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El documento resume la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Grandes multitudes que habían venido a la fiesta de la Pascua tomaron ramas de palmera y salieron a recibir a Jesús, gritando "¡Hosanna!" y aclamándolo como el Rey de Israel. Jesús montó un pollino para cumplir la profecía de que el Mesías entraría humildemente a Jerusalén. Los discípulos no entendieron esto al principio, pero después cuando Jesús fue glorificado recordaron las profecías.
El documento resume la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Grandes multitudes que habían venido a la fiesta de la Pascua tomaron ramas de palmera y salieron a recibir a Jesús, gritando "¡Hosanna!" y aclamándolo como el Rey de Israel. Jesús montó un pollino para cumplir la profecía de que el Mesías entraría humildemente a Jerusalén. Los discípulos no entendieron esto al principio, pero después cuando Jesús fue glorificado recordaron las profecías.
El documento resume la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Grandes multitudes que habían venido a la fiesta de la Pascua tomaron ramas de palmera y salieron a recibir a Jesús, gritando "¡Hosanna!" y aclamándolo como el Rey de Israel. Jesús montó un pollino para cumplir la profecía de que el Mesías entraría humildemente a Jerusalén. Los discípulos no entendieron esto al principio, pero después cuando Jesús fue glorificado recordaron las profecías.
El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al
oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna. Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho. (12:12-16) Los siglos pasados han visto falsos mesías y cada uno afirmando ser el esperado por el pueblo judío. De estos libertadores autoproclamados, algunos simplemente se engañaban a sí mismos, mientras otros se aprovechaban de los demás a propósito; algunos buscaban prestigio personal, otros rescatar al pueblo de la opresión; algunos defendían la violencia, otros la oración y el ayuno; algunos profesaban ser libertadores políticos, otros reformadores religiosos. Pero aunque variaran sus métodos, motivos y firmaciones, todos tenían algo en común: eran falsificaciones satánicas del verdadero Mesías, Jesús de Nazaret.
FALSOS MAESTROS
TEUDAS (DIAPOSITIVA) SIMON
Jesús advirtió que cuando su Segunda Venida se acercara, “muchos
falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos” y “se evantarán falsos Cristos” (Mt. 24:11, 24 Solo Jesucristo posee las credenciales del Mesías verdadero: las palabras que pronunció, los milagros que realizó y las profecías que cumplió prueban que Él era quien dijo ser (Mt. 26:63-64; Jn. 4:25-26). Cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a preguntarle si Él era el Mesías esperado o debían esperar a alguien más (Mt. 11:3), Jesús le señaló los milagros para probar que sí era el Mesías: “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (vv. 4-5). En lugar de proezas extravagantes, como la que Satanás lo retó a realizar (Mt. 4:5-6), el Salvador compasivo escogió mostrar su poder divino sanando a los enfermos (Mt. 4:23-24; 8:2-3). Además de haber “hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho” (Jn. 15:24), Jesús cumplió las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Entre las predicciones más notables se encuentran su nacimiento virginal (Is. 7:14), su muerte en sacrificio (Is. 52:13—53:12) y su resurrección (Sal. 16:10; cp. Hch. 13:35).
EN EL MOMENTO APROPIADO
El siguiente día, (12:12a)
El siguiente día fue la mañana del lunes, el día después de la cena en Betania (12:1-11). En la noche, Judas se había reunido con los principales sacerdotes y había acordado con ellos traicionar a Jesús (Mt. 26:14-16). Pero Jesús no estaba a merced de las intrigas de sus enemigos, Él siguió en control absoluto de las circunstancias. Había llegado para Jesús el tiempo de morir, ordenado divinamente (v. 23; cp. 13:1), pero lo haría en sus términos. Los líderes judíos, temerosos de cómo pudieran reaccionar las grandes multitudes volátiles, querían matar a Jesús, pero no durante la celebración de la Pascua (Mt. 26:3-5; cp. Lc. 22:2) El plan de ellos era prenderlo y ejecutarlo después de la fiesta, cuando el pueblo se hubiera dispersado. Jesús se preparó para entrar públicamente a Jerusalén y así forzar el asunto de su muerte. Sabía que los elogios de la multitud harían enfurecer a los líderes judíos, y ellos estarían aun más desesperados por matarlo. Cuando ocurrieron confrontaciones y sus enemigos buscaron matarlo, se evadió de ellos. Las personas de Nazaret, su pueblo, quisieron echarlo por un precipicio, pero Jesús “pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lc. 4:30). En otra ocasión, los judíos hostiles, enfurecidos por su afirmación de ser Dios (Jn. 8:58 El día exacto escogido por el Señor para entrar a Jerusalén cumplió una de las profecías más notables del Antiguo Testamento. La profecía de Daniel de las setenta semanas (Dn. 9:24-26). Por medio de Daniel, el Señor predijo que desde el tiempo del decreto de Artajerjes en que se ordenaba la reconstrucción del templo (en 445 a.C.) hasta la venida del Mesías transcurrirían “siete semanas, y sesenta y dos semanas” (Dn. 9:25; cp. Neh. 2:6)
CON LA MULTITUD APASIONADA
grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús
venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (12:12b-13) Cuando el Señor salió de Betania, iba acompañado por la “gran multitud de los judíos” (v. 9) que habían venido a verlo a Él y a Lázaro (v. 17). Pronto se les unirían otros de las grandes multitudes de peregrinos que habían venido a Jerusalén para la fiesta (Pascua). Al oír que Jesús venía a Jerusalén, salieron en desbandada de la ciudad para recibirle. Las dos grandes olas de personas, exacerbadas por la resurrección de Lázaro, se volvieron una para formar una muchedumbre masiva (algunas historias estiman que debía de haber un millón de personas allí en la fiesta de la Pascua) que escoltaron a Jesús hasta Jerusalén. (Los relatos de la entrada triunfal en los Evangelios sinópticos también sugieren que dos multitudes convergieron alrededor de Jesús [Mt. 21:9; Mr. 11:9]). La multitud emocionada cortó ramas de las palmeras datileras que había en abundancia en los alrededores de Jerusalén (aún hoy crecen allí). El Antiguo Testamento no asocia las ramas de palmeras con la Pascua, sino con la fiesta de los tabernáculos (Lv. 23:40). Sin embargo, en el Período intertestamentario las ramas de palmera se volvieron un símbolo general de victoria y celebración. Cuando los judíos, liderados por Simón Macabeo, recuperaron Jerusalén de manos de los sirios, entraron “con vítores y palmas” (1 Macabeos 13:51; cp. 2 Macabeos 10:7 La multitud, arrastrada por el fervor del momento, gritaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” . Hosanna, un término de aclamación o alabanza, es la transliteración de una palabra hebrea cuyo significado literal es “ Oro por ayuda” u “Oro por salvación” (cp. Sal. 118:25). Era un término conocido por todos los judíos, pues venía del grupo de salmos conocido como Hallel (Sal. 113—118). En el pasado el Señor se había negado a recibir el saludo como rey y conquistador militar que, según el pueblo, sería el Mesías. De hecho, Él dispersó la multitud que buscaba hacerlo rey (cp. Jn. 6:14- 15). Pero esta vez aceptó su aclamación, lo cual dejó frenética de emoción a la multitud. Finalmente, pensaban ellos, Él estaba aceptando el papel que ellos querían darle, el de libertador político y militar. Pero Jesús aceptó la alabanza en sus propios términos. Como aquel que venía a salvar (Mt. 1:21), aquel que venía en el nombre del Señor (Jn. 5:43) y el .DE LA FORMA PREDICHA | Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna. (12:14-15) Los discípulos hicieron lo que Jesús les ordenó y regresaron con un pollino y su madre, probablemente para mantener dócil al pollino (Mt. 21:6-7). Sin saber cuál de los animales pretendía montar el Señor, pusieron sus mantos sobre los dos (Mt. 21:7). Luego, después que Jesús indicó que montaría al pollino, lo ayudaron a subirse (Lc. 19:35). A medida que la procesión continuaba, ahora con Jesús subido en el asnillo, “la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles [solo el relato de Juan especifica que eran ramas de palma], y las tendían en el camino” (Mt. 21:8). Extender prendas en el camino de alguien era un homenaje reservado a los reyes (cp. 2 R. 9:13) y expresaba la creencia de la multitud, que Jesús era el Rey de Israel (Jn. 12:13; cp. Lc. 19:38). El Señor eligió un monte a propósito para cumplir Zacarías 9:9: “No temas (las palabras “No temas” se agregaron de Is. 40:9), hija de Sion (una referencia a Jerusalén [cp. 2 R. 19:21; Is. 10:32; Zac. 9:9] y por extensión a toda la nación); he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna”. Si Jesús hubiera sido el guerrero conquistador esperado por el pueblo, montar un caballo de guerra habría sido más apropiado (cp. Ap. 19:11). Pero, al escoger un asno, Jesús entró a Jerusalén como el Príncipe de paz humilde (Zac. 9:9; Mt. 21:5). ANTE LA PERPLEJIDAD DE SUS HOMBRES
Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero
cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho. (12:16) Jesús no venía en su primera venida como conquistador, sino como Salvador. Jesús fue un Rey como ningún otro. En lugar de la pompa y las circunstancias asociadas con los reyes terrenales, Él era dócil y humilde (Mt. 11:29); en vez de derrotar a sus enemigos por la fuerza, los conquistó con la muerte (He. 2:14; cp. Ef. 1:19-22; Col. 2:15). Pero aunque lo rechazaron y lo despreciaron en su primera venida (Is. 53:3), Jesucristo regresará un día como el gran conquistador, Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19:11-16), hará añicos a sus enemigos y los destruirá con un juicio final feroz (Sal. 2:9; Ap. 19:15).
RECHAZO DE LOS FARISEOS
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro
del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él. (12:17-19) Como dijimos en la explicación de 12:12-13, algunas persona acompañaron a Jesús desde Betania, pero otras salieron de Jerusalén a encontrarlo. Los dos grupos formaron una multitud grande que escoltó a Jesús hasta la ciudad. En el camino, daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Su testimonio entusiasta a la gente de Jerusalén que salió a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal, amplificó el efecto poderoso del milagro a las masas que llegaron por la Pascua (11:45; cp. 5:36; 10:38). La nota de Juan de que la gente se agolpó sobre Jesús porque había oído que Él resucitó a Lázaro de los muertos, revela la naturaleza superficial de su fe. Su deseo era que Jesús aceptara el papel del gobernante político y libertador militar que esperaban del Mesías (cp. Jn. 6:14-15; 12:13). Probablemente, razonaron, si Él tenía el poder para devolverle la vida a quien había estado muerto por cuatro días, con seguridad podría usar ese poder para liberarlos del yugo opresor romano. Como sucedió con muchas otras multitudes que siguieron a Jesús (cp. 2:23-25; 6:2, 14-15, 26, 60, 66; 12:42-43), ésta estaba compuesta principalmente por buscadores de emociones. Al final de la semana, cuando se hiciera obvio que Jesús no iba a ser el Mesías político esperado, el pueblo lo rechazaría, siguiendo el mandato de los fariseos y de otros líderes. Muchas de las voces que gritaron “ Hosanna” en la entrada triunfal iban a gritar “¡Crucifícalo!” en el Viernes Santo. Mientras tanto, los fariseos miraban la escena tumultuosa con frustración y alarma crecientes. Les parecía que los sucesos se salían peligrosamente de control; si Jesús lideraba a esta multitud rabiosa en una rebelión contra Roma, todo se perdería. (A diferencia de los saduceos, los fariseos rehusaban comprometerse con los romanos; pero, a diferencia delos zelotes, no los asaltaban físicamente). Más aún, habían ordenado que quien conociera dónde estaba Jesús se lo dijera para que lo arrestaran (11:57). Irónicamente, ahí, a plena vista, estaba el que tantas ganas tenían de prender, rodeado por miles de personas. Pero en lugar de delatar a Jesús ante las autoridades, la multitud lo saludaban como Mesías. Temiendo la reacción de la multitud si arrestaban abiertamente a Jesús, los fariseos solo podían ver la escena con frustración y consternación. No sorprende que se hayan ido unos contra otros diciéndose entre sí: “Ya veis que no conseguís nada”. A pesar de sus mejores esfuerzos para silenciarlo, confrontados con la increíble popularidad de Jesús, comenzaron a culparse entre ellos. Deberían haber sido más sabios, como aconsejara después al sanedrín Gamaliel, un rabí eminente, para no haberse “hallado luchando contra Dios” (Hch. 5:39), quien anula los planes de los hombres para lograr sus propósitos (cp. Gn. 50:20; 1 R. 12:15; Jer. 10:23; Dn. 4:25-35). La exclamación de los fariseos “Mirad, el mundo se va tras él” expresa la profundidad de su consternación. La declaración es una hipérbole, el término mundo se refiere a las personas en general, no a cada una en particular (cp. v. 47; 1:29; 3:17; 4:42; 14:22; 17:9, 21; 18:20; 21:25; Hch. 17:6; 19:27). Como sucedió con la profecía de Caifás (11:49- 52), probablemente Juan pretendía que la declaración de los fariseos se entendiera como una predicción inconsciente del esparcimiento del evangelio por el mundo (Mt. 24:14; 26:13; 28:19- 20; Lc. 24:47; Hch. 1:8). A la larga tendrían éxito en volver a las personas en contra de Jesús, con tal hostilidad que exigirían su ejecución, en un hecho de rechazo final.