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Ayuda psicológica a las víctimas de atentados y catástrofes

Guía de autoayuda y pautas de intervención psicológica de la Universidad


Complutense de Madrid tras los atentados del 11-M

María Paz García-Vera


Francisco Javier Labrador
Cristina Larroy
(Eds.)

María Paz García-Vera


Profesora Titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM
Directora de la Clínica Universitaria de Psicología de la UCM

Francisco Javier Labrador


Catedrático del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM
Director del Máster de Psicología Clínica y de la Salud de la UCM

Cristina Larroy
Profesora Titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM
Directora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM
En recuerdo de Álvaro, Angélica, Juan Carlos, Milagros y Teresa,
compañeros de la Complutense fallecidos en los atentados del 11-M,
y de todas las víctimas.
Índice
Presentación
Carlos Berzosa. Rector de la Universidad Complutense de Madrid
Prólogo
Fernando Chacón. Decano del Colegio Oficial de Psicólogo de Madrid
Introducción
María Paz García-Vera, Francisco J. Labrador y Cristina Larroy
Parte I
Capítulo 1. Un paraguas psicológico para las personas afectadas por los atentados del 11-M: el
papel de las guías de auto-ayuda y las pautas de intervención psicológica
María Paz García-Vera y Jesús Sanz
Parte II. Guía psicológica de autoayuda
Capítulo 2. Guía de autoyuda tras los atentados del 11 de marzo
Parte III. Pautas de intervención psicológica
Capítulo 3. Psicoeducación
Capítulo 4. Técnicas para modificar la activación fisiológica: control de la respiración
Capítulo 5. Programación de actividades
Capítulo 6. Técnicas de autocontrol
Capítulo 7. Técnicas de exposición
Capítulo 8. Desahogo psicológico
Capítulo 9. Técnicas de detención del pensamiento
Capítulo 10. Técnicas de solución de problemas
Capítulo 11. Intervención con ni os
Parte IV.
Capítulo 12. Primeros auxilios psicológicos: protocolo ACERCARSE
Manuel Muñoz
Capítulo 13. Utilización clínica de la guía psicológica de autoayuda y de las pautas de
intervención psicológica con los afectados por los atentados del 11-M
María Paz García-Vera
Capítulo 14. Recursos relacionados con la ayuda psicológica a las víctimas de atentados y
catástrofes
Marta Labrador y Jesús Sanz
PARTE III
PAUTAS DE INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA

Máster de Psicología Clínica y de la Salud


Clínica Universitaria de Psicología
Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica
En la elaboración de estas pautas de intervención psicológica participaron los siguientes
profesores y psicólogos (nombrados por orden alfabético) del Máster de Psicología Clínica y de
la Salud, de la Clínica Universitaria de Psicología (antes conocida como Unidad de Psicología
Clínica y de la Salud) y del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica:
Virginia Alonso, Elena Arderius, Cristina Castillo, María Crespo, Juan Antonio Cruzado, Amaya
Escolar, Rocío Fernández-Velasco, María Paz García-Vera, José Luis Graña, Francisco J.
Labrador, Cristina Larroy, Inés Magán, Manuel Muñoz, Eleva Olivera, Mercedes Risco, José
Ignacio Robles, Susana Rodríguez, Ana Sanz, Jesús Sanz, Olga Sanz y Andrés Sotoca, así como
los estudiantes de postgrado de la XIV y XV promociones del Máster de Psicología Clínica y de
la Salud.
Capítulo 3

Psicoeducación

En este capítulo se tratará la importancia de una psicoeducación para normalizar


las reacciones que suelen aparecer en los afectados por atentados terroristas. Para que la
psicoeducación consiga que los afectados se comprometan de forma activa con su propio proceso
de recuperación, tiene que atender a los siguientes objetivos:

Comprensión, normalización y aceptación de las reacciones postraumáticas. La


primera cuestión fundamental para llevar a cabo la psicoeducación tras un atentado
terrorista es la necesidad de explicar a los afectados lo que les está ocurriendo y por qué.
Las personas afectadas deben saber qué reacciones son normales ante un acontecimiento
tan amenazante, tan generador de horror, en el que han visto amenazada su vida y la de
otras personas y ante el que se han sentido tan impotentes e indefensos. Es normal que se
sientan asustados, qué no sepan cómo interpretar lo que les ocurre. Las reacciones son
normales al principio y son adaptativas porque están desempeñando la función de
protegernos de una situación amenazante y minimizar los daños y sufrimientos que ésta
pueda ocasionarnos. Cuando los afectados descubren que las reacciones que están
teniendo son el modo en que su organismo lucha por sobreponerse a la situación y
minimizar los sufrimientos y los daños, su percepción de lo que les está sucediendo
cambia radicalmente. Lo que parecía un mal funcionamiento de su organismo, creyendo
que se estaban «volviendo locos» resulta ser un funcionamiento adecuado. Por último,
resulta conveniente que acepten el hecho de que ellos, ante lo sucedido, están
reaccionando así.
El proceso de recuperación como un proceso activo. Una vez que las personas
afectadas comprenden la normalidad de sus reacciones postraumáticas, se sienten
tremendamente aliviadas, disminuye su ansiedad y su temor hacia dichas reacciones y
esto facilita un punto de partida idóneo para que se sientan capaces de afrontar
activamente su proceso de recuperación, lo que significa controlar y manejar sus
reacciones en vez de soportarlas pasivamente pensando que da igual lo que se haga ante
ellas.

Procedimiento de psicoeducación

Para conseguir los objetivos señalados, se propone el siguiente procedimiento que supone
el planteamiento al paciente de una serie de cuestiones que van siendo explicadas por el
terapeuta y comentadas por ambos con ejemplos sacados de la propia experiencia del afectado:

¿Qué son las reacciones postraumáticas, respuestas normales o patológicas? Los


atentados terroristas son acontecimientos muy impactantes que rompen nuestras creencias
sobre lo que habitualmente pensamos que es el mundo, sobre el control que creemos
tener sobre lo que nos ocurre. Hacen que las personas se sientan amenazadas,
horrorizadas, tremendamente vulnerables e indefensas y en su lucha por sobrevivir y
minimizar posibles nuevos daños y sufrimientos, nuestro organismo reacciona de un
modo que puede interpretarse de forma alarmante y patológica o como una forma
adaptativa de afrontar la situación.
Las reacciones postraumáticas son normales y adaptativas al principio. Su función es la
de permitir una supervivencia, un proceso de adaptación a la nueva situación, de
protegernos de posibles nuevas amenazas y de ayudarnos a soportar el sufrimiento. Es
importante que las personas afectadas por estas reacciones comprendan esto, porque esas
reacciones postraumáticas sólo comenzarán a ser problemáticas si, en vez de servirnos
para adaptarnos a la situación, se prolongan demasiado tiempo y terminan por
desempeñar la función contraria, es decir, acrecentar el sufrimiento y los daños
impidiendo que se pueda recuperar una cierta normalidad.
Sin embargo, el que las reacciones postraumáticas sean normales, no quiere decir que no
sean molestas y que muchas personas atraviesen por momentos muy difíciles cuando
aparecen. Las reacciones que se van a comentar a continuación son reacciones normales
de los seres humanos ante acontecimientos estresantes como los atentados terroristas, que
hacen que las personas se sientan indefensas, vulnerables, aterrorizadas y temerosas de
perder su vida o la de sus seres queridos.
Cuando las personas afectadas entienden la normalidad de estas reacciones están más
cerca de aceptarlas y ayudar a que poco a poco vayan desapareciendo y su vida pueda
desarrollarse con la mayor normalidad posible.
Es importante, asimismo, comprender que algunas personas que han vivido más
directamente el atentado, o sus familiares, amigos, personal de rescate y sanitario,
quienes hayan pasado por otras desgracias o personas más sensibles, pueden ver
estancado el proceso de recuperación natural y ver cómo sus reacciones, en vez de
disminuir, se agravan y les impiden desarrollar una recuperación normal. Estas personas
con frecuencia pueden necesitar ayuda para superar el suceso traumático. Por eso es
preciso que el profesional y el propio afectado lleven a cabo un seguimiento sobre cómo
van evolucionando estas reacciones.
¿Qué pensamientos son normales en esa situación? Las personas que han sufrido un
atentado no pueden evitar dejar de pensar que la vida no tiene sentido, que no vale la
pena, que todo es cuestión de suerte, que por qué les ha tocado a ellos. Las personas
solemos tener la idea de que el mundo es un lugar donde las cosas que ocurren tienen
algún sentido y que tendremos la oportunidad de controlar las dificultades que vayan
surgiendo. Sin embargo, la falta de predictibilidad y control que conllevan los atentados
terroristas encaja muy mal con nuestro modo habitual de pensar y ver el mundo. No
podemos encontrar un sentido a lo ocurrido y en este intento de asimilarlo son frecuentes
unas reacciones que, aunque puedan resultar aparatosas y extrañas, son normales en un
organismo que trata de poner orden en este caos repentino. Los pensamientos que se
comentan a continuación son totalmente normales tras un atentado terrorista, forman
parte del proceso de asimilación y organización sobre lo ocurrido:

Imágenes y pensamientos del desastre que me vienen a la cabeza, aunque yo no


quiera y aunque me esfuerce por evitarlos (flash-backs).
Pesadillas sobre temas más o menos relacionados con el atentado y sus
consecuencias.
Desorden en los recuerdos sobre lo que ha pasado, como si fuera una historia
descabalada.
Problemas de concentración, atención y memoria que me hacen sentir alterado, como
si no fuese yo mismo o me pasase algo grave.
Desear «lo peor» e incluso desear vengarse de aquellos que causaron el atentado, pero
conviene no ocupar demasiado tiempo en estos pensamientos porque generan mucho
malestar y acabarán volviéndose en contra nuestra.
Desconfiar de todo y de todos, del mundo en general, de los seres humanos, que son
capaces de cometer actos tan crueles.
Dudar de todo en lo que habíamos creído, perder la confianza en un mundo justo,
dudar de nuestro propio sistema de valores, de nuestra fe, de todo lo que ha conducido
nuestra vida y de nuestro modo de hacer las cosas, de todo en lo que creíamos y que
nos daba fuerza y confianza.
Pensamientos de culpa por haber hecho o no haber hecho algo para evitar los daños,
pero conviene aceptar que estas situaciones escapan irremediablemente a nuestro
control. Otras veces la culpa viene por cosas dichas, hechas o no a los fallecidos. En
estos casos, hay que sopesar la importancia de tales afirmaciones no ahora, sino en la
vida diaria, desde la perspectiva de lo ocurrido.
Darse cuenta de la propia vulnerabilidad, pensar que en cualquier momento se puede
perder todo, a las personas queridas y la propia vida. Se pierde la ilusión de control
con la que acostumbramos a vivir.
Buscar explicaciones lógicas a lo ocurrido, por qué, para qué, con qué fin, cómo
puede alguien. Es normal que tratemos de utilizar la lógica y nos preguntemos por
qué había de pasarle a él que era una buena persona. Antes o después tendremos que
aceptar que es imposible dar respuestas lógicas a cuestiones tan ilógicas.
Sentirnos solos y pensar que nadie puede comprendernos ni hacerse a la idea de por lo
que estamos pasando. Pero incluso las frases más hechas y los consejos menos
apropiados pueden haber sido pronunciados con la intención de ofrecernos apoyo y
nos sentiremos mejor si dejamos abierta esa posibilidad.
Evitar pensar en lo que nos ha pasado, a veces negándolo o llegando incluso a olvidar
aspectos del acontecimiento; pero no te asustes, es un modo normal de reaccionar
para atenuar el sufrimiento en los primeros momentos.
¿Qué síntomas físicos son normales?
Como parte de la respuesta de nuestro organismo en su intento de superar la situación se
producen una serie de síntomas físicos que, lejos de ser patológicos, son respuestas normales de
nuestro cuerpo en su afán por sobrevivir. Estas reacciones características de situaciones de
intensa amenaza alertan al máximo nuestros recursos físicos para actuar en una situación de
peligro y es posible que sigamos activados y las reacciones continúen mientras nuestro
organismo siga valorando que la situación amenazante no ha terminado e incluso algún tiempo
después.
Es normal un exceso de activación, una tensión exagerada, sobresaltarse con
facilidad, el nerviosismo, el exceso de sensibilidad ante señales que antes no
provocaban nada (p. ej., ruidos), la sensación de agitación y las taquicardias,
como respuestas típicas de nuestra situación de máxima alerta tras un atentado, lo que
puede durar horas, días e incluso semanas
Es normal que sintamos una fatiga intensa, dolores corporales difusos e
inespecíficos, dificultades para dormir, pérdida de apetito, cansancio como
consecuencia de que nuestro metabolismo está actuando muy por encima de los
requerimientos normales y habituales.

¿Qué es normal que sienta?


Lo que sentimos está relacionado con nuestro modo de ver lo que nos ocurre en el
mundo. Si lo que acaba de ocurrir es un atentado, que nos ha hecho perder la confianza en los
demás y en su bondad, entonces es normal que sintamos ira. Si interpretamos que no será fácil
superar esto y que las cosas no tienen posibilidades de mejorar, entonces será normal que nos
sintamos tristes y desesperanzados. Si lo ocurrido ha dado al traste con nuestras creencias sobre
el mundo, sentiremos que no es nuestro mundo. Si lo ocurrido nos hace ver peligros y amenazas
por todas partes, entonces sentiremos ansiedad con tanta frecuencia que parecerá que no dejamos
de sentirla ni un momento. Así serán nuestras emociones, o la ausencia de ellas, una reacción
más a nuestra interpretación sobre lo ocurrido y un modo más de tratar de sobrevivir a ello.
(sigamos activados y las reacciones continúen mientras nuestro organismo siga valorando que la
situación amenazante no ha terminado e incluso algún tiempo después).
Es normal sentir odio e ira, sentirnos traicionados, incomprendidos,
abandonados, inseguros o suspicaces y otras tantas emociones negativas intensas
relacionadas con los demás, en los que hemos perdido la confianza.
Es normal sentirnos tristes, apáticos y desesperanzados en un mundo por el que
hemos perdido el interés y en el que no confiamos ni tenemos la esperanza de que las
cosas puedan mejorar.
Es normal que nos sintamos ansiosos y temerosos ante lo que pueda ocurrir, ya que
el mundo se ha convertido en un lugar amenazante, en el que en cualquier momento
se puede perder todo lo importante sin que haya una razón.
Es normal estar más irritable e impaciente con las personas cercanas, como
consecuencia del mantenimiento de tanta tensión.
Pero también es normal que nos sintamos incapaces de sentir, de llorar, de sufrir
proporcionalmente lo ocurrido, como imbuidos en una especie de anestesia
emocional que no nos permite llorar y nos sorprende, incluso asusta, pero es una
reacción normal más de protección de nuestra mente que bloquea esos sentimientos
para protegernos del sufrimiento excesivo

Poco a poco es esperable que estas emociones que se vayan atenuando, aunque pueden
acrecentarse de nuevo cuando aparezcan indicios que recuerdan la situación, tales como olores,
ruidos, horas del día, actividades, personas, recuerdos o imágenes.

¿Qué es normal que haga o que evite hacer?


De entre todas las reacciones normales que las personas solemos tener ante un atentado
terrorista, tal vez una de las más habituales y generalizadas son las reacciones de evitación.
Hemos comentado anteriormente que es normal evitar pensar o incluso negar lo que ha pasado
en los primeros momentos. Estas evitaciones también afectan a lo que hacemos. Para minimizar
el sufrimiento ocasionado lo más normal tratar de apartar de nosotros aquello que nos hace daño
y comenzar a evitar todo lo que se relaciona de una u otra manera con lo que ha pasado (lugares,
personas, situaciones, etc.). Este tipo de evitaciones a veces se hacen de forma inconsciente,
involuntaria o sin intencionalidad alguna.
Es normal evitar todo aquello que se relaciona con la situación en que ocurrió el
atentado, con situaciones parecidas o con personas o actividades relacionadas de modo
que es normal no querer entrar en la estación donde ocurrió, no viajar en tren o simplemente
viajar, evitar a quienes te recuerdan de algún modo lo ocurrido, evitar imágenes en la
televisión o incluso es normal no querer hablar de ello con otras personas.
Es normal buscar apoyo en los fármacos para superar la situación pero debes tener
cuidado porque aunque no hay nada malo en utilizarlos en un primer momento como ayuda
para soportar la situación y ayudar al descanso, la medicación debe hacerse siempre bajo
supervisión médica, y sabiendo que habitualmente no es la opción de tratamiento más
adecuada para superar una situación traumática.
Es normal tratar de consolarse u olvidarse un poco consumiendo bebidas alcohólicas de
forma moderada, pero conviene no abusar teniendo en cuenta que nunca es la solución para
superar el trauma y que el alcohol puede empeorar aún más las cosas al aumentar el riesgo de
descontrol emocional.
Es normal aislarnos de los demás, especialmente cuando pensamos que no nos pueden
ayudar ni nos comprenden y es normal porque lo ocurrido nos hace desconfiar de los seres
humanos en general.
El hecho de que estas reacciones de estrés sean normales y muy frecuentes al principio,
no quiere decir que aquellas personas que no reaccionen de este modo lo hagan de forma
―anormal‖. Es preciso tener siempre presente que no existe una única manera de enfrentarse o
reaccionar a estas experiencias. Tan normal es derrumbarse emocionalmente como no hacerlo,
tan normal es correr como quedarse inmóvil, tan normal es olvidar como recordar cada detalle,
tan normal es querer desahogarse como no querer hablar de ello. No existe un único modo
universal de reaccionar.
Aunque la mayor parte de las reacciones que podamos tener tras un acontecimiento
negativo como un atentado terrorista sean negativas, y por eso nos preocupen, no debemos
ignorar que también pueden surgir reacciones positivas como consecuencia de sucesos
traumáticos como los atentados. De hecho, es frecuente que algunas personas cambien su manera
de pensar, sus prioridades en la vida y comiencen a valorar más la compañía de otras personas,
pasen más tiempo con sus amigos o sientan que tienen que aprovechar mejor su tiempo
disfrutando de su familia.
¿Cuál es la evolución esperable de estas reacciones?
Cuando se pasa por un suceso traumático, como puede ser una atentado terrorista, las
personas pueden reaccionar, como ya hemos visto, de diferentes formas para soportar la
situación. Se trata de reacciones lógicas de supervivencia, reacciones completamente esperables
y normales, pero que pueden hacer que la gente se sienta desbordada y con la sensación de haber
perdido el control de sus vidas.
Sin embargo, sabemos que la mayoría de estas reacciones van a ser pasajeras y que la
mayoría de las personas irán superando la situación de modo que estas reacciones desaparecerán,
el sufrimiento irá disminuyendo y sus vidas volverán a desarrollarse con normalidad.
No hay un único modo de reaccionar ante un atentado terrorista. Las reacciones normales
son múltiples y variadas, y su evolución también lo es. No todas las personas evolucionan del
mismo modo, no todas pasan por las mismas fases y cuando lo hacen no tienen por qué hacerlo
en el mismo orden ni durante el mismo tiempo. Las reacciones ante un atentado son experiencias
personales y, en consecuencia, lo es el proceso por el que cada persona pasa, así como su
particular ritmo.
Capítulo 4

Técnicas para modificar la activación fisiológica.


Control de la respiración

Después de haber vivido situaciones estresantes, más cuanto más intensas sean éstas, es
frecuente que las personas se quejen de excesiva tensión y nerviosismo o, en términos más
técnicos, de una excesiva activación orgánica. Los músculos están muy tensos, pueden llegar a
temblar las manos y las piernas, aparece algún tic facial y se nota la boca seca; puede, incluso,
llegar a percibirse que el corazón late intensamente y que el estómago se «encoge», sentir
intensos deseos de ir al cuarto de baño o perder el control de los esfínteres. Asimismo, incluso un
período de tiempo después, si se mantiene esta elevada activación, que la persona suele percibir
como tensión, es habitual sentirse inquieto, tembloroso, nervioso, sobresaltarse con facilidad,
presentar conductas de impaciencia, malhumor, elevada irritabilidad y tener problemas para
concentrarse y dormir. Esta tensión puede tener efectos no sólo momentáneos, sino reflejarse
también en las condiciones diarias de la vida, provocando problemas en el dormir, trastornos en
la alimentación o pensamientos reiterativos u obsesivos que pueden molestar de forma
permanente. Si estas condiciones se mantienen, facilitarán un deterioro progresivo en todos los
ámbitos de la vida del afectado en sus relaciones personales y familiares, en el ámbito laboral y
social y, en general, en la propia calidad de vida.
Esta elevada activación fisiológica es una de las respuestas que las personas ponen en
marcha ante la percepción de unas demandas excepcionales en el medio ambiente, en especial si
percibe que la situación puede ser amenazante. Lo lógico, ante la percepción de peligro es
preparar de forma urgente al propio organismo para poder hacer frente a esta situación de la
forma más eficaz posible.
¿Qué se puede hacer ante una situación de peligro inmediata? Lo más habitual es o bien
tratar de escapar de ella, o bien tratar de enfrentarse a ella. En ambos casos, cuanto mayor sea la
energía disponible, más probabilidades tendrá de conseguirlo. Por eso las personas, al igual que
los animales, cuando perciben una situación de peligro inmediata reaccionan con esta elevada
activación fisiológica, que les permite disponer de unas mejores condiciones ―más recursos―
para manifestar reacciones de huida o de lucha. Disponer de una energía adicional para afrontar
con éxito la situación de peligro puede ser vital para salir de ella, ya que puede significar la
diferencia entre sobrevivir o no, por eso el organismo de las personas actúa de forma automática
produciendo esta respuesta de activación fisiológica excesiva, e incluso la mantiene, en la
medida de sus posibilidades, durante todo el tiempo que considere que el peligro sigue presente o
puede volver a aparecer.
Esta respuesta de elevada activación con frecuencia suele reducirse de forma progresiva y
espontánea al cabo de cierto tiempo, una vez que ha desaparecido la situación amenazante. Sin
embargo, las personas que han sufrido una experiencia traumática intensa, como puede ser el
caso de un atentado terrorista, en muchos casos siguen considerando, incluso después de éste,
que puede haber peligro, que el mundo es muy peligroso, que en cualquier ocasión,
inesperadamente, puede volver a haber otro suceso similar. En consecuencia, se prepara para
poder afrontar de forma más eficaz esa probable amenaza futura, manteniendo su organismo en
actitud de alerta permanente, siempre preparados para responder de forma inmediata a un posible
ataque.
Es evidente que esta elevada activación, muy útil en situaciones verdaderamente
peligrosas, es totalmente innecesaria en circunstancias normales y, además, provoca un
importante e inútil desgaste de los recursos de una persona. En general, resulta muy molesta y
desagradable, e incapacita para el desarrollo de una vida normal al reducir de forma notable la
calidad de vida de quienes la presentan.
¿Cómo se genera una elevada activación o tensión?

La tensión o activación puede deberse a aspectos muy variados, como pensamientos


―por ejemplo, «nunca voy a poder olvidar esto», «debería haber ayudado a los heridos», «no
debería haber cogido ese tren»―, estímulos externos ―las sirenas de las ambulancias, el humo y
el polvo, el olor, los gritos o llantos de otras personas, etc.― o incluso las propias actuaciones o
conductas ―tratar de escapar, intentar un sobreesfuerzo para ayudar a alguien…―. Es evidente
que muchas de estas condiciones pueden volver a repetirse en otros acontecimientos que nada
tienen que ver con la situación traumática original ―como pensar que no debería haber cogido el
tren, un olor similar o el sonido de una ambulancia― e igualmente provocarán en muchos casos
unas respuestas de activación similares en la persona.
¿Se puede hacer algo para controlar este exceso de tensión o activación fisiológica del
organismo?, ¿puede aprender una persona a controlar su propia tensión de forma autónoma en
especial en momentos difíciles? Los psicólogos hemos desarrollado diversos procedimientos
para que cualquier persona pueda aprender a regular de forma eficaz y rápida sus niveles de
activación fisiológica. Entre estas técnicas, sin duda una de las más eficientes es la técnica de
control de la respiración.
Técnica de control de la respiración

La importancia de la respiración

Respirar es algo imprescindible para una persona. Sin embargo, nuestra forma de hacerlo
no es siempre la más adecuada. El objetivo de la respiración es aportar la cantidad de oxígeno
necesaria por el buen funcionamiento del organismo. Pero en algunas ocasiones, bien a causa de
determinadas posturas o actividades, o bien debido a las condiciones de la situación o de la
propia persona, pueden facilitarse algunos hábitos o patrones de respiración un tanto anómalos
que impiden o dificultan una adecuada oxigenación del organismo. En concreto, situaciones de
estrés intenso, como las situaciones traumáticas, ya sean presentes o recordadas, suelen provocar
unos patrones de respiración caracterizados por una respiración rápida y superficial, que utiliza
sólo una parte reducida de la capacidad funcional de los pulmones. En consecuencia, la cantidad
de oxígeno que llega a la sangre es reducida obligando al corazón, y al sistema cardiovascular en
general, a un mayor trabajo para poder llevar el oxígeno a todos los tejidos. Pero, incluso a pesar
de este sobreesfuerzo, puede producirse una peor oxigenación, facilitando la aparición de
ansiedad, depresión, así como una sensación de fatiga, malestar y tensión general del organismo.
Un adecuado control de nuestra respiración, en especial en los momentos más
problemáticos, es una de las estrategias más sencillas y eficaces para poder regular a voluntad los
niveles de activación fisiológica de nuestro organismo.
Por un lado, respiración convenientemente facilita una mejor oxigenación del organismo,
lo que favorece un mejor funcionamiento de los tejidos y órganos corporales, así como un menor
gasto energético, y en especial un menor trabajo cardíaco, al mismo tiempo que dificulta la
aparición de fatiga y sensaciones de malestar o incomodidad. Por otro lado, un adecuado control
de la respiración es un procedimiento muy eficaz para regular los niveles de activación general
del organismo, ya que permite mantenerla dentro de unos límites que favorecerán un correcto
funcionamiento. Esto se traducirá de forma inmediata en un menor gasto innecesario de los
recursos orgánicos, una reducción de la tensión percibida ―en especial la tensión muscular―, la
irritabilidad, la fatiga, la ansiedad…, y en general ayudará a conseguir una sensación de
tranquilidad y bienestar. En consecuencia el control de la respiración puede ser un procedimiento
útil para regular el nivel de activación en todo tipo de situaciones, en especial en las situaciones
de estrés. Si además se tiene en cuenta que aprender a controlar la respiración es fácil, que su
utilización, una vez aprendida, requiere poco tiempo ―tan sólo un minuto puede ser suficiente
para producir cambios significativos―, que puede utilizarse en cualquier situación y que sus
efectos de control sobre el nivel de activación son identificables de inmediato, queda claro su
valor como técnica para el control de la activación fisiológica.

El control de la respiración

En la respiración, los pulmones son órganos pasivos, no pueden moverse a sí mismos. La


respiración de una persona depende directamente del movimiento de los músculos intercostales y
el diafragma, que actúan elevando y alargando la cavidad torácica de forma que permita que se
expandan los pulmones y pueda entrar el aire en ellos. La respiración bajo los efectos de una
elevada activación es básicamente pectoral, lo que supone que sólo se utilice la parte superior de
los pulmones, fundamentalmente debido a la actuación de los músculos intercostales. Sin
embargo, apenas se utiliza el diafragma, lo que da lugar a una escasa o nula utilización de la
parte media-inferior de los pulmones. Por todo ello, parece importante aprender un patrón de
respiración que, incluso en condiciones de especial tensión, permita una respiración más
completa, es decir, que utilice también las partes inferiores de nuestros pulmones. Un patrón que
no sólo provoque una «respiración pectoral», sino también una «respiración estomacal» y una
«respiración ventral» ―pectoral, estomacal o ventral, aplicados a la respiración, hacen
referencia a las partes del organi/smo que se mueven durante la inspiración, no a que se respire
con el estómago o el vientre―.
El entrenamiento en control de la respiración trata básicamente de facilitar un aprendizaje
para que en cualquier situación sea posible mejorar la capacidad funcional utilizada de los
pulmones, al tiempo que se procura una regulación en el ritmo inspiratorio-espiratorio.

Procedimiento

1. Preparación. Previo a aprender a controlar la respiración, es muy importante saber


identificar las sensaciones corporales que se producen cada vez que se lleva a cabo un ciclo
de inspiración-espiración, así como las diferentes sensaciones que se producen en función de
las variaciones en la forma de realizar este ciclo según se hagan más rápidas o intensas las
inspiraciones. Por tanto, para ayudar a conseguirlo es especialmente útil llevar a cabo el
entrenamiento en condiciones que faciliten la identificación de estas sensaciones.
Así, el entrenamiento deberá iniciarse controlando la respiración en una postura cómoda,
preferentemente tumbado sobre la espalda o recostado en un sillón y con los ojos cerrados, a
fin de que no distraigan ni molesten estímulos externos o sensaciones corporales distintas a
las que se desea identificar. También debe realizarse, inicialmente, en condiciones de
tranquilidad, escaso ruido exterior, con ropas holgadas que no opriman ni molesten, etc. Por
último, en los períodos de entrenamiento inicial, se hace necesario disponer de tiempo ―10-
15 minutos― para poder desconectar de toda posible urgencia o preocupación. Una vez
realizada la preparación, se procederá a llevar a cabo de forma escalonada los siguientes
ejercicios.

2. Ejercicios.

Ejercicio 1
Objetivo. Conseguir que el aire inspirado se dirija y llene en primer lugar a la parte
inferior de los pulmones.
Procedimiento. En la postura adecuada, tumbados o recostados, a fin de ayudar a la
identificación de los movimientos ―elevación― del estómago y del vientre, reforzando
las sensaciones internas, se coloca una mano encima del vientre ―por debajo del
ombligo― y otra encima del estómago ―en el pecho no es necesario, pues dispone de
sensores naturales más eficaces y precisos―. De esta forma se facilita una mejor
percepción de los efectos de cada ciclo inspiración-espiración en las distintas partes
implicadas en la respiración. A continuación se realizan inspiraciones pausadas y no muy
intensas tratando de dirigir el aire hacia la parte inferior de los pulmones, pero no a las
partes medias o superiores. En consecuencia, la inspiración debe hacer que se eleve el
vientre, pero no el estómago o el pecho.
Inicialmente el ejercicio puede resultar un tanto difícil, pues suelen aparecer movimientos
tanto de la zona del estómago como del pecho, pero en poco más de 10 -20 minutos suele
dominarse. Para dirigir el aire a la parte inferior del tronco a veces son de ayuda
estrategias como hinchar la parte inferior del tronco contra el pantalón o imaginarse que
inflamos como un globo la parte más baja posible del tronco. Es muy importante no
forzar la respiración ni hacerla más rápida. Se trata de respirar con la intensidad y el
ritmo habitual, identificados en la parte de preparación, pero preocupándose por dirigir el
aire hacia la parte inferior de los pulmones y centrándose en las sensaciones internas que
produce esta forma de respirar.
Este ejercicio conviene hacerlo durante períodos cortos de tiempo ―2-4 minutos―,
alternándolos con períodos de descanso ―1-2 minutos―. Debe repetirse el ejercicio
hasta que se consiga un buen control, lo que en algunos casos puede conseguirse en 4-5
períodos de entrenamiento, aunque en algunos casos pueden ser necesarios más.

Ejercicio 2
Objetivo. Dirigir el aire inspirado a la parte inferior y media de sus pulmones.
Procedimiento. En la posición anterior, ―tumbado o recostado, ojos cerrados, una mano
sobre el vientre y otra sobre el estómago―, hay que tratar de dirigir el aire en primer
lugar a la parte inferior del tronco, lo mismo que en el ejercicio anterior, y después, en la
misma inspiración pero marcando un tiempo diferente, dirigir el aire a la parte media.
Ahora se ha de notar que primero se hincha la zona del vientre y después la zona del
estómago.
Es importante insistir en que la inspiración se haga en dos tiempos, primero hinchando la
zona del vientre y luego la del estómago, lo que ayudará a reforzar la habilidad más
difícil, dirigir el aire inicialmente a la parte más inferior de los pulmones. Como en el
ejercicio anterior y en los siguientes, la duración de cada período de ejercicio puede ser
de 2-4 minutos, debiendo repetirse el ejercicio varias veces, tras pausas entre una y otra,
hasta que se consiga un adecuado control.

Ejercicio 3
Objetivo. Desarrollar una inspiración completa en tres tiempos.
Procedimiento. En la posición habitual, hay que dirigir el aire de cada inspiración en
primer lugar hacia la zona del vientre, luego hacia la del estómago y por último hacia el
pecho.
Es importante hacer tres tiempos diferentes en la inspiración, uno por cada zona.
Asimismo, es importante recordar que la inspiración no debe ser forzada, por lo que
conviene no exagerar la cantidad de aire que se dirige a cada zona, en especial a las
primeras, a fin de que no haya que forzar para la parte final de la inspiración.

Ejercicio 4
Objetivo. Desarrollar una espiración regular y completa.
Procedimiento. En la posición habitual de entrenamiento ha de llevarse a cabo la
inspiración como en el ejercicio 3 ―completa en tres tiempos― y después comenzar a
realizar la espiración cerrando bastante los labios a fin de que ésta produzca un ruido
claramente perceptible. De esa forma, se puede, ayudado por el ruido, regular que la
espiración sea pausada y constante, en lugar de brusca.
Para conseguir que la espiración sea lo más completa posible, puede utilizarse el truco de
tratar de silbar cuando se considere que se ha llegado al final de la espiración, pues así se
fuerza la expulsión de parte del aire residual difícilmente removible en una espiración
normal. Una ligera elevación de los hombros ―como al encogerse de hombros― puede
ayudar también a una espiración más completa en los momentos finales.

Ejercicio 5
Objetivo. Una adecuada alternancia respiratoria.
Procedimiento. Es un ejercicio similar al anterior en cuanto que implica inspiración y
espiración completa, pero ahora se avanza un paso más: la inspiración, aun cuando
mantenga el recorrido habitual ―ventral, estomacal, pectoral―, ya no se hace en tres
tiempos diferenciados, sino en uno continuo.
La espiración es similar a la del ejercicio anterior, debiendo sustituirse poco a poco el
hacerla de forma ruidosa y el silbar y encogerse de hombros al final, para ir a un ciclo
respiratorio completamente normal.

Ejercicio 6
Objetivo. Generalizar la respiración completa a las condiciones de la vida habitual.
Procedimiento. Tras controlar la respiración en condiciones muy favorables ―tumbado,
sin ruidos…―, se debe proceder al entrenamiento de la utilización de este patrón de
respiración en las condiciones habituales, ordinariamente no tan propicias, en las que sea
necesaria. Para ello se trata de repetir el ejercicio 5 en distintas posiciones y situaciones.
Puede iniciarse estando sentado ―en lugar de tumbado―, luego de pie, posteriormente
andando… Asimismo, se modifican otras condiciones personales, como realizar los
ejercicios con los ojos abiertos, con ropas menos adecuadas, hablando… Por último, se
modifican las condiciones ambientales con la introducción de ruidos, la presencia de otras
personas, la interacción con otras personas, etc. A lo largo de todas estas variaciones, es
importante ser capaz de identificar o de recrear las sensaciones internas experimentadas
cuando el entrenamiento se llevaba a cabo en condiciones óptimas.

3. Consideraciones finales.

Duración de cada ejercicio. No debe ser muy larga: el tiempo óptimo de realización se
estima en 2-4 minutos, con intervalos de descanso de 1-2 minutos entre cada ejercicio o
entre cada repetición del mismo.
Número de veces que debe repetirse cada ejercicio. Dependerá de que se haya
conseguido o no el objetivo establecido. En el curso del entrenamiento, en especial en los
primeros momentos, y como consecuencia de forzar inadecuadamente la respiración
haciéndola más rápida y profunda, puede aparecer un problema de hiperventilación,
caracterizada por sensaciones de mareo o malestar. Debe cortarse inmediatamente el
ejercicio en curso y utilizar algún procedimiento para disminuir rápidamente la cantidad
de oxígeno inspirado ―por ejemplo, espirar e inspirar varias veces dentro de una
pequeña bolsa a fin de que se inspire el aire ya respirado y con menor cantidad de
oxígeno―. No obstante, estos síntomas son de escasa relevancia, y una vez desaparecidos
puede continuarse con el entrenamiento, eso sí, poniendo más cuidado en no forzar ni
hacer más rápida la respiración.
En la vida diaria. Tan importante como la realización del ejercicio en el momento del
aprendizaje controlado es su repetición en la vida habitual. Es determinante, durante al
menos la primera semana de entrenamiento, realizar varias veces al día estos ejercicios en
el medio habitual ―antes de comer, al ir en el coche, viendo la televisión, antes de
acostarse…―. No es necesario que estos períodos de entrenamiento sean muy largos,
pueden bastar 4-5 minutos, e incluso 1-2, pero sí es importante que sean muy frecuentes
―cuantas más veces mejor: es preferible 6 veces de 3 minutos que 1 sola de 18―. Una
vez que se ha aprendido es importante aplicarla de forma sistemática, en especial en
aquellos momentos de su actividad que más le afectan y le provocan niveles de activación
elevados; períodos tan breves como 1-2 minutos pueden ser suficientes para que esta
técnica produzca efectos positivos.
Capítulo 5

Programación de actividades

Las personas afectadas por un trauma, en especial en los momentos inmediatos a que se
produce, suelen estar desorientadas, incapaces de procesar la situación y en consecuencia, con
serias dificultades para organizar su vida. Esto se traduce, en primer lugar, en una reducción, a
veces muy importante, de las actividades que venía realizando, quizá porque considere que no
tiene ya sentido el comportarse como venía haciéndolo hasta ese momento. El trauma de alguna
manera ha violado sus «creencias básicas» ―«el mundo es un lugar seguro y agradable, toda
persona tiene derecho a que se respete su vida y status, vale la pena confiar en los demás…»―,
las ideas o «esquemas de vida» que orientaban en líneas generales su forma de situarse y actuar
en su quehacer habitual. En consecuencia, está desorganizado, sus creencias básicas han sido
desarboladas y no ha sido capaz aún de desarrollar nuevas creencias, más acordes con los
acontecimientos vividos, que permitan orientar su forma de comportarse. El tener que tomar
decisiones para realizar cualquier actividad en estos momentos, en los que la persona se
encuentra especialmente afectada, dificulta, asimismo, la propia actuación: «Qué sentido tiene
hacer nada si después un atentado como éste te puede quitar de en medio o alterar toda tu vida.
Para qué vale esforzarse por hacer nada».
El no encontrar sentido a una situación tan extrema como un atentado terrorista, junto con
la percepción de incontrolabilidad e indefensión, fácilmente llevan a la apatía, a la falta de
interés por hacer cosas, incluso a la dificultad para iniciar cualquier actividad, ocasionando una
reducción de las tareas cotidianas, tanto las más habituales como sin duda las excepcionales. Si
el mundo no tiene sentido y no puedo controlar la situación, para qué intentar hacer nada. Esta
reducción de actividad conlleva que haya también menos gratificaciones, pues supone también
reducir las distintas maneras de disfrutar de la vida, agravándose en muchos casos por disponer
de mucho más tiempo y atención a todos los pensamientos de tipo negativo o catastrofistas que
se asocian a sucesos como el del atentado. El descenso de las actividades en general, y de las más
placenteras y agradables en especial, junto con ruptura de las «creencias básicas» y la presencia
de los pensamientos pesimistas facilitan la aparición de sentimientos de malestar que pueden
llevar a un bajo estado de humor e incluso a episodios de depresión.
En esta situación se hace especialmente importante el que la persona mantenga un
adecuado nivel de actividad, especialmente no se disminuya el de las ocupaciones que puedan
producirle una cierta gratificación. Ciertamente la desorientación, producto de la falta o
alteración de las «creencias básicas» puede ser muy importante, de hecho la persona no tiene
claro qué hacer ni para qué. Sin duda, cambiar o reorganizar estas creencias básicas es decisivo
para una nueva adaptación a la vida cotidiana, pero no es algo que pueda lograrse de manera
rápida y mucho menos inmediata. En consecuencia, es un momento en el que no tiene sentido
tratar de fijar objetivos o planes de acción a medio o largo plazo; lo importante es superar la
apatía y pasividad de estos primeros momentos y hacer algo a pesar de que no esté claro su valor.
La propia actividad irá ayudando a salir de esta situación, y si, además, lo que se hace produce
una cierta gratificación, por mínima que sea, mejor. En estas circunstancias especiales es
importante utilizar todos los recursos para que no disminuyan las actividades. Para que la
desgana o el cansancio emocional no se impongan a los escasos esfuerzos con que se suele
contar para realizar actividades cuya utilidad o sentido se cuestionan en esta primera fase.
La programación de actividades

En estos momentos es de especial valor organizar la situación de forma que lleve a la


persona afectada a implicarse en hacer cosas, con unos objetivos muy concretos e inmediatos:
¿qué puedo hacer para superar esta tarde o esta mañana, para poder disfrutar de algo incluso en
estos momentos? Establecer un plan de acción o una programación de actividades es una
estrategia especialmente interesante a la hora de orientar la forma de comportarse, ayudando a
superar el estupor y la apatía, así como favoreciendo la aparición de gratificaciones y mejorando
el estado de humor. Si, además, a la hora de programar actividades, se incluyen algunas que
resulten especialmente agradables, sin duda esto, por un lado, nos animará a realizarlas y, por
otro, elevará de forma significativa nuestro estado de ánimo. El hecho de no tener que tomar
decisiones sobre qué hacer a cada momento, sino que éstas ya estén prefijadas por la
planificación también es una ayuda determinante, pues evita momentos de indecisión en los que
pueden imponerse los pensamientos negativos.
Para lograr una mejor organización, en este tipo de situaciones suele ser útil diferenciar el
momento de la toma de decisiones del momento de la realización de las actividades. Se puede
dedicar un momento fijo al día para establecer una programación de actividades para la jornada
siguiente o, en condiciones más extremas, dos momentos para planificar en uno la mañana y en
otro la tarde. Es muy importante advertir a la persona que sólo debe centrarse en estos
momentos, y en cómo será su vida dentro de un año, un mes o incluso la semana siguiente. Lo
importante es qué va a hacer ahora y cómo va a superar este día o este breve período de tiempo.
Separar el momento de la decisión ―programación― de la realización permite que, al no verse
urgido por la inminencia de la acción, se pueda percibir con más claridad la conveniencia de
determinados objetivos. En cualquier caso, siempre puede servir de ayuda una persona próxima,
o el propio psicólogo, para esta programación, al menos en los primeros días
Es verdad que hacer un programa de actividades y realizarlo son dos cosas distintas, pero
el hecho de disponer de un programa ya nos sirve de guía al indicarnos qué actividad debemos
llevar a cabo en cada momento y no tener que decidir en cada momento qué hacer. Nos permite
ir «en automático», sin tener que detenernos a cada momento para reflexionar y decidir: ya está
decidido, sólo hay que realizarlo. El simple hecho de ver que estamos haciendo cosas, que no nos
quedamos parados, aunque nos cueste, servirá para constatar que tenemos control sobre la
situación y también nos aportará satisfacción.
Una vez que se han identificado las actividades a realizar, se pueden facilitar las
condiciones para llevarlas a cabo. Por ejemplo, si decido que he de hacer una hora de ejercicio,
puedo quedar con un amigo para realizarlo de forma que este me ayude a hacerlo e incluso me
«presione» cuando me encuentre poco motivado a ello. En consecuencia, cuando llegue la hora
de hacerlo, además de mi propia motivación que puede ser muy escasa, estará la «presión» o
«ánimo» de mi amigo.

Para planificar las actividades

Para que la programación de actividades sea eficaz, debe ser una programación realista,
es decir, que no suponga metas u objetivos irrealizables. Un criterio de referencia para no fijarse
objetivos inalcanzables es establecer qué es lo que se está haciendo en ese momento y no
planificar, al menos en los primeros momentos, un plan de acción demasiado alejado de esa
realidad. Como en la mayoría de los casos, el punto de partida es saber dónde estamos, de dónde
hemos de partir, es decir, identificar qué es lo que realmente estamos haciendo en este momento,
a qué dedicamos nuestro tiempo. Sólo de esta manera podremos establecer con más precisión
qué se puede y qué no se puede hacer, qué hacemos y qué deberíamos o desearíamos hacer en su
lugar.
Lo mejor para ello es realizar un registro sistemático de las actividades que llevamos a
cabo a lo largo del día. Puede ser útil a tal efecto el uso de algún modelo de autorregistro para,
por ejemplo, anotar cuáles han sido nuestras actividades cada hora ―el registro ha de hacerse
cada hora, no al final del día―. Un registro como el que se indica en la Tabla 1, puede ser
suficiente.

Tabla 1. Autorregistro de la actividad cotidiana

Grado de esfuerzo Grado de satisfacción


Horas Actividad realizada
(0-10) (0-10)
8:00
9:00

Identificado el punto de partida, se puede proceder a incrementar los niveles de actividad


de forma progresiva, ligeramente en los primeros momentos de la programación y de forma más
intensa superados éstos. Para la realización de esta programación puede ser útil el desarrollo, en
forma de tormenta de ideas ―todo vale, nada se excluye, no es el momento de juzgar su
idoneidad―, posibles actividades a llevar a cabo. Hay que poner especial atención en identificar
actividades que resulten agradables, ―un baño, leer un libro, ver un jardín, hacer ejercicio…―.
Una vez que se ha confeccionado una lista con posibles actividades, cada una de ellas puede ser
evaluada en función del nivel de esfuerzo que requiere y el grado de satisfacción que produce.
En los primeros momentos es importante seleccionar aquellas actividades que más gratificación
producen con menor esfuerzo, y progresivamente habrá que ir aproximando las actividades a las
demandas y características más habituales de cada uno.
Tras seleccionar las actividades que parezcan más adecuadas, habrá que proceder a
establecer una programación diaria minuciosa y detallada que las incluya de manera prioritaria.
Es importante tener en cuenta que el objetivo de una programación es orientar la acción de una
persona, no agobiarla con un programa rígido o exigente. Eso implica, por un lado, dedicar
tiempo a descansar y, por otro, que no debemos obsesionarnos con un cumplimiento rígido.
Realizar el 80-85% de las tareas programadas puede ser un criterio más adecuado que el 100%.
Insistir en que la persona registre las actividades realizadas, en especial el grado de
satisfacción que le produce cada una, es una buena estrategia para ayudar a la persona a
identificar momentos gratificantes y aspectos positivos de cada tarea. El modelo de registro
anterior también puede servir de regencia par esta tarea.

Consideraciones para planificar las actividades del día

Es importante que tengas en cuanta los siguientes puntos con respecto a la ejecución de
distintas actividades para lograr disminuir las sensaciones de malestar, ansiedad y bajo humor, y
recuperar de forma progresiva el nivel de actividades y el dinamismo previo al acontecimiento:
1. Dedica todos los días el tiempo necesario a planificar las actividades del día siguiente.
Procura que sea siempre a la misma hora, que debe ser un momento de especial tranquilidad.
Puede bastar con 15 minutos e incluso menos cuando ya se ha realizado varias veces.
2. Debes incluir una actividad para cada período temporal. Al principio es mejor programar
actividades cada media hora, después se puede ir ampliando de forma progresiva el tiempo, si
bien no conviene que sea superior a una hora ―salvo actividades que así lo exijan―.
3. Si te cuesta comenzar alguna actividad, trata de ponerte de acuerdo con alguna persona
próxima que te ayude a llevarla a cabo, al menos los primeros días.
4. Incluye en tu programación de actividades al menos cuatro actividades especialmente
agradables para ti en estos momentos.
5. Una división de los horarios de trabajo, ocio y descanso saludable puede ser el de ocho
horas de trabajo, ocho de tiempo libre dedicadas al cuidado de la salud, el amor, la familia, la
amistad, el juego, las recreaciones y la cultura, y otras ocho dedicadas al descanso.
6. Es recomendable participar en actividades de grupo, o al menos en actividades en las que
estén implicadas otras personas de forma que el contacto con ellas puede animarte y facilitar
la realización de tus actividades. El apoyo social es sin duda uno de los recursos más
adecuados para superar esta situación.
7. Llevar a cabo un programa de ejercicios físicos, o simplemente actividades que impliquen
realizaciones físicas, es otro aspecto importante en la búsqueda de un equilibrio emocional y
psicológico, pues es claro que el ejercicio mejora la condición física del organismo y eleva el
ánimo.
8. Conviene también cuidar los aspectos relacionados con la alimentación y el descanso. La
tensión emocional a raíz de sucesos estresantes, como el atentado, tanto por la intensidad
como por la duración posterior de dicha tensión, suponen un desgaste excepcional para el
organismo. Una adecuada alimentación, así como un descanso suficiente son aspectos
especialmente importantes para una pronta recuperación.
9. El consumo de fármacos, tabaco y alcohol, como forma de automedicación o estrategia
para hacer frente a algunas situaciones de tensión o ansiedad debe ser desalentado. Si hay
dificultades en algunas situaciones es mejor aprender a afrontarlas y desarrollar soluciones
adecuadas al respecto. Ciertamente, sólo para algunas personas, en los momentos iniciales
una ayuda farmacológica puede ser útil, pero siempre bajo prescripción y supervisión
médica. Tabaco, alcohol, café y drogas similares no deben considerarse como recursos
adecuados, todo lo contrario.
10. Haz un registro de tus actividades, conforme las vas realizando, para constatar hasta qué
punto cumples la planificación. La revisión diaria del cumplimiento te puede ayudar a
mejorar la programación del próximo día. Cumplir un 80% es el objetivo, metas más
elevadas, como el 90% ó 100%, son demasiado exigentes y pueden ser más perjudiciales que
útiles.
11. Inclúyete algún tipo de recompensa por la realización de ese 80% al menos de la
programación.

Además, puede ser útil recordar que:


La inactividad, la desmotivación y la pérdida del placer por actividades que antes
disfrutabas, además de originar aún más malestar, pueden facilitar la aparición de problemas
físicos y psicológicos, en especial ansiedad y depresión.
En momentos más difíciles puede ayudar el uso de autoinstrucciones, es decir frases, que te
animen y orienten tu acción, indicándote qué debes hacer en el momento preciso ―«No debo
pensar qué será de mí dentro de un año, sólo realizar las actividades de esta tarde…»―, que
te digas a ti mismo qué es lo que debes hacer y te recuerdes las razones, que en momentos de
más tranquilidad has visto claro, por las que debes llevar acabo esas actividades ―«Sé que
estoy muy afectado y no puedo pensar bien, no debo cuestionarme el sentido de lo que voy a
hacer, sólo céntrame en hacerlo…»―
Por otro lado, es necesario también una adecuada administración del tiempo, de forma que
no te sobrecargues de tareas, lo que proporcionaría una mayor sensación de agobio y estrés.
Es importante que sólo confecciones planes diarios, y como mucho semanales. Después de
un suceso tan importante como el atentado es lógico que las personas estemos desorientadas.
No tiene sentido en esas condiciones tratar de hacer planes a largo plazo. El objetivo es
organizar justo los momentos siguientes. Las próximas horas, el próximo día. Poco a poco es
fácil ver cómo nuestra consideración sobre las posibilidades de acción cambia de forma
rápida y encontramos mejores recursos para hacer frente a las nuevas demandas de la
situación.
En la adecuación de la agenda, se asume que cada sujeto tiene horas del día durante las
cuales la mente trabaja a máximo rendimiento; las tareas creativas, el aprendizaje de lo
nuevo y las cuestiones prioritarias deben realizarse en esos períodos, mientras que para
otros momentos es mejor programar tareas más sencillas o rutinarias.
Capítulo 6

Técnicas de autocontrol

Los determinantes de las conductas humanas

Es frecuente que una persona se encuentre en la siguiente situación: «Sé que debo hacer
algo pero soy incapaz de hacerlo». Algunas de las personas afectadas por el atentado se
encuentran con la necesidad de dejar de hacer algunas conductas, como recurrir al alcohol para
intentar controlar sus respuestas de ansiedad, o hacer algunas otras, como reunirse con amigos o
hacer ejercicio físico. Pero por más que se lo proponen y se toman seriamente, incluso de forma
reiterada, este tipo de decisiones, sin embargo, son incapaces de realizar las conductas
pertinentes: siguen bebiendo alcohol, siguen sin reunirse con amigos o sin hacer ejercicio físico.
Si queremos controlar nuestras conductas, no es suficiente con tomar la decisión de hacerlo, es
importante establecer las condiciones que nos faciliten, u obliguen, llevarlas a cabo.
¿De qué depende el que una persona realice o no una determinada conducta? Con
frecuencia se ha tratado de identificar los determinantes de las conductas con causas internas,
tales como la personalidad, responsabilidad o voluntad, o conceptos similares.
Desgraciadamente, los resultados ponen de relieve lo inadecuado de este tipo de soluciones. Se
suele mostrar una gran «fuerza de voluntad» o «responsabilidad» en el momento de planear una
actuación futura o tomar una decisión, pero en el momento en que ha de llevarse a cabo la
conducta específica, ésta parece escapar completamente a nuestro control. La «fuerza de
voluntad» o la «responsabilidad» no se muestran capaces de controlarla. Es más, la conducta en
cuestión parece estar controlada más por factores externos a nosotros mismos ―cuando en la
televisión veo a otro que bebe, suelo beber; a la hora de salir de casa me cuesta horrores tener
que vestirme y no lo hago, por eso me resulta difícil reunirme con amigos…―, que por
supuestas fuerzas internas como las mencionadas.
La realidad es bien diferente. Lo que realmente controla nuestras conductas es el medio
en el que las llevamos a cabo. Por lo tanto, si queremos controlar conductas como las de beber,
reunirnos con los amigos o hacer ejercicio, hay que dirigirse a controlar los efectos del medio
sobre esas conductas, a controlar las consecuencias que producen. Es necesario preparar algunas
razones o consecuencias del medio que nos rodea para que nos afecten de manera distinta en
función de si emitimos o no una determinada conducta, con independencia de nuestro estado de
ánimo o intención momentánea.
En consecuencia, el procedimiento adecuado para controlar nuestras conductas ―a
excepción de las reflejas y las emocionales― será dirigir los esfuerzos a regular el propio
entorno, esto es, a controlar el medio en el que se quieren llevar a cabo las conductas. En el caso
anterior, si modifico el medio, de forma que no haya en casa nada de alcohol, la probabilidad de
beber disminuye, a al vez que aumenta la de salir de casa. El control de la conducta propia es
similar al de la conducta ajena: modificar el medio en que se deben emitir las conductas, bien
organizando condiciones antecedentes diferentes ―no hay alcohol―, bien consecuencias ―si
hago ejercicio físico durante media hora podré escoger esta noche el programa de televisión que
quiero ver―. Ésta es la forma de proceder, desarrollada a partir de las denominadas «técnicas de
autocontrol».
El autocontrol

Tal como se ha señalado, el concepto de autocontrol no hace referencia a «fuerza de


voluntad» o «responsabilidad», o cualquiera de esos conceptos internos e inmanejables.
Autocontrol hace referencia a la capacidad de una persona para controlar su medio, en especial
las consecuencias de sus conductas. Más en concreto: autocontrol es disponer de conductas
específicas que permitan modificar el medio, de manera que éste facilite la aparición de las
conductas que desea y la no aparición de las conductas que no desea. Si lo único que hace la
persona para dejar de beber es proponérselo, es evidente que tiene poco autocontrol, pues apenas
dispone de conductas que le permitan modificar el medio para que éste dificulte la aparición de
sus conductas de beber. Si dispone y emite conductas como las de no tener alcohol en casa, salir
con su pareja de forma que dificulte el que compre alcohol, o concertar con ella el perder o ganar
premios importantes por beber o no hacerlo, sin duda le será más fácil controlar sus conductas, o
lo que es lo mismo, tendrá autocontrol.
Los procedimientos de autocontrol son especialmente útiles en aquellos casos en los que
existe conflicto entre distintas conductas, por ejemplo, en el caso de beber alcohol, reunirse con
los amigos o hacer ejercicio. Las consecuencias de beber alcohol son negativas a largo plazo,
pero a corto plazo son positivas. En cambio, el patrón de consecuencias positivas y negativas a
corto y largo plazo de reunirse con los amigos o de hacer ejercicio es precisamente al revés. Si
queremos, por tanto, que se lleven a cabo estas conductas debemos actuar de forma contraria.
Los efectos que producen estas conductas deben ser contrarrestados por los efectos producidos
por la propia persona de manera que el acto de beber produzca consecuencias negativas a corto
plazo, mientras que reunirse con los amigos o hacer ejercicio tenga consecuencias positivas a
corto plazo. De esta forma podemos conseguir alterar la probabilidad de realización de una
conducta, consiguiendo que se realicen conductas inicialmente de escasa probabilidad o dejen de
realizarse conductas cuya probabilidad de emisión inicial era alta.
Procedimiento

El desarrollo de un procedimiento de autocontrol implica al menos los siguientes pasos:

1. Establecer la conducta objetivo. Habrá que fijar, definir operativamente, la conducta que se
desea modificar, saber qué se quiere modificar.
2. Auto-observación. Saber qué es lo que en realidad estoy haciendo. Para ello es
necesario observar la conducta en el momento actual e identificar cuáles son sus
determinantes: qué bebo y cuánto bebo, en qué momentos, qué lo facilita o lo dificulta…
3. Establecimiento de objetivos. Delimitar operativamente qué es lo que debería hacer en cada
momento y qué criterios indicarán que se ha conseguido. Por ejemplo, la primera semana
reducir un 30% el consumo de bebidas alcohólicas, o no beber nada antes de las 13 horas; la
segunda semana reducir un 30% más…
4. Establecimiento del tipo de estrategias. Fijar las conductas a través de las cuales se va a
modificar el medio de manera que éste facilite alcanzar los objetivos establecidos. Si no se
dispone de estas estrategias, habrá que establecer la forma de adquirirlas y ponerlas en
práctica.
5. Determinar el momento de comenzar a aplicar el programa. Señalar el tiempo durante el
cuál se mantendrá y los criterios con los que se evaluará si se están consiguiendo los
objetivos: ¿realmente he disminuido en un 30% mi consumo de alcohol, o he realizado al
menos 3 veces por semana media hora de ejercicio físico?…
6. Concretar las consecuencias. Indicar qué consecuencias positivas obtendré si la evaluación
me dice que cumplo los objetivos, o qué consecuencias negativas supondrá mi conducta en
caso contrario. Delimitar también el momento en que se llevarán a cabo.

A continuación se expone de manera más detallada la forma práctica de llevar a cabo


estos pasos:

1. Establecer la conducta objetivo. Lo primero para conseguir controlar una conducta es


especificar con precisión cuál es exactamente la conducta o conductas que se desean
controlar. La precisión es importante, pues si se consideran conceptos genéricos y vagos será
difícil cambiarlos. Por ejemplo, «beber menos» o «hacer más ejercicio» son malas
definiciones de las conductas a cambiar, pues no queda claro qué es lo que hay que hacer
―beber menos, ¿qué, vino, cerveza, brandy…?, ¿cuánto es menos?, ¿cuándo debe hacerse
algo en concreto, cuándo debe dejarse de beber…?; ¿qué tipo de ejercicio debe hacerse,
cuándo, cuánto…?―. Sólo es posible trabajar con conductas especificadas de manera
operativa ―que se indique exactamente lo que hay que hacer y cuándo― y cuantificable. Por
ejemplo: «Tengo que correr 30 minutos al día, todos los días de la semana, por la tarde antes
de las 9» sería una definición mejor. Incluso podría ser útil una especificación más precisa
que incluyera hasta la intensidad del ejercicio, por ejemplo, considerando las pulsaciones
mientras se corre, o el espacio recorrido.
2. Auto-observación. Hay que observar y registrar la conducta que se desea controlar y tratar
de identificar sus determinantes. Habrá que detenerse a observar, en nuestra vida habitual,
qué se está haciendo y qué lo controla. Aspectos como cuántas veces aparece, cuándo, cómo,
dónde, con quién… pueden ser muy clarificadores. Por ejemplo, si quiero reducir mi
conducta de beber alcohol a sólo dos vasos de vino al día, uno en la comida y uno en la cena,
es importante saber cuánto y qué bebo, en qué momentos del día, o en qué situaciones, si lo
hago solo o acompañado... Todos estos aspectos pueden ayudarme a identificar qué parece
facilitar o dificultar mi conducta de beber.
El objetivo esencial de este paso es identificar las conductas, así como los determinantes,
antecedentes y consecuentes que puedan mantenerlas. El procedimiento para conseguirlo es
llevar a cabo una observación y registro sistemático tanto de las conductas, como de las
condiciones del medio que las acompañan y pueden estar controlándolas. El registro debe
incluir al menos los siguientes aspectos: frecuencia e intensidad ―si procede― de la
conducta, momento de aparición, situación en la que aparece ―qué pasa antes de que
aparezca― y consecuencias que siguen a la conducta ―qué pasa después―. Utilizar una
ficha de autorregistro suele ser la mejor forma de hacerlo, teniendo en cuenta que se debe
completar inmediatamente después de realizar cada conducta ―o después de que se den las
condiciones para que realice aunque no se lleve a cabo―.
Una ficha sencilla para el registro diario de la conducta de beber puede ser la incluida en la
Tabla 1.
Tabla 1. Ficha para el registro diario de la conducta de beber

Tipo de Deseo de
Situación Qué hacía Con quién Consecuencias
Hora bebida y beber
(dónde estaba) (actividad) estaba tras beber
cantidad (0-10)

Es importante identificar no sólo cuándo o cuántas veces se lleva a cabo la conducta, sino
también qué pasa antes de que aparezca, o dicho de otra manera, qué cambios del medio
preceden a la aparición de la conducta. También es necesario registrar qué sucede después de
su aparición, pues, como se ha indicado, la conducta se mantiene por sus consecuencias.
Identificar las conductas, así como los antecedentes y consecuencias que puedan mantenerla,
es el objetivo esencial de este primer paso. Quince días puede ser un tiempo adecuado para
esta fase.
La duración de este registro debe ser la suficiente para que permita identificar una cierta
consistencia en las conductas, quizá 5-8 días puede ser una duración adecuada.
En algunos casos se ha constatado como el mero hecho de registrar la propia conducta ya
produce efectos muy importantes de modificación de conductaza misma en la dirección
esperada. Es frecuente que el autorregistro produzca reducciones de conductas como
morderse las uñas, comer en exceso o discutir con la pareja… No obstante, este cambio, si no
se apoya posteriormente en otras medidas, suele ser poco duradero.
Por eso, una vez identificadas las conductas y su posibilidad de control, debe procederse a
fijar los objetivos a lograr.
3. Establecimiento de objetivos. Tras constatar el punto de partida, se debe establecer cuál o
cuáles deben ser los criterios u objetivos a alcanzar. Es decir, cuál debe ser la conducta que
sustituya a la que se emite. Es importante, lo mismo que en el paso anterior, que se
especifique de forma muy precisa la conducta y el criterio que se establece como adecuado.
Por ejemplo, para una persona que bebe 10 botellines de cerveza y 6 copas al día, el criterio
inicial puede ser reducir el número de botellines a 7 y el de copas a 4. En momentos
posteriores se puede reducir progresivamente la cantidad, pero si de entrada se establece una
reducción muy drástica, las probabilidades de que se consiga el criterio prefijado serán
escasas. El establecimiento del criterio a alcanzar depende, pues, del punto de partida.
Desconocer la frecuencia de aparición de la conducta y las condiciones en que aparece
imposibilita fijar criterios realistas y, en consecuencia, conducirá al fracaso.
Además, se puede establecer cuáles son los momentos en los que se va a reducir el consumo
de unos y de otros. Por ejemplo, reducir de 4 a 3 el consumo de botellines antes de comer en
casa, y de 6 a 4 cuando se sale por las tardes con los amigos.
Conviene insistir en que se fijen criterios moderados, por ejemplo, incrementos o reducciones
de alrededor de un 20-30% en la frecuencia de las conductas. Criterios muy exigentes
facilitan el fracaso y la desmotivación que de éste se deriva, lo que lleva al abandono del
programa. En momentos posteriores se puede ir modificando el criterio conforme vaya
siendo alcanzado
No hay que despreciar el valor que el establecimiento de criterios de actuación tiene como
guía sobre qué es lo que hay que hacer o evitar. No es lo mismo saber que se ha de beber
menos, que saber que se pueden beber hasta 7 botellines ―o en momentos posteriores los
que se especifiquen―.
También deben establecerse con precisión los criterios que se considerarán para evaluar si se
han cumplido o no los objetivos. En el caso de la bebida, está claro que es el número de
botellines o copas que se consumen. En cualquier caso, los criterios permiten a la persona
saber en cada momento si está alcanzando ―y hasta qué punto― los objetivos. Pero
establecer los objetivos, aunque sea de forma muy precisa, no garantiza de ninguna manera
que se cumplan: hay que avanzar un paso más en el programa.
4. Establecimiento de estrategias para modificar el medio, de forma que se den las
condiciones ambientales para alcanzar los criterios de acción. Una vez identificada en el paso
1 las condiciones del medio ambiente que favorecen la aparición de las conductas deseadas y
no deseadas, el objetivo ahora es alterar o modificar el medio a fin de que facilite la aparición
de las conductas deseadas y dificulte la aparición de las no deseadas. Se puede hacer de dos
maneras:
a. Control de los estímulos que anteceden a la conducta: técnicas de control de
estímulos. El objetivo es tratar de retirar los estímulos que provocan o favorecen la
aparición de las conductas indeseadas y hacer que estén presentes los que facilitan la
aparición de las deseadas. Dado que en pasos anteriores se han identificado dichos
estímulos, ahora sólo es necesario establecer algún procedimiento para modificar su
presencia o retirada. Estos procedimientos pueden ser muy variados, pudiendo señalarse
entre otros:
Restricción física: colocar un candado en el frigorífico o en la despensa que impida
acceder a las bebidas fuera del momento adecuado.
Eliminar estímulos: no disponer de bebidas, o en los pasos iniciales sólo en la
cantidad permitida cada día.
Cambiar los estímulos provocadores: si la llegada de las 13.00 horas es el momento
de comenzar a beber, programar alguna actividad alternativa y atractiva en ese
momento, por ejemplo, hablar por teléfono con una amiga, salir a dar un paseo…
Cambiar el medio social: disminuir las interacciones con personas que provoquen la
conducta no deseada, o fomentar el encuentro con quienes nos facilitan la deseada.
También se pueden hacer apuestas, con un amigo o con nuestra pareja, respecto a lo
que, en el caso de la bebida, beberemos o no.
Modificación de las propias condiciones personales, físicas o cognitivas: beber varios
vasos de agua un poco antes del momento en que se suele comenzar a beber la
cerveza, de forma que dificulte o haga menos atractiva su consumo, imaginarnos un
poco más gorditos y con más barriga por la cerveza y por los comentarios de nuestra
pareja sobre lo que estamos engordando…
Pueden utilizarse varias de estas estrategias combinadas, bien de forma simultánea, bien
de forma sucesiva. Es posible que en algunos casos los estímulos antecedentes controlen
de manera muy poderosa la aparición de la conducta; en ese caso lo mejor será evitarlos
en los momentos iniciales: en las primeras fases se facilita el aprendizaje progresivo de
conductas alternativas para, posteriormente, tratar de enfrentarnos de forma progresiva a
dichos estímulos.
b. Organización previa de las consecuencias de la conducta: técnicas de control de
contingencias. Consiste en preparar el medio de tal forma que la emisión de la conducta
vaya seguida de consecuencias positivas o negativas en función de si es deseada o no
deseada, respectivamente. Por ejemplo, si durante el día hemos controlado el número de
botellines de cerveza a consumir, podremos ver la televisión por la noche durante dos
horas y media, mientras que por cada botellín de más perderemos 45 minutos de
televisión. Un procedimiento relativamente frecuente es establecer un acuerdo con alguna
persona próxima, ya sea un compañero o un familiar, para asegurarnos de que la nuestra
actuación irá seguida de determinadas consecuencias en función de lo adecuado o no de
ésta. Es importante destacar que resulta más fácil controlar por medio de consecuencias
positivas que negativas, por lo que es mejor establecer el sistema de control sobre el
premio de las conductas adecuadas, que sobre el castigo de las inadecuadas.
5. Establecimiento del momento para iniciar el programa y los criterios de referencia para
su evaluación. Es importante establecer el momento en que se va a comenzar a aplicar el
programa, así como el tiempo durante el cual se mantendrá cada paso. No es igual comenzar
en un momento que en otro a controlar las conductas. Para tener éxito es necesario haber
cumplido con anterioridad los pasos previos.
Una vez que, tras fijar la conducta, se disponga de técnicas para controlarla, es importante
prepararse para comenzar el programa y establecer una fecha de referencia a partir de la cual
cambiará nuestro comportamiento. Además de explicitarse el momento preciso de inicio del
programa, deben concretarse también las técnicas que se utilizarán y el tiempo que se
mantendrá su utilización.
Conviene hacer una declaración o compromiso público, para que todos, al menos las
personas más próximas, sepan que queremos cambiar nuestras conductas y, en consecuencia,
se muestren colaboradoras. El compromiso con ellos puede ser formalizado, por ejemplo,
estableciendo con nuestra pareja que vamos a comenzar a reducir el consumo de cerveza de
10 a 7 botellines a partir del 10 de mayo, e incluso establecer con ella un acuerdo sobre las
consecuencias por hacerlo ―positivas― o no ―negativas―.
Esta forma de actuar supone un aprendizaje, por lo que será habitual que con el paso del
tiempo vaya mejorando. Es probable que el programa no consiga toda su eficacia el primer
día, dado el proceso de aprendizaje progresivo que implica, pero una vez que se domine, el
efecto será más importante. Es conveniente, en consecuencia, establecer un período de
tiempo durante el cual se mantendrá el programa, pase lo que pase, siendo al término del
mismo cuando se proceda a revisarlo para evaluar sus efectos. Este período variará en
función del tipo de conducta, pero puede ser conveniente fijar el criterio temporal mínimo en
7, 10 ó 15 días.
Deben establecerse, además, los criterios de evaluación necesarios para comprobar si las
conductas se ajustan a los objetivos fijados. Después se procederá a evaluar la conducta
realizada con referencia a los criterios de realización. Este punto habitualmente consiste en
comparar las conductas realizadas con las especificadas en el paso 3, aunque en algunos
casos, sobre todo si se procede de forma gradual, los objetivos iniciales pueden ser algo
diferentes. Obviamente, ha de haberse especificado de antemano cuándo y cómo se evaluarán
las conductas. El procedimiento a utilizar es el mismo que se señaló en el paso 2: un
autorregistro de las conductas que se realizan. El resultado sólo puede ser «Sí» ―se han
alcanzado los criterios― o «No». Por ejemplo, el criterio «¿He consumido un máximo de
7botellines?», sólo admite como respuesta un sí o un no.
6. Establecimiento de consecuencias. Este paso consiste en delimitar qué consecuencias
positivas o negativas obtendré si la evaluación me dice que cumplo o no, respectivamente,
con los objetivos fijados. Las consecuencias se programan de acuerdo con el resultado de la
evaluación realizada en el paso 5. Si las realizaciones han superado los criterios establecidos
para ese paso, se conseguirán premios; en caso contrario, se obtendrán consecuencias
negativas.
Por ejemplo en el caso anterior, si he limitado mi ingesta a 7 botellines a la semana, me
premiaré con un CD de música o con la película que deseo ver. Si no he cumplido el criterio,
me quedaré sin ver el partido de mi equipo favorito o sin salir dos tardes de casa.
Como se ha señalado, es mejor preparar la situación para que siempre se obtenga éxito, pues
cuanto mayor sea la recompensa en el programa, mayor será la motivación para continuar y
mejorar la conducta. Por lo demás, pueden utilizarse como premios y/o castigos, tanto
estímulos físicos, como comprarse un regalo, permitirse un paseo, ver la televisión, etc.,
como reforzadores de tipo simbólico, desde animarse verbalmente hasta hacer gráficas que
muestren el cambio en la conducta y que pueda verlas de forma habitual. Ambos tipos de
premios autogenerados se han mostrado eficaces.
Una vez aprendida esta forma de controlar las conductas, puede utilizarse para cualquier tipo
de conducta operante ―o voluntaria―, es decir, se habrá aprendido una habilidad que puede
utilizarse en cualquier caso o con cualquier conducta que nos resulte problemática. Las
técnicas de autocontrol no sólo permiten controlar conductas inadecuadas, sino también
prevenir la aparición de conductas no deseadas.
Capítulo 7

Técnicas de exposición

Una de las consecuencias más habituales de haber vivido o presenciado de alguna manera
un acontecimiento traumático, en especial si la magnitud de éste es importante y se considera que
ha sido provocado con el objetivo de hacernos daño ―condiciones, todas ellas, que reúne un
atentado terrorista―, es la aparición de sintomatología postraumática. Esta sintomatología está
caracterizada por tres conjuntos de síntomas:

1. Reexperimentación. Las víctimas suelen revivir intensamente la experiencia traumática


sufrida en forma de recuerdos invasivos que se imponen en su vida cotidiana, recuerdos
retrospectivos o pesadillas.
2. Evitación/embotamiento emocional. Las víctimas tienden a evitar o a escaparse de los
lugares o situaciones asociados al hecho traumático, en un intento por conseguir un
distanciamiento psicológico y emocional del trauma. Además, sufren un importante
embotamiento emocional que les dificulta poder expresar o ser capaces de percibir las
respuestas emocionales, propias o de los demás.
3. Hiperactivación. Las víctimas muestran un aumento en la activación fisiológica, que se
manifiesta en dificultades de concentración, irritabilidad y problemas para conciliar el sueño.

Este tipo de sintomatología puede aparecer bien de forma inmediata después del trauma,
bien de forma demorada, muchos meses después del trauma e incluso años. Si este tipo de
sintomatología, en concreto la correspondiente a los tres conjuntos de síntomas indicados, se
prolonga más de un mes, se considera que la persona presenta un «trastorno por estrés
postraumático»; si se prolonga más de tres meses, un «trastorno por estrés postraumático
crónico». Por supuesto, pueden aparecer sólo algunos de estos síntomas y, en ese caso, no se
hace el diagnóstico de trastorno por estrés postraumático, pero sí el de «trastorno de ansiedad no
especificado» si tales síntomas provocan un malestar clínicamente significativo o un deterioro
social, laboral o de cualquier otra índole que interfiera en áreas importantes de la actividad del
individuo.
Estos síntomas son consecuencia de la incapacidad o dificultad de la persona para
procesar el trauma e incorporar esta experiencia a su sistema de creencias básicas. El objetivo
fundamental de la intervención deberá ser, por tanto, que la persona integre este tipo de
experiencia en su sistema de creencias básicas, ayudándole a reprocesar la información y darla
sentido.
No es el momento de desarrollo de teorías explicativas al respecto, si bien se remite a los
trabajos de Brewin y de sus colaboradores para explicar el desarrollo del problema y las
posibilidades de acción.
Con independencia de los desarrollos explicativos, hay un acuerdo prácticamente
unánime entre los expertos sobre las técnicas de exposición, consideradas el procedimiento más
adecuado y eficaz para la reducción de este tipo de sintomatología y para ayudar a este
reprocesamiento de información a fin de que sea integrada en el sistema de creencias de la
persona. La idea es ayudar al sistema de procesamiento controlado ―consciente pero limitado―
a recuperar parte de la información del trauma que sólo está disponible en el sistema de
procesamiento automático ―completo pero no consciente―. Para ello la persona debe
exponerse de alguna manera al acontecimiento traumático o a parte de él, ya sea de forma
imaginaria o verbal, o a las situaciones que evita, a fin de poder identificar los aspectos
relevantes de dicha información e integrarlos con sus recuerdos conscientes para, de este modo,
darles sentido y permitir el desarrollo de un nuevo sistema de creencias básicas.
Esta exposición puede llevarse a cabo de formas muy variadas: puede implicar una
exposición al trauma en sí, o a aspectos específicos o aislados del trauma, bien en vivo ―no
tiene sentido en el caso de los atentados―, bien mentalmente, a través de su recuerdo, bien
contarlo verbalmente o por escrito, etc. Sea cual sea la forma en que se realice, la exposición
deberá llevarse a cabo en condiciones que no generen una gran respuesta emocional a fin de que
no se bloquee el procesamiento controlado, ya que niveles de activación muy elevados hacen que
se desorganice. La exposición debe ser graduada, en función de las características y habilidades
de cada persona. En especial el afectado debe exponerse a los denominados «puntos calientes»,
es decir, a aquellos recuerdos que provoquen en él más respuestas emocionales o de evitación.
Por último, debe mantenerse esta exposición mientras se produzcan respuestas emocionales.
La exposición puede llevarse a cabo de forma individual o colectiva, siendo el psicólogo
clínico el que decida la conveniencia de una u otra según cada caso. Conviene señalar que, al ser
un acontecimiento único el que provoca este tipo de problemas, puede ser de ayuda el hecho de
comprobar que otras personas se encuentran en la misma situación ―para reducir los frecuentes
sentimientos de culpabilidad o respuestas emocionales inadecuadas―, así como para constatar
las posibilidades de superación y recuperación del problema.
A continuación se expone un programa de exposición basado en las propuestas de
Labrador, Rincón, De Luis y Fernández-Velasco (2004). El programa, como ya se ha sugerido,
puede llevarse a cabo tanto de forma individual como en grupo, adaptándose el contenido de las
sesiones en función del número de participantes.
Programa de exposición

SESIÓN 1

Material necesario
Una grabadora y una cinta por participante
5-6 tarjetas y un bolígrafo por participante
Hojas de autorregistro para la exposición: una por participante y sesión

Objetivos
Comprensión del fundamento teórico de la técnica
Explicación del método de trabajo
Generación de la jerarquía de situaciones ansiógenas
Grabación del relato para posterior exposición fuera de sesión

Desarrollo de la sesión
1. Se explica a los participantes que, para reducir el miedo que les produce la situación temida y
eliminar los recuerdos intrusivos, deben exponerse a ambos en lugar de evitarlos. Esta
exposición se hará por medio de la imaginación, debido a las características de la situación,
pero también se usará la exposición en vivo cuando estén preparados.
2. Se pide a los participantes que piensen en una situación relativa al trauma que se consideren
capaces de afrontar. Para ello se les indica que recuerden y escriban en las tarjetas algunas
situaciones relativas al trauma (unas 5 ó 6) y que las valoren a continuación de 0 a 100, en
función del grado de ansiedad que generen. Es importante que incluyan la situación que les
genere la máxima ansiedad que puedan recordar ―por ejemplo, los momentos de la
explosión o los inmediatamente posteriores―. Si algún participante muestra dificultad al
elaborar la jerarquía, se le pueda ayudar mediante la técnica de anclaje de las escenas: se pide
que genere la escena más ansiógena, después la menos ansiógena, a continuación una
intermedia y luego que vaya desarrollando escenas intermedias entre las que ya hay, por
comparación con las anteriores.
3. Se instruye a los participantes para que narren la escena seleccionada en primera persona y en
presente con tanto detalle como les sea posible. Se les indica que se centren en los pequeños
detalles de la imagen, en otras modalidades sensoriales distintas de la visual ―olor, sonido,
etc.―, así como en sus pensamientos y emociones en el momento. Se pide que se centren en
el momento y no hagan referencia a eventos o pensamientos posteriores.
4. Si los participantes muestran problemas para imaginar las situaciones adecuadamente, se les
puede dar una serie de directrices para la imaginación de escenas, ejemplificándolo con la
construcción de una escena neutra.
5. En el caso de que lo necesiten, se les sugieres que realicen ejercicios de respiración,
proporcionándoles un tiempo para que se relajen antes de pasar a realizar el ejercicio.
6. Se lleva a cabo el ejercicio de exposición propiamente dicho. Se indica a los participantes
que narren en voz alta la situación elegida, mientras son grabados en cinta, concentrándose
en las emociones, pensamientos y vivencias asociados a la situación. Se les instruye para que
mantengan la exposición durante todo el tiempo que sea necesario hasta que la ansiedad
producida se reduzca a 15 o menos. El terapeuta deberá comprobar que los participantes se
están exponiendo adecuadamente.

Tareas para casa


Exposición durante la semana. Se instruye a los participantes para que durante la siguiente
semana se expongan a la nueva situación grabada una vez al día como mínimo. Además,
deberán cumplimentar un registro con los siguientes apartados:
Momento del día en que se realizó
Hora de inicio
Hora de finalización
Ansiedad al empezar (0 – 100)
Ansiedad al finalizar (0 – 100)
En caso de que algún participante se exponga tres veces seguidas a una situación con
ansiedades de 15 o menos, se le instruye para que pase a la siguiente situación de la jerarquía.
SESIÓN 2

Material necesario
Una grabadora y una cinta por participante
Las tarjetas generadas en la sesión anterior
Hojas de autorregistro para la exposición ―una por participante―.
Hojas de autorregistro para la exposición en vivo ―una por participante―.

Objetivos
Exposición en vivo
Exposición en imaginación a escenas progresivamente más ansiógenas

Desarrollo de la sesión
1. Se revisan las tareas de la sesión anterior, reforzando su realización. Se indaga acerca de los
detalles de la exposición ―dificultades, diferencias en el grado de ansiedad…―, enfatizando
en los avances obtenidos por miembros del grupo.
2. Se indica a los participantes que en este ejercicio deben utilizar una situación que les genere
más ansiedad que la que usaron la semana pasada. Si alguno de ellos ha empezado a
exponerse a otra distinta se usará ésa o la siguiente, según la haya superado o no.
3. En el caso de que lo necesiten, se les sugiriere que realicen ejercicios de respiración,
proporcionándoles un tiempo para que se relajen antes de pasar a realizar el ejercicio
4. Se repite la misma dinámica de narrar voz alta la situación elegida, grabándose para su
posterior utilización en casa. Se les recuerda que deben mantener la exposición durante todo
el tiempo que sea necesario hasta que la ansiedad producida se reduzca a 15 o menos. El
terapeuta deberá comprobar que los participantes se están exponiendo adecuadamente.
5. Se pregunta a los participantes acerca de la posibilidad de exponerse a alguna situación que
estén evitando ―estaciones, trenes, hospitales…―. En caso de que se muestren dispuestos,
se planifica la exposición en compañía de un coterapeuta ―otro participante o alguna
persona de confianza―.

Tareas para casa


Exposición durante la semana. Se instruye a los participantes para que durante la siguiente
semana se expongan a la situación grabada una vez al día como mínimo. Además, deberán
cumplimentar un registro con los siguientes apartados:
Momento del día en que se realizó
Hora de inicio
Hora de finalización
Ansiedad al empezar (0 – 100)
Ansiedad al finalizar (0 – 100)
En caso de que algún participante se exponga tres veces seguidas a una situación con
ansiedades de 15 o menos, se le instruye para que pase a la siguiente situación de la jerarquía.
En los casos en los que sea factible la exposición en vivo, se programa con detalle el
momento en que la misma se llevará a cabo. Se les pide que registren:
Hora de inicio y término
Situación
Quién les acompaña
Ansiedad antes y después de la exposición
Estrategia de afrontamiento si la utilizaron

SESIÓN 3 (repetir la sesión 2)

Las tareas de exposición finalizan cuando las personas ya son capaces de realizar las
tareas que evitaban con anterioridad y se han eliminado los recuerdos intrusivos y
reexperimentaciones. Ahora el recuerdo del atentado y todo lo que conlleva no es agradable, pero
ya no provoca intensas reacciones emocionales y no hay reexperimentaciones. Se ha integrado el
atentado en el propio sistema de creencias. Las personas pueden sentirse muy diferentes, e
incluso añorar las personas que eran antes del atentado, pero no tiene sentido. Ha habido una
experiencia de aprendizaje, muy dura, pero muy importante. Las personas, sin duda, tienen una
nueva forma de ver la vida.

Referencias
LABRADOR, F. J., RINCÓN, P. P., DE LUIS, P., y FERNÁNDEZ-VELASCO, R., Mujeres víctimas de la
violencia doméstica: Programa de actuación. Madrid, Pirámide, 2004.
Capítulo 8

Desahogo psicológico

Nadie enseña a las personas cómo reaccionar o enfrentarse a sucesos como el de los
atentados del 11 de marzo de 2004. Por eso, a las víctimas puede parecerles que reaccionan de
forma extraña. Por ejemplo, será muy frecuente que intenten no pensar en lo ocurrido y que
rechacen hablar del tema, aunque, en realidad, los pensamientos sobre el atentado acudan a sus
mentes de manera recurrente e incontrolable. Evitar pensar o hablar sobre lo ocurrido es una
reacción habitual con la que las personas intentan librarse del desasosiego, sin embargo, no es
una forma eficaz de olvidar; muy al contrario, los intentos, casi siempre infructuosos, de evitar
un recuerdo hacen que éste vuelva a nosotros con más fuerza. Pensar y recordar lo sucedido, para
poder asimilarlo y darle un sentido, es muy importante. Contar lo que se ha vivido, la historia
que describe la experiencia personal, ayuda a integrar ésta de forma adecuada en la vida de cada
persona.
Las reacciones psicológicas que las víctimas experimentan como encontrarse
desconcertado o desorientado, revivir imágenes de lo que ocurrió, sentir ansiedad, culpabilidad,
impotencia, irritabilidad o no poder dormir o pensar en lo que ocurrió, y otras tantas que se han
comentado en el capítulo de psicoeducación, son reacciones normales ante una situación
excepcional: acaban de vivir una amenaza para su vida, su integridad física y psicológica o para
la integridad de otras personas queridas; incluso, han podido sufrir la pérdida de alguien cercano;
de modo que es normal que se sientan muy afectadas.
Tienen que tener claro que el recuerdo del atentado, de lo que vivieron en esos
momentos, les va a acompañar siempre; pero también tienen que entender que el recuerdo no
será siempre igual de doloroso; y muchas de las reacciones que ahora experimentan irán
desapareciendo. Una manera de contribuir al proceso de recuperación es utilizar una técnica que
llamamos «desahogo psicológico», por medio de la cual ayudaremos a las víctimas a ver el
propio atentado y todo lo que ocurrió posteriormente con una perspectiva distinta. En efecto, el
objetivo de esta técnica es el cambio de los pensamientos asociados con la situación traumática,
pensamientos que implican emociones negativas tales como la ira, la rabia, el odio, el deseo de
venganza, el miedo o el temor; así como el sentimiento de culpa por haber sobrevivido ―«¿Por
qué le ha pasado a mi hijo y no a mí?», «¿Por qué sigo vivo?»― o la atribución de
responsabilidad ―«¿Por qué se me ocurrió cambiar de planes?», «¿Por qué cogí ese tren?»,
«¿Podría haberlo evitado?»―. Conviene que la persona aprenda a separar los hechos ocurridos
de los pensamientos y emociones que generan trabajando, por una parte, con lo que sucedió
―los hechos― y, por otra, con los pensamientos y las emociones.
Además, es conveniente saber que abordar cuanto antes estos síntomas puede ayudar a
que no se produzcan más reacciones de ansiedad en otras situaciones ―evitar un proceso de
generalización― y a que las reacciones no se mantengan de forma prolongada en el tiempo.
Procedimiento

Para contar la experiencia traumática de forma que realmente ayude a los pacientes a
superar la angustia, deben tenerse en cuenta algunas consideraciones referidas, sobre todo, a la
forma en que debe relatarse la experiencia. De este modo, la reexperimentación del suceso tendrá
un carácter terapéutico y no sensibilizador. Para ello, el profesional debe dar al paciente las
siguientes indicaciones:

En primer lugar, debe contar su experiencia en primera persona. Es a él a quien le ha


ocurrido, es el paciente quien ha sufrido, visto o sentido todo lo que pasó en ese momento.
Debe contarlo en presente. Es fundamental revivir el suceso como si estuviera ocurriendo en
el mismo momento en que se relata o imagina.
Tiene que describir todo lo que percibió, centrándose en primer lugar en los hechos ocurridos
durante el suceso:
¿Quién?
¿Cuándo?
¿Dónde?
¿Qué pasó exactamente?
¿Y después?
Hay que pedirle que recuerde lo que veía, oía o hizo para ir construyendo el relato de los
hechos. Es decir, todo aquello que el suceso generó. Para ayudarle a relatar esta experiencia
puede intentar responder a algunas de estas preguntas:
¿Cómo describirías lo que ocurrió?
¿Dónde estabas?
¿Con quién?
¿Cuánto duró?
¿Qué hacías en ese momento?
¿Qué hiciste para sobrevivir?
continuación, deberá describir lo que pensaba y sentía en aquellos momentos:
¿Cuáles fueron tus primeros pensamientos?
¿En qué pensabas cuando te sacaron de allí?
¿Qué pensamientos persisten en tu mente?
¿Qué sentías en ese momento?
¿Qué sentiste después de que ocurriera todo?
¿Cómo te sientes ahora?
Debe tratar de ubicar el acontecimiento en la línea de acontecimientos de su vida, para que
vea que se sitúa en un espacio concreto.
Si el paciente tiene problemas para identificar las emociones, pues a veces son muy intensas
y las personas no parecen conscientes de ellas, se recomienda tratar de localizarlas
físicamente y describirlas con precisión. Tratar de localizarlas en el propio cuerpo e indicar
cómo son: su aspecto, su forma, su movimiento o textura ―por ejemplo, «noté un pinchazo
en el corazón, como un pinchazo de hielo, muy frío y duro»―. Esta forma de describir las
emociones puede favorecer que las personas afectadas se hagan conscientes de ellas, ahora
que pueden nombrarlas y hablar de ellas en el plano cognitivo.
El paciente debe saber que no se trata de un interrogatorio, ni de una búsqueda de hechos,
sino que sólo se pretende dejar que fluyan sus recuerdos del suceso. Puede ser difícil recordar
algo tan duro, pero será útil para que afloren pensamientos y emociones que las víctimas
tienen que cambiar. Por otro lado, centrarse en las emociones puede ayudar a los pacientes a
que las comprendan mejor y a que el dolor, la rabia y la ansiedad se vayan diluyendo poco a
poco. Hay que hacerles ver que no se trata de dejar de sentir, sino de que los sentimientos
puedan ser soportables.
Como es difícil recordar una experiencia tan dura, se debe dar tiempo suficiente para permitir
que los pensamientos y las emociones negativas surjan, ya que son éstos los que las personas
deben intentar cambiar. Con esta técnica se les dota de una estrategia que les permite
controlarlos y evitar que sean esos pensamientos y emociones los que controlen al paciente.
Asimismo, se les debe indicar que a medida que lean, escuchen o hablen de lo sucedido
podrán comprobar cómo las emociones van siendo más llevaderas. Por eso, es importante
hacer el ejercicio tantas veces como sea necesario. Así comprobarán cómo cada vez es menos
difícil pensar o hablar de la experiencia sufrida.
Existen varias maneras para que los pacientes puedan llevar a cabo el relato de su
experiencia. La persona puede elegir aquella que le haga sentir menos incómodo. Las que
han resultado más adecuadas son las siguientes:
Escribir la historia como si se tratase de un diario.
Grabarla en una cinta, de una sola vez o poco a poco, y después escucharla tantas veces
como sea necesario.
Contárselo a alguien cercano al paciente.
Capítulo 9

Técnicas de detención del pensamiento

Pensamientos negativos reiterados

Uno de los problemas habituales de las personas que han sufrido o presenciado una
situación de trauma, y tanto más cuanto más intensa haya sido ésta, es la aparición de
pensamientos negativos de forma reiterada, que parecen escapar completamente a su control.
Pensamientos con frecuencia no muy precisos, no muy organizados, pero que aparecen de forma
reiterada con independencia del ambiente o las actividades de la persona. Pensamientos de tipo
obsesivo, aunque no lleguen a alcanzar esa categoría diagnóstica, que están rondando
constantemente en la mente del afectado, impidiéndole centrarse en otras actividades más
productivas y útiles, a la vez que afectan de forma negativa a su estado de ánimo y generan
importantes dosis de ansiedad. En general, son pensamientos y sensaciones, que aparecen en un
segundo plano y a las que con frecuencia no se presta mucha importancia, pero que suelen
mantenerse durante amplios períodos de tiempo provocando un estado de malestar que acaba
imponiéndose.
Los contenidos de estos pensamientos pueden ser muy dispares, y estar o no relacionados
directamente con la situación traumática vivida, pero todos ellos coinciden en ser pensamientos
que no orientan a la acción a la persona. Más bien son de tipo autorreferente o autodevaluativo, o
hacen referencia a la dificultad para manejar una situación ―por ejemplo, «Debería haber
ayudado a salir del tren a aquella mujer», «No podré vivir con este recuerdo encima el resto de
mi vida», «Aquel hombre me salvó a costa de su vida, en parte murió por mi culpa»―.
Pensamientos de este tipo generan un estado de intranquilidad o desasosiego, de origen no muy
claro pues muchas veces ni se identifica con precisión el pensamiento, pero que, sin embargo,
afecta de forma importante a la persona.
Con frecuencia la aparición de estos pensamientos suele hacerse de manera que se
conectan unos a otros, como si fuera una «cadena de pensamientos», pudiendo ser provocados
por múltiples circunstancias o situaciones. Por ejemplo, es posible que una persona que se vio
afectada por el atentado, cada vez que vea un tren, oiga un ruido repentino aun tenue, vea un
fogonazo, incluso de una cerilla, o simplemente oiga hablar de terrorismo ―algo no difícil en
España― comience a pensar en lo que pudo haberle pasado y de ahí pase a considerar que no
tiene ninguna esperanza de poder volver a vivir sin el miedo que le atenaza, a considerar que es
una persona marcada y no podrá volver a llevar una vida normal… Estas cadenas de
pensamientos se suelen referir bien a sucesos pasados respecto a los cuales nada se puede hacer
ya ―«No tenía que haberme equivocado en ese momento»―, bien a sucesos futuros
amenazantes que pueden ocurrir ―«Nunca volveré a ser una persona normal»―, aunque su
probabilidad es muy escasa.
Estos pensamientos, por un lado, no orientan sobre qué se debe hacer o qué conductas
hay que llevar a cabo para controlar la situación, en muchos casos porque ya pasó; por otro,
producen un elevado grado de malestar y de ansiedad, con repercusiones negativas sobre el
estado de ánimo y la calidad de vida de la persona.
El objetivo en estos casos no puede ni debe ser razonar con la persona sobre si es correcto
o no lo que está pensando. No se obtendrían grandes resultados y además haría que se les
dedicara un tiempo y una atención que no tiene sentido. El objetivo debe ser, simple y
claramente, tratar de evitar su aparición o, en el caso de que aparezcan, cortarlos y hacerlos
desaparecer lo más rápido posible. No obstante, rara es la persona que en estas situaciones no ha
intentado más de una vez cortar o evitar estos pensamientos, constatando que, a pesar de sus
esfuerzos, vuelven a aparecer nuevamente y a producir sus efectos negativos.
La técnica de detención del pensamiento

Como en muchas otras áreas de nuestra vida, no basta con querer hacerlo, sino que es
necesario saber hacerlo. Éste es el objetivo de la técnica de detención del pensamiento: que la
persona aprenda a cortar los pensamientos negativos que se producen y se mantienen de forma
automática, muchas veces sin que la propia persona se dé cuenta de su presencia, pero que le
afectan y desorganizan su forma de comportarse.
La técnica es muy sencilla y eficaz. Su forma de acción es fácil de entender a partir de
unos conocimientos básicos sobre la atención humana. Como reiteradamente ha puesto de
manifiesto la psicología, nuestra atención tiene una capacidad limitada, de forma que una
persona sólo puede atender a unos pocos estímulos o focos de atención a la vez. En concreto, se
estima que podemos atender como mucho a 7 ―más/menos 2― estímulos o focos de atención
de forma simultánea. Por eso es posible que se mantengan estos pensamientos inadecuados a
pesar de estar trabajando, paseando por la calle, charlando con un amigo, etc. Sin embargo,
tantos focos de atención simultáneos sólo son posibles si los estímulos son de intensidades
similares o, en cualquier caso, no muy potentes. Cuando aparece un estímulo suficientemente
intenso, atrae completamente nuestra atención sobre él, bloqueando la que se estaba prestando a
otros estímulos o pensamientos menos intensos, al menos en los primeros momentos. Por
ejemplo, si cuando una persona está leyendo una novela, a la vez que nota que tiene el estómago
un poco pesado o que hace calor en la habitación, de repente suena un ruido intenso, o
simplemente su teléfono, dirigirá la atención a esos estímulos y se cortará la secuencia de
pensamientos generados por el texto que leía, o los posibles pensamientos generados por las
sensaciones de calor o pesadez estomacal. Por lo tanto, un simple estímulo de cierta intensidad es
suficiente para poder controlar la atención de forma que deje de fijarse en focos que no se
consideran interesantes o adecuados. Ciertamente, en algunas situaciones es difícil que aparezcan
espontáneamente ese tipo de estímulos, pero nada impide que la persona se entrene en generarlos
a su voluntad ―aunque en condiciones que sean socialmente aceptables o adaptativas―, de tal
forma que le permitan detener o cortar cualquier pensamiento o cadena de pensamientos que le
resulte inadecuada en el momento deseado. Aunque este efecto de corte sólo dura unos pocos
segundos, y si no se hace nada más volverán a aparecer nuevamente los pensamientos previos, se
puede desarrollar un procedimiento para que, una vez que se ha cortado la atención de esos
pensamientos, la atención no vuelva a dirigirse al pensamiento indeseado. En general cualquier
tarea que exija concentrar la atención en algún aspecto alternativo al propio pensamiento puede
ser útil. Éste es el fundamento y la forma de proceder de la técnica de detención del pensamiento.
Procedimiento

Antes de comenzar el entrenamiento es importante un trabajo previo para identificar y dar


forma a las cadenas de pensamientos y establecer el estímulo de corte.

1. Identificar la aparición de estos pensamientos lo más rápidamente posible. El punto


primero es conseguir darse cuenta de cuando comienzan a aparecer los pensamientos
inadecuados, pues muchos de ellos aparecen de forma casi automática y la persona sólo se da
cuenta de su presencia al cabo de cierto tiempo. Para lograrlo pueden ser útiles estrategias
como hacer una alto cada hora ―o cada vez que se mira al reloj o se ve un semáforo en rojo
o un determinado objeto―, para dirigir la atención, durante breves segundos, a identificar
qué se está pensando y constatar si alguno de estos pensamientos inadecuados está presente.
Otra posibilidad es que las propias sensaciones de malestar sirvan como clave para pararse a
analizar qué es lo que se está pensando.
2. Una vez identificados, hay que expresar verbalmente los pensamientos negativos. Es
importante que la verbalización sea lo más parecida a los pensamientos y a la forma en que
éstos se presentan, es decir, como si se pensara en voz alta. Por ejemplo: «¡Qué horror!
Jamás superaré este problema. No quiero levantarme ni ir a trabajar. No quiero ver a nadie».
La idea básica es dar una «forma» explícita a esa cadena de pensamientos para poder trabajar
con ella. Una vez que se ha establecido formalmente, en voz alta, la cadena de pensamientos,
éstos tienden a aparece siguiendo la forma que tienen en la cadena.
3. A continuación, hay que establecer cuál va a ser el estímulo que se va a utilizar para
detener el pensamiento. Puede utilizarse cualquier estímulo suficientemente intenso que se
pueda producir a voluntad y sea capaz de atraer inmediatamente la atención, como un ruido
intenso ―por ejemplo, una palmada o un grito como basta, stop o no—, algo físico —como
ponerse una goma de pelo en la muñeca y estirarla y soltarla de golpe—, o ambas cosas.
Conviene que el estímulo tenga algún componente verbal que permita interiorizarse, por lo
que una palabra suele ser lo más interesante.

Finalizada esta parte preparatoria, se procede al desarrollo de los pasos para la aplicación
de la técnica:
1. Paso 1
Con los ojos cerrados para concentrarse mejor, se comienza a generar de manera voluntaria la
cadena de pensamientos expresándolos en voz alta. Escasos momentos después de haber
comenzado ―3-5 segundos―, el psicólogo interrumpe de manera inmediata la cadena de
pensamientos con ayuda del estímulo de corte elegido de antemano, por ejemplo, palmada y
el grito de «¡Basta!»). Inmediatamente después, para que no vuelva a aparecer esta cadena,
se llevará a cabo una tarea distractora que permita centrar la atención. La tarea distractora
debe aplicarse inmediatamente después del estímulo de corte a fin de que la atención se
centre en ella de forma intensa y exclusiva. El tiempo a dedicar a la tarea de distracción debe
ser al menos de 1 ó 2 minutos, tiempo suficiente para que la atención no vuelva a la cadena
de pensamientos anterior. Algunos ejemplos de tareas distractoras son:
Pedirle a la persona que mire la habitación durante 5 segundos y luego, tras cerrar los
ojos, se le hacen preguntas para que recuerde algún objeto: cuántas luces hay, qué hay
sobre la mesa, de qué color es la corbata del terapeuta, etc.
Recordar pormenorizadamente una situación especialmente agradable, por ejemplo, un
lugar agradable ―playa, montaña…―, una situación feliz ―un cumpleaños, una
fiesta…―, etc.
Contar de tres en tres hacia atrás desde cien hasta cero.
Describir el lugar en el que se encuentre en ese momento: cuadros, olores, gente…
Hay que ensayar este paso de 6 a 8 veces hasta que resulte fácil generar la cadena y cortarla a
voluntad.
2. Paso 2
Ahora el paciente genera la cadena de pensamientos sólo de forma mental, sin expresarla en
voz alta. Cuando se estima que comienza a identificar la cadena de pensamientos ―para esta
estimación es de ayuda haber identificado cuánto tardaba en aparecer cuando la expresaba en
voz alta y calcular el tiempo correspondiente―, se procede como en el caso anterior: el
terapeuta interrumpe la cadena de pensamientos con el estímulo elegido, siempre el mismo, y
el paciente centra la atención, durante 1-2 minutos, en la tarea distractora elegida de
antemano, que también conviene que sea siempre la misma. Este paso se repite varias de 6 a
8 veces antes de avanzar al siguiente.
3. Paso 3
Ahora la cadena de pensamientos se genera, como en el paso anterior, sólo de forma mental,
pero es el propio paciente el que la detiene utilizando el estímulo de corte establecido. Es
importante, antes de proceder a este paso, entrenar el estímulo de corte con el paciente. En
general suele ser necesario insistir en que el estímulo verbal sea intenso, para lo que le
podemos hacer repetir varias veces el estímulo antes de pasar a desarrollar este paso,
animándole a que grite para que sea un estímulo eficaz. Se le indica también al paciente que
debe proceder a aplicar el estímulo de corte, como en los pasos anteriores, justo cuando
comience a percibir el inicio de la cadena de pensamientos. Tras la aplicación del estímulo de
corte el paciente debe aplicarse a la tarea distractora. Conviene que ahora ésta dependa
solamente de él, de manera que si se ha utilizada la primera de las alternativas propuestas
―que suele ser la más eficaz en los primeros momentos―, ahora ha de utilizar una que
pueda realizar él solo sin ayuda del terapeuta. Se repite el ejercicio de 6 a 8 veces hasta
conseguir dominar la técnica y detener los pensamientos.
4. Paso 4
Ahora la cadena de pensamientos se genera sólo mentalmente, y cuando se percibe con
claridad se interrumpe con el estímulo elegido, pero en este caso el estímulo se aplica
mentalmente ―se grita basta o stop de forma imaginaria, y/o se da una palmada también de
forma imaginaria―. Es importante que la imagen del estímulo de corte sea suficientemente
intensa para que sirva de estímulo de corte. Inmediatamente después se pasa al ejercicio de
centrar la atención, como en los casos anteriores. Se repite el paso hasta conseguir dominar la
técnica y detener los pensamientos.

Una vez que el paciente ha aprendido la técnica, algo que puede conseguir en un corto
espacio de tiempo, desde luego en una sola sesión, es importante que la practique de forma
sistemática durante al menos 15 días a fin de llegar a dominarla. Es evidente que lo que tiene que
practicar es el paso 4, es decir, imaginar la cadena de pensamientos y cortarla mentalmente. Para
ello debe practicarla la menos en un par de ocasiones al día, realizando en cada caso 5-6 veces el
ejercicio.
Igualmente, hay que indicar al paciente que aplique el mismo procedimiento en todas
aquellas ocasiones en que aparezca algún pensamiento negativo del estilo de los que se han
trabajado o cualquier tipo de pensamiento, imágenes o sensaciones que se desee cortar. Si se
utiliza de esta forma, es de esperar que tenga efectos muy importantes de forma rápida ―2-3
días―. Una vez dominada la técnica, servirá para poder autocontrolar cualquier pensamiento o
imagen de estas características.
Capítulo 10

Técnicas de solución de problemas

Los problemas en la vida cotidiana

Es habitual encontrarse a lo largo de la vida con multitud de situaciones que requieren


una decisión como, por ejemplo, escoger una oferta de trabajo u otra, una persona como pareja u
otra… No es infrecuente que la mayor parte de los problemas, o de las elecciones, se vayan
resolviendo mejor o peor. Sin embargo, en algunos casos, la falta de capacidad o de decisión
para dar una solución adecuada puede convertirse en un problema incluso mayor que el original.
Veamos un ejemplo:

Santiago, a pesar de llevar años realizando excelentemente su trabajo como


bombero, y de haberse enfrentado de forma eficaz a múltiples situaciones de
emergencia, tras participar en las labores de auxilio del atentado, una situación
catastrófica que define como una «autentica carnicería», se está planteando dejar
la profesión que ha ejercido durante los últimos veintitrés años. A pesar de haber
expresado a muchas personas esta decisión, a raíz del atentado, ahora está hecho
un mar de dudas. Ser bombero no es sólo su profesión, es «su vida». Su trabajo,
que según considera escogió de forma vocacional, siempre ha sido, a pesar de las
tragedias, muy gratificante. Sin embargo, cree que lo vivido últimamente anula lo
anterior y cree que en el futuro no se encontrará con fuerzas de enfrentarse a una
situación similar, pero… ¿A qué puede dedicarse con su edad?, más aún, ¿a qué
puede dedicarse que le satisfaga tanto como ser bombero? Estos pensamientos y
dudas le provocan gran malestar, pues día y noche piensa en ello. La duda e
indecisión sobre lo que ha de hacer se ha convertido en una situación muy
estresante, se pasa el día dudando sobre si debe buscar otro trabajo o no, e incluso
han aparecido problemas de sueño. Lo ha comentado con todas las personas
próximas y no tanto, pero a pesar de las opiniones de éstos, sigue sin tener claro
qué debe hacer. Esta incapacidad para tomar una decisión hace que cada día se
angustie más y más.

En este caso, dado que es importante tomar una decisión, no puede utilizarse la técnica de
detención de pensamiento. No se puede negar la existencia del problema, es necesario darle una
solución, es necesario atender a los pensamientos, de hecho deberían identificarse las mejores
«razones», para llegar a una solución adecuada. Pero la propia situación, con la gran cantidad de
respuestas emocionales que genera y que dificultan pensar con claridad, hace complicado esta
toma de decisiones, provocando también la aparición de pensamientos de incapacidad o de
inutilidad personal. Así, el problema en muchos casos ya no es la propia toma de decisiones, sino
las respuestas emocionales y el malestar que esta indecisión está causando. Por ejemplo, en el
caso de Santiago, su verdadero problema no es abandonar o no de trabajo, sino el estado de
ansiedad en el que vive desde hace semanas por no tomar una decisión. Tomar esta decisión es
un problema para Santiago porque no dispone de habilidades para realizarla. Otros en su misma
situación no tendrían este problema, tomarían una decisión con más rapidez, sin que se
convirtiera en uno mayor.
Es fácil ver que en la aparición de un problema tan importantes son las características de
la situación, como las habilidades de la persona para hacerlas frente. En consecuencia,
desarrollar estrategias de acción más eficaces para percibir, analizar y buscar soluciones útiles
para los problemas, hará que la persona se enfrente a éstos desde una posición más adecuada y
con mayores garantías de solucionarlos.
Este es el objetivo general de la técnica de solución de problemas: ayudar a solucionar
problemas, a tomar decisiones y decisiones acertadas, de forma eficaz y rápida.
Definir qué es un problema

Desde un punto de vista práctico, es importante establecer qué es un problema, lo que nos
indicará con mayor claridad cuándo aparece y qué se puede hacer para solucionarlo. Si un
problema es una situación complicada o que nos afecta gravemente, no será fácil afrontarlo.
Definir un problema como «una situación para la que no se dispone de una respuesta o una
forma de actuación eficaz» simplifica mucho las cosas. Sólo he de buscar una repuesta eficaz a
esta situación. Esto implica que ninguna situación es problemática en sí misma, sino que es la
falta de una respuesta apropiada lo que hace que la situación sea problemática. En consecuencia,
lo que es un problema para una persona puede no serlo para otra.
La diferencia entre dos personas para las que una determinada situación es un problema
no se reduce a lo que «hacen» ante dicha situación, sino que también estriba en sus capacidades
para hacerla frente. Bastará, pues, aprender las habilidades para que, en cada caso, la situación
deje de ser un problema. La solución será, por tanto, proveer a la persona de una estrategia o
técnica que le permita enfrentarse a las situaciones problemáticas desde una perspectiva más
adecuada y con una eficacia mayor: enseñarle una estrategia que le señale la forma de enfocar y
buscar soluciones válidas para cualquier tipo de problema que se le pueda presentar, más que
enseñarle a solucionar un problema aislado y puntual.
El problema no es la situación, sino no disponer de conductas adecuadas para controlar o
hacer frente a esa situación. Es más, es importante considerar que los problemas son y van a ser
algo habitual en nuestra vida, pues es lógico esperar que se presenten con relativa frecuencia. Sin
embargo esto no es grave porque tienen solución, es decir, basta con buscar conductas eficaces
para hacerles frente. Disponer de muchas conductas eficaces, y más en concreto, disponer de una
estrategia general eficaz para hacer frente a los problemas, nos permitirá afrontar éstos con
mayores garantías de éxito.
Para dotar a las personas que lo necesiten de esta estrategia general se ha desarrollado la
técnica de solución de problemas. Este objetivo general puede concretarse en objetivos más
específicos: reconocer un problema lo más rápidamente posible ―cuanto antes se detecte, antes
se puede poner solución―, impedir la tendencia a responder a una situación problema de forma
impulsiva, analizar y sopesar de forma más completa las características del problema, considerar
posibles alternativas de acción eficaces ―cuantas más mejor―, establecer un procedimiento
para escoger la respuesta más adecuada al problema presentado y, finalmente pero no menos
importante, ayudar a poner en marcha la solución elegida y contrastar su eficacia real.
Procedimiento

El entrenamiento en solución de problemas implica seguir los siguientes pasos:

1. Cambio en la forma de enfocar los problemas. Hay que cambiar la forma en que uno se
aproxima a las situaciones problemáticas pues, como ya se ha señalado, lo problemático no
es la situación, sino la falta de conductas. Además, hay que reconocer que las situaciones
problemáticas ―para las que no se dispone de soluciones inmediatas― son algo habitual y
normal en la vida, pero es posible y necesario hacerlas frente buscando respuestas eficaces,
en lugar de abandonarse a sentimientos de inutilidad o permitir que las respuestas
emocionales bloqueen acciones más inteligentes. Para ello lo más adecuado es tratar de
identificar las situaciones que plantean un problema cuando aparecen, inhibir la tentación de
responder impulsivamente ante ellas y buscar posibles soluciones adecuadas.
2. Definición y formulación del problema. En las investigaciones científicas los términos del
problema, o la pregunta a resolver, suelen ser claros y estar bien definidos. Por ejemplo: «¿Se
tardará menos en reconocer una palabra escrita en negro sobre fondo blanco que en blanco
sobre fondo negro?». La respuesta sólo puede ser sí o no. Una pregunta clara facilita la
respuesta. Sin embargo, en la vida ordinaria los problemas no suelen presentarse tan
claramente definidos, por lo que se hace necesario aprender a definirlos en términos objetivos
y solucionables, de forma precisa y operativa. Para ello los problemas no deben definirse en
términos de situaciones o comportamientos de otras personas, sino de tal forma que
impliquen las conductas propias para poder hacer frente a determinadas situaciones. La
capacidad para pasar de problemas abstractos a términos concretos es lo que define a un buen
«solucionador de problemas». Otras consideraciones a tener en cuenta para definir
adecuadamente un problema son la de obtener la mayor información posible, separar la
información relevante de la irrelevante, distinguir hechos de suposiciones e interpretaciones
y, por último, establecer objetivos realistas.
Para detallar los diferentes aspectos implicados en el problema, así como la respuesta
habitual que da la persona, puede ser útil formularse preguntas como las siguientes:
Descripción del problema. ¿Qué sucede, ha sucedido o dejado de suceder que me
molesta?, ¿dónde sucede?, ¿cómo sucede?, ¿quién está implicado?…
Descripción de la respuesta habitual. ¿Qué hago o dejo de hacer en esa situación?,
¿cuándo y cómo lo hago?, ¿cuánto tardo en reaccionar?, ¿por qué lo hago?…

Una descripción más precisa del problema y las respuestas habituales a éste aportará más
información y permitirá poder ver el problema desde diferentes ángulos, lo que generará más
puntos de vista y más alternativas de solución. Por ejemplo, en el caso de Santiago la
definición del problema podría ser «¿Qué debo hacer para poner fin a esta situación de
indecisión?».
3. Generar posibles respuestas alternativas a la situación problema. El objetivo en esta fase
es generar un número elevado de posibles soluciones al problema. Cuantas más alternativas
de solución o más conductas haya para hacer frente a un problema, más fácil es que se pueda
escoger una adecuada. Por otro lado, dedicarse a generar posibles alternativas permite
considerar desde más puntos de vista la situación. Asimismo, esta obligación de generar
alternativas inhibe la tentación de actuar impulsivamente cuando aparece el problema. Parece
conveniente, de acuerdo con estas consideraciones, forzarse a generar un número de posibles
alternativas de respuesta al problema ―es importante obligarse a un número mínimo de
soluciones, por ejemplo 10―. A la hora de generar las alternativas de respuesta, conviene
adoptar una postura abierta: todas valen, no es el momento de juzgar cuáles son buenas y
cuáles no; simplemente es el momento de buscar qué conductas podrían llevarse a cabo. Para
ello pueden servir de guía las siguientes consideraciones:

Excluir cualquier crítica sobre posibles respuestas. Posteriormente llegará el momento de


hacerlo: ahora todo vale.
Lo mejor es generar una gran cantidad de respuestas, ya que entre todas ellas habrá
algunas buenas.
Puede ser importante combinar ideas o alternativas para dar con otras respuestas mejores.
Por ejemplo, en el caso de Santiago podrían considerarse alternativas como las siguientes:
a. Pedir inmediatamente la baja del cuerpo de bomberos.
b. Quedarme de forma definitiva.
c. Tomarme 3 meses de baja voluntaria y después volver a replantearme la decisión.
d. Echar a suerte ―moneda al aire― si sigo o pido la baja.
e. Seguir 3 meses más, y después replantearme la decisión.
f. Pedir a mi mujer que decida por mí.
g. Pedir 10 días de vacaciones para tomar la decisión con tiempo y calma.
h. Pedir a 10 amigos y a 10 compañeros de trabajo distintos su opinión sobre si debo
dejar el cuerpo o no y aceptar como definitivo el resultado de la encuesta.
i. Pedir la baja para dentro de 2 meses, a fin de que pueda buscar un trabajo antes de
irme.
j. Tomar la decisión en caliente, al finalizar el próximo servicio.
4. Toma de decisiones. Una vez generadas las alternativas de respuesta, es necesario, en primer
lugar, establecer los criterios de acuerdo a los cuales se evaluará la idoneidad de esas
alternativas de respuesta generadas. Dos o tres criterios pueden ser suficientes, dependiendo
de cada problema. Incluso puede hacerse que no todos los criterios tengan el mismo peso o
valor a la hora de evaluar las alternativas de respuesta. Por ejemplo, en el caso de Santiago
los criterios pueden ser (en cada caso el número entre paréntesis señala la importancia de 1 a
10 que se da a cada criterio):
a. Tener un trabajo que no implique peligro y no me recuerde el atentado (8).
b. Disfrutar en el trabajo y sentirme realizado (10).
c. Poner fin a mis preocupaciones y a las de mis de mis familiares (7).
Una vez establecidos los criterios, se evalúa cada alternativa, puntuando el valor que tendría
para conseguir cada uno de los objetivos establecidos. La alternativa que obtenga una
puntuación más elevada será la seleccionada como respuesta a emitir en la situación
problema. Para facilitar el análisis de todas las alternativas se pueden elaborar matrices de
decisiones, una tabla de doble entrada que en una parte incluye las soluciones y en la otra, los
criterios para evaluarlas. Puntuada cada solución de acuerdo a los criterios, se escoge aquella
que tenga más puntuación. También pueden combinarse dos soluciones de forma que entre
ambas puedan alcanzar puntuaciones elevadas en todos los criterios establecidos, indicando
que la solución es más adecuada para el problema. Por ejemplo, en el caso de Santiago, ésta
podría ser la matriz de toma de decisiones (tomando como posibles alternativas las señaladas
en la toma de decisiones ―ver punto 4―):
Criterio 2:
Criterio 1: Criterio 3:
Disfrutar en el
Tener un trabajo que no Poner fin a mis
trabajo y
implique peligro y no me preocupaciones y las de
Alternativas sentirme Total
recuerde el atentado mis familiares
realizado
(0-8) (0-7)
(0-10)
a 3 2 5 10
b 0 9 3 12
c 0 2 5 7
d 3 3 3 9
e 2 9 5 16
f 3 3 4 10
g 3 4 3 10
h 3 4 3 10
i 5 6 4 15
j 3 4 3 10

De acuerdo con esta matriz, la solución adecuada sería la e: «Seguir 3 meses más, y después
replantearme la decisión». No obstante, dado que la puntuación en el criterio 1 es muy baja
(2) se podría recombinar con la alternativa i, que es la más alta en ese criterio (5). La decisión
podría ser, por lo tanto, «decidir continuar tres meses más sin volver en este tiempo a
replantearme la decisión, y durante este tiempo dedicarme a encontrar un trabajo
alternativo». Es evidente que con criterios de valoración distintos, o con apreciaciones
distintas del valor de cada alternativa en cada criterio, se llegaría a soluciones diferentes. Por
eso es muy importante que sea la propia persona implicada la que establezca los criterios, la
importancia ―puntuación― que cada uno tiene para ella y el valor que alcanza en el criterio
cada una de las alternativas.
5. Verificación. El objetivo de este último paso es constatar si realmente la respuesta o solución
que se ha adoptado es tan eficaz como se juzgó y consigue poner fin al problema. Una vez
seleccionada la alternativa de respuesta, se ha de establecer el período de tiempo durante el
cual se llevará a cabo. Durante este período de tiempo no se puede volver a cuestionar la
solución al problema. Ya se tomó la decisión y ha de mantenerse durante el período
establecido. Asimismo, se establecen de forma específica los criterios con los que se evaluará
pasado este tiempo, si la alternativa adoptada ha servido para solucionar el problema o no.
Si al evaluar los resultados, pasado el período fijado, la alternativa seleccionada ha logrado
alcanzar los criterios establecidos, el problema está solucionado o en vía de solución si los
criterios implican sólo objetivos parciales. Si, por el contrario, no los alcanza, se hace
necesario volver a pasos anteriores ―básicamente al paso 4, si bien en algunos casos es
necesario volver al 3 o al 2), y realizarlos nuevamente. La generación de nuevas alternativas,
o la reevaluación de las existentes con distintos criterios, o puntuaciones de éstos, señalarán
nuevamente la alternativa a desarrollar.

El uso de esta técnica de solución de problemas será tanto más eficaz cuanto más se haya
practicado con ella. Para ello es muy útil, al menos en los primeros 15 días, entrenarla de forma
sistemática, aplicándola 2-3 veces cada día con diferentes problemas, aunque alguno de ellos no
sea muy relevante, o con situaciones que se anticipa pueden generar problemas. Una vez
aprendida la técnica, puede utilizarse para cualquier situación problema nueva que se genere, o
incluso para prevenirlas y tener preparada una respuesta para cuando presente.
Capítulo 11

Intervención con niños

Con mucha frecuencia los niños sufren también los efectos de los atentados terroristas.
Los padres se preocupan porque no saben valorar la normalidad de las reacciones de sus hijos y,
en ocasiones, porque no saben cómo explicarles lo que ha sucedido. En todos estos casos, los
padres se sienten superados para afrontar determinadas reacciones de sus hijos y necesitan pautas
claras sobre cómo actuar. Los profesionales deben dar pautas claras a este respecto para que sean
los padres o los responsables más cercanos quienes actúen adecuadamente dando la información
a los niños de modo que se minimicen las consecuencias del atentado.
Contrariamente a lo que muchos piensan, los niños pueden verse afectados por
experiencias traumáticas antes de los 11 años de edad, pudiendo desarrollar problemas
emocionales y de comportamiento. Estas reacciones emocionales pueden variar de un niño a otro
en tipo e intensidad. Ofrecer una información clara a los padres sobre cuáles son estas reacciones
normales es un primer paso que los profesionales deben abordar. Por eso, a continuación se
exponen las reacciones características de niños de todas las edades comprendidas entre uno y
doce años.
Reacciones normales en niños tras un atentado

Inmediatamente después de un atentado, es posible que el niño no exprese ningún tipo de


emoción y siga pendiente de sus cosas. Incluso días después, puede ser que no manifieste interés
por hablar y se comporte como si nunca hubiera pasado nada. Las manifestaciones emocionales
y comportamentales relacionadas con la situación traumática pueden necesitar de un tiempo para
aflorar y ese tiempo es distinto para cada niño.
En general, es normal que los niños manifiesten un retroceso en su desarrollo evolutivo y
presenten comportamientos más infantiles de lo que les corresponde para su edad, conductas que
ya habían superado como volver a chuparse el dedo, hacerse pis en la cama, etc.
También son frecuentes los siguientes síntomas:

Miedo a estar solo y deseo de estar acompañado por los padres


Irritabilidad y agresividad: rabietas, discusiones…
Bajo estado de ánimo
Falta de apetito
Pesadillas, terrores nocturnos, inquietud al dormir, miedo a la oscuridad
Molestias físicas: dolor de estómago, de cabeza…
Conflictos con sus hermanos
Preguntas y preocupaciones sobre la muerte
Resurgimiento de problemas que ya estaban presentes anteriormente
Falta de concentración
Sentimientos de culpa
Exceso de preocupación por los demás

En los niños más mayores pueden sumarse otras dificultades, como la falta de
implicación y problemas de concentración en tareas escolares, disminución de las actividades
cotidianas, reducción del tiempo que pasan con los amigos, rechazo a la escuela, peleas y
conflictos con sus compañeros, etc.
Todas estas reacciones son respuestas normales a este tipo de situaciones, y no deben
preocupar demasiado a los padres, siempre que no sean excesivas o se prolonguen durante
mucho tiempo ―más de un mes―; en ese caso, es aconsejable que consulten con un profesional.
Pautas de actuación

A continuación se ofrecen unas pautas para ayudar a los padres a actuar con sus hijos
durante las semanas siguientes a una situación traumática como un atentado:

Transmitir calma al niño: en situaciones de incertidumbre. Los niños buscan refugio y


consuelo en sus padres. Por este motivo, es muy importante mantener una actitud de
tranquilidad. Los padres pueden demostrar que ellos también están tristes pero deberán
mantener sus emociones bajo control.
Hablar del acontecimiento. No se debe nunca evitar hablar de lo sucedido. Para ello, es útil
comenzar por saber qué es lo que nuestros hijos ya saben y han visto, preguntándoles lo que
ellos piensan y sienten. Pero tenga cuidado de no obligarle ni asustarle si no lo hace. Sea
paciente. Escuchar atentamente sus repuestas será de mucha utilidad para manejar las cosas
en la manera más favorable para ellos.
Es probable que los niños se preocupen más por las cosas concretas e inmediatas («¿Es
seguro el colegio?, ¿podemos coger el tren?…). Tómese tiempo para contestar a las
preguntas de sus hijos y no se extrañe de que éstas sean repetitivas.
Ayude al niño a expresar sus emociones. Puede ser que el niño se sienta bloqueado ante la
situación y no sea capaz de verbalizar sus sentimientos. En estas ocasiones, lo mejor es que
sean los padres los que expresen los sentimientos por ellos. Un niño cuyo amigo ha perdido a
su padre puede sentir mucho miedo a que le suceda lo mismo y no sea capaz de expresarlo;
en ese caso, los padres pueden decirle «no tengas miedo por lo que nos pueda suceder a
nosotros, estamos aquí, contigo».
Si a su hijo le cuesta expresar las emociones, le pueden sugerir que lo escriba, que lo
dibuje o que lo exprese a través de la música o de una canción.
Tenga cuidado con la forma en la que se comentan los hechos delante de los niños. No es
adecuado mostrar ideas de prejuicio ni venganza como forma de resolver los problemas. Ésta
es una buena ocasión para trasmitirles valores como la solidaridad, la aceptación, etc. Hable
con naturalidad, sin dramatizar los acontecimientos, y con un tono emocional adecuado.
Sean sinceros. Los niños necesitan que los padres siempre, pero sobre todo en estas
situaciones, les den respuestas veraces y sinceras y les trasmitan confianza en los asuntos de
mayor importancia para el niño, tales como: «mamá te llevará al colegio», «los policías van
a detener a los culpables». Hay que tener en cuenta que el niño no es tonto ni sordo, y
probablemente va a conocer la verdad a través de otras personas, lo cual va ha hacer que se
sienta engañado y frustrado.
Mantener la rutina cotidiana. En la medida de lo posible, se debe mantener la rutina
cotidiana, especialmente en los aspectos relacionados con la comida y el descanso. La
familiaridad y cotidianeidad de lo que acontece a su alrededor son muy consoladores para los
niños y les dan un sentido de normalidad.
Promover la actividad física. A través del ejercicio físico el niño puede liberarse de la
tensión y ansiedad. En niños pequeños, la actividad manual puede ser un ejercicio muy
saludable. Dar paseos acompañados es también una actividad que puede ser de gran ayuda.
Limitar el tiempo y los contenidos de televisión. No debemos prohibir al niño ver la
televisión, pero sí restringir el tiempo y contenido de lo que observan. Si quieren ver la tele,
lo más adecuado es que no lo hagan solos. La visión repetida de los mismos acontecimientos
puede ser equivocadamente interpretada, sobre todo por los más pequeños, como un nuevo
atentado.
Evitar el consumo de bebidas estimulantes. En situaciones potencialmente ansiógenas para
el niño, es importante evitar que consuman de forma abusiva bebidas con cafeína.
En la medida de lo posible, no cedan al deseo del niño de dormir acompañado. Si el niño
les pide dormir en su cama, díganle que se van a quedar a su lado ―en la cama del niño―
hasta que se duerma; en caso de que, al principio, decidan dejar que su hijo vaya a su cama,
es aconsejable que tan pronto como sea posible sus hábitos vuelvan a la normalidad.
Muestren cariño. En este tipo de situaciones, más que nunca, el niño necesita sentirse
querido y apoyado. A veces, no sabemos qué respuesta dar al niño; en esos momentos, un
simple abrazo o una expresión afectiva son la mejor respuesta para él.
Volver al lugar del hecho. Es importante que el niño no evite el lugar en el que sucedió el
hecho. Progresivamente debe de ir acercándose al lugar y acudir a él para poner una vela,
llevar una flor, etc. Ir al lugar sin ningún objetivo puede hacer que el niño se centre
excesivamente en sus preocupaciones.
Pónganse en contacto con el colegio. Informe a los maestros del niño de cuál ha sido la
reacción de éste, e infórmese de qué medidas se están llevando a cabo en la clase para
manejar las consecuencias del desastre en los niños.
Utilicen las redes de apoyo. Si consideran que su hijo necesita recibir ayuda, consulten con
su pediatra o con el centro de salud mental.
Cuídense ustedes también. De cómo afronten ustedes esta situación depende, en parte,
cómo la pueda superar su hijo. Si se ven sobrepasados o su grado de afectación emocional les
impide llevar a cabo las pautas anteriormente recomendadas, pidan ayuda a familiares y
amigos para superar estas dificultades.
Tengan siempre presente que «No se trata de que lo olviden, sino de cómo lo
recuerden».

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