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"La Judicialización de La Política en El Umbral de La Modernidad: Una Lectura Posible para Tiempos Hiper-Políticos" - Martín Fuentes
"La Judicialización de La Política en El Umbral de La Modernidad: Una Lectura Posible para Tiempos Hiper-Políticos" - Martín Fuentes
Introducción
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Ponencia presentada en XI Jornadas de Debates actuales de la Teoría Política Contemporánea: resistencias
y alternativas políticas en el capitalismo neoliberal, Ciudad de Rosario, Argentina, año 2018: Publicado en
http://teoriapoliticacontemporanea.blogspot.com/2018/11/textos-nuestras-formas-juridicas-o-que.html, ISSN
2313-9609.
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común, ¿estamos acaso ante su fracaso? ¿O ante su continuación por otros medios? Lo cual
nos lleva a la pregunta central: ¿qué significa la judicialización respecto de las
posibilidades que tiene la sociedad contemporánea de controlarse a sí misma?
Lo que se presenta como reflexión sobre la política es en realidad una reflexión fundamental sobre
las reglas para la gestión de parques humanos (…) Los hombres son seres que se protegen y se
cuidan a sí mismos, que –independientemente de dónde vivan– generan en torno a ellos un efecto de
parque (…) En todas partes los hombres tienen que formarse una opinión sobre el modo en el que
quepa regular su automantenimiento (Sloterdijk, 2011:216-217).
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Haciendo uso de otros conceptos, podríamos denominar a esto “luchas por los modos de subjetivación” o,
utilizando las palabras del autor, por las “antropotécnicas”.
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formato. Históricamente, esto comenzó a suceder una vez que el arte de la coexistencia se
elevó por sobre el nivel de la familia y la tribu. Con esto, la convivencia humana ingresó al
dominio de las ta megala, la órbita de las grandes tareas: a saber, las relativas a la
necesidad de estabilizar colectivos de gran formato y heterogeneidad. Desde entonces, y
para lidiar con la complejidad de este tipo de convivencia, el arte político se desarrolla
hacia un objetivo claro: replicar la estabilidad de organizaciones sociales menores, como la
familia o el clan, en formatos más extensos, conformados por miles de clanes, familias y
grupos. La ciudad es la primera gran tarea. Los reinos, imperios y Estados su prolongación.
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términos progresivos: economía, derecho, política, educación, arte, ciencia, tecnología,
etcétera4. De ahí que, paulatinamente, el reto fundamental de la modernidad no sea otro que
el “control”; dado que encomendar el bienestar y la estabilidad de la sociedad a una
multiplicidad de sistemas, cada uno con su propia lógica de funcionamiento, lleva a
necesitar de estructuras intermedias, de patrones de interacción mediante los cuales
estabilizar la comunicación entre las distintas operaciones sociales5. Ahora bien, un sistema
no puede determinar el funcionamiento de otro, a no ser que su intervención en él tenga en
cuenta efectos de “contracontrol”; es decir, niveles elevados de contingencia (Cf. Luhmann,
1998:58). Pero esto supone, por supuesto, un paradigma que ya no es el de la “soberanía” y
la ley, sino el del gobierno.
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económico–, los cuales comenzaron a requerir saltear las restricciones jurídicas del poder
soberano. En términos del autor francés, la respuesta del Estado para garantizar su
supervivencia ante esta nueva situación fue la gubernamentalización (Cf. Foucault,
2011:136-137). Es decir, el desarrollo de un gobierno que se desplaza progresivamente
desde la economía hacia la sociedad, y desde la ley hacia el control, con el objeto de hacer
de la biología de las poblaciones el foco privilegiado de la acción estatal. De este modo,
gracias al estudio y control de los fenómenos propios de la dinámica poblacional –sus
ritmos biológicos, sus índices de natalidad y mortalidad, sus flujos migratorios, etcétera–, el
sistema político moderno logra incidir indirectamente en las variables de la economía a
través de un espacio no-económico o pre-económico que no es tampoco el de la ley,
estableciendo así una interfaz de comunicación que aspira a estabilizar la interacción inter-
sistémica entre la política y el mercado. La historia de la “economía política” sería, por lo
tanto, la historia de esta zona de influencia por la cual el Estado actúa sobre las condiciones
de vida para promover indirectamente la proliferación de mercados auto-regulados que, a
su vez, organicen la dinámica social.
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La hipótesis de Foucault es que la modernidad biopolítica hace del mercado la fuerza organizadora de lo
social en todos sus ámbitos, a través de lo que el autor denomina “multiplicación de la forma-empresa” como
modelo de las relaciones sociales (Cf. Foucault, 2007:280). De este modo, para el filósofo, la lógica de la
competencia constituye la única interfaz de control. Existe aquí un riesgo de economicismo.
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en los siguientes términos: arte de la compatibilización de técnicas heterogéneas de
reducción de la complejidad social para el sostenimiento de colectivos de gran formato en
sociedades altamente diferenciadas y gubernamentalizadas.
¿Qué es esta disposición? Una mesa; detrás de ella, que distancia a los dos litigantes, los
intermediarios que son los jueces; su posición indica primeramente que son neutros el uno en
relación al otro; en segundo lugar implica que su juicio no está determinado de antemano, que va a
establecerse después del interrogatorio, después de haber oído a las dos partes, en función de una
determinada norma de verdad y de un cierto número de ideas sobre lo justo y lo injusto, y en tercer
lugar que su decisión tendrá fuerza de autoridad (Foucault, 1979:51).
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Aludimos aquí al apartado titulado “Sobre la justicia popular. Debate con los maoístas”, conversación
originalmente publicada bajo el nombre “Sur la justice populaire. Debat avec les maos”, en Les Temps
Modernes, n.° 310 bis, 1972. Págs. 335-366.
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donde “internacional” ya no refiere a una relación entre dos o más países sino más bien a
los problemas políticos y económicos del sistema global (Cf. Luhmann, 1997b:1) – lleva el
desafío del control, es decir, el arte de la convivencia, a proporciones críticas en las que lo
grande (lo global) se inter-penetra con lo pequeño (lo doméstico). De este modo, asistimos
a un mundo sincrónico, de alta conductividad, en el que las interdependencias económicas,
políticas, tecnológicas y culturales incrementan las posibilidades de enlace de las
operaciones sociales y, por lo tanto, la cantidad de efectos liberados; lo cual aumenta el
nivel de incertidumbre, fundamentalmente cuando se trata de sociedades integradas por
subsistemas cuyos acoples e irritaciones mutuas es preciso contener.
El atletismo estatal de la globalidad está por escribirse aún, y si acaso podrían emprenderse
preparativos para él, éstos sólo podrían adoptar la forma de salvajes entrenamientos y autodidactas
carreras en solitario (…) Tales políticos tienen que entenderse a sí mismos primeramente como
atletas de un nuevo tipo: atletas del mundo sincronizado, almas de alta capacidad en el tema de la
coexistencia (Sloterdijk, 2008:73-74).
Mientras este atletismo “hiperpolítico” no vea la luz del día, el problema filosófico
por antonomasia será el del cuidado del hombre por el hombre. Esto llevará, cada vez más,
a formular el problema de la “vida buena” bajo la forma de la compatibilidad de conjuntos
técnicos. No obstante, en el corto plazo, la sociedad contemporánea continuará
reaccionando al nuevo estado de cosas, ensayando técnicas reductoras capaces de
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compensar la impotencia de las estructuras políticas existentes para modular los conflictos
sociales. El proceso entero de judicialización de la política parece responder a las
dificultades que ésta última encuentra para generar dispositivos e interfaces que estabilicen
la comunicación de los subsistemas sociales en el marco de un mundo globalizado, en el
que las “zonas de frontera” o los “puntos clave” se han reposicionado 8. Esto es lo que
permite pensar en paralelo la judicialización de la política “doméstica” e internacional, pero
también la de las relaciones sociales más variadas, tales como alumno-docente, médico-
paciente, etcétera9, cuyas instituciones de pertenencia tampoco son ya capaces de resolver
sus conflictos mediante reglamentos internos, costumbres o principios de deferencia (Cf.
Nosetto, 2014:96); dado que son penetradas por contextos hiper-complejos que anulan el
efecto “encierro” y el efecto “autoridad”10. En tales condiciones, el juez es el
antropotecnócrata por excelencia en tiempos en los que el desierto crece. Es el punto
ejecutor de una tecnología de poder que opera de manera fragmentaria y localizada, en
distintos ámbitos, niveles y escalas. La forma tribunal manifiesta, por lo tanto, un principio
local de acción acorde a la imposibilidad que tiene la sociedad de controlarse a sí misma y
de sistematizar sus conflictos mediante medios políticos de articulación del espacio común.
De este modo, como bien señala Luciano Nosetto (2014), se judicializan los
siguientes conjuntos de prácticas: el debate público, la canalización de demandas sociales,
el control de constitucionalidad de las leyes y el diseño de políticas públicas. A través de
este proceso, la forma tribunal brinda a la política mecanismos de compensación mediante
los cuales reducir la contingencia social que el sistema de partidos y la estructura del
Estado parecen no poder absorber. Por esta razón, que los propios actores de la política
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Cuando se habla de la crisis del Estado-Nación suele postularse que lo que se encuentra en entredicho es su
soberanía. Sin embargo, es posible que, de lo que se trate en realidad, no es de la soberanía, sino, más bien, de
la red “gubernamentalizánte” que hace posible la soberanía. En otros términos, esto significa que la capacidad
de los Estados para que sus acciones sean eficaces depende de las redes de interfaces que éste sea capaz de
encontrar y articular. La soberanía, entendida como capacidad de actuación, es siempre el resultado de una
operación “protésica”: es elaboración de enlaces para el establecimiento de dominios reticulares en los que
poder estabilizar la producción de efectos. Por lo tanto, “…cuando se estanca la producción de prótesis, las
clases políticas de países enteros pierden su capacidad de gestión y de maniobra…” (Sloterdijk, 2008:78).
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Foucault, en Nacimiento de la biopolítica, despliega la hipótesis de que el neoliberalismo norteamericano, al
promover una existencia basada en el modelo del “empresario de sí”, genera una sociedad individualista y
atomizada basada en la competencia que se judicializa progresivamente para resolver eventuales conflictos
entre las “unidades-empresa” (Cf. Foucault, 2007:187). No queda del todo claro cómo esta explicación podría
aplicarse a la judicialización de la política y de las relaciones sociales mencionadas.
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En estas condiciones policontextuales, la pregunta luhmanniana es “…cómo se las arregla la sociedad con
una privación de autoridad autodesencadenada y con la amplia comunicación de la ignorancia” (1997a:165).
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diriman la competencia por posicionamientos y liderazgos a través de causas judiciales para
volverse visibles, es en sí mismo una muestra de que la capacidad de los partidos para
articular cadenas de demandas sociales y conducirlas a espacios de poder se encuentra
profundamente mermada11. Esto mismo es lo que impulsa a la propia ciudadanía a recurrir
a los tribunales como alternativa para la resolución de conflictos que: a) no pueden ser
estructurados en formatos clasistas o ideológico-partidarios, o b) que la política no ha
podido resolver con eficacia. De este modo, los individuos o grupos sociales vulnerados
comienzan a vislumbrar en el Derecho una trayectoria posible para buscar soluciones
específicas12. Algo similar ocurre con el debate legislativo, el cual es paulatinamente
condicionado por el control de constitucionalidad de las leyes; lo cual hace que los propios
legisladores dirijan la contingencia generada por la negociación parlamentaria hacia los
tribunales a la espera de una estabilización. Finalmente, todo este contexto hace posible que
los jueces, además de poder obligar a los Estados a reconocer y otorgar derechos, asuman
ellos mismos el diseño y control de políticas públicas en lo que parece centellear en el
horizonte como un “Estado de Bienestar a pedido” (Cf. Nosetto, 2014:102).
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Esto hace que se confíe compulsivamente a las denuncias de corrupción la función de distribuir las
identidades políticas y volverlas inteligibles, además de permeables a la lógica del escándalo propia de los
medios de comunicación. Al mismo tiempo, este tipo de mecanismo exhibe cómo los niveles de moralización
de la política crecen de manera inversamente proporcional a la disminución de sus capacidades de acción.
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Adriana Cuenca y María Verónica Piccone (2011) detallan cómo es que los “movimientos sociales”
latinoamericanos han descubierto, en las últimas décadas, que el Derecho puede ser una posibilidad de hacer
política “desde abajo”, mediante logros pequeños de impacto acumulativo. Por su parte, Pilar Domingo
(2009) enfatiza, en una dirección similar, que el incremento del activismo judicial no debe disociarse del
aumento de la actividad litigiosa en torno a derechos ciudadanos; aunque su tesis de base es que la
judicialización de la política, en lugar de responder a la crisis de esta última, se debe a la “ciudadanización del
discurso político”, fenómeno por el cual la figura del ciudadano portador de derechos fundamentales se ha
convertido en el eje moral del proyecto democrático, haciendo que la disputa política gire alrededor de cómo
debería ser definida una auténtica ciudadanía con derechos.
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Referencias bibliográficas
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____________ (2011), “Reglas para el parque humano. Una respuesta a la carta sobre el
humanismo de Heidegger” en Sin Salvación. Tras las huellas de Heidegger, Madrid, Akal.
____________ (2004a), El sol y la muerte. Investigaciones dialógicas, Madrid, Siruela.
____________ (2004b), Esferas II. Globos. Macroesferología, Madrid, Siruela.
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