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(Sal.66:16)
Estoy muy contento y muy agradecido con Dios por darme la oportunidad de
presentarme ante ustedes para dar testimonio de mi experiencia personal
sobre la salvación que Dios me ha dado.
Lo que hoy soy y lo que hoy tengo es sólo por la maravillosa gracia de Dios,
pues, lo que dice la Escritura es verdad: “Desnudo salí del vientre de mi
madre,…” (Job.1:21). Es decir que cuando nací no conocía a Dios, no sabía
nada de Dios; pero ¡qué bueno es Dios! ¡Qué grande es Dios! aunque yo no lo
conocía, Dios sí me conocía.
-Manuel dame cinco pesos. Mi papá me miró y me dijo: -¿P’aqué querés cinco
pesos? Yo lo único que hice fue responderle: -Ah. El volvió a preguntarme:
decime ¿para qué querés cinco pesos? Y yo le respondí: -Para comprarme
unos escapularios muy bonitos que están vendiendo en el parque a cinco
pesos. Y él muy mal humorado me respondió: -Yo no tengo plata hombre. Eso
¿p’aqué? Esas son bobadas, eso no sirve p’nada.
Recuerdo que salí de ese taller muy triste y con muchas ganas de llorar. Yo no
entendía lo que él me decía, pues, era tan solo un niño de unos cinco o seis
años, y me sentía herido. Además él no me explicó nunca nada acerca de
Dios; pero al pasar los años como Dios me tenía en el plan de la salvación, el
Señor Jesucristo sanó mi herida y por su palabra gloriosa me ha revelado que
los santos no son los que se hacen con las manos, que los santos no los hacen
los hombres, sino el único Dios Todopoderoso, el único que es Santo y él es el
único que hace verdaderos santos. Y Dios me ha revelado que las imágenes
que hacen los hombres para adorarlas, son ídolos que Dios detesta, son ídolos
sin vida, como está escrito en el (Sal.115:1-18).
Ahora me gozo en esta grande salvación de Dios porque he entendido que hay
un solo Dios y que su nombre es Jesús, nombre sobre todo nombre y que es él
quien nos cuida, quien nos ayuda, quien nos bendice y quien nos da todas las
cosas que necesitamos.
Así que mi primera y verdadera comunión con el Señor Jesucristo fue cuando
me hablaron del evangelio y por la gracia de Dios yo creí en él y el Señor entró
a mi vida para limpiarla y cambiarla con su gran poder.
Recuerdo que desde niño tuve cierta inclinación por los temas religiosos y
estando en primero de primaria un compañero de clase, llamado Omar Herrera
un día a la clase de religión llevó un libro de historia sagrada…
Pero antes de entregarme a Dios recuerdo que una vez con un compañero de
estudio, llamado Mauricio Velásquez, me fui de vacaciones para el bajo Cauca
a un lugar llamado Tarazá a trabajar a unas minas de oro, era el mes de
diciembre el mes de la beba, del baile, de la furrusca; y en un lugar llamado el
cinco, un sábado por la tarde salí de las minas para irme para Tarazá y
mientras esperaba un chivero en la autopista, comencé a sentirme muy
extraño, comencé a sentir un profundo vacío en mi corazón, me sentía
miserable, no le veía sentido a mi vida, tenía 17 años y no tenía un rumbo fijo,
de modo que estando en esa autopista veía como los camiones doble troques
que pasaban llenos de chatarra y de metal, pasaban a toda velocidad, y de
momento sentí ganas de morirme y no vivir más, entonces me preparé para un
acto suicida y así terminar con mi vida, esperé a que pasara uno de esos doble
troques, lo vi venir a la distancia y cuando ya estaba a punto de tirármele en el
momento en que pasaba frente de mí, oí una voz dentro de mi corazón que me
dijo: “Si te matas te pierdes para siempre” “Si te matas te condenas” al instante
sentí una fuerza potente que me agarró por la espalda y me lanzó a un lado de
la carretera.
Hoy entiendo que esa voz que me habló al corazón era la voz de Dios y esa
fuerza potente era el poder del Señor salvándome del suicidio y de la
condenación, y hoy comprendo que Dios no quiere la muerte del pecador, sino
que este se arrepienta y viva (Ez.33:11).
Y una noche tuve un sueño. En el sueño yo vi dos caminos uno muy estrecho y
sin pavimento, y otro camino muy ancho, empedrado, y con unos jardines muy
bonitos y vi que mucha gente iba por ese camino hombres y muchas mujeres, y
yo comencé a caminar por ese camino, al principio todo era muy bonito, pero
luego de haber caminado un largo trecho, el camino bonito y empedrado
comenzó a descender, habían unas escalas y yo descendí, largo rato, por esas
escalas, hasta la entrada de una cueva. Lo que al principio era tan bonito de
repente se tornó en algo muy espantoso, vi que todo alrededor de mí se
oscureció y que yo estaba solo, había mucho humo, se oían truenos y se veían
relámpagos, a la entrada de la cueva yo veía unas calaveras ensartadas por
unas estacas y que se estremecían haciendo chocar los dientes superiores
contra los inferiores. Me llené de miedo y cuando quise correr para subir por las
escalas vi que de la cueva salía lava ardiendo con fuego, comencé a subir esas
escalas, pero detrás de mí se iban desmoronando y cayendo a algo que
parecía un lago de fuego, delante de mí vi también que las escalas estaban
agrietadas y a punto de caerse, en ese sueño oí una voz que me decía: “debes
tener fe”, en mi mente cuando dudaba, veía que más se caían las escalas,
detrás y delante de mí, y oía la voz de nuevo que me decía: “debes tener fe”.
Yo en mi desespero grité fuertemente: ¡sí yo tengo fe! En ese momento
apareció la mano de un hombre muy gigante, la cual me tomó y me llevó a una
roca muy grande y me puso allí. Hoy comprendo que ese gigante es el Señor
Jesucristo que me estaba salvando de ir al infierno y que me puso sobre la roca
que es él mismo, como está escrito en el (Sal.40:1-3).
Y resulta que en ese mismo mes de Enero, alguien que apenas había visto me
hizo una invitación para que me viniera para Medellín a trabajar, entonces yo le
acepté, y dejando mi madre y mi pueblo, viajé para Medellín, y comencé a
trabajar en varias empresas, y ya al final de ese año estando trabajando en una
empresa muy buena llamada Cartón de Colombia, y ganando dinero para
comprar ron, un día mientras tomaba el autobús, un joven muy amable me
saludó, yo no sabía quién era ese joven, y pasados varios días de encontrarnos
y viajar juntos en el autobús, un día me hizo una invitación para ir a los cultos,
yo le dije que un día de estos iba a ir. Yo ya tenía muchos problemas y bien
serios. Recuerdo que estando en los puentes cerca de la plaza minorista, con
una botella de ron en el bolsillo y dispuesto a visitar a otra novia que tenía, ese
joven me encontró, me habló de nuevo del evangelio y me invitó para el culto a
la iglesia central, yo no tuve más que hacer, sino aceptarle la invitación. Fui a la
iglesia central escuché otra vez el evangelio y esta vez el Señor tocó mi
corazón de una manera espectacular, pasé adelante al altar y me arrepentí.
Era la primera vez que asistía a una iglesia pentecostal aquí en Medellín.
Pasados algunos días, con una liquidación que me dieron en la empresa donde
trabajaba, viajé para Gómez plata, allá me encontré con el viejo amigo que me
había hablado del evangelio, pero como todavía el hombre estaba descarriado,
me puse a beber ron con él, era comienzos del mes de Noviembre, el mes que
la gente llama “de las ánimas”. Cuando ya estábamos muy borrachos, me dijo
él, ¿Usted varón? ¿Usted es hombre? Yo le dije: “Sí yo soy hombre, yo soy un
varón”. Ustedes saben que uno borracho se cree mucha guanábana. Entonces
él me dijo: “Bueno si usted es varón, vámonos esta noche a dormir al
cementerio, en una de esas bóvedas de allá”. Y yo le dije: ¡listo, vámonos! Y
saliendo de la cantina donde estábamos nos fuimos rumbo al cementerio de mi
pueblo para dormir allá en una de las bóvedas.
Como pudimos llegamos allá al cementerio, John se fue y trajo una bolsa, que
sacó de una bóveda, era bolsa grande y llena de muchos huesos de muertos,
cuando yo la vi le dije: -Sabe ¿qué? Vaya lleve esa bolsa con esos huesos a
donde estaba y venga vamos a hacer algo muy especial, hoy, aquí en este
cementerio. Él se fue, llevó la bolsa con los huesos y al ratico volvió, yo estaba
parado en la parte central y principal del cementerio donde suelen poner los
cadáveres para hacerles la misa, y frente a mí estaba una imagen de la virgen,
y le dije a mi amigo, sabe ¿Qué? Mire esta muñeca, esto no es ninguna virgen,
esto es un ídolo hecho por los hombres, esto no es nada, esto no sirve para
nada. Vea estas flores que le han puesto y ella no puede ver ninguna de estas
flores. Tomamos las flores y las regamos por el piso donde estábamos, y le
dije: Si usted y yo nos morimos así como estamos, nos condenamos, porque
usted conoce el evangelio, usted conoce el camino de la salvación, pero no lo
está llevando como es, no está obedeciendo y yo es que nunca lo he
obedecido. Así que vamos a arrepentirnos ahora mismo, y le vamos a pedir
perdón a Dios, y nos vamos a entregar a Dios, yo me voy a convertir a Dios y
voy a seguir el camino del evangelio. Nos arrodillamos allí en un prado, eran
como las 12: M de la noche, y allí arrodillados en ese cementerio me arrepentí
de todo corazón y lloré, duramos alrededor de una hora o más.