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Los 52 hercios, la frecuencia más triste

del mundo
En el océano Pacífico habita una ballena que emite
sonidos a una frecuencia tan elevada que ningún otro
miembro de su especie es capaz de escucharla

Imagen de una ballena jorobada – Archivo


Pedro GargantillaActualizado:21/07/2019 01:27h0

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 Descubren una ballena con cuatro patas y pezuñas que caminó por las costas de
Perú

Anton Chejov publicó un cuento titulado “La tristeza” acerca de un cochero de nombre
Yona que busca desesperada e infructuosamente a quién contarle el tormento que le
aflige por la desdichada muerte de su hijo.

Ninguna persona parece dispuesta a escucharlo y, al final, el único que le presta la


atención que demanda es su caballo. Con esta narración el escritor ruso pretendía
hacernos reflexionar sobre la sociedad que estamos creando y en aquello en lo que, a
menos que pongamos remedio, nos convertiremos.

Este cuento es un grito a la necesidad que tenemos de compartir nuestros sentimientos


con los demás. Algo de lo que sabe mucho la “ballena solitaria”.

Los cantos de las ballenas


En la década de los sesenta del siglo pasado dos biólogos estadounidenses descubrieron
que las ballenas jorobadas macho producían vocalizaciones complejas y repetitivas -
cantos- para comunicarse con otros miembros de su especie.

A partir de entonces los cetólogos no han parado de estudiar el fascinante lenguaje de


estos mamíferos. Habitualmente los sonidos que emiten se encuentran en un rango de
frecuencias que oscilan entre 15 y 25 hercios (Hz).

Cada especie dispone de un intervalo sonoro propio y dentro de las especies cada
familia de ballenas expresa su propia versión. Los cetáceos repiten sonidos durante unos
cuatro minutos y a eso se llama “tema”, un conjunto de temas configura una canción.

No se conoce con precisión el mecanismo fisiológico de estas estas eufonías, se sabe


que las ballenas barbadas tienen laringe pero que carecen de cuerdas vocales y que,
además, no necesitan espirar el aire para emitir los cantos.

Un espécimen único

Los cantos nos indican un carácter gregario, así como una capacidad de reconocimiento
y emisión del canto, con una estructura sintáctica y jerárquica perfectamente
desarrollada. Es el sonido lo que permite seguir la pista y reunirse con sus congéneres
en la inmensidad oceánica.

En 1989 un grupo de científicos estadounidenses detectaron en el Pacífico Norte un


sonido que catalogaron como el sonido de una ballena. Era un sonido diferente al que
emite cualquier tipo de ballena -a 52 Hz-, más agudo incluso que el sonido que profiere
una tuba.

Esa frecuencia es inaudible para el resto de las ballenas y, por tanto, ningún espécimen
la puede responder. El oceanógrafo Bill Watkins la bautizó con el nombre de “ballena
52”.

Este cetáceo alza su melodía del amor por el mundo submarino sin esperar nada a
cambio, nunca encontrará respuestas a sus llamadas.

Esta ballena solitaria viaja entre treinta y setenta kilómetros diarios -una velocidad de
crucero que recuerda al rorcual-. Anualmente de desplaza desde las Aleutianas (Alaska)
hasta California, un trayecto que se asemeja al de las ballenas azules.

Símbolo del desamparo

Los científicos barajan cuatro posibles hipótesis que permitan explicar la singularidad
de la ballena solitaria: un extraño cruce entre dos especies, el último miembro de una
familia extinta, un ejemplar sordo que nunca aprendió a emitir sonidos a las frecuencias
adecuadas o bien que sufra una malformación que impida la emisión de registros
correctos.

La “ballena 52” es el símbolo de la exclusión social, de la soledad, y ha sido fuente de


inspiración de canciones, libros, documentales y tatuajes. ¿Qué puede haber más triste
que un animal gigantesco deambulando por la inmensidad de los océanos emitiendo una
balada de amor que nunca hallará respuesta?

Si Chejov hubiera sabido de la existencia de este cetáceo, quizás el protagonista de “La


tristeza” no habría sido el cochero Yona.

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