francesa. Bettelheim se quedó un momento en silencio. De pronto, caí en
¿Cómo imaginan que recibían a los pacientes en una buena institu- la cuenta de que, próximo ya a los ochenta, estaba transmitiendo
ción religiosa, llevada por una orden religiosa? ¿Cuál era el primer sus importantes experiencias a otra generación de psicoterapeutas.
contacto de esos pacientes con el personal del hospital? ¿Cuántas veces lo habría hecho ya antes?
Como nadie le contestaba, el doctor Bettelheim continuó: —Bueno, ¿se imagina usted lo que cree una niña de once años
—Uno de los hermanos se hacía cargo del paciente, y los dos se que sucede en el despacho de un médico? —el doctor Beltelheim
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valoraba las respuestas provenientes de la reflexión personal, y —¡Bingo! —exclamó Jason, haciendo un gesto de asentimiento
orientó a Jason en esa dirección—: Cuando usted tenía once años, con la cabeza.
y sus padres lo llevaban al médico, ¿qué esperaba que sucediera Como yo lo había entrevistado cuando se presentó para el pro-
"allí? grama de formación, y había hablado con sus anteriores profesores,
—Que me hicieran daño. sabía que Jason era un hombre bondadoso, preocupado por los sen-
—Gracias. En esta situación con Margot, usted sabía qué era lo timientos de los pacientes y profundamente comprometido con la
que iba a suceder en su despacho, pero ella no. idea de brindar una atención de calidad a ios niños. Pero en el caso
Como Jason parecía intrigado, intervine para explicar este de Margot, no había logrado reflejarlo, ni había actuado en conso-
punto. nancia con su capacidad de establecer una relación de empatia.
—Puesto que sus padres ya estaban de acuerdo en que a Margot —La descripción de su encuentro con Margot, ¿no le recuerda
la tratarían en un hospital, es probable que estuviera muy angustia- experiencias suyas con médicos cuando era niño? —continuó el
da por los procedimientos médicos a los que tendría que someterse. doctor Bettelheim—. Margot lo siguió obedientemente por el pasi-
A algunas anoréxicas les han dicho que el personal hospitalario usa llo hasta su despacho porque esa es su manera de relacionarse con
métodos muy expeditivos si la paciente no come. Pero, supiera o no los adultos.
que en la mayoría de los hospitales se impone la alimentación for- —Pero si ella habló con Jason —insistió Gima.
zada o algún procedimiento similar, sabía bastante bien lo que era —Sí, volvamos sobre esa conversación. ¿Recuerdan que cuan-
un hospital como para que tuviera, lo mismo que la mayoría de los do el doctor Winn le preguntó por qué había ido a verlo, Margot
niños, vagos temores de lo que allí pudiera pasarle. Aunque usted pareció intrigada? Pero cuando le dijo en qué esperaba que la ayu-
esté familiarizado con el procedimiento rutinario de decirle a un pa- daran, le describió sus síntomas —Bettelheim hizo una pausa y
ciente, cuando éste ingresa, qué procedimientos se usarán con él, no miró a su alrededor—. ¿Qué conclusión sacan de eso?
llegó a reconocer que quizás ella necesitaba que la tranquilizaran —No veo por qué lo señala —dijo Jason.
asegurándole que no la alimentarían a la fuerza introduciéndole tu- —Parece que ella se hubiera abierto un poco —dijo Gina, y Bill
bos en la nariz. hizo un gesto de asentimiento.
»Me parece que sé por qué tuvo usted esle problema. Todavía re- —Yo no lo veo así —prosiguió Bettelheim—. Tengo la impre-
cuerdo lo duro que fue para mí empezar mi propia formación en psi- sión de que Margot no respondió a su primera pregunta porque no
quiatría infantil. Tras haber luchado años para sentirme cómodo y sabía cómo hacerlo. También pienso que su segunda respuesta no
un poquilín competente cuando veía pacientes adultos, de pronto me era suya.
encontré tratando niños, y tuve clara conciencia de volver a sentir —Pero la segunda respuesta, la referente a su depresión, pare-
aquella misma inadecuación. Pero ahora era más intensa y doloro- cía tan franca y precisa —señaló Renee—. Yo me quedé impresio-
sa, porque era un sentimiento que ya había superado en el trabajo nada. Se mostró tan madura en la descripción de sus síntomas...
con pacientes adultos, y otra vez me estaba sometiendo voluntaria- —Piensen cuidadosamente en lo que sucedió —señaló el doctor
mente a él para ampliar mi formación terapéutica al tratamiento de Bettelheim—. Cuando el doctor Winn le preguntó por qué había
niños. Si yo estuviera en su situación, habría estado tan preocupado ido a verlo, una parte de Margot quizás quiso decir: «Ve a pregun-
por empezar como es debido ese tratamiento psiquiátrico, una em- társelo a mis padres, que son ellos quienes me metieron en el co-
presa totalmente nueva con todas las antiguas inseguridades, que me che y me trajeron aquí; yo preferiría estar en cualquier otra parte».
habría costado muchísimo sintonizar con las preocupaciones de Quizás otra parte quiso justificar la decisión de sus padres, y ella
Margot, y quizás hubiera olvidado tranquilizada, como naturalmen- tuvo que luchar con estas tendencias opuestas. Pero entonces el
te lo hubiera hecho en caso de haberme sentido más seguro. doctor Winn le preguntó en qué esperaba que él pudiera ayudarla,
62 El arle de lo obvio El primer encuentro 63

y yo diría que esas preguntas sugirieron a la niña qué actitud era la sistiría en preguntarle: «¿Por qué has venido?». Quizá me respon-
que él esperaba verle tomar. Entonces se adaptó; ya sabía qué de- diera algo así como: «Me obligaron mis padres», y probablemente
cir. Sin embargo, si yo la interpreto bien, Margot no cree necesitar añadiría: «¡Son unos tontos!».
ayuda. ¿Por qué habría de querer que la ayudaran? La mayoría de »A todos nos duele y nos subleva que nos lleven a alguna par-
las anoréxicas quieren que las dejen en paz. le sin que sepamos exactamente por qué o sin que nos hayan pre-
—Yo daba por sentado que la mayoría de las anoréxicas tam- guntado específicamente si queríamos ir o, por lo menos, nos ha-
bién tienen una gran carga de dolor en su vida—replicó Jason. yan dejado alguna posibilidad de decidir libremente. Yo abordaría
Bettelheim se rió irónicamente. a cualquier niño cuyos padres me lo. trajeran sobre la base de ese
—Que comparten con el resto de la humanidad. El problema es resentimiento, porque de esa manera tendría muchas más probabi-
cuáles son las causas específicas del dolor de esa niña. lidades de establecer comunicación con él y de llegar a conocernos.
—Yo sentí que la estaba ayudando y tratándola bien. Le dije «Seguramente, Margot está sufriendo y es desdichada por haber
que sería su médico, que hablaría con ella y la ayudaría a resolver perdido sus ganas de vivir. Lo que ha sucedido en sus sentimientos
los problemas que tuviera. Realmente, no veo qué hay de malo en debe de tenerla perpleja y confundida, pero ¿cree realmente que
eso —dijo Jason. ella estaba tan inquieta como para buscar, por propia decisión, ayu-
—No se trata de plantearlo en términos de malo o bueno —se- da psiquiátrica? ¿No es por lo menos igualmente probable que,
ñaló Bettelheim—. La cuestión es si lo que usted dijo tenía alguna ahora que está allí, haya decidido representar el papel de la niña
probabilidad de favorecer su relación psicoterapéutica con Margot. obediente que intenta adoptar la lógica de los adultos que la han
Ahora bien, cuando le dice que va a ayudarla con sus problemas, metido en semejante situación?
¿no presupone eso que ella acepta que tiene problemas? Yo no es- —Todavía no estoy seguro de lo que me está diciendo —dijo
toy tan seguro de que realmente piense que los tiene, aunque para Jason.
mostrarse dócil diga que sí. —Le estoy diciendo —explicó Bettelheim— que lo que ella
»Cuando entrevisto a un paciente nuevo, uso una táctica dife- hace es simplemente repetir como un loro las palabras y actitudes
rente. Le pregunto qué puedo hacer por él, o ella, y dejo que sea el de sus padres. Con un enfoque alternativo, podría obtener una res-
paciente quien me diga si hay problemas para los que necesite mi puesta totalmente diferente. Se quedaría asombrado de la informa-
ayuda. A veces, la respuesta es «¡Nada!», y entonces digo: «¡Qué ción que he obtenido, y en qué medida me he ganado la confianza
pena! Tal vez si me esfuerzo mucho pueda hacer algo, un poquito de algunos niños, preguntándoles simplemente: «¿Qué les pasa a tus
por lo menos. No sé si será mucho». padres para que te hayan traído aquí?». Con frecuencia, eso abre la
»Si aborda usted a los niños preguntándoles cómo puede ayu- compuertas de un torrente de confidencias significativas.
darlos con sus problemas, en muchos de los casos que tratamos la Jason no parecía muy convencido.
única respuesta sincera que podrían darnos sería: «Dándome un pa- —Pero ¿no sería correr un gran riesgo preguntar a la niña qué
dre y una madre diferentes». ¿Qué va a hacer con eso? —preguntó les pasa a sus padres? Aparte de mis propios recuerdos de cuando
retóricamente el doctor Bettelheim y él mismo se respondió—: Pe- me llevaban a distintos lugares según la conveniencia de mis padres,
dirle que le hable de sí misma da por sentado que para ella es fácil yo no tenía muchos indicios de que ella estuviera resentida con sus
confiar en un adulto y que está dispuesta a cooperar porque nece- padres, y ninguno de que tuviera conciencia de su propio enojo.
sita que la ayuden. Esto, en realidad, contradice la poca informa- —Es verdad —coincidió Bettelheim—. Pero, por su descrip-
ción que usted tenía, que la niña tiene once años (muy joven para ción, yo no dudaría en conjeturar que está, por lo menos, descon-
ser anoréxica) y que sus padres la habían llevado al hospital. Yo no certada, y que no le gusta que la hayan llevado al hospital. El en-
le preguntaría a esa niña si quiere o si necesita ayuda, sino que in- foque que le sugiero no funciona si lo considera como una técnica
£7 primer encuentro 65
64 El arle ele lo obvio
seosa de seguir allí y de captar quizás uno o dos indicios de cómo
o, algo peor, como una treta. Lo que permite que la niña exprese podía ser el ingreso en el hospital. Seguramente tiene miedo de lo
sus sentimientos de que en casa no la entienden es su propia sen- que puede hacerle el personal hospitalario, y la aprensión de los pa-
sación de que sus sentimientos son válidos, y de que usted siente dres reforzaría sus miedos. Margot no sabe cuándo volverá a casa,
empatia hacia ellos. y quizá no esté segura de que su regreso sea bien recibido por los
Durante un rato, Jason permaneció en silencio. Después me padres. Por más que ellos mismos no quieran admitirlo, ni ante sí
miró: ni ante su hija, es probable que los padres estén enfadados con ella.
—Sé que el doctor B. podría decir eso a un niño y sentirse có- La niña no sólo los ha desafiado en casa al negarse a comer, sino
modo, pero yo no tengo su experiencia, y siento que necesito ser que ahora los avergüenza en público. Si no tienen un mínimo de in-
neutral. formación psicológica, es probable que sientan que recurrir al hos-
—Claro que sí —convine—. Pero como usted no tenía idea de pital es confesarse incapacitados como padres, incapaces de mane-
hasta qué punto Margot podía estar aliada con los padres, y puesto jar a un niña rebelde. Si la tienen, quizá teman que el terapeuta los
que sabía que posiblemente estaría enojada con ellos, preguntarle considere malos padres y les eche la culpa de la enfermedad de
«¿En qué esperas que te ayude?» no implicaba tanta carga emocio- Margot. En cualquiera de los dos casos, ni social ni emocional-
nal como «¿Qué les pasa a tus padres?». Sin darse cuenta, usted le ínente están en una situación que les permita reconfortar a Margot
transmitió que tendía a tomar partido por los adultos. mientras firman los papeles donde autorizan su ingreso en el hos-
—Creo que son demasiado duros con Jason —intervino Bill—. pital.
Ha conseguido que Margot le revele algo de su dolor, y ha demos- »En el despacho de la asistente social se están tomando deci-
trado su propia capacidad de sentir empatia y de aceptar. siones que afectan a su futuro. Nadie le explica qué es lo que está
—Si soy demasiado duro, es porque sé que Jason tiene mucha pasando; sólo cuenta con sus propios ojos y oídos para captar al-
más capacidad de establecer empatia con Margot de la que le ha gún indicio. Por tanto, en ese momento, no puede ser nada tentador
demostrado hasta ahora —repliqué'—. Y es algo que vale la pena tener que irse unas puertas más allá por el pasillo, para trabar rela-
señalar porque es esencial para todos ustedes en su futura labor ción con un extraño. Dadas todas estas condiciones, ¿hay algún
como terapeutas. Las experiencias vitales de cada uno son instru- mensaje que pudiera haberle transmitido Jason mientras Margot es-
mentos importantes y útiles en la práctica de la psicoterapia. Si el taba con él en el despacho de la asistente social, que les hubiera
permitido entablar con la misma rapidez su conversación privada,
terapeuta se da cuenta de que sus jóvenes pacientes no son tan di-
pero que también hubiera demostrado a la niña que él estaba ofre-
ferentes de él, y recuerda cómo veía el mundo a su edad, y cómo
ciéndole una relación especial?
habría visto entonces lo que ellos hacen ahora, empieza a encontrar
sentido en el comportamiento de sus pacientes. Si puede llegar a te- Nadie habló.
ner empatia con las experiencias vitales y con los puntos de vista —¿Cómo se sentía Margot en aquel momento? —les preguntó
de los niños, empezará a tener una idea de la forma en que lo ven el doctor Bettelheim.
y de cuál es el mensaje que les transmite, respecto de sí mismo y Las respuestas llegaron de todos los presentes:
de su actitud hacia ellos, las preguntas que les hace y las respues- —Enojada.
tas que le dan. —Nerviosa.
«Volvamos a la oficina de admisión. Dudo que sean muchos los —Con curiosidad.
niños de once años que estén ansiosos por salir de la habitación —Aprensiva.
donde sus padres están tomando decisiones de semejante importan- —Sola y abandonada.
cia para su futuro. Si Margot, como la mayoría de las anoréxicas, —Todo eso, probablemente —resumió el doctor Bettelheim—.
no confía en los terapeutas, podría haber estado incluso más de- ]il:"!ThJ.iN:!i\¡
66 El arle, de lo obvio El primer encuentro 67

Entonces, ¿qué podría haber dicho el doctor Winn para descargar »¿Qué más pueden recordar de cuando lenían once años? ¿Qué
un poco aquella tensión haciendo saber a la niña que todo iba a sa- idea tenían de un hospital en ese momento de su vida?
lir bien, que allí estaba en buenas manos? —Me parece que yo sabía que ahí operaban a la gente —res-
—¿Y por qué había de creer ella lo que él le dijera? —pregun- pondió Jason—, aunque no tenía más que una vaga idea de que la
tó Bill'. cortaban para abrirla y sacarle alguna parle de dentro.
—Exactamente, ¿por qué? —el doctor B. le hizo un gesto apro- —¿Ven cuánto saben ya del mundo de Margo!? —insistió Bel-
batorio—. Los adultos hacen a los niños innumerables promesas telheim—. Lo que necesitan es permanecer en ese mundo al mis-
que jamás cumplen. Todos recordamos de nuestra propia infancia mo tiempo que asumen el rol de psicoterapeutas de niños. En la Es-
con cuánta frecuencia los adultos hablaban en beneficio propio, y cuela Ortogénica, el personal dedicaba una buena parte de por lo
cuan raras veces en el nuestro. menos cuatro días a explicar a cada niño nuevo que ingresaba cuá-
—Entonces, ¿qué es exactamente lo que pretende usted? —lo les eran los procedimientos de la escuela. Lo llevábamos a reco-
apremió Bill. rrerla y lo estimulábamos a que nos hiciera preguntas sobre noso-
—Que se pregunten qué era lo que Margot necesitaba oír para tros, sobre lo que hacíamos y sobre por qué lo hacíamos, y también
poder confiar en la seguridad que le ofrecía el doctor Winn, si él se a que nos observara y se formara sus propios juicios sobre noso-
la hubiera ofrecido, y empezar así a controlar su angustia. Póngan- tros. Es algo que de todas maneras habría hecho, pero que nosotros
se en su situación. Creo que dijeron que en su lugar estarían espe- le diéramos importancia y lo estimuláramos a hacerlo le comunica-
rando algo doloroso. ¿Cómo habría reaccionado Margot si le hu- ba que queríamos que él o ella sacara sus propias conclusiones.
bieran dicho: «Para ti debe ser bastante horrible que te traigan al Para el final del cuarto día ya sabíamos muchas cosas sobre él o
hospital. Tus padres estarán unos minutos ocupados firmando pa- ella, no sólo por lo que preguntaba, sino también por lo que no pre-
peles, pero si vienes a mi despacho te contaré las cosas que pasan guntaba. Y aprendíamos también de sus reacciones anle lo que veía
en un hospital»? Al decir eso, le habrían dado la doble oportunidad y ante nuestras explicaciones.
de empezar a conocerlos y de empezar a ver cómo trabajan. Lejha- »En nuestro primer encuentro con un niño nuevo, le asegurába-
brían demostrado que son personas capaces de ver el mundo desde mos que en nuestra institución nadie le obligaría a hacer nada que
su punto de vista, gente que sabe lo que ella siente y que se preo- él o ella no quisiera o no le gustara. Nos esforzábamos por ser lo
cupa por hacer que ella se sienta mejor. Y le habrían dado un pri- bastante ingeniosos como para formular todo aquello en términos
mer atisbo de que soji.£^rsonasgue_se^Qcijpa_njde las palabras y que específicos que se relacionaran con lo que podían ser las principa-
Jas usan.para.aliviarJa.angustia. Eso podría haberle ayudá'do¥*creer les preocupaciones de ese niño o niña. En este caso, si Margot hu-
que está en buenas manos. biera acudido a nosotros, le habríamos asegurado que aunque que-
»Si ella los hubiera acompañado al despacho esperando que le ríamos que ella comiera y bebiera, nadie la obligaría a comer por
explicaran los procedimientos al uso en el hospital, el asiento que la fuerza. Cuándo y qué quería comer o beber era exclusivamente
eligiera podría haberles dado alguna pista. Si también así hubiera asunto suyo.
optado por sentarse al otro extremo de la mesa, podrían haber con- «Naturalmente, todos los anoréxicos lenían que poner a prueba
jeturado que o bien lo hacía para protegerse de ustedes, o bien era esa promesa, y lo hacían durante unas veinticuatro o cuarenta y
síntoma de un deseo de poner distancia entre ella y los demás en ocho horas. Cuando habían tanteado la situación y puesto a prueba
todas las situaciones. Pero tal como fueron las cosas, ella no tenía nuestras intenciones, todos empezaban a comer y beber. Al princi-
la menor idea de qué podía pasar en su despacho, no sabemos si la pio, y durante algún tiempo, lo hacían con vacilación, poniéndonos
elección del asiento expresaba alguna actitud general o miedo de a prueba repetidamente para ver si insistíamos en que comieran y
encontrar en ustedes alguna actitud agresiva. bebieran. También eran muy peculiares en cuanto a lo que comían
6<S El arle de lo obvio El primer encuentro 69

y a la forma en que lo comían, pero nosotros persistíamos. Según ta y de poner a prueba nuestras buenas intenciones para que acep-
nuestra experiencia, las anoréxicas que superaban su enfermedad tara una alimentación sin restricción alguna. Incluso entonces, du-
llegaban a disfrutar tanto de la vida como cualquiera de los que es- rante uno o dos años seguimos completando su dieta con alimentos
tamos sentados alrededor de esta mesa, de modo que para nosotros procedentes de países «buenos» para demostrarle que respetábamos
era un placer poder atenderlas. sus ideales y no habíamos estado simplemente siguiéndole la co-
»Una muchacha adolescente estaba demacrada cuando empeza- rriente.
mos a atenderla. Todo lo que los padres habían intentado hacerle »Ahora bien, durante esos primeros meses y años jamás inten-
comer era inaceptable para ella por razones que se negaba a decir- tamos interpretar su preocupación por los débiles del Tercer Mun-
nos. El personal que se le había asignado se pasó con ella una no- do como algo que quizás reflejara también sus sentimientos ante la
che y un día enteros tratando de hacer que se sintiera lo más có- forma en que sus poderosos padres la habían tratado cuando ella
moda posible, sin hacer esfuerzo alguno por obligarla a comer o a era una niña indefensa. Si hubiéramos interpretado desde el co-
beber. Tras convencerse de que no la forzaríamos a alimentarse ni mienzo aquel significativo desplazamiento, ella podría habernos
a beber, y como consecuencia de la relación positiva que habíamos considerado entremetidos y condescendientes, cuando de hecho la
establecido con ella, finalmente llegó a insinuar que tal vez podría verdad es que el personal tenía gran respeto por su idealismo.
intentar comer una marca selecta de atún enlatado importado de »Margot tiene, también, derecho a recibir información desde el
Noruega. Ni le preguntamos cuánto costaba ni insistimos en saber comienzo mismo sobre nuestros métodos de tratamiento y sobre
por qué no podía aceptar un sustituto. Se estaba dejando morir de nuestras intenciones. Es necesario que sepa que su psiquiatra no
hambre, y estábamos encantados de que hubiera algo que pudiéra- obtendrá la información que necesita con métodos físicamente
mos buscarle para comer. agresivos, sino a partir de lo que ella le diga por su propia volun-
«Durante semanas no comió otra cosa que aquel atún, carísimo. tad. A menos que haya tenido alguna experiencia anterior de psi-
Empezó a aumentar de peso y a recuperar fuerzas porque no sólo coterapia, es probable que espere que usted no sea más que otro
se comía el pescado, sino que se bebía el aceite en que venía. Sólo médico que tratará de manipularla y le dirá lo que debe y lo que no
meses después, cuando ya contábamos más plenamente con su con- debe hacer.
fianza, compartió el secreto de por qué no podía comer más que —Si en nuestro hospital intentamos hacer cosas especiales
aquella marca de atún: porque venía de Noruega, un país pacífico como las que hizo usted con esa chica —comentó Gina—, habrá
que, en su opinión, no había participado jamás en empresas impe- discusiones porque esos alimentos o juguetes especiales son dema-
rialistas ni había explotado a ningún pueblo del Tercer Mundo. siado caros.
Como ella consideraba que la tendencia política de sus adinerados —A nosotros nos pasó lo mismo, aunque con los años lo acep-
padres contribuía a la explotación de los países subdesarrollados, taron mejor. Siempre presentábamos nuestros argumentos lomando
encontraba inaceptable la comida que le ofrecían, y como temía como punto de referencia el coste de un día en la escuela. Un mes
que otros estuvieran confabulados con sus padres, no quería decir de ese atún costaba menos que un día en la escuela. Aunque sea
a nadie por qué rechazaba la comida. evidente muchos administradores no lo ven. Una compañía de se-
«Después de compartir con nosotros sus razones, nos fue fácil guros contará con que la estancia de un niño en el hospital cuesta
encontrar alimentos importados del Tercer Mundo, o de las otras y mil dólares diarios, pero regateará cuando se gastan sumas sin im-
poquísimas naciones que ella consideraba países «buenos». Eso portancia en golosinas o juguetes de regalo. Y sin embargo, esas
simplificó nuestro trabajo de enriquecer su dieta. Finalmente, los
minucias son estupendas inversiones. Si abrevian en una hora la es-
extremos a que llegamos para respetar su peculiarísima elección de
tancia del paciente, ya se habrán pagado solas.
comida la impresionaron, pero fue necesario casi un año de esa die-
Bettelheim hizo una pausa y después se dirigió a Jason:
70 El arle de lo obvia El primer encuentro 71

—Le ruego que si parezco demasiado crítico sobre la forma en haciéndole yo preguntas sobre ella, mejor es empezar contándole
que procedió usted con Margot no se lo tome personalmente. No es yo a ella algo de mí y de cuál es mi manera de hacer las cosas.
mi intención hacer perder tiempo al grupo analizando los errores »Algunos terapeutas de niños procuran empezar el tratamiento
aleatorios de un individuo. Todos cometemos continuamente mies- diciéndole a su joven paciente que quieren ser sus amigos. Para mí,
Iros propios errores, yo incluido. Pero el problema que estamos ex- eso no tiene sentido. Si yo tuviera siete años y ustedes me dijeran
poniendo hoy es, a la vez, general y crítico: ¿por qué nos conduci- que quieren ser amigos míos, les diría que prefiero un gatito. Los
mos con los niños muy perturbados de una manera que sabemos niños sólo dicen «Quiero ser tu amigo» en los libros de lectura de
que es errónea cuando nosotros mismos nos vemos sometidos a primer grado. Si observan cómo se hacen amigos los niños, verán
ella? que uno de ellos se acerca al otro, le señala algún objeto o algo que
Jason suspiró y pareció visiblemente aliviado. está pasando y le dice: «Mira eso». De manera que será más acer-
—Porque la psicoterapia de orientación psicoanalítica es difícil tado que cuando el niño les pregunte por qué quieren verlo, le di-
de explicar. gan que hay algo que quieren aprender y que él puede enseñarles.
—Exactamente —confirmó Betlelheim—. Es bastante difícil Eso deja al niño el control de la situación, y además es honesto.
explicarnos a nosotros mismos o a un adulto interesado los cornos »Como mi intención en mi primer encuentro con un niño es
y los porqués de la psicoterapia de niños. Entonces, ¿cómo pode- darme a conocer, a menos que él o ella me pregunte algo específi-
mos esperar que sea fácil explicárselos a un niño muy perturbado, co, cosa que alguna vez sucede, pero es rara, le hablo un poco de
confundido y ansioso que puede interpretar mal, es decir, de acuer-
lo que hago y cómo lo hago, con la esperanza de tener la intuición
do con sus propias y naturales ansiedades, e incluso también con
suficiente para orientarme hacia alguna ansiedad importante que
sus ideas delirantes, lo que le estamos diciendo? Nuestra única es-
peranza es que consigamos explicarle muy bien lo que somos y pueda sufrir y que se haya activado con motivo de la entrevista. Mi
cómo somos nosotros mismos, nuestros métodos y nuestras inten- deseo es tranquilizarlo, pero no voy a decírselo así sin más, direc-
ciones. tamente. Sería una torpeza y, además, probablemente no me cree-
«Obviamente, no podemos explicárselo todo, ni siquiera los ve- ría. En cambio, le hablo simplemente de algunas de las cosas que
ricuetos más importantes del tratamiento de orientación psicoanalí- me propongo hacer. A partir de eso, mucho más que por cualquier
tica, a un paciente nuevo, y menos aún a un niño ansioso, como otra cosa personal que pudiera decir de mí mismo, el niño se for-
Margot, en el primer encuentro que tengamos con él o ella. De nada ma sus opiniones sobre lo que me propongo, y quizás incluso so-
servirá decirle que uno de nuestros objetivos es aliviarlo de su an- bre cómo soy.
gustia, aunque lo sea. Porque será excepcional el niño que nos crea. »Las cosas son un poco diferentes con los individuos psicóti-
Ni tampoco tiene mucho sentido decirle que nuestro propósito es cos, en particular con los niños pequeños, que no responden favo-
llegar a conocernos, porque el niño ya ha tenido experiencias que le rablemente a lo que uno les dice. Y sus buenas razones tienen para
demuestran que, aunque los adultos se sienten totalmente libres de desconfiar de lo que les dicen. Todos los psicóticos han tenido tan
preguntarle a él toda clase de cosas personales, generalmente no es- malas experiencias con lo que les dice la gente, que han aprendi-
tán nada dispuestos a contestar cuando él los interroga. do a confiar en lo que ven o, en un sentido más profundo, en lo
»Ahora bien, ¿qué es lo que hemos aprendido de la vida coti- que sospechan. De manera que es importantísima la forma en que
diana? Con frecuencia, cuando somos sinceros al hablar de noso- preparen ustedes el escenario donde los verán y la actitud con que
tros mismos, la respuesta de nuestro interlocutor es ser igualmente los saluden.
sincero ai hablar de sí mismo. De modo que en vez de sugerir que »Tras haberle explicado algunas cosas, le digo al niño que no sé
eso de conocemos empiece con que la niña hable de sí misma, o qué más puede interesarle, pero que estaría encantado de decirle lo
72 El arte de lo obvio El primer encuentro 73

que él o ella quiera saber. Es una invitación a que me hagan pre- Algunas sí, pero otras, como una que vi cuando iniciaba mi activi-
guntas, y generalmente funciona. Si no, sigo con mi explicación. dad psiquiátrica, parece que rebosaran energía.
»Además, invito al niño a que eche un vistazo por el lugar, es —Por la lista de actividades en que Margot solía participar, di-
decir, a que lo recorra. Y a la mayoría, por cierto, empiezo por ría que estaba haciendo demasiado —intervino Betlelheim—. En
ofrecerles galletitas y caramelos. Generalmente, eso les dice más un encuentro reciente de ganadores de premios Nobel, Niko Tin-
de mí, en un ámbito importante, que cualquier cosa que pueda ex- bergen, el especialista en etología animal, habló del enorme incre-
presar con palabras. mento del autismo infantil en Estados Unidos y en otros países oc-
»En la Escuela Ortogénica, cuando venía a verme un niño nue- cidentales. Él cree que la causa de ese autismo es la ausencia de
vo, yo partía de la base de que quizá me lo hubieran traído contra comunicación positiva entre la madre y el niño. Pero tenía la sen-
su voluntad. Por eso, casi siempre empezaba hablándole de mí, mu- sación de que otro factor de ese incremento es el resultado de que
cho antes de atreverme a sugerir que me contara algo de él. En todo en Occidente los padres, educadores y psicólogos esperan dema-
momento le aclaraba que era libre de irse cuando quisiera y que no siado de los niños.
haríamos nada por impedírselo. Muchos niños ponían a prueba la —Eso demuestra lo que sucede cuando los ganadores de pre-
promesa y se iban, pero, con una única excepción, todos volvían mios Nobel se meten a jugar en campo ajeno —apuntó Bill.
tan pronto como se habían convencido de que yo no haría nada Todos se rieron, y Bettelheim continuó:
para obligarlos a volver. Pero admito que cuando se iban intentaba —-Bueno, pues el doctor Winn estuvo muy próximo a reconocer
ponerles algunoscaramelos en las manos. el fenómeno que comentó Tinbergen —el doctor B. hablaba direc-
tamente a Jason—. Quizá si usted se hubiera sentido más libre de
—¿No está exigiendo demasiado de mí o de cualquiera de los
confiar en sus propias percepciones, le habría dicho a Margol algo
que venimos para formarnos como terapeutas? —preguntó Jason—.
así como «¡Pobrecita! Ya estabas haciendo demasiado. Estás com-
Usted contaba con un equipo y un control, y yo no tengo a mi dis-
pletamente agotada. Es hora de que le tomes un buen descanso,
posición los recursos de la Escuela Ortogénica.
bien largo».
—Pero tiene su sensibilidad y su intuición, Jason —intervine—.
»Este fenómeno que usted observó es de amplia aplicación, y
Usted nos ha demostrado que es capaz de estar en contacto con su una de las principales causas de psicopatología infantil en las cla-
personalidad de los once años. Tuvo profunda empatia con los sen- ses medias norteamericanas. Con frecuencia, los padres cuyos hi-
timientos de Margot hacia la comida y me dio una clara idea de lo jos están sobrecargados de actividades muestran una inquietante
que consideraba que era la vivencia de Margot. Pero aquella ma- indiferencia hacia su hijo en cuanto individuo, combinada con una
ñana, su propia ansiedad no le permitió dejar que Margot viera ese exigencia estricta en cuanto a sus resultados. Con esos niños, el
lado suyo, aunque eso habría contribuido a establecer una relación objetivo de la psicoterapia es liberarlos de su preocupación por
de empatia con ella. el resultado, dejando de subrayar los logros para fijarse en quiénes
»Estos son problemas con los que todos nos enfrentamos cada son como personas. Merced a su experiencia con su terapeuta,
vez que conocemos a un paciente nuevo. Si usted da por supuesto Margot tendría que ser capaz de descubrir que tiene abierta ante sí
que, por más ansioso que se sienta, el paciente nuevo lo estará más, la posibilidad de una relación sin contrapartidas con una persona
y me parece que es un supuesto seguro, podrá sentirse más cómo- que la acepta y la respeta por lo que ella es.
do y será más capaz de atender a la ansiedad de él. Si hubiera par- »Cuando usted devuelve a la paciente lo que ella le ha comuni-
tido de ese supuesto, Jason, probablemente se habría sentido más cado, por ejemplo diciéndole que ha estado trabajando demasiado
libre de concentrarse en Margot y en su aguda observación de que y que necesita descansar, ella reconoce que usted le ha prestado
ella parecía quemada. No todas las anoréxicas dan esa impresión. atención y que la ha escuchado de verdad. Entonces puede tener un
74 El arte de lo obvio El primer encuentro 75

atisbo de que quizá la psicoterapia pueda ofrecerle, realmente, una hay tiempo, podríamos ir a la sala de juegos, donde ella podría
relación muy especial. El proceso terapéutico se inicia cuando el apreciar el contraste entre nuestro trabajo y lo que sucede en el pa-
niño comienza a preguntarse cuál es la naturaleza de eso que está bellón.
empezando. —Me parece una excelente idea —comenté—. De esa forma
—¿Qué quiere decir con eso de que «el niño comienza a pre- calmaría la ansiedad de la niña al mismo tiempo que la va introdu-
guntarse»? —inquirió Renee—. ¿Cómo sabemos cuándo se inicia ciendo en el proceso terapéutico. Primero, por mediación de lo que
el proceso de la terapia? hace, le demostraría que, en cuanto terapeuta, usted es una persona
—Se inicia cuando el niño (o la niña) reconoce que el terapeu- que procura entender sus necesidades, y que se ha puesto a pensar
ta lo escucha con más cuidado del que él mismo se escucha, y se en la forma de satisfacerlas. Usted ha dicho que parecía abatida.
pregunta por qué —respondió Bettelheim—. Entonces él también Sin decir una sola palabra, el hecho de que usted la considere sufi-
empieza a escuchar, a sí mismo y al terapeuta. Y el despertar de cientemente importante como para haber seguido pensando en ella
esta curiosidad, esta escucha de sí mismo y este tomarse a sí mis- después de la entrevista reforzará su autoestima.
mo más en serio, marca el comienzo de la terapia. Para que la cu-
riosidad se despierte, el niño tiene que sentir la forma peculiar de »Pero al afrontar las cosas así le estará enviando también otros
percepción del terapeuta. Lo que hemos estado explorando en la mensajes. LeJiar.á_v.er~que-en-psicGlera la
entrevista del doctor Winn con Margot son los momentos en que se ansjedíid_esl_abj^iejndp.josjiechos. Es.taaLes.timulándüJ.a_a.,que ob-
permitió que esta intensidad se disipara. serve, a queuse suinteligencja y a.qu,eJiaga_.pieguntas.Jmsta en-
tsndeMp,que._ye^Jq__que_sj.en,!.e y lo que fantasea. Así no se sentirá
«Entonces, ¿ha influido nuestro análisis sobre la visión que tie-
tan angustiada al estar allí. Y_rjoj^na_jmiüog|¡^^
ne usted de su relación con Margot?
Jason miró a Bettelheim y sonrió. idjiiyieja.fomia ejijy^ie £ m ] x ) s ^
—Por cierto que no ha sido una experiencia muy satisfactoria sus,j_Hrosj2roblemas tengan cabida en los límites del mundo com-
—guardó un momento de silencio—. No estoy exactamente encan- r.prensj,bje. Poco a poco, vaÍién3ose^é-sü^pl^ia'7fi'entercj'Lie es agu-
tado con lo que usted me ha hecho observar. ¿Debería agradecerle da, Margot irá encontrando otras maneras de dominar su angustia,
que me ayudara a oír lo engolado que parecía? —él mismo se rió mejores que los síntomas anoréxicos.
de la pregunta—: Sí, me imagino que sí. En realidad, en ese mo- Jason parecía contento.
mento yo no era yo o, por lo menos, no era el terapeuta que soy con —Y como se está replanteando su comienzo con Margot, ¿por
los adultos. Y no jugué limpio con Margot al no decirle qué hare- qué no empezar disculpándose por no haber respondido ayer a su
mos y qué no haremos. ¡Yo mismo estoy sorprendido! Es una in- ansiedad? Usted nos dijo que lo lamentaba. ¿Por qué no decírselo
formación que se les da rutinariamente a los adultos como parte del también? Así, la niña se dará cuenta de que usted es una persona
procedimiento de admisión. Sospecho que no estaba tratando a sensible, auténtica y que piensa... ¡alguien con quien vale la pena
Margot con tanto respeto como yo pensaba. aliarse!
»Pero usted me ha estimulado a planear para mañana. Me ha Jason sonreía. Entonces se me ocurrió que podíamos volver so-
gustado eso de los cuatro días de orientación que les daban a los ni- bre el caso de Renee y le pregunté si la experiencia de Jason le ha-
ños nuevos en la Escuela Ortogénica. ¿Qué le parecería una versión bía ayudado a pensar con más claridad en el niño a quien tenía que
condensada? Mañana podría llevar a Margot en un recorrido por el ver al día siguiente.
pabellón, animándola a que me haga preguntas sobre lo que ve. Po- —Sí y no —me respondió—. El análisis me ha convencido de
dría responderle lo mejor que sepa y explicarle cuáles son los pro- que incluso una primera sesión podría darme una oportunidad es-
cedimientos que aplicaremos en su caso y cuáles no. Después, si pecial de empezar a consolidar una relación, pero no puedo decir
76 /:'/ arte de lo obvio El primer encuentro 77

que por eso me sienta tranquilizada, ni mucho menos cómoda o una docena de maneras en que podría haberse iniciado un fuego.
segura. Tal vez lo que la madre llama encender fuego sea haberlo encon-
—Quizá lo que voy a decirle le parezca paradójico —conti- trado encendiendo una cerilla o una vela. Hemos visto casos así. En
nué—, pero la forma en que usted se siente me dice que, de hecho, ellos, el único interés que tiene que digan que le da por encender
está más próxima a estar preparada para su entrevista de mañana. fuegos es que revela que la madre tiene miedo del niño. ¿No podría
Permítame que me valga de. una analogía que usa el doctor Beltel- ser que un muchacho mayor haya encendido un fuego y después se
heim. Tenemos que prepararnos para un paciente nuevo de la mis- haya escapado, dejando que culparan al más pequeño? O podría ha-
ma manera que nos preparamos para recibir, en casa, a un invitado ber estado jugando a la isla desierta en un lugar peligroso. Tal vez
de honor. Digamos que usted está esperando que al mediodía lle- jamás haya tenido la menor intención de iniciar un fuego y ahora
guen a su casa no exactamente amigos, sino amigos de amigos. Tal se sienta culpable y presa de una depresión enfermiza por todo el
vez se sienta nerviosa porque quiere atenderlos lo mejor posible, lío que ha causado y en que se ve metido. Otra probabilidad es que
pero no tiene la menor idea de qué es lo que les gusta, e incluso no haya tenido miedo de la oscuridad y, en su inmadurez, no se haya
sabe siquiera si habrán comido o no. Entonces decide preparar algo dado cuenta de lo que hacía. O bien, en un impulso sensual, ¿no
que podría gustarles, pero como no quiere que se sientan incómo- podría haber estado jugando con cerillas porque es algo bello y fas-
dos porque usted se ha preocupado, ni se sientan obligados a comer cinante, y haber escapado cuando le pareció que venía alguien, sin
para complacerla, deja la comida preparada en la nevera. darse cuenta de que dejaba un fuego encendido? Y si realmente
hubo fuego, ¿tenía una intención agresiva, defensiva o accidental?
»Cuando sus invitados llegan, como usted se ha preparado lo ¿El niño estaba enojado, dolido, y vengativo, o tenía miedo e in-
mejor posible, puede dedicarse a ellos. Si le aseguran que no tienen tentaba protegerse? ¿Estaba internando transmitir a alguien un
hambre, procurará interpretar bien sus palabras. ¿Lo dicen de ve- mensaje importante?
ras, o están tratando de ser corteses y de adaptarse a lo que creen
que será más cómodo para usted? Como no tiene intereses creados »Cuando usted haya imaginado todas estas posibilidades tan
en ninguna de las dos alternativas, su única motivación es la buena concretamente como pueda, sabrá que ya puede afrontarlas todas.
voluntad. Aun así puede cometer errores, pero su buena disposición Se dará cuenta de que si efectivamente el niño encendió fuego, su
la deja en libertad de estar alerta para complacerlos, y eso crea una conducta tiene un contexto y un significado que usted necesita en-
atmósfera en la que la amistad potencial entre todos ustedes tiene tender. Sin ellos, no puede saber si él encendió fuego y, si lo hizo,
la máxima probabilidad de empezar bien. qué es lo que eso revela de él en cuanto individuo.
»Renee, yo me imagino que algo en la información que le die- »Por ejemplo, un colega me habló de un niño que vivía en un
ron sobre el niño le provocó ansiedad desde antes de llegar a co- centro residencial de tratamiento. Los padres estaban divorciados,
nocerlo. y el personal tenía la nítida impresión de que la madre era severa y
—Como el asunto del fuego—admitió Renee. arisca. Jamás tenía nada bueno que decir de su hijo. El padre era un
—Un excelente punto de partida —asentí—. El asunto del fue- hombre pasivo que al menos tenía con el niño algo aproximado a
go es una bandera roja para cualquier terapeuta, un síntoma ante el una buena relación. Por eso el personal del centro vio complacido
que hay que estar alerta. Si ha habido algún episodio grave, puede que el padre quisiera mejorar la relación con su hijo y pidiera au-
ser que haya intervenido la policía, o no, pero eso usted todavía no torización para salir con él durante un fin de semana. El lunes, el
lo sabe. Y por ahora, esa información es un obstáculo, una interfe- niño regresó al centro residencial. El martes por la mañana, de for-
rencia en su posibilidad de conocer sin prejuicios al niño. ma muy cuidadosa y secreta, provocó un fuego que a punto estuvo
»La aseveración de que le da por encender fuegos ¿es realmen- de quemar hasta los cimientos el pequeño pabellón donde había es-
te un conocimiento concreto? Seguramente usted puede imaginarse tado residiendo. Cuando el psiquiatra lo entrevistó, el niño se negó
7¿i ¡ti arle de lo obvio El primer encuentro 79

a decir por qué había provocado el fuego. Además, no demostró ni de lejos, toda la historia. Estimulen al niño para que les cuente
ningún remordimiento y ni siquiera quiso decir que no volvería a re- su versión porque realmente quieren oírla de sus labios.
petirlo. —Digamos que realmente este niño encendió un fuego peli-
»Como no parecía aconsejable que el niño prosiguiera en régi- groso —terció el doctor Bettelheim—. Es probable que nadie le
men abierto, se decidió enviarlo a una unidad psiquiátrica cerrada haya preguntado por qué lo hizo. Es por ahí por donde hay que em-
en un hospital. Tras eso siguió pasando por varios hospitales, y pezar. Decirle que no tiene que hacerlo o que hacerlo es peligroso
tuvo experiencias que más adelante él mismo calificó de terribles y puede significar para el niño que usted no se interesa por él, que lo
an ti terapéuticas. Pero sólo después de quince años, cuando ya su único que quieren, usted y el mundo, es que él no les complique la
vida había sido gravísimamente afectada, pudo revelar que el do- vida. Con los incendiarios es raro que oigamos preguntar por qué
mingo anterior al día que provocó el incendio, durante aquel viaje encendieron el fuego, por qué a esa hora, por qué en ese lugar o
supuestamente terapéutico, el padre lo había sodomizado, algo que qué era lo que trataban de lograr. Estoy seguro de que el niño tenía
jamás había podido contar a nadie. una razón que él consideraba válida. A estos niños nadie les con-
cede que sean seres humanos razonables que tienen sus propios
»Por tanto, mientras no llegue a conocer al niño a quien verá
motivos, que para ellos son válidos, para haber encendido ese fue-
mañana, como los guiones posibles son tantos, mantenga una acti- go. Pero si lo que intentamos no es solamente ayudarle a que no se
tud mental abierta que le permita prestar atención al niño real que meta en líos, sino ayudarle a curarse, tenemos que empezar por sa-
vendrá a verla. Después de haberlo visto una o dos veces y de ha- ber las respuestas a todas estas cuestiones y muchas más.
berse formado su propia opinión de él y de su comportamiento, es-
tudie la ficha para ver qué pensaron de él y de sus problemas las »No importa qué decida usted decir en esa primera reunión,
doctora Kurtz; tenga presente la analogía entre la preparación que
personas que hicieron las evaluaciones iniciales. Si esas evalua-
usted necesita y la de una buena ama ele casa.
ciones coinciden con la suya, se sentirá tranquilizada. Pero si la
»Una experiencia que tuve en mis primeros días en la Escuela
evaluación difiere de lo que usted ya sabrá entonces del niño, le Ortogénica me hizo tomar clara conciencia de la importancia que
permitirá contrastar la impresión que el chiquillo le produjo a ese tiene que los niños en tratamiento tengan libre acceso a la comida,
evaluador con la suya, y podrá tratar de entender por qué esas dos y especialmente galletilas y caramelos. Mi predecesor tenía detrás
impresiones son diferentes. del escritorio un armario cerrado con llave donde guardaba golosi-
—No entiendo —intervino Gina—. ¿Quiere decir que toda esa nas. Una mañana me encontré sobre mi escritorio una cuchilla de
imaginativa preparación servirá para que Renee, en la primera en- carnicero. Durante la noche anterior, algunos niños de la escuela la
trevista, pueda apartar por completo de su mente lodo lo referente habían usado para abrir el armario de las golosinas. Se las habían
a ios fuegos? comido y me habían dejado una nota: «Esta vez está sobre tu es-
—No —aclaré—, lo que estoy diciendo es que la madre del critorio. La próxima la tendrás en la cabeza».
niño puede incluir tantas situaciones cuando habla de «encender »Aunque en realidad no tenía miedo de que pusieran en prácti-
fuegos» que Renee debe limitarse a interactuar, observar y formu- ca su amenaza, entendí lo que querían dar a entender. Dejé en cla-
lar la hipótesis adecuada siempre y cuando sea relevante. Si este ro para todos los estudiantes que, a partir de ese momento, los ca-
enfoque no se adapta a su estilo, entonces Renee podría compartir ramelos y las gailetitas se guardarían en un armario sin llave. Los
con su nuevo paciente lo que le han contado de él. Muchos tera- niños podrían servirse lo que quisieran en cualquier momento, de
peutas empiezan así para que el niño sepa desde el comienzo que día o de noche.
no tendrán secretos con él. Si ustedes adoptan este enfoque, vale la »A lo largo de los años, el armario de las golosinas se convirtió
pena añadir que eslán seguros de que lo que les han contado no es, en una institución importante, que además de hacer que los niños
80 El arle ele lo obvio El primer encuentro 81

se sintieran bien recibidos y de transmitirles el mensaje de que no cia sea cómoda para el niño, lo mismo que pasa con los invitados
sólo tendrían siempre satisfecha con largueza su necesidad de ali- que van a su casa.
mentos, atendía también a sus deseos de comer algo agradable y —Algo más —añadí—. Sé que aquí a veces los futuros profe-
placentero. Tras eso instituí una reunión diaria con todos los pa- sionales tienen que compartir despachos, de modo que no tienen el
cientes de la Escuela, en la cual se les animaba a que sugiriesen las control absoluto de lo que hay en el despacho ni de las condiciones
mejoras y los cambios que desearan introducir en el programa, in- en que está. Pero recuerden que los niños se expresan mediante los
cluyendo las cosas que en su opinión no debían mantenerse porque juguetes y el juego. En nuestro trabajo con adultos seguimos el hilo
a ellos no les gustaban. Estas reuniones se convirtieron en un ve- de sus pensamientos. Con los niños, seguimos el ritmo del juego y
hículo importante para el incremento de la confianza mutua entre su interrupción, pero sólo podemos hacerlo libremente si los ju-
los pacientes y el personal. Para mí fueron sumamente útiles por- guetes que les ofrecemos no interfieren con la libertad de sentir y
que me permitieron mejorar el programa de los internos. Y tuvie- de pensar del niño. Incluso una casa de muñecas puede transmitir
ron un beneficio adicional: dieron a nuestros pacientes la sensación actitudes de hospitalidad y consideración o de inconsciencia y des-
de que podían introducir cambios para mejorar su propia vida. cuido. Si proyectan usar una casa de muñecas en la primera sesión,
tengan cuidado de disponerla antes de hacer entrar al niño en la ha-
—Creo que eso fue lo que se proponía Jason cuando dejó que
bitación. Fíjense en que las muñecas y los muebles que haya en la
Margot fuese la primera en escoger asiento —terció Gina—. Que-
casa estén en buenas condiciones, y dispongan tanto el escenario
ría que ella se sintiera cómoda.
como los personajes de una manera que les parezca que puede ser
—Sí —dije—, indudablemente Jason ha aprendido en su for- significativa para el niño.
mación con adultos que es importante dejar que los pacientes nue-
vos se sienten cerca de la puerta por si tienen necesidad de escapar. »Si la habitación no está preparada para recibir al niño, éste no
Pero, con Margot, usted se olvidó del asiento —miré a Jason—. sabe qué hacer con lo que se le ofrece. ¿Qué piensa un chiquillo si
Por suerte, ella no estaba paranoide ni agresiva. Los pacientes pa- en la primera sesión ve que el terapeuta ha dejado dos familias en
la casa? «¿Acaso éste se cree que yo tengo dos madres y dos pa-
ranoides pueden sentir sospechas, sentirse atrapados y con pánico.
dres?» Si sus padres se han divorciado y ambos han vuelto a ca-
Si uno se interpone entre ellos y la puerta, pueden volverse violen-
sarse, quizá las dos familias sean pertinentes, pero el niño que vive
tos. A ellos, las palabras de bienvenida no les impresionan, de ma-
con sus padres se quedará perplejo. Si se fijan ustedes en algunos
nera que es mejor no bloquearles la posibilidad de fuga. de los despachos, quizá los mismos que ustedes usan, verán alguna
El doctor B. profundizó en la idea: de esas muñecas articuladas con un brazo arrancado y los alambres
—Permítanme insistir en algo que he dicho antes. Con los niños al descubierto. ¿Qué puede hacer un niño si el terapeuta lo con-
psicólicos también hay que estar atentos a algo más. Suelen prestar fronta con un individuo mutilado? Esa imagen le originará miedos
mucha atención a la forma en que está decorada la habitación y a de amputación o de castración, por ejemplo, que quizá no tengan
cómo huele. Cuando van a un lugar nuevo, también ustedes confían relación con la ansiedad central de ese niño. ¿Cómo pueden reco-
en sus reacciones sensoriales, aunque tal vez no sean durante todo nocer qué es, en la vida interior del niño o en su medio hogareño,
el tiempo tan persistentes como son las de un psicótico. Entonces, lo que lo está perturbando, si ustedes mismos le plantean cuestio-
planeen su despacho de manera que sea un buen reflejo del dueño nes que lo perturban? Por el contrario, cuando las muñecas están
o dueña. Procuren que las sillas sean cómodas y que los caramelos intactas y son adecuadas, el mensaje que transmiten es que el niño
y juguetes sean tentadores y estén accesibles. No tengan en el des- es bien acogido y que el terapeuta se esforzó por tener el tipo de
pacho cosas con las que el niño no pueda jugar libremente, o que juguetes con que a los niños les gusta jugar.
ustedes tengan que custodiar. Su objetivo es hacer que la experien- «Gradualmente, a medida que empiezan a conocer mejor al pe-
ni:rn;i,m-:iM
<S2 El arle ele lo obvio El primer encuentro <S'.í

queño paciente durante las sucesivas sesiones, pueden preparar »Esle problema también se da en las salas que usamos para te-
para él un escenario más específico. A medida que, una vez tras rapia infantil. Esencialmente, son habitaciones construidas para
otra, vayan disponiendo en situaciones representativas la combina- adultos que luego, de alguna manera, tratamos de adecuar a los ni-
ción adecuada de muñecas y muñecos adultos, niños y bebés, el ños. Si fueran habitaciones realmente diseñadas para niños, serían
mensaje que transmitan irá cambiando de «Entiendo y me interesan muy diferentes. La mayoría de los niños prefieren senlarse en el
los niños como tú» para convertirse en «Pienso en ti cuando no es- suelo, debajo de la mesa o del escritorio, y esto no es más que un
tás presente, y recuerdo lo que es importante para ti porque también ejemplo. De esa forma se sienten más cómodos y más protegidos
es importante para mí». Cuando los niños ven que nos hemos pre- en esos lugares más limitados.
parado para ellos, pueden retomar lo que dejaron en la última se- «Entonces, pruebe a ver cómo se sentiría usted sentada debajo
sión, o bien cambiar de tema y plantear un juego nuevo. de un escritorio, si midiera poco más de un metro de altura. ¿Qué
El doctor B. miró a Renee. aspecto tiene su despacho visto desde esa perspectiva? Tal vez po-
—Todas estas sugerencias están dentro de las posibilidades de dría introducir algunos cambios simples... además de las sillas para
una principiante. Su personalidad, sus experiencias y su sensibili- niños que ya tiene, bajar un poco los juguetes para que su pacien-
dad son los instrumentos más importantes. Válgase de ellos para te se sienta más cómodo, y vea que usted se ha preparado para re-
entraren el mundo de su paciente. Y recuerde que forjar una amis- cibirlo.
tad es un proceso lento. No sea demasiado dura consigo misma Finalmente, Renee sonrió:
cuando salga de esa primera sesión con apenas unos insights acer- —Bueno, ahora me siento más dispuesta para empezar. Nos ve-
ca de su paciente. Si le ha transmitido que quiere que él esté tran- remos la semana próxima.
quilo, y que usted está tratando de ver lo que él ve y de sentir lo
que él siente, con el tiempo el niño le dará muchas oportunidades
de aprender escuchando y observando.
«Permítame que le haga una última sugerencia: antes de maña-
na, dedique algún tiempo al intento de ver el mundo con los ojos
de un niño de siete años. Si consigue captar lo grande que le pare-
ce el mundo y lo poderosa que aparece usted a sus ojos, le costará
menos estar más atenta a la ansiedad de él que a la suya. Es nece-
sario que tenga usted la perspectiva del niño. Cuando yo empecé a
trabajar en la Escuela Criogénica, me pasé mucho tiempo andando
de rodillas. Me figuré que acuclillarme hasta estar a la altura de un
niño y observar cómo ve él el mundo sería una preparación inapre-
ciable para entrar en su mundo y verlo desde su perspectiva. ¿No
sería esa una buena manera de prepararse para su primera sesión de
mañana? Si lo hace, y después piensa en lo que observa, es proba-
ble que se dé cuenta, como me pasó a mí, de que en nuestros ho-
gares y en nuestros despachos, la altura del techo está pensada para
los adultos. Por eso, cuando están solos, los niños se construyen
tiendas y casas de juguete con el techo muy bajo, de acuerdo con
sus propias dimensiones.
Sacos de arena v salvavidas H5

ductista, y consistía en conformar el comportamiento de un niño a


2 las expectativas mínimas de la vida civilizada. Saúl sabía que la
modificación del comportamiento era relativamente simple de al-
canzar, y eso era especialmente útil para él en cuanto director de
Sacos de arena y salvavidas* una unidad nueva, porque le permitía poner en práctica un progra-
ma organizado, ordenado y seguro con un personal relativamente
falto de entrenamiento.
Sin embargo, Saúl sabía que aquello no era la última respuesta,
porque con el enfoque conductista no se lograba en los niños el tipo
necesario de cambios internos verdaderos y perdurables. Como mi
propio punto de vista en el trato con los niños era psicodinámico,
era frecuente que, en amistosas y francas discusiones con Saúl, me

U egué a Stanford con una reconocida reputación de experto en


los problemas que tienen los niños maltratados, y me intere-
saban especialmente las sesiones en que se hablaba de un niño en
encontrara cuestionando el enfoque conductista de la CAPÍ.
En 1981, en colaboración con Graehem Emslie, un compañero
especializado en psiquiatría infantil, organizamos un estudio en
esta condición. Una semana, Saúl Wasserman, director de la Uni- Stanford. Conseguimos documentar que, antes de su ingreso, más
dad de pacientes psiquiátricos niños y adolescentes que recibían del cuarenta por ciento de los pacientes niños y adolescentes de la
tratamiento en calidad de internos en el Hospital de San José (uni- CAPÍ habían sido manifiestamente maltratados física o sexualmen-
dad a la que, de acuerdo con su nombre en inglés, Child and Ado- te. Y los malos tratos no habían sido sutiles. A esos niños, las per-
lescent Psychiatric Impatient, se conocía con las siglas CAPÍ, para sonas que estaban a su cargo los habían golpeado hasta romperles
abreviar), presentó al seminario el caso de un niño maltratado. Yo huesos, los habían violado, la madre los había tirado escaleras aba-
ya conocía a Saúl porque una vez por semana acudía a la CAPÍ jo (por comportamientos infantiles tan inocuos como sacar una
para supervisar a mis becarios en psiquiatría que estaban cum- manzana de la nevera) o los habían encerrado durante días bajo Ha-
pliendo en la unidad seis meses de su programa de dos años de for- ve en un armario.
mación. Esos hallazgos documentaron lo que Saúl ya sospechaba. Cuan-
Desde su ingreso en Stanford como residente psiquiátrico, a do revisó las fichas de todos los niños que habían sido castigados
Saúl le habían interesado siempre los marginados de la sociedad: con reclusión en la unidad de Stanford, comprobó horrorizado que
chicos rudos y duros, auténticos delincuentes juveniles. En los años muchos de ellos habían sido antes maltratados en su hogar. La so-
setenta y a comienzos de los ochenta, el Hospital de San José era lución conductista de «recluir» a un paciente infantil para que «se
un típico hospital municipal, con pocos recursos; el personal lu- calmara» parecía peligrosamente próxima a encerrarlo bajo llave en
chaba con tremendos problemas de espacio para acomodar a una un armario. Era obvio que un enfoque que repetía con tanta exac-
gran cantidad de pacientes, muchos de ellos indigentes. La CAPÍ sé titud el trauma original no era el más indicado para curar sus heri-
hacía cargo de veintiséis niños, perturbados y alborotadores. Cuan- das. Saúl empezó a prestar cada vez más atención a los sentimien-
do Saúl se hizo cargo de la unidad, a mediados de los años seten- tos que los malos tratos anteriores habían hecho surgir en los niños
ta, el modelo de tratamiento de la CAPÍ era fundamentalmente con- de la CAPÍ, en un intento de entender las razones subyacentes en
las acciones de los pequeños, en vez de limitarse a conseguir que
* En inglés, ¡.ifi'savers, t|ue en castellano significa, como reza el título, 'salvavidas', se portaran mejor. Además, empezamos a coincidir en la forma de
se refiere también a una marca de caramelos. (N. de la I.) abordar a los niños maltratados. A fines de los años setenta, co-
<S'ó lil arle de lo obvio Sacos de arena y salvavidas 87

menlé con Saúl que mis reuniones semanales con el doclor Bettel- ahorraría la exploración de las circunstancias de «ese» estallido y
heim y los seminarios estaban cambiando mi manera de pensar en perdería una oportunidad de mejorar el nivel de entendimiento en-
aquellos niños perturbados y maltratados, y lo invité a acudir a tre el niño y el personal de la CAPÍ.
ellas. Cuando Saúl vino a nuestro seminario para analizar un caso
Antes, y con cierta vacilación, Saúl invitó a Bettelheim a visi- problemático de la CAPÍ, tuvo una buena oportunidad de ver lo útil
tar la CAPÍ. Cuando el doctor B. hubo recorrido la unidad, Saúl co- que podía ser para él y su trabajo en la unidad del hospital un en-
mentó que quería instalar allí un saco de arena, como el que usan foque tan diferente.
los boxeadores en sus entrenamientos, porque los niños de la CAPÍ —Me encuentro en una situación en la que me interesaba espe-
estaban tan resentidos con el mundo que necesitaban una manera cialmente hablar con usted —empezó—-. Bobby es un niño de doce
de descargar su cólera que no fuera tomárselas con el personal. La años que abrió a patadas la puerta de la cocina de un centro de cri-
respuesta de Bettelheim fue típica de su estilo: «Bueno, si piensa sis donde lo habían enviado hasta que se calmara y prendió fuego
de esa manera tal vez no esté todo perdido para usted». a la cocina.
Saúl necesitó varios años de contacto con el doctor B. para lle- —Bueno, doctor Wasserman, ¿no están para eso los centros de
gar a entender cabalmente el irónico cumplido. Bettelheim estaba crisis? —preguntó el doctor B.
satisfecho de que Saúl estuviera ofreciendo a los niños una oportu- —Es que ahí les gustan las crisis tranquilas —respondió Saúl—.
nidad de descargar sin peligro su cólera, porque eso significaba que Para empezar, a Bobby lo expulsaron de la escuela por pelearse con
consideraba comprensible su rabia después de las experiencias los maestros. En su casa solía pasar el tiempo rompiendo los mue-
que habían tenido. Pero también estaba señalando que Saúl espe- bles, y en el departamento de bomberos ya lo conocían por los in-
raba que un objeto inanimado, un saco de arena, hiciera por el cendios que provocaba en el vecindario. La madre nos contó que
niño algo que éste sólo podría lograr mediante la interacción con Bobby había sido un problema desde que tenía tres años. Sin em-
un ser humano que lo conociera y lo amara. El doctor B. sabía que bargo, como nos dijo también que había sido un hijo no deseado, y
el hecho de que Saúl esperase que niños tan maltratados y faltos que ella y el padre de Bobby se habían divorciado antes de que él
de alecto pudieran superar su rabia simplemente golpeando un cumpliera un año, sospechamos que para ellos el niño había sido un
saco de arena, desde el momento mismo en que ingresaban en la problema antes de su nacimiento.
CAPÍ, equivalía a estar negando la necesidad del duro trabajo que —¿Dónde ha estado viviendo Bobby? —pregunté.
conocemos como proceso terapéutico, en el cual uno de los prin- —Los padres son inmigrantes —respondió Saúl—. Vinieron de
cipales objetivos es aprender a dominar la cólera y a canalizarla de Bélgica y unos meses después se separaron. Bobby pasó los pri-
forma constructiva. meros diez años con la madre, pero como su comportamiento era
El propio Saúl llegó a darse cuenta de que también en otros sen- tan difícil, ella se lo envió al padre. Mientras estaba con él, el niño
tidos un saco de arena puede poner en peligro el proceso terapéuti- apareció varias veces en la escuela cubierto de hematomas y heri-
co. Dejar que un niño descargara su cólera sobre el saco de arena das. Finalmente, el padre admitió que lo castigaba regularmente,
les ahorraría a Saúl y al resto del personal el duro trabajo de auto- con el fin de controlarlo. Por eso, cuando el niño cumplió los doce
observación al que tendrían que someterse para descubrir qué era años, los servicios de protección a la infancia se lo devolvieron a
lo que ellos podían haber hecho para provocar al niño, por más in- la madre que, huelga decirlo, no estaba precisamente feliz de te-
significante que aquello pudiera ser en comparación con lo que el nerlo de vuelta. Las cosas fueron de mal en peor, hasta que ella de-
chiquillo había sufrido en el pasado. Después de todo, esos niños volvió al niño al servicio de protección de menores. A los pocos
no se pasaban todo el tiempo golpeando. Al atribuir el estallido de días de haber sido internado en un centro de crisis, Bobby provocó
rabia exclusivamente a las experiencias pasadas del niño, Saúl se un incendio en la cocina. Los bomberos lo apagaron. Hubo una in-
88 El arle de lo obvio Sacos de arena y salvavidas 89

vestigación policial y, como ya dije, lo transfirieron a la CAPÍ. So- a sí mismo como a un niño malo, y esas confrontaciones le hacían
mos algo así como la estación de reciclado; evaluamos a niños sentirse aún peor.
como Bobby, empezamos un tratamiento con ellos y procuramos La voz mesurada con que habló Betlelheim daba la impresión
encauzarlos lo mejor posible en el inadecuado sistema estatal para de que tuviera algo en mente:
niños perturbados. —¿Qué sentía el personal por ese niño? —preguntó.
»Cuando nuestro personal revisó las fichas de Bobby, descu- Algunos años más tarde, cuando Saúl y yo comentamos aquella
brió que, en diversos momentos de su vida, el niño había recibido pregunta, nos dimos cuenta de que Bettelheim ya sabía exactamen-
toda clase de tratamientos, tanto patentados como todavía en ex- te quién era Bobby y qué era lo que necesitaba de un medio tera-
perimentación: anfetaminas, Dexedrine, Ritalin, incluso la dieta de péutico. Pero en tanto que maestro socrático, su tarea consistía en
Feingoíd, sin que ninguno de ellos consiguiera mejorar su com- descubrir por qué Saúl no lo veía.
portamiento. —A la mayoría les gustaba, o por lo menos intentaron que les
—¿Quiere decir, entonces, que la dieta de Feingoíd no lo curó? gustara —respondió Saúl—, pero se quedaron frustrados. Bobby
—preguntó Bettelheim con fingido horror—. ¡Qué espanto! perturbó toda la unidad. Ni siquiera cuando el personal se esforzó
Cuando se acallaron las risas, Saúl continuó: especialmente por trabajar con él consiguieron llegar a ninguna
—Mi unidad se divide en dos equipos, y cada uno es responsa- parte. El equipo A estaba pensando en traspasar a otro el cuidado
ble de la mitad de los casos. Yo soy el director del equipo B. Du- de Bobby, de manera que cuando me ofrecí a hacerme cargo de él
rante sus primeros treinta días en el hospital, Bobby estuvo a car- se mostraron más que dispuestos. Precisamente por esa época, yo
go del equipo A. Allí intentaron proporcionarle un ambiente aco- me ocupaba también de una chica adolescente que, según me de-
gedor y seguro, y procuraron controlar algunas de las cosas negati- cía el personal, se parecía muchísimo a Bobby. A ella también la
vas que hacía imponiéndole sanciones leves. Pero el personal no habían maltratado los padres y la habían encerrado días enteros en
llegó a hacerse una idea de lo que pasaba en la cabeza del niño, y un armario. Después de que el departamento de servicios sociales
se sentían cada vez más frustrados. Tenían problemas con su forma la separara de los padres, la colocaron en varios hogares adoptivos
de actuar. Por ejemplo, se negó continuamente a asistir a las clases. y más tarde en dos centros terapéuticos residenciales, ninguno de
—Un sentimiento muy comprensible —asintió Bettelheim—. los cuales pudo con ella. Para cuando nos la trajeron, las había pa-
Yo también solía odiar la escuela, pero no tenía agallas para hacer sado moradas.
novillos. Si las hubiera tenido, y el no ir a la escuela hubiera sido »Yo hice la prueba de ensayar algunas cosas nada ortodoxas con
razón suficiente para que me hospitalizaran, me habría pasado doce la chica. Por ejemplo, a ella le costaba levantarse por la mañana.
años en un hospital. Pero dígame, doctor Wasserman, ¿qué aspecto Entonces le di un paquete de Salvavidas y le dije que tan pronto
tiene el niño? No puedo imaginármelo. como se levantara de la cama habría un paquete de Salvavidas para
—Es menudo y de entendimiento rápido, pelirrojo, pecoso y de ella. Le dije también que si no obtenía lo que necesitaba, podía ser-
ojos azules. Es más bajo y más delgado que la mayoría de los ni- virse un Salvavidas. Después de varias semanas, cuando se con-
ños de su edad que hemos tenido en la unidad, pero para el perso- venció de que podía contar con que yo la aprovisionaría de Salva-
nal es un puntapié en el trasero. Simplemente, no pueden ponerle vidas, empezó a tener éxito en el programa y ya no necesitó los
límites. Bobby estuvo impecable hasta que un día le pareció injus- Salvavidas.
ta cierta restricción, y entonces, con la rapidez del relámpago, se »Decidí modificar algo el enfoque e intentarlo con Bobby. La
volvió tan hostil que el personal, que habitualmente permanece im- primera mañana que tenía que trabajar con mi equipo le dije: «Yo
pasible, empezó a mostrarse indignado y punitivo. Ya empezaban a sé que tú tienes la sensación de que no tienes nada que esperar, de
sentirse agotados, y Bobby también estaba angustiado. Casi se veía manera que mañana, y después todas las mañanas, te voy a dar un
90 El arle de lo obvio Sacos de arena y salvavidas 91

paquete de Salvavidas». Eso le gustó, y cuando me espetó que que- Cuando Saúl se quedó en silencio, Bettelheim explicó:
ría un regalo le dije que a las dos, cuando volviera, le traería uno. —Ese chico ha sufrido privaciones extremas desde que nació.
»A las dos en punto apareció Bobby reclamando su regalo. Es- Su equipo vio que usted daba a la niña Salvavidas y regalos. Si el
taba seguro de que me había olvidado, pero yo le había comprado niño les gustaba bastante y si pensaban que los dos niños eran si-
uno de esos ositos panda de un par de dólares, que cuando se les da milares, ¿por qué no se les ocurrió la idea de hacerle regalos a él?
cuerda tocan los platillos. Bueno, hay algo que se llama felicidad... —Fue una idea experimental, así que mal podría yo descalifi-
pero Bobby estaba extático. Pensé que era buena señal. Entonces le carlos por no haberla usado —respondió Saúl—. Hacer un regalo a
dije que durante el fin de semana tendría otro regalo, y en verdad un niño delincuente es contrario a las prácticas al uso y a las teo-
que no le fallé. El lunes no le di nada, pero esta mañana le he traí- rías que andan por ahí.
do una caja pequeña de soldados. Me ha preguntado si en la caja ve- —Ah, ¿conque es eso, doctor Wasserman? Bueno, pues hay
nía un tanque. Afortunadamente, lo había; fue el regalo perfecto. montones de ideas que andan por ahí. La dieta de Feingold anda
El doctor B. tomó un sorbo de café y preguntó: por ahí. Medicamentos como el Ritalin y la Dexedrine andan por
—Entonces, ¿cuál es el problema? ahí. El conductismo anda por ahí. Muchas ideas contradictorias an-
—Seis días en que ha sido más fácil vivir con él no resuelven dan por ahí. Pero entre esas diversas ideas y enfoques la gente es-
el problema. Tan pronto como está frustrado, vuelve a estallar. coge aquellas con las que tiene más afinidad, y entonces se dice
—¿Lo que usted quiere son milagros? —Bettelheim lo pregun- que esas ideas andan por ahí.
tó muy suavemente. »¿Es realmente una idea tan novedosa que a estos niños hay que
—No —dijo Saúl, y titubeó un momento—. Usted no me cree, mimarlos? No soy yo el único que ha hablado y escrito sobre el
¿verdad? Pues me alegraría que pudiéramos hacer lo necesario para tema. A estos niños hay que mimarlos por la sencilla razón de que
que Bobby no termine en un reformatorio. al mimarlos se les da la esperanza de que hay alguna otra manera
—Realmente, ¿usted cree que una semana es tiempo suficiente de vivir que, por lo menos teóricamente, está a su alcance.
para deshacer doce años de privaciones? —preguntó sensatamen- »Dice usted que Bobby le gustó bastante a su equipo, y que
te Bettelheim—. En una semana no se puede esperar demasiado. ellos trataron de entender qué es lo que pasa en la cabeza del niño.
Es razonable calcular que para deshacer el daño se necesitará tan- ¿Qué dificultad hay en eso? Lo que pasa en esa cabecita es «No
to tiempo como se tardó en causarlo. Si se logra en menos, en- quiero que me traten de una forma tan mezquina. Quiero que me
cantados todos, pero a mí ese cálculo de tiempo me parece razo- traten bien».
nable. —Tenemos montones de niños maltratados en la unidad, y la
Saúl miró a Bettelheim y al grupo y habló con tono de urgencia: mayoría no reaccionan como Bobby.
—La CAPÍ no es como la Escuela Ortogénica. No podemos —¡A Dios gracias! —estalló el doctor Bettelheim—. De otra
permitirnos el lujo de calcular así el tiempo. En uno o dos meses, manera habría incendiarios por todas partes. Pero ni siquiera es ne-
Bobby irá a una especie de hogar de acogida para niños, y yo no cesario que sepan ustedes lo que pasa en la cabeza de ese niño. El
quiero que se vaya sintiéndose en una situación desesperada. Me principio más antiguo que existe es «Alimentad a los animales».
sentiría mejor si pudiera dar algunas ideas útiles a la persona que No es una idea nueva. Yo no la aprendí en los libros. Cuando esta-
tenga que trabajar con Bobby después de mí. ba en el campo de concentración alemán, pusieron en mi barraca a
—De acuerdo —respondió Bettelheim—. Si usted me responde un domador de animales mundiaimenle famoso. Nos hicimos ami-
a la pregunta que le he hecho, doctor Wasserman, tal vez se le ocu- gos, y un día le pregunté cómo había aprendido a controlar a los
rran algunas ideas para seguir. ¿Qué siente su personal por ese animales. Me contó que cuando tenía un león o un tigre o una pan-
niño? tera nuevos, se quedaba largo tiempo fuera de la jaula estudiando
92 El arte üc lo obvio Sacos de arena v .salvavidas 93

sus hábitos: por ejemplo, observando cómo se paseaba el Tigre. que producir algo sea un placer, es enviar un mensaje confuso. Me
Pero lo más importante que aprendía de cada animal era qué le gus- doy cuenta de que quizá la intención fuese otra, pero el receptor no
taba comer. Entonces conseguía esa comida y empezaba a alimen- puede estar seguro de cuál es el mensaje que implica el hecho de
tarlo él mismo, porque al alimentar al tigre con lo que él quiere, el practicar juntos esa actividad. Tallar madera es algo que general-
domador llega a controlarlo. mente exige que se respeten ciertos procedimientos, algo que tiene
»Lo que me dijo el domador me pareció sensato. Todos sabe- que ver con unas reglas y que exige un aprendizaje. Por eso yo
mos por nuestra experiencia inmediata que queremos que nos mi- dudo de que, para ese niño, ofrecerle esa actividad sea realmente
men. Entonces, dígame, ¿por qué cree usted que algunos miembros mimarlo.
de su personal tienen la idea de que a los niños no hay que mimar- —Pues me parece que ahí acierta en el blanco, porque una de
los? las cosas que dijo Bobby fue que no quería tener que ganarse nada
Aceptar la posición de Bettelheim solía ser muy arduo para to- —admitió Saúl.
dos los participantes en los seminarios. Quizá Saúl hubiera querido —Bueno, es que yo ya le di algo para asegurarme de que mis
discutir y defender a su personal, pero probablemente se había predicciones se harían realidad —bromeó Beltelheim—. Si no,
dado cuenta de que, como de costumbre, el doctor B. estaba tra- ¿dónde iría a parar mi reputación? Uno siempre tiene que cuidar su
tando de decirle algo importante. reputación. Asegúrense de que sus predicciones dan en el blanco,
—Fíjese en los detalles —había dicho ya con frecuencia Bettel- aunque les cueste caro. Es la manera de trabajar que tienen los adi-
heim—. Observe el proceso en sus aspectos más nimios. La reali- vinos desde el principio de los tiempos.
dad existe en los detalles, y por eso el psicoanálisis es el arte de lo Volvió a ponerse serio y se dirigió a Saúl:
obvio. —¿Qué puede usted ofrecerle realmente a Bobby a los trece
Repentinamente, Saúl comprendió; hasta tal punto era obvio. años? No pase por alto el hecho de que la madre lo rechazó. Qui-
—¿Usted cree que existe una hostilidad inconsciente hacia los zás usted sepa que Freud escribió algo sobre la importancia de la
niños? madre como primer objeto amoroso, especialmente para el primo-
—¡Exactamente! ¿No dice que Bobby le gustaba bastante a su génito varón. Por razones personales, es probable que Freud haya
personal? Bueno, pues ¿cómo se expresa esa actitud? Yo desconfío sobreestimado su importancia, pero el viejo no era ningún tonto.
mucho cuando alguien dice que ama muchísimo a una chica, pero ¿Usted puede imaginarse a Freud voluntariamente abandonado por
jamás le lleva unas llores. su madre?
—Bueno, mi gente se esforzó de veras por hacer cosas especia- —No lo habría aguantado —bromeó'Saúl.
les por ese niño —respondió Saúl—. Por ejemplo, parecía que a —No le habría quedado otra opción —replicó Bettelheim—. De
Bobby le gustaba hacer tallas en madera, y entonces uno de los eso se trata. Ser voluntariamente abandonado por la madre con-
miembros se pasó muchísimo tiempo tallando madera con él, pero vencería a cualquier niño de que es malo. Por tanto, ¿quieren saber
Bobby se portó como si eso no fuera mimarlo. qué es lo que le pasa a ese niño? Está convencido de que la vida es
—¡Es que no lo era! —afirmó Bettelheim. irremediablemente desdichada, y esa es la convicción que tiene que
Una vez más, Saúl se quedó intrigado, pero volvió a insistir: contrarrestar su personal. Quizá después de que establezcan una
—Bueno, pues a mí me pareció que sí. Ya no sé a dónde apun- buena relación con el niño pueda ser útil la talla en madera. Pero
ta usted ahora, y dudo de que ninguno de los presentes lo sepa. antes de eso hace falta dar unos cuantos pasos. Para un niño some-
—Mire, doctor Wasserman. Tallar madera no es «gustar» en su tido a tantas privaciones, mimar quiere decir que él no tiene que
sentido correcto, porque tallar madera es trabajar. Es producir hacer nada para conseguir algo bueno. Lo bueno le llega, nada más.
algo. Por más que alguien del personal lo considere mimar, por más Por eso, incluso me inspira cierta duda lo que usted le dijo a la niña
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que ha mencionado antes, que cuando se sintiera nuil cogiera un que incendie nada. Pero eso no significa que no pueda decirle «Si
Salvavidas. Si es posible, yo preferiría que le dijera que cuando se yo estuviera en tu situación, también querría incendiar algo, pero sé
sienta mal, se lo diga a usted. Porque entonces será usted quien le que no ganaría nada bueno con hacerlo realmente».
dé el Salvavidas; ahí está la diferencia. —Un ejemplo concreto me ayudaría de veras a entender lo que
—Es lo que hago con la niña, que ha llegado a confiar en mí usted propone —dijo Saúl—. Por ejemplo, digamos que Bobby
—dijo Saúl—, pero Bobby no confía en ningún adulto, ni en mí tam- está con un grupo de dos o tres niños más. Yo llego por el pasillo.
poco, que supongo que es lo que esperaría usted con su experien- Él quiere decirme algo, pero otro niño que también quiere hablar
cia. Pero su reacción puede ser sorprendente. Cuando el personal conmigo se interpone en su camino. Bobby lo amenaza con el
intentó imponerle restricciones, se enfureció. Yo hablé con él de puño. Entonces lo ve alguien del personal e intenta separarlo un
eso, y ¿sabe lo que me dijo? Pues que quería vengarse. poco para asegurarse de que no golpee al otro niño...
—Un deseo muy comprensible —asintió pausadamente el doc- —Quiero preguntarle algo —él doctor B. se quitó las gafas y se
tor B. quedó pensando.
—¿Qué quiere decir? Era una costumbre que yo había observado regularmente en él:
—Si uno se siente maltratado, quiere vengarse. Quizá decida quitarse las gafas para pensar y volver luego a ponérselas. Un día
que no es factible o que es demasiado arriesgado, pero creo que el me explicó por qué lo hacía: «Pues verá —me dijo—. En Edipo
deseo de venganza es parte de la naturaleza humana. rey, Edipo se ciega, en parte, porque quiere llegar a ser un vidente
—Bueno, entonces —convino Saúl— la cuestión es cómo se como Tiresias. La idea es que únicamente renunciando a la vista
puede vivir con un niño que ve enemigos por todas partes y está to- [giving up your sight] se puede conseguir insight. Cuando me lo
talmente resuelto a vengarse. aplico a mí mismo, me pasa algo muy extraño. Como soy muy
—Dándose cuenta de que usted también querría vengarse —res- miope, cuando me quito las gafas veo muy poco. Hace unos años
pondió Betlelheim—. Todo lo demás es fácil. A su personal le me di cuenta de por qué lo hago. Porque cuando no puedo ver, es-
cuesta convivir con ese niño porque lo considera un individuo
toy mucho más concentrado en lo que oigo y en lo que sucede den-
monstruoso, totalmente asocial, que jamás se adaptará a la socie-
tro de mí, como Edipo, que quiere tener el talento de Tiresias».
dad. Para ellos es difícil darse cuenta de que todos los seres huma-
En aquella ocasión golpeó la mesa con los nudillos, como si
nos, y eso los incluye a ellos, al personal, compartimos reacciones
y sentimientos similares. Una vez que puedan decirse «Este niño es acabara de dar con la respuesta.
igual que yo, y en la misma situación yo también querría vengar- —Imagínese que una niña alimentada con biberón comienza a
me», serán capaces de convivir con él. llorar, doctor Wasserman. La madre piensa que tiene hambre. ¿Qué
—Eso aún lo deja a uno con un problema difícil. ¿Cómo es po- hace en ese caso lo que podríamos llamar «una madre normalmen-
sible convivir con un mínimo de seguridad con alguien que quiere te buena»?
vengarse? —Va con la niña hasta la nevera, abre la puerta y le dice que ahí
—Eso no es problema —declaró enfáticamente Bettelheim—. está su biberón.
Parece escéptico, doctor Wasserman, pero es la verdad. Después de —Exactamente —Bettelheim volvió a ponerse las gafas—. Y
haberse puesto muchas veces en la situación de él, se convencerá. muy pronto, cuando la niña esté llorando, tan pronto como la ma-
Cuando le dice que no debe encender fuegos, usted y el niño no se dre se encamine hacia la nevera, la pequeña sabrá que ya llega el
entienden. Cuando le dice «Pero claro, si es lo más natural que biberón y aprenderá a dejar de llorar con tanta fuerza. Es decir, que
quieras prender fuego a algo», le está desinflando las velas. Está una madre normalmente buena sabe que esperar es muy frustrante
claro que usted no quiere que haga eso; sería de locos alentarlo a y que ella tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para inte-
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íTiimpir la frustración. A partir de esto, ¿qué puede decirle a este mismo. Cualquier maestro de ajedrez sabe que sólo un idiota o un
niño cuando levanta el puño? megalómano cree que puede planear toda una partida por anticipa-
Saúl empezaba ya a ver lo que se esperaba de él. do. ¿Por qué? Porque cada jugada crea una situación completa-
—Me alegro de verte, Bobby, y en un par de minutos hablaré mente nueva.
contigo —respondió. —No hay manera de que yo pueda evitarle totalmente la frus-
—Está bien encaminado —asintió Bettelheim—, pero, para tración —objetó Saúl.
Bobby, un par de minutos es una espera demasiado larga. ¿Por qué —Por supuesto que no. Nada funciona a la perfección. Y estos
frustrarlo cuando tener que esperar ya lo ha agitado hasta ese pun- niños tienen una capacidad extraordinaria para generar hostilidad.
to? ¿Por qué no decirle «Está bien, en un segundo estoy contigo»? Pero el hecho de saber que movilizar nuestra hostilidad es la espe-
Yo sólo interferiría físicamente con é! si pensara que es un animal cialidad de ellos, por así decirlo, reduce nuestra propia necesidad
salvaje a punto de atacar independientemente de lo que yo dijera o de mostrarnos hostiles. Después de todo, no podemos curar a ese
hiciera para apaciguarlo. Cuando pienso que es un ser humano ra- niño de la noche a la mañana; sólo podemos ir mejorándolo. Cuan-
zonable, accesible a una argumentación, actúo de otra manera. Y do un miembro de su personal ve que Bobby cierra el puño, puede
esto él lo sabe casi instintivamente. suponer que va a pegar al otro niño, o puede suponer que no. Cuan-
»Es decir, que en la situación que describe, si el niño golpea, es do supone que va a pegarle, le está dando un incentivo para que lo
probable que en realidad lo único que esté haciendo sea ponerse a haga. Cuando piensa que Bobby no va a pegar al otro niño, lo está
la altura de la baja opinión que tienen de él los miembros de su per- desincentivando. Eso es lo único que puede hacer cualquier miem-
sonal, por más que esa opinión nunca se haya expresado de forma bro del personal. Aun así, el niño podría pegar al otro.
explícita. Vuelva sobre el ejemplo de la madre y el biberón. ¿Deja- —Un momento—pidió Gina—. Me he perdido.
ría de llorar con tanta prontitud el niño hambriento si la madre se —Nuestro inconsciente responde al subconsciente de otra per-
irritara y le respondiera a gritos: «¿Por qué estás llorando? Me es- sona de forma mucho más instantánea y directa que a su racionali-
toy dando toda la prisa que puedo»? dad. Lo único que puedo hacer para disminuir la probabilidad de
Bettelheim advirtió una mirada de perplejidad en los ojos de que ese niño golpee al otro es estar convencido de que, si yo actúo
Saúl y le preguntó qué dificultad había. correctamente, su reacción será positiva. Sin embargo, aun así es
—Estoy tratando de imaginarme cómo funcionaría el pabellón probable que lo golpee. Lamentablemente, aquí nos enfrentamos
si tratáramos de esa manera a Bobby —respondió Saúl. con probabilidades, no con certezas. La certeza se la dejamos a los
—No puedo decírselo. Pero, independientemente del resultado, que prescriben la dieta de Feingold. Esos son los verdaderos cre-
uno se siente mucho mejor consigo mismo cuando hace lo que le yentes.
parece correcto. Por eso sólo vale la pena correr el riesgo. —¿Qué tiene usted en contra de los verdaderos creyentes? —qui-
»Es imposible imaginarse cómo sería vivir en esas circunstan- so saber Gina.
cias porque es similar a una buena partida de ajedrez. Aunque la —Me preocupan, porque, según mi experiencia, la gente que
partida admite variaciones ilimitadas, cada jugada no permite más sabe la respuesta correcta termina siempre por mandar a los demás
que una respuesta inteligente. De la misma manera, en el trata- a la hoguera —respondió Bettelheim, y continuó—: En nuestro
miento de ese niño no se puede planear más que la jugada-res- campo, el problema no está en saber la respuesta correcta. Res-
puesta siguiente. Pero muchos terapeutas creen (y de hecho, hoy puestas hay a un duro la docena. Las bibliotecas están repletas de
por hoy todas las compañías de seguros sanitarios que aseguran ni- libros con respuestas. En nuestro campo, el problema está en hacer
ños internados en hospitales psiquiátricos insisten en ello) que el las preguntas correctas. Eso es mucho más difícil.
personal puede preparar un plan de tratamiento desde el comienzo —Pero la forma de abordar hoy el problema de los niños mal-
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tratados es diferente de nuestro enfoque —intervine—. Es una vi- Bobby va a golpear a otro niño, eso es un maltrato psicológico. Y
sión legalista que pregunta, explícita o implícitamente, quién me- eso es muy difícil de evitar.
rece el castigo y por qué daños. Con frecuencia no es psicológica; —No me gusta admitir esto —terció Saúl—, pero una vez vi a
no pregunta con la frecuencia suficiente de qué manera afecta a la un chiquillo maltratado a quien los padres le habían roto varios
visión del mundo que tiene el niño el hecho de vivir en una fami- huesos. Yo me compadecí del niño y estaba furioso con los padres.
lia que lo maltrata, ni por qué algunos niños maltratados siguen Pero después de haber estado algún tiempo en la unidad, el chico
más adelante provocando que se los maltrate, ni por qué culparse me exasperó tanto que una vez me sorprendí pensando que yo mis-
ellos mismos de los malos tratos hace que se sientan más seguros. mo tenía ganas de romperle un brazo. Con los años, he llegado a
Y como el interés está puesto en lo terribles que son los malos tra- tener alguna idea de cuál puede ser el origen de estos sentimientos,
tos, se presta menos atención a cómo mejorar la forma en que pero me interesa saber por qué piensa usted que estos niños nos
aprende a interactuar el niño maltratado. Saúl y yo hemos pasado producen tanta hostilidad, doctor B.
muchísimo tiempo pensando en eso. Me gustaría saber algo más —Porque se acercan a nosotros con la opinión más negativa po-
de la personalidad y del comportamiento de Bobby para que po- sible —respondió el doctor Bettelheim—. Con la idea de que so-
damos concentrarnos en estos fenómenos psicológicos y en la for- mos unos monstruos que vamos a maltratarlos. Y eso es un golpe
ma de abordarlos terapéuticamente. tan fuerte para nuestro narcisismo que, sin darnos cuenta de cómo
—Una de las cosas interesantes de Bobby es la manera que tie- ni saber por qué, sentimos hostilidad.
ne de formarse sus propios juicios... —comenzó Saúl. —Yo vi un caso un poco diferente —recordó Jason—. Al padre
—¿No lo hacemos todos? —intervino Beltelheim. lo habían maltratado, y cuando su propio hijo era bebé le enfurecía
—Pero Bobby es más autónomo que otros niños. tanto oírlo llorar que tenía que poner al niño en su cuna y cerrar la
—Veamos —el doctor B. se quitó las gafas, las dejó sobre la puerta. Tenía miedo de que, si no lo hacía, fuera capaz de golpear-
mesa y se frotó los ojos—. Aunque es difícil trabajar con el niño lo y de repetir exactamente su propio pasado, y luchaba contra esa
desatendido, en muchos sentidos es el que plantea el problema te- posibilidad.
rapéutico más fácil y el que ofrece menos riesgos terapéuticos. Por- —Es probable que el hecho de tener que ejercitar su autodomi-
que respecto a la receta, no cabe la menor duda. Lo único que hay nio y luchar para no perder los estribos sea mejor que ninguna otra
que hacer es mimarlo. El problema es que nunca podemos saber cosa, para él y para su hijo —señalé—. Porque en esa pugna y en
con seguridad qué dosis de esta medicina va a necesitar. Podría ne- ese autodominio, él mismo se convence, y a la vez demuestra a su
cesitar años de mimos. hijo que es posible impedir que el poder de los impulsos destructi-
—Cuando usted habla de desatención, supongo que incluye vos nos domine y arruine nuestra vida. El esfuerzo que él hace da
también a los niños que han sufrido malos tratos físicos graves su fruto al permitirle convivir seguro con sus seres queridos.
—señalé—. En muchos sentidos, el niño físicamente maltratado es Finalmente, estábamos todos en la misma onda. Tras un breve
mucho más fácil de tratar que el psicológicamente maltratado, por- silencio, continué:
que el maltrato psicológico causa daños en estratos mucho más su- —Lo que sostenemos es que los niños físicamente maltratados
tiles de la personalidad. Si usted quiere convencer a un niño mal- son más fáciles de tratar que los niños desatendidos. Yo lo explico
tratado de que ya no recibirá más malos tratos físicos, lo único que diciendo que todos somos animales sociales. Los niños a quienes se
tiene que hacer es asegurarse de que su personal no lo castigue. maltrata físicamente tienen, por lo menos, alguna relación con sus
Pero convencer al niño de que ya no habrá más malos tratos psico- padres, por desordenada que sea. En cambio, los niños desatendi-
lógicos es mucho más difícil. Cuando un miembro del personal de dos carecen de toda relación personal, es decir, están absolutamen-
Saúl supone, quizás incorrectamente, que un momento más tarde te solos y abandonados. Para decirlo de otra manera, el niño física-
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mente maltratado tiene por lo menos cierto valor, el valor de ser es; «A cada uno de vosotros le damos lo que nos parece más nece-
objeto de agresión. El abandono total significa que el niño no tiene sario». Pero después tiene que mantener su promesa.
ningún valor para nadie. —¿Piensa que es más fácil tratar a niños maltratados de clase
—Es interesante que tengamos que aprender estas cosas con media, que no se han visto sometidos a tantas privaciones?
tanto esfuerzo —señaló Beltelheim—. Algunos pueblos psicológi- —preguntó Michael.
camente primitivos las saben de forma instintiva. Una de las ex- —De ninguna manera —respondió Beltelheim—. Según mi ex-
presiones favoritas de degradación que usaban los miembros de las periencia, es mucho más fácil ayudar a los niños de clase baja, por-
SS era decir: «No voy a matarte porque no vales ni siquiera lo que que ellos valoran algunas de las cosas básicas que les ofrece el tra-
vale una bala». Hasta esa gente tan primitiva y sin educación algu- tamiento como pacientes internos: estar bien alimentados y comer
na sabía de algún modo que, psicológicamente, el más virulento y a horas fijas, tener juguetes y contar con una buena atención física.
destructivo de los insultos era decirle a una persona: «Tú no eres Como son niños que aprecian esos beneficios tan tangibles, pueden
digna ni siquiera de que yo gaste algo de valor en matarte». usarlos como una base sobre la cual establecer con más facilidad
La mención de los campos de concentración deprimió al grupo una relación positiva con el personal que se los ofrece.
y creó un clima de incomodidad. El silencio se hizo palpable. Des- »Por otra parte, los niños de clase media dan por sentadas esas
pués, Saúl volvió a su pregunta anterior: comodidades; como consecuencia, es más difícil convencerlos de
—Entonces, ¿cómo maneja usted el deseo de venganza? que el personal está bien dispuesto hacia ellos. Así como es fre-
—¿Quiere usted decir que la buena educación de la familia cuente que los niños de clase baja estén gravemente maltratados,
Wasserman no le permite pensar: «Dios, ¡cómo me gustaría arre- los malos tratos que sufren los de clase media suelen ser agravios
glarle las cuentas a este tío!»? —preguntó el doctor B. psicológicos más sutiles. Además, los niños de clase baja aprenden
Sau! tuvo que reírse. pronto, si es que no lo saben ya, que sus padres los han maltrata-
—No —respondió—. En mis fantasías he disparado sobre mis do, en parte, porque ellos mismos llevan una vida miserable. Como
«enemigos», los he aporreado, cortado en rodajas y atropellado. los niños han estado sufriendo las estrecheces de la pobreza, pue-
Puedo aceptar y entender los deseos de venganza de Bobby, pero den darse cuenta de que los padres también las están sufriendo.
no quiero convertirme en su objetivo. Y si alguna vez llego a ser- Pero los niños de clase media ya saben que a sus padres no se los
lo, por lo menos quisiera poder conseguir que la situación resulta- puede disculpar aduciendo razones así cuando descuidan a sus hi-
ra terapéutica. La hostilidad de Bobby se desencadena cuando al- jos; cuando esos padres no prestan atención a las necesidades prác-
guien le dice que «no». ticas y psicológicas de su hijo, eso no se debe a la presión de las
Bettelheim asintió con la cabeza. circunstancias externas.
—Por difícil que sea, los miembros del personal tendrían que »Pero quiero añadir que los niños más difíciles de tratar son
evitar responder «no» a esos niños. ¿Por qué no deberían decir que aquellos cuya familia vive en un mundo de mentiras, porque en-
no cuando el niño les ha dado razones de sobra para decirlo? Pues tonces un niño nunca sabe en qué puede y en qué no puede confiar.
porque una gota desborda el vaso. No hay nada de malo en decir Es más fácil la convivencia con una madre que te rechaza siempre
que no; no es demasiado grave. Pero para ese niño es probable que que con una de quien nunca sabes qué esperar. Porque si te recha-
sea demasiado; puede muy bien ser esa la última gota. za siempre, si tú eres medianamente inteligente no tardas en saber
—Mi problema no es qué decirle al personal, sino qué decir a que tienes que escapar de allí como sea. Pero supongamos que es
los demás niños. imprevisible, y además alcohólica. Tú no sabes por dónde le va a
—¡Sí! Eso es mucho más difícil. La única respuesta que puede dar cuando bebe. Puede ser que se muestre muy llorosa y que pro-
darles, y que ellos no aceptarán fácilmente durante largo tiempo, voque o cree una situación que te fuerce a ti, al niño, a golpearla
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para defenderle. Y eso la convertirá a ella en la víctima sufriente, con él. Usted podría decir que su objetivo es encontrar para él el
no en la agresora. hogar que se merece. Y hablar de «merecer» es muy importante
»Pcro volvamos a la situación de Bobby. Dígame, doclor Was- porque él no cree que se lo merezca. Crear esa esperanza es la ra-
serman —Beltelheim se recostó en .su asiento—, a mí me parece zón por la cual debe mimar a Bobby.
que este caso es tan simple que no entiendo por qué lo presentó. —De otra manera, uno nunca diría hola poique después tendrá
—¿Simple? —en la voz de Saúl la frustración era palpable—. que decir adiós —comentó Saúl—. Cuando uno ve por lo que han
¿Le parece un caso tan simple? Tal vez para usted sea fácil decir- pasado estos chicos, encuentra que, includablemeníc, su comporta-
lo, pero cada vez que un chiquillo revienta una ventana, tenemos miento tiene sentido.
que luchar con el personal de mantenimiento para que vengan a —¡Por fin! —Beüelheim asintió con la cabeza—. Claro que tie-
arreglarla, o aguantar una sanción administrativa. ¿Realmente le ne sentido. Si no lo tuviera, no podríamos tratarlos.
parece que es simple? No todos los presentes en la sala se mostraron de acuerdo. El
—Teóricamente, sí. No dije que lo fuera en la práctica. portavoz fue Bill.
El doctor B. estaba presionando a Saúl para que confiara en su —¿Usted ve alguna diferencia entre mimar a ese niño y dejarle
propio instinto. Finalmente, Saúl dijo: tener lodo lo que quiera? —preguntó.
—Creo que en cierto sentido usted tiene razón, y yo... —Yo personalmente prefiero que me mimen —respondió Bel-
—Lo único que no me gusta de esa respuesta —Beltelheim telheim—. Y fíjese que tengo la loca idea de que soy como lodos
enarcó las cejas mientras miraba a Saúl— es eso de «en cierto sen- los demás. ¿Qué diferencia encuentra usted entre dejar que la gen-
tido»... te tenga lo que quiera y mimarla?
Saúl se rió; luego dijo: —Yo no veo más diferencia que la semántica —dijo Bill con
—Seguro que mi trabajo es teóricamente fácil, pero trate de ser una mueca.
un buen padre para veintiséis niños emocionalmente hambrientos. —Vamos, amigo mío. La diferencia es impresionante. Cuando a
Estos chicos me identifican con un padre benévolo. Aunque Bobby uno lo miman, siente que ha recibido algo extra. No dar ese pe-
no confíe en los adultos, dijo que tenía una cálida preferencia por queño extra es precisamente el error en la forma en que tratamos a
su abuela, que le había hecho regalos. Hoy se ha vuelto hacia mí y los pobres. En el mejor de los casos, les damos sólo lo que necesi-
me ha llamado «abuelo». Seguro que es un acto fallido, pero he te- tan para ir tirando. Con lo que se necesita se puede hacer muy
nido la sensación de haberle dado su primera experiencia de un pa- poco, y como no mimamos a los pobres, no llegamos a modificar
dre benévolo. La mutua médica sólo me permitirá seguir con positivamente la visión que tienen del mundo. Son los pequeños
Bobby durante un mes más, dos tal vez si los presiono con sufi- extras los que hacen que la vida valga la pena. ¿No es realmente de
ciente empeño. Y no me siento bien estableciendo una relación tan eso de lo que hemos estado hablando? De los pequeños extras... por
delicada para después tener que terminarla, y quizás dejar que ejemplo, ese tanque en la bolsa de soldaditos de juguete.
Bobby recaiga en la situación en que estaba antes. »Vamos a estudiar en detalle esa situación. Supongamos que no
—Está claro que a usted le gustaría que durase más —coincidió hubiera habido ningún tanque; después de todo, nadie nos garanti-
Bettelheim—, y lo mejor para Bobby sería que pudiera durar años. zaba que lo hubiera. ¿Cuáles son las reacciones posibles cuando el
Aun así, lo que nos queda a todos son los recuerdos positivos que niño se queja de que no haya tanque? Muchos padres responden
llevamos dentro. Lo que usted puede hacer en dos o tres meses es con un «¡Desagradecido, mira todo lo que te he dado!».
infundir en ese niño alguna esperanza que nunca ha existido antes »Este comentario, y no importa que los padres lo hagan en voz
en él: la esperanza de que en alguna parte del mundo, hasta para alta o se limiten a pensarlo, hace que el niño sienta que tienen una
él, existe la posibilidad de algo mejor, de alguien que sea bueno opinión muy pobre de él y que lo desaprueban profundamente. La
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vivencia que tiene el niño de esa actitud párenla! desvirtúa lodo el Cuando Bill volvió a hablar, su voz era grave, como si estuvie-
bien que podrían haberle hecho al darle el regalo. ra haciendo, finalmente, la pregunta que le preocupaba:
»Pero si el padre dice (y lo dice en serio): «Oh, lamento que no —¿No es necesario que haya algún límite para los mimos?
viniera un tanque en el paquete. Si hubiera sabido que le importa- —No lo sé —respondió suavemente el doctor B., como si le en-
ba lanío, me habría fijado si venía uno en el juego», entonces el tristeciera que el mundo, y especialmente un hombre que se prepa-
padre eslá prestando respetuosa atención a su hijo y a la reacción raba para ser psicoterapeuta de niños, mostrara tal resistencia a mi-
de ésle. Entonces, ni siquiera tiene tanta importancia añadir que la mar a los niños, e incluso a un niño tan necesitado de afecto como
próxima vez le buscará el tanque que él lanío desea. ¿Por qué? Por- Bobby.
que en esas circunstancias, lo que siente el hijo es que su padre en- Parecía como si Bill, en su insistencia, quisiera reducir al ab-
tiende sus deseos y no los desaprueba, es decir, que lo considera un surdo el principio de que es necesario mimar a los niños necesita-
niño razonable. Y con eso el niño queda satisfecho. dos, para así llegar a invalidarlo a cualquier precio.
»Un niño con tantísimas carencias como Bobby necesita más. Gina intentó continuar el debate formulando de otra manera la
Bien puede necesitar que le prometan que pronto le darán el tan- pregunta de Bill.
que, simplemente porque todas las privaciones pasadas han hecho —Lo que Bill intenta preguntar es hasla dónde se puede llegar
que se le haga muy difícil creer en nuestra buena voluntad, a no ser con los mimos.
que le demos una prueba tangible de ella, algo a lo que pueda afe- —Es fácil concentrarse en los límites y perder de vista los mi-
rrarse. Fíjense que el niño inseguro necesita abrazarse día y noche mos —intervine—. Es evidente que no le vamos a dar a un niño un
a su osito de felpa, mientras que el que se siente seguro le basta con lanzallamas ni un cartucho de dinamita, con o sin cerillas. Pero
¿por qué iniciar una relación psicoterapéutica con un niño muy ne-
saber que el osito está ahí por alguna parte, esperando que él lo
cesitado preocupándonos por lo lejos que es ir demasiado lejos?
busque cuando lo quiera y lo necesite.
Saúl está dando a un niño muy necesitado de doce años un paque-
—Pero es indudable que un niño no puede tener todo lo que
te de Salvavidas. Se pueden hacer kilómetros por esa línea antes de
quiere —intervino Bill.
llegar a una frontera señalizada con un «prohibido pasar». Y esa es
—Lo único que estoy tratando de demostrar mediante este sim- la línea que hay que seguir para establecer una relación con un niño
ple ejemplo cotidiano es cómo la diferencia depende de nuestra ac- necesitado. Si se llega al punto en que el niño pide algo que uno no
titud interior —respondió Bettelheim. puede darle, hay que decir algo así como: «Es natural que quieras
—Usted ha dicho que quiere hacer algo extra —insistió Bill—. eso, pero yo no puedo dártelo», y ver cuáles son las consecuencias.
Y si el niño le pide cerillas, ¿qué? Es probable que un niño que valore la relación con su psicotera-
—¿Qué tienen de malo las cerillas? Se pueden conseguir en peuta no tenga una reacción tan grave como usted teme, precisa-
cualquier parte. mente porque quiere mantener la relación.
—Y si el niño le pide un lanzallamas, ¿qué? —le desafió Bill. —Lo presenta como si la única necesidad de un niño necesita-
—Bueno, yo no sé dónde se consiguen lanzallamas. do es que le hagan regalos —objetó Bill.
—En la revista Soldier of Fortune hay anuncios. —No —respondí—. Hay que darle los regalos adecuados. De
—No está en mi lista habitual de lecturas. otra manera, el regalo puede ser muy ofensivo, un insulto o un so-
—En su programa de mimos, ¿hay algo que usted le negaría al borno. No es sorprendente que los mejores regalos sean las cosas
niño? que el niño más desea. Aunque he tratado a muchos niños enfure-
—Bueno —el doctor B. emitió una risita—, no le daría un car- cidos, que jugaban a tener una bazuca o una metralleta para matar
tucho de dinamita con las cerillas. a toda la gente que los frustraba, jamás me han pedido que les re-
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galara un lanzallamas ni ninguna olru ariiia letal. Pero sí me han —Todos hemos conocido montones de familias chifladas, y eso
pedido juguetes, caramelos, animaleslle trapo, discos y ropa. Y ¿qué demuestra? Yo he conocido niños cuyos padres les daban todo
cuando les he dicho que algún regalo era demasiado caro, los niños lo que se puede comprar con dinero y, sin embargo, emocional-
han reducido sus exigencias. La vivencia de cualquier regalo se da meníe esos pequeños estaban entre las criaturas más necesitadas
en el marco de una relación. Si la relación es la corréela, daremos que he visto en mi vida.
al niño regalos adecuados que le proporcionarán satisfacción. Lo —Lo que importa —tercié, recogiendo el hilo— es el espíritu
que uno intenta hacer es establecer la relación y convencer al niño con que se hace el regalo y el hecho de que éste es parle de una re-
del valor de las relaciones. De hecho, los regalos no son más que lación actual y significativa, no un soborno para hacer que el padre
una pequeña parte de ese proceso. o la madre se sientan menos culpables por estar dando tan poco de
—¿Qué hay de la niña a quien Saúl dio los Salvavidas? —pre- sí mismos. No se puede reemplazar con regalos el tiempo que pa-
guntó Bill—. ¿No tenían importancia los Salvavidas? san contigo como padres. Además, la donación de regalos tiene que
—Claro que sí—respondió Bettelheim—. El doctor Wasserman hacerse con los símbolos adecuados, como los Salvavidas de Saúl.
fue muy ingenioso al escoger, entre todos los caramelos que hay, Con frecuencia es muy poca la manipulación que podemos hacer
los Salvavidas, que por su nombre y su forma simbolizan algo que de la realidad, pero siempre podemos seleccionar los símbolos ade-
es un recurso de salvación. Claro que sería mejor aún si él pudiera cuados.
estar con la niña y hablar con ella cada vez que la chiquilla nece- —Quiero asegurarme de que he entendido bien algo que ha di-
site un Salvavidas. Pero, básicamente, si entre el doctor Wasserman cho usted antes —expresó Saúl—. Al hablar del niño que levanta-
y la niña no hubiera una relación positiva, ella le habría tirado los ba el puño, ¿quería decir que detrás de ese ademán agresivo había
Salvavidas a la cara. La primero es siempre la relación positiva. Si una especie de vacío?
ésta es adecuada, el Salvavidas se convierte en símbolo de esa re- —Probablemente —respondió Betteíheim—. La gente no es
lación. agresiva sin razón. Quizás sus motivos no nos parezcan razonables,
—No es necesario que tengamos todas nuestras necesidades sa- pero para él lo son. Lo que en realidad quería decir es que cuando
tisfechas para sentir que nos tratan como a alguien especial e im- suponemos que el niño va a atacar, y por eso lo detenemos antes de
portante —añadí—. Pero está muy difundida la fantasía de que si que actúe; a él eso le dice que lo consideramos una mala persona.
uno lo mima, no habrá límite para las exigencias del niño. Si le das Si en cambio pensamos simplemente que el chiquillo está tan im-
un dedo te arrancará la mano. ¡Mímalo y terminará por devorarte! paciente que no puede esperar, mentalmente lo estamos viendo
—¿Y acaso no sucede?—prorrumpió Bill—. Los mimos echan como un ser humano, como ustedes y yo.
a perder a los niños. He visto crios a quienes les daban lodo lo que —Pero podría hacer cualquiera de las dos cosas... golpear o no
querían: coches, bicicletas, e incluso maestros particulares y escue- golpear —señaló Saúl.
las privadas. —Así es. Es posible que realmente golpee. Pero cuando usted
—¿Y qué niño quiere maestros particulares? —se apresuró a piensa que no es más que un niño tan impaciente que ya no puede
responder Bettelheim—. A menos que los padres les hayan lavado esperar más, en vez de pensar que está a punto de atacar, le conce-
el cerebro hasta el punto de que sólo piensen en lograr éxitos aca- de el beneficio de la duda, y el mensaje implícito es «Creo que tú
démicos, la mayoría de los niños que yo conozco piensan: «¡Al in- eres como yo». Usted no tiene garantías de que él reciba el mensa-
fierno con los maestros!». je ni de que responda de acuerdo con él, pero por lo menos puede
—Pues cuando yo estaba en Atlanta, en la universidad, conocí enviarle el mensaje correcto —el doctor Bettelheim miró directa-
a una familia, que era... —prosiguió Bill, pero el doctor B. lo inte- mente a Saúl—. Díganos qué es lo que ha sacado de esta conver-
rrumpió. sación, doctor Wasserman.
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—Estoy deseando ver si lo que parece tan obvio en la teoría ción de que se los frustrarán, nuestra ansiedad nos influye más que
funciona realmente en la práctica. ¿Es así? las acciones del niño. Además, cuando yo me pongo ansioso, mi
—¡Sí! —Bettelheim golpeó la mesa con la palma de la mano y ansiedad no sólo hace aflorar lo peor que hay en mí, sino también
se inclinó hacia Saúl—. Después de todos estos años, todavía me en los demás.
sorprendo de lo infalible que resulta. Eso es lo raro. Y es raro por- —Usted dice que todos somos humanos —terció Renee—.
que nuestra educación nos inculcó a propósito que es complicado. ¿Eso no quiere decir que tenemos derecho a estar ansiosos?
En lo profundo, en realidad, somos individuos muy primitivos. —Está claro que tienen derecho —respondí—, y jamás les di-
Esencialmente, todos hemos aprendido a retrasar un poco nuestra ríamos «No estén ansiosos». Lo que estoy diciendo es que, en nues-
gratificación. Y Bobby, con su historia, no puede haber aprendido tro trabajo, muchas de nuestras reacciones espontáneas son contra-
a aceptar ese retraso; por lo tanto, eso es algo que no podemos es- producentes, y esto es particularmente válido cuando estamos an-
perar de él. El puño levantado no es más que la expresión física de siosos por nuestras propias razones y le echamos la culpa al niño.
un enunciado, que es «No puedo contenerme cuando me hacéis es- Me volví hacia Jason.
perar». —Tal como dijimos la semana pasada hablando de Margot, es
»En realidad, creo que, desde el punto de vista terapéutico, ese fácil confundirse y confundir las cosas cuando nos concentramos
niño es un riesgo extraordinario. He conocido niños que cuando les en nuestras propias ansiedades. Pero si estamos aquí para ayudar a
dices que a las dos de la tarde les harás un regalo, no dejan de aco- los demás, tenemos que concentrarnos en las suyas y no en las
sarte ni un minuto hasta entonces. Bobby, en realidad, esperó la nuestras, por muy difícil que pueda resultarnos eso a veces.
mayor parte del día para recibir su regalo, sin perseguirlo a usted. —¿Por qué quería usted presentar hoy el caso de Bobby? —pre-
—¿Por qué cree que nuestra educación hace que nos sea difícil guntó Betlelheim a Saúl.
ver lo que es obvio en estos niños? —preguntó Saúl. —Yo pienso que mi enfoque terapéutico es adecuado, pero creo
—Porque nuestro pensamiento excesivamente racional interfie- que necesitaba que me alentaran.
re con lo que de otra manera nos diría el inconsciente. No necesi- —Convicción, amigo mío, convicción es lo que más se necesi-
tamos pensamientos complicados para saber que aquí hay un niño ta. Porque sólo su propia convicción en la eficacia de su arte pue-
que no puede o no quiere aceptar retrasos. A usted, su mente ra- de inspirar al paciente confianza en usted.
cional y lo que ha estudiado le dicen que eso es odio a los demás —Tal como usted lo dice, suena a vudú —dijo Bill.
niños, agresión o deseo de venganza, y que eso explica por qué —Bueno, el buen hechicero no es ningún charlatán —afirmó
quiere golpear. Y en eso también puede haber algo de verdad. Pero Bettelheim—. Es alguien que conoce su arte, conoce bastante bien
confiar en su racionalidad para interpretar las intenciones de un a sus pacientes y sabe qué es lo que esperan de él.
niño le impide ver el elemento esencial, que es el hecho de que ese Un silencio expectante llenó la sala y luego volvió a hablar
niño, lo mismo que un animal hambriento, no puede o no quiere to- Saúl:
lerar el retraso. —He conocido algunos centenares de niños como Bobby, y
—Saúl está hablando de cómo interfirió en el tratamiento su an- para mí no son en modo alguno lo que el mundo piensa de ellos.
siedad en relación con Bobby —intervine yo—, y no es en modo El doctor B. hizo un gesto afirmativo:
alguno el único. La semana pasada, cuando Renee hizo su presen- —¿Se ha preguntado alguna vez por qué el mundo está hecho
tación, estuvimos hablando de lo fácil que es ponerse ansioso por semejante lío? Por la forma de pensar de la gente. Ahora bien, ¿qué
lo que puede hacer un niño. Todos somos humanos. De lo que te- piensa «el mundo» de estos niños? Que «no deberían ser como
nemos que darnos cuenta es de que euando nos enfrentamos con son». Primero los hacemos así, y después les decimos que no de-
Bobby, que tiene deseos tan urgentes combinados con la convic- berían ser así.
110 El arle de lo obvio S a c o s de arena y salvavidas I I I

—Creo que lo que más comúnmente diría la gente de un chico »La niña a quien el doclor Wasserman está dando los Salvavi-
como Bobby es que su comportamiento tendrá que tener conse- das aún no puede nadar en las movidas aguas de la vida. Si se que-
cuencias —dijo Saúl. dara muchos años en la CAPÍ, tal vez la gente de allí pudiera en-
—Yo no doy demasiada importancia a lo que diga la gente de señarle a nadar en ellas. Como ciertamente no quieren que se aho-
los niños como Bobby —respondió Betlelheim—. Miro lo que ha- gue en su propia cólera y desesperación, el doclor Wasserman le
cen y quiénes son y me formo mis propias opiniones. En general, arroja un Salvavidas y le da la idea de que «incluso para mí hay
si uno sigue sus propias opiniones, es más probable que tenga éxi- salvavidas a los que puedo recurrir para salvarme».
to que si hace lo que le sugieren los demás. Confíen en sus cora- »Y más aún, el doctor Wasserman puede dejar a esa niña y a
zonadas. Por ejemplo, yo jamás he visto que en ningún artículo so- Bobby el recuerdo de que «Puede haber alguien que sea bueno con-
bre estos niños se hablara de los Salvavidas. Son algo demasiado migo. No son imaginaciones mías... ¡yo tuve realmente esa expe-
•simple para eso. Las cosas que van directamente a la boca no en- riencia!» y, para ellos, ese recuerdo puede convertirse en su salva-
tran directamente en un libro de texto; antes hay que convertirlas vidas. Eso es todo lo que pueden hacer por el momento. Para cu-
en un concepto abstracto. Entonces, los Salvavidas se convierten en rarse realmente, esos niños tendrían que elaborar sus reacciones
«provisiones orales», y ya resulta adecuado mencionarlos en un ante sus peculiares experiencias personales, ante todos los males
texto de psicología o de psiquiatría. que han constituido su desdichada suerte, cosas como aquellas ante
Betlelheim se volvió hacia Bill. las que Bobby reacciona provocando fuegos.
—Fíjese que el mundo se divide en los que necesitan «provi- —¿Bobby necesitaría tratamiento si Saúl le encontrara una bue-
siones orales» y los que sencillamente quieren que los alimenten na familia con quien vivir? —preguntó Renee.
con amor. Creo que los psicoterapeutas se dividen en tres grupos —Probablemente —respondió Bettelheim—. Una buena situa-
muy dispares: los que ni siquiera ofrecen al niño «provisiones ora- ción vital ayuda, pero no puede ocupar el lugar de la terapia. Sin
les» porque temen que con tantos «mimos» se incapacite al niño terapia, los niños como Bobby quizá no fueran capaces de usar de
para vivir en nuestra sociedad; los que le ofrecen «provisiones ora- forma constructiva los hogares que realmente existen. La terapia
les» solamente cuando a ellos les parece que es adecuado, y los que puede ayudarles a no sentirse abrumados por su caótica vida inte-
disfrutan dando alimentos deliciosos a un niño, tiernamente, con rior, y a dejar de arruinar lo que son medios familiares básicamen-
amor y cuidado. te buenos con lo abrumador de su angustia o de su rencor.
»Es necesario que todos ustedes decidan a cuál de estos tres »Si Bobby hubiera experimentado alguna vez una verdadera sa-
grupos se unirán. Pero, al hacerlo, no olviden que su decisión es tisfacción, actuaría de otra manera. Porque cuando uno alimenta
para el niño una señal de lo que piensan de la sociedad en la cual gradualmente a un perro, incluso el más agresivo, el animal se ape-
a él le tocará crecer. Y si están convencidos de que ésta es básica- ga a su cuidador y deja de morderlo. La genética condiciona a un
mente una sociedad que empobrece, no veo por qué el niño no ha perro para ser animal de ataque o perro faldero, pero generalmente
de decidir que lo único que quiere hacer es luchar contra ella con ni siquiera un perro de ataque se lanza sobre quien lo alimenta re-
uñas y dientes, como Bobby. gularmente, lo acaricia y le habla con afecto. En ese sentido, los ni-
»Qué idea genial la del especialista en relaciones públicas o del ños son como los animales, y por eso les he hablado del domador
diseñador de productos, que en su momento fue un niño, a quien se de leones. Bueno, ahora que se nos ha acabado el tiempo, doctor
le ocurrió hacer caramelos en forma de salvavidas. Fuera quien Wasserman, vuelva a San José y a los niños de la CAPÍ. Y no se
fuese, creó un mensaje inconsciente. Con frecuencia he dicho que olvide nunca de darles su alimento.
todo aquello con que tenemos que trabajar son símbolos. ¿No es
eso lo que está haciendo el doctor Wasserman?
112 El arle de ID obvio

3
Epílogo
Tras marcharme de Slanford en 1983, Saúl invitó al doctor Betlel- La pereza del corazón
heim a incorporarse como consultor en la CAPÍ durante algunos
años. La relación fue muy productiva y permitió que Saúl reelabo-
rase los planteamientos de la CAPÍ y cambiara el enfoque terapéu-
tico de la institución. Él y yo mantuvimos nuestra amistad y nues-
tra colaboración a distancia. Fuimos elaborando un enfoque clínico
del tratamiento de niños gravemente maltratados, que nos sirvió
para integrar nuestras experiencias clínicas y lo que íbamos apren-
diendo sobre los efectos psicológicos de los malos tratos infligidos
a los niños con el enfoque terapéutico que nos había enseñado Bet-
telheim. Finalmente, publicamos conjuntamente un libro sobre esos
temas. Healing the heart: A therupeulic approach to abused chil-
D an Berenson fue un compañero de estudios en la facultad de
medicina que luego se especializó en psiquiatría infantil y ter-
minó por colaborar profesionalmente con John Hammond, otro psi-
clren fue publicado en 1990 por la Child Weífare League of Ame- quiatra. Ambos están a favor de un enfoque biológico de la en-
rica en Washington, D.C., y se puede conseguir por su mediación. fermedad mental, es decir, creen que la mayoría de tales enferme-
Saúl merece tener la última palabra. Me gustaría compartir con dades, por no decir todas, son causadas por defectos bioquímicos
el lector los comentarios que me hace en una carta reciente: y, consiguientemente, han de ser tratadas principalmente por me-
«Desde un primer momento, el doctor B. me señaló que yo era dios bioquímicos. Están estudiando juntos el autismo; Dan está a
ingenuo, pero que no había que desesperar. Retrospectivamente, cargo del aspecto clínico de la investigación, y John se ocupa del
veo que tenía razón. Aprendí muchísimo de él, pero al principio bioquímico.
tuve que enfrentarme con mis ideas preconcebidas en lo referente a Para avanzar en el estudio del tratamiento farmacológico del
los niños y al mundo, un proceso que ha demostrado ser de enor-
autismo y con el fin de descubrir un defecto bioquímico, Dan y
me utilidad tanto para mí como para las personas a quienes trato.
John necesitaban identificar subgrupos claramente definidos de ni-
«Descubrí que para entender el mundo del niño maltratado te-
ños autistas; en estos grupos, los síntomas debían ser similares, ya
nía que afrontar mis propias ansiedades, porque me impedían acep-
tar y entender la naturaleza de la experiencia del niño. Tuve que que era de presumir que cada niño tendría un defecto biológico
aceptar un mundo donde había más crueldad, dolor, miedo y vio- subyacente en común con otros en ese mismo grupo.
lencia de lo que yo quería tener que afrontar jamás. Tener que en- Yo había perdido el contacto con Dan hasta que me lo encontré
tender ese mundo me ha dejado con una sensación de tristeza por un día que él estaba de visita en Stanford. Se interesó por el semi-
la forma en que vivimos y por quiénes somos en cuanto especie. nario de Bettelheim y asistió a él de vez en cuando, por curiosidad.
También ha hecho de mí un mejor médico y, probablemente, un ser Luego empezó a preguntarse qué diría Bettelheim de su investiga-
humano mejor.» ción con niños autistas y, con la expectativa de aprender de la larga
experiencia de Bettelheim con el autismo, decidió presentar uno de
sus casos en el seminario. Tal como fueron las cosas, el tema cen-
tral llegó a ser la divergencia entre los objetivos de la investigación
y los de la psicoterapia, y el resultado fue un análisis tan animado
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/14 El arle de lo obvio La pereza del corazón 115

como, en ocasiones, tenso. Pero el centro de la conversación, que a anormales. Quizá fuera más correcto hablar de la reacción del niño
veces se convirtió en verdadera discusión, fue la profunda dificul- ante ios demás, o de la falta de toda reacción visible de su parte.
tad que lodos tenemos para establecer empatia con las personas —De acuerdo —asintió Dan—. «Relación» tiene una connota-
profundamente perturbadas. Posteriormente, Dan, el doctor Betlel- ción positiva de reciprocidad.
heim y yo proseguimos intercambiando nuestros puntos de vista —Por lo menos implica una conexión —señaló Bettelheim—,
sobre el tema de este seminario, y los comentarios surgidos duran- en. tanto que yo pienso que una de las características más impor-
te estas conversaciones fueron incorporados retroactivamente al tantes de los niños autistas es su «no relación» o sus reacciones
diálogo que presentamos a continuación. groseramente inadecuadas en comparación con lo que se considera
que son las respuestas normales de los niños.
Fue Bettelheim quien inició la conversación dirigiéndose a Dan. —Decir «no relación» es decir poco —objetó Dan—. Varias ca-
—Entonces, ¿qué están haciendo hoy por hoy los psiquiatras de tegorías de niños emocionalmente perturbados dan la impresión de
niños que se interesan por los niños autislas? tener esa característica de «no relacionarse», pero hasta ahora he
—John, que es mi compañero, los está estudiando desde el pun- identificado solamente un pequeño subgrupo al cual yo llamaría
to de vista bioquímico y yo estoy observándolos en vídeos, inten- autista. He estado estudiando las estrategias que usan algunos niños
tando entender qué es lo que sucede en su mente. autistas para mantener su aislamiento, y últimamente he visto al-
gunos niños muy violentos. El niño de quien quisiera hablar hoy
—¿Qué cree usted que sucede en la mente de un niño autista,
está tratando de destruir el medio.
doctor Berenson?
—Creo que estos niños son muy diferentes entre sí, de modo que —Un niño lo tiene bastante difícil si pretende destruir el medio
él solo —respondió Betíelheini con una sonrisa escéptica—. Es
es difícil decir algo que sea válido para todos los niños autislas.
verdad que, lamentablemente, el hombre se las ha arreglado para
—Muy cierto —indudablemente divertido, el doctor B. sonrió a
infligir un daño terrible al medio, pero hasta hoy ni siquiera los es-
Dan—. La suya es una respuesta muy aguda, que no le comprome-
fuerzos combinados de toda la humanidad han conseguido des-
te a nada. truirlo, de modo que yo no veo cómo un solo niño autista podría
—En nuestro estudio —prosiguió Dan— estamos viendo a un ser tan destructivo —el doctor B. hizo una pausa—. Vamos a los
grupo de niños que son incapaces de mantener relaciones signifi- detalles. ¿Qué era exactamente lo que estaba haciendo este niño?
cativas con otras personas. —Tratando de arrancar las cortinas, por ejemplo —respondió
—Desdichadamente, unos cuantos conocidos míos caben en esa Dan.
misma categoría, aunque ninguno de ellos es autista —comentó —Bueno, las cortinas son una parte bastante insignificante del
Bettelheim con una risita—, pero claro, hay que tener en cuenta medio.
que yo me muevo en círculos académicos. —En un cuadro de investigación, consideramos que las cortinas
La tensión del grupo se aflojó en una carcajada, y Dan continuó, son parte del medio físico de una habitación, y admito que llamar
con expresión más grave: a eso «destruir el medio» es simplemente usar una jerga para des-
—Para ser más exacto, diré que las relaciones que mantiene el cribir y clasificar un comportamiento del niño.
niño cuyo caso presento hoy con los adultos son, digamos, pecu- —Conozco bastante bien el uso de circunloquios para eludir ser
liares. más específico —dijo Bettelheim—. Talleyrand lo expresó de for-
—¿Es «relaciones» la palabra adecuada? —preguntó Bettel- ma categórica cuando dijo que el lenguaje fue inventado para ocul-
heim—. Usar un lenguaje impreciso o de uso común tiende a fal- tar lo que uno piensa realmente.
sear la observación que uno está haciendo de esos niños, ya muy —Es verdad —admitió Dan—, pero algunos de estos niños ata-
/16 El arte de lo obvio La pereza del corazón 117

can efectivamente a la gente. Fíjese en éste, por ejemplo. Lo tene- que tiene usted sobre ese niño —expresó Bettelheim—. Fíjese en
mos en una habitación con su madre, algunos juguetes y objetos re- su comentario de que el niño pellizcó «sin razón» a la asistente.
lacionados con la investigación, y en cada habitación hay una asis- Sólo podemos empezar a entender el comportamiento de otra per-
tente que está allí para observar al niño y a su madre, y para tomar sona si partimos del supuesto de que en sus acciones subyacen ra-
notas, pero que no debe interactual" con el niño. Lo único que que- zones o motivos que, por más insondables que puedan ser para no-
remos es ver cómo reacciona el niño ante los juguetes y de qué ma- sotros, a ella o a él le parecen buenos. Para encontrar sentido en un
nera interactúa con la madre. Al principio, el niño no estableció comportamiento, el que sea, tenemos que observar cuidadosamen-
ningún contacto ocular con la asistente. Después, sin razón alguna, te cada detalle y tomarnos en serio cada característica del compor-
la pellizcó. Da la impresión de que-no tuvo razón alguna para ha- tamiento de la persona. Por consiguiente, si lo que nos proponemos
cerlo, ya que lo único que hacía la asistente es estar sentada en si- es descubrir algún sentido en su comportamiento, generalizaciones
lencio. Aunque los observadores no deben manifestar reacción al- del tipo de «destruir el medio» no nos servirán de mucho. Lo que
guna ni vengarse, y de hecho se les instruye para que no hagan caso debemos preguntarnos es «qué trataba de lograr» y «contra quién o
de las acciones de los niños, algunos de estos pequeños no pueden contra qué puede haber estado reaccionando».
dejarlos en paz. Este niño empezó por pellizcarla, después se puso »Usted sabe tan bien como yo que la importancia está en los de-
a tirar de las cortinas sin dejar de mirarla y finalmente quiso salir talles. Si describe el comportamiento y las circunstancias de este
huyendo por la puerta. Yo no puedo entender su comportamiento. niño con tanto detalle como sea posible, nos permitirá hacer conje-
¿Realmente quería escapar, o estaba intentando, de alguna manera turas sobre por qué se condujo de tal o cual manera, en ese preciso
extravagante, iniciar un contacto? lugar, en ese momento específico de la interacción y precisamente
—Yo he visto muchas veces comportamientos así —expresó contra esa asistente del equipo de investigación. Pero cuando usted
Bettelheim—. Se producen cuando los adultos se comportan dice que el niño destruye el medio, no tengo ni la más remota idea
como estatuas. La mayoría de los niños reaccionarán en contra de de lo que está haciendo realmente. Y está claro que, si yo no conta-
una persona que actúa como una estatua y no como un ser de car- ra con otros elementos, un lenguaje así podría ser causa de que sin-
ne y hueso. Estas estatuas no observan nada, no reaccionan ante tiera aversión por ese niño.
nada y tampoco se preguntan nada. Y una estatua tiene una gran »No tiene importancia que estemos hablando de investigación o
ventaja sobre nosotros: no siente, y por naturaleza es incapaz de de psicoterapia —prosiguió Bettelheim—. En cualquiera de los dos
hablar. casos, lo que el individuo hace es importante. Si el niño pellizca a
—Pues ¡es tal como parecen ser muchos niños autistas! —res- una asistente del equipo o arranca las cortinas, una y otra son acti-
pondió Dan, conmovido, y después se quedó en silencio. tudes que hay que ver en el contexto de una forma de interacción.
—Debo estar en desacuerdo con usted —dijo el doctor Bettel- Cuando no sabemos lo que precedió a esas acciones, estamos en
heim—. No deberíamos seguir adelante con este tema a menos que una mala situación para entender lo que significan. Es posible que
quiera realmente explorarlo a fondo. Debe recordar que he pasado las acciones del niño se hayan originado en algo que sucedió hace
treinta años trabajando con esos niños, que he publicado unos cuan- mucho tiempo... por ejemplo, algo que lo llevó a desconfiar pro-
tos libros basados en mis experiencias y que además este tema es fundamente de la gente o que lo llenó de hostilidad. Aun así, como
muy importante para mí. él no actúa todo el tiempo en función de una causa original así,
—En realidad, doctor Bettelheim —replicó Dan—, preferiría algo que se da en la situación de investigación debe haber desen-
hablar sobre este chico en concreto, porque no sé cómo abordar su cadenado su comportamiento.
conducta. »Una dificultad que tenemos para entender la reacción de ese
—Creo que lo que se interpone en su camino son los supuestos niño es que no sabemos cómo interpretó él, para sus adentros, la si-
118 El arle de lo obvio I,a pereza del corazón II1)

tuación en que se encontraba —el doctor B. hizo una breve pau- —Sí —asinlió Belteiheim—. lil paranoico supone a priori que
sa—. ¿Cómo se llama el niño? nuestros- propósitos son nefandos. A menos que hayamos hecho
—Luke —respondió Dan. todo lo que está en nuestro poder para convencerlo de que nuestras
—Pues dudo que Luke entendiera sus objetivos. Para ser signi- verdaderas intenciones son ayudarle, es probable que sus reaccio-
ficativas, la mayoría de las interacciones requieren, para empezar, nes se basen en su convicción de que lo que queremos es hacer-
que quienes participan en ellas tengan una idea bastante clara de a le daño.
qué se refiere la interacción como tal, de cuáles son sus propósitos »Aunque esto es algo que muchos de ustedes ya saben muy
y de cuál es el resultado final que se espera. Pero en muchas in- bien, porque han tenido experiencia con pacientes paranoicos, la
teracciones entre psiquiatra y paciente, o investigador en psiquia- mayor parte de los médicos tienen dificultades para extrapolar es-
tría infantil y sujeto de la investigación, solamente el profesional tos dalos empíricos a la relación con un niño autista, cuya capaci-
sabe bien cuáles son sus objetivos. Cuanto más grave es su pertur- dad para reconocer nuestros objetivos es incluso menor que la de
bación, menos capaz es el paciente de hacerse una idea correcta de un paranoico. En general, hasta los niños que están emocionalmen-
semejantes interacciones. te bien han aprendido que con frecuencia los propósitos de los
—Tomemos como ejemplo el problema de trabajar con pacien- adultos son incomprensibles para ellos. Pero en tanto que los niños
tes paranoicos —intervine yo, para aclarar lo que señalaba Betlel- normales de la edad de este chico tienen una idea bástanle clara de
heim—. Estoy seguro de que las paranoias graves obedecen a múl- que los médicos estamos para ayudar, ios niños muy perturbados
tiples razones, biológicas y psicológicas. Y a lo largo de la histo- no tienen una idea concreta de para qué sirven los médicos, ni de
ria, las imágenes de que se valen los paranoicos para describir sus cuál es el objetivo de una sesión con un psiquiatra.
puntos de vista han cambiado: así como antaño el diablo los perse- «Volvamos al marco de la investigación. Lo que el niño autista
guía, ahora les siguen la pista los ordenadores, y reciben mensajes ve es que, en presencia de su madre, una persona silenciosa y está-
de invasores provenientes del espacio interestelar. Aunque las imá- tica se instala en la habitación y parece que deliberadamente no
genes específicas han cambiado, una cosa se mantiene constante: el hace ningún caso de él. ¿A qué conclusión puede llegar? Si no se hace
paranoico, generalmente, estará convencido de que el fin de la ma- ningún esfuerzo por explicarle la situación, cualquier niño se senliría
yoría de las interacciones, particularmente de las que se dan entre intranquilo. Es suficiente para provocar cualquier asomo de reacción
personas de autoridad, es acabar con él. Y el psiquiatra, por su par- paranoide que pudiera tener cualquiera de nosotros, yo incluido.
te, está convencido de que lo que quiere es ayudar a su paciente. »Aquí, parece que el supuesto fuera que como los niños autis-
»Sin embargo, con gran frecuencia, el propósito consciente de tas no reaccionan de maneras normales, no les importa lo que su-
ayudar al paciente no es lo único que condiciona la interacción del cede a su alrededor ni piensan lo más mínimo en ello. Si no se les
psiquiatra con un paciente paranoico. A despecho de sus mejores explica la situación de tal manera que ellos puedan entenderla, o
intenciones, también el psiquiatra puede sentirse angustiado porque por lo menos intuir que se está haciendo un verdadero esfuerzo
sabe que algunos pacientes paranoicos pueden ser muy peligrosos. para hacerse entender por ellos, entonces sienten que los están
El comportamiento de un paranoico, además, puede despertar cual- tratando como ¡diotas. Y este es un insulto capaz de encolerizar a
quier remanente de tendencias paranoides que nosotros, los médi- cualquiera.
cos, mantengamos profundamente ocultas dentro de nosotros. Por »Según mi experiencia, muchos niños autistas son potencial-
consiguiente, tenemos que tratar de estar tan conscientes como sea mente inteligentes, e incluso muy inteligentes. Pero lo sea Luke o
posible de nuestras reacciones inconscientes ante la situación, ya no, y estén ustedes o no de acuerdo conmigo, sigo pensando que
que son éstas las que el paciente paranoico percibe inconsciente- harían mucho mejor si trataran a este niño partiendo del supuesto
mente, y ante las cuales es muy probable que reaccione. de que es inteligente. Pero estas son observaciones muy generales.
120 El arle de lo obvia I.M pereza del corazón 121

Volvamos al caso y a sus detalles. Hasta el momento sé muy poco ran para hacer cosas por ellos. Por ejemplo, como parte de nuestro
de esle niño. Le ruego que nos cuente algo más de él. protocolo, la asistente de investigación les trae un frasco de cara-
—Proviene de un hogar que, por lo que imaginamos, debe ser melos, cerrado con una pequeña cerradura. Sobre la mesa tienen la
bástanle anárquico —continuó Dan—. El padre es miembro de los llave de la cerradura. El niño puede hacer lo que quiera para abrir
Discípulos del Diablo, una versión de la Costa Este |de los Estados el frasco. La mayoría de los niños de este grupo cogen la mano de
Unidos) de lo que en California son los Angeles del Infierno. En la madre, como si fuera una herramienta, y la apoyan sobre el fras-
una reunión de padres, apareció todo vestido de cuero, con cadenas co para indicar que quieren que la madre lo abra. Saben que esa
y tatuajes. Caminaba a pasos largos, en plan machista, llevaba pan- mano es capaz de abrir frascos y para eso la usan. Pero la relación
talones negros adornados con clavos, y la barriga de bebedor de se reduce a eso. Este niño ni siquiera mira a su madre a la cara. La
cerveza le asomaba debajo de una camiseta sucia. Llevaba una go- gente sólo le es útil cuando necesita algo.
rra de piel y una chaqueta negra, también de piel y con una cala- El doctor Bettelheim sacudió la cabeza.
vera con libias cruzadas en la espalda. ¡Ni que decir tiene que era —¿Por qué ponen un frasco de caramelos cerrado con llave ante
una presencia sumamente insólita en nuestra facultad de medicina! un niño, especialmente si está gravemente perturbado?
Además, llevaba un cuchillo en el cinturón, por si necesitaba pro- —Yo no me siento cómodo con eso —admitió Dan—, pero
tegerse, me imagino. como investigadores estamos obligados a seguir protocolos muy ri-
—Tendrá usted que admitir que con su vestimenta el padre está gurosos si queremos que un experimento sea científicamente váli-
expresando bien claramente su visión de la vida —señalé—. El do, incluso si para ello tenemos que causar alguna ligera incomo-
comportamiento y la apariencia desafiantes de muchos miembros didad al niño. Le ruego que entienda que a mí no me gusta tener
de pandillas de motociclistas se deriva de su experiencia con otras que causársela.
figuras de autoridad en el pasado, que les hace desconfiar de noso- —Sigo estando perplejo —insistió Bettelheim—. ¿Por qué el
tros. Por ejemplo, muchos de ellos han sido maltratados por sus protocolo de la investigación exige que se ponga un frasco de ca-
padres. ramelos cerrado con llave ante un niño autista y su madre? ¿Poi-
—Probablemente sea así —coincidió Dan—, y en algunas co- qué frustrar al niño es parte del protocolo?
sas el niño se parece mucho a su padre. Está en un programa de —Nuestro objetivo es ver qué hará el niño para conseguir lo
educación especial. Ninguno de los padres da una descripción que quiere. Antes le preguntamos a la madre qué es lo que más le
completa de su hijo, pero, por lo que he podido descubrir, cuan- gusta al niño, y eso es lo que ponemos en el frasco.
do Luke está en casa juega en los árboles con cadenas y cuerdas. —¡Espere! —exclamó Bettelheim—. Usted nos dijo que ese
Durante los meses en que la nieve no cubre el suelo, se pasa ho- niño se vale de los demás para que hagan las cosas por él. ¿No es
ras enroscándose y meciéndose en los árboles como Tarzán. Su- eso lo que ustedes están haciendo, usar a una persona, es decir, al
pongo que el padre debe tener cadenas por todo el patio y en el niño, para que haga cosas por ustedes?
garaje, para atar la motocicleta. La madre dice que el padre es —No estoy seguro de ver la relación —respondió Dan.
muy autoritario. Por lo que hemos visto, ella no pone restriccio- —¿No están usando ese instrumento... no sólo el frasco cerra-
nes al niño. do, sino también a la madre, para obtener lo que quieren, o sea, las
—Como seguramente saben —señaló Bettelheim—, enroscarse observaciones necesarias para su investigación? Porque Luke usa
es una indicación característica de autismo. la mano de su madre para obtener su propósito, apoyándosela so-
—Sí—asintió Dan—, pero lo que realmente me interesa en este bre el frasco, usted dice que el niño no se relaciona, lo que cierta-
niño y en algunos otros como él es su particularidad de no relacio- mente es verdad. Pero ustedes usan al niño y a su madre para sus
narse. Parece que los adultos, sean o no de la familia, sólo sirvie- propios fines, o sea, conseguir datos para su investigación, y lo ha-
122 El arle de lo obvia
LM pereza del corazón /2J
cen sin pedirles permiso. Entonces, según sus propios criterios,
¿no están ustedes actuando sin relacionarse, lo mismo que el niño? perimento está diseñado para descubrir cómo reacciona un niño au-
—No entiendo la analogía —admitió Dan. tista ante una persona que actúa de manera autista? Me doy cuenta
de que la asistente no hace más que actuar como si fuera autista,
—Usted supone que está observando algo significativo en el
pero ¿realmente creen ustedes que al autismo se ha de responder
comportamiento del niño: que él se vale de otra persona como de con autismo?
un instrumento. Pero ¿no están ustedes usando al niño como un
instrumento para alcanzar sus objetivos, a saber, obtener datos para —En sus trabajos clásicos sobre el autismo —tercié para acla-
su investigación? rar el punto—, Leo Kanner describe que esos niños tratan a las per-
Finalmente, Dan hizo un gesto de asentimiento: sonas como si fueran seres inanimados. En una playa, andan sobre
—Me imagino que la similitud está en que yo no le pido a él la arena, las rocas y las personas sin distinción. En su estudio, le
permiso para hacer mi estudio, y él no le pide a la madre que le están pidiendo a una persona de carne y hueso que actúe delibera-
ayude a coger el dulce. damente como si fuera una roca, que es la forma en que general-
—Exactamente. Colocar deliberadamente un frasco de cristal mente, y eso lo sabemos desde hace tiempo, tratan a la gente los
cerrado que contiene algo que sabemos que le gusta a otra persona niños amistas. Ahora ya sé que lo que se proponen es crear una si-
delante de ésta, y después sentarse a ver qué es lo que pasa, mal tuación de investigación neutral, donde la asistente no influya so-
puede ser una manera de relacionarse con la persona o de hacerle bre los demás datos. Pero, en cierto sentido, esa estrategia parece
saber que nuestras intenciones son amistosas. En este seminario ha- una peculiar re-creación de la forma en que, según Kanner, tratan
blamos con frecuencia de establecer relaciones, de cómo actuamos los autistas al resto de la gente. Es probable que al niño autista a
ante un paciente nuevo de la misma manera que actuaríamos ante quien están estudiando la situación no le parezca en modo alguno
un nuevo invitado con quien quisiéramos establecer una relación. neutral.
Pregúntese si la forma en que actúan en este proyecto de investi- Durante un momento. Dan se quedó pensando sin responder.
gación es una invitación a relacionarse. Si sus intenciones son bue- Algunos años después, al revisar el material de aquel seminario,
nas, lo menos que harían por el niño es abrir la cerradura. Como lo dijo que él pensó que el punto de vista terapéutico de Bettelheim le
que les interesa a ustedes es la presencia o ausencia de relación, impedía apreciar qué es lo que constituye un buen estudio empíri-
tendrían que empezar por no actuar de una manera distante, e in- co, y que yo estaba, simplemente, reflejando su posición. También
cluso hostil. Y si lo hacen, no deben aseverar que es la otra perso- sintió que aun si Bettelheim y yo teníamos razón al afirmar que el
na la que actúa sin relacionarse o de manera agresiva. niño autista veía al adulto como si éste se comportara de manera
Tras un breve silencio, Bettelheim siguió hablando: autista, verse expuesto durante dieciocho minutos a una experien-
—Y se me ocurre otra cosa referente a este asunto de las rela- cia así no le haría daño. Después de todo, dijo, ese niño y la ma-
ciones. En esta relación tenemos dos facetas. De acuerdo con su yoría de los niños autistas se pasan diariamente varias horas en el
descripción, el hecho de que la asistente no reaccione cuando la pe- aula con otros niños autistas. El objetivo del estudio era conseguir
llizcan me hace pensar que ella misma está actuando de forma tan que los niños actuaran de la manera más autista posible, para que
autista, tan sin relacionarse, como el niño. Dan y John pudieran evaluar si cada uno era verdaderamente autis-
—Bueno, ya expliqué que el diseño de la investigación exige ta y, en caso afirmativo, qué síntomas de autismo exhibía. Obtener
que la asistente se limite a estar ahí sin reaccionar.
un comportamiento anormal era su objetivo, ya que estaban procu-
—Pero no se dan cuenta de que, de alguna manera, lo que uste- rando determinar la presencia o ausencia de un rasgo.
des ven en el comportamiento de ese niño como «destruir el me-
En la misma línea de tales pensamientos, Dan expresó:
dio» es la respuesta de él al protocolo de la investigación. ¿O el ex-
—Ciertamente esa no parecería la manera correcta de actuar
124 El arte de lo obvio La pereza del corazón 125

terapéuticamente con un niño autista, pero consideramos que es somete a lo que consideran una situación anormal y quizás hostil,
una estrategia particularmente útil para estudiar su enfermedad. como es ofrecerles dentro de un frasco cerrado un dulce que les
—Es probable que así sea —concedió Bettelheim—, pero lo gusta especialmente, no les queda otra opción que reaccionar de
que a mí me preocupa es que no consideren si el comportamien- manera anormal. Me pregunto si su propósito es hacer que esos po-
to de su asistente de investigación no podría influir sobre lo que bres niños se comporten de forma más anormal que la habitual en
ustedes y ella observan. ¿No hemos aprendido que los métodos ellos.
que usamos en la investigación de un fenómeno pueden cambiar —En verdad que no —respondió,Dan—•; no en el sentido en que
lo que observamos? yo creo que una sesión continuada podría hacerles daño. Sin em-
»Permítanme mencionar algo que viene al caso. Cuando Freud bargo, sí queremos hacer aflorar todo el comportamiento autista.
escribió Tótem y tabú, sus ideas sobre los orígenes de la sociedad —No estoy tratando de acusarles —aclaró Bettelheim—. Mu-
se basaban en observaciones del comportamiento de los primates chos otros están haciendo estudios similares. Simplemente, me gus-
llevadas a cabo en el zoológico de Londres. Allí se había observa- taría que lo pensaran con más cuidado. Como todos los presentes
do que el macho dominante negaba a todos los demás la posibili- saben bien, Hipócrates insistió, hace milenios, en que el médico,
dad de acceder a las hembras del grupo. A partir de ello, Freud for- como mínimo, no debe causar daño adicional. Estoy tratando de
muló el supuesto de que el comportamiento del hombre primitivo entender por qué una persona buena y cálida como usted usa este
era similar, y llegó a la conclusión de que el origen de la sociedad método, que se supone científicamente válido, pero que está dise-
debe hallarse en un grupo de hermanos que se unen para matar al ñado de una manera que puede causar daño adicional, por muy pe-
macho dominante del grupo, su padre, y poder así tener acceso se- queño que éste sea.
xual a las hembras. Como todo el mundo se quedó en silencio, reanudé la conver-
»Más adelante, cuando pensadores más científicos como Lo- sación:
renz, Tinbergen y otros posteriores estudiaron a los animales en su —Aunque no lo digan tan directamente, todos los padres que
habitat natural, resultó que entre las mismas especies de primates traen a su hijo perturbado para someterlo a un protocolo experi-
en libertad todos los machos tenían acceso relativamente libre a to- mental vienen con la expectativa, o por lo menos con la esperanza,
das las hembras. O sea, que los no dominantes no experimentaban de obtener ayuda. Los padres de niños autistas están desesperados.
una frustración absoluta y poca razón tenían para matar al macho Es un diagnóstico terrible, y la convivencia con niños así es muy
dominante. En mi opinión, este caso demuestra claramente la for- difícil. Un padre o una madre pueden sentir que se les rompe el
ma en que situaciones creadas artificialmente, tales como confinar corazón. Por eso los padres harán cualquier cosa si tienen la más
a los primates en el espacio reducido de un zoo, causan reacciones remota esperanza de que eso ayudará a su hijo. Y probablemente
artificiales y deformadas. Las conclusiones basadas en esas reac- ustedes se esfuerzan todo lo que pueden por explicarles la diferen-
ciones artificiales son erróneas, ya que sólo se relacionan correcta- cia entre investigación y tratamiento.
mente con el comportamiento observado en esas circunstancias ex- Dan asintió, sin hablar.
cepcionales. —Pero los padres de un niño autista, ¿pueden realmente en-
»Por esta razón, creo que cuando deseamos entender el com- tender lo que ustedes les dicen? ¿Qué significa una cuidadosa ex-
portamiento de los niños, debemos observarlos en su ambiente na- plicación de los métodos de investigación meticulosamente dise-
tural. Las situaciones creadas artificialmente producirán un com- ñados para ajustarse a las normas de los Institutos Nacionales de
portamiento anormal incluso en la más normal de las personas, y Salud Mental [de los Estados Unidos] o de Archives of General
mucho más en los niños autistas, que tienen una capacidad mucho Psychiatry para unos padres desesperados por conseguir ayuda
menor de adaptarse a un medio extraño. Cuando a esos niños se les para su hijo?
126 El arle de lo obvio La pereza del corazón 127

—Tal vez ese padre piensa que la maestra de su hijo ayuda al tente de investigación, este niño la ve como parte del guión en el
niño, y como la maestra le ha hablado positivamente de nuestra que lo habéis invitado a participar; él es incapaz de conceptuali-
investigación, él trae al niño a nuestro estudio para complacerla zar que en una situación subordinada a los fines de un buen dise-
—respondió Dan. ño de la investigación la ayudante no pueda responderle. Ella es
—Es probable —admitió Bettelheim—. Aun así, una facultad parte de la interacción a la cual responde el niño. Si, siguiendo las
de medicina no es un lugar donde los Discípulos del Diablo se en- instrucciones recibidas, la asistente no reacciona cuando la pe-
cuentren a gusto. Ellos sólo van a un lugar así si piensan que en él llizcan, el niño, que espera que su acción producirá una respues-
pueden conseguir ayuda para un problema que les abruma, y si es ta, se queda muy frustrado.
una ayuda que no pueden obtener en ninguna otra parte. »Si cualquiera de los que estamos alrededor de esta mesa hicie-
•»¿Cuánlos sujetos para investigación conseguirían ustedes si ra algo destinado a obtener una respuesta enérgica y no consiguie-
dijeran a los padres que no sólo no harán nada positivo por su hijo, ra ningún efecto, también se sentiría frustrado y confundido.
sino que el hecho de incluir al niño en su proyecto podría agravar —E incluso podría hacer algo más fastidioso o destructivo para
temporalmente su perturbación? Probablemente se quedarían sin no sentirse totalmente ineficaz —apunté.
ningún sujeto, en absoluto. Pero por lo menos serían sinceros con —Sí—asintió Bettelheim—, y ese niño es igual. Probablemen-
los padres. te la situación ya sea incomprensible para él, puesto que lo prime-
—Nosotros no decimos a los padres que estamos ayudando a ro que hicieron fue ponerle delante un frasco lleno de deliciosos ca-
los niños —respondió Dan—. Tampoco les decimos que nuestros ramelos y dejarlo cerrado con llave. Seguro que su madre le habría
métodos pueden agravar la perturbación de un niño. A veces, efec- ayudado si él se lo pedía, pero ¿se puede esperar realmente algo así
tivamente, los niños se ponen mal, pero su perturbación sólo dura de un niño autista? Si su acción agresiva no provoca respuesta al-
el tiempo de la sesión. Creo que nuestros métodos son válidos por- guna, la situación se vuelve aún más incomprensible. Al sentirse
que simplemente estamos investigando la presencia o ausencia de frustrado, e incapaz de obtener respuesta, el niño reaccionó de la
determinados comportamientos anormales. Pero estoy de acuerdo única manera que sabía: arrancó la cortina y se fue corriendo de la
en que, sea lo que fuere lo que busquemos, el problema está en en- habitación. Por qué, entre todas las posibilidades, arrancó la corti-
contrar maneras de entender mejor lo que están pensando estos na, no puedo decirlo, pero apuesto a que tenía sus razones.
niños sin hacerles daño, ni siquiera momentáneamente —Dan —Usted habla desde el punto de vista terapéutico —replicó
miró directamente al doctor Bettelheim—. Por tanto, ¿qué diría us- Dan—, y la terapia es un proceso gradual. Cuando sucede algo to-
ted que constituye una estrategia válida para la investigación desde talmente inesperado, el terapeuta debe cambiar su enfoque. Pero en
el punto de vista ético? ¿Recomendaría que los adultos que partici- la investigación, cada estudio debe ser claro, y además distinto,
pan en ella actúen de la forma más natural posible con el niño? para que los nuevos descubrimientos puedan apoyarse sobre el co-
—No necesariamente con naturalidad —respondió Bettelheim—, nocimiento existente.
porque lamentablemente conozco personas que son naturalmente —Esa idea de que cada descubrimiento se apoye sobre los an-
hostiles o explotadoras. Pero tengo el firme convencimiento de que teriores depende del objetivo de la investigación —replicó Bettel-
al tratar con personas desdichadas que acuden a nosotros en de- heim—. Pero mi crítica va más allá. Ese estudio ¿es ético? En él,
manda de ayuda, o creen que nuestro propósito es ayudarles, debe- ustedes ponen a un niño que, por definición, padece una perturba-
mos actuar de la manera más constructiva que sepamos. ción en su capacidad de relacionarse, en una situación en la que los
»Cualquier interacción entre personas requiere que haya una padres, y quizás incluso el niño, esperan que suceda algo que le
respuesta recíproca. Si una persona se niega a responder, la in- ayudará. Pero, antes de que suceda nada más, la asistente de inves-
teracción se acaba. Cuando se incluye en la situación a una asis- tigación declara, mediante su comportamiento, que pase lo que
128 El arte de lo obvio IM pereza del corazón 129

pase ella no se relacionará. Desde luego, yo sé que esta clase de —Yo no sé lo que perciben, doctora Andretti, ni lo que estaba
montaje es rutinario entre los investigadores que trabajan con niños sucediendo en la mente de ese niño —replicó Bettelheim—, pero
perturbados, pero sigue escandalizándome. Por eso quiero saber qué me siento obligado a concederle el beneficio de la duda, es decir, a
piensa usted del asunto. ¿Me he expresado con claridad? suponer en la mayor medida posible aquello que es más favorable
Dan parecía entristecido, pero miró directamente al doctor B.: para el niño. Y por consiguiente, como ya dije, intentaría explicar-
—En mi opinión, con mucha claridad. le mi manera de proceder.
—Lo que me deja perplejo es que su equipo de investigación »Lionel Trilling elogiaba al psicoanálisis porque exigía la sus-
creyera que el hecho de la relación, o su ausencia, se puede estu- pensión de la incredulidad. De acuerdo con Trilling, Freud nos en-
diar actuando como si uno no tuviera relación alguna con el sujeto señó a todos a suspender nuestra incredulidad, es decir, nuestra ne-
de la investigación —continuó Bettelheim—. Además, sostiene que gativa a creer que los pacientes, ya sean neuróticos, psicóticos o
se trata de una actividad benigna y neutral. Usted sabe que las co- autistas, actúan con inteligencia y con un propósito sensato. Creo
misiones que se ocupan de investigación sobre seres humanos han que debemos partir siempre del supuesto de que los pensamientos
insistido en que, antes de emprender una investigación, debemos y las acciones de otra persona merecen que se los considere de la
asegurarnos de que los procedimientos que usamos no son poten- manera más positiva que sea posible.
cialmente dañinos para los individuos que intervienen en ella o, en »Y si es así, entonces lo menos que podemos hacer es conside-
todo caso, de que los sujetos deben haber sido antes plenamente ad- rar la posibilidad de que el niño autista perciba efectivamente lo
vertidos. A pesar de esto, muchos científicos conductistas tienen la que está sucediendo a su alrededor en asuntos que le conciernen de
equivocada idea de que su investigación es siempre inocua. Sin la forma más íntima y directa. Por eso, cuestiono gravemente la va-
embargo, a un niño autista se lo pone en una situación frustrante, lidez y la moralidad de los métodos de investigación que se basan
aunque sea temporalmente y a los padres no se les dice que eso en la creencia de que un niño autista no actúa con sentido y no tie-
puede dañarle. ne sentimientos intensos respecto de lo que se hace con él.
—¿Cómo podía obtener yo de ese niño un consentimiento in- —Realmente, ¿usted cree que un chiquillo tan perturbado pue-
formado? —preguntó Dan—. Tiene ocho años, y su edad mental no de sentirse herido en sus sentimientos? —preguntó Jason.
llega a dos. El Estado y la convención social coinciden en que los En ese momento pareció que Dan hubiera entendido a qué apun-
padres, en su calidad de guardianes legales, dan su consentimiento taba el doctor B. Se volvió hacia Jason y dijo:
en nombre del menor. —Seguramente puede percibir como frustrante lo que está su-
—Naturalmente —asintió Bettelheim—. Pero cuando un niño cediendo.
entra en psicoterapia o viene para un tratamiento médico esencial, —Me alegro de que diga eso —dijo Bettelheim—, porque aun-
al menos uno intenta explicarle lo que le harán y por qué. Sin em- que no podemos estar absolutamente seguros de nada con un niño
bargo, a mí me parece que en este experimento el niño tuvo la vi- como Luke, es totalmente posible que por obra de la experiencia
vencia (naturalmente, de forma tan vaga como puede experimentar que tuvo con usted, haya tenido la vivencia, y llegado a la conclu-
un niño autista cosas así) de que lo llevaban a un lugar donde po- sión, de que, puesto que se sintió defraudado en una situación en la
dían empujarlo a hundirse aún más en su aislamiento emocional, que quizás él habría esperado y deseado encontrarse sólo con vi-
porque la gente actuaba de manera que, tal como demostró clara- vencias positivas, el mundo es para él incluso más frustrante de lo
mente su comportamiento, lo frustraban todavía más. que él mismo esperaba y temía.
Gina se mostró en desacuerdo: —No puedo coincidir con sus supuestos —objetó Dan—. No
—¿Usted no creerá realmente que los niños autistas son capa- creo que ese niño tenga percepción alguna de que podría estar en
ces de percibir eso? una situación terapéutica en vez de haber venido como sujeto en
130 El arte ele lo obvio La pereza del corazón 131
un proyecto de investigación. Yo no hago nada por dar esa idea al en que esos niños hacen las cosas de manera diferente. Quiero to-
niño ni a los padres. Y tampoco acepto su idea de que incluso si mar un grupo grande de niños con muchos tipos diferentes de per-
el niño fuera mentalmente tan retardado que no hubiera entendido turbaciones manifiestas, no lodas ellas autismo, o «retraso evoluti-
la explicación, podría haber percibido, por más primitiva y vaga- vo multidifuso», que es como llamamos hoy al amplio espectro de
mente que fuera, que el esfuerzo de informarle fuera parte de un tales trastornos, y apartar de él un grupo de niños en quienes se
respeto general por él en cuanto persona. En última instancia, to- pueda comprobar que comparten un determinado delecto bioquí-
dos los miembros de nuestro equipo esperan que nuestro trabajo .'mico.
sea una ayuda para los niños autistas y su familia. Por ejemplo, —Lo que yo objeto no es que su objetivo final sea encontrar un
uno de los propósitos de nuestro equipo de investigación es ver en defecto bioquímico —respondió Bettelheim—. Evidentemente, te-
qué se diferencian los niños autistas de los retardados... nemos que explorar lodos los caminos posibles para encontrar una
—Estas comparaciones no me interesan, a menos que sepa a manera de tratar con más éxito a estos niños. Lo que objeto es la
qué fin se supone que sirven —le interrumpió el doctor B. forma en que trató a Luke como sujeto de su investigación.
—Esperamos que sea aplicable en el ámbito educativo y en el El doctor B. se quitó las gafas, se frotó los ojos y permaneció
tratamiento escolar de estos niños. quieto.
La respuesta de Bettelheim nos sorprendió a todos: Después de un momento de silencio, Dan volvió a hablar:
—Nadie sabe cómo tratar a estos niños. —Usted sigue trayendo a colación la terapia. Cada uno de no-
—Pero usted mismo ha tratado con bastante éxito algunos niños sotros tiene un propósito diferente. Yo estoy simplemente tratando
autistas —dijo Dan, con tono intrigado. de entender al niño de ciertas maneras sin hacerle daño... y no creo
—Hicimos todo lo que pudimos, doctor Berenson —respondió que lo que hago le dañe. Tengo la sensación de que usted apunta a
Bettelheim—. Lamentablemente, en muchos casos nuestro éxito fue alguna otra cosa.
limitado. Pero cualquier cosa que hagan los terapeutas o los médicos —Pienso que se metió en esta situación, doctor Berenson, por-
de hoy con los niños autistas o por ellos tendrá que basarse en lo que usted mismo no se cuestiona los efectos de esos exámenes en
poco que sabemos de ellos. En una primerísima descripción del el paciente —replicó Bettelheim—. Bloquear de esta manera sus
autismo infantil, el doctor Kanner insistió en que esos niños tienen percepciones es el producto de su propia ansiedad. Todos los tera-
una perturbación primaria en su capacidad de relacionarse. ¿No es peutas tenemos que afrontar este problema. La ansiedad se inicia
sensato abordarlos partiendo de la base de que nuestra tarea princi- inmediatamente después del nacimiento, porque ninguna madre
pal es reducir esa perturbación? Podemos intentarlo haciendo todos puede permitirse realmente tomar conciencia de los sufrimientos
los esfuerzos posibles por relacionarnos con ellos de modo tal que, a del bebé; ella debe tomar distancia. Por eso todos nacemos y cre-
su propio y debido tiempo, en respuesta, puedan adquirir la capaci- cemos con la convicción de que el mundo no responde a nuestras
dad de relacionarse con nosotros. Eso era lo que intentábamos hacer verdaderas necesidades. El mundo responde a todas las cosas su-
con nuestro tratamiento de los niños autistas en la Escuela Ortogéni- perficiales, pero cuando se llega a las necesidades reales, las más
ca, y en todos los casos obtuvimos cierto éxito. Pero, como ya dije, profundas, estamos completamente solos. Llámele «angustia exis-
en muchos casos ese éxito fue muy limitado. tencial» o como quiera. En realidad, arranca del comienzo mismo
—Para mí, lo que el profesor Bettelheim dice de perturbaciones de la vida, y a partir de ahí tenemos la experiencia de que el mun- ;
en la capacidad de relacionarse es esconderse detrás de las palabras do y las demás personas no nos comprenden. Responden a sus pro-/
—opinó Dan—. Porque decir que algo es «una perturbación en la pias angustias. Ahí tiene la «posición autista»...
capacidad de relacionarse» es usar un concepto muy abstracto. Lo »Mire —continuó Bettelheim—. Podríamos seguir así largo
que he intentado describir y categorizar son las formas específicas rato sin que sirviera de mucho. Nos va quedando poco tiempo, y
132 El arte de lo obvio La pereza del corazón 133

por eso me gustaría llegar a lo que considero lo esencial del asun- fundamente perturbados, que nos rechazan tan completamente a
to. Siento que estos experimentos reflejan inconscientemente nues- nosotros y al mundo entero, alteran nuestro comportamiento cuan-
tras reacciones, nuestra respuesta interior ante el terrible rechazo do nos enfrentamos con ellos, ya sea como participantes en un
con que reaccionan estos niños ante el mundo, y eso nos incluye to- proyecto de investigación o como terapeutas. Si no fuera por la an-
talmente a nosotros. También reflejan la tremenda angustia subya- siedad y el sentimiento de rechazo, ambos profundamente incons-
cente en todo lo que hacen estos niños o en lo que se inhiben de cientes, que ellos nos despiertan, podríamos serles mucho más úti-
hacer. De lo que estoy hablando es de las reacciones que yo mismo les que en la actualidad. Pero es raro que nos demos cuenta de que
experimenté la primera vez que empecé a vivir con una niña autis- eso es lo que está pasando en nuestro inconsciente, porque a lo
ta, en Viena, en los años treinta. Sólo pude superarlas cuando, des- que conscientemente nos hemos comprometido es a aceptar a esos
pués de muchos meses de convivir en la mayor intimidad con esa niños, independientemente de lo que hagan.
niña, finalmente conseguí establecer empatia con ella.
«También deseamos distanciarnos y evitar toda empatia direc-
»La madre de la niña, norteamericana, se la había llevado a Jean ta con los niños autistas. Queremos verlos como si pertenecieran a
Piaget, quien dijo que él no trabajaba con niños perturbados y la otra especie, como si fueran monos en lugar de personas, por-
envió a Viena para que se dirigiera a Sigmund Freud, quien a su ejemplo. Si consideramos que los niños autistas son gente como
vez la envió a su hija, Anna, que por aquel entonces había empe-
nosotros, reconocemos el peligro potencial de que también noso-
zado a trabajar psicoanalíticamente con niños. Cuando Anna Freud
tros podamos ser susceptibles de caer en el autismo o tal vez dé.
conoció a la niña, le dijo a la madre que el psicoanálisis de niños
en la forma en que ella estaba practicándolo no podría ayudarla. Lo tener en nuestro organismo algún elemento autista; un peligro que.
que quizás la ayudaría sería que la niña viviera día tras día y año resulta tan amenazador que queremos negar completamente esa
tras año en un ambiente organizado de acuerdo con los principios posibilidad. Y, para hacerlo, nos conducimos como si estos niños
psicoanalíticos. Después de algunas vacilaciones, yo me hice cargo fueran una especie diferente. No nos permitimos pensarlo cons-
del proyecto con mi primera mujer, que participaba en el trabajo de cientemente, pero la forma en que los tratamos revela nuestra con-
Anna Freud. En buena medida, fue un éxito, pero sólo después de vicción de que ellos y nosotros estamos separados por una dife-
muchos meses, durante los cuales la niña no mostró reacción algu- rencia genérica.
na. Aprendí también muchísimo sobre el trastorno de la pequeña »La convicción de Freud era que todas las personas se parecen
prestando atención a mis propias reacciones ante aquella niña. en la mayoría de los aspectos importantes; él creía que las diferen-
»Mis primeras reacciones fueron las mismas que vi años más cias entre unas y otras son sólo cuestión de grado. Su visión de la
tarde en los miembros del personal que empezaron a trabajar con demencia era algo radicalmente nuevo porque a lo largo de toda
niños autistas en la Escuela Ortogénica, y que necesitaron dedicar, la historia, hasta su época, se consideraba que los dementes eran
en forma individual, mucho tiempo a los niños autistas hasta que fundamentalmente diferentes de las personas a quienes llamamos
fueron capaces de tener empatia con ellos. Entonces, sus reaccio- normales. Gracias a Freud hemos hecho progresos considerables.
nes de ansiedad desaparecieron y fueron reemplazadas por senti- En la mayoría de los casos, muchos reconocemos que tenemos bas-
mientos de empatia suscitados por la terrible situación en que vi- tante en común con las personas dementes y emocionalmente alte-
vían aquellos pequeños. radas. Pero cuando los síntomas de la demencia son tan graves
El doctor B. hizo una pausa, miró a los miembros del grupo como en los niños autistas, la convicción (tan difundida en nuestra
sentados en torno de la mesa, y continuó: sociedad) de que los niños en general entienden poco, se combina
—Siento que no es perder el tiempo hablar de todo esto con el con nuestro deseo de protegernos contra la necesidad de reconocer
grupo porque nuestras reacciones íntimas ante estos pacientes pro- cuánto tenernos en común con ellos. Por eso hay tantos investí-
134 El arle de lo obvio La pereza del corazón 135

gadores y médicos que suponen que esos niños son incapaces de puede explicarse en virtud de una angustia inconsciente que hace
reaccionar como nosotros a lo que sucede a su alrededor. que, en ocasiones, todos exageremos los hechos para justificar
»La mejor manera de hacer justicia a las personas mentalmente nuestra ansiedad. Además, usar una terminología así ofrece a los
perturbadas, y de tratarlas como a seres humanos, es recordar que, investigadores una categoría intelectualizada que les ayuda a con-
si no fuera por la gracia de Dios, así seríamos también nosotros. trolar sus reacciones ante la agresión del niño. Está claro que ellos
Debemos partir del supuesto de que es muy posible que, por obra no tienen conciencia de que así están exagerando los datos de la
de algún azar desgraciado, nosotros hubiéramos podido actuar observación.
como ellos. »Todo esto no se debe sólo a la impotencia y la angustia que
»SóIo empezamos a medir en profundidad lo que puede suce- sentimos todos en presencia de niños tan tremendamente perturba-
f der en la mente de un niño autista si intentamos, y en alguna me- dos, sino también a la total desesperación que captamos en el in-
1
dida lo conseguimos, establecer empatia con ellos, preguntándo- consciente de esos niños, y que percibimos como una tremenda po-
nos cómo nos sentiríamos y reaccionaríamos si nos encontrásemos tencialidad destructiva. En la mente de esos niños, su rechazo total
en su situación. Si mentalmente se proyectan ustedes en la situa- del mundo equivale a su destrucción, y la vivencia que tenemos no-
ción de investigación ante la cual reaccionó este niño autista, creo sotros de ese rechazo y de las fantasías destructivas que lo acom-
que también se sentirían tremendamente confundidos y manipu- pañan es la de una destrucción real. Pero eso no tiene nada que ver
lados.
con la realidad, o tiene que ver muy poco; y sí tiene todo que
»Y en relación con esto valdría la pena recordar cómo llegó a ver con los procesos inconscientes que sentimos que están produ- '
existir el psicoanálisis. Antes de inventar el método psicoanalítico ciéndose en el niño, y con la reacción inconsciente que esto gene- ¡
para tratarlas, Freud ya sabía bastante de neurosis y de histerias. ra en nosotros. Por muy convencidos que estemos de estar obser- í
Sin embargo, en lo tocante al tratamiento de tales pacientes, y a pe-
vando al niño sin ningún prejuicio, de hecho nuestras reacciones/
sar de su genio, no era mucho lo que podía ayudarles. Sólo después
íntimas deforman nuestras impresiones de lo que está sucediendo.?
de haberse sometido a su propio autoanálisis, sólo después de ha-
Este es, globalmente, el problema que me preocupa, y del cual qun
ber estado bastante tiempo analizando sus propios sueños, empezó
siera que tomaran conciencia.
a entender efectivamente las vivencias que podía tener un paciente
en el psicoanálisis. Sólo llegó a ser capaz de analizar a fondo los —Esto me recuerda lo que sucedió hace unos meses en uno de
h sueños de sus pacientes tras haber aprendido a analizar los suyos nuestros seminarios —intervine—. Nos dijeron que en una escuela
j¡ propios. Su experiencia personal con la resistencia y las defensas le se quejaban de que un niño de nueve años había tirado piedras so-
M\permitió tener empatia con las personas que posteriormente anali- bre el patio de recreo y había estado a punto de matar a otros ni-
J
zó, y sobre esto se basó el éxito del psicoanálisis. Sobre la base de ños. Su madre, que como es comprensible estaba muy inquieta con
su propia experiencia, Freud insistió en que, para llegar a ser psi- él y con su comportamiento, nos lo trajo a la consulta externa.
coanalista, uno tenía que empezar por someterse a un psicoanálisis »Parece que, antes de que estudiáramos el caso en el seminario,
personal. a nadie se le ocurrió pensar si las ansiedades del propio personal de
»Con frecuencia, me han oído decir que el final de un proceso la escuela no les habrían llevado a exagerar desmesuradamente el
terapéutico suele estar determinado por lo que sucede en nuestra comportamiento real del niño, de una manera similar a la que pro-
primera interacción con los pacientes. Por eso se me quedó tan bablemente indujo a Dan a decir que este niño estaba «destruyen-
grabado lo primero que nos ha dicho el doctor Berenson sobre este do el medio». Sólo cuando preguntamos qué hacían unas piedras
niño, o sea, que «destruye el medio». Esta exageración de lo que grandes y pesadas en el patio de una escuela y nos asombramos de
hizo en realidad el chiquillo, que fue arrancar una cortina, sólo que un niño tan pequeño pudiera levantarlas, por no hablar de arro-
136 El arte de lo obvio La pereza del corazón 137

jarlas a distancia, llegó a saberse que lo que había tirado no eran psicoanalista. Pero insistía sobre una gran ventaja que tiene el mé-
piedras, sino un poco de grava. dico: a pesar de todo lo que sabe y todo lo que hace, pese a todo
»Claro que arrojando grava se puede hacer muchísimo daño, in- su duro trabajo y a sus más sinceras esperanzas, el médico tiene la
cluso dejar ciego a alguien, pero eso es raro. Sin embargo, lo más repetida experiencia de que, finalmente, algunos pacientes se le
interesante en este caso fue que una vez que nos despreocupamos mueren. Es decir, que los médicos tienen que aprender que ni si-
de la supuesta «violencia extrema» del niño, pudimos valemos con quiera sus mejores esfuerzos terminan siempre con éxito. Y debido
más libertad de nuestra empatia, y aquello cambió radicalmente la a esa experiencia, los médicos aprenden a mantener su eficacia sin
imagen que teníamos de él y de lo que en realidad había hecho. En- dejarse abrumar por el autocuestionamiento y las dudas.
tonces dejamos de imaginarnos un monstruo capaz de asesinar a »Nuestra irritación espontánea, y a veces inconsciente, ante el
inocentes compañeros. hecho de que los niños autistas puedan derrotarnos como terapeu-
»A partir de lo que aprendimos de ese niño, sospecho que qui- tas es difícil de superar. Por eso, requiere un esfuerzo no ver a esos
zá tuviera intenciones asesinas cuando arrojó la grava, que noso- niños como peor de lo que están, para así justificar a nuestros pro-
tros reaccionamos inconscientemente a sus fantasías y, en nuestra pios ojos lo desvalidos que nos sentimos al tratar con ellos.
imaginación, las transformamos en realidad. Al hacerlo, habíamos »Pero permítanme repetir los hechos para que podamos tener
descuidado investigar qué era lo que en realidad había sucedido en presente qué fue lo que llevó al doctor Berenson a decir que el niño
el patio de la escuela y había desencadenado la rabia del niño. estaba «tratando de destruir el medio»: lo que realmente hizo el
¡Creo que la «rabia» es uno de los principales problemas de los pa- niño fue pellizcar a una persona cuya falta de reacción había perci-
I cientes que entran en psicoterapia. Lo que deforma nuestra visión bido probablemente como indiferencia ante su sufrimiento, o qui-
\ de estas situaciones no es solamente nuestra ansiedad. Lo que nos zás incluso como antagonismo u hostilidad. Después, arrancó una
> despista son otros procesos inconscientes, mucho más sutiles. Y cortina e intentó salir corriendo de la habitación.
creo que éstos enlazan con nuestro compromiso con la psicotera- »No podemos suponer que un niño autista evalúe correcta y
pia. Ya sea que nos dediquemos a la investigación o a la psicote- racionalmente lo que está sucediendo. Debemos suponer que
rapia, nuestra profesión nos exige que ayudemos a personas pro- reacciona principal o completamente ante lo que sucede en su
fundamente perturbadas. En la investigación, nuestro esfuerzo se inconsciente, y que en este nivel tiene una fuerte respuesta a los
encamina a ayudar a pacientes futuros. En la terapia, intentamos mensajes inconscientes provenientes de otros. Por eso insisto en
ayudar al individuo que ha venido a tratarse o que nos han traído que nosotros, como terapeutas, debemos controlar cuidadosamen-
para que se trate. Tenemos un profundo compromiso con nuestro te nuestras reacciones y nuestro comportamiento con esos niños.
trabajo, y generalmente es eso lo que nos ha acercado a este cam- Dan y el grupo reaccionaron ante estas observaciones con lo
po. Cuando nos sentimos incapaces de ayudar a personas tan tre- que parecía una concentración silenciosa. Finalmente, Gina rompió
mendamente perturbadas como los niños autistas, eso pone en tela el silencio:
de juicio nuestra capacidad profesional y nuestras limitaciones al —Parece que usted estuviera pidiendo algo casi imposible...
enfrentarnos con la enfermedad mental grave. Nuestra frustración que cada uno sea tan consciente de sus propias actitudes que ni si-
puede movilizar nuestro antagonismo y, si esto sucede, podemos quiera roce a un niño autista de manera inadecuada.
reaccionar contra el paciente que nos ha puesto en esta incómoda —No necesariamente —respondió el doctor Bettelheim—, y
situación, juzgándolo peor de lo que realmente es.
no espero ciertamente de todos semejante sensibilidad, doctora
Bettelheim retomó la conversación:
Andretti. Pero sí creo que es necesario que quienes deciden traba-
—Por encima de todo, Freud tenía dudas sobre si la formación jar con esos niños tengan conciencia de sus propias reacciones.
que se exige para ser médico es un factor positivo para llegar a ser Después de todo, esta es la razón de que Freud insistiera en que
¡38 El arle de lo obvio La pereza del corazón 139

quien quiera llegar a ser psicoanalista debe empezar por someterse nos convencen de que, para empezar, nuestra ansiedad era justifi-
a un análisis personal extensivo e intensivo. Es necesario que el cada, y seguimos sin tomar la mínima conciencia de que fue nues-
analista se familiarice con sus actitudes conscientes y con lo que tra no reconocida angustia lo que le dijo: «Creemos que eres un
sucede en su inconsciente. tipo de persona capaz de un comportamiento infame», una actitud
—Pido disculpas por ser reiterativo —intervine—, pero este que provocó su reacción, la cual evidentemente era una potencia-
punto es importantísimo, tanto si uno afirma que el autismo se debe lidad de él. De esto mismo estuvimos hablando la semana pasada,
a experiencias personales tempranas, como si se adhiere a un mo- con referencia a Bobby, el caso de Saúl.
delo puramente genético y bioquímico, o si tiene, como yo, la sen- »Si, por otra parte, establecemos empatia auténticamente con su
sación de que ambos modelos interactúan, pero que los factores situación y simpatizamos con aquello que lo motiva, nuestros ojos
biológicos son decisivos en cuanto son el terreno de donde brota el y nuestra expresión facial le revelarán una reacción y una actitud
autismo. Creo que en los años cincuenta, sesenta y setenta, muchos completamente diferentes. Pero esa simpatía puede ser difícil de
psiquiatras y psicoanalistas académicos subestimaron el papel que encontrar.
desempeñan los factores orgánicos en la enfermedad mental grave. —El niño autista está aterrorizado por la probabilidad del re-
Los enfoques biológicos fueron bien recibidos porque rectificaban chazo que él podría leer en nuestro rostro —señaló Beltelheim—.
el énfasis excesivo en los factores ambientales, sociales y viven- Por eso, no debemos frenar activamente nuestra reacción ante la
ciales. Y la psicofarmacología nos ofreció medios de intervención hostilidad, el rechazo e incluso el pellizco que puedan provenir de
nuevos y constructivos. Lamentablemente, me temo que ahora el él, como ha dicho el doctor Berenson que prescribían las instruc-
péndulo está yéndose demasiado hacia ese lado. Muchos destaca- ciones que recibió su asistente de investigación. El niño autista sólo
dos psiquiatras están encarando cualquier dolencia emocional puede interpretar esa total falta de reacción como un rechazo, o po-
como algo de raíz biológica o como un desequilibrio químico. Su- siblemente como una indicación de que la asistente lo ve como un
bestiman las contribuciones del medio, de los factores sociales y de ser monstruoso.
la experiencia personal en la psicopatología. —En realidad —intervino Dan—, he olvidado mencionar que,
»Pero sea cual fuere la enfermedad mental o emocional que su- en este caso particular, finalmente mi asistente reaccionó. Cuando
fre nuestro paciente, si nos dejamos invadir y abrumar por nuestra el niño volvió a pellizcarla, le dijo: «¡Basta, que me haces daño!»
propia ansiedad, eso influirá en todas nuestras reacciones. Enton- y lo apartó. Con eso terminó la interacción.
ces, lo que el paciente haga o deje de hacer estará en gran medida —No cuestiono que la reacción de su asistente fue de lo más
condicionado por su reacción ante nuestra ansiedad. Y lo lamenta- natural •—admitió Bettelheim—, pero ¿es apropiada para sus ob-
ble es que nuestra ansiedad hará aflorar, invariablemente, lo peor jetivos y para la situación en que se encuentran el niño y la asis-
que hay en tales pacientes. En casi todas las interacciones humanas, tente?
la ansiedad hace aflorar lo peor. —No, doctor Bettelheim. No lo es, ni es nuestra intención que
»Por ejemplo, pregúntense por qué un paciente se vuelve peli- lo sea. Le demuestra al niño, que después de todo, en este contex-
groso. La respuesta es, con frecuencia, que se vuelve peligroso si to, es el sujeto de la investigación, que uno tiene sentimientos tal
percibe que el personal le tiene miedo. La ansiedad inconsciente como puede tenerlos él. Es una reacción humana auténtica ante un
del personal transmite al paciente el mensaje de que lo considera- pellizco. Uno no dice que eso le gusta cuando no es así.
mos un monstruo. En consecuencia, como está resentido por nues- —Bien podría ser una reacción auténtica, doctor Berenson, pero
tra mala opinión de él, que siente como un insulto, reacciona de yo sigo cuestionando que podamos calificarla de apropiada. Des-
acuerdo con los indicios que recibe de nuestro inconsciente y ac- pués de todo, fueron ustedes quienes pusieron al niño en una situa-
túa de acuerdo con nuestras expectativas. Por eso, sus acciones ción que lo movió a pellizcar a la asistente de investigación. Ella le
140 El arle de lo obvio La pereza del corazón 141

dijo «¡Basta!», de acuerdo. Pero ¿qué habría hecho usted si el niño coherencia entre mi observación y mi actitud interior, que le de-
hubiera sido capaz de decirle que terminaran de una vez con todo mostró mi convicción de que su comportamiento apuntaba a una
el procedimiento porque a é! le molestaba? ¿Lo habría interrum- meta y, a pesar de las apariencias, tenía un significado. Mi comen-
pido? tario era un cumplido para él, por la rapidez con que entendió que
»E1 niño ¿no tenía por lo menos derecho a que se reconociera ex- la psicoterapia tiene que ver con descubrir cosas que están ocultas.
plícitamente que la provocación que lo llevó al intento de defender- »Si uno parte de la convicción de que el comportamiento de un
se era la serie de frustraciones a que lo sometieron? Usted dice que niño autista tiene propósitos, aunque nosotros no podamos ver en
aprueba que la asistente de investigación tenga sentimientos huma- qué consisten, no se limitará a decir: «¡Basta, que me haces daño!»
nos y los exprese. ¿Por qué no concede el mismo derecho al niño? y apartarlo de un empujón. Le indicará, en cambio, que usted está
¿No tiene él los sentimientos que expresó? seguro de que él tiene buenas razones para hacer lo que está ha-
Como ni Dan ni nadie más del grupo le respondía, el doctor B. ciendo. Realmente, ¿se necesita mucha imaginación para darse
continuó: cuenta de qué es lo que motivaría a un niño a pellizcar a alguien?
—Permítanme que les dé un ejemplo de mi propia experiencia. El doctor B. recorrió con la mirada a los participantes en el se-
En una ocasión, tan pronto como entró en mi despacho, un adoles- minario.
cente psicótico abrió la puerta de un armario y se metió en él. —¿Por qué podría cualquiera de ustedes actuar como lo hizo
Como yo no reaccioné, sino que acepté en silencio lo que él esta- ese niño? A mí me parece obvio. Pero usted, doctor Berenson, to-
ba haciendo, vino hacia mi escritorio y, sin decir palabra, abrió los davía sigue convencido de que los niños auristas actúan sin razones
cajones y miró dentro de cada uno de ellos. Si eso le sucediera a válidas, para así no tener que preguntarse qué es lo que pueden
usted, ¿qué diría o qué haría? estar haciéndole al sujeto de su estudio los exámenes a que lo so-
»La mayoría de los psiquiatras dirían: «Ven, siéntate y hable- meten.
mos» o algo parecido, que no serviría de mucho. Si por casualidad —¿Por qué cree que tengo esta dificultad, doctor Bettelheim?
usted supiera qué era lo que el muchacho estaba buscando, podría —preguntó Dan.
darle una interpretación que le demostrara que entendía sus moti- —Por la misma razón que la tiene la mayoría de la gente que
vos y los apreciaba, pero eso requiere más intuición de la que tie- conozco. Cuando nos enfrentamos con personas cuyo sufrimiento
nen la mayoría de los psiquiatras, y más de la que yo podría tener nos parece insoportable, nos angustiamos. Si se permitiera darse
en ese momento. cuenta de lo que les hacen esas sesiones despersonalizadas a per-
«Entonces, sin saber por qué el chico actuaba de esa manera, sonas como los niños autistas, cuyo sufrimiento ya es tan grave,
pero aun así convencido de que tenía buenas razones para hacerlo, precisamente por el solo hecho de que usted es una persona cáli-
quise establecer contacto con él de una manera que fuera útil para da y sensible, ya no podría seguir adelante con esa investigación.
mis propósitos. Quería demostrarle que yo tenía una visión positi- Para hacerlo, tiene que creer que no les afecta y por eso no res-
va de lo que él estaba haciendo, de modo que le dije: «Tienes toda ponden.
la razón. Este es un lugar para buscar cosas ocultas». Era muy fá- —Pero, doctor Bettelheim, algunos niños autistas reaccionan
cil para mí decirlo, porque creo que de eso se trata en psicoterapia, con una intensidad y una gravedad que creo que debe de haber
de encontrar las razones que se ocultan tras las acciones de alguien, otros factores en juego. ¿No piensa que haya causas biológicas que
que, por más extrañas que puedan parecer, generalmente cobran expliquen por qué estos niños tienen reacciones autistas?
sentido a la luz de esas razones. En todo caso, en respuesta a mi co- —Bueno, Sybil Escalona estudió niños y llegó a la conclusión
mentario, el muchacho se sentó y empezó a hablar. de que algunos de estos crios son mucho más sensibles de lo nor-
»¿Cuá1 fue la magia que obtuvo el resultado deseado? Fue la mal —respondió Bettelheim—. La mayoría de los niños son bas-
142 El arte de lo obvio La pereza del corazón 143

tanto plácidos y sólo empiezan a reaccionar ante el medio cuando lido para mí, ¿por qué habría uno de tratar a los niños autistas tal
ya han adquirido por lo menos algunas capacidades intelectuales como a uno mismo no le gustaría verse tratado? ¿Acaso el único
para entenderlo. Pero otros destacan si se los compara con el res- principio ético que es básico en la filosofía occidental no es «Tra-
to. Empiezan a responder ante el medio antes de haber adquirido la ta a los demás como quieras que ellos te traten a ti»?
capacidad intelectual para entenderlo, aunque sólo sea en medida Dan frunció el ceño, evidentemente irritado.
limitada. Aquí, si usted lo acepta, tiene una explicación genética o —Usted insiste en que lo que yo hago es éticamente censurable.
constitucional para el autismo. Pues no estoy de acuerdo. Lamentablemente, son pocas las cosas
—En mi investigación, encuentro en algunos niños lo que des- que pueden ayudar a estos niños. Una de las razones por las cuales
cribió Escalona —respondió Dan—, pero parece que en oíros la in- me parece válido tratar a los niños autistas en grupos es, especial-
capacidad para procesar los estímulos perceptivos tuviera una base mente con los retardados, que no es mucho lo que se puede hacer
orgánica mucho más fuerte. Parecería que hay dos tipos de niños por ayudarles.
muy diferentes, a quienes se describe como psicóticos o aulistas. —Los que han intentado trabajar con niños retardados saben
Un grupo es retardado; son niños que se retraen simplemente por- que es mucho lo que se puede hacer para mejorar su vida, incluso
que no pueden organizar los estímulos que perciben. Otro grupo es si los niños a quienes uno atiende padecen una incapacidad mental
hipersensible y quizás inteligente. grave.
—Creo que muchos niños autistas, por no decir la mayoría, son —Totalmente de acuerdo —asintió Dan—. Algunos niños re-
potencialmente muy inteligentes —expresó Bettelheim—. Lamen- tardados pueden incluso ser felices.
tablemente, usan su inteligencia para cosas insensatas. —Eso yo no lo he visto —el doctor B. miró alrededor de la
—Algunos de los niños que veo son muy sensibles a los meno- mesa—. El tonto feliz es una quimera. Un débil mental está conti-
res estímulos, pero quizá se inhiban porque les resultaría muy do- nuamente frustrado porque el mundo en que vivimos es muy com-
loroso organizar lo que sienten —respondió Dan—. Si estoy ju-
plicado, y para vivir bien en él se necesita más inteligencia que la
gando con ellos y dejo caer algo que hace un ruido un poco exce-
de un retardado. Los inteligentes nos creamos la imagen del tonto
sivo, su reacción es exagerada. Si en la habitación contigua se pone
feliz como mecanismo de defensa, para no tener que reconocer lo
en marcha un ventilador, se sobresaltan. Es un poco como si sus re-
ceptores sensoriales estuvieran graduados demasiado altos, y creo terriblemente difícil que es la vida para esas personas.
que no tienen cómo aislarse de las cosas ni cómo habituarse a ellas. »Esta reacción es la misma que ha generado la difundida creen-
—Mi dificultad en esto es que estoy tan acostumbrado a traba- cia en que los ciegos tienen una sensibilidad auditiva superior a la
jar con individuos que pensar en grupos no me sirve en mi trabajo habitual, aunque no es así. Como los ciegos dependen más del sen-
—dijo Bettelheim. tido del oído, lo cultivan y refinan. Nosotros preferimos creer que
—Yo tengo el problema opuesto —respondió Dan—. Estoy de tienen algo que los pone por delante de nosotros, los videntes, para
acuerdo con su posición sobre los individuos, pero en mi investi- que la triste situación del ciego no nos aflija todavía más. Es posi-
gación estoy tratando de descubrir cómo se puede llegar a principios ble entender uno de los aspectos de la universal admiración por He-
del comportamiento que sean válidos para más de un individuo. llen Keller sobre la base de que su disposición anímica y su valor
, —¿.Quién de los presentes prefiere que lo traten más bien como nos permitían creer que su minusvalía era mucho menos grave de
! miembro de un grupo que como a un individuo? —preguntó el doc- lo que era, y nos permitían restar importancia a lo terriblemente
j tor B. disminuida que era y a lo mucho que sufrió en consecuencia.
1 —Nadie —respondió inmediatamente Gina. —Los médicos tratan de ayudar a los retardados creándoles un
—Si es así—prosiguió Bettelheim—, y ciertamente eso es vá- medio donde los elementos generadores de estrés que los frustran
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se reduzcan al mínimo, para que se sientan más felices —explicó do uno fracasa en sus esfuerzos, lentamente irá mejorando. Pero en
Dan. este caso particular que presenta el doctor Berenson, aunque es un
—No. Menos infelices —puntualizó Bettelheim—. Hay una caso encuadrado en la investigación, ¿es realmente tan difícil en-
gran diferencia entre más feliz y menos desdichado. He conocido tender cómo debe de sentirse un niño cuando arranca una cortina y
personas que eran excelentes para trabajar con débiles mentales. Lo pellizca repetidas veces a una persona que lo observa en silencio?
único que pretendían era reducir en todo lo posible la frustración de ¿Qué tendría que hacer alguien para conseguir que usted arrancara
la persona retardada. La idea de que podemos hacer felices a per- una cortinado que por lo menos se sintiera con ganas de hacerlo?
sonas tan profundamente desdichadas es parte de nuestro deseo de Es lo único que tiene usted que decirme.
negar la profundidad de esa desdicha. Reconocerla sería demasia- Dan, que había escuchado atentamente, dijo algo que nos sor-
do doloroso para nosotros. prendió a todos:
—¿Qué diría usted a un terapeuta principiante sobre la forma de —Para empezar, las cortinas eran el único objeto «adulto» en la
enfrentarse con esa dinámica, con esa negación de la profunda in- habitación. El resto eran juguetes. Además, la cortina estaba casi
felicidad del otro y de nuestro propio miedo de vernos abrumados completamente cerrada, pero de hecho ocultaba un espejo, detrás
por ella? —preguntó Renee. del cual había personal que estaba observando al niño y sus inter-
—Para poder trabajar con éxito con esos niños tan perturbados acciones.
—respondió Bettelheim— tenemos que liberarnos de nuestras an- Durante un momento, todos nos quedamos en silencio. Algunos
siedades y de nuestro deseo de que esos niños no sufran tanto como participantes en el seminario parecían sorprendidos. Después, Bet-
sufren. Es decir, que tenemos que ocuparnos exclusivamente de sus telheim dijo:
problemas, sin dejar que nuestra necesidad de enfrentar al mismo —Yo sabía, o por lo menos intuía, que esa cortina tenía que ser
tiempo los problemas que ellos generan en nosotros nos lo impida. sumamente ofensiva para el niño. Lo que no sabía era el porqué.
Por supuesto, me doy perfecta cuenta de que es mucho más fácil No voy a suponer que el niño es tan inteligente y observador que
decirlo que hacerlo. adivinó que lo estaban observando a través de ese espejo, aunque
—Usted ha venido diciendo lo mismo durante todos los años en los medios clínicos es frecuente que los niños estén familiariza-
que yo he estado participando en estas reuniones —dijo Michael—. dos con esos detalles, porque se los han mostrado. Para eso tendría
«¿Qué opinión le merecen las experiencias ajenas?» A esto se llega que haber conocido el escenario de la investigación y haber sabido
una y otra vez en este seminario. algo más de los antecedentes del niño. Aunque ignoraba todo eso,
—He aquí una de las maneras más bondadosas de decirme que nada puede apartarme de mi convicción de que cuando un niño
me repito —reconoció Bettelheim—-, pero lo que ha dicho es abso- autista pellizca a la gente y arranca las cortinas, debemos de ha-
lutamente cierto. Hay también otra cosa sobre la que he insistido berle dado razones.
una y otra vez. Todos estamos tan centrados en nosotros mismos y —Hasta donde yo veo, hay por lo menos dos razones para que
en nuestro propio yo que, si queremos ser buenos terapeutas, tene- lo hiciera —terció Bill—. Uno podría arrancar la cortina porque
mos que esforzarnos por superar esas inclinaciones. está enojado, y al hacerlo provoca una reacción de los adultos pre-
—Lo difícil es aprender a ponerse en el lugar del otro, en su sentes, o puede hacerlo porque siente curiosidad por lo que hay en
mente y en su corazón —continuó Renee—. ¿Cómo lo consigue el otro lado.
usted? —Si sientes curiosidad por lo que hay en el otro lado —objetó
—Es una lucha larga y dura —reconoció Bettelheim—. Uno si- Bettelheim—, no arrancas la cortina; la apartas.
gue insistiendo a pesar de las dificultades. Si insiste lo suficiente en Dan estaba sacudiendo la cabeza.
el intento, y saca partido de lo que le muestran sus pacientes cuan- —No estoy tan seguro —objetó—. Qué sea exactamente lo que
1(1. — BETTKLHKIM
146 El arle de lo obvio IJI pereza del corazón 147

haga el niño depende en gran medida de lo que entienda de la gen- ner, que con frecuencia se combinaba con grandes déficits neuro-
te y de las relaciones espaciales. lógicos. Además, actualmente el término se aplica a todo un es-
El doctor B. permaneció un momento inmóvil, en silencio. Se pectro de trastornos y no a un estado específico. O sea, que en cier-
quitó las gafas y cerró los ojos. Después de un rato volvió a po- to sentido terminamos hablando de manzanas y naranjas, sin reco-
nerse las gafas y dijo: nocer jamás las diferencias.
—Por lo que usted dice, me parece que sigue viendo al niño »Por mi parte, yo veo la etiología del autismo más bien como la
como si perteneciera a una especie diferente. Aquí lo importante no ve Dan. Pero aun aceptando esa visión, lo que es mucho más im-
es la causa específica de su comportamiento, sino mi convicción de portante e inquietante en lo que estamos analizando aquí es la dis-
que el niño reaccionó ante algo que era muy ofensivo para él. ¿Por cusión sobre la actitud con que abordamos a otro ser humano. El
qué estaba yo tan convencido? Porque estoy convencido de que punto que señala el doctor B. es evidente y, sin embargo, tan con-
esos niños no son tan diferentes de nosotros. trario al enfoque que actualmente se está poniendo de moda. Él está
—La mayoría de los médicos piensan que la gente actúa de esa buscando el significado del comportamiento de ese niño, en tanto
manera porque la traducción de sus problemas biológicos está a que a muchos médicos de formación actual se les enseña un marco
cargo de un cerebro que tiene un sistema de cables aberrante —ob- referencial que les exige que observen y describan el comporta-
jetó Dan—. Por consiguiente, la persona reacciona de maneras que miento sin atribuirle significado alguno. Se supone que esta actitud
a ustedes y a mí nos son totalmente ajenas. La mayoría de los in- asegura un punto de vista más objetivo y científico, no contamina-
vestigadores y médicos de hoy estarían de acuerdo conmigo en lo do por la subjetividad que se pone enjuego cuando uno supone que
tocante al autismo. el comportamiento de un extraño tiene significado e intenta com-
—Es verdad —asintió Renee con aire preocupado—. Pero ten- prenderlo. En este punto de vista hay cierta verdad, pero también
go curiosidad por algo más. Usted se conoce bien a sí mismo, doc- grandes limitaciones.
tor Bettelheim. Si mis conocimientos de mí misma no son tan ex- »Muchos médicos de mi generación nos especializamos en psi-
haustivos como los suyos, mi visión de los niños autistas debe ser quiatría porque encontrábamos en ella un humanismo que parecía
diferente. el último vestigio de la medicina como ciencia y como arte. Los
—Eso no es necesariamente cierto —respondió Bettelheim—. psiquiatras siempre hemos tratado de excluir las causas orgánicas
Si usted se dice para sus adentros que jamás arrancaría una cortina, de los estados mentales. Pero lo que separaba a los psiquiatras con
que ni siquiera sentiría ganas de hacerlo, porque es demasiado bien quienes estudié en Harvard de la mayoría de mis profesores de la
educada para eso, entonces no podrá aprender de lo que hizo el facultad de medicina era que tenían la capacidad y el deseo de in-
niño. Aprender a entender a los otros comienza en uno mismo, teractuar con los pacientes en cuanto personas; conseguían buenos
cuando uno se pregunta: «¿Qué me llevaría a mí a sentir deseos de resultados gracias a que obtenían una cuidadosa comprensión en
arrancar la cortina?». Entonces la respuesta será obvia: «El hecho profundidad de sus pacientes, que no se basaba primordialmente en
de estar furiosa por algo que se relaciona en algún sentido con esa el empleo de una batería de procedimientos invasores y de mani-
cortina». pulaciones químicas.
—Esta conversación me molesta —intervine—. No estoy segu- »Es verdad que en aquellos años se daba demasiado poco cré-
ro de cuál es la causa del autismo, pero estoy convencido de que al dito a los factores biológicos y, en muchos centros, a la psicofar-
componente biológico le corresponde un papel muy grande. En macología. Pero creo que las leyes de la naturaleza que son válidas
todo el debate se está usando, además, una terminología radical- para la química sólo tienen una aplicación muy limitada a los pro-
mente aleatoria. Los niños que padecen lo que hoy llamamos blemas de la psiquiatría infantil. Es probable que, en el trastorno de
«autismo» tienen un trastorno muy diferente del que describió Kan- un niño autista entre diez mil niños, a la biología le quepa un gran
La pereza del corazón 149
148 El arte de lo obvio
sé si la psiquiatría ha mejorado y se ha modernizado, o si en mu-
papel en su dolencia. A veces me pregunto si no estaremos dedi- chos programas de formación hemos perdido el interés de enseñar
cando proporcionalmente tanto tiempo de investigación a estos ni-
cómo debe conversar un psiquiatra con un paciente o cómo se es-
ños no sólo porque el sufrimiento de ellos y de su familia es tan
tablece una relación terapéutica.
profundo, no sólo porque el paradigma biológico está de moda,
sino también porque si pudiéramos encontrar una causa simple, tal »De modo que pienso •—continué— que el dilema del que he-
como un gen defectuoso, no tendríamos que preocuparnos por las mos hablado hoy se infiltra en la mayoría de los métodos corrien-
causas más predominantes de la psicopatología, que son mucho tes y estandarizados que usamos con los pacientes mentalmente
más embarazosas y que nos exigirían cambios mucho más profun- perturbados. Lo mismo que ese proyecto de investigación con
dos en nuestra manera de abordar a los niños afectados y de com- Luke, esas entrevistas estandarizadas no hacen caso de la impor-
prometernos con ellos. No quiero negar el papel que desempeñan tante influencia que ejerce el entrevistado!" o entrevistadora como
las fantasías que se dan en este proceso. Pero realmente pienso que tal y la restringidísima espontaneidad que se le permite, sobre unas
para los niños más perturbados y más perturbadores (y hay varios observaciones supuestamente neutrales. En algunos sentidos, este\
centenares de ellos por cada niño autista en los Estados Unidos), el dilema traza una línea divisoria entre las diversas formas de abordar!
mayor papel lo desempeñan las experiencias vitales •—como el di- terapéuticamente a los pacientes. A la empatia que en este semina-1;
vorcio, la separación, el maltrato físico y sexual, el abandono y el rio nos parece necesaria como vínculo entre paciente y terapeuta, y
hecho de tener que pasar años en múltiples hogares de acogida sin que usamos como un importante instrumento de diagnóstico, no se ;
llegar en ninguna parte a un sentimiento de pertenencia— y el sig- le ha hecho prácticamente ningún caso en nuestro nuevo manual de .
nificado subjetivo que cada niño atribuye a la experiencia. Esos diagnóstico. Incluso se puede considerar que la empatia es un im-
problemas pueden parecer intratables y es mucho más difícil tra- pedimento para la objetividad. Hoy por hoy se estimula a los psi-
tados con eficiencia. Sin embargo, tal como dijimos la semana pa- quiatras a que observen a los pacientes desde lo alto, como si fue-
sada, cuando Saúl hablaba de Bobby, de hecho tenemos ideas de ran insectos ensartados con alfileres, y a organizar sus síntomas de
cómo ser eficaces, por ejemplo, con los niños maltratados. Pero es- manera que se puedan incluir en las categorías de diagnóstico apro- :
tos no son enfoques de precisión matemática; sólo nos ayudan has- piadas.
ta cierto punto y sólo en algunos casos, y exigen a los médicos una »Los investigadores bioquímicos irán en busca de trastornos con
gran dedicación personal y una disposición a vivir con niños muy base molecular que expliquen clases enteras de perturbaciones men-
perturbados y muy perturbadores. En la actualidad hay poco apoyo tales. Tengo fuertes sospechas de que alguno encontrarán, y de que
para ese estilo de activismo social, dedicación y autosacrificio. eso será constructivo. Pero al aplicar este enfoque a la práctica dia-
»Los tiempos han cambiado en psiquiatría, en la forma en que ria se está haciendo mucho daño. Como médicos, es necesario que
vemos a nuestros pacientes y a nuestra tarea. El campo en donde nos interesemos también en lo peculiar de cada paciente. El manual
entramos hacía de la experiencia de una persona el centro de nues- de diagnóstico pide al psiquiatra que se concentre únicamente en la
tro estudio. En gran parte, ese enfoque ha desaparecido, o ha sido verificación del grupo en el cual encaja cada paciente. En cierto
colonizado por una generación nueva y más distante de psiquiatras modo, estamos regresando a la idea que sostenía a mediados del si-
cuya manera de entender a la gente, y en particular los problemas glo xix un reconocido psiquiatra académico alemán, Griesinger,
con que tropiezan las personas perturbadas en su intento de vivir su cuyo lema era que «las enfermedades de la mente son enfermedades
vida con cierta dignidad y satisfacción emocional, parece menos del cerebro».
sofisticada. Sin embargo, esta nueva generación promete que, mer- —Quizá sea algo cíclico. También los médicos contemporáneos
ced a la corrección de supuestos desequilibrios químicos, tendre- a quienes ustedes se refieren están volviendo a actitudes profesadas
mos un futuro dorado: vivir mejor gracias a la bioquímica. Yo no incluso antes del siglo xix —señaló Bettelheim—. Antes de esa
150 El arle de lo obvio La pereza del corazón 151

época se pensaba que la genle enloquecía porque Dios quería, o de a apartarse de la idea de que «todossomos humanos»? —pre-
porque estaban poseídos por el diablo, y eso ios hacía diferentes de guntó Jason. ' " - -
los demás, extraños, ajenos ¡alien]. Por eso a los que se ocupaban —No lo sé —respondió Bettelheim—. Se necesita un gran es-
de ellos se los llamó «alienistas». Fue necesario que Philippe Pinel, fuerzo para reconocer qué es lo básico en la condición humana, lo
William Tuke y otros grandes precursores del tratamiento humani- que liga a cada uno de nosotros con el otro, sean cuales fueren
tario para los enfermos mentales decidieran que esas personas no nuestras diferencias. Quizá después de un tiempo la gente se canse
eran «aliens», sino personas como las demás. de un trabajo tan difícil. Una vez (hacia la década de 1830, si no
»A lo largo de la historia, a estos niños se los ha tratado como recuerdo mal) en las calles de una ciudad de Alemania encontraron
a una especie ajena, subhumana. En la bibliografía mundial se des- a un joven mudo, a quien dieron el nombre de Caspar Hauser. Se
cribe a algunos niños con fuertes síntomas de autismo como «ni- rumoreaba que era el heredero de un príncipe alemán a quien de
ños lobo». Esta designación pone en evidencia que los seres hu- niño habían encerrado en una mazmorra, privándolo de todo con-
manos tenemos una tendencia generalizada a creer que esos niños tacto humano, para que otra persona pudiera heredar el rango que
pertenecen a una especie subhumana. Por la descripción que hace legítimamente correspondía a Caspar Hauser. En el momento en
de él Jean-Marc Itard, estoy convencido de que el chiquillo a que Caspar Hauser estaba aprendiendo a hablar y a expresarse, lo
quien él llama el Niño Salvaje de Aveyron era autista. Quizás haya asesinaron. Se supuso que lo habían matado para que no pudiera re-
velar el crimen cometido contra él ni reclamar la condición princi-
sido el primer niño autista de quien tenemos una descripción deta-
pesca que por derecho le pertenecía.
llada. Lo que me convence de su autismo es que Itard describe
cómo disparó una pistola frente a sus oídos, sin que el niño mos- »Jacob Wasserman, un novelista alemán de fines del siglo pa-
trara reacción alguna, a pesar de que no era sordo. Una inhibición sado y comienzos de este, escribió una novela titulada Caspar
tan total de las respuestas automáticas es un signo claro de autis- Hauser o la pereza del corazón. Después de la segunda guerra
mo infantil. mundial se hizo en Alemania una película muy interesante sobre
Caspar Hauser. La segunda parte del título de Wasserman siempre
»En las últimas décadas, parece que, para distanciarnos de ellos, me ha fascinado. Por eso al libro donde describo el trabajo de la
hubiéramos retrocedido a aquellas viejas concepciones para las Escuela Criogénica le di el título de A home for the heart [Un ho-
cuales los enfermos mentales son básicamente diferentes del resto gar para el corazón]. ¿No es la «jpereza del corazón» la raz,ólL-por
de la raza humana. Sólo que ahora, en vez de atribuírselos a la po- la cual la mayoría de las personas tratan de protegerse c,orLtra,.eJ.im- ,
sesión demoníaca, hemos convertido los rasgos básicos de la dife- píLcT£qW'causan~estos"niñoS?""¿No es esa pereza lo que impide que /
rencia en una rareza conducta! o molecular. Son diferentes porque la gente trábe'empáfía con ei terrible sufrimiento de estas criaturas?/
algo en su sintomatología o en la bioquímica subyacente en su —Es más que eso —intervino Dan—. Quiero decir que todos
comportamiento los convierte en seres ajenos a los que llamamos tenemos que arreglárnoslas para encontrar el territorio intermedio
/ normales. Esto implica un rechazo de y un ataque al punto de vis- entre ver cuál es la verdadera situación en que se encuentran estos
ta freudiano de que todos los seres humanos se disponen en un con- niños y dejar que el terror y la ansiedad del paciente nos inmovili-
tinuo en el que no hay ninguna línea divisoria nítida. Sean cuales cen porque nos sobreidentificamos con ella.
fueren las diferencias que existen entre las personas, no son más —Ya sé que la sobreidentificación es un concepto teórico —res-
que diferencias de grado. pondió Bettelheim—. El problema es que cuando se trata de estos
—La actitud de hoy parece ser «moléculas retorcidas, mentes niños, he oído usar este concepto con mucha mayor frecuencia de
retorcidas», apunté yo. la que lo he visto en acción. Por el contrario, he visto que [como
—¿Por qué cree usted que a estas alturas de la historia se tien- actitud] la pereza del corazón es casi omnipresente. Al haber con-
152 El arte de lo obvio La pereza del corazón 153

vivido con niños autistas en mi propia casa y en la Escuela Orto- tomaría la molestia de tratar de descubrir procesos que son impor-
génica, sé lo fuerte que es nuestra, tendencia a defendernos de la an- tantes, no sólo en este caso particular o para este proyecto de in-
siedad ._y...la...repugnancia que nos producen estos' ninos.'"Xo" único vestigación en particular. Además, su honradez científica se pone
que estoy tratando de hacer es pedir a aquellos de ustedes que de- de manifiesto en su disposición a arriegarse a ser criticado desde
cidan trabajar con ellos que reconozcan sus propias (y comprensi- un punto de vista que él sabe que es enormemente diferente del
bles) reacciones defensivas y procuren reemplazarlas por el deseo contexto teorético de su investigación.
de hacer justicia a esos niños. »Doctor Berenson, sé que usted es una persona inteligente y
»Piensen en todo el tiempo que nos ha llevado, hoy, entender un sensible, motivada por las intenciones más constructivas. Pero en
solo detalle del comportamiento de este niño. Es difícil no caer en la esta circunstancia, en que usted está tratando de reunir una infor-
pereza cuando entender nos exige tanto esfuerzo. Ahora podemos mación científicamente válida, ha permitido que las exigencias de
comprender muy bien lo que el doctor Berenson ha descrito, al co- la ciencia sean un obstáculo para su sensibilidad —el doctor B.
mienzo, como «destruir el medio». Aunque gran parte de la investi- dejó que una pausa precediera a su última observación—: No pue-
gación y de las publicaciones de hoy ignoran o niegan el hecho, el do dejar de sentir que podría haber usos mejores para su conside-
niño autista, como el resto de nosotros, tiene una gran necesidad de rable talento.
que lo amen y lo acepten. —Gracias —respondió Dan—. Lo pensaré.
El doctor B. vio una mirada escéptica en el rostro de Bill.
—Es verdad. En realidad, esos niños tienen una necesidad de En el tiempo transcurrido desde este seminario, Dan ha conti-
amor y de aceptación mucho mayor que la nuestra y, sin embargo, nuado su investigación, y él y John Hammond han publicado ar-
el niño autista es notablemente ineficaz en lo que se refiere a lograr tículos sobre sus hallazgos. Dan dice que el doctor Bettelheim
este objetivo. A causa de nuestras necesidades defensivas no llega- cambió efectivamente su manera de trabajar con los niños autistas,
mos a ver esa ineficacia, ni a responder a la necesidad de amor, aunque no lo persuadió de que debía alterar el diseño de su inves-
aceptación y simpatía del niño autista. tigación. Y, a pesar de sus diferencias, Bettelheim y Dan mantu-
—Generalmente entendemos esa ineficacia en el sentido de te- vieron un sano y recíproco respeto y una cálida relación profe-
ner poco efecto. Y vaya si esos niños tienen efectos, doctor Bettel- sionales.
heim —objetó Dan. La búsqueda de un sustrato bioquímico del autismo infantil
—¡Pero el efecto se origina dentro de usted! Eso es lo que es- continúa, tal como debe ser. Como, de hecho, yo creo que en el
taba tratando de decirle, doctor Berenson. El efecto más importan- autismo subyacen, de alguna manera fundamental, procesos bioló-
te proviene de su propia angustia, no del niño. Convertimos a estos gicos anómalos, sospecho que algún día seremos testigos de un im-
niños en monstruos porque nos decimos que nada, a no ser un portantísimo avance en esta línea de la investigación. Pero, en la si-
monstruo, podría tener sobre nosotros un efecto tan fuerte. Y no es tuación actual, aparecen regularmente nuevos artículos que sugie-
verdad. No es verdad, en absoluto. Es usted quien decide qué es un ren que algún defecto bioquímico, tal como niveles anormales de
monstruo... a saber, quienquiera que tenga sobre usted un efecto serotonina, puede desempeñar un papel en el autismo, o que algún
monstruoso. fármaco, como la fenfluoramina, puede mitigar sus síntomas; y
El doctor Bettelheim se volvió hacia todos los que rodeábamos después otros estudios no llegan a verificar estos primeros hallaz-
la mesa: gos. En el momento de escribir este libro, las causas del autismo
—No es mi deseo poner en un aprieto al doctor Berenson ni siguen siendo un misterio. Los niños y las familias siguen sufrien-
amargarle su trabajo. Si yo no simpatizara con él ni tuviera tan do. E independientemente de lo que en última instancia descubra la
buena opinión de él por nuestras conversaciones anteriores, no me ciencia como causa real del autismo, sean cuales fueren los pape-
154 El arle de lo obvio

les que en él puedan desempeñar los factores bioquímicos y empí- 4


ricos, es probable que quede un problema sin resolver de forma
adecuada. La pereza del corazón humano —nuestra incapacidad
para entablar empatia con estos niños gravemente perturbados y
para sentirnos de la misma especie que ellos, que es, de hecho, la
Transferencia y contratransferencia
razón por la cual tendemos a convertirlos en demonios— ha esta-
do, sigue estando y, probablemente, seguirá estando mucho tiempo/
con nosotros, incluso una vez que se haya aclarado la causa de \
autismo.

S andy Salauri es una asistente social psiquiátrica de intelecto


agudo, sonrisa fácil y trato amistoso que inducen rápidamente,
incluso a los niños más tímidos, a jugar con ella. Siempre le ha
gustado trabajar con niños y antes de decidirse por la asistencia so-
cial fue maestra de jardines de infancia.
En su segundo año en la escuela para asistentes sociales le die-
ron una plaza en el Hospital de Niños de Stanford, donde se ganó
hasta tal punto el cariño y el respeto de todos que le pidieron que
se incorporase al personal de la clínica de pacientes externos de
Stanford. Con su carácter escrupuloso, Sandy quiso cultivar mejor
sus habilidades de psicoterapeuta y profundizar su comprensión de
los niños perturbados antes de dedicarse a la práctica privada, y con
ese propósito empezó a asistir a nuestro seminario.
Sandy había expuesto varios casos ante el seminario antes de
que nos hablara de Eduardo, un niño de nueve años a quien estaba
tratando. La sola idea de hablar de él la ponía muy nerviosa por-
que, tal como lo expresó en el grupo, en su última sesión y sin que
mediara razón alguna, Eduardo la había atacado.
—¿Qué fue exactamente lo que hizo? —le pregunté.
—De forma totalmente inesperada, me arrancó el collar del
cuello.
•—Supongo que eso la asustó.
—Sí, mucho —respondió Sandy.
—¿Por qué no nos cuenta algo de Eduardo y de cómo iba has-
ta ese momento su trabajo con él? —sugerí.
156 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 157

—De acuerdo —asintió Sandy—. La madre de Eduardo es nor- ñalé, y miré a los demás miembros del seminario—. Vamos a pensar
teamericana, nacida en Indiana, y el padre es de una familia costa- un poco. ¿Cuántas veces nos hemos inclinado a decir que un pacien-
rricense acomodada. Vivían en Boston y, después del tercer cum- te actuó sin razón alguna? ¿Pueden recordar aunque sea un solo in-
pleaños del niño, los padres se divorciaron. La madre se trasladó cidente en que realmente fuera así? Si decimos que la agresión de
aquí para estar cerca de su hermana y de algunos primos. El padre este niño no tenía sentido, tenemos que decir que es un animal ra-
también se mudó aquí, y hace un par de años los abuelos paternos bioso. Yo no estoy seguro de si su motivación era inconsciente o
de Eduardo se trasladaron a Portóla Valley, de modo que ahora el consciente, pero tengo la sospecha de que cuando se puso agresivo
niño tiene mucha familia en esta zona. tenía alguna razón.
»Aunque no era un niño feliz, es probable que a Eduardo no lo —Sí, pero los casos que yo recuerdo eran de adultos —dijo
hubieran traído nunca a la clínica psiquiátrica de pacientes externos Bill—. Y me resisto a creer que los niños son racionales de la mis-
de Stanford, y menos a los ocho años y medio, si en su escuela no ma manera. Algunos chiquillos que he conocido golpean simple-
hubieran insistido en que necesitaba tratamiento. A pesar de que mente porque les da la gana.
los tests mostraban que era sumamente inteligente, Eduardo no po- —¡Eso no es verdad! —objetó Bettelheim—. Si quiere hacerle
día aprender a leer. El especialista en lectura de su escuela no pudo justicia a un paciente, ya sea un adulto o un niño, tiene que enten-
ayudarle, y el equipo que lo evaluó en nuestra clínica le diagnosti- der cómo ve y cómo evalúa él la situación y sus propias acciones.
có una dislexia. Además, tenían la sensación de que el niño tenía Y eso es válido para todos, incluso para los criminales. Son pocos
problemas emocionales graves que contribuían a sus dificultades de los ladrones que se ven a sí mismos como tales. Lo único que ven
aprendizaje, de modo que le recomendaron que iniciara una psico- es que querían tan desesperadamente algo que apoderarse de ello
terapia. Hace aproximadamente seis meses me asignaron su caso. era la manera más razonable de satisfacer esa gran necesidad. Un
»En los primeros seis meses de tratamiento, él y yo entablamos niño no dirá jamás «Lo robé», sino más bien «Como lo quería, lo
lo que yo consideraba una buena relación. Desde nuestro primer cogí».
encuentro, me pareció que le gustaba venir a las sesiones. Aunque »Lo que refleja su comentario es la percepción errónea de que
durante un tiempo se mostró vacilante, sin animarse a hacer nada sólo los adultos, no los niños, tenemos verdaderas motivaciones
espontáneo. Parecía como si me estuviera evaluando. Pero cual- para hacer las cosas. Usted sabe por experiencia propia que es su-
quier persona inteligente evalúa una situación antes de confiarse mamente difícil salirse del propio marco de referencia y adoptar el
demasiado. Después de un mes o dos debió decidir que yo era de otra persona. Cuando nos hacemos adultos, nos cuesta muchísi-
aceptable, porque empezó a jugar libremente. Durante los últimos mo intentar captar el punto de vista del niño y sus posibles moti-
meses me sonreía francamente tan pronto como me veía entrar en vos. Para la mayoría de las personas, parece que esto fuera un sal-
su busca en la sala de espera, y hasta nuestra última sesión siempre to cuántico.
se mostraba entusiasmado cuando íbamos por el corredor hasta la —La situación en que está Sandy es especialmente difícil —se-
sala de juegos. ñalé yo—. ¿Quién podría responder con calma a un niño que acaba
»Por eso, pensé que el tratamiento iba muy bien, hasta que de de atacarlo de pronto físicamente? Todos nos quedaríamos tan so-
repente, la semana pasada, sin provocación ninguna, Eduardo me bresaltados y sorprendidos que probablemente no percibiríamos más
arrancó el collar del cuello. Yo todavía no sé cómo debería haber que nuestros propios sentimientos. De ninguna manera querríamos
llevado la situación. Me quedé sorprendidísima y asustada. Si es creer que la causa de semejante agresión pudo haber sido algo que
tan agresivo, ¿qué más puede hacer ahora?
nosotros hicimos; de otra forma, tendríamos que aceptar alguna res-
—Sin llegar a entender por qué Eduardo se puso agresivo, no po- ponsabilidad parcial en lo sucedido. Quizá lo más típico cuando nos
drá organizar una estrategia eficaz, para controlar la situación -—se- atacan como a usted, Sandy, sea que inmediatamente nos sentimos
/5<S' El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 159

ansiosos por la posibilidad de que el alaque se repita y nos imagi- y la violencia ¿no serían hechos cotidianos en su casa? ¿O un
namos que la próxima vez será peor. Es natural que cuando estamos elemento en la subcultura de los padres? Eso sí que parecía un
tan preocupados por nuestro propio bienestar físico atendamos sola- factor. ¿Habría actuado Sandy de una manera que le recordara a
mente a lo que hay que hacer y no a cómo entenderlo. otra mujer que lo había hecho enfurecer? Sandy no recordaba
—Ya dije que el ataque de Eduardo me asustó —respondió que en la vida del niño hubiera una persona así.
Sandy—, ¡y más me preocupa el hecho de que, como estoy con La indagación en el pasado de Eduardo, en su historia familiar
miedo, me siento insegura de lo que pueda hacer en el futuro! Des- y sus antecedentes biológicos, fue infructuosa. Lo sorprendente fue
pués de todo, no es más que un niño, y desde el principio me ha que Sandy no pudiera responder a muchas de las preguntas que le
gustado mucho, pero no sé qué hacer. Si Eduardo siente que estoy hicieron sobre un niño a quien ella creía conocer bien. Al presen-
insegura y advierte que mi miedo y mi desconfianza se interfieren tar otros casos, Sandy había sido precisa al hablar del niño, sus an-
en la buena relación que hay entre nosotros, es probable que la re- tecedentes y lo que había aparecido en la terapia. Sin embargo, ese
lación terapéutica que hemos tardado seis meses en establecer se día tuvo que disculparse muchas veces por haber olvidado uno u
destruya, o por lo menos que se resienta. Pero estoy alterada. No otro detalle de Eduardo y de su historia familiar. Habló un poco de
quiero que me hagan daño. la familia del padre, oriundo de Costa Rica, de la estricta educación
—Si la agresión de Eduardo no se ajustó a reglas comprensibles del Medio Oeste estadounidense que había recibido la madre, y
de causa y efecto, usted tendría razón para suponer que en vez de mencionó, de pasada, que cuando él apenas si caminaba, en la fa-
ser un episodio aislado, pueda haber una «escalada» —señalé—. milia de Eduardo había habido algún incidente muy violento, del
Por eso tenemos que entender qué fue lo que la causó. cual, sin embargo, ella sabía muy poco. Parecía como si Sandy es-
—Lo inquietante fue la forma en que Eduardo se precipitó sú- tuviera tan alterada por el ataque que ahora, cuando pensaba en
bitamente sobre mí —explicó Sandy al grupo—, me cogió el collar Eduardo, no pudiera concentrarse más que en su agresión.
y lo rompió. No era más que una hilera de cuentas de plástico ba- El grupo estaba en un callejón sin salida. Entonces, buscando
ratas, y tampoco tenía ningún valor sentimental, pero no creo haber todavía lo que pudiera haber desencadenado la agresión, el doctor
hecho nada que pudiera haberlo afectado de esa manera. B. pidió a Sandy que nos dijera exactamente lo que había pasado
Todos estábamos de acuerdo en que el comportamiento agre- durante su última sesión con el niño, la semana anterior a que él la
sivo tenía que tener alguna causa subyacente, de modo que nos atacara.
detuvimos bastante tiempo y con bastante profundidad en las ra- —¿Es que no lo dije? —respondió presurosamente Sandy—.
zones simples y esotéricas, personales, familiares, sociológicas, No hubo sesión. Tuve que cancelar las dos sesiones anteriores a la
étnicas, epilépticas, electroencefalográficas y, en general, biológi- última semana porque salí de vacaciones con mi familia.
cas que pudieran explicar la agresividad de Eduardo. ¿Acaso su Inmediatamente se vio que habíamos encontrado una explica-
impulsividad reflejaba algún defecto biológico no especificado ción razonable para la cólera de Eduardo, pero a Sandy le costó
en su «regulación» emocional? Sandy pensaba que no, aunque a aceptarlo.
Bill se le ocurrió que era por lo menos remotamente posible y se —¡La razón no puede ser esa! —objetó—. Yo lo preparé muy
sintió una vez más en la necesidad de señalar que los psicoana- cuidadosamente para mi ausencia. Él no expresó ninguna objeción
listas subestiman la probabilidad de que haya factores biológicos a que me fuera, porque sabía que sería solamente por dos semanas.
que desempeñan un papel importante en la enfermedad mental. Tampoco puso en duda mi promesa de volver. Para asegurarme de
¿No tendría Eduardo un síndrome de descontrol episódico vin- que estuviera tranquilo, y para que mis vacaciones no se le hicie-
culado con una epilepsia del lóbulo temporal? No parecía proba- ran tan largas, le envié por avión dos postales desde Francia, para
ble, puesto que el electroencefalograma era normal. La agresión que él supiera que no lo había olvidado. Después, cuando regresé
160 El arte de lo obvio Transferencia y conlratransferencia 161

y lo vi, fue exactamente el día de su sesión, como se lo había pro- me gusta nada. Por eso, me imagino que piensan que tuve que de-
metido. Incluso le traje un regalito. Entonces, ¿cómo pudo ser mi fenderme para no reconocer de dónde provenía el enfado de Eduar-
ausencia la razón de que me atacara? do, no simplemente porque me asustó, sino porque me mostraba su
—Mire —le dijo Bettelheim—, todo está allí ante sus ojos, pero intensa dependencia de mí. Su dependencia y la profundidad de sus
usted tiene que aprender cómo llegar a verlo. Para hacerlo, todos sentimientos me asustan, probablemente, más que su agresión.
nos basamos en nuestros talentos personales, en nuestra formación »Si Eduardo depende hasta tal punto de mí... y quizá les suce-
y en nuestra experiencia pasada. Yo estudié historia del arte y esté- da lo mismo a los otros niños a quienes trato, ¿cómo voy a poder
tica. Para hacer bien el trabajo psicoanalítico, usted tiene que ser tomarme vacaciones en el futuro? Si finalmente voy a trabajar en
capaz de usar constructivamente la imaginación, de visualizar lo psicoterapia con dedicación completa, los sentimientos de mis pa-
que sucede en la otra persona, particularmente en su inconsciente, cientes serán constantemente un impedimento grave para mi liber-
y de apreciar los sueños, que también son visuales. Y además, sus tad personal.
observaciones tienen que ser agudas. —Eso es un problema para todos nosotros —señalé—. Es un
»Muchas veces —continuó, dirigiéndose al grupo— les he pe- hecho que ser terapeuta limita nuestra libertad. No se puede, sin re-
dido que no me den opiniones, que me digan sólo lo que observa- mordimiento alguno, desaparecer durante seis meses y dejar a los
ron. Usted nos ha dicho que ha sido maestra de preescolar, y está pacientes en la estacada. Si te tomas vacaciones el tradicional mes
interesada en su propia vida privada. Entonces, ¿qué ha observado de agosto, algunos pacientes se resentirán, pero tampoco puedes sa-
respecto de usted y ese niño? crificar totalmente tu vida privada, aunque eso sea lo que quiere al-
Sandy se mostró dispuesta a investigar sinceramente su com- gún paciente muy necesitado. Sin embargo, podemos estar atentos
portamiento defensivo: a los sentimientos y a los deseos de los pacientes y permitirles que
—Admito que me siento un poco culpable por haberme ido de los expresen, y reconocer que al tomarnos vacaciones estamos hi-
vacaciones —dijo—. Sabía que mi ausencia afectaría en particular riéndoles. Aunque esa no sea tu intención, es el efecto secundario
a algunos de los más pequeños pero, después de todo, ¡yo también de lo que haces, y tú eres el único responsable de causar el dolor.
soy humana! Tengo obligaciones con mi familia. Me crié en el sur »En ocasiones, es posible que uno tenga que dedicar alguna
de San Francisco, y el viaje más bonito que podían permitirse mis hora durante las vacaciones a telefonear a un paciente que está de-
padres era alguna excepcional excursión de acampada en las Sie- sesperado, o cuya estabilidad depende de ese contacto. Mi propia
rras. Mi marido y yo hemos trabajado muchísimo durante largo experiencia es que, como mis pacientes saben que yo los llamaré
tiempo para llegar a una situación en la cual finalmente podemos desde cualquier parte donde esté si me dicen que es muy impor-
permitirnos unas buenas vacaciones. Y nuestros hijos tienen preci- tante, y sienten que no pueden hablar libremente con el psiquiatra
samente la edad suficiente para venir con nosotros y disfrutar de que me sustituye en mi ausencia, es raro que me interrumpan en
experiencias que nosotros jamás tuvimos de niños. vacaciones. Y se sienten seguros porque saben que estoy compro-
»Pero ya soy bastante mayor como para engañarme ni engañar metido con sus terapias.
al grupo. A mí tampoco me gusta nada cuando mi analista se va de Durante un rato, nadie habló. Finalmente, Bettelheim dijo:
vacaciones, de modo que en realidad no tendría que haberme cos- —No creo que hayamos terminado de investigar todo lo refe-
tado tanto aceptar el enfado de Eduardo •—Sandy hizo una pausa, rente a la agresión de Eduardo.
en actitud reflexiva—. De hecho, estuve tan enfadada con mi pro- —¿Qué? —se sorprendió Sandy—. ¡Yo lo veo tan claramente
pio analista por sus vacaciones, que tuve que reprimirme. No sólo ahora! Eduardo estaba reaccionando ante mi ausencia. ¿Qué otra
porque mi enojo fuera tan intenso, sino también porque el que así cosa hay que decir?
fuera muestra hasta qué punto dependo de él, que es algo que no El doctor B. la miró de reojo y continuó:
162 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 163

—Aunque la naturaleza de la reacción de Eduardo, es decir, del son los monstruos que nos imaginamos a veces. En muchos de es-
enfado con su terapeuta que lo ha abandonado durante un tiempo tos casos, aunque ciertamente no en todos, los padres no quieren
limitado, es algo tan frecuente que se lo podría considerar casi uni- causar sufrimiento, sino que sienten que hay circunstancias que es-
versal, la forma que asumió el enojo y su intensidad merecen que capan de su control y que los obligan a hacerlo. Y muchos se sien-
lo estudiemos más a fondo. Después de todo, a pesar de su enfado ten culpables por eso.
con su propio analista, me imagino que usted no lo atacó física- —Fíjese que a mí, en realidad, no me gustó el padre de Eduardo
mente cuando él volvió de sus vacaciones. Y ningún otro paciente la primera vez que la madre me contó lo cruel que podía ser —ex-
suyo la atacó tampoco de esa manera. Por más que la mayoría de plicó Sandy—. Me sentí furiosa cuando me dijo que un día, sin ad-
los pacientes alberguen sentimientos negativos contra su terapeuta vertencia previa, simplemente recogió sus cosas y abandonó a la
cuando éste los abandona, aunque sea temporalmente, es muy raro familia. Pero después vino el verdadero impacto. Cuando conocí al
que esto provoque algo más que una expresión verbal de su irrita- padre, en realidad me pareció un hombre bueno y profundamente
ción, a lo sumo. Entonces, ¿por qué fue tan violenta la reacción de interesado por su hijo.
Eduardo? —¿No es posible —sugirió Bettelheim— que así como usted
»Tal vez su hostilidad tenga raíces más profundas. ¿Podría ser estaba convencida de que no podía privar de vacaciones a su fami-
que la intensidad de su reacción ante su ausencia reflejara un trau- lia, el padre de Eduardo se sintiera compelido a abandonar a la
ma anterior? ¿No hubo otras deserciones previas, que sus vacacio- suya? Es probable que para autoprotegerse se hubiera sentido inca-
nes puedan haber evocado, consciente o inconscientemente, en la paz, o simplemente no dispuesto a reconocer emocionalmente que
mente de Eduardo? al mismo tiempo estaba infligiendo a su hijo un trauma grave. Pero
—¡Claro que sí! —al decirlo, Sandy parecía complacida y en- incluso si reconocemos esto, no podemos permitirnos caer en la
tusiasmada-^—. La reacción de Eduardo ante mi ausencia debe de tentación de defender o justificar las acciones del padre.
haber reactivado la angustia que le causó el abandono de] padre »Y esto puede ser tentador para todos nosotros. Fíjese en la fa-
cuando sus padres se divorciaron. cilidad con que usted se dejó impresionar por un padre que le pa-
Finalmente, Sandy había reconocido en el comportamiento de recía agradable y preocupado por su hijo. En otras situaciones clí-
Eduardo un ejemplo clásico del fenómeno conocido como transfe- nicas, puede ser que la difícil situación real de un padre o de una
rencia, en virtud del cual el paciente re-crea en las sesiones de te- madre nos tiente a simpatizar con él en contra del niño. Y tanto si,
rapia sentimientos que se remontan al pasado y que él (o ella) trae en un sentido más profundo, el padre ha causado las dificultades
a la sesión con toda su fuerza, tal como si se dieran en el presente. del hijo como si no, hay hijos que pueden hacer desdichada la vida
Estos episodios exhiben ante el terapeuta los subproductos emocio- de sus padres.
nales de traumas cuyos efectos, aunque quizás el episodio original »Pero tenemos que tornar partido por nuestro paciente, el niño,
haya ocurrido años o décadas antes, permanecen en el inconscien- que esencialmente está indefenso frente al mundo de los adultos.
te del paciente de forma casi inalterada. Está claro que, lo mismo que quien defiende a una persona en un
—En nuestra condición de terapeutas, se nos hace doloroso he- proceso a veces tiene que indicar a su defendido (cuando hacerlo
rir a los niños —tercié yo—. Es exactamente lo opuesto de lo que así va en beneficio del propio cliente) que está deformando ciertos \
nos hemos comprometido a hacer, y nos hace sentir culpables. Pero hechos de la realidad, también un terapeuta puede verse en la ne- í
si nos damos cuenta de que a veces tenemos que actuar en nuestro cesidad de llamar la atención a su paciente sobre ciertas deforma-
propio interés, y de que incidentalmente quizás eso haga sufrir a ciones en su manera de ver las cosas, pero sólo cuando esto bene-
nuestros pacientes, podemos establecer empatia con padres que ficia indudablemente al paciente y al curso de la terapia.
pueden hacer mucho daño a sus hijos, pero que generalmente no »Y para volver a su caso, por más agradable que pueda ser
164 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 165

ahora el padre de Eduardo, el hecho es que abandonó a su hijo. Di- la ansiedad que tenía usted por su comportamiento agresivo —aña-
gamos (y me estoy aventurando en conjeturas con el solo fin de dí yo—. Es algo que he visto en muchos otros casos: el mismo psi-
señalar un punto que me interesa) que, a los ojos del padre, la con- coterapeuta que puede entender y aceptar el comportamiento des-
vivencia con la madre de Eduardo fuera algo tan aborrecible que tructivo, siempre y cuando se oriente en otra dirección, se vuelve
divorciarse de ella le pareciera la única salida. Esta circunstancia incapaz de afrontar ese comportamiento cuando parece dirigido
no mitigaría en modo alguno el daño que sufrió Eduardo. Si el contra él o ella. Entonces su propia ansiedad le supera, y un com-
punto de vista del padre fuera acertado, incluso podría agravar el portamiento así se le hace emocionalmente inaceptable. Si bien una
trauma, porque dejaba a Eduardo solo, sin la presencia de un pa- reacción autodefensiva es normal y comprensible, esta reacción
dre que pudiera defenderlo de una mujer muy difícil. personal desvía la energía del terapeuta y lo induce a pensar cómo
»En la actualidad, los divorcios son tan frecuentes que la socie- protegerse contra la repetición de tales incidentes. La intromisión
dad los acepta sin dificultad. Conozco algunos terapeutas de niños de tales reacciones personales incapacita al terapeuta para aplicar
que a su vez están divorciados y viven separados de sus hijos. Por una lección fundamental de la psicoterapia, a saber, que nadie ac-
razones obvias, a estos terapeutas les puede resultar difícil afrontar túa sin tener lo que él o ella considera buenas razones.
el hecho de que ese abandono causa a los niños profundo dolor y El doctor B. volvió al problema del abandono del padre de
muchas dificultades, incluyendo a sus propios hijos. Entonces pue- Eduardo:
de suceder que por razones personales defiendan las acciones de —Su necesidad de defenderse del reconocimiento del daño que
otro padre divorciado. Reconozco que algunos matrimonios son un sus vacaciones habían hecho a Eduardo se basaba en sus necesida-
infierno tal que, de hecho, es posible que vivir en tales condiciones des emocionales, no en las de él. Por eso era una contratransferen-
sea más dañino para el niño que un divorcio. Sin embargo, la ma- cia. Eso le impidió comprender que la intensidad de los sentimien-
yoría de los más pequeños no pueden entender que realmente su tos del niño reflejaba el hecho de que, por más nimio y benigno que
vida podría haber sido mucho peor si los padres no se hubieran se- fuera en realidad un abandono, en su inconsciente era un reflejo del
parado. Además, a la mayor parte de los pequeños les importa muy abandono originario, el del padre.
poco quién es la parte culpable en un divorcio. Lo único que saben Bettelheim recorrió con la mirada a los participantes en el se-
es cuánto les hace sufrir a ellos la deserción. minario.
•J »La terapia es una relación, un experimento, una prueba. Y en —Ahora bien, un aspecto perjudicial de los fenómenos de con-
,esa mezcla, una terapeuta hábil debe evitar la proyección de sus tratransferencia es que fácilmente pueden ocultar al terapeuta los
propios sentimientos en la relación terapéutica. Esto incluye tam- fenómenos de transferencia, que son etapas sumamente importan-
bién los sentimientos que en ella sean muy fuertes, como el de que tes en el avance del paciente hacia la salud mental. Y ya que esta-
los abandonos debidos al divorcio, e incluso a las vacaciones, son mos hablando de transferencia y contratransferencia, no olvidemos
inevitables, de modo que un niño tiene simplemente que aceptarlos. que un paciente también puede suscitar el insight en el terapeuta.
Cuando sentimientos tan comprensibles aparecen en una relación Bettelheim se volvió hacia Sandy:
terapéutica, se convierten en lo que técnicamente llamamos fenó- —Usted veía que causar dolor a Eduardo era malo para la te-
menos de contratransferencia. Si bien en sí mismos los sentimien- rapia. Sin embargo, lo que lo hizo doloroso fue algo intrínseco al
tos y las actitudes del terapeuta son de lo más común, son procesos proceso terapéutico: el hecho de que la psicoterapia promueve la
psicológicos que interfieren en su capacidad de actuar terapéutica-
transferencia. Ese dolor también es una oportunidad terapéutica
mente, y deben ser erradicados de la relación terapéutica, porque
que demuestra que su terapia está progresando bien. ¿Por qué?
van en detrimento de ella.
Porque.-sólo_es_posible elaborar los viejos traumasenJasituación
—Otro ejemplo de contratransferencia en el caso de Eduardo es terapéutica cuando"l¡F1os~'ll'eV'á"3"'e']Tar'Dé'"'fríbdo que, al permitir"
166 El arte de lo obvio Transfe rencia y coníratransferencia 167

una fiel reproducción del traumático abandono original, la transfe- puesta, el niño debe recurrir a otros más fuertes. Todo comporta- i
rencia ha inducido a Eduardo a conectarlo con el presente, con el miento apunta a un objetivo, y nuestra tarea como psicoterapeutas /
mínimo abandono de sus vacaciones. Y todo eso es bueno para el no es tolerar, sino entender cuál es el objetivo del niño y respon- I
proceso psicoterapéutico. derle en la forma apropiada.
—A ver si lo he entendido bien —dijo Sandy—. ¿Está usted Durante un rato, todos estuvimos en silencio. Finalmente, pro-
diciéndome que si no se hubieran interpuesto mis propios senti- seguí:
mientos quizá yo no habría visto esto como un obstáculo para la —Para el correcto desarrollo de una psicoterapia, enja transfe-
terapia, que, en vez de asustarme, la agresión de Eduardo podría rencia se debe recuperar, revivir y elaborar el...enojo.y1 a. IIQStü|dad._..,
haberme complacido porque nos ofrecía una probabilidad de ela- Lo mismo__gue_ otros as.pectos_de.ÍJ,ncpnsciente, nuestra rabia con-
borar las secuelas del abandono originario? lieneTüna enorme dosis de energía que se puede ponei al servició
Bettelheim asintió con la cabeza. dé nuestros intereses, si no la reprimimos y amordazamos por ei te-
—Aun así, no creo que jamás me sienta encantada de que al- morqüe"rrós"iñspii:á"."Cómo dominar esta energía colérica, ésta tor-
guien me ataque —murmuró Sandy. meñtá~cuysri'üFfza nos asusta, será un aspecto de la futura labor
—Lo cierto es que él no la atacó —intervine—. La sobresaltó y psicoterapéutica de ustedes y de Sandy, no solamente con Eduardo,
la asustó. Hirió sus sentimientos, pero no la hirió físicamente. Y la sino con muchos pacientes, y quizás incluso con ustedes mismos.
verdad es que sospecho que tuvo buen cuidado de no hacerlo. Es El miedo que les inspira esta rabia hace que muchos pacientes se
difícil arrancarle a alguien un collar del cuello sin hacerle daño. inhiban y se constriñan. Sj?gJ¿[LPasai1 ' o s años, se vuelven cada vez
Claro que usted se alarmó. ¿Quién no se alarmaría, al principio? más_rígi,dos_,procurando continuamente ocultar a loJTdemasTy con"
Pero cuando usted se dejó abrumar y empezó a ver la agresión de frecuencia a sí mismos, lo enojados y hostiles que se sienten. Ás,L,
Eduardo como un ataque físico grave, la convirtió en una amenaza van sacrificando partes de sí mismos cada vez mayores en una ma- .
para el progreso de la terapia. No la consideró un acto de comuni- "nióbra defensiva. No es posible manejar constructivamente esta fu-
cación que tenía que descodjficar. "~ ria cóii soló "decirle a una persona que debe ser sincera y estallar
~ »Ahora bien, usted no puede permitir que la ataquen físicamen- cuando y donde le apetezca. Tal actitud puede ser sumamente des-
te, pero tiene seis meses de experiencia con Eduardo, y sabe qué tructiva para las relaciones y la carrera de quien la adopte. Es pro-
clase de persona es él. De acuerdo con su naturaleza, Eduardo tuvo bable, entonces, que la terapia sea el único lugar donde la gente tie-
cuidado de herir sus sentimientos, y romper su collar, pero no agre- ne realmente oportunidad de decir y sentir lo que sea sin temor de
dir su cuerpo. El niño la quiere y parece saber que la violencia fí- venganzas u otras repercusiones graves.
sica es una frontera que no puede traspasar. Es decir, que es el mis- »Sólo después de haber trabajado adecuadamente Con estos sen-
mo niño que usted ha conocido, y que le ha gustado, desde hace timientos negativos en la relación entre terapeuta y paciente pueden
seis meses. llegar al primer plano los sentimientos positivos. Es decir, que sólo;
—¿Sandy tendría que tolerar simplemente su agresividad? —pre- después que se haya manifestado el enfado de Eduardo por el/
guntó Gina. abandono, y después de haber experimentado, explorado y puesto I
—No —respondí—. Tolerar esta agresión sería decir al niño: en un contexto y en una perspectiva terapéutica la hostilidad pro-
«Tú no puedes herirme, eres un incompetente». La tolerancia es no vocada por ese enfado, Eduardo podrá recuperar el amor que sien- \
tomar en serio a una persona. Los pacientes no quieren que los to- te por su padre, y que «pasó a la clandestinidad» porque el aban- j
leremos, sino que reaccionemos ante ellos. Y si el terapeuta no dono del padre lo decepcionó, lo desilusionó y lo enfureció. j
reacciona, al paciente no le queda otro recurso que la escalada. Si »No sé de qué manera ha de manifestarse esto en la transferen-
un comportamiento no tiene la fuerza suficiente para obtener res- cia. Es probable que el amor de Eduardo por el padre reaparezca
168 El arte de lo obvio Transferencia y conlratransferencia 169

primero como amor por su terapeuta... por usted, Sandy. La hosti- Cuando todos se quedaron en silencio, volví a intervenir:
lidad de Eduardo hacia usted se puede entender principalmente —Volviendo al comportamiento de Eduardo, para entenderlo y
como una transferencia del enojo originario dirigido contra el pa- para apreciar plenamente su significado debemos tener presente el
dre, que al parecer ha dado un paso en falso con el amor del niño, hecho de que en la mente de un niño, y particularmente en la de un
abandonándolo en un momento en que éste lo necesitaba tan de- niño emocionalmente perturbado, el pasado es presente y el pre-
sesperadamente. De la misma manera, usted tampoco puede tomar sente es pasado. Para un niño perturbado, lo mismo que para el
estos sentimientos positivos como algo que realmente se relacione niño normal muy pequeño, el futuro es, como mucho, esta tarde, y
con usted. Es menester considerarlos solamente como la transfe- él espera que las injusticias e indignidades que sucedieron en el pa-
rencia que hace Eduardo del amor que siente por su padre sobre us- sado no sólo se repitan en el presente, sino que lo dominen.
ted, su terapeuta. »Aunque usted ya lo sabe, Sandy, en esta situación no fue ca-
—-Todos ustedes saben que el inconsciente no tiene conciencia paz de aplicar este conocimiento. Es fácil que el conocimiento teó-
del tiempo —señaló Betteiheirn—. Y si el inconsciente es caótico, rico se vuelva inoperante cuando su aplicación amenaza con com-
es precisamente porque sus contenidos no se organizan" ni en fun- plicarnos la vida, en este caso haciendo que para usted se vuelva
ción del tienipó, ni del espacio-ni de la causalidad, y porque las más problemático salir de vacaciones.
contradicciones lógicas pueden persistir.fácilmente en él. Por cier- »Pero no estoy dispuesto a dejar de lado el collar —proseguí—.
to, que las «categorías a priori» que estableció Kan't como princi- ¿Puede decirnos por qué Eduardo se lo arrancó?
pios que rigen todo lo que sucede en nuestra mente sólo se refieren —Qué manera de acosarla —protestó Bill—. Nos hemos pasa-
a nuestra mente consciente o racional. Esta atemporalidad es lo que do toda la última hora analizando a fondo esta cuestión. Esto es ab-
posibilita el progreso y el éxito del psicoanálisis, ya que permite surdo. ¿Qué aspecto nos queda por ver?
que el paciente vuelva a vivir en la transferencia los eventos pasa- —Yo todavía no entiendo qué estaba tratando de decir Eduardo
dos como si fueran experiencias presentes, con la forma y con la cuando arrancó el collar de cuentas del cuello de Sandy —conti-
intensidad que poseían cuando eran heridas abiertas. Es lo que per- nué—. Cada una de las acciones de un niño es un mensaje que nos
mite que el paciente elabore en el presente aquellos eventos pasa- dirige. Hemos avanzado mucho en el intento de entender ésta. Ya
dos. Y en lo que se refiere al inconsciente, esta elaboración influ- no decimos que fue el comportamiento trastornado de un niño im-
ye en las consecuencias que ejercen los traumas del pasado sobre pulsivo que quizá sufra un síndrome de descontrol. Todos nos da-
los sentimientos y el.funcionamiento actuales, disminuyendo el po- mos cuenta de que Eduardo estaba diciendo a Sandy lo mal que se
der que ejercen.sobre el inconsciente.. Á veces, el trabajo psicote- sentía porque ella, desde su punto de vista, lo había abandonado.
rapéutico los modifica como si los eventos jamás hubieran tenido »Lo que a mí me sigue intrigando es por qué, de todas las posi-
lugar, o como si hubieran sucedido de una manera diferente. En al- bles formas que tenía Eduardo de mostrar que estaba profundamen-
gunos casos, el paciente puede reconstruir su pasado gracias a la te herido, eligió precisamente esa. Después de todo, podía haberle
psicoterapia, arrojando sobre él una nueva luz que disipa en gran rasgado la ropa, o haber roto algún objeto que Sandy tuviera sobre
parte su terco poder destructivo, por lo menos en lo que se refiere el escritorio y a él le pareciera importante para ella; son cosas que
a su influencia sobre el presente. he visto que hacen los niños cuando están lo bastante decepciona-
>>ALiranalizándose>lentarnente, el paciente consigue romper el dos, frustrados o indignados. Si realmente Eduardo hubiera querido
poder, inadvertido e inconsciente, del pasado para sofocar y estran- causarle un daño físico, podría haber golpeado a Sandy, haberle ti-
gular su presente. En la medida en que va-separando a ambos, el rado un juguete pesado, haberla mordido o tirado del pelo. Como no
pasado se convierte en eso, en pasado, se..vuelve inofensivo y deja lo hizo, sospecho que se proponía herir sus sentimientos.
de vivirse como si fuera el presente. »Por lo que se refiere a las palabras, los terapeutas tenemos bien
170 El arle de lo obvio Transferencia y coiitralransferencta 171

clara la necesidad de prestar mucha atención a las palabras, frases »Pero Freud se daba buena cuenta de que era muy fácil cerrar-
o groserías mediante las cuales un paciente decide transmitir sus se mentalmente a las alternativas una vez que hemos conseguido
pensamientos. Cuando el paciente expresa sus sentimientos me- explicar el comportamiento de un paciente de una manera que nos
diante acciones, suele ser más difícil descifrar el mensaje implícito satisface. Esa explicación bien podría pasar por alto un significado
en la acción. En nuestro estudio de la práctica de la psicoterapia simbólico más profundo, y quizá fuera por esa razón que Freud
con niños, aprendemos a comunicarnos en muchos «lenguajes» o aconsejaba que el psicoanalista escuchara a sus pacientes con lo
modos, porque los niños se expresan de diferentes maneras a dife- que él llamaba «atención general» y Theo.d.o.rJReik_,<<escuchar con
rentes edades. Por eso, un psicoterapeuta de niños debe ser hábil en ,elJexcecQÍdo». Ambas expresiones nos previenen de que no se ha
la comprensión de los desplazamientos, la forma en que un niño de escuchar con una atención concentrada, enfocada como un re-
expresa sus sentimientos y preocupaciones más profundas en el flector sobre las palabras del paciente, porque hacerlo así impide
juego, proyectándolos sobre las muñecas o los juegos. mantener la mente abierta a lo que está en la periferia de nuestra
»Así pues, debemos aprender el significado de los símbolos y atención y a los afloramientos tenuemente iluminados de nuestro
hablar el lenguaje de las muñecas, juguetes, deportes y juegos. Re- propio inconsciente. El_teíiapeuta..üe.ne..jq.ue.prestaf-ateneión-lantO'a
cuerdo un analista en formación que se basó en analogías con el sus reacciones conscientes ante lo que está diciendo el gacjejite
béisbol para llevar casi toda la terapia de un niño en edad escolar. como ajsLg^propias reacciones; inconscientes antedi mismajxiate-
Así como un terapeuta de adultos sigue el hilo de los pensamientos rial. Sólo entonces puede tener una razonable segundad de que está
del paciente y sabe que cuando un paciente adulto cambia brusca- respondiendo plenamente a todo lo que va pasando en la mente del
mente de tema es probable que sea porque está ansioso, cuando un paciente. Y ese todo incluye tanto lo que pasa en la mente cons-
niño cambia la dirección en el ritmo del juego —lo que técnica- ciente del paciente como en los diferentes niveles del inconsciente
mente llamamos una «interrupción del juego»— es probable que se de éste, que con frecuencia funcionan independientemente el uno
haya puesto ansioso por lo que él mismo estaba representando en del otro.
forma de desplazamiento. Además, el psicoterapeuta sabe que to- »Por lo tanto, si queremos entender mejor o más completamen-
das las acciones que tienen lugar en la terapia son mensajes que es_, te lo que forzó a Eduardo a expresar sus sentimientos arrancándo-
mejiester-descodjficar y entender independientemente del «lengua- le el collar a la doctora Salauri o, lo que probablemente sea más co-
je» que use el paciente—Esa es la esencia de una interpretación co- rrecto, qué pasó en su consciente y en su inconsciente, cuya com-
rrecta: devolver al paciente un mensaje que.exprese gue_oigo,y que binación motivó la acción agresiva del niño, tenemos que renunciar
entiendo Io''qüe"'ér"ésía"'t"fátaii3p^jdecdecirme. Pero en la terapia de a considerar solamente la descripción general de su comportamien-
niños, la interpretación debe, generalmente, mantenerse dentro del to como un acío colérico. Prestemos también cuidadosa atención a
desplazamiento, por ejemplo, hablando de lo que hizo la muñeca, la forma específica que adoptó la agresión. Como no parece que
y no de lo que la acción significa en la vida y en la familia del pro- describirla como «arrancarle el collar» ofrezca nuevos indicios, ¿de
pio pequeño paciente. Si hacemos una interpretación directa a un qué otra manera podemos conceptualizar y describir la acción?
niño, éste puede sentirla como una intromisión, que le provocará Varios miembros del seminario aportaron sugerencias.
ansiedad y lo llevará, por lo tanto, a cambiar de tema. —Podríamos decir que se lo arrebató —apuntó Jason.
—Hoy todos hemos gastado considerable energía y esfuerzo —Pero con eso no haríamos más que escoger un verbo más vio-
para entender la agresión de Eduardo —reflexionó el doctor B., y lento —señalé.
miró a Sandy—. Usted se ha mostrado abierta y se ha prestado a la —Quizás Eduardo quisiera castigar a Sandy privándola de sus
indagación. Es simplemente humano que nos aferremos a nuestras adornos —terció Gina.
ideas, ya que nos ha costado tanto llegar a ellas. —Mejor —aprobó Bettelheim—. Su comentario demuestra que
172 El arte de lo obvio Transferencia y contra transferencia 173

usted está preguntándose cuál podría haber sido el objetivo simbó- zación del entendimiento entre usted y Eduardo, habrá sido cons-
lico del acto. Está considerando la posibilidad de que el acto de tructiva.
Eduardo pueda haber tenido un objetivo, e interesándose más en el —Pues yo pienso que es más que eso —declaró Sandy—. El
resultado final de la acción que en la acción misma. Esto sugiere doctor B. está señalando algo. Yo estaba en la habitación con
que Eduardo podría haber escogido precisamente ese acto porque Eduardo, y creo que eso [a lo que él apunta] es lógicamente el sig-
se adecuaba especialmente a la transmisión de algún mensaje muy nificado simbólico de la acción del niño.
específico. —Entonces, úselo en su trabajo con él —la animé—. Después
Con un brillo especial en los ojos, el doctor B. sugirió: de todo, su objetivo es favorecer la conversación terapéutica que se
—Quizás el objetivo de Eduardo fuera solamente romper el co- está dando entre Eduardo.-y usted. En la terapia hay momentos en
llar. Pero para romperlo, a menos que tuviera habilidades mágicas, que es necesario que esa conversación- se dé de inconsciente a in-
tenía que arrancárselo del cuello a Sandy para lograr su objetivo, si consciente. En cada_.pareja, paciente-terapeuta...se,.ya ..creando un
es que era eso, y al hacerlo tenía que parecer agresivo. «lenguaje» propio, por.decirlo.así, y probablemente a eso se deba
—¿Qué? —exclamó Bill. que los pacientes..enanálisis freudiano..tienen sueños freudianos. y
Todos parecían perplejos. lo que están en.análisis..junguiano. tienen sueños junguianos. Am-
—Deje vagar un poco la mente, doctora Salauri —sugirió Bettel- bas son maneras de comunicar los contenidos inconscientes en un
heim—. Eduardo podría estar dándole algún mensaje muy específi- lenguaje previamente convenido.
co al romper ese círculo, esa sarta ininterrumpida de cuentas. »Pero en la agresión de Eduardo hay algo más que es impor-
Sandy permaneció un momento en silencio y después se le ilu- tante. En otro sentido, lo que él hizo en realidad fue dar muy posi-
minó la cara. tivamente un paso adelante. Hace un rato usted ha dicho que «de
—Sí. Sí, está claro. Pero usted me dio una buena pista. Lo que forma totalmente inesperada» Eduardo le arrancó el collar. Pero
intenta decirme es que Eduardo encontró una manera de protestar hoy también nos ha dicho que el padre lo había abandonado «sin
pagándome con la misma moneda: con una sarta de cuentas rota advertencia previa». Tal vez, lo mismo que el abandono del padre,
me retribuía una serie de sesiones rota. las vacaciones de usted lo convirtieron en una víctima pasiva. Al
El doctor B. asintió con la cabeza. romperle el collar de cuentas, el niño le infligió a usted activamen-
—A mí me parece bastante traído por los pelos —declaró Jason. te, de forma simbólica, lo que usted le hizo sufrir pasivamente.
—Por decir poco —lo apoyó Bill, pero Michael asintió con la Estas posibilidades e insights colocaron no sólo la situación,
cabeza. sino también el papel de Eduardo bajo una luz totalmente nueva.
—Me gusta la idea —expresó—. Para mí es coherente. Lo que antes había preocupado a Sandy, ahora la complacía. Una
—Admito que la idea es elegante, pero a mí también me pare- gran sonrisa le iluminó el rostro.
ce rebuscada •—dije—. Pero aquí lo decisivo no es si esa interpre- —¡Por algo me gustaba a mí ese niño! —expresó.
tación da en el blanco. Lo esencial es si aceptan ustedes que Eduar- —Ya tiene usted motivos para estar complacida —aprobó Bet-
do tenía alguna razón precisa y no impulsiva para escoger el collar telheim—. Su trabajo con Eduardo ha dado fruto. Cuando empe-
de cuentas entre todas las cosas que podría haber roto en su despa- zó la psicoterapia con usted, ese.niño sólo podía.enfrentar.los
cho, y reconocen que, fuera cual fuese el contenido de la comuni- traumas .que había .sufrido/mediante una resistencia pasiva, .como
cación, tuvo cuidado de no herirla a usted físicamente. Pensar so- una.víctima..impotent.e>..Se negaba a aprender en la escuela.para
bre lo que el niño se proponía, lo que estaba tratando de comunicar expresar su mala disposición a reconciliarse con el mundo._.por-
y de lograr, le ayudará a hacer avanzar el proceso terapéutico. Y si que, efl.su interior, el. mundo se negaba a reconciliarse con él.
la hipótesis del doctor B. contribuye a ese avance y a la profundi- Mediante su interacción en la terapia, se ha atrevido a tomar por
174 El arle de lo alivio Transferencia y coniralransfercncia 175

su cuenta una actitud activa, por lo menos en la situación tera- él le resulta cómodo, concediendo muy poca consideración al he-
péutica. Es decir, que usted ahora se da cuenta de que lo que cho de que antes persuadió al paciente de manejarlo lodo en un ni-
originariamente le pareció un callejón sin salida en la terapia, o vel simbólico, de pronto se vuelve al mundo práctico y dice ¡al
incluso una amenaza para la posibilidad de continuarla, es un cuerno con el simbolismo!
importante paso adelante. En algunos sentidos, esto es similar a »De hecho, si consideramos el mensaje simbólico implícito en
cuando un niño empieza a decirnos «no». Es muy importante esta acción, nos dice que lo que quiere realmente un terapeuta es
que, en cuanto padres y en cuanto terapeutas, aceptemos que el que sus pacientes se conviertan en neuróticos compulsivos, en gen-
niño nos rechace. La individuación y la.vivencia de la autode- te que debería ser absolutamente capaz de aislar las cosas unas de
t'erminació n. sexentrañ~éir"eí "«no»- del, niño. otras. Este es un problema con el que Freud, realmente, jamás se
»Como en el seminario de hoy todavía nos queda algo de tiem- enfrentó.
po —señaló Bellelheim—, creo que valdría la pena considerar en —Pero Jacques Lacan lo aborda extensivamente —señaló Mi-
términos algo más generales esta cuestión del contenido real de una chael.
comunicación en contraste con su contenido simbólico. En las si- —Es verdad —dijo Bettelheim—. Lacan, ei gran psicoanalista
tuaciones terapéuticas, es nuestro deber pensar con más frecuencia francés, escribió que en el inconsciente no hay tiempo, de modo
en ella. que la duración de una sesión de terapia no debería estar previa-
»Después de todo, la situación psicoterapéutica refleja la totali- mente determinada. Este punto tiene mucho de verdad, pero hay
dad de la vida del paciente y de la actitud del terapeuta hacia esa que pensar lo poco práctico que sería disponer un horario si no se
vida. En psicoterapia, no importa si el paciente es un niño o un le asignara a cada paciente un tiempo previamente establecido para
adulto, sabemos con certeza que no podemos resolver activamente su sesión. ¿Cómo podría uno manejarse de otra manera?
los problemas de la vida real del paciente. Sólo podemos tratarlos —En todo caso —señaló Gina—, para mí la dificultad está en
en un nivel simbólico, del cual decimos que es eficaz. Durante la terminar una hora a tiempo, no en querer terminarla antes.
última hora hemos estado hablando de Eduardo y preguntándonos —Bueno —evocó Bettelheim—, Freud usaba un recurso que
cuál sería el mensaje contenido en su acción. ¿Con qué frecuencia realmente funciona muy bien, pero que yo casi no veo que se prac-
reflexionamos sobre el simbolismo implícito en nuestras propias tique aquí. AI final de cada sesión, ofrecía al paciente un resumen
acciones en cuanto terapeutas? deJo que.-hajía.iuc^l^(^"y^e^írá~ñíríiiera clausuraba la sesión,
»En psicoterapia, al final de la sesión volvemos a la realidad co- coix.iina.lr4n.sj.cj,Qn_de|g..s|mbóJico a la vida real.
tidiana sin reflexionar sobre el significado simbólico del cambio —¿Él siempre tenía claro io'qíiF Había sucedido? —preguntó
súbito de un ámbito mental a otro. Después de cuarenta y cinco o Gina—. A mí me pasa con frecuencia que lo que ha sucedido real-
cincuenta minutos, decimos «¿Interrumpimos?» o «Ya es la hora», mente durante una sesión sólo se me aclara horas después de ha-
o cualquiera que sea la fórmula que usemos. Bruscamente, en un berla terminado.
momento definido por el reloj, nosotros, los que decimos que el in- —Efectivamente; al principio es difícil hacer estos resúmenes.
consciente no tiene sentido del tiempo, saltamos del nivel simbóli- Pero si uno los va haciendo sistemáticamente durante un par de
co al nivel de la realidad. años, aprende a hacerlos bien, como con cualquier cosa. Es verdad
«Tenemos que preguntarnos qué es lo que simboliza ese salto, que después de cualquier sesión es probable que uno no sea capaz
el hecho de que como psicoterapeuta uno no interrumpa las sesio- de resumir el significado profundo, pero se puede decir algo así
nes en un momento psicológicamente lógico, sino en uno estable- como «hoy hemos trabajado con mucho material» o «me pregunto
cido por el reloj. Durante cuarenta y cinco o cincuenta minutos, el por qué hoy ha sido tan lento el ritmo». Ciertamente es preferible,
terapeuta se ocupa puramente del simbolismo, y después, cuando a pero no siempre posible, decir cuál es el significado.
176 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 177

Gina se inclinó hacia adelante y dijo con entusiasmo: rente si el terapeuta se concentra en un conjunto diferente de pun-
—Sí, parece una parte natural e importante de cualquier terapia, tos específicos.
puesto que hay veces en que lo que está sucediendo no es inme- »Este puede ser un trabajo duro y que lleve mucho tiempo. Pero
diatamente comprensible para ninguno de los participantes. Hacer si escuchan ustedes con el «tercer oído» y se esfuerzan por desco-
un resumen al final de una hora así podría ser tranquilizador tanto dificar el mensaje del paciente, es mucho más probable que la te-
para el paciente como para el terapeuta, al reiterar que ocasiones rapia progrese constructivamente. Nos veremos todos la semana
así son parte de la terapia. próxima.
—Otra cosa que también era costumbre entre los psicoanalistas
vieneses era que el analista terminara la hora diciendo algo así Cuando Bettelheim y yo seguimos hablando más tarde de este
como «Luego continuaremos»—dijo el doctor B. caso, nos dimos cuenta de que esta situación también había pues-
—X-HreuA-veía-a-sus pacientes,seis días por semana —recordé. to de manifiesto el fenómeno del complejo edípico. El padre de
—Sí —prosiguió Bettelheim—. Entonces el analista ofrecía Eduardo lo había abandonado cuando el niño tenía aproximada-
tanto un resumen como una advertencia de que aún quedaban co- mente tres años, en lo más agudo del período edípico. Entonces,
sas por hacer. el vínculo primario con su madre y la hostilidad contra su padre
—Con frecuencia he pensado que a la salida tendría que haber (a quien el niño, en este período, vivencia y considera como el
una sala de recuperación, un lugar para hacer una pausa antes de que triunfa en la competencia por el amor de la madre) están en
volver a entrar en el mundo real —comentó Sandy. un áspero conflicto con el esfuerzo del niño por independizarse
de la madre. En esta pugna, su amor por el padre y su identifica-
—Si una sesión realmente fue buena y se trabajó con material
ción con él son, en última instancia, el medio para resolver el
profundo, la transición a la salida es muy difícil para el paciente
conflicto. Sin embargo, en el caso de Eduardo, este difícil proce-
—respondió Bettelheim—. Teóricamente, cada paciente debería
so, cuya resolución Sigmund Freud consideraba decisiva para una
concederse tiempo para readaptarse. Pero para la mayoría los ho-
evolución sana, se vio traumáticamente alterado por la desapari-
rarios son demasiado justos. Fíjense en los niños: hoy por hoy
ción del padre, que no estuvo junto a él cuando Eduardo más lo
están tan sujetos a horarios que después de la hora de análisis
necesitaba.
tienen que ir corriendo a su actividad siguiente. Pero esto es ca-
En la etapa edípica, los afectos del niño, en sus formas tanto de
racterístico de la forma en que se enfrenta nuestra sociedad con
hostilidad como de amor, no sólo son sumamente fuertes, sino tam-
el tiempo.
bién notablemente volubles, ya que cambian brusca y fácilmente de
»¿Alguna pregunta? —sugirió, y como el grupo permaneció en la madre al padre y viceversa. Si Sandy hubiera recordado lo que
silencio, continuó—: Espero que todos hayan entendido vivencial- sabía, y si nosotros hubiéramos pensado en orientar la discusión
mente lo importante que es que nos esforcemos por entender el por esa vía, ella podría haber reconocido el súbito arranque de
mensaje de un paciente. El conocimiento teórico es general, y es Eduardo con ella no sólo como parte de la transferencia, sino es-
muy útil, porque sin él es probable que el terapeuta jamás pudiera pecíficamente como una transferencia de las fijaciones y problemas
reconocer lo que hace sufrir a un paciente. Pero para cada pacien- edípicos a la terapia. Pero estas cuestiones no se plantearon. Un se-
te, como para Eduardo, el problema es específico y único. El gran minario puede discurrir por muchas vías fructíferas, y el análisis de
peligro es que el terapeuta, y con frecuencia el paciente, se dé por los problemas edípicos fue una de las vías que este seminario no
satisfecho cuando reconoce en términos generales lo que está en siguió.
juego, como el enfado de Eduardo con la doctora Salauri. Pero ge-
neralmente se obtiene una forma de información totalmente dife-
12. — HHTTKl-HHIiVI
178 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 179

mitiiio, y añadió que, al hacerse más madura, pensaba que los fan-
Sandy y la transferencia, tasmas eran simplemente la proyección de nuestros miedos.
segunda parte: un año después —Por cierto que lo son —respondió Bettelheim—, pero ¿qué
otra cosa son?
Aproximadamente quince meses después, Sandy presentó otro caso Después de un momento, Sandy le pidió que aclarase lo que es-
a nuestro grupo. Al comenzar el seminario, nos dijo: taba pensando.
—Quiero volver a hablar de Eduardo, aunque no estoy segura —Los fantasmas son muertos, ¿no? —replicó Bettelheim.
de que deba hacerlo. La verdad es que el niño me ha enseñado mu- —Eso no se me había ocurrido —admitió Sandy—. Estaba tan
chísimo... ¡pero ha sido un aprendizaje duro de pelar! Aunque para contenta de que Eduardo ya pudiera leer que pensé que al contár-
mí haya sido provechoso, eso apenas me compensa el dolor de ha- melo me estaba haciendo un regalo.
ber cometido tantos errores. Pero aun así quiero aprender más, y —Eso puede ser verdad —admitió el doctor Bettelheim—, pero
parece como si exponer aquí nuestros errores nos ayudara a casi to- si un paciente dice que se pasa su tiempo libre leyendo todos los li-
dos a aumentar nuestro insight, de modo que empiezo. bros que encuentra sobre fantasmas, eso tendría que hacernos pen-
sar por qué, de todas las posibilidades que hay en la biblioteca, al
»Eduardo ha hecho algunos progresos notables. Le habían diag-
niño le fascinan los fantasmas. Cuando un niño habla, por ejemplo,
nosticado una dislexia, pero en este último año no sólo ha aprendi- de que hay fantasmas en el armario o en el ático, es probable que
do a leer, sino que se ha convertido en un lector apasionado. Está se refiera a los espíritus de gentes muertas. Aunque todavía no sa-
entusiasmado y complacido consigo mismo. Solía considerarse es- bemos qué quiere decir Eduardo cuando habla de fantasmas, su-
túpido, pero eso era antes. Ahora está empezando a sentir que real- ponemos que un niño inteligente de diez años sabe, aunque sea va-
mente es muy listo, y en verdad lo es. gamente, que los fantasmas son muertos que vuelven para perse-
—¿Sacó a relucir sin más ni más el tema de la lectura? —quiso guirnos.
saber Renee. »Ya saben ustedes que los egipcios construían pirámides para
—No —respondió Sandy—. En realidad, durante mucho tiem- sus faraones muertos no solamente para conservar los cuerpos y
po no dijo nada de la lectura. Después, durante una sesión que ca- para honrar su memoria, sino también para inmovilizarlos con el
sualmente coincidió con una tormenta, el techo de mi consulta cru- peso de las piedras.
jió, y él levantó la cabeza para mirar con desconfianza el cielo raso Algunos miembros del grupo se rieron.
de mi despacho. Después me miró y me preguntó si era un fantas- —Es verdad. Si seguimos poniendo lápidas sobre las tumbas de
ma. Yo le pregunté si a él le había parecido un fantasma, me dijo los muertos es para que no puedan salir a perseguir a los vivos.
que sí, y se lanzó a contarme que estaba aprendiendo muchas co- —El único problema que hay con eso —respondió Sandy, con
sas sobre los fantasmas. Le pregunté cómo era que estaba apren- voz emocionada— es que igual salen.
diendo eso y me contó que en la escuela le daban permiso para ir —Sí, pero es un buen esfuerzo —señaló el doctor B.
a la biblioteca y sacar cualquier libro que quisiera leer. Estaba le- La intensidad del sentimiento que había teñido la respuesta de
yendo todo lo que encontraba sobre fantasmas. Así fue como me Sandy sugería que sus palabras apuntaban a algo personal. Yo pen-
enteré de que su incapacidad para la lectura había disminuido. sé que valdría la pena indagar algunas posibilidades.
—¿Qué son los fantasmas? —preguntó el doctor B. —No hay lápida que pueda obligar a nuestros fantasmas perso-
—Francamente, no estoy segura de lo que son ni sé qué pensar nales a que descáñséñ~—señalé—, y lo'que nos acosa es aquello
del interés de Eduardo por ellos —respondió Sandy—•. A veces que, en nuestro entender, los muertos que han sido parte de nuestra
creo que son reales —se rió como si se sintiera avergonzada de ad- vida habrían querido o esperado de nosotros; Tal"coir¡'o"me"9ijoirñ"
180 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 181

paciente, los fantasmas son peores que las personas reales, porque como si le estuvieran diciendo lo bueno que es, pero sutilmente es-
de ellos no puedes escaparte. Y como estos espíritus son tan ate- tán expresando su ambivalencia hacia el niño real, que no puede
rradores, de alguna manera tenemos que procurar que descansen. ser tan bueno o, por lo menos, no durante mucho tiempo. Los án-
¿Quiénes son estos fantasmas? Creo, que los que con más frecuen- geles viven en el cielo, no en la tierra. Para ser un ángel, un niño
cia nos persiguen son los de nuestros padres. muertosT--espeeial- tiene que empezar por morirse.
mente si no hemos llegado áTiácer las paces con ello.s_mie,ntras_tQ- —Oh, sí —coincidió Sandy, respirando profundamente—. La
dayía/vivían. Y me-pregunto cuántos somos los que hemos llegado madre enseña en la escuela dominical, y estoy segura de que eso
a estar completamente en paz con nuestros padres muertos. Si uno tiene su importancia. Pero quisiera volver sobre los poltergeists de
de los padres de Eduardo hubiera muerto, eso sería un punto de quienes se dice que rompen cosas y provocan pequeños desastres.
partida, pero por lo que sabemos, los dos están vivos. Eduardo estaba muy interesado en eso. Aunque la madre es muy
Sandy asintió, sin decir palabra. pulcra, a él le gusta romper cosas y hacer pequeños desastres. Ade-
•—Otros fantasmas que pueden perseguirnos son los otros más, los libros que le gusta leer... —en ese momento, Sandy se de-
muertos con quienes no hemos arreglado nuestras cuentas. Pueden tuvo como si lo que acababa de decir hubiera hecho, finalmente,
ser personas a quienes hemos amado u odiado, o ante quienes he- que se diera cuenta de algo—: Yo diría que si estaba leyendo esos
mos sido ambivalentes, o gente con quien tuvimos alguna obliga- libros no era solamente porque a los niños les gustan los cuentos de
ción que jamás cumplimos. Quizá son personas a quienes debía- fantasmas.
mos excusas que jamás les presentamos, o a quienes dejamos con Se quedó en silencio, y parecía que no pudiera o no quisiera se-
una impresión que no era la que deseábamos, o con quienes la- guir. Con frecuencia, Bettelheim y yo habíamos observado que los
mentamos no haber compartido nunca los profundos sentimientos miembros del seminario hacían observaciones que demostraban
que nos inspiraban. Pero sea quien fuere ese fantasma que hay en una buena comprensión del caso, pero ya fuera porque hablaban
el pasado de Eduardo, en cuanto terapeutas debemos pensar en este con rapidez o porque no escuchaban las palabras exactas que esta-
tipo de cuestiones. ¿Qué significa eso para Eduardo, personalmen- ban usando, no llegaban a reconocer conscientemente lo que, sin
te? Un estereotipo como sería decir que a todos los niños les gus- embargo, ya sabían. Por eso repetí la cadena de pensamientos que
tan las historias de fantasmas nos impide plantear preguntas fruc- Sandy acababa de verbalizar, procurando hacer que la repensara
tíferas. Cuando un niño como Eduardo dice que se lee todos los más lentamente y con más cuidado.
relatos de fantasmas que ca'en en sus manos, lo primero que tiene —Entonces, ¿qué son exactamente esos fantasmas y polter-
que preguntarse su terapeuta es qué significan en general los fan- geistsl —le pregunté.
tasmas, qué simbolizan y, además, qué significan para ese niño en —¿Las partes malas de sí mismo? —preguntó Sandy, dudosa,
particular, en ese preciso momento de su vida. sin confiar todavía del todo en su propio insight.
—Yo le pregunté a Eduardo qué fantasmas le interesaban —dijo —Su relato demuestra que, inconscientemente, usted ya sabía
Sandy—. Me contó que lo que le interesaba era la diferencia entre eso —dije—. Tal como acaba de decir, son proyecciones de partes
poltergeists y ángeles. Yo pensé que quizá de esa manera me esta- de sí mismo.
ba diciendo que le preocupaba saber si a los ojos de su madre él era Como Sandy, pensativa, se quedó en silencio, Jason intervino:
«un diablo» o «un ángel», porque así es como ella lo llama. En rea- —Cuando el doctor B. ha dicho que al querer «un ángel», los
lidad, en esa misma sesión también me había hablado de si él y sus padres ya están poniendo al niño en el cielo, me di cuenta de lo que
acciones son aceptables o inaceptables para la madre. implicaba algo que había dicho Sandy: hay partes de Eduardo
El doctor B. sacudió la cabeza. que son aceptables para la madre, pero otras que son inaceptables,
—Cuando los padres dicen a su hijo que es un ángel, suena quizás hasta el punto de que ella quiera que el niño las destruya
182 El arle de lo obvio Transferencia y contratransferencia /<S'.i

dentro de sí mismo. Es como si su madre le estuviera diciendo: —Bueno, yo me he tropezado con muy pocos fantasmas buenos
«Hay partes tuyas que están bien y que yo acepto como tuyas. Pero en mi vida —apuntó Bettelheim—. ¿Y usted?
otro lado de ti es diabólico, yo lo rechazo totalmente y tú debes li- —Una vez creí ver a mi abuela muerta, y tuve la esperanza de
brarte de él». La solución es que Eduardo niegue esas partes de sí, que fuera una bendición, no una maldición —respondió Sandy.
quelas..proyecte SQbre.el.mundóqüéló: rodea, y puede ser esa la ra- Con esa revelación totalmente inesperada, Sandy abría la posi-
zón deque esté conyiitiéndolas,en.fantasmas y poltergeisís. bilidad de que su experiencia personal fuera un obstáculo para re-
—Eso encaja —asintió Sandy—. Porque'Eduardo quiere eruc- conocer la conexión entre muertos y fantasmas, y por qué se con-
tar y tirarse pedos y le confunde que en su casa esté mal visto. No centraba, en cambio, en la cuestión de si eran buenos o malos. En
entiende por qué esas cosas no tienen importancia para mí, pero tal ese momento no habría sido apropiado profundizar en la vida de
como les pasa a muchos niños de su edad, cuando las hace en casa Sandy y en la relación que había tenido con su abuela. Para recor-
la madre se enfurece con él y le dice que lo hace a propósito. Y cui- darle la posible conexión entre fantasmas y muertos, Bettelheim le
dado, que si él pudiera hacerlo a propósito lo haría, pero Eduardo preguntó si no le parecía raro que los fantasmas fascinaran a un
dice que no se da cuenta. niño que en su propia vida no tenía muertos que le preocuparan.
»Eduardo se ha pasado mucho tiempo persuadiéndose de que es —Sí. Las dos parejas de abue... —empezó a decir Sandy, pero
un ser físico. Últimamente su juego ha cambiado. En vez de hacer se interrumpió, se llevó una mano a la cabeza y balbuceó—: ¡Oh!
fechorías, ahora juega a ser un cocinero que prepara buena comida No, no, no, no... es que... ¡Rábanos! En la vida de Eduardo hay un
y la comparte. muerto que tiene mucha importancia. Toda la familia quiere sacár-
Aunque Sandy parecía dispuesta a pasar a un problema impor- selo de la cabeza, y lo mismo hice yo. Pero hubo una muerte en cir-
tante (que, al parecer, Eduardo sentía que tenía comida buena para cunstancias misteriosas, de la cual los padres se niegan a hablar.
ofrecer a alguien que le importaba), el doctor Bettelheim y yo no Apenas lo mencioné la última vez, cuando presenté el caso de
estábamos dispuestos a abandonar el tema de los fantasmas. Eduardo, porque la familia se esfuerza tanto por mantener el asun-
—Puesto que no parece que en el pasado de Eduardo haya to en secreto que en esa época a mí no me habían dicho casi nada
muertos que le creen conflictos —empecé, y cuando Sandy asintió al respecto. Pero durante el último año me contaron algo más.
con la cabeza seguí hablando—, tal vez le interesen los fantasmas »No sé bien cómo, se relacionaba con una vieja y áspera dispu-
porque a ellos nadie puede impedirles que eructen y se tiren pedos ta de familia, que afectaba directamente o tocaba muy de cerca a
y hagan otras cosas que a él le gustaría poder hacer. varios de los familiares más próximos de Eduardo. Los hechos no
—Y además, ellos se burlan de la gente, y a él le gustaría bur- están claros, pero finalmente alguien me contó que un pariente de
larse, si supiera cómo —añadió Sandy. Eduardo es sospechoso de haber asesinado a otro. Pero ahora de
—Ciertamente, eso podría ser parte del asunto —coincidí—. nuevo todos se han vuelto misteriosos. Nadie quiere contarme nada
Pero parece que todavía no alcanza a explicar del todo el interés de más. Me imagino que la verdad es alguna historia tan terrible y de
Eduardo por los fantasmas. Tal vez todavía usted no lo tenga todo la que todos se avergüenzan tanto que, en su orgullo, la familia se
elaborado, Sandy. Pruebe a preguntarse qué la haría interesarse tan- niega a darme una imagen clara de qué es lo que sucedió en reali-
to por los fantasmas. Quizá si procura tener empatia con él de esta dad, aunque lo más probable parece que haya sido un asesinato.
manera, se aproxime más a la verdadera respuesta. Todos los adultos de la familia saben lo que pasó, pero a pesar de
—Hasta cierto punto ya lo hice —respondió Sandy—. Pero lo todos mis esfuerzos se niegan a darme más información sobre el
que me interesa no es que los fantasmas sean muertos, sino que secreto.
pueden ser tanto buenos como malos, y quisiera saber si el de El doctor B. asentía con la cabeza.
Eduardo es bueno o malo. —¿Acaso eso no aclara la importancia de los fantasmas en la
184 El arte de lo obvio Tmnsferenda y contratransferencia /&)

vida de Eduardo, y con ello la razón de que para él fuera tan im- ted, no le impidió descifrar el tipo de relación de Eduardo con los
portante aprender más sobre fantasmas? Y lo que también se acla- fantasmas. Si tal es el caso, este puede ser otro ejemplo de contra-
ra un poco es el probable origen de su «dislexia». transferencia, de que la experiencia personal de un terapeuta inter-
»Como en muchos casos en que la incapacidad de un niño para fiere con el manejo correcto del material que el paciente aporta a la
la lectura se atribuye a la dislexia, mucho me temo que en el de terapia.
Eduardo la causa de su incapacidad para aprender a leer fueran fac- —Es probable que tenga usted razón —respondió Sandy—,
tores emocionales —prosiguió Bettelheim—. ¿Cómo podría fun- pero mi experiencia personal con fantasmas no fue lo único que se
cionar esto? Es probable que en su casa estuviera captando el men- interpuso en mi camino. La gran reserva de la familia también me
saje de que él no era libre de preguntar por lo que le despertaba cu- impidió entender verdaderamente lo que en realidad había sucedi-
riosidad, ni de llegar a saber algo del asunto. De ahí su miedo de do, y la forma en que aquello podía haber afectado a Eduardo. En
que si aprendía a leer descubriría cosas de las cuales se esperaba realidad, es probable que hayan sido mis sentimientos hacia Eduar-
que él no supiera nada. Él sabía que en su familia había un secreto do y la transferencia, y no únicamente la contratransferencia, la ra-
importante que no debía conocer. Y, lo más importante en su caso, zón por la cual a veces me costó tanto pensar con claridad en los
era una muerte misteriosa acaecida en el seno de la familia. Parte detalles de su vida. A él no le permiten saber algunos hechos muy
de su miedo puede fundarse en la idea de que, puesto que ya había claros relacionados con su familia, de modo que yo, por empatia
ocurrido una muerte así en su familia, tal vez si él descubría, con- con él, también me olvido de cosas y puedo parecer tonta en rela-
tra todo pronóstico, lo que había sucedido, también él podría morir ción con él.
de alguna manera misteriosa. Por eso, para autoprotegerse, lo me- Sandy se quedó un momento pensando.
jor era no saber leer, porque leyendo uno descubre cosas que antes —Qué interesante. Eso no se me había ocurrido antes. Yo les
no sabía. La dislexia de Eduardo, como la de tantos otros niños que parezco tonta a ustedes de la misma manera que él parecía tonto en
han recibido tratamiento psicoanalítico por ese motivo, resultó ser la escuela, al no ser capaz de leer. En los seminarios anteriores, us-
w\d.jieceji.idad~de.no-saber. tedes han dicho que la supervisión puede dar lugar a una recons-
El doctor B. recorrió con la mirada los rostros de quienes ro- trucción de la transferencia, que puede suceder que actuemos con
deaban la mesa y se detuvo en Sandy. un supervisor de la misma manera que un paciente actúa con noso-
—Lentamente, Eduardo descubrió que usted no sólo lo anima- tros. Y sospecho que aquí se ejemplifica esta situación. Y yo toda-
ba a descubrir cosas que eran importantes para él, sino que hacer- vía necesito entender mejor esa muerte. Durante los últimos ocho
lo no era un riesgo. Entonces empezó a leer. Como la causa del meses, Eduardo ha estado visitando regularmente a su padre, pero
«bloqueo de aprendizaje» era su propio miedo a las consecuencias cuando yo me entrevisto con el padre, él no quiere hablar de esa
(es decir, la historia del fantasma del familiar muerto), armado de muerte, aunque está clarísimo que sabe mucho sobre ella.
su nuevo coraje, Eduardo no sólo se lanzó a leer ávidamente rela- Sandy miró al doctor Bettelheim.
tos de fantasmas, sino que llevó a la sesión un libro de cuentos de —Me parece que ya estoy harta de fantasmas. Es un tema que
fantasmas, con la esperanza de que en la relación con usted tal vez tendré que hablar en su momento con mi analista. ¿Podría pasar a
podría descubrir más cosas sobre el «fantasma» cuya misteriosa otra cosa?
historia había estado persiguiéndolo. Bettelheim asintió, sin hablar.
»Disciílpeme que sea tan personal. Aunque el ávido interés de —Ya sé que usted me dirá que se me pasó igualmente por alto
Eduardo debería haberla puesto sobre la pista de la importancia que el significado de esto, pero Eduardo me trajo también otro libro,
tenían los fantasmas para él, estoy pensando si su propia experien- uno sobre una canalización de carbón que transportaba slurry [fan-
cia de ver el fantasma de su abuela, y lo que eso significó para us- go de carbón mezclado con agua] desde Montana a Texas. Ahora
186 El arle ele lo obvio Transferencia y contra transferencia 187

bien, yo no sabía nada sobre esos desechos ni me pareció que fue- có Sandy—. Sospecho que a eso se debe que le interese tanto lo
ran tan importantes para la vida emocional de. Eduardo. Son unas que sale de él.
cañerías largas que transportan slurry... —¿Por qué le ponía enemas la madre? —pregunté.
—Conozco perfectamente esa mezcla —declaró el doctor B. Sandy respondió muy rápidamente:
—Bueno, pues yo no la conocía —respondió Sandy. —Bueno, inmediatamente después del divorcio ella estuvo so-
—Creo que usted también la conoce. Yo me enteré de todo el rhetida a mucho estrés, porque trabajaba y cuidaba del niño. Yo
asunto mientras trabajaba en las minas de carbón —bromeó Beltel- creo que es necesario decirle que aunque hizo todo lo que pudo, las
heim. enemas fueron algo ingrato para Eduardo.
—Yo jamás he trabajado en las minas de carbón —se defendió —Muchas madres están divorciadas o separadas, sufren dificul-
Sandy. tades emocionales y financieras como resultado de ello, y lamenta-
—Oh, yo creo que sí lo hizo —insistió el doctor Bettelheim—. blemente tienen que desempeñar trabajos que las someten a un in-
Creo que todos hemos tenido nuestra fase de mineros de carbón. tenso estrés sin más compensación que un sueldo ridículo —seña-
Finalmente, Sandy se rió al darse cuenta de que él le había es- lé—, y sin embargo la mayoría de ellas no intentan resolver sus
tado tomando el pelo basándose en el simbolismo anal del libro. problemas poniendo enemas a sus hijos. Es decir, que si esta ma-
—Tendría que haberme dado cuenta antes de esa conexión —re- dre las usaba era por una razón psicológica.
conoció—. Eduardo me leyó un párrafo del libro y se equivocó en —Cuando la madre habla conmigo de las enemas, me da la im-
esa palabra. Lo volvió a leer, e incluso una tercera vez, hasta que fi- presión de que tienen una connotación erótica. En realidad, hace
nalmente yo reaccioné y le señalé el error. Dijo: «Sh... shurry sería unas pocas semanas, Eduardo comentó que su madre aún sigue
una palabra divertida, ¿no?». Cuando le pregunté por el significado comprando lavativas.
de la nueva palabra, su respuesta no fue nada sutil, ni tampoco difí- —Que la madre de Eduardo todavía hable de enemas con él, o
cil de descifrar. «Sí, shurry, como shit», me dijo [shit: mierda]. Des- por lo menos que él sepa que ella sigue comprando lavativas para
pués comentó que la cañería tenía el mismo aspecto de una cloaca, su propio uso, hace pensar que la madre sigue teniendo un interés
y me preguntó si era una cloaca. Yo le expliqué que no era exacta- emocional en las enemas y en la evacuación —señalé—. Esas co-
mente una cloaca, porque su función era llevar el carbón hasta don- nexiones mantienen vivo cualquier sentimiento que el niño pueda
de era necesario. Era como los intestinos de la tierra, de la misma haber tenido cuando su madre le administraba enemas en el pasa-
manera que, en él, los intestinos transportaban los productos de de- do. Piensen en su interés por los pedos, y en el hecho de que haya
secho que su cuerpo ya no necesitaba. relacionado los desechos del carbón con mierda, como él mismo
—¿Por qué le interesan tanto a Eduardo los desechos del car- dijo.
bón? —preguntó Bettelheim. —Puesto que Eduardo decidió hablar con usted de las enemas,
—Porque quiere que sus propios productos de desecho también éstas siguen siendo la fuente de un complejo conflicto psicológico,
estén bien. o bien han llegado a simbolizarlo —señalé, mirando directamente
—No sólo que estén bien. Que tengan un valor auténtico. Aun- a Sandy.
que las cañerías de transporte de desechos puedan parecer cloacas, —¿No creen ustedes que, como a todos los niños, a él le inte-
los productos de desecho son muy valiosos. Este cuento es tan im- resa el sexo, y que si esa es la manera que tiene la madre de ser se-
portante para Eduardo porque lo que él anhela es que valoren posi- xual, él quiere enterarse del asunto? —terció Bill.
tivamente sus producciones anales, ya sean pedos o heces. —A los niños les interesa conocer todos los secretos de los
—La madre de Eduardo me dijo que cuando el niño era más pe- adultos, sean los que sean —respondió Bettelheim—. Es interesan-
queño, ella le ponía enemas para regular sus deposiciones —expli- te observar cuáles eran los secretos que no se compartían con los
188 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 189

niños en diferentes períodos históricos. Solía pasar que las finanzas no a su propio ritmo. Y puesto que, como dijo Freud, el primer yo %
fueran un libro abierto y la sexualidad un secreto. Ahora nuestras es el yo corporal, esta experiencia puede dañar la imagen que el ¡.
prioridades han cambiado. Pero aunque querernos hacer de la se- niño puede tener de sí mismo como individuo competente. '•{
xualidad un tema abierto, todavía seguimos dándoles lo que los ni- »Y en esta situación, la madre de Eduardo estaba preocupada,
ños, hablando entre ellos, llaman «información inútil». Porque sa- con prisas y abrumada. Entonces, es muy posible que las enemas
bemos lo difícil que es impartir correctamente la información se- fueran las ocasiones en que prestaba a su hijo la atención más ex-
xual, no hablamos de sentimientos sexuales, que es lo que el niño clusiva que él haya recibido jamás de ella. Si las cosas son así, las
puede entender. enemas habrán sido incluso muy importantes para Eduardo, porque
«Consideremos, pues, las actitudes relacionadas con las ene- era el momento en que estaba más próximo a su madre y contaba
mas. Superficialmente, es posible verlas como algo agresivo, ya con ella de forma más exclusiva. Y lo que estaba sucediendo le ex-
que violan el cuerpo del niño, introduciéndose en él sin su permi- citaba. Sabemos que en el período edípico el objetivo del niño va-
so y, generalmente, en contra de sus deseos. Las enemas obligan a rón es tener a la madre completamente para sí, sin que la atención
los intestinos a expulsar su contenido. En las mejores circunstan- al marido la distraiga. Y como la madre de Eduardo estaba pen-
cias, incluso el niño que recibe una enema por prescripción pe- diente del proceso de evacuación durante el período edípico de su
diátrica (y que por consiguiente los padres consideran como una hijo, y el padre se había ido, eso puede haber erotizado aún más el
experiencia fundamentalmente positiva) no sólo se siente inmo- proceso.
vilizado por el poder físico de la madre o el padre, y siente que —Yo estoy esforzándome mucho por ayudar a Eduardo con sus
fuerzan su cuerpo a expulsar sus contenidos, sino que también, su- sentimientos sobre la evacuación —expresó Sandy—. En todo
poniendo que haya estado estreñido, siente un alivio grande e in- caso, él me deja tan azorada que muchas veces tengo la sensación
mediato al expulsar ese contenido que probablemente le producía de estar apresurándolo demasiado. Confío en que él lo resolverá,
incomodidad. pero me descubro deseando haberlo logrado ya, conseguir que todo
«Entonces, como mínimo, durante la enema el niño tiene la vi- vaya más de prisa y que la mayor parte del mérito sea mía.
vencia de elementos agresivo-intrusivos mezclados inextricable- —¿Por qué desconfiar de que él pueda resolver solo el proble-
mente con un gran alivio: una combinación de sentimientos con- ma, tal como lo ha venido haciendo en la terapia con usted? —pre-
tradictorios que lo deja confundido y perplejo. Es muy frecuente gunté—. Si lo apremia, ¿no corre el peligro de repetir en la relación
que el niño se resista a la enema. Para administrársela, los padres transferencial la falta de confianza de la madre en que el cuerpo de
tienen que inmovilizarlo, y es probable que también intenten tran- Eduardo expulsara por sí solo las heces?
quilizarlo para que el procedimiento sea menos traumático. De —Si hoy he expuesto ese tema es porque ya me daba cuenta de
modo que también aquí el niño se encuentra con un tejido de sen- eso —dijo Sandy—. Durante nuestra sesión de hace dos semanas,
timientos agresivos y afectuosos. sentí que era el momento de hacer una interpretación, pero me con-
»Si además de todos los complejos sentimientos del niño, el pa- tuve porque de pronto pensé que hacer una interpretación en aquel
dre o la madre tiene sentimientos muy ambivalentes o eróticos res- momento habría sido una intromisión.
pecto de la evacuación (cosa en modo alguno rara, ya que muchos —Es como si usted misma estuviera diciéndose que abandone
padres no han conseguido resolver su propia ambivalencia respec- el intento de hacer demasiado —intervine—. Porque si lo empuja,
to del control de esfínteres), ello genera tal confusión que al niño Eduardo sentirá que usted, la terapeuta en quien él confía, real-
le resulta sumamente difícil de resolver. Pero incluso en las mejo- mente no tiene confianza en su capacidad para resolver por sí solo
res circunstancias, al niño le queda un recuerdo: el hecho de que el problema.
obligaron a su cuerpo a funcionar según el deseo de sus padres y Sandy sacudió la cabeza.
190 El arle de lo obvio Transfe renda y conlratransferencia 191

—Conscientemente, desconfiar de él es exactamente lo contra- to que tenga el paciente de ser él quien controla su propio trata-
rio de lo que he estado tratando de lograr. Eduardo es un chico es- miento.
tupendo, pero yo tengo que vencer continuamente la tentación de »Con frecuencia un paciente a quien se empuja a avanzar con
empujarlo. Ahora que hablamos de ello, me doy cuenta de que es más rapidez sentirá que su terapeuta quiere controlar lo que va su-
con eso con lo que he estado luchando. Es raro, porque yo diría que cediendo. El niño que ha padecido los efectos destructivos de la do-
este niño ha demostrado ser excelente para saber qué es lo que ne- minación de sus padres, como sucede con tantos niños que son pa-
cesita y cómo resolverlo. cientes psiquiátricos, no sanará cambiando una dominación por
—Por su descripción, no me cabe la menor duda de que Eduar- otra, aunque sea la dominación más benigna del terapeuta. Aunque
do está aprovechando muy bien la terapia —dijo Bettelheim—. el terapeuta sabe mucho más, el paciente sólo se curará si tiene la
Pero eso en sí mismo puede ser seductor y hacer que un terapeuta vivencia de que es él quien controla su propia terapia y su vida.
quiera hacer más y mejor. Quizá sea eso lo que está sucediendo con —Ese es el objetivo por el que pugna Eduardo —dijo Sandy—:
usted y Eduardo. hacer las cosas a su ritmo y tal como él las entiende, y no adaptar-
—Entonces, ¿yo tendría que limitarme a dejarlo ir a su propio se constantemente a la gente que lo cuida. Yo sé que tendría que
ritmo? quedarme con más frecuencia en silencio, en vez de tratar de apre-
—¿No es eso lo que le decía su intuición cuando se resistió a la miarlo. Pero entonces me siento culpable, como si no estuviera ha-
tentación de hacer una interpretación? —pregunté—. Sólo Eduardo ciendo mi trabajo.
sabe cuánto tiempo tiene que trabajar en un problema; usted no —Recostarse en su asiento y correr el riego de que las cosas
puede decidir por él. sigan su propio curso es una de las cosas más difíciles que hay en
—Hay otra cuestión importante —intervino Bettelheim—. La el trabajo de un terapeuta, y quizás incluso en su vida —respon-
mejor experiencia que puede tener un paciente durante el trata- dió el doctor Bettelheim—. Pero ¿por qué se siente usted culpa-
miento es la de que él resuelve sus propios problemas, porque eso ble de permanecer en silencio y dejar que Eduardo resuelva las
le da la seguridad interior de que será capaz de hacerlo en el futu- cosas?
ro. Por eso, en psicoanálisis el paciente tiene que hacerse cargo de —Porque durante la mayor parte de mi vida, yo misma he es-
su propio tratamiento. Si el terapeuta le resuelve sus problemas y perado que las cosas siguieran su curso —dijo Sandy—. Y ahora
se le aparece como un mago, cuando el paciente deja la terapia lo estoy en un momento, y lo estoy examinando en mi propio análi-
hace sometido a su autoridad. Pero el objetivo del analista es des- sis, en que pienso que en mi propio pasado debería haberme esfor-
pedido convencido de su propia competencia. zado más y haber hecho que las cosas sucedieran. Y pienso que si
—Esto me recuerda que Freud usaba la imagen de que el ana- permanezco recostada en mi sillón, les hago el mismo flaco servi-
lista es como un guardagujas —dije—. Lo único que puede hacer cio a mis pacientes.
el analista es mover las palancas que puedan ayudar a cambiar la —Qué interesante —reflexionó Bettelheim—. Aquí no sólo está
dirección en que va el tren, pero no puede imprimirle potencia. enjuego la transferencia, que es esencial, sino que también su con-
El doctor B. asintió con la cabeza. tratransferencia está interfiriendo su capacidad de manejarse cómo-
—Y por eso, si un padre o una madre preguntan cuánto tiempo damente con el problema de Eduardo. Muchos terapeutas princi-
hará falta para que el niño termine la terapia, lo único que se les piantes, conscientes de que les falta pericia, se preguntan si están
puede responder es «el que el niño necesite para estar bien». Aun llevando la terapia tan bien como deberían, y como resultado de
cuando ocasionalmente la intención de la respuesta del terapeuta a esta ansiedad empujan al paciente a trabajar mejor o a progresar
lo que diga o haga el paciente esté pensada para hacer adelantar el con más rapidez, en su intento de convencerse de que están ha-
tratamiento, no debe ser de naturaleza tal que socave el sentimien- ciendo bien su trabajo.
192 El arte de lo obvio Transferencia y contratransferencia 193

»En su situación, doctora Salauri, el hecho de que esté pensan- limitáneamente los malos que le impuso su madre. Y tiene que
do que debería haber tratado de que las cosas transcurrieran con aprender a convivir con partes de sí mismo que son crueles y des-
más rapidez en su propia vida está agravando el fenómeno transfe- tructivas, a domesticarlas y a encauzar sus energías por canales
rencial. Su deseo de que Eduardo progrese está motivado a la vez constructivos. Sólo así podrá vencer y superar la influencia dañi-
por el deseo de enfrentarse con su propio miedo de no estar ha- na que puedan haber ejercido los aspectos negativos de su expe-
ciendo bien su trabajo y por la preocupación de que, en su propia riencia.
vida, usted ha dejado que las cosas se arrastren. La sinceridad con El doctor B. recorrió con la mirada a los participantes en el se-
que usted habla de lo que la motiva es un placer, porque nos per- minario.
mite abordar estos importantes problemas. Y su motivación es bue-
—¿No es eso, acaso, todo el núcleo del psicoanálisis? —conti-
na: usted no quiere que suceda lo mismo en la terapia de Eduardo.
nuó—. Un paciente tiene que analizar y distinguir los elementos de
Bettelheim retomó la expresión de Sandy de que temía perma- un fenómeno psicológico muy complicado, y por eso Freud lo
necer «recostada en su sillón», diciendo: llamó «psicoanálisis». El paciente sólo puede enfrentarse con los
—La forma en que usted expresó su preocupación implica pa- diversos elementos de las experiencias complejas y manejarlos si
sividad, pero la psicoterapia exige a la vez una atención activa y los aislamos artificialmente en la terapia. O sea que, de hecho, la
una atención general, a lo que mal se puede llamar una actitud pa- terapia es un proceso que consiste, primero, en separar y aislar los
siva. La actitud psicoterapéutica no es, en modo alguno, recostarse elementos que en la realidad forman un universo muy complejo, y
en el sillón. De hecho, la cuidadosa atención que usted presta a lo después ir tratándolos uno a uno, porque soló de esta manera es po-
que dice el paciente es, más que ninguna otra cosa que pueda ha-
sible llegar a dominarlos.
cer, lo que convence al paciente de que él (o ella) es importante
para usted, y de la seriedad con que lo toma. Cuando escuchamos »Después de todo, Freud podría haber dado a su creación el
y observamos cuidadosamente, convencemos al paciente de que su nombre de psicosíntesis, que habría sido un término mucho más
inconsciente es muy inteligente y revela muchas cosas. Y el silen- grato. Pero sólo el paciente, y sólo a su tiempo, puede alcanzar la
cio del terapeuta concede al paciente tiempo y espacio para hacer síntesis tras haber completado el análisis. El terapeuta tiene que
las cosas a su manera. O sea, que aunque con los niños trabajamos ayudarle a analizar y distinguir los elementos, con lo cual permite
de manera un poco diferente, con Eduardo probablemente lo mejor que el paciente los domine por separado y entonces, a partir de
sería confiar en que él se lo está elaborando a su modo, a su pro- ellos, pueda crear una síntesis nueva, mejor, diferente y más «vivi-
pio ritmo. ble». i
—Pero ¿cómo superará el daño que le hicieron esas enemas? »En este caso, la alianza de Eduardo con su terapeuta le permi-
—preguntó Sandy. tirá darse cuenta de que existen efectivamente personas que tienen
El doctor B. pensó un poco antes de responder: actitudes diferentes ante la vida, personas que lo aceptan no como
—Probablemente, la mejor manera de que lo supere sea que un ángel ni como un demonio, sino como otro ser humano. Enton-
pueda separar lo que había en ellas de positivo y lo que había de ces puede conseguir que ellas lo ayuden a construirse él mismo una
negativo. Entonces usted puede ayudarle a convencerse de que aho- vida nueva. Eduardo ya empezó a hacerlo cuando se valió de la
ra él controla su cuerpo y con él, consecuentemente, su vida pre- imagen de la cañería de slurry, que es una valiosa manera de llevar
sente y futura. el carbón a donde se necesita, y comunicó así que él ha llegado a
»Es el propio Eduardo quien tiene que separar lo bueno de lo ver su aparato digestivo como una parte valiosa de su cuerpo. A
malo en la relación con la madre, de modo que llegue a ver cómo medida que llegue a sentir que su cuerpo, su primer yo, es valioso,
puede tener buenos sentimientos en otras relaciones, sin aceptar si- recuperará su autoestima y se sentirá más seguro.
- BKTTHUIKÍM
194 El arte de lo obvio

Para volver a los eventos cotidianos de la terapia, Bettelheim


preguntó a Sandy qué había hecho Eduardo en la última sesión.
5
—Durante la última sesión jugó con el coche policial —fue la
respuesta—. Inventó un cuento en el que los coches iban hacia
atrás y hacia adelante. Casi siempre era yo la que aceleraba. Des- Los padres, los hijos y Freud
pués él se llevó mi coche a un taller de reparaciones y jugó a en-
señarme cómo se arregla un coche.
El tiempo asignado a la sesión casi había acabado; no podía-
mos haber esperado un final mejor. Eduardo, a través de su juego,
le había dado a entender a Sandy que ella estaba tratando de ir de-
masiado aprisa. En la terapia, lo esencial no es la rapidez con que
uno pueda alcanzar sus objetivos, sino lo bien que haya dedicado
el tiempo a arreglar su propia vida. Y una cuestión central en la te-
rapia es aceptar que el único que sabe cómo arreglar su propia
vida, y cuánto tiempo requiere la reparación, es el propio pacien-
E l doctor Michael Simpson había terminado su formación en
Stanford a fines de los años setenta, con el programa de psi-
quiatría infantil. Durante aquel período nos había impresionado a
te. Es el paciente quien toma conciencia de cuáles son sus proble- todos con su inteligencia, su capacidad y su entrega a los pacien-
mas, dónde se originaron, cómo se siente ante ellos y qué necesi- tes. Aunque ahora ya contaba con una excelente clientela en su
ta para afrontarlos y resolverlos. Si, movido por su propia ansie- práctica privada, Michael quería seguir teniendo supervisión y, ade-
dad, el terapeuta intenta acelerar las cosas, impide que el paciente más, un foro donde pudiera analizar sus casos con otros profesio-
explore sus problemas con el detalle y la profundidad suficientes. nales, de modo que siguió asistiendo ai seminario después de haber
Entonces, al terapeuta acelerado —o, en el lenguaje simbólico del terminado formalmente su formación profesional.
juego, a su coche— hay que detenerlo y hacer que vaya más len-
La mayoría de los psiquiatras de niños han trabajado también en
tamente.
psiquiatría de adultos y durante toda su carrera siguen viendo tan-
Mediante el juego y los juguetes, de esa manera simbólica que
to niños como pacientes adultos. En el seminario, Michael decidió
es como mejor se expresa el inconsciente, Eduardo demostró que en-
presentar el caso de un paciente mayor con quien estaba empezan-
tendía en qué consiste la psicoterapia y comunicó a su terapeuta su
propio sentido de la oportunidad. Al enseñar a Sandy a arreglar co- do a trabajar. En el grupo del seminario, el caso de Michael plan-
ches estropeados —y, por analogía, vidas dañadas—, Eduardo esta- teó muchos problemas de gran resonancia sobre la relación entre pa-
ba, a su vez, aprendiendo a hacerlo. Si la situación terapéutica no le dres e hijos, los problemas del envejecimiento y los miedos —que
hubiera permitido expresarse tan elocuentemente por mediación de comparten tanto los viejos como los jóvenes— de verse separados
un juego simbólico, tal vez nunca habría aprendido a reparar su vida. de las personas que aman. Para mí, este seminario fue especial-
Tal como lo indicaba su juego en la última sesión, Eduardo iba bien mente conmovedor a causa de la participación del doctor B., que
encaminado en esa dirección. por entonces se acercaba ya a los noventa años.
—Necesito cierta orientación, o por lo menos aclararme un
poco sobre el tratamiento de un caso que anda dando tumbos, sin
ningún objetivo ni meta—empezó diciendo Michael—. El pacien-
te es excepcional para nuestro grupo; es un médico, un cirujano or-
topédico de ochenta años.
196 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Freucl 197

—Por fin ha encontrado usted un hombre mayor que yo, doctor una diabetes leve, tenía una buena salud. Lo que realmente parece
Simpson —bromeó el doctor Bettelheim—. ¿Aún sigue en la prác- temer el doctor Svenson es la decadencia funcional y la pérdida de
tica? sus facultades mentales.
—No. »Y lo que también contribuye a su estado actual es que última-
—Entonces, ¿por qué dice usted que es médico? mente su mujer se ha vuelto un poco más independiente.
—Bueno, esa es una buena pregunta. —¡Bien por la ancianita!
—Gracias, gracias. Es lo que corresponde que yo pregunte. —Pero no tan bien para él —dijo Michael—. Dice que si él está
Todos se rieron y Michael se relajó un poco. Había asistido a demasiado nervioso para salir de casa o para emprender un viaje
los seminarios durante el tiempo suficiente para que los agudos co- que ella quiere hacer, se va sola, y él se queja de lo duro que le re-
mentarios del doctor B. ya no lo intimidaran. Michael me contó
sulta esto. Ha estado viniendo una vez por semana a terapia, y está
que cada vez que se obsesionaba con Bettelheim, pensaba en su as-
muy interesado en reflexionar sobre su pasado. Creció en el estado
pecto, en su sonrisa burlona y su cuerpo de elfo, que le daba el aire
de «una especie de bellota pulida con abrigo de piel de conejo», y de Michigan y sus padres eran inmigrantes suecos que vivían en un
aquello le provocaba interiormente tanta risa que terminaba rela- pueblo llamado Ishpeming.
jándose. En aquel momento respondió a las palabras de Bettelheim »E1 doctor Svenson evita hablar de su padre, que trabajaba en
con su propio chiste: las minas de hierro. Lo único que dejó traslucir fue que el padre
—En parte es prejuicio mío. Yo considero que un médico sigue creía que la vida no es más que trabajo duro, y que el placer equi-
siéndolo hasta que se muere. valía al pecado. Su madre trabajaba como mujer de limpieza, cria-
—Los médicos nunca se mueren. da y cocinera de la mañana a la noche, de modo que su tía se hizo
—Eso mismo, señor, claro que no —admitió Michael—. Pero cargo de él y de sus dos hermanos menores. Por la razón que fue-
en contraste con los viejos militares, este médico seguía teniendo re, un médico de la empresa se encariñó con él y se ocupó de su
buena presencia. Simplemente le ha entrado pánico. Y no estoy tra- educación. Cuando el doctor Svenson busca la pista de sus miedos
tando de hacer un chiste. Lo digo porque es precisamente de eso de referentes a su mujer, se remonta a una época de su niñez, cuando
lo que se queja este hombre, a quien llamaré doctor Svenson: de le daba miedo estar lejos de su tía.
ataques de pánico. Y pese a todo eso, sigue teniendo el porte de —Ese doctor me impresiona —declaró Bettelheim—. No sólo
un doctor de TV: muy formal, alto y erguido, viste siempre con tra- recuerda espontáneamente aspectos importantes de su pasado, sino
je y corbata y eso, sumado al pelo blanco peinado hacia atrás y a que además relaciona su pánico actual con sucesos de su niñez. Le
su actitud profesional, le da un aire distinguido. Y antes era un ci- cuenta a usted que los padres le dedicaban poco tiempo cuando era
rujano ortopédico muy distinguido: jamás se le quedó un paciente niño. Ahora teme estar separado de su mujer como antes temía se-
en la mesa de operaciones. pararse de su tía, que era una sustituía de la madre. No toda la gen-
»Durante el año pasado, al doctor Svenson le estuvieron dando te de ochenta años es capaz de reflexionar así —durante un mo-
toda clase de medicamentos, incluyendo antidepresivos y tranquili- mento, Bettelheim se quedó pensativo—. ¿Tiene otros hijos ade-
zantes menores, pero ha seguido desmejorando. Hace unas sema- más del que usted mencionó?
nas, mientras cenaba con su mujer y su hijo, tuvo una reacción de —No. Y según él, el hijo no pasa casi nada de tiempo con él.
pánico con palpitaciones. Estaba convencido de que era no sola- —Doctor Simpson, si este hombre tiene ochenta años y un hijo
mente un infarto sino también un ictus, y lo llevaron a urgencias que poco se interesa por él, ¿qué puede ofrecerle la terapia, y usted
del hospital en una ambulancia. El médico de la sala de urgencias lo en cuanto terapeuta?
admitió, y el internista hizo un trabajo impagable. Al margen de —Bueno, pues de eso se trata —respondió Michael—.El doc-
I9H El arle cíe lo obvio Los padres, los hijos y Freud 199

tor Svenson quiere hablar de su pasado, así que tal vez ayudarle a fuera el diagnóstico adecuado en el caso del doctor Svenson, y us-
entender las raíces de sus síntomas fuera muy valioso. ted tuviera que partir de la premisa de que él se siente así, ¿cuál se-
—¿No es un poco falta de realismo el intento de curar a este ría su objetivo, en cuanto terapeuta?
hombre a los ochenta años? —¿Trataría de ayudarle a ver de qué manera él mismo está con-
—Bueno, es que yo no estoy tratando de curarlo. Si quiere que tribuyendo a su propia depresión? —preguntó Jason.
le diga la verdad, yo no tengo ni la más remota idea de lo que ten- —¿Eso no haría que se sintiera peor? —-señalé yo—. Vería con
go que hacer. El miedo y el pánico lo tienen casi incapacitado. más claridad aún lo que pueda haber hecho mal, y se lo reprocharía.
Cuando hablo con él, me repite que le aterroriza la posibilidad de —-¿Intentaría eliminar el sentimiento de culpa de un deprimido?
que su deterioro continúe y de perder completamente sus faculta- —inquirió Jason.
des mentales. Me imagino que son muchos los octogenarios que te- —No es tan fácil eliminar los sentimientos de culpa de un pa-
men perder su capacidad mental y física; pero este hombre se en- ciente deprimido —respondió Bettelheim—. El paciente tiene que
cuentra bien lejos de ese estado. Y, sin embargo, esos miedos se haber avanzado mucho en el proceso de la terapia para lograrlo.
han apoderado de su vida. Así como el terapeuta que dice a un paciente «Usted debe sentirse
Yo sentía que necesitábamos tener una imagen más clara de la culpable» o «Debería sentirse inferior» pertenece al mundo de las
situación del doctor Svenson. caricaturas de los periódicos, el que piensa que él es capaz de «qui-
—Mientras usted hablaba del doctor Svenson, me encontré tra- tarle» la culpa al paciente pertenece a la casta de los sacerdotes y
tando de imaginar cómo es un día típico en la vida del doctor. ¿Se los mesías. Sólo el paciente puede liberarse de sus sentimientos de
queda casi todo el tiempo en casa, presa del pánico ante sus sínto- culpa y de la cólera con que se castiga a sí mismo por estas trans-
mas, a no ser las raras veces que sale o que está hospitalizado para gresiones. Y la forma de hacerlo es descubrir su origen y por qué
someterse a carísimas pruebas? su inconsciente sigue persiguiéndolo por algún acto real o imagi-
—Su descripción es bastante exacta —asintió Michael—. Solía nario, tan malo que piensa que merece ser eternamente castigado
ser un diagnosticador excelente, que se mantenía siempre informa- por ello.
do de los últimos adelantos, pero en los últimos años sus ataques de »La depresión distorsiona el sentido del tiempo. Si conociéra-
angustia lo han asustado hasta el punto de que ahora se desentiende mos el futuro, muchos nos suicidaríamos hoy, porque si en este
totalmente de su profesión. Se queda todo el día en casa, leyendo bi- momento viéramos la acumulación de todas las cosas dolorosas
bliografía sobre trastornos mentales. Y a medida que pierde contac- que nos sucederán en la vida, y todos los errores que cometeremos,
to con la ortopedia, le aterra más la idea de que está deteriorándose no podríamos soportarlo. Pero en la vida real los vamos encontran-
mentalmente. do uno a uno, y eso lo hace soportable. ¿Cómo difiere esto de la vi-
»Su primer internista pensó que el doctor Svenson estaba de- sión del suicida? El suicida ve todas las cosas que le han sucedido
primido y le recetó antidepresivos, que no funcionaron porque el y le sucederán en la vida acumuladas en un todo indiferenciado. No
diagnóstico no era correcto. se da cuenta de que nunca las encontrará en esa acumulación, de
—Supongamos que lo hubiera sido. Por su descripción, parece modo que se siente desesperado y sin esperanzas.
que el doctor Svenson está algo deprimido —dije—. Como todos »Pero, para responder a su pregunta, doctor Winn —prosiguió
vemos personas deprimidas en nuestro trabajo, podríamos aprove- Bettelheim, dirigiéndose a Jason—, la terapia debe devolver al pa-
char esta oportunidad para estudiar el estado mental de una perso- ciente la confianza y la esperanza. ¿Por qué? Porque antes de que
na gravemente deprimida. Es la desesperanza. Lo que realmente un paciente pueda embarcarse en la tarea, difícil y dolorosa, de en^
causa la depresión es la sensación de que uno se equivoca, es un tender el origen de sus sentimientos de culpa, que con toda probad
inútil y nada de lo que pueda hacer cambiará la situación. Si este bilidad se encuentra a la vez en el superyó y en el ello, debe tener
200 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Freud 201

el coraje y la fuerza necesarios para hacerlo. Necesitamos ayudar- de si la agorafobia es un diagnóstico exacto de la afección que pa-
le a convencerse de que él puede hacer mucho por el lado positivo, dece el doctor Svenson. Sus síntomas, ¿son realmente los de un
para que sea capaz de explorar el infierno psicológico en que vive. miedo de lo que hay ahí fuera? A cualquier cosa se le puede dar
Y no olvidemos guejodos sobrevivimos por obra de la confianza y cualquier nombre. Una rosa es una rosa es una rosa. Usted puede
de la esperanza,..no.de lgs^hech.QS, En esté mundo no Ray"fórma de decir que su perro tejonero es un gran danés, y él no se opondrá;
protegerse, por ejemplo, contra la gente que lo abandona a uno, pero no por eso es un gran danés.
como sucedió con la madre del doctor Svenson o quizás incluso —Díganos por qué piensa usted que «agorafobia» es el mejor
con su mujer. Pero para poder funcionar bien necesitamos creer y diagnóstico para la dolencia que padece el doctor Svenson —ter-
esperar que eso no nos sucederá.
cié yo.
Yo tenía la sensación de que nos habíamos ido por las ramas. —Le aterra estar en cualquier situación de la cual quizá no pue-
—Volvamos al doctor Svenson —sugerí. da escapar —comenzó Michael—, y eso le impide ir a donde sea.
—Como ya dije —continuó Michael—, cuando los antidepresi- Como usted sabe, actualmente todos seguimos el manual de diag-
vos no funcionaron, el doctor Svenson fue a ver a un psicofarma- nóstico de la American Psychiatric Association, el DSM III. Y los
cólogo que se los suprimió y empezó a^ tratarlo con Xanax, que síntomas del doctor Svenson concuerdan bastante bien con los cri-
como ustedes saben es un tranquilizante suave con cierta actividad terios de diagnóstico del DSM III para la agorafobia.
antidepresiva especialmente útil en el tratamiento de ataques de pá-
—Desde un punto de vista técnico y de acuerdo con los crite-
nico. Pero eso tampoco resolvió nada. Después de que el doctor
rios del DSM III, usted tiene toda la razón para hablar de agorafo-
Svenson tuvo un ataque de pánico en un restaurante y cuando ya lo
habían atendido en el hospital, el psiquiatra consultado me lo envió bia —admití—. El problema es que, al estandarizar el diagnóstico,
y mi diagnóstico fue que padece una agorafobia. el DSM III tiende a hacer que el terapeuta se aparte del individuo
concreto que está tratando. El.uso de ese término técnico lo disua-
—¿Qué quiere usted decir con eso? —lo acorraló Bettelheim.
—¿Con qué? de..,a.j.istedr su-terapeuta,..de; preguntarse qué sigiiificán "para- él sus
—Con eso de agorafobia. sintonías. ¿Qué quiere decir que el'doctor Svenson temé'estar'per-
Bettelheim insistía con frecuencia en que el lenguaje es el prin- diendo la cabeza y que al parecer le aterroriza salir de casa?
cipal instrumento de un psicoanalista, y que para usarlo con pro- »Incluso estas observaciones y estos síntomas son generales.
piedad se necesita un diccionario. Fascinado por los matices, las En su condición de terapeuta suyo, usted necesita saber cuáles son
etimologías y todo lo que ambos pueden revelar sobre las razones los sentimientos o las vivencias específicas, peculiares del doctor
subconscientes en la elección de las palabras que hace una perso- Svenson, que están en la base de sus miedos. ¿Qué fue lo que le
na, el doctor B. prefería el Oxford English Dictionary en una edi- provocó el pánico en esa comida? Creo que es muy probable que
ción demasiado grande para incluirla en ningún equipaje. haya habido algún desencadenante psicológico. En el «tratamiento
—En psicoanálisis es esencial usar la palabra adecuada... lo que del millón de dólares» no deben de haber incluido algún ataque,
los franceses llaman le mol juste. Las aproximaciones no sirven. forma de demencia y otras enfermedades indudablemente orgáni-
¿Qué significa realmente ésa palabra, agorafobia! cas que causan unos estados de pánico terribles, como el feocro-
'-—Es un miedo a los espacios abiertos, un miedo a lo que está mocitoma. Tal vez al internista se le pasó por alto alguna posible
ahí fuera y que le impide a alguien salir —respondió Michael. causa orgánica, pero dada la calidad del tratamiento médico, eso
—Usted no sabe qué es lo que puede hacer por este hombre, parece improbable. Entonces, para abarcar el síntoma y, lo,que_es
¡doctor Simpson. Lo que haga dependerá de la forma en que diag- más importante, lo, que el doctor Svenson podría estar'líátáñdó, in-
nostique su estado. Por eso, yo tengo que centrarme en la cuestión conscientemente, de lograr o de decir por intermedio de éste, es ne-
202 El arle ele lo obvio
Los padres, los hijos y Freucl 203
cesado que descubran ustedes cuál fue,el,....desencadenante y,_qué chael. Entonces usted estará en mejor posición para ayudarle a re-
Ticaba. ducir su angustia mediante la psicoterapia.
,.-..' Continué con mi idea: El doctor Bettelheim se quitó las gafas, se recostó en su asien-
—Esto nos conduce a una cuestión más general, con la que nos to y se quedó un momento pensando. Después volvió a ponerse las
• enfrentamos todos en cuanto terapeutas. Los médicos saben que las gafas y se dispuso a hablar:
¡enfermedades humanas tienen muchas causas. Pero, finalmente, el —El hecho de que ese ataque de pánico se produjera en un res-
tuerpo sólo puede expresar la enfermedad mediante un número li- taurante podría ser muy significativo. Pero, por otra parte, el des-
mitado de vías comunes. El tratamiento que se basa sólo en los sín- encadenante podría haber sido algo incidental, algo que sucedió allí
tomas puede ser muy dañino. Por ejemplo, aunque todas las neu- por pura casualidad y que provocó el pánico del doctor Svenson. Es
monías presentan aproximadamente un solo conjunto general de mejor no precipitarse a sacar conclusiones prematuras. Sin embar-
síntomas pulmonares, como puede ser la tos, en cambio hay mu- go, usted puede ampliar su conocimiento si se pregunta qué puede
chos microorganismos e irritantes químicos diferentes que pueden haber sido lo que produjo en el doctor Svenson un sentimiento tan
causar la neumonía. Para tratarla correctamente, lo primero que de- intenso que le hizo pensar que se moría.
bemos saber es qué causa hemos de atacar con nuestro tratamien- »Por lo que usted nos ha contado, su madre tuvo una vida muy
to. Si nos limitáramos a tratar con codeína la tos del paciente has- difícil. Trabajó mucho y probablemente le quedó muy poco tiempo
ta suprimirla, haríamos que la persona se sintiera pasajeramente para dedicarse a él. Y usted dice que ahora su mujer lo está dejan-
algo mejor, pero a la larga podríamos causarle mucho daño. Sin la do solo con más frecuencia. Una posibilidad es que su «agorafo-
tos, el paciente no despeja los pulmones, cosa que podría empeorar bia» se relacione con las ausencias de su mujer, y que la base esté
la infección, y la enfermedad que la causa seguiría adelante sin en su antiguo miedo de estar lejos de su tía. Pero el síntoma tam-
control alguno. Una buena atención médica significa entender por bién está tratando de conseguir un propósito. Puede ser que repre-
qué tose la persona y tratar la causa de la tos y, si es posible, curar sente su intento de deshacer la tragedia de su infancia: la ausencia
al individuo. de su madre y la rabia de él al verse separado de la mujer que ne-
cesitaba tan desesperadamente.
»De manera similar, la agorafobia es un síntoma; la gente se
vuelve agorafóbica por diferentes razones, o la utiliza de manera »En una vena más conjetural, y puesto que en el sentido más
defensiva para alcanzar diferentes propósitos. Quizás haya incluso primitivo las madres se relacionan con la alimentación, la ansiedad
del doctor Svenson podría haberse visto acentuada mientras él es-
una predisposición biológica a ella. Pero, si la hay, no todos los que
taba comiendo en un restaurante, en una situación social, porque la
tienen esta tendencia enferman o son agorafóbicos de la misma ma-
alimentación simboliza el vínculo de él con la madre. Para el niño,
nera. Por ejemplo, hay quienes son agorafóbicos porque temen a
que lo alimenten es un acto de afecto. Por consiguiente, en el más
los espacios abiertos. Otros necesitan estar siempre cerca de algu- profundo de los sentidos, la capacidad de amar tiene mucho más
na persona, por la razón que fuere. Inconscientemente, el objetivo que ver con la forma en que se alimentó y se amamantó al niño. Si
de la agorafobia del doctor Svenson es ayudarle a alcanzar algo, la vivencia del amamantamiento fue buena, positiva o como se le
pero no lo consigue. Si lo que le provoca la angustia fuera el hecho llame, queremos pasarnos toda la vida re-creándola. Entonces, en
de salir, probablemente no habría ido a ese restaurante por su pro- esta vena conjetural, los síntomas del doctor Svenson podrían ha-
pia voluntad. Es decir, que alguna otra cosa, no el mero hecho de ber representado un esfuerzo simbólico por conseguir que la madre
salir, debe de haber desencadenado ese ataque de pánico en el res- se quedara en casa a cuidarlo.
taurante. Tendríamos que esforzarnos por entender las razones pre- »O tal vez fue más bien el hecho de que el hijo del doctor Sven-
cisas que tiene el doctor Svenson para volverse agorafóbico, Mi- son estuviera presente en la comida la razón de que le diera allí el
204 El arte de lo obvio Los padres, los hijos v Freud 205

ataque de pánico. Después de todo, usted habló de que había teni- lo específico y de lo peculiar. Cuando dos personas dan respuestas
do una relación difícil con su padre, y tal vez no sea buena la que similares a una pregunta, los investigadores tienden a satisfacerse
tiene con su hijo. con poner ambas respuestas en la misma caja. Entonces, esas dos
El doctor Bettelheim se volvió hacia Michael. personas están en una categoría única y mensurable. La mayoría de
—A estas ideas —dijo suavemente—, y a cualquier otra que los investigadores no intenta examinar ia diferencia en las respues-
tas, ni trata de discernir si en respuestas similares no puede haber
pueda plantearse aquí, hay que considerarlas simplemente como hi-
motivos o propósitos diferentes.
pótesis de trabajo, que luego la exploración terapéutica confirmará
o no. Debemos tener cuidado de no aferramos demasiado a una lí- »Por ejemplo, se ha investigado mucho a qué edad se inicia la
nea de pensamiento especulativo en temas como éste, porque des- actividad sexual en los adolescentes. Cuando una persona dice al in-
pués nos cuesta demasiado renunciar a ella. Y esto es válido para vestigador cuándo tuvo su primera experiencia sexual, lo que le co-
cualquier empresa académica y científica. En ciencia no es difícil munica es una fecha o una edad. Pocos de estos estudios se intere-
entusiasmarse con una hipótesis especialmente brillante, pero ese san por la reacción subjetiva del individuo ni por el significado que
apego puede hacer que nos cueste ver que, por muy brillante que tuvo la experiencia para él o ella. A estos estudios no les interesa si
sea, la hipótesis no es válida. los adolescentes disfrutaron de su primera experiencia o si ésta les
»Yo no sé qué desencadenó el pánico del doctor Svenson en ese pareció tan repugnante que durante años se abstuvieron de la activi-
momento y en ese lugar. Pero no fue una agorafobia generalizada. dad sexual. Entonces, cabe preguntarse qué significa el promedio
estadístico de «edad de la primera experiencia sexual».
Fue algo específico.
—¿Se opone usted a todas las generalizaciones en psicoterapia? »Por eso —prosiguió Bettelheim— la mayor parte de la inves-
tigación académica en psicología y sociología es tan diferente de la
—preguntó Michael.
psicoterapia, basada en los insights psicoanalíticos, que nos intere-
—¿Le gustaría a usted que lo trataran como representante de un
sa en este seminario. Sólo la enseñanza clínica basada en los casos
gran grupo, especialmente su psicoterapeuta? —preguntó a su vez
individuales puede mostrar la importancia de la especificidad. En
Bettelheim—. Todos queremos que nos consideren individuos. Las
el trabajo clínico, una generalización sólo tiene sentido cuando está
generalizaciones son seductoras, pero cada persona y cada situa-
firmemente anclada en sus orígenes concretos.
ción es única. Si el terapeuta se conforma con generalizaciones en
lo que respecta a su paciente, lo más fácil es que esté frustrando al —Pero Freud hacía generalizaciones—objetó Michael.
paciente y siguiendo una pista falsa. Porque lo que interesa al doc- —Sí que las hacía —replicó Bettelheim—. Pero no fue con ge-
tor Svenson, y en última instancia a nosotros como psicoterapeutas, neralizaciones como inventó el psicoanálisis. Esta disciplina no se
no es en qué se parece él a un grupo de pacientes, sino qué es lo originó en ciertas ideas sobre el inconsciente que se le ocurrieron a
que hay en él de único. Freud, salidas de la pura nada. Si inventó el psicoanálisis fue por-
»En un esfuerzo por ser más «científicos», muchos psicotera- que se dijo: «He visto pacientes que se conducen de una manera que
peutas acuden a estudios que ofrecen generalizaciones referentes a, yo no entiendo». Y después se dijo: «Estos son los sueños de una
los pacientes y a su comportamiento. En la psicología o sociología persona que conozco muy bien: yo. ¿De dónde provienen? ¿Qué
académicas quizá tales generalizaciones hayan de basarse en la significan? ¿Qué me dicen de mí, de una persona única cuyas expe-
consideración de características externas que es posible ver y, me- riencias son únicas y que reacciona ante ellas de manera única, pro-
jor aún, mensurar. Sin embargo, nadie ha ideado realmente una pia?». Sólo después de haber aclarado todos estos puntos específi-
buena manera de cuantificar la enorme diversidad de la vida inte- cos intentó llegar a una teoría sobre la interpretación de los sueños.
rior. En su intento de valerse de métodos científicos, el investiga- »Pero lo que señala usted es válido, doctor Simpson. Quizá to-
dor va en busca de pautas y generalizaciones, y hace caso omiso de davía estemos pagando, en algunos sentidos, por el hecho de que
206 El arte de lo obvio
Los padres, los hijos y Freud 207
Freud intentara generalizar con demasiada prisa. Después de todo, mi inconsciente, por obra de un sentimiento de simpatía con el doc-
quería convencer al público de la validez de sus hallazgos, y creo tor Svenson, y que fácilmente podría habérseme escapado.
que al hablar al público se mostró demasiado proclive a la genera- Bettelheim recorrió a los presentes con la mirada.
lización.
—Muchos de ustedes insisten en que expliquemos las cosas téc-
—Donde yo nací diríamos que era un joven apresurado —Mi- nicamente. Por lo general, nos resistimos. Pero en este caso, una
chael sonrió y continuó con la descripción de su caso—: Con fre- explicación técnica podría ser útil. La atención consciente es
cuencia, el doctor Svenson tiene miedo de salir de casa. Tan pron- una función metódica del yo, que es hostil a aquello que sólo emer-
to como intenta hacerlo, se siente mareado, como si la habitación ge del inconsciente de una manera fugaz y tentativa. Por eso, yo
le diera vueltas. Sus percepciones se distorsionan: le parece como tenía que atrapar ese insight fugitivo antes de que se me escapara
si las personas y los objetos estuvieran alejándose de él. Estas re- —el doctor B. volvió a mirar a Michael—. Y la única forma que
acciones, a mí, me hacen pensar en agorafobia, de modo que esta- conocía de hacerlo era evitar escuchar lo que usted estaba diciendo
ba planeando intervenir con un tratamiento estándar para esta do- sobre la terapia conductista de desensibilización, con la cual, como
lencia. Sé que a usted no le gusta, pero a mí me ha sido útil en saben, estoy en desacuerdo. Si seguía concentrándome en sus pala-
otros casos. bras, la fuerza de mis sentimientos podría haberme tentado a res-
El doctor B. empezó a hablar, pero Michael continuó: ponder a lo que usted pudiera decir sobre este método de terapia,
—Pensaba ir acostumbrándolo a sentirse cómodo con las situa- en vez de concentrarme en un fugaz insight que he tenido sobre el
ciones que él estaba evitando, valiéndome de una terapia conduc- doctor Svenson.
tista de desensibilización, y... »Lo que tan de pronto se me ocurrió surgió de algo que usted
—Espere—le interrumpió Bettelheim, y Michael pareció sor- señaló: que en su pánico, el doctor Svenson ve que las personas y
prendido; el doctor B. prosiguió—: Usted va demasiado rápido los objetos se apartan de él. Súbitamente me di cuenta de que la
para mí. Examinemos lo que nos está diciendo. ¿No dijo usted fuente de su pánico quizá no fuera el hecho de que estaba «fuera»
algo sobre el significado.si.mbólic0..de,estesínt,oiiia? Este «páni- de la casa en un espacio abierto, sino que podría haber surgido de
co» producido por el alejamiento aparente de personas y objetos esa sensación de «alejamiento». Por lo que usted nos ha dicho, me
pregunto si este anciano, tan próximo al final de su vida, puede ser
¿no le suena a angustia producida por la pérdida de contacto y de
tan diferente del resto de nosotros. Después de todo, ¿cómo es
tacto... a angustia de la separación, sin más? la muerte? ¿Acaso no la consideramos como la definitiva sepa-
Bettelheim hizo una pausa para recorrer con la vista el grupo. ración de todo y de todos los que amamos?
—Ya veo que todos ustedes han tenido alguna reacción ante el
»Los viejos piensan en el fin y temen la pérdida de contacto con
hecho de que haya interrumpido ahora al doctor Simpson, y quiero
lo que aman... temen que todo se «alejará» de ellos para siempre.
explicarles por qué lo he hecho y por qué lo hago en otras ocasio-
La angustia de la pérdida de nuestra madre, y más adelante de la
nes. No fue porque quisiera restar importancia a nada de lo que él pérdida de nuestra esposa o de alguien más a quien amábamos pro-
decía... lejos de eso. Pero tenía miedo de que si seguía en esa línea fundamente, es la única pista que tenemos para entender esta an- ^
de pensamiento, todos terminaríamos por perder de vista algo su- gustia ante la pérdida final. La angustia de la separación sirve, así, 1;
mamente importante. como precursora de la angustia ante la muerte. V
»Como maestro, tengo la obligación de escuchar cuidadosa- »Las experiencias infantiles son tan importantes porque todas
mente al doctor Simpson. Es lo mismo que les debo a todos uste- las otras experiencias se cobijan bajo la sombra de la primera. O
des —miró rápidamente a Michael—. Si le hubiera dejado conti- sea, que el pánico que siente un niño que llora, la angustia absolu-
nuar, podría haber perdido un insight que acababa de emerger de ta de estar solo y sin consuelo, puede ser el modelo sobre el cual
208 El arle de lo obvio Los padres, los hijos y Freud 209

construimos nuestra imagen y damos forma a nuestro miedo a la que tuvo su importancia en el pasado, sino que también la tiene para
muerte. Ahora, ¿qué esperanza puede tener un hombre de la edad alguien que es importante en el presente: para su psiquiatra.
del doctor Svenson de contrarrestar esta poderosa angustia? »Por contraste —continuó Bettelheim—, incluso si con su ayu-
—Eso es exactamente lo que he venido a buscar aquí —res- da el doctor Svenson llegara a entender con gran detalle qué acon-
pondió Michael, con voz aliviada. tecimientos de su niñez habían contribuido a su patología, enten-
—Pues yo le diré cómo —continuó Bettelheim—. Sólo me- derlo no le ayudaría a integrar su personalidad de una manera nue-
diante el sentimiento de que deja a sus espaldas algo de sí mismo, va y mejor. En la mayoría de las situaciones, lo que nos motiva
o alguien relacionado con él que lo continuará, que no se «alejará». como terapeutas es la esperanza de que, por mediación de nuestro
Michael sonrió; al hablar, su voz era animada: trabajo conjunto, el paciente pueda construirse una vida nueva y que
—Y al doctor Svenson esa continuidad puede estar haciéndose- pueda vivirla durante muchos años. Pero, lamentablemente, ningún
le difícil de establecer porque no sólo tiene contacto con su hijo, terapeuta puede hacer algo así por el doctor Svenson. Años más o
sino que incluso siente cierta hostilidad hacia él. años menos, está prácticamente al final de su vida. Pasados los cin-
—¿No es triste, acaso? —el tono del doctor B. se suavizó—. cuenta, con raras excepciones, y con seguridad después de los se-
Por lo que usted ha dicho, sospecho que si ese doctor tuviera una senta, construirse una nueva vida con la esperanza puesta en el fu-
buena relación con su hijo, no necesitaría psicoterapia. No estaba turo ya no tiene sentido. Pero si este distinguido médico tuviera una
seguro, pero sospechaba que tal podía ser el caso, porque, después visión positiva de su vida pasada, tendría la fuerza suficiente para
de todo, su hijo también estaba presente en la comida donde el doc- capear cualquier problema emocional que tenga en el presente.
tor Svenson se sintió tan ansioso. Eso me hizo sospechar que el Michael parecía intrigado.
doctor Svenson está tan desilusionado de su hijo, o de su mujer, o —¿Por qué una persona no puede renovarse a los cincuenta o
de ambos, que se sentía como si se estuviera muriendo. sesenta?
»Lo que él necesita ahora es una relación positiva con un hom- —¡Inténtelo y verá! —respondió Bettelheim—. Si lo consigue,
bre joven. Usted mismo es un médico joven, que está empezando tendrá más poder. Pero recuerde que no hace tanto tiempo la ex-
su vida profesional. Eso podría hacer de usted un objeto de interés pectativa de vida era de treinta o cuarenta años. Con la edad, la má-
muy adecuado para este anciano doctor. quina se desgasta, la energía disminuye y las cosas que a uno antes
—Pero si me hago amigo de él, ¿no pondré en peligro mi mi- le parecían simples le exigen mucha más concentración y esfuerzo.
sión de terapeuta? —se alarmó Michael. —Creo que ha dado en el clavo —dijo pensativamente Mi-
—No le estoy sugiriendo que deje de ser el psiquiatra del doc- chael—. En nuestra última sesión, el doctor Svenson me pidió en-
tor Svenson. Pero desde esa posición, puede mostrar un interés que trevistas más frecuentes, y después añadió: «No espere de mí nin-
se convierta en un apoyo para el doctor Svenson, su vida y sus lo- guna metamorfosis, pero me gustaría que algunas de mis relaciones
gros. Que un médico joven, inteligente e informado como usted se actuales fueran más positivas».
interese en lo que él ha realizado y admire sus aciertos sería un El doctor B. parecía complacido.
enorme estímulo para él. —Cuando usted dio su descripción inicial, ¿no le dije que el
»En realidad, lograr eso es una de las mejores cosas que puede doctor Svenson me impresionaba como un hombre inteligente y re-
uno hacer por un paciente anciano. Demostrarle interés le dará una flexivo? Corno saben, la psicoterapia con personas de edad es un
imagen positiva de sus propios logros. Al estimular al doctor Sven- tema del cual no se habla con la frecuencia necesaria. Creo que eso
son para que se los comente a usted, que sabe escucharle, le ayuda- se debe a que Freud se pasó la vida tratando pacientes que eran,
rá a lograr algo más. Le ayudará a dar nueva vida a sus logros. Si como mucho, de edad mediana, procurando ayudarles a vivir me-
todo va bien, esto podría ayudarle a ver su vida no sólo como algo jor su vida, de manera más positiva. En su larga vida, Freud luchó
14. 11IÍTTKI.HR1M
210 El arte de lo obvio
Los padres, las hijos y Freud 211
con la enfermedad, los achaques y la vejez, pero escribió poco so-
bre el tratamiento de pacientes de edad. Mantuvo la atención pues- sonas y para el progreso de esta nueva disciplina. Eso, y lo que él
consideraba su misión en la vida, lo mantuvieron vivo. Su ejemplo
ta sobre la pugna por superar sus propias inhibiciones edípicas,
es un buen modelo para todos nosotros.
pero poco nos dijo de su vida emocional en cuanto padre de edad
avanzada. —¿Cómo se aplica eso al doctor Svenson? —preguntó Michael.
»Lo mismo que Freud, muchos psicoterapeutas prefieren traba- —Empecemos por lo que él intenta expresarle cuando dice que
jar con pacientes más jóvenes, que tienen toda la vida por delante. quiere verlo con más frecuencia. Creo que está diciéndole que to-
Otros sienten aversiones personales al tratamiento de ancianos mar tranquilizantes y otros fármacos no le ha hecho ningún bien.
—con la cabeza, hizo un gesto hacia Michael—. Afortunadamente Hablar una vez por semana de sus éxitos y logros en el pasado no
para el doctor Svenson, no tengo la sensación de que a usted le es suficiente para hacer que sus ansiedades actuales desaparezcan,
pase eso. Pero un terapeuta tiene que manejar algunas cosas de di- pero es algo que va en la dirección correcta. El doctor Svenson
ferente manera cuando trabaja con un viejo. Como le dijo el doctor sabe que tiene que trabajar más con la psicoterapia, y por eso quie-
Svenson, a su edad ni siquiera un hombre que ha alcanzado gran- re ver con más asiduidad a su psiquiatra.
des éxitos espera, con un mínimo de realismo, introducir grandes »Conjeturando un poco, podría añadir que también está di-
cambios en su modo de vida. Sabe que a su edad uno no trata de ciéndole: «Como usted ha demostrado respeto por mí, también lo
reconstruir la casa donde vive; hacia los sesenta, ya la tiene cons- tendrá con mis ansiedades». Ahora bien, ¿qué significa eso de
truida, pero uno todavía puede llegar a sentirse muy cómodo vi- «respeto por sus ansiedades» en una persona que dice que no va
viendo en ella. Al doctor Svenson todavía pueden quedarle algunos a remodelar su personalidad completa?
años muy interesantes y gratificantes, y puede aprender a vivir de Hubo unos momentos de silencio durante los cuales pareció que
maneras más satisfactorias que la actual. De esa forma, su vida nadie tenía una idea clara. Después, Michael aventuró:
mejorará. —¿Aceptar que su ansiedad tiene buenas razones para existir?
»Freud nos dio un ejemplo excelente de cómo un hombre usó —Exactamente —aprobó Bettelheim—. En este respeto por las
ansiedades está, precisamente, la diferencia entre el trabajo orien-
su profesión no sólo para luchar contra la vejez, sino también con-
tado hacia el insight y la terapia conductista que usted mencionó
tra los estragos que le infligía una enfermedad crónica, cosa que el
antes. La terapia conductista promete al paciente que lo liberará del
doctor Svenson no ha tenido que soportar. Durante sus últimos die-
síntoma sin tener en cuenta lo que lo provocó... sin demasiada con-
ciséis años, Freud tuvo un cáncer mandibular. Se sometió a más de
sideración con las importantes funciones que puede estar cum-
veinte operaciones, usó una prótesis dental de madera y su vida fue pliendo el síntoma, ni por lo que la persona está tratando de lograr
un calvario. Pero tenía una pasión que hacía que la vida mereciera y de comunicar por mediación de éste.
vivirse: descubrir más cosas sobre la gente, ampliar sus teorías y
ensanchar su visión en profundidad, así como transmitir sus ideas —¿Podría usted detenerse más en esa idea? —pidió Gina—.
a la generación siguiente, eran para él cosas tan importantes que le Quisiera estar segura de queslo entiendo.
daban energía para seguir adelante. Quería estar seguro de que, Como Bettelheim no respondió de forma inmediata, yo recogí
el hilo de la conversación:
después de su muerte, la disciplina a cuya creación él había dedi-
cado buena parte de su vida seguiría floreciendo. —Respetar un síntoma significa tratar muy seriamente de en-
tender sus causas y su importancia en la estructura total de la per-
»Yo llegaría incluso a conjeturar que, cuando Freud escribía, los
sona, dando por sentado que el síntoma no es un cuerpo extraño
dolores no le acuciaban como en otras ocasiones. A pesar de la ve-
que hay que extirpar y desechar por inútil. De esta manera, el tera-
jez, la enfermedad y el sufrimiento, en cuanto autor y erudito su
peuta expresa su aprecio por la inteligencia de la persona y le
rendimiento era excelente. Su trabajo era importante para otras per-
transmite el siguiente mensaje: «Yo respeto su intento de resolver
212 El arte de lo obvio Los padres, ¡os hijos y Freud 213

su problema mediante un síntoma. No se considere loco ni idiota —Algunas personas mayores se las arreglan para seguir adelan-
por tenerlo. Esperemos que, trabajando juntos, llegaremos a aclarar te precisamente porque las ayudan con un variado montón de pil-
lo que usted estaba intentando lograr y decir por mediación del sín- doras que les impide caer en la locura —objetó Michael.
toma, o qué importante sentimiento puede haber tratado de prote- —Pero ese no es el caso de este hombre —replicó Bettelheim—.
ger o de ocultarse. Entonces usted podrá decidirse por una manera Doctor Simpson, usted puede hacer algo muy importante si se lo
menos perjudicial de aceptar sus sentimientos, de alcanzar sus ob- hace ver. Parece que él necesita desesperadamente de alguien, tal vez
jetivos o de comunicar su mensaje». de algo, en que interesarse, algo que reavive su interés en la vida. Le-
»Con frecuencia, en el tratamiento de niños, que no son tan ca- jos de ser un caso desesperado o un hombre próximo a la muerte, el
paces de expresarse verbalmente, el terapeuta tiende a considerar al doctor Svenson parece muy fuerte, y probablemente lo estaría mucho
niño y su síntoma como algo de lo que simplemente hay que libe- más si no tomara todos esos antidepresivos y si sintiera que está ha-
rarle, particularmente cuando a él mismo el síntoma le provoca re- ciendo algo útil con su tiempo. Todos los viejos necesitan saber que
chazo. Pero, según mi experiencia, la conclusión que el niño saca su vida sigue teniendo algún valor para alguien; y no en el pasado,
de ello es que el terapeuta se considera representante de una civili- sino ahora, en el presente.
zación «superior» que quiere enseñar a ese «idiota» o «salvaje» a »Como es obvio, si el doctor Svenson tiene una mala relación
conducirse bien. Naturalmente, el niño se resiente de esa actitud y con su hijo, ese hijo no tendrá demasiado interés en ayudarle a re-
se siente provocado a actuar contra la persona que le insulta así. cuperarse. Para eso, el doctor Svenson necesita el apoyo de alguien
El doctor B. se quedó pensativo, se quitó las gafas y las dejó so- como un hijo, y por eso, en cierto sentido, ese es el papel que le es-
bre la mesa. Tras unos momentos de silencio, volvió a ponérselas toy sugiriendo que asuma, doctor Simpson. Al mismo tiempo, us-
y habló en voz baja, directamente a Michael: ted debe darse cuenta de que se trata de un trabajo psicológico
—Está claro que usted tiene un respeto intrínseco por el doctor muy difícil porque, como terapeuta, usted no puede permitirse
Svenson. Tal vez, como usted también es médico, se identifica in- «pasos al acto».*
cluso con él en cuanto colega distinguido. A pesar de la terapia »Por ejemplo, no debe conducirse, ni siquiera proceder mental-
conductista que mencionó, usted se ha mostrado respetuoso con los mente, como si realmente fuera el hijo del doctor Svenson. Tam-
síntomas del doctor Svenson. Pero me pregunto si no fue demasia- bién debe resistir la tentación de comportarse como si él fuera su
do rápido porque se dejó llevar por un exceso de optimismo tera- padre. Dicho de otra manera, no debe salirse de su papel, que es el
péutico o por la precipitación, que es peligroso tanto para el pa- de psicoterapeuta interesado en su paciente. No debe sugerir direc-
ciente como para el terapeuta. tamente al doctor Svenson lo que debería o no debería hacer con-
—Pero este hombre está abierto psicológicamente, y yo no sigo mismo.
quiero dejarlo en el nivel en que está —protestó Michael. »Este es otro de los grandes escollos de la psicoterapia psico-
—Ni yo le he sugerido que lo hiciera —respondió Bettelheim—. analítica: con frecuencia, el terapeuta siente la tentación de influir
Después de todo, no es muy constructivo lo que hace ahora este sobre los aspectos externos de la vida de un paciente y, esencial-
médico, antes tan productivo y en pleno éxito. mente, de tomar decisiones por él. Por más que esas sugerencias
Cuando volvió a hablar, tras una pausa, lo hizo en voz baja y re- puedan ser bienintencionadas y adecuadas al caso, van siempre en
flexiva: detrimento del paciente, porque lo debilita.
—No creo que haya que afrontar la muerte con coraje. Pero »De manera que, aun cuando al terapeuta puedan ocurrírsele
pienso que este hombre, que ha sido un profesional inteligente, po- * En e) original, tú cid out. Acl'mg out es un término utilizado en psicoanálisis para de-
dría hacer algo más, en el tiempo que le queda, que atiborrarse con signar acciones C|ue presentan casi siempre un carácter impulsivo relativamente aislable en el
un variado montón de pildoras o resignarse a caer en la demencia. curso de sus actividades, y que adoptan a menudo una forma auto o heteroagresiva. (N. ele la i.)
214 El arle de lo obvio
Los padres, los hijos y Freucl 215
sugerencias de este tipo, debe abstenerse de expresarlas de forma está hasta la coronilla de los médicos que lo atiborran de pildoras.
directa. En cambio, debe ir conduciendo gradualmente a los pa- Usted puede hacerle saber que le interesa ayudarle a encontrar una
cientes a tomar sus propias decisiones y a fortalecerse asumiendo solución operativa, que no consista en prescribirle paliativos que,
parcelas importantes de su vida. en el mejor de los casos, no le proporcionan más que un alivio sin-
—Y el terapeuta debe estar preparado para asumir que el pa- tomático. Eso podría darle el valor de creer, con usted, que una so-
ciente toma una decisión muy diferente de la que el propio tera- lución positiva es posible.
peuta se imaginaba —apunté. Michael parecía desconcertado.
—La razón de que esas sugerencias directas hagan daño a ¡os —Estoy confundido —reconoció—. ¿Quiere decir que aunque
pacientes es que el paciente nunca puede estar seguro de si la de- usted no cree que realmente sea posible una curación, yo debo
cisión fue suya o si estuvo manipulado —prosiguió Bettelheim—. mentir en vez de decir la verdad al doctor Svenson?
La manipulación debilita el yo del paciente, en tanto que la con-
—Yo creo que la curación de sus ataques de ansiedad es posi-
vicción de que él mismo llegó a tomar una decisión referente a su ble —aclaró Bettelheim—. Y también estoy seguro de que si vol-
vida lo fortalece. En el caso del doctor Svenson, el terapeuta tiene, viera a su actividad, la ansiedad se atenuaría.
en efecto, una edad que le permitiría ser su hijo o incluso su nieto,
»No estoy sugiriendo que le dé falsas esperanzas ni que le
de modo que la tentación de aconsejar es muy fuerte. Sin embargo,
mienta, en modo alguno. No es que yo me oponga a ello por moti-
hay muchos otros peligros inherentes en el ofrecimiento directo de
vos morales, aunque esa sería una posición muy respetable. Yo ja-
consejos del doctor Simpson a este paciente. Entre ellos, uno es
más podría mentir por miedo de que me descubrieran, y la mentira
que el terapeuta pueda estar inconscientemente dando «pasos al
entonces no serviría para nada, o sería destructiva. Es demasiado
acto» de un remanente de su propio conflicto edípico.
difícil recordar qué mentiras ha dicho uno y a quién, y entonces es
El doctor Bettelheim miró rápidamente a Michael. probable que la mentira se descubra. Pero lo que es más importan-
—Aunque usted no nos ha dado ninguna razón para pensar que te es que mentir sería un continuo impedimento para mi esponta-
pueda caer en esa tentación, tiene que mantenerse alerta para evi- neidad. Todos nos sentimos más cómodos si decimos la verdad. Y
tar esa posibilidad. Entonces, ¿qué debe hacer para andar por esa un hombre tan inteligente como el doctor Svenson notaría que us-
estrecha senda? Digamos que el doctor Svenson se queja de que se ted le está mintiendo y le retiraría totalmente su confianza.
siente mareado, de que tiene la sensación de que las personas y las »Lo que no creo posible para el doctor Svenson es la reestruc-
cosas se alejan de él, y de que esos síntomas le impiden enseñar ci- turación de su personalidad, que generalmente es el objetivo de la
rugía ortopédica a los residentes. En vez de concentrarse sobre esos psicoterapia psicoanalítica. Y eso, él mismo se lo dijo. El proviene
importantes síntomas, usted podría reflexionar sobre el récord tan de una familia pobre, de clase obrera. Su ascenso fue difícil, y es
notable como envidiable que tenía el doctor Svenson, un cirujano probable que por lo que consiguió alcanzar haya pagado un alto
que jamás perdió un paciente. Para alcanzar semejante logro, debe precio personal. Cuando un hombre así, inteligente y reflexivo, no
ser extraordinariamente hábil y sintonizar con las necesidades de quiere hablar mucho de su padre, uno tiene que suponer, partiendo
sus pacientes. Podría usted destacar que la habilidad del doctor de lo poco que haya dicho, que su relación con el padre no fue
Simpson es excepcional y que debería ser transmitida a otros, tal buena, y esa puede ser en parte la razón de que la relación con su
como lo hacía mientras practicaba. Ahora bien, quizás el doctor hijo tampoco sea buena.
Svenson no piense en volver a enseñar, pero el hecho de que usted En este momento, Bill preguntó:
lo valore, y su convicción de que él sigue teniendo algo único para
—¿Cómo salta usted de la mala relación con su padre a la mala
enseñar y dar ahora, ya serían, en sí mismos, terapéuticos. relación con su hijo?
»Yo diría que el doctor Svenson sigue viéndolo a usted porque —Bill —tercié yo—, este es un buen ejemplo de compulsión de
216 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Freud 217

repetición. Generalmente, usamos esta expresión para..referirnos a personas se introducen en este campo porque, sin ser conscientes
la repetición incesante, de-.nuestros conflictos de la infancia. Pero, de ello, esperan curar a una madre o un padre perturbado, que les
en otro sentido" ía expresión designa también las extrañas maneras hizo mucho daño, casi al punto de destruirlas. Sin embargo, con el
en que las personas repiten, con ciertas modificaciones, la vida de mero conocimiento de la teoría psiquiátrica no llegarán muy lejos.
sus padres. Lamentablemente, lo que se suele repetir son los as- Incluso una persona que haya asimilado toda una biblioteca de co-
pectos problemáticos, precisamente porque en ellos están en juego nocimiento intelectual está motivada por fuerzas ocultas. En cierto
problemas no resueltos. Por eso muchas personas, y en ocasiones sentido, esa es la raíz de la tragedia humana. Lo que condujo
todos nosotros, se conducen como las mariposas atraídas por una inexorablemente a Edipo hacia un final terrible fue que ignoraba
luz y dan la impresión de que buscan instintivamente aquello que los hechos auténticos de su pasado. Edipo era un hombre que va-
ha de dañarlas o bien tienden a recrear repetidamente relaciones loraba el conocimiento, y se hizo famoso por haber resuelto un
que las han herido profundamente. Una persona que ha sido daña- enigma. Y, sin embargo, no se conocía verdaderamente a sí mismo,
da en lo más hondo por su padre jura que cuando tenga hijos será y eso fue lo que lo llevó a la ruina.
diferente. Y sin embargo, años más tarde, repite de hecho aquella
relación con su padre en la que mantiene con su hijo, haciendo —Pero volvamos al doctor Svenson —insistió Betteiheim—.
exactamente lo mismo que había jurado no hacer jamás. Me gustaría saber por qué ese hombre se retiró a los setenta años.
Que a esa edad se retirase de la práctica quirúrgica activa es una
»Se trata de algo que es difícil evitar totalmente. Todos lo ha- muestra de buen sentido y de preocupación ética por sus pacientes,
cemos en cierta medida. Al crecer, cultivamos una identificación pero uno puede dejar la práctica de la cirugía y seguir siendo un
básica con nuestros padres y un profundo apego hacia ellos, inde- médico muy eficaz. Yo conozco médicos de esa edad que prestan
pendientemente de que, considerados objetivamente, los padres
servicios gratuitamente, continuando en la docencia y manteniendo
hayan sido modelos deseables. Incluso cuando las relaciones fa-
una consulta con dedicación parcial.
miliares son relativamente buenas y afectuosas, seguimos pare-
ciéndonos a nuestros padres en nuestros (y sus) rasgos indesea- Me volví hacia el doctor Betteiheim.
bles, pero esto es algo que rara vez reconocemos. Cuando nos —Usted tiene casi la edad de Svenson. Si él viniera a su con-
damos cuenta con más claridad es cuando nos desgañitamos gri- sulta, ¿cómo lo trataría?
tando a nuestros hijos, lo advertimos y nos contenemos, pensando —Lo animaría a que formara equipo conmigo para estudiarlo a
con tristeza que no podemos creer que hayamos hecho semejante él, como una empresa común en la que participáramos en igualdad
cosa y diciéndonos: «¡Si parezco mi padre, que me enfermaba de condiciones —respondió inmediatamente Betteiheim—. Es de-
cuando hacía eso!». Cuando la relación padre-hijo ha sido mala, es cir, estimularía su interés por pensar en su propio problema tenién-
frecuente que al crecer el hijo adulto repita esta relación con su dome a mí más o menos como colega. Con los ancianos, como con
propio hijo, y que así la infelicidad siga repitiéndose. A muchas los niños, uno tiene que jugarse mucho más, pero sólo puede ju-
personas, la interrupción de este ciclo les exige muchísimo tiempo gárselo en función de las condiciones personales que le den venta-
de psicoterapia. ja. Yo soy un viejo y sin duda reflexionaría sobre casos pasados
Bill volvió a hablar: para encontrar inspiración en ellos, porque tengo muchísima expe-
—Para el doctor Svenson debe ser aterrador darse cuenta de riencia. Las ventajas del doctor Simpson son las de un psiquiatra
que gran parte de lo que ha sufrido en su vida puede haber estado joven que trabaja de cara a su futuro, y al mismo tiempo está tra-
motivada por fuerzas de las que no tenía conciencia ni podía con- tando a un viejo cirujano que a la edad de él estaba sacando ade-
trolar. lante su carrera con mucho éxito.
—En realidad eso es válido para todos —señalé—. Algunas —Si usted estuviera atendiendo al doctor Svenson, ¿hablaría
218 El arte de lo obvio
Los padres, los hijos y Freud 219
con él de qué es envejecer, compartiendo qué es para usted? —pre- realidad esto es resultado de la depresión de él y de su miedo a
guntó Michael. salir de casa, y no se debe al hecho de que él no pueda seguir
—Lamentablemente, todos los ancianos tenemos una clarísi- siendo un buen marido.
ma conciencia de qué es envejecer, de modo que yo evitaría el
»En mi opinión, es muy diferente que marido y mujer aún sigan
tema —replicó Bettelheim—. Pero como usted todavía no tiene viviendo juntos o que uno de ellos haya muerto. En general, si es
su edad, permítame que le hable un poco de los problemas del en- que se puede generalizar en estas cosas, a las mujeres no se les
vejecimiento. hace tan difícil como a los hombres vivir solas. Parte de su tarea
»En la vejez, todos tememos no ser capaces de funcionar consistirá en llevar al doctor Svenson a un punto en que su matri-
como antes, o que la enfermedad de Alzheimer o algún ataque monio mejore. Si vuelve a tener actividad en su campo profesional,
nos afecten mentalmente. Lo que el terapeuta debe hacer es sepa- estoy seguro de que su matrimonio y su vida mejorarán. En reali-
rar las reacciones más o menos normales ante el envejecimiento dad, el doctor Svenson está en una situación mucho mejor que mu-
de aquellas otras que son exageraciones gravemente patológicas. chos ancianos. Tiene una profesión en la cual puede seguir siendo
[No todos los problemas no resueltos son neuróticos. Hay neuro- útil si usted, como terapeuta, puede ayudarle a que vuelva a ejercer
! sis cuando uno se pasa el tiempo cavilando en problemas que no su actividad. Además, con ello, puede estar un poco mejor protegi-
\ merecen que se les dedique tiempo. La salud mental, en cambio, do si su mujer muere antes que él, puesto que así seguirá teniendo
j consiste en seleccionar aquellos problemas que tienen la suficien- alguna actividad que le interese.
\ te importancia para resolverlos. No todos reaccionamos de la mis- »Por eso, si yo estuviera tratando al doctor Svenson, me con-
ma manera frente al envejecimiento, pero llamar al proceso «edad centraría en sus logros. Imagínese lo que debe de haber sido salir de
de oro» es un eufemismo que no hace más que encubrir los he- un pueblo minero, ponerse a trabajar con empeño para sacar ade-
chos. Para la mayoría de las personas es lo opuesto: una época de lante el bachillerato, la facultad de medicina y la residencia médica,
; declive, y además de angustia ante la perspectiva del deterioro ul- y a partir de allí hacer una carrera notable. Es una vida de la que
terior. cabe enorgullecerse, sean cuales fueren los fallos que haya podido
»Es frecuente que el individuo de edad vea mermada su salud y tener como padre. Yo hablaría con él de sus tremendos logros, de su
que, en general, se sienta debilitado, y muchas veces incapaz de se- continuo esfuerzo por destacarse, y del alto precio que debe de ha-
guir haciendo las cosas que tan fácilmente hacía cuando era más jo- ber pagado por conseguirlo.
ven. Es decir, que algunas de las preocupaciones del doctor Sven- —Yo, además, me preguntaría cómo se las arregló el doctor
son son naturales, dada su edad. Sin embargo, al no ser capaz de <\¡ Svenson habiendo tenido que pagar ese precio —añadí—. En par-
salir y al expresar un miedo exagerado al deterioro mental, las está "'• te, su ansiedad actual bien podría ser una extensión de la que pro-
expresando de manera patológica. ^ bablemente sintió en la facultad de medicina cuando le preocupaba
«Mientras que el doctor Svenson conserva aún a su mujer, los la idea de si llegaría a triunfar o si el fracaso lo llevaría nuevamente
ancianos tienen generalmente una aguda conciencia de que su cón- a las minas. Esa ansiedad puede perdurar durante toda una vida, y
yuge es vulnerable a las enfermedades y de que podría morirse- hacer que una persona se sienta empujada a destacarse, como si por
Parte del miedo a la vejez, especialmente cuando un hombre o una más que hiciera siguiera siempre expuesta al riesgo de ver cómo se
mujer de edad pierde a su pareja, es el miedo a la soledad. De he- le derrumba la vida que se creó. Si bien todos buscamos seguridad
cho, el doctor Svenson no tiene razones realistas para sentirse solo, emocional, la verdad es que muchas personas se sienten espoleadas
ya que todavía vive con su mujer, y ella está sana y parece una per- a conseguir grandes logros en su esfuerzo por escapar de la inse-
sona vivaz y decidida a disfrutar del tiempo que le queda. Aunque guridad. Por eso, si yo lo tratara, hasta podría indagar con él si en
hasta cierto punto se ha declarado independiente del marido, en algún punto su angustia no es un reflejo del viejo resentimiento por
220 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Freud 221

haber tenido que pagar un precio tan alto durante toda su vida, y —El doctor no tiene ninguna esperanza en sí mismo —precisó
por haber tenido que sacrificarse continuamente por su gran logro. Bettelheim—, y eso quiere decir que tenemos que devolvérsela. No
Quizás este resentimiento todavía exista y, aunque ya no sea una podemos darle la esperanza de una nueva relación amorosa ni de
realidad, siga presente en su inconsciente contribuyendo a su cóle- cincuenta años más de éxitos, sino sólo la de que todavía puede ha-
ra y alimentando su parálisis mental. cer algo interesante y valioso con el tiempo que le queda. Y una
»Pero, como ha dicho el doctor B., su principal esfuerzo tera- manera de que él se encamine por esa senda es que una persona
péutico debe ir dirigido a investigar por qué el doctor Svenson ha que podría ser su hijo, un médico joven y al inicio de su carrera, a
abandonado toda actividad, y a insistir en que es una pena que se quien él podría incluso desear que su hijo se pareciera, tenga con-
haya jubilado tan prematuramente. fianza en él y piense que es una persona buena y valiosa. Usted
»E1 doctor Svenson se ha retirado de la vida y se ha sepultado debe confiar en que puede restablecer en él esa esperanza, de que,
entre libros sobre la enfermedad mental —proseguí—. Muchos an- aunque sea muy anciano, el doctor Svenson todavía puede obtener
cianos se encierran en sí mismos porque para ellos el mundo se ha algún placer de la vida.
convertido en un lugar que los asusta y les genera ansiedad. Enton- »Para restablecer la esperanza, usted debe creer que la psicote-
ces, Michael, si usted le dice al doctor Svenson que el mundo tiene rapia que practica le da la capacidad de hacerlo. Si no está con-
mucho que ofrecerle, como él está tan inmerso en sus ansiedades, es vencido de que en alguna medida, por pequeña que sea, usted pue-
muy fácil que eso le suene a chino. Incluso es probable que piense: de ayudar al paciente, debe dejar a la persona librada a sus propios
«Este chico en realidad no entiende nada de lo que es la vida», y recursos o bien enviarla a otro terapeuta. Pero con un paciente a
que termine dudando de su inteligencia y de su madurez. quien usted ya ha sentido que podía ayudar, la peor equivocación
»Pero si le dijera: «Un hombre como usted podría mantenerse que podría cometer es empezar a sentirse usted mismo derrotado en
activo, ser útil y admirado por la gente, y eso a todos nos gusta y cuanto a lo que podría hacer por él, o para el caso por cualquier
lo disfrutamos. ¿Qué le impide a usted hacerlo?», entonces ya no otro paciente a quien usted crea capaz de mejorar. Un paciente pue-
está hablando del mundo, sino del doctor Svenson como indivi- de tenerlo preocupado. Un paciente puede mantenerlo despierto
duo, y de lo que él podría ofrecer. Está dándole a entender que us- toda la noche pensando en él. Un paciente puede ser causa de que
ted tiene la esperanza de que el doctor Svenson puede mejorar su usted se vaya a la biblioteca y se pase horas leyendo, tratando de
propia situación, y que cree que el doctor Svenson tiene mucho encontrar una manera de entenderlo y de ayudarle. Pero lo que nun-
que ofrecer a los médicos jóvenes. Ayudarle a que se concentre en ca debe permitir es que un paciente lo derrote. No porque usted
una cuestión de tanta importancia podría sacarlo de su ensimisma- tenga una necesidad imperiosa de ganar, sino porque el derrotismo
miento y encaminarlo por la senda de la salud mental. E incluso en el psicoterapeuta es lo más destructivo que puede sucederle a un
podría ser que Svenson aceptara que usted, el joven médico que es paciente. Si el terapeuta se siente derrotado, el paciente no puede
su terapeuta, puede estar más al tanto que él de cuál es la clase de cultivar la esperanza en sí mismo.
maestros que les gustan a los médicos jóvenes. »Tenemos que recordar que, en general, cualquiera que inicia
»Lo que es tan patológico en el estado mental actual del doctor una terapia ya se siente derrotado por el hecho mismo de tener que
Svenson es que no está usando sus recursos para demostrarse a sí ponerse en tratamiento. Entrar en psicoterapia es un golpe para
mismo lo que vale ni para levantarse el ánimo cuandose siente inú- nuestra autoestima, que hace que nos sintamos inferiores. Los in-
til, asustado y paralizado. Lo que tenemos que llegar a entender es ternistas y los cirujanos se enfrentan continuamente con esto al
por qué él evita hallar para su problema una solución positiva que tratar con sus pacientes físicamente enfermos. El buen médico de
a los demás les parece tan obvia. cabecera tratará de dar al paciente la seguridad de que, por más
—No estoy seguro de entenderlo —dijo Michael. enfermo que esté, para él hay esperanzas. El médico le habla de
222 El arte de lo obvio
Los padres, los hijos y Freud 223
cuánto en su cuerpo sigue funcionando normalmente, y de cuántas
lo sé, y probablemente él lo sospecha y lo teme. Hay médicos que
poderosas intervenciones tiene aún como reserva.
consideran que ayudar a la gente a «morir bien» y a no estar emo-
—Quizá sea así con el doctor Svenson —terció Gina—, pero cional o espiritualmente solos es un trabajo muy importante, y son
aquí en el Hospital de Niños tenemos muchísimos niños afectados excelentes haciéndolo. Pero emocional mente es muy duro para
por enfermedades terribles, incapacitantes, incluso terminales. Yo quien Jo hace, de modo que tienes que sentirte bien haciéndolo,
estoy tratando a un chico de quince años que tiene una enfermedad porque si no, no eres el terapeuta que ese individuo necesita.
intestinal progresiva, dolorosa e incurable. No sé qué hacer con él.
A nadie en el seminario le gustó oír eso, y el silencio se pro-
Doctor Bettelheim, durante toda la vida usted ha tratado pacientes
longó durante un rato. Finalmente, Bettelheim volvió a hablar:
que otros terapeutas habían abandonado. ¿Qué haría usted en este
caso? —Como terapeutas, sólo deberíamos tratar a una persona con
quien nos sentimos capaces de dar lo mejor de nosotros. Pero esta
—Para mí es difícil erigirme en mentor en un caso así —res- conversación me recuerda otro contexto. ¿Qué pasa si un paciente
pondió Bettelheim—. No importa lo que dijeran otros terapeutas, viene a vernos en busca de tratamiento y, por razones éticas, senti-
yo siempre creí que podíamos tratar con éxito a cualquier niño de mos que no podemos colaborar en lo que ese paciente desea? Una
los que entraban en la Escuela Ortogénica. Por razones de autopro- situación así se planteó en la Sociedad Psicoanalítica de Viena a
tección, me negué siempre a trabajar con pacientes de quienes es- comienzos del nazismo. Un miembro del grupo psicoanalítico vie-
taba convencido que eran incurables. Yo necesito abrigar esperan- nes mencionó que un simpatizante del partido nazi acudió a un ana-
zas para poder infundirlas a mis pacientes. Por más que admire a la lista no judío, solicitándole su ayuda para no sentirse culpable por
gente que puede trabajar con casos terminales, soy incapaz de con- golpear a los enemigos de los nazis, y en especial a los judíos. El
vencerme de que yo pueda trabajar bien con ellos, por eso prefiero hombre quería evitar esos sentimientos de culpa porque le cerraban
no hacerlo. i-. el camino hacia el éxito político, ya que esperaba hacer carrera en
«Supongamos que yo estuviera tratando a su paciente de quin- el partido.
ce años, y que me preguntara por qué habría él de querer vivir, y »La sociedad tuvo una animada discusión en la cual unos pocos
de qué le serviría hacer «progresos» en psicoterapia. Con esa en- miembros sugirieron que el analista aceptara como paciente al nazi,
fermedad terrible, yo no sabría cómo responderle, a menos que él porque si la terapia tenía éxito el paciente se daría cuenta de que en
tuviera algo que le importara muchísimo hacer y que pudiera ha- realidad no quería ser violentamente agresivo, y hasta era posible
cerlo antes de debilitarse demasiado. Si lo único que quisiera fue- que comprendiera las razones neuróticas que lo habían llevado a
se practicar juegos que su cuerpo no le permitiera realizar, ¿qué po- hacerse nazi. Así, era probable que como resultado de la psicotera-
dría decirle yo? ¿Por qué habría él de esforzarse tanto por vivir? pia llegara a convertirse en un correcto ciudadano. Freud y algunos
Pero como tampoco querría que él renunciara, me encontraría en otros miembros mayores del grupo se opusieron a este plantea-
un dilema, lo cual de bien poco me serviría para ayudar a ese chi- miento. Tenían la sensación de que si uno se comprometía en una
co tan enfermo. situación psicoanalítica con motivos totalmente opuestos a los del
—Mi respuesta sería decirle: «Si no te esfuerzas por vivir, no paciente, a menos que el terapeuta se lo explicara abiertamente, es-
sabes lo que te estás perdiendo» —respondió Gina. taría iniciando el tratamiento con una mentira, y de ello no podría
—Eso suena superficialmente estimulante —concedí— y quizá resultar nada bueno. Por supuesto, si el terapeuta le explicaba la di-
yo también me sentiría tentado de decir algo parecido, pero estaría ferencia de propósitos, era muy probable que el paciente no inicia-
engañándome a mí mismo. ¿Puede usted decirlo con auténtica con- ra el tratamiento o que, si lo hacía, fuera a partir de una gran des-
vicción? Si el pronóstico es exacto, es probable que lo que este chi- confianza hacia el terapeuta.
co se esté perdiendo sea una agonía prolongada. Usted lo sabe, yo »Por consiguiente, la única respuesta sincera que se le puede
224 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Freud 225

dar a un paciente así es que, como uno no está de acuerdo o no sim- la forma en que se hace. Si recurre uno a su empatia para ser sen-
patiza con sus razones para iniciar la terapia, prefiere no aceptarlo sible a los sentimientos del paciente y a los matices de lo que po-
corno paciente. Ese es el privilegio del terapeuta, decidir a quién dría hacerse por ese individuo tranquilizándolo, del porqué lo ne-
quiere o no quiere tratar. Pero el terapeuta no tiene derecho a acep- cesita y debe tenerlo en ese momento de su tratamiento, entonces
tar sin objeciones ninguna declaración contraria a sus propias con- podrá ser útil y tranquilizador.
vicciones. El terapeuta tiene derecho a elegir cómo emplea su tiem- »Pero a veces todos nos sentimos tentados de dar seguridad a
po y qué clase de pacientes quiere tratar. Si acepta tratar a un pa- modo de paliativo. Entonces es muy probable que lo que uno es-
ciente, debe estar de acuerdo, si puede, con las razones por las cua- peraba que fuera tranquilizador tenga el efecto opuesto. Porque a
les el paciente quiere tratarse. Y si no puede, lo único que puede todos nos pasa que, cuando nos mostramos evasivos con un pa-
decir es que prefiere no comprometerse. ciente, no llegamos a ser convincentes. Quizá porque no miramos
Los estudiantes se miraron, y Renee preguntó: al paciente a los ojos o porque le decimos cosas que no son since-
—Pero ¿no tiene uno que tomar alguna actitud en cuanto tera- ras. El paciente lo percibe y lo reconoce tal como es. Si el pacien-
peuta, o tener alguna creencia sobre lo que es una buena o una mala te siente el hecho de que lo tranquilicen como una forma de con-
manera de vivir? descendencia, se resentirá por la baja opinión que tenemos de él, o
—No —respondió Bettelheim—. Ahí tenemos el famoso ejem- quizá sienta que estamos ocultándole algo realmente horrible, por
plo de Sócrates. Él decidió que tenía que vivir de acuerdo con su ejemplo que tiene lo que un paciente llamó un «cáncer emocional».
daimon, llevando la vida que pensaba adecuada y correcta para él. Todo esto asustará aún más al paciente. Pero la tranquilización que
Y estuvo dispuesto a morir por ella en vez de adaptarse para ajus- es verdaderamente congruente con la visión que el terapeuta tiene
tarse a la sociedad ateniense. del paciente y de su situación hará efecto en el paciente.
El grupo volvió a quedarse un rato en silencio. »E1 terapeuta también tiene que conocerse bien a sí mismo, y
—La situación del doctor Svenson es muy diferente de la del saber por qué en ese momento quiere dar seguridad. ¿Es realmen-
desdichado adolescente que nos ha descrito Gina o de la de alguien te porque ayudará al avance de la terapia, dando aliento a un pa-
a quien el terapeuta decide no aceptar —señalé yo—. El doctor ciente que en ese momento lo necesita? Recientemente, durante
Svenson está en muy buena forma física para un hombre de ochen- una sesión me di cuenta de que en un momento dado estaba inten-
ta años, y a Michael le gustaría ayudarle, por más que no sea un pa- tando tranquilizar a un paciente porque yo mismo necesitaba ase-
ciente con cincuenta años de vida por delante. Con el doctor Sven- gurarme de que la terapia progresaba de la forma adecuada, por
son, la analogía con la promesa tranquilizadora que ofrece el inter- más que, o probablemente porque, yo tenía dudas al respecto. En
nista tiene sentido. El internista alienta a su paciente para darle ese caso, tranquilizar apuntaba realmente a conseguir que yo, el te-
confianza en que la anomalía específica a la que hay que poner re- rapeuta, me sintiera mejor, aun al precio de descuidar las necesida-
medio es susceptible de tratamiento. Lo mismo es válido para los des del paciente.
ataques de pánico que padece el doctor Svenson. Siempre está bien »Para ser constructivo con el paciente, el terapeuta tiene que
que de tiempo en tiempo se contrarreste el derrotismo del paciente considerar la disposición anímica de éste, evaluar la forma en que
dándole seguridad sobre los aspectos positivos de su vida. recibirá la seguridad que intentamos darle, y cómo reaccionará ante
—Pero esa seguridad ¿debe provenir del terapeuta? —preguntó ella. Sólo entonces podemos estar seguros de que nuestros intentos
Michael—. Mi problema es que no puedo decidir si debo tranqui- de dar seguridad al paciente servirán a fines positivos, y sólo en-
lizar o dar seguridad al paciente. tonces debemos ofrecérselos.
—Para tomar esa decisión hay que escuchar a la mente y oír al El doctor Bettelheim continuó desarrollando la idea:
corazón —dije—. Gran parte del efecto tranquilizador se deriva de —En psicoterapia, la forma de tranquilización más convincen-
• HliT'1 KUIKIM
226 El arle de lo obvio
Las padres, los hijos y Freud 227
te proviene de las experiencias positivas-que el píiciente tiene en
el tratamiento, sin necesidad de que el terapeuta se las subraye. exceso superficial, pero mencionar al paciente algo de lo que unot
Por ejemplo, si mediante su propio esfuerzo en psicoterapia un siente, siempre que hacerlo ayude a la terapia, puede ser muy cons-
hombre ve las cosas que ha hecho bajo un prisma diferente, o en- tructivo. Por ejemplo, puede ser muy útil decir a un paciente al ter-
tiende cosas referentes a sí mismo que antes no sabía, es probable minar una sesión (siempre que sea nuestra impresión sincera) que
que se sienta estimulado a creer en sí mismo y entusiasmado con ha trabajado muy bien la comprensión de sus sentimientos sobre el
la terapia. Cuando el conocimiento que tiene de sí mismo va en tema en el cual se ha centrado la hora de terapia y que ha hecho un
aumento, el paciente termina por confiar que también es capaz de avance importante en la comprensión de sí mismo en relación con
progresar en otros aspectos, como puede ser dominar la realidad ese problema. Esa es una forma de dar seguridad que estimula al
de manera más positiva. paciente a considerarse a sí mismo (y a considerar su propia inteli-
gencia y su capacidad de entenderse, así como, en términos gene-
»No puedo insistir demasiado en que el arte de la psicoterapia
rales, su trabajo en la terapia) bajo un prisma positivo.
exige la capacidad de ver y de respetar el punto de vista del pa-
: ciente. Por ejemplo, para trabajar en nuestro campo creemos indis-
»La dificultad a que aludía el doctor Rosenfeld reside en que lo
pensable la psicoterapia personal, a la que consideramos el paso mismo que tranquiliza y da seguridad a un paciente y lo hace sen-
más constructivo que una persona con dificultades psicológicas tirse bien consigo mismo y optimista en relación con el tratamien-
puede dar para superar sus problemas. Después de todo, todos los to, puede crear desconfianza en otro porque siente que las palabras
psicoterapeutas de orientación psicoanalítica se someten a una lar- no son más que una chachara vacía. Entonces, aun si fundamental-
ga terapia o análisis personal. Pero si ustedes escuchan o ven a sus mente confía en el terapeuta, por lo menos se cuestiona el buen jui-
pacientes mientras están en la sala de espera, verán que muchos se cio de éste. Otro paciente podría tomar esa misma «palmada en el
ocultan tras una revista o apartan los ojos porque les avergüenza hombro» como un intento de presionarlo para que haga más de lo
estar ahí y no quieren que los vean. que él se siente capaz de hacer en ese momento. En ese caso, el in-
tento de «tranquilizar» haría que el paciente se sintiera más desa-
»En realidad, muchos terapeutas también se sienten así cuando nimado de lo que habría estado sin ningún intento de darle seguri-
inician su propio tratamiento. Con el tiempo, descubren lo cons- dad. Además, cualquier paciente puede tomarse el intento de tran-
tructiva que es la psicoterapia, y sus actitudes cambian. Pero el quilización del terapeuta de cualquiera de estas maneras, según
mero hecho de que nosotros pensamos que someterse a una psico- cuál sea su estado mental, la fase del tratamiento y su relación con
terapia es un paso constructivo no significa que el paciente lo vea el terapeuta. Es decir, que hay que evaluar cuidadosamente cada
de esa manera ya desde el comienzo. Además, también los tera- caso y cada situación.
peutas conservan algunas otras actitudes que reflejan ambivalencia
hacia la psicoterapia. Así como los dentistas sostienen que los ser- —Al tratar de tranquilizar al paciente, ¿debe uno hablar de sí
vicios que prestan son esenciales, es frecuente que los psicotera- mismo y de sus sentimientos? —preguntó Gina—. Se oyen tantos
peutas presenten su trabajo como un lujo, y este es un concepto que puntos de vista diferentes respecto de lo franco o de lo reservado
que debe ser el terapeuta...
no comparto.
Como todos los demás se quedaron en silencio, Michael insistió: —Hablar de sí mismo como individuo, de aspectos de su vida
—Yo no quiero dejar tan pronto la idea de tranquilizar. ¿No di- o de los sentimientos que le provoca lo que sucede en la terapia es
ría usted que el terapeuta que da seguridad a un paciente está dan- algo que el terapeuta tiene que examinar cuidadosamente antes de
do un «paso al acto»? hacerlo. La razón de que se hable tanto del tema es, probablemen-
—No, si ofrece correctamente la tranquilización —respondió te, que es muy difícil estar seguro de que comentarios así se hacen
Bettelheim—. Es obvio que el «Yo estoy bien, tú estás bien» es en exclusivamente en beneficio del paciente, y no, en parte, para sa-
tisfacer las necesidades del propio terapeuta. El paciente está de-
228 El arte de lo obvio Los padres, los hijos v Freucl 229

masiado ocupado intentando responder a sus propias necesidades y, ciente descubra la respuesta y se resienta con ustedes por haberse
por consiguiente, el terapeuta no debe aprovecharse de él para sa- reservado un hecho que, por lo demás, no interfiere con el trata-
tisfacer las suyas. miento.
»Pero hay algo más. El paciente necesita concentrar toda su »Sé que lo que estoy diciendo difiere de la idea de que el ana-
atención en sí mismo y en lo que sucede en su psique. Cualquier lista o terapeuta que basa su tratamiento sobre el insight psicoana-
observación sobre lo que usted siente lo distraerá de esa tarea y lo lítico debe ser una estatua en cualquier situación. Pero yo creo que
desviará hacia su persona y hacia sus sentimientos, que natural- esta regla de neutralidad tiene sus limitaciones. Por ejemplo, un ar-
mente, y para empezar, ya le despiertan curiosidad. Entonces, inad- tículo sobre psicoanálisis que apareció en el New Yorker citaba a un
vertidamente, usted estará seduciéndolo e invitándole a prestarle analista que dijo que si de pronto una paciente se le aparecía en una
más atención a usted que a sí mismo. sesión con una pierna o un brazo escayolado, la actitud correcta era
»FinaImente, como ustedes saben, el problema de la transferen- que el analista no le preguntara qué le había pasado hasta que la pa-
cia desempeña un papel muy importante. El paciente proyecta so- ciente se lo dijera. Ni a mí ni a muchos otros analistas a quienes el
bre su terapeuta sentimientos que corresponden a otras personas o autor mencionaba esto nos parece correcto. Una reacción espontá-
experiencias de su pasado, por ejemplo, los que siente por sus pa- nea como «¡Por Dios! ¿Qué le pasó?» es mucho más útil que una
dres. La exploración de estos sentimientos se diluiría, o se defor- indiferencia fingida. Como todos somos seres humanos, todos te-
maría radicalmente, si en ese momento el terapeuta decidiera inter- nemos reacciones humanas, y el interés natural que uno tiene en su
ferir con observaciones referentes a sus propios sentimientos aquí paciente provocaría una pregunta así. No preguntar expresaría una
y ahora. Es necesario que tengamos siempre conciencia de que los descuidada indiferencia ante lo que le sucedió a la paciente.
sentimientos que el paciente proyecta sobre nosotros (como puede —Algunos analistas calificarían de seducción o de intromisión
ser su creencia de que lo consideramos indigno o pensamos que es una pregunta así —dijo Jason.
un caso sin remedio) no pueden ser más que proyecciones de él (o —Yo no puedo creer que una paciente considerase la reacción
de ella), puesto que no sabe nada de nuestros verdaderos senti- sincera del terapeuta como una intromisión —respondí inmediata-^.,
mientos. Si le dejamos ver nuestros sentimientos personales, el mente—. Es imposible no actuar. No hacer algo es una acción, 1<$\!
paciente creerá que sabe lo que pensamos y sentimos, y ya no re- mismo que hacerlo. Y con frecuencia los terapeutas lo olvidan. EnK.
conocerá que las ideas que tiene de nosotros son sus propias tonces, si llegar escayolada es un enunciado que formula la pa-
proyecciones. Por eso, pienso que en la mayoría de los casos lo me- ciente, la reacción del terapeuta es la respuesta. Algunos analistas
jor es que el paciente sepa lo menos posible de nuestra vida o de lo sienten que expresar simpatía condicionará las respuestas del pa-
que sentimos, a menos que nuestros sentimientos tengan que ver ciente, de modo que éste ya no compartirá libremente todos sus
estrictamente con lo que sucede en la terapia. sentimientos. Según mi manera de pensar, dejar de preguntar algo
»Está claro que la terapia psicoanalítica no tiene reglas rígidas, así cuando es obvio que el paciente ha sufrido una lesión no es sin-
aparte de la que establece que el analista ha de ser sincero consigo cero, y es por lo menos tan perjudicial como una pregunta imperti-
mismo y con sus pacientes. De modo que, ocasionalmente, no hay nente que no surge de una observación obvia. Cuando mi reacción
inconveniente en expresaruna opinión sincera si uno está conven- ante una lesión tuya grave es el silencio, es fácil que tú la percibas
cido de que al hacerlo beneficiará el tratamiento. A veces, cuando como indiferencia. ¿Y quién de los presentes quiere tener un tera-
resulta adecuado, puede ser útil decir algo sobre la propia vida. Por peuta que es indiferente al sufrimiento de sus pacientes?
ejemplo, si un paciente les pregunta si tienen hijos, no es desacer- —Con eso puedo estar de acuerdo —admitió Jason—, pero
tado, después de haberle preguntado por qué quiere saberlo, darle ¿nuestra simpatía no impediría a la paciente explorar sus motiva-
una respuesta directa. Siempre existe la probabilidad de que el pa- ciones?
230 El arle de lo obvio
Los padres, los hijos y Freucl 231
—En modo alguno —dije—. Expresar nuestra preocupación
por la lesión no impide la exploración psicoanalítica de la forma en »Me había hablado con toda libertad, y en mi opinión, veraz-
que sucedió, porque la preocupación incluye el interés por conocer mente, de sus sentimientos hacia el análisis. Tanto su negativa a de-
todos los detalles, conscientes e inconscientes. Y eso le ayudará a cidir si yo necesitaba análisis como su promesa de que yo lo en-
uno a descubrir los hechos y a seguir adelante con el tratamiento. contraría interesante me convencieron de que valía la pena probar-
lo. Ahora bien, en su interior, bien podría haber estado convencido
—Y ¿qué pasa si resulta que esa mujer se rompió el brazo por-
de que el análisis me haría muchísimo bien. Pero estoy totalmente
que inconscientemente buscaba su compasión? —quiso saber Bill.
seguro de que si aquel hombre me hubiera asegurado que el psico-
—Cuando eso quedara demostrado —respondí—, indagaría, análisis haría grandes cosas por mí (y cosas que realmente necesi-
junto con ella, por qué necesitó llegar a semejante extremo para ob- taba), habría sentido que aquellas palabras eran seguridades vacías
tener de mí una muestra de afecto o de interés. sobre un asunto sobre el cual yo mismo tenía graves dudas, y no
—¿Y si resultara que lo hizo porque necesitaba que la castiga- habría iniciado el análisis con él. No podría haberme puesto en las
ran por haber tenido un éxito o disfrutado de algún placer? —si- manos de un hombre en quien no podía confiar, y no habría sido
guió preguntando Bill. capaz de confiar en un hombre cuando el resultado de las cosas era
—Es lo mismo. Todo es grano para el molino. lisa y llanamente incierto.
—Quizás una experiencia que tuve hace mucho tiempo acerca
de lo que da seguridad y lo que no la da sirva para poner en claro »O sea, que la combinación de la negativa del terapeuta a dar-
los factores que pueden estar en juego —sugirió Bettelheim—. Yo me seguridad alguna de lo que haría por mí el análisis, unida a su
me analicé hace muchísimo tiempo, pero después de todos estos seguridad de que me parecerían interesantes las cosas que descu-
años todavía recuerdo lo que me impresionó en la primera entre- briera sobre mí mismo, me hizo confiar en él. A lo que me refiero
vista con mi analista. La razón de que yo pensara en iniciar un psi- es a que el hecho de ofrecer seguridad no sólo debe basarse en la
coanálisis tenía que ver con insatisfacciones referentes a mi vida convicción del analista, sino que también debe conectarse con las
necesidades del paciente en ese momento de su vida.
privada y a mi vocación de hombre de negocios, lo que era en
aquel tiempo. Como muchos pacientes que no han sufrido dema- «Quisiera hablar un momento más de mi análisis —prosiguió
siado y que se las arreglan razonablemente bien en la vida, yo te- Bettelheim— para añadir que durante el proceso analítico hubo
nía mis dudas sobre si debía iniciar un análisis y si aquello me be- probablemente, por una y otra parte, enormes malentendidos. Pero
neficiaría. Hablé de mis dudas y de mis vacilaciones con el hom- mi analista hizo un esfuerzo por entender, y eso bastaba, aun si le
bre que llegaría a ser mi analista y le pregunté qué pensaba él que hubiera salido el tiro por la culata. En cosas así es más importante
debía hacer. Le pregunté qué podía hacer por mí el psicoanálisis. hacer el esfuerzo que obtener buenos resultados.
»A esto, su respuesta (que, estoy seguro, se basaba en sus sen- »En cualquier análisis, el mío incluido, aumentar la propia ca-
timientos sinceros) fue: «Yo no sé si un hombre en su situación ne- pacidad de entender, que es un objetivo del psicoanálisis, no es más
que un medio. La idea de que era un fin es una noción errónea que
cesita análisis. No puedo prometerle nada, aunque sólo sea porque
proviene del famoso enunciado de Freud, según el cual «Donde es-
en gran parte dependerá de lo que usted decida hacer con lo que
tuvo el ello, estará el yo», lo que significa que debemos saber lo
llegue a aprender sobre sí mismo mientras se somete al análisis.
que está sucediendo en nosotros. Pero hasta eso no es más que un
Pero sabiendo un poco de usted por lo que me ha contado, y cono-
paso. El objetivo final del psicoanálisis es la reestructuración de la
ciendo también que su interés por el psicoanálisis viene de hace personalidad. ¿Con qué propósito? Para que la persona pueda vivir
tiempo, puedo prometerle que aquello que llegue a descubrir sobre mejor consigo misma.
usted mismo, y de lo cual no se había dado cuenta antes, le pare-
cerá muy interesante». Durante un rato, todos permanecieron en silencio. Finalmente,
hablé yo:
232 El arte de lo obvio Los padres, los hijos y Frend 2JJ

—Sé que nos hemos apartado del tema del doctor Svenson, otros (que de hecho son sustitutos de su hijo) algunas enseñanzas
pero la cuestión de tranquilizar o dar seguridad parece tan impor- sobre cirugía ortopédica, a la cual ha consagrado su vida y en la cual
tante que deberíamos detenernos algo más en ella. Tal vez sea útil ha encontrado satisfacción. Eso también podría permitirle restable-
dar otro ejemplo. La mayoría de los terapeutas han visto niños que cer la relación con su mujer sobre una base positiva, lo que signifi-
les dicen que no quieren ir a las sesiones, ni verles a ellos. Dar a ca que ambos disfrutarán más en los años que les restan de vida.
ese niño, digamos, la segundad de que la terapia es algo que se —¿Nos queda tiempo para una pregunta? —quiso saber Gina.
hace por su propio bien y de que él la necesita es un reflejo autén- Bettelheim y yo asentimos.
tico y exacto de la convicción del terapeuta. Pero sería contrapro- —Su comentario me ha recordado un problema difícil de la
ducente, en cuanto pondría al terapeuta y al niño en una situación teoría psicoanalítica con el cual he estado debatiéndome —dijo
ambigua. Y sobre todo sería algo erróneo, porque hace caso omiso Gina—. He estado leyendo mucho sobre la teoría freudiana de
de los miedos del niño, que son lo que lo mueve a rechazar el tra- Eros y Tánatos. ¿Cree usted que el instinto de muerte desempeña
tamiento. O sea, que un comentario así es una falta de respeto para algún papel en los síntomas del doctor Svenson?
con sus sentimientos. —Esa es una interpretación errónea del instinto de muerte o,
»Pero el terapeuta podría, por ejemplo, decirle: «Me da mucha por decido de forma más correcta, de la pulsión de muerte —res-
pena que no quieras tener nada que ver conmigo, y me entristece- pondió Bettelheim—. En realidad, nadie quiere morir; ese es nues-
rá mucho que no vuelvas». Es una respuesta un poco teatral, por- tro destino. De lo que queremos descargarnos es del peso de la in-
que exagera las reacciones del terapeuta por si el niño no vuelve, dividualidad.
pero a los niños pequeños les gusta lo teatral. «Fíjense que cuando Winston Churchill era ya muy anciano,
—Claro que sí —terció Bettelheim—. Después de todo, los ni- una vez le dijeron que llevaba la cremallera abierta, y su respuesta
ños están siempre en escena, porque no confían en su propia iden- fue: «No importa. Pájaro muerto no sale del nido». No quiero que
ustedes piensen que los viejos estamos muertos del todo, o que no
tidad.
lamentamos la muerte de nuestra vida sexual. Pero aunque este
—Están constantemente ensayando roles nuevos —proseguí—, doctor sea un poco viejo para el ejemplo que les daré, vamos a
y esta respuesta exagerada puede ser eficaz porque, sin darle lo que usarlo de todas maneras.
normalmente uno consideraría «seguridades», se dirige a la desdi-
chada convicción del niño de que él no importa para nada. Un co- »La pulsión de muerte desempeña un papel esencial en la exci-
mentario así le da la seguridad de que él o ella es una persona im- tación sexual y en su culminación. La vivencia del orgasmo hace
portante, que tiene la capacidad de hacer que la gente se sienta feliz desaparecer momentáneamente los límites del yo; en ella perdemos
temporalmente la individualidad y nos fundimos con el otro. Y des-
o desdichada. Al referirse indirectamente al poder y a la influencia
pués del coito, como decían los romanos, hay tristeza y agota-
del niño, el terapeuta responde al miedo que éste siente de que en la
miento. Es decir, que, en el orgasmo, durante un momento estamos
terapia se vea forzado a hacer cosas contra sus deseos y se sienta to-
libres de las fronteras del yo, lo cual en cierto modo es la muerte
talmente impotente. Así que, en este caso, palabras que en sí mis-
del individuo.
mas no tienen absolutamente nada de tranquilizadoras pueden ser lo
más tranquilizador que pueda decir un terapeuta. —Pero esa pérdida de la individualidad es intensamente pla-
»Pero el problema de Michael es cómo ayudar a que un anciano centera —señaló Michael.
regrese al mundo de los vivos. Si el doctor Svenson lo consigue, —-Exactamente —coincidió Bettelheim—-. Hay un tremendo
gran parte de la decepción y de la cólera que actualmente dirige alivio al no tener que hacer el duro esfuerzo que constantemente
contra sí mismo, y cuyo resultado es que le acometa el pánico, se nos exige el mantenimiento de las fronteras del yo.
mitigará. Esto puede lograrse quizás en la medida en que ofrezca a —Yo pienso, además, que algunas personas tienen que hacer un
234 El arte ele lo obvio
Los padres, los hijos y Freud 235
gran esfuerzo para mantener una personalidad rígida y quebradiza
—señalé—, de modo que no pueden permitirse la excitación sexual mismo y el optimismo, sino entre lo que es posible, dadas las limi-
porque es una amenaza de desintegración para su personalidad. taciones del hombre, y lo que en realidad es una visión inalcanza-
ble y utópica.
—Pero pienso que hay muchas personas que buscan compulsi-
vamente la excitación sexual —-prosiguió Bettelheim—. Mantener »Pero no estoy de acuerdo con usted cuando llama «pesimista»
intacta nuestra personalidad exige un gran esfuerzo, y cuando nos a Freud, que tenía una visión optimista, aunque cautelosa, de lo que
sentimos temporalmente aliviados de esta necesidad, aquello puede puede hacer el psicoanálisis por los individuos. Estaba convencido
ser intensamente placentero. Sin embargo, como usted dice, es pro- de que el psicoanálisis que había inventado sería un gran paso ade-
bable que una persona que teme no ser capaz de restablecer los lí- lante en la comprensión de nosotros mismos y también, cuando
mites de su yo después de una disolución momentánea necesite fuera correctamente aplicado, de los demás. Incluso pensaba que
mantener un rígido control y sea incapaz de fundirse con la otra. su psicoanálisis podría liberar al hombre de algunas de sus inhibi-
ciones más castrantes, como las que tenemos respecto de la sexua-
»Cuando la gente dice que quiere volver a la naturaleza, la ma-
lidad.
dre tierra o cualquier otra imagen poética que usen, dan a entender
que desean que el peso de su individualidad se aligere, aunque sea »La influencia de Freud en este dominio ha sido tan penetran-
temporalmente. Cuando ello sucede, funden su individualidad en te que es fácil olvidar la medida en que estamos en deuda con él
algo más grande. En la medida en que en esta experiencia la indi- por su optimismo en lo referente a una actitud sexual más abierta,
vidualidad personal desaparece, podemos conjeturar que la pulsión sincera y auténticamente íntima, y todo eso se relaciona con ella.
de muerte desempeña algún papel en ella. Y naturalmente, inter- Freud era optimista en lo tocante a los beneficios que obtendría la
viene también cuando consideramos las tendencias destructivas del humanidad si en vez de reprimir la sexualidad, la gente la aceptara
hombre. como natural. Casi se podría decir que él creó la posibilidad de li-
—Cuando hablan ustedes de esa manera —intervino Gina—, berar las relaciones sexuales entre los hombres y las mujeres, y una
suena todo tan pesimista, como si esas pulsiones fueran rieles don- atmósfera en la que se podía hablar de temas que antes eran tabú,
de se pone a la gente, y la vida tuviera que seguir inapelablemente como la homosexualidad y el aborto.
ese curso. »Freud mantenía un optimismo limitado respecto de lo que
—Es que usted pregunta por una vastísima cuestión que apenas podía lograr el psicoanálisis en los individuos. Decía que podía (y
si podemos rozar —respondió Bettelheim—. En realidad, está pre- debía) liberar a los pacientes de sufrimientos y penurias autoin-
guntando qué pensaba Freud que se podía lograr con la terapia que ducidos, pero, en su opinión, el sufrimiento y el dolor que tienen
inventó. Y hay algo de verdad en su desilusión. Aunque Freud
origen en nuestra propia naturaleza son, en última instancia, im-
creía que algunos aspectos del hombre se podían cambiar en cierta
posibles de evitar. Por consiguiente, el éxito del psicoanálisis se |
medida, a otros los veía como intratables, como problemas que se
generan en la naturaleza misma del hombre. Así pues, a diferencia limitaba a que el paciente aprendiera a distinguir cuáles eran los \\
de tantos que prometen utopías, Freud tenía una visión mucho me- sufrimientos que él mismo se infligía, y que por lo tanto eran evi- | |
nos optimista. tables, de los que no lo eran; entonces, el individuo podría'culti- i¡
var la capacidad de soportar con fortaleza estos últimos. -*'
—Puesta a elegir, yo personalmente optaría por ser optimista,
¿y usted? —preguntó Renee. »Freud era mucho menos optimista, por no decir completamen-
—Indudablemente —respondió Bettelheim—. Siempre y cuan- te pesimista, respecto de la posibilidad de cambiar las tendencias
do sea un optimismo razonado y bien fundamentado. El contraste agresivas del hombre. En su correspondencia con Einstein, oponía
entre Freud y los que nos prometen el nirvana no es entre el pesi- a las esperanzas de éste respecto de la guerra y la paz un pesimis-
mo razonado. Sin embargo, cuando los nazis quemaron sus libros,
236 El arle de lo obvio

Freud mantuvo una brizna de optimismo y señaló que en el pasado


lo habrían quemado también a él.
»Freud no vivió el tiempo suficiente para darse cuenta de que
incluso ese levísimo y limitado optimismo respecto de las tenden- Epílogo
cias agresivas del hombre demostró ser erróneo. Unos pocos años
después de su muerte, los nazis quemaron efectivamente a cientos
de miles de personas, entre ellas a su hermana. Y por cierto, que
todavía hoy la bomba de hidrógeno amenaza ser mucho más de-
vastadora y destructiva para la humanidad. En términos generales,
pues, debemos decir que el optimismo psicoanalítico es un opti-
mismo contenido dentro de límites muy estrechos.
»Así pues, se podría decir que el objetivo de Freud era limita-
do, un optimismo moderado, y un escepticismo mantenido dentro
de límites bien controlados para que no interfiriera con nuestra ca-
pacidad de «amar bien y trabajar bien». Freud consideraba estas
E n la época en que Bruno Bettelheim y yo estuvimos ocupados
en la corrección de las transcripciones que terminaron por for-
mar este libro, le dimos el título provisional de «En los zapatos de
capacidades no sólo como el resultado deseable del psicoanálisis, otro». El título reflejaba el mensaje central que nos interesaba
sino como algo característico de la persona bien integrada. transmitir: que el instrumento de trabajo más decisivo para un te-
Con esto pusimos término a la sesión. Habíamos abarcado in- rapeuta es la empatia. Sin embargo, mientras revisaba el libro tras
numerables temas, y sin embargo era mucho lo que quedaba por la muerte del doctor B., llegué a darme cuenta que había una for-
decir. Pero terminamos con la esperanza de que, por mediación de ma más general, y quizás incluso más valiosa, de entendimiento
los esfuerzos sinceros de Michael Simpson, un anciano pudiera que este maestro extraordinario había procurado transmitir a una
redescubrir su propio valor, restablecer su salud emocional y dis- nueva generación: lo que él llamaba, con una especie de reticencia
frutar del tiempo que le quedaba. Michael también saldría ganan- socarrona, «el arte de lo obvio». Con ello aludía al arte de ver cla-
do porque, al aprender del doctor Svenson, tendría acceso a la vi- ramente aquello que está allí para ser visto, en vez de superponer-
vencia de la vejez y de la pugna que tiene con ella un anciano. La le nuestras propias ideas previas y nuestros prejuicios.
experiencia muy probablemente los enriquecería a ambos. Aunque en los seminarios dedicamos la mayor parte del tiempo
a hablar de la psicoterapia de niños, las actitudes, las técnicas y los
enfoques que estudiamos tienen también una aplicabilidad conside-
rable al tratamiento de adultos. Y en alguna medida, las ideas y los
dilemas con que nos enfrentamos en estos seminarios también tie-
nen aplicación al arte de nuestras relaciones humanas de cada día.
En una época en que cada vez más se considera que la cuantifi-
cación y la medición directas son las únicas vías auténticas que con-
ducen al conocimiento, el hecho de llamar «arte» a la psicoterapia
de orientación psicoanalítica está lleno de riesgos; a muchos les pa-
recerá que implica que la práctica clínica es arbitraria, indigna de un
erudito, imprecisa e irremediablemente subjetiva. En realidad, «el
238 El arte de lo obvio
Epílogo 239
i arte de lo obvio» implica que para que el terapeuta vea lo que está
/ahí, frente a él, es necesario algo más que empatia y receptividad mas y las pérdidas que sufre la gente y que la van configurando, y
•emocional: se necesita humildad, paciencia, una actitud reflexiva y que en lo sucesivo teñirán para siempre la forma en que ven el
!
un largo estudio para dominar a la vez la teoría y la técnica. mundo y el significado de la vida. En este proceso, las experiencias
del terapeuta y el hecho de que reconozca con humildad que ese
Hace algunos años vi una notable entrevista televisiva que hizo mismo camino, a no ser por la gracia de Dios, sería el que recorre-
Dick Cavett a Isaac Stern. Durante la conversación, y a instancias ría él, constituyen la base de una auténtica empatia con los pa-
de Cavett, Stern cogió un violín y toco un arpegio. Fue algo tan cientes.
pleno de sentimiento, tan suave y tan perfecto, que Cavett y el pú-
blico se quedaron sobrecogidos. Stern volvió entonces a tocar el ar- Cualquier psicoterapeuta necesita ser flexible en su aproxima-
pegio, con las notas separadas quizá por un cuarto de segundo. Lo ción a los pacientes, para respetar los diferentes enfoques, no todos
tocó una docena más de veces, y cada vez las notas se aproxima- ellos necesariamente psicodinámicos, que pueden ser útiles en di-
ban por fracciones mínimas, hasta que de nuevo volvieron a ser un ferentes circunstancias. Además, los psicoterapeutas deben adquirir
todo de una sola pieza. Cavett, estupefacto, le preguntó cómo lo ha- la necesaria pericia para reconocer el verdadero daño orgánico y
bía hecho. Stern empezó a hablar de cómo se había pasado veinti- neurológico, y para hacer una estimación de cuáles son los pacien-
cinco años practicando seis horas por día, hasta conseguir que los tes a quienes quizá no sea posible tratar con las técnicas psicoana-
músculos de las manos fueran extremadamente fuertes y completa- líticas. Sin embargo, incluso en estos casos una perspectiva psico-
mente dóciles a su mandato. Durante un momento se quedó refle- analítica puede ayudar al terapeuta a diseñar un enfoque capaz de
I xionando, y después dijo que por el hecho de haber alcanzado un abordar con sensibilidad la condición del paciente.
• control absoluto de su instrumento, se sentía cómodo cuando era Es necesario que los estudiantes de psicoterapia sepan cuándo
completamente espontáneo. «Cuando toco —dijo Stern— a lo úni- es adecuado recurrir a medicaciones psicotrópicas y cuándo no. Es
co que presto atención es a mis sentimientos.» necesario que aprecien la importancia de los eventos vitales y del
poder de sostén y de alimento afectivo que pueden tener Jas rela-
Está claro que si Stern no hubiera alcanzado un dominio tan so- ciones humanas en la curación de heridas psicológicas. Con dema-
berbio de su instrumento, de su arte y de sí mismo como artista, su siada frecuencia se recurre a la prescripción de fármacos no tanto
ejecución «espontánea», por más llena de sentimiento que estuvie- para servir a las necesidades del paciente como para reducir la an-
ra, podría haber sonado horrorosa. De manera muy semejante, todo siedad del propio terapeuta.
psicoterapeuta debe pasarse años puliendo el entrenamiento técni-
co que constituye los cimientos de su arte, para así poder prestar la La psicoterapia no tiene la precisión ni la brillantez de la física
atención adecuada a sus sentimientos, sus observaciones y sus in- de Newton. Los estudiosos que quieran adoptar un enfoque psico-
dinámico tendrán que tolerar la ambigüedad y la incertidumbre.
tuiciones referentes a los pacientes. Los profesionales maduros ob-
Deben estar dispuestos a enfrentarse con emociones intensas, como
tienen gran placer de la práctica de la psicoterapia y del psicoaná- el dolor, las pasiones y la rabia, e incluso a estimularlas, y luchar a
lisis, porque el aprendizaje jamás termina. Cada nuevo paciente brazo partido con la angustia y la deformación que tales senti-
ayuda al médico experimentado a ver aspectos nuevos y únicos de mientos introducen en la relación terapéutica. Finalmente, deben
la experiencia y de la condición humanas. entender que en psicoterapia el cambio puede ser lento y vacilante,
Creo que la formación de un psicoterapeuta psicodinámico debe y aprender a no dejarse desalentar por una aparente falta de pro-
ser amplia y ecléctica. Los estudiantes deben tener presentes las greso.
etapas normales de la evolución humana y también la psicopatolo-
gía. Necesitan considerable experiencia de la vida, y preferente- Quizá lo más importante sea que los terapeutas lleguen a con-
mente un conocimiento de primera mano del sufrimiento, los trau- vertir su propia personalidad y sus propios sentimientos en instru-
mentos terapéuticos. Para hacerlo, deben cultivar la intimidad con-
Epílogo 241
240 El arte de lo obvio
cepcionados y coléricos que pueden estar cuando descubren que su
sigo mismos, explorar sus propios impulsos, pasiones, sentimien-
hijo está enfermo, ya sea física o emocionalmente.
tos, miedos, esperanzas y deseos. Es necesario que lleguen a un
Bruno Bettelheim experimentó personalmente la degradación y
acuerdo no sólo con su deseo de ayudar, sino con otros menos be-
desintegración que generaba la experiencia del campo de concen-
névolos, como el impulso a influir o a dominar a otras personas.
tración. Aquella experiencia le dio un conocimiento de primera
La psicoterapia es siempre una interacción. Por más hábil que mano del impacto que causan los traumas en el psiquismo humano.
sea, el terapeuta solo no puede alcanzar el éxito. Es esencial tener Vio en qué podemos convertirnos todos, cómo podemos llegar a
buenas ideas y una visión clara de los problemas de un paciente, degradarnos al vernos expuestos a condiciones extremas. Decía que
pero con eso solamente no basta para hacerlo mejorar. Para eso hay su experiencia en los campos de concentración tenía un papel im-
un factor decisivo, y es el profundo deseo de curarse del propio pa- portante en su decisión de consagrarse al «rescate» de niños grave-
ciente. mente perturbados, y a ese fin consagró los últimos cincuenta años
El comportamiento va siempre orientado a un fin. La primera ta- de su vida.
rea del terapeuta consiste en descodificar los mensajes implícitos en Bettelheim creía, como yo, que todos nos parecemos en un sen-
el comportamiento, y para eso ha de escuchar cuidadosamente lo tido muy fundamental, en nuestra necesidad de ser amados y de
que el paciente dice y observar con no menos cuidado lo que hace. que nos cuiden, y que cada uno de nosotros es digno de respeto.
Si un paciente es agresivo, ¿cuál podría ser su intención y contra Ambos creemos que los niños necesitan ternura y amor; el princi-
qué o quién podría estar reaccionando? El terapeuta debe pregun- pio que él defendía, de tratar a un paciente como trataría uno a un
tarse: «Si yo me condujera de esa manera, ¿qué estaría tratando de huésped de honor al recibirlo en su casa, parece especialmente vá-
lograr? ¿Cómo esperaría que reaccionaran las personas que me ro- lido en una era en la que con tanta frecuencia se trata a los pacien-
dean, mi terapeuta incluido?». El paciente necesita ver que su tera- tes psiquiátricos como especímenes de diagnóstico que han de ser
peuta cree que él/ella tiene buenas razones para comportarse como correctamente clasificados en una especie de sistema de Linneo.
lo hace; con frecuencia, eso hará que el paciente se interese más en Con frecuencia, los médicos que adoptan este enfoque no ven que
reflexionar sobre su motivación y sus objetivos. su actitud distante e indiferente puede causar dolor e influir sobre
Como el comportamiento es una comunicación, el comporta- el comportamiento que ellos creen estar observando con actitud
miento del propio terapeuta es un factor decisivo en lo que sucede neutral.
durante el tratamiento. El paciente, aun si se trata de un individuo Respetar al individuo y prestar cuidadosa atención a las ideas,
muy perturbado como Luke en el proyecto de investigación de Dan sentimientos y acciones del paciente constituyen la columna verte-
Berenson, no responde solamente a sus presiones internas, sino bral del proceso terapéutico psicodinámico. El paciente tiene que
también a las acciones del terapeuta. Sería ocioso insistir demasia- llegar a la conclusión —y llegar a ella independientemente, obser-
do en lo sensibles que deben ser tanto quien realiza el diagnóstico vando lo que hace el terapeuta y escuchando lo que dice— de que
como el terapeuta a los mensajes que emite el paciente, ya sea en su terapeuta es un aliado que intenta ayudarle a conseguir lo que él,
palabras o en acciones. el paciente, quiere de la vida. A medida que el paciente tiene la re-
Vale la pena señalar que también los padres de un niño emo- petida experiencia de que el terapeuta está de su parte, empezará a
cional o psicológicamente perturbado necesitan empatia. Creo que prestar más atención a sus comentarios, sugerencias e intervencio-
el doctor Bettelheim, a pesar de lo brillante que era, estaba tan en- nes y a tomarlas más en serio.
tregado a los niños que a veces no apreciaba en su justa medida el La psicoterapia, llena de dolorosos insights en el propio psi-
dolor de los padres. Es necesario que los psicoterapeutas de hoy quismo, es bastante difícil incluso en las mejores circunstancias. El
comprendan lo difícil que es ser padres, hasta qué punto el corazón paciente necesita sentir que va obteniendo los nuevos insights en
de un padre o una madre puede estar desgarrado y lo asustados, de-
242 El (irte de lo obvio

una atmósfera de respetuoso apoyo, con alguien que quiere ayu-


darle a encontrar el valor necesario para introducir cambios impor-
tantes en su visión del mundo, cambios que el propio paciente de-
cide hacer en su beneficio, y que le permitirán vivir de acuerdo
consigo mismo. Sólo con ese apoyo y esa comprensión puede el índice alfabético
paciente reunir el coraje necesario.
Mientras trabajábamos en este libro, Bruno Bettelheim y yo to-
mamos frecuentemente conciencia de las conmovedoras similitudes
entre él y el doctor Svenson. Ambos se habían distinguido en su ca-
rrera, pero habían dejado de participar activamente en lo que fue la
labor de su vida; ambos sufrían las consecuencias emocionales de
ello. Cuando el doctor B. aconsejó a Michael Simpson que induje-
ra al doctor Svenson a retomar una relación significativa con el abuso sexual, 19 descripción de, 18,21-22, 196
mundo, era evidente que pensaba también en sí mismo. véase también incesto; niños maltratados en la Escuela Ortogénica, 30-31, 35-36
adultos, tratamiento de, 237 experiencia en los campos de concentra-
En ese espíritu se llevó a cabo la obra que aquí presentamos. Su agorafobia, 200-201, 202-203, 206 ción, 29-30, 91-92, 100,241
intención es la de ser un testamento vivo de mi amistad con Bruno agresividad, 95-97 muerte de, 33-35
Bettelheim, y de la forma en que un anciano enriqueció el signifi- caso de niño autista (Luke), 1 15-i 20 opinión sobre métodos estadísticos, 19-20
caso de niño con dificultades de aprendiza- y casos incurables, 222-223
cado de sus últimos años al compartir lo que sabía con psicotera- je (Eduardo), 155-173 y terapia ambiental, 30-31
peutas más jóvenes. El proceso de conocer íntimamente a Bruno caso de niño maltratado (Bobby), 107-109 Bettelheim, Trude Weinfeld, 30, 33
Bettelheim y de trabajar estrechamente con él ha enriquecido mi opinión de Freud, 235-236
American Psychiatric Association, véase
vida más allá de toda medida posible. Espero que con este volumen DSM III campos de concentración, 29-30, 91-92, 100,
llegaré a transmitir de alguna manera el legado creativo de un ser anal, interés por lo, 186-189 241
humano extraordinario y la sabiduría que él me confió en el trans- análisis, véase psicoanálisis; psicoterapia orien- caramelos, véase indulgencia
tada psicoanalfticameiile CAPÍ, véase Hospital de San José (California)
curso de sus últimos años. anorexia nerviosa casos
caso estudiado (Margot), 53-75 niña anoréxica (Margot), 53-75
caso tratado en la Escuela Ontogénica, 67-69 niño autista (Luke), 113-154
ansiedades niño con problemas de aprendizaje (Eduar-
del paciente, 41, 47, 59-60, 72, 211-212 do), 155-194
del terapeuta, 41, 47, 59-60, 72, 108-109, niño maltratado (Bobby), 84-1 12
1 12, 138-139, 144, 152 paciente de edad (doctor Svenson), 195-236
Archives of General Psycltiatry, 125 primera entrevista (Margot), 53-75
asistencia social, 53, 89, 155 primera entrevista (Simeón), 39-52, 75-83
autismo, véase niños autislas sujeto de investigación (Luke), 113-154
autoconocimíento del terapeuta, 137-138, Cuspar Hauser o la pereza del corazón, 151
239-240 Caveít, Dick, 238
autodescubrimiento, 25-26, 42 Centro de Estudios Avanzados de las Cien-
cias de la Conducta (Universidad de Stan-
i'ord), 32
Bettelheim, doctor Bruno ciencia, psicoanálisis como arle y, 20, 2i7-
análisis personal de, 230-231 239
aproximación a su enseñanza, 20-26 datos objetivos frente a datos subjetivos,
controversias acerca de, 18,31, 35 19-20, 147-149, 153-154,237
244 El arte de lo obvio índice alfabético 245

véase también investigación frente a psi- empatia test de Rorschach, opinión sobre, 41-42 juguetes, accesibilidad a los, 80-82
coanálisis; investigación sobre autismo como instrumento terapéutico, 149, 237 vejez, 210
comida, libre acceso a la, 79-80 con niños amistas, 132, 133-134, 139, 142, y curiosidad del analista, 42
y generalización, 205-206 Kanner, Leo, 123, 130
madres y, 95-96, 203 144-145, 151
y niña anoréxica, 68-69 con niños maltratados, 94-95 y orígenes del psicoanálisis, 134, 205 Keller, Helen, 143
véase también indulgencia dificultad de, 114, 132-133, 154 y pacientes de edad, 209-210
comportamiento en la primera entrevista, 54-55, 56-57, 60, Freud, Anna, 27, 28, 29, 132
fuego, provocación de, 50-52, 76-79, 87. 94- Lacan, Jacques, 175
como comunicación, 240 66, 72, 82-83
95 lenguaje como instrumento psicoterapéutico,
contexto/significado en, 77-78, 79, 107, importancia de la, 237
172-173,200-201
117-118, 141, 147, 166-167, 171-172,240 y DSM III, 149
normal, 46 Emslie, Graehem, 85
observación del, 39-40,43-46 enema, significado psicológico de, 186-189 galletas, véase indulgencia madres, véase padres
conductismo, 29, 91, 206, 211 véase también anal, interés por lo Griesineer, Wilhelm, 149 malos tratos a niños, véase niños maltratados
conrratransferencia, 164 entrevistas, véase primera entrevista manchas de tinta, test de (Rorschach), 41-42
caso de Eduardo, 164-166, 183, 185, 191 envejecimiento, problemas del, 218-219 manual de diagnóstico y estadística (DSM
véase también transferencia psicoterapia para, 209-210 Hammond, John, 113 III), 149,201
culpa, rol de, en la depresión, 198-199 véase también paciente de edad, caso de Harvard, Facultad de Medicina de, 19 medicamentos psicotrópicos, 88, 91, 147-
curiosidad Escalona, Sybil, 141 Hauser, Caspar, 151 149, 153,200,211,239
como estímulo en la psicoterapia, 42-43 Escuela Ortogénica, 30-31, 35-36 Hecüing the hean: A iherapeutic approach to muerte, pulsión de
del paciente, 74 orientación de niños nuevos, 67-69, 72 abusad children, I 12 e individualidad, 233-234
tratamiento de la anorexia, 67-69 Hipócrates, 125 y excitación sexual, 233-234
tratamiento de niños amistas, 130, 132 Hospital de Niños, Facultad de Medicina de
Chicago, Universidad de, 23, 30 esperanza la Universidad de Stanford, 38, 155
Child Welfare League of America, 1 12 infundirla a niños maltratados, 102-106, Hospital de San José (California), 84-86 nazis, 29-30, 100, 223, 235-236
110-111 Niño Salvaje de Aveyron, 150
restablecerla a pacientes de edad, 199-200, niños amistas, 27, 31
demencia incesto, 19, 78 ansiedades de, 132, 135
221
concepción histórica, 149-150 inconsciente
excitación sexual y pulsión de muerte, 233- ausencia de relación, 115, 121, 122, 128,
opinión de Freud, 133
234 frente a reacciones conscientes, 171 130
depresión
y respuesta ante niños perturbados, 97, capacidad para ayudar a, 136
en niña anoréxica (Margot), 54
132, 133, 135-136, 137, 138, 139 Caspar Hauser, 151
en paciente de edad (doctor Svenson),
fantasmas, 178-185 indulgencia, 68-69 como productores de ansiedad, 132, 133,
195-236
Feingold, dieta de, 88, 91,97 con caramelos y galletas, 79 138, 152
desatención, efectos en los niños, 99-100
fichas (de pacientes), momento de leerlas, con comida (en general), 68-69 como sujetos de estudio, I 19-132
desensibilización, terapia conductista de, 206
39-43, 46, 78 con Salvavidas («Lifesalverx»), 89-90, conducta de la «ente ante, 150
véase también conductismo; terapia con-
formación 105-107, 110-11 I dificultad de empatia con, 1 14, 132, 151,
ductista
en psicoterapia psicoanalítica, 238-239 límites, 105-106 154
desplazamiento, 170
en psiquiatría infantil en la Facultad de véase también niños maltratados, indul- e Itard, Jean-Marc, 150
destructividad
Medicina de la Universidad de Stanford, gencia con empatia con, 133, 134, 139, 143, 144-145,
en niño autista (Luke), 1 15-146
17-18 infancia, opinión del doctor Bettelheim, 21 151
véase también fuego, provocación de
Freud, Sigmund Institutos Nacionales de Salud Mental, 125 estudio de casos presentados, 113-154
dislexia, 156, 178, 184
análisis de niños, opinión sobre, 28 interrogatorio, 22-23, 97 estudios bioquímicos en, 113, 131, 147-
divorcio, ¡62-166
ayuda médica en el suicidio, 34 investigación frente a psicoanálisis, 19-20, 148, 153
DSM III [Diagnostic and Statistical Manual]
creencias, 29 122-124, 127-128, 130-132 frustraciones de, 129
(3.a ed., 1980)
demencia, opinión sobre, 133 investigación sobre autismo, 113-154 incremento de, 73
y agorafobia, 201
y empatia, 149 diferencias entre personas, 133, 150 desaprobación del doctor Bettelheim, 152- ineficacia de, 152
Eros y Tánatos, 233 153 inteligencia de, 119
evolución de su pensamiento, 28-29 ética de la, 127-132, 142-143 Niño Salvaje de Aveyron, 150
Edipo, 95 potencial terapéutico del psicoanálisis, opi- niños como sujetos, 1 19-132 procesos inconscientes de, 135, 136. 138
Edipo, complejo de (caso de Eduardo), 177 nión sobre, 234-236 Itard, Jean-Marc, 150 razones de sus actos, 117, 140, 141
246 El arte de lo obvio índice alfabético 247

según Leo Kanncr, 123 importancia con pacientes nuevos, 39-40, establecimiento de relación con, 47, 49- del analista, 134, 138
según Sybil Escalona, 141-142 45-46 52, 74, 76 del doctor Bellelheim, 230-231
tratamiento, 130 obvio, arte de lo, 25, 92, 237-238 importancia de la observación, 39-40, 45- diván utilizado en, 37
y relaciones, 114-115 46 final de las sesiones, 174-175
niños maltratados informaciones al examinarlos, 39-43, 45- focalización en la vida interior, 29
abusos sexuales a, 19, 78 paciente de edad, caso de (doctor Svenson), 46 frente a conduclismo, 29, 211
clase media fraile a clase baja, 101 195-236 orientación sobre el proceso terapéutico, frente a investigación, 19-20
deseos de venganza de, 94-95, 100 agorafobia, 200-201, 202-203, 206 67-69,72,74-75 objetivo, 231-232
empalia con, 94-95 angustia de separación, 197, 206, 207 primera sesión, 37-83 opinión de Freud sobre potenciales benefi-
incesto, 19,78 ataques de pánico, 196, 197, 198,201,203 reacción ante el terapeuta, 48 cios, 235-236
indulgencia con, 91 -94, 98, 102-106 compulsión de repetición, 215-216 iranquilización de, 71, 74-75 opinión del doctor Ueltelheim, 24-26, 27-
infundir esperanza en, 102-106, I 11 depresión, 198-200 véase también primera entrevista 28
malos iralos físicos frente a malos tratos incidencia en logros del pasado, 214, 219 padres origen, 134, 205
psicológicos, 98-100 lucha contra la ansiedad, 208, 209, 211- de niña anoréxica (Margot), 63-65, 73 véase también psicoterapia orientada psi-
presentación del caso de Bobby, 84-1 12 212,213-215, 217, 220-221, 224-225, 232 de niño amista (Luke), 120-121 coanalíticamenle
privaciones, 90, 91 respeto por las ansiedades del paciente, de niño con dificultades de aprendizaje psicología, 19-20, 43, 205
niños perturbados y perturbadores 211-212 (Eduardo), 162-163 psicoterapeulas
caso de Eduardo, 155-194 restitución de la esperanza, 199-200, 221 de niño maltratado (Bobby), 87-93, 102 ansiedades de, 41,59,60, 72, 108-109, 112,
dependencia de los terapeutas. 160-162 tranquilización, 224-225 de niños autislas, 125-126 138-139, 144, 152
desatención, 31 y problemas de la vejez, 218-219 de niños maltratados, 99 bases para tranquilizar a los pacientes,
dificultad de empalia con, 114, 133, 151, véase también envejecimiento, problemas de paciente de edad (doctor Svenson), 230-232
154 del 197 dependencia de los pacientes en, 160-162
eficiencia en el tratamiento de, 148 pacientes e indulgencia, 103-104, 106, 107 establecimiento de relación con pacientes,
empalia con, 55-56, 57, 61, 64, 66, 72, 82 aulodescubrimienlo por, 25-26, 42-43 madres y alimentación, 95-96, 203 47, 49-52, 74, 76
Escuela Orlogénica y, 30-31 angustia y hostilidad de, 166-167 paciente de edad (doctor Svenson) como final de las sesiones, 174-176
formación de terapeutas para tratar a, 17-18 ansiedades de, 41, 47, 59-60, 72, 21 1-212 padre, 215-216 formación, 17-18, 238-239
habitación apropiada para la terapia, 80- capacidad para resolver sus problemas, y terapeutas, 240-241 importancia de la comprensión por, 79,
81, 82-83 190-194,213-214 paranoides, pacientes, 80, 118-119 226, 231
intentos por comprender su conducta, 77- como seres humanos razonables, 79, 96, perturbados, niños, véase niños perturbados indiferencia, 228-230
78,79, 107, 117-118, 140-142, 147, 167, 241 y perturbadores instrumentos de, 82
171-173,240 de edad, 195-236 Piaget, Jean, 132 personalidad, 239-240
juego simbólico con, 81-82, 170, 194 dependencia de los terapeutas, 160- i 62 PineI.Phil.ippe, 150 privacidad anle los pacientes, 227-229
¡ugueles para, 80-82 distanciamiento de, 148, 149, 150, 241 Platón, 10 reacciones de pacientes nuevos, 48
predisposición a problemas psiquiátricos, empatia con, 55-56, 57, 60-61, 64, 66, 72, poltergeisl, 180-181 reacciones honradas de, 229
19 82,94-95, 114, 132, 134, 139, 143, 144- primera entrevista reacciones inconscientes de, 132, 133, 135-
primera sesión con el terapeuta, 38-83 145, 149, 151, 154,237 ansiedad en la, 41, 47, 59-60, 72 137, 138, 171
psicóticos, 31, 71, 80 importancia de ser comprendidos, 79, 225- caso de Margot, 53-75 respeto hacia los pacientes, 21 1-212, 241-
reacciones conscientes frente a reacciones 226, 231 caso de Simeón, 39-52, 75-82 242
inconscientes de, 171 -172 paranoides, 80, 118-119 con pacientes psicóticos, 7 I, 80 resumen de las sesiones con los pacientes,
respeto a, 79, 96 parcialidad en favor de, 5 1 consolidación de la relación, 47, 49-52, 175-176
sobrecarga de actividades, 73-74 psicóticos, 71, 80, 140 74, 76 sentimientos de, 228-230, 239
terapia ambiental, 30-31 respeto hacia, 79, 96, 211-212, 241-242 empatia en ¡a, 55, 57, 60-61, 64, 66, 72, terapia personal de, 134, 138, 226
tranquilidad en la primera entrevista, 71, respuesta a la tranquilización, 226-227, 82 y pacientes de edad, 209-210
74-75 230-232 niños perturbados en la, 39-41, 71-72 y padres de niños perturbados, 240-241
véase lambién casos resumen de las sesiones, 175-176 tensión en la, 47 psicoterapia orientada psicoanalílicamenie
nombres, elección por los niños, 49-50 Iranquilización de, 71, 74-75, 224-228 iranquilización de los pacientes, 71, 75 autodescubrimiento, 25-26, 42-43
pacientes nuevos véase también pacientes nuevos como relación de poder, 48-49
ansiedades de, 41, 47, 59-60, 72 psicoanálisis contenido real frente a contenido simbóli-
observación como invitados de honor, 76 aulodescubrimienlo en, 25-26, 42 co, 174-175
aprendizaje, 43, 45 empalia con, 55-56, 57, 6 1 , 64, 66, 72, 82 cambios en el modelo, 29 de los propios terapeutas, 239-240
248 El arle de lo obvio índice alfabético 249

cufien I tildes, 241 separación, angustia de, 206-208 Trilling, Lionel, 129 véase también envejecimiento, problemas
final de las sesiones, 174-176 véase también ansiedades Tuke, William, 150 Viena, Universidad de, 27
formación para, 238-239 Shankman, Escuela Ortogénica, véase Es-
frente a conductismo, 209 cuela Ortogénica
frente a investigación, 19-20, 127-128 síntomas vejez Wasserman, Jacob, 151
generalizaciones, 204-205 respeto por, 21 1-212 doctor Bettelheim en la, 33-35, 195- Wasserman, Saúl, 22
lenguaje de conversación terapéutica, rolde, 201-202 196 caso de Bobby, 84-112
173 Sociedad Psicoanalílica de Viena, 223 Freud en la, 210 Weinmann, Ciña, 27
objetivo, 231 Sócrates, 224
iranquilización en, 71, 75, 224-227 Sonia Shankman, Escuela Ortogénica, véase
vida interior como centro, 29 Escuela Ortogénica
véase también psicoanálisis Stanford, Universidad de
psicóticos, pacientes Centro de Estudios Avanzados de las
experiencia del doctor Bettelheim con, 71, Ciencias de la Conducta, 32
140 Hospital de Niños, 38, 155
y primeras entrevistas, 71, 80-81 programa de formación de psiquiatría in-
psicotrópicos, véase medicamentos psicotró- fantil, 17-18
picos Stern, Isaac, 238
psiquiatría suicidio
de adultos, 19, 45, 52, 118, 138, 147- de Freud, 34
149 del doctor Bettelheim, 34-35
enfoque bioquímico, 113-1 14, 146-150 Sylvester, Emmy, 30
entrevistas estandarizadas, 149
humanismo en, 147-148
infantil, 17, 22; formación, 17, 52-53, Táñalos, véase muerte, pulsión de
195 teorías bioquímicas sobre enfermedades men-
tales, I 13, 131, 147-148, 153
terapia
Reik, Theodore, 171 ambiental, 30-31
relación, I 15, 120-121 conductista: como modelo de tratamiento,
ausencia de, I 15, 122, 127-128, 130 84-85; frente a trabajo orientado hacia el
como proceso gradual, 81 -82 insight, 29, 211; limitaciones, 85
con niños amistas, I 14-1 15 véase también conductismo; psicoanálisis;
paciente y terapeuta, 47, 48-52, 74, 76 psicoterapeutas; psicoterapia de orienta-
poder en, 48 ción psicoanalítica
repetición, compulsión de, 215-216 «tercer oído», escuchar con el, 171, 177
respeto, 241-242 Tinbergen, Niko, 73
por los pacientes, 79, 96, 21 1-212, 241- Tiresias, 95
242 Tótem y tabú, 124
Ritalin, 88, 91 tranquilización, 224-228
Rorschach, test de las manchas de tinta de, bases para, 230-231
41-42 en primeras entrevistas, 7 1, 74-75
Rosenfeld, Alvin A opinión de los pacientes, 226-227, 231-
investigación sobre el incesto y el abuso 932
sexual, 19,85 transferencia, 162
v la etiología del autismo, 146-147 en el caso de Eduardo, 155-157
en el ejemplo de fantasmas, 185
y privacidad del terapeuta, 228
Salvavidas, véase indulgencia y sentimientos del terapeuta, 228
Sears, Roben, 20 véase también contratransferencia
índice

Prefacio 9

Introducción 17
1. El primer encuentro 37
2. Sacos de arena y salvavidas 84
3. La pereza del corazón 113
4. Transferencia y contratransferencia 155
5. Los padres, los hijos y Freud 195
Epílogo . " 237

índice alfabético 243

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