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Lhc. Alejandro, Magno Obispo Del Táchira
Lhc. Alejandro, Magno Obispo Del Táchira
Alejandro,
magno obispo del Táchira
blanca
LUIS HERNÁNDEZ CONTRERAS
Alejandro,
magno obispo del Táchira
Cien años después
PERFIL BIOGRÁFICO DE
© De esta edición:
Banco Sofitasa, Banco Universal C. A.
Foto de portada:
Archivo Diario Católico
Corrección de textos:
Ernesto Román Orozco
Impresión:
Producciones Editoriales C. A.
produccioneseditoriales@yahoo.com
Mérida, Venezuela
Doctor
Luis Hernández Contreras
San Cristóbal.
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Ramón J. Velásquez
RJV/ba.-
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Presentación
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Indetenible accionar
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Foto de la página anterior: Primera imagen oficial del obispo, 1952.
Una llegada apoteósica
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tras que Jesús Alfonso García Gómez provenía de Colombia. Roa Pérez,
Sánchez Espejo y Rojas Chaparro eran doctores, entretanto, Ramírez
Roa, Pérez Rojas, Parada, Chacón y García Gómez eran licenciados. Al
tiempo, en 1955, se incorporó Edmundo Vivas Arellano, también licen-
ciado, formado en Roma.
Conocía perfectamente al cuerpo de hombres que lo seguía. Les
permitió actuar con plena libertad, siempre obedientes a su mandato,
pero con independencia para los logros de sus parroquias. Sabía del
cariño que les profesaban sus feligreses y los honró con motivo de sus
aniversarios sacerdotales o de sus ascensos jerárquicos. Lo hizo con
Rafael Angel Eugenio, el incansable educador de pueblos, cuando cele-
bró sus bodas de plata sacerdotales en octubre de 1954; del mismo modo
con Víctor M. Valecillo, educador de aulas, en agosto de 1955, con una
recepción en El Sol de Medianoche donde volvió a hablar el ex
seminarista y doctor en Derecho, Julio Suárez Lozada; de igual forma
con su amigo Nicolás Márquez, al cumplir los cinco lustros de ordena-
do, inclinándose y besando su anillo en Libertad, cuando era párroco
allí en 1959; repitiendo esto con Angel Ramón Parada, en Capacho, en
mayo de 1962. Respetó de forma particular estos aniversarios, que aún,
luego de fallecido su amigo Nerio García Quintero, desaparecido en
1956, a la conclusión del Congreso Eucarístico, le conmemoró sus bo-
das de plata sacerdotales tres años después. Conformó en diciembre de
1954, el primer cuerpo de consultores diocesanos, constituido por el
vicario Domingo Roa Pérez, los monseñores Bernabé Vivas y Edmundo
Vivas Medina, además de los presbíteros José León Rojas, Nerio García
Quintero y Víctor M. Valecillo.
Cuando convocaba la realización de la reglamentaria conferencia
eclesiástica, a la que asistían los cuarenta sacerdotes del clero diocesano,
sabía que ésta tenía la finalidad de vigorizar el espíritu pastoral de los
sacerdotes, vitalizar continuamente la disciplina eclesiástica en toda la
diócesis, tomar y combinar iniciativas, refrescar los conocimientos cien-
tíficos sagrados de la carrera eclesiástica, mediante exposiciones pre-
fijadas de carácter dogmático, moral, jurídico, de historia eclesiástica,
de instrucción pastoral de liturgia y acción católica. Bien repetía el
concepto que dijo de ellos la noche de su llegada el 28 de septiembre de
1952, cuando monseñor Vivas le organizó la cena en nombre del clero:
ustedes son mi brazo, mi lengua, mi corazón, mi voluntad.
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Visitando al sabio Antonio Rómulo Costa con Luis Andrés Rugeles, 1952.
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Celebrando el episcopado
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bres; por encima de las doctrinas, por encima de los criterios, por enci-
ma de las pasiones, esté siempre en alto y a salvo la convivencia en que
debemos actuar los hombres para alcanzar la felicidad y la paz. Fue
una norma a seguir.
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Evangelio. Soy un maestro que tiene un solo título: el que selló el gran
canciller del Reino, Cristo Jesús, con el sello indeleble de su sangre. El
sacerdote es el alma de los pueblos. Su doctrina es el alma de los pue-
blos, concluyó, reconociendo a sus predecesores, los que sembraron la
primera semilla, los que levantaron este desarrollo desde la Conquista
hasta monseñor Arias. De vosotros recibo un premio que no merezco
personalmente, pero sí merece el sacerdote, la institución. Definió así,
el sentido trascendental de ese día, instituido según los Estatutos
Sinodales de la Diócesis de San Cristóbal.
Las tres últimas celebraciones llevaban marcado el aliento de la
despedida. En el festejo de sus tres décadas al frente del episcopado
regional, expresó que ese tiempo, supone una responsabilidad tremen-
da ante Dios, ante quien tengo que rendir cuenta de mis acciones y de
mi misión ministerial. Una vez más, en el Seminario de Palmira, el pre-
lado concelebró teniendo a su izquierda al vicario Alejandro Figueroa,
mientras que al otro lado estaba el vicario foráneo de La Grita, José
Teodosio Sandoval. Sabedor del cada vez más cercano final, Fernández
Feo confesó que lo poco que me queda de vida le pido a Dios que me
ilumine, me ayude y me enseñe a orar. Al agradecer al Creador, dijo al
periodista Marcelino Valero en 1983, que sólo El me ha concedido has-
ta el día de hoy, llegar sin desaliento ni tristezas, ni amarguras ni re-
sentimientos contra nadie, y no contento con eso, no sólo me hizo obis-
po, sino que rebasó su bondad haciéndome Obispo del Táchira.
Su último aniversario como obispo titular lo celebró en el Salón
del Trono del Palacio Episcopal. Recibió a las autoridades regionales
encabezadas por la gobernadora, Luisa Pacheco de Chacón, quien pro-
nunció sentidas palabras de deferencia hacia el mitrado, recordando su
obra física y la entrega espiritual manifestada, entre otras, con la orde-
nación de más de cincuenta sacerdotes. Monseñor volvió a revelar ex-
presiones muy íntimas, guardadas muy hondo, las que decía por prime-
ra vez. Resulta que el obispo es un hombre, a quien Dios escogió como
dice el apóstol, dentro de los hombres para constituirlo a pesar de su
indignidad, representante de Dios. El obispo no ha perdido su natura-
leza humana, el obispo tiene dentro del pecho un corazón que late, ama,
siente y que sufre. Más adelante, acotó: - lo que interesa es que el Señor,
a pesar de mi indignidad, me hizo sacerdote suyo, para mí inconcebi-
ble, y siempre me pregunto ante el Santísimo, por qué Señor, por qué a
mí, que no lo merecía, por qué a mí cuando otro lo hubiera hecho mil
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veces mejor que yo. Son misterios que los conoceré cuando nazca en la
verdadera vida, a la vida eterna y no a la efímera de la tierra. Concluyó
el experimentado pastor, reiterando el dolor del ministerio, las espinas
sufridas y sentidas, teniendo eso sí, al sacerdocio como bálsamo y con-
suelo de las penas. Remató, sentenciando que si mil veces naciera, las
mil veces naciera con el deseo de ser sacerdote.
Cuando entregó el gobierno de la diócesis, las celebraciones fue-
ron íntimas y no revestían carácter oficial. Era el obispo emérito. En esa
condición, el 24 de agosto de 1987, la primera mandataria regional lo
visitó con sus colaboradores y otras autoridades en su residencia de Pi-
rineos. Se cumplían 35 años del ascenso a la mitra tachirense, y estando
enfermo, tal vez sospechando que eran sus últimos días, recibió a varios
amigos, entre ellos a los componentes de la Sociedad Bolivariana del
Táchira, presidida por el abogado Edgar Velandia, en compañía de
monseñor Nelson Arellano Roa, del profesor Nerio Leal Chacón y del
poeta Pedro Pablo Paredes. Era, sin duda, la última oportunidad que, en
vida, desfilaran ante él, guardándole sus respetos. Días después, la pro-
cesión, sería de otro tenor.
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El comienzo de la huella.
El Congreso Eucarístico Diocesano de 1956
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Aires de democracia
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Radio Junín
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pado. Aún en noviembre de 1984, el obispo participó por Ecos del Torbes
la designación de su sucesor, Marco Tulio Ramírez Roa y, tres años
después, el 9 de agosto de 1987, recibió de esta empresa la condecora-
ción de los 40 años de actividades radiales, siendo ésta una de sus últi-
mas actividades públicas.
Pero hacía falta un medio propio. El obispo había bautizado un
esfuerzo particular de su provisor diocesano, monseñor Edmundo Vivas
Medina, la emisora Ondas de América, iniciada el 31 de marzo de 1954
en su propio edificio de la carrera 9, adjunto a la Iglesia San José. Con
un novedoso cuerpo de animadores, Vivas la hacía basado en la colom-
biana Radio Sutatenza, con la finalidad de orientar e ilustrar, ante todo
al campesino tachirense. Era la tercera estación local, convertida en Radio
San Cristóbal en octubre de 1957, iniciando una senda absolutamente
comercial sin la participación del ilustre sacerdote.
Los cambios políticos surgidos en 1958 obligaron al propietario
de Radio Junín, José Rafael Cortés Arvelo, a vender su estación de ra-
dio, nacida en Rubio como Ecos de Junín, a comienzos de los cincuenta,
bajo la égida de González Lovera, pasando a manos de Jesusita Mogo-
llón y del propio Cortés, quien la mudó a San Cristóbal al edificio de la
calle 10 con carrera 5. Al ofrecérsela al obispo, éste consultó con su
cuerpo de asesores y, manteniéndole su original nombre, recordatorio
de libertad en la epopeya del mariscal de Ayacucho, la bautizó como
emisora de la diócesis el 29 de junio de 1959, día de San Pedro y San
Pablo. Previamente, el 13 de ese mes, cuando firmó los documentos, el
obispo emitió una carta pastoral informándoles a sus fieles la decisión
tomada. Magistralmente, desarrolló en ella la importancia y trascenden-
cia de la palabra en sus formas oral, escrita, impresa y radiada.
Indicó en el mensaje que a través de la radio, prodigio de la cien-
cia, la palabra adquiere una resonancia que supera todos los ecos. Ya
no la limitan las distancias, ya no la cansan los caminos, ya no la encie-
rran los muros, pues es lanzada al espacio, jinete sobre las ondas
hertzianas para recorrer a la vez todos los caminos, entrar a todas las
casas y comunicar su secreto a todos los oídos. En ella estableció dos
disposiciones, el nombramiento del presbítero Edmundo Vivas Arellano,
sobrino del provisor Vivas Medina, como director de la estación y la
designación de un consejo de administración integrado por los sacerdo-
tes José León Rojas Chaparro y Alejandro Figueroa, párroco de Táriba.
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Hacedor de obispos
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Rafael María Ramírez. Vio su ascenso, su trabajo, su labor con los jóve-
nes, particularmente, en las parroquias y en el Liceo Militar. El destino
los uniría una vez en el desarrollo de uno de los capítulos de la historia
eclesiástica regional. Cumplidos sus 75 años de edad, ese día precisa-
mente, el 6 de noviembre de 1983, Fernández Feo, cumpliendo las dispo-
siciones canónicas, renunció a su mitra. Un año después, exactamente, se
anunciaba que Ramírez Roa sería su sucesor. Por primera vez un nativo
de esta tierra dirigiría su episcopado, también por primera oportunidad,
un obispo recibía a su sucesor el día de su posesión, el 23 de febrero de
1985, días después de la primera visita del papa Juan Pablo II a Venezue-
la. Fernández Feo formó parte del séquito de 25 obispos y 80 sacerdotes,
que con el nuncio Luciano Storero, presenciaron su ascenso a la diócesis
iniciada por Tomás Antonio Sanmiguel en 1923. Los hechos demuestran
así, claramente, que Fernández Feo no se había equivocado al nombrar,
franca y resueltamente, al humilde hijo de Cordero en las responsabilida-
des que bien le encomendó.
Antonio Arellano Durán cierra esta lista. Nacido en el caserío
Buena Vista, aledaño a Colón, en 1927, fue apoyado por José León Ro-
jas Chaparro quien lo ingresó al Seminario de San Cristóbal, siendo
enviado por el obispo Arias a Roma. Luego, Fernández Feo le indicó
que concluyera sus estudios en Austria, ordenándolo en una masiva ce-
lebración efectuada en el Gimnasio Cubierto de La Concordia el 1º de
noviembre de 1955. Exceptuando una estancia breve en Seboruco, ejer-
ció su ministerio totalmente en San Cristóbal, siendo párroco en El Car-
men y en la Unidad Vecinal, además de capellán de los hospitales Vargas
y Central, profesor del Colegio Arias de La Concordia, subdirector de
Diario Católico en septiembre de 1957, e integró asociaciones civiles
como Blocandes, Fundasuroeste y la Asociación Tachirense de Ciclis-
mo, presidiendo el Rotary Club San Cristóbal, institución que a nivel
mundial no era bien vista, en otros tiempos, por la Iglesia, considerán-
dose un apéndice de la masonería.
Su conocimiento de Europa y el dominio de otras lenguas lo con-
virtieron en secretario y asistente del obispo en sus visitas ad límina de
1958 y 1959, repitiendo esto dos décadas después. Asumió como vica-
rio general en noviembre de 1972, y fue el tercero de estos dignatarios
que alcanzó el trono purpurado, nombrado obispo de San Carlos en 1980,
imponiéndole su amigo y mentor, Alejandro Fernández Feo, el solideo
en julio de ese año ante las autoridades regionales, consagrándolo el 24
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Esas tierras del llano fueron por las que pasó el obispo Tomás
Antonio Sanmiguel, en los años de su propósito de fundar las misiones
del Alto Apure, convirtiéndose en casi habitual la presencia del prelado,
al menos una vez cada dos años. Siguiendo este ejemplo, su sucesor
Alejandro Fernández Feo conoció temprano la zona de Abejales, empo-
rio creado por Emeterio Ochoa en 1933, además de los caseríos circun-
dantes a El Caparo, Puerto Vivas y Navay. En uno de esos viajes se
acercó a algunos ganaderos como Renato Laporta, diputado suplente al
Congreso por Acción Democrática, y productor ganadero de vivaz aliento
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que Dios no desoye jamás la voz del que le suplica, acepté la responsa-
bilidad. Fui a Caracas, toqué puertas de institutos y personas particu-
lares y reuní en Caracas lo suficiente para pagar un año de universi-
dad, y suficiente también para asegurar a los de Derecho que iniciaban
su carrera, que podían terminar aquí, sin marcharse de su tierra, sus
estudios de Derecho.
El obispo fue el único personaje que tuvo éxito para iniciar en-
tonces, el sueño de emprender la creación de una universidad. Como lo
hiciera para la obtención de la catedral reconstruida, acudió a sus ami-
gos de Caracas, y al alto poder gubernamental. Una vez más, se dirigió
a su amigo Ramón J. Velásquez, quien todavía recuerda los encuentros,
en casa del polígrafo Pedro Grases, para convencer a los jesuitas de la
Universidad Católica Andrés Bello, establecida en 1953, particularmente
a los padres Pedro Pablo Barnola, Carlos Reyna y Pío Bello, de la in-
gente necesidad. El resultado de la cultura tachirense, expresada desde
la segunda mitad del siglo XIX, fue fundamental para que los religiosos
iniciaran el apoyo a la idea.
En efecto, el rector de la UCAB, el eminente jesuita Carlos Reyna,
ordenó el envío de una comisión académica a San Cristóbal, integrada
por el decano de Economía de esa casa superior, Félix Hugo Morales; el
educador y sacerdote Manuel Pernaut, célebre por su tratado de Econo-
mía; el decano de Derecho de la UCV, Luis Villalba Villalba, figura
relevante de la Sociedad Bolivariana de Venezuela; el profesor Juvenal
Faría, director de Administración de la UCV; el secretario del Consejo
Nacional de Universidades, Aníbal Muñoz; el director de Administra-
ción de la Universidad de Carabobo, Rafael Irigoyen; el director de la
Escuela de Educación de la Universidad del Zulia, Raúl Osorio; y el
decano de la Escuela de Derecho de la UCAB, José Luis Aguilar
Gorrondona, connotado autor de textos de Derecho Civil, efectuándose
la reunión el 7 de junio de 1962.
El estudio quedó bajo la responsabilidad de Aguilar Gorrondona,
estableciéndose la creación de las extensiones de las Escuelas de Letras,
Administración Comercial y Derecho. El obispo se dirigió a través de
una cadena radial para comunicar la buena nueva, mientras que sobre
sus hombros quedaba el compromiso de conseguir los recursos econó-
micos para sostenerla. La nueva casa, llamada Universidad Católica
Andrés Bello Extensión Táchira, conocida por todos como UCABET,
dependería del Consejo Académico y los Consejos de Facultad de la
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Un gran seminario
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los presentes, ésta fue encerrada en un cilindro de cristal y con las efigies
del Corazón de Jesús y de la Virgen de Consolación de Táriba, fue colo-
cada en la piedra fundamental. Mientras tanto, en las oficinas centrales
del Banco de Fomento Regional Los Andes, la maqueta fue expuesta
para que todos admirasen y apoyasen otra de las grandes obras del pon-
tificado del hombre que se hacía cada vez más tachirense, ante todo, por
la dimensión de su compromiso.
Una vez más, Fernández Feo tocó mil puertas aquí y allá, inclusi-
ve en Europa, pues el episcopado alemán a través de la organización
Misereor, contribuyó con buena parte de la obra, y el gobierno nacional
de los presidentes Betancourt y Leoni participó sin reservas con este
provechoso deseo a través de los despachos de Obras Públicas, Comu-
nicaciones, Relaciones Interiores, Educación, el Instituto Nacional de
Obras Sanitarias y la compañía de electricidad, Cadafe. Las visitas de
altos funcionarios como Miguel Angel Landáez, Gonzalo Barrios,
Ezequiel Monsalve Casado, Leopoldo Sucre Figarella, Rafael Caldera y
Carlos Andrés Pérez, se hicieron habituales en el desarrollo de esta pri-
mera etapa que comprendía un edificio para estudio y dormitorio de
seminaristas menores; dos edificios para estudio y dormitorio de
seminaristas mayores; un edificio para rectoría y administración; uno
para cocina-comedor; uno para residencia de monjas; un local provi-
sional para capilla destinada a las monjas y una piscina semi-olímpica
con planta de tratamiento, acueducto, cloacas, drenaje, asfaltado de
plazas y calles de acceso, sembrado de grama, jardinería y campo de
deportes acondicionado.
La celebración de los once años de episcopado de Fernández Feo
no pudo ser más efusiva. En una ordenada peregrinación, presidida por
la venerable imagen de la Señora de Táriba, todo un pueblo ascendía a
pie por la colina de Toico hasta llegar a la cima. El Seminario estaba
concluido y sus edificios y espacios deportivos fueron bendecidos el 24
de octubre de 1963. Las palabras del obispo triunfante volvían a expre-
sar su inocultable júbilo. Recordó a grandes cooperadores, a sus amigos
Arturo Sosa, Alberto Palazzi, Santiago Gerardo Suárez, Alberto Jaimes
Berti, al arquitecto Dupouy, y a Ramón J. Velásquez, quien desde un
principio tenía siempre una palabra. - ¡Adelante, Monseñor! No se
preocupe por lo ambicioso del proyecto; la perseverancia y la buena
voluntad, personificadas en Vuestra Excelencia, vencerán, expresó el
obispo en su intervención, agradeciendo además la presencia del metro-
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Cuando llegó a San Cristóbal, bien sabía el nuevo obispo las gran-
des figuras del clero nacional que, sin residir en el Táchira, su presencia
estaba manifiesta en la diócesis por innumerables razones. Así sucedió
con el arzobispo Acacio Chacón, el magnífico educador, discípulo del
sabio Jáuregui, nacido en Loma Verde, una aldea de Lobatera en 1884,
pero llevado a los días a Monte Carmelo, cerca de Cordero, haciendo de
este pueblo su primer hogar. Desde allí marcó el influjo religioso de
sucesores suyos como Domingo Roa Pérez, Rafael Angel González, los
hermanos Juan y Marco Tulio Ramírez Roa y Nelson Arellano Roa. El
severo joven fue vicario en San Cristóbal, pasando a La Grita para con-
tinuar la obra de su maestro, suspendida injustamente por
incomprensiones y falta de ánimo. Previo a la instauración de la dióce-
sis de San Cristóbal, y luego de la llegada de Tomás Antonio Sanmiguel,
estuvo al lado de éste, como un hermano, asistiéndolo en las horas de su
muerte y honrando su memoria esclarecida, lo que también hiciera con
Rafael Arias Blanco y con Alejandro Fernández Feo, presidiendo el
Congreso Eucarístico de 1956, honor sucedido por los decretos del jo-
ven mitrado quien festejó las bodas de oro sacerdotales de Chacón en
1957 y veinte años luego, por gracia de Dios, sus cinco décadas como
arzobispo de Mérida.
Estas deferencias las comprendió Fernández Feo, sabedor de la
fuerza espiritual del Táchira en dar al mundo Cristos vivientes, con el
conocimiento pleno de los derechos ganados por sus amigos, bien en
razón del nacimiento en estas tierras, sin sentirse él excluido; o bien en
el oficio ya adelantado con sus fieles, como lo hiciera José Rincón
Bonilla, nativo de Zorca, canciller-secretario y vicario general a la muerte
de Primitivo Galavís, uno de los hercúleos monitores de fines del siglo
XIX. Mano derecha de Arias Blanco, Rincón Bonilla, promovido pri-
mero como auxiliar del Zulia para ir en igual grado a Caracas, jamás se
desapegó de sus querencias, asistiendo a su amigo Fernández Feo, cuando
por prescripción médica debió guardar absoluto reposo en la Semana
Santa de 1976, presidiendo el tachirense de nación, las ceremonias del
triduo sacro, oportunidad aprovechada por el clero regional para
homenajearlo en sus bodas de plata episcopales. Cerrando este capítulo
de los mitrados oriundos de estas montañas, postura diferente fue la
manifestada con Ovidio Pérez Morales, el prelado oriundo de Pregone-
ro que salió de la humilde escuela Sánchez Carrero de esa localidad,
para asistir a las bancas del Seminario de San Cristóbal, del Colegio La
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Visitas pastorales
Estas inspecciones eran realizadas normalmente en la primera
semana de cada mes, causando curiosidad este hecho dentro del calen-
dario episcopal. En su agenda comprendían el saludo a autoridades de
la zona, públicas y privadas, la asistencia a liceos, escuelas, fábricas,
mercados, revisando el rigor de los libros parroquiales y sus propias
cuentas, consagrando altares mayores, bautizando templos, capillas y
vitrales, cristianando y confirmando niños y adultos, impartiendo la
comunión a grandes y pequeños, confortando enfermos, uniendo las
parejas en matrimonio, atendiendo rogativas y consultas, participando
en recepciones, oyendo el aprendido catecismo de labios virginales,
percibiendo los problemas morales y religiosos de sus comunidades,
conociendo los verdaderos líderes de todos los sectores, comprobando
el liderazgo de su sacerdote allí, la obra hecha, la escuela, el club juve-
nil, el coro, la banda, el taller de formación, la pequeña empresa, fo-
mentando la acción católica, y haciendo amigos. Esto fortaleció la pre-
sencia de la Iglesia Católica adonde acudía siempre en compañía de un
secretario, de dos colaboradores inmediatos y de un padre redentorista
para la predicación.
Célebres fueron sus visitas por todo el Táchira, recorrido en su
completa dimensión cinco veces, repitiéndose según la necesidad, su
presencia en algún lugar. Era recibido a la entrada del pueblo, bien fuera
en el barrio La Popa de San Antonio, en El Trópico de Pregonero, en El
Tambo para subir a Santa Ana, en El Calvario de Seboruco, en el viejo
matadero de Lobatera o en la Plaza de los Mangos, si iba a Coromoto.
Allí estaban las autoridades, los feligreses, los habitantes de la parro-
quia, los líderes natos, y, como siempre, el cura, personaje que dirigía
toda esa jornada, previendo el cómodo alojamiento, la alimentación, los
números del programa que se cumplían rigurosamente, pero con com-
prensión, ante cualquier deficiencia o anomalía.
Cuando se posesionó de la diócesis hizo un primer viaje no ofi-
cial a Aguas Calientes y Ureña, en noviembre de 1952, con León Rojas
y Pérez Vivas. En adelante no cesó en este afán. En mayo de 1953 ofre-
ció la primera misa en el barrio Antonio José de Sucre, al este de San
Cristóbal, promoviendo la primera capilla de la ciudad que dejaba su
aspecto aldeano y bucólico. Abrió sendas en los nuevos y populosos
sectores, Libertador, Santa Teresa, La Concordia. Comprobó en 1966 la
necesidad de hacer una justa división de la capital, fundando siete pa-
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Creación de parroquias
Ese incesante accionar originó la expansión de la diócesis y el
establecimiento de otras parroquias; la primera en La Fría, bautizada
como Sagrado Corazón de Jesús en 1955; El Rosario de La Concordia y
San Pablo de Coloncito en 1957; pasando por San Judas Tadeo en la
vecina Umuquena en julio de 1959, designando en ésta y en La Fría a
Néstor Chacón, comprobado hombre de fe, labrado de la argamasa de
su ilustre tío, hechura de Jáuregui, el recordado monseñor Maximiliano
Escalante, tarea complementada con las capillas de la Unidad
Agronómica de La Fría y La Tendida, al inicio de la democracia. El sur
fue conquistado con las parroquias de San Miguel Arcángel en Abejales
y San Rafael Arcángel de El Piñal en 1960; lográndose en septiembre de
1963, la de Santísimo Salvador en Pueblo Nuevo con la actuación
filantrópica de don Luis Rangel, donante del terreno para su creación
cuando fue regida por los eudistas; alcanzando culminar este apretado e
incompleto inventario con La Sagrada Familia en San Antonio del Táchira
en 1980 o Cristo Rey, en Las Lomas, surgida en 1981, en el sector de su
querido y recordado templo emprendido en sus bodas de plata
sacerdotales celebradas en 1956.
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En su trono de Catedral.
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Participación laica
Los nuevos tiempos trajeron una mayor participación de los lai-
cos en los asuntos de la Iglesia. Así fue creado el Consejo Diocesano de
Administración, pues, según las modernas disposiciones, el manejo de
los bienes de la Iglesia debe cumplirse en forma técnica y orientada a
satisfacer las necesidades materiales de la Diócesis, además las nor-
mas romanas, posteriores al gran concilio, recomendaban la coopera-
ción de seglares en este sentido. Por ello, acotaba el decreto de reforma
de este cuerpo, emitido el 10 de enero de 1967 que la participación de
seglares idóneos en la administración diocesana es una de las formas
de obtener que ésta resulta apta a su cometido. En este sentido, el don
de gentes de Fernández Feo, atrajo el compromiso manifiesto de gran-
des sectores de la sociedad, como la Juventud Católica Femenina, orga-
nización surgida en tiempos del obispo Sanmiguel que lo recibiera en la
entrada triunfal de septiembre de 1952. Su representante, Edita Rincón,
al darle la bienvenida le participó que sólo ha cambiado el nombre del
representante de Dios, pero para nosotras es el mismo, por lo que veni-
mos a renovar la confesión de nuestra fe, la promesa de nuestra obe-
diencia, la voluntad de seguir trabajando con toda el alma, como en
efecto lo hicieron bajo la dirección de sublimes monitoras como Yolanda
Suárez Torres, organizadora de la tercera asamblea nacional de ese gre-
mio, realizada en San Cristóbal en 1956, contando con la asesoría de
Luis Ernesto García, siguiendo una década después bajo la presidencia
de Mariana Marciales. A su lado, estuvo la Unión de Damas Católicas,
movimiento creado en 1937 con la participación de encomiables cre-
yentes como Matilde Contreras, Albertina de Mora, María Galviz
Fonseca, Eloísa Branger, Mercedes Villamizar y Eva Escalante, conoci-
do luego como Unión de Mujeres de Acción Católica, trabajo paralelo a
la cruz llevada por virtuosas y abnegadas colaboradoras como Elisa
Angola, Angelina Guerrero, catequista por más de medio siglo y protec-
tora del Seminario, Cecilia de Romero Lobo, fomentadora de los cursi-
llos de cristiandad, y las hermanas Betty Ramírez de Matos Pulido y
Alicia Ramírez de Ramírez Espejo, auspiciadora la primera con su es-
poso, Ramón Matos Pulido de la casa del apostolado seglar y, la última,
monitora incansable de la Fundación Alejandro Fernández Feo, coope-
radora insigne de las vocaciones sacerdotales y la provisión de becas a
seminaristas y las perentorias necesidades del Seminario Santo Tomás
de Aquino, entre otras acciones.
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largo episcopado, se interesó por su salud, le pidió orar por las vocacio-
nes sacerdotales en el mes de mayo, bendiciendo al clero y al pueblo
tachirense.
La importancia que dio Fernández Feo a sus viajes romanos se
evidencia en la ceremonia de sus retornos al Táchira. Desde su primer
compromiso en 1954, las autoridades regionales honraron esas entregas
de cuentas al sucesor de Pedro, aprestándose a recibir con entusiasmo al
prelado, bien en los límites con Mérida, por la Trasandina o por la carre-
tera Panamericana, en los aeropuertos de La Fría o San Antonio. Los
decretos ejecutivos o municipales, declarando día de júbilo esas llega-
das, resaltaron la solemnidad de la ceremonia que anticipaba un repre-
sentante de la diócesis que saludaba a su jerarca en Caracas, acompa-
ñándolo en el tránsito hasta el Táchira. Sin embargo, durante doce años
no se ausentó de su diócesis, esperando hasta 1977 cuando volviera a su
último encuentro con Paulo VI.
El 5 de octubre de ese año, el obispo, transido de emoción dijo
que no peregrinó solo. Conmigo marchó una muchedumbre. Todo el
pueblo del Táchira estuvo presente en mi visita al Padre de la Cristian-
dad, acotó delante de todas las autoridades civiles y militares, amén del
clero y pueblo que lo acompañó en su entrada bajo palio hasta el altar
mayor de Catedral, hecho que se repitió en noviembre de 1979 luego de
su entrega de cuentas a Juan Pablo II, sucediéndose la última en octubre
de 1984, cuando el pontífice atendió a los obispos venezolanos, conce-
diendo una audiencia privada a cada uno de ellos. El recibimiento
tachirense no tuvo la dimensión de otros tiempos, indicando, ciertamen-
te, que todo había concluido.
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viajó desde Caracas para poner los puntos sobre las íes, como bien lo
expresara lamentando hacer esas declaraciones, aclarando que desde la
Universidad se gestó la creación de un liceo para las prácticas pedagó-
gicas de los alumnos de Educación. Sin embargo, la falta de alumnado,
la imposibilidad de abrir un bachillerato mixto, y el poco aprecio por
parte de la sociedad en la educación impartida por los Hermanos de la
Salle, eran motivos del cierre. Culminó Bello, protestando en nombre
del excelentísimo obispo, por la falsedad y por la calumnia de la ver-
sión de los hechos dada en el comunicado aludido.
El obispo había contestado, en abril de 1970, al superior de los
Hermanos en Venezuela, Simón Villegas, la decisión del Consejo Pro-
vincial de esa orden en cerrar el instituto. Sobre el bachillerato mixto,
consideró Fernández Feo, luego de decir que no tenía objeciones para
esa iniciativa, las consecuencias que podría originar para los colegios
de niñas un supuesto colapso. Después de considerar el asunto con sus
consultores, la Pastoral Diocesana y la AVEC, autorizó a los lasallistas
la apertura del segundo ciclo de secundaria en todas sus especialidades,
para un alumnado mixto, de ese organismo querido por mí por tantos
títulos, y tan meritorio por los esfuerzos empeñados. A pesar de ello,
Villegas respondió al mitrado que en su carta autoriza para que se pue-
da abrir mixto en el preuniversitario en todas sus ramas, lamentable-
mente monseñor, por razones expuestas oralmente a su Excelencia, y
por las expresadas en esta carta, se refiere a la fechada el 17 de mayo
de 1970, a los hermanos no nos es posible abrir un colegio mixto debi-
do a la gran escasez de personal para dirigirlo a la altura.
Fernández Feo convocó una rueda de prensa ante las declaracio-
nes de Sáenz. Invitó a Villegas y añadió que en ellas hay un aparte que
me ha producido una dolorosa sorpresa. Sorpresa porque es absoluta-
mente falsa. Dolorosa porque confunde el criterio del pueblo católico
de esta región. Ante la actitud del hermano director, el obispo asintió
que éste no sería amonestado. Nosotros no tenemos por qué llevar la
vida a base de sanciones. Si su Superior piensa llamarle la atención lo
hará en su oportunidad, pero yo no pienso en absoluto tomar ninguna
medida, enfatizó el jerarca. Pero buena parte del pueblo se confundió y
atribuyó a Fernández Feo el cierre del instituto, máxime cuando Sáenz
insistió en sus acusaciones contra el obispo, señalando que Monseñor
manda, prohíbe y después, pretende aparecer como inocente, acotando
que había sido citado al Palacio con la junta directiva del colegio, para
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choca que uno tenga que obedecerle al señor obispo cuando escribe
una Carta Pastoral. El obispo, según San Ignacio de Antioquia, contes-
tó Ancízar, es esencialmente único y concentra en sus manos todos los
poderes religiosos, siendo principio de unidad de la Iglesia. Las Cartas
Pastorales resumen su sapiencia y su modo de gobernar su territorio.
Las primeras Cartas del obispo tachirense trataron la importancia
de la fiesta de la Inmaculada Concepción, para ir a terrenos mundanos
como la inauguración de la maquinaria de Diario Católico o la creación
de Radio Junín. También versó sobre el seminario, la vocación sacerdo-
tal, el óbolo de San Pedro, la fiesta de cuaresma, la profanidad de las
fiestas, el Año Mariano, las misiones preparadoras de importantes con-
gresos religiosos, las nuevas formas de la liturgia surgidas del Vaticano
Segundo, hasta temas políticos como el día del maestro y la penetración
marxista en la educación nacional, considerándola como una amenaza
tremenda contra la vida misma de Venezuela y sus valores permanentes
del espíritu. También recordó la Constitución Ad Munus de Pío XI, par-
tida de nacimiento de la diócesis de San Cristóbal del 12 de octubre de
1922, creadora además de las jurisdicciones hermanas de Coro, Cumaná
y Valencia, lugar de nacimiento del primer obispo de San Cristóbal,
Tomás Antonio Sanmiguel, a quien Fernández Feo recordó con altivez
en la conmemoración de las bodas de plata de su fallecimiento, llamán-
dolo carne y entraña, historia y destino, enseñanza y parte solidaria de
la existencia de este pueblo tachirense.
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Esta correspondencia del obispo con los bienes creados por Dios
motivó la construcción del Bosque Alejandro Fernández Feo, proyecto
presentado el 19 de agosto de 1986, en el Rotary Club San Cristóbal,
por parte de uno de sus socios, el arquitecto Alberto García Esquivel,
concibiendo su nombre la gobernadora del Estado, Luisa Pacheco de
Chacón, disponiéndose para ello un terreno ubicado entre el Parque Me-
tropolitano, el barrio Las Flores y la Urbanización Mérida, en una su-
perficie de 50 mil metros cuadrados, bajo la supervisión de la Funda-
ción Bosque «Mons. Alejandro Fernández Feo», presidida por el inge-
niero Eduardo Larrazábal. Como un homenaje de despedida al prelado,
él mismo plantó el primer araguaney en el espacio que fue considerado
como un pulmón para la ciudad. La gobernadora Pacheco y el presiden-
te de la municipalidad, Rómulo Colmenares, acompañaron al obispo en
el acto realizado el 9 de febrero de 1985. Sin embargo, varias circuns-
tancias impidieron la consecución efectiva de la propuesta encaminada
por el Rotary Club presidido por Francisco Gutiérrez, logrando su inau-
guración en julio de 1989, develándose a la vez un busto del insigne
mitrado como homenaje póstumo a un propulsor de la defensa de la
naturaleza.
En fin, los documentos del obispo, provistos de una natural sen-
cillez, sin términos rebuscados y escritos para ser comprendidos por
todos, dicen mucho de su estilo. Mantuvo sus líneas de pensamiento
ordenadas y sistematizadas, enunciando en ellos, la palabra de guiador
de una sociedad, su reconocimiento a quienes le antecedieron en la silla
episcopal, su condición innata de maestro, en lenguaje diáfano y solem-
ne, aún con la severidad que ameritaron sus reclamos cuando la conduc-
ta masiva rayó en los límites del desenfreno. Llamó las cosas por su
nombre y agradeció siempre, en tercera persona, en las cartas, en las
letras, en las disposiciones, en los cordiales saludos de año nuevo, en el
anuncio de sus salidas a Roma, ante las aflicciones de una enfermedad o
en la emoción de sus grandes celebraciones, la bondad de sus diocesanos,
cincelando una tradicional frase: mi Dios les pague y la seguridad de
mis oraciones al Señor para que les conceda salud y paz.
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La familia carnal
Huérfano de padre a los seis años de edad, Alejandro fue el me-
nor de la familia. De su progenitor, médico caraqueño aficionado a los
toros, heredó la composición de sus dos apellidos, y de un tío, el segun-
do nombre, Roberto, jamás usado en actos públicos. Entretanto, la ma-
dre, Margarita Tinoco Bigott, lo vio ordenado y ataviado como en esa
imagen de niñez, cuando aún no había ingresado al seminario de los
jesuitas. Ella, una santa mujer criada en la Caracas decimonónica, le
enseñó, entre otras, una inexorable verdad: sólo hay que tenerle miedo a
una cosa en el mundo, a pecar, lo que quedó grabado en la mente del
varón y sus hermanas, Clara Margarita e Isabel Teresa. La única refe-
rencia de la matrona la cita el historiador Lucas Guillermo Castillo Lara,
hermano de Rosalio, el segundo cardenal venezolano y sobrino del ar-
zobispo Lucas Guillermo Castillo, primado de Venezuela en 1946. En el
emotivo artículo, Tres tardes para el recuerdo de monseñor Fernández
Feo, recuerda a la matrona en San Juan de Caracas, con su cabellera
blanca sobre rasgos apacibles, una estampa dulce y difuminada, senci-
lla y señorial, con unos húmedos ojos que se iluminaban al posarse en
Alejandro. Tenía un modo tenue de componer la sonrisa… su voz y su
acogida, estaban más allá de lo cordial, tenían de la misma ternura que
dispensaban al hijo.
Las hermanas vinieron con él al Táchira, pero no se amañaron.
Isabel Teresa, llamada Teté, y Clara Margarita, Ninita, se consagraron a
la atención de su hermano. Vivían en un modesto apartamento de Chacao
y, Diario Católico, registró sus estancias sancristobalenses. La última
estuvo cuatro años con él, en el viejo Palacio de la carrera seis. Ambas
fallecieron en Caracas, ciudad de la que no se desprendieron; Teté el 6
de septiembre de 1974 y Ninita el 25 de junio de 1978. En adelante, la
soledad de Alejandro se agrandó. De ellas dijo que mi vocación nació
en el seno bendito de mi madre santa y mis hermanas fueron antorchas
luminosas de esplendor sobrenatural, que iluminaron y dieron calor a
mi vida sacerdotal hasta que el Señor las llamó a su seno.
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obras del repertorio sacro y académico, entre ellas el Popule Meus del
venezolano José Angel Lamas y la Segunda Misa Pontifical de monseñor
Lorenzo Perosi, con los solistas Miguel Mantilla y Belkis Chacón, in-
terpretándolas con banda y coro en los actos de las bodas de plata
episcopales de 1977, prosiguiendo esta serie durante cinco años más
hasta que retornó a Europa para estudiar composición sagrada. Fernández
Feo llegaba a cualquier hora a la casa del director y sugería el orden
musical, el cual Zambrano se aprestaba a montar con las voces estu-
diantiles de la Normal J. A. Román Valecillos, el liceo de Lobatera y
algunos aficionados, logrando una ceremonia religiosa de gran valía
artística, repetida en las fiestas patronales del Santo Cristo de La Grita y
de la Consolación de Táriba. En gratitud, Fernández Feo concedió al
músico una medalla de oro conmemorativa de sus cinco lustros como
mitrado, y una especial placa que describe tan singular encomio.
El docente José Luis Isla, organista de Catedral y antiguo herma-
no lasallista, recuerda al majo obispo, como lo llamara castizamente su
padre, en su pretensión de adquirir para la refaccionada iglesia matriz
un órgano de tubos. Pero me decía, sostiene Isla, en un sabroso artículo
publicado en 2006, ¿para qué quiero un órgano si luego no hay quien
lo toque? Luego de aceptar el músico el compromiso de ejecutarlo, el
obispo adquirió al pianista y comerciante, Tomaso Romano, un órgano
electrónico Kawai con dos amplificadores que llenaban el espacio
catedralicio. Para probar su sonido, el obispo se ubicó una noche en la
puerta de entrada, mientras el organista ejecutaba la Tocata y Fuga en re
menor de Bach. Le arrancó, además, la promesa de actuar en las gran-
des solemnidades y todos los domingos, a las ocho de la mañana, inter-
pretando la misa en gregoriano, de acuerdo al tiempo litúrgico. Como
dato curioso, en una ocasión, refiere el profesor, una religiosa quiso
hacer unos cantos con su guitarra, a lo que el prelado se opuso rotunda-
mente, pues sostenía que en la Cátedral sólo el órgano debía sonar.
Isla estuvo en las exequias de su amigo, interpretando el órgano
en los oficios musicales que alternó con la Banda Filarmónica Experi-
mental, instalada cerca de la Capilla del Limoncito, y dirigida por Luis
Hernández Contreras. La música solemne siempre acompañó la augusta
ceremonia del segundo obispo sepultado en el presbiterio, y las lágri-
mas de Isla empañaron la lectura del Liber Usualis, el cual contiene los
cantos gregorianos que el propio obispo le había obsequiado. Todo indi-
caba que las pomposas ceremonias de años atrás jamás volverían. Al
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No pidió, ni rechazó
Un camino recorrido
Cuando tomaba la palabra en alguna reunión, el obispo parecía
no soltarla. Entablaba un monólogo sabroso, condimentado de múlti-
ples vivencias, anécdotas, personajes y lugares lejanos, su caraqueñísima
enjundia, dejando unos escasos intervalos a sus contertulios, lo que hizo
decir a Lucas Guillermo Castillo Lara, que Fernández Feo era un inter-
locutor intersilente.
Los honores que recibió en su vida fueron producto de una larga
siembra, también de su permanente atención a lo que sucedía en derre-
dor suyo, y en el mundo en general. Esa vivaz palabra dejaba absorto a
los periodistas que pudieron ser testigos de su elocuencia. Bien podía
hablar de la Iglesia del silencio tras la Cortina de Hierro, recordando el
heroísmo del cardenal polaco Mindszenty, y tener perfecta cuenta de los
sacerdotes de su diócesis, sus procedencias y congregaciones a que per-
tenecían. A veces confesó algunas intimidades que no volvió a expresar,
como la dispensa concedida para su ordenación, pues sólo tenía 22 años
en lugar de los 24 requeridos, como lo dijera a Mireya Vivas del Diario
La Nación, periódico que publicó también un diálogo con Marcelino
Valero, encontrándolo el periodista cordial, amistoso y sencillo; entre-
tanto, José Pulido, redactor de Diario Católico, se intimidó ante su per-
sonalidad muy fuerte y definida que impide entrar de lleno en el terreno
de las preguntas, contestándole sonreído el prelado, no se preocupe y
haga su trabajo. En otra ocasión se le escapó decir que el Táchira ha
sido un cofre cerrado, como lo fuera también con otros aspectos que
sólo comentó en noviembre de 1953 a Enrique Delgado, redactor de
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Vanguardia, entre ellos, su juego infantil de oficiar misa con los santos
de sus tías ataviado de todos los ornamentos; su decisión definitiva de
partir al Seminario dejando en llanto a su madre y a sus hermanas ma-
yores. También reveló que estudió en la escuela dirigida por la legenda-
ria Antonia Esteller, y en la Normal del sabio colombiano, Teodosio V.
Sánchez, rector cultural del Táchira de fines del siglo XIX y comienzos
del XX. Pidió oficio de palmatoria para asistir a la consagración de To-
más Antonio Sanmiguel como obispo en 1923, sin saber que sería, con
intervalo de un titular, sucesor suyo en San Juan y en San Cristóbal.
Expuso haber estado en Altagracia como párroco, donde en tiempos
remotos un pariente suyo, Pedro Fernández Feo, miembro de una fami-
lia de 17 hermanos, 8 de los cuales fueron sacerdotes, ejerciera también
como cura de almas. A todos les dijo, de todo corazón, que su mayor
felicidad como sacerdote fue el día de su ordenación.
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cas de su amigo, que habían sido juzgadas por otras voces. El se empe-
ñaría en demostrar la fuerza espiritual del eclesiástico, iniciando su in-
tervención con la palabra divina del Salmo 110, Tú eres sacerdote por
siempre. Lo ha jurado el Señor y no se retractará.
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Toda la vida sacerdote. Vestido con hábitos a los cinco años de edad.
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logró llevar desde tierra colombiana los restos del fundador de Michelena,
el presbítero José Amando Pérez, en acto que contó con la oratoria de su
amigo, Lucas Guillermo Castillo Lara. Recibió siempre las delegacio-
nes oficiales de la hermana tierra que lo visitaron, enseñándoles con
orgullo la restaurada Catedral y el vistoso nuevo Seminario, haciéndolo
en febrero de 1962 con el arzobispo de Pamplona, los obispos de Cúcuta,
El Socorro, San Gil, Bucaramanga, y otras dignidades de Arauca,
Beltrania y Barrancabermeja, como también lo hiciera con el creador
del programa El Minuto de Dios, Rafael García Herreros, creador de
una nueva estructura social, odiado por los comunistas, con su rostro
tenaz y bondadoso impregnado del olor de su aromática pipa. Los púl-
pitos colombianos conocieron igualmente la vibrante palabra del obis-
po del Táchira, como lo hiciera con orgullo en las reuniones del CELAM
sucedidas en Bogotá. Esa dimensión hermana de ambas patrias y un
solo sentimiento la manifestó con llaneza.
Franca fue siempre su postura con el Táchira. Podía ser el impe-
netrable obispo de cara recia, de pocos amigos, dirían muchos, aunque
al iniciar el diálogo se abría con su bonhomía y sencillez, o tal vez podía
ser el cura párroco que siempre fue, como en efecto lo hizo, auxiliando
a cualquiera de sus sacerdotes, atendiendo en los sencillos confesiona-
rios las tribulaciones de muchos, hablándoles en su propio lenguaje, sin
distancias, sabiendo de sus problemas, buscando la solución a sus nece-
sidades, encargándose hasta de detalles domésticos como reunirse con
el mecánico de su vehículo para consultar algún desperfecto, o apagar la
luz de la habitación que quedaba sola en su residencia, amén de cambiar
alguna planta del jardín o disponer de la atención para los hijos del
personal a su cargo, siendo padrino de varios de ellos.
Imperiosas necesidades de esta tierra recibieron su impulso fir-
me, bien fuera la atención de algunas zonas devastadas por inundacio-
nes, la creación del Puerto al Sur del Lago, la celebración del centenario
de creación de la Provincia del Táchira, un triunfal aniversario del Liceo
Simón Bolívar, su intervención decidida ante una complicada huelga de
transporte con ribetes desestabilizadores para la democracia, la crea-
ción de la Región Suroeste Andina o su palabra consoladora ante las
víctimas de tragedias naturales, como la ocurrida en El Palmar de la
Copé en los días de la celebración de sus bodas de oro sacerdotales.
También, en beneficio del progreso capitalino, cedió en nombre de la
diócesis, sin exigir indemnización, algunos terrenos para la construc-
ción de la Quinta Avenida. Bien lo hizo como creyente manifiesto de
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Un regio obispo.
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Últimos días
Con la comisión que organizó su despedida como obispo titular del Táchira,
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los 40 años de Ecos del Torbes, emisora en la que su voz fue proyectada
todas las veces que lo solicitó, y el 15 de agosto asistió a la última cere-
monia religiosa en público, la fiesta de la Patrona del Táchira, su amada
Señora de La Consolación, la que al besar, decía él, sentía como si lo
hiciera con todos sus feligreses. Luego de la celebración de su último
aniversario episcopal, en la intimidad de su residencia de Pirineos, a
los dos días, el 26 de agosto, enfermó súbitamente. El tiempo estaba
contado.
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Muerte y exequias
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Fuentes
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blanca
Índice general
Prólogo ......................................................................................................... 9
Ramón J. Velásquez
Presentación ............................................................................................... 13
Juan Antonio Galeazzi Contreras
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Alejandro, magno obispo del Táchira de Luis Hernández Contreras
se terminó de imprimir en Mérida, Venezuela
en los talleres de Producciones Editoriales C. A.
para el Centro Editorial La Castalia C.A.
en el mes de mayo de 2009
Tiraje de 300 ejemplares, en papel saima antique