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Era un pueblo con apariencia de factoría colonial.

Parecía hecho para hombres, ya que las mujeres


no tenían ninguna diversión fuera de los que haceres hogareños. El cine, que antes abría los jueves
y domingos, hacia un año había cerrado por el incendio que arruinó el proyector. No había parque,
ni escuela, ni mercado. Se proveían en la única tienda surtida, situada en el cruce de caminos.

En la parte de atrás de la cantina quedaba el salón de billar, un cuarto grande con una sola mesa
de pool que se comunicaba a una ventanita por donde pasaban los tragos y las cervezas bebían los
jugadores. Contigua al billar, en un recinto aparte, pero en el mismo galerón de madera, había un
restaurante que solo abría los fines de semana o cuando pagaban.

Esos mismos días aparecían muchachas de la ciudad que rondaban por los tres negocios en busca
de clientes para terminar la noche en la única pensión desvencijada, albergue, además, de agentes
viajeros que alguna vez se asomaban por el pueblo.

Los obreros y sus familias Vivian en casas de madera individuales, desperdigadas unidas de otras y
separadas por barriales que no permitían muchas intimidades. Las fabrica aún más alejadas, por
las emanaciones toxicas que se desprendían de las sustancias químicas que en ellas se manejaban,
albergaba alrededor de sesenta trabajadores entre operarios y personal administrativos.

Aparte de algunas borracheras escandalosas y pleitos por el mismo motivo, nunca pasaba nada
alarmante, a no ser la muerte de César, el maestro jefe de talleres, el maestro jefe de talleres,
ocurrida hacía un año. El acontecimiento conmovió a la población, porque el mecánico fue sacado
de su casa por un grupo de hombres fuertemente armados vestidos de civil, y asesinado después
de torturarlo. Nunca se supo con certeza, el motivo del crimen, pero siempre se sospechó que fue
la terquedad de querer formar el sindicato en oposición a los dispuestos por los dueños de la
fábrica.

Rogelio tenia catorce años cumplidos. Termino de pasar el cepillo sobre la verde alfombra de billar
y cogió un rimero de tacos para revisar si aun estaba servible la punta. Se sentó en la banca
contigua a la pared de madera, cuando oyó el nombre de su padre. Aguzo el oído y pegando un
ojo en la cisura que separaba los tablones, pudo ver a los hombres sentados alrededor de una
mesa cuadrada.

Los cinco hombres amigos íntimos de César, hablaban con vos disminuida frente a unas botellas de
cerveza.

Me contó Leticia dijo el soldador, bajando aun mas la voz. Es aquella putía chele ojos de gato, me
la encontré en la ciudad ayer que fui a comprar soldadura.

Estaba con los ojos morados y toda inchada de la cara por la taleguiada que Chuzon le había
propinado, y quizá por la cólera, me relató que fue Chuzon quien le chilló a la policía por el asunto
del sindicato.

Los hombres se volvieron a ver unos a otros sin habla. Los que fumaban, en esos
momentoschuparon sus cigarrillos con fruición. Otros agacharon la cabeza con movimientos de
reprobación. El silencio duró cerca de cinco minutos.

Y es que el golpe por la muerte de César aun no se había absorbido a cabalidad, porque era el
mejor de los compañeros.
Era el quien había logrado fundar el comité para la creación de la escuela y quien sacaba la cara
frente a la patronal defendiendo a los obreros. Era el quien pedía las reivindicaciones y acusaba al
medico por incompetencia y parcialidad al emitir siempre el diagnostico de cirrosis hepática de
origen alcohólico, sabiendo que los trabajadores morían con el hígado reventado debido a las
emanaciones toxicas absorbidas por los pulmones la piel, aunque fueran abstemios.

Era César quien luchaba desde hace años buscando que la fábrica los incluyera en el seguro social
del estado y era además el motor que impulsaba la formación del sindicato. Su muerte pues,
destartaló todos los proyectos. El mismo que contó la historia recordó que Chuzón fue esquirol
durante el primer intento de huelga y luego del asesinato ascendió como jefe de los talleres.

Bueno, dijo Roberto, debemos hacer algo.

Hay que matarlo, rezongo con furia, el cuto Omar. Esos hijos de puta no merecen vivir.

Los hombres continuaron hablando y tomando despacio sus cervezas. Desde entonces no
volvieron a dar pasos concretos para la formación del sindicato por miedo a las represalias.

Advirtieron que desde hacia un año Chuzón rehuía su compañía, y cuando tomaba, lo hacia
solitario o con las putas que llegaban debes en cuando, pero escondiéndose de la gente. Hablaron
de sueldo exagerado, para su puesto, e insistieron en afirmar que era el hombre de confianza de
los patrones. Continuaron espulgándolo y encontrándole defectos que los conducía a creer lo que
decía la Leticia, aunque no tuvieran pruebas.

Después de mucho discutir pidieron un cubilete, para jugar a los dados, para ver quien lo
ajusticiaría. Y aún no había ganador cuando el biliar abrió sus puertas de par en par esperando a
los parroquianos para la jugada. Pidieron una botella de agua ardiente para seguir jugando, pero
los tragos tenia sabor amargo. Se necesitaban huevos para hacerlo. El cuto Omar tiraba el cubilete
con vehemencia, y era el que mas seguido se servía los tragos, pero no salía el pokarin de ases que
indicaría el vencedor de la jugada. Al terminar la botella todos se desparramaron por las calles.
Iban taciturnos, tristes y borrachos.

Al día siguiente lo encontraron muerto con un leñazo en la cabeza.

Chuzón estaba embrocado sobre un enorme charco de la vereda y con ojos abiertos. Lea sangre se
había endurado sobre los pelos de la nuca y el cuello de la camisa estaba teñido de rojo.

Al principio no hallaron sospechosos, hasta que capturaron al hielero, un motorista que los fines
de semana hacia negocio con su venta en el pueblo.

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