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‘GÓRGORO’ DE ALONSO GUZMÁN

“¿llegar a un lugar? […]

¿tener un punto fijo que reclame nuestra presencia? […]

no hay lugar […] no hay lugar que nos anhele”

Reseña por Claudia Elisa López Miranda

El libro inicia con una nota de Cecilia Juárez, que resulta muy relevante por dos razones. En
primer lugar, porque subraya una idea central: la ambivalencia del ser, que en la novela está
representada por un “rey contradictorio”: poderoso pero iracundo, autoritario pero ingenuo,
justo pero terrible. Reconocer y encarnar esta ambivalencia en los personajes es un signo de
que quien escribe está pendiente del mundo, un mundo donde los buenos nunca son
completamente buenos y los malos tampoco enteramente malos.

La segunda razón por la que es significativa la nota de Cecilia es porque comparte


cómo la escritura es un proceso colectivo, habla del grupo literario Mirabilis y sus talleres
nocturnos, donde nació Górgoro y que muestran que Toluca no es tan líquida y triste, como
piensa Cristina Rivera Garza en su poema Querencia, porque desde hace mucho tiempo hay
escritores leyéndose y escuchándose.

Górgoro es una reflexión breve, pero contundente, de una serie de temas


fundamentales; en apenas ciento treinta y seis páginas Alonso Guzmán invita a preguntarse
sobre la existencia, el poder, la soledad, el destino, la nada. El autor narra la historia de un
monarca absoluto, cuyo poder se acentúa gracias a los servicios de Rathä, un mago
experimentado que puede cumplir prácticamente cualquier deseo del rey Górgoro: el mismo
rey que por la mañana manda cortar los dedos de una dulce y preciosa niña hambrienta que
robó un pan, y por la noche espera ansioso la espalda delgada de Tur-Yevma y su voz, “su
voz deseo de azucena […] voz espina que canta”
Górgoro se cree grande, inmenso, porque su pueblo se lo repite “eres grande como
flores de carne, grande como los pinos varados”, irónicamente es justamente allí donde radica
su pequeñez: un hombre que frente al alago “levanta los hombros y sume el vientre” es
siempre un hombre pequeño.

En múltiples pasajes del libro el rey es devorado por su soberbia, pero quizás el
ejemplo más radical aparece en el capítulo X, donde Górgoro pide a Rathä que le dé un
amigo, Rathä le proporciona varias opciones, que el caprichoso rey desnuca
instantáneamente. Rätha al ver la reacción del rey, decide fabricarle como amigo a un ser
prácticamente idéntico a él, un gemelo de Górgoro, con quien éste se enfrenta en un combate
a muerte y ¡pierde! Rathä pasmado, incrédulo, decide nunca hablar de este episodio y dobla
cuidadosamente el cadáver de su amo, hasta convertirlo en un pequeño cuadro de papel.

El Górgoro campeón de esta batalla a muerte no es menos vanidoso, ni menos ingenuo


que el anterior, los sucesos posteriores al combate a muerte, narrados en la novela, retratan
una vez más a un personaje colérico y caprichoso, muchas veces sordo a verdades profundas
que se le revelan de múltiples formas.

Al respecto vale la pena mencionar el capítulo donde un bufón se le acerca y le


comparte lo que a mí me parece el secreto del mundo: “¿llegar a un lugar? […] ¿tener un
punto fijo que reclame nuestra presencia?”, pregunta el bufón, “Ja, Ja […] no hay lugar,
querido rey, no hay lugar que nos anhele”. El rey decide cavar una tumba honda para él y
sus palabras; Górgoro, el inmenso Górgoro, conquistador de tierras desconocidas, el
todopoderoso, necio, arrogante se niega a aceptar esta sentencia. Aún cuando la vida le envía
otro mensaje con el mismo tono a través de un hombre que surge de una esquina de su
habitación: “tú, rey, eres polvo y la brisa del verano se llevó sus brazos, su tronco, su cabeza,
sus piernas, sólo su corazón de monarca quedó palpitante y rojo sobre las telas de seda que
cubrían su cama”

No obstante la necedad del rey, el tiempo lo condena: hacia el final del libro en una
colosal batalla donde Górgoro soñaba vencer a su principal enemigo Murduk, un pájaro
ceniciento se posa en su hombro y le anuncia su muerte: “respira gran Górgoro, siente la
calma, tranquiliza el crespón de tus nervios […] no cierres los ojos, gran Górgoro y siente
cómo la oscuridad va lamiendo, despacio, tus pupilas. Górgoro sintió el negro, lo oscuro. El
silencio”.

Este cierre nos permite comprender por qué Alonso Guzmán decidió iniciar el libro
con un epígrafe de Sergio Ernesto Ríos que contiene la frase “fiel al naufragio vive el
hombre” y con un poderoso verso de José Alfredo Mondragón “¿qué pasará si esta muerte
no resulta, si no me devuelve la sal del rostro, si me deja hundido y oscilante en la oscuridad?”
Es una forma de anunciarnos que ha escrito un libro en torno al vacío de la existencia, un
reconocimiento de que no hay telos posible, de que la vida, incluso la del rey más poderoso
terminará en polvo y silencio.

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