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Biblioteca digital
“Dra. Rosa de Lourdes Camelo Arredondo”
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del
Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa
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Las Fuentes de
la historia de Sinaloa
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Lic. Héctor Rosendo Olea Castaños
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Conferencia publicada en la revista Ciencia
y Universidad, de la Universidad
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Autónoma de Sinaloa.
Año III, N° 8, Abril de 1979, pps 47-64
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LAS FUENTES DE LA HISTORIA DE
SINALOA
Lic. Héctor R. Olea Castaños

Serie conferencias/1

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LAS FUENTES DE LA HISTORIA DE SINALOA1

Héctor R. Olea Castaños

El escritor alemán James T. Shotwell decía: “…En un


desierto se encuentran más datos de historia, que en boca de los
sacerdotes de Tebas”. Esta expresión se refería a las más
remotas fuentes porque la historia nace con el hombre. Por esto
los tratadistas clásicos afirman que la primera condición de la
historia es restaurar el dinamismo del pasado. “La misma palabra
historia –nos dice el autor citado- nos viene de los jónicos del
siglo VI y es el nombre que dieron a su hazaña”. En los antiguos
textos de Aristóteles y Polibio se encuentra ya el error de aplicar
el término historia al producto literario, en lugar de indicar con él
a la investigación científica que le precede.

Los críticos, por otra parte, han impregnado el término


historia de un humanismo estrecho que se limita a los hechos
humanos. Los orígenes pre científicos de la historia se inician
más allá del mundo relativamente moderno, que para algunos
autores comienza con Hecateo y Herodoto y otros más audaces
suponen poder retroceder hasta los tiempos de que hay
memoria; para llegar a este punto explican la teoría de la
evolución de las especies, cuando la humanidad aprendió por
primera vez a distinguir vagamente el pasado del presente. En
esta distinción está el génesis de la historia.

1
Conferencia sustentada por el Lic. Héctor R. olea, Secretario General del Congreso Mexicano de
Historia, en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, el miércoles 28 de febrero de 1979.

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Analizando el término historia, es necesario explicar otro
concepto: Prehistoria o Protohistoria, que quiere decir lo que
estuvo antes de la historia, considerando el hombre varias
edades anteriores a las que conocemos, relacionadas con un
mundo irreal de mito y de leyenda. El mito tiene antigüedad de
milenios y es un relato que contiene elementos sobrenaturales
en los que interviene lo sorprendente, lo extraño y lo misterioso.
El mito primero y, después, la leyenda, llevan el conocimiento
humano a límites que están fuera de lo que propiamente es la
historia.

Esta concepción científica de la historia, dividida por


edades, ha dado origen a la formación de un grupo de disciplinas
auxiliares que intervienen en forma directa en la investigación,
que es una ciencia conjugada con la narración, de la que ha
hecho el historiador un arte.

Si aceptamos esta venerable antigüedad de la historia


encontramos que, por el contrario, la historiografía es una
ciencia moderna que estudia la historia de la historia, esto es, se
ocupa, en primer término, de los historiadores, del medio en que
escribieron sus obras, los métodos empleados, los materiales
obtenidos por la investigación y sus problemas.

Con estos antecedentes a nuestra plática: “Las fuentes de la


historia de Sinaloa”, vamos, en primer lugar, a señalar que el
concepto de fuentes es el de origen, de donde brota la historia,
los materiales obtenidos por medio de la investigación.

Las fuentes pueden ser de dos géneros: subjetivas y


formales; en las primeras no vamos a entrar en el análisis de
todos sus conceptos, porque son bien conocidas por ustedes
aquellas que a Sinaloa se refieren; vamos a tomarlas como si las

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hubiera expuesto y únicamente me voy a referir a tres grandes
fuentes formales de la historia: primero, a las bibliotecas;
segundo, a los archivos y, tercero, a la bibliografía.

Las bibliotecas. Una fuente indispensable para el


historiador es la biblioteca. La primera biblioteca pública que
tuvo el actual estado de Sinaloa fue fundada, a principios del
siglo XIX, por los franciscanos al mando del obispo de Sonora y
Sinaloa Fray Francisco Rousset de Jesús y Rosas; según breves
referencias, estuvo en la casa que para los viajeros religiosos se
estableció en la ciudad de Culiacán.

Por su carácter se deduce que estos acervos aportaron un


material más bien eclesiástico, evangélico, de doctrina y, por la
generalidad los textos de que se componía esta biblioteca,
estaban redactados en latín y en diversas lenguas. En la corta
relación que yo he examinado, pocas obras había en castellano,
pues estaba destinada a un público culto compuesto por clérigos.
Se ignora el fin que tuvieron esos libros y demás pertenencias del
cubano obispo, después de su muerte acaecida en el pueblo de
San Juan de Imala, el 29 de diciembre de 1814.

En materia de bibliotecas había el antecedente de la


establecida en el Colegio de Jesuitas en la Villa de San Felipe y
Santiago de Sinaloa por el Provincial Gonzalo de Tapia, en 1592.
Aunque de carácter exclusivo o privado, esta biblioteca fue
bastante amplia en virtud de que el obispo de Nueva Vizcaya,
don Pedro Tamarón y Romeral, se preocupó, en 1758, por
mandar una diversidad de obras consideradas entonces de
actualidad y que eran muy conocidas y estimadas en su diócesis.

Este acervo bibliográfico de consulta era de suma


importancia no sólo para los religiosos sino para la cultura

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novohispana, ya que contenía, según las bibliografías
particulares que aparecen en las obras de los jesuitas, crónicas
de navegación y de expediciones, es decir, nos daba una visión
de la historia colonial que desde entonces había sido por
completo olvidada. Del material recompilado de estos dos siglos,
XVI y XVII, por fortuna se pasó al siglo XVIII, caracterizado por el
surgimiento de una abundancia de libros, principalmente en lo
referente a diarios de viajes, pues los navegantes enviaban una
extensa cartografía a España: gracias a ello Sinaloa cuenta con
una importante fuente de consulta en el Archivo de Indias de
Sevilla.

Dado que no se encuentra vestigios de ella, es muy probable que


esta biblioteca, quizá las más nutrida, haya sido sacada al
extranjero cuando la expulsión de los jesuitas ordenada por el
Rey de España, Carlos III, con fecha 27 de febrero de 1767.

Esto explica, por otra parte, la existencia de


importantísimos materiales históricos sobre el occidente en las
bibliotecas de Turín y Roma, en Italia.

En el XIX se presenta el movimiento de la Independencia de


México. En la tercera década vino aquí de obispo el Dr. Don
Lázaro de la Garza y Ballesteros, que fundó una biblioteca
destinada al Seminario Nacional Tridentino de Sonora, que
estableció en Culiacán. En relación con esto pueden ustedes
consultar un inventario sumamente interesante, documento que
conserva el Archivo de la Mitra de Culiacán, que comprende una
relación extensísima de los textos que componían esta
biblioteca; en ella vemos gramáticas tanto en lengua castellana
como indígena, vocabularios hechos por los misioneros
sumamente importantes, etc.

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Para esta misma biblioteca su fundador trajo libros de
México a Sinaloa, algunos que no eran del dominio público,
como las obras de los filósofos: San Pablo, Tácito y Salustio y la
de los humanistas como Benito Jerónimo Feijoo. Entre los textos
figuraban el Arte y Gramática de Nebrija, catecismos,
compendios, meditaciones, tratados de elocuencia, teologías,
libros canónicos, biblias, sermones, salmos, diccionarios y, en fin,
textos para los estudios de latinidad, filosofía y religión.

Es necesario señalar los clásicos latinos: textos de Cicerón,


con comentarios de Delphine; las Cartas Tristes y las Oraciones
de Oviedo; las fábulas de Fedro; las lecturas de Cornelio
Neponte, Plinio el Joven, Horacio y Virgilio.

Estas citas nos revelan los factores doctrinados de la cultura


universal. La fuente del pensamiento humano desde el siglo VI
fue Grecia y, después Egipto, Palestina y Roma. La Nueva España
recibió, por conducto ibérico, una transculturación que no fue
ajena a la doctrina e ideales del Renacimiento que retornó a las
formas estéticas del arte helénico; en la ciencia, a una
interpretación de los fenómenos naturales y, en la filosofía, a
una explicación realista de los conflictos del hombre.

Debido a la revolución de Ayutla y después a la “Guerra de


los tres años”, la biblioteca seminarista y el archivo se tuvieron
que ocultar once veces, y en estos ocultamientos y viajes se
fueron perdiendo volúmenes y documentos, llegando a quedar
completamente dispersa como fuente para la historia de Sinaloa,
pero tenemos referencias de los libros que en ella existían.

De la Garza y Ballesteros fue designado Arzobispo de


México, por el Papa Pío IX, el 30 de septiembre de 1850. El nuevo
arzobispo tuvo controversias con los liberales, éstos acaudillados

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por el Lic. Don Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, que en 1852
era secretario del gobernador don Francisco de la Vega.

También el coronel don Antonio Rosales, héroe de la


batalla de San Pedro, de origen zacatecano, tuvo una
controversia con el padre Lárraga por la aplicación de las leyes de
Reforma.

En estas luchas ideológicas por el liberalismo se efectuó la


conquista militar, digo conquista con toda intención, en virtud de
que fue una verdadera conquista la que hicieron los jaliscienses a
través del Ejército de Occidente, mandados por el general don
Ramón Corona.

Corona trajo a Sinaloa a un grupo muy selecto de


intelectuales de Jalisco, entre ellos voy a referirme en primer
término a Don Ismael Castelazo, que fue fundador del Colegio
Rosales (hoy Universidad Autónoma de Sinaloa) junto con el Lic.
Don Eustaquio Buelna.

A su llegada, el señor Castelazo fundó la sociedad literaria


“La Esperanza” y, años después, la sociedad “Unión” que publicó
el periódico “El Porvenir”, en el cual hizo que su hija escribiera
algunos artículos con la finalidad de impulsar a que la mujer
sinaloense participara en las cuestiones literarias, científicas e
intelectuales.

Dentro de esa sociedad literaria, Castelazo, excelente poeta


que gustaba de escribir odas, pretendió formas una biblioteca
para consulta de sus miembros, pero fracasó debido a sus tareas
y problemas como funcionario federal de Hacienda.

Las sociedades literarias dieron muy buenos frutos. Don


Ladislao Gaona, un eminente abogado, originario de

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Guadalajara, que llegó a Sinaloa con el grupo de jaliscienses que
encabezó el general Corona, en los aciagos días de la Guerra de
Reforma, hizo la traducción de la obra: “Los derechos del
hombre”, de Pierre Clement Eugene Pelletan, y hace que se
publique el primer libro impreso en Mazatlán, en 1871, en la
imprenta Occidental.

En la época en que se hizo la traducción del francés al


español, era el apogeo del triunfo republicano. Aunque esta obra
fue publicada en francés el año de 1858, según la edición que
tuvo a la vista el traductor, doce años después todavía era
desconocida su versión española y bastante discutida por los
partidarios de las doctrinas políticas sobre el liberalismo francés.

En ese tiempo se discutían con pasión las teorías expuestas


por los primeros inventores de la soberanía popular, como
Lutero en la Sajonia, a principios del siglo XVI; Calvino, en París;
en la Saboya, Carlostadio; Xuinglio, Ecolampadio, en Holanda,
Baviera y Países Bajos; y Juan Jacobo Rousseau, en las montañas
de Ginebra, todos tendientes a combatir la máxima Ommis
potestas á Deo (Todo poder viene de Dios).

Es explicable el propósito del traductor por divulgar una


obra de este género en una provincia donde, años atrás, el
Obispo Fray Bernardo del Espíritu Santo había publicado la
Pastoral: “La Soberanía del Altísimo”, tan comentada por don
Joaquín Fernández de Lizardi, “el pensador mexicano”. La obra
tiene el gran mérito de ser un auxiliar indispensable para cuando
se escriba, en el noroccidente de México, la historia de las ideas
políticas.

En este ambiente ideológico tuvo lugar la fundación del


Colegio Nacional Rosales (entonces Liceo), el 27 de diciembre de

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1872. Dos años después, restablecida la institución de Culiacán,
fundó una biblioteca a la que el gobernador Buelna le asignó una
partida especial para la adquisición de libros.

Esta fuente de cultura fue de suma importancia para


Sinaloa. Esta biblioteca que yo llamo “Rosalina” contaba además
con una extensa hemeroteca; por desgracia un alto funcionario
de la institución vendió el acervo hemerográfico a un
pirotécnico, porque consideró que no tenía utilidad alguna, y nos
dejó sin una fuente tan importante como ésa, en la cual todavía
a mí me tocó, por los años veintes, consultar periódicos de
combate y de lucha, como “La Tarántula”, que hizo José Valadés
en Mazatlán y que le costó la vida; “La Voz de Sinaloa”, “La Voz
de Mazatlán”, “El Correo de la Tarde” y otras muchísimas
publicaciones en las cuales se reflejaba la vida de Sinaloa a través
de varias décadas; desgraciadamente nos quedamos sin esa
fuente.

La “Biblioteca Rosalina” tuvo sus épocas buenas, cuando la


dirigió un señor Nevárez, pero también sufrió pérdidas
consideradas por falta de control, registro y catalogación
bibliográfica. Poco quedó de esta biblioteca, porque se fraccionó
en tiempos del coronel Alfredo Delgado para formar una
biblioteca con el nombre de Abelardo Medina, debido a que el
gobierno, al que me he referido, compró una parte de la
biblioteca de don Genaro Estrada, que tenía menos valor, y la
otra la adquirió la Secretaría de Hacienda. Puede afirmarse en
forma categórica que se carece de bibliotecas especializadas en
Sinaloa.

Archivos. Enseguida, tocando el tema de archivos, debo


decir a ustedes que Sinaloa no cuenta con ningún archivo

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histórico sobre la época del virreinato, debido a una disputa
sobre jurisdicción territorial entre la Audiencia de Nueva Galicia y
la gobernación de Nueva Vizcaya, que dividió los tesoros
documentales de la época.

Voy a referirme a dos obras conocidas por ustedes, la


primera: original que hubo de ser paleografiado, lo localizó el Lic.
Heredia en el Archivo General de la Nación, en 1924, texto que
tituló: Relación del Alferéz Antonio Ruiz, sobre la villa de San
Felipe y Santiago de Sinaloa. Crónicas inéditas del siglo XVI.
Publicada con comentarios por José G. Heredia. México, 1943.
Existe la prueba documental de que este original fue exhibido en
el Pabellón de Sinaloa en la Feria del Libro de 1943. La obra sin
imprimirse aún fue presentada por el Lic. Heredia como ponencia
al Congreso Mexicano de Historia, en Hermosillo, Sonora, en
1949. Después de muerto el Lic. Heredia, su obra póstuma
apareció con una introducción y notas a nombre de otra persona
y bajo diferente título: Relación de Antonio Ruiz (La Conquista del
Noroeste), editada por el Instituto Nacional de Antropología e
Historia, en 1974; y la segunda, Relación de Culiacán de 1585, fue
traída del Archivo de Indias de Sevilla, España, y publicada por
don Francisco del Paso y Troncoso; al respecto, voy a aludir a
otras fuentes del mismo género como son los siguientes
documentos:

La Relación que dio García del Pilar a su intérprete a la


entrada de Nuño de Guzmán (1530), publicada por don Joaquín
García Icazbalceta; y una Relación de la Jornada de Cibola (1540),
por don Pedro de Castañeda de Nájera, cuyo original se conserva
en la Biblioteca de Nueva York; Relación que dio Álvaro Núñez
Cabeza de Baca de lo acaecido… en la Armada donde iba por

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gobernador Pánfilo de Narváez (1542); Relación breve de la
misión de Sinaloa (1540), por el Capitán Diego de Guzmán.

En relación con el material de esta época existen también


las obras de Baltazar de Obregón, la atribuida al Padre Martín
Pérez, la de Fray Andrés Pérez de Ribas, etc.

De la compilación de Cartas anuas o aunas que los padres


jesuitas enviaban a Roma a partir del año de 1594 hasta 1657,
pueden consultarse copias, en el ramo de historia, volumen 15,
del Archivo General de la Nación.

Cabe señalar como dato curioso que la documentación


sobre los tres siglos coloniales en Sinaloa, puede encontrarse en
Guadalajara, Durango y Zacatecas.

Otro caso más de pérdida pasó con el archivo oficial del


Estado de Occidente. En 1832 hubo una discusión muy fuerte
con los diputados del nuevo estado de Sonora porque querían
llevarse el archivo a Ures y, por el contrario, los legisladores de
Sinaloa pedían que se quedase en el mineral de la Purísima
Concepción de los Álamos, que siguió siendo parte del territorio
sinaloense hasta 1836.

En estas condiciones los sonorenses ganaron la partida y se


llevaron la mayor aportación de documentos de los archivos,
principalmente los del Estado de Occidente. El estimado amigo
don Fernando Pesqueira hizo gestiones sin éxito para que esta
documentación volviera a Sinaloa, no obstante su influencia
como director de la Biblioteca de Hermosillo.

El estado de Sinaloa comenzó a formar desde 1832 su


primer archivo político administrativo, pero vino luego el salvaje
Capitán Pedro Valdez, un conservador y después imperialista

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nefasto para la historia nacional, quien declaró a Mazatlán
territorio federal y persiguió al gobernador, que era el general
don Francisco de la Vega, hasta la ciudad de Culiacán, en el mes
de julio de 1852.

Al tomar la capital del estado, este militar de triste


memoria incendió todos los archivos del gobierno, nos dejó sin
un documento, y ustedes me van a preguntar indudablemente
¿por qué este señor tuvo interés en quemar los archivos?,
porque había una controversia entre familias, principalmente
entre la familia de los De la Vega (a la que pertenecía el
gobernador) y la familia de los Díez Martínez. Además de algunos
comerciantes de diversas nacionalidades establecidos en
Mazatlán, porque todos querían tener el control de los
contrabandos, introducidos libremente por el puerto de
Mazatlán.

Según una publicación, el periódico El Sinaloense, y en no


pocos suplementos más, y con los más mínimos detalles, una
familia acusó a otra, de tener documentos y de que el gobierno
los conservaba también, en los cuales se comprobaban estos
contrabandos. Entonces los interesados en borrar todo vestigio
de culpa, de acuerdo con este poco escrupuloso militar,
quemaron los aludidos archivos. Existe el testimonio de varias
personas de este incalificable atentado contra la cultura y,
además, de que destruyeron lo que no se podían llevar. Entre lo
que quemó Valdez figura la segunda Constitución Política del
Estado de Sinaloa; la edición íntegra la habían mandado a
Mazatlán, lugar donde se imprimió para Culiacán, y sólo se
salvaron de la quema muy escasos ejemplares, que ahora son
joyas bibliográficas.

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En los archivos de Sinaloa no se pudo conservar aquellos
documentos más importantes, debido, en primer término, a la
Revolución de Ayutla, después a la Guerra de los tres años y a la
intervención francesa en Sinaloa; además, en esos años de 1852
a 1867, cuando se hizo la restauración de la República, persistía
una confusión en la separación de la Iglesia y el Estado y algunos
gobernadores complacientes, como es el caso del gobernador
general Domingo Rubí, entregaron al Archivo de la Mitra de
Culiacán las cartas autógrafas del benemérito Lic. Don Benito
Juárez, Presidente de la República, y las que él dirigió en su
carácter oficial al destacado liberal mexicano.

La documentación que a partir de 1867 debe de existir en


los archivos de Sinaloa. me han informado que se encuentra sin
catalogación; en consecuencia, los expedientes están muy
revueltos y lo poco que de ellos probablemente existe es
inconsultable. En el estado no tenemos archivos que presten un
servicio público a los investigadores.

Me van ustedes a perdonar mi franqueza, pero los archivos


estatales nunca se han podido consultar, así lo aseguró el Lic.
Don José G. Heredia, en 1925. Aquí, el historiador o el
investigador científico en formación se encuentra con la
imposibilidad de obtener fuentes; por lo tanto, para el estudioso
de la historia no hay posibilidades de documentarse y tiene que
salir a buscar los documentos que deberían estar aquí, acervo
documental que por desgracia hemos perdido a través de los
años.

En estas condiciones, ¿qué archivos podemos consultar? En


el país hay que rescatar los interesantes materiales que se
encuentran en el Archivo General de la Nación, el Archivo

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Franciscano, el Archivo del Museo Nacional de Antropología e
Historia, el Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional, el
Archivo de Cancelados de Guerra, el Archivo de la Secretaría de
Gobernación llamado “La Casa Amarilla” y los particulares del Lic.
Don Francisco Xavier Gaxiola, Ing. don Manuel Bonilla, don
Francisco Gómez Flores y don José C. Valadez.

En el extranjero existen materiales sobre Sinaloa, en las


bibliotecas norteamericanas de Texas, los Ángeles y Nueva York;
en la Biblioteca Nacional de París; y en las bibliotecas de Turín,
Florencia y Roma, en Italia; en varias bibliotecas de España, en
Madrid, el Ferrol y principalmente en el Archivo General de
Indias de Sevilla.

La legislatura del Estado de Sinaloa se preocupó por el


problema de la falta de archivos y la nula aportación de material
jurídico a la cultura regional. En esa época, 1896, todavía se
contaba con el único y más interesante archivo que sobre Sinaloa
se haya formado y que perteneció al señor Lic. don Eustaquio
Buelna, quien desde que fue gobernador del estado procuró
recolectar con mucha dedicación, con mucho empeño, todos los
libros, documentos y datos referentes a la historia de Sinaloa.

La década de mayor actividad para el magistrado Lic. don


Eustaquio Buelna, fue la de los años noventas, cuando el
presidente del Congreso local, Lic. don Alejandro Buelna, y los
secretarios Lic. don Ignacio M. Gastélum y don Rafael Cañedo,
acordaron facultar al Ejecutivo para que contara con el licenciado
don Eustaquio Buelna, previa remuneración por sus servicios, a
fin de concluir la comisión (que se le había asignado desde 1896)
que se le tenía conferida para formar y mandar imprimir bajo su
dirección una colección de leyes y demás documentos de interés

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público del estado, desde la Independencia hasta la fecha en que
concluya la publicación, según decreto número 22 de fecha 13 de
diciembre de 1899.

El magistrado Buelna debe de haber trabajado durante


varios años, creo que fueron cinco, en esta recompilación jurídica
hasta formar tres misceláneas con el material ordenado y listo
para la redacción definitiva de la citada obra.

La primera miscelánea se iniciaba con un mandato del Rey


Fernando VII, a Fray Bernardo del Espíritu Santo, Provincial de la
Orden de Carmelitas en la Nueva España comunicándole que,
después de la consulta de la Cámara de Indias, lo nombró para
recibir las bulas del vacante obispado de Sonora (que incluía a
Sinaloa); contenía los primeros periódicos del Estado de
Occidente y disposiciones sobre la organización del gobierno; de
1827 a 1879 coleccionó también en ella publicaciones de Cosalá,
Culiacán, Álamos, Mazatlán y el Rosario.

En la segunda recompilación dio preferencia a los decretos


e inició el tomo con uno expedido por don Anastasio
Bustamante, en 1840; glosó una colección de leyes y
reglamentos en relación con la creación de los ayuntamientos en
Mazatlán, Cosalá, Rosario, Sinaloa, San Sebastián (hoy
Concordia), y El Fuerte; además, bases orgánicas, actas, gacetas
del gobierno, partes militares, proclamas y notas que abarcan
hasta el año de 1853.

En el tercer glosario –excepto dos memorias sobre el


Estado de Occidente ya publicadas- agrupó documentos para la
historia de Sinaloa y la colección más completa que conozco de
periódicos desde 1829 hasta el año de 1893.

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Este valioso material –que tanto necesitan los estudiantes
de jurisprudencia, maestros, abogados, legisladores y hombres
públicos-, sin duda, estaba destinado para la obra proyectada:
“Colección de leyes y demás documentos de interés público del
Estado de Sinaloa”, pero por desgracia, desavenencias políticas
con el gobernador, envidias de falsos e indocumentados
historiadores, intrigas innobles de enemigos gratuitos,
comentarios dolosos de periodistas sin cultura y, en fin, la servil
burocracia, frustraron la labor ejemplar del licenciado Buelna.

En 1907 murió don Eustaquio Buelna y el archivo y


biblioteca pasaron a su hijo, Lic. don Alejandro Buelna, amigo
mío de toda mi estimación, quien me permitió por mucho
tiempo durante los años de 1942 hasta poco antes de su muerte,
consultar y copiar el archivo de su padre que sólo logré en gran
parte, y con su material y otras fuentes formé dos obras
inéditas: “Historia de la imprenta y del periodismo en Sinaloa”
(1826-1950), con 318 fojas y “Publicaciones oficiales del Estado
de Sinaloa” (1826-1950), con 325 cuartillas, volúmenes que si
bien no tienen el alcance de la obra planeada por el Lic. Buelna,
en su modestia y dimensión regional creo que, algún día,
prestarán algún servicio a la cultura y serán de utilidad, ya que
las escribí por mi cariño a Sinaloa, con sacrificio de tiempo y sin
recompensa económica de ningún género, sin más propósito que
no se pierda del todo ésta que considero valiosa aportación
jurídica y hemerográfica.

A la muerte de don Alejandro Buelna sus herederas


pusieron en venta la biblioteca y el archivo al gobierno del
estado, pero el coronel Rodolfo T. Loaiza se negó a comprarla
debido a que la administración carecía de recursos

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presupuestales y, entonces, se vendió a un conocido español
comerciante de libros en la ciudad de México.

Tanto la biblioteca como el archivo se dispersaron; una


parte fue adquirida por instituciones bibliográficas
norteamericanas; otra más la compró un anticuario y
coleccionista alemán, que también era un apasionado bibliófilo.

También en esta ocasión sufrió una gran pérdida la cultura


regional. De los apuntes que hizo y dejó don Eustaquio Buelna,
no arreglados para su publicación, se formó un tomo que fue
editado por la Secretaría de Educación Pública, en 1924, siendo
subsecretario de ella mi querido amigo y siempre admirado
maestro, Dr. don Bernardo J. Gastélum, pero el encargado de la
edición ejerció censura sobre el texto y, al hacerse el cotejo de la
obra con el original, el licenciado don Alejandro Buelna exclamó:
“Este libro es un solo volumen es una mala copia de un buen
original”.

Al referido libro: “Apuntes para la historia de Sinaloa”, por


don Eustaquio Buelna, le faltan noticias de los años 1880 a 1885
y las efemérides hasta su muerte acaecida en 1907.

Este año fue, señores, el triste destino de los archivos


privados y públicos del Estado de Sinaloa.

Bibliografías. En la técnica de la investigación de los


historiadores y científicos la bibliografía es uno de sus auxiliares
principales.

Los estudios bibliográficos se iniciaron en México en la época


colonial, por don Juan José de Eguiara y Eguren, y fueron
continuados por los bibliófilos: José Mariano de Beristain y
Souza, Joaquín García de Icazbalceta, Vicente de P. Andrade, Luis

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González Obregón, Nicolás León, José Toribio Medina y los
contemporáneos: Juan B. Iguinez, Genaro Estrada, Francisco
Gamoneda, Joaquín Díaz Mercado, José Millares Carlo, José
Ignacio Mantecón, Román Beltrán, Roberto Ramos Vigueras,
Susana Uribe y Joaquín Fernández de Córdoba.

La actividad historiográfica de Sinaloa realizada en la


segunda mitad del siglo XIX, por Eustaquio Buelna, Francisco
Armienta, Herlindo y Francisco Elenes Gaxiola y otros, en su
labor cultural se les planteó la necesidad de emprender los
estudios bibliográficos de su producción literaria, histórica y
científica.

En esa época, con toda razón se consideró que la


bibliografía es indispensable para todo escritor o investigador en
virtud de que ayuda en la programación de la temática y facilita
la documentación para la obra proyectada.

Tanta importancia adquirieron estos estudios que el


Instituto Internacional de Bruselas estableció las reglas y
clasificación, que son ligeras variantes puede hacerse de la
manera siguiente:

Bibliografías de bibliografías, generales, de temas


especiales, individuales, de autores, regionales, índice de
revistas, periódicos y colecciones, además de catálogos de
bibliotecas públicas y privadas, comerciales, de editores y
libreros,

Salvo prueba de lo contrario, en Sinaloa el primer trabajo


de género bibliográfico de que se guarda memoria lo realizó en
1890 el historiador don Francisco Xavier Gaxiola, bajo el título:
“Revistas literarias sobre escritores regionales”, aunque de

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elaboración elemental, es de importancia para el conocimiento
de la cultura.

Mi padre, don Rosendo Olea, siendo secretario general de


gobierno, recompiló una obra titulada: “Colección de leyes,
decretos, circulares y demás disposiciones del Registro Civil,
expedidas en el Estado de Sinaloa”, que por acuerdo del C.
gobernador Ing. don Manuel Rodríguez Gutiérrez se imprimió en
la ciudad de Culiacán, en enero de 1916.

La obra se compone de 260 páginas y contiene la Ley


Orgánica del Registro Civil, en vigor por acuerdo expedido por el
general don Ignacio Comonfort, presidente substituto de la
República Mexicana, con fecha 27 de enero de 1857.

Esta ley fue promulgada en Sinaloa por el gobernador don


Pomposo Verdugo y el secretario interino de gobierno, coronel
Antonio Rosales, el día 28 de marzo de 1857. La referida obra
comprende disposiciones oficiales de 1857 a 1915.

Ante estos pocos trabajos, que se habían concretado a los


géneros literario y jurídico, el Lic. don José G. Heredia, siendo
senador de la república, se dedicó con todo empeño a
coleccionar, en archivos y bibliotecas públicas y privadas, las
fichas correspondientes para elaborar una bibliografía de
carácter histórico y geográfico.

El senador Heredia en su tarea de investigación


bibliográfica, al exponer su propósito, solía comentar:

“La falta de fuentes bibliográficas, en mi tierra natal, hace


que no pocas personas proceden a publicar, como propias,
producciones ajenas, sin dar crédito al verdadero autor”.

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Años después reiteró este juicio cuando escribió, el 14 de
junio de 1946, una carta prólogo para mi libro: “Infidencias de Fr.
Bernardo”, con las palabras siguientes:

“Lo felicito por su notable trabajo: así se escribe la Historia


y no copiando impúdicamente lo que otros, con más o menos
acierto, han hecho”.

Heredia terminó su trabajo en 1925 y, al año siguiente, el


bibliógrafo sinaloense don Genaro Estrada, titular de la
Secretaría de Relaciones Exteriores, lo publicó con el título:
“Bibliografía de Sinaloa”, 190 páginas, y el libro quedó incluido,
con el número 6, en la serie “Monografías Bibliográficas
Mexicanas”.

En esta bibliografía regional el autor recabó algunos datos


en los archivos sinaloenses del gobierno del estado (1875),
cámara local de diputados (1852), supremo tribunal de justicia
de la entidad (1853) y Colegio Civil Rosales (1874). Consultó sin
éxito algunos archivos parroquiales de la diócesis de Sinaloa.

En virtud del poco material obtenido en Sinaloa el Lic.


Heredia tuvo que consultar los archivos siguientes: Secretaría de
Gobierno del Estado de Sonora, a partir de 1769 a 1925; del
Supremo Tribunal de Justicia (1564), antiguamente llamado de la
Real Audiencia, del H. Ayuntamiento, Eclesiástico o de la Nueva
Galicia, Instrumentos Públicos, todos ubicados en Guadalajara,
Estado de Jalisco; del H. Ayuntamiento y del arzobispado, en
Durango; el gobierno de Chihuahua, que se inicia en 1780; y el
Archivo General de la Nación de donde recabó el mayor número
de noticias de los ramos de historia y misiones.

Esta obra, sin duda, en una guía indispensable para las


personas dedicadas al estudio de la historia de Sinaloa.
21 | P a g e
La bibliografía, como ustedes comprenden bien, abarca
todas las ciencias y ofrece el material indispensable para la
planificación de la obra de todo escritor. La historia también
recibe luz de todas las ciencias para proyectar su propia luz.

Muchas gracias por haberme escuchado tanto tiempo.


(Aplausos)… (Más aplausos).

POSFACIO

¿Qué pregunta quieren hacer? Para lo que ustedes quieran


preguntar, estoy a sus órdenes:

PREGUNTA: Licenciado ¿Usted no le ha propuesto al


gobierno del estado la publicación del material que usted ha ido
reuniendo?

RESPUESTA: No, no lo he propuesto. Sucedió que cuando


yo acabé de escribir mi obra Publicaciones oficiales del Estado de
Sinaloa y con ella sustenté una conferencia en la Sociedad
Mexicana de Bibliografía, en ese entonces, mes de julio de 1955,
el Dr. don Rafael Carrasco Puente, director de la Hemeroteca
Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México,
conocedor de mi obra, tuvo a bien dirigirse al C. gobernador del
estado de Sinaloa para que, previo pago de los derechos de
autor, hiciera una edición oficial de este libro inédito, tomando
en consideración que el gobierno no tiene las colecciones
completas del periódico oficial y que los informes rescatados los
estimaba de importancia para la historia regional.

22 | P a g e
El C. gobernador le contestó al bibliógrafo Carrasco Puente
que no le era posible hacer la edición solicitada porque carecía
de recursos económicos en el presupuesto. Nunca he hablado de
eso porque comprendí que a mi laborioso trabajo no se le daba
la estimación histórica y cultural que creo que merece. Desde ese
tiempo y por esas circunstancias resolví enfocar mi obra sobre
otra temática y me dediqué a escribir libros sobre literatura,
historia, biografías y monografías especiales, que tuvieron una
buena acogida con los editores: Aurelio Villegas, Bartolomé
Costa-Amic, José M. Cajica, Andrés Henestrosa y Mario Colín.
Además las instituciones: Congreso de Sociología del Instituto de
Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de
México, Talleres Gráficos de la Nación, Gobierno del Estado de
Baja California, Secretaría de Hacienda y Crédito Público,
Congreso Mexicano de Historia, Sociedad de Amigos del Libro
Mexicano, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución
Mexicana, Universidad de Sinaloa, Dirección de Publicaciones del
Senado de la República, Departamento del Distrito Federal y
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Otra pregunta.

PREGUNTA: Yo quisiera saber de las personas que han


publicado desde 1920 para acá sobre historia de Sinaloa, quiénes
merecen un poco más de respeto, o sea el que sea más honesto
en cuanto al contenido, en cuanto al trabajo elaborado en sus
obras. Y usted, me imagino que ha de conocer algunos.

RESPUESTA: Sí…. Mire usted, en primer lugar todos los


escritores me merecen respeto aunque, en ocasiones, no esté de
acuerdo con sus ideas. Conozco tres escritores sinaloenses:
general Salvador Alvarado, Manuel Bonilla Jr. Y José C. Valadez,
bastante honrados en sus juicios y con un profundo contenido
social.

23 | P a g e
Bonilla escribió su libro: Diez años de guerra o el régimen
maderista, que editó en la imprenta Avendaño, de Mazatlán, en
1922. Esta obra tuvo una gran divulgación nacional. Los sucesos
que narra están apegados a la historia de la Revolución
Mexicana.

Salvador Alvarado es el más grande ideólogo de la


Revolución de 1910. En su obra Mi actuación revolucionaria en
Yucatán se encuentra un fuerte contenido social. Fue el primero,
a pesar de la oposición de don Venustiano Carranza, en
promulgar leyes sobre el derecho del trabajo en el sureste de
México.

El historiador José C. Valadez fue un amigo leal, invariable


en su trato y como escritor nunca se desvió de su firme ideología
social. Su extensa bibliografía contiene obras de alto mérito
como El porfirismo. Historia de un Régimen, las biografías de don
Lucas Alamán y don Melchor Ocampo y Topolobampo, la
metrópoli socialista de occidente o Apuntes para la historia de la
ciudad de la Paz.

He admirado siempre la obra de José C. Valadez, un


sinaloense limpio; desde sus años juveniles figuró como diputado
suplente al Congreso Constituyente de 1917.

Es estimable la obra de estos tres escritores sinaloenses,


porque en los años veinte imperaba el triunvirato Calles-
Obregón-De la Huerta. En esa época todos los historiadores que
se referían a nuestra provincia lo hacían desde el punto de vista
político, a ellos les interesaba el gobierno, el poder, y eran ajenos
a la problemática cultural y social; no les importaba, por
ejemplo, la historia de la música, de las artes, literarias, etc. El

24 | P a g e
escritor sólo servía a intereses políticos y llegaron incluso a
destruir la Universidad de Occidente.

En esos años veinte que usted desea conocer se gesta en


Sinaloa un movimiento obrero. José C. Valadez, Liborio Giles y el
poeta amigo Manuel Estrada Rousseau desde las columnas de la
prensa mazatleca defienden los derechos de los trabajadores.

Tampoco hay que olvidar, por ese tiempo, la lucha de los


líderes Emiliano Z. López, quien formó un “Comité de Salud
Pública”, al estilo de la Revolución Francesa, pero fue azotado y
expulsado del estado. ¿Quién no recuerda a aquel fogoso orador
que fue Helio Vidal? ¿Qué otra pregunta?

PREGUNTA: Sobre la historia del periodismo en el Estado de


Sinaloa ¿qué es lo que usted puede decirnos?

RESPUESTA: La historia de la imprenta y del periodismo en


Sinaloa es una obra que consta de 318 cuartillas en las que se
registran 600 publicaciones que abarcan el periodo de 1826 a
1950. El fichero guarda un orden alfabético y se siguieron las
reglas hemerográficas siguientes: título de la publicación,
subtítulo, lema o epígrafe, directo o responsable, lugar y fecha,
pie de imprenta, tomo, número consultados, paginación, archivo,
biblioteca o persona a la que pertenece el ejemplar, la colección
o referencias, notas del compilador y observaciones.

Esta obra, aunque tienen interés nacional por formar parte


de la historia del periodismo de México, no se ha publicado
debido a diversas circunstancias; la Secretaría de Relaciones iba a
editarla bajo la dirección de don Gabriel Saldívar, pero no fue
posible por problemas internos en la Dirección de Publicidad; el
Lic. Carlos J. Sierra acordó incluirla en el Boletín bibliográfico de
la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, pero se suspendió
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esta publicación; y, por último, el periodista y diplomático don
Gustavo Ortiz Hernán, director de la revista Hoy hizo gestiones
para que la publicara la Asociación de periodistas de México,
pero no se llevó a cabo debido a que falleció este estimable
compañero y amigo, dinámico y culto intelectual mexicano.

El valor de este libro es que ya no existen algunas de las


fuentes empleadas en su elaboración, como el archivo de don
Eustaquio Buelna y algunas bibliotecas privadas o colecciones
que se han vendido o perdido.

PREGUNTA: Pero sobre la historia de la imprenta y el


periodismo en Sinaloa ¿no hay nada editado todavía?

RESPUESTA: Editado no hay más que un folleto titulado El


cuarto poder en Sinaloa, que publicó Estrada Rousseau y un
fascículo mío que apareció con el título: La primera imprenta en
las provincias de Sonora y Sinaloa, en 1943. Además publiqué en
El Boletín Bibliográfico: La introducción a la imprenta al estado
de occidente, en 1961.

PREGUNTA: Sobre el archivo de Héctor R. Olea ¿qué puede


usted decirnos al respecto?

RESPUESTA: Yo he procurado que el archivo mío sea el más


completo sobre el estado. He logrado reunir por orden
alfabético, en siete volúmenes, todas las fichas referentes a la
historia de Sinaloa. Conservo manifiestos, proclamas,
publicaciones y leyes que son ejemplares únicos. También he
dado una atención especial a los folletos porque son muy difíciles
de encontrar, colecciones de la historia de México, una selección
de los clásicos y sobre todo historiografías, estudios
bibliográficos, lingüística, diccionarios y vocabularios, en virtud

26 | P a g e
de que está formada con una sola idea: que sea material que
sirva al oficio de escritor.

PREGUNTA: Sobre la influencia de algunos personajes


importantes, protagonistas de la historia de Sinaloa, vemos
algunos personajes que vinieron de otros lugares, como usted
mencionaba hace un momento, Guanajuato, Nayarit, Jalisco. ¿A
qué cree usted que se debió la presencia de ellos aquí? ¿Por qué
razón se sacaron algunos materiales fuera del país?

RESPUESTA: A su primera pregunta le contesto lo siguiente:


Yo considero que la llegada a Sinaloa de un poco más de medio
centenar de intelectuales se debió a tres causas principales:
primero, el auge de la minería; segundo, las invasiones,
rebeliones y motines militares y políticos, y tercero, las líneas de
navegación establecidas con el puerto de Mazatlán.

A groso modo puedo citarle algunos de estos personajes:


Ladislao Gaona y Daniel Pérez Arce, de Guadalajara; Ignacio
Ramírez, “el nigromante” y don Ismael Castelazo, de Guanajuato;
Vicente Ortigoza y Amado Nervo, de Nayarit; Adrián Valadez y
Manuel Márquez de León, de Baja California; José Ferrel e
Ignacio Gastélum, de Sonora; Carlos Filio y Manuel Hernández
Ramírez, de Oaxaca; Francisco Gómez Flores, de San Luis Potosí;
Antonio Rosales, de Zacatecas; Heriberto Frías. De Quéretaro,
etc.

Todos estos intelectuales dejaron parte de su vida y de su


obra en Sinaloa, como el poeta jalisciense Enrique González
Martínez y el metropolitano Dr. Ruperto L. Paliza, quien recibió
las palmas académicas de Francia. Positiva fue la labor de estos
hombres de letras en la cultura regional.

27 | P a g e
En relación con su segunda pregunta: ¡Por qué razón se
sacaron algunos materiales fuera del país? A esto le respondo:
Bueno, siguen saliendo (risas). Las bibliotecas y los archivos de
los más distinguidos escritores mexicanos han sido vendidos al
extranjero. Basta con que usted lea los catálogos de las
bibliotecas de Texas o la obra: Tesoros bibliográficos mexicanos
en el extranjero, por el compañero Fernández de Córdoba. Otra
pregunta.

PREGUNTA: ¿Qué nos podría decir usted sobre la historia


de la agricultura en Sinaloa?

RESPUESTA: La historia de la agricultura es de lo más


interesante. Desde tiempos prehispánicos los indios cultivaban
con gran cuidado sus sementeras y los indígenas de Ahome y
Guasave son los primeros que se distinguen en las faenas del
campo, ahí se dan las primeras formas de irrigación; hacían
zanjas, “sangrados” a los ríos y pequeñas represas o
embalsamientos de agua. Estas razas primitivas estaban en la
plena época de la cultura del maíz.

Los jesuitas, encabezados por el padre Kino, en Sonora,


introducen los semovientes y ganados. Las transculturaciones
por la conquista española operada en el siglo XVI, influyó en el
noroeste, en la manifestación de una nueva cultura.

Así doy respuesta a sus preguntas. He platicado con toda


franqueza, sinceridad y realismo, sin más propósito que ustedes
comprendan la necesidad urgente que hay de elaborar fuentes
de archivología, bibliografía, etnología, filología, etc…, para
proporcionar la orientación y los materiales más eficientes a los
estudios de la historia y demás disciplinas, a los maestros urgidos
de información pedagógica y a los científicos en sus

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investigaciones, todos ellos laboran para rehabilitar los antiguos
prestigios de la cultura en el noroccidente.

Hay que dar a la juventud, estimados coterráneos, el pan


del espíritu –el libro-, porque si con ello se alimenta, tendrá
conciencia de sus derechos y libertades.

Nota: Este texto fue mecanografiado del original publicado en la


revista Ciencia y Universidad ya citada, por Teresa Franco,
cotejado por María de la Luz Villegas Yuriar y arreglado para la
versión digital por Gilberto J. López Alanís e incorporado a la
Biblioteca Digital por Carlos Bastidas Calderón, todos miembros
del Consejo Académico de esta biblioteca

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