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Historias de boliches: El Quita Pena

Aunque parecen que no están y que sus años de éxito pasaron a la historia, los
negocios de pueblo o boliches de antaño se niegan a desaparecer, no solo
físicamente, sino que también se han quedado en la memoria de los habitantes que
los recuerdan y valoran el legado cultural y emocional que estos boliches han dejado
en ellos.

En la ciudad de Linares existen este tipo de locales y están repartidos por diversos
lugares de la urbe. En este reportaje, volveremos a encontrarnos con esa historia,
a través de un enigmático y reconocido boliche, que vive en la memoria colectiva de
la comuna.

Hacemos nuestra parada en un local, que para muchos es uno de los más
reconocidos y emblemáticos del sector oriente de la ciudad, que lleva un nombre
muy particular y si se quiere muy pertinente. Hablamos del “quita pena”, expendio
de bebidas alcohólicas y restaurant que se encuentra ubicado a escasos metros
del cementerio parroquial de la ciudad. Sus paredes exteriores gastadas, el nombre
del local a estas alturas desteñido, recuerdan que el paso del tiempo no ha sido en
vano, pero que en su interior hay una historia viva que es interesante conocer.

Al entrar en sus dependencias nos remontamos a una época en donde se solía


encontrar en estas paredes la compañía y la conversación que se necesitaban
después de despedir a un ser querido, y que gracias a la infaltable chicha o vino
pipeño, hacían aquellos momentos más llevaderos; recuerda El chico Lucho, hijo de
uno de uno de los dueños y que hoy, a una avanzada edad, sigue vendiendo de
manera clandestina chicha y vino tinto a muchos clientes escurridizos que llegan a
menudo para llevar el manjar o sentarse bajo el parrón de esta casa patronal a
degustar alguno de sus productos.

“Es muy lindo saber que este restaurant se ha mantenido por tanto tiempo en el
corazón de las personas, y que ha perdurado por tantos años, siendo parte del
barrio y de la ciudad”, manifiesta, emocionado, Lucho.

En su interior, El Quita Pena, luce una apariencia como detenida en el tiempo. Su


barra de una madera firme y color caoba, con un olor a alcohol impregnado, nos
indican que fue un sector del restaurante con mucho tráfico de clientes. Las mesas,
por su parte, gastadas y refaccionadas con el ingenio que solo el chileno puede
tener, dan cuenta de que aquí se tejieron grandes jornadas de reflexión y risas
alcoholizadas.

Al sentarse en cualquier sector del boliche, se puede ver, pegados en sus murallas,
afiches publicitarios de la década de los ochenta, que aunque desgastados por el
paso del tiempo, no dejan de emocionar y hacer rememorar momentos vividos. El
piso del local de madera, con muchas de sus tablas podridas, la poca luz que dejan
pasar las pequeñas ventanas instaladas en lo alto de la pared, así como el silencio
del local, dan la sensación de encontrarse en otra época, en otro espacio, en un
lugar perdido en el tiempo, pero tan vivo, que es difícil mantenerse indiferente.

Probablemente, la afluencia aun a estos lugares, se deba a la nostalgia que evoca


en muchas personas y a la necesidad latente de encontrase con el pasado, que
muchos se niegan a olvidar.

El Quita Pena es, sin lugar a dudas, una muestra latente de la historia de la comuna,
que como en muchas otras ciudades, han dejado un legado cultural, arquitectónico
y emocional a los habitantes de estas ciudades.

Alejandro Fuentes Castro


Postitulo lenguaje y comunicación
Universidad católica - sede linares

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