Está en la página 1de 3

Nietzsche y Deleuze

El tema que me propongo aquí a desarrollar brevemente es la relación entre el problema del
sentido que desarrolla Gilles Deleuze en Nietzsche y la filosofía y el problema del sentido en
literatura, para poder entenderlos insertos en una multiplicidad de relaciones de significación
más allá, o más acá, de un supuesto sentido propio. Se trata, en última instancia, de
entenderlos más allá que como fenómenos que carguen dentro de sí una esencia metafísica
que debamos develar en un ejercicio casi heideggeriano de develamiento del Ser del ente a
través de la experiencia poética o, como dice Heidegger, “La poesía [Dichtung] es el decir
de la desocultación del ente. El lenguaje en este caso es el acontecimiento de aquel decir en
el que nace históricamente el mundo de un pueblo y la tierra se conserva como lo oculto” (El
origen de la obra de arte 97); “la poesía como el nombrar que instaura los dioses y la esencia
de las cosas (Hölderlin y la esencia de la poesía), sino que debemos entenderlos como
materialidades cuyo ser radica principalmente en su devenir y su devenir se constituye como
su ser; en última instancia, intentaré mostrar como son las fuerzas nietzscheanas las que
constituyen la predominancia de los sentidos.

Para partir, me interesa escuchar al propio Nietzsche: “¡Pero si al menos ese espectador [a
saber, el espectador desinteresado del juicio estético kantiano] les hubiera sido bien conocido
a los filósofos de lo bello! –quiero decir, ¡conocido como un gran hecho y una gran
experiencia personales, como una plenitud de singularísimas y poderosas vivencias,
apetencias, sorpresas, embriagueces en el terreno de lo bello! Pero me temo que ocurrió
siempre lo contrario (…)” (Genealogía III, 6). Ante el problema del desinterés en la estética
kantiana, dos caminos: el interés por el adormecimiento de Schopenhauer o la promesa de la
felicidad que significa el arte para Stendhal. Sin embargo, ambas respuestas no significan
tanto en la individualidad de sus representantes como en lo que simbolizan. Para Nietzsche,
Schopenahuer vendría a encarnar toda la tradición filosófica (metafísica, si más cabe) en la
que se vierten los valores ascéticos en el quehacer filosófico. De este modo, Nietzsche es
consciente de la existencia patente de intereses al momento de formular tal o cual tesis: estas
no se desarrollarán de una manera prístina ni directa a lo largo de una historia teleológica,
sino que se perfilarán en una dinámica de fuerzas activas y reactivas, donde será la Voluntad
de Poder, concepto central para Nietzsche, el elemento diferencial entre tal o cual. En este
sentido, será el resentimiento y las fuerzas reactivas las que han venido dominando el
acontecer histórico, filosófico y cultural. Deleuze es consciente de esto y enfatiza que la
historia de una porción de la realidad o de un fenómeno es la historia de las fuerzas que se
han apoderado de ella, de modo que es la genealogía lo que nos permite reconstruir los
vericuetos y desvíos que experimenta su historia: es decir la historia como valoración.
También se trata de percibir el valor y la creación de esta valoración. En definitiva, valor del
origen y origen de los valores. Podemos ver que para Deleuze, el desarrollo de la filosofía
nietzscheana implica una nueva concepción de la filosofía en cuanto tal, por cuanto toda
filosofía es una sintomatología y una semiología, y cuya tarea más elevada es la de la
interpretación; sin embargo, esta no es una búsqueda de un sentido trascendente y único, de
una esencia que los fenómenos cargan a lo largo de toda su historia, abordándola de una pura
vez, sino que se trata de una renovación constante de la perspectiva y del valor desde la cual
se aborda el fenómeno, de la pluralidad de fuerzas que se renuevan en la apropiación de este
fenómeno.

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche efectúa dicha interpretación valórica para la


tragedia griega, en virtud de repensar la música de su propio tiempo, para evidenciar la
manera en la que la ópera wagneriana vendría a ser la única expresión de regreso hacia una
forma de tragedia. Lo que hace Nietzsche es pensar su contemporaneidad, sosteniendo que
“para apreciar correctamente la aptitud dionisíaca de un pueblo tendremos que pensar no sólo
en la música del pueblo, sino, con igual necesidad, en el mito trágico de ese pueblo como
segundo testigo de esa aptitud” (229). Es decir, de pensar la actitud y la Voluntad de poder
de dicho pueblo, desde la cual vive: “tenemos siempre las creencias, los sentimientos y los
pensamientos que merecemos en función de nuestro modo de ser o estilo de vida” (Deleuze).
En otras palabras, para Nietzsche es crucial evaluar la cultura y el arte del pasado desde un
lugar particular, desde el propio presente, enfatizando en la posibilidad de abordar los
fenómenos culturales desde un pluralismo, desde una multiplicidad de fuerzas y desde un
abordaje creativo concerniente a la Voluntad de poder. El interés de Nietzsche se perfila a la
necesidad de constatar una genealogía de los valores del concepto de tragedia, evidenciando
un apartamiento con respecto a la idea de buscar un origen de la tragedia y de su significación
primordial, para ir en busca de su historia, del cuerpo del concepto y de la inscripción de sus
acontecimientos. Años más tarde, dicho proyecto se presentará de manera más clara y
drástica: “En el fondo, lo que a mí me interesaba precisamente entonces era algo mucho más
importante que unas hipótesis propias o ajenas acerca del origen de la moral. Lo que a mí me
importaba era el valor de la moral” (La genealogía, 31), cita la cual da cuenta de la futilidad
que puede presentar la búsqueda de un origen con respecto a los conceptos y de la necesidad
de rastrear el valor histórico: en lo que nos atañe, el valor que puede tener la tragedia con
respecto a la vida.

Es desde este filosofar nietzscheano que resuenan el Rizoma deleuziano, por cuanto posibilita
el abordaje de la cultura –y la literatura en particular- desde la multiplicidad y la
desjerarquización de las categorías binominales. Se trata del Cuerpo sin Órganos, el
vaciamiento deliberado de cualquier principio de organicidad que oriente de manera previa
el sentido. Se trata de una desubstancialización en pos de flujos de intensidades y de
agenciamientos. Se sostiene que “[e]l CsO es el huevo. Pero el huevo no es regresivo: al
contrario, es contemporáneo por excelencia (168). En virtud de su potencia, el CsO
deleuziano se articula como un plano de entrecruce de flujos y de producción constante de
deseo. Desde mi lectura, esta producción de deseo es la producción nietzscheana de fuerza
apropiadora de los textos literarios, por cuanto consiste en el abordaje constante, múltiple,
siempre renovada. Así mismo, es una fuerza apropiadora que cuestiona cualquier sentido
trascendente y hegemónico de los textos literarios. Ya no busca el sentido trascendente, pues
este se renueva de perspectiva de la fuerza apropiadora. Los textos literarios no se van a
definir por una intención autorial, sino que por el abordaje de fuerzas arrebatadoras y activas
que vuelvan presente cada lectura y cada experiencia estética.

La filosofía de Nietzsche nos interpela, como latinoamericanos, como sujetos de la periferia,


a apropiarnos de un canon literario metropolitano desde las mismas fuerzas activas con las
cuales Nietzsche se apropió de lo grecolatino: leer a Joyce no como pura expresión de nuevas
formas, sino que como la posibilidad de pensar desde nuestra contemporaneidad, de una
experiencia desjerarquizada de significaciones, de ruptura con el código lingüístico
imperante –Joyce como escritor que rompe el idioma inglés desde su situación de irlandés
colonizado--, de subvertir la estructura arbórea de la lengua en la cual vivimos y cuya marca
es la violencia de la colonización: Europa nos pertenece.

También podría gustarte