Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Primeras Paginas Los Ultimos Dias de Los Incas Es PDF
Primeras Paginas Los Ultimos Dias de Los Incas Es PDF
Traducción
Ana Momplet
Cronología ................................................................................ 13
Prólogo ..................................................................................... 17
1. El descubrimiento ............................................................. 23
2. Varios centenares de empresarios bien armados .................. 32
3. Supernova de los Andes .................................................... 56
4. Cuando dos imperios chocan ............................................ 74
5. Una sala llena de oro ......................................................... 106
6. Réquiem por un rey ......................................................... 139
7. El rey marioneta ............................................................... 159
8. Preludio de una rebelión ................................................... 186
9. La gran rebelión ................................................................ 213
10. Muerte en los Andes ......................................................... 250
11. El regreso del conquistador tuerto ..................................... 280
12. En tierra de antis ............................................................... 300
13. Vilcabamba: capital mundial de la guerrilla ........................ 326
14. El último Pizarro ............................................................... 353
15. La última resistencia inca ................................................... 376
16. En busca de la ciudad perdida de los incas ......................... 402
17. Vilcabamba redescubierta .................................................. 437
Hace casi quinientos años, unos ciento sesenta y ocho españoles acom-
pañados de esclavos africanos e indígenas llegaban al actual Perú. No
tardaron en chocar, como un inmenso meteorito, con un imperio inca
de más de diez millones de efectivos, dejando restos de su enfrenta-
miento esparcidos por todo el continente. De hecho, quien visita Perú
en nuestros días todavía puede ver por todas partes las consecuencias de
aquella colisión: en la diferencia entre la oscura tez de los más desfavo-
recidos, frente a la tez pálida común entre la élite peruana, casi siempre
acompañada de aristocráticos apellidos españoles; en la silueta salpicada
de agujas de las catedrales e iglesias españolas; o en la presencia de reses y
ovejas importadas y gentes de ascendencia española y africana. Otro re-
cordatorio significativo es la lengua dominante en Perú, conocida como
«castellano», cuyo nombre deriva del gentilicio del antiguo reino espa-
ñol de Castilla. De hecho, el violento impacto de la conquista española
—que cortó de raíz un imperio con noventa años de historia— todavía
resuena por cada una de las capas que constituyen la sociedad peruana,
ya esté asentada en la costa, en lo alto de los Andes, o incluso entre el
puñado de tribus indígenas que siguen moviéndose aisladas por la parte
alta del Amazonas.
Sin embargo, determinar qué ocurrió exactamente antes y durante
la conquista española no es tarea fácil. Muchos de los testigos presencia-
les murieron durante los propios acontecimientos, y sólo unos cuantos
supervivientes dejaron documentos de lo ocurrido —lógicamente, la
mayoría fueron redactados por españoles—. Los españoles alfabetizados
que llegaron a Perú (en el siglo xvi, sólo un treinta por ciento sabía
leer y escribir) trajeron consigo el alfabeto, un instrumento poderoso y
cuidadosamente afilado, inventado en Egipto más de tres mil años antes.
Por su parte, los incas mantenían el hilo de sus historias a través de rela-
tos orales especializados, genealogías y, posiblemente, por medio de los
quipus —cuerdas con nudos minuciosamente atados y coloreados que
registraban datos numéricos utilizados también como recordatorios—.
Sin embargo, poco después de la conquista, el arte de leer quipus se
perdió, los historiadores murieron o fueron asesinados, y la historia inca
se fue desvaneciendo con cada nueva generación.
El dicho que reza «la historia está escrita por los vencedores» se
aplicó tanto a los incas como a los españoles. Al fin y al cabo, los pri-
meros habían creado un imperio de cuatro mil kilómetros de longitud,
sometiendo a casi todos los pueblos que lo habitaban. Como muchas
potencias imperiales, su historia tendía a justificar y glorificar las con-
quistas y a sus gobernantes, al tiempo que menospreciaba a los líderes
enemigos. Así explicaron a los españoles que ellos, los incas, habían
llevado la civilización a la región y que sus conquistas estaban inspiradas
y sancionadas por los dioses. Sin embargo, no era ésa la verdad: antes de
los incas hubo más de mil años de reinos e imperios distintos. Por tanto,
la historia oral inca era una combinación de hechos, mitos, religión y
propaganda. Hasta en el seno de la propia élite inca, frecuentemen-
te dividida en linajes en continuo conflicto, las historias podían variar.
Como consecuencia de ello, los cronistas españoles documentaron más
de cincuenta variantes de la historia inca, dependiendo de la fuente en
la que se basaran.
El relato de lo que realmente ocurrió durante la conquista también
está sesgado por la mera disparidad de lo que ha llegado a nuestras ma-
nos: si bien hoy contamos con unos treinta documentos españoles de la
época acerca de varios acontecimientos que tuvieron lugar durante los
primeros cincuenta años de la fase inicial de la conquista, sólo tenemos
tres crónicas indígenas o pseudo-indígenas de relevancia del mismo pe-
ríodo (las de Titu Cusi, Felipe Huamán Poma de Ayala y el Inca Gar-
cilaso). Sin embargo, ninguna de estas crónicas fue escrita por un autor
nativo que hubiese presenciado los acontecimientos durante los crucia-
les cinco primeros años de la conquista. De hecho, una de las fuentes
más antiguas —un documento dictado por el emperador inca Titu Cusi
para los visitantes españoles— data de 1570, casi cuarenta años después
de la captura de su tío abuelo, el emperador Atahualpa. De esta forma,
Ayala esperaba que algún día su obra hiciera que el rey de España rectifi-
cara los abusos de los españoles en el Perú posterior a la conquista. Poma
de Ayala recorrió los confines del país con su voluminoso manuscrito
bajo el brazo, deambulando a través del naufragio del imperio inca, en-
trevistando a gente, anotando minuciosamente gran parte de lo que oía
en sus páginas, y todo ello procurando que nadie le robara el trabajo de
toda una vida. A la edad de ochenta años lo terminó y envió la única
copia en un largo viaje en barco rumbo a España. Aparentemente, la
obra jamás alcanzó su destino o, si lo hizo, nunca llegó a manos del rey.
Lo más probable es que fuera archivada por algún burócrata de rango
menor y posteriormente cayera en el olvido. Casi trescientos años más
tarde, en 1908, un investigador dio con el manuscrito por casualidad en
una biblioteca de Copenhague y, en él, descubrió un verdadero filón de
información. Algunos de sus dibujos han sido utilizados para ilustrar este
libro. En la carta que acompañaba a la obra, un anciano Poma de Ayala
escribió lo siguiente:
EL DESCUBRIMIENTO
24 de julio de 1911
vían tres familias que cultivaban maíz, patatas, boniatos, caña de azúcar,
judías, pimientos, tomates y uva-crispa. También averiguó que sólo dos
senderos conectaban el mundo civilizado con este puesto de avanzada
en lo alto de la montaña: el que acababan de ascender y otro, «más di-
fícil todavía» según los campesinos, que bajaba por el otro lado. Sólo
necesitaban ir al fondo del valle una vez al mes, pues era una zona con
manantiales bendecida por su fertilidad. Allí arriba, a casi 2.500 metros
de altura, con sol y agua abundantes, estas tres familias campesinas no
sentían necesidad del mundo exterior. Mientras bebía jícaro tras jícaro
de agua, Bingham también debió de pensar que se trataba de un lugar
estratégico para la defensa. Como escribiera más tarde:
A través del sargento Carrasco [que traducía del quechua al español] supe
que las ruinas estaban «un poco más adelante». En este país nunca se sabe
si merece la pena dar crédito a este tipo de información. Un buen colofón
para cualquier rumor podía ser «Puede que nos haya mentido». Por ello,
yo no estaba demasiado ilusionado, ni tampoco tenía demasiada prisa por
moverme. Todavía hacía mucho calor, el agua del manantial estaba fresca
y deliciosa, y el rústico banco de madera, que cubrieron con un suave
poncho de lana en cuanto llegué, parecía realmente cómodo. Además, la
vista era cautivadora. Tremendos precipicios verdes caían hasta los rápidos
blancos del [río] Urubamba a nuestros pies. Justo delante, en la parte norte
del valle, había un inmenso acantilado de granito que se alzaba 600 metros.
A la izquierda estaba el pico solitario de Huayna Picchu, rodeado de pre-
cipicios aparentemente inaccesibles. Había acantilados rocosos por todas
partes, y más allá, montañas nevadas de miles de metros de altura que se
alzaban entre un velo de nubes.
Bingham continuaba:
1
En el momento de la conquista, Extremadura pertenecía al reino de Castilla,
nación que acabaría convirtiéndose en España tras la gradual amalgama de los rei-
nos de Castilla y Aragón. Extremadura, que actualmente comprende las provincias
de Cáceres y Badajoz, sigue siendo una de las regiones más pobres de España.
2
Cortés era primo segundo de Francisco Pizarro por parte de su madre, Ca-
talina Pizarro Altamirano.
Yo fallé muy muchas islas pobladas de gente sin número, y dellas todas he
tomado posesión por Sus Altezas [el rey Fernando y la reina Isabel] con
pregón y uandera rreal estendida, y non me fue contradicho… La gente
desta isla [La Española, en la actualidad Haití y la República Dominicana]
y de todas las otras que he fallado y aya hauido noticia, andan todos des-
nudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren... Ellos, de cosa
que tengan, pidiéndogela, iamás dizen de no; conuidan la persona con ello
y muestran tanto amor que darían los corazones y quiereen sea cosa de ua-
lor, quieren sea de poco precio, luego por qualquier cosica de qualquiera
manera que sea que se le dé por ello sean contentos…
… Pueden ver Sus Altezas que yo les daré [a los reyes] oro quan-
to ouieren menester… especiaría y algodón… y almásttica… y ligunáleo
[aloe]… y esclauos, quantos mandaran cargar. Y creo haber fallado ruyba-
ruo y canela, otras mil cosas de sustancia fallaré… Esto es harto y eterno
Dios nuestro Señor, el qual a todos aquellos que andan su camino victoria
de cosas que parecen imposibles. Y ésta señaladamente fue la una… dar
gracias solemnes a la Sancta Trinidad con muchas oraciones solemnes, por
el tanto enxalçamiento que haurán en tornándose tantos pueblos a nuestra
sancta fé, y después por los bienes temporales que no solamente a la Espa-
ña, mas todos los christianos ternán aquí refrigerio y ganancia.
Fecha en la carauela [La Niña], sobre las islas de Canarias, a 15 de
febrero de 1493…
El Almirante
3
En aquel momento, nadie sabía que entre la tripulación había dos hom-
bres absolutamente opuestos en carácter: Francisco Pizarro, de veinticuatro años,
y Bartolomé de las Casas, de dieciocho. El primero acabaría conquistando un im-
perio de diez millones habitantes y repartiendo a la población indígena entre sus
Pero el español aún no estaba satisfecho. ¿De qué servía tener una
diminuta isla y vivir de 150 indígenas cuando otro compatriota, Hernán
Cortés, vecino de la misma Extremadura, acababa de conquistar un im-
perio entero con apenas treinta y cuatro años? En la España del siglo xvi,
la etapa entre los treinta y los cuarenta y cinco años era considerada la
flor de la vida de un hombre, es decir, se suponía que entre esas edades
los hombres alcanzaban su madurez y disfrutaban de más energía.
Sin embargo, por entonces Pizarro ya tenía cuarenta y cuatro
años, diez más que Cortés cuando éste empezó su conquista del im-
perio azteca, una empresa que le había llevado tres largos y extenuan-
tes años. A Pizarro le quedaba un solo año en la flor de la vida. Evi-
dentemente, para él el dilema residía en si Cortés había encontrado el
único imperio de lo que se conocía como el Nuevo Mundo o si, por
el contrario, había otros. De lo que no cabía duda era que se le aca-
baba el tiempo. Y puesto que parecía que todo cuanto había de valor
por el norte y el este ya había sido descubierto, y dado que el oeste
estaba limitado por un océano aparentemente inmenso, la única di-
rección lógica a seguir en pos de nuevos imperios eran las inexplora-
das regiones del sur.
En 1524, tres años después de la conquista de Cortés, Pizarro había
formado una compañía con dos socios, Diego de Almagro —otro ex-
tremeño— y un financiero local, Hernando de Luque. Los tres seguían
el modelo económico surgido en Europa, que por entonces se iba ex-
tendiendo por todas las colonias españolas y el Caribe: el de la sociedad
privada o compañía.
A principios del siglo xvi, España había salido del feudalismo para
adentrarse gradualmente en una nueva era capitalista. Bajo el feudalis-
mo, todas las actividades económicas giraban en torno a la hacienda
señorial, propiedad o beneficio concedido por el monarca a cada señor
a cambio de su lealtad. Aparte del señor y su familia, el sacerdote de la
parroquia y algún empleado administrativo, la población de la hacienda
feudal consistía en siervos, que trabajaban con las manos y producían las
provisiones con las que vivían el noble y su familia. Era un sistema tan
rígido como simple: el señor y su familia no hacían trabajo físico y vi-
vían en lo alto de la pirámide social, mientras las masas campesinas se
desvivían por sobrevivir en lo más bajo de la misma.
Sin embargo, con la llegada de la pólvora, los muros del castillo del
señor dejaron de ser inexpugnables y no pudieron seguir protegiendo
a su comitiva de siervos. Poco a poco, éstos fueron emigrando hacia
pueblos y ciudades, donde el comercio y la idea de trabajar por un
beneficio había empezado a florecer. La gente empezó a unir fuerzas,
juntando un fondo común con sus recursos, creando compañías y con-
tratando empleados a cambio de un salario. Los beneficios fueron a parar
a los propietarios, o capitalistas, y todo aquel que estuviera debidamente
capacitado y con los contactos adecuados podía convertirse en empre-
sario. La propia adquisición de riqueza había pasado a convertirse en un
incentivo. Por ello, en el siglo xvi, en cuanto un individuo lograba reu
nir una cantidad significativa de riqueza, podía comprar el equivalente
a una hacienda señorial, invertir parte de su riqueza en la adquisición
de títulos o linaje para mejorar su estatus social, contratar sirvientes o
incluso comprar algún esclavo morisco o africano. Las personas podían
retirarse a disfrutar de una vida de lujos y dejar todo su capital a sus he-
rederos. Había surgido un nuevo orden en el mundo.
Aunque el mito popular afirma que los conquistadores eran solda-
dos profesionales enviados y financiados por el monarca español con el
propósito de extender su imperio, nada más alejado de la realidad. De
hecho, los españoles que adquirieron un pasaje para las embarcaciones
que salían rumbo al Nuevo Mundo eran una muestra muy representati-
va de sus compatriotas españoles. «Eran zapateros, sastres, notarios, car-
pinteros, marineros, comerciantes, herreros, albañiles, arrieros, barbe-
ros, boticarios, herradores, e incluso músicos profesionales. Muy pocos
tenían experiencia alguna como soldados profesionales. De hecho, en
Europa ni siquiera había aún ejércitos profesionales permanentes».
La gran mayoría de los españoles que viajaron al Nuevo Mundo no
lo hicieron contratados por su rey, sino como ciudadanos privados con
la esperanza de adquirir riquezas y una posición que no lograban conse-
guir en casa. Se embarcaban en expediciones para conquistar el Nuevo
Mundo con el sueño de hacerse ricos, lo cual inevitablemente implicaba
que esperaban encontrar una extensa población nativa a la que despo-
jar de sus riquezas y utilizar como mano de obra para sobrevivir. Cada
grupo de conquistadores iba liderado por un conquistador mayor y más
experimentado, y estaba compuesto por un grupo muy dispar de hom-
dear, y en ocasiones dejaba la lengua suelta. Era sensato y, ante todo, tenía
gran temor de ofender al monarca… Ignoraba las opiniones que muchos
pudieran tener de él… Solamente diré que era… nacido de familia tan
humilde que podía decirse que su linaje empezó y acabó con él.
una tribu rica que creía se llamaba «Viru» o «Biru». El nombre de esta
tribu evolucionaría y acabaría refiriéndose a Perú, una tierra situada mu-
cho más al sur, y sede del imperio indígena más grande que el Nuevo
Mundo jamás conoció.
Sin embargo, Andagoya descubrió muy poco y regresó a Panamá
con las manos vacías. Pizarro y Almagro no llegaron mucho más allá, y
sólo consiguieron seguir los pasos de Andagoya mientras se enzarzaban
por el camino en escaramuzas con indígenas. En un lugar que los espa-
ñoles llamaron muy apropiadamente «aldea quemada», Almagro quedó
ciego de un ojo durante un enfrentamiento. La gente de estas tierras era
hostil y la tierra estéril, de modo que Pizarro y su grupo de empresarios
armados volvieron a Panamá sin botín alguno que mostrar tras tantos
esfuerzos. El viaje había durado casi un año.
Fue en su segunda expedición al sur, un viaje en dos embarcaciones
tripuladas por 160 hombres y que duró de 1526 a 1528, cuando Pizarro
y Almagro sintieron por primera vez que por fin podían haber dado con
algo. En determinado momento, Almagro regresó a Panamá con una de
las naves para buscar refuerzos, dejando a Pizarro acampado a orillas del
río San Juan. Mientras, el otro barco de la expedición continuó rumbo
al sur para seguir explorando. Al poco tiempo, cuando se encontraban
frente a las costas del actual Ecuador, la tripulación enmudeció al divisar
una vela a lo lejos. Se acercaron y palidecieron al comprobar que se
trataba de una balsa gigante aparejada con velas de algodón maravillosa-
mente tejidas y tripulada por marineros indígenas. Once de los veintidós
hombres a bordo saltaron inmediatamente al océano, y los españoles
capturaron a los demás. Así describieron los exultantes empresarios su
primera impresión del botín tras confiscar los contenidos de la misteriosa
embarcación:
5
No cabe duda de que las conchas a las que alude son las spondyllus. Se trata de
conchas bivalvas de tonos rosados sumamente valoradas y utilizadas como ofrendas
durante todo el imperio inca, pero que sólo se encontraban en las aguas tropicales
de las costas de Ecuador.
6
Cuatro años antes, en 1524, un aventurero portugués llamado Aleixo Gar-
cía había conducido a un grupo de dos mil guerreros indígenas guaraníes hasta
adentrarse en la esquina suroriental del imperio inca y saquear varias localidades
incas situadas en la actual Bolivia. Los incas repelieron el avance de los invasores
y volvieron a fortificar la frontera con una cadena de fortalezas. García murió en
el río Paraguay en 1525, apenas un año después de su asalto al imperio inca y tres
años antes de que Pizarro y su pequeño ejército de hombres desembarcaran en el
extremo noroccidental del actual Perú.
todos, con grande alegría los miraban. Vio Alonso de Molina muchos
edificios y cosas que ver en Túmbez… acequias de agua, muchas semen-
teras y frutas y algunas ovejas [llamas]. Venían a hablar con él muchas
indias muy hermosas y galanas, vestidas a su modo, todas le daban frutas y
de lo que tenían, para que llevasen al navío; y preguntábanle por señas
que dónde iban y de dónde venían y él respondía de la misma manera. Y
entre aquellas indias que le hablaron estaba una muy hermosa y díjole que
se quedase con ellos y que le darían por mujer una de ellas, la que él qui-
siese… Y como [Molina] llegó al navío, iba tan espantado de lo que había
visto, que no contaba nada. Dijo que las casas eran de piedra y que antes
que hablase con el señor, paso por tres puertas donde había porteros que
las guardaban, y que se servían con vasos de plata y de oro.
Más tarde, Pizarro envió otra expedición para verificar lo que Mo-
lina y el negro le habían contado, y según ellos vieron
cántaros de plata y estar labrando a muchos plateros; y que por algunas pa-
redes del templo había planchas de oro y plata; y las mujeres que llamaban
«del Sol», que eran muy hermosas. Locos estaban de placer los españoles
en oír tantas cosas; esperaban en Dios de gozar de su parte de ello.
Por quanto vos el capitán Francisco Piçarro, con el deseo que teneis de nos
servir, querríades continuar la dicha conquista e población a vuestra costa
e misión, sin que en ningund tiempo seamos obligados a vos pagar ni sa-
tisfazer los gastos que en ello fiziéredes, más de lo que en esta capitulación
vos fuere otorgado. E me suplicastes e pedistes por merced vos mandase
encomendar la conquista de las dichas tierras, e vos concediese e otorgase
las mercedes, y con las condiciones que de suso serán contenidas. Sobre lo
qual Yo mandé tomar con vos el asiento e capitulación siguiente:
Primeramente, doy licencia e facultad a vos, para que por Nos, en
nuestro nombre e de la Corona real de Castilla, podais continuar el dicho
descobrimiento, conquista e población de la dicha provincia del Perú,
fasta dozientas leguas de tierra por la misma costa.