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Sobre el fenómeno árabe sunnita iraquí: recomposiciones sociales,

paradojas identitarias y conmociones geopolíticas bajo la ocupación


(2003-2008)

Autor : Myriam Benraad


Traducción : Mariana Maañón
Revista Herodote N° 130, tercer trimestre 2008
http://www.herodote.org/article.php3?id_article=349

Al término de cinco años de una ocupación mortífera, el Irak del pos-Baas


sigue siendo presa de una violencia estructural y de una situación de ruina
sin precedentes. Sobre el fondo de la destrucción total del Estado, del
hundimiento militar de las tropas norteamericanas y de las sangrientas
disensiones civiles en el seno de la población, la perspectiva de una
“reconciliación nacional” efectiva y duradera entre iraquíes se aleja cada día
más. Destinado a hacer nacer, de las ruinas del régimen de Saddam
Hussein, un “nuevo Irak” democrático, el proyecto norteamericano se reveló
como un verdadero desastre, sinónimo de una profunda desestructuración
del espectro sociopolítico y geográfico local. Desde la caída de Bagdad, la
sociedad iraquí sufrió profundas mutaciones y la conflictividad evolucionó de
una lucha inicial contra el ocupante hacia una guerra civil compleja y plural.
El fenómeno “árabe sunnita”, que este artículo se propone deconstruir
mediante un análisis a la vez histórico y crítico, es particularmente
sintomático de este fracaso de la estrategia militar de los Estados Unidos
sobre el terreno y de las lógicas paradojales y opacas resultantes de la
ocupación.

Una singularidad identitaria arabo-sunnita histórica

¿Quiénes son los “árabes sunnitas”1 de Irak?

En el momento de su fundación en 1921 por la potencia británica, el Estado


iraquí se articula en torno de la agregación de las tres antiguas provincias
otomanas (wilayat) de Bagdad, Mossoul y Basora, que forman un mosaico
étnico, confesional y lingüístico plural. La entidad “arabo-sunnita”
representa allí entre el 15 y el 20% de la población total, sus miembros
descienden en su mayoría de oleadas de población provenientes de la
península arábiga debidas a la conquista de la antigua Mesopotamia por los
ejércitos musulmanes en el primer siglo de la Hégira.2 Se trata de tribus

1
Utilizaremos aquí sistemáticamente la expresión de “árabes sunnitas”
preocupándonos por su precisión.
2
ISHOW H. Structures sociales et politiques de l’Irak contemporain, Paris, Éditions
L’Harmattan, 2003.
árabes que se distribuyeron sobre el conjunto del territorio, con una
concentración particular en las regiones centrales del país (Xamar, Doulaïm,
Jibbouri, Oubaïd, Zoubaïd...). Si bien comparten en el plano étnico una
“arabidad” común con los chiítas –muchas veces convertidos de manera
tardía en el siglo XIX-, los sunnitas se oponen a estos últimos en la cuestión
fundamental de la sucesión del Profeta y la de la dirección de la comunidad
de los creyentes (oumma). Mientras que para los primeros el cargo califal
(khalifa) corresponde por derecho a Ali Ibn Abi Talib, primo y yerno de
Mahoma, y a su descendencia, la ortodoxia sunnita dicta por el contrario
que sea confiado a un miembro de la comunidad designado por una
asamblea de notables. Esta oposición principal tejerá el telón de fondo de
una historia llena de desgarramientos, de los que el Irak actual constituyó
durante siglos uno de sus principales teatros. Es así que Hussein, hijo de
Ali, fue asesinado en Karbala por las tropas del califa Yazid en 680,
volviéndose a través de su martirio en una figura central del chiísmo.

Como en el conjunto del mundo islámico, donde es mayoritario, el


dogma sunnita se estructura en Irak en torno de dos fuentes principales
que constituyen el fundamento de la ley musulmana (chari’a): el Corán,
libro sagrado del Islam, establecido definitivamente bajo el califato de
Othman, y las Tradiciones del Profeta (hadith), también llamadas “sunna”,
que se refieren a los actos, palabras, ejemplos atribuidos a Mahoma y
relatados por sus compañeros. El sunnismo iraquí es mayoritariamente de
obediencia hanafita, del nombre del persa Abu Hanifa, muerto en 767 y
fundador de la escuela jurisprudencial llamada de la “libre opinión” (ra’y),
que fue favorecida por los califas antes de transformarse en la escuela
oficial del Imperio otomano. Pero extrae sobre todo su especificidad de un
vínculo estrecho con la historia y con el territorio, habiendo alojado Bagdad
durante muchos siglos el califato abasí, cuyo recuerdo continúa en la
actualidad impregnando profundamente la conciencia de los fieles
musulmanes, que lo consideran como la “edad de oro” de la civilización
islámica. En épocas recientes, la capital iraquí fue igualmente un centro
privilegiado de exégesis alrededor de grandes ulemas sunnitas (Alousi,
Geylani, etc.) quienes, hasta el fin del siglo XIX, mantuvieron un vínculo
privilegiado con el poder de Estambul.3

La necesaria superación del prisma etno-confesional

Históricamente, la plataforma identitaria arabo-sunnita en Irak se forjó así


en torno de la interacción de los tres componentes étnico, tribal y religioso
precedentemente mencionados y de una relación privilegiada con la historia
política, económica, cultural del país, así como a su espacio territorial y
simbólico. ¿Hay que deducir de ello, sin embargo, la existencia de una
identidad singular, dotada de una “esencia” propia, y cuya trayectoria
histórica en el fondo se habría distinguido de los otros componentes sociales
iraquíes? Nos guardaremos aquí de ceder a las trampas de una historización
excesiva o de una aproximación “primordialista”, en tanto parece evidente,
al término de una reconstrucción crítica de nuestro objeto, que el prisma
etno-religioso no alcanza en ningún caso para justificar la existencia de

3
NAFI B., « Abu Al-Thana’Al-Alusi : An Alim, Ottoman Mufti, And Exegete of the
Qur’an », International Journal of Middle East Studies, 2002.
alguna “identidad” o “comunidad” arabo-sunnita estructuradas. La
expresión “árabes sunnitas” remite en efecto a una realidad sociológica
plural, en el seno de la cual, sobre todo en la época contemporánea, las
divisiones políticas, ideológicas, económicas, locales o incluso regionales se
han revelado muy a menudo mucho más determinantes que la simple
pertenencia sectaria.4

Al igual que a la llegada de los británicos al país a comienzos de los


años 1920, las oposiciones de naturaleza sociogeográfica ejercen aún hoy
una influencia notable. La división entre mundo urbano y mundo tribal sigue
siendo particularmente aplastante, del mismo modo que los particularismos
espaciales. Los “árabes sunnitas” originarios de las grandes ciudades
(Bagdad, Mossoul), de las periferias (Samarra, Tikrit) o de las regiones
tribales (provincia de Al-Anbar) difieren profundamente unos de otros en
sus modos de socialización, de construcción identitaria, sus
representaciones. De manera sintomática, la ocupación extranjera permite
hoy en cierto modo volver poner en evidencia esos singularismos múltiples,
largamente descuidados o silenciados por los estudios iraquíes más
recientes. Luego de muchos años de opacidad, para el exterior y para ella
misma, ¿se revelará la sociedad iraquí finalmente en toda su complejidad,
imponiendo una superación definitiva de la partición tradicional y
simplificadora entre “sunnitas”, “chiítas” y “kurdos”?

Revisitar el paradigma de la “dominación minoritaria arabo-sunnita”

Volver a poner en duda la noción de “comunidad arabo-sunnita”


históricamente estructurada conduce a cuestionar otro postulado
consagrado de la historiografía iraquí contemporánea, el de una
“dominación” política que la “minoría” arabo-sunnita habría ejercido
sistemáticamente en el curso de la historia. Esta idea constituye incluso un
verdadero “paradigma”, entendido como una percepción del mundo
(Weltanschauung), un modelo teórico de aprehensión de un fenómeno o de
una realidad social dados.5 Si uno se fía de él, Irak se habría planificado a
partir de 1921 en torno a un sistema étnico y confesional abiertamente
discriminatorio, excluyendo los británicos de las esferas de poder a la
“mayoría” chiíta y kurda en provecho de una hegemonía sociopolítica
absoluta de los árabes sunnitas. Esta discriminación se habría exacerbado a
partir del acceso al poder de Saddam Hussein quien, salido del clan árabe
sunnita Albou Nassir de Tikrit, habría practicado una política claramente
sectaria, reclutando en su feudo a los principales cuadros del Partido y del
Estado, reprimiendo con violencia a chiítas y kurdos iraquíes (represión de
las principales corrientes de la oposición política, masacre de insurgentes en
el sur iraquí en 1991), inculcando definitivamente la percepción de una
dominación social y política de tipo comunitaria.

4
BATATU H., The Old Social Classes and the Revolutionary Movements of Iraq,
Princeton, Princeton University Press, 1978.
5
KUHN T., The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, University of Chicago
Press. 1962
No se puede negar a nivel histórico, e incluso numérico, la sobre
representación que tuvieron los árabes sunnitas en el seno de las esferas
del poder, de las instituciones estatales y de las fuerzas armadas durante
toda la historia contemporánea iraquí, pero se explica antes que nada por la
perpetuación, bajo mandato británico, del estatus innegablemente
privilegiado que tenían las elites sunnitas bajo los otomanos. Por cierto, no
se trata tanto de poner en tela de juicio la existencia de esta
“infraestructura” sino de interrogarse sobre su naturaleza “reflexiva”:6
¿procedía esta dominación, en efecto, de un proyecto hegemónico pensado,
definido en términos etnoconfesionales, y sobre todo orientado a su
autorreproducción?7 Esta cuestión merecería ser hoy seriamente
reconsiderada.

El paradigma de la dominación arabo-sunnita no toma en


consideración ciertos aspectos esenciales de la historia iraquí
contemporánea. Se funda en primer lugar en la negación, indirecta, de toda
idea de una construcción “nacional”, la cual sin embargo se desarrolló
durante decenios al ritmo de una actividad intelectual y política intensa.8 Es
indiscutible que el acceso al poder del Baas marcó una violenta parada en
seco a este proceso y que el reinado de Saddam Hussein lo remató
definitivamente. La asimilación del régimen a un sistema de orden
confesional sigue siendo cuanto menos simplificadora de este proceso y no
resiste un relevamiento más minucioso de los mecanismos que sostenían,
antes de 2003, el funcionamiento de la tiranía baasista. En los años 1990,
esta última se mantuvo y perpetuó en oposición al conjunto del pueblo
iraquí, según un orden de dominación pura despojado de todos sus pasados
oropeles ideológicos y sociales.9 Entre otras ilustraciones, los incidentes
acaecidos en Ramada entre miembros de la tribu árabe sunnita de los
Doulaïm y el poder en el curso de los años 1990, son a este respecto
edificantes. La rebelión, en 1995, de segmentos enteros de esta tribu dio
lugar, de hecho, a una represión violenta por parte del régimen.10 De la
misma manera, los allegados al “rais” [se refiere a Saddam Hussein. N. de
T.] no se salvaron.

6
STEIER F., Research and Reflexivity, Sage, Londres, 1991. GIDDENS A., The
Consequences of Modernity, Cambridge, Polity Press, 1991
7
Para Frederick Steier, la “autorreflexión” (self-reflexivity) debe entenderse como
un verdadero “proceso social” (social process), Anthony Guiddens subraya por su
parte que la identidad de un grupo o de un individuo dados tiene como facultad
propia la de alimentar una “proyección reflexiva de sí” (reflexive Project of the self).
8
ZUBAIDA S. (2003), « Grandeur et décadence de la société civile irakienne », en
BOZARSLAN H. & DAWOD H. (dir.), La Société irakienne, communautés, pouvoirs
et violences, Paris, Karthala, 2003.
9
BARAN D., Vivre la tyrannie et lui survivre, l’Irak en transition, Paris, Éditions Mille
et Une Nuits, 2004
10
HASHIM A., Insurgency and Counter-Insurgency in Iraq, New York, Ithaca,
Cornell University Press, 2006.
La génesis de un fenómeno identitario complejo bajo el prisma de la
ocupación

Los árabes sunnitas en la mira estratégica norteamericana

No obstante, es precisamente en torno de esta concepción esquemática de


la sociedad iraquí como producto de una relación de fuerzas sistemática
entre una minoría arabo-sunnita dominante y una mayoría chiíto-kurda
oprimida que se estructura, al inicio del conflicto, el enfoque
norteamericano al presidir el derrocamiento del régimen de Saddam
Hussein. Así, mientras chiítas y kurdos se vieron agraciados por Washington
como los futuros fundadores de un “nuevo Irak” democrático, los árabes
sunnitas son por su parte asociados colectivamente a la dictadura baasista,
de la que formaron, a los ojos de los estrategas neoconservadores, la
principal armazón. Esta esencialización de un “macro-enemigo”11 arabo-
sunnita, ciertamente inspirada en los tópicos consagrados por la irakología
moderna, se vio por otro lado exacerbada por la influencia aplastante de las
fuerzas de la oposición iraquí en el exilio, que pretenden imponerse
férreamente como los nuevos amos del juego.

La designación de un enemigo interior “arabo-sunnita” en Irak


procede igualmente, de manera indirecta, del pensamiento desarrollado
inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y
de la “guerra contra el terror” decretada por la administración de George W.
Bush. A este respecto, la “conexión” establecida por Washington entre el
régimen de Saddam Hussein, último paladín del nacionalismo árabe, y
Ossama Ben Laden, entonces figura de proa del islamismo (sunnita) global,
no es residual. En primer lugar, refuerza la representación de los árabes
sunnitas iraquíes como siendo no solamente la encarnación colectiva de la
tiranía baasista, sino también un sostén directo del movimiento islamista
radical, siendo sospechoso el “rais” de haber ofrecido un refugio territorial a
muchas organizaciones terroristas. Sobre un plano a la vez endógeno y
exógeno, la demonización de la identidad arabo-sunnita es pues patente en
vísperas de la invasión militar, llevando ya en germen las medidas
devastadoras que va a tomar la coalición.

“Desbaasificar” Irak, ¿el rostro oculto de una “desunnificación”?

Entre estas medidas, figura en primera fila la política de “desbaasificación”


decretada por la coalición desde el mes siguiente a la caída de Bagdad, el 9
de abril de 2003. Inspirándose en el programa de “desnazificación” de
Alemania en 1945, provoca en algunas semanas no un “cambio de régimen”
(regime change), gracias a la mera disolución del Baas y de sus órganos de
seguridad sino, mucho peor, un hundimiento total del Estado iraquí y de sus
instituciones. Colocada bajo el mando de Ahmad Chalabi, golpea sin
discernimiento al conjunto de la población iraquí que, generalmente, debía

11
BOZARSLAN H. & DAWOD H. (dir.), La Société irakienne, communautés, pouvoirs
et violences, Paris, Karthala. 2003.
su adhesión al Hizb a simples motivos oportunistas (cálculos de interés y
otros privilegios relativos).

En unas pocas semanas, todas las élites del país, mayoritariamente


árabes y sunnitas, son decapitadas, decenas de miles de hombres
arrestados, oficiales y policías desmovilizados y librados a su suerte
después del desmantelamiento del ejército iraquí y de las fuerzas de
seguridad. Si la desbaaasificación es una prioridad fundamental a los ojos
de la mayoría chiíto-kurda, es en cambio vivida por los árabes sunnitas
como una ciega empresa de punición en su contra.

Entre persecución militar y marginalización política

En el plano militar, la desbaasificación se traduce en la conducción, en las


principales regiones arabo-sunnitas, de intensas operaciones terrestres –
“cercar y buscar” (cordon and search)- destinadas a acorralar a los
elementos del antiguo régimen. En unas pocas semanas, el “Triángulo
sunnita” –expresión elaborada de cabo a rabo por los think tanks
norteamericanos- se transformó en el principal santuario de los nacientes
fermentos de la oposición armada iraquí y de la estrategia contrainsurgente
de las fuerzas de la coalición. La extrema virulencia de las acciones que allí
se despliegan, conjugada con las humillaciones y repetidas exacciones
contra los civiles, suscita la indignación de las poblaciones locales y prepara
al mismo tiempo el terreno de una profunda hostilidad respecto al proceso
de transición.

El resentimiento demostrado por numerosos árabes sunnitas es, a


este respecto, tanto más fuerte cuanto que a esta verdadera cacería
humana se agrega un ostracismo total en el seno de las nuevas
instituciones puestas en pie por el ocupante. El 13 de julio de 2003, el
establecimiento del primer “Consejo de Gobierno iraquí”, no incluye sino
cinco árabes sunnitas frente a una representación aplastante de las
coaliciones chiíta y kurda, institucionaliza de facto una reconstrucción
política de esencia sectaria y, sobre todo, el estatus de minoría en el cual la
franja arabo-sunnita se vio encerrada contra de su voluntad.12 Entre 2003 y
2005, esta exclusión política fue constante. El gobierno interino, formado
por Iyad al-’Allawi el 1° de junio de 2004, aunque se reivindica como
representante del conjunto de la diversidad social iraquí, no cambia nada de
esta situación. Por añadidura, Ghazi al-Yawar, jefe tribal shammar
designado para la presidencia, es una figura controvertida y aislada de los
medios árabes sunnitas locales.

12
El concepto de “minoría” no remite necesariamente a una simple consideración
numérica y se refiere generalmente en sociología al estatus desventajoso que
puede sufrir un grupo debido a rasgos identitarios (étnicos, religiosos, lingüísticos)
que lo distinguen de la mayoría. Como lo subraya el sociólogo Louis Wirth, este
estatus es susceptible de provocar una discriminación social duradera. Ver WIRTH
L. (1945), « The Problem of Minority Groups », en LINTON Ralph (ed.), The Science
of Man in the World Crisis.
A nivel simbólico, el rechazo del estigma13 impuesto a los árabes
sunnitas pasa por una reafirmación de su “iraquidad” que, rápidamente,
toma la forma de un levantamiento armado.

La insurrección, reflejo y crisol de una identidad contestataria plural

Nacimiento del levantamiento: ¿resistencia “árabe sunnita” o


fenómeno transversal?

A la calma relativa que parecía predominar en los primeros días siguientes a


la “Operación Libertad Iraquí” (Operation Iraqi Freedom), le sustituye muy
rápido, sobre el terreno, un profundo malentendido entre iraquíes y tropas
extranjeras. A medida que se multiplican incidentes, escaramuzas y
arrestos arbitrarios, se extienden los actos de violencia a través del país, y
esto particularmente en las provincias centrales más afectadas. Baasistas
provenientes del antiguo dispositivo de seguridad, armados y avezados en
las técnicas de combate, oficiales desmovilizados y privados de salario,
jihadistas extranjeros o simples chabab deseosos de enfrentarse a la
ocupación, los actores que organizan las primeras células del levantamiento
son numerosos. Sus operaciones se concentran entonces, esencialmente, en
Bagdad y en la provincia de mayoría demográfica arabo-sunnita de Al-
Anbar, devenida en unas pocas semanas en el principal feudo de los
insurgentes. La idea según la cual la insurrección revela de entrada una
perspectiva sectaria –árabe y sunnita en especial-, considerablemente
relevada por la mayoría de los observadores, no deja de ser torcida y
engañosa en cuanto a la verdadera naturaleza del movimiento que emerge
a partir del verano de 2003.

13
Erving Goffman define un “estigma” como todo signo, atributo o marca
susceptibles de desacreditar, de desclasar a un individuo o a una categoría
de individuos y de provocar su marginación, incluso su exclusión. Ver
GOFFMAN E., Stigmates : les usages sociaux des handicaps, Paris, Éditions de
Minuit, 1963 [Hay traducción al español: Estigma. La identidad deteriorada. Ed.
Amorrortu, Buenos Aires, 1986].
En su forma inicial, la violencia que se opone a las fuerzas
extranjeras revela en efecto un fenómeno a primera vista transversal,
intercomunitario, donde los particularismos étnicos y confesionales se
funden en un mismo imperativo de lucha contra el ocupante. Mientras el
presidente norteamericano declara el fin de las “principales operaciones” en
Irak el 1° de mayo, los partisanos de Muqtada al-Sadr, que controlan
barrios enteros de la capital iraquí, comienzan ya a organizar una oposición
armada de gran amplitud contra la ocupación, que culminará el año
siguiente con combates sangrientos entre el “Ejército del Mahdi” (Jaïch
alMahdi) y las tropas norteamericanas en Bagdad, Karbala y Najaf (sur del
país), y se traducirá en una “unión sagrada” de los insurgentes sunnitas con
sus hermanos chiítas.

Sobre el triple registro “nacionalista”, “islámico” y “tribal” de la


lucha armada

La concentración de la violencia insurreccional en el “Triángulo sunnita” no


es pues el producto de alguna predisposición intrínseca de los árabes
sunnitas al levantamiento, sino antes que nada la consecuencia del peso de
la presencia militar extranjera que allí se despliega. Dos registros
identitarios principales constituyen el basamento del levantamiento armado:
uno “nacionalista” (patriótico), otro “islámico” (religioso). Estos
sentimientos son indisociables y se confunden en la lucha de los primeros
grupos contra la ocupación. En este sentido, defender Irak es vivido a la vez
como un deber ciudadano, al servicio de la nación iraquí y de su soberanía,
y religioso, el de una jihad defensiva hostil a una presencia considerada
como “impía” en un territorio musulmán. Ambos aparecen tanto más
decisivos en cuanto se refuerzan el sentimiento de humillación, la cólera de
las poblaciones locales y la multiplicación de los incidentes, impulsando a
numerosos jóvenes a tomar las armas. Un breve examen de las primeras
facciones que salieron a la luz en el bando insurreccional iraquí confirma
este doble anclaje. Sintomáticos de esta sutil alianza “islamo-nacionalista”
son grupos tales como el “Comando de la Liberación y de la Resistencia
iraquí”, el “Alto Comando de los mujahidines de Irak” o el “Frente Nacional
para la Liberación de Irak”, los tres aparecidos luego de mes de abril de
2003.

Un tercer pedestal de esta insurrección que toma cuerpo en el


verano de 2003 remite a la identidad tribal de las provincias que la cobijan,
la que articula un conjunto de normas y de actitudes igualmente
esclarecedoras de la amplitud de los enfrentamientos. El tejido social de las
regiones centrales de Irak se estructura alrededor de una constelación de
pequeñas y medianas tribus, algunas de las cuales constituyen
confederaciones interfronterizas más amplias (Doulaim y Shammar, por
ejemplo). Aunque profundamente desestructurado en la época
contemporánea, el mundo tribal iraquí conservó un fuerte apego a las
tradiciones guerreras. En gran medida, el comportamiento ofensivo y
ultrajante de algunos soldados norteamericanos, que no dudó en esposar o
disfrazar a los hombres a la vista de sus familias, en penetrar en las casas
con perros –acto prohibido por el Islam- o en practicar cacheos corporales a
las mujeres, suscita un profundo sentimiento de humillación en el seno de
las poblaciones locales y deseos de venganza. Así, un insurgente declara en
2003: “América nos ha invadido, insultado y por lo tanto es legítimo para
nosotros combatirla. Nuestro honor está en juego.”

Fallujah, símbolo de una hostilidad colectiva

Situada en el corazón de la provincia de Al-Anbar, Fallujah, también llamada


“Ciudad de las Mezquitas” (madinat al-masajid), se transformó desde 2003
en uno de las principales bastiones de la insurrección armada. Sin embargo,
sus dignatarios y principales jefes de tribus inicialmente habían favorecido
una posición conciliatoria. A mediados de abril, o sea algunas semanas
después de la caída del régimen, las tropas extranjeras abren fuego sobre
las poblaciones durante una manifestación por la reapertura de la escuela
sitiada por la coalición y causan la muerte de muchas decenas de inocentes.
Un año más tarde, la mutilación de cuatro empleados de la compañía de
seguridad Blackwater, colgados por una población local alborozada, provoca
el lanzamiento de la operación militar “Resolución Vigilante” (Vigilant
Resolve), que desemboca en el primer sitio de la ciudad y cuesta la vida a
muchos miles de insurgentes, mientras que los habitantes son obligados a
huir. No permitiendo esta primer batalla una extinción del levantamiento,
que se reconstituye en algunos meses, las fuerzas norteamericanas y
oficiales iraquíes, colocados bajo la batuta del Primer Ministro Iyad al-
’Allawi, lanzan finalmente en noviembre de 2004 una segunda operación
conjunta, “Furia Fantasma” (Phantom Fury), que debe aplastar
definitivamente a los miembros de la oposición armada. Al término de
sangrientos enfrentamientos, Fallujah es destruida totalmente y la
hostilidad de los árabes sunnitas es entonces impulsada a su paroxismo.

Los árabes sunnitas en una situación de impasse política estructural

Hundimiento del régimen, vacío político, déficit de liderazgo

La destrucción del régimen de Saddam Hussein, la institución por parte de


las fuerzas de la coalición de una situación convenientemente comunitaria y
el retorno triunfante de partidos chiítas y kurdos abiertamente sectarios
colocan a la franja arabo-sunnita en una situación de vacío político total, si
no de asedio. Esta última no dispone en efecto de ninguna institución
alternativa y las corrientes de la antigua oposición en el exilio capaces de
ofrecerle una representación son minoritarias, desconectadas desde hace
muchos decenios de las realidades sociales del país o simplemente privadas
de toda real audiencia popular. Una formación como el Partido Islámico
Iraquí (Al-Hizb al-Islami al-’Iraqi), heredera histórica de los Hermanos
Musulmanes reprimidos en el curso de los años sesenta y pasados luego a
la clandestinidad, es particularmente emblemática de este doble déficit de
representatividad y de legitimidad. A pesar de sus continuos esfuerzos con
vistas a ganarse el apoyo de la población y de su participación en las
nuevas instituciones, fracasó en la tarea de imponerse y se vio incluso
ampliamente desacreditado debido a sus posiciones.

Más profundamente, los árabes sunnitas, contrariamente a los


chiítas y a los kurdos, no disponen de ninguna cultura política salvo una
proyección colectiva dentro del modelo nacional iraquí, centralista y
unitario, tal como fue fijado por los gobiernos sucesivos y que forma
ontológicamente a sus referentes. Dicho de otra manera, la identidad
sociopolítica arabo-sunnita no se definió jamás, o lo hizo raramente, en
oposición a los poderes establecidos sino que, por el contrario, se estructuró
alrededor de un principio de “iraquidad” triunfante y compartido, del que
buen número de actores en el pos-Baas se sintieron los dignatarios y
defensores infalibles. Este doble registro identitario “centralista” y “unitario”
ilustra sobre todo la dificultad que fue, de entrada, la de la mayoría de
árabes sunnitas para reconocerse e identificarse con la nueva política
sectaria y, en consecuencia, su rechazo masivo de esta última.

Un paisaje político múltiple, una condena unánime del ocupante

Frente al vacío latente creado por el hundimiento del orden baasista, un


abanico de formaciones políticas no tarda en hacer su aparición en el seno
del nuevo campo político iraquí en gestación, dando voz, de manera más o
menos explícita, a la crisis política e identitaria arabo-sunnita. Algunos [son]
preexistentes a la caída de Bagdad, otros son radicalmente nuevos, y todos
se caracterizan por la extrema diversidad de sus anclajes ideológicos
respectivos. Se distingue generalmente a tal efecto los partidos llamados
“laicos” de las fuerzas de obediencia religiosa, aunque en realidad sea
delicado trazar los contornos exactos de la representación arabo-sunnita
pos baasista. Entre las fuerzas seculares figuran, sin embargo, fuerzas
como los Demócratas Iraquíes Independientes, bajo la conducción de Adnan
Pachachi, antiguo ministro de Asuntos Exteriores antes del golpe de Estado
del Baas de 1968, o el Partido Democrático Nacional de Nasser Chadarchi.
En el campo religioso emergen, por su parte, tres corrientes principales: el
Comité de los Ulemas Musulmanes, quienes se atribuyen el control de
“3.000 mezquitas” del país, el Partido Islámico Iraquí, precedentemente
citado, y el movimiento salafista.

Situada en una perspectiva dinámica, la evolución de este campo


durante los cinco últimos años mostró un declive de las corrientes seculares
y el ascenso de las fuerzas religiosas, en continuidad con el proceso de
reislamización de la sociedad iraquí tal como se había puesto en marcha por
lo bajo a fines de los años 1980, antes de ser objeto de una
instrumentalización por parte del régimen a través de la “campaña de la fe”
(Hamlat al-imn), lanzada tres años después del comienzo del embargo. En
la primavera de 2003, el regreso a Irak de algunas grandes figuras
religiosas, familiares entre la población y disfrutando de una fuerte
popularidad debido a su violento rechazo a la ocupación –Harit al-Dhari,
líder del Comité de los Ulemas Musulmanes, o el imán salafista Ahmad al-
Soumaydaï, ambos cercanos a la insurrección armada, son dos ejemplos–,
favoreció esta subida espectacular del campo religioso, ocupando la
mezquita la nulidad política, social y simbólica dejada por la destrucción del
Estado iraquí.

En su conjunto, estas fuerzas tienen por común denominador su


rechazo al ocupante y a toda forma de participación en la transición política
sostenida por la coalición, ilegítima y portadora de una división de la nación.
La defensa de un Irak unitario y el rechazo del sectarismo fundan al
respecto la singularidad político-identitaria de los árabes sunnitas, aunque
excluyéndolos por largo tiempo de las instituciones.

De la oposición coyuntural al impasse político estructural

La trayectoria de los árabes sunnitas en el Irak pos baasista, en efecto,


dibuja, en grandes trazos, una hostilidad estructural a todas las etapas del
proceso político e institucional edificado por las fuerzas de la coalición. Su
ostracismo, luego del verano de 2003, de las instancias del gobierno, al que
se agrega el impacto devastador de la desbaasificación, fija duraderamente
este posicionamiento, exacerbado al término de los dos sitios a Fallujah el
año siguiente. El primer escrutinio legislativo de enero de 2005 fue así
objeto del boicot de todas las formaciones políticas y la participación de la
población local en el voto es casi nula.14 Los resultados, al consagrar una
victoria aplastante de las listas comunitarias chiítas y kurdas, sancionan

14
Pese a la ausencia de estimaciones exactas y fiables, las tasas de participación en
las regiones y provincias de mayoría demográfica árabe sunnita fueron
extremadamente bajas (de 2 a 25% según las cifras reportadas por el PNUD).
definitivamente el estado inicial de sub-representación, sólo 17 de los 275
diputados del nuevo Parlamento eran de origen árabe y sunnita. Concientes,
sin embargo, de que un rechazo definitivo del proceso político puede, en un
plazo más largo, revelarse fatal y poner en peligro su existencia misma
dentro del edificio iraquí, algunos dirigentes árabes sunnitas inician un
viraje a partir de la primavera siguiente a las elecciones y operan un
retorno a la escena política. Este cambio es tanto más propicio cuanto que
los Estados Unidos, apresados por una insurrección armada cada vez más
organizada y sofisticada, ejercen presiones crecientes sobre el nuevo
gobierno del chiíta Al-Ja’fari para que permita la reintegración progresiva de
los sunnitas en el juego político, sobre todo la de los antiguos elementos
baasistas (“rebaasificación”). Haciendo esto, los Estados Unidos esperan
poder contener el levantamiento armado haciendo volver a la vida civil a los
antiguos insurgentes. Los árabes sunnitas, finalmente, deben ser asociados
estrechamente a los trabajos de redacción de la Constitución permanente.

En conjunto, los dos postigos del “retorno” político de los árabes


sunnitas son un fracaso. Por una parte, la “rebaasificación” deseada por la
coalición se revela no sólo tardía, sino [que además] tropieza con la
oposición de las fuerzas chiítas, mientras la insurrección continúa
prosperando. Sobre la cuestión constitucional, las partes no han logrado
superar sus disensiones y el texto final, que ratifica el principio federal y
sanciona así la reorganización de Irak según líneas étnicas y religiosas, es
rechazado en bloque por la mayoría de árabes sunnitas, que temen una
partición de facto del país, a través de la cual se verían reducidos a una
situación de ciudadanos de segunda, sitiados por las periferias y, todavía
más, privados de todo acceso a los principales recursos energéticos.

Normalización incierta, parcelación política, representatividad


variable

Además de una relación de hostilidad visceral a la transición, la situación de


impasse político en la cual se encuentra la franja arabo-sunnita se explica
en parte a través de una conjunción de factores que le son propios. En
primer lugar, el horizonte de una normalización y de una adhesión al
proceso puesto en marcha tropieza con la resiliencia de la insurrección
armada, cuyos miembros se oponen a toda forma de colaboración o de
compromiso con el ocupante y no dudan en usar los medios más violentos
para castigar o disuadir toda veleidad participacionista. Repetidas veces, las
oficinas del Partido Islámico Iraquí (PII), que se unió a la dinámica política
en 2004, fueron saqueadas, incendiadas, y muchas de sus personalidades,
liquidadas. Todos los partidos políticos se encuentran así frente a un
espinoso dilema: condenar al ocupante aceptando el precio de la
clandestinidad –esta elección será la del Comité de los Ulemas Musulmanes
y de su líder Al-Dhari– o colaborar con las fuerzas extranjeras, a riesgo de
una deslegitimación a los ojos de la población y de ser tomados como
blancos directos por el levantamiento.

A esta dificultad de posicionamiento se agrega la extrema


fragmentación del paisaje político, que no alcanzó nunca a estructurarse de
manera clara ni a proponer un proyecto unificado y coherente. Sin
embargo, en los primeros meses siguientes a la caída de Saddam, en
muchas ocasiones tuvieron lugar tentativas de acercamiento entre partidos.
Pero verdaderamente no es sino en 2005, en la víspera del segundo
escrutinio legislativo, que estas últimas dieron sus primeros resultados,
principalmente con el establecimiento del “Frente Iraquí de la Concordia” y
del “Frente Iraquí por el Diálogo”, que reagrupaban a diversas facciones
políticas y cuya participación en las elecciones marcaba el retorno de los
árabes sunnitas a la escena política.15 Finalmente, la cuestión de la
representatividad real de estas corrientes ante los ciudadanos no dejó de
plantearse. Si [bien] no se dispone a este respecto de ningún dato en cifras,
algunos gozan manifiestamente de cierto capital de simpatía más elevado
en el medio popular, como el Comité de los Ulemas, que esencialmente
obtuvo su popularidad de la invariabilidad de sus reivindicaciones, así como
de su sensibilidad profundamente nacionalista.

Una guerra civil emblemática de las paradojas identitarias iraquíes

De Al-Qaeda al momento crucial de Samarra: ¿un “momentum”


confesional?

Inicialmente transcomunitaria, la insurrección armada se homogeiniza poco


a poco a partir del año 2005 para volverse principalmente arabo-sunnita.
Este proceso es el fruto de una salafisación creciente de sus filas, bajo
influencia principalmente del movimiento jihadista y de sus representantes
extranjeros. La “Organización de Al-Qaeda en el país de los dos ríos”
(Tanzim al-Qa’ida fî Bilad al-Rafidayn), antiguamente “Unicidad y Jihad”
(Tawhid wa-l-Jihad), apareció en Irak en el curso del verano de 2003,
conducida por el dirigente jordano Abou Mous’ab al-Zargawi, presunto autor
de los ataques más mortíferos dentro del país. Desde su llegada al territorio
iraquí, éste pretende no solamente confrontar al ocupante “cruzado”, sino
sobre todo eliminar del paisaje iraquí a los “refractarios”16 (rawafidh). Esta
animosidad hacia el chiísmo, característica del pensamiento salafista, se
transparenta desde 2004 en diferentes comunicados difundidos por
Internet. En una carta interceptada por la coalición y atribuida a Al-Zargawi,
éste revela así su intención de fomentar un conflicto sectario entre chiítas y
sunnitas en Irak.17 En este sentido, Al-Qaeda capitaliza ampliamente el
rencor, la frustración y la ausencia de perspectivas de numerosos árabes

15
BENRAAD M., « Irak : avancées et écueils d’une transition (2005-2006) » [Irak :
avances y retrocesos de una transición (2005-2006)], Afrique du Nord Moyen-
Orient, La Documentation française, 2006.
16
La expresión hace referencia, en la vulgata salafista, a los musulmanes chiítas,
considerados como “apóstatas”.
17
Todavía hoy subsisten serias dudas en cuanto a la autenticidad del documento,
encontrado en el mes de marzo de 2004 por las fuerzas de la coalición. Según
algunos observadores, subrayando su fuerte tono “nacionalista”, tendría más el
sello de elementos del régimen baasista, principalmente antiguos miembros del
servicio de seguridad (moukhabarat).
sunnitas iraquíes con el fin de sumarlos a sus filas, ofreciéndoles ingresos,
entrenamiento y armamento. En 2005, la organización, entonces
ampliamente “iraquizada”, intensifica fuertemente sus operaciones armadas
a través de una serie de atentados suicidas espectaculares y de asesinatos
puntuales, en adelante todos de carácter abiertamente sectario.

El 22 de febrero de 2006, el atentado con explosivos contra el santo


mausoleo chiíta de la ciudad de Samarra, que guarda las tumbas de los
imanes ‘Ali al-Hadi (827-874) y Hassan al-‘Askari (845-874), provoca un
vuelco brutal del conflicto iraquí en los tormentos de una guerra civil de
gran amplitud. Una ola de violencia sin precedentes se apodera del país y se
traduce en represalias sangrientas en contra de lugares de culto y civiles
árabes sunnitas, a los cuales los fieles chiítas atribuyen el crimen. Decenas
de mezquitas sunnitas son así saqueadas, incendiadas o destruidas en la
capital y las provincias del sur iraquí, y dignatarios religiosos salvajemente
ejecutados. La denuncia de la violencia por las corrientes políticas de
anclaje arabo-sunnita (Partido Islámico, Comité de los Ulemas
Musulmanes), que evocan una campaña de agresiones “voluntarias y
sistemáticas” contra las poblaciones árabes sunnitas, no permite ningún
apaciguamiento verdadero de la situación y la violencia no cesa de
extenderse.18

El espacio territorial iraquí se encuentra fuertemente afectado y


profundamente reconfigurado al ritmo de la fractura sectaria que desgarra
al país. Numerosas poblaciones árabes sunnitas radicadas en zonas
geográficas predominantemente chiítas son forzadas, en condiciones
dramáticas, a abandonar sus barrios y hábitat. Los sucesos de Samarra
transforman profundamente los equilibrios étnicos y confesionales iraquíes.
Así, en Bagdad, durante muchos meses, violencias sin precedentes oponen
unos contra otros a los barrios de mayoría sunnita y chiíta y se traducen en
una verdadera campaña de limpieza étnica, acarreando progresivamente
una homogeneización de las principales zonas de la capital.

De la unidad formal al resquebrajamiento de la insurrección arabo-


sunnita

El giro confesional del conflicto iraquí en la primavera de 2006 desnuda la


amplitud del desgarramiento de la sociedad iraquí desde el comienzo de la
ocupación extranjera. Como lo muestran las formas de violencia que se
sustituyen progresivamente a la sola división sunnita/chiíta, la
conflictualidad iraquí se caracteriza por su extrema complejidad y la
pluralidad de las lógicas identitarias que la recorren. No remite a un simple
proceso de uniformización comunitaria, sino a dinámicas de
resquebrajamiento sociales, geográficas y simbólicas generales, casi
indescifrables.

La evolución de la insurrección arabo-sunnita inmediatamente


después de la muerte de Abou Moussab Al-Zargawi, muerto en una
incursión norteamericana en el mes de junio de 2006 por las fuerzas de la

18
BENRAAD M., « L’Irak dans l’abîme de la guerre civile », Politique étrangère (1),
2007.
coalición, es particularmente emblemática de esta fragmentación
intracomunitaria que sucede al “momentum” de Samarra.

El 15 de octubre de 2006, la rama de Al-Qaeda proclama


unilateralmente un “Estado islámico de Irak” (Dawlat al-’Iraq al-Islamiyya)
en muchas partes del territorio iraquí (Bagdad, Al-Anbar, Diyala, Kirkouk,
Salah al-Din, Ninive, provincias de Babel y Wasit) con vistas a proteger a
los sunnitas de las exacciones “cruzadas” y “safavides” (¿?), y dotar a estos
últimos de verdaderas instancias representativas luego de la adopción de la
ley federal por el Parlamento iraquí. Esta declaración hegemónica alimenta
de golpe la suspicacia no sólo de la coalición, sino [también] de los
principales grupos insurgentes de tendencia más nacionalista (en particular,
las Brigadas de la Revolución 1920 y el Ejército Islámico de Irak), que
acusan a los partidarios del Estado islámico de liquidar la unidad territorial
iraquí al servicio de sus ambiciones. Estas disensiones, sobre el fondo de
politización creciente del movimiento, inician un proceso de delicuescencia
progresiva de la unidad que parecía hasta entonces prevalecer en el seno
de la oposición armada.

El fenómeno del “Despertar” tribal (Sahwa) o la profundización de


las divisiones

Paralelamente a las disensiones que agitan a la oposición armada después


del anuncio de un Estado islámico, otro fenómeno emerge en el otoño de
2006: el “Consejo del Despertar de Al-Anbar”, establecido por tribus de la
provincia en vistas de eliminar allí a los miembros de Al-Qaeda. Se trata en
primer lugar de una reacción de los principales jefes tribales de la región,
luego de la liquidación por parte de la organización de muchos de sus
miembros –entre los que se destaca la figura de Abd al-Sattr al-Richawi. En
el transcurso de algunos meses, Al-Anbar, hasta entonces foco
insurreccional reputado como inexpugnable, se volvió uno de los
componentes esenciales de la estrategia norteamericana de la escalada
lanzada por la administración Bush en el mes de enero de 2007. Concientes
de que no pueden actuar solas, las tribus de la provincia se alían en efecto
a la fuerzas extranjeras y no tardan en registrar importantes éxitos frente a
Al-Qaeda. Así, las mejoras securitarias en Bagdad y en el centro del país,
aunque relativas y frágiles, son incontestables.

En 2007, la Sahwa no dejó de extenderse, generalizándose al


conjunto de la provincia de Al-Anbar y luego a otras provincias, a través de
la movilización de importantes personalidades tribales y de insurgentes
nacionalistas. Beneficiándose del sostén material (armamento) y financiero
norteamericano, el movimiento es así estimado a comienzos del año 2008
en cerca de 80.000 miembros, de los cuales cuatro quintas partes son
árabes sunnitas. Según algunos observadores, los Consejos del Despertar,
cuyas ambiciones políticas son evidentes, ofrecerían finalmente una puerta
de salida a la población árabe sunnita frente al impasse de las formaciones
políticas “formales”. Dispondrían a partir de ahora de un amplio margen de
maniobra sobre el terreno, después de haber rellenado a nivel político,
social y securitario el vacío del ámbito estatal.
Esta nueva dinámica tribal conlleva numerosas incertidumbres,
susceptibles de profundizar el estado de división de la entidad arabo-
sunnita.

Políticamente, los deseos de dominación de las tribus conducen a la


aparición de vivas tensiones en el bando de las fuerzas asociadas al proceso
político. Personalidades tales como el actual vicepresidente iraquí Tariq al-
Hachimi o el líder de Frente de la Concordia Iraquí Adnan al-Doulaïmi
expresaron repetidas veces su inquietud frente a las ambiciones políticas de
la Shawa. La popularidad creciente y el poder efectivo del que disponen los
jefes de tribus sobre grandes porciones del territorio desafían de hecho el
poder del bloque sunnita en el seno del gobierno, hoy comprometido en
negociaciones para [lograr] un mejor reparto del poder, que la expansión de
la Sahwa podría potencialmente comprometer.

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