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LO QUE DIOS HA HECHO A MI ALMA

(Sal.66:16)

“Vengan y escuchen, todos cuantos reverencian al Señor, y yo les contaré lo


que Él hizo a favor mío”.

Estoy muy contento y muy agradecido con Dios por darme la oportunidad de
presentarme ante ustedes para dar testimonio de mi experiencia personal
sobre la salvación que Dios me ha dado.

Lo que hoy soy y lo que hoy tengo es sólo por la maravillosa gracia de Dios,
pues, lo que dice la Escritura es verdad: “Desnudo salí del vientre de mi
madre,…” (Job.1:21). Es decir que cuando nací no conocía a Dios, no sabía
nada de Dios; pero ¡qué bueno es Dios! ¡Qué grande es Dios! aunque yo no lo
conocía, Dios sí me conocía.

No tuve el privilegio que tienen muchos muchachos, el de nacer en un hogar


cristiano, de padres cristianos que sí conocen a Dios. Nací en un hogar católico
con creencias católicas. Mi padre era un carpintero, ya él murió hace algunos
años, él nunca vivió conmigo, pues, era casado con otra señora, él sí conocía
algo del evangelio porque él y gran parte de su familia asistían a una iglesia
trinitaria llamada: iglesia cuadrangular. Y recuerdo que en mi pueblo, en Gómez
Plata, en la época de la semana santa llegaban al parque del pueblo los
vendedores de reliquias, de escapularios, de cruces y de santos según las
creencias católicas con que mi madre me había criado, y a mí me gustaba
mucho ir a observar todas esas reliquias, porque por los colores y los dibujos o
las imágenes que tenían me parecían muy bonitas, pues, cuando entraba a la
iglesia católica y veía todas esas imágenes me parecía que me miraban y que
si no les rezaba me iba a pasar algo malo, pero que si les rezaba y si usaba los
escapularios nada malo me iba a pasar, y recuerdo que en una semana santa
de esas, vi que estaban vendiendo unos escapularios muy lindos, y yo corrí,
corrí mucho para llegar al taller donde trabajaba mi papá. Nunca a mi papá le
decía papá, sino Manuel. Y cuando llegué al taller y vi a mi papá le dije:

-Manuel dame cinco pesos. Mi papá me miró y me dijo: -¿P’aqué querés cinco
pesos? Yo lo único que hice fue responderle: -Ah. El volvió a preguntarme:
decime ¿para qué querés cinco pesos? Y yo le respondí: -Para comprarme
unos escapularios muy bonitos que están vendiendo en el parque a cinco
pesos. Y él muy mal humorado me respondió: -Yo no tengo plata hombre. Eso
¿p’aqué? Esas son bobadas, eso no sirve p’nada.
Recuerdo que salí de ese taller muy triste y con muchas ganas de llorar. Yo no
entendía lo que él me decía, pues, era tan solo un niño de unos cinco o seis
años, y me sentía herido. Además él no me explicó nunca nada acerca de
Dios; pero al pasar los años como Dios me tenía en el plan de la salvación, el
Señor Jesucristo sanó mi herida y por su palabra gloriosa me ha revelado que
los santos no son los que se hacen con las manos, que los santos no los hacen
los hombres, sino el único Dios Todopoderoso, el único que es Santo y él es el
único que hace verdaderos santos. Y Dios me ha revelado que las imágenes
que hacen los hombres para adorarlas, son ídolos que Dios detesta, son ídolos
sin vida, como está escrito en el (Sal.115:1-18).

Ahora me gozo en esta grande salvación de Dios porque he entendido que hay
un solo Dios y que su nombre es Jesús, nombre sobre todo nombre y que es él
quien nos cuida, quien nos ayuda, quien nos bendice y quien nos da todas las
cosas que necesitamos.

Pero antes de conocer a Dios, antes de Dios revelarme el santo evangelio


estuve asistiendo a la iglesia católica hasta los diez y nueve años de mi vida. Y
recuerdo que cuando ya tenía la edad para hacer la primera comunión, mi
madre me matriculó para la catequesis, y todos los domingos por la tarde iba a
la iglesia católica y la catequista nos enseñaba la doctrina de la trinidad y nos
decía: -“Niños, son tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu santo, y un
solo Dios Verdadero.” Y ella nos ponía a repetir esas palabras una y otra, y otra
vez, para que en nuestra mente quedara bien grabada la trinidad.

Y la verdad es que cuando me hablaron del evangelio, al principio no entendía


bien, porque como traía en mi mente y en mi corazón la doctrina de la trinidad;
pero ¡Qué bueno es Dios! La gracia de Dios ha sido abundante para conmigo, y
Dios me ha revelado por su Palabra bendita que no hay trinidad, que no son
tres personas distintas, sino que es un solo Dios, como está escrito en (Dt.6:4)
y esto solo Dios Verdadero se ha manifestado de tres maneras, como Padre,
como Hijo y como Espíritu Santo. Y aunque la doctrina de la trinidad al principio
parecía fuerte y estaba arraigada en mi corazón, el Señor Jesucristo trajo a mi
vida otra doctrina más fuerte, la doctrina verdadera, la doctrina de la unicidad
de Dios que enseña que Dios es uno y uno su nombre, y esta doctrina es la
que está ahora arraigada en mi corazón, y ya no tengo dudas, sino que estoy
plenamente convencido de que Dios es uno solo y que Jesucristo es el mismo
Dios, como está escrito en (1Jn.5:20).

También recuerdo lo que la catequista nos enseñaba acerca de la primera


comunión, cuando nos decía que la primera comunión era comer por primera
vez la sagrada hostia. Y que la sagrada hostia era el cuerpo de Cristo, y que
cuando la hostia entraba en nuestra boca se convertía en el cuerpo y la sangre
de Cristo, y por lo tanto cuando fuéramos a comulgar, debíamos ir los primeros
viernes del mes en ayunas y que no debíamos morder la hostia porque si la
mordíamos, estábamos pecando, porque estábamos mordiendo el cuerpo de
Cristo y que la boca se nos llenaba de sangre, entonces que debíamos
tragarnos la hostia entera. Y eso a veces se le pegaba a uno en el paladar o se
le atrancaba en la garganta. Pero cuando comencé a leer la Biblia y a asistir a
los cultos donde se predica la verdad del evangelio encontré lo que está escrito
en (Mt.15:10-20). Y entendí que Cristo no está interesado en entrar por la boca
de nadie para ir al estómago y luego ir a la letrina, sino que Cristo está
interesado en entrar es por el oído del ser humano para ir a la mente, al
corazón y cambiar la vida de todo aquel que le recibe y crea en él. A Cristo no
lo comemos por la boca, sino por el oído, y cada vez que oímos la palabra de
Dios estamos comiendo a Cristo, nos estamos alimentando de Cristo y
estamos teniendo comunión con él, como está escrito en (Ap.3:20).

Así que mi primera y verdadera comunión con el Señor Jesucristo fue cuando
me hablaron del evangelio y por la gracia de Dios yo creí en él y el Señor entró
a mi vida para limpiarla y cambiarla con su gran poder.

Recuerdo que desde niño tuve cierta inclinación por los temas religiosos y
estando en primero de primaria un compañero de clase, llamado Omar Herrera
un día a la clase de religión llevó un libro de historia sagrada…

Cuando ya estuve en la secundaria como en séptimo o en octavo empecé a


asistir a la iglesia trinitaria a donde iba mi padre con su familia, pero ya mi
padre ni su familia, no iban a esa iglesia cuadrangular. Cuando yo iba a la
iglesia trinitaria me gustaba, más que todo, los cantos y sentía en mi corazón
algo especial, creo que en alguna manera era Dios que estaba trabajando en
mí. En ese entonces todavía en mi pueblo no había Iglesia Pentecostal Unida
de Colombia, ni había predicador pentecostal; pero después de algún tiempo a
mi pueblo llegó el primer pastor pentecostal para abrir la obra allí, él se llama
Heriberto Álvarez, entonces dejé de asistir a la iglesia trinitaria y comencé a
asistir a la iglesia pentecostal Unida de Colombia, siendo ya un adolescente de
unos 13 o 14 años. Durante el tiempo que estuve asistiendo tuve oposición
especialmente de mi madre, porque no le gustaban los evangélicos y no quería
evangélicos en la casa, y como se enteró de que yo estaba andando con los
hermanos, por varias ocasiones repetitivas me echó de la casa diciéndome:
“Váyase p’onde esos evangélicos p’aqué le den comida y le laven la ropa. Aquí
no venga a buscar comida y a mí no me diga que le lave la ropa”.

Lo que yo no sabía y lo que no sabía mi madre, era que la Escritura dice en el


(Sal.27:10). Y el caso es que al pasar el tiempo el Señor me ha recogido, y por
su gracia los evangélicos me dan la comida y una evangélica, que es mi
esposa me lava la ropa, y otros evangélicos, que son mis hijos que me alegran
el corazón.
Después de asistir algún tiempo a la Iglesia Pentecostal Unida, momento me
entraron unos fuertes deseos de bautizarme y entonces le pedí al pastor que
me bautizara, pero el Pastor no quiso bautizarme, porque estaba muy joven,
como de unos 15 o 16 años, entonces yo no volví a los cultos y me dediqué a
bailar, a beber, a probar el cigarrillo, a leer libros de filosofía y me alejé de Dios,
tanto que con amigo, vecino mío con quien algunas veces fui a los cultos,
cuando íbamos al monte a cortar leña, nos burlábamos de los evangélicos y
decíamos que esos evangélicos estaban locos de remate, y que Dios no había,
que Dios no existía, porque según el filósofo platón: “Dios era una idea del
hombre, que era el mismo hombre el que se había inventado a Dios” y en eso
de burlarnos de los evangélicos comenzamos a gritar a los montes: ¿Dios,
dónde estás tú? De ¿Dónde salió Dios? Y a Dios ¿quién lo hizo? ¿Quién lo
creó? Y como no veíamos respuesta a estas preguntas concluimos que no
había Dios. Ignorando que pasados los años Dios en su paciencia y en su
misericordia permitiría que nosotros también nos volveríamos locos como los
demás evangélicos, pero ahora comprendo que esta locura es muy buena, y
que para todos éstos locos el Señor está preparando un maravilloso manicomio
en los cielos, como está escrito (Jn.14:1-3).

Y en cuanto a las preguntas que no tenían respuesta en mi incredulidad, ahora


Dios me ha dado respuestas claras, y la pregunta no es ¿Dios, dónde estás
tú? Sino Adán ¿Dónde estás tú? Dios siempre ha estado ahí, peo el hombre
que él creó no ha estado en el lugar donde Dios lo había puesto. También el
Señor ahora me ha hecho entender que a Dios nadie lo creó, nadie lo hizo
porque antes él es el Creador de todas las cosas, las que hay en los cielos y
las que hay en la tierra. Y Dios no salió de ninguna parte, porque Él es el
Eterno, como está escrito en (Ap.1:8). ¡Qué bueno es entender todo esto
ahora!

Pero antes de entregarme a Dios recuerdo que una vez con un compañero de
estudio, llamado Mauricio Velásquez, me fui de vacaciones para el bajo Cauca
a un lugar llamado Tarazá a trabajar a unas minas de oro, era el mes de
diciembre el mes de la beba, del baile, de la furrusca; y en un lugar llamado el
cinco, un sábado por la tarde salí de las minas para irme para Tarazá y
mientras esperaba un chivero en la autopista, comencé a sentirme muy
extraño, comencé a sentir un profundo vacío en mi corazón, me sentía
miserable, no le veía sentido a mi vida, tenía 17 años y no tenía un rumbo fijo,
de modo que estando en esa autopista veía como los camiones doble troques
que pasaban llenos de chatarra y de metal, pasaban a toda velocidad, y de
momento sentí ganas de morirme y no vivir más, entonces me preparé para un
acto suicida y así terminar con mi vida, esperé a que pasara uno de esos doble
troques, lo vi venir a la distancia y cuando ya estaba a punto de tirármele en el
momento en que pasaba frente de mí, oí una voz dentro de mi corazón que me
dijo: “Si te matas te pierdes para siempre” “Si te matas te condenas” al instante
sentí una fuerza potente que me agarró por la espalda y me lanzó a un lado de
la carretera.

Hoy entiendo que esa voz que me habló al corazón era la voz de Dios y esa
fuerza potente era el poder del Señor salvándome del suicidio y de la
condenación, y hoy comprendo que Dios no quiere la muerte del pecador, sino
que este se arrepienta y viva (Ez.33:11).

Al regresar de nuevo a mi pueblo comencé a ir de nuevo a los cultos a la


Iglesia Pentecostal, pero después del culto me iba a bailar, porque me gustaba
mucho el baile, pero mi corazón seguía vacío. A veces me daba pena ir a los
cultos, porque la iglesia quedaba cerca de la casa de la novia mía, ella
estudiaba conmigo en el mismo grado y en el mismo salón de clases, entonces
entraba corriendo a toda prisa a la iglesia, dizque para que nadie me viera
entrar allá a donde los evangélicos, y de igual manera lo hacía cuando iba a
salir de la iglesia, salía corriendo a toda velocidad para que nadie me viera que
estaba donde los evangélicos, ya que se burlaban mucho de mí. En ese
entonces yo no sabía ni conocía lo que dice el Señor Jesús (Mr.8:38). Pero
ahora por la gracia de Dios lo entiendo y ya no me avergüenzo de estar en los
cultos con los evangélicos, y también sé lo que está escrito en (Ro.1:16-17).

Terminé mi bachillerato en Gómez Plata en año de 1990 y me gradué en ese


mismo año, para el año siguiente en el 91 en el mes de Enero, estaba
trabajando la minería con un amigo llamado John Darío Sosa que me había
hablado mucho del evangelio, pues, él era bautizado, él iba a los cultos, pero
ahora estaba descarriado y recuerdo que trabajábamos muy duro, pero eso no
nos importaba, porque lo que queríamos era sacar oro para venderlo y tener
dinero para comprar botellas de ron, no importaba que en la casa no hubiera
comida. Esos eran mis planes, pero Dios tenía otros planes, esos eran mis
pensamientos, pero Dios tenía otros pensamientos, como está escrito en
(Is.55:8-9). Yo pensaba en conseguir dinero para comprar ron, pero Dios
pensaba en salvarme.

Y una noche tuve un sueño. En el sueño yo vi dos caminos uno muy estrecho y
sin pavimento, y otro camino muy ancho, empedrado, y con unos jardines muy
bonitos y vi que mucha gente iba por ese camino hombres y muchas mujeres, y
yo comencé a caminar por ese camino, al principio todo era muy bonito, pero
luego de haber caminado un largo trecho, el camino bonito y empedrado
comenzó a descender, habían unas escalas y yo descendí, largo rato, por esas
escalas, hasta la entrada de una cueva. Lo que al principio era tan bonito de
repente se tornó en algo muy espantoso, vi que todo alrededor de mí se
oscureció y que yo estaba solo, había mucho humo, se oían truenos y se veían
relámpagos, a la entrada de la cueva yo veía unas calaveras ensartadas por
unas estacas y que se estremecían haciendo chocar los dientes superiores
contra los inferiores. Me llené de miedo y cuando quise correr para subir por las
escalas vi que de la cueva salía lava ardiendo con fuego, comencé a subir esas
escalas, pero detrás de mí se iban desmoronando y cayendo a algo que
parecía un lago de fuego, delante de mí vi también que las escalas estaban
agrietadas y a punto de caerse, en ese sueño oí una voz que me decía: “debes
tener fe”, en mi mente cuando dudaba, veía que más se caían las escalas,
detrás y delante de mí, y oía la voz de nuevo que me decía: “debes tener fe”.
Yo en mi desespero grité fuertemente: ¡sí yo tengo fe! En ese momento
apareció la mano de un hombre muy gigante, la cual me tomó y me llevó a una
roca muy grande y me puso allí. Hoy comprendo que ese gigante es el Señor
Jesucristo que me estaba salvando de ir al infierno y que me puso sobre la roca
que es él mismo, como está escrito en el (Sal.40:1-3).

Y resulta que en ese mismo mes de Enero, alguien que apenas había visto me
hizo una invitación para que me viniera para Medellín a trabajar, entonces yo le
acepté, y dejando mi madre y mi pueblo, viajé para Medellín, y comencé a
trabajar en varias empresas, y ya al final de ese año estando trabajando en una
empresa muy buena llamada Cartón de Colombia, y ganando dinero para
comprar ron, un día mientras tomaba el autobús, un joven muy amable me
saludó, yo no sabía quién era ese joven, y pasados varios días de encontrarnos
y viajar juntos en el autobús, un día me hizo una invitación para ir a los cultos,
yo le dije que un día de estos iba a ir. Yo ya tenía muchos problemas y bien
serios. Recuerdo que estando en los puentes cerca de la plaza minorista, con
una botella de ron en el bolsillo y dispuesto a visitar a otra novia que tenía, ese
joven me encontró, me habló de nuevo del evangelio y me invitó para el culto a
la iglesia central, yo no tuve más que hacer, sino aceptarle la invitación. Fui a la
iglesia central escuché otra vez el evangelio y esta vez el Señor tocó mi
corazón de una manera espectacular, pasé adelante al altar y me arrepentí.
Era la primera vez que asistía a una iglesia pentecostal aquí en Medellín.

Pasados algunos días, con una liquidación que me dieron en la empresa donde
trabajaba, viajé para Gómez plata, allá me encontré con el viejo amigo que me
había hablado del evangelio, pero como todavía el hombre estaba descarriado,
me puse a beber ron con él, era comienzos del mes de Noviembre, el mes que
la gente llama “de las ánimas”. Cuando ya estábamos muy borrachos, me dijo
él, ¿Usted varón? ¿Usted es hombre? Yo le dije: “Sí yo soy hombre, yo soy un
varón”. Ustedes saben que uno borracho se cree mucha guanábana. Entonces
él me dijo: “Bueno si usted es varón, vámonos esta noche a dormir al
cementerio, en una de esas bóvedas de allá”. Y yo le dije: ¡listo, vámonos! Y
saliendo de la cantina donde estábamos nos fuimos rumbo al cementerio de mi
pueblo para dormir allá en una de las bóvedas.

Como pudimos llegamos allá al cementerio, John se fue y trajo una bolsa, que
sacó de una bóveda, era bolsa grande y llena de muchos huesos de muertos,
cuando yo la vi le dije: -Sabe ¿qué? Vaya lleve esa bolsa con esos huesos a
donde estaba y venga vamos a hacer algo muy especial, hoy, aquí en este
cementerio. Él se fue, llevó la bolsa con los huesos y al ratico volvió, yo estaba
parado en la parte central y principal del cementerio donde suelen poner los
cadáveres para hacerles la misa, y frente a mí estaba una imagen de la virgen,
y le dije a mi amigo, sabe ¿Qué? Mire esta muñeca, esto no es ninguna virgen,
esto es un ídolo hecho por los hombres, esto no es nada, esto no sirve para
nada. Vea estas flores que le han puesto y ella no puede ver ninguna de estas
flores. Tomamos las flores y las regamos por el piso donde estábamos, y le
dije: Si usted y yo nos morimos así como estamos, nos condenamos, porque
usted conoce el evangelio, usted conoce el camino de la salvación, pero no lo
está llevando como es, no está obedeciendo y yo es que nunca lo he
obedecido. Así que vamos a arrepentirnos ahora mismo, y le vamos a pedir
perdón a Dios, y nos vamos a entregar a Dios, yo me voy a convertir a Dios y
voy a seguir el camino del evangelio. Nos arrodillamos allí en un prado, eran
como las 12: M de la noche, y allí arrodillados en ese cementerio me arrepentí
de todo corazón y lloré, duramos alrededor de una hora o más.

Tuve que regresar de nuevo a mí trabajo aquí en Medellín

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