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Escribir es mi pasión. El año pasado sin embargo, por un período de unos cuantos
meses, no tenía ganas de escribir, me parecía que era como una especie de rutina,
y no lo encontraba tan satisfactorio como suelo hacerlo. ¿Por qué? Porque una
cosa que he llegado a considerar como uno de los componentes más importantes
para tener una vida feliz estaba faltando: Tiempo.
Durante ese período, estaba dándole los retoques finales a mi libro —yo le había
prometido a los editores que lo tendría listo para final de año—, y al mismo tiempo
estaba viajando por los Estados Unidos dictando talleres y dando charlas. Si bien
estaba haciendo cosas que amo —enseñar y escribir son actividades placenteras y
profundamente significativas para mí— yo me había sobrevendido. Había
comprometido mi felicidad porque simplemente tenía mucho en mi plato.
Norbert Schwartz, uno de los coautores del artículo junto con Kahneman, explica
los resultados contraintuitivos del estudio: “Cuando le preguntan a las personas
cuánto disfrutan pasar tiempo con sus hijos, ellos piensan en todos los momentos
hermosos: cuando les leen una historia por la noche, o un paseo al zoológico. Pero
no toman en cuenta los otros momentos, aquellos momentos en los cuales están
tratando de hacer algo y los niños se transforman en un obstáculo”. No hay duda
que los padres consideran que la paternidad es algo significativo —probablemente
la experiencia más significativa de sus vidas— sin embargo, por cuanto que tienen
mucho que hacer, la alegría que derivan de pasar tiempo con sus hijos se ve
fuertemente disminuida. Los teléfonos inteligentes, correos electrónicos, la
autopista de la información —la complejidad en general de la vida moderna—
todo esto contribuye a sentir una presión constante en términos de tiempo, y a
experimentar actividades potencialmente significativas y agradables como simples
obstáculos.
¿Qué podemos hacer entonces para disfrutar más nuestras vidas a pesar de la
carrera de locos en la que muchos de nosotros vivimos?
La respuesta a esta pregunta contiene tanto buenas como malas noticias. La mala
noticia es que, desafortunadamente, no hay pastillas mágicas. Debemos simplificar
nuestras vidas, debemos frenar. La buena noticia es que simplificar nuestras vidas
—hacer menos en vez de más— no tiene que ser a costa del éxito.
Tomarse un día cada semana parece, para muchos, un lujo imposible de costear,
cuando en realidad lo contrario es cierto. Si nuestra salud física y mental es
importante para nosotros, si ser exitoso también lo es, no podemos costear
trabajar siete días a la semana. Así como nuestro cuerpo necesita descansar
después de un arduo trabajo (o por lo menos necesita un cambio de ritmo), así
también nuestra mente. Sin descanso, nuestro cuerpo y nuestra mente
eventualmente experimentan fatiga, son susceptibles a sufrir heridas y actúan por
debajo de su capacidad. Shabat, un día de descanso semanal, nos ayuda a
recuperarnos. Emergemos más fuertes, más calmados, y sí, más felices.
Como escribe el comentarista Or Hajaim: Shabat provee no sólo un quiebre de
rutina sino también una inmersión en las delicias físicas y espirituales. Como tal, es
nuestra fuente de inspiración para los siguientes seis días.
¡Simplifica!
El filósofo norteamericano Henry David Thoreau instó a sus contemporáneos en el
siglo 19 a reducir la complejidad de su diario vivir: “¡Simpleza, simpleza, simpleza!
Haz que tus asuntos sean dos o tres, y no cientos o miles; en vez de un millón
cuenta media docena”. Las palabras de Thoreau son incluso más pertinentes hoy en
día, ya que nuestro mundo se hace cada vez más complejo y la presión parece
aumentar a cada nanosegundo.
Para aumentar los niveles de bienestar, no hay otra solución más que simplificar
nuestras vidas. Esto quiere decir resguardar nuestro tiempo, aprender a decir “no”
más seguido —a personas y oportunidades— lo cual no es fácil. Significa priorizar,
elegir actividades que realmente queremos hacer, mientras que dejamos ir otras.
Afortunadamente, hacer menos no necesariamente significa comprometer nuestro
éxito.
Debemos notar que la mayoría de las grandes figuras espirituales de la historia
judía fueron pastores. Al estar solos, los pastores tienen mucho tiempo para
pensar. No tienen distracciones, ni citas a las cuales asistir. Ellos se comprometen
completamente con el presente, pueden aprovechar las mejores oportunidades de
la vida.