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Alejandro,
magno obispo del Táchira
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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Alejandro,
magno obispo del Táchira
Cien años después

PERFIL BIOGRÁFICO DE

MONS. ALEJANDRO FERNÁNDEZ FEO


(1908-1987)
Alejandro, magno obispo del Táchira. Cien años después.
Perfil biográfico de Mons. Alejandro Fernández Feo (1908-1987)
© LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

1ra edición, 2009

© De esta edición:
Banco Sofitasa, Banco Universal C. A.

Foto de portada:
Archivo Diario Católico

Corrección de textos:
Ernesto Román Orozco

Diseño y diagramación y cuidado de la edición:


Centro Editorial La Castalia C.A.

Hecho el Depósito de Ley:


Depósito Legal: LF0742009

Impresión:
Producciones Editoriales C. A.
produccioneseditoriales@yahoo.com
Mérida, Venezuela

Banco Sofitasa. Banco Universal


Avenida 7ma, esquina calle 4, edificio Banco Sofitasa,
piso mezzanina, oficina Nº 1, sector centro,
San Cristóbal, estado Táchira

Impreso en Mérida, Venezuela


MONS. ALEJANDRO FERNÁNDEZ FEO
(1908 - 1987)
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Prólogo

Caracas, 4 de diciembre de 2008

Doctor
Luis Hernández Contreras
San Cristóbal.

Mi estimado amigo y doctor:


He leído los originales de su nueva obra «Alejandro, magno
Obispo del Táchira» en donde usted realiza un magnífico perfil bio-
gráfico de Monseñor Alejandro Fernández Feo, ilustre Obispo del
Táchira.
Empiezo por felicitarlo por este nuevo libro que es demostración
de su empeño por presentar testimonios históricos de la vida tachirense,
de sus hombres y de sus obras, escritos con una magnífica documenta-
ción y con un propósito de justicia que permita a sucesivas generacio-
nes apreciar las características sociales y culturales de esa región para
entender mejor los valores de su aporte a la nación.
Este nuevo libro sobre la vida y la obra de Monseñor Alejandro
Fernández Feo, representa, por la obra realizada por ese ilustre sacer-
dote, un paso afirmativo en la actuación de la Iglesia Católica en tie-
rras andinas de Venezuela, así como el esfuerzo firme e incansable de
quien entendió su misión episcopal, como la tarea de dirigir un pueblo
y de ser defensor de sus valores espirituales de la vida nacional.
Recuerdo con vivos detalles, la hora de comienzos de 1959, cuan-
do yo desempeñaba el cargo de Secretario General de la Presidencia

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

de la República. Monseñor Fernández Feo me había pedido una entre-


vista y al entrar a mi Despacho, después del saludo, me dijo: «Vengo
hablarle en nombre del Táchira, vengo a pedirle un favor, no para mí,
sino para su región, vengo hablarle de la necesidad que me acompañe
ante la Compañía de Jesús, concretamente, ante el ilustre Monseñor
Barnola, para que sea creado en San Cristóbal, un Núcleo de la Uni-
versidad Católica «Andrés Bello», que funciona aquí en Caracas». Mi
respuesta fue: «Monseñor, cuente con mi colaboración, no solamente
en estas funciones oficiales que tengo, sino como venezolano nativo del
Táchira. Es la mejor invitación que he recibido desde esa tierra».
La tarea no fue fácil, pues algunas de las prominentes personali-
dades de la Compañía que tenían que decidir, alegaban la ausencia de
valores académicos que en el caso de abrir un Núcleo justificarían la
presencia universitaria de la «Andrés Bello» en esa lejana región.
En ese tiempo, en casa del ilustre Pedro Grases, hombre de ex-
cepcional valor en el mundo cultural y universitario venezolano, en
horas de la mañana de los sábados, se reunía una verdadera asamblea
de personalidades, representantes de diversos valores de la cultura,
allí estaba casi siempre presente el Rector Barnola y en varias oportu-
nidades, antes de que el número de concurrentes impidiera profundizar
sobre un tema aprovechábamos la simpatía de Grases por la idea de la
universidad tachirense y le hablaban a Barnola para darle datos sobre
la importancia de esa universidad para esa región. Es mi deber en esta
tarea de mi recuerdo, señalar también la simpatía que por la creación
de ese Núcleo tuvo uno de los Sacerdotes Jesuitas, el Padre Reina.
Monseñor Fernández Feo fue sumando simpatías y partidarios
tanto en el campo de quienes era su Director y Rector como en el Con-
sejo Nacional de Universidades. Y un buen día antes de que llegara al
Táchira ningún otro Núcleo universitario decidió el cuerpo rectoral de
la Universidad Católica «Andrés Bello», abrir el Núcleo tachirense.
Una gran victoria del Táchira. Para mí es muy grato el recuerdo que
tengo del grupo de personalidades tachirenses, que en varias oportuni-
dades vi reunidas en San Cristóbal, en horas de la noche, considerando
con Monseñor Fernández Feo, diversos aspectos del Instituto Universi-
tario que ellos y él aspiraban y se empeñaban en ver funcionar, muy
pronto, en la ciudad de San Cristóbal. Recuerdo en ese grupo constante
en su labor las figuras de: Aurelio Ferrero Tamayo, Gerson Rodríguez
Durán, Servio Tulio González, Fernando Torre Olivares, Oswaldo Toro,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Horacio Cárdenas, Pío Bello, Luis Jugo, Francisco Ramírez Espejo,


Eduardo Ramírez López, Martín Marciales, Julio Viaña, Juan Tovar
Guédez, Carlos Sánchez Espejo, José Gonzalo Méndez, César Arreaza
Bertrán, Julio Suárez Lozada, José Rafael Ferrero Tamayo, Ramiro
Valero y Conrado Contreras Pulido. Se puede decir que con este acto
se abría un nuevo capítulo en la historia de la vida regional.
Recuerdo asimismo, la noche llena de alegrías en quienes iban
hacer en San Cristóbal los primeros alumnos de esa universidad, cuan-
do se celebró en el Salón de Lectura de la ciudad un acto solemne con
la presencia de Monseñor Fernández Feo y de los representantes de la
universidad de Caracas, para dar la señal de la apertura de ese institu-
to en tierra tachirense.
Pero mis conversaciones sobre el Táchira con Fernández Feo no
se limitaron únicamente al problema que él y yo considerábamos tras-
cendental, la creación de la universidad. Al Obispo Fernández Feo le
preocupaba mucho que la zona norte del Táchira límite entre la Repú-
blica de Colombia y los Estados Zulia, Mérida y Táchira y la zona de
«La Pedrera» al sur del Estado en tierras del Uribante y cerca de Co-
lombia se estaban convirtiendo en un peligro las dos regiones, en una
acumulación de población de distintos orígenes, mucho de los cuales
estaban huyendo de la justicia y otros trayendo costumbres y vicios
peligrosos para una región de esa frontera de la patria. Y me dijo aún
cuando de esos temas ya había hablado con el Ministro de Justicia
quería que yo lo ayudara porque veía en ellos, en esas regiones del
norte y del sur del Táchira problemas que la nación debía conocer y
darle el justo tratamiento.
Yo recuerdo las invitaciones que me hizo para que asistiera el 15
de agosto a la misa pontifical en la Basílica de Nuestra Señora de la
Consolación de Táriba. Consideraba que esa festividad era un momen-
to de concentración espiritual y religiosa, de alegría simple de la po-
blación tachirense y que los valores como a lo que ese día se celebra-
ban permitían avivar la fortaleza espiritual de Venezuela.
Para Monseñor Fernández Feo, cada una de sus obras tenía una
explicación en su tarea. Cuando trajo nuevas máquinas para el «Dia-
rio Católico» me dijo: «quiero que se haga un gran periódico porque
tanto la radiodifusora que le he propuesto al Ministro de Justicia que el
Estado las establezca en mis horas de radiodifusión en La Fría, como
en La Pedrera son indispensables como instrumentos de orientación y

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

diálogo en estos tiempos modernos, yo quiero hacer del Diario Católi-


co el periódico que el Estado necesita. Y cuando levantó el edificio de
su residencia me dijo: «Esto no es para mí, con un cuarto de dormir,
una sala de baño y un Despacho tengo, pero este Palacio es un sitio
donde podrá reunirse toda la gente que vengan con problemas espiri-
tuales o religiosos, o problemas que interesen a la comunidad y el es-
pectáculo pondrá confianza para hablar sobre esos problemas».
Sería largo, mi apreciado doctor Hernández, seguir hablando de
cuanto representó Fernández Feo en el Táchira de aquellas décadas.
Usted cumple ya se lo he repetido, y se lo seguiré diciendo, una tarea
admirable, para no dejar desfigurar y olvidar aspectos de la historia
del Táchira.
Por usted he sabido que el doctor Juan Galeazzi Contreras, mi
estimado amigo y figura relevante de las finanzas de occidente propicia
la publicación de esta obra, como lo ha hecho con otros temas de as-
pectos fundamentales de la historia del Táchira. Hágale llegar mi feli-
citación.
Lo felicito y lo aprecio, su amigo,

Ramón J. Velásquez

RJV/ba.-

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Presentación

Conocí a monseñor Alejandro Fernández Feo desde su llegada al


Táchira. Era yo un joven abogado que se adentraba en el foro regional,
y pude notar la gran fuerza indetenible de su espíritu. Luego, en mi
condición de gobernador del Estado, entre 1966 y 1968, tuve la oportu-
nidad de estar más cerca de él. Ambos recibimos a Su Eminencia, el
cardenal, José Humberto Quintero cuando vino a coronar a la Virgen de
la Consolación de Táriba, y luego, recibí de sus manos, un inmerecido
honor pontificio. Siempre fue un batallador de la fe y de las cosas mun-
danas. Decidió hacer buena obra, y tuvo un ejército de hombres y muje-
res que lo secundaron en tal fin.
Con motivo del centenario de su nacimiento, y vistos los logros
espirituales que obtuvimos con el lanzamiento del libro «Brava la Vida»,
que plasma la obra de mi siempre recordado amigo, Mons. Nelson
Arellano Roa, volví a llamar a Luis Hernández Contreras, quien se ha
especializado en la historia contemporánea de nuestro Táchira, para
encomendarle este nuevo trabajo. Lo aceptó definidamente. Me planteó
la forma cómo lo realizaría, y aquí muestra su tarea intelectual, con la
profundidad y dedicación de la anterior. Es un impulso que desde el
Banco Sofitasa damos a la producción historiográfica regional, con la
pretensión que valiosas jornadas de vida queden registradas para la eter-
nidad, para la lectura interesada, para el posterior análisis, para el juicio
a futuro.
Al felicitar a Luis Hernández Contreras por este logro, sólo me
queda admirar a través de estas páginas la vida de un buen hombre que
vivió y se hizo tachirense como nosotros. Nos dio su vida, nos entregó
su sapiencia, sus modales, su íntegra forma de ser. Moldeó según su

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ánimo, la voluntad espiritual de un pueblo e hizo hombres de bien para


la Iglesia Católica. Su obra, inconmensurable, no tiene parangón. Fue
un gran obispo, un obispo magno, como señala el título, un regio prela-
do, un hombre de incalculable fe.

Juan Antonio Galeazzi Contreras


Presidente del Banco Sofitasa, Banco Universal
San Cristóbal, julio de 2007

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Indetenible accionar

En la historia del siglo XX regional, ningún otro personaje logró


reunir tan heterogéneo grupo de voluntades, que aceptaron y apoyaron
sus propósitos, como el obispo Alejandro Fernández Feo. Desde su lle-
gada al Táchira, el 28 de septiembre de 1952, impuso con su avasallante
personalidad, el respeto que su investidura merecía. Su estentórea voz
comenzó a difundirse a los cuatro vientos, y sus pretensiones, sugeren-
cias, órdenes y providencias, fueron acatadas y cumplidas. Contó con el
apoyo de buena parte de la colectividad tachirense, de las figuras del
clero que lo recibieron, de los gobernantes nacionales y regionales en
todos los niveles, colores y creencias, de los grupos de apostolado, lai-
cos comprometidos, empresarios y profesionales de toda índole, en toda
la geografía del Estado. Logró, como nadie, sumar todo ese cúmulo de
voluntades.
Realizó la transformación de la Iglesia Católica según las dispo-
siciones emanadas de Roma. Condujo el proceso de las misas vesperti-
nas en 1953, y luego del Concilio Vaticano II, ofició de cara al pueblo en
su propio idioma. La importancia del prelado tachirense fue considera-
da, hasta el punto que celebró en el Aula Conciliar, junto al sepulcro de
San Pedro, delante de los cardenales del mundo, el 22 de octubre de
1963, la misa ritual que recordaba el primer aniversario de la inaugura-
ción del magno encuentro. Igual honor se le confirió cuando recibió con
soberbio discurso, en Caracas, al primer Cardenal, Mons. Dr. José
Humberto Quintero, el 18 de febrero de 1961.
La estampa del nuevo Obispo se hizo innegable en el Táchira, en
su vasta totalidad. A su llegada, recorrió todos los pueblos y fue recibi-

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do con profusión. Utilizó los espacios del Gimnasio Cubierto para la


ordenación del diácono Antonio Arellano Durán, en noviembre de 1955,
y luego, en junio de 1957, confirió el sacerdocio a los primeros seis
egresados del Seminario Santo Tomás de Aquino. Su primera presencia
notable, fue la realización de sus bodas de plata sacerdotales, el 24 de
octubre de 1956, celebrando el primer Congreso Eucarístico Diocesano,
con la presencia de los más altos jerarcas católicos de Venezuela. En su
honor, un año después se consagró la Iglesia de Cristo Rey en Las Lo-
mas, obra emprendida por el industrial Ramón Matos Pulido.
En adelante, su accionar fue indetenible. Coronó como obispos a
cinco de sus sacerdotes: Domingo Roa Pérez, José León Rojas Chapa-
rro, Rafael Angel González, Marco Tulio Ramírez Roa y Antonio
Arellano Durán. Creó medios de comunicación como Radio Junín, Ra-
dio El Sol de La Fría y fortaleció a Diario Católico, transformándolo
rotundamente. Apoyó la Democracia, y abortó conflictos sociales en los
sesenta, protestando contra el comunismo en celebradas romerías. Creó
parroquias, bendijo templos, además de las más importantes obras ofi-
ciales y civiles de infraestructura, consagrando la Catedral de San Cris-
tóbal el 6 de abril de 1961 y estableció la aldea modelo de San Rafael de
El Piñal, como una visión geoestratégica de seguridad. Luego fundó la
Universidad Católica Andrés Bello en septiembre de 1962, y el nuevo
seminario de Toico, el 24 de agosto del año siguiente. Reformó el Pala-
cio Episcopal y construyó el segundo edificio de su Universidad en 1980.
Afianzó el culto a la Virgen de Consolación con su coronación en 1967,
y reafirmó la fe católica de los tachirenses.
El Táchira entero se rindió en la celebración de sus bodas de oro
sacerdotales, y al renunciar a la mitra, por razones de edad, en 1985,
exclamó a los cuatro vientos «¡quiero morirme sacerdote, quiero morir-
me tachirense!». Había cumplido, ciertamente su obra. Al Táchira, ofren-
dó su vida.
Ese indetenible accionar intenta plasmarse en este libro que se ha
realizado por encomienda directa del Dr. Juan Antonio Galeazzi
Contreras, en su propósito de refrescar la historia regional, a través de
obras como la ya publicada «Brava la Vida», perfil biográfico de Mons.
Nelson Arellano Roa, que tanto ha éxito ha tenido a través de los co-
mentarios emitidos por voces autorizadas. La vida del obispo Fernández
Feo, entregada en la plenitud de su madurez al Táchira, representa un
indeleble capítulo del Táchira contemporáneo. Aún su obra es recorda-

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da, y se hace necesario que en la celebración del centenario de su naci-


miento, ella sea conocida por otras generaciones, máxime los sacerdo-
tes que continúan sus pasos en las sendas que él abriera con fecundidad.
Debo agradecer profundamente este nuevo gesto del doctor
Galeazzi. Su filantropía y magnanimidad no tienen parangón, y la histo-
ria recordará con creces este impulso a las ediciones de libros regiona-
les, y al recuerdo de grandes amigos suyos, con quienes compartió el
afán de hacer un Táchira grande. Presento este trabajo en razón de he-
chos fundamentales del biografiado, mas no en un sentido netamente
cronológico. La revisión de tanto material ha sido posible a través de
documentos directos del prelado, como la perfecta sucesión de hechos
de su vida que reseñó Diario Católico. En su magnífica hemeroteca y
fototeca, volví a beber esa mágica savia de arcanos que permite produ-
cir un trabajo de esta dimensión, que espero satisfaga la pretensión de
quienes lo lean con mínima comprensión. Por ello, mi gratitud al padre
Laureano Ballesteros, por permitirme introducir en ese particular espa-
cio, extensiva a las señoritas Marina Rivas y Zoila Zambrano, grandes
cooperadoras de estos afanes.
Mi agradecimiento particular al doctor Ramón J. Velásquez, ami-
go personal de monseñor Fernández Feo, quien aceptó escribir a sus 92
años de edad, la carta introductoria con que refleja su visión
particularísima del gran prelado. Es un honor que siento íntimamente en
mi condición de escritor de historia. Por último, mi deferencia con el
poeta Ernesto Román Orozco, coordinador de Literatura del Ateneo del
Táchira, corrector de estilo de las pruebas originales y dador de útiles
enseñanzas. También a mi familia, a mi esposa e hijos, agradezco la
paciencia de tantas horas para levantar este nuevo hijo literario. Como
siempre, a José Gregorio Vásquez, impresor de una docena de mis obras,
mi abrazo fraterno.

Luis Hernández Contreras


Martes 17 de febrero de 2009

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Foto de la página anterior: Primera imagen oficial del obispo, 1952.
Una llegada apoteósica

El domingo 28 de septiembre de 1952, la Plaza Bolívar de San


Cristóbal estaba a estallar. Quince mil personas se agolparon en sus
calles aledañas para recibir al tercer obispo de la diócesis. Era un cara-
queño, cura párroco de San Juan, donde había hecho notable obra. Mon-
señor Alejandro Fernández Feo, nacido en Santa Teresa, llegó y admiró
la estatua del Libertador erigida en 1929. La muchedumbre abarrotaba
todos los espacios. La larga cola de vehículos se expandía por toda la
carrera 7, doblaba hacia la calle 16, en el Hospital Vargas, y bajaba hasta
Puente Real. Las dos emisoras de la localidad, La Voz del Táchira y
Ecos del Torbes transmitían ceremoniosas el acontecimiento en las vo-
ces de Erasmo José Pérez, J. J. Mora y Luis Anselmo Díaz, guiados por
los sacerdotes José León Rojas Chaparro y José Gregorio Pérez Rojas.
Instalado el séquito en el centro de la ciudad, el gobernador encargado,
Homero Moreno Orozco, abogado de La Grita, dio la bienvenida al pre-
lado, pues su titular, Antonio Pérez Vivas, atendía impostergables asun-
tos de Estado en Caracas. Todos querían ver al nuevo obispo. La emo-
ción era indescriptible.
San Cristóbal tenía su tercer mitrado. Rafael Parra León, jurista
de abolengo, había tenido el honor de pronunciar el recibimiento de los
dos anteriores, Tomás Antonio Sanmiguel en 1923, y Rafael Arias Blan-
co en 1940. Bien lo dijo Parra León en esta oportunidad, representante
de la Unión de Hombres Católicos y de la Sociedad San Vicente de
Paúl, cuando expresó que hoy, que me hallo pisando los albores de la
ancianidad, debo llegar hasta Vos, nuestro tercer obispo, a quien los
clarines de la fama revisten de las más preclaras virtudes. La llegada al

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Aeropuerto de San Antonio no pudo ser más frenética. En un avión ce-


dido por el Ministerio de la Defensa, Fernández Feo descendió y pisó
tierra tachirense, ya conocida por él, según el discurso del presbítero
José Antonio Iriarte, capellán de la Guardia Nacional, cuando dijo: de
oídas, y por la experiencia personal que os brindó vuestra breve esta-
día en esta tierra en años pasados, sabéis, excelentísimo señor, de la
religiosidad del Táchira.
Las caras que vio el nuevo mitrado no eran extrañas para él. Al
pie del avión estaba su amigo Domingo Roa Pérez, nativo de El Cobre,
ordenado en Roma en 1941 y doctor de la Universidad Gregoriana, quien
representaba al administrador Apostólico, el obispo Arias Blanco, y era
el delegado especial de la diócesis, además de presidente de la junta de
recepción establecida desde marzo. En el avión venía su compañero de
Seminario, Carlos Sánchez Espejo, y dos comisionados oficiales del
Táchira, el procurador del Estado, J. M. Rodríguez Uribe y el alcalde
del distrito San Cristóbal, Gabriel Gómez Mora. También viajaban sus
tres fraternos amigos caraqueños, José de Jesús Mayz León, Napoleón
Dupouy y Federico Cisneros Bertorelli; este último estaría hasta en la
hora de su muerte, treinta y cinco años después. Cuando pisó la árida
tierra de San Antonio, unos minutos después de la dos de la tarde, excla-
mó a los cuatro vientos: ¡Pueblo del Táchira, te juro que te querré!

Entrada triunfante a San Antonio del Táchira con el gobernador encargado


Moreno Orozco.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Dos viejos compañeros suyos le dieron la bienvenida en San An-


tonio y Libertad. Juan de Matta Ortiz y Nicolás Márquez también asis-
tieron a las bancas del Interdiocesano de Caracas. Ortiz, recordado cura
en San Juan Bautista de la capital tachirense, le dijo, ya os aman los que
no os conocen, y los que os conocemos, sentimos además gran satisfac-
ción y os auguramos fecundo apostolado. Mano Márquez, como era
tratado con cariño el lejano gañán de Santa Cruz de Mora, luego de
definir esta población de los Capachos y nombrar al nuevo superior
como padre de la Iglesia de San Cristóbal y jefe de la jerarquía en el
Táchira, recordó los años de la primera juventud. Quien hubiera creído
en aquellos tiempos, dijo el sacerdote cincuentón, cuando los dos
ambulábamos en los campestres paseos de seminario, que hoy tuviera
yo el honor de dirigiros la palabra a vos, excelentísimo señor, reciente-
mente adornado con la púrpura de la Iglesia y engalanado con esa
mitra, ese báculo y ese anillo pastoral. En la comitiva andaba un miem-
bro de la diócesis de Pamplona, Daniel Jordán, quien quiso acompañar-
lo en el trascendente momento.
El nuevo obispo hizo alarde de su elocuente e improvisada orato-
ria al contestar los saludos que le dieron en su recorrido. Esa estentórea
voz que se alzaría en miles de momentos comenzaba a ser escuchada
con atención. Su verbo fluido, elegante, marcaba el acento centrano que
jamás perdió. A la entrada de San Cristóbal, en Puente Real, al oeste,
por donde pasa el río Torbes, el edil José Gregorio Villafañe le entregó
las llaves de la ciudad y el acuerdo de bienvenida de la cámara munici-
pal. El ascenso de los vehículos por la calle 16 del cementerio, hizo salir
a todos los vecinos que vieron a Fernández Feo con sus ornamentos
especiales para la ocasión. Al llegar al Hospital Vargas, el cortejo dobló
a la derecha y fue al sur. Las aceras se colmaron de parroquianos y
luego de los respetos del Ejecutivo Regional, el obispo volvió a impro-
visar y un sonoro aplauso retumbó el ambiente cuando dijo que sus
palabras salen no de la mente, sino del corazón. Una salva de vítores
estalló al unísono al confesar que yo ahora soy el último de los
tachirenses, porque hay otros con mejores méritos para ser los prime-
ros, pero prometo que trabajaré para ser el primero en el cariño de los
tachirenses. El tránsito fue bajo palio desde la Plaza Bolívar hasta la
calle 5, entonces, en la esquina del Club Táchira, el desfile a pie se
dirigió hacia la Catedral, el viejo templo matriz de San Sebastián que
había sido levantado luego del terremoto de 1875. Allí los gritos fueron

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

retumbantes, blancos pañuelos relucieron y las vivas salieron de todas


las gargantas. Adentro los aplausos resonaban en todas las naves y co-
menzó un particular protocolo.
Previo al tedéum, cubierta la cabeza con la mitra, y el báculo
pastoral en su mano, Alejandro Fernández Feo se detuvo ante el altar
del Santísimo Sacramento, después de haber vislumbrado cómo sería su
final. Luego de arrodillarse, expuso ante el Colegio de Consultores
Diocesanos el honor de haber sido nombrado obispo de San Cristóbal,
entregando los documentos pontificios que fueron leídos por Antonio
Chacón, licenciado en Teología y Derecho del Pío Latino, también
seminarista en Caracas, quien por años sería su fiel canciller. Allí, el
entrante purpurado tomó posesión de la diócesis y todos los sacerdotes
pasaron ante él y postradas las rodillas en la tierra, le besaron el anillo
pastoral como signo de respeto y adhesión. El presbítero Domingo Roa
Pérez, la máxima autoridad eclesiástica, apenas unos minutos atrás, le
hizo oficial entrega del gobierno y volvió a su condición de vicario ge-
neral y párroco de Coromoto en el creciente Barrio Obrero. Entretanto,
el presbítero Edmundo Vivas Medina, fundador de colegios y párroco
de catedral, representó al arzobispo Acacio Chacón, quien no pudo asistir
a la ceremonia.
En su discurso, Fernández Feo agradeció a todos su presencia y
pidió cooperación para la obra que emprendería, jurando su apego a las
normas milenarias. Que se seque mi brazo, que enmudezca mi lengua,
dijo, si hiciera yo algo que pueda apartarse un ápice de las normas y
derechos de la Silla Apostólica, sobre la cual no hay derecho alguno
que pueda prevalecer porque sus derechos son derechos divinos. La
multitud quedó impresionada cuando trató sobre la creciente ola del
neopaganismo. Terminada su intervención, se cantó el himno de acción
de gracias y, de nuevo el desfile con la música marcial de la Banda de la
Brigada, partió hacia el Palacio Episcopal de la carrera 6; en él murió el
obispo Sanmiguel y Arias Blanco despachó por más de una década.
La vieja casona había sido remozada en su totalidad, y una comi-
sión de damas, presidida por la esposa del gobernador, Josefa María de
Pérez Vivas, se encargó de solicitar los aportes públicos y privados para
tal cometido. En lista pública, la devota católica detalló lo recaudado y
lo invertido, de tal manera que el obispo pudiera casi estrenar nueva
casa y enseres. Allí, un ex diácono, Julio Suárez Lozada, seminarista
cuando Sanmiguel y luego connotado jurista y magistrado, dio la bien-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

venida a Fernández Feo invitando al brindis del champán, en nombre de


la junta pro recepción. El purpurado respondió con una hermosa frase,
indicando que, en el licor dorado en que se confunden muchas uvas,
para el deleite de los que liban, se señala, según él, el símbolo perfecto
de la unidad espiritual de todas las clases sociales para el deleite ex-
quisito de la cordialidad y de la felicidad permanente entre los hijos de
esta tierra. Posteriormente, pasó a la Casa Parroquial de Catedral donde
el clero le ofrecería una comida familiar, íntima, a la que asistieron ade-
más de los 35 sacerdotes, el gobernador encargado, la máxima autori-
dad militar, el secretario de gobierno provisional y los tres invitados de
Caracas, Mayz, Dupouy y Cisneros. El ágape fue organizado por
monseñor Vivas. Las palabras estuvieron a cargo de Rafael Ángel
González, director de Diario Católico, periódico de la diócesis fundado
en 1924, y quien marcó la unidad inquebrantable del clero y su pastor.
Al terminar la comida, el obispo definió a sus sacerdotes como mi bra-
zo, mi lengua, mi corazón, mi voluntad.

Llegada a la Plaza Bolívar con el gobernador encargado Moreno Orozco.


Septiembre de 1952.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Primer acercamiento a la grey

El 5 de octubre, una semana después de su entrada, el obispo


celebró su primera misa pontifical en Catedral. Estuvo asistido por Roa
Pérez, además de los diáconos de solio, Edmundo Vivas Medina y Car-
los Sánchez Espejo. Un padre eudista y otro agustino recoleto fueron
los diáconos de misa, mientras que el eudista Alfonso Monsalve, hijo
del maestro de capilla de Sanmiguel, Pedro Monsalve, fue el maestro de
ceremonias, actuando el padre Vicente Barasain como predicador. La
solemnidad se desarrolló en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y,
en menos de un mes de la llegada del nuevo obispo, la veneranda reli-
quia de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, hizo su recorrido
por el Táchira, entrando el día 21 por el Páramo de la Negra, provenien-
te de Bailadores. Llevada a Pregonero, pasó por buena parte de la geo-
grafía regional hasta llegar a San Cristóbal el 27. Después de su tránsito
por los templos de la capital, San José, Santuario del Perpetuo Socorro,
Coromoto, La Ermita, además del Seminario, el Hospital Vargas y el
Asilo de Ancianos, se efectuó una masiva concentración en el Estadio
Táchira para partir, vía aérea, a Guasdualito. El obispo estuvo al frente
de todos los actos, conociéndolo su feligresía. Previó también las pri-
meras visitas pastorales, La Grita fue la primera ciudad a la que asistió.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

El comienzo de las visitas pastorales

La Grita es la casa del Santo Cristo. La veneranda figura que


convoca miles de peregrinos al templo frente a la Plaza Bolívar, fue un
motivo inmediato de visita que el obispo realizó el 20 de octubre de
1952. Lo recibió su párroco, un joven oriundo de El Cobre, Raúl Méndez
Moncada, quien tuvo la satisfacción de decir a su superior que ese cato-
licismo se ha mantenido intacto aquí hasta nuestros días, alabando las
virtudes religiosas de los montañeses. En el Club Gran Mariscal de
Ayacucho, el prelado fue distinguido con un ágape. El orador de orden
fue Teodoro Gutiérrez Calderón, un hombre del renacimiento; de
polifacéticas virtudes como educador, filósofo, poeta y músico, entre
otros oficios, invitó al visitante a tomar la copa, en esta casa humilde en
la que bajo sus techos antañones hay sinceridad y calor de corazones
cristianos. En el Concejo Municipal, en medio de una improvisación, el
obispo se refirió a la juventud, indicando que ésta, educada con las
ideas cristianas, es la esperanza de la Iglesia y de la Patria, pero ca-
rente de tal educación, es una nube que presagia tempestad.
El 23 de octubre pernoctó en Colón, y fue atendido por el párroco
Luis Ernesto García, prominente figura del movimiento de juventudes
católicas y, años después, calificado formador de seguidores de la Doc-
trina Social de la Iglesia, estrechamente vinculado al socialcristianismo.
Un mes después estuvo en El Cobre, reencontrándose con Méndez
Moncada y Gutiérrez Calderón en la celebración del centenario de la
erección de la parroquia civil. Realizó además una visita informal a Ureña
y Aguascalientes, conociendo las famosas aguas termales en compañía
de Rojas Chaparro, recibiendo el saludo del párroco Pedro José Pérez

27
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Vivas, quien luego estaría estrechamente vinculado a él. En todas partes


hizo gala de su jovialidad, de su impetuosa palabra improvisada y de
sus deseos de actuar en esa tierra en la que Dios le encomendó su mayor
misión.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Antecedentes del nuevo obispo

Alejandro Roberto Fernández-Feo Tinoco nació en la parroquia


Santa Teresa de Caracas el 06 de noviembre de 1908. Hijo del médico
Alejandro Fernández Feo y de Margarita Tinoco Bigott, pertenecía a una
notable familia de esa capital, y desde temprano sintió la vocación reli-
giosa, por lo que decidió irse al Seminario Santa Rosa de Lima, dirigido
por los jesuitas, ingresando el 7 de enero de 1921. Una década después, el
25 de octubre de 1931, fue ordenado sacerdote por el nuncio Apostólico,
Fernando Cento. Terminó sus estudios de Sagrada Escritura y Derecho
Canónico. Siguió una inveterada costumbre; empleó los dos apellidos de
su padre, y jamás dio a conocer su segundo nombre que no le gustaba bajo
ningún respecto. Tampoco firmó con su apellido materno.
En su abultado currículum figuran los siguientes cargos eclesiás-
ticos, desempeñados todos en Caracas: vicario cooperador de la parro-
quia La Pastora (noviembre de 1931-octubre de 1932); párroco de
Antímano (1932-1937); párroco de Nuestra Señora de Altagracia (mayo-
octubre de 1937); párroco de San Juan Bautista de Caracas, promovido
mediante Breve del papa Pío XI en octubre de 1937. Se desempeñó en
esta populosa parroquia, donde también estuvo uno de sus antecesores,
Tomás Antonio Sanmiguel. Ejerció como miembro de la visita apostóli-
ca de todas las administraciones de bienes eclesiásticos de la
Arquidiócesis de Caracas en 1937; secretario de la comisión de la visita
apostólica (1937); secretario de la junta de administración de la visita
apostólica (1938); administrador del templo de Santa Capilla desde 1937;
miembro del Consejo de Administración de la Arquidiócesis; asesor
arquidiocesano de la Juventud Católica Venezolana; asesor nacional de

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

la Juventud Católica Venezolana; vocal de la Asociación Venezolana de


Educación Católica, AVEC; y juez pro sinodal de la Arquidiócesis de
Caracas. Nombrado prelado doméstico de Su Santidad, según Breve del
30 de marzo de 1943, alcanzó la dignidad de monseñor con la que desde
entonces fue distinguido, noticia que anunció Diario Católico, en la edi-
ción del 2 de marzo de ese año, notificado también el nombramiento, en
igual condición del presbítero, doctor Marcos R. Tortolero.
Incansable en el desarrollo de obras espirituales y físicas, como
lo demostró toda su existencia, en Antímano fue fundador y director de
la Escuela Parroquial de niños pobres, de la Escuela Parroquial Noctur-
na para obreros, de la Escuela Nocturna para servicio doméstico, del
comedor parroquial para pobres, y de la Casa de Caridad para asistencia
de los enfermos de los campos. En San Juan creó y condujo la Escuela
Parroquial para niños pobres, la Escuela Nocturna para obreros y la
Casa Cuna parroquial para niños pobres, destacándose que todas estas
organizaciones eran de carácter gratuito, de servicio directo a la comu-
nidad. Fue un impulsor innato del altruismo y la caridad, denotando
estas realizaciones su gran condición humana, muy lejos de la frialdad
que muchos le atribuyeron, considerándolo injustamente como elitesco
y distante. El 24 de agosto de 1952, en su querido templo de San Juan,
fue consagrado obispo por el nuncio, Armando Lombardi, siendo
consagrantes el arzobispo de Caracas, Lucas Guillermo Castillo y el
obispo de San Cristóbal, Rafael Arias Blanco. Por cierto, Lombardi ha-
bía estado en San Cristóbal en abril de 1951. Esa tarea social le granjeó
una fama de hacedor, y en efecto demostraría, ajustando para ello, el
equipo con el que iniciaría su fecundo episcopado.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Nombrados para actuar

Consciente de la obra a emprender, Fernández Feo se rodeó de


hombres capaces, ejecutores de obra realizada en la prensa, en la educa-
ción, en la acción social, y hasta en la política. Designó a Domingo Roa
Pérez como vicario general; Antonio Chacón fue el canciller-secretario;
mientras que Edmundo Vivas Medina, monseñor desde marzo de 1952,
fue el provisor de la Curia Diocesana, y Carlos Sánchez Espejo asumió
como párroco de San Sebastián, responsable de la Catedral. Vivas Medina
era el mayor de todos. A sus 65 años de edad, había visto nacer la dióce-
sis en 1923 y recibió al obispo Sanmiguel al año siguiente. Venía de una
vieja escuela y, Fernández Feo, lo respetó enormemente por sus virtu-
des de santo varón, gran educador, eximio historiador y preclaro ciuda-
dano, quedando encargado de la vicaría general ante algunas ausencias
de su titular. Roa Pérez, de 37 años, era el más joven. Sánchez Espejo
tenía 42 años y Chacón 43, uno menos que el nuevo obispo. Dos de
ellos, Roa y Chacón, se ordenaron en Roma; mientras que Sánchez Es-
pejo, obtuvo su doctorado con honores en la Ciudad Eterna. De todos,
Chacón fue el que más tiempo estuvo con Fernández Feo, prácticamen-
te hasta el día de su entrega oficial en 1985, recibiendo tres años atrás
los hábitos prelaticios que lo distinguieron como monseñor. Del resto,
el obispo dejó las cosas tal y como estaban.
Tres años después, en septiembre de 1955, el obispo nombró a
Manuel García, cura de Lobatera, como consultor Diocesano, en reem-
plazo de Víctor Valecillo; entretanto, su condiscípulo, Juan de Matta
Ortiz, fue trasladado de San Antonio para ocupar la popular parroquia
de San Juan Bautista, conocida como La Ermita, acompañado del vica-
rio cooperador, Noel Anselmi. Trajo de Colón a Luis Ernesto García y

31
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

lo designó párroco de Nuestra Señora del Carmen en La Concordia,


colocando a su lado a Alejandro Acevedo Cárdenas; Rafael Angel
González fue a esta capital de Ayacucho, y Alejandro Figueroa pasó a
San Antonio. Francisco Cárdenas fue nombrado en San Félix, Luis Abad
Buitrago en Delicias, y Antonio José González, cooperador interino de
San Sebastián. La salida de Rafael González, director de Diario Católico,
fue asumida por José León Rojas Chaparro, conocedor del oficio. El ta-
lento de García, posterior creador de las fundaciones Rerum Novarum y
Jacques Maritain, lo hizo asesor diocesano de la Juventud Católica, don-
de desempeñó una trascendente labor. El ajedrez ajustaba sus piezas.
El surgimiento de nuevas figuras en el clero, entre ellas, los últimos
ordenados de Arias Blanco, motivó otros cambios, realizados a fines de
1956. Anselmi, vicario foráneo de Pregonero, estuvo en San Antonio con
Pedro José Pérez Vivas. José de Jesús Leal pasó a San Félix y Raimundo
Pernía se radicó en El Cobre. Alejandro Figueroa asumió como vicario
auxiliar de Táriba, donde permanecería buena parte de su vida. Rafael
Angel González fue llamado como adjunto a la administración de bienes
eclesiásticos; entretanto, dos pupilos muy cercanos al obispo, Edmundo
Vivas Arellano, ordenado en Roma y, Antonio Arellano Durán, formado
entre Roma y Austria, pero investido en San Cristóbal, fueron vicarios
cooperadores en Táriba y El Carmen de La Concordia, respectivamente.
Dentro del primer lustro de actividades episcopales, Fernández
Feo hizo otros movimientos en correspondencia con su visión
geoestratégica de gobernante eclesiástico, buscando mayor presencia
en áridas zonas geográficas que apenas se poblaban en el territorio
tachirense. Rafael Angel González pasó a Coromoto ante la partida de
Roa Pérez, nombrado obispo de Calabozo, y tuvo como cooperador a
Pedro Oswaldo García, el primer ordenado del nuevo obispo, cultivado
entre Caracas y Roma; Luis Abad Buitrago fue el primer párroco de
Coloncito, apenas una aldea en el camino entre Colón y El Vigía, que
recibía el influjo de la recién inaugurada Carretera Panamericana, y,
Gustavo Parada Altuve, uno de los últimos ordenados de Arias Blanco,
recibió su responsabilidad en Delicias. En El Rosario de La Concordia,
aledaña a la Cárcel Pública, destacó como cooperador a Rafael Cárde-
nas González, pasándolo a los meses a la parroquia del Espíritu Santo
de La Grita. En 1958, Buitrago tomó posesión de El Rosario, con la
capilla de la penal como sede provisoria, mientras que García viajó a
Coloncito, extendiendo su labor hasta Umuquena, donde el anterior hi-
ciera fecunda obra.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Un clero fiel y servicial

Cerca de cuarenta sacerdotes acompañaban al obispo Fernández


Feo en la misión que iniciaría en 1952. De ellos, tres podían ser sus tíos,
Miguel Ignacio Briceño Picón, nacido en 1863, cura de Táriba desde
1904; Bernabé Vivas Becerra, quien vino al mundo en 1879, párroco de
Santa Ana desde 1922; y Edmundo Vivas Medina, natural de Lobatera,
donde nació en 1887 y ordenado en 1912. Los tres eran monseñores y
gozaron del más profundo respeto y admiración del prelado. Los tres ya
vestían hábitos mucho antes de la llegada del obispo Sanmiguel. En
efecto, vieron nacer la diócesis de San Cristóbal. Cuando fallecieron,
Fernández Feo los honró con el más profundo tributo.
Otro conjunto estaba conformado por el vicario general, Domin-
go Roa Pérez, que frisaba los cuarenta años, y algunos sacerdotes se
acercaban al medio siglo de vida como Víctor Manuel Valecillo, Nico-
lás Márquez, José Teodosio Sandoval y Juan de Matta Ortiz. Un grupo
intermedio estuvo integrado por Rafael Angel Eugenio, Angel Ramón
Parada, Manuel García Guerrero, Antonio Chacón, José Antonio Iriarte,
Domingo Guerrero, Nerio García Quintero, Carlos Sánchez Espejo y
Delfín Medina. Unos eran más jóvenes como José León Rojas Chapa-
rro, Luis Ernesto García, Noel Anselmi, además de los ordenados en
tiempos de Arias Blanco: José del Carmen Mora, Raúl Méndez Moncada,
Lucio Tíbulo Ramírez, Rafael Angel González, Luis Enrique Reyes,
Marco Tulio Ramírez Roa, José Gregorio Pérez Rojas, José de Jesús
Leal, Pedro José Pérez Vivas, Martín Martínez, Pío León Cárdenas,
Raimundo Pernía, Francisco Cárdenas, Alejandro Figueroa, Gustavo
Parada, y Luis Abad Buitrago. Pedro Oswaldo García Suárez había sido
el primero ordenado por Fernández Feo, el 25 de octubre de 1953, mien-

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

tras que Jesús Alfonso García Gómez provenía de Colombia. Roa Pérez,
Sánchez Espejo y Rojas Chaparro eran doctores, entretanto, Ramírez
Roa, Pérez Rojas, Parada, Chacón y García Gómez eran licenciados. Al
tiempo, en 1955, se incorporó Edmundo Vivas Arellano, también licen-
ciado, formado en Roma.
Conocía perfectamente al cuerpo de hombres que lo seguía. Les
permitió actuar con plena libertad, siempre obedientes a su mandato,
pero con independencia para los logros de sus parroquias. Sabía del
cariño que les profesaban sus feligreses y los honró con motivo de sus
aniversarios sacerdotales o de sus ascensos jerárquicos. Lo hizo con
Rafael Angel Eugenio, el incansable educador de pueblos, cuando cele-
bró sus bodas de plata sacerdotales en octubre de 1954; del mismo modo
con Víctor M. Valecillo, educador de aulas, en agosto de 1955, con una
recepción en El Sol de Medianoche donde volvió a hablar el ex
seminarista y doctor en Derecho, Julio Suárez Lozada; de igual forma
con su amigo Nicolás Márquez, al cumplir los cinco lustros de ordena-
do, inclinándose y besando su anillo en Libertad, cuando era párroco
allí en 1959; repitiendo esto con Angel Ramón Parada, en Capacho, en
mayo de 1962. Respetó de forma particular estos aniversarios, que aún,
luego de fallecido su amigo Nerio García Quintero, desaparecido en
1956, a la conclusión del Congreso Eucarístico, le conmemoró sus bo-
das de plata sacerdotales tres años después. Conformó en diciembre de
1954, el primer cuerpo de consultores diocesanos, constituido por el
vicario Domingo Roa Pérez, los monseñores Bernabé Vivas y Edmundo
Vivas Medina, además de los presbíteros José León Rojas, Nerio García
Quintero y Víctor M. Valecillo.
Cuando convocaba la realización de la reglamentaria conferencia
eclesiástica, a la que asistían los cuarenta sacerdotes del clero diocesano,
sabía que ésta tenía la finalidad de vigorizar el espíritu pastoral de los
sacerdotes, vitalizar continuamente la disciplina eclesiástica en toda la
diócesis, tomar y combinar iniciativas, refrescar los conocimientos cien-
tíficos sagrados de la carrera eclesiástica, mediante exposiciones pre-
fijadas de carácter dogmático, moral, jurídico, de historia eclesiástica,
de instrucción pastoral de liturgia y acción católica. Bien repetía el
concepto que dijo de ellos la noche de su llegada el 28 de septiembre de
1952, cuando monseñor Vivas le organizó la cena en nombre del clero:
ustedes son mi brazo, mi lengua, mi corazón, mi voluntad.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Una curia de honor. Con los monseñores Edmundo Vivas Medina


y Bernabé Vivas.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Respeto a los mayores

Como se ha expresado, tres sacerdotes le doblaban la edad al obis-


po. Briceño Picón, Vivas Becerra y Vivas Medina eran hombres de otra
generación. Consideró a los tres como sus padres. Sintió por ellos ver-
dadera veneración. Igual gesto rindió a tres seglares: Antonio Rómulo
Costa, Gonzalo Vargas y Marco A. Rivera Useche. Tuvo sobradas razo-
nes para ello.
Monseñor Miguel Ignacio Briceño Picón había nacido en Mérida
en 1863. Luego de ser ordenado en 1886, estuvo en esa capital, en La
Grita y Zea, llegando a Táriba en 1904 como párroco de la Iglesia de la
Consolación, la que levantó desde entonces, motivando en sus fieles
una demostración de cohesión social y decisión firme de culminar lo
iniciado. Luego de concluir el primer santuario mariano de la cordillera
andina, ejerció un poder moral sobre sus fieles, motivando la fundación
del Colegio Salesiano, y creando a la vez varios periódicos. Fernández
Feo le celebró, en primer lugar, en agosto de 1954, sus bodas de oro al
frente de la parroquia taribera, designándose entonces con su nombre
un nuevo barrio de esa capital de Cárdenas. Luego festejó sus 70 años
de vida sacerdotal en junio de 1956, visitándolo en su casa parroquial
con un grupo de religiosos, entre ellos el rector del Seminario, Francis-
co Le Bourgois. El anciano patriarca lo recibió en su mecedora, ya pos-
trado y reducido por los años, pero con una brillantez y lucidez sorpren-
dente. Cuando murió, el 8 de mayo de 1957, el obispo autorizó que su
cuerpo fuera enterrado en el presbiterio del templo que construyó gra-
cias a la intercesión obstinada del abogado Alberto López Cárdenas, fiel
admirador y amigo del fenecido, quien movió cielo y tierra, literalmen-
te, para conseguir ese propósito. En documento escrito, Fernández Feo

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

consideró la obra de Briceño Picón, indicando que como párroco ejem-


plar, ha enseñado con su palabra y con su vida las virtudes evangélicas y
cuidado con singular celo apostólico del bien espiritual de su feligresía.
Monseñor Bernabé Vivas nació en San Cristóbal en 1879. Des-
pués de formarse en Mérida y Curazao, fue ordenado por el obispo Sil-
va en 1906. Estuvo en Rubio, Trujillo y Mérida, hasta su llegada como
párroco de Santa Ana del Táchira en 1922. Construyó el templo de esta
ciudad, como lo había hecho en sus otras estancias. Fernández Feo lo
homenajeó en sus bodas de oro sacerdotales, celebradas en junio de
1956. Tres años después, el obispo le festejó sus ochenta años de vida,
ofreciendo la copa de champaña el vicario cooperador, Vicente Rivera
Mora. Igualmente, el prelado se conmovió con el fallecimiento del in-
signe sacerdote, en mayo de 1965. Como sucedió con monseñor Briceño,
los restos del venerable religioso fueron enterrados en el templo que
levantó, por petición formal de los vecinos de esa población, encabeza-
dos por el médico e historiador, J. J. Villamizar Molina.
Edmundo Vivas Medina fue egregio en la cátedra, en la investiga-
ción histórica y en la conducción de su grey. Vino al mundo el 4 de julio
de 1887 en Lobatera. Estudió en el Seminario de Pamplona y se ordenó
en Mérida, en 1912. Luego de recorrer las parroquias de San Cristóbal,
Mérida, Independencia, Colón, Pregonero y La Grita, donde fundó es-
cuelas, volvió a la capital tachirense en 1940 como párroco de Catedral,
siendo cercano colaborador del obispo Arias Blanco. Creó en 1944 el
Colegio Santa Teresita donde contó con la participación de la maestra
colombiana Ana Lucía Silva. Fue honrado como camarero secreto del
papa Pío XII, por lo que fue investido como monseñor en marzo de
1952. A la llegada de Fernández Feo, es reemplazado en su cargo
parroquial por Carlos Sánchez Espejo, pero es nombrado provisor de la
diócesis, es decir, el tercer cargo jerárquico más importante del gobier-
no eclesiástico, lo que denota el respeto que le profesaba el obispo. Fue
Vivas el organizador del primer encuentro con su clero, rindiéndole un
homenaje en diciembre de 1952, con motivo de sus cuarenta años de
sacerdocio. Cuando el honroso tachirense falleció el 12 de agosto de
1972, Fernández Feo deploró profundamente su partida.
El doctor Gonzalo Vargas fue uno de los médicos del obispo To-
más Antonio Sanmiguel. El 1º de junio de 1962, el obispo ofició una
misa de acción de gracias por sus bodas de oro profesionales, actividad
que inició en su nativa Colombia y para asentarse en 1914 en la pobla-
ción tachirense de Colón. Fue amigo de Eustoquio Gómez, cuyo respe-

37
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

to ganó por el acierto de sus dictámenes científicos. Acompañó al pri-


mer obispo de la diócesis en el desenlace fatal de su salud en 1937,
cuando el purpurado apenas tenía cincuenta años de edad. Este hecho
fue resaltado en el acuerdo emitido por Fernández Feo, tal vez el único
realizado para un seglar. En su cuarto considerando explicó que en la
larga y penosa enfermedad que segó prematuramente la preciosa exis-
tencia de nuestro antecesor y Primer Obispo de la Diócesis, Monseñor
Tomás Antonio Sanmiguel, el Doctor Gonzalo Vargas Z., como su mé-
dico de cabecera, no sólo lo trató con total consagración y exquisita
benevolencia, pero también como un amigo bondadoso, quiso, particu-
larmente cuando el dolor era más intenso y torturante, pasar largos
ratos junto a su lecho de enfermo para acompañarle y prodigarle pala-
bras de aliento y de consuelo. La celebración de medio siglo de activi-
dad profesional contó con un formal acto, que tuvo como orador de
orden, al secretario de la Presidencia de la República, Ramón J.
Velásquez. El obispo actuó con Vargas de manera más que especial,
como un hijo devoto con su padre.
Los otros dos seglares a los que profesó admiración fueron el
sabio jurisconsulto y magistrado, Antonio Rómulo Costa, visitándolo
en su casa de la Plaza Urdaneta a los pocos días de su arribo como
obispo de San Cristóbal, en compañía del abogado Luis Andrés Rugeles,
director de Política de la gobernación, debido a los quebrantos de salud
del eximio educador, juez y senador nativo de Seboruco, cuyo nombre
fuera epónimo de la Normal Diocesana creada en 1960. Con el director
de la Banda del Estado Táchira, Marco A. Rivera Useche, titular de ella
desde 1929, demostró un gesto que no hizo con otro seglar. Al cumplir-
se las bodas de plata de ese tránsito filarmónico, Fernández Feo, excel-
so amante de la música, se dirigió mediante carta pública al compositor,
abrazándose a los actos organizados por la efeméride, indicándole que
el Pastor Diocesano se une a todas las demás Entidades del Estado
para felicitarlo con plena cordialidad en esta etapa memorable de su
vida y pide al Señor, Dador de todo galardón perfecto, que lo colme de
ventura personal y le permita cosechar por muchos años nuevos y ga-
llardos triunfos.
Con los tres sacerdotes y los tres seglares, Alejandro Fernández
Feo demostró un respeto particular que se trasladaba, por la dimensión
humana de los personajes, y las instituciones que representaban, a un
acercamiento mayor a las querencias de la tierra que lo cobijaba y en la
que emprendería obra sin igual.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Visitando al sabio Antonio Rómulo Costa con Luis Andrés Rugeles, 1952.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Celebrando el episcopado

La sociedad de San Cristóbal empezó a conocer el nuevo estilo


del obispo. Una manifestación de ello se expresó en la celebración del
aniversario de su ascenso como titular de la diócesis tachirense, los que
en efecto fueron completamente diferentes a los de sus antecesores.
Fernández Feo, al contrario, fue profusamente honrado en su palacio
por todos los sectores de la sociedad, cumpliéndose un formal y riguro-
so desfile de visitantes. Diario Católico consideró que la fecha es tam-
bién la más grande fiesta de todo el Táchira, que sabe ver en él a un
padre, a un jefe y a un amigo.
El 24 de agosto de 1953 se conmemoraba un año de su entroniza-
ción en San Juan de Caracas, por parte del nuncio Armando Lombardi.
Ese día la Catedral se colmó de fieles desde muy temprano, pues a las
ocho y media de la mañana, el obispo celebró una misa a la que asistie-
ron las delegaciones de la Acción Católica y diversas congregaciones
religiosas de todo el Táchira. Los homenajes fueron expresados por el
Ejecutivo del Estado, los clubes sociales, las órdenes religiosas y todos
quienes manifestaron su salutación personal. Al mediodía fue honrado
por el clero diocesano con un almuerzo en el Seminario, y los alumnos
y profesores, le rindieron en la noche una elegante velada. De igual
manera el 28 de septiembre, en la celebración de su arribo al Estado, los
festejos contemplaron la presencia de una ceremonia en la capilla del
Seminario con la participación de 140 estudiantes. Por la noche, el pre-
lado se dirigió a su grey a través de las emisoras de radio. Su interven-
ción fue una de sus grandes e íntimas confesiones. Luego de recordar
emocionado los parajes de ese día triunfal a un año de distancia, sosega-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

do, meditó profundamente ante el altar. Se hizo cuatro preguntas a las


que dio certera respuesta. ¿Qué encontré en el Táchira? ¿Qué me dio el
Táchira? ¿Qué le he dado al Táchira? ¿Qué espero del Táchira? La
contestación a ellas fue su primera bitácora para navegar.
Respondiendo a la primera interrogante, sostuvo que encontró
una fe no común que conducía al respeto de un pueblo y a la formación
de la necesaria disciplina para convivir en progreso, destacando la pre-
sencia de un clero que calificó como edificante, preparado, unido, tra-
bajador, que sabe discurrir con el docto y labrar con el campesino,
defender hasta la muerte la doctrina y el derecho de Cristo, y amar a la
vez a todos sin excepción alguna. Un clero que forma un solo bloque,
una sola muralla, un solo esfuerzo, y que sigue a una sola voz: la de su
obispo y por encima de todo la del Papa.
El Táchira, según su discurso, le dio calor de afecto, amor y amis-
tad, a pesar del temor ante lo desconocido. Las oleadas de ese pueblo
que lo recibió con sus brazos abiertos lo hizo uno de los suyos, recibien-
do la más amplia colaboración, pues nunca ha quedado sin eco mi voz,
nunca la mano tachirense ha dejado extendida la mía, y ni uno sólo de
mis proyectos ha quedado sin respuesta inmediata. La sinceridad del
tachirense que experimentó el prelado quedó rubricada en una adhesión
indestructible. Al recordar las dos llaves de oro que recibió a las puertas
de la ciudad, símbolo de confianza y amor, según sus expresiones, sintió
que nada había hecho por el Táchira, sino entregar esas llaves y cumplir
ese juramento, refiriéndose a la exclamación, ¡Pueblo del Táchira, yo
juro que te querré! Dijo, entonces, que no teniendo otros méritos ni
cualidades que entregarle, al Táchira le he dado mi vida, simple como
ella es, sin restricciones, ni componendas, ni regateo. Al contestarse
qué esperaba del Táchira, anheló que esa fe católica se agigante y
solidifique cada vez más como nuestras cumbres milenarias sin que
parezca jamás detrimento, sin que se restablezca con concesiones a
componendas cobardes; yo espero que nuestro pueblo, sostuvo el obis-
po, la defienda siempre con valor y sacrificio de todos los que osen
atacarla, concluyendo que, yo espero que la armonía y cordialidad que
reina entre nosotros no padezca jamás una estridencia. Al expresar que
sus dos grandes ideales eran el fortalecimiento del Seminario y de la
acción católica, emitió uno de sus sabios juicios: Espero que Dios, que
hace nacer el sol sobre los justos y sobre los pecadores, nos mantenga
siempre unidos por encima de todas esas cosas que separan a los hom-

41
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

bres; por encima de las doctrinas, por encima de los criterios, por enci-
ma de las pasiones, esté siempre en alto y a salvo la convivencia en que
debemos actuar los hombres para alcanzar la felicidad y la paz. Fue
una norma a seguir.

Celebración del primer año de episcopado.


Con el Pbro. José León Rojas Chaparro. 1953.

En el desarrollo del segundo aniversario, Fernández Feo estable-


ció que el 24 de agosto fuese considerado como el Día del Obispo. El
editorial de Diario Católico, dirigido por Rafael Angel González, indicó
que esta es una fecha que él ha querido celebrar como su día propio, en
un deseo de que los diocesanos vean más que a la persona del Obispo,
a la dignidad del Pastor por él representada. Cualquiera que sean las
cualidades personales del Obispo, su dignidad es siempre la misma,
excelsa y de origen divino. El vicario General, Domingo Roa Pérez,
recordó mediante aviso público los actos que se iniciarían a las seis y
media de la mañana con una misa, pidiendo orar por sus intenciones,
definiéndolo como nuestro padre, pastor y maestro. Luego del santo
oficio, la acción católica, las autoridades civiles y militares lo visitaron

42
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

en el Palacio Episcopal. Cerca del mediodía, Roa Pérez encabezó el


acto con una intervención suya. Le hizo entrega de un presente a nom-
bre del clero seglar y regular para ir a un almuerzo en el Seminario. En
la tarde, los festejos continuaron con una celebración en el Club Táchira.
La misma formalidad continuó en los inmediatos años. El vicario
Roa Pérez anunciaba los actos a realizarse, incluyéndose un texto
inmodificable a pesar del tiempo, definiendo que la unión con el Obispo
y la obediencia de los fieles a sus sabias enseñanzas son la señal inequí-
voca de fe verdadera, de catolicismo integral y de unión con la que es
columna y fundamento de la verdad: la Santa Iglesia Romana. La cele-
bración eucarística se iniciaba a las seis y media de la mañana; pasada
ésta, las cuatro ramas de la Acción Católica representadas fundamental-
mente por el periodista Víctor Manuel Barrios, ofrecían sus saludos en
el Palacio Episcopal. A las once las autoridades civiles y militares, en-
cabezadas por el gobernador Antonio Pérez Vivas y el comandante de la
guarnición, se sentaban a uno y otro lado del prelado, siguiendo con el
saludo del clero, normalmente por el presbítero Carlos Sánchez Espejo.
Después del almuerzo en el Seminario, Fernández Feo recibía visitas
entre las tres y las cinco y media de la tarde, trasladándose al Club Táchira
durante hora y media, concluyendo la jornada con una velada artística
en el Seminario. Sólo en 1958, luego del golpe de Estado que acabó con
el régimen perezjimenista, algunas formalidades cambiaron. Roa Pérez,
designado obispo en Calabozo, fue reemplazado por el nuevo vicario,
Marco Tulio Ramírez Roa. El doctor Pérez Vivas no era el gobernador;
lo sucedió el mayor Santiago Ochoa Briceño. Los actos comenzaban a
las 11 de la mañana del día 23, con la salutación del clero diocesano y
regular en el Palacio Episcopal, el almuerzo en el Seminario y la bendi-
ción de alguna obra, en este caso, la capilla del Hospital Central. Al día
siguiente la celebración realizada a las 7 de la mañana, proseguía con el
saludo de las congregaciones religiosas; la Acción Católica; las autori-
dades civiles, militares, judiciales y municipales; las visitas particula-
res, el recibimiento de la ofrenda corporativa de la Parroquia San
Sebastián, siendo ésta la instalación de la Residencia de las Misioneras
Parroquiales del Hogar y la recepción en el Club Táchira, a partir de las
seis y media de la tarde. Sólo habían cambiado los personajes, pues sus
rangos eran los mismos.
Mientras la democracia se afianzaba, el obispo continuó con la
celebración de su especial día. En el cómodo estar, al lado de su poltro-

43
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

na, a la izquierda, se ubicaba el comandante militar, entretanto el gober-


nador del Estado, bien fuera Ceferino Medina Castillo, Edilberto
Escalante o Valmore Acevedo Amaya, se instalaba a la derecha. La oca-
sión era propicia, además de la acostumbrada misa que podía cambiar
de hora, para demostrar los avances espirituales y físicos de la diócesis.
Por ejemplo, en 1959, Fernández Feo ordenó al subdiácono, Sixto Gon-
zalo Somaza y, al año siguiente, impuso el presbiterado a Heberto Ruiz
Cortés en el oficio celebrado en San Juan Bautista, como lo hiciera en
1969 con Rubén Darío Mora. En 1960, en particular, bendijo el templo
de Nuestra Señora del Rosario, en La Concordia, y el champaña del
Club Táchira era la ocasión para estrechar y afianzar lazos amistosos de
toda índole. En la década de su ascenso al trono sancristobalense, las
felicitaciones por la prensa fueron profusas, y gentes humildes de Ba-
rrio Sucre le aplaudían su bendición de la capillita donde empezó a acu-
dir esa feligresía a la misa dominical, asistida por José Gregorio Pérez
Rojas. El nuevo cronista de la ciudad, José Joaquín Villamizar Molina,
reconocía la vasta obra realizada sólo en el campo de la educación, men-
cionando las escuelas parroquiales, la Escuela Normal Diocesana, el
Seminario de Palmira y la Universidad Católica. Un nuevo ente, de ca-
rácter permanente, la Asamblea Legislativa, se unía a los festejos con un
acuerdo presentado por la diputada Carmen de Valera, y la Acción Cató-
lica, luego de la muerte del señor Barrios, presentó a su nuevo represen-
tante, el médico José Antonio Rad Rached, uno de los íntimos amigos
del prelado.
Los cursillistas de cristiandad fueron incluidos en el exigente pro-
tocolo que año tras año, fue engrosado con miembros de la banca, del
comercio, del sindicalismo, de entes públicos y privados; además de
algunas acciones religiosas como la Legión de María, los militantes de
cristiandad y el movimiento familiar cristiano. Una soberbia celebra-
ción fue la de 1963, pues en su especial efeméride, el obispo pudo abrir
las puertas de una de sus más encumbradas obras, el Seminario de
Palmira, quedando la vieja sede de la carrera 14 como espacio de la
Universidad Católica. La peregrinación partió de Táriba con la imagen
de la Virgen de la Consolación hasta la colina de Toico, donde se levanta
majestuoso el edificio que albergaría a los seguidores de Jesús en su
obra evangelizadora. El 24 de agosto de 1963, Alejandro Fernández Feo
ofició en el patio central de la nueva infraestructura, ascendiendo a la
vez en su valía íntima dentro del corazón de su grey.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Otros aniversarios fueron empleados para anunciar su partida a


Roma, máxime en tiempos de las arduas sesiones del Concilio Vaticano
II. La Basílica de Táriba reemplazó en algunas oportunidades a la Ca-
tedral. El nuevo protocolo incluía una visita episcopal a los ancianatos
de la ciudad, el Hogar San Pablo, el Padre Lizardo y, más tarde, el
Medarda Piñero. También, su modestia exigía un oficio en nuevas ca-
pillas, como la de San Judas Tadeo en La Romera. Los quebrantos de
salud del obispo, su permanencia en los retiros espirituales de Los
Teques, o su obligada asistencia a algún curso de renovación teológica,
exigidos por las autoridades superiores, fueron los únicos motivos que
impidieron la celebración de tan solemne fecha, como sucedió en efecto
1961, 1966 y 1973.

Celebración aniversaria, 1965.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

En 1971 mostró el producto del Seminario, los ordenados de su


propia mano, ocasión especial para concelebrar con sus discípulos, des-
pués de cuatro décadas de entrega ministerial como sacerdote. Allí estu-
vo, entre otros, con Antonio Arellano Durán, Nelson Arellano Roa, Pe-
dro Oswaldo García, Rafael Hernández, Flaminio Ontiveros, Vicente
Rivera Mora, Ramón Elvidio Rosales, Otto Cárdenas, Miguel Angel
Ruiz Rivera, Ramiro Useche, Heberto Ruiz, Hernán Sánchez Porras,
Roberto Arellano, Lubertino Rosales, Rubén Darío Mora Ramírez y Luis
Gilberto Santander, siendo el último, años después, severo historiógrafo
de la Iglesia Católica Tachirense. Luego, el rector del Seminario, Pío
León Cárdenas, sería recibido en el día especial de agosto con buena
parte de la muchachada de Palmira que se acercaba, admirando la figura
y el porte de Monseñor. En otra ocasión, en 1974, la fecha coincidió con
la conferencia mensual del clero, aprovechándose la presencia del padre
Demetrio Ilzarbe, sabio predicador y enseñante de la cualidad sagrada
del ministerio episcopal.
Las enfermedades y el duro trajinar de su exigente agenda, mer-
maron ostensiblemente la salud del obispo Fernández Feo. Con 26 kilos
menos, abrió las puertas de su Palacio en 1976, siguiendo con sus ocu-
rrencias, sus chistes, su buen humor, preguntando a los ancianos de los
asilos si ya le tenían reservada su habitación, a la vez que hacía los
preparativos para la conmemoración de sus bodas de plata como mitra-
do tachirense, actos organizados por un grupo que presidió inicialmente
su fraterno amigo, el empresario Ramón Matos Pulido, laico compro-
metido y filántropo decidido; sin embargo, el destino no lo quiso así.
Don Ramón, afectado por oculto mal, fallecería en julio de 1977. El
presidente de la legislatura, Teodomiro Chaparro, asumió la dirección
de la junta, quedando el profundo dolor de la partida del virtuoso caba-
llero e incansable monitor social. Al compromiso con las citadas excep-
ciones, nunca dejaron de faltar las representantes de la Unión de Muje-
res de Acción Católica, Eva Escalante y Telésfora de Paz, asistentes
desde la primera celebración en 1953.
A la partida del vicario Ramírez Roa, el compromiso era anun-
ciado por sus sucesores, Pedro José Pérez Vivas, Antonio Arellano Durán
y Alejandro Figueroa, correspondiendo a éste la organización de las
últimas celebraciones. En 1981, Fernández Feo se aproximaba a sus
tres décadas episcopales y poco a poco, preparaba su inminente retiro.
El Derecho Canónico obligaba la presentación de su renuncia al cum-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

plir 75 años de edad y esos aniversarios comenzaban a tener el tinte


propio de la nostalgia, de la forzosa partida, del anuncio obligado de no
tener más planes ni asumir compromisos, pues todo estaba hecho. Sen-
tenció en una de esas ocasiones que hice muy poco y me pagáis en de-
masía. Después de escuchar el discurso del presidente de la Asamblea
Legislativa, Eduardo Flores Alvarado, el obispo, improvisando como
siempre, imprimió su natural sabiduría al encuentro, conceptuando la
naturaleza de esa reunión entre él y su pueblo, una oportunidad precisa
para parangonar la dimensión espiritual y social del mismo, viendo plas-
mada, la obra de Dios. Indicó que dentro de los antropomorfismos que
tuvieron que valerse los escritores sagrados que no pudiendo decir a
Dios, ni explicárselo a los hombres, sobre todo en el Génesis, van brin-
dando a Dios a con las características del hombre, que es lo que ellos
conocían, del hombre que habla mecido por la brisa de la tarde, sobre
las aguas, que tranquilo conversa con Adán bajo la sombra de los ár-
boles del Paraíso. Las órdenes divinas luego de creado el hombre, su
crecimiento y multiplicación, su trabajo, fueron imágenes que Fernández
Feo vio reproducidas en todas las gentes de mil oficios, procederes y
ejecutorias, asiduos visitantes en el templo, en el palacio, en el semina-
rio, en el club. Aquí está el Hombre que tomó en sus manos el tesoro de
Dios, el día de la Creación, para desarrollar la tierra. Confesó sus
sentimientos íntimos, al expresar que habéis venido porque constituís el
cuerpo del Pueblo; pero los pueblos no son sólo en la tierra, los paisa-
jes; no son sólo los campos labrados; no son sólo los altos edificios; no
son sólo los ejércitos; no son sólo los legisladores que prevén el bien
social y lo reglamentan; no son sólo las autoridades que los ejecutan.
Ese es el cuerpo de la tierra que Dios nos entregó para labrarla. Esos
pueblos tienen un alma, el alma que da la vida, el alma que traza los
caminos de la felicidad espiritual, no sólo terrenal, sino espiritual y
eterna en el Reino de Dios. Y uno de los que tiene que construir el
bienestar de estos pueblos es el sacerdote puesto por Dios, para que
sea él también maestro; para que sea también sembrador, para que sea
él defensor y sea el que construye.
Culminó esa emocionada intervención, haciendo una introspec-
ción conceptual como nunca. Habéis venido a la casa del hombre que
cumple cincuenta años de ser sacerdote. Cincuenta años de tratar con
la ayuda del Espíritu Santo, de insuflar sobre el cuerpo que forma nues-
tras manos, para darle un alma. Soy maestro que tiene un solo libro: el

47
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Evangelio. Soy un maestro que tiene un solo título: el que selló el gran
canciller del Reino, Cristo Jesús, con el sello indeleble de su sangre. El
sacerdote es el alma de los pueblos. Su doctrina es el alma de los pue-
blos, concluyó, reconociendo a sus predecesores, los que sembraron la
primera semilla, los que levantaron este desarrollo desde la Conquista
hasta monseñor Arias. De vosotros recibo un premio que no merezco
personalmente, pero sí merece el sacerdote, la institución. Definió así,
el sentido trascendental de ese día, instituido según los Estatutos
Sinodales de la Diócesis de San Cristóbal.
Las tres últimas celebraciones llevaban marcado el aliento de la
despedida. En el festejo de sus tres décadas al frente del episcopado
regional, expresó que ese tiempo, supone una responsabilidad tremen-
da ante Dios, ante quien tengo que rendir cuenta de mis acciones y de
mi misión ministerial. Una vez más, en el Seminario de Palmira, el pre-
lado concelebró teniendo a su izquierda al vicario Alejandro Figueroa,
mientras que al otro lado estaba el vicario foráneo de La Grita, José
Teodosio Sandoval. Sabedor del cada vez más cercano final, Fernández
Feo confesó que lo poco que me queda de vida le pido a Dios que me
ilumine, me ayude y me enseñe a orar. Al agradecer al Creador, dijo al
periodista Marcelino Valero en 1983, que sólo El me ha concedido has-
ta el día de hoy, llegar sin desaliento ni tristezas, ni amarguras ni re-
sentimientos contra nadie, y no contento con eso, no sólo me hizo obis-
po, sino que rebasó su bondad haciéndome Obispo del Táchira.
Su último aniversario como obispo titular lo celebró en el Salón
del Trono del Palacio Episcopal. Recibió a las autoridades regionales
encabezadas por la gobernadora, Luisa Pacheco de Chacón, quien pro-
nunció sentidas palabras de deferencia hacia el mitrado, recordando su
obra física y la entrega espiritual manifestada, entre otras, con la orde-
nación de más de cincuenta sacerdotes. Monseñor volvió a revelar ex-
presiones muy íntimas, guardadas muy hondo, las que decía por prime-
ra vez. Resulta que el obispo es un hombre, a quien Dios escogió como
dice el apóstol, dentro de los hombres para constituirlo a pesar de su
indignidad, representante de Dios. El obispo no ha perdido su natura-
leza humana, el obispo tiene dentro del pecho un corazón que late, ama,
siente y que sufre. Más adelante, acotó: - lo que interesa es que el Señor,
a pesar de mi indignidad, me hizo sacerdote suyo, para mí inconcebi-
ble, y siempre me pregunto ante el Santísimo, por qué Señor, por qué a
mí, que no lo merecía, por qué a mí cuando otro lo hubiera hecho mil

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

veces mejor que yo. Son misterios que los conoceré cuando nazca en la
verdadera vida, a la vida eterna y no a la efímera de la tierra. Concluyó
el experimentado pastor, reiterando el dolor del ministerio, las espinas
sufridas y sentidas, teniendo eso sí, al sacerdocio como bálsamo y con-
suelo de las penas. Remató, sentenciando que si mil veces naciera, las
mil veces naciera con el deseo de ser sacerdote.
Cuando entregó el gobierno de la diócesis, las celebraciones fue-
ron íntimas y no revestían carácter oficial. Era el obispo emérito. En esa
condición, el 24 de agosto de 1987, la primera mandataria regional lo
visitó con sus colaboradores y otras autoridades en su residencia de Pi-
rineos. Se cumplían 35 años del ascenso a la mitra tachirense, y estando
enfermo, tal vez sospechando que eran sus últimos días, recibió a varios
amigos, entre ellos a los componentes de la Sociedad Bolivariana del
Táchira, presidida por el abogado Edgar Velandia, en compañía de
monseñor Nelson Arellano Roa, del profesor Nerio Leal Chacón y del
poeta Pedro Pablo Paredes. Era, sin duda, la última oportunidad que, en
vida, desfilaran ante él, guardándole sus respetos. Días después, la pro-
cesión, sería de otro tenor.

49
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

El comienzo de la huella.
El Congreso Eucarístico Diocesano de 1956

En cuatro años de episcopado, el estilo de Alejandro Fernández


Feo comenzaba a notarse. Las grandiosas celebraciones aniversarias, la
pomposidad de su presencia física, lo ampuloso del ambiente que lo
rodeaba, marcaron una visión externa del hombre que muy adentro era
sencillo, reservado, tal vez tímido, aunque parezca increíble esta afir-
mación. La acción realizada en Caracas, traducida en obra material, a
través de escuelas, casas sociales y comedores, no se había notado aún
en estos confines. Pensó desde un principio hacer un nuevo seminario;
enfiló sus baterías hacia ese cometido. También, la feliz circunstancia
de cumplir sus bodas de plata sacerdotales motivaron en el clero, en las
autoridades regionales y en los amigos que había ganado con su amplia
y llana personalidad, una conmemoración como nunca. El marcó la dis-
tancia, indicó que no podía rehusar la distinción, pero que no lo acepta-
ría como algo propio sino en honor de la Iglesia. Fue enfático en este
particular cuando indicó en octubre de 1955 que era su deseo que esos
festejos estuvieran despojados de honores personales y que su mayor
aspiración era que los mismos se encauzaran a obtener en la diócesis
una renovación espiritual de fe hacia la Divina Eucaristía y el sacerdocio
católico, y que redundara de manera muy especial a favor de la obra
vocacional, ya que ella es la base del futuro sacerdocio. En conclusión,
puso manos a la obra, en la dimensión como sería recordado: un gran
hacedor de obra tangible.
La primera noticia sobre el encuentro la suministró el vicario ge-
neral, Domingo Roa Pérez. En rueda de prensa indicó que la efeméride
de las bodas de plata sacerdotales del obispo, motivaba la reunión de

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

buena parte del episcopado nacional. Sin fondos económicos para el


gran compromiso, calculado en cien mil bolívares, incluyendo el viaje
de los purpurados, sus acompañantes, el acondicionamiento y ornato
del campo de celebración en la zona norte de San Cristóbal, entre San
Cristóbal y Táriba, donde se levantaría luego la Urbanización Las Lo-
mas, y se efectuará la construcción del templo de Cristo Rey, los organi-
zadores, encabezados por el empresario Ramón Matos Pulido y el res-
ponsable de las finanzas, Jesús Antonio Cortés Arvelo, se apoyaron en
la palabra divina, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo
demás se os dará por añadidura.
Así fue, en efecto. Rifas, cenas especiales, estampillas, banderi-
nes y colaboraciones especiales empezaron a ser requeridas. La Urbani-
zadora Táchira, empresa de Matos Pulido, logró los terrenos en los de-
sarrollos de Las Lomas, mientras tanto, la constructora Esfega, liderada
por los ingenieros Edgar Espejo y José Rafael Ferrero Tamayo, puso a
disposición sus mejores hombres, equipos e ideas, sin costo alguno, otras
cooperaciones especiales, como la de la Electrofer Marconi, especiali-
zada en iluminación, fueron sumándose a la gran voluntad de demostrar
la fuerza de la fe. El comercio en general, las familias pudientes y hu-
mildes, contribuyeron con sus recursos para lograr el cometido. En los
campos, los labriegos iban con sus familias al templo parroquial. En las
capitales de toda la geografía tachirense, el obispo presidía los fines de
semana, los congresillos que unirían voluntades al magno encuentro
decretado oficialmente, a los pies de la imagen de la Señora de la Con-
solación de Táriba, nombrada patrona del mismo, el 25 de octubre de
1955. El año jubilar de las bodas de plata se había iniciado.
La primera disposición de la providencia episcopal ordenaba la
celebración de un Gran Congreso Eucarístico que se efectuará en la
ciudad de San Cristóbal en los días comprendidos entre el 25 y el 28 de
octubre de 1956. Queremos que sea ésta la única celebración de Nues-
tro Jubileo Sacerdotal y, como único presente de nuestros diocesanos,
la colaboración tan generosa como lo permita a cada cual los medios
de que dispone, para la construcción del nuevo Seminario. En adelante,
los equipos estructurados para esta misión comenzaron su tarea. El pro-
pio obispo o su vicario general notificaban los adelantos. Cuatro mil
niños harían su primera comunión, – el himno del encuentro había sido
compuesto por el músico Marco A. Rivera Useche, con letra de monseñor
Luis Eduardo Henríquez Jiménez, luego obispo auxiliar de Caracas,– y

51
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

el escudo representativo de la jornada representaba la eucaristía, el sa-


cerdote y el Táchira como símbolos fundamentales. También, 24 padres
redentoristas actuarían en 18 centros misionales, destacándose la pre-
sencia de los predicadores Pedro Pablo Barnola, Víctor Iriarte y Angel
Sáenz. Mientras tanto, contra viento y marea, enfrentando la inclemente
lluvia, los obreros echaban muros que formaban cascadas en la quebra-
da adyacente, levantando también las bases del presbiterio, dando for-
ma así a la incipiente forma de lo que sería el templo de Cristo Rey,
creado bajo la égida de Matos Pulido. La fecha central se acercaba y el
gobernador Antonio Pérez Vivas, íntimo amigo del obispo, decretaba
Día de Júbilo el 25 de octubre de 1956, considerando que el pueblo
tachirense, en reconocimiento de la eminente labor espiritual y social
que realiza en su diócesis el obispo de San Cristóbal, quiere expresar
su regocijo en tan fausta oportunidad.
El programa de actos, perfectamente diseñado por Fernández Feo,
Roa Pérez y la comisión presidida por Matos Pulido, pautó la recepción
en San Antonio del Táchira del nuncio Apostólico, Rafael Formi y los
arzobispos y obispos asistentes a partir del 24 de octubre. Al llegar a
San Cristóbal, la concentración partió desde la Plaza Bolívar hasta la
Catedral, efectuándose una recepción ofrecida por el Ejecutivo del Es-
tado en el Club Táchira. Al día siguiente, en el campo del Congreso, en
Las Lomas, se inició la pontifical presidida por el obispo homenajeado,
con la predicación del obispo auxiliar de Caracas, Ramón Ignacio Lizardi,
director general del Servicio de Capellanía del Ejército. En la tarde se
realizaron las confesiones para las damas, quienes comulgaron en la
venidera mañana del 26, en ceremonia celebrada por el arzobispo de
Mérida, Acacio Chacón, oyéndose la predicación del agustino Angel
Sáenz. Las confesiones para niños y jóvenes prosiguieron. En el Salón
de Lectura se efectuaron las conferencias para señoras y señoritas.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Congreso Eucarístico de 1956. Entrando a Las Lomas.

En la noche de ese 26 se inició el Congreso Eucarístico presidido


por el arzobispo Chacón, con la entrada de la imagen de la Señora de la
Consolación y las intervenciones de los obispos de Barquisimeto y Valen-
cia, monseñores Críspulo Benítez y Gregorio Adam, respectivamente, sien-
do el último, uno de los formadores de Fernández Feo a quien reemplazó
en San Juan. Un día luego, el arzobispo de Caracas, Rafael Arias Blanco,
presidió el encuentro de jóvenes, predicando su joven discípulo José
Gregorio Pérez Rojas. Cerca de la medianoche, la concentración fue diri-
gida a los hombres, celebrando el obispo anfitrión la eucaristía con la
alocución del presbítero Carlos Sánchez Espejo. Con la solemne pontifical
del nuncio Formi, el encuentro concluyó en la tarde del 28 de octubre,
impartiéndose la bendición papal con indulgencia plenaria. Una delega-
ción colombiana, encabezada por el obispo de Bucaramanga, Aníbal
Muñoz Duque, participó en visible gesto de fraternidad.
Después de su llegada, la celebración de las bodas de plata, signi-
ficó la primera y masiva realización que el obispo del Táchira marcaba
ante su grey. Las celebraciones de su ascenso al trono tuvieron una sig-
nificación más específica, en cambio, ésta mostraba su fortaleza como
conductor de la fe de un pueblo que respondió por primera vez, en di-
mensiones extraordinarias, al requerimiento de su guía espiritual. En
adelante, la Avenida Libertador fue testigo de multitudinarias procesio-

53
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

nes hacia Táriba, más tarde en ruta de Palmira. El manejo de la gran


masa humana tuvo en Fernández Feo un líder que estuvo a la altura de
las circunstancias. Convenció con su palabra y ratificó, con sus obras, el
inconmensurable liderazgo que lo hizo único en el colectivo.
De ese Congreso Eucarístico, aún queda el templo de Cristo Rey
en Las Lomas. La estructura, desarrollada sólo en su frente, en princi-
pio, para el encuentro de 1956, se hizo en los terrenos donados por Ra-
món Matos Pulido, quien logró la participación de la constructora Esfega,
el apoyo de los ingenieros Edgar Espejo, José Rafael Ferrero Tamayo y
Rafael Vivas Sánchez, de la Electrofer Marconi y el señor Enzo Cavallina,
del propietario de la Industrial Táchira, Omar Biaggini León, de la Fá-
brica de Cementos Táchira y del Ejecutivo del Estado, particularmente
del gobernador Antonio Pérez Vivas. Todos dieron su aporte, bien en
propiedades, materiales de construcción, obreros, diseños, ornamenta-
ción, iluminación, pero ante todo, el propósito de que la obra se conclu-
yera en su primera etapa.
Desde la colocación de la primera piedra por parte de Fernández
Feo, el 26 de noviembre de 1955, día de bendición del terreno donde se
construyó la Urbanización Las Lomas, ingenieros, maestros de obra,
capataces y obreros laboraron día y noche, muchas veces hasta altas
horas de la madrugada, para cumplir lo prometido. Debía estar conclui-
da el 15 de octubre, de lo contrario, bromeaba Matos Pulido en entrevis-
ta concedida al padre Rojas Chaparro, director de Diario Católico, usted
nos irá a encontrar en el Congo Belga, como firme respuesta de la pala-
bra empeñada. Considerado en un comienzo como un monumento, se
decidió completarlo como templo definitivo de la zona que albergaría
200 familias al norte de San Cristóbal. Mientras se adecuaban los siste-
mas de cloacas, alumbrado público y privado, red telefónica y la cons-
trucción del tanque con capacidad para un millón de litros de agua, sir-
viendo como acueducto del sector, la iglesia tomaba forma. Fue ofreci-
da como conmemoración del primer año del Congreso. Curiosamente
era la segunda iglesia consagrada en el Táchira a lo largo de su historia,
siendo la primera la de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba,
obra de monseñor Briceño Picón, bautizada por el obispo Antonio Ra-
món Silva en 1912. Ni la Catedral, ni el templo de La Ermita, iniciados
en el siglo XIX habían sido concluidos definitivamente. Entonces, fue
la de Cristo Rey en Las Lomas, la que ocupó ese interés histórico que
según un reportaje de Diario Católico, se consagraba, para alejar al
demonio de aquel lugar, pues tal es el objeto de los muchos exorcismos

54
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

que trae el Ritual de los Obispos en la consagración de las iglesias.


Cumpliendo este requisito, el domingo 27 de octubre de 1957, Alejan-
dro Fernández Feo ponía al servicio de San Cristóbal la primera de sus
obras físicas. Sólo su espíritu indeclinable, su poder de reunir a su lado a
las personas diligentes para emprender cualquier cometido, permitió este
inicial triunfo, rubricado con su culminación, con la colocación de su
enorme Cristo, su altar de mármol nacional y sus vistosos pisos, para
recibir al obispo y su séquito, conformado entre otros, por Carlos Sánchez
Espejo, párroco de Catedral, orador sagrado en la especial fecha
consagratoria. Lo particular de la obra era el bautisterio, construido en su
exterior, en forma de piscina con la pileta en el centro, recordando la
inicial manera que emplearon los apóstoles, es decir, la inmersión. El
recuerdo en particular a los monitores Matos Pulido y Espejo, emprende-
dores de otros provechos para el Táchira, queda allí, en el monumento
que los fieles del Táchira entregaron a su tercer obispo en razón de sus
bodas de plata sacerdotales y en gratitud por la fuerza espiritual manifes-
tada en el Congreso Eucarístico que presidió el arzobispo Chacón, re-
uniendo buena parte de la jerarquía eclesiástica venezolana. Para el tem-
plo de Cristo Rey, Alejandro Fernández Feo, tuvo especial deferencia.
Significó el sitio de tregua de sus procesiones a Táriba; a él volvía en
ocasiones especiales, particularmente en la conmemoración de los diez
años del importante cónclave. Fue la primera de las realizaciones físi-
cas que entregara al Táchira. Para él, siempre tuvo hondo significado.

Congreso Eucarístico Diocesano. Las Lomas, 1956.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

El significado de hacerse tachirense.


Amistad con el gobernador Antonio Pérez Vivas

Alejandro Fernández Feo cumplía la inicial promesa que se trazó


en el momento de su llegada: luchar para convertirse en el mejor de los
tachirenses. Su imponente figura arropaba los espacios a los que acudía,
se ganó el respeto de todo un colectivo, incluyendo el de los políticos.
El Táchira al que arribó era gobernado por un hombre justo,
Antonio Pérez Vivas, abogado oriundo de Michelena y primo carnal
del presidente Marcos Pérez Jiménez. Su mandato puede considerarse
ecuánime, pues durante su gestión no se conocieron notables presos
políticos, órdenes de tortura, ni vejámenes. Algunos detenidos fueron
tratados con consideración por parte del jefe local de la Seguridad
Nacional, Enrique Benavides y, en muchas ocasiones, quienes iban a
ser detenidos eran advertidos por partidarios del gobierno que al escu-
char la inminente detención, los alertaban mediante claves como esta-
cionar un vehículo de un lado específico de la acera, empleando tam-
bién especiales y confidenciales correos humanos. El obispo estuvo
plenamente consciente de ello.
Como jerarca de la Iglesia Católica su presencia era obligada en
los actos públicos. En una época de seguidas inauguraciones, el obispo
estuvo obligado a bendecirlas, compartiendo con las altas autoridades
del país esos momentos, como era tradición. El propio Pérez Vivas, en
1987, pasadas tres décadas de su ejercicio gubernamental, se refirió a la
figura su amigo Fernández Feo, enfatizando que sólo su personalidad
hacía robustecer en el pueblo tachirense, la admiración que se le profe-
sa, pues a mí me consta, como al que más, recordaba el ex gobernador,
el señorío y la dignidad con que este gran varón representa a la Iglesia

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

en cualquier trance y lugar. La energía que emanaba del prelado, soste-


nía el magistrado, la transmitía a sus colaboradores, por ello, según sus
palabras, logró conformar un clero inteligente, adiestrado para reali-
zar obra de bien.
Las relaciones entre ambos personajes fueron más que fraternas.
El obispo fue agasajado profusamente por el mandatario, quien por ra-
zones de su cargo no pudo recibirlo a su llegada en 1952. El Club Táchira
fue epicentro de los homenajes y en las visitas de los jerarcas del régi-
men, Fernández Feo, era ubicado en sitio de honor. De tal manera, el
gobernador manifestó sus primeros respetos públicos, cuando emitió el
decreto con motivo del arribo al Táchira de la Sagrada Reliquia de Nues-
tra Señora de Coromoto, el 21 de octubre de 1952, declarando especiales
días de regocijo. Tres años después, el coronel Pérez Jiménez, concedió
al prelado, mediante resolución del 1º de julio de 1954, la Orden del Li-
bertador en el grado de Comendador. Pérez Vivas, declarándose amigo y
personal apreciador del señor obispo, tuvo el honor de imponérsela, de-
finiéndolo como un gran tachirense, que ha querido serlo y que ha logra-
do serlo con el consenso y la satisfacción de todos los tachirenses; pres-
tando grandes servicios a la región, dirigiendo la actividad social del
clero tachirense con brillo y prudencia, entendida esta última palabra en
su más amplia acepción, es decir, como compendio de preciadas virtudes
y como la más necesaria y eficaz en las difíciles tareas de gobierno. No
por coincidencia, en el que sería su último mensaje de gobierno presenta-
do ante la legislatura en junio de 1957, el gobernador expresó el reconoci-
miento del gobierno al obispo y al clero, por haber contribuido este año
como los anteriores a la realización del clima de convivencia y armonía
que se vive en la región, con el ejercicio honesto, inteligente y patriótico
de su alta misión espiritual y con el cumplimiento estricto de sus abnega-
dos derechos de docencia y de apostolado.
Durante cinco ocasiones, Antonio Pérez Vivas encabezó el desfi-
le de autoridades civiles en los días del obispo, como fueron llamados
sus habituales aniversarios del mes de agosto que recordaban su consa-
gración. Igualmente, la visita de los purpurados con motivo del Congre-
so Eucarístico de 1956, motivó al gobernador a ofrecer el brindis en el
Club Táchira, iniciando su intervención al conceptuar las manifestacio-
nes recibidas por el festejado prelado, como palmaria demostración de
fe católica y pregonan la responsabilidad ciudadana de los tachirenses,
al tiempo que son prueba inequívoca de la solidez de los tradicionales

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

sentimientos cristianos que en esta región presiden la conducta de sus


pobladores.

Compartiendo socialmente con el gobernador Antonio Pérez Vivas


(tercero de izquierda a derecha).

Con Marcos Pérez Jiménez mantuvo una deferente amistad, mar-


cada por el respeto mutuo, sin lisonjas, genuflexiones ni efusivos abra-
zos. Lo visitaba a sus llegadas a la Residencia Oficial de Gobernadores,
bautizada por el obispo en diciembre de 1955, siempre en compañía de
sus inmediatos colaboradores, Roa Pérez y León Rojas. Estuvo en el
homenaje rendido al primer mandatario en el Tennis Club en 1953, lle-
vando la palabra Carlos Sánchez Espejo. Lo acompañó en la inaugura-
ción de importantes edificaciones como el Círculo de las Fuerzas Arma-
das o la Escuela Normal Interamericana de Rubio. Pero no hizo adhe-
siones públicas al gobernante ni se rasgó las vestiduras delante de to-
dos, como algunos sí lo hicieron. Fue discreto y sabio, pudiendo tener
simpatías y agradecimientos naturales como ser humano. También el
prelado acompañó a su amigo Pérez Vivas, en la puesta en servicio de
obras de su administración, como el Parque de Exposición de Táriba
(agosto 1954), el diario oficialista La Hora (octubre 1955) y la Avenida

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Circunvalación Sur (diciembre 1955). Aparte de ello, Fernández Feo


bendijo las obras más importantes de la iniciativa empresarial de enton-
ces, entre ellas, las oficinas de Cementos Táchira en La Blanca (abril
1953), el edificio del Banco Táchira (julio 1953), el despacho de Esfega
en la Urbanización Torbes (agosto 1954), la maquinaria de Industrias
Tropical (octubre 1957), el Edificio Fátima de los Villasmil (noviembre
1957) y la sede de Mafarta en La Ermita (noviembre 1957), en manifes-
tación evidente de su marcada presencia social, pública y privada.
Todo cambiaría en breve tiempo. Desde inicios de 1958, se cono-
cieron, sotto voce, las intentonas militares contra el gobierno
perezjimenista. Antonio Pérez Vivas fue llamado por su primo a Cara-
cas, juramentándose como ministro de Relaciones Interiores el trece de
enero. Su esposa, doña Josefa, Pepaía, para sus íntimos, laboriosa en
acondicionar el viejo Palacio Episcopal a la llegada de Fernández Feo
en 1952, fue despedida por sus amigas con un té canasta organizado en
el Club Táchira el día dieciocho. No volverían a encontrarse por lo pronto.
La insurrección popular del 23 de enero los distanció por años. Estupe-
facto y dolido, el obispo leería la noticia de la llegada del General,
extraditado a Venezuela para ser juzgado en agosto de 1963, siendo re-
cluido en la penitenciaría de San Juan de los Morros, mientras que don
Antonio logró, por intercesión de poderosos amigos, volver discreta-
mente y callar por muchos años lo que realmente no podía compartir.
Dedicado a su profesión de abogado y a sus negocios particulares, el
viejo mandatario regional figuró en la lista de visitantes del mitrado que
celebraba sus bodas de plata episcopales en 1977. Fue un momento,
ciertamente, para recordar, tiempos idos para siempre.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Viajes a Roma. Visitas ad límina de 1954 y 1959.


Los Papas Pío XII y Juan XXIII. Retornos triunfales

En su largo episcopado, Alejandro Fernández Feo, sirvió a cinco


papas: Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II,
conociéndolos a todos, inclusive al patriarca de Venecia que apenas go-
bernó 34 días.
Las obligaciones de un obispo están establecidas en el Código de
Derecho Canónico. En el Canon 369 se define el territorio asignado a su
jurisdicción, conocido como diócesis, indicándose que ésta es una por-
ción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obis-
po con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pas-
tor y congregada por él con el Espíritu Santo mediante el Evangelio y
la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdadera-
mente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y
apostólica. Esa autoridad tiene la obligación de realizar ante el Sumo
Pontífice una visita, conocida como ad límina, según la cual, los mitrados
deben realizar a los umbrales de San Pedro y San Pablo. Además de
visitar la tumba de estos apóstoles, deben informar al Papa durante cier-
to período, normalmente cada cinco años, sobre el estado de la diócesis
que gobiernan.
Después de la celebración de su segundo aniversario como obis-
po del Táchira, en agosto de 1954, Alejandro Fernández Feo viajó a
Roma para entregar cuentas a Pío XII en compañía de los presbíteros
José Teodosio Sandoval y Nerio García Quintero, actuando éstos como
secretarios. Aprovechó su estancia para asistir a la clausura del Año
Mariano, estableciéndose su retorno para el 1º de diciembre. Su regreso
fue apoteósico, no en la misma dimensión de su llegada dos años atrás,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

pero sí con la profusión de un acontecimiento de esta naturaleza. Los


presbíteros Raúl Méndez Moncada y Rafael Angel González fueron
encomendados por la diócesis para saludar al obispo en Maiquetía y
viajaron con él hasta San Antonio donde fueron recibidos por el gober-
nador Antonio Pérez Vivas y el comandante de la Guarnición Militar del
Táchira, coronel José Zambrano Méndez. Desde el aeropuerto, la comi-
tiva fue acogida en el Club Alianza de la capital fronteriza y la caravana
de medio centenar de vehículos se enfiló hacia Libertad e Independen-
cia. Los vítores aumentaron al llegar a San Cristóbal y, en la Plaza Bolí-
var, el gobernador pronunció un discurso de bienvenida, mientras que el
presidente de la municipalidad, Pablo Suárez, leyó el acuerdo edilicio
que festejaba su retorno. Como en su inicial entrada, Fernández Feo
improvisó agradeciendo todos los gestos hacia su misión, partiendo en
desfile a pie hasta la Catedral. Frente a ésta, en la Plaza Miranda, llama-
da así hasta 1961, cuando fue denominada Juan Maldonado, miles de
alumnos le rindieron honores y entró al templo para eronunciar un te-
déum. Allí destacó lo esencial de esta visita, en la que logró las distin-
ciones de monseñores para Sandoval y el vicario Domingo Roa Pérez,
nombrados camarero secreto y prelado doméstico, respectivamente. In-
dicó la tarea para el próximo quinquenio, resumida en la intensificación
de la formación sobrenatural del clero, incremento del interés por el
Seminario de San Cristóbal y el fuerte y decidido impulso en toda for-
ma a Diario Católico y a la radio católica. Una copa de champaña en el
Palacio Episcopal y una cena en el Seminario, cerraron la ardua jornada
que se repetiría en esos retornos que hacían notar la figura del obispo en
la sociedad.
Fernández Feo entregaba cuentas a Pío XII, el controversial pon-
tífice conocido como Giovanni Pacelli antes de su entronización en 1939,
distinción a la que llegó sin haber tenido alguna experiencia pastoral, ni
en parroquias ni diócesis, pues se había dedicado a la administración y
diplomacia vaticana. Vivió los duros años de la presencia de Mussolini
en Italia y debió andar en aguas tenebrosas con el ascenso de Hitler y su
feroz consecuencia política, traducida en la Segunda Guerra Mundial.
Cuestionado por muchas de sus posiciones, fue el papa de la Guerra
Fría y marcó su tajante anticomunismo, reconociendo la preeminencia
de Norteamérica en el orden mundial, afianzando su amistad con el ar-
zobispo de Nueva York, Francis Spellman. Al momento de la visita del
obispo tachirense, el papa tenía 78 años de edad y acusaba un fuerte

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

deterioro de su salud. El mitrado venezolano siempre lo honró y su figu-


ra era debidamente recordada en fecha especial, cuando en marzo se
conmemoraba su ascenso al trono de San Pedro con un tedéum al que
asistían el gobernador y las demás autoridades civiles y militares, amén
de colegios y fieles que abarrotaban la Catedral. Los decretos episcopales
se emitían festejando la conmemoración, decretándose como día de
júbilo la significativa fecha, realizándose en el Salón de Lectura, los
masivos actos culturales en los que la imagen del pontífice resaltaba en
el escenario, leyéndose además los trabajos escolares sobre su biogra-
fía, completados con los conciertos sacros interpretados por la Banda
del Estado o el coro del Seminario. Una gravedad de su salud, en 1954,
motivó la petición de oraciones lográndose recuperar para dar gracias
por su octogésimo aniversario en 1956. Los tiempos modernos anuncia-
ban la misa de navidad emitida por televisión desde el Vaticano, y el
llamado Papa Providencial agradeció a Fernández Feo algunas deferen-
cias suyas, mediante telegramas suscritos por el prosecretario Montini,
el futuro Paulo VI. Su fallecimiento, el 9 de octubre de 1958, motivó
duelo mundial, cuando el decano de los cardenales, el políglota francés
Eugene Tisserant, anunció que el Papa está positivamente muerto. Fernández
Feo se encontraba por coincidencia en Roma, acompañado por sus secreta-
rios Antonio Arellano Durán y Edmundo Vivas Arellano, en una reunión de
obispos latinoamericanos representando a Venezuela en el centenario del
Colegio Pío Latino, pudiendo asistir a sus funerales, conmemorados en el
Táchira por el vicario general, Marco Tulio Ramírez Roa.

Alejandro Fernández Feo presencia en primera fila la coronación del papa


Juan XXIII, 1958.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

La segunda visita ad límina se efectuó en septiembre de 1959. La


fortuna le permitió al obispo Fernández Feo estar presente en el mo-
mento histórico del ascenso del Patriarca de Venecia, Angelo Giuseppe
Roncalli, el hijo de unos humildes campesinos italianos, a diferencia de
la prosapia aristocrática de su antecesor. El ex diplomático y capellán
militar llegó a la dignidad papal a los 77 años, el 28 de octubre de 1958,
siendo conocido desde entonces como Juan XXIII, el papa bueno. A su
partida de San Cristóbal, el lunes 7 de septiembre de 1959, el mitrado
tachirense definió su misión. Nos corresponde en este año cumplir con
esta sagrada y gratísima obligación, y empuñando el bordón de pere-
grino recorrer los caminos que conducen a aquella Ciudad Santa, nue-
va Jerusalén, cabeza del Orbe, Madre y Maestra de todas las Iglesias:
Roma. Y allí de hinojos besar la tierra sagrada que cubre las cenizas de
los apóstoles Pedro y Pablo, trofeos de la victoria de Cristo sobre el
paganismo, y, después, a los pies del dulce Cristo en la tierra, su Santi-
dad el Papa Juan XXIII, darle cuenta de esta diócesis que nos fue con-
fiada. Llevaba en sus alforjas la tarea emprendida un lustro antes, tradu-
cida en el aumento de la piedad católica con miles y miles de comunio-
nes en el Táchira, la santificación de centenares de hogares en las mi-
siones parroquiales, la creación de nuevas parroquias, el progreso del
Seminario con el nuevo maravilloso proyecto, el crecimiento de Diario
Católico y la providencial adquisición de Radio Junín, la construcción
de varios templos y capillas y la reconstrucción de la Catedral. Fue
recibido por el pontífice el 22 de octubre, llevando a su lado a quien
sería uno de sus más queridos discípulos, Antonio Arellano Durán.

Con Juan XXIII, 1959.

63
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Sin embargo, este recibimiento tuvo una connotación dolorosa.


El arzobispo de Caracas, Rafael Arias Blanco, había fallecido en un
accidente automovilístico cerca de Barcelona, Anzoátegui, el 30 de sep-
tiembre de 1959, en compañía del obispo de esa capital, José Humberto
Paparoni y del secretario de éste, Hermenegildo Carli. El dolor fue lace-
rante para su sucesor en la mitra tachirense. Vuelto a Caracas el 1º de
octubre, Fernández Feo se impuso personalmente de los detalles de la
muerte de su amigo, debiendo pasar a Bogotá para asistir como repre-
sentante de Venezuela, a la cuarta reunión del Consejo Episcopal Lati-
noamericano, CELAM, reunido en Fómeque, municipio de
Cundinamarca, bajo la presidencia del arzobispo de México, Miguel
Darío Miranda y Gómez, con la participación entre otros, del
controversial arzobispo brasileño Helder Cámara, auxiliar de Río de
Janeiro.
Previo a su retorno al Táchira, Fernández Feo recibió en la capital
colombiana, el 9 de noviembre, la visita de sus súbditos José León Ro-
jas y Raúl Méndez Moncada, saludándolo en nombre del vicario Ramírez
Roa y de la diócesis de San Cristóbal. El viaje de vuelta lo realizó, vía
Cúcuta, el 18 de ese mes, siendo atendido por el recién designado obis-
po de esa capital, Pablo Correa León, para pasar a un ágape en el Hotel
Tonchalá y seguir la conocida ruta de cumplidos en San Antonio, Liber-
tad e Independencia, hasta su llegada a San Cristóbal. En la Plaza Bolí-
var, el protocolo era el mismo de las anteriores oportunidades, sólo que
los personajes habían cambiado. El gobernador Ceferino Medina Casti-
llo y el presidente de la municipalidad, Luis Alberto Santander, repre-
sentaban la naciente democracia instituida en Venezuela a partir de ene-
ro de 1958. En adelante, el consabido desfile hasta Catedral, el tedéum
y las atenciones en el Seminario, rubricaron esta segunda visita suya
como autoridad eclesiástica tachirense a Roma. La misión dispuesta había
sido cumplida al pie de la letra.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Monseñor Rafael Arias Blanco

Cinco días después de la trágica desaparición del arzobispo de


Caracas, Alejandro Fernández Feo, desde la población italiana de Locaro,
envió al vicario Marco Tulio Ramírez Roa, un lacónico telegrama, pro-
fundamente conmovido infausto fallecimiento esclarecido antecesor,
amigo. Decretó además ocho días de duelo y la celebración de los ofi-
cios religiosos en Catedral, en el mismo espacio que el 21 de febrero de
1940, recibiera al sacerdote oriundo de La Guaira, donde naciera en
febrero de 1906, iniciando desde niño su carrera hacia el sacerdocio,
culminada en la Universidad Gregoriana y el Colegio Pío Latino de Roma
en 1928. Estando allá, el novel religioso recibió un año después al obis-
po del Táchira, Tomás Antonio Sanmiguel, en el cumplimiento de la
visita ad límina ante Pío XI, invitándolo el mitrado a formar parte de su
séquito. Jamás imaginó, diría Arias, en su primer mensaje ante los
sancristobalenses, que el destino le tendría preparado ser su sucesor.
Bien definió Carlos Sánchez Espejo la obra de Arias Blanco, fun-
damentada en tres pilares: el Seminario, la catequesis y la educación de
la juventud. Doce años fueron suficientes para mostrar esa entrega y el
acercamiento a todos, sin excepción. Recibió el Seminario Menor con
treinta alumnos entregándolo con un centenar, creando así el orden ma-
yor. Difundió por todo el Táchira las cuatro ramas de la Acción Católi-
ca, impulsando las campañas catequísticas, amén del apostolado seglar,
realizando el Primer Congreso Catequístico Diocesano; fijó los ejerci-
cios anuales del clero, eliminando el encuentro trienal; visitó las parro-
quias de su jurisdicción en cuatro ocasiones cada una, y elevó la circu-
lación y el tamaño de Diario Católico, haciéndolo un matutino de 12

65
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

páginas con su moderno taller de estereotipia, según testimonio de


monseñor José León Rojas Chaparro. Envió también a varios de sus
cooperadores a realizar estudios superiores en los seminarios de Roma
y Chile. Conoció muy cerca su feligresía, sabiendo de sus alegrías y
penas, estableciendo las parroquias de San Félix, El Carmen en Prego-
nero, El Carmen de La Concordia, entre ellas la primera parroquia fun-
dada en el país, en honor a la Señora de Coromoto, en el creciente Ba-
rrio Obrero. Implantó colegios que afianzaron la fe de la niñez y juven-
tud, sosteniéndolos de su propio peculio. Uno de sus discípulos predi-
lectos, José Gregorio Pérez Rojas, santo varón y preclaro educador, lo
definió tajante en ese aciago octubre de 1959: extraña personalidad la
suya; donosa apostura de Cruzado, sensible calidad de santo enterne-
cido junto a la pobreza de los niños desheredados; complacido en la
casita aldeana del campesino, conmovido de la entusiasta velada de los
jóvenes, optimista y resuelto en la hora crucial de la nación, justiciero
y denodado en la lucha por los trabajadores, por los necesitados y los
hijos todos del pueblo, a los que supo amar sin ficción y sin poses, sin
cálculo y sin forzadas imposturas.
Cuando fue nombrado arzobispo coadjutor de Caracas, debió partir
de su amada San Cristóbal donde vivió algo más de una década, y el 2
de mayo de 1952, emitió su última Carta a su grey, encargándoles la
conservación de las prácticas religiosas, expresadas en la misa domini-
cal, el rezo diario del Rosario y la comunión frecuente, recordándoles
que la fe católica que profesáis, amadísimos hijos, es vuestra mayor
riqueza; ella constituye la herencia más preciada que recibisteis de
vuestros mayores. En ella distinguió a su clero como virtuoso, ilustra-
do, trabajador, honor y orgullo de Venezuela, informándoles que el
papa Pío XII había escogido a su sucesor, el Excelentísimo Señor Ale-
jandro Fernández Feo, prelado dignísimo, adornado de eminentes vir-
tudes y de eximias dotes intelectuales y morales. Anunció así las cuali-
dades básicas de quien sería el tercer obispo del Táchira, asegurando
que nuestro dilecto hermano, sabrá guiar la nave de la diócesis con
singular acierto y maestría.
Fernández Feo organizó los actos de celebración de las bodas de
plata sacerdotales de su predecesor, quien llegó a San Cristóbal el 28 de
noviembre de 1953, en compañía de su secretario, el presbítero Alfredo
Osiglia. La llegada a San Antonio hizo repetir las mismas emociones
expresadas en los recorridos que alcanzaban Libertad, Independencia y

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

San Cristóbal. La misa pontifical en Catedral llevó la oratoria de Rojas


Chaparro y en el Palacio, luego de la intervención de Domingo Roa
Pérez, Fernández Feo le regaló a Arias una cruz pectoral traída de Italia,
una fina joya en orfebrería de oro y piedras preciosas, despojándose el
arzobispo de la que traía en acto de gratitud. Los banquetes fueron pro-
fusos en el Seminario, en el Club Táchira y en la Hacienda Laguneta de
los Branger, en Capacho, con las palabras efusivas de laicos comprome-
tidos como el empresario Omar Biaggini y Rafael Parra León. Su alum-
no Marco Tulio Ramírez Roa trajo un grupo de estudiantes del Liceo
Militar Jáuregui, y el agasajado visitó la obra yocista del padre Parada
en Capacho, el Club Torbes de Táriba, además de la Cervecería Andes
de Palmira, al son de valses y bambucos tachirenses.

El arzobispo Arias Blanco corta el pastel en la celebración de sus bodas


de plata sacerdotales.

Ascendido a arzobispo titular de la mitra caraqueña en 1955, vol-


vió al Táchira un año después, la cual sería su última visita, acompañan-
do a su amigo Fernández Feo en la celebración de sus cinco lustros
sacerdotales, además del Congreso Eucarístico Diocesano, repartiendo
la comunión a ciento de niños en la Plaza Miranda frente a Catedral.
Diario Católico, siempre atento a sus actividades, reseñó su viaje a Gua-

67
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

yaquil en octubre de 1958, en los inicios de la democracia nacional, la


que él también contribuyó a establecer con su célebre Pastoral del 1º de
mayo de 1957, denunciadora de las injusticias del régimen. Luego, el
23 de mayo de 1959, este periódico participó la desaparición de su tía,
la señorita Mercedes Arias, quien lo acompañó durante su ejercicio como
obispo tachirense por más de una década, además de integrante de la
Unión de Damas de la Acción Católica. Cuatro meses después, la pri-
mera plana de los diarios anunció la infausta noticia. El pequeño
Volkswagen en que viajaba con sus dos hermanos en Cristo, reflejo de
su sencillez, rodó por el pavimento hasta estrellarse en uno de los costa-
dos de la vía hacia Barcelona. Minutos antes había enviado un telegra-
ma al secretario de la Presidencia de la República, Ramón J. Velásquez.
Falleció instantáneamente. Tenía apenas 53 años de edad.
Su discípulo Marco Tulio Ramírez Roa representó la diócesis
tachirense en las exequias realizadas en Caracas el 3 de octubre. Un año
después, Fernández Feo presidió el funeral celebrado en La Ermita, de-
bido a la restauración a la que era sometida la Catedral. En 1962, el
Colegio aledaño a la Iglesia de El Carmen, bautizado con su nombre,
fue relanzado en empresa de gratitud dirigida por el Rotary Club San
Cristóbal. Tiempo después, su obra era recordada por un laico ferviente,
José Luis Rosales, quien siempre abogó por el homenaje que el Táchira
aún no realizaba a su segundo obispo. Un paso de alegría se logró cuan-
do el presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, dispuso en di-
ciembre de 1989, a través del ministro del Ambiente, Enrique Colmena-
res Finol, que el Parque Metropolitano de San Cristóbal llevaría el nom-
bre del recordado arzobispo. Meses luego, Rosales aún reclamaba de la
Cámara Municipal la no ejecución de la providencia ejecutiva. Sin ex-
plicaciones, un buen día, el parque amaneció bautizado con el nombre
de Alejandro Fernández Feo, como homenaje póstumo al tercer obispo
tachirense. Grave paradoja.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Los obispos tachirenses.


Monseñor Domingo Roa Pérez

Alejandro Fernández Feo llegó al Táchira, plenamente sabedor


de que ésta ha sido una tierra germinadora de continuadores de la mi-
sión emprendida por Cristo en la tierra. Esa lista es iniciada por Gregorio
Jaimes de Pastrana, el tachirense que fuera obispo de Santa Marta, Co-
lombia, en 1685, y es continuada por Acacio Chacón, oriundo de
Lobatera, arzobispo de Mérida desde 1927; Antonio Ignacio Camargo,
nacido en Capacho, auxiliar de Calabozo en 1947 y primer obispo de
Trujillo una década después; José Rincón Bonilla, nativo de Zorca, obispo
auxiliar del Zulia en 1951; el rubiense José Rafael Pulido Méndez, con-
sagrado obispo de Maracaibo en 1958 y arzobispo de Mérida en 1966; y
Miguel Antonio Salas, el primer eudista venezolano, designado obispo
de Calabozo en 1961. Estos no habían sido hombres al servicio de la
diócesis regida por Fernández Feo, por lo que no fueron promovidos
por él para esas dignidades. Tampoco lo fue Ovidio Pérez Morales, hijo
de Pregonero, formado en Roma y obispo auxiliar de Caracas en 1970.
Con ellos tuvo especial deferencia y respeto. Cuando Pulido Méndez
fue ascendido, lo definió como una gloria legítima del Táchira; acom-
pañándolo éste en los actos de inauguración de la Universidad Católica
en 1962; administró los últimos sacramentos a Camargo en su agonía;
Rincón Bonilla lo suplió durante una Semana Santa que no pudo cele-
brar por enfermedad y Salas pronunció una vibrante oración en la cele-
bración de sus bodas de oro sacerdotales.
En cambio, Fernández Feo contribuyó y promovió los ascensos a
monseñor y luego la investidura como mitrados de Domingo Roa Pérez,
su primer vicario; José León Rojas Chaparro y Rafael Angel González,

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

directores de Diario Católico; Marco Tulio Ramírez Roa, su segundo


vicario y rector del Seminario; y el joven Antonio Arellano Durán, el
único de ellos a quien le concedió el presbiterado en acto realizado en el
Gimnasio Cubierto de La Concordia en 1955.
Domingo Roa Pérez era la máxima autoridad cuando Fernández
Feo llegó al Táchira. Se desempeñaba como delegado especial del ad-
ministrador apostólico, además de vicario de la diócesis, presidiendo la
junta pro recepción del mitrado. Había nacido en El Cobre en 1915 y se
ordenó en Roma en 1941. Creador de colegios, capellán de la cárcel y
director de Diario Católico, fundó la parroquia de Coromoto, donde
hizo gran labor levantando las columnas del templo. Fue el primer hom-
bre de confianza del novel obispo y dispuso todo lo conducente a su
apoteósica llegada. Luego de la primera visita ad límina, recibió del
Papa, la designación como prelado doméstico, alcanzando la dignidad
de monseñor.
Después del obispo, Roa Pérez era el segundo hombre a bordo.
Distinguido por todo el colectivo por su encomiable tarea de civilizar
una parroquia en la que no había capilla, ni casa cural, ni escuelas, el
sacerdote impuso su estilo catoniano, ganándose la confianza y el res-
peto de su superior, quien lo envió a varias visitas pastorales. Construyó
el edificio del colegio para varones Coromoto, y fundó el de hembras,
bautizado como Pío XII, teniendo a su lado a valiosos cooperadores
como el religioso colombiano Jesús García Gómez, también músico.
Estuvo al frente de la celebración de las bodas de plata de Fernández
Feo y definió una forma de pensamiento, expresada sencillamente en
sus editoriales de Diario Católico de 1946. El primero, titulado, Fijando
posiciones, expresa sus conceptos: mis lectores de cada día, las perso-
nas de buena voluntad por cuyas manos pase Diario Católico, pueden
estar seguras de que siempre pondré en sus manos doctrina sana, orien-
taciones firmes que les nutra sus ideas cristianas, y les estimule a la
práctica del bien.
Consagrado el 21 de noviembre de 1957 por los obispos Fernández
Feo y Antonio Ignacio Camargo, la municipalidad reconoció mediante
acuerdo, su labor, considerando que tal nombramiento llena de satis-
facción y orgullo a la sociedad católica de San Cristóbal, donde el nue-
vo mitrado ejerció su ministerio sacerdotal con una total consagración
apostólica, ganándose con sus virtudes ejemplares, el general aprecio
y estimación. El día 28 ofició su primera misa pontifical en El Cobre,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

acompañado de Fernández Feo y estuvo en la tierra de sus ancestros, en


El Degredo, Aldea Venegara de ese municipio, para luego oficiar en
Queniquea y San José de Bolívar, sus antiguas parroquias. Mientras es-
tuvo en Calabozo fue nombrado administrador apostólico de Apure has-
ta agosto de 1959, cuando la Santa Sede nombró en esa prelatura nullius
al dominico venezolano, Salvador Sánchez, oriundo de La Grita.
Siempre agradecido de su amigo Alejandro Fernández Feo, Roa
Pérez, luego arzobispo de Maracaibo, estuvo en la conmemoración de
los 25 años de episcopado de su antiguo superior. En la Catedral donde
lo recibiera como delegado de monseñor Arias Blanco, el primer obispo
investido por el caraqueño marcó, además de los triunfos de su amigo,
sus lágrimas. No ha estado libre el episcopado del señor Fernández
Feo de las amarguras y sufrimientos que siguen a todo cristiano, y más
a los que están cerca de Cristo, dijo el alto jerarca. Luego de recordar a
las dos hermanas de Fernández Feo, quienes estuvieron a su lado, aten-
diéndolo, cayendo postradas por la enfermedad y la muerte, Roa Pérez
trajo a colación al hombre enemigo, de que nos habla el Evangelio,
quien sembró cizaña, no obstante la vigilancia y cuidado del adminis-
trador fiel del campo de cultivo. Y hubo abrojos y espinas y un calvario
prolongado. También se refirió a la disminución de su salud, de su fuer-
te consistencia, para culminar diciendo que herido en su cuerpo físico y
en el cuerpo místico de su grey, ha sabido sobreponerse con entereza
apostólica… Ahí está la obra con sus luces y sus penumbras, sus auro-
ras y sus crepúsculos, los éxitos y los fracasos, incorporada profunda-
mente a la historia del Táchira y traducida en términos concretos en la
familia, la educación, la vida del Estado, la cultura, el arte, la fe y la
moral. Como la obra de Cristo, y como la de la Iglesia. La enhiesta
figura de Domingo Roa Pérez, enalteció con su obra de mitrado la con-
fianza del hombre que lo llevó a su justo trono.

71
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Aires de democracia

Los primeros días de enero de 1958 no fueron cómodos para Ale-


jandro Fernández Feo. Delante de sus ojos vio cómo el esquema políti-
co perezjimenista se derrumbaba. El 23 de enero lo encontró haciendo
una visita pastoral en Santa Ana, en los terrenos de su respetado monseñor
Bernabé Vivas. Los sucesos que dieron al traste con el régimen de dos
lustros fueron violentos. Antonio Pérez Vivas, el gobernador, era nom-
brado ministro del Interior, mientras que su esposa fue despedida por un
grupo de damas de la alta sociedad en el Club Táchira. La feria de enero
comenzó, como si nada, y de la noche a la mañana, el comandante de la
guarnición militar, Luis Brea Boyer, desplazó del mando al derrocado
gobernador interino, Homero Moreno Orozco. A los días, el jefe de la
Junta de Gobierno, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, nombraba
al mayor retirado Santiago Ochoa Briceño, como el primer magistrado
regional. Durante los incidentes, sólo la figura del presbítero José León
Rojas se manifestó al lado de los nuevos mandatarios. El obispo hizo
mutis durante las primeras horas, pero en el acto de posesión del militar,
estampó su firma en el libro de actas como testigo de los hechos que
lentamente comprendía. Mientras tanto, enviaba una circular a los pá-
rrocos, rectores de iglesias y capellanes con ocasión del centenario de
Nuestra Señora de Lourdes.

72
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Recibiendo una comisión de la legislatura, 1960.

La adaptación a los nuevos tiempos fue inevitable. El obispo es-


tuvo en el Círculo Militar agasajando al gobernador Ochoa, mientras las
noticias informaban que Pérez Jiménez buscaba la visa norteamericana
para salir de Ciudad Trujillo. Arellano Durán asistía a las ruedas de
prensa del Ejecutivo donde éste pedía al pueblo comprensión y colabo-
ración. Rompiendo tensiones, Fernández Feo acudió otra vez al Círculo
Militar para recibir al coronel tachirense Carlos Luis Araque, uno de los
componentes de la Junta de Gobierno. En adelante, todo discurrió sin
problemas. El obispo acompañó al gobernador a la inauguración de la
feria agropecuaria de enero como en los tiempos de Pérez Vivas, y más
tarde, ante la inminente elección presidencial, Fernández Feo, acompa-
ñado del vicario Ramírez Roa, del canciller Antonio Chacón, del direc-
tor de Diario Católico, José Rojas Chaparro, y del subdirector, Arellano
Durán, acudió a la Junta Principal Electoral para inscribirse a fin de
cumplir oportunamente con este deber cívico y responder a las necesi-
dades de la hora actual. Luego de recibir cada uno, su respectiva cédula
electoral, Diario Católico, titulando en un aviso la frase, Católico: votar
es tu deber, es un deber católico, y como católico debes cumplir tus
deberes con la Patria. Un mal patriota es un mal católico.

73
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Obtenida la presidencia de la República por Rómulo Betancourt,


éste designó como secretario del primer despacho nacional al tachirense
Ramón J. Velásquez, abogado, historiador, periodista y político que pasó
cinco años de su vida como preso de la dictadura. Hombre vinculado a
la Iglesia Católica, su amistad con el obispo tachirense se acrecentó en
beneficio de enormes provechos para el Táchira. Fernández Feo comen-
zaría a actuar en el entorno de la naciente democracia.

Creyente en la democracia, 1983.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Radio Junín

Uno de los propósitos trazados luego de la primera visita ad límina


era el fortalecimiento de Diario Católico y la creación de una emisora
para la diócesis. La existencia de las estaciones La Voz del Táchira y
Ecos del Torbes fue vital para difundir el mensaje de la Iglesia. Fernández
Feo las empleó sabiamente para hacer conocer sus ideas, máxime ante
una población en buena parte analfabeta que sólo podía comprender las
directrices, oyendo la voz del prelado. El poder de la radio fue
dimensionado hábilmente por él, comprendiendo su misión geo-
episcopal.
La Iglesia tenía presencia manifiesta en la radio tachirense desde
la fundación de La Voz del Táchira, creada en noviembre de 1935 por
Jesús Díaz González, católico comprometido, casado luego con Josefina
Rojas Chaparro, hermana de José León Rojas Chaparro, director de Dia-
rio Católico. La emisora contaba con el radioperiódico católico dirigido
por Carlos Sánchez Espejo. Tiempo después, en Ecos del Torbes, esta-
blecida en agosto de 1947 por Gregorio González Lovera, cooperador
permanente de la diócesis, el espacio Un momento con mi pueblo, de
todos los mediodías, y el diario A partir el pan, llevó la voz episcopal a
todos los rincones. En ella, Sánchez Espejo emitió su célebre programa
de los sábados al mediodía, recopilado en la célebre colección Ráfagas,
comenzada en 1962. Fernández Feo empleó ambas emisoras para la di-
fusión de mensajes importantes, entre ellos su gratitud por la nueva ca-
tedral y la celebración del cuatricentenario de la capital tachirense, acu-
diendo por primera vez a Un momento con mi pueblo, el 17 de marzo de
1961. A través de ella dio a conocer trascendentes noticias de su episco-

75
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

pado. Aún en noviembre de 1984, el obispo participó por Ecos del Torbes
la designación de su sucesor, Marco Tulio Ramírez Roa y, tres años
después, el 9 de agosto de 1987, recibió de esta empresa la condecora-
ción de los 40 años de actividades radiales, siendo ésta una de sus últi-
mas actividades públicas.
Pero hacía falta un medio propio. El obispo había bautizado un
esfuerzo particular de su provisor diocesano, monseñor Edmundo Vivas
Medina, la emisora Ondas de América, iniciada el 31 de marzo de 1954
en su propio edificio de la carrera 9, adjunto a la Iglesia San José. Con
un novedoso cuerpo de animadores, Vivas la hacía basado en la colom-
biana Radio Sutatenza, con la finalidad de orientar e ilustrar, ante todo
al campesino tachirense. Era la tercera estación local, convertida en Radio
San Cristóbal en octubre de 1957, iniciando una senda absolutamente
comercial sin la participación del ilustre sacerdote.
Los cambios políticos surgidos en 1958 obligaron al propietario
de Radio Junín, José Rafael Cortés Arvelo, a vender su estación de ra-
dio, nacida en Rubio como Ecos de Junín, a comienzos de los cincuenta,
bajo la égida de González Lovera, pasando a manos de Jesusita Mogo-
llón y del propio Cortés, quien la mudó a San Cristóbal al edificio de la
calle 10 con carrera 5. Al ofrecérsela al obispo, éste consultó con su
cuerpo de asesores y, manteniéndole su original nombre, recordatorio
de libertad en la epopeya del mariscal de Ayacucho, la bautizó como
emisora de la diócesis el 29 de junio de 1959, día de San Pedro y San
Pablo. Previamente, el 13 de ese mes, cuando firmó los documentos, el
obispo emitió una carta pastoral informándoles a sus fieles la decisión
tomada. Magistralmente, desarrolló en ella la importancia y trascenden-
cia de la palabra en sus formas oral, escrita, impresa y radiada.
Indicó en el mensaje que a través de la radio, prodigio de la cien-
cia, la palabra adquiere una resonancia que supera todos los ecos. Ya
no la limitan las distancias, ya no la cansan los caminos, ya no la encie-
rran los muros, pues es lanzada al espacio, jinete sobre las ondas
hertzianas para recorrer a la vez todos los caminos, entrar a todas las
casas y comunicar su secreto a todos los oídos. En ella estableció dos
disposiciones, el nombramiento del presbítero Edmundo Vivas Arellano,
sobrino del provisor Vivas Medina, como director de la estación y la
designación de un consejo de administración integrado por los sacerdo-
tes José León Rojas Chaparro y Alejandro Figueroa, párroco de Táriba.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

En Radio Junín, dirigiéndose a su feligresía, 1960.

La emisora que oyen todos los tachirenses, como fue denomina-


da, tuvo la aceptación de buena parte de la audiencia. Incluyó una pro-
gramación novedosa, presentando inclusive en sus estudios a la nacien-
te orquesta de baile Los Melódicos, además de la participación de jóve-
nes voces que animaron programas juveniles, orientación campesina y
formó el primer equipo deportivo que transmitió la Vuelta al Táchira en
Bicicleta. En el dial de 870 por onda larga y en la frecuencia de 4.930
kilociclos en banda internacional de onda corta, y su transmisor de 5
kilovatios, Radio Junín impuso otra dimensión a la radiodifusión
tachirense. Sin embargo, las presiones económicas acusaban haciéndo-
se necesaria la emisión de 250 bonos de un mil bolívares cada uno para
solventar un difícil aprieto en 1960. Vivas Arellano entregaba orgulloso
a su obispo el primero de ellos, recabándose sesenta en un día. Al pro-
nunciar su mensaje de fin de año, en diciembre de 1960, el obispo agra-
deció a todos su cooperación, resaltando una vez más la finalidad de la
estación: orar, enseñar y orientar, como normas básicas dispuestas.

77
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Creada como un medio de combatir el laicismo anticlerical y to-


talitario latente y mal disimulado, que atentaba contra los destinos de la
educación católica, la emisora se fortaleció y mudó sus estudios al nue-
vo y flamante edificio de la Lotería del Táchira, ubicado en la Avenida
Libertador, unos metros al sur del templo de Cristo Rey. Fernández Feo
bendijo los estudios y sus oficinas el 23 de enero de 1967, en el marco
de la tercera edición de la Feria Internacional de San Sebastián, en un
acto acompañado por unas gaiteras escocesas y la Academia Distrital de
Colombia. Meses después, el cardenal José Humberto Quintero hizo
una visita de honor a la estación de la diócesis.
La competencia cada vez feroz entre los medios de comunicación
y algunos problemas personales de su director que condujeron con su
solicitada renuncia al clero, acusaron la debacle económica. Radio Junín
no pudo actualizarse más en el gusto del oyente, y en abril de 1971 se
anunciaba la venta de la estación, finiquitándose en agosto de 1971,
cuando adquirida por otras manos fue convertida en Radio 860, ajustán-
dose su dial.
Es de destacar la presencia relevante del presbítero Edmundo Vi-
vas Arellano, como motor fundamental de Radio Junín. Nacido en 1927
en Colón, se formó en los seminarios de San Cristóbal, Caracas, Chile,
hasta culminar en la Universidad Gregoriana de Roma su ordenación en
1950, oficiando su primera misa en su pueblo natal en octubre de 1953.
Fue también vicario cooperador en Táriba, asesor diocesano de la Ac-
ción Católica, de varios sindicatos autónomos y organizaciones agra-
rias, integrando el Consejo de Economía del Táchira en 1959, además
de capellán de la Guardia Nacional. Se ganó desde un comienzo la con-
fianza del obispo y lo encomendó a varias misiones nacionales e inter-
nacionales, pronunciando algunos discursos en fechas magnas de la Igle-
sia. Viajó con él siete veces a Europa, siendo su secretario en las jorna-
das del Concilio Vaticano II y en tres visitas ad límina, además de reali-
zar igual misión en las visitas pastorales en la diócesis. Mantuvieron
una estrechísima amistad por dos décadas, siendo el joven religioso con-
fidente del obispo en muchas ocasiones y conoció alegrías y penas, las
que hirieron el corazón del mitrado, cuando sus sentimientos de hombre
sobrepasaron su compromiso religioso. Enamorado de su actual esposa,
con quien ha levantado una digna familia radicada en Caracas, Vivas
Arellano acudió al Vaticano para renunciar a sus deberes sagrados en
1972. Esto derrumbó a Fernández Feo quien jamás quiso saber de él,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

negándole una audiencia cuando se la solicitó. Por ello, en carta a José


Rafael Cortés, escrita en enero de 1988, recordó esas vivencias, confe-
sando que visité la tumba en la catedral de mi querido obispo y amigo,
y luego de musitar una oración por su alma y pedirle perdón por las
angustias que le proporcioné con la decisión personal que todos cono-
cen… Graduado de abogado, ejerció como cónsul y primer secretario en
la embajada venezolana en Bolivia, laborando después en el Ministerio
de Justicia como inspector de tribunales. El hecho de haberse despojado
de su sotana, como también lo hiciera el vicario general del obispo,
Pedro José Pérez Vivas, originó un cisma en la diócesis, pero es innega-
ble la presencia de Vivas Arellano como factor decisivo en la radiodifu-
sión católica regional que llevó también a la zona norte con la creación
de Radio El Sol en La Fría, el 5 de febrero de 1970, vendida luego al
grupo González Lovera. Fuera de estas consideraciones, muy persona-
les, por cierto, en la vida de un talentoso tachirense, Alejandro Fernández
Feo tomó el verdadero pulso de la importancia de la radio para difundir
la palabra y la misión de la Iglesia. Empleó los hombres y los recursos
apropiados para cumplir con la misión trazada luego de su primera visi-
ta a Roma como obispo. En adelante, serían las debilidades de los hom-
bres las que deformaron la vida de las instituciones.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Hacedor de obispos

Pocos obispos en Venezuela tuvieron la dicha de investir en tal


dignidad a cinco sacerdotes de su clero como Alejandro Fernández Feo.
Después de hacer mitrado a Domingo Roa Pérez en 1957, correspondió
en turno a José León Rojas Chaparro, nacido en Queniquea el 18 de
julio de 1917, formado en San Cristóbal, Caracas y Roma, ordenándose
en el Pío Latino en 1942, para hacerse doctor en Teología en la UCV en
1943. Docente innato, fue con Carlos Sánchez Espejo y José Rafael
Pulido Méndez, uno de los tres sacerdotes tachirenses que representa-
ron la entidad en la debatida Asamblea Nacional Constituyente de 1946.
Director de Diario Católico en dos oportunidades, fue apreciado por el
obispo Arias Blanco y estuvo al lado de su sucesor en su arribo a estas
tierras en 1952. Fundó las parroquias de El Carmen y El Rosario en La
Concordia, además del programa de radio Un minuto con mi pueblo.
Tuvo una destacada participación en los sucesos posteriores a la insu-
rrección del 23 de enero de 1958, pronunciando un sentido discurso
invitando al necesario clima de convivencia ante el gobernador encarga-
do, coronel Luis Brea Boyer. En 1961 fue nombrado por Juan XXIII
obispo coadjutor de Trujillo con derecho a sucesión, por lo que a la
muerte del titular, Antonio Ignacio Camargo, asumió esa distinción, sien-
do consagrado en octubre de ese año por el cardenal Quintero, acompa-
ñado de los obispos de San Cristóbal y Barquisimeto, teniendo la gracia
de impartir en ese acto la bendición a su señora madre. Hizo allí una
gran obra siguiendo los pasos de su mentor, traducida en la renovación
de la catedral, la adquisición de la residencia episcopal y el edificio de
la curia, la construcción del seminario y la fundación de 30 parroquias,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

entre otros hechos. Falleció en Caracas el 11 de junio de 1982 y está


sepultado en la catedral de Trujillo.
Rafael Angel González Ramírez nació en Palmira en 1916 y
estudió entre San Cristóbal, Pamplona y Caracas. Fue ordenado en 1941
por el obispo Arias Blanco, teniendo el honor de pronunciar el banque-
te, que en nombre del clero, se le ofrecía al recién llegado obispo
Fernández Feo el 28 de septiembre de 1952. Luego de una exquisita
prosa, florida y poseedora de un limpio manejo del idioma, el tachirense
concluyó con una definición cohesionadora, al expresar que en esta no-
che vuestra alma de pastor joven, recién salida de la hornacina del
Espíritu Santo, va grabando profundamente las primeras impresiones.
La que os ofrecemos en esta cena cordial que a todos nos hermana por
lo dicho y en el afecto a vuestra persona, es un gran alivio a vuestras
preocupaciones de pastor: la confesión de nuestra unión sacerdotal en
torno vuestro, la unidad de nuestros pueblos bajo vuestro cayado, y la
certeza de que sois una potencia dulcemente avasalladora, firmemente
defensora de los derechos de Dios. Al igual de Rojas Chaparro, también
condujo Diario Católico, logrando la modernización de local y maqui-
naria, cargo del que se separó en 1955 para ser párroco en Colón y
administrar el hacienda de Santa María del Carira, proyecto agropecuario
ubicado en la zona norte, entre La Fría y Coloncito, que González seña-
ló al obispo Arias como provechoso para los fondos de la Iglesia. Soli-
citado el terreno a la municipalidad de Jáuregui, el sacerdote dirigió
todo el proceso de adecuación del terreno, planeando establecer allí una
colonia vacacional del Seminario, cuyos proventos saldrían del cultivo
de la tierra y de la cría de ganado vacuno. Fue secretario de la curia y
reemplazó a Roa Pérez como párroco de Coromoto, logrando la conclu-
sión del templo. Nombrado vicario general encargado de la diócesis de
Guanare en 1958, fue entronizado en la Basílica de Táriba como primer
obispo de Barinas por el nuncio Luigi Dadaglio el 22 de agosto de 1965.
Seguidor de la obra de su obispo Fernández Feo, González entregó a la
tierra llanera toda la pujanza de su innata iniciativa. Renovó la catedral,
construyó la residencia episcopal, adquirió un fundo para las rentas del
futuro seminario, creó un instituto de orientación vocacional, además
de parroquias y otras obras de envergadura. Luego de renunciar a la
mitra, por razones de edad, se estableció en Táriba para desarrollar un
complejo religioso y de residencias en Toico. Falleció en mayo de 2007.

81
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Marco Tulio Ramírez Roa fue el cuarto obispo promovido y


consagrado por Fernández Feo. Oriundo de Cordero, donde nació en
1923, con su hermano Juan Eduardo, también sacerdote, cumplió el deseo
de su abuelo Juan Pablo Roa, un rico hacendado de la zona que no tuvo
varones en su descendencia. El patriarca dictaminó que una parte de su
fortuna sirviera para dar dos becas en el seminario a cualquiera de sus
nietos, estando Domingo Roa Pérez y los hermanos Ramírez Roa, entre
los beneficiados. Cercano al arzobispo Chacón por sus estancias en la
que sería capital del municipio Andrés Bello, Marco Tulio fue uno de
los discípulos del obispo Arias Blanco, quien lo envió a Chile, graduán-
dose en ese país de licenciado en Sagrada Teología, luego de cursar
estudios en San Cristóbal y Caracas, ordenándolo sacerdote en 1947.
Vuelto a su tierra, ejerció entre Queniquea, el Liceo Militar
Jáuregui como capellán y en las parroquias de El Rosario y Coromoto
de San Cristóbal. A la entronización de Domingo Roa Pérez como obis-
po de Calabozo, Ramírez Roa fue investido vicario general el 6 de octu-
bre de 1957. En tal condición, representó a la diócesis tachirense en las
exequias del arzobispo Arias Blanco dos años después, por ausencia del
obispo titular, quien lo nombró en varias ocasiones por sus viajes al
exterior, gobernador Eclesiástico, designando a Edmundo Vivas Medina
y luego a Antonio Chacón como vicarios interinos, lo que demuestra la
alta confianza que Fernández Feo depositó en él. Esta aumentó al ele-
girlo primer rector del seminario del clero secular en 1967, cuando los
eudistas entregaron su responsabilidad en la colina de Palmira. El 31 de
marzo de 1970, paralelo a la celebración de los 409 años de la fundación
de San Cristóbal, la noticia de su selección como obispo de Cabimas,
corrió por todas partes. Ese día, Fernández Feo le impuso el solideo de-
lante de las más altas autoridades civiles y militares del estado, diciendo
que el nuevo mitrado es el hombre de la paz con Dios, nació de esa unión
sencilla, y esa paz que le caracteriza, la comunica a los que con él tratan.
Su primo, Nelson Arellano Roa, director de Diario Católico, lo llamó el
obispo de la bondad, de la humildad, de la sencillez y de la pobreza. Fue
entronizado por el obispo sancristobalense el 11 de julio de 1970, estando
a su lado en todo momento, inclusive cuando la municipalidad le entregó
la réplica de las llaves de la ciudad, días después.
Recién llegado al Táchira, Fernández Feo estuvo muy de cerca
con Ramírez Roa a la muerte de la madre de éste, Delia Roa de Ramírez,
en noviembre de 1952, luego lo haría ante la desaparición de su padre,

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Rafael María Ramírez. Vio su ascenso, su trabajo, su labor con los jóve-
nes, particularmente, en las parroquias y en el Liceo Militar. El destino
los uniría una vez en el desarrollo de uno de los capítulos de la historia
eclesiástica regional. Cumplidos sus 75 años de edad, ese día precisa-
mente, el 6 de noviembre de 1983, Fernández Feo, cumpliendo las dispo-
siciones canónicas, renunció a su mitra. Un año después, exactamente, se
anunciaba que Ramírez Roa sería su sucesor. Por primera vez un nativo
de esta tierra dirigiría su episcopado, también por primera oportunidad,
un obispo recibía a su sucesor el día de su posesión, el 23 de febrero de
1985, días después de la primera visita del papa Juan Pablo II a Venezue-
la. Fernández Feo formó parte del séquito de 25 obispos y 80 sacerdotes,
que con el nuncio Luciano Storero, presenciaron su ascenso a la diócesis
iniciada por Tomás Antonio Sanmiguel en 1923. Los hechos demuestran
así, claramente, que Fernández Feo no se había equivocado al nombrar,
franca y resueltamente, al humilde hijo de Cordero en las responsabilida-
des que bien le encomendó.
Antonio Arellano Durán cierra esta lista. Nacido en el caserío
Buena Vista, aledaño a Colón, en 1927, fue apoyado por José León Ro-
jas Chaparro quien lo ingresó al Seminario de San Cristóbal, siendo
enviado por el obispo Arias a Roma. Luego, Fernández Feo le indicó
que concluyera sus estudios en Austria, ordenándolo en una masiva ce-
lebración efectuada en el Gimnasio Cubierto de La Concordia el 1º de
noviembre de 1955. Exceptuando una estancia breve en Seboruco, ejer-
ció su ministerio totalmente en San Cristóbal, siendo párroco en El Car-
men y en la Unidad Vecinal, además de capellán de los hospitales Vargas
y Central, profesor del Colegio Arias de La Concordia, subdirector de
Diario Católico en septiembre de 1957, e integró asociaciones civiles
como Blocandes, Fundasuroeste y la Asociación Tachirense de Ciclis-
mo, presidiendo el Rotary Club San Cristóbal, institución que a nivel
mundial no era bien vista, en otros tiempos, por la Iglesia, considerán-
dose un apéndice de la masonería.
Su conocimiento de Europa y el dominio de otras lenguas lo con-
virtieron en secretario y asistente del obispo en sus visitas ad límina de
1958 y 1959, repitiendo esto dos décadas después. Asumió como vica-
rio general en noviembre de 1972, y fue el tercero de estos dignatarios
que alcanzó el trono purpurado, nombrado obispo de San Carlos en 1980,
imponiéndole su amigo y mentor, Alejandro Fernández Feo, el solideo
en julio de ese año ante las autoridades regionales, consagrándolo el 24

83
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

de agosto, convirtiéndose en el noveno obispo venezolano nacido en el


Táchira, en una interesante lista que incluía además los nombres de
Acacio Chacón, Antonio Ignacio Camargo, José Rincón Bonilla, Do-
mingo Roa Pérez, José Rafael Pulido Méndez, Rafael Angel González,
Marco Tulio Ramírez Roa y Ovidio Pérez Morales. Con Arellano Durán
se cerraba el grupo de religiosos promovidos por el obispo del Táchira
para extender la proverbial y santa misión por los caminos de la nación.
A la muerte de Fernández Feo, en septiembre de 1987, bien acotó el
último de sus mitrados, quien lo lloró como ninguno, que su obra, en
sus dos dimensiones, es tan vasta e importante que sólo la historia que
no se escribe en el presente, sino en el futuro, podrá narrarla de mane-
ra íntegra. Tarea digna a seguir.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Recibiendo al primer Cardenal venezolano,


Monseñor José Humberto Quintero

La inesperada muerte del arzobispo Arias Blanco dejó vacante el


trono caraqueño, escogiéndose como su sucesor al prelado merideño
José Humberto Quintero, nacido en 1902 en Mucuchíes, educado en el
Seminario de Mérida y en la Universidad Gregoriana romana, doctorán-
dose en Teología y Derecho Canónico, siendo ordenado en 1926. Fue el
hombre de confianza del arzobispo Acacio Chacón y ejerció como su
vicario, destacándose además como excelso orador sagrado, historia-
dor, artista del pincel dedicado al retrato, cronista de la capital emeritense
y miembro correspondiente de las Academias Nacionales de Historia y
de la Lengua. En las montañas que lo vieron crecer hacía obra callada,
refugiándose en el propicio ambiente para la meditación y el estudio.
No buscaba connotación alguna. El destino lo llamó para estar al frente
de una hora crucial.
Investido como arzobispo de Caracas el 8 de octubre de 1960, 15
obispos y 3 arzobispos acudieron a su coronación. En menos de cuatro
meses fue designado por el papa Juan XXIII como el primer cardenal
venezolano, retornando a su patria el 18 de febrero de 1961. El episco-
pado designó a su amigo Alejandro Fernández Feo para recibirlo en
representación de la Iglesia. Honor singular para el mitrado tachirense.
Al aceptar la honrosa misión, el obispo señaló en su discurso que
esta tarea, que al principio me sobrecogió de temor, al considerar la
grandiosidad de este acto y su excelsa significación, se me ha tornado
fácil, considerando más adelante que un cardenal para Venezuela sig-
nifica que nuestra Iglesia ha llegado ya a su plena madurez; un carde-
nal para Venezuela significa que el vicario de Cristo la lleva muy aden-

85
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

tro de su corazón y pondera la hermosa promesa de su destino; un


cardenal para Venezuela significa que de hoy en adelante, un hijo de
esta tierra tiene asiento, en plan de igualdad, con los representantes de
las más antiguas comunidades católicas del orbe; un cardenal para
Venezuela significa que en el senado supremo de la Iglesia, un hijo de
Bolívar tendrá plenamente derecho de elegir y de ser elegido Sumo
Pontífice.
Luego de considerar el respeto y devoción que el Libertador pro-
fesó a la Iglesia de Roma, entre otras acciones, en el célebre brindis
bogotano del 28 de octubre de 1827, cuando el héroe sentenció una de
sus famosas frases: la unión del incensario con la espada de la ley es la
verdadera arca de la alianza, Fernández Feo recordó a los arzobispos
sepultados en la magna catedral caraqueña, para destacar la modestia de
Quintero, enclaustrado en las Cinco Aguilas Blancas de Tulio Febres
Cordero, sin saber que la Divina Providencia tendría para él un singular
destino. Quiso vivir en la sombra, dijo el obispo de su nuevo superior,
quiso renunciar, como en efecto renunció a tantas dignidades y hono-
res, y cuando menos se creía, la mano omnipotente de Dios lo sacó de
su rincón andino, escondido detrás de la sierra, para colocarlo en tan
alta cima, apenas a los cuatro meses de su exaltación al episcopado. Es
que sobre este Cardenal se cumplen las palabras del Evangelio que la
ciudad de Mérida escogió como leyenda de su escudo: no puede escon-
derse una ciudad que está puesta sobre un monte.

Con el gobernador Juan Antonio Galeazzi (a la derecha), 1967.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Fernández Feo logró cumplir uno de sus más firmes propósitos,


la coronación de Nuestra Señora de la Consolación. Con ese motivo
sublime el cardenal Quintero volvió al Táchira que visitara por primera
vez en 1916, siendo apenas un adolescente para asistir a la despedida
del vicario Felipe Rincón González, exaltado en tiempos de Gómez como
arzobispo de Caracas. Su presencia daría clausura al Congreso Mariano
Vocacional y en efecto pisó esta tierra el 9 de marzo de 1967, siendo
recibido por el gobernador del Táchira, Juan Antonio Galeazzi Contreras,
las autoridades militares encabezadas por el coronel Gustavo Pardi
Dávila, el clero en su totalidad, los representantes municipales y demás
poderes oficiales, amén del pueblo que salió a las calles a vitorearlo.
Recordando sus dos viajes anteriores, el príncipe de la Iglesia expresó
que al llegar a este sitio, puerta occidental de la República, no sólo no
tengo necesidad de tocar, sino que me encuentro de par en par, abierta
para recibirme, exaltando la figura del obispo anfitrión, que no en vano
lleva un nombre imperial - acotó Quintero- el de Alejandro, porque a
semejanza de su homónimo macedonio, él es también un gran conquis-
tador, conquistador de méritos por su actividad pastoral y conquista-
dor de corazones por su don de gentes y por su tesoro de bondades.

Despidiendo al cardenal Quintero en el Aeropuerto de San Antonio, 1967.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Bajo los acordes de la Marcha Pontificia de Gounod, el cardenal


Quintero entró a la Plaza Juan Maldonado, frente a Catedral, en la con-
clusión del Congreso Mariano. Recibió además las llaves de la Ciudad
de San Cristóbal de parte del presidente de la municipalidad, Ildefonso
Moreno Mayo y, esa noche en el Palacio de Los Leones, fue profusamente
agasajado por las fuerzas vivas del estado. La jornada incluyó un al-
muerzo en su honor ofrecido por el clero tachirense en el Círculo Mili-
tar, la visita al Seminario, a la Universidad Católica y su Asociación
Civil, al Cuartel Bolívar, recordando sus lejanos días de capellán mili-
tar, y a la nueva sede de Radio Junín. El domingo 12 de marzo, al coro-
nar a la primada de Táriba, le expresó: - Señora, vos no necesitáis que
os digamos con palabras lo que sentimos, porque vuestros ojos saben
leer directamente en los corazones.
Los dos amigos continuaron viéndose en las acostumbradas se-
siones del episcopado nacional. Pero cuando Fernández Feo cumplió 25
años al frente de la mitra tachirense, Quintero lo sorprendió con una
visita personal, brevísima. Llegó en vuelo privado a San Antonio con su
secretario, monseñor Jacinto Soto y con el administrador del diario La
Religión, monseñor Bernardo Heredia, y lo abrazó en el Palacio
Episcopal, donde se reunieron en privado. Sería la última estancia del
cardenal en estas tierras muy suyas, por los afectos y el compromiso
con monseñor Chacón, su mentor. La carta enviada al obispo tachirense,
indica la erudición del cardenal, con sus íntimos sentimientos expresa-
dos en el idioma de la Iglesia, indicándole, como un hermano mayor
que en el momento de su consagración, la Iglesia, por labios del Pontí-
fice consagrante pidió a Dios que en V.E. abundara «constantia fidei,
puritas dilectionis, sinceritas pacis»; que usara la sagrada potestad
«in aedificationem, non in destructionem»; que fuera, en una palabra,
«fidelis servus et prudens, constitutus super familiam Domini, ut daret
ei cibum in tempore opportuno». Al recordar esa plegaria a veinticinco
años de distancia, vemos que ella fue acogida por la bondad divina,
pues en V.E. han descollado todas esas virtudes, y de ahí el innegable
éxito que ha tenido su pontificado.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Visita privada del cardenal Quintero al obispo,


en compañía de Mons. Jacinto Soto y Antonio Arellano.

En mayo de 1980, el cardenal renunció a su cargo como arzobis-


po de Caracas, siendo sustituido por José Alí Lebrún, investido príncipe
de la Iglesia tres años después. Sin embargo, como gratitud a su majes-
tad y sabio oficio como máximo rector de la Iglesia venezolana,
Fernández Feo motivó en la Universidad Católica del Táchira, creada
por él, y en su rector, el jesuita José del Rey Fajardo, conferir el docto-
rado Honoris Causa en Educación a Quintero, con motivo de sus ochen-
ta años de vida, considerando que este preclaro hijo del lar andino ha
consagrado su prolífera existencia a las sublimes tareas que impone el
magisterio de la palabra divina, enraizado en la mejor tradición
teológica, filosófica y cultural del mundo cristiano occidental, consti-
tuyéndose así en digno e imperecedero ejemplo de Maestro, según reza
el decreto del Consejo Universitario suscrito el 17 de septiembre de
1982. Diversas razones impidieron su imposición inmediata. El 17 de
mayo de 1984, Fernández Feo y del Rey entregaron el soberbio título en
la habitación del purpurado, ya aquejado de los dolores de su enferme-
dad, falleciendo dos meses después.

89
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

La nueva Catedral de San Cristóbal

Luego de varias discusiones, los historiadores tachirenses se pu-


sieron de acuerdo en razón de la fecha de fundación de San Cristóbal.
Algunos aseveraban que Maldonado había clavado su espada conquis-
tadora en las tierras de Cania en 1558, otros dijeron que en 1560. Unos
más seguían al sabio polígrafo, Tulio Febres Cordero, que la precisaba
en marzo de 1561. Debió ser un fraile agustino español, Joaquín
Urdiciáin, quien luego de auscultar archivos en Bogotá, consiguió un
documento con la data exacta, 31 de marzo de 1561. Por su hallazgo fue
honrado como hijo adoptivo, mientras que algunas retrecherías se deja-
ron escapar en el ambiente, olvidándose luego los esfuerzos del religio-
so. Establecido el cuatricentenario en marzo de 1561, todo se adelantó
para que el Gobierno Nacional de Rómulo Betancourt emprendiera una
serie de obras como celebración de la magna fecha. Las actuaciones del
presidente en su primer ejercicio revolucionario de 1945 habían dejado
hirientes huellas en el Táchira. Como enlace entre el primer magistrado
y algunos sectores regionales, la noble personalidad de su secretario,
Ramón J. Velásquez, sirvió como bálsamo generador de provecho.
Entre las realizaciones materiales plasmadas figuraba la renova-
ción de la Catedral de San Cristóbal, la que había sido levantada desde
1875 por el presbítero José Concepción Acevedo, luego del terremoto
de Cúcuta, siendo desarrollada a tramos su estructura, por las sentidas
actuaciones de emprendedores sacerdotes como José Trinidad Colme-
nares, Ezequiel Arellano, Jesús Manuel Jáuregui, Felipe Rincón
González, Acacio Chacón, Alvaro Fonseca, Primitivo Galaviz, Tomás
Antonio Sanmiguel, Maximiliano Escalante, Edmundo Vivas Medina y
el párroco Carlos Sánchez Espejo, titular de esa jurisdicción desde 1952.
Bien dijo el obispo en una oportunidad que reconstruir la Cate-
dral fue para mí un sueño acariciado desde mis primeros días de mi

90
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

llegada a San Cristóbal. El templo inconcluso, con la desarmonía de la


diversidad de sus estilos y sus torres desiguales hacía contraste con la
belleza de los otros templos de esta región. Yo quería para mi ciudad
episcopal una Catedral digna, elegante y sobria, cónsona con la gran-
diosidad de la fe de nuestros pueblos.
Luego de su toma de posesión como párroco de Catedral, el pres-
bítero doctor Carlos Sánchez Espejo, con grandes amigos en el gobier-
no perezjimenista, logró importantes adelantos en la vieja estructura
concebida, según la tradición colonial, en tres naves. Devoto del Cristo
del Limoncito, le construyó una capilla especial a la veneranda imagen,
diseñada con su altar de mármol, traído de Italia y elaborado con piedra
de Carrara, donación del presidente Marcos Pérez Jiménez, además de
sus barandas y otros aditamentos aportados por los doctores Alberto
Díaz González y Ricardo González, altos funcionarios de esa adminis-
tración. La estructura, bendecida por Fernández Feo el 5 de agosto de
1956, formaba parte de otros detalles como el atrio de catedral con sus
pisos de granito, terminado en 1957, los trabajos de pintura y refacción
realizados por el Ministerio de Obras Públicas, hasta el altar de la gruta
de la Virgen, ubicada en el este de la edificación, bendecida en abril de
1959. Luego sería Sánchez Espejo el gran promotor de conseguir para
la nueva catedral sus pisos de mármol, sus lámparas y vitrales, tarea que
el propio Fernández Feo destacó en una Carta Pastoral. El gran orador
sagrado tuvo el honor de pronunciar su discurso en el tedéum de abril de
1961, en presencia del presidente Betancourt, siendo el primer acto li-
túrgico después de la consagración del templo. Ese vital esfuerzo pro-
dujo en Sánchez Espejo la más conocida de sus frases: El Táchira rea-
liza lo que el Táchira quiere.
A pesar de esas modificaciones, Fernández Feo nunca estuvo con-
tento con el viejo templo matriz de San Sebastián, como fuera llamado
en otras épocas. En junio de 1959, anunció su intención de lograr para
San Cristóbal una catedral remozada. Semanas después, el 14 de agos-
to, convocó a los medios de comunicación y otras autoridades para pre-
sentar al arquitecto Graziano Gasparini, italiano graduado en Venecia
con 12 años de residencia en Venezuela, quien estaba al frente de la
reconstrucción de la catedral de Coro, entre otras obras. Era calificado
profesor de la Arquitectura Precolombina y Colonial de la Facultad de
Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela.
Mientras ofreció sus declaraciones sobre el asunto, el obispo in-
dicó que la nueva Catedral sería un gran recuerdo del cuatricentenario

91
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

de la ciudad, advirtiendo que no queremos destruir lo ya existente, tan-


to por razones de índole económica, como por respetar, no digamos la
antigüedad, pues es de reciente construcción, sino por respetar el tra-
bajo de nuestros antecesores y tantos venerables párrocos. Al indicar
que la refacción sería de estilo colonial, declaró que, en primer lugar, es
al estilo colonial a lo que más se acerca la construcción actual, y en
segundo lugar, siendo la catedral la iglesia más antigua de San Cristó-
bal, luciría mejor los atavíos del arte del tiempo en que se construyó la
primera iglesia. Informado el Gobierno Nacional, a través del Ministe-
rio de Justicia, de la necesidad planteada por el obispo en lograr una
mejor catedral, según trabajo presentado en 1958, serían alrededor de
veinte viajes a Caracas los que el prelado acometió para tocar puertas y
exponer sus ideas, siendo acogido por el secretario de la Presidencia,
Ramón J. Velásquez y el ministro de Justicia, Andrés Aguilar. El presi-
dente Betancourt decidió conceder los aportes necesarios, lo que hicie-
ron la Junta Pro Cuatricentenario presidida por el jurista José Dolores
Rico y una comisión pro catedral establecida en Caracas por el tachirense
Heriberto Salas, además de amigos particulares del obispo, empresas
como la conocida Constructora Esfega, y de nuevo, el decidido empeño
de los ingenieros Edgar Espejo y José Rafael Ferrero Tamayo. El 5 de
junio de 1960, festividad de Pentecostés, se iniciaron formalmente los
trabajos, trasladando los oficios de Catedral al templo vecino de San
Juan Bautista de La Ermita. El obispo colocó en la puerta mayor su
vistoso escudo, según decreto del 2 de septiembre de ese año.
No era extraño ver al mitrado entrar al edificio lleno de andamios
y escaleras, con abnegados maestros de la construcción en distintas áreas,
preguntando, consultando, pidiendo opiniones, viendo el desarrollo de
los trabajos y atendiendo a los periodistas que buscaban su palabra que
confirmaba la culminación del templo para la fecha cuatricentenaria.
Este hecho fue asegurado mediante una Carta Pastoral en la que partici-
paba que a nueve meses del inicio de los trabajos, venimos a anunciaros
con el corazón rebosante de alegría y gratitud, que con el auxilio divi-
no y asistidos con el poder que viene de lo alto, consagraremos solem-
nemente la Catedral totalmente reconstruida y remodelada en los días
miércoles 5 y jueves 6 de abril, como uno de los actos principales del
programa de festejos de la fecha cuatricentenaria de nuestra ciudad
episcopal. Explicó además los ritos consagratorios, enseñando la tradi-
ción milenaria del templo de Jerusalén, además de la riqueza de sus
símbolos empleados en sus tres partes esenciales: la purificación exte-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

rior de sus muros y la toma de posesión de su ambiente interno; la con-


sagración del altar de piedra y el solemne traslado y velación de las
reliquias de los santos mártires San Sebastián y San Cristóbal, trayendo
en un relicario fragmentos de sus huesos, además los restos de San Pío
X y Santa María Goretti, en solemne procesión.
El arquitecto Gasparini, conocido luego por sus obras, su cátedra y
sus libros, habló sobre los trabajos de reforma de la Catedral, proyecto
entregado por el MOP a la firma Márquez y Vitols, Ingenieros, quienes
encontraron, según el calificado profesional, inteligentes soluciones a los
varios problemas estructurales que presentaba la obra. En efecto, prosi-
gue, la ampliación del presbiterio y ábside sin dañar la cúpula existente,
la aplicación de la nueva fachada, la construcción de las torres y otros
problemas menores, fueron resueltos primeramente en la fase del pro-
yecto y luego perfectamente realizados por la Constructora Esfega. Mi
modesta contribución, anexó Gasparini, se limitó al suministro de datos y
consejos relacionados con las características coloniales de los templos
venezolanos y asesorar la decoración interior del templo.

Una nueva catedral para la ciudad cuatricentenaria. Abril de 1961.

El decreto de consagración fue firmado el 15 de marzo de 1961 y


los últimos toques se hacían, entre ellos, la colocación de las nuevas
bancas, viéndose los nombres de comprometidas familias y donantes en

93
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

los coloridos vitrales que recogen pasajes de la historia local. Transcu-


rrido el sagrado rito, el 9 de abril, ante el presidente Betancourt, varios
de sus ministros y los arzobispos de Mérida y Ciudad Bolívar, de los
obispos de Barquisimeto, Cumaná y Maturín, y el vicario Apostólico de
Tucupita, además del gobernador del Estado, Edilberto Escalante, y el
presidente de la municipalidad, Luis Alberto Santander, demás autori-
dades y fieles, Alejandro Fernández Feo pronunció uno de sus mejores
discursos, cuyo final es una alabanza a la ciudad que lo recibiera en
1952. Al agradecer al Señor Presidente Constitucional de la República,
quien a través de los Ministerios de Justicia y Obras Públicas dio el
primer impulso a la iniciación de los trabajos y quien, por medio de la
Junta Coordinadora de Obras del Cuatricentenario, añadió nuevo em-
puje a la continuación de la obra; al ministro Aguilar, al gobernador
Escalante, a la junta pro-catedral, radicada en Caracas, a los doctores
Graziano Gasparini, Edgar Espejo y José Rafael Ferrero Tamayo, y al
venerable párroco de Catedral, quien tomó a su cargo la campaña de
prensa y de radio para la adquisición del pavimento de mármol, vitrales
y mobiliario de este templo con interés y eficacia digna de todo enco-
mio, resaltó especialmente a su amigo Ramón J. Velásquez, quien estu-
vo presente en esta obra desde sus primeros proyectos hasta en sus
últimos pormenores dándome aliento y prestando la más amplia, fervo-
rosa, cordial y eficaz colaboración en estos trabajos, acotando que su
nombre quedará inscrito para siempre entre los mayores bienhechores
de la Diócesis. Culminó la maravillosa pieza con una de sus más her-
mosas alocuciones. Un canto de devoción y entrega a la capital tachirense.
He satisfecho hasta este momento un deber de justicia y gratitud.
Otra obligación debo cumplir ahora. Y es la de entregar esta catedral a
la ciudad de San Cristóbal. Para ti, ciudad de mis afectos, concebí y
trabajé esta obra. Para ti, que tienes la pureza de los lirios de tu escu-
do; para ti que tienes en tus venas la nobleza generosa y encendida del
rojo escarlata del emblema de Juan Maldonado, el fundador; para ti
que llevas clavados y vibrantes como saetas en tu pecho el sacrificio, la
lealtad y la indomable entereza de tus mártires patronos San Sebastián
y San Cristóbal; para ti que por voluntad de Dios y paradoja de los
designios eres a la vez mi madre, esposa e hija; para ti que me abriste
los brazos cargados de amor para hacerme tuyo y me preparaste la
blandura tibia de tu seno para que en él repose el descanso final en
espera de la resurrección gloriosa; para ti, ciudad de mis amores, le-
vanté con la ayuda de todos esta catedral, donde tuviera asiento una

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

cátedra para conservar tu fe, un altar para tu oración y sacrificio y un


trono para regir tus destinos espirituales. Para ti, que eres el principio,
la representación y símbolo de la gigante fe de todo el pueblo tachirense,
he levantado este santuario donde el Señor del Limoncito, que mejor
haría en llamarlo el Señor de los Milagros, seguirá recibiendo el home-
naje de la fe indestructible de este mismo pueblo. Recibe este regalo, el
mejor regalo de tu cumpleaños, de este pontífice que por designio del
Altísimo es a la vez tu hijo, tu esposo y tu padre, y sábete que él no es
otra cosa que un representante auténtico de esa que ha sido siempre, es
y será tu protección, tu defensa y tu guía, la Santa Iglesia de Cristo.
José Chacón Ramírez, colaborador anónimo de Diario Católico,
posible seudónimo de su director José León Rojas Chaparro, publicó el
24 de diciembre de 1960, las confesiones del obispo para realizar la
grande obra. El colofón de la sincera conversación, resume la inextin-
guible fuerza de voluntad del caraqueño que a pulso propio, se hizo el
primero de los tachirenses. Cuando el Señor Obispo, paternal y bonda-
dosamente abandonaba el silencio de mi casa y me dejaba con el honor
que no olvidaré de haber atendido mi ruego, cogiendo la vieja máquina
sobre mi viejo escritorio, yo pensaba… he aquí un Obispo que soñó una
obra irrealizable en tan poco tiempo, y con fe, amor, constancia, y con
sus muchos amigos – porque su mayor e incalculable fuerza humana es
la amistad – la hizo realidad grande y bella para el presente y para la
historia como la expresión clara de la fe más fuerte que los montes, de
un pueblo que trabaja, que lucha y mira al cielo.

El presidente Betancourt asiste al tedéum con motivo del cuatricentenario


de San Cristóbal.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Creación de la aldea modelo de San Rafael de El Piñal

En una de sus tantas conversaciones, Alejandro Fernández Feo le


reveló a Ramón J. Velásquez una grave preocupación. Le advirtió la
necesidad de crear escuelas en Coloncito y en La Pedrera, poblar
esas vastas regiones desasistidas, pues si no se hacía, el Táchira po-
dría desaparecer ante la invasión de elementos extraños provenien-
tes de Colombia y otros del Zulia y Lara. La fisonomía y el destino de
la entidad debían mantenerse, de lo contrario, el caos sobrevendría.
Era una visión geo-episcopal, una conciencia de patria, un sentido claro
de nación, de identidad.
La historia del avance del sur tachirense es muy compleja. Tiene
plena vinculación con el proceso de desarrollo ganadero, motorizado
inicialmente por los hombres y mujeres que desde Pregonero decidie-
ron buscar tierras feraces para el progreso de la zona circundante de la
Montaña de San Camilo. El camino empleado por Alonso Pérez de Tolosa
en 1547, con el que descubrió el Táchira, fue trazado por hábiles y pa-
cientes colonos que poblaron esas vastedades convertidas en fincas y
haciendas. Cuando en 1919 comenzó a abrirse la carretera del sur, con-
cluida en 1933, para conectar el Táchira con Caracas por la vía del Lla-
no, con el camión de las Obras Públicas llegó Adolfo Plaza, un enferme-
ro que abrió un rústico dispensario, continuado en 1941 con el hospitalito
de Coloradas, además del puesto de salud abierto en El Piñal, un sitio ya
conocido en tiempos de la Independencia que, pasado un siglo, en la
hacienda La Morita, terrenos de los colonos Peppino Giorndanelli y
Pancho Guarino, reemplazó el de Coloradas, abandonado y consumido
por las llamas. Elevado a medicatura en 1959, sus titulares, los médicos

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Arfilio Becerra y Jorge Colmenares sugirieron constituir en El Piñal


una escuela con su comedor, amén de una estación de puericultura. Esta
conclusión se logró en la VII convención de médicos rurales, realizada
en ese sector en junio de 1959 a la que asistió entre otros, el eminente
pediatra venezolano, Pastor Oropeza.

Disfrutando del sur tachirense. En Abejales, 1954.

Esas tierras del llano fueron por las que pasó el obispo Tomás
Antonio Sanmiguel, en los años de su propósito de fundar las misiones
del Alto Apure, convirtiéndose en casi habitual la presencia del prelado,
al menos una vez cada dos años. Siguiendo este ejemplo, su sucesor
Alejandro Fernández Feo conoció temprano la zona de Abejales, empo-
rio creado por Emeterio Ochoa en 1933, además de los caseríos circun-
dantes a El Caparo, Puerto Vivas y Navay. En uno de esos viajes se
acercó a algunos ganaderos como Renato Laporta, diputado suplente al
Congreso por Acción Democrática, y productor ganadero de vivaz aliento

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

y ancho corazón, inaugurando el obispo la parroquia eclesiástica de San


Rafael de El Piñal el 23 de abril de 1961, igualmente la de San Miguel
Arcángel de Abejales, ambas en honor a los obispos Rafael Arias Blan-
co y Tomás Antonio Sanmiguel. Sin embargo, el deseo de hacer una
aldea modelo y poblar adecuadamente el sector, lo instó a buscar los
necesarios apoyos para lograr otro de sus propósitos.
Una vez más, Ramón J. Velásquez, atendió a su amigo Fernández
Feo en Caracas. Lo puso en contacto con el connotado médico sanitarista,
Arnoldo Gabaldón, ministro de Sanidad, y con el diputado Carlos An-
drés Pérez, emprendieron los pasos adecuados para establecer la citada
aldea. Alrededor de la conocida medicatura surgida entre la apertura de
las vías de comunicación del Llano, el tema tomó otro matiz. El médico
Bruno Baldasini hacía allí abnegada misión que traspasaba su gigantes-
co cuerpo. Al entablar el obispo su ancha amistad con el profesional
italiano, éste permitió que en uno de los corredores de la humilde casa
se hicieran las primeras misas, dirigidas por el párroco designado, Pío
León Hernández. La presencia formal de la Iglesia Católica motivó la
instalación de la comunidad, como bien lo dijo el prelado, siguiendo las
disposiciones de la encíclica papal Mater et Magistra de Juan XXIII que
ilumina cómo debe ser una auténtica reforma agraria cristiana.
Al enseñar las causas de la presencia de la Iglesia en esas tierras
selváticas, Fernández Feo explicó la necesidad de la nueva población,
indicando que al sur del Estado, comenzando en el puente sobre el Río
Uribante, en tierras despobladas hace treinta años por la insalubridad
y la falta de comunicaciones, se ha concentrado en los últimos tiempos
una población que llega perfectamente a los cuarenta mil habitantes. A
reunirlas allí han contribuido de una parte las nuevas vías, y de otra los
esfuerzos que ha hecho el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.
Sobre la finalidad informó a los periodistas que se ha luchado por hacer
de todas esas regiones un pueblo nacido con estudio, plan y técnica, un
pueblo que sea producto de la previsión y el orden, no efecto del desor-
den, de la confusión y del abuso. El Piñal, agregó el obispo, es el centro
topográfico de toda la región y a él confluyen todas las carreteras,
todas las vías, todos los caminos. El establecimiento hace varios años
de un puesto de salud rural demostró palmariamente una realidad: en
El Piñal debería surgir un gran pueblo, que coordinara las actividades
de toda la región y que fuera al mismo tiempo, motor, orientación y luz.
En principio, Renato Laporta, dueño de los terrenos adyacentes al pues-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

to sanitario, le regaló dos hectáreas para la Iglesia, la escuela y la casa


cural. Luego, se desprendió de buena parte de su hacienda Charco Lar-
go para fundar la definida población.
El 11 de febrero de 1962, Alejandro Fernández Feo marcaba otra
fecha protagónica de la historia contemporánea el Táchira, en la que él
era vital monitor. En el puesto de salud atendido por el doctor Baldasini,
el obispo logró convocar a entre otras autoridades al ministro Gabaldón,
al gobernador Edilberto Escalante, al diputado Pérez, al coronel Pablo
Flores, comandante de la Primera División de Infantería, colonos, po-
bladores, religiosos, representantes del pueblo y público en general, para
un acto simbólico sin precedentes en los últimos años. Establecida la
parroquia eclesiástica meses atrás, como se ha dicho, un desfile partió
desde la medicatura hasta donde sería la Plaza Bolívar, colocándose allí
un pequeño busto del Libertador. Luego el obispo hizo su recorrido im-
partiendo la bendición a los fieles, entretanto, Gabaldón colocó en un
cilindro el acta fundacional, depositándolo en el centro de la primera
piedra del pueblo. El mitrado bendijo también la primera piedra del
templo, acto que repetiría en mayo de 1963, para después izar con el
ministro la bandera nacional a los acordes de los himnos nacional y
pontificio. Por último, Fernández Feo clavó la cruz procesional,
rememorando el acto fundacional de los conquistadores españoles. El
acta registra las personas que estuvieron en ese momento proverbial,
advirtiéndose que aunque en él aparece el secretario Velásquez, razones
de última hora impidieron su presencia, acotándose la asistencia de la
corregidora Rosa Suárez Lupi, actuando como escribana.
El trascendental documento advierte que para la fundación del
pueblo en ese lugar, se tuvo en cuenta para esta función que examinado
detenidamente el lugar, se ha encontrado que el cielo es de buena y
feliz constelación, claro y benigno, el aire es puro y suave, además de
que los frutos y mantenimientos son buenos, y las tierras abundantes y
muy a propósito para cultivar; que la vecindad del Río Uribante y de
espesas selvas aseguran la provisión de aguas y pastos, y la facilidad
de encontrar materiales para los edificios. En consecuencia se acordó
proceder como en efecto se procede a la fundación de la Aldea Modelo
de «El Piñal» y bajo la advocación del glorioso Arcángel San Rafael,
patrono del segundo Obispo que visitó este lugar, Monseñor Doctor
Rafael Arias Blanco, de esclarecida memoria. Luego de la santa misa,
intervino el obispo, seguido del gobernador Escalante, el diputado Car-
los Andrés Pérez y el ministro Gabaldón.

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LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

El proyecto de levantar las primeras 250 casas, según el progra-


ma nacional de Vivienda Rural del Ministerio de Sanidad fue iniciado
de inmediato. En menos de seis meses se anunciaban las primeras vein-
titrés de ese lote y, en febrero de 1963 Ramón J. Velásquez, informaba al
obispo que el presidente de la empresa eléctrica Cadafe, había dispuesto
la electrificación del sector. Luego de varios párrocos establecidos allí,
la diócesis determinó entregar la jurisdicción a los padres misioneros
del Sagrado Corazón, conocidos como los padres irlandeses, en razón
de su origen. La tarea emprendida en El Piñal seguía avanzando, y al
adquirir mayor prestancia, su desarrollo fue considerado por la legisla-
tura regional, lográndose su elevación a municipio, como se conocían
los actuales distritos. Este triunfo se plasmó el 24 de octubre de 1972,
cuando nació el municipio Alejandro Fernández Feo, acto signado por
la presidenta de ese poder público, Carmen de Valera, con la presencia
del prelado que una década atrás iniciara otro de sus sueños. Cuando
pronunció sus palabras frente al templo parroquial diseñado en arqui-
tectura moderna pero sencilla, bien sabía que había ganado otro escalón
dentro de su propósito de ser el primero de los tachirenses. Su tarea aún
no cesaría.

Visitando el sur tachirense. En el río Caparo, 1953.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Una universidad para el Táchira

En el acto de homenaje póstumo al obispo Fernández Feo, efec-


tuado el 4 de noviembre de 1988, cuando su busto en bronce, fuera
colocado en el viejo edificio del Seminario de San Cristóbal, su amigo
Ramón J. Velásquez, culminó sus emocionadas palabras con esta sen-
tencia: ¡Qué ejemplar este reconocimiento cuando a quien va dirigido
no ostentó poderes terrenales, ni tuvo riquezas materiales, ni preben-
das que repartir. Cómo es de hermosa esta presencia colectiva y cómo
es de oscura y negativa la empresa de elevar himnos y erigir monumen-
tos a quienes solamente ostentan la fugaz preeminencia que les conce-
de el oportunismo!
Esta frase comprendía un vital concepto. La sana propuesta de
dotar a la ciudad de una universidad, la tozudez para lograrla y la persis-
tencia en mantenerla. Bien lo dijo uno de los profesores fundadores de
la casa de estudios, Aurelio Ferrero Tamayo, que sin la participación del
obispo no habría la extensión universitaria. En otra deferencia postrera
al prelado, un hombre de izquierda, políticamente, el rector de la Uni-
versidad de Los Andes, Pedro Rincón Gutiérrez, expresó que por razo-
nes de precedencia y jerarquía, mis sentimientos de afecto y admira-
ción, en esta palpitante mañana del Alma Mater, están con monseñor
Alejandro Fernández Feo, obispo del Táchira, por quien ofrezco la ora-
ción más sentida por su alma infatigable y perenne, por ser fundador
de la Extensión Universitaria de la UCAB en el Táchira, y posterior-
mente, incansable propulsor de la elevación de la Extensión Táchira a
la categoría de universidad autónoma, su primer canciller, y durante
más de 20 años, orientador de la vida académica y administrativa de la

101
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

institución y fuerte baluarte para el desarrollo de la enseñanza univer-


sitaria.
La obtención de la universidad tachirense no fue gratuita. Bien lo
dijo el propio Fernández Feo que el Táchira había comprado su cultura
a precio de oro. A fines del siglo XIX, un sacerdote trujillano, Jesús
Manuel Jáuregui, estableció en La Grita el famoso Colegio del Sagrado
Corazón de Jesús, en el que se recibieron como bachilleres importantes
figuras del accionar venezolano del siglo XX, entre ellos, Eleazar López
Contreras, Rubén González, Vicente Dávila y Diógenes Escalante, por
mencionar algunos. El levita solicitó del gobierno nacional la posibili-
dad de iniciar estudios superiores, propuesta frustrada por el movimien-
to revolucionario emprendido por Cipriano Castro en 1899, el enfrenta-
miento de éste con Jáuregui, y la posterior expulsión del país del reli-
gioso. Apenas en 1916, desde el Salón de Lectura de San Cristóbal, se
iniciaron algunas cátedras de Derecho y Ciencias Políticas, y se presen-
taban exámenes en Mérida, lo que se repetiría veinte años después, es-
tando en ambos esfuerzos, la palabra empeñada de juristas como Anto-
nio Rómulo Costa, Amenodoro Rangel Lamus y Eduardo Santos. Aún
en los años cincuenta, de próspero avance en la creación de grandiosas
edificaciones para la educación secundaria, lejanamente se consideró la
posibilidad de una universidad privada, tema tratado por el periodista
Hernán Rosales y el sacerdote Carlos Sánchez Espejo, sin concreción
real alguna. El Táchira seguía enviando sus hijos a Mérida, Caracas o
Bogotá.
Este panorama lo advirtió Alejandro Fernández Feo a su llegada.
Bien lo describió cuando inauguró la primera sede de la Universidad
Católica en 1980. Solía yo decir a mis amigos entonces, expresaba el
obispo, que el Táchira contaba con un jardín de infancia y un ancianato.
La juventud emigraba a otras regiones. Estas razones me impulsaron a
luchar por la creación de un centro universitario. El camino no fue
corto ni fácil. Hubo que vencer dificultades. Los Padres de la Compa-
ñía de Jesús me anunciaron un día que la Compañía de Jesús estaba
dispuesta a ayudar a sembrar la extensión académica de la Universi-
dad, pero la Universidad de Caracas no podía hacerse cargo de la
responsabilidad económica de la extensión que iba a crearse, y por
ende, el obispo de la diócesis debía asumir esa responsabilidad. Había
preocupación, la diócesis debía sostener el Seminario, la diócesis debe
sostener un diario, y para entonces, también una radio. Pero sabiendo

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

que Dios no desoye jamás la voz del que le suplica, acepté la responsa-
bilidad. Fui a Caracas, toqué puertas de institutos y personas particu-
lares y reuní en Caracas lo suficiente para pagar un año de universi-
dad, y suficiente también para asegurar a los de Derecho que iniciaban
su carrera, que podían terminar aquí, sin marcharse de su tierra, sus
estudios de Derecho.
El obispo fue el único personaje que tuvo éxito para iniciar en-
tonces, el sueño de emprender la creación de una universidad. Como lo
hiciera para la obtención de la catedral reconstruida, acudió a sus ami-
gos de Caracas, y al alto poder gubernamental. Una vez más, se dirigió
a su amigo Ramón J. Velásquez, quien todavía recuerda los encuentros,
en casa del polígrafo Pedro Grases, para convencer a los jesuitas de la
Universidad Católica Andrés Bello, establecida en 1953, particularmente
a los padres Pedro Pablo Barnola, Carlos Reyna y Pío Bello, de la in-
gente necesidad. El resultado de la cultura tachirense, expresada desde
la segunda mitad del siglo XIX, fue fundamental para que los religiosos
iniciaran el apoyo a la idea.
En efecto, el rector de la UCAB, el eminente jesuita Carlos Reyna,
ordenó el envío de una comisión académica a San Cristóbal, integrada
por el decano de Economía de esa casa superior, Félix Hugo Morales; el
educador y sacerdote Manuel Pernaut, célebre por su tratado de Econo-
mía; el decano de Derecho de la UCV, Luis Villalba Villalba, figura
relevante de la Sociedad Bolivariana de Venezuela; el profesor Juvenal
Faría, director de Administración de la UCV; el secretario del Consejo
Nacional de Universidades, Aníbal Muñoz; el director de Administra-
ción de la Universidad de Carabobo, Rafael Irigoyen; el director de la
Escuela de Educación de la Universidad del Zulia, Raúl Osorio; y el
decano de la Escuela de Derecho de la UCAB, José Luis Aguilar
Gorrondona, connotado autor de textos de Derecho Civil, efectuándose
la reunión el 7 de junio de 1962.
El estudio quedó bajo la responsabilidad de Aguilar Gorrondona,
estableciéndose la creación de las extensiones de las Escuelas de Letras,
Administración Comercial y Derecho. El obispo se dirigió a través de
una cadena radial para comunicar la buena nueva, mientras que sobre
sus hombros quedaba el compromiso de conseguir los recursos econó-
micos para sostenerla. La nueva casa, llamada Universidad Católica
Andrés Bello Extensión Táchira, conocida por todos como UCABET,
dependería del Consejo Académico y los Consejos de Facultad de la

103
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

institución matriz de Caracas. El obispo se trazó otra meta, la conforma-


ción de la Asociación Civil San Cristóbal, integrada por diez connota-
dos y solventes miembros de la comunidad que tendrían la finalidad,
según su documento constitutivo, de sostener, mediante los recursos
económicos de su patrimonio el funcionamiento cabal de las Escuelas
Universitarias creadas en la ciudad de San Cristóbal, e igualmente las
Escuelas que en lo sucesivo se crearen con intervención de esta asocia-
ción. Entra igualmente en su objeto, prosigue el texto, administrar el
patrimonio de la misma asociación por todos los medios adecuados, de
tal manera que vaya siempre en aumento y garantice el funcionamiento
de las Escuelas Universitarias. En su estructura, el obispo presidiría el
nuevo ente, integrado además por los monitores sociales, Luis Jugo
Amador, Ramón Matos Pulido, José Rafael Ferrero Tamayo, Eduardo
Ramírez, Guillermo Georgi, Martín Marciales, Atilio Ardila, Luis Au-
gusto Mantilla, Ernesto Santander y Luis Manuel Toro. El instrumento
quedó constituido legalmente el 5 de septiembre de 1962. La primera
misión fue la suscripción de 300 bonos de un mil bolívares cada uno
como base para la refacción del viejo Seminario de la carrera 14, futura
sede de la UCABET, adquiriendo Jesús Manuel Díaz González, propie-
tario de La Voz del Táchira, el primero de ellos.
Para iniciar sus actividades, el obispo encontró en los espacios
del Salón de Lectura, el sitio para emprender la dura jornada. Sólo que-
daba la fecha formal de su instalación, realizándose el 22 de septiembre
de 1962, con una solemne procesión que partió desde el Palacio Episcopal
hasta la Catedral, compuesta por el obispo y el arzobispo auxiliar de
Mérida, José Rafael Pulido Méndez, las autoridades civiles y militares,
además del nuevo cuerpo académico, integrado en su mayoría por pro-
fesionales de la región. El cortejo entró en el templo mayor e hizo, bajo
juramento, la promesa de cumplir con sus deberes ante Dios y la luz del
saber. Ellos, Aurelio Ferrero Tamayo, Gerson Rodríguez Durán, Servio
Tulio González, Fernando Torre Olivares, Oswaldo Toro, Horacio Cár-
denas, Pío Bello, Julio Viaña, Juan Tovar Guédez, Carlos Sánchez Espe-
jo, José Gonzalo Méndez, César Arreaza Bertrán, Julio Suárez Lozada,
José Rafael Ferrero Tamayo, Ramiro Valero y Conrado Contreras Puli-
do, con sus togas y birretes, escribían su compromiso ante la historia,
bajo la dirección del primer vicerrector, el sacerdote jesuita Jesús Sánchez
Muniaín.

104
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Desfile triunfal a Catedral para juramentar al cuerpo académico


de la UCABET. Septiembre 1962.

En la noche de ese histórico 22 de septiembre, con la presencia


del nuncio Apostólico, Luigi Dadaglio; el provincial de los jesuitas en
Venezuela, Daniel Baldor; el secretario de la Presidencia, Ramón J.
Velásquez; el gobernador Edilberto Escalante; el diputado ante el Con-
greso Nacional, Rafael Caldera; el presidente de la municipalidad, Luis
Alberto Santander; y demás autoridades, el auditorio del Salón de Lec-
tura fue una vez más testigo de la creación de otra institución en su
seno, como en anteriores oportunidades sucedió con la Cámara de Co-
mercio, las seccionales regionales de la Cruz Roja y el Rotary Club,
además del Banco de Fomento Regional Los Andes. Bajo el título En
nombre de Dios Todopoderoso, la firma de Velásquez inicia el original
desfile de suscripciones que incluyen al jurista José Giacopini Zárraga,
amigo íntimo de Fernández Feo en sus juveniles años caraqueños, re-
presentante a la vez de la Fundación Shell, una de las patrocinadoras de
la naciente obra junto al filántropo Pedro José Lara Peña, ex ministro de
Agricultura, jurista y experto en cuestiones limítrofes.
En sus palabras, Fernández Feo, expresó el contenido práctico de
la naciente universidad, surgida en esta hora confusa y de rebelión, en
esta hora de desconcierto y extravío, cuando negros nubarrones cu-
bren los horizontes del mundo y oprimen con peso de plomo el porvenir
de la Patria, la Extensión Universitaria es la mejor dádiva de Dios

105
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

para la familia del occidente venezolano. Bien enfatizó el mitrado, las


funciones de la Universidad, creada bajo el lema Dios, Patria y Juven-
tud, advirtiendo que ella tiene que contribuir a edificar, y no a destruir;
a fundar, y no a devastar; a orientar, y no a sembrar el caos y la barba-
rie, como desgraciadamente lo hemos visto y palpado con dolor y asom-
bro en el corazón de nuestra Patria. Culminó su mensaje con una grati-
tud eterna sobre la influencia de los jesuitas en su existencia, asintiendo
que mi vida está ligada a vosotros que fuisteis mis maestros desde mis
primeros años. Siempre he tenido a honra pregonar que todo aquello
que poseo en conocimientos y en formación sacerdotal, a vosotros lo
debo. Por eso será para mi episcopado una de las mayores glorias, el
que durante él se haya abierto en San Cristóbal una casa de la Compa-
ñía de Jesús, y que en vuestras sabias y prudentes manos quede la for-
mación universitaria de nuestros jóvenes. La placa de mármol, ubicada
en el pasillo central del Salón de Lectura-Ateneo del Táchira, develada
por el nuncio Dadaglio, resume un gran paso, y una gran verdad: El 22
de septiembre de 1962 fueron instaladas solemnemente en este edificio
del Salón de Lectura las Escuelas de Derecho, Letras y Administración
Comercial de la Extensión Universitaria de la Universidad Católica
Andrés Bello.

Con el nuncio Dadaglio, los doctores Velásquez y Caldera y el gobernador


Escalante en el pasillo del Salón de Lectura.

106
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Ante la inminente terminación del Seminario ubicado en Palmira,


el viejo edificio de la carrera 14 recibió a la naciente UCABET. El año
lectivo 1963-1964 se inició con un discurso del profesor Aurelio Ferrero
Tamayo ante la presencia del vicario General, Marco Tulio Ramírez
Roa, pues el obispo atendía los compromisos del Concilio Vaticano II.
Pasado un lustro, el 22 de mayo de 1970, Ferrero tendría el honor de
volver a la tribuna cuando la UCAB, en su sede matriz de Caracas, dis-
pusiera conceder a Fernández Feo el doctorado Honoris Causa en Edu-
cación, en razón de su constante y decidido apoyo a la causa de la
educación venezolana en todos los niveles.

Recibiendo el doctorado Honoris Causa de la UCAB, 1970.

La primera promoción de egresados de la UCABET fue la de


Letras, carrera que se cursaba en cuatro años. Veinticuatro profesionales
subieron al estrado en agosto de 1966, para recibir sus títulos de manos
del rector Reyna, dentro del marco de la Promoción Centenaria Andrés
Bello. Mientras tanto, el obispo continuaba en sus incansables esfuer-
zos por las mejoras de la infraestructura, logrando unas modificaciones
en las áreas de cafetín, teatro, salón de estudio y librería, donde años

107
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

después se develaría su busto. Sin embargo, pensó en otras de las accio-


nes reveladoras de su genio, y se encaminó a conseguir la sede propia de
la institución, pues el uso del viejo seminario era una especial conce-
sión de la diócesis.
Cuatro jesuitas habían ocupado el cargo de vicerrectores. El fun-
dador Jesús Sánchez de Muniaín, seguido de Carlos Reyna, Pío Bello y
César Humberto Niño, oriundo de Táriba y formado en Europa, quien
anunció el proyecto del nuevo edificio, ubicado al frente de la clásica
estructura, en la carrera 14, en un terreno de 3.752 metros cuadrados
que la municipalidad donó a la universidad, según la propuesta del arqui-
tecto Carlos Pardo. Una vez más, el obispo tocó las puertas de sus amigos,
de sus cooperadores, de sus benefactores. Así, el 11 de abril de 1977 de-
lante de un grupo presidido por el gobernador del Estado, Luis Enrique
Mogollón, puso la primera piedra del sueño concluido el 2 de febrero de
1980, cuando en presencia del rector de la UCAB, el jesuita Luis Azagra,
inauguró el edificio propio de la casa creada 18 años atrás. Niño había
sido sustituido por su compañero de congregación, José del Rey Fajardo,
y el camino de la autonomía institucional se iniciaba con la presencia del
controversial vicerrector y académico de múltiples luces.
El gobierno socialcristiano de Luis Herrera Campíns aceleró este
propósito. El 4 de mayo de 1982, el obispo recibió la llamada telefónica
del titular de Educación, Rafael Fernández Heres, participándole éste la
firma de la resolución 128 del ministerio, disponiendo la conformación
de una comisión que estudiaría el proyecto académico de la Universi-
dad Católica del Táchira, grupo integrado, entre otros, por el rector de la
UCV, Carlos Moros Ghersi, el rector de la UNET, Jorge Francisco Rad
Rached y el diputado tachirense ante el Congreso Nacional, Juan Galeazzi
Contreras. El 29 de julio de 1982, el obispo, en su condición de primer
canciller de la UCAT, juramentó a las primeras autoridades presididas
por el rector Del Rey, el vicerrector Administrativo, Joaquín Funck; la
secretaria, Astrid Rico de Méndez y los decanos Aurelio Ferrero Tamayo
(Derecho), Horacio Cárdenas Becerra (Humanidades y Educación) y
Conrado Contreras Pulido (Ciencias Económicas), además de los miem-
bros del Consejo Universitario, Nicolás Rubio Vargas y los sacerdotes
José Gregorio Pérez Rojas y Felicísimo Martínez.

108
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Nace la Universidad Católica del Táchira.


Con el ministro de Educación Rafael Fernández Heres.

La formalización del decreto 1567 del 26 de julio de 1982, publi-


cado en la Gaceta Oficial 32.524 del día siguiente, concedió a la univer-
sidad su naturaleza privada y su propia personalidad jurídica. Bajo la
rectoría de Del Rey muchos fueron los logros alcanzados, en el orden
académico y en el fortalecimiento de su patrimonio, adquiriéndose los
terrenos de su futuro campus en Los Kioskos, inaugurado en su primera
fase en 2008. Cuando Fernández Feo entregó la mitra a su sucesor, Marco
Tulio Ramírez Roa, éste asumió la cancillería el 10 de mayo de 1985,
convocando un año después, a la última reunión de la Asociación Civil
San Cristóbal, la número 122, según el acta leída por uno de sus compo-
nentes, Ricardo Colmenares Bottaro. En el Palacio Episcopal, el obispo
emérito y sus colaboradores, entre ellos, dos de sus miembros origina-
les, Luis Jugo y Martín Marciales, recibieron sus respectivas placas y
las palabras de gratitud del mitrado titular. Un camino inesperado se
trazaría entre el fundador y su universidad.
El 4 de noviembre de 1988 todo el Táchira académico fue convo-
cado al antiguo edificio del Seminario, llamado la vieja Católica, en
contraposición de su vecino de enfrente. La gobernadora Luisa Pacheco
de Chacón, el obispo Ramírez Roa, el rector Del Rey y el historiador

109
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Ramón J. Velásquez, develaron el bronce realizado por el artista


tachirense Miguel Angel Sánchez, representando la figura del hombre
que consiguió, sin interés personal alguno, la primera casa superior de
estudios para la región. Luego de las palabras del senador Velásquez, -
en las que narró cómo conoció al mitrado en el despacho de la Secreta-
ría de la Presidencia de la República, en 1959, llamándolo un observa-
torio excepcional de la vida venezolana por ser el camino que transita
la mayoría de quienes desean plantear al Jefe de Estado, reclamos y
problemas, - el médico Francisco Ramírez Espejo, amigo íntimo del
fallecido prelado, entregó al obispo y al rector, un documento contenti-
vo de una sola petición, el cambio del nombre de la institución a Uni-
versidad Católica del Táchira Monseñor Alejandro Fernández Feo. Las
firmas de Carlos Andrés Pérez, Ramón J. Velásquez y Juan Galeazzi,
encabezaban la nutrida solicitud.
En adelante, una inusitada polémica se plasmó en la palestra pú-
blica. Un ex profesor de la Universidad, connotado abogado, lanzó fuer-
tes comentarios sobre la actuación del canciller y del rector, motivando
en éste su respuesta emitida en la conferencia mensual del clero de octu-
bre de 1989, delante de Ramírez Roa, en la que sentenció tajante que la
Universidad Católica del Táchira es una obra de la Diócesis del Táchira,
agregando que el Rector y el Vicerrector Administrativo los nombra el
Canciller, que es el Obispo de la Diócesis. El Vicerrector Académico y
el Secretario los nombra el Consejo Fundacional, que preside el Can-
ciller, a proposición del Rector, cuestionando algunas actuaciones de la
Asociación Civil San Cristóbal, sin mencionar en absoluto la figura de
Fernández Feo, como tampoco la UCABET, a diferencia de lo suscrito
por él mismo, cuando a la muerte del obispo, el decreto de la institución
universitaria declaraba en su primer artículo, tres días de duelo por el
deceso del fundador y primer Canciller de la Universidad Católica del
Táchira.
A través de los medios escritos regionales, múltiples artículos de
prensa exigían el nombre de Fernández Feo como epónimo de la Uni-
versidad. El canciller y el rector hicieron mutis, mientras tanto, las ori-
ginales autoridades fueron removidas. Jamás los jerarcas católicos emi-
tieron comentario público alguno sobre el asunto y, en varias oportuni-
dades, los delegados estudiantiles ante el claustro, respaldaron la acti-
tud de sus superiores, rechazando categóricamente el desprestigio que
un grupo minoritario que se tildan de salvadores de la Universidad

110
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Católica del Táchira, han hecho a través de los medios de comunica-


ción del Estado, según comunicado aprobado en Asamblea General, el
18 de octubre de 1989. Entretanto, el reclamo, luego formalizado a tra-
vés de la Fundación Monseñor Alejandro Fernández Feo, presidida por
doña Alicia de Ramírez Espejo, se repite año tras año, buscando un eco
que no se resuelve en la pretendida justicia al obispo civilizador que
acuñó sus afanes, diciendo que el Táchira es mi tierra y mi pueblo al
que me entregado con esa entrega que no busca galardones, porque
quiero a esta tierra, por eso busqué una Universidad para ella.

111
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Un gran seminario

Luego de once meses de tratamiento, el corazón del obispo Ale-


jandro Fernández Feo, extraído por el cirujano José Ramón Castillo y
tratado por el patólogo, Vicente López Calico, fue depositado en solem-
ne ceremonia en la Iglesia del Seminario Santo Tomás de Aquino que él
inauguró en la colina de Toico, aledaña a Palmira. Una placa,
lacónicamente expresa que este Seminario agradecido conserva el co-
razón de Mons. Alejandro Fernández Feo, de quien tanto recibió. Lue-
go, el sabio maestro eudista, Eduardo Fajardo Rueda, formador de sa-
cerdotes, trajo a todos la estampa enhiesta del grande hombre, cuya fi-
gura era exaltada para siempre en la fecha onomástica de Santo Tomás
de Aquino, el 7 de marzo de 1991. Sólo él, como buen pastor llevó a su
clero y a sus seguidores a esas cumbres vecinas de La Mantellina donde
San Cristóbal se divisa en toda su magnitud.
No era para menos. Desde su llegada en 1952, el obispo delineó
precisamente algunos de sus más importantes propósitos, hacer una ca-
tedral merecida para la ciudad, emprender una universidad para su ju-
ventud y construir fuera de la urbe el seminario que tanta bondad había
regado desde 1925, año de su inicio por la mano fecunda del primer
mitrado, Tomás Antonio Sanmiguel, continuando Rafael Arias Blanco,
en el edificio de la carrera 14, comenzado desde 1929 por el anterior, el
Seminario Mayor, providencia dada en 1950 por el papa Pío XII. Siem-
pre, el mitrado caraqueño estuvo atento de sus muchachos, dirigidos
por severos y paternales sacerdotes eudistas en una línea sucesiva arran-
cada en Pedro Buffet, continuada con Esteban Le Doussal, Juan Havard,
Lorenzo Ivón, Miguel Antonio Salas, José Herbetreau, José Maubré y

112
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Jean Marie Dumont, el último de la congregación de San Juan Eudes


que condujo sus riendas, hasta que fue regido por los diocesanos, siendo
Marco Tulio Ramírez Roa el primero de esta nueva senda, proseguida
por Pío León Cárdenas en mayo de 1970. El obispo estuvo siempre allí,
pendiente de su formación, en la entrega de premios a los mejores, im-
poniéndoles sus sotanas, sus órdenes menores, promoviendo la campa-
ña de vocaciones sacerdotales, instando a todos a elevar preces por su
aumento, atendiendo el desarrollo de su estructura, desde el Menor has-
ta el Seminario Mayor, con sus cursos filosófico y teológico, recibiendo
a sus primeros bachilleres en 1953, juramentando a sus docentes en el
inicio del año lectivo, atendiendo penas y debilidades, corrigiendo se-
veramente las desviaciones del propósito fundamental de seguir a Cris-
to, compartiendo la algarabía del torneo deportivo, todo ello, para luego
ordenarlos, imponerles desde la tonsura hasta el presbiterado, en un in-
violable orden riguroso y formalísimo.
La experiencia del obispo en lanzarse a la conquista de un propó-
sito más en beneficio del Táchira, lo disparaba a una nueva experiencia
de la que salía triunfante, pues siempre confió en la voluntad divina y en
la fuerza espiritual de su grey. Así pues, comunicó a todos su parecer en
la Carta Pastoral del 28 de abril de 1959, enfatizando que pusimos la
empresa bajo la protección de la Madre del Unico y Eterno Sacerdote,
Cristo Jesús, bajo la advocación de la Consolación. En principio, pen-
só adquirir unos terrenos cercanos a la Avenida Libertador, pero su ami-
go Rafael Angel González le advirtió de un buen sitio cercano a Palmira,
en la colina de Toico, habiendo adelantado este sacerdote la negocia-
ción sin consulta a su superior, sabiendo de lo bueno de esa tierra para
hacer hombres de Dios. Setenta y cinco hectáreas fueron adquiridas por
la diócesis con el apoyo de su clero y fieles, por lo que el 16 de mayo de
1959, víspera de la festividad de Pentecostés, fecha de celebración en
Venezuela del Día de los Seminarios, Fernández Feo, en compañía del
ministro de Justicia, Andrés Aguilar, de su antecesor René de Sola, del
ex ministro Arturo Sosa, del gobernador Ceferino Medina Castillo, del
rector Herbetreau, demás autoridades y seguidores, colocó la primera
piedra del futuro edificio, planificado según el criterio del arquitecto
caraqueño Pedro Agustín Dupouy, quien no cobró honorarios por ello
para ser emprendido por la Constructora Esfega y sus cabezas principa-
les, José Rafael Ferrero Tamayo y Edgar Espejo, ya duchos en la expe-
riencia de trabajar con el obispo. Luego de leída y firmada el acta por

113
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

los presentes, ésta fue encerrada en un cilindro de cristal y con las efigies
del Corazón de Jesús y de la Virgen de Consolación de Táriba, fue colo-
cada en la piedra fundamental. Mientras tanto, en las oficinas centrales
del Banco de Fomento Regional Los Andes, la maqueta fue expuesta
para que todos admirasen y apoyasen otra de las grandes obras del pon-
tificado del hombre que se hacía cada vez más tachirense, ante todo, por
la dimensión de su compromiso.
Una vez más, Fernández Feo tocó mil puertas aquí y allá, inclusi-
ve en Europa, pues el episcopado alemán a través de la organización
Misereor, contribuyó con buena parte de la obra, y el gobierno nacional
de los presidentes Betancourt y Leoni participó sin reservas con este
provechoso deseo a través de los despachos de Obras Públicas, Comu-
nicaciones, Relaciones Interiores, Educación, el Instituto Nacional de
Obras Sanitarias y la compañía de electricidad, Cadafe. Las visitas de
altos funcionarios como Miguel Angel Landáez, Gonzalo Barrios,
Ezequiel Monsalve Casado, Leopoldo Sucre Figarella, Rafael Caldera y
Carlos Andrés Pérez, se hicieron habituales en el desarrollo de esta pri-
mera etapa que comprendía un edificio para estudio y dormitorio de
seminaristas menores; dos edificios para estudio y dormitorio de
seminaristas mayores; un edificio para rectoría y administración; uno
para cocina-comedor; uno para residencia de monjas; un local provi-
sional para capilla destinada a las monjas y una piscina semi-olímpica
con planta de tratamiento, acueducto, cloacas, drenaje, asfaltado de
plazas y calles de acceso, sembrado de grama, jardinería y campo de
deportes acondicionado.
La celebración de los once años de episcopado de Fernández Feo
no pudo ser más efusiva. En una ordenada peregrinación, presidida por
la venerable imagen de la Señora de Táriba, todo un pueblo ascendía a
pie por la colina de Toico hasta llegar a la cima. El Seminario estaba
concluido y sus edificios y espacios deportivos fueron bendecidos el 24
de octubre de 1963. Las palabras del obispo triunfante volvían a expre-
sar su inocultable júbilo. Recordó a grandes cooperadores, a sus amigos
Arturo Sosa, Alberto Palazzi, Santiago Gerardo Suárez, Alberto Jaimes
Berti, al arquitecto Dupouy, y a Ramón J. Velásquez, quien desde un
principio tenía siempre una palabra. - ¡Adelante, Monseñor! No se
preocupe por lo ambicioso del proyecto; la perseverancia y la buena
voluntad, personificadas en Vuestra Excelencia, vencerán, expresó el
obispo en su intervención, agradeciendo además la presencia del metro-

114
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

politano de Mérida, Acacio Chacón, quien a pesar de su edad y sus


achaques, estuvo presente. Como en anteriores oportunidades, el final
de su discurso, contenía su especial profesión de fe. Gracias a Vos,
Virgen Santísima, Madre de Cristo, Sacerdote Eterno y cuya veneranda
imagen de la Consolación hemos traído a este lugar. A Vos, Madre,
consagré este proyecto en sus comienzos y Vos habéis sido la poderosa
intercesora ante Cristo. Tomad, Vos, Madre, posesión de esta casa.
Tomadla en vuestras manos y entregadla a Cristo, el Sacerdote Eterno,
para que haga de ella, como hizo de vuestro seno, la entraña sagrada
donde se formen los futuros Cristos de esta tierra.
Pasada una década, el destino le permitió a Fernández Feo cele-
brar las bodas de oro del Seminario en un refulgente acto, indicando los
resultados de la institución, plasmados esencialmente en un arzobispo y
cinco obispos, alumnos del centro fundado por Sanmiguel, fortalecido
por Arias y elevado a otra dimensión por él, hacedor de provecho. En
1981, año de las bodas de oro sacerdotales, los festejos fueron más que
grandilocuentes. Uno de sus alumnos, el presbítero Rafael Hernández,
ordenado en 1958, tuvo el honor de pronunciar el discurso de orden en
honor a su maestro. Además, uno de los sueños del mitrado llegaba a su
concreción definitiva, cuando el Gobierno Nacional, presidido por Luis
Herrera Campíns, mediante decreto 1231 del 30 de septiembre de 1981,
aprobaba la solicitud del religioso, indicando que el mencionado Semi-
nario cumple con las exigencias propias del nivel universitario, autori-
zando el funcionamiento del Seminario Diocesano Santo Tomás de
Aquino, con sede en la Diócesis de San Cristóbal, como Instituto Uni-
versitario Eclesiástico, por lo que el Instituto conferirá los títulos uni-
versitarios correspondientes a los planes de estudio que ofrezca, otor-
gándose grados académicos de Licenciado en las siguientes carreras:
Teología, Filosofía, Educación-Mención Teología y Educación-Men-
ción Filosofía, pudiendo ofrecer otras carreras, previa autorización del
Ejecutivo Nacional. Un excelente amigo, el ministro de Educación, Ra-
fael Fernández Heres, refrendaba el histórico documento. El obispo
emocionado, el 21 de octubre de 1981, advirtió que providencialmente,
coincide este día histórico para nuestra Iglesia, con la celebración de
fechas muy queridas para mi recuerdo. La coincidencia es todo un sím-
bolo: nos habla de la alegría infinita de servir a Dios, en el sacerdocio,
nos habla de la belleza de una vida cuando se centra en el amor de un
Dios que es verdad y vida. No hay más vinculación entre uno y otro

115
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

acontecimiento. Pero, este simbolismo basta para conmover mi espíritu y


exaltar mi donación para la gloria de Dios en el bien de mi pueblo. Que
El, Dios, fuente de todo bien y corona de toda buena intención, sea nues-
tro premio, y, al continuar bendiciendo esta obra fundamental de la pre-
paración de nuestros sacerdotes, sea para todos, copiosa recompensa.
Cuatro días después de este trascendental acto, las celebraciones
de cinco décadas de fecundo ministerio, estuvieron presididas por el
nuncio Luciano Storero, encabezando los actos de inauguración de la
Iglesia del Seminario, hermosa construcción diseñada por el arqui-
tecto Eduardo Santos Castillo, compadre del obispo, obra ofrendada
por el Gobierno Venezolano con motivo del jubileo sacerdotal de
Fernández Feo. Una vez más, la imagen de la Virgen de la Consolación,
fue llevada en procesión hasta el nuevo templo, consagrado el 1º de
noviembre de 1981.
Al entregar la mitra, el obispo emérito fue agasajado con la colo-
cación de su nombre como epónimo del complejo deportivo del Semi-
nario, develando una placa en ese sentido. Semanas atrás, la casa que
había contribuido a expandir en otra dimensión, le rendía homenaje por
última vez como titular del episcopado tachirense, y ante las personali-
dades invitadas, entre ellos, su amigo, el presidente Carlos Andrés Pérez,
testigo inmediato de ese buen y largo accionar, Fernández Feo confesó
que cuando emprendió la construcción del complejo de Toico, creyó
que por lo menos hacían falta tres obispos para concluir la obra. Al
ratificar el orgullo de lo realizado, plasmó con sello indeleble, una sig-
nificativa frase que comprime tan grandiosa misión, el Seminario de
Palmira forma parte de mi vida.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

La iglesia se renueva. El Concilio Vaticano II.


El Papa Paulo VI

La humildad y sabiduría de Juan XXIII lo condujo a anunciar al


mundo, lo que muchos de sus más cercanos colaboradores, estudiaban
desde hacía años, el aggiornamento de la Iglesia o actualización con los
nuevos tiempos, a través del Concilio Vaticano II, siendo la primera vez
que los obispos de los cinco continentes, en su totalidad, se reunían en
Roma para dar vuelta a la pesada página que ameritaba renovación, nue-
vas propuestas, otras voces y actores. El 11 de octubre de 1962 se dio
inicio al sumo cónclave universal y, Alejandro Fernández Feo, en nom-
bre de la Iglesia tachirense estuvo allí.
A los 81 años de edad, el Papa emprendió una de las más grandes
transformaciones de la estructura eclesiástica, definida por Fernández
Feo en la carta pastoral del 14 de septiembre de 1962, mediante la cual
participaba a sus fieles la dimensión de este viaje, expresando que hacia
el próximo Concilio Ecuménico se dirigen, con verdadera expectación,
las miradas y los corazones de todos los hombres de buena voluntad. El
encuentro, en voz del Papa, ofrecerá soluciones para los problemas del
mundo, expuestas en forma clara y acordes con la dignidad del hom-
bre. Para el obispo, el hecho revestía una importancia esencial. Se cum-
plían diez años de su investidura como prelado del Táchira, exhibiendo
una obra de trascendencia, señalando en ese documento que como pre-
mio a vuestra fe y a vuestra obediencia, el Señor nos ha regalado una
diócesis pródiga en realizaciones, siendo la más reciente, la Universi-
dad Católica, por lo que no quiso emprender viaje a Roma sin dejarla
solemnemente instalada. Ordenó, además, la divulgación de una ora-
ción al Espíritu Santo por el éxito del Concilio.

117
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Acompañado de su secretario, Edmundo Vivas Arellano, quien


realizó unos importantes reportajes para Diario Católico, sobre diversas
incidencias del encuentro, el obispo, distinguido con el número 603,
entre dos mil y tantos dignatarios del planeta, ocupaba su espacio en el
Aula Conciliar del Vaticano, al lado de su amigo, el mitrado de
Barquisimeto, Críspulo Benítez. Todas las lenguas se unificaban al latín
secular, idioma oficial del cónclave, que la existencia terrenal de Juan
XXIII, no pudo ver concluido. El Papa Bueno, como fue llamado, falle-
ció luego de promulgar su encíclica Pacem in Terris, el 3 de junio de
1963. De vuelta en el Táchira, Fernández Feo recibió en el Palacio
Episcopal, las condolencias de todos los sectores.
Otro italiano de origen aristocrático y señorial, Giovanni Montini,
ascendió al trono de San Pedro como Paulo VI, el 30 de junio de ese
año, estando la delegación venezolana que asistió al histórico acto,
conformada, entre otros, por el doctor Ramón J. Velásquez. Arzobispo
de Milán, con una vida entregada al servicio diplomático, los
tachirenses no desconocían la labor del cardenal Montini, pues, en su
condición de prosecretario de Estado se dirigió en noviembre de 1953,
al obispo Fernández Feo en telegrama dado a conocer entonces por Dia-
rio Católico, agradeciendo su fraternidad manifestada a los católicos

El episcopado venezolano visita a Paulo VI, 1965.

118
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

polacos perseguidos por el comunismo. Meses antes, Montini había


declarado que la misa es el aliento para el fiel atribulado, titulado por
Diario Católico el 30 de julio de 1953; un lustro después, sus opiniones
sobre el avance científico, fueron publicadas en la edición del 25 de
enero de 1958.
Las segundas sesiones del Concilio Vaticano fueron presididas
por el nuevo pontífice y Fernández Feo emprendió viaje en septiembre
de 1963, acompañado del eudista colombiano, Hipólito Arias, eminente
teólogo, además del secretario particular Vivas Arellano. Estas sesiones
comenzaron a tener las inevitables consecuencias de los tiempos con-
temporáneos. El Papa promulgó la reforma litúrgica pues, ya era hora
de que el pueblo dejara de ser un espectador extraño y silencioso ante el
altar. El tema del uso de los idiomas modernos en la liturgia no fue
aprobado en su totalidad el 16 de octubre, dejándose solamente para
ceremonias como bodas, funerales y bautismos. Sin embargo, nuevas
propuestas fueron aceptadas. Los sacerdotes debían preparar su propia
homilía en el rito del matrimonio y, los judíos, tema de inveterados si-
glos, según las nuevas disposiciones, no debían ser convertidos en res-
ponsables de la crucifixión de Jesús. Ciertamente, el mundo estaba cam-
biando. Los ritos eran otros, y el obispo informaba desde Roma, estric-
tamente a su canciller, Antonio Chacón, la nueva forma de realizarlos,
siendo publicados en los avisos de la Curia Diocesana. Un suceso tras-
cendente de alta relevancia para el obispo y la historia eclesiástica re-
gional, sucedió entonces. El mitrado tachirense ofició la misa en el Aula
Conciliar del Vaticano, el 22 de octubre de 1963, ante dos mil dignatarios
de cinco continentes. El embargo de su alma no podía ser mayor. Bien
lo dijo a su amigo Hipólito Arias, en el reportaje publicado por Diario
Católico, el 23 de ese mes: - Después de mi primera misa, y de la que
celebré hace muchos años en las catacumbas, la que he celebrado con
más emoción es la de hoy. Porque estaba junto al sepulcro de Pedro, y
en presencia de toda la Iglesia, representada por más de dos mil obis-
pos venidos de todas las partes del mundo. Me impresionó muchísimo
el pensamiento de los que estaba conmemorando, «la muerte del Señor
hasta que El vuelva». Eso lo hago todos los días, pero externamente le
daba un relieve especial, la circunstancia solemnísima de esta corte
inmensa de obispos que parecían subir al encuentro del Señor. Al indi-
car, además, que en esta segunda sesión, la Iglesia miraba hacia adentro,
revisando el tesoro inagotable de su doctrina y legislación, el obispo
expresó que el Concilio, reafirmaba y ampliaba la esperanza que brotó

119
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

en el corazón de los hombres cuando Juan XXIII lo convocó. A la con-


clusión de estas segundas jornadas, el mundo se estremeció con la muerte
del presidente norteamericano, John F. Kennedy, el 23 de noviembre de
1963, en una calle de Dallas, Texas. Mientras tanto, los profusos infor-
mes de Vivas Arellano para Diario Católico, daban exacta cuenta de la
tarea del obispo del Táchira en tan misión trascendental.
Al otoño siguiente, el encuentro mundial prosiguió. El Papa pi-
dió a sus obispos que lo acompañaran en sus tribulaciones, enfatizando
que la Iglesia debe definirse a sí misma. La conclusión estaba prevista
para el último trimestre de 1965. Todo debía concluir allí. Su Santidad
había pisado tierra palestina y el mundo católico se adentraba en una
fase distinta. Dentro de los nuevos cánones de renovación litúrgica, la
misa se expresaba en el idioma de cada país. En San Cristóbal ésta se
realizó el domingo 7 de marzo de 1965 de cara al pueblo, oficiando el
obispo en Catedral, en la lengua de Castilla, leyendo trozos de la Segun-
da Carta de San Pablo a los Corintios, además de extractos del Evange-
lio según San Mateo, con el acompañamiento musical del sacerdote
Raimundo Coté, profesor del seminario y organista. Los asistentes ex-
perimentaron una sensación jamás sentida. El Seminario de Palmira ofre-
cía a los sacerdotes y estudiantes los nuevos cursos de liturgia, imparti-
dos por el eudista Eduardo Fajardo, maestro de ese instituto, a la vez
que en el Secretariado Diocesano del Palacio Episcopal se vendían ejem-
plares del ordinario de la misa en castellano.
Posterior a su viaje a las Naciones Unidas, en Nueva York, la
última sesión del Concilio concluyó con todas las disposiciones en él
discutidas y aprobadas a lo largo de tres años de reuniones. El 8 de
diciembre de 1965, el Papa invitaba a dar gracias a Dios por la pérdida
de la pompa y esplendor exteriores. La primera misa pontifical al aire
libre, mostraba al mundo otra página de los nuevos rituales, mientras
que Fernández Feo era recibido con todos los honores el 28 de diciem-
bre. Todos los estamentos se hicieron presentes. Desde el gobernador
Luis Eduardo Santos Stella, pasando por coronel Pardi Dávila, coman-
dante de la guarnición militar, hasta laicos comprometidos como el
munícipe Francisco Romero Lobo, expresaron su regocijo. Como en los
viejos tiempos, la Plaza Bolívar fue el epicentro del júbilo transformado
en desfile pedestre hasta la Catedral, dándose gracias a Dios con tedéum
por los parabienes recibidos.
La conclusión del gran cónclave motivó a Paulo VI, la celebra-
ción de un jubileo extraordinario, iniciado el 1º de enero de 1966, con-

120
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

cluyéndose el domingo de Pentecostés. El documento pontificio, cono-


cido como Motu Projio, resumía el significado profundo del encuentro
de hombres de todo el mundo. El Papa expresó que el Concilio exige de
Nos algo asimismo grande, que no sólo grabe para mucho tiempo en
las mentes de los hombres el recuerdo de esta Amplísima Asamblea,
que domina el curso presente y futuro de la vida de la Iglesia, sino, lo
que es más importante, que disponga las almas de los cristianos al cum-
plimiento de las disposiciones conciliares. Ciertamente, luego del Vati-
cano Segundo, en el mundo de la Iglesia Católica, todo fue diferente,
desde entonces. En el caso de Fernández Feo, múltiples inconvenientes
que debió afrontar con entereza, impidieron otra visita ad límina. Por
más de una década no viajó a la Ciudad Eterna, debiendo entregar a
Paulo VI su debida rendición de cuentas en septiembre de 1977, luego
de solicitar dos dispensas por su inasistencia. Sería su último encuentro
con este pontífice.

Retorno del Concilio Vaticano II. En la entrada a Catedral. Diciembre de


1965.

121
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Moviendo las fichas en el clero tachirense

A lo largo de tres décadas como obispo, Alejandro Fernández


Feo, entronizó cinco mitrados y ordenó a 52 sacerdotes, desde Pedro
Oswaldo García hasta Orlando Neira Celis. Varios de ellos, por diversas
circunstancias, se quitaron los hábitos, renunciando a sus deberes
eclesiales, lo que motivó fuertes desavenencias entre el caraqueño y
algunos componentes de su clero, particularmente con los que encontró
a su llegada en 1952. Con algunos jóvenes, el choque fue inevitable,
trayendo decepciones inconmensurables. Razones generacionales, de
vocación, tolerancia, obediencia, o tal vez soberbia, imperaron en las
tormentosas decisiones que el obispo debió tomar posterior al Concilio
Vaticano II. Nelson Arellano Roa expresó en una oportunidad sobre esto
que el obispo tuvo un concepto muy claro de la autoridad. Sabía que la
autoridad viene de Dios y que toda autoridad debe conducir a Dios. A
veces le fue difícil, doloroso, ejercer la autoridad. Sin embargo, es de
enfatizar que ese clero obediente, esos sacerdotes, - que son como los
ojos, los pies, las manos del obispo en medio de los pueblos, como lo
expresara Carlos Sánchez Espejo, quien advirtiera además que en un
mundo convulso que reclama identidad, los obispos tienen la ponderosa
labor de mostrarse como ejemplo de virtudes, - acompañaron a su supe-
rior en las más trascendentales decisiones que tomó como gobernador
de la diócesis tachirense. Esos hombres venidos de mil partes distintas,
lo ayudaron a construir este segmento del mundo católico. Con ellos
mandó, no a sus anchas, pues sus decisiones fueron consultadas y discu-
tidas en los organismos que bien creó al estilo de los antiguos senados
romanos, y que en los tiempos nuevos obligaban otras incorporaciones

122
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

como el Cabildo Catedral. Empleó para el logro de sus objetivos estra-


tégicos como prelado, en las vastedades de la geografía tachirense sin
rumbo donde no había juicio espiritual en el orden de las almas, a impe-
tuosos seres de sotana que descuajaron selvas para internarse en ellas,
haciendo la capilla, la medicatura, la escuela, el orden municipal, en fin.
Esos nombramientos tuvieron alta significación, además de acarrear los
reclamos propios de las comunidades que se encariñan con el sacerdote,
protestando su traslado a otro lugar. Los ordenó y los promovió, no en la
dimensión de Arias Blanco, que los hizo conocer otros mundos, sino
que los internó en el hecho social para hacer del sacerdote un guía, un
factor del orden, inclusive político. Visitó sus parroquias y conoció de
cerca a los líderes de esos poblados, instando la creación de otras rectorías
por obligaciones geográficas. Promovió las festividades con sus pere-
grinaciones, llevando siempre adelante la imagen de su Señora de la
Consolación, bautizando sus templos, consagrando sus altares, hacien-
do labor benéfica con todos, con los diocesanos de su fe y con las con-
gregaciones de insignes misioneros de la palabra y del diario hacer.
Compartió con laicos comprometidos y los promovió, reconociéndoles
su accionar con sublimes condecoraciones papales. Emitió el orden ju-
rídico de su diócesis con sus enjundiosas cartas pastorales y otros docu-
mentos; recibió visitantes importantes, a un ex rey, a un cardenal roma-
no y a prestantes miembros de otros credos. Respetó a sus colegas obis-
pos y a sus mayores, recordando invariablemente, sin prejuicios, la bue-
na tarea hecha por sus antecesores, dignificando así su egregio episco-
pado. También notó cómo todo desaparecía con el paso de los años. Sus
amigos de otro cuño, su viejo clero, sus fieles cercanos, sus queridas
hermanas consanguíneas, ya no estaban, por lo que buscaba refugio en
el calor de buenos hogares que abrieron sus puertas al notar esa espanto-
sa soledad que lo agobiaba, invitándolo a una sabrosa partida de domi-
nó, para volver a caer en esa solitaria y blanca casona llamada palacio,
amortiguando esas penas al calor de un buen brandy, seguramente le-
yendo un libro clásico o disfrutando de su mayor placer, la inmortal
música de los grandes compositores, en compañía de un buen contertu-
lio, entreteniéndose con su sabrosa conversa, con su caraqueñísimo acento
que jamás perdió en las enhiestas montañas que lo distanciaron del Avila
contemplado desde una terraza en sus años juveniles de San Juan o
Antímano. Ciertamente, todo pasó.

123
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Cuando llegó a San Cristóbal, bien sabía el nuevo obispo las gran-
des figuras del clero nacional que, sin residir en el Táchira, su presencia
estaba manifiesta en la diócesis por innumerables razones. Así sucedió
con el arzobispo Acacio Chacón, el magnífico educador, discípulo del
sabio Jáuregui, nacido en Loma Verde, una aldea de Lobatera en 1884,
pero llevado a los días a Monte Carmelo, cerca de Cordero, haciendo de
este pueblo su primer hogar. Desde allí marcó el influjo religioso de
sucesores suyos como Domingo Roa Pérez, Rafael Angel González, los
hermanos Juan y Marco Tulio Ramírez Roa y Nelson Arellano Roa. El
severo joven fue vicario en San Cristóbal, pasando a La Grita para con-
tinuar la obra de su maestro, suspendida injustamente por
incomprensiones y falta de ánimo. Previo a la instauración de la dióce-
sis de San Cristóbal, y luego de la llegada de Tomás Antonio Sanmiguel,
estuvo al lado de éste, como un hermano, asistiéndolo en las horas de su
muerte y honrando su memoria esclarecida, lo que también hiciera con
Rafael Arias Blanco y con Alejandro Fernández Feo, presidiendo el
Congreso Eucarístico de 1956, honor sucedido por los decretos del jo-
ven mitrado quien festejó las bodas de oro sacerdotales de Chacón en
1957 y veinte años luego, por gracia de Dios, sus cinco décadas como
arzobispo de Mérida.
Estas deferencias las comprendió Fernández Feo, sabedor de la
fuerza espiritual del Táchira en dar al mundo Cristos vivientes, con el
conocimiento pleno de los derechos ganados por sus amigos, bien en
razón del nacimiento en estas tierras, sin sentirse él excluido; o bien en
el oficio ya adelantado con sus fieles, como lo hiciera José Rincón
Bonilla, nativo de Zorca, canciller-secretario y vicario general a la muerte
de Primitivo Galavís, uno de los hercúleos monitores de fines del siglo
XIX. Mano derecha de Arias Blanco, Rincón Bonilla, promovido pri-
mero como auxiliar del Zulia para ir en igual grado a Caracas, jamás se
desapegó de sus querencias, asistiendo a su amigo Fernández Feo, cuando
por prescripción médica debió guardar absoluto reposo en la Semana
Santa de 1976, presidiendo el tachirense de nación, las ceremonias del
triduo sacro, oportunidad aprovechada por el clero regional para
homenajearlo en sus bodas de plata episcopales. Cerrando este capítulo
de los mitrados oriundos de estas montañas, postura diferente fue la
manifestada con Ovidio Pérez Morales, el prelado oriundo de Pregone-
ro que salió de la humilde escuela Sánchez Carrero de esa localidad,
para asistir a las bancas del Seminario de San Cristóbal, del Colegio La

124
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Salle, del Liceo Simón Bolívar para terminar su bachillerato en el An-


drés Bello de Caracas, y asistir a un año de Derecho en la UCV, hasta
que definió su deseo de hacerse sacerdote, viajando a la Pontificia
Gregoriana de Roma. En el recuerdo de algunos quedaba el aplicado
mozo que presidió la seccional tachirense de la Juventud Católica Vene-
zolana en 1953, conociéndose luego su retorno a Pregonero para oficiar
su primera misa en 1959, entrando en 1971 en el selecto grupo de los
mitrados nacionales, cuando volvió a su pueblo natal como auxiliar de
Caracas. Alejandro Fernández Feo no asistió a esas ceremonias.
Los primeros movimientos que el obispo hizo con su clero, mar-
caron la fuerte estancia de algunos sacerdotes en las parroquias donde
quedaron identificados. Así, a fines de 1956, Edmundo Vivas Arellano
fue enviado como vicario cooperador en Táriba; Noel Anselmi pasó a la
fronteriza San Antonio, siendo a la vez vicario foráneo en Pregonero,
estando en la primera con Pedro José Pérez Vivas; Raimundo Pernía
hizo su accionar en El Cobre y Rafael Angel González sucedió a Roa
Pérez en Coromoto. Gustavo Parada fue trasladado a Delicias y Luis
Abad Buitrago fue el primer párroco en Coloncito, estrategia de la zona
norte complementada con José de Jesús Leal en San Félix, dependiente
de Colón donde estaba Luis Ernesto García. Esta visión geo-episcopal
se fortaleció con la presencia de Néstor Chacón, inicialmente en La Fría
y luego en Umuquena. La Concordia y el Carmen recibían al jovencito
Antonio Arellano Durán, y otro mozo, Alejandro Figueroa era vicario
auxiliar en Táriba al lado del patriarca Miguel Ignacio Briceño Picón.
Antonio Chacón, siempre fiel y discreto fue el vicario general en 1965
cuando Marco Tulio Ramírez Roa ascendió a gobernador eclesiástico,
mientras que Carlos Sánchez Espejo, monseñor desde enero de 1965,
con tres décadas de oficio, fue distinguido como vice Provisor de la
diócesis. Sería este rubiense de voz portentosa y porte principesco, na-
cido en 1910, uno de los más connotados sacerdotes del siglo XX. El y
Fernández Feo se conocieron en la Caracas de 1925, en el Seminario
Santa Rosa de Lima, cuando ambos recibieron la savia intelectual y
espiritual de formadores de religiosos como Evaristo Ipiñazar, Juan Diez
Venero y Guillermo Ibarguren. Fernández Feo se convirtió entonces en
el joven sacerdote que visitaba a sus antiguos condiscípulos que espera-
ban el diaconado, por cierto, ambos estuvieron estrechamente vincula-
dos al nuncio Fernando Cento, otorgador del presbiterado a Fernández
y del diaconado a Sánchez Espejo, ordenado éste por el obispo Sanmiguel

125
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

en agosto de 1935. Director de Diario Católico, fue una de las voces


más calificadas de la Constituyente de 1947, polemista y extremada-
mente radical en sus conceptos, amó el Táchira con su sacerdocio, sa-
biendo muy bien el puesto que le correspondía, una mitra cada vez leja-
na por designios de Dios. Inició, luego de su vuelta de Roma, donde se
doctoró con honores, fecunda tarea en Catedral desde 1952, plasmada en
la columna Campanas del periódico que dirigió con la participación de
José Gregorio Pérez Rojas y José Antonio Iriarte. Entregó a su obispo,
respeto y obediencia, además de la hermosa capilla dedicada al culto del
Señor del Limoncito, conjuntamente con su oficio como presidente de la
sagrada rota y su cátedra en la UCABET. La muerte temprana de su her-
mana Carmen, en 1959, lo sumió en una profunda tristeza, la que compar-
tió Fernández Feo en ese fatídico año en que desaparecieron además de
Arias Blanco, sus jóvenes amigos, el médico Francisco Cárdenas Becerra
y el hacendado Caracciolo Carrero, mientras que el obispo cumplía su
visita ad límina ante el novel Juan XXIII. Sánchez Espejo consideró a su
superior como uno de los obispos más esclarecidos que haya tenido Ve-
nezuela. Despejó ese vínculo fraternal, sentenciando que entre ambos nos
unía y nos une y nos unirán vínculos indestructibles.
Otros cambios ajustaron las bisagras del gran carromato. Juan de
Matta Ortiz, el cura Ortiz, querido así por todos, fue destacado a San
Juan Bautista con Noel Anselmi, Luis Ernesto García fue traído a El
Carmen de La Concordia a la vez que sentaba cátedra como asesor de la
Juventud Católica Femenina, y pronto llegarían los días del pro vicario
Pedro José Pérez Vivas, director hasta 1967 de Diario Católico, sustitui-
do por Nelson Arellano Roa, para asumir la titularidad del cargo que
dejaba Antonio Chacón. Fue Pérez Vivas, nacido en Colón en 1922, una
de las mentes más esclarecidas de la diócesis. Ordenado en 1948, estu-
vo al lado de Arias Blanco quien lo envió a cursos superiores al extran-
jero, formándose un liderazgo en cuestiones agrarias y obreras. Director
de Diario Católico desde septiembre de 1961, ascendió a deán del Ca-
bildo Catedral y vicario general, cargo del que fue reemplazado por
Antonio Arellano Durán en noviembre de 1972, luego de retirarse
abruptamente de su responsabilidad, sin participarlo directamente a su
superior, produciendo en éste una gran congoja y dolor, sumados a las
renuncias de varios religiosos, ocasionando un cisma en la diócesis,
además del ánimo descompuesto y horadado del obispo que vertió esas
decepciones en su profunda soledad.

126
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Un gran clero, 1981.

Con Antonio Arellano Durán a su lado sintió mayor confianza, la


necesaria para reponerse de los sucesos que fortalecieron su alma y sus
años. Ya pasadas sus seis décadas de vida, realizó su último gran cam-
bio, sobrepasando los cuestionamientos que algunos hicieron de los
motivos que los gestaron. Con una obra esclarecida en la Basílica del
Espíritu Santo de La Grita, decretada como tal por el nuncio Giovanni
Mariani en su visita jaureguina de junio de 1977, monseñor Raúl Méndez
Moncada, camarero secreto de Su Santidad desde enero de 1966, fue
nombrado titular en San Juan Bautista en agosto de 1980. Fue el hom-
bre que lo recibió en Bogotá luego de una de sus visitas ad límina, fer-
viente defensor de los ideales socialcristianos, Méndez Moncada había
sido ordenado por Arias y emprendió fecunda tarea en Michelena, pa-
sando a la Atenas del Táchira para hacer colegios, capillas e iniciar la
reconstrucción de su afamado templo consagrado el 5 de agosto de 1963.
La larga jornada de más de dos décadas en la capital jaureguina era
garantía para equilibrar la desfasada balanza que el obispo bien necesi-
taba en San Cristóbal. En Táriba fue destacado Sixto Gonzalo Somaza,
uno de sus discípulos predilectos, hacedor del nuevo templo de El Car-
men y su edificio rental, mientras que Horacio Rosales fue enviado a

127
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

esta parroquia y Heberto Ruiz, a quien ordenó en 1960, reemplazó a


Méndez en la Basílica del Espíritu Santo. Otros cambios fueron oportu-
nos. Otto Cárdenas se destacó en Coloncito, Angel Delgado empezó su
jornada en El Cobre e, intocables, siguieron Manuel García en Lobatera,
fiel, abnegado y humildísimo y, Néstor Chacón, su punta de lanza en el
norte tachirense. Los demás formaban parte de la cincuentena de
egresados del Seminario que sus manos tuvieron la dicha de imponer
los dones del sacerdocio. Toda una generación se destacaba con su mi-
nisterio, siendo notorios Vicente Rivera Mora, José Borelli Avendaño,
Erasmo Chacón, César Arellano, Luis Gilberto Santander, prosista ade-
más de la historia eclesiástica regional.
Un grupo muy especial de esos hombres vistió los hábitos
prelaticios, recibiendo del Santo Padre un grado dentro de su mundial
corte, convirtiéndose en monseñores, una distinción para la cual no se
estudia, sino que es ganada por decisiones subjetivísimas que pueden
ser ejecutadas o no, según la apreciación del titular de la diócesis. Cuan-
do Fernández Feo llegó en 1952, apenas existían como oficiantes dentro
de su jurisdicción, tres monseñores, Briceño Picón, Bernabé Vivas y
Edmundo Vivas Medina, elevado meses antes, en marzo de 1952, como
prelado doméstico, para ascender a protonotario apostólico en 1966. El
primero en ser investido como monseñor por el nuevo obispo fue Do-
mingo Roa Pérez, vistiendo el distinguido traje en diciembre de 1954.
Un año después, José Teodosio Sandoval, otro catoniano y fidelísimo
hijo de Dios, hacedor de inmensa tarea en Los Angeles de La Grita,
comenzó a ser llamado monseñor desde su rango de camarero secreto.
La siguiente década se inició con las distinciones a Marco Tulio Ramírez
Roa, Rafael Angel González y José León Rojas Chaparro, nuevos
monseñores desde abril de 1961, en tiempos de la consagración de la
nueva Catedral. Antonio Chacón, Rafael Angel Eugenio y Angel Ra-
món Parada, vecinos los dos últimos en Libertad y Capacho, sanos com-
petidores de prósperas realizaciones y fallecidos con una semana de
distancia, fueron honrados en enero de 1964. Carlos Sánchez Espejo lo
fue al año siguiente y, doce meses después, llegó el turno a Raúl Méndez
Moncada y Manuel García. Entretanto, las últimas imposiciones fueron
concedidas a Néstor Chacón y Sixto Gonzalo Somaza en 1980, mien-
tras que Alejandro Figueroa, Nelson Arellano Roa, Pío León Cárdenas
Vicente Rivera Mora y Hernán Sánchez Porras, vistieron nuevos hábi-
tos en 1981.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

De este grupo, Nelson Arellano Roa, estuvo estrechamente vin-


culado a Fernández Feo. Oriundo de Cordero, donde nació en 1934,
integró el primer grupo de sacerdotes ordenados que se formaron en su
totalidad en el Seminario Santo Tomás de Aquino, recibiendo el
presbiterado en junio de 1957, año en que es enviado a Santa Ana como
vicario cooperador de monseñor Bernabé Vivas. Periodista desde tem-
prana hora, comenzó a escribir en Diario Católico en agosto de 1959
sobre las fiestas de Táriba, en particular sobre el perjuicio que los jue-
gos en envite y azar ocasionaban a los pobres campesinos estafados por
expertos pícaros. Director de este periódico desde 1967, emprendió allí
la más importante obra realizada en Venezuela en un medio de esa natu-
raleza. Inició con el apoyo de la Adveniat alemana y otros mecenas, la
construcción del nuevo edificio del llamado decano de la prensa
tachirense, entablando relaciones con importantes líderes de la prensa
católica mundial, entre ellos, el uruguayo César Luis Aguiar, logrando
el religioso la adquisición de las máquinas offset y su total reinauguración
en 1973, con la presencia del nuncio Antonio del Giudice. Fernández
Feo comunicó a los asistentes que esa obra era hechura completa de
Arellano, en quien había depositado toda su confianza, además de lla-
marlo doblemente hijo, por haberle impuesto la orden del sacerdocio y
por el amor que le profesaba. Siempre el sacerdote-periodista recordó
en el medio de comunicación sus aniversarios de consagración, sus via-
jes, sus movimientos como sumo prelado, sus grandes realizaciones.
Dirigió el comité que lo despidió como titular de la mitra tachirense en
febrero de 1985, integrado entre otros por los doctores Juan Galeazzi
Contreras, Héctor Dávila Barón, Italo Cañas y el siempre recordado,
Juan Bautista Morales, asesor económico de la diócesis. A la muerte del
obispo emérito, nadie más que Arellano Roa para pronunciar la oración
fúnebre y recordarlo en el periódico, hasta que su muerte, ocurrida en
junio de 2003, cortó esa emoción de cantar la impetuosa jornada del
gran hacedor.
Genitor de un nuevo clero, Alejandro Fernández Feo dirigió per-
sonalmente los pasos de sus egresados en el Seminario. Impuso además
las órdenes sacerdotales a los que habían culminado sus estudios en
Roma. De uno u otro modo, confirió el derecho de ser ministro de Dios
a medio centenar de religiosos, logrando la mayoría de ellos el tránsito
sereno en la vocación sentida desde tempranos años, mientras que otros
truncaron por designios del destino, esa esperanza. Sin desmerecer nom-

129
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

bres, la prensa recogió con mayor resonancia las ordenaciones de Ale-


jandro Acevedo Cárdenas (1955); Antonio Arellano Durán (1955); Vi-
cente Rivera, Rafael Cárdenas, Miguel Angel Pabón, Jorge Pérez y
Nelson Arellano Roa (1957); Rafael Cárdenas, Germán Cárdenas, Mi-
guel Angel Ruiz, Rafael Hernández y Pío León Hernández (1958);
Flaminio Ontiveros y el subdiácono Ramiro Useche (1959); los
subdiáconos Sixto Somaza, Daniel Patiño y Ramiro Useche (1959), ade-
más de aplicar la tonsura a Horacio Rosales y Otto José Cárdenas este
mismo año; Heberto Ruiz (1960); Hernán Sánchez Porras (1967) y Víctor
Manuel Guerrero Duque (1981), entre otros.

Una curia fiel y servicial.

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

La parroquia, célula fundamental de la Iglesia.


Grandes festividades y nuevas instituciones episcopales.
Presencia seglar

Importancia de las parroquias


El obispo Fernández Feo comprendió, como buen párroco que
había sido en Caracas, la importancia de las parroquias en su labor co-
munitaria. Sabía que éstas funcionaban en razón del hombre que estu-
viera comandándola, dejando en muchos casos a varios de ellos casi
vitalicios, como los monseñores Eugenio y Parada en Libertad e Inde-
pendencia, García en Lobatera o Chacón en Umuquena. Otros fueron
puntuales en el desarrollo de su geoestrategia, como Leal en San Félix,
Buitrago en Coloncito, aferrada esta visión en el fortalecimiento de las
jurisdicciones de San Cristóbal, empleando a Rojas Chaparro en El
Rosario, Sánchez Espejo en Catedral, llamada El Sagrario desde 1965,
y Ortiz en La Ermita, siendo este antiguo condiscípulo, continuador de
la obra emprendida por su antecesor, Eloy Contreras, fundador del Co-
legio San Juan Bautista en 1940, dotándolo Ortiz, de su edificio propio
bautizado en enero de 1965. También construyó éste la capilla de El
Calvario, dentro del homenaje de la municipalidad al centenario de la
popular parroquia en 1956; inició el edificio rental de la Quinta Avenida
culminado por Raúl Méndez Moncada, que sirve de proventos para el
obispo, el seminario y el propio templo del pintoresco sector. El obispo
tuvo todas estas preocupaciones en su comprometido orden. Atendió
comuniones en toda su jurisdicción, siendo masivas las organizadas en
Coromoto a fines de los cincuenta, también impartió el sacramento de la
confirmación en sus anunciadas visitas a cada una de sus parroquias.

131
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Visitas pastorales
Estas inspecciones eran realizadas normalmente en la primera
semana de cada mes, causando curiosidad este hecho dentro del calen-
dario episcopal. En su agenda comprendían el saludo a autoridades de
la zona, públicas y privadas, la asistencia a liceos, escuelas, fábricas,
mercados, revisando el rigor de los libros parroquiales y sus propias
cuentas, consagrando altares mayores, bautizando templos, capillas y
vitrales, cristianando y confirmando niños y adultos, impartiendo la
comunión a grandes y pequeños, confortando enfermos, uniendo las
parejas en matrimonio, atendiendo rogativas y consultas, participando
en recepciones, oyendo el aprendido catecismo de labios virginales,
percibiendo los problemas morales y religiosos de sus comunidades,
conociendo los verdaderos líderes de todos los sectores, comprobando
el liderazgo de su sacerdote allí, la obra hecha, la escuela, el club juve-
nil, el coro, la banda, el taller de formación, la pequeña empresa, fo-
mentando la acción católica, y haciendo amigos. Esto fortaleció la pre-
sencia de la Iglesia Católica adonde acudía siempre en compañía de un
secretario, de dos colaboradores inmediatos y de un padre redentorista
para la predicación.
Célebres fueron sus visitas por todo el Táchira, recorrido en su
completa dimensión cinco veces, repitiéndose según la necesidad, su
presencia en algún lugar. Era recibido a la entrada del pueblo, bien fuera
en el barrio La Popa de San Antonio, en El Trópico de Pregonero, en El
Tambo para subir a Santa Ana, en El Calvario de Seboruco, en el viejo
matadero de Lobatera o en la Plaza de los Mangos, si iba a Coromoto.
Allí estaban las autoridades, los feligreses, los habitantes de la parro-
quia, los líderes natos, y, como siempre, el cura, personaje que dirigía
toda esa jornada, previendo el cómodo alojamiento, la alimentación, los
números del programa que se cumplían rigurosamente, pero con com-
prensión, ante cualquier deficiencia o anomalía.
Cuando se posesionó de la diócesis hizo un primer viaje no ofi-
cial a Aguas Calientes y Ureña, en noviembre de 1952, con León Rojas
y Pérez Vivas. En adelante no cesó en este afán. En mayo de 1953 ofre-
ció la primera misa en el barrio Antonio José de Sucre, al este de San
Cristóbal, promoviendo la primera capilla de la ciudad que dejaba su
aspecto aldeano y bucólico. Abrió sendas en los nuevos y populosos
sectores, Libertador, Santa Teresa, La Concordia. Comprobó en 1966 la
necesidad de hacer una justa división de la capital, fundando siete pa-

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ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

rroquias en sabia disposición del terreno espiritual de la urbe. Bien lo


expresó en la Carta Pastoral del día de Pentecostés, 8 de mayo de ese
año, al decir que a medida que la ciudad fue creciendo, tuvimos la for-
tuna de crear dos nuevas Parroquias, una en La Concordia, la de Nues-
tra Señora del Rosario, y otra en Pueblo Nuevo, la de El Divino Salva-
dor. Pero hoy, ante el crecimiento asombroso de una ciudad cada día
más en auge, hemos sentido con mayor urgencia que nunca, nuestro
deber pastoral ante la imperiosa necesidad de una mejor atención espi-
ritual de nuestro pueblo. De allí la creación de las parroquias de Jesús
Obrero, Perpetuo Socorro, El Buen Pastor, Santísimo Redentor, Trans-
figuración del Señor, Santo Domingo de Guzmán y San José, contando
con la colaboración de congregaciones venidas de otros países, y esta-
blecidas aquí algunas desde los tiempos de Sanmiguel. Este proceso,
por cierto, fue dirigido en ese año por el vicario Ramírez Roa, ante la
enfermedad del obispo, lo que obligó su permanencia en Caracas.
Ataviado de capa pluvial, mitra y báculo, el obispo emprendía la
visita pastoral con el rigor de su innato formalismo. El viaje a La Grita
de fines de julio, indicaba el obligado tránsito por Sabana Grande,
Umuquena y Coloncito, yendo especialmente a San Simón. Si acudía a
El Rosario de La Concordia, éste comprendía San Josecito y El Corozo.
La Fría era el aviso de su estancia en Orope y, a pesar de su cercanía, iba
a Queniquea y San José de Bolívar, en fechas distintas para inaugurar
sus templos con nuevas arquitecturas como la del primero, de estilo
nórdico, según los cánones aprobados en el Concilio Vaticano II. Así,
estuvo con su bendición en la apertura de nuevas casas para la fe,
siendo la de El Cobre una de las primeras, obra discreta e impulsada
al final por uno de sus hijos, el teniente coronel Carlos Morales,
gobernador de Lara en los tiempos del perezjimenismo. Ese ritmo se
acentuó con el santuario de San José y sus altas torres de más de
sesenta metros de altura con su estilo gótico-arábigo de 1956; la igle-
sia de Aguas Calientes en Ureña de 1958; la capilla de la Unidad
Vecinal, diseño del arquitecto Fruto Vivas de enero de 1959, actuando
Eduardo Fajardo como locutor-enseñante de los actos litúrgicos que el
obispo realizaba para conocimiento del público; el templo de El Rosa-
rio en La Concordia en 1960, con su párroco Ramírez Roa, también
vicario; la de Abejales, igualmente en 1960, sitio preferido del obispo
para su descanso en las navidades; y la del Divino Salvador de Pueblo
Nuevo en septiembre de 1963.

133
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Creación de parroquias
Ese incesante accionar originó la expansión de la diócesis y el
establecimiento de otras parroquias; la primera en La Fría, bautizada
como Sagrado Corazón de Jesús en 1955; El Rosario de La Concordia y
San Pablo de Coloncito en 1957; pasando por San Judas Tadeo en la
vecina Umuquena en julio de 1959, designando en ésta y en La Fría a
Néstor Chacón, comprobado hombre de fe, labrado de la argamasa de
su ilustre tío, hechura de Jáuregui, el recordado monseñor Maximiliano
Escalante, tarea complementada con las capillas de la Unidad
Agronómica de La Fría y La Tendida, al inicio de la democracia. El sur
fue conquistado con las parroquias de San Miguel Arcángel en Abejales
y San Rafael Arcángel de El Piñal en 1960; lográndose en septiembre de
1963, la de Santísimo Salvador en Pueblo Nuevo con la actuación
filantrópica de don Luis Rangel, donante del terreno para su creación
cuando fue regida por los eudistas; alcanzando culminar este apretado e
incompleto inventario con La Sagrada Familia en San Antonio del Táchira
en 1980 o Cristo Rey, en Las Lomas, surgida en 1981, en el sector de su
querido y recordado templo emprendido en sus bodas de plata
sacerdotales celebradas en 1956.

Órdenes y congregaciones religiosas


Estas parroquias reunieron al clero diocesano, a las congregacio-
nes y órdenes religiosas, llegadas en los primeros años de la diócesis,
comenzando por los eudistas, rectores del Seminario desde 1925, pa-
sando por los dominicos de Rubio, fundadores del Colegio María
Inmaculada y los redentoristas, titulares de la Capilla de San Antonio
desde 1927. Luego vendrían los tiempos de las salesianas del Hospital
Vargas y del Colegio María Auxiliadora, los agustinos de San José, y los
hermanos de las Escuelas Cristianas, creadores del Colegio La Salle.
Con Fernández Feo, estos movimientos recibieron su aliento y
respeto, señalándose la presencia de fray Francisco Frías, superior de
los agustinos en su visita de 1954, para luego establecerse en Palmira, y
fundar su prestigioso colegio, prosiguiendo la presencia de estos hijos
de San Agustín llegados al Táchira desde tiempos inmemoriales, con el
predicador Angel Sáenz, orador sagrado y asesor de la Acción Católica.
Cuando el obispo creó el Secretariado Diocesano para la Defensa de la
Fe, en 1956, designó como director de este movimiento a Angel
Fernández, preclaro redentorista de larga tarea en el Táchira, como tam-

134
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

bién resalta la presencia de Eduardo Fajardo, nombrado primer asisten-


te de la comunidad eudista local en 1966, en los años en que su superior
general, Fernando Lacroix, se entrevistara con el obispo tachirense, quien
celebró efusivamente la presencia de la congregación en el Estado, como
lo hiciera con las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Je-
sús, hacedoras del Colegio María Auxiliadora de Cordero, a quienes
destinó sus Letras de enero de 1981.
Todo ello se hacía con el pleno convencimiento de la gran tarea
que se hacía en un Táchira eminentemente católico. Las cifras emitidas
por el Ministerio de Fomento, a través de su Dirección Seccional de
Estadística, anunciaban en noviembre de 1955 que el noventa y nueve
por ciento de la población profesaba esta fe, quedando tan sólo el mi-
núsculo resto disperso en poblaciones como San Cristóbal, Rubio, San
Antonio, Colón, Santa Ana, San Antonio de Caparo, Delicias y San Félix,
presentándose aquí, una de las razones geoestratégicas del mitrado que
explica ciertos nombramientos en determinadas localidades.

En su trono de Catedral.

135
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Presencia masiva de fieles


El movimiento de masas era necesario para demostrar la fortale-
za de la Iglesia Católica. No en balde, algunas ordenaciones se realiza-
ron en grandes espacios, fuera de la Catedral, como el Gimnasio Cu-
bierto de La Concordia, sitio donde también se honró a Fernández Feo,
promotor de grandes ceremonias de primeras comuniones, como la rea-
lizada en Táriba en 1956, sobrepasando el millar de neo-comulgantes,
máxime en ese inolvidable año del Congreso Eucarístico celebrado en
Las Lomas con cinco mil hombres en vigilia, además de cuatro mil da-
mas ovacionando en la Plaza Bolívar el día de la madre del sacerdote,
como también lo hiciera con jóvenes y niños en Coromoto o en la vieja
Plaza Miranda, frente a Catedral, templo donde celebró sus bodas de
plata episcopales en 1977, concelebrando con 30 obispos y un centenar
de sacerdotes, cantidad superada el 25 de octubre de 1981, cuando la
Plaza Monumental de San Cristóbal, en la que bendijo su primera pie-
dra y luego su cabal estructura, vertiendo en ella su innata pasión tauri-
na, herencia de su padre, médico del Circo Metropolitano de Caracas,
quedó abarrotada ante los fieles que festejaban sus bodas de oro al ser-
vicio del ministerio divino.

Moviendo masas como el buen pastor, 1981.

136
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Peregrinaciones, fiestas y ceremonias


También para ello organizó grandiosas romerías, con aquellas
caminatas emprendidas desde Palmira en el Año Mariano de 1954, diri-
gida por el padre Frías, complementada ese año con una primera visita
al Santuario de Táriba, en un recorrido que partió desde el Seminario de
la carrera 14, continuando esas marchas para pedir a la Señora de Con-
solación por los parabienes de la casa formadora de sacerdotes, o para
expresar su rechazo al comunismo que Fidel Castro entronizaba en Cuba,
a través de la jornada convocada el 10 de junio de 1961. Ciertamente, la
Virgen de la Consolación significó para Fernández Feo su gran devo-
ción. A ella se dirigió el día de la celebración de sus bodas de oro
sacerdotales y, ante la multitud asistente, se dirigió a Ella diciéndole:
has sido luz y linterna en mi camino, Madre Santa, en esa imagen eres
el centro espiritual de mi Diócesis. A la veneranda imagen adorada por
el pueblo católico tachirense dedicó sus desvelos, logrando de Juan XXIII
la declaración del Breve de 1959 que ordenaba su coronación canónica
y la designación de su templo como basílica menor, entregando la refac-
ción de la infraestructura en agosto de 1960, ejecutando la palabra del
pontífice el domingo 4 de junio de 1961, y logrando del pueblo la coro-
na de joyas impuesta por el cardenal Quintero en 1967.
A estas fiestas se unieron las celebraciones solemnes de días es-
peciales como Cristo Rey, La Candelaria, Virgen del Rosario, del Car-
men, de Coromoto, en las diversas advocaciones marianas; seguidas de
Pentecostés, la Sagrada Familia, el Cristo del Limoncito y Santo Cristo
de La Grita, Corpus Christi y Sagrado Corazón de Jesús, con multitud
de fieles y seguidores de su gran obra. El obispo había triunfado, cierta-
mente, en el orden material y en el espiritual.

Nuevas instituciones para nuevas necesidades


Consciente de la adecuación de la Iglesia a los cambiantes tiem-
pos, surgieron nuevos rituales como la bendición de las candelas o de
las velas, en la fiesta de la Candelaria, o la medieval ceremonia de la
Seña, con las largas vestimentas y capuchas negras de doce sacerdotes,
actuando el prelado como símbolo del triunfo de la cruz de Cristo en la
culminación de la Semana Mayor. Esto también motivó la renovación
del orden episcopal, conformado por ese clero que lo recibió a su llega-
da inicial como autoridad. Ese grupo de hombres definidos por Domin-
go Roa Pérez como un clero disciplinado, unido, culto y consagrado
por entero a la gran misión espiritual, desde nuestra populosa y cre-
ciente ciudad capital hasta el último pueblo de montaña adentro.

137
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Seleccionó hábilmente entre ese conjunto de hacedores a quienes


formarían su senado augusto. Supo a quienes imponer la museta
canonical de consultor diocesano, nombrando inicialmente, en octubre
de 1955 a Roa Pérez, a Edmundo Vivas Medina, Bernabé Vivas, Nerio
García, Víctor Manuel Valecillo, Antonio Chacón, José León Rojas Cha-
parro, haciendo sus debidos reemplazos e incorporando a fieles súbdi-
tos como Manuel García Guerrero y José Gregorio Pérez Rojas. En otro
orden, el obispo estableció en 1960 el Secretariado Diocesano, SEDI,
especificándose esta estructura en áreas como opinión pública, estudios
sociales sacerdotales y religiosos, educación, acción social, enseñanza
religiosa, apostolado seglar, pastoral y vocaciones, pues es indispensa-
ble, como lo establece su decreto de constitución, promover, planear,
coordinar y realizar iniciativas y orientaciones para un apostolado efi-
caz y acorde con las modalidades de nuestros tiempos. Esta causa, apo-
yada en los resultados del Vaticano Segundo, originó la creación del
Cabildo Catedral en enero de 1965, un colegio de clérigos instituido
con el objeto de que rinda a Dios un culto más solemne en la Iglesia, y,
tratándose del Cabildo de una Iglesia Catedral, para que, de conformi-
dad con la legislación canónica, ayude al obispo, como su senado y
consejo, y mientras vaca la sede, le supla en el gobierno diocesano. El
obispo nombró como componentes a Marco Tulio Ramírez Roa (deán);
Antonio Chacón (lectoral); Luis Ernesto García (penitenciario); José
Gregorio Pérez Rojas (magistral); Edmundo Vivas Arellano (mercedario);
Nelson Arellano Roa (racionero) y Miguel Angel Ruiz (medio-racionero).
Su estructura se basa en antiguos reglamentos y costumbres, siendo el
primero constituido en Venezuela durante el siglo XX.

Presidiendo la ceremonia medieval de la Seña, 1977.

138
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Participación laica
Los nuevos tiempos trajeron una mayor participación de los lai-
cos en los asuntos de la Iglesia. Así fue creado el Consejo Diocesano de
Administración, pues, según las modernas disposiciones, el manejo de
los bienes de la Iglesia debe cumplirse en forma técnica y orientada a
satisfacer las necesidades materiales de la Diócesis, además las nor-
mas romanas, posteriores al gran concilio, recomendaban la coopera-
ción de seglares en este sentido. Por ello, acotaba el decreto de reforma
de este cuerpo, emitido el 10 de enero de 1967 que la participación de
seglares idóneos en la administración diocesana es una de las formas
de obtener que ésta resulta apta a su cometido. En este sentido, el don
de gentes de Fernández Feo, atrajo el compromiso manifiesto de gran-
des sectores de la sociedad, como la Juventud Católica Femenina, orga-
nización surgida en tiempos del obispo Sanmiguel que lo recibiera en la
entrada triunfal de septiembre de 1952. Su representante, Edita Rincón,
al darle la bienvenida le participó que sólo ha cambiado el nombre del
representante de Dios, pero para nosotras es el mismo, por lo que veni-
mos a renovar la confesión de nuestra fe, la promesa de nuestra obe-
diencia, la voluntad de seguir trabajando con toda el alma, como en
efecto lo hicieron bajo la dirección de sublimes monitoras como Yolanda
Suárez Torres, organizadora de la tercera asamblea nacional de ese gre-
mio, realizada en San Cristóbal en 1956, contando con la asesoría de
Luis Ernesto García, siguiendo una década después bajo la presidencia
de Mariana Marciales. A su lado, estuvo la Unión de Damas Católicas,
movimiento creado en 1937 con la participación de encomiables cre-
yentes como Matilde Contreras, Albertina de Mora, María Galviz
Fonseca, Eloísa Branger, Mercedes Villamizar y Eva Escalante, conoci-
do luego como Unión de Mujeres de Acción Católica, trabajo paralelo a
la cruz llevada por virtuosas y abnegadas colaboradoras como Elisa
Angola, Angelina Guerrero, catequista por más de medio siglo y protec-
tora del Seminario, Cecilia de Romero Lobo, fomentadora de los cursi-
llos de cristiandad, y las hermanas Betty Ramírez de Matos Pulido y
Alicia Ramírez de Ramírez Espejo, auspiciadora la primera con su es-
poso, Ramón Matos Pulido de la casa del apostolado seglar y, la última,
monitora incansable de la Fundación Alejandro Fernández Feo, coope-
radora insigne de las vocaciones sacerdotales y la provisión de becas a
seminaristas y las perentorias necesidades del Seminario Santo Tomás
de Aquino, entre otras acciones.

139
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Compartiendo con sus hermanas religiosas.

Bien reconoció el obispo la infatigable labor de laicos compro-


metidos. Así lo expresó al papa Juan XXIII, recogiendo este sentimien-
to en un mensaje de diciembre de 1959, señalando que tuve luego que
proclamar con orgullo la colaboración que los seglares han prestado
siempre a los obispos de la diócesis, bien en el campo de la acción
católica, bien en el campo educacional, bien en el campo de la ayuda a
los templos, en especial del Seminario Diocesano y a nuestro grandio-
so Congreso Eucarístico que tuvo lugar hace apenas dos años en la
conmemoración de mis bodas de plata sacerdotales y como prepara-
ción al grandioso Congreso Eucarístico Nacional. El pontífice conce-
dió las primeras condecoraciones que de esa naturaleza se impartían en
el Táchira, siendo reconocida, con la Orden de San Gregorio el Grande,
en el grado de comendador, la entrega desinteresada de Ramón Matos
Pulido, gigante de cuerpo y alma, promotor de espectáculos y de artistas
internacionales a través de Ecos del Torbes, hacedor de edificios, de la
Urbanización Las Lomas, y de múltiples empresas, entre ellas, Resortes
Legítimos Venezolanos, Relevesa. Donó una parte de sus terrenos para
construir el templo de Cristo Rey en honor de las bodas de plata
sacerdotales del obispo y levantó, vía Capacho, la casa del apostolado
seglar. Fernández Feo le impuso el elefante de oro, símbolo de su indus-
tria creada en 1964, y Matos fue encomendado para presidir el comité
de celebración de las bodas de plata episcopales de su noble amigo. El
destino no lo quiso así. Una violenta enfermedad minó su existencia, y

140
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

en ese templo de Cristo Rey, Fernández Feo y el también obispo, Pío


Bello, lo despidieron al otro mundo en las exequias realizadas en agosto
de 1977. Fue una de las personas más íntimas del mitrado, siendo su
partida profundamente sentida en la diócesis.

Masiva comunión en Coromoto, 1957.

Con Matos Pulido también fueron condecorados, en diciembre


de 1959, los ingenieros José Rafael Ferrero Tamayo y Edgar Asís Espe-
jo, ambos con la Cruz de Oro Pro Ecclesia et Pontifice, distinción entre-
gada a los juristas Rafael Parra León y José Dolores Rico, además de los
educadores, Isabel Torres de Suárez y Jesús María Sánchez, éste último,
activo dirigente de la Juventud Católica Venezolana, órgano que difun-
día, temprano los años cincuenta, sus actividades gestadas en la parro-
quia de San Juan Bautista, siendo intensas las promociones de los lla-
mados jotacevistas.
A la llegada de la clausura del Concilio Vaticano II, Fernández
Feo volvió a conceder, ésta vez en nombre de Paulo VI, las llamadas
honorificencias a otro grupo de comprometidos laicos. En enero de 1966,
la distinción de San Gregorio Magno, en el grado de Caballero, recayó
en los médicos Ildefonso Moreno Mayo, presidente de la Junta Diocesana
de Acción Católica; y José Antonio Rad Rached, presidente de la Unión
de Hombres Católicos; y los abogados Eduardo Ramírez y Aurelio

141
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Ferrero Tamayo, director éste del secretariado de cursillos de cristian-


dad, además de amigo cercano del mitrado, quien pronunciara varios
discursos de honor, destacándose el expresado cuando la UCABET con-
cedió a Fernández Feo el doctorado Honoris Causa. Fue además estu-
dioso de la historia eclesiástica de la región, conduciendo unas jornadas
de historia de la Iglesia. Bien dijo Ferrero Tamayo, al arribo del obispo
en diciembre de 1965 que el decreto conciliar sobre el apostolado de
los seglares termina exhortándonos a responder con gozo, con genero-
sidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo, en esta tarde hermosa
queremos haceros saber solemnemente, que tendremos efectivamente
gozo, generosidad y corazón dispuesto, porque la voz de Cristo, que
nos habrá de guiar como la estrella de estos días, nos seguirá viniendo
por intermedio de pastor tan insigne, vigilante y afectuoso como habéis
sido siempre.
En este grupo fueron condecoradas con la Cruz de Oro Pro Ecclesia
et Pontifice, damas de largo trabajo manifestado como Matilde Contreras,
ex presidenta de la Unión de Damas de Acción Católica, fundadora del
Instituto Monseñor Sanmiguel, de la primera escuela de obreros que
hubo en San Cristóbal y del Instituto Corazón de Jesús; Eva Escalante,
sobrina de monseñor Maximiliano Escalante y presidenta de la Unión
de Damas de Acción Católica, como también lo fuera otra de las honra-
das, Cecilia Ferrero Tamayo de Romero Lobo, siempre divulgadora de
las obras del obispo; Yolanda Suárez Torres, dirigente de la Juventud
Católica Femenina; Telésfora Díaz de Paz, vicepresidenta de la Unión
de Mujeres de Acción Católica y Elisa Angola, colaboradora del Semi-
nario y componente de la Legión de María. De igual manera recibieron
la Cruz, los doctores Darío D’ Santiago, José Enrique Ravelo Rejón e
Ignacio Branger. Un singular pergamino, contentivo de una especial
bendición papal, le fue entregado a la señorita Angelina Guerrero, cola-
boradora de la obra del seminario y catequista desde 1918, recibiendo
en otras oportunidades, el prestigioso galardón pontificio, laicos de va-
lioso accionar como Martín Marciales, Guillermo Georgi, Bruno
Baldasini y Belarmino Santos Salas.
Estas distinciones no sólo estuvieron destinadas a seglares, pues
religiosos eudistas como Claudio Martin y Eduardo Fajardo, profesores
del Seminario, recibieron la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, distinción
concedida en julio de 1975 al también docente de esa institución, Arfilio
Velasco Roa, y a dos de sus grandes colaboradoras, las señoras Alicia de
Ramírez Espejo y Gloria Anselmi de Rad Rached. Cuatro años después,

142
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

en noviembre de 1979, los doctores Ricardo Colmenares Bottaro y Joa-


quín Funck, recibieron en su grado de caballero, la Orden de San Sil-
vestre, entretanto, la Cruz de Pro Pro Ecclesia et Pontifice, fue dispen-
sada a José Luis Medina Ramírez, organista por décadas de la Basílica
de la Consolación, heredando esta responsabilidad de su padre, Luis
Felipe Medina Prada; Humberto Peña Briceño y José del Carmen Jaimes,
grandes cooperadores de ese templo sagrado; y las señoras Ernestina de
Gandica, Telésfora Díaz de Paz, Manuela Paz de Pulido, Sara Rangel
Casanova y Carmen Colmenares de Villasmil, auspiciadora la última de
la obra social Granjas Infantiles. Las últimas condecoraciones adjudica-
das por el obispo fueron entregadas en enero de 1982. Así, la Orden de
San Silvestre Papa en grado de comendador fue impuesta al ex goberna-
dor del Táchira, Jorge Francisco Rad Rached, mientras que la Orden
San Gregorio Magno en grado de caballero le fue entregada a los aboga-
dos José Teodomiro Chaparro, Juan Galeazzi Contreras, Nicolás Rubio
Vargas y al contador y rotario Juan Bautista Morales.

Primera piedra en el futuro Seminario, 1959.

143
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Vínculo con los sucesores de Pedro y sus representantes

La obtención de estas gracias vaticanas suponía una fuerte y es-


trecha relación de Fernández Feo con altos prelados de la Iglesia Cató-
lica. Su figura señorial y gallarda no era ignorada en la nunciatura apos-
tólica en Caracas y en algunas esferas de Roma. En el caso de los emba-
jadores del papa en Venezuela, vale decir que Fernández Feo fue orde-
nado por el nuncio Fernando Cento, convirtiéndose desde temprano en
cercano amigo de este diplomático que representó, entre otras misiones,
al credo católico en la coronación de Isabel II de Inglaterra, ascendido a
cardenal por Pío XII. El caraqueño fue consagrado obispo por el tam-
bién nuncio Armando Lombardi, y mantuvo cordial relación con Sergio
Pignedoli, plenipotenciario papal en 1955, a quien atendió en El Sol de
Medianoche de San Cristóbal, con el fondo de nostálgicos bambucos.
Pignedoli logró el cardenalato, siendo uno de los personajes de mayor
confianza del papa Paulo VI. De igual manera, con el nuncio Luigi
Dadaglio afianzó lazos amistosos. Dadaglio estuvo en la apertura de la
UCABET, en la consagración episcopal de Rafael Angel González, en
el Congreso Mariano de 1967, y en la coronación de la Señora de Táriba.
Fue miembro de varias academias, buen pintor, dedicado al retrato como
el cardenal Quintero, y vivió como nuncio en España, la transición del
franquismo y el ascenso de la democracia con la presencia del rey Juan
Carlos. Como cardenal ejerció cargos de alta responsabilidad en el Vati-
cano. Con Antonio del Giudice, gran conocedor de lejanas culturas por
sus estancias en Iraq, Kuwait, Siria y Corea, mantuvo igual trato, en sus
visitas al segundo Congreso de Historia Eclesiástica en 1972, y en la
inauguración del nuevo Diario Católico, un año después. Giovanni
Mariani y Luciano Storero fueron los dos últimos representantes papales

144
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

con quienes se vinculó, teniendo la singular oportunidad de recibir en


su despacho al cardenal Giovanni Siri, considerado uno de los papables
al ascenso de Paulo VI. Durante su breve visita de febrero de 1976, este
príncipe de la Iglesia fue cordial con el periodista José Pulido de Diario
Católico, no revelando ningún dato del secretísimo cónclave del que
fuera uno de los protagonistas en 1963. La amplitud de Fernández Feo
lo hizo excelente anfitrión de personalidades, como el obispo ucraniano
Alexis Pelipenko, acérrimo luchador contra el comunismo, radicado en
Buenos Aires, a quien atendió en abril de 1965, o como el pastor lutera-
no Reinhard Müller, presentado por su compatriota Guillermo Georgi,
uno de sus cooperadores en la Asociación Civil San Cristóbal. También
le dio gusto recibir al ex rey Leopoldo III de Bélgica, el cuestionado
monarca que debió abdicar al trono, visitante de estos parajes en sus
estudios antropológicos, acompañado de Napoleón Dupouy, íntimo
amigo de Monseñor, integrante de su selecto grupo caraqueño. Leopoldo
III fue cordial con el prelado, asistió a la Basílica de Táriba, orando
delante de la Virgen, siendo despedido fraternalmente por Fernández
Feo y su vicario Roa Pérez en febrero de 1956.

Con el nuncio Sergio Pignedoli en San Cristóbal. 1955.

Despidiendo al el rey Leopoldo de Bélgica. Febrero de 1956.

145
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Alejandro Fernández Feo entregó cuentas a cinco papas durante


sus tres décadas de episcopado. Célebres fueron sus viajes a Roma y sus
retornos no pasaron desapercibidos. El destino le concedió estar en el
Vaticano a la muerte de Pío XII en 1958, asistiendo como representante
del Gobierno Nacional en el ascenso de Juan XXIII. Recibió en sus
bodas de plata episcopales un sentido mensaje de Paulo VI y, a su muer-
te en 1978, volvió a la Ciudad Sagrada, saludando a Juan Pablo I, el
patriarca de Venecia, cuyos 34 días de pontificado, sus ocurrencias, su
llaneza y sus cuatro audiencias, presagiaban otro estilo frustrado por su
desaparición el 28 de septiembre de 1978. Allí, en esos confusos días,
compartió el obispo con sus amigos, la primera dama, Blanca Rodríguez
de Pérez y el embajador venezolano ante la Santa Sede, el tachirense
Santiago Ochoa Briceño, hasta que el histórico balcón pontificio mos-
tró al mundo la figura de un cardenal polaco, Karol Wojtyla, eternizado
como Juan Pablo II, quien lo recibió en el inicio de su pontificado.
La visita formal ad límina se cumplió el 15 de noviembre de 1979,
y lo acompañó Arellano Durán. El sucesor de Pedro mantuvo una cor-
dial y fraterna relación con ese sacerdote venezolano que llevaba más
de una década de ministerio cuando él apenas ingresaba, en 1942, a un
seminario clandestino de Cracovia. Seguramente, el futuro obispo pola-
co se encontró con el latino en los avatares del Concilio de 1962, cuan-
do disertaba su clara opinión sobre el ateísmo moderno y libertad reli-
giosa. La celebración de las bodas de oro sacerdotales de Fernández
Feo tuvo punto emocionante, al conocerse una carta personal del papa.
Se la envió, según sus propios términos, como señal de benevo-
lencia y de Nuestra estimación, y al mismo tiempo oportuno para alen-
tar en algún modo tu ministerio y honrarte con la alabanza que mere-
ces. Le enseñó que esa larga entrega al Señor le serviría para mostrarte
clarísimamente que Dios, Padre común y el mejor de todos, debe ser
siempre y en todas partes honrado particularmente por su inmensa ge-
nerosidad, con que ciertamente sigue a todos sus hijos, y de una mane-
ra especial a los que ha elegido del mundo a favor de los hombres en el
mundo. El pontífice destacó los hechos trascendentes a quien llamó ve-
nerable hermano, benemérito de la Iglesia y de la Patria, señalándole
que desde hace casi treinta años gobiernas con competencia esa dióce-
sis de San Cristóbal, y muchas cosas allí atestiguan magníficamente tu
celo entusiasta, como son por ejemplo: la debida ordenación de la dió-
cesis, dotada de los institutos necesarios y oportunos, entre los que

146
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

sobresale el gran Seminario dedicado al Doctor Angélico Santo To-


más, en el que bien se forman tanto clérigos como laicos, edificado con
tu animación y tu ayuda; varias escuelas católicas por tu medio allí
surgidas y otras obras de caridad y de apostolado de los laicos, allí
iniciadas. Mereces una particular alabanza por la nueva sede de la
Universidad Católica «Andrés Bello», allí constituida, que en gran
manera acrecienta la autoridad de la diócesis y favorece una mayor
preparación de la juventud que vive en toda esa región y confirma cada
vez más la cultura humana y civil de la misma nación venezolana.

Con Juan Pablo II, 1979.

Venezuela fue honrada con la visita de Juan Pablo II en enero de


1985. El obispo había renunciado a su cargo titular el día que cumplió
75 años, el 6 de noviembre de 1983, y logró cumplir su última visita ad
límina ante el pontífice, realizada en agosto de 1984. Obispo emérito en
la tranquilidad de su residencia de Pirineos, el viejo prelado recibió una
llamada telefónica, el 2 de mayo de 1986. Se oía una voz italianizada
que preguntó por él, y al asentir, le dijeron que el Santo Padre quería
saludarlo. De inmediato, Fernández Feo cayó de rodillas y le temblaba
el auricular. En perfecto castellano, el papa reconoció la labor de su

147
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

largo episcopado, se interesó por su salud, le pidió orar por las vocacio-
nes sacerdotales en el mes de mayo, bendiciendo al clero y al pueblo
tachirense.
La importancia que dio Fernández Feo a sus viajes romanos se
evidencia en la ceremonia de sus retornos al Táchira. Desde su primer
compromiso en 1954, las autoridades regionales honraron esas entregas
de cuentas al sucesor de Pedro, aprestándose a recibir con entusiasmo al
prelado, bien en los límites con Mérida, por la Trasandina o por la carre-
tera Panamericana, en los aeropuertos de La Fría o San Antonio. Los
decretos ejecutivos o municipales, declarando día de júbilo esas llega-
das, resaltaron la solemnidad de la ceremonia que anticipaba un repre-
sentante de la diócesis que saludaba a su jerarca en Caracas, acompa-
ñándolo en el tránsito hasta el Táchira. Sin embargo, durante doce años
no se ausentó de su diócesis, esperando hasta 1977 cuando volviera a su
último encuentro con Paulo VI.
El 5 de octubre de ese año, el obispo, transido de emoción dijo
que no peregrinó solo. Conmigo marchó una muchedumbre. Todo el
pueblo del Táchira estuvo presente en mi visita al Padre de la Cristian-
dad, acotó delante de todas las autoridades civiles y militares, amén del
clero y pueblo que lo acompañó en su entrada bajo palio hasta el altar
mayor de Catedral, hecho que se repitió en noviembre de 1979 luego de
su entrega de cuentas a Juan Pablo II, sucediéndose la última en octubre
de 1984, cuando el pontífice atendió a los obispos venezolanos, conce-
diendo una audiencia privada a cada uno de ellos. El recibimiento
tachirense no tuvo la dimensión de otros tiempos, indicando, ciertamen-
te, que todo había concluido.

148
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Logros y angustias en tiempos modernos

Luego del Concilio Vaticano II, la Iglesia sufrió grandes transfor-


maciones, y el Táchira no fue la excepción. Algunas instituciones de-
bieron mostrar nueva cara, logrando el obispo dos nuevos triunfos con
las inauguraciones del Palacio Episcopal y del edificio de Diario Cató-
lico, incluyendo su nuevo formato y proceso técnico. Paralelo a esto,
Fernández Feo debió soportar el cierre de varias organizaciones educa-
tivas a lo que se aunó el retiro, entre otros, de dos de sus más cercanos
colaboradores.

Palacio Episcopal y Diario Católico


Cuando el obispo Sanmiguel llegó a San Cristóbal en 1923, un
grupo de católicos, apoyados por el gobierno del general Eustoquio
Gómez, adquirió para la nueva diócesis un inmueble ubicado en la ca-
rrera 6 entre calles 3 y 4, con destino a la residencia del mitrado. La
cómoda y vieja casona fue adaptada para su nueva finalidad y en ella
falleció el primer titular en 1937. Reacomodada para servir a su sucesor,
Rafael Arias Blanco, en 1952, la primera dama del Estado, Josefa de
Pérez Vivas, se encargó de dirigir todo lo atinente a su refacción para
recibir a Alejandro Fernández Feo, quien avizoró la construcción de un
nuevo palacio en un solar aledaño a la remozada catedral de 1961. Per-
sonalmente, y como lo hiciera en todas sus empresas, buscó el apoyo
necesario del gobierno del presidente Leoni para construir una sede dig-
na de su sede episcopal.
De estilo colonial, el nuevo palacio fue concluido e inaugurado
en febrero de 1969, teniendo residencia particular para el obispo y el
personal a su cargo, además de suficientes habitaciones para huéspedes
especiales, salón de sesiones de la curia, oficinas, vista a la Plaza Juan
Maldonado a través de señoriales balcones y un hermoso patio, cuya

149
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

selección ornamental de plantas y flores estuvo a cargo de su propio


diseñador, el obispo, colocándose, años después, en 1981, con motivo
de sus bodas de oro sacerdotales, una interesante colección de fachadas
de los templos tachirenses realizada por el pintor chileno, Octavio Acu-
ña Solano, por encomienda de Nelson Arellano Roa.
Precisamente este sacerdote, integrante de la primera promoción
que realizaba sus estudios completos en el Seminario Santo Tomás de
Aquino, ordenada en 1957, tomó la dirección de Diario Católico a la
década de su ministerio, enrumbando el periódico a la más importante
reforma emprendida desde su creación en 1924. La culminación del
edificio del medio de comunicación, ubicado en la misma manzana de
la Catedral y del Palacio Episcopal, además de la instalación del moder-
no sistema de impresión en offset, significó una de las últimas empresas
de orden material que el obispo motivó, pues claramente dejó sentado
que este logro estuvo sobre los hombros del director-periodista, esta
obra tiene un nombre, tiene un apellido, que no es el del obispo de San
Cristóbal, y ese es el padre Nelson Arellano Roa, asintió Fernández
Feo, para concluir que ese doble hijo suyo, como lo llamó varias veces,
pasará a la historia y cuenta con la gratitud y el cariño paternal de su
obispo, de su clero y de su pueblo.
No era nueva la preocupación del obispo por el periódico. Impu-
so muy temprano, mediante Carta Pastoral del 23 de enero de 1957, la
Semana de Diario Católico, impartiendo precisas disposiciones para su
celebración, entre ellas, los avisos que los párrocos debían participar a
sus fieles, instándolos a adquirirlo y leerlo, además de difundir el tema
de la buena prensa en los espacios radiales y celebrar en el Gimnasio
Cubierto la Santa Misa rezada por el progreso de la buena prensa y de
Diario Católico, para el que Fernández Feo tuvo varias definiciones,
indicando en una oportunidad que el periódico no es una propiedad del
obispo, ni de su director, ni siquiera del clero; el periódico es de la
Iglesia, advirtiendo además que es una máquina en función espiritual
donde cada quien es importante, como lo dijo en una de sus visitas
decembrinas de entrega de utilidades y prestaciones al personal.
Consideró la evolución del medio de comunicación como un triun-
fo de los tachirenses. Así lo expresó en la adquisición de la nueva ma-
quinaria, bendecida en marzo de 1955 cuando su director Rafael Angel
González, logró dejar atrás la uña del cajista para sustituirla por el lino-
tipo eléctrico, amén de la prensa dúplex automática reemplazante de la
prensa de pliego, con la consecuente salida de operarios, como también

150
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

sucedió en 1973, al no adaptarse a las nuevas exigencias. Dio confianza


absoluta a sus directores en el logro de sus propósitos, traduciéndose en
triunfos como ser considerado el periódico mejor informado en 1954,
además de sus dos premios nacionales de periodismo obtenidos en 1963
y 1988. En celebraciones muy especiales del diario, el obispo dispuso
las respectivas pastorales que resaltaban su trascendencia, definiéndolo
una vez más como la continuación permanente a través de todo el terri-
torio y a veces en lugares donde menos lo pensamos de nuestro aposto-
lado sacerdotal, de la influencia de la parroquia, de la labor misionera
y de Acción Católica. Diario Católico es el maestro que sale todos los
días por todas las calles y caminos a repetir la lección de la Iglesia
para la formación de la conciencia cristiana, el soldado que siempre
está listo para defender la preciosa heredad de la Iglesia y los derechos
sagrados e inalienables de ésta y de Dios, y el obrero infatigable, cons-
tante, que está construyendo con nosotros el edificio del reino espiri-
tual del Señor en las almas, en la tierra nuestra y en toda la nación.
El particular triunfo de fines de 1973, presentando un nuevo ros-
tro por dentro y por fuera, era consecuencia propia del constante trabajo
y la persistente renovación de sus elementos que ciertamente reconfor-
taba el espíritu del obispo, ante la deserción de varios componentes de
su clero. Asimismo, en el orden educativo, el cierre del Colegio La Salle
y el Colegio San José de Táriba, pusieron su nombre en un
inacostumbrado trato de la mitra en la palestra pública. Bien repetía el
prelado la célebre frase del monje renacentista alemán, Tomás de Kempis,
no eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen, lo que eres
delante de Dios, eso eres y nada más.

Con el director de Diario Católico, Mons. Nelson Arellano Roa, 1978.

151
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Conflicto educacional. El Colegio La Salle y el Colegio San José


El Liceo Simón Bolívar fue testigo de los primeros encuentros
entre el novel obispo y los jóvenes estudiantes. En la llamada época de
oro de la institución dirigida por el abogado Juan Tovar Guédez, el pre-
lado asistió el 7 de octubre de 1952 a un homenaje que le rendían los
institutos educativos de la ciudad. Semanas después, estuvo en el 37avo
aniversario de la célebre casa que inauguraba su biblioteca y la galería
de ex directores. En una de esas ocasiones, Fernández Feo al preguntar-
se, ¿Qué otra cosa soy yo que un maestro?, contestó, yo soy maestro
por vocación, sentenciando que el obispo es el primer maestro de la
diócesis, espetando el siguiente anatema: desgraciado el pueblo donde
el sacerdocio y el magisterio están de espaldas.
En Caracas había hecho una notable obra educativa traducida en
escuelas parroquiales, la que de inmediato comenzó a fomentar desde el
inicio de su episcopado. Un ejemplo de ello lo constituye el Instituto
Católico Femenino fundado por monseñor José Rincón Bonilla y dirigi-
do por el Consejo Diocesano de la Juventud Católica Femenina, funcio-
nando en un inmueble de la diócesis aledaño al Palacio Episcopal, don-
de estuvo el Colegio La Salle. Con esta organización dirigida por Yolanda
Suárez Torres, el obispo mantuvo permanente presencia, atendiendo sus
necesidades en la formación de educadoras. Asistió a la graduación de
sus promociones, siendo epónimo de la egresada en julio de 1962, ho-
nor que aceptó con otras organizaciones como el Instituto Comercial
Americano en 1959, el Colegio Santa Mariana de Jesús de Pregonero en
1961, el Seminario Santo Tomás de Aquino en 1967 y la Universidad
Católica Andrés Bello Extensión Táchira en 1972 y apadrinó una pro-
moción de licenciados en Ciencias Biológicas. Su nombre distinguía el
centro cultural del Colegio María Auxiliadora, obra de las hermanas
salesianas que respaldó, bautizando, diagonal a su sede de la carrera 11,
frente a la Capilla de San Antonio, una pequeña plaza en honor a Don
Bosco, en acto realizado en mayo de 1961. También, el nombre del
obispo fue considerado para distinguir una escuela nacional graduada
ubicada en La Tendida y otra en Mogotes, caserío de la Aldea
Aguacaliente de La Grita.
Fue incansable en buscar los medios necesarios para el provecho
de las instituciones educativas confiadas a la Iglesia. Estableció los equi-
pos de profesores de religión en las escuelas públicas del estado, deter-
minando a través del Secretariado Diocesano, SEDI, el nombramiento

152
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

de los examinadores de religión, tarea que siguió a los prematuros cur-


sos de catecismo en las escuelas. Todo ese afán lo hizo presidente de la
comisión de educación del Episcopado Nacional, enfrentándose fuerte-
mente en 1966, arguyendo con su timbrada palabra los fundamentos
para rechazar el proyecto de Ley de Educación que pretendía imponer
el presidente del Congreso Nacional, Luis Beltrán Prieto Figueroa, co-
nocido por su gran condición de educador y su anticlericalismo mani-
festado en los tormentosos años del trienio adeco, instalado en 1945. El
espigado maestro y político auspiciaba ese instrumento jurídico, aún en
franca discrepancia con personeros de su partido Acción Democrática
que no desean crearse dificultades con la jerarquía católica. También
en el orden nacional, Fernández Feo lograba convocar en San Cristóbal
a la alta dirigencia de la federación que aglutinaba los colegios católi-
cos, encabezada por el jurista Pedro J. Mantellini, luego fiscal General
de la República, y presidía las elecciones de la Asociación Venezolana
de Educación Católica, capítulo Táchira.
Atrás quedaron los tiempos cuando la Escuela Normal Federal
homenajeó al obispo en 1953. La dictadura proscribió estos institutos, y
Fernández Feo respondió, el 6 de octubre de 1960, con la creación de la
Escuela Normal Antonio Rómulo Costa, como un homenaje al cristia-
no, discreto y ejemplar formador de juventudes tachirenses y un reco-
nocimiento a su eficiente labor magisterial. En los considerandos del
decreto episcopal se advierte la penuria de educadores en nuestra Pa-
tria, creyendo indispensable para el logro de una educación concienzu-
da y cristiana, capacitar suficientemente a los individuos que han de
dedicar su esfuerzo a las tareas educacionales. Bajo la dirección del
sacerdote Rafael Hernández, en la tradicional casa de los abanicos, ale-
daña al Parque Garbiras de San Cristóbal, la Normal abrió sus puertas
con 150 alumnos, egresando su primera promoción de maestros el 27 de
julio de 1964, apadrinada por el obispo. Paralelo a la Normal, Fernández
Feo decretó el 15 de agosto de 1960, la creación de la Residencia Estu-
diantil «Dr. José Gregorio Hernández», en la cual puedan los jóvenes
educandos recibir honesto alojamiento al par que tener facilidades para
la reflexión y el estudio. El prelado tenía bien definidos sus criterios
sobre el estudiante, promoviendo todos los instrumentos para su desa-
rrollo, manifestando además, en otro de sus documentos que la etapa
más propicia en la vida del hombre para encauzar efectivamente sus
inclinaciones mentales y morales es la de la adolescencia y la juventud,

153
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

cuando el educando suele, por lo general, terminar la primaria e iniciar


los estudios de secundaria, y cuando a su tierna inteligencia se presentan
problemas de fe y a su débil voluntad, solicitada por el incentivo de las
pasiones que brotan simultáneamente con decisivas transformaciones en
lo biológico y psicológico, se presentan problemas de moral.
Para lograr una mejor adaptación de los aspirantes a la vida sacer-
dotal, constituyó en agosto de 1963 un colegio Pre Seminario que funcio-
naría en el viejo edificio de la carrera 14. Dispuesto para recibir alumnos
entre tercero y sexto grado de primaria; el proyecto no se concretó debido
a la ubicación de la naciente Universidad Católica en esa infraestructura.
Sin embargo, la tenacidad de algunos sacerdotes de su diócesis se eviden-
ciaba con la creación de nuevas sedes para la educación, como lo logró
Juan de Matta Ortiz, al inaugurar en enero de 1965 el edificio del Colegio
Parroquial San Juan Bautista, continuando la obra emprendida en 1940
por uno de sus párrocos, Eloy Contreras. A pesar de esta actividad febril,
el obispo sufrió grandes decepciones a inicios de los setenta. Paradójica-
mente, la Universidad Católica Andrés Bello le había conferido el docto-
rado Honoris Causa en Educación, pero el Colegio La Salle y el Salesiano
de Táriba, cerrarían sus puertas para siempre.
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, seguidores de Juan
Bautista de la Salle, llegaron al Táchira en 1931, invitados por el obispo
Sanmiguel y se ubicaron en uno de los inmuebles de la diócesis, entre
las carreras 5 y 6 con calle 4. Al año siguiente iniciaron sus actividades
docentes, continuándolas en un magnífico edificio construido en los años
cuarenta, en la carrera 12, al lado del Liceo Simón Bolívar. Varias gene-
raciones de jóvenes de la localidad, y otros provenientes de regiones
como el llano, se formaron bajo la égida rigurosa de los religiosos, sien-
do orgullo para la sociedad por la prestancia que siempre demostraron.
Fernández Feo estuvo vinculado estrechamente a la organización, jura-
mentando anualmente al presidente de la Sociedad de Padres y Repre-
sentantes. Pero luego del Vaticano Segundo, algunas pasiones se exa-
cerbaron, entre ellas, la del director del afamado colegio, el hermano
Jaime Sáenz y Chusco.
Inexplicablemente, violentando el rigor jerárquico, el director
anunció en la prensa regional el inminente cierre del instituto, acusando
a Fernández Feo y a los jesuitas de la Universidad Católica de estrangu-
lar al colegio, ya que, según él, estos buscaban la apertura de un liceo
adscrito a la casa superior de estudios. De inmediato, el rector Pío Bello

154
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

viajó desde Caracas para poner los puntos sobre las íes, como bien lo
expresara lamentando hacer esas declaraciones, aclarando que desde la
Universidad se gestó la creación de un liceo para las prácticas pedagó-
gicas de los alumnos de Educación. Sin embargo, la falta de alumnado,
la imposibilidad de abrir un bachillerato mixto, y el poco aprecio por
parte de la sociedad en la educación impartida por los Hermanos de la
Salle, eran motivos del cierre. Culminó Bello, protestando en nombre
del excelentísimo obispo, por la falsedad y por la calumnia de la ver-
sión de los hechos dada en el comunicado aludido.
El obispo había contestado, en abril de 1970, al superior de los
Hermanos en Venezuela, Simón Villegas, la decisión del Consejo Pro-
vincial de esa orden en cerrar el instituto. Sobre el bachillerato mixto,
consideró Fernández Feo, luego de decir que no tenía objeciones para
esa iniciativa, las consecuencias que podría originar para los colegios
de niñas un supuesto colapso. Después de considerar el asunto con sus
consultores, la Pastoral Diocesana y la AVEC, autorizó a los lasallistas
la apertura del segundo ciclo de secundaria en todas sus especialidades,
para un alumnado mixto, de ese organismo querido por mí por tantos
títulos, y tan meritorio por los esfuerzos empeñados. A pesar de ello,
Villegas respondió al mitrado que en su carta autoriza para que se pue-
da abrir mixto en el preuniversitario en todas sus ramas, lamentable-
mente monseñor, por razones expuestas oralmente a su Excelencia, y
por las expresadas en esta carta, se refiere a la fechada el 17 de mayo
de 1970, a los hermanos no nos es posible abrir un colegio mixto debi-
do a la gran escasez de personal para dirigirlo a la altura.
Fernández Feo convocó una rueda de prensa ante las declaracio-
nes de Sáenz. Invitó a Villegas y añadió que en ellas hay un aparte que
me ha producido una dolorosa sorpresa. Sorpresa porque es absoluta-
mente falsa. Dolorosa porque confunde el criterio del pueblo católico
de esta región. Ante la actitud del hermano director, el obispo asintió
que éste no sería amonestado. Nosotros no tenemos por qué llevar la
vida a base de sanciones. Si su Superior piensa llamarle la atención lo
hará en su oportunidad, pero yo no pienso en absoluto tomar ninguna
medida, enfatizó el jerarca. Pero buena parte del pueblo se confundió y
atribuyó a Fernández Feo el cierre del instituto, máxime cuando Sáenz
insistió en sus acusaciones contra el obispo, señalando que Monseñor
manda, prohíbe y después, pretende aparecer como inocente, acotando
que había sido citado al Palacio con la junta directiva del colegio, para

155
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

acudir a la reunión más corta y desagradable de mi vida, en la que el


mitrado les dijo: –les he convocado para decir al Hermano Director del
Colegio que ya tiene autorización mía para abrir mixto el segundo ci-
clo de Humanidades y Ciencias. Supongo que estará contento, herma-
no director, ya que no ve usted otra salida para que el colegio subsista.
El señor obispo, en palabras del acusador, había cedido... pero tarde…
Un grupo de representantes suscribió un comunicado aparecido el 11 de
julio, en el que apoyan incondicionalmente a Sáenz, expresando que el
proyecto de educación mixta fue rechazado durante 4 años por el Sr.
Obispo de la Diócesis, quien ahora quiere aparecer como defensor con-
secuente y benévolo de la institución. Las firmas de varias damas en el
documento, incluyendo las esposas de algunos buenos amigos suyos,
provocaron otra desilusión, una de las tantas de esos funestos días.
Esta actitud motivó una respuesta de Aurelio Ferrero Tamayo,
íntimo del obispo y miembro de la junta directiva del Colegio, lasallista
desde su niñez en Pamplona y padre de tres alumnos de la institución,
cuestionando lo que llamó el castellano deplorable del profesor de Cas-
tellano, reverendo hermano Jaime Sáenz y Chasco, director del Cole-
gio de La Salle de esta ciudad, religioso católico perteneciente a esta
Diócesis, quien se ha dado repetidas veces el gusto de zaherir a la más
alta autoridad de la misma, en la forma que le ha parecido conveniente.
Repitió Ferrero los motivos del cierre, los que fueron de índole econó-
mica y de índole humana: aumento de los costos de mantenimiento de
Colegios y falta de personal religioso suficiente, lo de mixto o no mixto
no tiene toda la importancia que se ha pretendido atribuirle. Al recha-
zar los argumentos de quienes atribuyeron el cierre a la soberbia del
obispo, el jurista, descartando ello, se preguntó, ¿es que el Táchira de-
sea como Obispo a una especie de gracioso con la cruz pectoral sobre
un liquiliqui que vaya dando golpes afectuosos en la espalda a la gente,
y le diga “vale” a todo el mundo? Y en último caso, subrayó Ferrero
Tamayo, conocedor de la personalidad de su amigo, en el supuesto ne-
gado de que fuera cierta esa calificación sobre el modo de ser del Obis-
po, por mi parte confieso que prefiero a un pretendido soberbio, de
honestidad indiscutible, de vida clara e irreprochable, que funda pa-
rroquias, universidades, escuelas, seminarios, emisoras, pueblos y li-
ceos, y no a los humildes que cuando cierran un colegio le achacan a
sabiendas la culpa a quien no la tiene. Dentro de ese conflicto que
trascendió otras esferas, pretendiéndose demostrar la debilidad del pre-

156
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

lado y la disminución de su protagonismo en la esfera pública, el jesuita


Carlos Reyna y el humanista Horacio Cárdenas Becerra, anunciaron que
el Ministerio de Educación había autorizado el comienzo del Liceo de
Aplicación, adscrito a la UCABET, dirigido por el profesor, Darío D’
Santiago, abriendo matrículas el 17 de agosto de 1970.
Pero, como dice el adagio común, si por allá llueve, por aquí no
escampa. Cerrado el capítulo de La Salle, el obispo afrontaría otro con-
flicto con la salida de los salesianos que fundaron en Táriba, en 1915, el
Colegio San José, de notoria presencia. Un artículo de junio de 1973,
escrito por Tirso Sánchez Noguera, educador e historiador formado en
esas aulas, anunciaba que, por información oficial, sabemos que la be-
nemérita congregación salesiana cierra definitivamente el Colegio que
desde hace 58 años ha venido funcionando en Táriba. Con estricta dis-
creción se mantuvieron los motivos que causaron esta decisión, no obs-
tante, un grupo de padres y representantes publicó un llamado el 29 de
junio de ese año, que luego de recordar los incidentes del colegio
lasallista, expresaban que parece como si la labor docente de la Iglesia
Católica estuviera invadida en nuestro Táchira, profundamente cris-
tiano, por un espíritu de derrota… pero sostenemos que la Iglesia no
puede renunciar a ir perdiendo poco a poco su injerencia en el campo
de la educación escolar, so pena de abandonarlo todo en manos del
indiferentismo laicizante (sic) o del crudo materialismo que cada día
enerva y corroe más y más los diversos estamentos de nuestra socie-
dad. Los firmantes no aceptaban el argumento de que la congregación
atendería otros fines distintos a la educación, tampoco el que allí sólo se
forman jóvenes de las clases económicamente pudientes. Sin mayor
explicación los salesianos cerraron sus puertas marchándose del Táchira,
sin aspavientos, ni consideraciones. No hubo declaración oficial de nin-
guna naturaleza. Atrás quedaban los acuerdos episcopales que celebra-
ban las bodas de oro de la congregación en el Estado, agradeciendo a los
reverendos padres salesianos, la ingente labor de bien realizada por
ellos, muchas veces en medio de dificultades y sacrificios que sólo Dios
conoce, declarando al Colegio San José como un verdadero Seminarium
Reipublicae, en donde millares de jóvenes han recibido una educación
integral – de mente y de corazón– merced a la cual, muchísimos de
ellos han sido, más tarde, elementos útiles y valiosos para la familia, la
patria y la Iglesia.

157
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Presencia inagotable en todos los estamentos.


Una forma particular de expresarse.
Las cartas pastorales

La figura de Alejandro Fernández Feo fue desde el mismo inicio


de su episcopado, plenamente conocida por todos, ya que no hubo rin-
cón del Táchira donde su presencia no hubiese estado. Actos oficiales,
inauguraciones, fiestas religiosas, visitas, actos de grado, grandes so-
lemnidades, requirieron de su participación. Su voz se escuchó en el
altar mayor, se difundió por la radio y su palabra escrita se recogió en
sus sesudas cartas pastorales, documentos fieles de su pensamiento.
Su cuerpo ataviado con los símbolos de su ministerio, recorrió
toda esta geografía, fue al núcleo de la cristiandad como digno repre-
sentante de su diócesis. Su lucido calzado senatorial, recordaba los anti-
guos pontífices que ofrecían con magnificencia los misterios, al inspirar
respeto y sentimientos piadosos. Su cruz pectoral, colocada ante la co-
raza, indicaba que Cristo murió en ella. El báculo se remontaba a los
primeros siglos del cristianismo cuando Jesús envió a sus apóstoles a
predicar el Evangelio, sólo con ese bastón de ciprés; el anillo sellaba la
alianza espiritual entre el prelado y su grey, mientras que la mitra, orna-
mento de gloria y dignidad, marca el perfecto conocimiento que su usua-
rio debe tener del Antiguo y del Nuevo Testamento. El ser que porte
esos atributos está calificado como un legítimo sucesor de los apósto-
les, puestos por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia en la Dióce-
sis, bajo la autoridad del Romano Pontífice, y, Alejandro Fernández
Feo, tuvo plena conciencia de la grave responsabilidad que llevaba. Esa
autoridad se ordenaba a través de disposiciones con fuerza de ley. El
jesuita Alberto Ancízar, al tratar sobre la obediencia a los obispos, ini-
ciaba un artículo con las palabras de un amigo suyo, quien decía que me

158
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

choca que uno tenga que obedecerle al señor obispo cuando escribe
una Carta Pastoral. El obispo, según San Ignacio de Antioquia, contes-
tó Ancízar, es esencialmente único y concentra en sus manos todos los
poderes religiosos, siendo principio de unidad de la Iglesia. Las Cartas
Pastorales resumen su sapiencia y su modo de gobernar su territorio.
Las primeras Cartas del obispo tachirense trataron la importancia
de la fiesta de la Inmaculada Concepción, para ir a terrenos mundanos
como la inauguración de la maquinaria de Diario Católico o la creación
de Radio Junín. También versó sobre el seminario, la vocación sacerdo-
tal, el óbolo de San Pedro, la fiesta de cuaresma, la profanidad de las
fiestas, el Año Mariano, las misiones preparadoras de importantes con-
gresos religiosos, las nuevas formas de la liturgia surgidas del Vaticano
Segundo, hasta temas políticos como el día del maestro y la penetración
marxista en la educación nacional, considerándola como una amenaza
tremenda contra la vida misma de Venezuela y sus valores permanentes
del espíritu. También recordó la Constitución Ad Munus de Pío XI, par-
tida de nacimiento de la diócesis de San Cristóbal del 12 de octubre de
1922, creadora además de las jurisdicciones hermanas de Coro, Cumaná
y Valencia, lugar de nacimiento del primer obispo de San Cristóbal,
Tomás Antonio Sanmiguel, a quien Fernández Feo recordó con altivez
en la conmemoración de las bodas de plata de su fallecimiento, llamán-
dolo carne y entraña, historia y destino, enseñanza y parte solidaria de
la existencia de este pueblo tachirense.

Recibiendo al ciclista Nicolás Reitdler luego de ganar la Vuelta a Venezuela,


1969.

159
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Un látigo invisible contra la inmoralidad. Las fiestas de enero


A sus fieles les habló de todos esos temas, de lo humano y divino,
de lo espiritual y tangencial, considerando en febrero de 1977, ante el
desorden social, como un deber de padre y pastor, manifestar cómo veo
en nuestro mundo concreto, en nuestra diócesis, manifestaciones muy
sensibles de un universal desequilibrio en los valores que repercuten en
nuestra vida de cristianos de una manera desfavorable y negativa, en-
tre ellas, el endiosamiento del dinero, la riqueza fácil, con disminución
o supresión del trabajo, de lo arduo y difícil de una forma que nos va
tornando amigos de todo lo que no implica sacrificio, de todo lo que no
cuesta; el deber incumplido, el horario de trabajo irrespetado, vienen
así a añadir mayores ingredientes de trágicos presagios para el proble-
ma social que caracteriza a nuestro carácter de pueblo en desarrollo,
concluyendo el sabio prelado, que entre nosotros todo se compra y todo
se vende. Se vende y se compra la conciencia, todo cede y se doblega
porque el valor del dinero está llegando a ser estimado el primero,
antes que Dios, antes que el hombre, antes que la patria.
La forma pagana que adquiría la fiesta de San Sebastián fue ex-
puesta con vehemencia y fuerte carácter. Amigo del progreso, apoyó
desde un principio la transformación del pueblerino encuentro de enero
a su dimensión internacional, bendiciendo la primera piedra de la plaza
de toros, asistiendo a su inauguración y compartiendo, como un parro-
quiano más, su fervor de toda la vida ante el espectáculo taurino. Pero
cuando el irrespeto a la figura del mártir asaeteado tomó otro cariz, el
obispo irrumpió como un trueno. Su decisión de separar la fiesta reli-
giosa patronal de la fiesta pagana no indicaba un acto de enemistad
contra la ciudad y sus instituciones cívicas, ni una despreocupación
por las actividades temporales, ni mucho menos una confesión de de-
rrota de una Iglesia que se inhibe o se minimiza. Bien había demostrado
siempre su amor a la urbe episcopal, festejando con alegría, desde las
madrugadoras campanas que cantaban el ángelus, el día central del 20 de
enero, realizando en una ocasión un antiquísimo rito oriental de
concelebración que se efectuaba por primera vez en el país, aprovechan-
do la efeméride para investir con hábitos prelaticios a los monseñores que
se incorporaban a la familia pontificia, además de instalar en una fecha de
esas el Cabildo Eclesiástico, dispuesto por el Concilio Vaticano II.
La cruda pastoral compuesta en tres partes, leída por los micrófo-
nos de Ecos del Torbes los días nueve, diez y once de marzo de 1982,

160
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

reveló un descontento general que estalló en enero de ese año cuando el


editor del diario La Nación, José Rafael Cortés, publicó unas
desgarradoras fotos que mostraban una verdad que todos trataban de
ocultar. La feria se había convertido en una gigantesca orgía, y el obispo
tenía la obligación imperiosa de manifestarse. Por cierto, Cortés ordenó
la publicación íntegra del documento en su conocido periódico. La pri-
mera parte del instrumento trataba sobre la necesidad de separar ambas
fiestas; en la segunda se refirió a la misión de la Iglesia y el orden moral,
concretamente a la dualidad Iglesia-Feria, mientras que la última exte-
riorizaba una palabra de fe y esperanza.
La Carta inició con los resultados de las dieciocho ediciones de la
FISS, indicando que ya hoy el gigantesco suceso ferial proyecta sobre
la comunidad preocupantes signos y provoca en las conciencias res-
ponsable inquietud, traducidas en el deterioro moral ocasionado por un
camino equivocado de licencia y desenfreno. Por ello, sustentado en la
Constitución Pastoral sobre el mundo moderno, Gaudium et Spes,
contentiva de la doctrina de la autonomía de las realidades terrenas,
según la cual el mundo temporal tiene su campo propio y directo de
actividades, con sus funciones, sus organismos adecuados a las mis-
mas, sus procesos específicos, y hasta sus leyes propias, lo cual consti-
tuye su autonomía. Esto le permitió concebir una explicación histórica a
la celebración desde épocas coloniales de ambas fiestas, debido a las
grandes distancias y a la inexistencia de medios de comunicación que
hacía difícil reunir un conglomerado en una fecha determinada, por lo
que alrededor del Ministro Sagrado que presidía la celebración del
Misterio Cristiano y con ocasión de la fiesta religiosa proliferaban otras
actividades que entonces difícilmente hubieran podido cumplirse con
éxito desligados y separados de dicha festividad.
En los tiempos de hoy, sentenció el obispo, esos motivos que vin-
cularon la fiesta del patrono con la profana, con todas sus derivaciones
hoy carece absolutamente de sentido. Aún más, continúa el documento,
es en este preciso momento cuando más conviene dejar claramente de-
finida esta situación de principio y de hecho, para que no se tome la
actitud pastoral de la Iglesia en ninguna de los negativos extremos: que
no se crea que la Iglesia está tomando actitudes retaliativas (sic) y con-
denatorias contra una actividad cívico-temporal que en sí puede ser
saludable o por lo contrario puede ser destructiva, según como se rea-
lice; que no se crea tampoco que la Iglesia es complaciente y acepta

161
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

pasivamente el contubernio de sus celebraciones sagradas junto con


los festejos profanos, incluso con sus excesos. Luego de reunirse con el
Cabildo Catedralicio, el Consejo Presbiteral y los párrocos de la ciudad,
decidió utilizar una disposición litúrgica que colocaba un bloque de
domingos de enero, llamados ordinarios, permitiéndose cierta libertad
en la celebración del misterio cristiano. Ante esta posibilidad, nos pare-
ce conveniente, prosigue la Carta, trasladar la Fiesta Patronal de San
Sebastián para una fecha dominical que se ubique siempre una semana
antes de iniciarse las actividades de la citada Feria.
Vale decir que las reacciones que esto motivó fueron múltiples y
la actividad taurina no comenzó antes del 20 de enero, enfatizándose el
culto a San Sebastián, advirtiéndose que el documento no entró a juzgar
ni a considerar, desde el punto de vista técnico y profano, sobre la con-
veniencia de que las Ferias funcionen de esta o de aquella otra manera,
sugiriendo los límites de su incumbencia.

Consumado taurino. En la Monumental de Pueblo Nuevo.

162
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Por el contrario, otra Carta del obispo ha tenido consideraciones


más felices y de aún recordada trascendencia. Con motivo del septuagé-
simo sexto aniversario de haberse instituido el Día del Arbol, Fernández
Feo expresó sus reflexiones sobre la naturaleza. Instó a los hombres a
colaborar con él en la perfección de la obra creada, aumentando la
belleza y el esplendor de nuestra tierra como morada natural del hom-
bre. En sus conclusiones, en las que cooperó su discípulo Edgar Roa,
recomendó a los legisladores hacer de toda normativa un servicio al
hombre de hoy y del mañana, y una justa defensa de los derechos de
todos y especialmente de los más pequeños, pobres y abandonados,
retribuyendo en justicia a los que más se exige, a los que más dan, en
nuestro caso concreto al hombre que por su modo de vida y su trabajo,
contribuye más en la conservación de nuestros recursos renovables: al
hombre del campo. Habló a los maestros, al hombre de la ciudad, hizo
un llamado a la iniciativa personal, solicitó no esperar todo de los orga-
nismos oficiales, pues, a todos nos toca nuestra parte en la perfección
de la obra creada que Dios puso en nuestras manos.

Sembrando un araguaney en el Bosque Alejandro Fernández Feo.

163
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Esta correspondencia del obispo con los bienes creados por Dios
motivó la construcción del Bosque Alejandro Fernández Feo, proyecto
presentado el 19 de agosto de 1986, en el Rotary Club San Cristóbal,
por parte de uno de sus socios, el arquitecto Alberto García Esquivel,
concibiendo su nombre la gobernadora del Estado, Luisa Pacheco de
Chacón, disponiéndose para ello un terreno ubicado entre el Parque Me-
tropolitano, el barrio Las Flores y la Urbanización Mérida, en una su-
perficie de 50 mil metros cuadrados, bajo la supervisión de la Funda-
ción Bosque «Mons. Alejandro Fernández Feo», presidida por el inge-
niero Eduardo Larrazábal. Como un homenaje de despedida al prelado,
él mismo plantó el primer araguaney en el espacio que fue considerado
como un pulmón para la ciudad. La gobernadora Pacheco y el presiden-
te de la municipalidad, Rómulo Colmenares, acompañaron al obispo en
el acto realizado el 9 de febrero de 1985. Sin embargo, varias circuns-
tancias impidieron la consecución efectiva de la propuesta encaminada
por el Rotary Club presidido por Francisco Gutiérrez, logrando su inau-
guración en julio de 1989, develándose a la vez un busto del insigne
mitrado como homenaje póstumo a un propulsor de la defensa de la
naturaleza.
En fin, los documentos del obispo, provistos de una natural sen-
cillez, sin términos rebuscados y escritos para ser comprendidos por
todos, dicen mucho de su estilo. Mantuvo sus líneas de pensamiento
ordenadas y sistematizadas, enunciando en ellos, la palabra de guiador
de una sociedad, su reconocimiento a quienes le antecedieron en la silla
episcopal, su condición innata de maestro, en lenguaje diáfano y solem-
ne, aún con la severidad que ameritaron sus reclamos cuando la conduc-
ta masiva rayó en los límites del desenfreno. Llamó las cosas por su
nombre y agradeció siempre, en tercera persona, en las cartas, en las
letras, en las disposiciones, en los cordiales saludos de año nuevo, en el
anuncio de sus salidas a Roma, ante las aflicciones de una enfermedad o
en la emoción de sus grandes celebraciones, la bondad de sus diocesanos,
cincelando una tradicional frase: mi Dios les pague y la seguridad de
mis oraciones al Señor para que les conceda salud y paz.

164
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Obispo, pero también hombre

Sus padres, Alejandro Fernández


Feo y doña Margarita Tinoco
Bigott
Interpretación de un recio carácter
Alejandro Fernández Feo fue como todo hombre, un ser humano
imperfecto, poseedor de virtudes y debilidades. A pesar de su mitra, no
era un santo, ni pretendió serlo. Su rostro acusaba una natural severidad,
siendo respetado y temido, lo que marcaba una inexplicable distancia
con muchos, quedando adentro el sufrimiento de un hombre tímido,
reservado, que a pesar de sus grandes dones comunicativos, tenía como
sufrimiento el retiro. Bien le confesó al periodista José Pulido, de Dia-
rio Católico, que se sufría por ser hombre, no por ser sacerdote, voca-
ción que mantuvo desde niño, inclusive cuando a instancias de una tía lo
vistieron con hábitos y le tomaron un retrato, del que su padre, equivo-
cadamente le advirtió que, cuando seas torero te vas a reír de esta foto.
El sacerdocio fue su gran felicidad, revelando en la entrevista que hay
gente que cree que yo soy de mal genio y la verdad es que siempre estoy
de buen humor, porque esa plenitud que me proporciona el haber en-
tregado mi vida a Dios, me hace ser un hombre alegre que tiene como
penitencia la soledad. Intentó combatir lo adusto de su rostro, pero la
sonrisa espontánea no salía, no brotaba.

165
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

La familia carnal
Huérfano de padre a los seis años de edad, Alejandro fue el me-
nor de la familia. De su progenitor, médico caraqueño aficionado a los
toros, heredó la composición de sus dos apellidos, y de un tío, el segun-
do nombre, Roberto, jamás usado en actos públicos. Entretanto, la ma-
dre, Margarita Tinoco Bigott, lo vio ordenado y ataviado como en esa
imagen de niñez, cuando aún no había ingresado al seminario de los
jesuitas. Ella, una santa mujer criada en la Caracas decimonónica, le
enseñó, entre otras, una inexorable verdad: sólo hay que tenerle miedo a
una cosa en el mundo, a pecar, lo que quedó grabado en la mente del
varón y sus hermanas, Clara Margarita e Isabel Teresa. La única refe-
rencia de la matrona la cita el historiador Lucas Guillermo Castillo Lara,
hermano de Rosalio, el segundo cardenal venezolano y sobrino del ar-
zobispo Lucas Guillermo Castillo, primado de Venezuela en 1946. En el
emotivo artículo, Tres tardes para el recuerdo de monseñor Fernández
Feo, recuerda a la matrona en San Juan de Caracas, con su cabellera
blanca sobre rasgos apacibles, una estampa dulce y difuminada, senci-
lla y señorial, con unos húmedos ojos que se iluminaban al posarse en
Alejandro. Tenía un modo tenue de componer la sonrisa… su voz y su
acogida, estaban más allá de lo cordial, tenían de la misma ternura que
dispensaban al hijo.
Las hermanas vinieron con él al Táchira, pero no se amañaron.
Isabel Teresa, llamada Teté, y Clara Margarita, Ninita, se consagraron a
la atención de su hermano. Vivían en un modesto apartamento de Chacao
y, Diario Católico, registró sus estancias sancristobalenses. La última
estuvo cuatro años con él, en el viejo Palacio de la carrera seis. Ambas
fallecieron en Caracas, ciudad de la que no se desprendieron; Teté el 6
de septiembre de 1974 y Ninita el 25 de junio de 1978. En adelante, la
soledad de Alejandro se agrandó. De ellas dijo que mi vocación nació
en el seno bendito de mi madre santa y mis hermanas fueron antorchas
luminosas de esplendor sobrenatural, que iluminaron y dieron calor a
mi vida sacerdotal hasta que el Señor las llamó a su seno.

Una familia afectiva


La otra familia fueron sus amigos de Caracas y sus primos, los
Tinoco. Con él llegaron en 1952 sus fraternos José de Jesús Mayz León,
Federico Cisneros Bertorelli y Napoleón Dupouy, recordándose de éste
su rica vestimenta, ataviado como caballero de la Orden de Malta. El y
Cisneros siempre estuvieron al lado de Fernández Feo desde tiempos

166
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

infantiles. Dupouy, hijo de Pedro Agustín Dupouy y Blanca Nass, fue


un multimillonario de provechosa obra en el país. Piloteaba su propio
avión en el que transportó varias veces a los prelados que visitaron el
Táchira en conmemoraciones especiales, como el Congreso Eucarístico
de 1956, y la entronización de Roa Pérez, trayendo en otra oportunidad
a su amigo, el ex rey Leopoldo III de Bélgica, lo que denota el nivel de
sus relaciones en el ámbito internacional. Cuando su señora madre fa-
lleció en abril de 1957, Fernández Feo estuvo a su lado. Casó con Cristina
Zuloaga, tuvo dos hijas, se dedicó además al ramo de la construcción de
viviendas, estuvo con su familia en San Cristóbal en junio de 1965, y
murió en Caracas en 1979. Entretanto, Cisneros Bertorelli, hijo de Jorge
Cisneros y Amanda Bertorelli, de origen más modesto que el anterior,
estuvo en los días finales de su entrañable amigo, presidiendo éste la cere-
monia de su matrimonio con Carmen Luisa Gómez Vinardell, en Caracas
en julio de 1956. Su progenitora murió en 1955, tuvo tres hijas y ejerció,
en el primer gobierno de Rafael Caldera, como secretario general del INCE
y magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Fue el albacea del obispo y
se encargó de los detalles particulares de sus exequias en Catedral. Al
saber que representaba la última familia del mitrado, Cisneros publicó
con sus hijas un agradecimiento al cumplirse un mes de la desaparición
de Fernández Feo, considerándolo para los suyos como insustituible pa-
dre y consejero, culminando esta gratitud a todo el pueblo del Táchira, a
quien tanto quiso y al cual se entregó sin restricciones.

Al centro su amigo Federico Cisneros Bertorelli, siempre fiel, hasta el final,


1987.

167
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Múltiples amigos y fe democrática


El don de gentes del obispo lo hizo merecedor de considerables
amistades. Tuvo en el clero, su principal aliado, aunque algunos de sus
componentes, en quienes depositó su llana confianza, lo traicionaron en
actos incomprensibles para él. La gran mayoría estuvo fiel a su lado. Un
buen grupo de laicos comprometidos estuvo entre sus íntimos, recibién-
dolo en sus familias, en sus casas y en sus lugares de diversión, hacién-
dolo socio del Club Táchira, distinción que recibió en octubre de 1956.
Mantuvo estrecha relación con el gobernador de entonces, Antonio Pérez
Vivas, quien agradeció los gestos de apoyo del obispo a su gestión. Las
circunstancias del nuevo país surgido en 1958, cambiaron esta faz.
El mitrado fue reservadísimo al comienzo del nuevo régimen. Sus
ojos no daban veracidad a lo que presenciaba. En menos de un santia-
mén, todo se había desvanecido. Esos amigos todopoderosos de la esfe-
ra política estaban en el exilio o se habían refugiado en sus casas. Cono-
ció otras buenas gentes que lo ayudaron en su empeño de hacer crecer la
diócesis y sus instituciones. Nuevos gobernadores, ministros y parla-
mentarios surgieron a la esfera nacional. La amistad siempre llana, abrió
otras puertas.
Ramón J. Velásquez y Carlos Andrés Pérez se convirtieron en
amigos y aliados. El primero fue el enlace con el presidente Betancourt,
co-hacedor de obras como la Catedral y el Seminario. Velásquez escu-
chó sus confidencias, sus angustias, sus sueños y lo puso en el camino
expedito para grandes logros como la UCABET y El Piñal. La relación
siempre fue fraterna y de extremada confianza. Por otro lado, Pérez lo
conoció a la llegada del largo destierro, en 1958; su cercanía con
Betancourt hallaría nuevas perspectivas.

Polemizando con Carlos Andrés Pérez, 1981.

168
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Diputado al Congreso, ministro de Relaciones Interiores y peren-


ne visitante del Táchira, Pérez halló en el obispo un interesante hombre
que no sesgó sus propósitos de hacer grande esta tierra. Cuando asumió
la presidencia de la República, vino expresamente a los actos del
cincuentenario de Diario Católico, y, entre otros jerarcas, condecoró a
Fernández Feo con la Orden Francisco de Miranda en primera clase;
luego le impondría la Orden Andrés Bello en la celebración de sus bo-
das de plata episcopales en 1977, oportunidad para que el primer magis-
trado nacional expresara en el Seminario de Toico que fue en 1958 cuando
de nuevo regresé a mi patria y vine a compartir en mi tierra nativa en
los primeros meses de mi retorno. No hubo dificultad alguna para co-
municarme con aquel hombre llano, abierto, acogedor, quien me dio la
entrada a su generosa amistad. Invariablemente el obispo estuvo al lado
de las ejecutorias públicas del presidente. Compartió el momento de la
entrega de su mitra en 1985, en almuerzos públicos y privados, y al final
de sus días, sin demora, el político tomó urgente una avioneta que lo
llevó a ver la agonía de ese consecuente amigo, esperando que se recu-
perara del fatal trance. Conversaron privadamente durante media hora,
manifestándole el prelado que Dios ya había dispuesto otra cosa. En
sus exequias, Pérez afirmó que Fernández Feo significaba un ejemplo
para la Democracia, pues ayudó a construirla.

El presidente Pérez, amigo hasta el último momento, 1987.

169
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

En efecto, el obispo expresó su respaldo al nuevo sistema inscri-


biéndose en el Registro Electoral, cumpliendo con su deber ciudadano
del sufragio e instando a votar a través de una Carta Pastoral, mensaje
que publicó Diario Católico, donde advierte que es una traición a Cris-
to y a la Patria, el dar el voto al Partido Comunista, enemigo de Dios y
de la Patria. Rechazó enérgicamente los actos terroristas cometidos con
algunos altares de la ciudad en 1960, y desarticuló un paro de transporte
en enero de 1962, siendo considerado amigo de los campesinos del
Táchira.
Estas manifestaciones lo hicieron cercano de presidentes y go-
bernadores. No fue íntimo de Rómulo Betancourt, pero agradeció siem-
pre la cooperación del estadista en la transformación de la Catedral, la
construcción del Seminario y el apoyo que dio al Modus Vivendi que
derogó la antigua Ley de Patronato Eclesiástico, permitiendo que la Igle-
sia venezolana tuviera plena independencia en sus sagradas decisiones
internas. Cuando el expresidente falleció en 1981, el obispo presidió un
solemne funeral en el templo mayor del Táchira, manifestando que don
Rómulo entra a la historia del país con las banderas desplegadas.
Recibió a Raúl Leoni en el Seminario de Palmira, asistiendo en
1964, a la citada firma del Modus Vivendi que regulaba las relaciones
entre Venezuela y la Santa Sede, y estuvo con su compañero de tiempos
mozos de Caracas, Rafael Caldera, viejo amigo y antiguo feligrés, en
significativos momentos, como sus bodas de oro sacerdotales, conmo-
viéndose el magistrado ante el delicado estado de salud del obispo. Asistió
a sus exequias, declarando que la muerte del prelado es una gran pérdi-
da, dolorosamente esperada desde hace más de un año, cuando se le
hizo una operación muy delicada y se le diagnosticó una enfermedad
muy grave. Caldera vivió una década en San Juan cuando Fernández
Feo fue párroco y se confesaba con él, viéndose frecuentemente, pro-
nunciando el discurso de inauguración de una de sus obras parroquiales.
Asistió a su capilla privada en San Cristóbal, oyendo misa para desayu-
nar, entretejiendo una conversación de nostálgicas reminiscencias, ade-
más de temas políticos. Un afecto particular mantuvo con Luis Herrera
Campíns, vinculado a los jesuitas, quien hizo énfasis para la creación de
la Universidad Católica del Táchira y la transformación del seminario
en instituto universitario. Cuando celebró sus bodas de oro sacerdotales,
el presidente le envió una carta personal en la que también recordaba
sus juveniles días de San Juan, cuando su parroquia nos ofrecía a los

170
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

recién venidos de la provincia, su escenario sensible para mejorar nues-


tra preparación racional e intelectualmente en el Catolicismo Social,
para estar así bien dotados para la gran lucha ideológica moderna.
Igual expresión de fraternidad mantuvo con todos los gobernadores del
Estado que ejercieron su mando durante su episcopado. Desde Antonio
Pérez Vivas hasta Luisa Pacheco de Chacón, encontró en ellos firmes
aliados para su gobierno, siendo católicos convencidos y deferentes en
las anuales manifestaciones de saludo en los aniversarios episcopales,
coadyuvantes en su ministerio, participando algunos muy cerca en los
movimientos de laicado y asistentes a las diversas ceremonias que hon-
raron tan fecunda tarea ministerial. Estos gestos se extendieron hasta el
estamento militar, impartiendo el obispo sus masivos sacramentos en
cuarteles y otras instalaciones castrenses, recibiendo los homenajes y
honores que su investidura mereció.

El presidente Caldera en la capilla privada del obispo.


Con Mons. Carlos Sánchez Espejo, 1970.

171
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Un espíritu reservado. Amor por las artes

No obstante la solemnidad observada en esas ceremonias,


Fernández Feo fue un hombre sencillo, de manifiesta humildad expre-
sada discretamente, reservadamente. Sin embargo, a pesar de lo que se
pudiera pensar, no se sentía humillado al besar el anillo de cualquiera de
sus sacerdotes, viajar en curiara por las ciénagas del norte y sur
tachirenses, clausurar una semana misional, bendecir una capilla en un
populoso barrio, cumplir con el rito del lavado de los pies a los huéspe-
des de los ancianatos en la Semana Mayor, recibir comisiones de senci-
llas gentes de toda su diócesis, entregar la propiedad de una casa levan-
tada con recursos diocesanos a una familia pobre, saludar con respeto y
deferencia al candidato comunista Héctor Mujica, pasar la navidad en la
humilde casa parroquial de Abejales o crear la Asociación Diocesana de
Limpiabotas, con el nombre de «Mons. Justo Pastor Arias», constitu-
yendo una escuela-hogar en donde tales niños reciban, además de al-
bergue y comida, la educación primaria. Todo ello, lo hizo sin poses ni
ambages.
Sintió también un placer único por la buena música, la creada por
los grandes compositores de la historia, y conocía el repertorio sacro en
cualquiera de sus estilos. A los días de llegado, el 7 de octubre de 1952,
su amigo Aurelio Ferrero Tamayo, a través de la Sociedad Pro Arte, le
dedicó un recital del eminente pianista húngaro Georgy Sandor en el
Salón de Lectura, y mantuvo en su diócesis a sacerdotes músicos como
el canadiense Jean Marie Dumont, Raimundo Coté, el italiano Luigi
Severini, el español Pedro Garmendia, el colombiano Jesús Alfonso
García Gómez, creador de un himno para el Congreso de 1956; el eudista

172
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Alfonso Ruiz, y el tachirense Edgar Roa Rosales, a quien ordenara en


Coromoto en 1964, ocupándose el obispo de la calidad del coro del
Seminario, el que ofreciera sus primeros conciertos en junio de 1954, y
cumplió varias temporadas con páginas de la polifonía sagrada de todos
los tiempos, incluyendo Palestrina o Perosi. También disfrutó de los
tradicionales villancicos y aguinaldos del coro de Catedral, dirigido por
el maestro Andrés Sandoval.
En algunas oportunidades, se complació con las interpretaciones
de típica música tachirense, sus valses y bambucos, en plácidas serena-
tas de sus cumpleaños en Palacio, con las voces de su amiga Betty
Ramírez de Matos Pulido, del compositor Chucho Corrales y del vocalista
Nelson Hernández, recibiendo además allí, durante el mandato del go-
bernador Pedro Contreras Pulido, recitales del pianista Leopoldo
Betancourt y de la cantante vienesa Margarita Brenner, auspiciado por
la Embajada de Austria, asistiendo inclusive a los conciertos y recitales
ofrecidos en el Salón de Lectura. A la sede episcopal fue llevado un
piano particular del ingeniero Humberto Cavallin, amigo del obispo,
ejecutante también de ese instrumento y ferviente melómano.

Nelson Hernández canta para el obispo.


Capítulo aparte bien merece la participación de la Banda Oficial
de Conciertos, conducida por Tíbulo Zambrano en los oficios religiosos
de Semana Santa. Amante de este género, el director tachirense, forma-
do como clarinetista y compositor en Roma, luego de su tránsito por
varias bandas de la región, decidió arreglar para esa institución algunas

173
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

obras del repertorio sacro y académico, entre ellas el Popule Meus del
venezolano José Angel Lamas y la Segunda Misa Pontifical de monseñor
Lorenzo Perosi, con los solistas Miguel Mantilla y Belkis Chacón, in-
terpretándolas con banda y coro en los actos de las bodas de plata
episcopales de 1977, prosiguiendo esta serie durante cinco años más
hasta que retornó a Europa para estudiar composición sagrada. Fernández
Feo llegaba a cualquier hora a la casa del director y sugería el orden
musical, el cual Zambrano se aprestaba a montar con las voces estu-
diantiles de la Normal J. A. Román Valecillos, el liceo de Lobatera y
algunos aficionados, logrando una ceremonia religiosa de gran valía
artística, repetida en las fiestas patronales del Santo Cristo de La Grita y
de la Consolación de Táriba. En gratitud, Fernández Feo concedió al
músico una medalla de oro conmemorativa de sus cinco lustros como
mitrado, y una especial placa que describe tan singular encomio.
El docente José Luis Isla, organista de Catedral y antiguo herma-
no lasallista, recuerda al majo obispo, como lo llamara castizamente su
padre, en su pretensión de adquirir para la refaccionada iglesia matriz
un órgano de tubos. Pero me decía, sostiene Isla, en un sabroso artículo
publicado en 2006, ¿para qué quiero un órgano si luego no hay quien
lo toque? Luego de aceptar el músico el compromiso de ejecutarlo, el
obispo adquirió al pianista y comerciante, Tomaso Romano, un órgano
electrónico Kawai con dos amplificadores que llenaban el espacio
catedralicio. Para probar su sonido, el obispo se ubicó una noche en la
puerta de entrada, mientras el organista ejecutaba la Tocata y Fuga en re
menor de Bach. Le arrancó, además, la promesa de actuar en las gran-
des solemnidades y todos los domingos, a las ocho de la mañana, inter-
pretando la misa en gregoriano, de acuerdo al tiempo litúrgico. Como
dato curioso, en una ocasión, refiere el profesor, una religiosa quiso
hacer unos cantos con su guitarra, a lo que el prelado se opuso rotunda-
mente, pues sostenía que en la Cátedral sólo el órgano debía sonar.
Isla estuvo en las exequias de su amigo, interpretando el órgano
en los oficios musicales que alternó con la Banda Filarmónica Experi-
mental, instalada cerca de la Capilla del Limoncito, y dirigida por Luis
Hernández Contreras. La música solemne siempre acompañó la augusta
ceremonia del segundo obispo sepultado en el presbiterio, y las lágri-
mas de Isla empañaron la lectura del Liber Usualis, el cual contiene los
cantos gregorianos que el propio obispo le había obsequiado. Todo indi-
caba que las pomposas ceremonias de años atrás jamás volverían. Al

174
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

culminar una de ellas, el prelado invitó a su organista a escuchar juntos


el Adagio de Albinoni, después me mostró su colección de discos, mu-
chos de ellos llevados por su joven amigo Manuel Rugeles Acevedo,
exquisito melómano y organizador del homenaje musical que la Or-
questa Nacional Juvenil del Táchira rindiera al mitrado en junio de 1981.
Estas tenidas podían llegar hasta la madrugada. A la salida, cita Isla,
sentí una profunda admiración por el obispo, tan culto, tan noble…
También demostró su gusto particular por la pintura, asistiendo
en cuanto podía a las exposiciones presentadas en las salas de la ciudad,
siempre en compañía de monitores y expertos como sus amigos Aurelio
Ferrero Tamayo, Adolfo Vivas Arellano, Nelson Arellano Roa y los do-
centes Joaquín Cánovas y Rubén Darío Becerra. Ellos organizaron en
su honor, particularmente entre 1977 y 1981, algunas muestras signifi-
cativas de ese hacer estético, entre las que pueden citarse la del artista
chileno Octavio Acuña Solano (Galería Siqueiros, mayo 1977); los pin-
tores peruanos José y Angel Cruz (Círculo Militar, octubre 1977); una
colectiva de 15 maestros tachirenses, organizada por Ferrero Tamayo
(Palacio Episcopal, octubre 1977); 56 parroquias del Táchira realizadas
por Acuña, trabajo encomendado por Arellano Roa (Palacio Episcopal,
enero 1980), lográndose una segunda entrega de ésta, con un catálogo
que muestra la reseña de cada templo, coordinada por Vivas Arellano en
octubre de 1981, y parte del trabajo del llamado pintor de las multitu-
des, Jesús Alviárez Hurtado (Galería Manuel Osorio Velasco, noviem-
bre de 1981).

Con un grupo de pintores tachirenses, 1981.

175
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

En una ocasión, pintura y música tachirense se unieron en su ho-


nor. En sus palabras dejó plasmado su sentimiento y admiración por
cada expresión cultural. Ellas resumen la sensibilidad de su alma, amén
de la visión social que imprimió al hecho que iba más allá de los colores
y sonidos. En esta noche vosotros habéis querido escoger uno de los
medios más preciosos que dotó Dios al Hombre para comunicar senti-
mientos, afectos, estados del alma. Habéis escogido el arte de la pintu-
ra y el arte de la música. Cuánto se puede aprender de cada uno de
estos lienzos. No sólo el arte de quien los pintó; algo que está mucho
más adentro, mucho más profundo: la fe de nuestros viejos sacerdotes,
expresó, al referirse a los templos tachirenses. Qué bien hablan estos
cuadros de aquella época en que en el Táchira no existían ni arquitec-
tos que planearan, ni ingenieros que calcularan, sino que contentándo-
se con un maestro de obra, y poniéndolo en la necesidad de crear lo que
él conocía por estudio, ellos pudieron, sin embargo, en esfuerzo gigan-
tesco, poner en trabajo su imaginación. Demostró también sus criterios
sobre la música típica de la región. Estáis oyendo esta noche, dijo el
obispo, una música que es alegría, pero una música que es del alma, es
el alma de nuestro pueblo que se escribió en un pentagrama y que nos
las transmite la maravilla del sonido de los instrumentos. Asentó una
de sus significativas lecciones. ¿Queréis conocer al Táchira? Lo podéis
conocer en la fe, en estas obras levantadas, después de estos lienzos,
pero conoced también la alegría, la franqueza, la comunión del Táchira
en su música, la música es alma de un pueblo.
En el orden de las letras fue un apasionado lector, pero no
publicó obra escrita, excepto sus cartas pastorales, disposiciones y do-
cumentos oficiales, siendo pródigo con su gran memoria y su don de la
palabra, mas no dejó libro ni artículo de prensa alguno, siendo su figura
motivo de inspiración de algunos poetas como Teodoro Gutiérrez Cal-
derón y Pedro Pablo Paredes, quienes le escribieron en vida suya, senti-
dos versos como los del primero, entre ellos, Las rosas de San Macario
de agosto de 1953 y Canto a monseñor Fernández Feo, de octubre de
1956 y Monseñor Alejandro Fernández Feo del también educador
trujillano, publicados en octubre de 1981. Entretanto, una estrofa curio-
sa y premonitoria, formó un ovillejo de Asconio Pedano, publicado en
mayo de 1953.

176
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

OBISPO FERNÁNDEZ FEO


Eres enviado de Cristo,
Obispo;
de talento y virtud grandes,
Fernández.
i estáis en gran apogeo,
Feo.
Obras vuestras, las que veo.
Al Táchira marcan gloria,
Vos pasaréis a la Historia,
Obispo Fernández Feo

177
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

No pidió, ni rechazó

Un camino recorrido
Cuando tomaba la palabra en alguna reunión, el obispo parecía
no soltarla. Entablaba un monólogo sabroso, condimentado de múlti-
ples vivencias, anécdotas, personajes y lugares lejanos, su caraqueñísima
enjundia, dejando unos escasos intervalos a sus contertulios, lo que hizo
decir a Lucas Guillermo Castillo Lara, que Fernández Feo era un inter-
locutor intersilente.
Los honores que recibió en su vida fueron producto de una larga
siembra, también de su permanente atención a lo que sucedía en derre-
dor suyo, y en el mundo en general. Esa vivaz palabra dejaba absorto a
los periodistas que pudieron ser testigos de su elocuencia. Bien podía
hablar de la Iglesia del silencio tras la Cortina de Hierro, recordando el
heroísmo del cardenal polaco Mindszenty, y tener perfecta cuenta de los
sacerdotes de su diócesis, sus procedencias y congregaciones a que per-
tenecían. A veces confesó algunas intimidades que no volvió a expresar,
como la dispensa concedida para su ordenación, pues sólo tenía 22 años
en lugar de los 24 requeridos, como lo dijera a Mireya Vivas del Diario
La Nación, periódico que publicó también un diálogo con Marcelino
Valero, encontrándolo el periodista cordial, amistoso y sencillo; entre-
tanto, José Pulido, redactor de Diario Católico, se intimidó ante su per-
sonalidad muy fuerte y definida que impide entrar de lleno en el terreno
de las preguntas, contestándole sonreído el prelado, no se preocupe y
haga su trabajo. En otra ocasión se le escapó decir que el Táchira ha
sido un cofre cerrado, como lo fuera también con otros aspectos que
sólo comentó en noviembre de 1953 a Enrique Delgado, redactor de

178
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Vanguardia, entre ellos, su juego infantil de oficiar misa con los santos
de sus tías ataviado de todos los ornamentos; su decisión definitiva de
partir al Seminario dejando en llanto a su madre y a sus hermanas ma-
yores. También reveló que estudió en la escuela dirigida por la legenda-
ria Antonia Esteller, y en la Normal del sabio colombiano, Teodosio V.
Sánchez, rector cultural del Táchira de fines del siglo XIX y comienzos
del XX. Pidió oficio de palmatoria para asistir a la consagración de To-
más Antonio Sanmiguel como obispo en 1923, sin saber que sería, con
intervalo de un titular, sucesor suyo en San Juan y en San Cristóbal.
Expuso haber estado en Altagracia como párroco, donde en tiempos
remotos un pariente suyo, Pedro Fernández Feo, miembro de una fami-
lia de 17 hermanos, 8 de los cuales fueron sacerdotes, ejerciera también
como cura de almas. A todos les dijo, de todo corazón, que su mayor
felicidad como sacerdote fue el día de su ordenación.

Una vida colmada de honores


La trayectoria de casi un cuarto de siglo al servicio de la Iglesia
venezolana fue considerada por el presidente Marcos Pérez Jiménez,
condecorando a Alejandro Fernández Feo con la Orden del Libertador,
en el grado de Comendador. No se tienen noticias de otros galardones
menores. Esto indica la gran relación existente y el aprecio que el pri-
mer magistrado tenía al sacerdote, al que conocía desde tiempos mozos
caraqueños, cuando su obra pastoral de tres lustros en San Juan adquiría
mayor notoriedad. En la Residencia de Gobernadores, su titular, Anto-
nio Pérez Vivas, el 2 de julio de 1955 impuso al obispo que apenas
iniciaba una tarea que sólo se circunscribía a su acción en el Seminario,
mas no en otros resultados tangibles, la preciosa joya aprobada un año
atrás, la que también recibiera su amigo, el obispo de Barquisimeto,
Críspulo Benítez, además del presidente del Banco Táchira, Buenaven-
tura Jaimes, en el grado de Oficial.
En sus palabras, Fernández Feo, agradeció el gesto presidencial,
el que tuvo en cuenta no mis méritos personales, sino los de la institu-
ción que represento, considerándola, un nuevo estímulo para esforzar-
me cada día más en llegar a ser un obispo digno de aquellos grandes
prelados que dieron tanta gloria a Dios y brillo a nuestra Patria, a la
vez que ratificó la acción de Antonio Pérez Vivas, cuyas manos se en-
cargaron hoy de honrarme con estas insignias enaltecedoras, habién-
dome prestado su valiosa colaboración en la grave y difícil tarea de mi

179
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

apostolado pastoral, y aún más, me ha brindado siempre su sincera y


leal amistad. Conocedor del criterio de Pérez Jiménez sobre las relacio-
nes entre la Iglesia y el Estado, expresó el obispo que, no puedo evitar
que al mirar sobre mi pecho episcopal la cruz, la efigie de Bolívar y la
bandera de mi Patria, vea en ello el más feliz presagio de que en día no
muy lejano habrá de encontrar el afortunado instrumento legal que
asegure para siempre esta feliz armonía a las generaciones venideras,
en directa alusión a la Ley de Patronato y al establecimiento del Modus
Vivendi entre Venezuela y la Santa Sede, hecho logrado en 1964.

Antonio Pérez Vivas impone la Orden del Libertador, Julio de 1955.


Durante los gobiernos de Betancourt, Leoni y Caldera, el prelado
no recibió distinción oficial alguna, excepto la Cruz de las Fuerzas Ar-
madas Policiales del Táchira, en julio de 1973. Luego, el tachirense
Carlos Andrés Pérez, su amigo personal, lo condecoró con la Orden
Francisco de Miranda en Primera Clase, durante los actos del
cincuentenario de Diario Católico, celebrados en mayo de 1974. Segui-
damente, en el Seminario de Palmira, el 25 de octubre de 1977, el ma-
gistrado le confirió la Orden Andrés Bello en Primera Clase, con motivo
de sus bodas de plata episcopales. Ese año, precisamente, la municipa-
lidad de San Cristóbal lo honró con su máximo galardón, el Emblema
de Oro de la Ciudad que le fuera impuesto el 31 de marzo, con motivo
de los 416 años de su fundación, teniendo Gerson Rodríguez Durán, el
expresidente proponente, abogado y uno de los jóvenes profesores fun-
dadores de la UCABET, la responsabilidad de pronunciar el elogio del
mitrado. En ese acto fue además distinguido como Hijo Ilustre,
acotándose que el 11 de octubre de 1956, bajo la presidencia de Pablo

180
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

A. Suárez, el Concejo Municipal lo había enaltecido como tal, a propó-


sito de sus bodas de plata sacerdotales.
En un acto organizado por la Asamblea Legislativa del Táchira,
presidida por Teodomiro Chaparro, el estamento militar lo condecoró
en 1977 con la Cruz de las Fuerzas Terrestres, ya que el cuerpo delibe-
rante no había instituido orden alguna, recibiéndola al año siguiente
cuando fue promulgada la condecoración 21 de Septiembre de 1864. En
esta oportunidad el prelado le manifestó a Chaparro, que la aceptaba de
acuerdo con aquella vieja frase «los honores no se buscan porque ello
es cosa vil, pero tampoco se rechazan porque ello es soberbia mal edu-
cada», reconociendo el obispo, mi absoluta carencia de méritos para
tan señalado honor, sabedor del gesto con el que han querido mostrarse
de acuerdo con los innegables merecimientos de la Iglesia Católica,
Madre de la civilización de nuestros pueblos y en particular del estado
Táchira.
La Cámara de Comercio e Industria del Táchira le entregó la Or-
den al Mérito Empresarial en dos oportunidades, en febrero de 1979 y
octubre de 1985, situación semejante a la adjudicación, por segunda
vez, de la Orden del Libertador, en grado superior, en acto presidido por
el encargado del Ejecutivo Nacional, Rafael Montes de Oca, en el Hotel
El Tamá el 2 de octubre de 1981, con la asistencia, entre otras persona-
lidades, de los expresidentes Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. El
mitrado, al retribuir este nuevo merecimiento, expresó que la Patria sólo
hace honor al sacerdote y a su misión, agregando que en mi vida con-
templé persecuciones contra la Iglesia y jamás pensé que pudiéramos
llegar al estadio actual, en que se mueve nuestra Patria desde hace
algún tiempo, en que hay un respeto profundo entre las instituciones y
una profunda amistad entre ellas. Por último, en sus días de moribun-
do, en la habitación que ocupó en la Policlínica Táchira, y ante la pre-
sencia del expresidente Pérez, la gobernadora Luisa Pacheco de Chacón,
le impuso la Orden Manuel Felipe Rugeles, la máxima distinción cultu-
ral del Estado, el 3 de septiembre de 1987, ocasión propicia para conde-
corar a los dos agentes policiales que tuvieron la responsabilidad de
protegerlo por más de una década, José Antonio Niño y Enrique Moros.
Destacados fueron los homenajes que recibió en vida. El primero
de ellos fue el expresado el día de su llegada a San Cristóbal en 1952,
cuando la municipalidad, en la entrada de Puente Real le concedió las
llaves de la ciudad, oyendo luego las palabras de su titular, Henrique

181
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Morales Rojas, describiendo al novel prelado, diciéndole que traéis el


alma joven y el corazón lleno de energías. Tenéis las manos blandas
para empuñar el báculo que ha de marcar el derrotero espiritual de
este pueblo, presagiándole con relativa certeza que en el desarrollo de
vuestro alto ministerio no será aquí, en esta tierra, un camino sembra-
do de espinas y guijarros. Tened la seguridad, que por todos los sitios
de este Estado que os dignéis visitar, encontraréis núcleos de gentes
que respaldarán vuestra obra y secundarán con lealtad y firmeza los
dictámenes de la Iglesia. Además, culminó en su bienvenida, Morales
Rojas, para el desarrollo de vuestro santo apostolado, contáis con la
cooperación de ese ejército de sacerdotes virtuosos y abnegados. Con
esa falange de excelentes colaboradores, jamás decaerá el vigor y la
pujanza de nuestro catolicismo.
El cabildo de San Cristóbal fue deferente con el obispo. Designó
al arzobispo Arias Blanco, en su visita de 1953 como Hijo Esclarecido;
nombró Huéspedes de Honor a los mitrados asistentes al Congreso
Eucarístico de 1956, año en que festejó el centenario de la parroquia
San Juan Bautista, entregando a la diócesis la Capilla de El Calvario de
la calle 15, ubicando además la sagrada imagen del Cristo del Limoncito
en su salón de sesiones. La municipalidad dispuso, en tiempos de Luis
Alberto Santander, un terreno para la construcción de un centro religio-
so en el Barrio Cuatrocientos, como fue llamado inicialmente el Prime-
ro de Mayo. Cuando la UCABET fue creada, la Cámara dispuso el otor-
gamiento de 12 becas a estudiantes nativos de la ciudad para sufragar
sus estudios. A esto se agrega que presidentes comprometidos con la fe
cristiana como Francisco Romero Lobo e Ildefonso Moreno Mayo, ex-
presaron al purpurado sus mejores consideraciones personales e
institucionales. Dentro de estas manifestaciones, la primera dama en
presidir el Concejo Municipal, Iraima Ruiz de Guerrero, rigió el home-
naje dispuesto en sus bodas de oro sacerdotales, designando orador al
ex gobernador Jorge Francisco Rad Rached, entonces rector de la UNET
y amigo íntimo del agasajado. Además, en diversas épocas, la Cámara
se manifestó proclive a la acción episcopal, realizando todos los pasos
jurídicos para la donación de terrenos propicios para semejante tarea.
Los demás estamentos sociales honraron la figura y las realiza-
ciones de Alejandro Fernández Feo. Ordenes y congregaciones religio-
sas, clubes filantrópicos y sociales, instituciones educacionales, orga-
nismos privados y otras municipalidades que lo declararon Hijo Adopti-
vo, se manifestaron en los actos lucidos con las prestantes voces de

182
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

oradores como Atilio Paolini, Hernán Sánchez Porras, Horacio Cárde-


nas Becerra, Omar Biaggini, Héctor Dávila Barón y Edgar Moreno
Méndez, éste último en el Gimnasio de Colón cuando cinco concejos de
la zona norte, Michelena, García de Hevia, Panamericano, Ayacucho y
Jáuregui lo distinguieron en diciembre de 1977. Al responder tanta bon-
dad, el mitrado recordó una de sus frases pronunciada a su llegada
como titular de la diócesis, yo vengo a ser el padre de todos, de los
unos y de los otros, de los buenos y de los malos, porque soy represen-
tante de un Dios que hace nacer todos los días el sol sobre los justos
y los pecadores.

Las municipalidades del norte tachirense reocnocen su obra.


Con el concejal César Galeazzi.

Entrada triunfal a la Plaza de Toros. Bodas de oro sacerdotales, 1981.

183
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Bodas de Oro sacerdotales. 1981


De todas las celebraciones y homenajes realizados, la conmemo-
ración del medio siglo de vida sacerdotal de Alejandro Fernández Feo,
es el más recordado de los actos culminado con una masiva eucaristía
efectuada en la Plaza Monumental de Toros de Pueblo Nuevo, la estruc-
tura que bendijera el 18 de enero de 1967. La llamada Junta Pro Bodas
de Oro constituida en junio de 1981 fue presidida por Nelson Arellano
Roa, contando con la presencia de destacados colaboradores como Juan
Bautista Morales, Gloria de Rad Rached, Héctor Dávila Barón, Enrique
Colmenares Finol, Iván Danilo Chacón, Iraima de Guerrero, Eduardo
Flores Alvarado, Ildefonso Moreno Mayo y monseñor Alejandro
Figueroa Medina, como coordinador general, además de otros laicos
como Adolfo Vivas Arellano, Francisco Ramírez Espejo, Hugo Santos,
Luis Enrique Mogollón Carrillo, Teodomiro Chaparro, Inés Delia
Kellerhoff de Ferrero Tamayo y Alicia de Ramírez Espejo. De inmedia-
to se establecieron las comisiones de trabajo distribuidas en liturgia,
homenajes, elaboración de recuerdos, invitaciones, prensa, publicidad y
relaciones públicas, recepción y hospedaje, elaboración de programas,
cartas pastorales, finanzas, banquete, arreglo de Catedral y Palacio
Episcopal.

Bodas de oro sacerdotales, 1981.

184
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

El programa de actos contempló el inicio de ellos el lunes 19 de


octubre, con el homenaje de los movimientos de apostolado seglar, en el
Palacio Episcopal; luego, en el Fuerte Murachí de Vega de Aza, las Fuer-
zas Armadas Nacionales rindieron su tributo, al culminar ese día con la
segunda exposición de pintura de los templos parroquiales del Táchira y
una serenata. El miércoles 21 se efectuó en el Seminario Santo Tomás
de Aquino la deferencia manifestada por el clero, seguida del acto aca-
démico de constitución del Instituto Universitario, con la participación
del ministro de Educación, Rafael Fernández Heres. Al día siguiente, un
largo desfile de instituciones y personalidades, especialmente escogida
y determinada la cantidad de asistentes por renglón, se efectuó en el
Palacio Episcopal, culminando ese día con una sesión especial de la
Asamblea Legislativa. La juventud hizo presencia en la Plaza Juan
Maldonado, siendo esperada por el obispo en su balcón personal, con
un desfile masivo de colegios y misiones que dio paso a la reunión del
cabildo, en el homenaje rendido por la municipalidad. Las religiosas de
distintas congregaciones llenaron la Catedral el sábado 24 para acudir
todos al espacio ubicado frente a Diario Católico en la carrera 4, y asis-
tir a la colocación de la primera piedra del Museo Diocesano «Mons.
Alejandro Fernández Feo». En la noche, en el Hotel El Tamá el Ejecuti-
vo del Estado, la legislatura y la municipalidad ofrecieron un regio ban-
quete con invitación especial. El domingo, a partir de las 10 de la maña-
na, la Plaza de Toros recibió una gigantesca muchedumbre que colmó
sus espacios, con la presencia de varios arzobispos y obispos de Vene-
zuela, y la totalidad del clero diocesano. A la cinco de la tarde el obispo
inauguró la Iglesia del Seminario, grata concesión de la Presidencia de
la República, destinándose como titular a Nuestro Señor Jesucristo, sumo
y eterno sacerdote.
Esa celebración matinal del domingo reunió como nunca antes a
la feligresía en torno a su obispo. Todas las autoridades de distintos
estamentos estaban allí. Los ex presidentes Pérez y Caldera se confun-
dieron con la feligresía que acudió con fervor a demostrarle a su pastor
su respaldo y su aplauso por sus dones espirituales y materiales. Una
gigantesca cruz resaltó en el ruedo del circo y la larga ceremonia trans-
currió como una gran profesión de esperanza. Correspondió al arzobis-
po Miguel Antonio Salas, catoniano eudista, ex rector del Seminario
Santo Tomás de Aquino, y titular de la mitra emeritense, el honor del
discurso central. Sin embargo, advirtió que no hablaría de las obras físi-

185
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

cas de su amigo, que habían sido juzgadas por otras voces. El se empe-
ñaría en demostrar la fuerza espiritual del eclesiástico, iniciando su in-
tervención con la palabra divina del Salmo 110, Tú eres sacerdote por
siempre. Lo ha jurado el Señor y no se retractará.

Delante de la Virgen de la Consolación.


Bodas de Oro sacerdotales. Plaza de Toros, 1981.

Invitó a los presentes a reflexionar sobre el sacerdocio, a descen-


der al fondo de las cosas para buscar el por qué de la obra magnífica
de nuestro obispo, para hallar el móvil de las trascendentales realiza-
ciones del obispo del Táchira. Se remontó al ministerio de Cristo, al
Cristo-Sacerdote que realizó su misión redentora, grandeza de la que
participa por misericordia condescendencia del Señor, el sacerdote-
ministro. En él se continúa ese gran ministerio de amor. Cuando Cristo
confiere a sus discípulos el tremendo poder de convertir el pan en su
cuerpo y el vino en su sangre, de celebrar la Sagrada Eucaristía, expre-
só Salas, no les está dando una simple delegación extrínseca; les está
dando una participación real que los configura ontológicamente con
El. Tal es la grandeza y la sublimidad del ministerio sacerdotal, tal la
importancia del sacerdote: ser otro Cristo como lo ha intuido siempre,
sin conocer mucho de teología, el pueblo fiel, acotó el arzobispo, al
llamar al sacerdote «Dios en la tierra».

186
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Hizo notar una gran reflexión, trascendiendo lo material del acto.


Yo me pregunto, culminó el eudista, cuántos son los católicos que en
medio de estas celebraciones jubilares piensan en esa trascendental
labor de llevar la gracia a las almas, realizada por monseñor Alejan-
dro Fernández Feo a lo largo de cincuenta años. Cuántos habrán pen-
sado en los innumerables bautizos, confesiones, comuniones, matrimo-
nios, unciones de enfermos administrados en cincuenta años de
sacerdocio. Porque es en los sacramentos donde el sacerdote infunde
la gracia en las almas. Es fácil admirar las obras exteriores como las
edificaciones materiales, pero resulta difícil, porque hace falta mucha
fe, calibrar la obra de la gracia que por ser interior y sobrenatural,
escapa a los sentidos, concluyó monseñor Salas.
Ciertamente, fue por la dimensión de la asistencia y lo allí expre-
sado y sentido, una manifestación singular de admiración y gratitud.

Desde el balcón del Palacio Episcopal. Bodas de Oro, 1981.

187
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Una obra espiritual y material

El escudo episcopal que Alejandro Fernández Feo adoptó, seña-


laba una gran verdad: Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra
fe. En resumen, la interpretación de Aurelio Ferrero Tamayo, también
experto en heráldica, explica que en el campo superior azul se encuentra
una cruz alanceada, anunciando la fe combativa; lo encorado de sus
brazos y remate muestra que ese combate tiene por fundamento la espe-
ranza en Aquel que da el triunfo. La cruz roja, bordeada en oro, indica la
lucha de caridad. Dos flores de lis recuerdan la Inmaculada y los dere-
chos del Romano Pontífice. El águila bicéfala sobre campo de plata en
el inferior del escudo, representa la victoria que produce una fe combativa,
esperanzada, caritativa, protegida por la intercesión de María y someti-
da en todo al Vicario de Cristo.
Ese significado enrumbó todo el accionar sintetizado en el docu-
mento que la diócesis emitió a la muerte de Fernández Feo, redactado
así. Durante 32 años rigió los destinos de esta Diócesis. Construyó el
Seminario de Palmira; fundó la Universidad Católica del Táchira;
modernizó a Diario Católico; fundó el pueblo de San Rafael de El Piñal;
creó treinta y cuatro parroquias; construyó la residencia episcopal;
remodeló la Catedral y la Basílica de Táriba; fundó el Cabildo Cate-
dral; celebró el Primer Congreso Eucarístico Diocesano y el Primer
Congreso Mariano. Durante su pontificado se construyeron veinticua-
tro templos y veintinueve casas parroquiales; obtuvo el título de Basíli-
cas Menores para las iglesias de La Consolación de Táriba y del Santo
Cristo de La Grita; obtuvo el honor de la Coronación Canónica para la
imagen de N. S. de la Consolación; trajo a la Diócesis cuatro Congre-

188
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

gaciones Religiosas Masculinas y quince Congregaciones Femeninas;


ordenó cincuenta y dos sacerdotes; realizó Visitas Pastorales varias
veces a todas las Parroquias; mantuvo las conferencias mensuales del
Clero.De ello dio fe pública el mitrado Ramírez Roa.
Quedan fuera de este protocolo las primeras tareas emprendidas
en el Seminario de la carrera 14 el mejoramiento de sus aulas y la edifi-
cación de las nuevas, el ensanchamiento del campo deportivo, la cons-
trucción de la piscina, la modernización de la biblioteca y la creación de
su selecta discoteca, entre otras. La reactivación de la Acción Católica y
sus cuatro ramas, el establecimiento y puesta en servicio de las emisoras
Radio Junín y Radio El Sol, la fundación de la Normal Diocesana, la
Residencia Estudiantil, la Asociación de Limpiabotas Diocesanos como
un acto de filantropía, sumándose, como lo dijera Nelson Arellano Roa,
otra serie de servicios y trabajos que sólo Dios puede justipreciar, que-
dando entre sus proyectos no logrados, la realización del segundo sí-
nodo, como lo anunciara a su llegada del Vaticano Segundo, en diciem-
bre de 1965. El propio obispo confesó su visión sobre el aporte de la
Iglesia al desarrollo del Táchira, en una entrevista concedida a Eliseo
Sánchez Rondón, de Diario Católico, en octubre de 1981.

Atendiendo a los humildes.

189
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

El desarrollo de una región no consiste sólo en el aspecto mate-


rial y económico de los pueblos, sino fundamentalmente en su desarro-
llo espiritual e intelectual, iniciando el mitrado así, su respuesta. Nadie
podrá seguir siendo fiel a la historia de que el Táchira bajo estos tres
aspectos ha sido factor decisivo de su desarrollo. Siguiendo esta tradi-
ción, debo agradecer a Dios el haber permitido crear veintidós nuevas
parroquias, siguiendo el ritmo del crecimiento demográfico de la enti-
dad. Ver elevado el número de sacerdotes a 110, y las nuevas congre-
gaciones, que han venido a trabajar en el apostolado nuevas organiza-
ciones apostólicas, colegios y sobre todo universidades. No es pequeño
factor de desarrollo el que la primera universidad que se abrió en el
Táchira la sostiene la diócesis, y que el Seminario Diocesano, aún an-
tes de ser elevado a Instituto Universitario, fue el primer centro de estu-
dios superiores que tuvo la región. Cada párroco, como lo puede com-
probar el testimonio de los pueblos, ha sido y es factor de desarrollo
espiritual, moral, cultural y aún factor decisivo en el desarrollo mate-
rial de sus pueblos.

190
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Toda la vida, siempre sacerdote

De niño nunca pensé en otra cosa que en ser sacerdote, confesó


muchas veces Alejandro Fernández Feo, mientras veía el ya citado re-
trato plasmado a los cinco años de edad, ataviado con los ornamentos
con los que oficiaba, como juego de infancia, la misa alrededor de las
imágenes sagradas en la habitación de una de sus tías. Su progenitor, en
tono burlón, le dijo que cuando llegase a ser torero se reiría de ella,
refiriéndose a la fotografía. Sin embargo, el destino dispuso lo contra-
rio. Un año después, los labios yertos de su padre, le dijeron: si tú, el día
de mañana te sientes con vocación sacerdotal, y quieres ser sacerdote,
yo desde donde Dios me ponga, lo veré con mucho gusto.

Toda la vida sacerdote. Vestido con hábitos a los cinco años de edad.

191
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

El ímpetu religioso impregnó al infante desde su nacimiento el 6


de noviembre de 1908, en una casa ubicada entre las esquinas de Miran-
da a Maderero, en la caraqueñísima parroquia de Santa Teresa. A las
seis semanas de nacido, el 13 de diciembre fue bautizado por el presbí-
tero Mariano Parra Almenar, párroco de Santa Teresa, actuando como
padrinos, su tío Roberto Fernández Feo y su propia hermana mayor,
Clara Margarita. La confirmación le fue suministrada ese día por el ar-
zobispo de Caracas, Juan Bautista Castro, siendo su tío materno, Pedro
Rafael Tinoco, ministro de Gómez, y su tía política, Teresa Fornez de
Fernández Feo, los padrinos de este sacramento.
Estos datos suministrados por Fernández Feo a su amigo, José
León Rojas Chaparro, quien asistió como delegado tachirense a la con-
sagración del nuevo obispo en la Iglesia de San Juan, acto presidido por
el nuncio Armando Lombardi el 24 de agosto de 1952, formaron un
artículo repleto de detalles inéditos sobre el personaje que a lo largo de
tantos años fueron obviados inexplicablemente, por sus sucesivos cro-
nistas. Dice Rojas Chaparro, en el trabajo publicado por Diario Católi-
co, el 24 de octubre de 1956, que el pequeño aprendió sus primeras
letras con la señorita Adela Balda, pasando a un colegio particular diri-
gido por la gloriosa Antonia Esteller, sobrina bisnieta del Libertador,
culminando la primaria en el Colegio Normal bajo la rectoría del céle-
bre bogotano Teodosio V. Sánchez, un hombre del renacimiento esta-
blecido en San Cristóbal en 1887, destacándose como educador, músi-
co, fotógrafo y periodista, quien se radica en Caracas en 1915, notable
por su obra en el Colegio de Los Dos Caminos. El 31 de mayo de 1916,
Alejandro recibió la primera comunión de manos del padre Parra, luego
de aprender el catecismo de labios de su señora madre y de la señorita
Ignacia Henche.
Definido el camino al sacerdocio, ingresó con su compañero, José
Rafael Pulido Méndez, el primer viernes de enero de 1921, al Seminario
Santa Rosa, ubicado en una vetusta casona al lado de la Catedral. Encla-
vado el instituto en la Sabana del Blanco, el seminarista y sus condiscí-
pulos ayudó a pasar los viejos muebles al nuevo edificio. Formado por
los jesuitas, recibió la sotana el 31 de julio de 1922, y aprobados con
éxito los sucesivos cursos, de nuevo, ese Táchira distante al que no co-
nocía, se le vuelve a aparecer en la figura del arzobispo Felipe Rincón
González, vicario en San Cristóbal desde 1900, hasta su nombramiento
como primado de Caracas en 1916. Sería este zuliano, ordenado a los

192
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

34 años de edad, antiguo vendedor de sombreros y amigo del general


Gómez, quien marcara fechas trascedentes en la vida del seminarista
Fernández Feo, aplicándole la tonsura el 20 de octubre de 1926, impo-
niéndole las órdenes menores entre el 31 de octubre y el 1º de noviem-
bre de ese mismo año; confiriéndole el subdiaconado y el diaconado,
respectivamente, el 22 de febrero y el 3 de marzo de 1931. Ordenado
por el nuncio Fernando Cento en la Iglesia de Candelaria el 25 de octu-
bre de 1931, bajo dispensa papal, pues apenas tenía 22 años cumplidos,
debe decirse que el solemne acto se efectuó allí por la amistad del novel
presbítero con su titular, Esteban María Reverón. El padre Fernández
Feo ofició su primera misa en ese templo que guarda los restos del vene-
rable José Gregorio Hernández, el 1º de noviembre de 1931, asistido
por Reverón y su maestro jesuita Miguel Arteaga.
Vicario cooperador de la parroquia de la Divina Pastora, bajo la
rectoría de monseñor Manuel Pacheco, apenas estuvo allí un año cuan-
do asumió su primera responsabilidad como párroco en Antímano, per-
maneciendo un lustro, realizando notable labor espiritual a la vez que
dejó una escuela para niños pobres, otra nocturna para obreros y em-
pleadas del servicio doméstico, además de un comedor. Refaccionó el
templo y construyó la plaza de enfrente y levantó el primer monumento
consagrado en Venezuela al Sagrado Corazón de Jesús, estatua obse-
quiada por el tachirense, Antonio Díaz González, ministro de Gómez.
Dijo, el luego obispo, a Rojas Chaparro, que la obra de la que conserva
mayor recuerdo de este ejercicio fue la consagración de la parroquia al
Sagrado Corazón de Jesús, para lo cual se hicieron misiones en todos
los caseríos, dejándolos casi limpios de concubinato, se entronizó el
Corazón de Jesús en esos mismos caseríos y se hizo la solemne e impo-
nente consagración. Vale acotar que Fernández Feo hablaba de la Cara-
cas de 200 mil habitantes, aún plena de haciendas en las que serían
populosas barriadas, hecho que le hizo decir a él, muchos años después
que no conocía la capital de grandes edificios y autopistas. En Antímano,
según nota publicada por Aurelio Ferrero Tamayo en agosto de 1978, el
párroco Fernández Feo visitaba todos los domingos la casa de uno de
sus notables parroquianos, don Arturo Sosa, padre de quien fuera el
ministro y banquero, Arturo Sosa Fernández, economista y abogado de
formación jesuita, integrante de la Junta de Gobierno de 1958, y padre
del sacerdote jesuita Arturo Sosa Abascal, ordenado por Fernández Feo,
superior provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela y luego rec-

193
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

tor de la Universidad Católica del Táchira. En esa casa, la tertulia era


también animada por Eduardo Sucre, descreído por no decir ateo, se-
gún la reminiscencia escrita por Ferrero Tamayo, a quien el párroco
ayudara a bien morir. De esa época data su amistad con connotados
personajes como Rafael Lander Rivero, Alejandro Alfonzo Larráin, Al-
berto Silva Guillén y Napoleón Dupouy. Promocionó, igualmente, la
construcción de la primera cancha de fútbol del sector, deporte que prac-
ticó en sus mocedades.
Seis meses fue titular de Altagracia, sucediendo a uno de sus an-
tepasados, el sacerdote Pedro Fernández Feo, para asumir en octubre de
1937 la rectoría de San Juan donde emprendiera una labor de considera-
ble notoriedad, logrando además de su tarea espiritual, la construcción
de la escuela para niños pobres con edificio de dos pisos para 330 alum-
nos; la nocturna para 200 obreros, una escuela de capacitación para
maestros y oficiales de albañilería y una casa cuna con 60 plazas para
recibir niños entre 6 meses y 4 años, recordándole el obispo al periodis-
ta Enrique Delgado, de Vanguardia, en noviembre de 1953 que, el alma
de esta obra y mi mano derecha fue otra tachirense, Blanca Baldó de
González Rincones, esposa del médico Pedro González Rincones, y quien
en unión de su marido dirigía el establecimiento. Ella murió poco antes
de venirme al Táchira y precisamente, mi último acto de párroco fue el
cambiar el nombre de la Casa-Cuna. Ahora se llama Casa Cuna
Parroquial Blanca Baldó, en memoria de quien se dio por entero a esa
importante obra social. Reinauguró la casa parroquial en un acto en el
que intervino el joven profesor universitario, Rafael Caldera, en una
época en la que el propio párroco de San Juan impartía clases con su
estilo duro, enérgico, pero afectuoso, acompañado por docentes mozos
como Reinaldo Leandro Mora, en el espacio de discusión de la presen-
cia católica de la juventud, al que asistieron el llanero Luis Herrera
Campíns y el tachirense Jesús María Sánchez, miembros jotacevistas
que distendían su afán de estudio con una buena partida en la mesa de
billar instalada en la solariega casa sanjuanera. La confraternidad fue tal
que las llaves del Sagrario no fueron dadas a los notables del lugar, sino
a los jóvenes, respondiendo de ellas, inclusive, un dirigente obrero, Lucas
Carapaica, demostrando el también capellán de la Cárcel Modelo, don-
de fundó otra escuela y un taller de alpargatería para los presos que en
su mente no había distinciones, sectarismos ni clases preestablecidas,
como injustamente se le endilgó. De esa promoción juvenil surgió su

194
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

fraterno confidente, Federico Cisneros Bertorelli, quien cerró sus pár-


pados en la hora final de su agonía.

Con el presidente Rafael Caldera, viejo amigo y antiguo feligrés.

Llegado al Táchira como obispo, ese apoteósico último domingo


de septiembre de 1952, la emoción y la fuerza espiritual de sus poblado-
res se volcaron a recibirlo. En adelante, esa larga tarea, manifestada en
múltiples órdenes, ha sido descrita en detalle. Consagró a la Virgen de la
Consolación su ministerio, y en cualquier día se le veía postrado, oran-
do en las bancas de la Basílica para la que logró la bula pontificia de
Juan XXIII, como un parroquiano más ante la veneranda imagen que
llevó en el vehículo de su amigo Alberto López Cárdenas al Congreso
Eucarístico de 1956, y que luego del accidente de tránsito sufrido en
Pregonero en 1982, le fuera presentada en su habitación de convalecien-
te por decisión del párroco Sixto Somaza, otra vez en compañía de López
Cárdenas. El propio obispo le habría confesado a Somaza su deseo de
ser enterrado allí, cerca de su amada Señora.

195
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Postrándose ante la Señora de Táriba, 1985.

Logró con tesón sus más significativas obras materiales, la Uni-


versidad Católica y el Seminario de Toico. En la primera tuvo significa-
tivos aliados. Uno de ellos, Aurelio Ferrero Tamayo, abrió con su clase
magistral en el auditorio del Salón de Lectura, las sesiones primigenias
de 1962, palabra repetida en el comienzo del año lectivo 63-64, cuando
el viejo Seminario de la 14 abría paso a la casa superior. Presidió una
procesión mariana a Palmira para continuar la tarea de formar sacerdo-
tes, verdaderos líderes comunitarios, hacedores de bien, ordenando el 9
de agosto de 1964 al primer diocesano egresado de allí, Edgar Roa Ro-
sales, cultivador de juventudes, probo organista y músico. Cuando era
niño, el futuro padre Roa, fue el orador que despidió al obispo en 1955
cuando partió a Río de Janeiro, al encuentro de obispos de América
Latina que dio origen al CELAM.
Maniático de la puntualidad, esperaba media hora al comienzo de
cualquier acto. No cumplida la exigencia, su agenda obligaba su intem-
pestivo retiro, pudiendo mostrar soberbia pero enseñaba lo marcado en
la sagrada palabra, la hora exacta para la hechura de las cosas, entre
ellos el cumplimiento de sus deberes íntimos, como los de confesar su
propia conformación de hombre. Bien podía acudir a un buen confesor,
el redentorista Leonardo González Cudeiro, llegado a San Cristóbal en
1927, caminando hacia el tribunal de la penitencia en expiación de debi-
lidades.

196
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Ese mismo tránsito lo realizó para estar entre todos, combatiendo


el encierro de esa casona grande llamada indebidamente palacio. Por
ello, bien podía ir enhiesto en las tardes taurinas de enero, recordando,
ciertamente, las vespertinas caraqueñas de su padre en el Circo Metro-
politano de Caracas. Otra forma de huir de la soledad, penitencia ma-
yor, así llamada por él, era la tertulia con algún imprevisto visitante,
luego de leer sus queridos libros de liturgia y cánones para oír música
de los grandes maestros. Por ello no era extraño verlo en el Seminario a
la hora de la cena, como uno más, sirviéndose el sencillo alimento en su
menaje. La prescripción médica se reflejaba en el solitario desayuno
donde podía estar en ciertas ocasiones con un parroquiano, tomando un
simple café con un jugo. En otras ocasiones convidaba a otro de sus
íntimos, pudiéndolo ser el cronista de San Cristóbal, J. J. Villamizar
Molina, sabedor directo de los afanes de monseñor Bernabé Vivas en el
hacer del templo de Santa Ana, inquiriendo el obispo a su amigo, la
descripción exacta de las reliquias allí exhibidas. Del mismo modo, como
exigía la puntualidad, respetaba el tiempo de los demás y, en cualquier
intervención suya, en escuelas y liceos, se quitaba el reloj de su muñeca,
advirtiendo el tiempo preciso de su oratoria, cumpliéndolo a cabalidad.
Podía enfurecerse cuando alguien no atendía una invitación suya, lla-
mando al día siguiente para advertir que el ausente sería excluido del
protocolo oficial de Palacio, siendo esta, tal vez otra de sus intolerancias.
Sabedor de las reformas del Concilio Vaticano II del que fue tam-
bién protagonista, estableció los nuevos cánones litúrgicos, dando la
misa de cara al pueblo en idioma castellano; nuevas situaciones que
estuvieron manifiestas, como la ocurrida a mediados de los cincuenta
cuando se establecieron las misas vespertinas en respuesta al cambio de
costumbres, al agite cada vez mayor de las vidas de los parroquianos, a
los tiempos que sepultaban los anteriores formalismos.
Comprendió que era un obispo de frontera y desde el mismo día
de su llegada, una delegación del Norte de Santander compuesta por
Daniel Jordán, Eduardo Trujillo, Luis Eduardo Santaella, Manuel Cal-
derón y Luis Alfonso Blanco, curas de Cúcuta y Bochalema, estuvo en
su toma de posesión. Celebró la creación de la diócesis cucuteña en
agosto de 1956, y el ascenso de su titular, Luis Pérez Hernández, falle-
cido en junio de 1959, reemplazado por Pablo Correa León, anterior
auxiliar de Bogotá. Celebró el centenario del fallecimiento de José Luis
Niño, segundo obispo de Pamplona, quien expulsado de su patria esta-
bleció interinamente su despacho en San Antonio del Táchira, como

197
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

logró llevar desde tierra colombiana los restos del fundador de Michelena,
el presbítero José Amando Pérez, en acto que contó con la oratoria de su
amigo, Lucas Guillermo Castillo Lara. Recibió siempre las delegacio-
nes oficiales de la hermana tierra que lo visitaron, enseñándoles con
orgullo la restaurada Catedral y el vistoso nuevo Seminario, haciéndolo
en febrero de 1962 con el arzobispo de Pamplona, los obispos de Cúcuta,
El Socorro, San Gil, Bucaramanga, y otras dignidades de Arauca,
Beltrania y Barrancabermeja, como también lo hiciera con el creador
del programa El Minuto de Dios, Rafael García Herreros, creador de
una nueva estructura social, odiado por los comunistas, con su rostro
tenaz y bondadoso impregnado del olor de su aromática pipa. Los púl-
pitos colombianos conocieron igualmente la vibrante palabra del obis-
po del Táchira, como lo hiciera con orgullo en las reuniones del CELAM
sucedidas en Bogotá. Esa dimensión hermana de ambas patrias y un
solo sentimiento la manifestó con llaneza.
Franca fue siempre su postura con el Táchira. Podía ser el impe-
netrable obispo de cara recia, de pocos amigos, dirían muchos, aunque
al iniciar el diálogo se abría con su bonhomía y sencillez, o tal vez podía
ser el cura párroco que siempre fue, como en efecto lo hizo, auxiliando
a cualquiera de sus sacerdotes, atendiendo en los sencillos confesiona-
rios las tribulaciones de muchos, hablándoles en su propio lenguaje, sin
distancias, sabiendo de sus problemas, buscando la solución a sus nece-
sidades, encargándose hasta de detalles domésticos como reunirse con
el mecánico de su vehículo para consultar algún desperfecto, o apagar la
luz de la habitación que quedaba sola en su residencia, amén de cambiar
alguna planta del jardín o disponer de la atención para los hijos del
personal a su cargo, siendo padrino de varios de ellos.
Imperiosas necesidades de esta tierra recibieron su impulso fir-
me, bien fuera la atención de algunas zonas devastadas por inundacio-
nes, la creación del Puerto al Sur del Lago, la celebración del centenario
de creación de la Provincia del Táchira, un triunfal aniversario del Liceo
Simón Bolívar, su intervención decidida ante una complicada huelga de
transporte con ribetes desestabilizadores para la democracia, la crea-
ción de la Región Suroeste Andina o su palabra consoladora ante las
víctimas de tragedias naturales, como la ocurrida en El Palmar de la
Copé en los días de la celebración de sus bodas de oro sacerdotales.
También, en beneficio del progreso capitalino, cedió en nombre de la
diócesis, sin exigir indemnización, algunos terrenos para la construc-
ción de la Quinta Avenida. Bien lo hizo como creyente manifiesto de

198
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Un regio obispo.

esta consabida frase, considerándose vinculado por los lazos de la pa-


ternidad espiritual y los de un afecto entrañable al porvenir y a la feli-
cidad de esta noble tierra tachirense, donde tienen honda raigambre
las tradiciones religiosas y brillan los atributos de una hidalguía con-
quistadora.
Entendió que su presencia era necesaria en todos los actos, acu-
diendo humanamente a los que podía asistir. Inauguraciones de edifi-
cios, avenidas, carreteras y monumentos, bien fueran públicos o pro-
ducto de la inversión privada a los que se suman programas de radio,
exposiciones agropecuarias, sepelios de amigos y conocidos. Protago-
nizó programas de proyección social como los que mantuvo con la Lo-
tería del Táchira, apreciando los esfuerzos de su administrador, Carlos
Andrés Meneses, recibiendo el respaldo de este funcionario, gratificán-
dolo afectuosamente. De igual manera una larga lista de reuniones so-
ciales, copas de champaña en formales actos y reuniones familiares,
formaron parte de una interminable serie de actividades que lo vincula-
ron a todos los sectores de la comunidad. El obispo estuvo siempre allí,
con todos, en los más importantes o discretos convites que contribuye-

199
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

ron a marcar su infaltable presencia. También ello contribuiría desfavo-


rablemente al desmedro de su salud.
Los primeros síntomas de las enfermedades ocasionadas por sus
largas jornadas fluyeron en agosto de 1966, cuando marchó a Caracas
en búsqueda de tratamiento médico. Acostumbrado a un régimen sin
control ni medida, su cuerpo presentó un delicado quebranto a fines de
febrero de 1976, días luego de la visita del cardenal Siri. Una afección
cardiaca motivó su traslado a la Policlínica Táchira. Desde el presidente
Pérez hasta sus íntimos amigos, enviaron prestigiosos cardiólogos de
reputación internacional para asistirlo, incluyendo un avión privado para
que fuese a Caracas. A pesar de ello los galenos dictaminaron que esto
era innecesario, dejándolo bajo los cuidados de sus amigos, los médicos
José Antonio Rad Rached e Ildefonso Moreno Mayo.
La salud fue deteriorándose, inclusive, durante una Semana San-
ta, pidió al obispo José Rincón Bonilla, para que presidiera los oficios
santos, lo que jamás había ocurrido. Luego, en el inicio de la conmemo-
ración de las bodas de plata de sus ordenandos, Nelson Arellano Roa y
Vicente Rivera Mora, mientras retornaba de una visita a Pregonero, en
el sector La Trampa de la Represa Uribante-Caparo, en el vehículo en
que viajaba acompañado de su chofer particular, Gonzalo Cárdenas, dos
seminaristas y el conductor de esa camioneta, ésta fue embestida por un
auto europeo yéndose por un barranco, ocasionándole serias heridas,
motivando la movilización de todas las autoridades. Además de no po-
der participar de las festividades de sus discípulos, recibió la noticia del
fallecimiento de su amigo, el obispo de Trujillo, José León Rojas Cha-
parro, cayendo en una profunda tristeza, recibiendo la visita del presi-
dente Herrera Campíns en su lecho de enfermo.
En adelante su robusto cuerpo perdió más de una veintena de
kilos. Debió hacer ejercicio y caminar diariamente, cambiando por com-
pleto su antiguo estilo de comer. Luego de entregar la mitra, el orden
doméstico en su residencia de Pirineos no fue el mejor, consumiendo
algunas veces lo que su personal de custodia preparaba en la cocina.
Esto, y algunas hurtadillas en la dieta, provocaron una recaída y debió
ser llevado urgentemente a Caracas. Intervenido de las vías digestivas
en el Instituto Diagnóstico de San Bernardino, el 16 de enero de 1987
retornó con Cisneros Bertorelli un mes después, y fue recibido en San
Antonio por el obispo Ramírez Roa y varios sacerdotes. Todos sabían el
terrible diagnóstico. El final se avecinaba.

200
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Últimos días

El viernes 8 de febrero de 1985, culminada la visita del papa Juan


Pablo II a Venezuela, el obispo Alejandro Fernández Feo se despedía
privadamente de su clero en el Seminario. Ofició su última misa como
titular de la diócesis, en esa Iglesia que consagró a Jesucristo, la que
preside mirando a San Cristóbal la gran obra educativa-religiosa que él
inaugurara en 1963. Su rector, Pío León Cárdenas, pronunció la homilía
y con Vicente Rivera Mora, le entregaron un pergamino que recordaba
su tarea infatigable en provecho de la religión católica. Todo estaba dis-
puesto para la última gran sesión. Su despedida del pueblo tachirense, el
mismo que 32 años atrás lo había recibido como su tercer pastor.

Con la comisión que organizó su despedida como obispo titular del Táchira,
1985.

201
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

En el atrio de la Catedral se iniciaban los actos preparados por la


Junta Central creada ad hoc, presidida por Nelson Arellano Roa e inte-
grada, fundamentalmente, por Juan Bautista Morales, Juan Galeazzi
Contreras, Luis Enrique Mogollón, Italo Cañas Rivera, Ismael Gutiérrez
y Angel Higuerey Espinoza, coordinada por monseñor Alejandro
Figueroa Medina, futuro obispo de Barinas. En la mañana del sábado 9
de febrero, las autoridades, presididas por la gobernadora Luisa Pacheco
de Chacón, acompañada del ex presidente Carlos Andrés Pérez, y de-
más autoridades, entre ellos, el diputado al Congreso Nacional, Abdón
Vivas Terán, lo esperaban en el Palacio Episcopal para emprender un
corto desfile que los llevaría a Catedral. En su pórtico, el obispo renun-
ciante pronunció su último oficio en tal condición, siendo Figueroa el
oferente y Edgar Roa el moderador del acto que contó con la presencia
de la imagen veneranda de la Señora de Táriba.
Culminada la ceremonia en la que el obispo tuvo a su diestra al
último ordenado, el joven sacerdote Orlando Neira Celis, el grupo partió
al Seminario, ofreciéndose otro homenaje en el que llevó la palabra Heberto
Ruiz Cortés, futuro vicario de la diócesis, para retornar a la capital, y bajo
estricta lista protocolar, como en anteriores oportunidades, personalida-
des e instituciones calculadas en número exacto, rendían homenaje al pre-
lado luego de escuchar la intervención de Rómulo Colmenares, presiden-
te de la municipalidad, la cual, en la noche, en conjunto con el Ejecutivo
Regional y la legislatura, ofrecieron un banquete en el Hotel El Tamá
donde el diputado Eduardo Flores fue el orador, y la gobernadora le im-
puso la Orden Francisco Javier García de Hevia.

Recibiendo las ofrendas en su última misa como obispo titular. Febrero de


1985.

202
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Una solemne convocatoria daba por concluida la tarea de más de


tres décadas. Ese día la edición de Diario Católico publicó la última
entrevista del obispo, concedida en su condición de titular a la periodis-
ta Orfilia Contreras. Pidió perdón a todos por sus defectos y limitacio-
nes, contentándose por entregar la diócesis a un tachirense, advirtiendo
que tiene en su mano un trabajo adelantado, refiriéndose a su sucesor.
Al dejar la diócesis me siento sumamente contento y satisfecho,
dijo el prelado a Contreras, tanto de Dios Nuestro Señor como del pue-
blo que él me escogió… un pueblo generoso que me brindó una acogida
extraordinaria desde el primer instante llenó mi alma que no sentí la-
guna a raíz del traslado. Al día siguiente me sentía como si hubiese
vivido toda mi vida en el Táchira. Concluyó su intervención poniéndo-
se a disposición de los párrocos para seguir ejerciendo su ministerio
sacerdotal.
En la condición de obispo emérito, Alejandro Fernández Feo no
tenía gobierno alguno. Bien sabía que llegaría a esta condición. Sin bie-
nes materiales, ni otras prebendas, el tercer obispo tachirense se resi-
denció en una vivienda que fuera gestionada por varios de sus amigos,
fundamentalmente por intercesión de Nelson Arellano Roa, quien enco-
mendó al empresario Francisco Gutiérrez, conocedor del área inmobi-
liaria, ex alumno de la Universidad Católica, miembro del Consejo Uni-
versitario en representación de los estudiantes, y responsable de una de
las rifas efectuadas para gestionar el edificio propio de esa casa de estu-
dios en 1980. Gutiérrez había estado en una de las comisiones de despe-
dida del prelado, gestionando el hospedaje de los invitados especiales al
acto y, luego de varias diligencias, logró encontrar una casa al gusto del
saliente jerarca, curiosamente y sin pretenderlo, ubicada al lado de la
suya en la Urbanización Pirineos. El emérito quería estar en un sitio
cercano a una capilla y a un ancianato, el Asilo Padre Lizardo, atendido
por las Hermanas de los Ancianos Desamparados, seguidoras de Santa
Teresa de Hornet, ofrecía la comodidad que bien merecía.
Con su personal de custodia el obispo se internó en la sencilla
quinta donde seguía recibiendo a sus amigos y seguidores, a viejos sa-
cerdotes y jóvenes que lo buscaron para continuar el ministerio de vida
emprendido desde siempre. Algunas veces, en una solitaria tarde, toca-
ba en la puerta de Gutiérrez, y con toda confianza pasaba al estar donde,
al lado de una cascada que hacía encender, disfrutaba de un whisky a la
lectura de un buen libro, esperando al anfitrión para entablar una de sus

203
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

proverbiales conversas. También compartió con la familia Gutiérrez al-


gunas de sus muy animadas fiestas de navidad, yéndose a descansar
pasada la medianoche.
En esa vivienda recibió las felicitaciones de su 35avo. aniversario
episcopal, celebrado el 24 de agosto de 1987, sin presagiar, obviamente,
que fuera el último. Atendió ese día a Nelson Arellano Roa, organizador
del encuentro, a su amiga la gobernadora del Estado, profesora Luisa
Pacheco de Chacón, su secretario general Rafael Moreno, el comandante
de la policía, Claudio Vivas y la directora de Presupuesto y Planificación,
Soledad Roa de Díaz Granados. También asistió un grupo de efectivos del
ejército encabezados por el coronel y ex seminarista José Francisco Gue-
rrero Torrealba, y la directiva de la Sociedad Bolivariana, presidida por
Edgar Velandia y sus componentes, Nerio Leal Chacón, Epiménides
Arellano Roa, Alberto López Cárdenas, Charito de Jugo, Raúl Sánchez
Niño y Pedro Pablo Paredes, el polifacético escritor con quien compartió
algunas bromas y chanzas, haciéndolo esta institución miembro honora-
rio, lo que recibió con agrado. De igual manera concedió una entrevista a
la periodista Mireya Vivas del Diario La Nación y a José David Quintana
Castro, de Diario Católico. Fue su último encuentro con la prensa. Días
después el editor José Rafael Cortés, ordenó publicar en La Nación una
edición especial de Impacto, un suplemento semanal coordinado por el
periodista Carlos Delgado Dugarte, que recogió los hechos fundamenta-
les del mitrado. El viejo y enfermo obispo dijo desde muy adentro que no
soñaba con esta visita, y pensé sin dolor, porque no hay ninguna obliga-
ción de esta visita. Y pensaba que durante 35 años no han faltado nunca
en mi casa la Gobernación, las Fuerzas Armadas y todas las autorida-
des… Cuando monseñor Nelson Arellano, fiel amigo y buen hermano, me
dijo que ustedes venían, me alegré muchísimo, porque no se rompía un
hilo que ya era una cuerda fuerte de 35 años. Emocionado, al recibir la
distinción bolivariana, indicó que no podéis imaginar la alegría y satis-
facción de verlos a ustedes en mi casa. El Táchira es mi tierra, mi casa es
su casa, este binomio que se formó en mi corazón ha sido para mí la
felicidad de estos 35 años. Definió también un tema sobre el cual jamás se
había pronunciado: Nunca he tenido que ver con partidos políticos, ni
con ideologías. Me basta que fuera un hombre y que fuera tachirense, y
esos dos motivos son suficientes. Concluyó Fernández Feo, diciendo des-
de muy adentro que después de Dios, está la Consolación de Táriba, y
después de haber nacido, para mí la mayor gloria es ser venezolano y ser
coterráneo de Simón Bolívar, el Padre de la Patria.

204
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Recibiendo la membresía de la Sociedad Bolivariana por parte


de su titular Edgar Velandia.

Expresó muchas nostalgias, recuerdos, anécdotas, vivencias. Ese


año había sido muy duro para él. Luego de operación realizada en enero
sabía la verdad, que le quedaban pocos meses de vida, viniendo a morir
en esta tierra amada. A los días de intervenido se enteró del deceso de su
amigo, el eudista Luis Cardona Meyer, bibliotecario del Seminario, y en
la segunda quincena de julio moría uno de los exrectores más brillantes y
formador de esa casa religiosa, el francés José Herbreteau, titular cuando
se colocó la primera piedra en Toico. Luego de regresar a Europa para
hacer el primer seminario eudista en España, este recto normando volvió
en 1975 al Táchira, encomendándolo Fernández Feo para cimentar la pa-
rroquia de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, al sur de La Con-
cordia, llevando allí una vida callada, reservadísima, a pesar de su gran
cultura y sabiduría, entregándose a los pobres y a los desvalidos.
Esto cimbró más el alma del emérito. También en julio asistió a
Catedral para conmemorar el cincuentenario del fallecimiento de To-
más Antonio Sanmiguel. El 9 de agosto estuvo con su fraterno Gregorio
González Lovera, recibiendo de él una condecoración con motivo de

205
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

los 40 años de Ecos del Torbes, emisora en la que su voz fue proyectada
todas las veces que lo solicitó, y el 15 de agosto asistió a la última cere-
monia religiosa en público, la fiesta de la Patrona del Táchira, su amada
Señora de La Consolación, la que al besar, decía él, sentía como si lo
hiciera con todos sus feligreses. Luego de la celebración de su último
aniversario episcopal, en la intimidad de su residencia de Pirineos, a
los dos días, el 26 de agosto, enfermó súbitamente. El tiempo estaba
contado.

206
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Muerte y exequias

En 1953, Alejandro Fernández Feo, en la plenitud de su vida,


confesó a Enrique Delgado, periodista de Vanguardia, que luego de su
llegada a la Plaza Bolívar, ese memorable día de su entrada a San Cris-
tóbal, cuando se disponía a traspasar el umbral de la vieja Catedral,
pensó: Algún día habrá en San Cristóbal una manifestación como esta
tal vez al caer de la tarde; y habrá discursos, y habrá música y vendré
yo… pero vendré a descansar en la Paz del Señor. Cuando divisó la
tumba de ese obispo que él vio coronar en sus días de seminarista, en
1923, sentenció, de inmediato: Aquí está mi sitio.
Se había internalizado de espíritu y corazón con la tierra que
empezó a aplaudirlo desde su aparición en el Aeropuerto de San Anto-
nio y en el tránsito hacia la capital. Ese día rompió la esperanza de ser
sepultado al lado de los restos de su padre, en el Cementerio General del
Sur de Caracas. Por su mente pasó alguna vez, la posibilidad de ser
inhumado a los pies de la Virgen de la Consolación, pero se cumplió su
afirmación: Si Dios no dispone otra cosa, aquí junto a Sanmiguel, a los
pies de la Catedral que regí durante 35 años descansarán mis huesos
esperando la resurrección.
Así fue, en efecto. Recluido en la habitación 306 de la Policlínica
Táchira a fines de agosto, el 3 de septiembre recibió la visita de varios
amigos. El obispo Marco Tulio Ramírez Roa, el expresidente Carlos
Andrés Pérez y la gobernadora Pacheco de Chacón estuvieron allí,
sabedores del inminente final. Luego de condecorarlo con la Orden
Manuel Felipe Rugeles, el obispo conversó unos minutos con Pérez,
quien albergaba esperanzas de su recuperación. Sin embargo, el cuadro

207
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

clínico de metástasis cancerosas del hígado provenientes de una neo-


plasia primaria del colon izquierdo, términos científicos empleados por
uno de sus médicos, el cirujano Jesús González Romero, traducidos como
lo explicara, en palabras más sencillas, en un tumor canceroso del in-
testino grueso que fue extirpado quirúrgicamente algunos meses antes
de su fallecimiento, produjo su muerte la mañana del 17 de septiembre
de 1987, luego de pronunciar sus últimas palabras: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
El dolor en muchos sectores fue general. El cuerpo embalsamado
fue colocado en la nave central de su amada Catedral en cumplimiento a
lo que había dispuesto desde el día de su llegada. La ceremonia que
visualizó se cumplía tal y como lo había predicho. En la última morada
acudieron todos. Religiosos, políticos, militares, empresarios, amigos,
desconocidos, curiosos y la feligresía en general. El presidente Jaime
Lusinchi y varios de sus ministros, el cardenal José Alí Lebrún y el
episcopado nacional, el obispo Ramírez Roa y el clero regular y secular,
los expresidentes Caldera y Pérez, amigos de toda la vida, desfilaron
respetuosamente ante el catafalco. Acuerdos públicos y privados se pu-
blicaron en las páginas que abarrotaron el conmocionado suceso. El
sábado 19, en horas de la mañana, su cuerpo fue llevado al postrimero
desfile por la Plaza que conoció de sus alegrías y penas, la que divisó
desde su privado balcón, atisbando la alegría de las paradas que honra-
ron su pontificado o las travesuras infantiles de un juego de fútbol al que
nunca sería convidado. Todos recorrieron el trayecto que él trazó cuan-
do depositó las sagradas reliquias el día de la consagración del templo
mayor en 1961. Ya él sabía que eso sucedería así. Lo había definido en
su plan de vida como la postrera jornada, la que resultó como lo había
pensado.

208
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Dura lucha para un recuerdo justo

La evocación del obispo Alejandro Fernández Feo no ha sido fá-


cil. El Táchira, lamentablemente, no ha correspondido en la misma di-
mensión como él lo hiciera a lo largo de su pontificado. No habían pasa-
do tres meses de su sepelio cuando un desgraciado comentario de una
revista capitalina, intentó poner en duda la condición moral del obispo.
Sólo la voz impetuosa y altisonante del editor José Rafael Cortés, des-
cargó su ira contra la infamia. Luego los médicos Jesús González Ro-
mero y Adolfo Vivas Arellano fueron los únicos que expusieron sus pa-
receres sobre el particular, además de la completa defensa que hiciera
de la memoria del prelado, el exsacerdote y abogado, Edmundo Vivas
Arellano, radicado en Caracas e íntimo por dos décadas y sabedor de
confesiones e intimidades, poniendo en justa balanza la virilidad y ente-
reza del ilustre fallecido. El clero, en general, inexplicablemente calló.
Los primeros aniversarios de su fallecimiento estuvieron impreg-
nados del formalismo oficial, y el obispo Ramírez Roa siempre recordó
la triste fecha encomendando a prestantes sacerdotes como Sixto Somaza,
Luis Gilberto Santander, Luis Abad Buitrago, Luis Eduardo Blanco,
Ramiro Useche, Roberto García, Borelli Arellano y Edgar Roa. El obis-
po Mario Moronta realizó el acto sólo una vez, exigiendo esa tarea a
Jairo Clavijo. En adelante, sólo el recuerdo de la nota necrológica anual
del 17 de septiembre era publicado por Nelson Arellano Roa, agregándose
unos editoriales que suscribió el poeta Emiro Duque Sánchez, amén de
otros articulistas y amigos que recordaron vivencias y sucesos históri-
cos del fecundo gobierno espiritual. Cuando Arellano Roa falleció, el
periodista José David Quintana Castro se encargó del cumplido y su
sucesor en la dirección del periódico, Laureano Ballesteros, ha publica-

209
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

do las opiniones de distintos amigos de Fernández Feo que han vertido


su buen parecer.
Arellano vivió una gran frustración, la no consolidación del Mu-
seo Diocesano Alejandro Fernández Feo, emprendido desde el 24 de
octubre de 1981, cuando en un terreno frente a Diario Católico, se colo-
có la primera piedra del edificio diseñado por Eduardo Santos Castillo,
en acto presidido por el gobernador Moreno Mayo, el presidente de la
legislatura Eduardo Flores, el expresidente Carlos Andrés Pérez y el
propio obispo homenajeado, llevando la palabra el director de Educa-
ción, Jesús María Sánchez, presidente de la Juventud Católica Venezo-
lana en el Táchira desde sus tiempos mozos en La Ermita. Miles de
obstáculos se interpusieron en el cometido. Arellano fue depositario de
algunas prendas personales del obispo que le fueron entregadas por el
doctor Cisneros Bertorelli, consignadas ante el administrador Apostóli-
co, Baltazar Porras, nombrado en tal condición a la muerte de Ramírez
Roa en 1999. El arzobispo emeritense dispuso la ubicación del Museo
en una humilde vivienda de la calle 5, bajo la organización de la
tachirense, Ana Hilda Duque, directora del Museo Arquidiocesano de
Mérida, siendo inaugurado por el nuncio Leandro Sandri el 20 de enero
de 1999. En el edificio levantado inicialmente para ello, al que se
endilgaron algunas deficiencias estructurales, fue establecido un centro
de capacitación y apoyo para laicos. Fue, ciertamente, un gran fracaso,
como lo ha sido hasta ahora, el propósito de un grupo de seguidores del
obispo civilizador, en pretender conseguir de las autoridades eclesiásti-
cas la designación de la Universidad Católica del Táchira, con el epóni-
mo de Fernández Feo, tema que ha rebasado los límites del afecto, la
tolerancia, el respeto y la piedad que la condición de ser religioso debe-
ría conllevar.
Afortunadamente, un grupo de esos laicos comprometidos, diri-
gidos por Alicia de Ramírez Espejo, constituyó la Fundación Alejandro
Fernández Feo, integrada entre otros, por su esposo Francisco Ramírez
Espejo, el historiador Nerio Leal Chacón, y en diversos momentos por
amigos del tercer obispo, como Eduardo Ramírez, Freddy Vivas Sívoli,
Hugo Murzi, José Enrique Ravelo Rejón y su esposa Luisa Josefina,
amén de otros componentes, logrando la realización de varias activida-
des para cumplir con una orden que el mitrado exigiera a su promotora:
Doña Alicia, no me abandone el Seminario.
En cumplimiento con ese mandato, la Fundación ha organizado
rifas, campañas y otras actividades recogiendo lo necesario para soste-

210
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

ner las becas de seminaristas pobres, además de las necesidades de fun-


cionamiento del Instituto, y ha invitado al solemne funeral en recuerdo
del mitrado, oficiado en el templo de Coromoto. Logró también, en no-
viembre de 2002, un sentido homenaje con motivo del cincuentenario
de la toma de posesión del tercer obispo diocesano, acto celebrado en el
Seminario con la participación de éste y la Universidad Católica, con la
presencia de monseñor Mario Moronta, quien recordó los hechos de sus
antecesores.

Una presencia imponente, 1955.

211
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

La inmensa soledad que vivió Alejandro Fernández Feo en sus


últimos años se confundió con la ingratitud de los hombres, muchos de
los cuales gozaron de su confianza, promoviéndolos en sus ascensos
jerárquicos. Bien entendió a su retiro como titular que debía pedir per-
dón por sus debilidades, como también perdonó las ofensas que recibió,
pero jamás pensó que la entrega de la mitra indicara su inaudito despla-
zamiento de muchas de las obras que emprendió. El paso de los años
también ha contribuido al olvido de su figura, pero la fuerza espiritual
de su misión, aunada a la gigantesca tarea civilizadora plasmada en tan-
gente realidad lo hacen, a pesar de algunos pareceres, imborrable. A su
llegada dibujó su despedida. En la ceremonia final, en el púlpito de la
Catedral que diseñó con Gasparini, quién más que su hijo predilecto,
Nelson Arellano Roa, para cincelar los atributos de su existencia.
Reciedumbre en la personalidad. Visión clavada siempre en el
futuro. Santas ambiciones de conquistar para Cristo, para la Iglesia, a
todos los pueblos y a todos los hombres. Alma de apóstol. Corazón de
amigo. Estructura mental de fundador. De joven, se perfiló como estu-
diante excepcional y seminarista de grandes esperanzas. De sacerdote,
escribió en la Arquidiócesis de Caracas una brillante página de intenso
e integral apostolado. De Obispo, su estatura se ha crecido en innume-
rables realizaciones de todo tipo para la mayor gloria de Dios, honra
de la Patria y bien de las almas. Fue en resumen, un buen pastor, un
excelente pastor, un extraordinario pastor.

212
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Fernández Feo, cronología de una vida fecunda

1908. 06 de noviembre. Nace en Caracas en la parroquia de Santa


Teresa, entre las esquinas de Miranda a Maderero. Hijo del Dr.
Alejandro Fernández Feo y de doña Margarita Tinoco Bigott.
Queda huérfano de padre a los seis años de edad.
1908. 13 de diciembre. Es bautizado por el párroco de Santa Teresa,
Mariano Parra Almenar, actuando como padrinos su tío Rober-
to Fernández Feo y su hermana mayor, Clara Margarita. Ese
día recibe la confirmación de parte del arzobispo de Caracas,
Juan Bautista Castro. Fueron sus padrinos, su tío materno, Pe-
dro Rafael Tinoco y su tía política, Teresa Fornez de Fernández
Feo.
1916. 31 de mayo. Recibe la Primera Comunión de manos del padre
Parra.
1921. 07 de enero. Luego de aprobar la primaria en el Colegio Nor-
mal ingresa al Seminario de Santa Rosa de Lima de Caracas.
1922. 31 de julio. Recibe la sotana como primer acto de su vida sa-
cerdotal.
1926. 20 de octubre. El arzobispo Felipe Rincón González le aplica
la tonsura, confiriéndole las órdenes menores el 31 de octubre.
1931. 22 de febrero. El arzobispo Rincón le impone el subdiaconado.
1931. 03 de marzo. Recibe el diaconado.
1931. 25 de octubre. Es ordenado en el templo de La Candelaria de
Caracas, por el nuncio Apostólico, Fernando Cento.
1931. 1º de noviembre. Oficia su primera misa en la Iglesia de La
Candelaria, asistido por el titular de ésta, Esteban María
Reverón, y el jesuita Miguel Arteaga.

213
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

1931. Noviembre. Es nombrado vicario cooperador de la parroquia


de La Pastora.
1932. Octubre. Designado párroco de Antímano.
1937. Mayo. Elegido titular de la parroquia de Nuestra Señora de
Altagracia.
1937. Octubre. Mediante Breve del papa Pío XI es escogido como
párroco de San Juan. Ese año ejerce como miembro de la Visita
Apostólica de todas las administraciones de bienes eclesiásti-
cos de la Arquidiócesis de Caracas.
1938. Es secretario de la junta de administración de la Visita Apostó-
lica. Se desempeña como administrador del templo de Santa
Capilla, miembro del consejo de administración de la
arquidiócesis, asesor arquidiocesano y nacional de la Juventud
Católica Venezolana
1943. 30 de marzo. Es escogido como prelado Doméstico del papa
Pío XII.
1952. 24 de agosto. Consagrado como Obispo de San Cristóbal en el
templo de San Juan por parte del nuncio Apostólico en Cara-
cas, Armando Lombardi.
1952. 28 de septiembre. Llega al Táchira. Entrada apoteósica a San
Cristóbal.
1952. 05 de octubre. Primera misa en Catedral como obispo
tachirense.
1952. 20 de octubre. Con un viaje a La Grita da comienzo a sus Visi-
tas Pastorales.
1952. 27 de octubre. Entrada a la capital tachirense de la veneranda
imagen de Nuestra Señora de Coromoto.
1953. 24 de agosto. Celebración de su primer aniversario como mi-
trado del Táchira. Inicio en la diócesis del Día del Obispo, el
que será celebrado con profusión.
1953. 25 de octubre. Ordena al sacerdote Pedro Oswaldo García, el
primero de una cincuentena de discípulos en Cristo.
1953. 28 de noviembre. Celebración en el Táchira de las bodas de
plata sacerdotales de Rafael Arias Blanco, recibiéndolo con ho-
nores.
1954. Agosto. Parte a Roma para efectuar su primera visita ad límina
a Pío XII. Es acompañado por los sacerdotes José Teodosio
Sandoval y Nerio García Quintero.

214
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

1955. Marzo. Bendición de la nueva maquinaria adquirida para Dia-


rio Católico.
1955. Crea la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús en La Fría,
destinando como titular al Pbro. Néstor Chacón.
1955. 02 de julio. El gobernador del Táchira, Antonio Pérez Vivas, le
impone en nombre del presidente Marcos Pérez Jiménez, la
Orden del Libertador en grado de Comendador.
1956. 11 de octubre. El Concejo Municipal de San Cristóbal lo dis-
tingue como Hijo Ilustre.
1956. 24 de octubre. Bodas de plata sacerdotales. Celebración del
Congreso Eucarístico Diocesano, creándose en su honor la Igle-
sia de Cristo Rey de Las Lomas.
1957. 23 de enero. Mediante carta pastoral establece la Semana de
Diario Católico.
1957. 06 de octubre. Nombra a Marco Tulio Ramírez Roa como vi-
cario de la diócesis.
1957. 27 de octubre. Consagración del templo de Cristo Rey.
1957. 21 de noviembre. Coronación de monseñor Domingo Roa Pérez
como obispo de Calabozo.
1958. Viaja a Europa al Congreso Pío Latino 100.
1958. 09 de octubre. Fallece Pío XII.
1958. 28 de octubre. Entronización de Juan XXIII. Fernández Feo
preside la delegación venezolana en el Vaticano.
1959. 16 de mayo. Colocación de la primera piedra del seminario de
Toico.
1959. 29 de junio. Radio Junín inicia actividades como emisora de la
diócesis de San Cristóbal.
1959. 14 de agosto. Presenta al arquitecto Graziano Gasparini y su
proyecto de reconstrucción y remodelación de la Catedral de
San Cristóbal.
1959. Septiembre. Parte a Roma para efectuar la visita ad límina ante
Juan XXIII. Es recibido por el papa el 22 de octubre y es acom-
pañado por Antonio Arellano Durán.
1959. 30 de septiembre. En un accidente automovilístico fallece el
primado de Venezuela, el arzobispo de Caracas, Rafael Arias
Blanco.
1959. Diciembre. Confiere por primera vez grados honoríficos papales
a varios laicos comprometidos de la diócesis, entre ellos la Or-

215
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

den de San Gregorio Magno y la Cruz de oro Pro Ecclesia et


Pontifice.
1960. 05 de junio. Inicio formal de los trabajos de reconstrucción y
remodelación de la Catedral de San Cristóbal.
1960. 15 de agosto. Constitución de la Residencia Estudiantil Dr. José
Gregorio Hernández.
1960. 06 de octubre. Creación de la Escuela Normal Diocesana An-
tonio Rómulo Costa.
1961. 18 de febrero. Pronuncia el discurso de orden a la llegada a
Caracas del primer cardenal venezolano, Mons. Dr. José
Humberto Quintero.
1961. 17 de marzo. Por primera vez asiste al programa de radio de la
diócesis, Un momento con mi pueblo, creado por José León
Rojas Chaparro en la emisora Ecos del Torbes.
1961. 06 de abril. Inicio de la consagración de la renovada Catedral
de San Cristóbal.
1961. 09 de abril. El presidente Betancourt asiste al tedéum de ac-
ción de gracias por la nueva Catedral y la celebración de los
400 años de la fundación de la ciudad de San Cristóbal.
1961. 23 de abril. Creación de la parroquia eclesiástica de San Rafael
de El Piñal.
1961. 04 de junio. Bautizo del templo mariano de Táriba como basí-
lica menor.
1961. 10 de junio. Encabeza una procesión a Táriba como protesta al
sistema comunista impuesto en Cuba.
1961. Octubre. Monseñor José León Rojas Chaparro es investido
como obispo de Trujillo con derecho a sucesión.
1961. 13 de diciembre. Fallece el obispo Antonio Ignacio Camargo.
Su sucesor, José León Rojas Chaparro, asciende al trono
episcopal.
1962. 11 de febrero. Colocación de la piedra fundacional de la aldea
modelo de San Rafael de El Piñal con al presencia del ministro
de Sanidad, Arnoldo Gabaldón y el diputado Carlos Andrés
Pérez, entre otras autoridades.
1962. 1º de junio. Misa de acción de gracias por las bodas de oro
profesionales del médico Gonzalo Vargas Zúñiga, única activi-
dad en este sentido, realizada a un seglar.

216
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

1962. 22 de septiembre. En el Salón de Lectura funda la Universidad


Católica Andrés Bello Extensión Táchira.
1962. 11 de octubre. Inicio del Concilio Vaticano II. Viaja en compa-
ñía de su secretario, Edmundo Vivas Arellano.
1963. 03 de junio. Fallece Juan XXIII.
1963. 30 de junio. Coronación del arzobispo de Milán, Giovanni
Montini, como Paulo VI.
1963. 24 de agosto. Inauguración de la nueva sede del Seminario
Diocesano en la colina de Toico, diseñado por el arquitecto
Pedro Agustín Dupouy y construido por la Compañía Esfega.
1963. Septiembre. Emprende viaje al Vaticano para asistir a las se-
gundas sesiones del concilio.
1963. 22 de octubre. Celebra la misa en el Aula Conciliar junto al
sepulcro de San Pedro ante dos mil obispos del mundo, en la
instalación del Concilio Ecuménico Vaticano.
1964. 27 de julio. Egresa la primera promoción de maestros de la
Normal Diocesana Antonio Rómulo Costa.
1965. 19 de enero. Creación del Cabildo de Catedral. Al día siguien-
te ofrece por primera vez en Venezuela, el rito de la
concelebración, dando la cara al pueblo, según las nuevas dis-
posiciones del Concilio Vaticano II.
1965. 07 de marzo. Por primera vez se oficia la misa en castellano de
cara al pueblo. En Catedral se leen trozos de la Segunda Carta
de San Pablo a los Corintios.
1965. 22 de agosto. En la basílica de Táriba se efectúa la coronación
de monseñor Rafael Angel González como obispo de Barinas.
Parte a Roma a la clausura del Concilio Vaticano II.
1965. 28 de diciembre. Es recibido apoteósicamente luego de la fina-
lización del Concilio Vaticano II.
1966. Agosto. Egresa de la UCABET la promoción de licenciados en
Letras, la primera de esta casa superior.
1967. 23 de enero. Bendición de los nuevos estudios de Radio Junín
ubicados en el edificio de la Lotería del Táchira.
1967. 09 de marzo. Llega al Táchira el cardenal José Humberto Quin-
tero. Es recibido por las autoridades presididas por el goberna-
dor Juan Antonio Galeazzi Contreras.
1967. 12 de marzo. El Cardenal Quintero corona a la Virgen de la
Consolación de Táriba.

217
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

1969. 21 de febrero. Inauguración del Palacio Episcopal.


1970. 05 de febrero. Sale al aire Radio El Sol en La Fría, emisora
perteneciente a la Diócesis.
1970. 22 de mayo. La UCABET le confiere el doctorado Honoris
Causa en Educación.
1970. 29 de junio. Un grupo de representantes protesta el cierre del
Colegio San José de Táriba, debido a decisiones propias de la
congregación salesiana.
1970. 11 de julio. Entronización de Marco Tulio Ramírez Roa como
obispo de Cabimas.
1970. 17 de agosto. Luego de una fuerte polémica que condujo al
cierre del Colegio de la Salle por motivos intrínsecos a esa con-
gregación religiosa, se anuncia la apertura del Liceo de Aplica-
ción, adscrito a la UCABET.
1972. 30 de agosto. Fallece el arzobispo José Rafael Pulido Méndez.
1972. 24 de octubre. La Asamblea Legislativa presidida por la dipu-
tada Carmen Morales de Valera, proclama el nuevo municipio
Fernández Feo, capital El Piñal.
1972. Noviembre. Nombramiento de Antonio Arellano Durán como
vicario general de la diócesis.
1973. Julio. Imposición de la Cruz de las Fuerzas Armadas del Táchira.
1973. 17 de noviembre. Bautizo del edificio de Diario Católico y pre-
sentación de su nuevo formato en offset.
1974. Mayo. El presidente Carlos Andrés Pérez le impone la Orden
Francisco de Miranda en Primera Clase, con motivo del
cincuentenario de Diario Católico.
1974. 06 de septiembre. Fallece en Caracas su hermana Isabel Teresa
Fernández Feo.
1977. 31 de marzo. La municipalidad de San Cristóbal lo honra con
el Emblema de Oro de la Ciudad, su máxima distinción.
1977. 11 de abril. Colocación de la primera piedra del nuevo edificio
de la UCABET, ubicado en la carrera 14, frente al que ha ocu-
pado desde 1963.
1977. Agosto. Recibe la visita de su amigo, el cardenal José Humberto
Quintero.
1977. 24 de agosto. Celebración de sus bodas de plata episcopales.
1977. 25 de octubre. El presidente Pérez le confiere la Orden Andrés
Bello en Primera Clase.

218
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

1977. Diciembre. Cinco municipalidades del norte tachirense lo hon-


ran en Colón por sus bodas de plata episcopales.
1978. 02 de marzo. A los 94 años de edad fallece monseñor Acacio
Chacón, arzobispo emérito de Mérida.
1978. 25 de junio. Muere en Caracas su hermana Clara Margarita
Fernández Feo.
1980. 02 de febrero. Inauguración de la sede propia de la UCABET.
Asiste el rector de la casa matriz de Caracas, el jesuita Luis
Azagra.
1980. 24 de agosto. Consagración de Antonio Arellano Durán como
obispo de San Carlos.
1981. 30 de septiembre. El Seminario es transformado en el Instituto
Universitario Eclesiástico «Santo Tomás de Aquino».
1981. 02 de octubre. El presidente encargado, Rafael Montes de Oca,
le impone la Orden del Libertador, en el Hotel El Tamá, acto al
que asisten los ex mandatarios Rafael Caldera y Carlos Andrés
Pérez.
1981. 21 de octubre. En presencia del presidente Luis Herrera
Campíns se firma en Palmira la nueva naturaleza jurídica del
Seminario.
1981. 24 de octubre. Colocación de la primera piedra del Museo
Diocesano «Mons. Alejandro Fernández Feo».
1981. 25 de octubre. En la Plaza de Toros se festejan con profusión sus
Bodas de Oro Sacerdotales. La oración sagrada es pronunciada
por el arzobispo de Mérida, Mons. Miguel Antonio Salas.
1981. 1º de noviembre. Consagración de la Iglesia del Instituto Uni-
versitario Santo Tomás de Aquino.
1982. 09 de marzo. Lee en Ecos del Torbes la primera parte de una
carta pastoral en la que anuncia el cambio de la fecha de San
Sebastián debido al desenfreno de la moral manifestado en la
temporada de ferias de enero.
1982. 04 de mayo. El Ministerio de Educación expide la resolución
que dispone la transformación de la UCABET a Universidad
Católica del Táchira.
1982. 11 de junio. En Caracas fallece el obispo de Trujillo, José León
Rojas Chaparro.
1982. 26 de julio. Fundación de la Universidad Católica del Táchira.
Al acto asiste el ministro de Educación, Rafael Fernández Heres.

219
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

1982. 29 de julio. El obispo asume como canciller de la UCAT y


juramenta a las nuevas autoridades, encabezadas por el rector
José del Rey Fajardo.
1982. 17 de septiembre. La UCAT confiere al cardenal José Humberto
Quintero el doctorado Honoris Causa en Educación.
1984. 14 de mayo. Fallece el obispo José Rincón Bonilla, auxiliar de
Caracas.
1984. 17 de mayo. Entrega en compañía del rector de la UCAT, José
del Rey Fajardo, el doctorado Honoris Causa en Educación al
cardenal José Humberto Quintero quien muere el 8 de julio.
1984. 6 de octubre. En razón del Derecho Canónico le es aceptada su
renuncia a la mitra tachirense.
1984. Noviembre. Anuncia por radio la designación de Marco Tulio
Ramírez Roa como cuarto obispo del Táchira.
1985. 09 de febrero. El obispo siembra un araguaney en el acto de
inicio del Bosque Alejandro Fernández Feo.
1985. 09 de febrero. Despedida como obispo titular. Oficia la misa
en el atrio de Catedral. Actos en el Seminario. Banquete en el
Hotel El Tamá. La gobernadora Luisa Pacheco de Chacón le
impone la Orden Francisco Javier García de Hevia.
1985. 23 de febrero. Ascenso de Marco Tulio Ramírez Roa como
cuarto obispo de la diócesis.
1985. 10 de mayo. El obispo Ramírez Roa asume como canciller de
la UCAT.
1986. 19 de agosto. El arquitecto Alberto García Esquivel presenta
ante el Rotary Club el proyecto de creación del Bosque Alejan-
dro Fernández Feo, ubicado al lado del Parque Metropolitano.
1986. 28 de noviembre. Ultima sesión de la Asociación Civil San
Cristóbal y disolución de la misma.
1987. Enero. Es intervenido quirúrgicamente en Caracas. Se conoce
el resultado del fatídico diagnóstico.
1987. Enero. Fallece el sacerdote eudista Luis Cardona Meyer, direc-
tor de la Biblioteca del Seminario.
1987. 06 de julio. Conmemoración del cincuentenario del fallecimien-
to del obispo Tomás Antonio Sanmiguel.
1987. Julio. Muere en San Cristóbal el ex rector del Seminario, José
Herbetreau.

220
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

1987. 09 de agosto. Es condecorado por su amigo Gregorio González


Lovera, con motivo de los 40 años de fundación de Ecos del
Torbes.
1987. 15 de agosto. Asiste a las fiestas de la patrona de Táriba.
1987. 24 de agosto. Celebración privada de sus 35 años como obis-
po. En su residencia de Pirineos recibe a las autoridades regio-
nales. La Sociedad Bolivariana del Táchira lo nombra miem-
bro honorario.
1987. 26 de agosto. Fuerte recaída de su salud. Es internado en la
Policlínica Táchira.
1987. 17 de septiembre. Fallece en San Cristóbal a los 79 años de
edad, de los que vivió 56 como sacerdote y 35 como obispo. El
sábado 19 es sepultado en el presbiterio de Catedral, al lado de
los restos del primer obispo, Tomás Antonio Sanmiguel, ante la
presencia de todo su pueblo, de las autoridades civiles encabe-
zadas por el presidente de la República, Jaime Lusinchi, el car-
denal José Alí Lebrún y el episcopado nacional, la gobernadora
Luisa Pacheco de Chacón, los expresidentes Carlos Andrés Pérez
y Rafael Caldera y el clero regular y secular.
1988. 04 de noviembre. Homenaje al obispo en la UCAT con la
develación de su busto, pronunciando el discurso de orden, el
senador Ramón J. Velásquez. Un grupo de tachirenses presenta
al obispo-canciller y al rector la solicitud por medio de la cual
piden que la casa de estudios lleve el nombre de su fundador.
Hasta la actualidad, esta proposición no ha tenido respuesta de
la diócesis.
1989. Julio. Inauguración del Bosque Alejandro Fernández Feo y
develación de un busto del obispo fallecido.
1991. 07 de marzo. El corazón del obispo es colocado en la Iglesia
del Seminario Santo Tomás de Aquino de Palmira.
1998. 26 de febrero. Fallece el obispo Marco Tulio Ramírez Roa.
1999. 20 de enero. El nuncio Leandro Sandri y el administrador apos-
tólico, Baltazar Porras Cardozo, inauguran en un inmueble de
la calle 5, el Museo Diocesano Alejandro Fernández Feo.
2002. Noviembre. En el Seminario de Palmira se realiza un homena-
je a su memoria, por parte de esta institución, la Universidad
Católica del Táchira y la Fundación Mons. Alejandro Fernández
Feo.

221
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

2008. 02 de noviembre. La Sociedad Salón de Lectura-Ateneo del


Táchira, en comunión con la Academia de Historia del Táchira
y la Fundación Alejandro Fernández Feo, rinde homenaje al
obispo con motivo del centenario de su nacimiento. Intervie-
nen como oradores los académicos Luis Hernández Contreras,
Roberto Avendaño, Nerio Leal Chacón y monseñor Raúl
Méndez Moncada, sacerdote que recibió al prelado en su pri-
mera visita pastoral a La Grita realizada en octubre de 1952.
2008. 06 de noviembre. Solemne funeral en memoria del obispo
Fernández Feo, organizado por la Fundación Alejandro
Fernández Feo presidida por doña Alicia de Ramírez Espejo.

222
ALEJANDRO, MAGNO OBISPO DEL TÁCHIRA. CIEN AÑOS DESPUÉS

Fuentes

Para la realización de este trabajo conté con el valioso archivo


hemerográfico y documental de Diario Católico, que celosamente re-
gistró las actividades del obispo. Luego realicé un índice de tan larga
jornada, y cotejé lo reflejado allí. De igual manera tomé apreciaciones
de varias personas vinculadas al biografiado, entre ellas doña Alicia de
Ramírez Espejo, el doctor Ramón J. Velásquez, el padre Edgar Roa
Rosales, el doctor Adolfo Vivas Arellano, y otros que me pidieron dis-
creción y reserva. Muchos hablaron directamente conmigo, aún des-
pués de fallecidos, con lo que dejaron en sus papeles personales. Tam-
bién me fue de gran utilidad un apretado resumen escrito por el Dr.
Aurelio Ferrero Tamayo y la Historia Eclesiástica del Táchira del Pbro.
Luis Gilberto Santander. En otros aspectos empleé documentos oficia-
les, y registros de los diarios Vanguardia, El Centinela, La Hora y La
Nación. El siglo XX tachirense está expresado en buena parte en la prensa
local. La tarea de ordenarla con visión historiográfica debe tener otros
continuadores.

223
blanca
Índice general

Prólogo ......................................................................................................... 9
Ramón J. Velásquez

Presentación ............................................................................................... 13
Juan Antonio Galeazzi Contreras

Indetenible accionar .................................................................................. 15


Luis Hernández Contreras

Una llegada apoteósica .............................................................................. 21


Primer acercamiento a la grey .................................................................. 26
El comienzo de las visitas pastorales ....................................................... 27
Antecedentes del nuevo obispo ................................................................. 29
Nombrados para actuar ............................................................................. 31
Un clero fiel y servicial ............................................................................. 33
Respeto a los mayores ............................................................................... 36
Celebrando el episcopado ......................................................................... 40
El comienzo de la huella.
El Congreso Eucarístico Diocesano de 1956 ..................................... 50
El significado de hacerse tachirense. Amistad con el gobernador
Antonio Pérez Vivas ............................................................................. 56
Viajes a Roma. Visitas ad límina de 1954 y 1959. Los Papas Pío XII
y Juan XXIII. Retornos triunfales ....................................................... 60
Monseñor Rafael Arias Blanco ................................................................. 65

225
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS

Los obispos tachirenses. Monseñor Domingo Roa Pérez ....................... 69


Aires de democracia .................................................................................. 72
Radio Junín ................................................................................................ 75
Hacedor de obispos ................................................................................... 80
Recibiendo al primer Cardenal venezolano,
Monseñor José Humberto Quintero .................................................... 85
La nueva Catedral de San Cristóbal ......................................................... 90
Creación de la aldea modelo de San Rafael de El Piñal .......................... 96
Una universidad para el Táchira ............................................................. 101
Un gran seminario ................................................................................... 112
La iglesia se renueva. El Concilio Vaticano II. El Papa Paulo VI ......... 117
Moviendo las fichas en el clero tachirense ............................................ 122
La parroquia, célula fundamental de la Iglesia. Grandes festividades
y nuevas instituciones episcopales. Presencia seglar ....................... 131
Vínculo con los sucesores de Pedro y sus representantes ..................... 144
Logros y angustias en tiempos modernos .............................................. 149
Presencia inagotable en todos los estamentos.
Una forma particular de expresarse. Las cartas pastorales .............. 158
Obispo, pero también hombre ................................................................. 165
Un espíritu reservado. Amor por las artes .............................................. 172
No pidió, ni rechazó ................................................................................ 178
Una obra espiritual y material ................................................................. 188
Toda la vida, siempre sacerdote .............................................................. 191
Últimos días ............................................................................................. 201
Muerte y exequias .................................................................................... 207
Dura lucha para un recuerdo justo .......................................................... 209
Fernández Feo, cronología de una vida fecunda ................................... 213
Fuentes ..................................................................................................... 223

226
Alejandro, magno obispo del Táchira de Luis Hernández Contreras
se terminó de imprimir en Mérida, Venezuela
en los talleres de Producciones Editoriales C. A.
para el Centro Editorial La Castalia C.A.
en el mes de mayo de 2009
Tiraje de 300 ejemplares, en papel saima antique

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