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Una Concepcion Humanista Del Hombre Martinez PDF
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Una Concepción
La filosofía griega creó una imagen del hombre centrada en la virtud y la razón: el
hombre alcanzaba la virtud a través del uso de la razón y siguiendo sus
demandas. El pensamiento cristiano le añadió los conceptos amor y pecado. El
Renacimiento introdujo los aspectos de poder y voluntad, plasmando la imagen
política del hombre. Los siglos XVIII y XIX racionalizaron el interés de los hombres
por la propiedad, las cosas y el dinero. La imagen freudiana de la primera mitad
del siglo XX enfatizó el aspecto impulsivo, irracional e inconsciente del ser
humano, y la psicología conductista puso el acento en la presión que ejercen
los factores ambientales.
El estudio del hombre puede ser realizado desde muy diferentes ángulos y
perspectivas complementarios entre sí. Su riqueza resulta siempre inagotable y
desafiante. Nuestro enfoque es uno, el psicológico, que tratará de incluir todo lo
que es humano, pero haciendo énfasis en aquellas dotes y características que
mejor distinguen al hombre.
Sin embargo, quien tendió el puente entre el mundo físico newtoniano y las
ciencias humanas fue John Locke, que fue un gran admirador de Newton.
Efectivamente, Newton publicó su obra más famosa, Principia Mathematica, en
1687. En ella reduce la naturaleza física a cinco categorías
fundamentales: partículas materiales, existentes en un espacio y tiempo absolutos,
puestas en movimiento por una fuerza determinada. En 1690 –tres años más
tarde–, Locke publica su Essay Concerning Human Understanding, en el cual trata
de hacer con la mente humana lo que Newton había hecho con el mundo físico:
Locke concibe la mente humana como una realidad compuesta de partículas (las
ideas) que existen en un espacio y tiempo determinados y que se funden,
amalgaman o cambian por la acción de fuerzas exteriores a ellas mismas.
De acuerdo con las ideas de Locke, podemos tener una ciencia de la mente
humana análoga a la ciencia de la naturaleza física. Esto implica
el presupuesto de que los elementos mentales son análogos a las partículas
físicas y el presupuesto de que explicar toda realidad compleja consiste en
descomponerla en sus elementos simples.
Por todo ello, Koch "es de la opinión que, al adherir a un paradigma que ya no
prevalece ni siquiera en las ciencias naturales, el conductismo mismo es una
causa perdida" (Tageson, 1982, p. 126).
Sin embargo, hay freudianos más o menos ortodoxos que han propuesto
diferentes sustitutos para los instintos: reflejos prepotentes, impulsos, necesidades
básicas, deseos, propensiones, etc., y que nos piden que miremos hacia atrás, si
no a la historia racial, al menos a la primera historia individual, para poder
encontrar una explicación de la conducta del hombre.
Sin embargo, es necesario señalar muy claramente que existen ciertos linderos
o puntos diacríticos, cuya aceptación o rechazo ubican a un pensador en una
corriente psicológica determinada. Así, por ejemplo, Allport, al comentar la
posición sostenida por los psicólogos "neofreudianos" del yo, que reconocen
claramente una "autonomía del yo", señala que "esto equivale a volver del revés la
psicología freudiana tradicional" (1966, p. 261). Evidentemente, reconocer que
existen, como dicen ellos, "funciones del yo libres de conflicto" es aceptar que
vivimos nuestra vida, por lo menos en parte, de acuerdo con nuestros intereses,
valores, planes o intenciones conscientes, y que nuestras motivaciones son
autónomas (por lo menos relativamente) respecto de las presiones, impulsos,
instintos y situaciones ambientales. En fin de cuentas, el mismo Freud fue siempre
una figura que osciló entre dos tradiciones: la de la ciencia y la de las
humanidades.
Igualmente, Koch, al describir las tres fases por las que ha pasado el conductismo
(conductismo clásico, neoconductismo, neo-neoconductismo), habla de este último
como de quien ha perdido su carácter distintivo. Efectivamente, cita a Guthrie que
dice: "nosotros nos descubrimos y sorprendemos a nosotros mismos
describiendo inevitablemente los estímulos en términos perceptuales", es más,
"es... necesario que tengan significadopara el organismo respondiente" (1974, p.
17).
Por lo tanto, Guthrie reconoce que estímulos muy diferentes pueden dar origen a
las mismas percepciones y, viceversa, el mismo estímulo puede producir
percepciones muy diferentes: con la misma imagen en la retina, un sujeto ve un
conejo y otro ve un antílope. Ahora bien, dos grupos cuyos miembros tienen
percepciones sistemáticamente distintas al recibir el mismo estímulo, viven, en
cierto sentido, en mundos diferentes. Y, de una manera mucho más abierta,
recientemente, Bandura (1974, 1978) habla de "discernimiento", "conciencia",
"pensamiento", "elección", "autodirección", "libertad", "responsabilidad" y otros
conceptos que de ningún modo pueden entenderse dentro del marco de referencia
en que se ubica el paradigma conductista.
Hemos recibido de Europa casi todos nuestros conceptos clave. Con dedos
cuidadosos hemos tomado las actitudes de Würzburg, el condicionamiento
de Leningrado, las manchas de tinta de Zurich, el gestaltismo de Berlín, el
subconsciente (así como el neopositivismo) de Viena, el cociente intelectual
de Breslau y de París, la estadística de Inglaterra y la patología de Francia.
A éstos les hemos agregado la rigidez de un método tieso, una pizca de
nuestro pragmatismo y un destello de optimismo. Nos hemos dedicado
incluso a la cohabitación conceptual de unir el psicoanálisis con el concepto
de estímulo-respuesta, así como con el concepto de cultura; también
hemos unido a Pavlov con la psicoterapia, sin mencionar al existencialismo
con Elvis Presley (p. 22).
Charles Dickens, al hablarnos de los miembros del Club Pickwick, señala que se
habían reservado el derecho de dar significados especiales a las palabras
comunes. Quizá ésta fue una anticipación de la tesis fundamental de la psicología
fenomenológica.
El estudio de este núcleo central resulta muy esquivo a toda observación, pues
implica un acto reflejo en sentido total: el yo trata de conocer su propia naturaleza,
aun en ese mismo acto de autoconocimiento.
Este núcleo central parece ser el origen, portador y regulador de los estados y
procesos de la persona. Efectivamente, no puede haber adaptación sin algo que
se adapte, ni organización sin organizador, ni percepción sin perceptor, ni
memoria sin continuidad de sí mismo, ni aprendizaje sin cambio en la persona, ni
evaluación sin algo que posea el deseo y la capacidad de evaluar.
Allport escogió el vocablo latino proprium para denominar este núcleo central y
trata de ilustrar con un ejemplo cómo coexisten y se fusionan en nuestra
experiencia cotidiana los siete aspectos que, según él, lo constituyen:
Ahora bien, en la orientación humanista se afirma que este camino puede ser más
sabio que la misma vía racional. Cuando un individuo está libre de mecanismos
defensivos, actúa espontáneamente, observa y ausculta todas las reacciones de
su propio organismo, dispone de un cúmulo inmenso de conocimientos que el
organismo procesa, a veces, inconscientemente y genera conclusiones que se le
presentan como intuiciones. Estos juicios pueden ser más sabios que el
pensamiento consciente, tomado en sí mismo, ya que el carácter racional del
hombre le lleva, a veces, a negarse a sí mismo y a desconocer aquella parte que
se presenta con una aparente incoherencia.
Parece que esta confianza en la reacción total del propio organismo, y no sólo en
la propia mente, tiene mucha relación con la creatividad. Einstein, por ejemplo, al
tratar de explicar cómo se fue acercando hacia la formulación de la teoría de la
relatividad, sin ningún conocimiento claro de su meta, expresa que confiaba en la
reacción de su organismo total:
Como ya señalamos al hablar del núcleo central del ser humano, el hombre posee
la capacidad de autorrepresentarse. Esta posibilidad de contemplarse a sí mismo
desde afuera, de autoproyectarse, de autoduplicarse, de autorreproducirse, esta
capacidad de tomar conciencia plena de sí mismo es una característica distintiva
del hombre y es la fuente de sus cualidades más elevadas.
Por otro lado, el determinismo haría totalmente inexplicable toda una serie de
realidades humanas como la responsabilidad, la imputación, la culpa, el
arrepentimiento y, en general, toda la ética, el derecho y la jurisprudencia. Ante el
atropellamiento, por ejemplo, de un peatón, por parte de un conductor descuidado,
la autoridad policial debiera detener tanto a éste como a su automóvil: ambos
serían igualmente "responsables". Tampoco tendrían ningún sentido la educación,
la terapia u otras actividades culturales o sociales, ya que los acontecimientos
seguirían siempre y necesariamente el propio curso.
Martín Buber describe esta relación profunda, de persona a persona, como una
relación "yo-tú", es decir, una mutua experiencia de hablar sinceramente uno a
otro como personas, como somos, como sentimos, sin ficción, sin hacer un papel
o desempeñar un rol, sino con plena sencillez, espontaneidad y autenticidad. Este
autor considera que ésta es una experiencia que hace al hombre verdaderamente
humano, que no puede mantenerse en forma continua, pero que si no se da de
vez en cuando, el individuo queda afectado seria y negativamente en su
desarrollo. Es más, Karl Marx –en sus Tesis sobre Feuerbach, y como veremos en
el capítulo 12– considera que "la esencia del hombre no es una abstracción inserta
en cada ser humano, sino que, en su auténtica realidad, es el integración de las
relaciones sociales".
Este tipo de relación es la que constituye la mejor forma educativa y, cuando ésta
ha fallado, la mejor práctica terapéutica. En su más feliz realización, esto da la
sensación a sus participantes de haber vivido un momento fuera del tiempo y del
espacio, algo similar a un sentimiento de trance del cual se sale como de un túnel
y se regresa a una vida cotidiana completamente distinta.
Parece ser que, en gran parte, los procesos creativos se dan al margen de la
dirección del yo y que, incluso, requieren de una renuncia inicial al orden. Cuando
las personas creadoras tratan de describir cómo lograron determinada realización,
frecuentemente dicen que la idea se les ocurrió "de golpe", "sin hacer nada",
"como por inspiración", "mientras no pensaban en el problema", "como una gran
intuición", "como un rayo de claridad deslumbrante", etc.
Al analizar unas doscientas biografías, Charlotte Bühler (1967) observó que cada
vida estaba ordenada y orientada hacia uno o varios objetivos. Cada individuo
tenía algo especial por lo que vivía y trabajaba, un propósito principal, una misión,
una vocación, una meta trascendente, que podía variar mucho de un individuo a
otro. En cada persona existía un proceso evaluador interno que iba estructurando
un sistema de valores, el cual, a su vez, se convertía en el núcleo integrador de la
personalidad y formaba una filosofía unificadora de la vida.
Para Allport, "el valor es una creencia con la que el hombre trabaja de preferencia.
Es una disposición cognitiva, motora y, sobre todo, profunda del proprium" (1966,
p. 530).