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43 El Rey vino a morir

El siguiente día, grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al


oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y
salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en
el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y
montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sion; he aquí tu
Rey viene, montado sobre un pollino de asna. Estas cosas no las
entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue
glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban
escritas acerca de él, y de que se las habían hecho. (12:12-16)
Los siglos pasados han visto falsos mesías y cada uno afirmando
ser el esperado por el pueblo judío. De estos libertadores
autoproclamados, algunos simplemente se engañaban a sí mismos,
mientras otros se aprovechaban de los demás a propósito; algunos
buscaban prestigio personal, otros rescatar al pueblo de la
opresión; algunos defendían la violencia, otros la oración y el ayuno;
algunos profesaban ser libertadores políticos, otros reformadores
religiosos. Pero aunque variaran sus métodos, motivos y
firmaciones, todos tenían algo en común: eran falsificaciones
satánicas del verdadero Mesías, Jesús de Nazaret.

FALSOS MAESTROS

TEUDAS (DIAPOSITIVA)
SIMON

Jesús advirtió que cuando su Segunda Venida se acercara, “muchos


falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos” y “se
evantarán falsos Cristos” (Mt. 24:11, 24 Solo Jesucristo posee las
credenciales del Mesías verdadero: las palabras que pronunció, los
milagros que realizó y las profecías que cumplió prueban que Él era
quien dijo ser (Mt. 26:63-64; Jn. 4:25-26).
Cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a preguntarle si Él
era el Mesías esperado o debían esperar a alguien más (Mt. 11:3),
Jesús le señaló los milagros para probar que sí era el Mesías: “Id, y
haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los
muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”
(vv. 4-5). En lugar de proezas extravagantes, como la que Satanás
lo retó a realizar (Mt. 4:5-6), el Salvador compasivo escogió mostrar
su poder divino sanando a los enfermos (Mt. 4:23-24; 8:2-3).
Además de haber “hecho entre ellos obras que ningún otro ha
hecho” (Jn. 15:24), Jesús cumplió las profecías mesiánicas del
Antiguo Testamento. Entre las predicciones más notables se
encuentran su nacimiento virginal (Is. 7:14), su muerte en sacrificio
(Is. 52:13—53:12) y su resurrección (Sal. 16:10; cp. Hch. 13:35).

EN EL MOMENTO APROPIADO

El siguiente día, (12:12a)


El siguiente día fue la mañana del lunes, el día después de la cena
en Betania (12:1-11). En la noche, Judas se había reunido con los
principales sacerdotes y había acordado con ellos traicionar a Jesús
(Mt. 26:14-16).
Pero Jesús no estaba a merced de las intrigas de sus enemigos, Él
siguió en control absoluto de las circunstancias. Había llegado
para Jesús el tiempo de morir, ordenado divinamente (v. 23; cp.
13:1), pero lo haría en sus términos. Los líderes judíos, temerosos
de cómo pudieran reaccionar las grandes multitudes volátiles,
querían matar a Jesús, pero no durante la celebración de la Pascua
(Mt. 26:3-5; cp. Lc. 22:2) El plan de ellos era prenderlo y ejecutarlo
después de la fiesta, cuando el pueblo se hubiera dispersado.
Jesús se preparó para entrar públicamente a Jerusalén y así
forzar el asunto de su muerte. Sabía que los elogios de la
multitud harían enfurecer a los líderes judíos, y ellos estarían
aun más desesperados por matarlo.
Cuando ocurrieron confrontaciones y sus enemigos buscaron
matarlo, se evadió de ellos. Las personas de Nazaret, su pueblo,
quisieron echarlo por un precipicio, pero Jesús “pasó por en medio
de ellos, y se fue” (Lc. 4:30). En otra ocasión, los judíos hostiles,
enfurecidos por su afirmación de ser Dios (Jn. 8:58
El día exacto escogido por el Señor para entrar a Jerusalén cumplió
una de las profecías más notables del Antiguo Testamento. La
profecía de Daniel de las setenta semanas (Dn. 9:24-26). Por medio
de Daniel, el Señor predijo que desde el tiempo del decreto de
Artajerjes en que se ordenaba la reconstrucción del templo (en 445
a.C.) hasta la venida del Mesías transcurrirían “siete semanas, y
sesenta y dos semanas” (Dn. 9:25; cp. Neh. 2:6)

CON LA MULTITUD APASIONADA

grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús


venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle,
y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor, el Rey de Israel! (12:12b-13)
Cuando el Señor salió de Betania, iba acompañado por la “gran
multitud de los judíos” (v. 9) que habían venido a verlo a Él y a
Lázaro (v. 17).
Pronto se les unirían otros de las grandes multitudes de peregrinos
que habían venido a Jerusalén para la fiesta (Pascua). Al oír que Jesús
venía a Jerusalén, salieron en desbandada de la ciudad para recibirle.
Las dos grandes olas de personas, exacerbadas por la resurrección
de Lázaro, se volvieron una para formar una muchedumbre masiva
(algunas historias estiman que debía de haber un millón de
personas allí en la fiesta de la Pascua) que escoltaron a Jesús hasta
Jerusalén. (Los relatos de la entrada triunfal en los Evangelios
sinópticos también sugieren que dos multitudes convergieron
alrededor de Jesús [Mt. 21:9; Mr. 11:9]).
La multitud emocionada cortó ramas de las palmeras datileras que
había en abundancia en los alrededores de Jerusalén (aún hoy
crecen allí).
El Antiguo Testamento no asocia las ramas de palmeras con la
Pascua, sino con la fiesta de los tabernáculos (Lv. 23:40). Sin
embargo, en el Período intertestamentario las ramas de palmera
se volvieron un símbolo general de victoria y celebración.
Cuando los judíos, liderados por Simón Macabeo, recuperaron
Jerusalén de manos de los sirios, entraron “con vítores y palmas” (1
Macabeos 13:51; cp. 2 Macabeos 10:7
La multitud, arrastrada por el fervor del momento, gritaba:
“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de
Israel!” . Hosanna, un término de aclamación o alabanza, es la
transliteración de una palabra hebrea cuyo significado literal es “
Oro por ayuda” u “Oro por salvación” (cp. Sal. 118:25). Era un
término conocido por todos los judíos, pues venía del grupo de
salmos conocido como Hallel (Sal. 113—118).
En el pasado el Señor se había negado a recibir el saludo como rey
y conquistador militar que, según el pueblo, sería el Mesías. De
hecho, Él dispersó la multitud que buscaba hacerlo rey (cp. Jn. 6:14-
15). Pero esta vez aceptó su aclamación, lo cual dejó frenética de
emoción a la multitud.
Finalmente, pensaban ellos, Él estaba aceptando el papel que ellos
querían darle, el de libertador político y militar. Pero Jesús aceptó la
alabanza en sus propios términos. Como aquel que venía a salvar
(Mt. 1:21), aquel que venía en el nombre del Señor (Jn. 5:43) y el
.DE LA FORMA PREDICHA
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Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito: No
temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino
de asna. (12:14-15)
Los discípulos hicieron lo que Jesús les ordenó y regresaron con un
pollino y su madre, probablemente para mantener dócil al
pollino (Mt. 21:6-7). Sin saber cuál de los animales pretendía
montar el Señor, pusieron sus mantos sobre los dos (Mt. 21:7).
Luego, después que Jesús indicó que montaría al pollino, lo
ayudaron a subirse (Lc. 19:35). A medida que la procesión
continuaba, ahora con Jesús subido en el asnillo, “la multitud, que
era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros
cortaban ramas de los árboles [solo el relato de Juan especifica que
eran ramas de palma], y las tendían en el camino” (Mt. 21:8).
Extender prendas en el camino de alguien era un homenaje
reservado a los reyes (cp. 2 R. 9:13) y expresaba la creencia de la
multitud, que Jesús era el Rey de Israel (Jn. 12:13; cp. Lc. 19:38).
El Señor eligió un monte a propósito para cumplir Zacarías 9:9: “No
temas (las palabras “No temas” se agregaron de Is. 40:9), hija de Sion
(una referencia a Jerusalén [cp. 2 R. 19:21; Is. 10:32; Zac. 9:9] y por
extensión a toda la nación); he aquí tu Rey viene, montado sobre un
pollino de asna”. Si Jesús hubiera sido el guerrero conquistador
esperado por el pueblo, montar un caballo de guerra habría sido
más apropiado (cp. Ap. 19:11). Pero, al escoger un asno, Jesús
entró a Jerusalén como el Príncipe de paz humilde (Zac. 9:9; Mt.
21:5).
ANTE LA PERPLEJIDAD DE SUS HOMBRES

Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero


cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas
cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho.
(12:16)
Jesús no venía en su primera venida como conquistador, sino
como Salvador.
Jesús fue un Rey como ningún otro. En lugar de la pompa y las
circunstancias asociadas con los reyes terrenales, Él era dócil y
humilde (Mt. 11:29); en vez de derrotar a sus enemigos por la
fuerza, los conquistó con la muerte (He. 2:14; cp. Ef. 1:19-22;
Col. 2:15). Pero aunque lo rechazaron y lo despreciaron en su
primera venida (Is. 53:3),
Jesucristo regresará un día como el gran conquistador, Rey de
reyes y Señor de señores (Ap. 19:11-16), hará añicos a sus
enemigos y los destruirá con un juicio final feroz (Sal. 2:9; Ap.
19:15).

RECHAZO DE LOS FARISEOS

Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro


del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual también había
venido la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho
esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no
conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él. (12:17-19)
Como dijimos en la explicación de 12:12-13, algunas persona
acompañaron a Jesús desde Betania, pero otras salieron de
Jerusalén a encontrarlo. Los dos grupos formaron una multitud
grande que escoltó a Jesús hasta la ciudad. En el camino, daba
testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le
resucitó de los muertos. Su testimonio entusiasta a la gente de Jerusalén
que salió a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal,
amplificó el efecto poderoso del milagro a las masas que llegaron
por la Pascua (11:45; cp. 5:36; 10:38).
La nota de Juan de que la gente se agolpó sobre Jesús porque había
oído que Él resucitó a Lázaro de los muertos, revela la naturaleza
superficial de su fe. Su deseo era que Jesús aceptara el papel del
gobernante político y libertador militar que esperaban del Mesías
(cp. Jn. 6:14-15; 12:13). Probablemente, razonaron, si Él tenía el
poder para devolverle la vida a quien había estado muerto por
cuatro días, con seguridad podría usar ese poder para liberarlos del
yugo opresor romano.
Como sucedió con muchas otras multitudes que siguieron a Jesús
(cp. 2:23-25; 6:2, 14-15, 26, 60, 66; 12:42-43), ésta estaba
compuesta principalmente por buscadores de emociones. Al final de
la semana, cuando se hiciera obvio que Jesús no iba a ser el Mesías
político esperado, el pueblo lo rechazaría, siguiendo el mandato de
los fariseos y de otros líderes. Muchas de las voces que gritaron “
Hosanna” en la entrada triunfal iban a gritar “¡Crucifícalo!” en el
Viernes Santo.
Mientras tanto, los fariseos miraban la escena tumultuosa con
frustración y alarma crecientes. Les parecía que los sucesos se
salían peligrosamente de control; si Jesús lideraba a esta multitud
rabiosa en una rebelión contra Roma, todo se perdería. (A diferencia
de los saduceos, los fariseos rehusaban comprometerse con los
romanos; pero, a diferencia delos zelotes, no los asaltaban
físicamente). Más aún, habían ordenado que quien conociera dónde
estaba Jesús se lo dijera para que lo arrestaran (11:57).
Irónicamente, ahí, a plena vista, estaba el que tantas ganas tenían
de prender, rodeado por miles de personas. Pero en lugar de delatar
a Jesús ante las autoridades, la multitud lo saludaban como Mesías.
Temiendo la reacción de la multitud si arrestaban abiertamente a
Jesús, los fariseos solo podían ver la escena con frustración y
consternación. No sorprende que se hayan ido unos contra otros
diciéndose entre sí: “Ya veis que no conseguís nada”. A pesar de sus
mejores esfuerzos para silenciarlo, confrontados con la increíble
popularidad de Jesús, comenzaron a culparse entre ellos. Deberían
haber sido más sabios, como aconsejara después al sanedrín
Gamaliel, un rabí eminente, para no haberse “hallado luchando
contra Dios” (Hch. 5:39), quien anula los planes de los hombres
para lograr sus propósitos (cp. Gn. 50:20; 1 R. 12:15; Jer. 10:23; Dn.
4:25-35).
La exclamación de los fariseos “Mirad, el mundo se va tras él” expresa
la profundidad de su consternación. La declaración es una
hipérbole, el término mundo se refiere a las personas en general, no
a cada una en particular (cp. v. 47; 1:29; 3:17; 4:42; 14:22; 17:9, 21;
18:20; 21:25; Hch. 17:6; 19:27). Como sucedió con la profecía de
Caifás (11:49- 52), probablemente Juan pretendía que la declaración
de los fariseos se entendiera como una predicción inconsciente del
esparcimiento del evangelio por el mundo (Mt. 24:14; 26:13; 28:19-
20; Lc. 24:47; Hch. 1:8). A la larga tendrían éxito en volver a las
personas en contra de Jesús,
con tal hostilidad que exigirían su ejecución, en un hecho de
rechazo final.

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