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¡Silencio!

Ricardo Calderón “no propiamente estaba recogiendo café”. Estaba investigando, en un


país que llama “apátridas” a quienes exponen verdades incómodas y que se llena la boca
pregonando que ya dejó atrás los malos tiempos y que es seguro para ejercer el
periodismo, cuando la realidad es que tan solo se autocensura mejor.

El periodismo no solamente es una de las profesiones más riesgosas, sino también de las
que se ejercen en peores condiciones. El Comité para la Protección de Periodistas, en su
más reciente informe, revelaba que el año pasado fueron asesinados 70 periodistas en
todo el mundo. Somalia, con 12, padeció el año más violento en la historia de este país
contra los medios; Siria registra una situación extrema, con 28 casos; Paquistán, con 7,
y Brasil, con 4.

Reporteros Sin Fronteras, también en su informe más reciente, da cuenta de la difícil


situación por la que atraviesa México, en donde el año pasado fueron asesinados 6
periodistas, entre más de 70 desde el año 2000.

En ausencia de una política limpia y verdaderamente representativa, y frente a la


acomodada posición de sociedades que eligen ignorar el horror o justificarlo, el
periodismo se ha quedado, casi en solitario, como el bastión de la denuncia, el balcón
desde el que se expone la injusticia, y es por eso por lo que ha contado con algunos de
los más grandes defensores de los principios de humanidad. Entre aquellos inolvidables
hay que mencionar a Ken Saro-Wiwa, activista y periodista nigeriano, que recibió el
Right Livelihood Award por conducir una campaña no violenta por los derechos del
pueblo ogoni, tras denunciar el daño ambiental que padecen sus tierras ancestrales en el
delta del río Níger a causa de la explotación de petróleo.

En su trabajo A Month and a Day: A Detention Diary, revela sin censura la corrupción
que hizo posible la devastación del territorio, y concluye: “El genocidio de los ogonis ha
alcanzado una nueva dimensión. En mi próximo libro hablaré de la manera como se está
ejecutando, si es que vivo para contar la historia”. Ken Saro-Wiwa fue ejecutado un año
después por la dictadura militar (a la que había satirizado en su más conocido trabajo,
Sozaboy: A Novel in Rotten English).

Anna Politkovskaya, periodista y autora de Putin’s Russia: Life in a Failing Democracy,


dedicó su mejor trabajo a retratar los excesos del poder en Rusia y los pormenores del
conflicto armado en Chechenia. Murió asesinada a la entrada de su apartamento, en
octubre del 2006.

Con el atentado contra Calderón nos han notificado a todos: “¡Silencio!”, un mensaje
muy apropiado en tiempos en los que la impunidad total se cierne poco a poco como
regla. “La Fiscalía está muy cerca de identificar a los responsables”, se dijo rápidamente
y en voz alta. Me permití reír con tristeza. Las cifras son tozudas: según la evaluación
del Comité para la Protección de Periodistas, la impunidad en casos de asesinatos de
periodistas en Colombia desde 1992 es del 88 por ciento. Justicia parcial, es decir, los
procesos en los que por lo menos se ha seguido una investigación, es del 10 por ciento.
Solo se ha resuelto el 2 por ciento de los casos.

La guerra lo pudre todo y Ricardo Calderón ha sido testigo de excepción del ascenso de
una mafia descarada que hoy pasa por proba. Seguirá de pie y habrá que protegerlo por
lo que representa: nuestra oportunidad de que sea a través de la verdad y de la justicia,
no de su sacrificio, como podamos restablecer las fronteras de la decencia y de la
civilidad.

* De oscura elección y precoz posesión. Resisten las palabras del extraordinario


Hernando Martínez Rueda: “Fuero igual no tuvieron siquiera los zares: porque al caco,
y es claro, en Caconia lo juzgan sus pares”.

Natalia Springer
@nataliaspringer

Publicación
eltiempo.com
Sección
Editorial - opinión
Fecha de publicación
6 de mayo de 2013
Autor
NATALIA SPRINGER

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