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Cartografía de la imaginación feminista : De la redistribución al

reconocimiento, a la representación *

Durante muchos años, las feministas de todo el mundo tuvieron a los Estados
Unidos como el referente más avanzado de la teoría y de la práctica. Actualmente, sin
embargo, el feminismo estadounidense se encuentra en un impasse, bloqueado por el
clima político hostil, posterior al once de septiembre. Ante la duda de cómo plantear la
justicia de género en las condiciones actuales, les estamos devolviendo el favor al
buscar inspiración y guía en las feministas de otras partes. Hoy, en consecuencia, la
punta de lanza de las luchas de género se ha trasladado desde los EEUU a espacios
transnacionales, como “Europa”, donde las posibilidades de operatividad son mayores.
El resultado es un mayor desplazamiento en la geografía de las acciones feministas.
¿Qué hay detrás de este desplazamiento geográfico? ¿Y cuáles son las
implicaciones políticas para el futuro del proyecto feminista? En lo que sigue, propongo
una exposición de la trayectoria histórica del feminismo de la segunda ola que tiene por
objeto aclarar estas cuestiones. Mi estrategia consistirá en relacionar los cambios
geográficos en las acciones feministas con otros dos tipos de cambios. Por una parte,
trataré de identificar las principales transformaciones en el modo en que las feministas
han concebido la justicia de género desde 1970. Por otra parte, ubicaré esos cambios en
el imaginario feminista en el contexto de cambios más amplios dentro de la Zeitgeist
política y del capitalismo de post-guerra. El resultado será un Zeitdiagnose
históricamente elaborado a través del cual podremos evaluar las posibilidades políticas
de las luchas feministas para el próximo período.
En general, entonces, el propósito de este ejercicio es político. Al contextualizar
históricamente los cambios en la geografía de las acciones feministas, intento
profundizar el conocimiento acerca de cómo podríamos revitalizar la teoría y práctica de
la igualdad de género en las presentes condiciones. Asimismo, al realizar un mapeo de
las transformaciones en la imaginación feminista, intento determinar lo que habría que
desechar y lo que habría que conservar en las futuras luchas. Por último, al situar estos
cambios en el contexto de los cambios ocurridos en el capitalismo de post-guerra y en la
geopolítica post-comunista, trato de alentar la discusión sobre el modo en que
podríamos reinventar el proyecto del feminismo para un mundo globalizante.

1. Historización del feminismo de la segunda ola

*
Este ensayo fue preparado para la disertación inaugural de la Conferencia sobre “Igualdad de género y
cambio social”, en la Universidad de Cambridge. Inglaterra, en marzo de 2004. Una versión posterior fue
enviada a la conferencia sobre “Género en movimiento”, en la Universidad de Basel, en marzo de 2005.
Gracias a Juliet Mitchell, Andrea Maihofer, y a los participantes en esas conferencias que discutieron
conmigo estas ideas. Gracias también a Nancy Naples; aunque ella no comparte todos mis puntos de
vista, las conversaciones que mantuvimos influyeron mucho mis reflexiones, como queda claro en nuestro
proyecto común : “Interpretar el mundo y cambiarlo : Una entrevista con Nancy Fraser”, por Nancy
Fraser y Nancy A. Naples, Signs : Journal of Women in Culture and Society. 29. Nº4 (Verano 2004):
1103-24. Agradezco también a Keith Hayson por su eficiente y animada asistencia en la investigación y a
Verónica Rall cuya traducción al alemán mejoró tanto el original que incorporé algunas de sus
expresiones aquí. Finalmente, gracias a Wissenschaftskolleg zu Berlin, que proporcionó la ayuda
financiera, el estímulo intelectual y un entorno de trabajo ideal.
¿Cómo debemos entender la historia del feminismo de la segunda ola? La
explicación que propongo difiere bastante de la que se cuenta habitualmente en los
círculos feministas académicos de los EEUU. La historia estándar es una narrativa de
progreso, según la cual hemos avanzado desde un movimiento exclusivo, dominado por
mujeres blancas, de clase media, heterosexuales, a un movimiento más amplio, más
inclusivo que incluye los intereses de las lesbianas, las mujeres de color, y/o las mujeres
trabajadoras y pobres.1 Naturalmente, apoyo los esfuerzos para ampliar y diversificar el
feminismo, pero no encuentro esta declaración muy satisfactoria. Desde mi visión, es
algo muy interno al feminismo. Preocupado exclusivamente por los progresos dentro
del movimiento, no logra relacionar los cambios internos con los avances históricos más
amplios y con el clima exterior. Por eso, propondré una exposición alternativa, que es
más histórica y menos auto-complaciente.
Para mis fines, la historia del feminismo de la segunda ola se divide en tres fases.
En una primera fase, el feminismo aparece en íntima relación con los “nuevos
movimientos sociales” que emergieron de la efervescencia de la década de 1960. En una
segunda fase, fue llevado a la órbita de la política de identidad. Por último, en una
tercera fase, el feminismo es ejercido cada vez más como una política transnacional, en
espacios transnacionales emergentes. Permítanme explicar.
La historia del feminismo de la segunda ola presenta una trayectoria llamativa.
Alimentado por el radicalismo de la Nueva Izquierda, esta ola del feminismo nació
como uno de los nuevos movimientos sociales que cuestionó las estructuras
normalizadoras de la democracia social posterior a la Segunda Guerra. En otras
palabras, se originó como parte de un intento mayor de transformar el imaginario
político economicista que había limitado la atención política a los problemas de
distribución entre las clases. En esta primera fase (nuevos movimientos sociales), el
feminismo trató de romper con ese imaginario. Al poner de manifiesto el amplio
espectro de formas de la dominación masculina, proponían una visión ampliada de lo
político incluyendo “lo personal”. Más tarde, sin embargo, a medida que las actividades
utópicas de la Nueva Izquierda declinaban, las ideas anti-economicistas del feminismo
fueron resignificadas y selectivamente incorporadas a un nuevo imaginario político
emergente que puso en primer plano las cuestiones culturales. En efecto, cautivado por
este imaginario culturalista, el feminismo se reinventó a sí mismo como política de
reconocimiento. Por lo tanto, en su segunda fase, el feminismo se preocupó por la
cultura y fue lanzado a la órbita de la política de identidad. Aunque no se notara
demasiado en ese momento, la fase correspondiente a la denominada política de
identidad del feminismo coincidió con un acontecimiento histórico más amplio, el
desgaste de la democracia social de base nacional ante la presión del neoliberalismo
global. En estas condiciones, una política de reconocimiento centrada en la cultura no
podía tener éxito. En la medida que descuidaba la economía política y los avances
geopolíticos, este enfoque no logró cuestionar efectivamente los estragos de las políticas
de libre mercado ni la creciente ola del chovinismo de derecha que emergieron
inmediatamente después. El feminismo estadounidense, en especial, no estaba
preparado para el cambio drástico del escenario político que siguió al once de
septiembre. En Europa y otras partes, sin embargo, las feministas descubrieron, y las
están explotando hábilmente, nuevas oportunidades políticas en los espacios políticos
transnacionales de nuestro mundo globalizante. De este modo, están reinventando el
feminismo otra vez, pero ahora como un proyecto y proceso de política transnacional.
Aunque esta tercera fase es aún muy joven, augura un cambio a escala de política
feminista que permitiría integrar los mejores aspectos de las dos fases anteriores en una
nueva y más adecuada síntesis.

2
Este es, en esencia, el argumento que intento explicar aquí. Sin embargo, antes de
comenzar a desarrollarlo necesito introducir dos observaciones. La primera tiene que
ver con el tipo muy estilizado de las exposiciones. A fin de aclarar el recorrido general,
trazo líneas demasiado tajantes entre las fases que, en realidad, se superponen en
muchos lugares y puntos. No obstante, el riesgo de distorsión valdrá la pena si la
exposición genera algunos elementos de comprensión política e intelectual para el
próximo período.
La segunda observación se refiere a la geografía de las tres fases del feminismo. A
mi entender, la primera fase (nuevos movimientos sociales) abarcó los feminismos de
América del Norte y de Europa Occidental y, posiblemente, también algunas corrientes
en otras partes. En contraposición, la segunda fase (política de identidad) encontró su
máxima expresión en los EEUU, aunque tuvo repercusión en otras regiones. Por último,
la tercera fase está más desarrollada, como su nombre lo indica, en espacios políticos
transnacionales, paradigmáticamente aquellos asociados a “Europa”.

2. Generización de la democracia social : Una crítica al economicismo


Por consiguiente, para entender la fase uno recordemos las condiciones en lo que
todavía podría ser significativamente denominado “el primer mundo”. Cuando primero
apareció el feminismo de la segunda ola en la escena mundial, los estados capitalistas
avanzados de Europa Occidental y de América del Norte disfrutaban todavía la ola de
prosperidad sin precedentes que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Utilizando los
nuevos instrumentos de la regulación económica keynesiana, habían aprendido
aparentemente a contrarrestar las depresiones comerciales y a dirigir el desarrollo
económico nacional para asegurar un nivel de empleo casi pleno para los hombres.
Incorporando los movimientos de trabajadores en otro tiempo revoltosos, habían
construído vastos estados de bienestar e institucionalizado la solidaridad nacional a
través de todas las clases. Indudablemente, este compromiso histórico de clases
consistió en una serie de exclusiones étnico-raciales y de género, sin mencionar la
explotación neocolonial exterior. Estas fallas potenciales tendieron, en general, a
permanecer latentes en un imaginario social-democrático que ponía en primer plano la
redistribución de clases. Lo que resultó fue un cinturón próspero, en el Atlántico Norte,
de sociedades de consumo masivo que, aparentemente, habían mitigado el conflicto
social.2
En la década de 1960, sin embargo, la relativa calma de esta Edad Dorada se alteró
de modo imprevisto. En un estallido internacional extraordinario, la juventud radical
ganó las calles, al principio, para oponerse a la segregación racial en los EEUU y a la
guerra de Vietnam. Inmediatamente después, empezaron a cuestionar puntos
fundamentales de la modernidad capitalista que la democracia social había naturalizado
hasta aquí : represión sexual, sexismo y heteronormatividad; materialismo, cultura
corporativa y “la ética del logro”; consumismo, burocracia y “control social.” Luchando
contra las rutinas políticas normalizadas de la época anterior, los nuevos actores sociales
formaron nuevos movimientos sociales, por ejemplo, con el feminismo de la segunda
ola entre los más visionarios. 3
Junto con camaradas de otros movimientos, las feministas de esta época
reconstruyen el imaginario político. Al transgredir una cultura política que había
privilegiado actores que se proyectaban a sí mismos como pertenecientes a clases
políticamente moderadas y nacionalistas, cuestionaron las exclusiones de género de la
democracia social. Al cuestionar el paternalismo del bienestar y la familia burguesa,
revelaron el androcentrismo profundo de la sociedad capitalista. Y al politizar “lo

3
personal,” extendieron los límites de la lucha más allá de la redistribución
socioeconómica para incluir el trabajo doméstico, la sexualidad y la reproducción.4
El feminismo de esta primera fase, tan radical como parecía, se mantuvo en una
relación ambivalente con la democracia social. Por un lado, gran parte de la primera
segunda ola rechazó el étatisme de la posterior y su tendencia, especialmente en Europa,
a marginar las divisiones sociales aparte de los problemas sociales y de clases y los de
distribución. Por otro lado, la mayoría de las feministas postularon premisas
fundamentales del imaginario socialista como base para diseños más radicales. Dando
por sentado el ethos solidario del estado de bienestar y las facultades regulatorias que
aseguraban la prosperidad, también ellas se comprometieron a controlar los mercados y
promover el igualitarismo. Actuando desde una posición crítica que era a la vez radical
e inmanente, las feministas de esta primera segunda ola trataron no de desmantelar el
estado de bienestar sino de transformarlo en una fuerza que contribuyera a compensar la
dominación masculina.5
Sin embargo, hacia 1989, la historia parece haberse desviado de ese proyecto
político. Una década de régimen conservador en la mayor parte de Europa Occidental y
América del Norte, rematada por la caída del comunismo en el este, resucitaron -como
por milagro- las ideologías del mercado libre abandonadas antes por estériles.
Resurgido del basurero histórico, el “neoliberalismo” legitimó un ataque sostenido a la
idea misma de redistribución igualitaria. El efecto, acrecentado por la aceleración de la
globalización, fue el de poner en duda la legitimidad y viabilidad de la regulación
keynesiana. Con la democracia social a la defensiva, los esfuerzos por ampliar y
profundizar su promesa fracasaron naturalmente. Los movimientos feministas que antes
habían tomado el estado de bienestar como punto de partida, al pretender extender el
ethos igualitario desde las clases al género, veían ahora frustrados sus intentos. Al no
poder adoptar la democracia social como base para la radicalización, se inclinaron hacia
gramáticas de demandas políticas más nuevas, más a tono con la Zeitgeist postsocialista.

3. De la redistribución al reconocimiento : La desafortunada unión del


culturalismo y el liberalismo
Entremos a la política del reconocimiento. Si la primera fase del feminismo de
postguerra trató de “generizar” el imaginario socialista, la segunda fase hizo hincapié en
la necesidad de “reconocer la diferencia”. En consecuencia, el “reconocimiento” se
convirtió en la principal gramática de las demandas feministas en el fin-de-siècle. Este
concepto, que fuera una venerada categoría de la filosofía hegeliana resucitada por los
teóricos políticos, captó el carácter distintivo de las luchas postsocialistas que
asumieron, con frecuencia, la forma de una política de identidad dirigida más a valorizar
la diferencia que a promover la igualdad. Ya se tratara de la violencia contra las mujeres
o de las disparidades de género en la representación política, las feministas recurrieron
cada vez más a la gramática del reconocimiento para presionar por sus reclamos.
Imposibilitadas de avanzar para revertir las injusticias de la economía política,
prefirieron apuntar a los perjuicios generados por los patrones androcéntricos de valor
cultural o de las jerarquías de status. El resultado fue un cambio en el imaginario
feminista : mientras que la generación anterior persiguió un ideal de igualdad social
ampliada, ésta invirtió la mayor parte de sus energías en el cambio cultural.6
Permítanme ser clara. El proyecto de transformación cultural ha sido intrínseco a
cada fase del feminismo, incluyendo la fase de los nuevos movimientos sociales. Lo que
distinguió a la fase de política de identidad fue la relativa autonomización del proyecto

4
cultural, es decir, su separación del proyecto de transformación político-económica y de
justicia distributiva.
Previsiblemente, los efectos de la fase dos fueron mixtos. Por una parte, la nueva
orientación hacia el reconocimiento focalizó la atención en las formas de la dominación
masculina arraigadas en el orden del status de la sociedad capitalista. Si hubiera estado
unida al anterior interés en las desigualdades socio-económicas, nuestra comprensión de
la justicia de género habría sido más profunda. Por otra parte, la representación de la
lucha por el reconocimiento captó tan intensamente la imaginación feminista que sirvió
más para desplazar, antes que profundizar, el imaginario socialista. Hubo una tendencia
a subordinar las luchas sociales a las luchas culturales, y la política de redistribución a la
política del reconocimiento. Esta no fue, claro está, la intención original. Fue más bien
supuesta por los defensores del giro cultural que sostenían que una política feminista de
identidad y diferencia debía unirse sinérgicamente a las luchas por la igualdad social.
Pero este supuesto fue absorbido por una Zeitgeist más amplia. En el contexto de fin-de-
siécle, la vuelta al reconocimiento ensambló perfectamente con un neoliberalismo
hegemónico que sólo quería reprimir todo recuerdo del igualitarismo social. El
resultado fue una ironía histórica trágica. En vez de lograr un paradigma más amplio y
fecundo que abarcara la redistribución y el reconocimiento, lo que en realidad hicimos
es cambiar un paradigma truncado por otro; esto es, un economicismo truncado por un
culturalismo truncado.
La ocasión, sin embargo, no podría haber sido peor. El cambio hacia una política
de reconocimiento culturizada se dio en el preciso momento en que el neoliberalismo
preparaba su espectacular vuelta a escena. A lo largo de todo este período, la teoría
feminista académica estuvo ocupada principalmente en los debates sobre la
“diferencia.” Al contraponer “esencialistas” y “anti-esencialistas”, estas disputas
sirvieron para poner de manifiesto las premisas exclusivistas de las teorías anteriores y
abrieron los estudios de género a nuevas y numerosas voces. No obstante, y aún en el
mejor de los casos, tendieron a permanecer en el terreno del reconocimiento donde la
subordinación se construyó como un problema de cultura y se disoció de la economía
política. La consecuencia fue que nos quedamos indefensas frente al fundamentalismo
del libre mercado el cual, entretanto, se había vuelto hegemónico. En efecto,
hipnotizadas por la política del reconocimiento, inconscientemente desviamos la teoría
feminista hacia canales culturalistas en el mismo momento en que las circunstancias
exigían redoblar la atención hacia la política de redistribución. 7 Regresaré a este punto
luego.

4. Geografías del reconocimiento : Postcomunismo, postcolonialismo y la tercera


vía
En primer lugar, necesito aclarar un punto. Al relatar el cambio de la fase uno a la
fase dos, describí un cambio epocal en el imaginario feminista. Pero el cambio no se
limitó al feminismo per se. Por el contrario, cambios análogos se pueden observar en
casi todos los movimientos sociales progresistas, así como en la decadencia mundial y/o
co-optación de los sindicatos gremiales y partidos socialistas, y en el correspondiente
auge de la política de identidad, tanto en su versión progresista como chovinista.
Vinculado a la caída del comunismo, por un lado, y al auge del neoliberalismo, por el
otro, este “cambio de la redistribución al reconocimiento” (como lo he denominado) es
parte de una transformación histórica más amplia asociada a la globalización
corporativa. 8

5
Se podría objetar que este Zeitdiagnose refleja una perspectiva limitada, de primer
mundo, americana. Pero yo no creo que sea así. Por el contrario, la tendencia para que
las demandas por el reconocimiento eclipsaran las demandas por la distribución fue
bastante general, incluso mundial, aunque el contenido de dichas demandas se
diferenciaran ampliamente. En Europa Occidental, el punto de atención de la social-
democracia en la redistribución cedió considerablemente en la década de 1990 ante las
diversas versiones de la Tercera Vía. Este enfoque adoptó una posición neoliberal frente
a la “flexibilidad” del mercado laboral, al tiempo que trató de mantener un perfil
político progresista. El éxito en este último intento se dio no al tratar de mitigar las
desigualdades económicas sino más bien al superar las jerarquías de status, a través de
la anti-discriminación y/o las políticas multiculturales. Así, también en Europa
Occidental, el curso de las demandas políticas cambió de la redistribución al
reconocimiento, si bien en una forma más moderada que en los EEUU.
Cambios análogos ocurrieron también en aquel segundo mundo. El comunismo
había preservado su propia versión del paradigma economicista que desviaba las
demandas políticas hacia canales distributivos, acallando de hecho las cuestiones de
reconocimiento que fueron abordadas como subtextos de los problemas económicos
“reales”. El post-comunismo rompió ese paradigma, alimentando la deslegitimación del
igualitarismo económico y desencadenando nuevas luchas por el reconocimiento, en
especial, en torno a la nacionalidad y la religión. En ese contexto, el desarrollo de la
política feminista se vio retardado por su asociación, tanto real como simbólica, con un
comunismo descreditado.
Procesos relacionados ocurrieron también en el denominado “tercer mundo”. Por
una parte, el final de la competencia bipolar entre la Unión Soviética y Occidente redujo
los flujos de ayuda hacia la periferia. Por otra, la caída del régimen financiero de
Bretton Woods alentó la nueva política neoliberal de ajuste estructural que amenazó el
estado de desarrollo postcolonial. La consecuencia fue la reducción drástica del alcance
de los proyectos de redistribución igualitaria en el sur. Y la respuesta fue una enorme
avanzada de la política de identidad en la post-colonia, de la cual gran parte fue
comunalista y autoritaria. En consecuencia, los movimientos feministas post-coloniales
también se vieron forzados a funcionar sin una política cultural de fondo que canalizara
las aspiraciones populares hacia el igualitarismo. Atrapados entre las capacidades
subdimensionadas del estado, por un lado, y los chovinismos comunalistas florecientes,
por otro, dichos movimientos se sintieron también presionados para relanzar sus
demandas en una forma más acorde con la Zeitgeist post-socialista.
En general, entonces, el cambio en el feminismo de la fase uno a la fase dos tuvo
lugar dentro de la matriz más amplia del post-comunismo y del neoliberalismo. Y donde
las feministas no lograron comprender esta matriz más amplia, tardaron en desarrollar
los recursos necesarios para luchar por la justicia de género en condiciones nuevas.

Política de género en EEUU, post-9/11


Este fue especialmente el caso en los EEUU. Allí, las feministas se sorprendieron
al darse cuenta que, mientras ellas habían estado discutiendo acerca del esencialismo,
una impía alianza entre libre-mercadistas y fundamentalistas cristianos había asumido el
control del país. Dado que esta coyuntura ha sido tan trascendental para el mundo en
general, quiero detenerme para considerarla brevemente, antes de referirme al
surgimiento de la fase tres.
Los hechos decisivos en las elecciones de los EEUU en el 2004 fueron, por un
lado, la llamada “guerra contra el terrorismo”, y, por otro (en menor medida) los

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denominados “valores familiares”, en especial, los derechos sobre el aborto y el
matrimonio homosexual. En ambos casos, la manipulación estratégica del género fue un
instrumento fundamental de la victoria de Bush. La estrategia vencedora apelaba a una
política del reconocimiento genéricamente codificada para ocultar una política regresiva
de redistribución.
Permítanme explicar. La estrategia de campaña de Bush describió la “guerra del
terror” como un problema de liderazgo al que abordaba en términos explícitamente
generizados. Al movilizar los estereotipos masculinos, Bush fomentó la imagen de un
comandante en jefe seguro y decidido que transmitía tranquilidad, un protector que
nunca duda ni vacila; en resumen, un hombre real. Para contrastar, los republicanos
mostraban a John Ferry como un “amariconado” para usar la memorable expresión de
Schwarzenegger, un afeminado vacilante que no podía gozar de confianza para proteger
a las mujeres y los niños de EEUU de la violencia demencial de los fanáticos barbudos.9
A pesar de la distancia con la realidad, esta retórica de género codificado demostró
ser muy poderosa, tanto para los votantes femeninos como masculinos. De hecho, tan
poderosa que pareció neutralizar lo que todos admitían como el punto débil de la
campaña de Bush; es decir, su política regresiva de redistribución que producía tantas
injusticias a muchos estadounidenses. Ya en su primer período, Bush había llevado a
cabo una redistribución ascendente de la riqueza para los intereses corporativos y las
clases propietarias. Al eliminar los impuestos a la herencia y bajar la tasa impositiva de
los ricos, había obligado a las clases trabajadoras a pagar mayores contribuciones al
presupuesto nacional que anteriormente. La consecuencia fue que se invirtió la política
de redistribución y produjo un incremento de la injusticia social. Pero nada de esto
parecía importar frente a la “guerra del terror.” De ese modo, una política del
reconocimiento genéricamente codificada ocultaba una política regresiva de
redistribución.10
Una dinámica similar sustentó el desarrollo estratégico de la retórica sobre los
“valores familiares” en la campaña por las elecciones. La cuestión central en Ohio, que
resultó ser el estado decisivo en las elecciones, puede haber sido “la defensa del
matrimonio.” Este asunto fue deliberadamente elegido por los conservadores para votar
en un referéndum en ese estado (y en otros) como estrategia para asegurar una alta
concurrencia de votantes fundamentalistas cristianos. La teoría era que una vez que se
los hacía ir a votar en contra del matrimonio homosexual, seguirían entonces adelante y
votarían también por Bush. Y eso parece haber funcionado.
En todo caso, los “valores familiares” demostraron ser un tema poderoso en la
campaña electoral. Pero aquí radica la mayor ironía. Las tendencias reales que hacen la
vida familiar tan difícil para la clase obrera y la clase media baja surgen de la agenda
capitalista corporativa y neoliberal que Bush mantiene. Estas políticas incluyen
impuestos reducidos a las corporaciones y a los ricos, disminución de la asistencia
social y de las protecciones al consumidor, salarios muy bajos y empleo precario.
Gracias a éstas y otras pautas, ya no es posible mantener una familia con un solo sueldo
y, muchas veces inclusive, ni siquiera con dos. Lejos de ser voluntario o
complementario, el trabajo asalariado de las mujeres es obligatorio, un pilar
indispensable del orden económico neoliberal. Así también la práctica de tener dos
empleos, con lo cual los miembros de las familias de la clase obrera y la clase media
baja trabajan en más de un lugar para poder satisfacer sus necesidades. Estos son los
factores reales que amenazan la vida familiar en los EEUU. 11 Las feministas
comprenden esto, pero no logran convencer a muchos de los que se ven perjudicados
por estas políticas. Por el contrario, la justicia ha conseguido persuadirlos de que son los
derechos al aborto y los derechos homosexuales los que amenazan su estilo de vida. En

7
otras palabras, aquí también los republicanos utilizaron exitosamente una política de
reconocimiento anti-feminista para ocultar una política de redistribución en contra de la
clase trabajadora.
En este escenario, se puede observar todo el problema de la fase dos. Aunque no
fuera muy comprendido en el momento, las feministas de los EEUU cambiaron el foco
de su atención de la redistribución al reconocimiento, precisamente cuando la derecha
perfeccionaba el propio despliegue estratégico de una política cultural regresiva para
distraer la atención de su política de redistribución regresiva. El relativo abandono de la
economía política por parte de las feministas estadounidenses y otros movimientos
progresistas terminaron haciéndole el juego a la derecha que cosechó los principales
beneficios del giro cultural.

6. Evangelicalismo : Una tecnología neoliberal de sí mismo


Pero ¿por qué los americanos fueron tan fácilmente embaucados por este ardid tan
obvio? Y ¿por qué tantas americanas fueron tan susceptibles a las apelaciones
genéricamente codificadas de los republicanos? Muchos observadores han notado que la
derecha tuvo cierto éxito al retratar las feministas estadounidenses como elites
profesionales y humanistas seculares que no tenían sino menosprecio por las mujeres
comunes, en especial, las mujeres religiosas y de la clase obrera. En un nivel, esta visión
del feminismo como elitista es obviamente falsa, por supuesto, pero el hecho es que el
feminismo no ha logrado llegar a los más amplios estratos de las mujeres de clase
obrera y de clase media baja quienes, durante la década pasada, se vieron atraídas hacia
el cristianismo evangélico. Demasiado concentradas en un solo lado de la política de
reconocimiento, no hemos logrado comprender cómo la orientación religiosa de esas
mujeres responde a la posición de su clase social.
Permítanme explicar. A primera vista, la situación de las mujeres cristianas
evangélicas en los EEUU parece contradictoria. Por una parte, suscriben a una ideología
conservadora de la domesticidad tradicional. Por otra, estas mujeres de hecho no viven
vidas patriarcales; la mayoría están activas en el mercado laboral y relativamente
empoderadas en la vida familiar. 12 El misterio queda develado cuando comprendemos
que el evangelicalismo responde a la aparición en los EEUU de una nueva clase de
sociedad que yo llamo “la sociedad de la inseguridad.” Esta es la sucesora de la
“sociedad del bienestar”, asociada a la democracia social en el período precedente. A
diferencia de esta última, la nueva sociedad institucionaliza la acrecentada inseguridad
en las condiciones de vida de la mayoría de la gente. Como indicara antes, reduce las
protecciones de bienestar social e institucionaliza formas más precarias de trabajo
asalariado, incluyendo subcontratos, trabajo temporal y trabajo no sindicalizado por los
cuales se reciben salarios más bajos y sin beneficios. El resultado es una enorme
sensación de inseguridad y a ella responde la cristiandad evangélica.
Notablemente, el evangelicalismo, en realidad, no da seguridad a la gente. Antes
bien, proporciona un discurso y un conjunto de prácticas mediante las cuales ellos
puedan manejar la inseguridad. Se les dice : “Ustedes son pecadores, van a fracasar,
pueden perder sus trabajos, beber demasiado, tener una aventura, sus maridos las
pueden dejar, sus niños pueden usar drogas. Pero eso está bien. Dios todavía los ama y
la iglesia aún los acepta.” La finalidad es, en parte, transmitir aceptación, pero además
preparar a la gente para las dificultades en tiempos difíciles. Al invocar constantemente
la probabilidad de dificultades, el evangelicalismo aviva los sentimientos de inseguridad
de sus seguidores al tiempo que parece ofrecerles un modo de afrontarlas. Quizá se
necesite al último Foucault para entender esto : el evangelicalismo es una tecnología del

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cuidado de sí mismo que resulta especialmente adecuada para el neoliberalismo en la
medida que éste genera siempre inseguridad. Como expresara, muchas mujeres de la
clase obrera en los EEUU obtienen algún beneficio de esta ideología, algo que les
confiere sentido a sus vidas. Pero las feministas no han logrado entender de qué se trata
y cómo funciona. Ni tampoco hemos resuelto de qué modo hablarles o qué feminismo
ofrecerles a cambio.
Me he detenido en este ejemplo peculiarmente americano porque es emblemático
del contexto más amplio de nuestra época histórica. Todos nosotros estamos viviendo
un tiempo de declinante seguridad, gracias a las presiones neoliberales para aumentar la
“flexibilidad” y reducir las protecciones de bienestar en medio de mercados laborales
cada vez más precarios. Para los estratos menos integrados, incluyendo los inmigrantes,
estas presiones se agravan cuando las desigualdades de distribución entre las clases se
superponen a las desigualdades de reconocimiento de status; y de lo último
probablemente puede ser acusado el “feminismo secular.” En tales casos, es necesario
que todas las feministas, tanto de Europa como de EEUU, revean la relación entre la
política de redistribución y la política de reconocimiento. En la actualidad, a medida que
ingresamos a la tercera fase, necesitamos reintegrar estas dos dimensiones
indispensables de la política feminista que no fueron adecuadamente equilibradas en la
fase dos.

7. Re-encuadramiento del feminismo : Una política de representación


transnacional
Afortunadamente, algo semejante ha comenzado ya a suceder en aquellas
corrientes de la política feminista que operan ahora en espacios transnacionales.
Sensibilizadas ante el poder creciente del neoliberalismo, están creando una nueva y
prometedora síntesis de redistribución y reconocimiento. Además, están cambiando la
escala de la política feminista. Conscientes de la vulnerabilidad de las mujeres ante los
factores transnacionales, descubren que no pueden cuestionar adecuadamente las
injusticias de género si permanecen dentro del marco, de lo previamente dado-por-
sentado, del estado territorial moderno. Dado que este marco limita la incumbencia de la
justicia a las instituciones intra-estados -las cuales organizan las relaciones entre los
conciudadanos-, oculta sistemáticamente las causas trans-fronterizas de la injusticia de
género que estructuran las relaciones sociales transnacionales. La finalidad es poner
fuera del alcance de la justicia todos aquellos factores que moldean las relaciones de
género y que regularmente superan las fronteras territoriales.
Por lo tanto, en la actualidad, muchas feministas transnacionales rechazan el
marco o encuadre del estado territorial. Advierten que las decisiones que se toman en un
estado territorial afectan, en general, la vida de las mujeres fuera de ese estado, como
ocurre con las acciones de las organizaciones supranacionales e internacionales, tanto
gubernamentales como no-gubernamentales. Asimismo observan la fuerza de la opinión
pública transnacional que circula, con soberana indiferencia de las fronteras, a través de
los medios de comunicación globales y de la cibertecnología. El resultado es una nueva
apreciación del rol que tienen los factores transnacionales en el sostenimiento de la
injusticia de género. Enfrentadas al recalentamiento global, la propagación del SIDA, el
terrorismo internacional y el unilateralismo de la superpotencia, las feministas creen, en
esta fase, que las posibilidades de las mujeres para vivir mejor dependen tanto de los
procesos que traspasan las fronteras de los estados territoriales como de los que se dan
interiormente.

9
En estas circunstancias, importantes corrientes del feminismo cuestionan el marco
del estado territorial para el planteo de las demandas políticas. A su entender, este
marco es el principal vehículo de injusticia porque divide el espacio político de modo
tal que impide a las mujeres cuestionar los factores que las oprimen. Al canalizar sus
reclamos a los espacios políticos domésticos de estados relativamente sin poder, cuando
no totalmente debilitados, este marco exime a los poderes exteriores de la crítica y el
control. Entre los estados no alcanzados por la justicia están los estados depredadores
muy influyentes y los poderes privados transnacionales, incluyendo a los inversores y
acreedores extranjeros, los especuladores de divisas internacionales y las corporaciones
transnacionales. También están protegidas las estructuras de gobierno de la economía
global que establecen condiciones de interacción abusivas y que luego quedan eximidas
del control democrático. Por último, el marco del estado territorial es auto-aislante; la
arquitectura del sistema intra-estados fomenta la división misma del espacio político
que institucionaliza, excluyendo de hecho la toma de decisiones democráticas
transnacionales en las cuestiones de justicia de género.
En la actualidad, por lo tanto, las demandas feministas por la redistribución y el
reconocimiento están ligadas cada vez más a las luchas por un cambio de marco o
encuadre. Enfrentadas a la producción trans-nacionalizada, muchas feministas dejan de
lado los supuestos de las economías nacionales. En Europa, por ejemplo, las feministas
apuntan a las políticas y estructuras económicas de la Unión Europea, mientras las
corrientes feministas entre los disidentes de la Organización Internacional del Comercio
cuestionan las estructuras de gobierno de la economía global. De modo análogo, las
luchas feministas por el reconocimiento se proyectan cada vez más allá del estado
territorial. Bajo el lema inclusivo de “los derechos de las mujeres son derechos
humanos”, las feministas en todo el mundo unen las luchas contra las prácticas
patriarcales locales a las campañas para reformar el derecho internacional.13
El resultado es una nueva fase de la política feminista en la cual la justicia de
género está siendo re-enmarcada. En esta fase, la preocupación mayor es cuestionar el
entrelazamiento de las injusticias de distribución y de reconocimiento erróneas. Sin
embargo, mucho más allá de esas injusticias de primer orden, las feministas están
apuntando también a una meta-injusticia recientemente visible que yo he denominado
encuadramiento erróneo (misframing).14 El encuadramiento erróneo surge cuando el
marco o encuadre del estado territorial se impone a las causas transnacionales de
injusticia. La consecuencia es la división arbitraria del espacio político a expensas de los
pobres y menospreciados a quienes se les niega la posibilidad de hacer suyas demandas
transnacionales. En tales casos, las luchas contra la distribución y el reconocimiento
erróneos no pueden avanzar, menos aún triunfar, si no se unen a las luchas contra el
encuadramiento erróneo. En consecuencia, el encuadramiento erróneo aparece como un
objetivo central de la política feminista en su fase transnacional.
Al confrontar el encuadramiento erróneo, esta fase de la política feminista está
poniendo de manifiesto una tercera dimensión de la justicia de género, más allá de la
redistribución y el reconocimiento. Llamo a esta tercera dimensión representación.
Según yo la entiendo, la representación no sólo es cuestión de asegurar la expresión
política equitativa para las mujeres en las comunidades políticas ya constituídas. Exige,
además, re-encuadrar las discusiones sobre la justicia que no están debidamente
contenidas en las políticas establecidas. Por lo tanto, al cuestionar el encuadramiento
erróneo, el feminismo transnacional está reconfigurando la justicia de género como un
problema tridimensional, en el cual la redistribución, el reconocimiento y la
representación deben estar integrados de manera equilibrada.15

10
El espacio político transnacional que se está desarrollando en torno a la Unión
Europea, promete ser un ámbito importante para esta tercera fase de la política
feminista. En Europa, la tarea consiste en hacer, de algún modo, tres cosas a la vez.
Primero, las feministas tienen que trabajar con otras fuerzas progresistas para crear
sistemas de protección del bienestar social igualitario y sensible al género a nivel
transnacional. Además, tienen que aliarse para integrar dichas políticas de redistribución
con políticas de reconocimiento igualitarias y sensibles al género que sean
representativas de la multiplicidad cultural europea. Por último, deben llevar a cabo
todo esto sin fijar fronteras exteriores, y garantizar que la Europa transnacional no se
convierta en la fortaleza Europa para no replicar las injusticias del encuadramiento
erróneo a una escala más amplia.
Sin embargo, Europa de ningún modo es el único ámbito para esta tercera fase de
la política feminista. Igualmente importantes son los espacios transnacionales surgidos
alrededor de diversas agencias de los EEUU y del Foro Social Mundial. Allí, también,
las feministas se unen a otros actores transnacionales progresistas, incluyendo
ambientalistas, activistas por el desarrollo e indígenas, para cuestionar el
encadenamiento de injusticias de distribución injusta, falta de reconocimiento y falta de
representación. Allí, también, la tarea es desarrollar una política tridimensional que
equilibre e integre esas inquietudes.
Desarrollar tal política tridimensional de ningún modo es fácil. Aún así, ofrece
enormes posibilidades para la tercera fase de la lucha feminista. Por un lado, este
enfoque podría superar la principal debilidad de la fase dos al reequilibrar la política de
reconocimiento y la política de redistribución. Por otro, podría superar el punto débil de
las dos primeras fases de la política feminista cuestionando explícitamente las
injusticias del encuadramiento erróneo. Sobre todo, una política de este tipo nos
permitiría plantear y, con optimismo, responder el interrogante político clave de nuestra
época : ¿cómo podemos integrar las demandas de redistribución, reconocimiento y
representación para cuestionar todo el abanico de injusticias de género en un mundo
globalizante?

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11
Notas
1
Véase, por ejemplo, bell hooks, Teoría Feministay: Del margen al centro. 2e (Boston : South End,
2000); Ruth Rosen , El mundo dividido : Cómo el moderno movimiento de mujeres cambió América
(New Cork: Penguin, 2001); Benita Roth, Caminos separados hacia el feminismo : Movimientos
feministas de mujeres blancas, chicanas y negras en la Segunda Ola de América (Cambridge: Cambridge
University Press, 2004)
2
Eric Hobsbawn, La edad de los extremos: Una historia del mundo, 1914-1991 (London: Abacus,1995),
320-45, 461-518.
3
Alain Touraine, Regreso del actor : La teoría sociales la sociedad postindustrial (Mineapolis:
University of Minnesota Press, 1988); Nómadas del presente : Movimientos sociales y necesidades
individuales en la sociedad contemporánea, ed. Alberto Melucci, John Keane y Paul Mier (Philadelphia:
Temple University Press, 1989); Nuevos movimientos sociales: De la ideología a la identidad, ed. Hank
Hohnston, Enrique Larana y Joseph R. Gusfield (Philadelphia: Temple University Press, 1994).
4
Sara Evans, Política personal : Las raíces de la liberación de las mujeres en el Movimiento de Derechos
Civiles y la Nueva Izquierda (New Cork: Vintage, 1980); Alice Echols, Atreviéndose a ser mala :
Feminismo Radical en América, 1967-75 (Minneapolis : University of Minnesota Press, 1990); Myra
Marx Feree y Beth B. Hess, Controversia y coalición : El movimiento feminista a través de tres décadas
de cambio (New Cork & London : Routledge, 1995).
5
Para algunos ejemplos sobre esta ambivalencia, véanse los ensayos coleccionados en Las mujeres, el
estado y el bienestar: perspectivas históricas y teóricas, ed. Linda Gordon (Madison : University of
Wisconsin Press, 1900), incluyendo mi propia contribución, Nancy Fraser, “La Lucha por encima de las
necesidades : Esbozo de una Teoría crítica socialista-feminista de la política cultural del capitalismo
tardío”, 205-31.
6
Nancy Fraser, Justicia interrumpida : Reflexiones críticas sobre la condición “postsocialista” (New
Cork & London : Routledge, 1997).
7
Nancy Fraser, “Multiculturalismo, antiesencialismo y democracia radical : Genealogía del presente
impasse en la teoría feminista,” Justicia interrumpida.
8
Nancy Fraser, “Justicia social en la edad de la política de identidad,” in Fraser y Axel Honneth,
¿Redistribución o reconocimiento? Un intercambio político-filosófico, tr. Joel Golb, James Ingram y
Christiane Wilke (London & New Cork : Verso, 2003).
9
Frank Rich, “Cómo Ferry se volvió en un amariconado”, The New York Times, Septiembre 5, 2004, 2:1.
10
Para un análisis relacionado (aunque indiferente a las cuestiones de género) véase Thomas Frank,
“¿Qué pasa con los Liberales?” ”, The New Cork Review of Books 52, Nº 8 (Mayo 12, 2005): 46, y
Richard Senté, “La edad de la ansiedad,” Guardian Saturday, Octubre 23, 2004, 34, disponible en :
http://books.guardian.co.uk/print/0,3858,5044940-110738,00.html.
11
Ibid.
12
Para referencia sobre las mujeres cristianas de derecha, véase R. Marie Griffith, Hijas de Dios :
Mujeres evangélicas y el poder de sumisión (Berkeley : University of California Press, 1997); Sally
Gallagher, Identidad evangélica y vida familiar generizada (New Brunswick, NJ: Rutgers University
Press, 2003); Julie Ingersoll, Mujeres cristianas evangélicas: Historias de guerra en las batallas de
género (New York : NYU Press, 2003). También resultan útiles dos informes anteriores: el capítulosobre
“Sexo fundamentalista : Golpeando debajo del cinturón bíblico” in Barbara Ehrenreich, Elizabeth Hess y
Glora Jacobs, Re-haciendo el amor : La feminización del sexo (New York: Archor, 1987) Y Judith
Stacey, “¿Sexismo con un nombre más sutil? Condiciones post-industriales y conciencia post-feminista
en el valle de siliconas”, Socialist Review 96 (1987) : 7-28.
13
Brooke A. Ackerly y Susan Moller Okin, “Crítica social feminista y el movimiento internacional para
que los derechos de las mujeres sean derechos humanos,” en Los bordes de la democracia, ed. Ian
Shapiro y Casiano Hacker-Cordón (Cambridge: CambridgeUniversity Press, 2002), 134-62; Donna
Dickenson “Incluyendo a las mujeres : Globalización, democratización y movimiento de mujeres,” en
¿La transformación de la democracia? Globalización y democracia territorial, ed. Anthony McGrew
(Cambridge : Polito, 1997), 97-120. Para dos evaluaciones de la política de género del vasto movimiento
anticorporativo de globalización, véase Virginia Vargas, “Feminismo, Globalización y el movimiento de
justicia y solidaridad global,” Cultural Studies 17 (2003): 905-20, y Judy Rebick, Jarabe de pico :El
movimiento antiglobalización por una política de género”, Herzons16. Nº 2 (2002 : 24-26.
14
Nancy Fraser , “Reencuadrando la justicia en un mundo globalizante,” New Left Review (próximo).
15
Ibid.

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