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En el 2006, científicos del Censo de la Vida Marina (CVM) han encontrado en el Atlántico especies
de bivalvos, otros moluscos y crustáceos que viven en las proximidades de un volcán submarino y
soportan temperaturas de hasta 80 grados centígrados. El volcán, situado a tres kilómetros de
profundidad en la región ecuatorial del Atlántico, arroja materiales a 407 grados centígrados y los
científicos están ahora interesados en entender cómo los bivalvos y los otros moluscos pueden
resistir oleadas de calor de hasta 80 grados centígrados cuando su hábitat son aguas a solo 2 grados
centígrados.
Este es uno de los descubrimientos realizados este año durante las 19 expediciones que el Censo
de la Vida Marina ha realizado en varias regiones del mundo en su intento por catalogar para el 2010
las formas de vidas presentes y pasadas de los océanos, que incluyen, por ejemplo, un organismo
unicelular gigante de un centímetro de diámetro hallado en Nazare, Portugal.
La expedición en el volcán submarino del Atlántico y la de las aguas del Antártico son dos de los
extremos en los que los científicos trabajan para revelar los nuevos secretos. En el primer caso, los
investigadores están interesados en descifrar los mecanismos químicos que permiten a los bivalvos
sobrevivir a cambios de temperatura casi instantáneos de 2 a 80 grados centígrados, explicó a Efe
Chris Germán el científico encargado de la expedición.
Los bivalvos se alimentan de unos microbios que a su vez se nutren de los productos químicos que
arroja el volcán. Jesse Ausubel describe el hábitat del volcán como el más caliente, el del Antártico
es el más oscuro. A pesar de ello, Ausubel describe lo descubierto por cámaras sumergidas a través
de agujeros horadados en la capa de hielo del Antártico como “una ajetreada ciudad” en la que viven
en su inmensa mayoría animales gelatinosos (como medusas) y crustáceos. El más profundo sería
el descubierto por una expedición realizada en el mar de los Sargazos, en aguas de las Bermudas,
donde los científicos tomaron muestras a 5000 metros de profundidad para encontrar colonias de
bivalvos. En esas profundidades, explicó Germán, con presiones extremas en las que resisten con
dificultad los equipos de los científicos, “los bivalvos sobreviven gracias a que sus cuerpos no tienen
cavidades con aire, por lo que no hay diferencia de presión entre el interior y el exterior”.
En verdad, EE. UU. es una potencia imperialista sin imperio, una hegemonía sin territorialidad ni
línea de frente. Para designar su vínculo con el mundo, propongo la expresión “división por zonas”:
cualquier punto del mundo puede ser considerado por un gobierno estadounidense como zona de
interés vital, o como zona de total desinterés, según las fluctuaciones de la consideración de su
confort “democrático”. En ellas se puede morir en masa sin que EE. UU. mueva un solo dedo (durante
años, el sida en África), o por el contrario tener que padecer el apilamiento en pleno desierto de un
ejército colosal (Irak). Esta división por zonas hace que la intervención militar estadounidense sea
más de tipo “razia” que de tipo colonial.
Se trata de manotazos, particularmente brutales, pero tan breves como sea posible. Matar a la gente
en masa, dejarla estupefacta, aplastarla con un material de última generación y luego volverse a
casa a gozar del confort que tan bien ha sido defendido en una zona provisoriamente “estratégica”:
tal es la idea que se hace EE. UU. de su poderío y del uso que deben darle. Sin duda tendremos la
oportunidad de trasladar en conceptos esta constatación: la metafísica del poderío estadounidense
es una metafísica de lo ilimitado. Las grandes teorías imperiales del siglo xix fueron siempre teorías
del reparto, del reparto del mundo, de la fijación de las fronteras. Para EE. UU. No existe límites. Ya
lo proclamaban los consejeros de Nixon, analizados por Chomsky, bajo el nombre de “política del
loco”: EE. UU. debe imponer a todo el resto del mundo la convicción de que ellos son, exactamente,
capaces de todo, y en particular de aquello que no es racional ni previsible. La brutalidad
desproporcionada de las intervenciones apunta a que el adversario se dé cuenta de que la respuesta
estadounidense puede carecer totalmente de relación con aquello que estaba en juego en un
principio.
Entonces juzgará que es preferible ceder, por un tiempo, la gestión de la zona disputada a la potencia
“loca”. La invasión de Irak es una imagen de esta locura. Demuestra que para los gobiernos
estadounidenses no existen países ni Estados ni pueblos. Solo existen zonas en las que es lícito
destruir todo ni bien esté en riesgo en ellas la idea (por lo demás vacía) del confort estadounidense.
29. Según el texto, las acciones hegemónicas norteamericanas son pretextadas con motivos
A) bizarros.
B) heteróclitos.
C) patológicos.
D) hedonistas.
E) democráticos.