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Natalia Springer

Caridad
Ya empiezan a llegar, como todos los años, las invitaciones. Cenas de caridad por
doquier. La fórmula para pedir es casi siempre la misma. Exponen a los niños asustados
para que canten, saluden y se tomen fotos con gente que no conocen, fotos que luego
circulan por las redes sociales, no por los niños, sino para mostrar lo lindos que nos
vemos cuando les dejamos las limosnas de lo que evadimos en impuestos. Al final de la
cena de caridad, se escucha al animador, emocionado hasta las lágrimas, recordarle a la
gente que puede pasar por el recibo para deducir el aporte de sus impuestos.

Las fundaciones son estructuras fundamentales para canalizar iniciativas que le apuestan
a la transformación social. Su vocación original es hacer sociedad con las comunidades
para emprender cambios de largo plazo, para patrocinar las artes, para fomentar la
investigación, para restaurar la dignidad de quienes sufren, para proteger a los niños y
para aumentar la oferta de oportunidades.

Esas fundaciones no esperan hasta diciembre para trabajar y no exponen indebidamente


a las comunidades que tutelan. Desafortunadamente, bajo el mismo rótulo, también
proliferan las fachadas, los mecanismos legales para evadir impuestos y mejorar la
imagen. Su vocación son las relaciones públicas, no la responsabilidad social. La
caridad rara vez contribuye a la superación de la miseria y, en cambio, suele atrapar a
quien la recibe en un círculo de nunca acabar.

Si lo que busca es engañar al mundo con la falsa intención de cambiarlo con limosna,
adelante. Pero así no se producen los grandes cambios estructurales que necesitamos
para salir del subdesarrollo.

Lo más revolucionario que existe en materia de responsabilidad social y desarrollo es


esto: pague todos sus impuestos, no los evada; vigile su ejecución, quéjese, denuncie al
que le pida tajada, vote bien y pague lo justo a sus empleados.

Si su excusa es que no vale la pena pagar impuestos porque se los roban, permítame
agregar dos cosas. Si usted evade impuestos, una obligación (no un favor) que hace
posible, entre otros, el ejercicio de los derechos que todos reclamamos con tanta
diligencia, se sitúa al mismo nivel de los corruptos que tanto critica. Evadir es también
una forma de robar.

Pero, además, esta excusa, que se ha vuelto tan común en los círculos de gente bien, es
injusta y desconoce la realidad del servicio público, que tanto desprestigio recibe de
otros sectores con intereses. En el sector público en Colombia contamos con gente muy
valiosa, que lucha, y muy duro, por construir un país mejor.

Poco se sabe, por ejemplo, de que Colombia es pionero en innovación en materia de


superación de la pobreza (con el desafío de hacerlo en mitad de un conflicto). Poco se
sabe que el 80 por ciento de los beneficiarios de las viviendas gratuitas son víctimas de
la violencia y, a través de ellos, se materializa la política de restitución de los derechos
en dignidad y la reconciliación. Poco se sabe de la guerra sin cuartel que le ha planteado
la Dian al gigantesco mercado del contrabando en Colombia.

Casi nunca reciben atención aquellos jueces y fiscales valientes que hacen justicia y se
les atraviesan a las mafias y a los grupos armados ilegales en todo el país. Evadir
obligaciones es atentar contra el ejercicio de los derechos más fundamentales.

Si después de pagar sus impuestos quiere asumir nuevas responsabilidades, hágalo en


sociedad con las fundaciones que le apuestan a una Colombia mejor, no al circo de
exhibicionistas que reparte televisores en zonas deprimidas como una forma de evadir el
pago de recursos esenciales para construir, con hechos, la paz en equidad que tanto
anhelamos.

Natalia Springer

Publicación
eltiempo.com
Sección
Editorial - opinión
Fecha de publicación
18 de noviembre de 2013
Autor
Natalia Springer

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