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MUERTE, AGONIA Y DUELO

Cepeda Gaviria, Danna Valentina *

*Estudiantes Facultad de Ciencias de la Salud, 2° semestre de Enfermería. Universidad

Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2019.

“Aprender a vivir es aprender a desprenderse”

Sogyal Rimpoché.

En una sociedad como en la que vivimos actualmente, donde todo es positividad y se cree que

“todo es posible”, la felicidad significa diversión, consumo, negación del sufrimiento, tristeza y

la eterna juventud. Hoy en día para las personas es demasiado difícil, por no decir que casi

imposible enfrentarse y entender el dolor, la muerte o la perdida en todo su esplendor.

En nuestra cultura la muerte no es tan considerada como parte de la misma vida, le tememos

tanto a ella que hacemos el vago intento de anularla y ocultarla de nuestras vidas, no existe una

psicopatología de la muerte sino una psicopatología de la vida (Freud, 2015), nos es difícil aceptar

la muerte como algo inevitable y esencial para nuestro ciclo de vida y que es parte natural del

proceso de la vida.

El desarrollo social y tecnológico han incrementado la esperanza de vida, pero también y de

forma paralela han prolongado las fases terminales, en ocasiones haciéndolas casi interminables.
El ser humano, como ser vivo “más evolucionado”, ha conseguido comprender leyes de la materia

y de la vida, estudiar muchas ciencias y comprender muchos fenómenos y sucesos, pero aún no ha

logrado lo mismo con la muerte, sigue latente ese temor por perder alguien o algo, o perder su vida

misma. Parece que existiera el utópico consuelo de pensar que algún día la muerte podrá evitarse.

“Según Sankar (1993), la tendencia a morir en un hospital se ha revertido en los últimos años y

ha empezado a resurgir la muerte en casa. Ello se debe a la convergencia de varios factores: un

mayor énfasis en la autonomía del paciente y el derecho a tomar decisiones de salud…”

(HANSEN, 2003). La medicina actual basa su importancia en el diagnóstico y para ello se han

incorporado toda una serie de herramientas tecnológicamente avanzadas para lograr el diagnóstico

adecuado, y seguir con el tratamiento médico o quirúrgico necesario. Pero lo que sucede cuando

este tratamiento no existe o no es posible realizarlo, la tarea médica se da por finalizada.

Por esta razón muchas personas deciden cambiar su sitio de muerte a su hogar, ya que es

demasiado importante para la persona de cuidado en esta etapa la compañía de personas cercanas,

puesto que ante la perspectiva de morir surgen preguntas acerca del origen y el significado de la

vida y las razones por las cuales se sufre y se muere. El antídoto más eficaz contra la desesperación

es sentirse querido por otra persona.

Ante la muerte se produce una respuesta de poca aceptación y de inadaptación emocional tanto

por parte de la persona de cuidado como de la familia. Los diagnósticos y los tratamientos no

deben impedir o aislar la preocupación por las cuestiones que tienen mayor significación para

ellos, ni hacer olvidar la importancia de las relaciones humanas. La presencia del médico puede

canalizar la sensación de aislamiento, de soledad y de sufrimiento hacia la tolerancia y la


aceptación, pero esto puede ser resulto y aclarado sobre todo por el personal de la salud, siendo el

profesional de enfermería quien en su labor hace frente a la atención de estas personas de cuidado

que agonizan.

Para el profesional de enfermería toda práctica está orientada y emerge de representaciones

imposibles de desligar de su labor diaria; y aunque, la mayoría de sus acciones son vistas como

técnicas o científicas, el profesional de enfermería realiza sus prácticas con el objetivo de darle el

valor social que ellas implican.

Según Elisabeth Kübler-Ross, una pionera en los estudios sobre la muerte y la agonía, “las

personas en fase terminal suelen pasar por los siguientes cinco estadios emocionales: negación,

rabia, negociación, depresión y aceptación. Estas etapas se experimentan más o menos en orden

secuencial. Sin embargo, pueden darse en cualquier orden.” (HANSEN, 2003). La negación o

también llamada fase de shock y aislamiento, es la reacción inicial, la persona enferma niega la

evidencia de la enfermedad, mantiene la esperanza del error diagnóstico. La Rabia, ira o

irritación, se centra en la angustia direccionando la culpa a alguno de la propia enfermedad, se

intenta buscar la causa, haciendo preguntas frecuentes como ¿por qué me ha pasado esto a mí?

La Negociación o pacto, en esta fase la persona enferma pasa por una fase donde intenta negociar

la curación de su enfermedad, bien sea que se propongan negociaciones con el médico o si es

creyente o religioso intentara hacer un pacto con Dios a cambio de la curación. Depresión, la

persona enferma entra en un estado depresivo y melancólico ante las consecuencias que la

enfermedad tiene en su propia vida y en la de sus personas cercanas. Finalmente la Aceptación,

aquí la persona enferma reconoce finalmente el problema y acepta la muerte como algo

inevitable.
El duelo es un término que, en nuestra cultura, suele referirse al conjunto de procesos

psicológicos y psicosociales que siguen a la pérdida de una persona con la que el sujeto en duelo,

el deudo estaba psicosocialmente vinculado (JL., 2004). El experto e investigador J. Bowlby (J.,

1993) define el duelo como “todos aquellos procesos psicológicos, conscientes e inconscientes,

que la pérdida de una persona amada pone en marcha, cualquiera que sea el resultado”.

Por lo tanto podemos afirmar que el duelo es un proceso normal, una experiencia humana por

la que pasa toda persona que sufre la pérdida de un ser querido, que incluye también todas aquellas

reacciones emotivas o de comportamiento que se manifiestan ante la pérdida.

El duelo se puede calificar como un trastorno adaptativo. El duelo comporta un estado de

sufrimiento por la muerte de alguien que es querido, es un proceso que a pesar de ser doloroso,

tras su expresión y aceptación es curativo. “ En lugar de conceptuar el duelo como un proceso

lineal formado por etapas con imites claramente definidos, es más preciso pensar en una serie de

fases superpuestas y fluidas que varían de una persona a otra… son pautas generales y no deben

emplearse para prescribir un comportamiento o ritmo apropiado en el proceso de afrontamiento

del duelo…” (HANSEN, 2003)

En el duelo se distinguen tres fases: la primera llamada Inicial o inmediata, es un periodo de no

aceptación, mezclado con negación, rechazo y autocuestionamiento que puede durar entre días o

semanas. Es característico de esta fase las ideas negativas como "la vida no merece ser vivida", la

sensación de vacío intenso, la exaltacion de los valores y cualidades del difunto y de los momentos

vitales vividos en común y recuerdos. La segunda, llamada intermedia, es dominada por la

depresión y el dolor "no lo puedo soportar". Se inicia la aceptación pero se reviven los recuerdos

que llegan más dolorosos que gratificantes. Esta fase puede durar meses o años y es característico,
la visualización del fallecido en lugares de casa o la visualización de sus pertenencias, la

realización constante y repetitiva de tareas, acciones o gestos que eran del agrado del fallecido y

en las personas creyentes se observa un aumento de la actividad religiosa. Finalmente esta la fase

de recuperación o estable, la cual es de adaptación a la nueva situación y “realidad”, se asume la

pérdida entre el miedo al futuro y la imposición de lo cotidiano. Se acepta la perdida como algo

irremediable y se tiende a reorganizar la propia vida.

Enfrentarse a la muerte es un proceso muy duro, con altibajos emocionales. No obstante, para

la mayoría de las personas, es un periodo de acceso a una nueva comprensión y a un crecimiento

personal. El hecho de enfrentarse a las heridas del pasado, el restablecimiento de las relaciones

y el hecho de preocuparse por los seres queridos permite que las personas enfermas y próximas

a morir y sus familiares alcancen a menudo una profunda tranquilidad interior.

Los duelos, por muy dolorosos y complicados que resulten, pueden ser oportunidades

excepcionales para nuestro crecimiento personal y realización, siempre y cuando seamos capaces

de afrontarlos y de integrar la correspondiente pérdida. La persona sana es aquella que no intenta

escapar del dolor, sino que sabiendo que ocurrirá intenta saberlo manejar.

“No llores porque las cosas hayan terminado, sonríe porque han existido”

C.E. Bordakian.
Bibliografía

Freud, S. (2015). Psicopatología de la vida cotidiana. FV Éditions.

HANSEN, B. (2003). DESARROLLO EN LA EDAD ADULTA. Mexico: Manual Moderno.

doi:9789707290242

J., B. (1993). La pérdida afectiva. Barcelona: Paidos.

JL., T. (2004). Pérdida, pena, duelo. Barcelona: Paidós.

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