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Tradicionalmente la diferenciación del culto religioso, según las exigencias de la jerarquía de valores que a
ello concierne, ha sido expresada con esta triple distinción:
“Latría” o verdadera adoración, debida solo a Dios Uno y Trino, a la humanidad de Jesús, en cuanto
pertenece al Verbo que la ha asumido en la unidad de la Persona, y a la Eucaristía, por ser la presencia real
y verdadera de Cristo Dios y hombre que se da como alimento de salvación.
“Dulía” o simple veneración, debida a los santos, en cuanto modelos de vida cristiana, y a los ángeles, que
han sido creados para adorar a Dios eternamente y acompañar a los hombres en su camino de fe. Los
santos y los ángeles siempre son reverenciados, amados e invocados en referencia a Dios y no en sí
mismos.
“Hiperdulía” o veneración especial, debida a María, por su singularidad de Madre del Verbo encarnado, y
de su especial cooperación en la redención, por lo cual se le honra con un particular sentimiento de
reverencia, de confianza y de amor. A Ella se recurre, en Ella se confía por ser Madre de Jesús y Madre
nuestra. Por lo tanto, el culto que se debe a María supera a cualquier otra creatura, incluso hasta el más
sublime de los Serafines. Ella es, en efecto, Madre también de los ángles.
En conclusión, se debe adorar (culto de latría) solamente a Dios, pero se puede también venerar, orar e
invocar a los ángeles y a los santos (culto de dulía). A la Virgen María se le tributa un culto especial (culto
de hiperdulía), que está por encima del culto a los santos y los ángeles, pero nunca igual o superior al culto
que se debe Dios. La razón fundamental es que María ocupa un lugar excepcional en la historia de
salvación, por ser “Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y esposa de Dios Espíritu Santo”.
De esta manera el Concilio fija el sentido teológico del culto mariano, como resultante de toda la doctrina
mariológica precedentemente expuesta: culto de “hiperdulía” (aunque el Concilio no hace uso de este
término) hacia la creatura más cercana a Dios, elegida entre todas para ser la Madre y la cooperadora
singular del Verbo encarnado.