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El olvido del “Músico Interior”

Por Mauricio Weintraub

A lo largo de mi trabajo con grupos de músicos en mis cursos dirigidos a trabajar la


problemática del no disfrute en el momento de hacer música, he observado que una de
las principales causas de esta problemática es lo que llamo “el olvido del músico interior”.
En este sentido, llamo músico interior a aquella parte de nuestro ser que tiene la potencia
de conmoverse profundamente con el hecho musical y que tiene el deseo y la necesidad
de expresarse a través del hacer música.
Si nos retrotraemos a nuestros primeros contactos con la música, muy probablemente nos
recordaremos a nosotros mismos experimentando esta “conmoción profunda” por un
hecho musical determinado. Quizá en aquel momento observamos un músico en escena,
escuchamos una grabación o tocamos por primera vez un instrumento y algo en nosotros
(o “alguien”) supo simplemente que deseaba estar ahí, ser quien produjera ese sonido, de
alguna manera ser ese sonido. Este “alguien”, este “pequeño ser interior”, este “Músico
Interior” es quien, a través de su deseo, nos impulsó a ser músicos y es por él por quien
decidimos iniciar nuestro estudio musical.
Sin embargo con el correr de los años y con el transitar por nuestra carrera musical
muchas veces esta búsqueda de la “vivencia musical” va quedando relegada a un segundo
plano. Es así como en muchas ocasiones por influencia del medio, por olvido propio, por
intercambio de prioridades o simplemente por decisiones personales, otros elementos de
nuestra actividad adquieren mayor importancia que el hecho musical en sí. De esta
manera la búsqueda del éxito comienza a ocupar el centro de nuestra atención y a
convertirse en un objetivo más importante que la expresión musical propiamente dicha.
En este sentido llamo éxito al reconocimiento externo sobre la actividad desarrollada.
Este reconocimiento puede estar dado por un colega, un maestro, la familia o el universo
musical en su totalidad. La búsqueda de este reconocimiento, es decir la búsqueda del
éxito, muchas veces nos es enseñada desde el comienzo de nuestra actividad musical de
manera “subliminal” y es aceptada por nosotros mismos cada vez que consideramos más
importante la aceptación de nuestro maestro, la nota en el examen, o el aplauso del
público, que la vivencia profunda de la obra que estamos interpretando. Lógicamente los
“nombres” del éxito son varios y se modifican con el transcurrir de nuestra actividad. Así,
este éxito se llama indistintamente una nota en el diario, un puesto de jerarquía, una
retribución económica o la opinión favorable de algún maestro determinado. En aquellos
músicos que no experimentan disfrute en el momento de tocar, éste suele ser un punto
de fundamental importancia ya que en muchas ocasiones este “no disfrute” es solo la
punta del iceberg que esconde una pregunta mucho más profunda y esencial con respecto
a la actividad musical: La pregunta acerca de “¿Para qué hacemos música?”.
En muchos músicos el “no disfrute” en el escenario habla de un cambio sutil e
inconsciente, pero fundamental en relación al objetivo de su actividad musical. Así, el
mismo músico que años antes comenzó su vida musical para satisfacer aquella necesidad
de experimentar profundamente el hecho musical se encuentra años después llevando
toda una “vida musical” con el objetivo de ser un “músico exitoso”.

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Lógicamente no es la intención de este artículo minimizar o restar importancia al éxito
profesional y a los beneficios evidentes que éste acarrea. Es evidente que todo músico (y
en definitiva toda persona) anhela, desea y necesita ser reconocido por sus pares y por sus
superiores, ascender en la escala social de su profesión así como obtener una mayor
retribución económica por su trabajo. Este anhelo, esta necesidad es no solo válida sino
deseable ya que habla de la propia esencia del ser músico y del ser humano en relación
con la vida en sociedad.
Sin embargo, este artículo sí desea reflexionar acerca de cuál es el objetivo final de
nuestra actividad musical o, en otras palabras, cuál es la luz que guía nuestra actividad y
por la cual nos movemos y en cómo la elección de este objetivo ayuda o interfiere con
nuestro disfrute del hecho musical.
Cuando indagamos en aquellos músicos que experimentan displacer en el momento de
tocar, encontramos que muchas veces el objetivo final de su actividad musical es esta
obtención del reconocimiento externo.
Este posicionamiento del éxito como el objetivo más importante aunque pueda provenir,
como hemos dicho, del ámbito familiar y académico, es posteriormente producto de una
reiterada elección personal generalmente no consciente.
Es por ello que la pregunta acerca de “¿Para qué hago música?” se torna muchas veces
imprescindible a fin de comprender con mayor profundidad esta problemática.
En general cuando realizo esta pregunta en mis cursos en un primer momento surgen las
respuestas “diplomáticamente correctas”. Así, algunas respuestas son:
“Para expresarme.”
“Porque amo la música.”
“Porque quiero ser un artista.”

Sin embargo muchas veces estas respuestas, si bien verdaderas, no expresan las
motivaciones más profundas del músico en cuestión. Es por ello que suele ser conveniente
no conformarse con estas respuestas y profundizar lentamente la indagación con el
objetivo de encontrar no “para qué debería estar estudiando música” o “para qué creo
bueno estudiar música” sino “para qué estudio música hoy, en este momento, en mi
realidad cotidiana”.
Suele ocurrir que, luego de un tiempo en contacto con esta pregunta el músico comienza
a vislumbrar (o a admitir) otras motivaciones que impulsan su actuar musical.
Es así como aparecen otras respuestas tales como:
“Para que me admiren.”
“Para que me acepten.”
“Para que me quieran.”
“Para demostrar que puedo tocar (o cantar o dirigir) bien.”
“Para ganar más dinero.”

Estas respuestas abren la puerta a una nueva auto-percepción por parte del músico e
inaugura un tiempo fundamental para su aprendizaje de sí mismo.
Quizá por primera vez el músico comprende que lo que a él “lo mueve” en su actividad
musical, su objetivo al hacer música, no tiene que ver de manera directa con la música

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sino con el reconocimiento y la aceptación de un “otro”. Comprender este punto suele ser
sumamente movilizante y transformador para el músico ya que algo en él entiende que no
disfruta de su actividad musical porque en lo profundo ésta no está dirigida hacia el
disfrute sino a conseguir la admiración y aceptación externa lo cual está totalmente
alejado de su motivación inicial en el comienzo de su vida musical.
En realidad muchos de los músicos somos un poco este músico, muchos conocemos o
hemos conocido el deseo insaciable de éxito y la necesidad de aprobación externa que
surge generalmente de la falta de aprobación propia. También muchos intentamos saciar
este deseo durante un tiempo. Y también muchos conocemos el vacío que esto produce.
En innumerables ocasiones los músicos corremos en una loca carrera hacia este supuesto
éxito profesional, con la creencia de que en él encontraremos nuestro sentido de
realización y nuestra sensación de “descanso” y de “estar en casa”. Así, viajamos a través
de la vida musical a toda velocidad persiguiendo un objetivo esquivo e inasible que cada
vez que es alcanzado se escapa nuevamente.
Sin embargo, algunas veces puede ser interesante detenerse y preguntarse por aquel
“Pequeño Músico” que en el inicio de nuestra vida musical nos señaló el camino a través
del deseo de la vivencia sonora.
Quizá buscándolo descubramos que no está delante, en aquella “zanahoria exitosa” a la
que perseguimos, sino que está detrás de nosotros o, mejor dicho, dentro de nosotros,
esperándonos, mirándonos con tristeza y asombro y preguntándonos ¿qué buscamos en
nuestro diario correr?
Quizá buscándolo recordemos su esencial necesidad de experimentar el hecho musical
profundamente, independientemente de puestos y calificaciones y notas en los diarios.
Quizá buscándolo comprendamos que la sensación de plenitud y realización surgirá de
nutrir a este “pequeño músico” hasta transformarlo en un músico capaz de expresar en
sonido sus emociones.
Quizá buscándolo nos demos cuenta de que el éxito es maravilloso cuando es una
consecuencia de la búsqueda de la experiencia musical profunda pero que solo es un
envoltorio de nada cada vez que lo buscamos como causa de nuestro bienestar y
realización.
Quizá buscándolo comprendamos que exigirle al éxito la profundidad de la vivencia
musical es confundir el juego y el lugar de búsqueda.
Quizá buscándolo comprendamos que muchas veces el miedo, el aburrimiento y el hastío
por nuestra actividad musical son solo síntomas que expresan nuestra confusión y nuestro
olvido de aquel aspecto esencialmente creativo.
Quizá buscándolo lo reencontremos.
Y en él... a nosotros.

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