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Había una vez, una niña que quería tener un perro, pero sus padres no le dejaban
tener uno porque ellos decían que olían, había que lavarlos, sacarlos a pasear todos
los días, mañana, tarde y noche, había que darles de comer y además manchaban.
Eso era lo que decían sus padres y ella estaba harta de oír siempre lo mismo. A ella
esto no le parecía un problema ya que ella ayudaría a sus padres en casi todo.
Cada día, María sacaba a su querido perro a pasear por el parque, que estaba un
poco lejos de su casa para que no lo vieran sus padres.
Después, siempre se sacudía y tenía que estar atenta para que no le mojara.
Después de esto le solía tirar la pelota, por el césped aunque a veces la pelota rodaba
por el camino donde andaba la gente y se entretenía jugando con los demás.
Tenía que cansar al perro para que no se moviera por el garaje porque si no se
enterarían sus padres.
Un día su padre se dirigía hacia el trabajo cuando de pronto escucho ¡Guau, guau!
Casi se pega contra un camión de verduras. Al girar la cabeza vio un enorme perro.
Cuando le pregunto a ver quién era el le respondió otra vez con un ¡Guau! En ese
momento pensó y se le ocurrió que podía haber sido María la que lo había metido al
coche porque siempre les pedía un perro. Después del trabajo fue a casa y le pregunto
a María lo del perro. Ella le respondió que sí que había sido ella. Sus padres pensaron
durante toda la noche si se quedaban con el perro o no. A la mañana le dijeron a
María que se lo podía quedar pero con la condición de que ella les ayudara a cuidarlo
y ella asintió muy contenta.
Esa tarde fueron a comprar lo necesario para cuidarlo. Todo lo eligió María lo que a
ella le gustaba, sus padres se lo compraban. Le compraron las siguientes cosas, un
montón de comida con su cuenco, un collar con su nombre y la calle donde vivían para
si se perdía, una camita pequeña donde pudiera dormir, jabones para lavarlo, juguetes
y un collar que hacían para que no le fueran las pulgas.
Ahora le llevaban los tres juntos a otro parque que estuviera más cerca. Era un
parque muy parecido al otro. También tenía un estanque en el que el perro se pasaba
pipa bañándose en el, lo malo era que él le solía salpicar pero a ella no le importaba.
Luego volvían a su casa y le ponían su comida en su cuenco. A la noche le metían en
su camita.
Besos