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¿Los católicos “adoramos” a la Virgen María?

Jesús Alejandro Castaño Bermúdez Pbro.


jacastano@arquidiocesisdeibague.org
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Comúnmente se escucha decir que los católicos “adoran” a la Virgen María. Esta afirmación es típica de la
teología protestante que, entre otros argumentos, dice que “solo se debe adorar a Dios”, y que la
“adoración” a María “no es bíblica”. Frente a tal aseveración es necesario aclarar que la Igleisa siempre ha
enseñado que la adoración se reserva solo a Dios Uno y Trino; a María se le “venera” por ser la Madre de
Jesucristo y la más fiel sierva de Dios.

Diferencia entre “adorar” y “venerar”


En la doctrina católica la veneración es un tipo de honor distinto de la adoración. La palabra veneración
viene del latín “veneratio” (que en griego se dice douleou o dulía), y significa honrar, es decir, guardar un
profundo respeto, una profunda admiración por alguien. Por lo general se usa para referirse a alguien
mayor que cuenta con muchos méritos, alguien que va más allá de lo común, alguien extraordinario que se
destaca por su santidad, dignidad y virtudes.
La palabra adoración deriva del latín “adoratio”, que tiene raíz en los términos “ad oro”, y significa “oro” o
“te ruego” (en griego, latría), y significa adorar, término bíblico y teológico que hace referencia a la
devoción o culto que se le da solo a Dios. Adorar, por lo tanto, es el grado máximo de alabanza, que
implica una entrega y sumisión total a quien es objeto de adoración. En este sentido el numeral 2132 del
Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la adoración es el primer acto de virtud de la religión. Adorar
a Dios es reconocerlo como tal, Creador y Salvador, Señor y Don de todo cuanto existe, Amor infinito y
miseriocordioso”.
Latría, dulía e hiperdulía
Teniendo en cuenta lo anterior, desde los orígenes de la reflexión teológica, los teólogos han adoptado el
término “latría” para la adoración sacrificial debida solo a Dios, y “dulía” para la veneración que se ofrece a
los santos y a los ángeles. La teología católica incluye también el termino “hiperdulía” para designar el tipo
de veneración que se ofrece específicamente a María, la Madre de Jesús.

Tradicionalmente la diferenciación del culto religioso, según las exigencias de la jerarquía de valores que a
ello concierne, ha sido expresada con esta triple distinción:

“Latría” o verdadera adoración, debida solo a Dios Uno y Trino, a la humanidad de Jesús, en cuanto
pertenece al Verbo que la ha asumido en la unidad de la Persona, y a la Eucaristía, por ser la presencia real
y verdadera de Cristo Dios y hombre que se da como alimento de salvación.

“Dulía” o simple veneración, debida a los santos, en cuanto modelos de vida cristiana, y a los ángeles, que
han sido creados para adorar a Dios eternamente y acompañar a los hombres en su camino de fe. Los
santos y los ángeles siempre son reverenciados, amados e invocados en referencia a Dios y no en sí
mismos.

“Hiperdulía” o veneración especial, debida a María, por su singularidad de Madre del Verbo encarnado, y
de su especial cooperación en la redención, por lo cual se le honra con un particular sentimiento de
reverencia, de confianza y de amor. A Ella se recurre, en Ella se confía por ser Madre de Jesús y Madre
nuestra. Por lo tanto, el culto que se debe a María supera a cualquier otra creatura, incluso hasta el más
sublime de los Serafines. Ella es, en efecto, Madre también de los ángles.
En conclusión, se debe adorar (culto de latría) solamente a Dios, pero se puede también venerar, orar e
invocar a los ángeles y a los santos (culto de dulía). A la Virgen María se le tributa un culto especial (culto
de hiperdulía), que está por encima del culto a los santos y los ángeles, pero nunca igual o superior al culto
que se debe Dios. La razón fundamental es que María ocupa un lugar excepcional en la historia de
salvación, por ser “Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y esposa de Dios Espíritu Santo”.

El Concilio Vaticano II confirma esta verdad


El número 66 de la Constitución Dogmática Lumen Gentium dice: “María, que por la gracia de Dios,
después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la
Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial
culto por la Iglesia (…) Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque es del todo singular,
difiere esencialmente del culto de adoración, que se da al Verbo Encarnado lo mismo que al Padre y al
Espíritu Santo”.

De esta manera el Concilio fija el sentido teológico del culto mariano, como resultante de toda la doctrina
mariológica precedentemente expuesta: culto de “hiperdulía” (aunque el Concilio no hace uso de este
término) hacia la creatura más cercana a Dios, elegida entre todas para ser la Madre y la cooperadora
singular del Verbo encarnado.

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