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Hölderlin

La despedida
¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?
¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos
a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda en nosotros.

¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió


el sentido y nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.

Pero el mundo se inventa otra carencia,


otro deber de honor, otro derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día disimuladamente.

Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado


separa a los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.

¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a


contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la soledad,
¡y que este adiós aún nos penenezca!

Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto


del sagrado filtro, tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y odio!

Yo partiré. ¡Tal vez dentro de mucho tiempo


vuelva a verte, Diotima! Pero el deseo ya se habrá
desangrado
entonces, y apacibles
como bienaventurados

nos pasearemos, forasteros, el uno cerca al otro


conversando,
divagando, soñando, hasta que este mismo paraje del
adiós
rescate nuestras almas del olvido
y dé calor a nuestro corazón.

Entonces volveré a mirarte sorprendido, escuchando


como otrora
el dulce canto, las voces, los acordes del laúd,
y más allá del arroyo la azucena dorada
exhalará hacia nosotros su fragancia.

Diotima (2)
Ven y apacíguame, tú que supiste calmar elementos,
luz de las musas celestes, del caos el siglo,
guía la lucha feroz con celestial armonía,
hasta ver en el pecho mortal lo disperso agruparse,
y la antigua índole humana, tranquila, valiente,
ver serena del vórtice del tiempo, y fuerte, surgir.
¡Vuélve al alma indigente del pueblo, radiante belleza!
¡Torna a la hóspite mesa, y al templo torna otra vez!
Pues que Diotima vive, como leve brote de invierno,
y aunque rica en su espíritu propio, busca la luz.
Pero ya el sol del espíritu, ya el bello mundo se oculta,
y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.

Versión de Otto de Greiff

A las parcas
Dadme un estío más, oh poderosas,
y un otoño, que avive mis canciones,
y así, mi corazón, del dulce juego
saciado, morirá gustosamente.

El alma, que en el mundo vuestra ley


divina no gozó, pene en el Orco;
mas si la gracia que ambiciono logra
mi corazón, si vives, poesía,

¡sé bien venido, mundo de las sombras!


Feliz estoy, así no me acompañen
los sones de mi lira, pues por fin
como los dioses vivo, y más no anhelo.

Canto del destino de Hiperión


Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.

Sin sino, como infantes


que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor perpetuo.

Mas no nos es dado


en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como aguas de roca
en roca lanzados,
eternamente, hacia lo incierto.

El consenso público
¿No es más bella la vida de mi corazón
desde que amo? ¿Por qué me distinguíais más
cuando yo era más arrogante y arisco,
más locuaz y más vacío?

¡Ah! La muchedumbre prefiere lo que se cotiza,


las almas serviles sólo respetan lo violento.
Únicamente creen en lo divino
aquellos que también lo son.
3 poemas del
romanticismo en
Colombia
MADRIGAL
Tu tez rosada y pura, tu formas gráciles
de estatuas de Tanagra, tu olor de lilas,
el carmín de tu boca, de labios tersos;
las miradas ardientes de tus pupilas,
el ritmo de tu paso, tu voz velada,
tus cabellos que suelen, si los despeina
tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
cubrirte como fino manto de reina;
tu voz, tus ademanes, tú...no te asombres;
todo eso está ya a gritos pidiendo un hombre.

AL OÍDO DEL LECTOR


No fue pasión aquello,
fue una ternura vaga
lo que inspiran los niños enfermizos,
los tiempos idos y las noches pálidas.
El espíritu solo
al conmoverse canta:
cuando el amor lo agita poderoso
tiembla, medita, se recoge y calla.
Pasión hubiera sido
en verdad; estas páginas
en otro tiempo más feliz escritas
no tuvieran estrofas sino lágrimas.

José asunción silva

DE VIVA VOZ
El amor es monstruoso.
Ya no recordamos
si alguna vez
fuimos otro distinto
de quien sólo existe
para escuchar una voz,
una exigencia brutal,
la dulzura innarrable
de un "te adoro, te adoro, te adoro",
un sarcasmo helado,
un sol bajo el cual
todo florece de nuevo.
(Cuando ella gritaba "loco"
y la espuma de su vientre
desbordaba fresca y ávida).
El amor es mortal:
te congela los pies
si huyes de él.

Juan Gustavo cobo


2 poemas
latinoamericanos
EL AROMA

Flor dorada que entre espinas


tienes trono misterioso,
¡cuánto sueño delicioso
tú me inspiras a la vez!
En ti veo yo la imagen
de la hermosa que me hechiza,
y mi afecto tiraniza,
con halago y esquivez.

El espíritu oloroso
con que llenas el ambiente,
me penetra suavemente
como el fuego del amor;
y rendido a los encantos
de amoroso devaneo,
un instante apurar creo,
de sus labios el dulzor.

Si te pone ella en su seno,


que a las flores nunca esquiva,
o te mezcla pensativa
con el cándido azahar;
tu fragancia llega al alma
como bálsamo divino,
y yo entonces me imagino
ser dichoso con amar.

SERENATA

Al bien que idolatro busco


desvelado noche y día,
y la esperanza me lleva
tras su imagen fugitiva,
prometiéndome engañosa
felicidades y dichas:
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla
las amorosas endechas
lo que mi guitarra suspira.

Sobre el universo en calma


reina la noche sombría,
y las estrellas flamantes
en el firmamento brillan:
todo reposa en la tierra
sólo vela el alma mía.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas
que mi guitarra suspira.

Como el ciervo enamorado


busca la cierva querida,
que de sus halagos huye
desapiadada y esquiva;
así yo corro afanoso
en pos del bien de mi vida.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas.

El contento me robaste
con tu encantadora vista,
y sin quererlo te hiciste
de un inocente homicida:
vuélvele la paz al menos
con tu halagüeña sonrisa.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas
que mi guitarra suspira.

Esteban Echeverría

A OFELIA PLISSE

Yo no te vi jamás; pero hubo un día


En que un patriota y joven peregrino
Que de esa tierra donde existes, vino
Hasta las playas de la patria mía,
Conmovido me habló de tu hermosura
Que de una diosa el don llamarse puede,
Y que admirable y rara, sólo cede
A la santa virtud de tu alma pura.

Cruzaba yo, me dijo tristemente,


Mi camino erial desfallecido
Temiendo sucumbir, mas de repente
Me encontré sorprendido
Al levantar mi dolorida frente,
Con un carmen florido;
Que resguardan altivos cocoteros,
Que embalsaman obscuros limoneros,
Y que esmaltan jazmines y amapolas,
Y que mecen pujantes
De dos océanos las inmensas olas.

Es Panamá la bella; la cintura


De la virgen América, allí donde
Del mundo de Colón el cielo esconde
La grandeza futura.

Como símbolo santo, hermoso y puro


De esa edad venturosa y anhelada,
Cuya luz ya descubre la mirada
Del porvenir en el confín obscuro,
Existe una beldad, joven, risueña,
Inteligente, dulce y seductora
Como un amante en sus afanes sueña,
Como un creyente en su delirio adora.

Es Ofelia, la diosa de ese suelo,


La maga de ese carmen encantado,
De dicha imagen ideal deseado,
El astro fulgurante de aquel cielo.

La perfumada flor, la que descuella,


De corola gentil, fresca y lozana,
Abriéndose a la luz de la mañana
En los jardines ístmicos, ¡es ella!

Allí la admiración le erigió altares,


Incienso le da Amor, la Poesía
Le consagra dulcísimos cantares;
Y un himno inmenso Libertad le envía
Entre el ronco suspiro de los mares.

Yo la vi, la adoré cual peregrino


A quien la mano del dolor dirige;
Adorarla y pasar fue mi destino.
¡Ay! Yo me alejo, mi deber lo exige,
Mas su recuerdo alumbra mi camino;
Yo llevaré su imagen por do quiera,
Y confundiendo en uno mis dolores
Y en un objeto uniendo mis amores,
Yo escribiré su nombre en mi bandera.

Tú a esa tierra lejana


En las dóciles alas de los vientos
Envía de tu lira los acentos
A esa beldad que he visto, soberana.
Así me dijo el joven peregrino
Y siguió con tristeza su camino

Manuel Altamirano

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