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Lo sucedido en esas primeras horas parecía inusual. Ante una fortaleza como
aquella, resultaba extraño observar cómo esa masa de soldados se subordinó
al mando rebelde sin oposición de ninguna índole. Este hecho nos dijo mucho
acerca del resquebrajamiento moral de la dictadura, pero sobre todo de la
confianza y el respeto por el nuevo Ejército Rebelde, que contaba con el apoyo
incondicional de todo el pueblo.
Renacía una nueva vida para todos. Al caos inicial se le fue restituyendo el
orden y se dieron los primeros pasos para organizarnos, para lo cual se
utilizaron otras casas de los alrededores.
Era la primera vez que lo veía y lo evoco como si fuera hoy. Para mí, Fidel ha
tenido siempre el don de volverme muda. ¿Cuántas cosas le podía haber dicho
en ese instante? Pero las palabras no me salían, era como si algo misterioso
las retuviera en el corazón. Quizás le podía haber expresado lo que aquel
encuentro significaba para mí, decirle que me parecía conocerlo desde hacía
mucho tiempo. Además, había sido con él y por él que mi vida tenía un
objetivo, algo por lo que merecía vivirse. Y eso que yo ignoraba cuánto habría
de agradecerle, no solo por todo lo que le debo en el presente, sino porque de
no ser por él nunca hubiera conocido al Che.
(…) El Che salía con los escoltas, siempre en mi compañía, para hacer
gestiones de trabajo; transitábamos por las calles del Malecón, donde nos
perdíamos; al no conocer los lugares, a veces nos parábamos frente a una luz
roja, creyendo que era un semáforo y luego nos percatábamos de que era la
luz de una farmacia, lo que terminaba en bromas y risas. Parafraseando el
título de una película, éramos “unos campesinos en La Habana”.
(…)
Esa, quizás, fue una de las facetas que más impacto y asombro provocaba,
porque se sabía, hasta el momento, de sus dotes de estratega militar, pero
nada acerca de su formación teórica, a pesar de la fama de comunista que se
había ganado en algunos sectores.
En cuanto a mí, el cúmulo de trabajo era enorme, porque sobre todo me tocaba
atender las necesidades y problemas personales de los soldados, según lo
ordenado por el Che, además de tratar de controlar la cantidad de personajes y
periodistas que llegaban para intentar verlo.
(…)
(…)
(…)
Así llegó febrero y con él mi cumpleaños, que no fue muy agradable. Ya el Che
presentaba los síntomas de un enfisema pulmonar, secuela de los tiempos
difíciles de la guerrilla y de lo agitado de los primeros días del triunfo
revolucionario. (…)
Con posterioridad, en los primeros días de marzo, nos trasladamos para una
casa en Tarará con el propósito de que el Che se recuperara, lejos de tanto
trajín e infinitas tareas. Nos acompañaba su escolta, a la que consideraba mis
hermanos y a la que muchas veces tuve que defender ante alguna que otra
indisciplina, en una especie de complicidad colmada de afecto. (…)
La famosa casa de Tarará —que motivó una carta irrespetuosa y con toda
maledicencia hacia el Che, publicada en la revista Carteles, y debidamente
respondida por este—, era una casa diseñada con muy buen gusto, aunque lo
más significativo era que había pertenecido a un inspector de aduana vinculado
a la dictadura, que supuestamente solo devengaba un modesto sueldo. La
pregunta era de dónde había salido el dinero para esos lujos en la playa; así
vivían los usurpadores del dinero del pueblo.
Aunque no fueron nada más que dos meses y días los que vivimos en esa
casa, recapitular ese tiempo me complace extraordinariamente porque, aunque
no llegó a ser un hogar definitivo, ni tan siquiera de descanso propiamente “no
nos bañamos ni un día en la playa”, nos sentimos más cerca uno del otro y
pudimos tener mayor intimidad.
(…) era una casa confortable que permitía que el Che pudiera realizar los
despachos desde su habitación. Al no poder viajar diariamente a La Cabaña,
podía permanecer acostado todo el tiempo y a mí me permitía moverme con
entera libertad. Se respiraba un aire diferente y más elegante y cómodo que
allá, al estar la casa rodeada de grandes ventanales con cristales opacos y
tener mucha ventilación, porque estaba situada en una pequeña colina.
Al bajar nos encontrábamos con el salón, lugar histórico, del que se conservan
fotos, porque en él se discutió, se preparó y se redactaron las innumerables
versiones de la primera Ley de Reforma Agraria; después, el comedor
recubierto con madera y una cocina moderna que daba al garaje, donde
recuerdo había una pequeña bodega, para complacer el gusto de los antiguos
moradores.
(…) Allí también el Che tenía implantado un régimen de disciplina, con maestro
y todo, para que los soldados de la escolta continuaran sus estudios.
Claro que todo no siempre transcurría con total comprensión. En uno de esos
días se recibió una visita de compañeros nicaragüenses y para mi sorpresa el
Che me mandó a salir de la reunión, cosa que no entendí porque lo habitual era
que yo estuviera presente, como había sucedido con dominicanos, panameños
y haitianos. Cuando salí, comencé a llorar y a poner en duda la confianza que
me tenía el Che.
Después me explicó que iba a ser una reunión muy compleja, donde tenía que
decir cosas muy desagradables que no quería que yo presenciara, porque ellos
se iban a sentir muy abrumados. Estaba realmente apenado, pero de paso me
sirvió para entender el alcance futuro de esas actividades.
Mientras tanto, en Tarará cobraba forma una de las leyes más esperadas por el
pueblo cubano: la Ley de Reforma Agraria. Muchas razones explican que el
Che fungiera como una especie de coordinador del proyecto porque, desde la
Sierra Maestra, Fidel le había encomendado a Sorí Marín y a él ese trabajo,
además de que al llegar al Escambray la aplicó en los territorios bajo su
mando.
(Fragmentos del libro Evocación/ Tomado del sitio Che Guevara Libros)
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