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EL CONTRABANDO EN EL ORDEN SOCIAL

Y EN LA ECONOM IA POLITICA: NOTAS A


PROPOSITO DEL CASO DE LA NUEVA ESPAÑA

Ignasi T erradas

El Colegio de Michoacán
Universidad de Barcelona

Introducción conceptual
En este artículo se trata de estudiar el lugar histórico
e ideológico del contrabando como signo de un cambio
profundo en la historia de la relación entre la Economía
Política y el Orden Social. Este cambio radica en la apa­
rición de la economía como una institución con reglas
específicas internas y separadas de la totalidad social en la
que antes se encontraba incrustada y difuminada (Polan-
yi, 1974).
Antes de entrar en materia precisaré algunos con­
ceptos, que nos situarán en el tema.
Economía Política. En ésta se entiende lo económico
como un todo institucional. Como un sistema complejo,
con tendencia a organizarse según leyes internas. Asi­
mismo, se caracteriza por coincidir con organismos socia­
les políticamente relevantes: estados y naciones. La Eco­
nomía Política toma lo económico como algo estructural
que da forma a períodos históricos y a espacios políticos.
Desde los fisiócratas hasta el período clásico existe una
preocupación por explicar lo económico en relación a ni­
veles de integración política e ideológica, aunque no
siempre explícitos. De hecho, es Friedrich List (1885)
quien explícita y orgánicamente trata de encajar estructu-
ras económicas con instituciones políticas, criticando el
economicismo excesivo de varios clásicos. (Es de destacar
que precisamente Adam Smith es de los que estaría más
exento de esta crítica si se sigue una lectura extensa de
su obra).
Orden Social. Este concepto surge también con los fi­
siócratas (Le Trosne especialmente).1 Se caracteriza por
conceder igual importancia en lo político tanto al Estado
como a otras instituciones sociales. Permite hablar de
cualquier relación social (familiar, religiosa, industrial,
militar, ritual) a la vez que del Estado institucional. Así
se presenta la política de la totalidad social y no única­
mente la del Estado o algunos de sus aparatos. Aunque
se distingue entre ‘sociedad política” y ‘sociedad civil”
se sugiere una interpenetración indiferenciada de ambas
al hablar de “Orden Social” más que al hablar de “Po­
lítica”.
Las relaciones históricas entre Economía Política y
Orden Social en el desarrollo del capitalismo las caracte­
rizo con los siguientes conceptos: fragmentación política,
centralización política efectiva, privatización y corporati-
vismo. Todos ellos tienen un marco ideológico de refe­
rencia: se trata de un núcleo ideológico fundamental del
capitalismo y lo denomino Ficción Liberal.
Ficción Liberal. Representación separada que en la civi­
lización capitalista se da de sus distintos contextos insti­
tucionalizados: economía (institucionalizada esencial­
mente en la empresa privada), política Qídem en el Esta­
do), religión ([ídem en la iglesia), etc. Esta representación
separada se da para evitar algunas contradicciones. Así,
se separa lo económico (empresa privada) de lo político
(Estado) para fingir que las leyes del mercado capitalista
pueden hacerse cumplir sin violencia. La representación
separada sólo es posible en la medida en que el Estado
es suficientemente fuerte como para mantener el orden
social sin una presencia policíaca o militar continua y es­
pecífica para distintas transacciones del mercado capita­
lista. Es decir que, paradójicamente, la apariencia de una
sociedad civil, autónoma de la política (Estado), es posi­
ble cuando éste es tan. fuerte que apenas se ve cuestio­
nado. Por el contrario, la presencia constante de fuerzas
del Estado en la interacción de la sociedad civil es signo
de debilidad política. Lo mismo expresa el concepto grams-
ciano de hegemonía: a partir de cierto desarrollo político
es posible mantener un orden social sin la aparición con­
tinua y tangible de las fuerzas del Estado (en sentido
coercitivo).
El orden social liberal implica representaciones se­
paradas (institucionalizadas en el sentido que da Polanyi
a la economía moderna) de relaciones que de hecho se
hallan interpenetradas. Precisamente aparece la realidad
de esta interpenetración cuando se combate el orden so­
cial. El Estado puede responder en nombre de la familia,
de la empresa privada, de la religión.
Centralización Política Efectiva. Es la que posee el Es­
tado que puede crear la ficción liberal. Es efectiva si el
Estado puede garantizar con métodos legales y adminis­
trativos las transacciones civiles dentro de sus márgenes
habituales. La centialización política efectiva implica un
control del orden social en forma homogénea para todo
el espacio estatal: impide la separación de cuerpos políticos
por debajo del Estado. Características esenciales de una
centralización política efectiva lo son el que las activida­
des económicas puedan considerarse privadas en su ma­
yoría y el que el individuo se sienta dependiente única­
mente de las leyes ( “El hombre libre es aquel que ú!ni-
camente depende de las leyes”: Voltaire).

Privatización. Cuando en el sistema capitalista mundial


se hace común el desarrollo de la centralización política
(a partir del Estado absolutista) para proteger el mercado
capitalista, entiendo por privatización el hecho de que
algunos grupos o individuos de la sociedad civil se ha­
gan cargo de incumbencias estatales. La privatización
resulta de aquellas crisis o involuciones del Estado de ten­
dencia centralizadora efectiva, que dan lugar a formas
políticas neofeudales o caciquiles La privatización signi­
fica la persistencia de cuerpos políticos considerablemente
autónomos en períodos pertenecientes a la internacionali-
zación de la centralización efectiva, tales como hacien­
das, caseríos, colonias agrícolas e industriales, cortijos,
cantonalismos.
Fragmentación Política. Es una situación análoga a la
privatización, pero en períodos anteriores a la internacio-
nalización de la centralización política efectiva, o bien,
aún fuera de su alcance. Este concepto es aplicable a
regímenes coloniales o neo-coloniales donde el dominio
político toma más una forma de superposición de sistemas
políticos que de transformación y erradicación de los
unos por los otros. Así la fragmentación política define
tanto al feudalismo europeo (con monarquías superpues­
tas) como a los caciquismos indígenas y mestizos del mun­
do colonial en el que el Estado absolutista metropolitano
parece más superpuesto que reemplazador. La persisten­
cia de la fragmentación política puede crear un continuum
con la privatización, una vez que surge, ineficientemente,
la centralización, política.
Corporativismo. Es la alternativa del Estado que no
puede crear la ficción liberal, pero que tampoco es tan
débil como para no incorporar la iniciativa de amplios sec­
tores de su economía política y su orden social. De hecho,
después de la crisis mundial del liberalismo, todos los esta­
dos han generado amplias organizaciones corporativistas.
Cabe distinguir entre un corporativismo más liberal (eco­
nomía mixta, democracia parlamentaria, estado de refor­
mas sociales, planificación económica efectiva) y un cor­
porativismo más conservador (empresas públicas prepon­
derantes y desgajadas de la planificación de la economía
empresarial privada, sindicatos verticales, partidos únicos,
oligarquías políticas opuestas a reformas sociales, planifi­
caciones económicas inefectivas).
Estos conceptos sirven para examinar la cuestión del
contrabando en dos períodos históricos considerablemente
diferenciados. En el primero, el contrabando se explica
dentro de un orden social que todavía no ha desgajado lo
‘económico” como esfera autónoma y autoexplicativa. En
el segundo, se conceptualiza mediante una explicación
“económica” mucho más restringida.
El contrabando en la totalidad social
Las ideas de González de Salcedo. La conceptualización
inicial de diversas actividades como “contrabando” se hizo
en el sentido de su irrupción o amenaza al orden social
global de naciones o estados. El contrabando “económi­
co” se consideraba entonces asociado al desorden ideo­
lógico, moral, social, religioso. Las primeras definiciones
que se dan del contrabando en ese contexto pueden pa­
recer más políticas o morales que económicas.
Las penas imputadas al contrabando eran equipara­
das a los delitos políticos y religiosos más graves. Por
ejemplo la Pragmática de 1650 declara al contrabando
“crimen de lesa Majestad". La alta traición y la herejía
se considerarán yuxtapuestas al contrabando. La pena de
muerte será aplicada en buena medida. Los bienes devie­
nen “incomerciables” para un autor como González de
Salcedo (1654), por “el derecho de las armas y la hosti­
lidad”.
La actividad comercial aparece asimismo en los an­
tiguos imperios y en los inicios del sistema colonial, como
indiferenciada de la ofensiva política (la mayoría de las
veces estrictamente militar) que la precede, condiciona o
acompaña. Paulatinamente emerge la representación eco-
nomicista de la actividad comercial, cuando ésta puede
ser protegida por un Estado considerablemente desarro-
liado para este fin: el Estado absolutista. Por entonces,
el contrabando y la piratería se atribuye a las empresas
comerciales que por razones del orden político internacio­
nal, más o menos pactado, no aparecen protegidas directa­
mente por un Estado central. Por el contrario, siguen pre­
cisando de una acción política (militar o “delincuente”)
concomitante a su actividad “económica”, “comercial”. Pe­
ro, durante el primer período colonial (hasta los cambios
borbólnicos del siglo XVIII), la generalización de la de­
manda comercial no consigue aún apuntalar la garantía
exclusiva del Estado (español) para todo un comercio. El
Estado absolutista debe acompañar política y militarmente
las operaciones comerciales. En este aspecto, tanto el co­
mercio monopólico del Estado español como el de contra­
bando de otras naciones guardan la misma relación en­
tre “economía” y “política”. Se trata de una lucha por
dominar todo un sistema mundial de producción y distri­
bución en el que no hay diferentes racionalidades sino
distintas fuerzas.
Cuando el Estado absolutista consigue cierta protec­
ción generalizada de la demanda comercial, la atribución
del contrabando se vuelve económica. Ya no se trata de
Estados equiparables que —por distintos medios— tratan
de imponer políticamente.su dominio comercial, sino qué
el fin es conseguir una concentración política suficiente
para legitimar la hegemonía comercial de casi solo uno de
ellos. A partir de entonces, la piratería y el contrabando,
tal como se practicaban, resultarán insuficientes para ata­
car a este Estado absolutista colonial. Las guerras colonia­
les sustituirán el forcejeo y lucha entre monopolio-contra­
bando y demostrarán a su vez la indisolubilidad de la
economía y la política para instaurar un área comercial
cualquiera.
El enfrentamiento del contrabando al orden social
global de una nación o Estado, y no únicamente a su
economía, está considerado en forma ejemplar por Gon­
zález de Salcedo (1654). Para éste, el contrabando guar­
da mayor relación con el mantenimiento de la fortaleza
política e ideológica de la nación que con el potencial
productivo. Su definición primaria del contrabando, ci­
tando a Sebastián de Médicis, especifica la transgresión
de la prohibición del comercio con gentes enemigas de
la nación. Su primer capítulo expone el contrabando se­
gún premisas políticas para continuar luego sobre premi­
sas éticas. No existe la idea de que el contrabando afecta
el poder productivo de una nación, sino que prevalece la
creencia de que el conflicto político lleva al rompimiento
de las relaciones comerciales.
En cuanto a la argumentación ética, González de
Salcedo (1654:56) sostiene al igual que otros prohibicio­
nistas, que la abundancia de productos extranjeros pro­
duce vicios: “Los Lacedemonios vivieron gloriosamente
hasta que la abundancia y el tráfico destruyó su Repú­
blica. . . Los Romanos. . . en la templanza tuvieron su
cuna y en la abundancia su sepulcro”.
Sin embargo, él mismo defiende la necesidad y uti­
lidad del comercio siempre y cuando se dé con *'modera­
ción”: “Y aunque la Cesárea majestad del Señor Empera­
dor Carlos V en la cédula que dejamos referida, recono­
ció la utilidad y conveniencia de los comercios y tráficos;
es de saber que los aprobó entre los vasallos mismos de su
Corona. . . no dejará de condenarlos si reconociera la re­
lajación y vicio que se ha procedido y los daños irrepa­
rables que se han causado a la República, habiendo la
codicia abierto la puerta a comercios extranjeros. . . aún
en mayor utilidad de los enemigos, siendo la malicia capa,
con cuyo amparo han llenado estos Reinos de superfluos
y vanos frutos, y sacado la principal riqueza de ellos”
(Ibidem). Según él, el Príncipe puede prohibir el comer­
cio con un país “deduciéndose esta precaución de los
principios naturales de la defensa y conservación del cuer­
po místico de la monarquía”. En esto continúa la tradi­
ción jurisconsulta latina de prohibición del comercio co­
mo consecuencia de hostilidades con países enemigos (no
como perjudicial al potencial productivo del propio país).
En este mismo sentido se recomienda la prohibición del
comercio para evitar el espionaje.2
Resultan muy significativos los procesos de la In­
quisición novohispana durante el siglo XVII (Archivo
General de la Nación, 1945) a contrabandistas y corsa­
rios: la materia de juicio parece tener que ver más con
la religión, la política y la moral que con el “delito eco­
nómico”. Esto concuerda con la interpretación de Reglá
sobre la política de impermeabilidad ideológica de Felipe
II, que no se diferencia o desgaja de asuntos que luego se­
rán tomados como estrictamente económicos. La Inquisi­
ción condena a corsarios y contrabandistas más por here­
jes que por cualquier otro tipo de delitos.
Los argumentos del Considado de México En 1811, en
una especie de canto del cisne del imperio español, el
Consulado de México (con motivo de las reales órdenes
de 1806, 1807, y 1810: éstas permitieron el comercio de
Cuba con la Nueva España, “que va a dar a la Madre
Patria el golpe más funesto de destrucción si el heroico
patriotismo de V.E. no lo detiene”) recapitula todas las
razones en favor del monopolio comercial absolutista, no
sin expresar cierta crítica contra los excesos políticos e
ideológicos del absolutismo español. Después de conside­
rar la relevancia política o comercial de Roma, Cartago,
Holanda e Inglaterra en forma bastante ecuánime, se re­
gresa a un mercantilismo estrecho, casi únicamente bullo-
nista: “porque al fin la plata es el nervio y la medida de
las fuerzas y de las comodidades, y el agente de la fecun­
didad territorial” (AGN, Archivo Histórico de Hacienda,
Leg. 215-19).
Lo más interesante de este alegato de postrimerías
lo constituye la conciencia de que en el fondo la deca­
dencia del Estado español se debe al mayor desgaste que
sufre como pionero y la cantidad de enemigos que tiene
como monopolio: “Luego que los Españoles por un golpe
singular de la audacia y de la resolución, pasaron a las
Américas, ellos adquirieron con sus metales preciosos a
la par el ascendiente, el temor y la emulación de la Eu­
ropa entera. . . que empezó a envidiar tales fortunas. . .
los genoveses, flamencos, ingleses, franceses, portugueses,
todas las naciones de la costa europea se armaron en pi­
ratas, en descubridores, en aventureros y pobladores de la
India O ccidental... Una conjuración tan espantosa no
arredró al valor ni al poder Español. . (Ibidem). A con­
tinuación en el documento se enumeran las concesiones
que tuvo que hacer España a otros países ante su incapa­
cidad como monopolio absoluto y los abusos y contraven­
ciones que se derivaron de él.
También existe una conciencia de la igualdad entre
las racionalidades políticas de las metrópolis más desta­
cadas: las diferencias se originan en los avatares de las
guerras y los defectos anteriormente señalados (desgaste
pionero, incapacidad de un monopolio absoluto): “sola­
mente la tenacidad, la circunspección y la política leal del
gabinete español pudieron prevalecer contra toda la Eu­
ropa, para introducir en su derecho público unos princi­
pios tan justos como contrarios al interés universal: la
Inglaterra los insertó con ostentación en su memorable ac­
ta de 1660, instituyendo que el comercio y la navegación
de sus colonias se hará por cuenta de los vasallos ingleses,
y por los barcos de fábrica y tripulación inglesa, con ex­
clusión de los colonos, a quienes se veda el comercio di­
recto con cualquier otra potencia. . . Todas las demás na­
ciones la im itaron... en 1714 se hizo regla general entre
todos los estados dueños de Colonias” (Ibidem). Con ello
viene a confirmar el consenso europeo sobre el colonia­
lismo exclusivo, prevaleciente después de Utrecht.
La conclusión es tan partidista como lúcida: “No se
sabe por qué aprehensión toman los escritores extranjeros,
la manía de suponer que los españoles miraron al princi­
pio las tierras descubiertas, como un objeto de conquista,
dominación, y rentas, y no como materia de las empresas
mercantiles y náuticas. Si los españoles envueltos en gue­
rras eternas. . . no pudieron sostener sus fábricas, ¿es ra­
ciocinar rectamente, deducir de tales antecedentes, que
la España abandonó el comercio y la navegación? Si los
españoles atravesados asiduamente en su carrera por pira­
tas, por Armadas, por expediciones enemigas, no inunda­
ron de mercaderías la América ¿podrá decirse con verdad
que olvidaron la navegación ni el tráfico?”. Resulta ade­
más claro que el comercio es político. Se habla de luchas
para adueñarse de mercados ante todo, no para abaratar
costos de producción de acuerdo con un mercado mun­
dial basado en costos comparativos. Y continúa: “Es me­
nester que haya demasiada mala fe, o un exceso de igno­
rancia, para imputar a la España errores tan imprudentes,
groseros e inconciliables con la sabiduría de nuestros an­
tepasados: decayó la industria, no se aprovechó todo el
tráfico posible, el contrabando hizo estragos, pero estos
males (como lo observa un autor clásico de nuestros días)
eran inherentes a una empresa tan vasta y admirable, y
se repetirían hoy mismo si la potencia más grande y la
más culta del mundo descubriese otras Indias”. Y en re­
lación con el contrabando regresa al argumento primitivo
de la impermeabilidad necesaria en la concepción global
de un orden social: “no admiten reparación los fraudes
y contrabandos que depara en las Indias la contratación
directa de los extranjeros, por la acumulación de los de­
rechos de círculo, y por la venalidad y vicio de las adua­
nas; no se reparan tampoco los efectos terribles de la quie­
bra y cesación de las relaciones y enlaces con la matriz,
que protegen y avivan los vínculos de la unión y de la
voluntad recíproca: no es reparable el contagio de las
máximas de irreligión, de independencia y de libertad,
mercantil (sic) que cunde bien en las Américas con el
contacto de los extranjeros. .. perdería este Reino. . . la
analogía del espíritu, de las leyes, de las costumbres, y de
las modas, la uniformidad de la creencia y del idioma, y
la habitud y opiniones” (Ibidem).
Monopolio y prohibicionismo. Desde la Baja Edad Media
se había desarrollado una política prohibicionista definida
esencialmente en términos político-militares. Day (1941)
señala como características de la política comercial de fi­
nes de la Edad Media: la necesidad de un permiso real
para importar y exportar; la frecuente prohibición de ex­
portar productos de primera necesidad con tal de no dis­
minuir los abastos y de impedir beneficios a enemigos
(recuérdense los estudios de E. P. Thompson al respecto);
la prohibición de exportar moneda; la protección manu­
facturera; y la concentración de la redistribución en ar­
tículos de consumo corriente.
Luego, cuando el afianzamiento del Estado absolutis­
ta, encontramos en Mun (1664) argumentos similares a
los de González de Salcedo. Mun era un mercantilista
bien consciente de la importancia del orden social global
para la riqueza de una nación: “Considerad, pues, la ver­
dadera forma y valor del comercio exterior, el cüal es la
gran renta del rey, la honra del reino, la noble profesión
del comerciante, la escuela de nuestros oficios, la satisfac­
ción de nuestras necesidades, el empleo de nuestros po­
bres, el mejoramiento de nuestras tierras, la manutención
de nuestros marineros, las murallas de los reinos, los recur­
sos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras, el te­
rror de nuestro enemigo”. Nada explica mejor el triunfo
del “librecambismo” inglés posterior, si se tiene en cuenta
todo este condicionamiento altamente politizado del co­
mercio. Es sintomático que Veitia Linaje (1672) caracte­
rice el contrabando precisamente como el comercio que
se entabla entre dos países que se hallan en guerra. Mun
destacaba la importancia del dominio político para prote­
ger un “comercio pacífico”; Veitia cae en la cuenta de
que si no existe este comercio pacífico es que hay una gue­
rra abierta entre distintos estados por controlarlo, en cu­
yo caso el comercio que se lleve a cabo será tildado de con­
trabando.
Así, las ideas económicas sobre el comercio parecen
desprenderse prioritariamente de las consideraciones sobre
las posibilidades político-militares de los países cuya po­
lítica comercial se comenta. No se trata, insisto, de un
criterio economicista de costos comparativos. La conside­
ración más bien economicista de una política comercial se
facilita precisamente por la consolidación efectiva de la
protección estatal al comercio: cuando una centralización
política efectiva protege al comercio en forma homogénea
y generalizada. Antes de llegar a esta situación, se dan
interpretaciones más o menos políticas o económicas del
comercio, dependiendo de coyunturas políticas favorables
o desfavorables a protecciones generalizadas y homogé­
neas.
Más que caracterizar una época como únicamente
“arbitransta” o mercantilista, y otra como “proyectista” o
librecambista, se trata de observar que, de hecho, ambas
tendencias se hallan en tensión desde un principio, si bien
las historias de los estados se configuran ora por unas, ora
por otras. Schumpeter (1968) ya destacó en su tiempo fenó­
menos como el mercantilismo precoz de Carafa (1406-87)
y las contradicciones de Colbert (1619-83), quien no siem­
pre resultó “colbertista”.
En cuanto al “racionamiento” del mercado colonial
por el monopolio español (Florescano y Castillo, 1975),
el círculo vicioso monopolio-contrabando se alimentaba en
base a que los españoles frenaban el ritmo de entregas para
asegurarse la colocación de los productos. Entonces el
contrabando intervenía en esa dilación y obligaba a dila­
tar aún más el comercio monopólico, que se quería con el
mínimo riesgo. Ya una consulta de la Junta del Almiran­
tazgo declaraba en 1628: “Las Indias han sido causa de
la más parte de hallarse estos Reinos con poca población
y sin plata, cargados de obligaciones de 'política costosa,
en trajes y gastos, sirviendo de puente de la conducción
de plata para otros Reinos, que todavía pudiera haber que­
dado en éstos de V.M. si lo que pasó a las Indias hubiera
sido cosecha y fábrica de estos Reinos” (González de Sal­
cedo, 1654:7, cursivas nuestras).
Por otra parte, Parry (1966) resalta la confusión en­
tre comercio lícito e ilícito en el Caribe. Miguel Izard
(1978) destaca también que, en Venezuela, el comercio
ilícito era obvio, ya que el lícito resultaba insuficiente (se­
gunda mitad del siglo XVIII). Para Parry las principales
razones del contrabando estriban en la complejidad de las
regulaciones arancelarias, sus gravámenes y su corrup­
ción.3 “U n diluvio de restricciones y un monopolio celoso,
por una parte; por la otra, un tráfico creciente de contra­
bando, ejercido por extranjeros, ya a través de Sevilla o de
Cádiz o directamente con los puertos coloniales, tal es la
historia del comercio hispano-americano en los siglos XVI
y XVII” (Haring, 1939:153) 4.
El contrabando inglés con las colonias españolas em­
pieza ya en la segunda mitad del XVI. También por es­
ta época existía un contrabando importante desde Portu­
gal con las posesiones españolas (Haring, 1939). Para
Smith (1954), a mediados del siglo XVI se desarrolla el
contrabando inglés en la medida en que España fortalece
militarmente su monopolio comercial. Anteriormente, la
participación inglesa en el comercio español había sido
considerable.5 En 1728 el gobierno español declara que
una compañía inglesa —South Sea Company— controla­
ba una tercera parte del comercio ilícito con América. Un
panfleto de 1743 alegaba lo mismo (Brown, 1928).6
Después de las guerras coloniales y napoleónicas, Es­
paña perdería definitivamente la realización de los prin­
cipales objetivos de la reforma borbónica. Por eso, no es
de extrañar que las fórmulas comerciales que se proponen
en el siglo XIX vuelvan a pedir y reforzar monopolios, pri­
vilegios y prohibicionismos, en un intento desesperado de
recuperación de la hegemonía colonial. Así en 1817 el
Consulado de México arremete contra el contrabando en
nombre del “cúmulo de males que nos ha de traer ese tra­
to y comunicación de los extranjeros. . . contaminados con
la peste de diversas sectas, y la del tolerantismo, alterarán
la sana moral, las buenas costumbres, etc. . . el contagio
de la herejía y republicanismo. . . por la atmósfera y por
las mercancías” (cfr. Florescano y Castillo, 1975). Pone
el ejemplo de los Estados Unidos, donde el comercio li­
bre alteró el orden social y precipitó la independencia.
En un documento en el que se analiza el recrudeci­
miento del contrabando durante las crisis bélicas de co­
mienzos del siglo XIX se reclama el régimen monopólico
comercial frente al desbordamiento escandaloso del con­
trabando: “Dichosos tiempos aquellos que la charlatanería
de nuestro siglo ilustrado llama bárbaros y obscuros, por­
que eran sencillos o inocentes. El ponderado monopolio
y la mohatra exagerada no son más que dos objetos que
abulta y desfigura la envidia, explicando con expresiones
odiosas los derechos más incontestables de España sobre
estos dominios. . . la limitación antigua de nuestro comer­
cio a las flotas y galeones de Cádiz y Filipinas cuanto dis­
minuía las esperanzas de monstruosas fortunas, alejaba los
riesgos de quiebras asombrosas” ( Representación del apode­
rado del Consulado de Manila, quejándose del diferente
trato que recibían las naos de Filipinas respecto a los bar­
cos de Panamo) (cfr. Ramírez, 1943-45).
Pares (1936) hace un análisis histórico del contra­
bando y la guerra colonial entre España e Inglaterra a me­
diados del siglo XVIII, en el que destaca como gran parte
del contrabando inglés resultaba de atribuciones excesivas
de los monopolios españoles incapaces de soportar un mí­
nimo de competencia. El enorme interés de la obra de
Pares estriba en el examen de la estrecha relación entre
comercio y lucha político-mílitar7, de donde se desprende
la imposibilidad de separar la historia militar naval inglesa
de su expansión comercial a lo largo del XVIII. El re­
sultado de las guerras coloniales de fines del siglo XVIII
supuso para Gran Bretaña un incremento de sus exporta­
ciones en un 71% y de sus importaciones en un 21% en­
tre 1789-1798. Y luego en 1799-1800 las exportaciones
aumentarían en un 48% y las importaciones en un 41%
(Bourne, 1878). A esto debe añadirse la consideración de
que el valor real de las exportaciones británicas en 1799
estaban en un 168.5% por encima de su valor oficial y que
el de las importaciones lo estaba en un 177.7%. Y además
que el de las re-exportaciones, lo estaba en un 121.1%
(Flux, 1899).

El contrabando: contradicción entre los desarrollos fisca­


les y 'productivos de los Estados absolutistas

Existe una contradicción en el crecimiento del Esta­


do absolutista moderno. Por una parte, el control fiscal
de las actividades productivas sólo puede realizarse a tra­
vés de su monopolio. Una estructura descentralizada ne­
garía precisamente el carácter absolutista del Estado. Por
otra parte, este monopolio adyacente al absolutismo fiscal
impide el desarrollo liberalizado de actividades producti­
vas. Se trata de una contradicción entre la definición de
la misma fuerza del Estado absolutista (su monopolio in­
disoluble entre empresa y Estado) y el desarrollo econó­
mico que lo nutre. En el seno de esta contradicción sur­
ge el contrabando. Es insuficiente analizar el contraban­
do tomando en cuenta únicamente el contexto monopólico
incapaz de abastecer el mercado colonial. Debe recordar­
se que este contexto es necesario para la misma lógica y
fuerza del Estado absolutista. Y que, entonces, la hege­
monía política de una nación podía derivarse más fácil­
mente del fortalecimiento absolutista del Estado (incluyen­
do una política fiscal con monopolios) que de la liberali-
zación de actividades económicas en forma descentralizada,
cuando el Estado no contaba todavía con un control fiscal
eficiente. Ahora bien, las naciones que desarrollan el con­
trabando no benefician directamente a su Estado, sino a
través del debilitamiento fiscal de los otros Estados. Aun­
que a la larga, esta conducta revierta —al liberalizarse más
la economía— en un mayor fortalecimiento del Estado post­
absolutista.
Una versión de los comienzos del comercio inglés, en
la que éste aparece considerable y precozmente víctima del
contrabando, ya a finales del siglo XVIII, es la de Neville
Williams (1959). El estudio brinda la oportunidad de
considerar las condiciones similares del Estado inglés (al
que muchos atribuyen mayor “racionalidad. capitalista”
temprana) al del español en sus problemas políticos co­
merciales: corrupción de cargos, incapacidad del Estado
para controlar el comercio ilícito, etc. Esto sitúa una vez
más a España en una problemática entre distintas fuerzas,
más que entre distintas “racionalidades” para hacerse con
la hegemonía colonial.
La “decadencia española” de la época moderna no de­
be interpretarse como resultado de una racionalidad espe­
cífica del Estado español que impedía ciertos tipos de de­
sarrollo capitalista. Precisamente el gran crecimiento del
Estado absolutista español del siglo XVIII llevó la contra­
dicción entre desarrollo fiscal (asegurado por monopolios
comerciales y proteccionismo) y productivo (asegurado por
una mayor concurrencia comercial y menor proteccionis­
mo) a unos límites críticos en los que se encuentra la ex­
plicación de la “decadencia”. En otros estados, esta con­
tradicción se resolvió en forma distinta. Inglaterra con­
sigue equilibrar ambas tendencias (fiscal y productiva),
sólo porque se impone (militarmente) en el mundo colo­
nial y metropolitano tras sus victorias de principios del
siglo XIX. El desarrollo y resultado dé esta guerra pro­
porciona a Inglaterra una protección estatal efectiva de sus
empresas comerciales y un desarrollo fiscal recíproco. No
es pues totalmente desacertada la interpretación de ciertos
sectores conservadores sobre la decadencia española: Es­
paña tenía demasiados enemigos. Precisamente por su
pionerismo colonial tuvo que potenciar su desarrollo po­
lítico (base fiscal) siempre por encima del productivo (em­
presarial generalizado). Esta “especialización política” del
país es la clave de su decadencia.
La contradicción del Estado absolutista español pue­
de explicarse, en parte, de la siguiente manera: en la me­
dida en que el poder de conquista se fuese desarrollando,
mermaría cada vez más el desarrollo de un poder produc­
tivo y, sin embargo, este último sólo podría desarrollarse
mediante las condiciones amparadas por el primero. Es­
to era así porque el gasto del “poder de conquista” era
mucho más caro que el del poder manufacturero y en to­
do caso condición previa al desarrollo manufacturero. Al
ser más caro —y tenerlo España tan desarrollado como pri­
mer “inversor”— toda inversión posible era preferentemen­
te absorbida por el “poder de conquista”. Los “segundos
inversores” gozarían a la larga de una situación mejor, al no
desarrollar repentinamente —como España— una canaliza­
ción absolutamente política de las inversiones.
La lógica de la época hubiera llevado a que los pro­
ductos manufacturados se intercambiaran desventajosamen­
te con los directamente surgidos de la “conquista”, y así la
inversión política tan absoluta de España tendría sentido.
Sin embargo, ocurrió al revés. Para ello no encuentro
otra explicación que la dependencia financiera del Estado
español de otros capitales europeos.
Es útil señalar que este mismo fenómeno se da con
el neo-colonialismo. Así, una vez que México alcanzó !a
independencia, la contradicción entre el desarrollo fiscal
y productivo del país continuó agudizado en un contex­
to neocolonial (cf. Terradas, 1980; Ward, 1828; Hum-
boldt,' 1822). Todos estos argumentos, basados en la con­
tradicción entre fiscalidad y productividad, y en su agudi­
zación en países pioneros y monopólicos, contradicen la te­
sis teleológica de que el Estado español simplemente trata­
ba de frenar el desarrollo capitalista de sus colonias, para
hacerlas así más dependientes, y de que España prefería,
por una “racionalidad sui generts”, su especialización poli“
tica absolutista, por encima de una economía de mayor pro­
ductividad y producción agraria y manufacturera (Rome­
ro Frizzi, 1972).
Muñoz Pérez (1957) pondera esta opinión al señalar
que, ya desde un principio, existían las dos tendencias: no
es que primero existiera una mentalidad “arbitrarista” (fis-
calista) y luego otra “proyectista” (productivista): “Ni la
situación real es tan desemejante entre uno y otro siglo
—cabe decir que a los del siglo XVIII se les presentó aun
con carácteres de mayor gravedad—, ni los del siglo XVII
fueron insensibles y mudos al panorama. Dejar entender
esto, como se suele hacer, es faltar a la verdad”. En este
sentido, Muñoz Pérez se hace eco de la controversia Hamil-
ton-Sidney Smith, al citar los casos liberalizantes de Struzzi
o de Manuel de Lira (Secretario de Estado de Carlos II),
en una época que se suponía de mercantilismo absolutista.
Ya los colonos de la Española en 1508 y los gobernantes je-
rónimos en 1517 pedían un régimen de “comercio libre”.
Muñoz Pérez cita otros casos similares en el siglo XVII.
Hamilton (1932) presenta un cuadro de las actitu­
des económicas españolas, antes de 1700, en las que pre­
valecía un mercantilismo absolutista. R. Sidney Smith
(1940) demuestra, por el contrario, que hubo tratadistas
—se refiere especialmente a Struzzi y Dormer— que, en
esta misma época de mercantilistas absolutistas, abogaban
por un régimen más liberalizante, en el que cifraban una
mayor capacidad productiva para el país. Struzzi se opo­
nía al bullionismo e incitaba a la inversión productiva en
términos de costos comparativos de producción. El hecho
de que la dinámica imperial española drenara las posibili-
dades productivas, no debe excluir el hecho de que éstas
fuesen ignoradas por hombres de “racionalidad política ab­
solutista \
Siguiendo la compilación de Colmeiro, puede verse
perfectamente la existencia de una tensión precoz entre el
potencial fiscal “hacendístico”, y el productivo, “repúbli­
co”. En escritores como Alvarez Osorio (1686), existen
preocupaciones como la relación entre empresas estatales y
privadas (sic). Barbón y Castañeda (1628) también des­
taca la necesidad de desarrollar actividades empresariales
privadas. En cambio, Juan de Bustamante (1650) pro­
pone arbitrios de una racionalidad fiscal absolutista. Cen-
tani (1671) es para Colmeiro un pionero fisiócrata. Ge­
rónimo de Zevallos (1623) sustenta un mercantilismo bas­
tante anti-fiscal (cfr. Colmeiro, s.f.).
Es de destacar Garabito de Aguilar (1625), quien
antepuso el desarrollo de una armada a cualquier otra ne­
cesidad. Gracián Serrano (1684) exclamaba que era pre­
ferible que los españoles anduviesen vestidos de pieles
que usar telas y ropas extranjeras. Pellicer de Ossau (1639)
abogaba por uno de los prohibicionismos más fuertes.
Pero, quizá el antecedente más notable del absolutismo an­
ticomercial lo constituye Saravia de la Calle (1544) quien
exhorta a los mercaderes al “abandono de una profesión tan
peligrosa a la conciencia”.
González de Cellorigo (1600), más conocido, suponía
también un mercantilismo mucho más post-absolutista que
el que dominaba a sus coetáneos.
Por otra parte, conviene destacar que los ilustrados
del siglo XVIII, incluyendo a Jovellanos y Olavide, no son
tan liberalizantes como pretenden algunos estudiosos. La
tensión fisco-producción continúa e incluso se exacerba
en el siglo XVIII. Por este motivo, la “ilustración econó­
mica” del siglo XVIII está en gran parte hipotecada por un
Estado sobrepolitizado en su empresa colonial. Campo-
manes, Jovellanos y Olavide consienten entonces en varias
concesiones fiscales y monopólicas.
Destaca Colmeiro el pensamiento de Fray Benito de
Peñaloza (1629). “Esfuérzase el autor en probar que las
causas de la debilidad interior de la España nacen de su
propia fortaleza: pondera la grandeza de la monarquía y
atribuye los vicios de su gobierno a las virtudes de la na­
ción”. En Peñaloza la contradicción entre la expansión y
fortaleza coloniales, y la debilidad productiva aparece si­
multáneamente. Según el mismo Colmeiro, el mercanti­
lismo absolutista o hacendista no es tan avasallador como
ha querido suponerse: “con una libertad que apenas pa­
rece creíble durante los rigores de la Inquisición, discu­
rren de la expulsión de los judíos y moriscos, del número
excesivo de conventos religiosos de ambos sexos, de las
adquisiciones por manos muertas y del celibato eclesiás-
tico .
Una aportación clave a la comprensión de la contra­
dicción del Estado absolutista entre fiscalismo y produc-
cionismo, es la de Aldo de Maddalena. Maddalena
(1965-71) pone de relieve la contradicción entre la pro­
tección comercial del Estado absolutista y su presión fis­
cal. Su estudio parece indicar que la transformación del
Estado absolutista en plenamente capitalista dependerá de
la desprivatización de las finanzas públicas, un adecua-
miento del sistema fiscal, más que del endeudamiento
público y exterior,8 al gasto público, y una protección
efectiva a la economía privada.
Pero el desarrollo capitalista del Estado absolutista
supone una presión fiscal que recuerda las extorsiones
feudales a las masas campesinas y que da lugar a rebelio­
nes populares análogas. Gabriel Ardant (1965, 1968)
ha proporcionado una interpretación histórica y socioló­
gica de esta cuestión bajo el epígrafe de “rebeliones fisca­
les”.
Schumpeter (1968) ha puesto de relieve la natura­
leza abiertamente agresiva del Estado absolutista, y resal­
ta que el contexto político y económico de los comienzos
de la edad moderna desarrollaba gobiernos fuertes: “és­
tos, con ambiciones políticas crónicas que se hallaban por
encima de sus medios económicos, se vieron conducidos
a intentos cada vez más exitosos de fortalecerse mediante
el desarrollo y control de los recursos de sus territorios.
Esto explica por qué los impuestos asumieron no sólo una
significación mayor sino nueva. . . La riqueza y poder de
este Estado era el objeto incuestionable de la política: un
ingreso público máximo —para la corte y el ejército— era
el objetivo de la política económica; la conquista el de la
política exterior. . . La economía resultante era una eco­
nomía planificada, básicamente, con miras a la guerra”
(Schumpeter 1968:146-147). El énfasis fiscalista en de­
trimento del productivo era atribuido al extraordinario es­
fuerzo político español: “La España no mira sus posesio­
nes en América sino con respecto a la utilidad que produ­
cen al Fisco, las otras potencias miran las suyas como un
medio de hacer florecer el comercio y aumentar la pros­
peridad nacional” (Representación al Ministro Francés de
Marina y Coloniales, 1801, citado por Miguel Izard,
1978).
Bernardo Ward —Ministro de Carlos III— se queja­
ba de los excesos fiscales del Estado español, que calcula­
ba entre el 100 y el 200% del valor de las mercancías.9
De una relación hecha pocos años antes de la independen­
cia de México puede sacarse una buena idea de la com­
posición de los gravámenes arancelarios (Véase Cuadro
1). “Por esta demostración se advierte que los géneros
extranjeros viniendo de la Península reportan un 40% más
de derechos que los nacionales; a que se debe agregar que
los de algodón, que siendo prohibidos logran algún privi­
legio para su envío a las Américas, a más de los derechos
anotados pagan un 5% de habitación. Igualmente es de pre­
venir que a los géneros nacionales y extranjeros proceden-
RAZON D E LOS D E R E C H O S REALES Y PA R TIC U L A R E S
Q U E PAGAN LOS GEN ER O S E X T R A N JE R O S DESDE SU
IN T R O D U C C IO N EN LA PEN IN SU LA HASTA SU IN G R ESO EN
LAS AMERICAS: Y LOS OUE IG U A L M E N T E PAGAN LOS
NACIONALES A SU E X P O R T A C IO N PA RA LAS AMERICAS E
IN T R O D U C C IO N EN ELLAS

E X T R A N J E R O S % N A C I O N A L E S %
Introducción en España: 15 Nacionales a su embarque: 1
Internació n 5 Consulado antigu o y m od ern o 1
Consolidación d e Valores
Reales 5 Reem plazos 1
A su em barque para América: Canal del G u adalq u ivir 1/2
Derechos R eales 7
Consulado an tig uo y m o dern o 1 A su entrada en América:
Reemplazos 1 Alcabala m arítim a 3
C anal del G u a d a lq u iv ir 1/2 I d . de Millones 1
A su entrada en América: Alm irantazgo 1/4
Almojarifazgo 7 Consulado 1/2
Alcabala m arítim a 3
Id . de millones 1
Alm irantazgo 1/4
Consulado 1/2
T O T A L 471/4 7 i/4
D IF E R E N C IA 40

Fuente: E n base a datos del Archivo H istórico de H acienda, Adua-


ñas 1782-72. D iciem bre de 1818.

CUADRO 2

D E R E C H O S DE LOS GENEROS NACIONALES Y E X T R A N JE R O S


PR O C E D E N T E S D E LA HA BANA
E X T R A N J E R O S % N A C I O N A L E S %
Almojarifazgo 7 Almojarifazgo 3
A lcabala m arítim a 3 Alcabala 3
A u m ento p o r millones 1 A um ento p o r millones 1
Corso I 1/2 Corso I 1/2
Subvención d e g u erra 11/2 Subvención de guerra I 1/2
Consulado I 1/2 Consulado li/2
T O T A L 151/2 111/2
D IF E R E N C IA 4
tes de la Habana, se les cobran en Veracruz los derechos
con las variaciones que se advierten en la siguiente de­
mostración” (Cuadro 2)
Ya en 1619 Sancho de Moneada (1974) propuso una
reforma fiscal consistente en una mayor centralización y
unificación de los impuestos, pero no sugirió otro tipo de
reformas políticas, a la vez que propugnaba que la Inqui­
sición se ocupara de los “delitos económicos”. Todas las
demás reformas que propuso son de corte mercantilista :
una mayor producción y productividad, atendiendo a las
circunstancias de los factores directos de producción (po­
blación, impuestos, manufactura, regadío, prohibicionis­
mo, retención de plata, etc.).
Luego Ulloa (1760) abogaría por un monopolio mer-
cantilista español que, según él, podría abastecer con sus
fábricas a América y “aún la Europa” (Ulloa, 1740: XVII-
XVIII). Y sin explorar las posibilidades de transforma­
ción en el Estado, al contrario, exacerbando sus caracte­
rísticas monopólicas y mercantilistas, sería partidario de
una reducción de los costos de producción de cara a aumen­
tar la productividad y la competitividad de los productos
españoles ( Ibidem: XIII-XIV). También insistía en la
necesidad de desarrollar y mantener una armada poderosa
si se quería mantener “el comercio útil en España” ( Ibi-
dem: LXV).
La incapacidad política del Estado de los Habsburgo
para alcanzar una protección generalizada del comercio,10
sin monopolios, tuvo su caricatura en el hecho de que
los mismos barcos de guerra cargaban contrabando es­
pecialmente en tiempos de Felipe II (Parry 1966:135).
Haring (1939) menciona el aprovechamiento de naves
de guerra para cargar contrabando, hasta el punto de en­
contrarse la mayor parte de la artillería bajo la línea de
flotación.
Las concesiones del sistema comercial español fue­
ron también en forma de monopolios, que, con todo, eran
desbordados a su vez por el contrabando.11 El caso más
significativo aparte de los navios de permiso, fue el Asien­
to con Inglaterra (Aitón, 1928). El sistema de flota se
había establecido en 1526. Esta salía de Sevilla en abril
para dirigirse a Veracruz. Otros galeones salían en agos­
to hacía Portobello y Cartagena.

El contrabando como hecho que afecta únicamente al or­


den económico de una nación o Estado
La representación economicista del contrabando apare­
ce cuando se desarrollan Estados absolutistas que protegen
el comercio en forma considerablemente centralista y ge­
neralizada. Entonces el comercio puede realizarse como si
únicamente estuviera determinado económicamente (i. e.
costos comparativos). Ya no hace falta acompañarlo espe­
cíficamente de protección violenta para conquistar una y
otra vez los mercados. Sin embargo, esta representación
separada del comercio (economía) y el Estado (política)
es una ficción posible gracias al desarrollo fuerte y centra­
lizado del Estado, que otorga una protección política gene­
ralizada. Si entra en crisis este contexto, todas las opera­
ciones comerciales se vuelven de “contrabando”, es decir,
necesitan la presencia constante y concomitante de la
violencia para conquistar los mercados.
En este período de esfuerzos en favor de la centraliza­
ción política, de cara a maximizar la protección al comer­
cio bajo el ámbito del Estado absolutista12, sin atacar sus
intereses fundamentales, en Francia e Inglaterra (países de
mayor desarrollo de la protección política generalizada del
comercio, a la vez que de comerciantes-bucaneros o corsa­
rios) se forma el discurso autoexplicativo de la economía.
Se trata del surgimiento de una explicación del comercio y
la riqueza por razones “económicas” de costo y trabajo. Al
despolitizarse el comercio, trasladándose al Estado central
sus condiciones político-militares, éste puede estudiarse y
explicarse como fenómeno más autónomo (Gauchet, 1979).
Así Richard Cantillon (1680-1734), David Hume (1711-
1776), la pareja Quesnay (1694-1774) y Mirabeau (1715-
1789), como principales artífices, generan una explicación
“económica” de la producción, circulación y acumulación
de la riqueza. Sin embargo, para ellos el sistema económi­
co se halla todavía anclado, en última instancia, a la políti­
ca del Estado absolutista. Hasta 1815 aproximadamente
no surgirá una explicación económica como teoría autóno­
ma (Tribe, 1978).
Las ideas de Cesare Beccaria. Beccaria puede alinearse
fácilmente con los fisiócratas en su intento de autonomi-
zar la economía: el contrabando se sitúa en la racionalidad
económica liberalizante que trata de independizarse del or­
den del Antiguo Régimen, donde la representación eco­
nómica se halla subsumida en la política y la ideología.
Por esta razón (al mismo tiempo que su enfrentamiento a
la pena de muerte procede también de su individualismo
liberalizante), Beccaria trata con especial tolerancia el con­
trabando: “su pena no debe ser infamante, porque una vez
cometido no produce infamia según la opinión pública. . .
Este delito nace de la ley misma” (nótese aquí también su
oposición a la razón del Estado absolutista); “porque el au­
mentar los impuestos aduaneros, aumenta el aliciente y con
él la tentación de hacer contrabando”. Beccaria, como
harán otros librecambistas en el XIX, asocia el contraban­
do al empuje de la sociedad civil liberalizante, frente al
Estado absolutista. En relación con esto aconseja que “la
prisión del contrabandista de tabaco no debe ser común
con la del sicario o el ladrón”. Beccaria no es, sin embar­
go, un librecambista absoluto como los del siglo XIX, pe­
ro cree en la determinación racional (contable) de las ta­
rifas aduaneras.
Bhagwati y Hansen (1974) explican formalmente la
argumentación de Beccaria (1764) sobre el contrabando.
En principio resaltan el interés de éste en buscar un mé­
todo racional (contable) para la determinación de las ta­
rifas Qad valorem) sin descartar la presencia del contra­
bando13. El libro editado por Bhagwati constituye una
evaluación “económica” —de las más recientes—sobre contra­
bando: “Existe una necesidad de considerar el contraban­
do no sólo como un problema moral y legal sino como un
fenómeno puramente económico” (Bhagwati, 1974:9).
Concluye que el contrabando termina siempre por minar
el bienestar económico del país víctima y en consecuencia
abogan por el proteccionismo (en términos económicos es­
trictos).
Para Clive Day el contrabando aparece en el siglo
XIX en un contexto “económico”: “El contrabando era
una verdadera profesión, con una tarifa modelada sobre
la tarifa oficial, pero suficientemente más baja para atraer
a los negocios; los contrabandistas cargaban ordinariamen­
te entre el 15 y el 40% del valor de la mercancía” (Day,
1941).

Transformaciones del Estado Absolutista y discurso eco­


nómico
A partir de la guerra con Inglaterra en 1762, se ini­
cia el giro político borbónico que intentará reformar la
estructura colonial española a.favor de una centralización
política más eficiente y un mayor poder productivo. La
guerra del Caribe de 1762-64 significa un cambio consi­
derable en la política comercial internacional. En ella lu­
chan, a la par, corsarios y armada regular, por la parte in­
glesa evidentemente (con predominio del contingente de
los corsarios). En los choques anteriores los corsarios eran
los protagonistas permanentes, en los posteriores ya apare­
cerá cada vez más el Estado como monopolizador del poder
militarl4.
La centralización borbónica, que había de resultar
mucho más positiva para la protección comercial genera­
lizada (privada), se caracterizó por un mayor despliegue
militar, menor influencia de la Iglesia, gobierno por in­
tendencias desplazando los privilegios virreinales y de la
élite monopólica considerablemente autónoma (Real Au­
diencia, Iglesia, Consulado de comerciantes, mineros y la­
tifundistas), prohibición para los nuevos cargos políticos
de dedicarse al comercio, presión fiscal, creación de la Jun­
ta Superior de la Real Hacienda (que terminó con la cos­
tumbre de arrendar cargos administrativos y subsecuentes
corrupciones, incrementando las remuneraciones) (Flores-
cano y Lanzagorta, 1976).
Bernardo de Ulloa (1740) proyectaba un incremen­
to de la producción y la población sin perjuicios fiscales
al Estado. Sin embargo, no discutía una transformación
de ese mismo Estado para el desarrollo de la economía,
sino que aludía a otras facetas de la sociedad como el ca­
rácter de la gente, la despoblación, etc. En Bernardo de
Ulloa el Estado continuaba como empresario principal (en
base al comercio de la plata), y no aparecía aún claramen­
te como protector político de una demanda generalizada de
comerciantes privados. Por ellos, aún no se planteaba la
transformación del Estado al servicio del comercio privado
sino más bien su subsistencia como Estado absolutista en
un país más poblado y más rico.
La centralización borbónica como protectora de una
demanda comercial generalizada y privada (en sentido libe­
ral) no se hizo efectiva hasta después de la segunda mitad
del X V III15. De hecho, hasta 1778 no se promulgó (reco­
nocimiento oficial) la primera cédula de “comercio libre”
que abolía el sistema de convoyes y el monopolio de Cádiz.
En opinión de Brading (1975) “el sistema de flotas respon­
día a exigencias militares superadas desde hacía ya mucho
tiempo”.
Canga Argüelles (1825) enjuició positivamente los
resultados efectivos del régimen de “comercio libre”. Ber­
nardo VVard asocia claramente la prosperidad del mundo
hispánico al librecambismo económico (regulado) ya libre
de consideraciones político-ideológicas. Sin embargo, to­
dos estos escritores proyectistas o regeneracionistas del
XVIII no tienen presente en forma explícita que precisa­
mente la liberalidad económica (comercial) sólo es posi­
ble bajo un Estado fuerte, que no debe cesar de crecer y
por tanto de nutrirse cada vez más. A pesar de los es­
fuerzos serios de la política borbónica, los hábitos y la hos­
tilidad persistente de otros países impiden obtener resul­
tados plausibles16.
Cabe destacar presiones directas (militares) entre paí­
ses para conquistar mercados en forma más o menos lícita.
Así, la presencia de escuadras francesas en Cádiz para fa­
cilitar la aceptación española de mercancías francesas a la
hora de fletar convoyes para las Indias (Chávez Orozco,
1967). Haring (1939) menciona también la presión mi­
litar francesa (Luis XIV) cerca de Cádiz para permitirle
el contrabando por transbordo de barcos franceses a espa­
ñoles que salían para América.
También por otras razones políticas podía permitirse
el contrabando como hacían los españoles en tiempos de
Carlos II, al precisar del apoyo inglés contra Francia. De
esta manera, se permitía el comercio masivo que desde Ja­
maica se efectuaba con las colonias españolas.
En la segunda mitad del siglo XVIII la represión del
contrabando tomó ya un cariz más formal y consistente (en
comparación con las inconsecuencias e indulgencias de los
Habsburgo más débiles del siglo XVII). A este respecto,
resultan interesantes las instrucciones de 1760, 1763, 1765,
1770, 1779 para casos específicos de contrabando17. To­
das esas instrucciones destacan por su acuciosidad y apa­
rente eficiencia, si las comparamos con sucesos similares
del siglo anterior.
En un “Cálculo del perjuicio que hace a la España
el comercio ilícito de los extranjeros en Indias”, elabora­
do en 1776, se proponía —siguiendo el ejemplo inglés-
una ampliación considerable de la flota hasta 700 navios
con unos 40000 marineros. Por otra parte, una Real Or­
den del 15 de septiembre de 1776 mandaba a “los ilustrí-
simos Señores Arzobispos y Obispos que por sí y por me­
dio de sus vicarios desarraigasen de los pueblos la falsa y
detestable doctrina de que los contrabandistas no pecaban
gravísimamente” (Florescano y Castillo, 1975).
José Ma. Quirós (1975) hace un cálculo tentativo
sobre el monto del contrabando entre Veracruz, Jamaica
y otras colonias. Sostiene que el valor del “ilícito y recí­
proco comercio de la metrópoli” es de 20 millones de pe­
sos, y que el del clandestino es de 30 millones. El co­
mercio de contrabando por intermedio del comercio legal
es típico del siglo XVIII, cuando la protección política ge­
neralizada se sitúa al mismo nivel (y lo sobrepasa) de la
protección específica de monopolios y contrabandos (Fi-
sher, 1971).
Tandron (1976), al enjuiciar el régimen de “liber­
tad comercial” en el colonialismo español, destaca sus re­
sultados mezquinos, causados por las presiones de los co­
merciantes privilegiados y las hostilidades persistentes, so­
bre todo por parte de Inglaterra. Para este autor, poca di­
ferencia existe entre la política comercial del último cuar­
to del siglo XVIII y la del XIX: “Ni las cortes 'liberales'
ni el gobierno reaccionario' de Fernando VII en 1814,
modificaron el sistema comercial vigente en Nueva Espa­
ña desde las reformas de Carlos III. El comercio del vi­
rreinato se conducía en 1814 de acuerdo con el Reglamen­
to de 1778, con todas sus reglas restrictivas, y la libertad
de comercio estaba tan lejos de ser una realidad para N ue­
va España como en 1796” (Tandron, 1976).
Una alternativa a la protección comercial por parte
de un Estado central absolutista en el XVIII como forma
despolitizadora de las transacciones comerciales puede en­
contrarse posiblemente en la sociedad puritana inmigrada
a Nueva Inglaterra en el siglo XVII. Parece que sus ac­
tividades comerciales fructificaron más bajo la protección
de un consenso ético y social que disciplinaba el orden
económico de sus transacciones y otorgaba al mismo tiem­
po una influencia mayor, como grupo sólido y organiza­
do, a su comercio exterior que si se hubiera encontrado
bajo una protección política de tipo estatal (Bailyn, 1955).

El contrabando como comercialización a bajo costo, como


forma de renta diferencial y como inversión complementa­
ria de riesgo mayor en mercados fluctuantes
La comercialización a través del contrabando puede
ser más barata que a través de cauces lícitos, aunque las
tarifas sean bajas o despreciables. El contrabandista chico
está sometido a una explotación garantizada por el chan­
taje de sus propios proveedores. En este sentido el con­
trabando puede surgir, a pesar de tarifas bajas, aprovechan­
do una mano de obra para traficar, explotándola en base a
su condición ilegal. En otras palabras, a pesar de que el
comercio legal esté considerablemente liberalizado, algunos
distribuidores pueden crear contrabandistas, que al sentirse
ilegales, pueden explotarse más fácilmente que los interme­
diarios legales.
Algunos juicios de contrabandistas conservados en el
Archivo Histórico de Hacienda (Ramo Juicios) revelan la
especulación y explotación a que está sometido el fayuque-
ro que resulta normalmente aprehendido por las autori­
dades. Se trata de contrabandistas chicos, algunos de los
cuales, pobres de solemnidad, sólo se dedicaban al contra­
bando ocasionalmente y al parecer con mala fortuna (Chá-
vez Orozco, 1943-45: 119 ss.). En contraste, existen con­
trabandos “al por mayor”, como el de Zempoala, que goza­
ba de escolta armada para introducirse en Veracruz. Los
PeruTeiros o contrabandistas itinerantes del Alto Perú a
Brasil podrían tratarse de uno de estos casos de contraban­
do por sobreexplotación en los costos de acarreo y redistri­
bución (Parry, 1966: 130). En opinión de Dionisio de
Alcedo “si ratos de punzante placer y no poco lucro pro-
perdonaba la ocupación de pirata, era, sin embargo, peno­
sísima” (Zaragoza, 1883). Productos como el tabaco y el
aguardiente, de consumo generalizado y disperso, se pres­
tan a este tipo de contrabandeo, donde el contrabandista es­
tá sobreexpiotado respecto al comerciante legal, por tener
unos mayores costos de adjudicación de mercancías.
Por otra parte, el contrabandista puede resultar más
eficiente en la colocación de mercancías en mercados dis­
persos y desarticulados que el comerciante normal, debido
a los contactos sociales utilizados, menos anónimos que el
mercadeo legal. Este último suele situar sus centros de
redistribución sin buscar directamente los clientes, ni co­
nocer su situación económica. El contrabandista, al no
poder publicar sus mercancías, debe buscar, por el contra­
rio, la redistribución a través de contactos específicos, lo
que le hace conocedor más directo de la demanda. Así,
el contrabandista resulta sobreexpiotado respecto del co­
merciante legal por unos mayores costos de colocación de
mercancías, ya que, normalmente, no puede distribuirlas
a partir de un único centro de almacenamiento.
Humboldt menciona una sociedad de contrabandis­
tas —pescadores muy leales y cumplidores entre sí—: “es­
te comercio de contrabando se hace entre sujetos que no
hablan la misma lengua, muchas veces por señas, y con
una buena fe muy rara entre los pueblos civilizados de
Europa” . . . “Cambian manufacturas inglesas por cobre,
quina, azúcar, cacao y vicuña. La mayoría con barcos ba­
lleneros que merodean por Coquimbo, Pisco, Tumbez,
Payta, Guayaquil, Realejo, Sonzonte y San Blas. . “La
mayor parte de las naves inglesas o angloamericanas que
entran en el Gran Océano, van con los dos objetivos de la
pesca de cachalote y del comercio ilícito con las colonias es­
pañolas”. También habla del fatigoso contrabando de oro
y plata a través del Amazonas (Humboldt, 1966: 314-15,
424, 496, 313, 454).
Otro aspecto económico del contrabando en relación
con lo antedicho es que puede —y asi es la mayoría de
las veces— constituirse en renta diferencial en relación con
el comercio legalmente establecido. Entonces, por tratar­
se precisamente de un rendimiento superior al del comer­
cio legal, los beneficios del contrabando revertirán hacia ac­
tividades aún más prometedoras. Por este motivo se ha
dado la paradoja de que los contrabandistas de tejido ha­
yan invertido más en la industria que en el comercio.
La instalación de fábricas de tejidos en las costas o
fronteras donde se contrabandea para 0producir” bienes de
contrabando, es frecuente en la etapa previa e inicial de la
industrialización proteccionista. Tanto en México como
en Cataluña hay harta evidencia de ello (Cf. Antuñano
en Chávez Orozco, 1967). Sobre las fábricas de las cos­
tas que en realidad comercian contrabando hay también
pruebas abundantes (Alamán, 1945). “El contrabando. ..
que formó el capital de muchas casas que después se esti­
maban como respetables” (Quintana 1957:105). La de­
dicación de fabricantes catalanes al contrabando está bien
documentada (Farreras, 1975). Palmerston llegó a men­
cionar el caso en el Parlamento Británico.
Como complemento de todos esos aspectos, hallamos
otra estrategia en el contrabandeo. Esta permite mante­
ner el abasto de mercados inseguros evitando su total des­
aparición y permitiendo así que concurra el comercio le­
gal con menos riesgo. De otra manera, si el comercio le­
gal respondiera financieramente a las fluctuaciones de es­
tos mercados se encontraría en períodos dilatados con una
infrautilización de su inversión. Por ello, es preferible
que el contrabando mantenga el mercado cuando la de­
manda se encuentra por abajo o por encima de su efectivi­
dad en la inversión comercial legal.
Un buen ejemplo de la necesidad de cierto contra­
bando para el comercio protegido por el Estado se encuen­
tra en la política del gobierno inglés con la seda (Day,
1941). Esta consistía en imponer derechos más elevados
a las sedas de fantasía que a las ordinarias. Los contra­
bandistas enfrentaban mayores problemas en traficar con
las primeras, ya que tenían que introducirse inmediata­
mente antes de que cambiasen las modas. Por el contra­
rio, los géneros ordinarios podían esperar. Así, el gobier­
no toleraba el contrabando al imponer mayores graváme­
nes precisamente en los bienes menos contrabandeados.

El contrabando y la ficción librecambista


La ficción librecambista mantiene que el comercio se
impone según el criterio de costos comparativos y división
mundial del trabajo. Sin embargo, la historia económica
prueba que depende de la fuerza política de una nación
el que unos costos puedan considerarse más o menos bara­
tos, y no únicamente de la cantidad y dificultad del tra­
bajo de su producción. El contrabando es la expresión del
comercio político que muestra que la venta exitosa de bie­
nes no depende tanto de sus costos de producción como
de la conquista (militar) de un mercado. Es tan impor­
tante —o más, a veces— dominar un mercado como produ­
cir barato. Invirtiendo los términos, puede verse que el
proteccionismo radical o el Estado contrabandista pueden
controlar el abastecimiento de mercados, independiente­
mente de una teoría de costos comparativos en términos es­
trictamente económicos. Esto implica que las razones de
la colocación y control de bienes en el comercio, lejos de
ser estrictamente económicas, se hallan altamente politiza­
das. La lucha por el control mundial de mercados puede
atraer más capital que el incremento de productividad se­
gún un criterio estrictamente económico. Así se puede
volver a una contradicción parecida a la del Estado absolu­
tista.
El “librecambio” en la historia ha sido posible, no tan­
to en base a una racionalidad de costos comparativos y sub­
secuente división mundial del trabajo sino en base a la efi­
ciencia de protecciones políticas (militares) generalizadas
o/y específicas a la génesis y desarrollo de los mercados»
Neville Williams pone de relieve cómo una vez que In­
glaterra consigue establecer su hegemonía mundial des­
pués de la derrota de Napoleón y la confirmación de una
política librecambista en 1846, el contrabando parece ya
no existir para los ingleses. “Las actas de Navegación
fueron abolidas en 1849. . . Con un tercio de la flota
mundial en activo —y en crecimiento incesante— bajo
la insignia roja, no había miedo a la competencia en el
comercio: incluso la navegación de cabotaje alrededor de
las islas británicas estaba abierta a buques extranjeros. .
(Redford, 1934:205). Con todo, el decreto sobre adua­
nas de 1853 aseguraba un servicio mucho más eficaz, y
como señala Williams los gastos para prevenir el contra­
bando eran mayores que los dispuestos para recoger dere­
chos aduanales. La ficción librecambista —no la desapa­
rición económica de la competencia y el contrabando— po­
líticamente mantenida ocultaba el hecho de que el comer­
cio no había sufrido una transformación y seguía precisan­
do de una dedicación política tan importante como antes.
Por otra parte, el contrabandeo al exterior recibía un apo­
yo militar inglés directo. “La armada se hallaba siempre
a la mano para dar protección a los intereses de los contra-
bandistas” (Redford, 1934:223).
En resumen, el librecambismo inglés, políticamente
protegido, no se desarrolla hasta después de las guerras na­
poleónicas. Y aunque sus argumentos son “económicos”,
basados en una teoría de costos comparativos (Malthus,
Ricardo, West, Torrens), no pueden presentarse como ta­
les, sin antes haberse desarrollado con medios políticos un
mercado inmenso y considerablemente estable que per­
mite canalizar toda la preocupación comercial únicamen­
te a las cuestiones de producción y productividad plan­
teadas por la economía política clásica.
El librecambio en España a mediados del siglo XIX. Co­
mo afirma Nadal “el predominio legal del librecambio
concuerda con el período en que Gran Bretaña aplica to­
das las presiones políticas que le son posibles para difun­
dir entre los demás países su línea de política económica
y encontrar así un trato de reciprocidad que sólo a ella
podía beneficiar” (Nadal, 1975: 106). La motivación
del dominio comercial británico en España es obvia: si
en la primera guerra carlista los ingleses apoyaron al ban­
do isabelino, luego, en 1848 apoyarían a republicanos y
carlistas contra Isabel II. Con todo, el apoyo británico
a la causa isabelina no dio plenamente los resultados es­
perados en las tarifas de 1837, especialmente para sus pro­
ductos de algodón.
La regencia de Espartero parecía más favorable para
Inglaterra de cara a la firma de un tratado comercial. Aho­
ra bien, la década moderada iniciada en 1843 cambió es­
tas expectativas. Y en 1846 los matrimonios reales se ha­
rían con consortes franceses, lo cual remató la pérdida de
influencia diplomática inglesa. Los acontecimientos de
1848 y los levantamientos carlistas en Cataluña ofrecieron
un terreno nuevo para el intervencionismo británico, que
diplomáticamente se consideraba más bien fracasado (N a­
dal, 1975:87). Nadal destaca asimismo cómo toda la in­
tervención diplomática y militar inglesa en España estuvo
en relación directa con la protección del librecambismo
británico.
En Cataluña, la “razón librecambista” británica se im­
puso en 1841, cuando en vísperas de elaborarse un tratado
comercial con Inglaterra, el cónsul británico en Barcelona
cooperó en el bombardeo de la ciudad, para amedrentar a
los fabricantes catalanes que habían organizado una cam­
paña proteccionista. Sin embargo, el arancel de 1841
resultó más proteccionista de lo deseado por los ingleses.
La reacción diplomática británica, después del arancel de
1841, fue protestar por una aplicación excesivamente dis­
criminatoria del mismo contra los barcos ingleses QHansard
Parliamentary Papers, s. f.).
La ficción librecambista del XIX, protagonizada por
Inglaterra, quedó desmentida además por otros hechos. Ca­
be destacar la Guerra del Opio (1840), el contrabando
de sal en la India y el contrabando de manufacturas en
Gibraltar. El caso de Gibraltar era “embarazoso para el
gobierno británico en su cruzada contra el comercio de
contrabando en los Siete Mares” (Williams, 1959:226).
Manufacturas y tabaco eran introducidos en España a
través de Gibraltar en forma masiva. La corrupción de
aduaneros y carabineros parecía totall8.
El contrabando era apreciado por los librecambistas
como justo castigo al proteccionismo (Sandelin, 1847).
“El contrabando es en un estado artificial (proteccionista)
lo que el comercio en un estado natural (librecambista),
beneficioso a la nación. . . La península (ibérica) está
abastecida de tabaco, cacao, frutos secos, etc., por los con­
trabandistas que operan a través de Gibraltar, los cuales
van en grupos bien armados, a distancia de los núcleos
urbanos, desafiando al gobierno; las gentes los reciben
amistosamente, porque de hecho hacen un bien común. . .
Entre estos contrabandistas se hallan antiguos guerrilleros
que defendieron noblemente su país durante la guerra pe­
ninsular, pero en sus mentes, así como en las de muchos
otros, una cosa es el gobierno y otra el país; un hombre
puede amar a su país sin respetar o acatar sus leyes o sus
mandatarios” ( The Free Trade Advócate and Journal of
Political Economy, Filadelfia, Vol. II, N? 12, 1829). Es­
ta defensa de los contrabandistas llevada a los extremos
de la ficción librecambista está precisamente rozando el
anarquismo o anti-estatismo, en su necesidad por afirmar
la economía sin intervención política (Cárter, 1971: 56).
Una versión librecambista típica acerca de la situa­
ción española en el XIX la proporciona el H unt’s Mer-
chants Magazine en diciembre de 1842. El artículo se
debe probablemente al arancel de 1841, menos prohibi­
cionista pero menos librecambista de lo deseado por los
países librecambistas. El punto de partida de la decaden­
cia española es, para el articulista del H unt’s, la política
equivocada de Felipe II que “erró en su percepción del
espíritu de la época” que “con la temeraria irritación de
su tiranía estimuló a parte de su pueblo a la rebelión, y
degradó a la otra a la imbecilidad; y cuando él murió, los
Países Bajos se volvieron independientes, y España que­
dó agotada”. El autor atribuye la pobreza española a los
obstáculos políticos para el desarrollo del individualismo
capitalista: “España ha caído, y la única y gran causa de
su caída se debe a la interferencia del gobierno en los
quehaceres privados de sus súbditos. No permitía ningún
margen para la oscilación de la libre iniciativa. . . Fue
ya con la política de Felipe II de destrucción de la indivi­
dualidad de los miembros que componen el estado. . . de
consolidar cada interés de su amplio reino en un gran cen­
tro armonioso
Un común denominador de la opinión anglosajona
sobre la decadencia o/y el retraso español es el de la “irra­
cionalidad” de sus instituciones políticas retrógradas. De
hecho, un criterio similar, institucional, es el que aboga
Tortella (1975) para explicar las “deficiencias” del capi­
talismo español del siglo XIX.
La idea de un mercado mundial en base a una divi­
sión “natural” del trabajo, fruto de una reflexión sobre
costos comparativos naturales, está patentemente desarro­
llada en el H unt’s: “el mundo fue hecho como un todo,
y es como un todo que los fragmentos que lo componen
deben unirse”. Incluso la miseria de las masas trabajado­
ras en Inglaterra, el paro, es explicado por la obstinación
de los países que se industrializan con medidas protecto­
ras. Y también se señala que en estos países, no sólo au­
mentará el costo de la mano de obra, sino que sus salarios
reales tenderán a bajar en comparación con los librecam­
bistas puros, ya que, cada vez más, el producto agrario se
inflará con la demanda exterior, y sobre todo la baja de
la producción agraria Cal trasladarse la mano de obra a la
“industria artificial”) aumentará las importaciones necesa­
riamente más caras. Es decir, los países de librecambio
protegido amenazaban a los proteccionistas con el pretexto
de que, si se industrializaba, los salarios agrícolas subirían,
al desplazarse personal a los centros fabriles, cuando, en
realidad, lo que temían era el incremento de los precios
de sus importaciones agrarias. En este sentido es ejem­
plar la justificación del H unt’s: cuando España cambiaba
su vino y su lana por manufacturas inglesas se estaba en
un nivel de reciprocidad “natural”. Luego, al entrar en
escena el sistema proteccionista, los trabajadores de las ex­
plotaciones agrarias emigran a los centros industriales. En­
tonces, la demanda exterior de lana y vino tuvo que pagar­
se con oro y plata, de tal manera que los precios subieron
según razón cuantitativista. Con ello, los manufactureros
se enriquecieron, pero también aumentó el costo de la ma­
no de obra, debido al alza de los productos agrarios entre
otros. Así, las tarifas proteccionistas tenían que elevarse,
y, al saturarse esta elevación “la fuerza adquirida por los
fabricantes al igual que la producida por una droga, fue
ficticia, no fue orgánica; y cuando la droga que los había
excitado era desplazada entonces caían en un estado de
nerviosismo ineficiente” (H im t’s Merchant, Ibidem).
Resulta sarcástico que la justificación del librecambio
protegido se haga en términos de costos comparativos de­
terminados por bases naturales. El H unt’s defiende la es-
pecialización española en la lana y el vino, “productos más
adecuados a su clima”, y da la misma razón para la espe-
cialización inglesa en la industria del ¡algodón!. ..
Un lugar común del librecambio protegido era el de
pregonar la asociación inevitable entre libertad popular y
librecambio.
En este sentido cabe decir que en España se dio una
sucesión aparentemente paradójica: al absolutismo estatal
le correspondía (en la gama absolutista-moderada) una
legislación comercial proteccionista, cuando los intereses
de la base realista, absolutista y moderada se beneficiaban
del contrabando y del librecambio en general. Por otra
parte, los regímenes liberales que debían haber compren­
dido el potencial político de la industrialización se ma­
nifestaron a favor del librecambio. Pero no hay que ol­
vidar que la contradicción fiscal-productiva se hallaba nue­
vamente vigente en el XIX ante una transformación mun­
dial del sistema capitalista.19

N O T A S

1 Sobre la inserción de lo económico en la filosofía m oral del


o rden n a tu ra l y social son im po rtantes las obras de La Riviére
L ’ordre na turel et essentiel des sociétes p o litiqu es y Le Trosnje
D e L ’Ordre Social. De la lectura de am bos au to re s se d e sp re n ­
de u n discurso de lo económico m uch o m ás d ifu m in a d o en la
totalid ad social q ue el q ue se da en la Econom ía Política C lá­
sica alrededor de 1815. Así, a pesar de q ue la fisiocracia cons­
tituye el p rim e r in ten to sistemático p a ra indiv id ualizar e insti-
titucionalizar lo económico, tam bién presenta en algunos a u to ­
res u n a preocupación considerable p o r no p e rd e r la perspectiva
de la totalid ad social. Véase tam bién A lbaum , 1955.
2 El prohibicionism o relacionado con m otivos políticos e ideoló­
gicos, más q u e estrictam ente económicos, parece h a b e r in flu e n ­
ciado el carácter de las cédulas dictadas en este sentido p o r la
m o n a rq u ía española desde Alfonso X hasta el siglo XV II. En
estos térm inos, cabe destacar la “Ley y prag m ática contra el co­
m ercio ilícito y de enem igos” del 31 de enero d e 1650 y las cé­
dulas prohibicionistas para con los Países Bajos, In g laterra, F r a n ­
cia, Alem ania y Portugal (1604. 1628, 1635, 1636, 1643, 1644,
1645-, 1647), com entadas y reproducidas p o r González de Salcedo.
3 Para más inform ación sobre las características del c o n traban d o
e n tre E spaña y las Indias, véase H a rin g , 1939. O tros auto res
hacen h incapié en las duras penas y escasos privilegios de los
contrabandistas, señal de la gravedad política —n o exclusivam en­
te económica— del delito. Sobre el c o n tra b an d o del tesoro es­
pañol, su im portancia, frecuencia y sanciones véase E. J. H a-
m ilton, 1970.
4 T a m b ié n López Rosado (1971) atribuye* el c o ntrab an do a la in ­
suficiencia de la producción española, las restricciones, p ro h ib i­
ciones y excesivos impuestos. “El c o n traban d o floreció m ás q u e
nunca, d e m odo q u e Dos galeones, tras u n a in te rru p c ió n de dos
años en sus viajes, encon traron el comercio u ltra m a rin o tan
bien provisto de mercancías en 1662, q ue tuvieron que regresar
sin v ender gran p a rte de su cargam en to ” (H aring, 1939:152).
U n h echo análogo señala p a ra 1669 (Zb¡d:189).
5 Sobre Jam aica, el trata d o de Asiento (1713) y la Com pañía de
los M ares del Sur en el co n tra b an d o inglés con España, véase
Brown 1928.
6 P ara el caso po rtugués de com pañías estrecham ente ligadas al
E stado y opuestas al “comercio lib re ” véase Borges de Macedo,
1965-73.
7 Sobre la planificación económica y política de las expediciones
p ira ta s del siglo X V III, véase Zaragoza, 1883.
8 Sobre lía d ependencia del Estado español en los siglos XVI-
X V II de la financiación externa, su m onopolio de la iniciati­
va em presarial y su d esb ordam iento bélico, véase respectiva­
m en te R. C arande, 1973, M. Deveze, 1971.
El co n tra b an d o como p a rte de u na dependencia económica es
com entado p o r H a rin g (op. cit.), q u ien relaciona el en d eu d a ­
m ie n to de la C orona p a ra con los banqueros comerciales y la
tolerancia más o m enos directa con el comercio ilícito de su
incum bencia.
9 Véase su proyecto económ ico de 1762 citado p o r Chávez Orozco
(1967).
10 La in stitución de veedores de p u ertos tuvo sus antecedentes r o ­
m ano s e n los Comes Portus y Liminarchas, tal como sugiere
González de Salcedo. La institución m o d ern a fue establecida
p o r u n a ley p ro m u lg ad a en 1515. Sobre la co m p raventa de
cargos públicos —procedim iento fiscal com ún de u n E stado a b ­
solutista con pocos im puestos directos— véase H a rin g (1939 :
189).
11 Sobre el comercio m onopólico de¡l “ Galeón de M a n ila ” (comer­
cio asio-am ericano e inter-am ericano) véase W . Li Schurz. So­
b r e el co n tra b an d o como resultado de la incapacidad del m o ­
n o p o lio español p a ra a v itu a lla r las Indias, véase tam b ién a
L u is Chávez Orozco. Lysis Fajardo, 1972, presenta u n a sínte­
sis im p o rta n te del c o n tra b an d o en la N ueva España. Sin em ­
bargo, reduce la cuestión al tópico de la incapacidad del m o ­
no p olio español p a ra su rtir las colonias.
12 Sobre la centralización política como razón fu n d a m e n tal del
E stado absolutista véase Skaskin, H a r tu n g y M ousnier en Ca-
racciolo, !A (ed.) 1972- Sobre la protección política al d esarro­
llo de com pañías comerciales cada vez más privadas véase José
G entil da Silva. El mismo a u to r destaca ((p p . 85-88) la u n ió n
indisoluble entre sistemas de m onopolio o concurrencia con
infraestructuras íogísticas o m ilitares q u e las protegen en los
siglos XV I-XVIII. Sobre la relación entre la emergencia de la
explicación a u tó no m a y el individualism o liberal véase la r e ­
ciente obra de Louis D um ont, y comentarios pioneros como los
de H . B au d rillart, 1851. Véase tam bién M . A lbaum , 1955.
13 Estos pro po n en : Asumam os q u e la inversión del com erciante
en la m ercancía es u y q u e 3/a tarifa es t. L a tasa de tarifa se
define como T = t / u .
En el c o ntrab an do el valor de la mercancía sin el pago de la
tarifa es x. Entonces x - j - t x / u = u es la condición p ara la in te r ­
vención del co ntrab an do vendido al precio del m ercado in te r ­
no, y la fracción representa el beneficio del contraban d ista.
Bhagwati y H ansen desarrollan p osteriorm ente el análisis d e
Beccaria.: Llamemos p-J-x (l-f-T)-u al beneficio total del con­
trabandista, siendo (-¡-T ) el beneficio neto. Entonces p u e d e es­
tablecerse u n a tasa de beneficio de co n tra b an d o como r = p / u ,
y u n a p ro b a b ilid ad de éxito en el c o n trab and eo como z = x / u .
Entonces: l-f-r=:Z ( l + T ) . Si asum im os q ue la tasa no rm al de
beneficio es r*, entonces para qu e el co n traban d eo trabaje con
pérdidas, la tasa de la tarifa debe establecerse como T (l_|_r*)/Z-
1. Si la represión del c o n trab and o aum en ta, Z dism inuye, y
entonces la tarifa p ue d e increm entarse.
Si la Z aum entase, la tasa de beneficio d e l c o n traban d o d ism i­
n u iría dan d o u n resultado m enor, y p or tan to T debería r e ­
bajarse. L a conclusión es de todas m aneras dem asiado obvia
p a ra ser form alizada: a tarifa alta conviene protección com er­
cial y ad u an e ra fuerte si se q u iere q ue el co n tra b an d o n o tenga
beneficios.
14 Cf. Archivo general de la Nación. Correspondencia de diversas
autoridades, Vol. 6, E x p. 17, fols. 147-158; Vol. 5, fol. 265.
15 Según M uro (1971) Nueva España no recibió el beneficio sus­
tancioso del régim en de comercio libre hasta 1789. P a ra R o ­
m ero Flores (1970) el comercio hispano-am ericano deja de ser
m onopólico en 1765, pues, emergió “un g ru p o nuevo de com er­
ciantes q u e ”, como ano ta E d u a rd o Arcila Farías, “desplazó al
antig u o q u e se caracteriza prim o rd ia lm e n te p o r o b tener g a n a n ­
cias excesivas con el m ínim o riesgo”.
16 Véase “E xtracto del inform e ai rey p o r el consulado de Cádiz
sobre la situación del comercio e ntre España y las I n d i a s . . . "
(1788); “Sobre el comercio del S u r” (1789). “Controversia en tre
las auto ridad es del virreinato y los comerciantes del consulado
de México, sobre la libertad de com ercio” (1791-1792): “Ensayo
Apologético p o r el comercio l i b r e . . . ”, etc., en Florescano y Cas­
tillo, 1975.
17 Archivo General de la Nación. R am o correspondencia de d i ­
versas autoridades, Vol. I . exp . 54. f. 282. Vol. 7 e x p . 10
f. 38-39, 79. Vol. 9. e x p. 96 p . 281-282. Vol. 9 exp . 8 Vol.
II ex p . 36.
18 Sobre este c o n trab and o g ibralteño véase la obra citada de J .
N adal Farreras. Sobre u n a evaluación tentativa del c o n tra b an ­
do a través de G ib ra lta r a mediados del siglo X IX véase H ouse
of C om m ons Sessional Papers, N . 546. 16, 1844. X L V III. Com ­
mercial T a riffs a n d R egu lation s. Spain.
19 Sobre el forcejeo político librecam bista inglés en España, véase
tam b ién la correspondencia del D u q ue de Sotom ayor a n te la
in tru sió n britán ica en su política in te rio r en 1848 (Correspon­
dence between the British G overnm ent and T h e G overnm ent of
Spain, H ouse of C omm ons: 935). J. N adal com enta (o p . c it.)
la gestión de H . L . Bulwer (em bajador británico en España)
ap oyado p o r L ord Palm erston al respecto. Para obten er u n a
idea de la presión “lib recam bista” de los comerciantes ingleses
so bre el comercio español en el X IX , véase los m em oriales de
las C ám aras de Comercio Británico sobre el comercio hispano-
britán ico en los años 1830: H o use of Comm ons, 11 july 1837.
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