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BUENOS VECINOS, MALOS POLÍTICOS

BUENOS VECINOS,
MALOS POLÍTICOS

Moralidad y política
en Buenos Aires

Sabina Frederic
Frederic, Sabina Andrea
Buenos vecinos, malos políticos: moralidad y política en Buenos
Aires / Sabina Andrea Frederic. – 1a ed. – Temperley: Sabina
Andrea Frederic, 2017. Libro digital
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-42-5603-4
1. Antropología Cultural. 2. Antropología Política. I. Título.
CDD 301
ISBN: 9789874256034
Buenos vecinos, malos políticos

Compaginado desde TeseoPress (www.teseopress.com)


Para Joaquín
Índice

Mensaje al lector........................................................................... 11
Prefacio a la edición digital........................................................ 13
Prólogo ............................................................................................ 17
Agradecimientos........................................................................... 21
Introducción .................................................................................. 25
1. Crisis y salvación...................................................................... 73
2. De la periferia al centro........................................................ 109
3. El Proyecto Uriarte................................................................ 137
4. Militantes políticos y militantes sociales ........................ 177
5. Ignorantes y traidores........................................................... 219
6. Politización de una muerte y responsabilidad pública 263
7. Escándalo en el Honorable Concejo Deliberante ......... 297
Conclusión ................................................................................... 339
Bibliografía ................................................................................... 365

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Mensaje al lector

Para preservar la identidad de quienes me confiaron su


palabra, he cambiado en este libro los nombres reales de
lugares y personas por nombres ficticios. El lector se encon-
trará inmerso en una trama de circunstancias, creencias y
comportamientos, en las cuales el anonimato de los invo-
lucrados lo ayudará a tomar distancia de esa lógica de las
denuncias y ofensas propias del campo político. Cualquier
referencia a personas reales que pudiera establecer deberá
entenderla en el marco de los fines netamente científicos
que persigue este libro.

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Prefacio a la edición digital

¿Por qué reeditar Buenos Vecinos, Malos Políticos. Moralidad y


Política en el Gran Buenos Aires catorce años después de su
publicación? ¿Por qué razones poner a disposición de un
público aún más amplio el análisis de acontecimientos ocu-
rridos durante la década de 1990 cuando el peronismo bus-
caba compatibilidad con el neoliberalismo bajo un régimen
democrático de gobierno. Entendemos que la descripción
etnográfica sobre las condiciones que entonces convirtie-
ron la política en un problema moral continúa iluminando
intensamente los procesos políticos contemporáneos. Los
acontecimientos relatados en las páginas de este libro ocu-
rrieron a lo largo de una década en un municipio del Gran
Buenos Aires, sus protagonistas murieron o bien migraron
luego de la derrota electoral sufrida por el peronismo en
1999. Otros, sin embargo, continuaron participando de la
política en esa escala o bien crecieron políticamente y alcan-
zaron trascendencia nacional, o fueron sucedidos por sus
hijos. Pero las categorías y evaluaciones morales de acusa-
ción, escandalización, judicialización o politización siguen
dirimiendo las carreras, la sucesión y las políticas públicas
en la Argentina contemporánea.
Por aquel entonces se cerraba el ciclo de golpes de
Estado como salidas a crisis económicas y políticas, y se
inauguraba un nuevo tiempo donde las carreras políticas no
serían cercenadas por dictaduras militares. El horizonte de
crecimiento ilimitado construyó prácticas de regulación en
un escenario de restricción del amparo estatal a la miseria
dejada por el capitalismo. Quiénes serían beneficiarios de
las políticas a partir de entonces, para quiénes hacer política
-si para los villeros o los vecinos-, cuál sería la comunidad
simbólica de referencia política, y quiénes tenían derecho
a hacer política, eran preguntas dependientes una de otra.

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14 • Buenos vecinos, malos políticos

Ellas hicieron de la política un problema moral en una


época donde la comunidad de referencia de los políticos
mutaba, licuando las profundas desigualdades sociales que
se avecinaban y por consiguiente, la población sobre la cual
los políticos eran responsables.
Se acababa la Guerra Fría: el muro de Berlín y la Unión
Soviética se derrumbaban mientras se eclipsaban las viejas
utopías. La degradación del militante político y la valoración
de la figura del militante social efecto de la despolitización
del “trabajo político” y valoración del “trabajo social”, mar-
caron los años noventa y entraron con fuerza en la década
posterior. Pero también son objeto de este libro las luchas,
resistencias y desafíos a esas divisiones que fueron parte de
esa época hasta explotar en los acontecimientos de 2001.
Tampoco la revalorización de la militancia política, joven,
escapó a esa tendencia durante el gobierno de los Kirchner
(2003-2015) pues se presentó como un recambio genera-
cional sin desplazar a la militancia social.
Recientemente, el neoliberalismo cobró en Argentina y
América Latina un renovado vigor. Las diferencias partida-
rias vernáculas solo parecen encarnar ligeras tendencias al
interior de esta gran corriente. Una vez más la trama moral
de la política vuelve a encarnar las disputas en el espacio
público, despolitizando en el sentido de desideologizar el
debate y la competencia política. La vigencia entonces del
análisis etnográfico del problema moral de la política no
responde a una esencia inmutable sostenida en el tiempo, ni
a una réplica veinte años después.
Por consiguiente, encontramos en Buenos Vecinos, Malos
Políticos la posibilidad de comparar aquellos procesos polí-
ticos con las realidades actuales. No solo porque estas han
derivado de aquellas o porque algunas de las personas que
protagonizaron esos eventos alcanzaron un mayor prota-
gonismo público como Eduardo Duhalde o Cristina Fer-
nández de Kirchner. Es que las evaluaciones morales con
las cuales disputaron las formas de hacer política a sus com-
petidores –buenas, sucias, modernas, antiguas o eficaces–,
Buenos vecinos, malos políticos • 15

o las que les permitieron acusar a sus contrincantes como


corruptos o adeptos al clientelismo, nuevamente intervie-
nen en la profesionalización de los políticos. La disputa
sobre cómo hacer política sigue dirimiendo la competencia,
la sucesión, la jerarquía y la incorporación.
Así pues, la comparación histórica no abandona
la antropológica en el sentido que nuevamente vemos
los escenarios descarnadamente neoliberales imponiendo
desafíos morales a la política. Pero antes que explorar la
racionalidad que introduce el neoliberalismo como fenó-
meno general, nos interesa entender cómo fue adaptado
a las racionalidades y problemas locales. Que la división
del trabajo político se haya vuelto un problema moral es
una importante evidencia de esa traducción nativa local y
sus efectos.
Hemos resuelto mantener el espíritu y contenido ori-
ginal del texto con excepción de algunas correcciones para
aligerar su comprensión. La elección supuso no entrar en
diálogo con estudios posteriores sobre la temática, pues
ellos ya han sacado provecho de esta investigación al poner-
la en debate con sus hallazgos y perspectivas analíticas.
Reconozco sí, la continuidad del enfoque de este libro
en publicaciones posteriores sobre temáticas afines donde
los resultados etnográficos muestran su valor comparati-
vo, destaco algunos de sus autores: Jorge Pantaleón, Julieta
Quirós, Laura Masson, Germán Soprano, Fernando Balbi,
Julieta Gastañaga, Luisina Perelmiter, Matías Landau, Ceci-
lia Ferraudi, María Fernanda Maidana, Gabriel Vommaro,
Marcela Ferrari, Ernesto Bohoslavsky, entre otros. Asimis-
mo, los libros que compilara con Germán Soprano: Cultura
y Política en Etnografías sobre la Argentina, y Política y Varia-
ciones de Escala en el Análisis de la Argentina capitalizaron
preguntas abiertas por Buenos Vecinos, Malos Políticos, para
ser replanteadas por: antropólogos, sociólogos, politólogos
e historiadores, e intentar dar mayor claridad a la política
contemporánea.
16 • Buenos vecinos, malos políticos

En suma la edición digital de libre disponibilidad pon-


drá sus resultados al alcance de un público tan amplio como
despierte su interés, y ofrecer pistas para descubrir el modo
contemporáneo que asumen esos problemas y contribuir al
debate sobre los tiempos que corren.

Buenos Aires, Julio 2017


Prólogo

La moral y la política

El libro de Sabina Frederic marcará, sin lugar a dudas, los


modos posibles y futuros de la contribución de la antro-
pología social a la comprensión de procesos políticos. Al
mismo tiempo es, sin duda alguna, una obra que abre un
camino en un campo en donde las otras ciencias sociales
han tenido en la Argentina el monopolio del análisis de
lo político. Son varias las razones. La primera y menos
obvia, excepto para los antropólogos, es el rol del traba-
jo de campo prolongado que permite la reconstrucción de
lógicas sociales, de formas de ejercicio concreto del poder
y la autoridad, del simbolismo de las prácticas y dimensio-
na el peso de los valores tomando como eje a los actores
sociales diversos. Uriarte y sus complejidades se hace inte-
ligible a partir del seguimiento cuidadoso de los diferentes
líderes, de las contradicciones entre villeros y vecinos, de
los gobernantes y sus dilemas, de los agentes de la sociedad
civil, de la confluencia de proyectos modernizadores con
ideologías neoliberales y, pese a todo ello, la persistencia
de formas de militancia social y política que rescatan lo
que queda del peronismo luego del diluvio del menemismo
y sus expresiones municipales. Políticos, villeros, funcio-
narios, expertos, vecinos y dirigentes barriales desfilan en
estas páginas provistos de vida, con historias y el pasado
a cuestas y un presente contradictorio y ambiguo. Sabina
Frederic tiene la habilidad etnográfica para mostrarnos que
las buenas intenciones no siempre triunfan y que la práctica
política innovadora es un campo minado.

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18 • Buenos vecinos, malos políticos

La segunda razón es la creatividad teórica que atraviesa


la obra. Frederic maneja con precisión textos centrales de
la antropología política al mismo tiempo que introduce una
reflexión sistemática sobre la moralidad en general y su vin-
culación con los procesos políticos. La moralidad en polí-
tica permite ver como los actores sociales llevan a cabo la
evaluación de la conducta en relación con cualidades huma-
nas apreciadas o rechazadas. La autora demuestra empírica-
mente que la moralidad contiene dos elementos centrales:
códigos de conducta (y expectativas en consecuencia) y for-
mas de subjetivación o sea prácticas morales individuales y
agregadas socialmente. Frente a las evaluaciones concretas
de los villeros o vecinos los políticos esgrimen estándares de
evaluación vinculados a una comunidad universal en donde
ciertos derechos universales están por encima de conductas
privadas. Frederic muestra, de un modo dramático, como
el declive y ruptura de la comunidad villera y las dificul-
tades de las evaluaciones morales encaramadas en la lucha
política para imponer la idea de vecindad como su sustituto
llevaron a los políticos de Uriarte a la gradual pérdida de
orgullo y prestigio. Los destinos individuales también se
miden a partir de la moral ya que los políticos son conce-
bidos como sujetos morales, o, mejor dicho, se espera que
se comporten como tales, es decir que tengan ideales. El
libro está centrado en la derrota y muerte del intendente
Villegas y es justamente la mirada desde la moralidad que
permite entender la práctica política. Frederic escribe que
Villegas participó activamente del proceso que acabó con
él, haciéndose responsable por los conflictos que la pre-
sión de los desplazados provocaba sobre su carrera polí-
tica, impugnando a los villeros, a los militantes sociales e
incluso a los mismo concejales, tratando de reemplazar a la
imagen villera con el concepto modernizante de vecindad,
que, casi por definición, demostró ser ambiguo, vago y poco
realista. En ese proceso Villegas terminó envuelto en múl-
tiples denuncias de corrupción. Las evaluaciones morales,
en consecuencia, se inscriben y tiñen los procesos políticos.
Buenos vecinos, malos políticos • 19

Frederic muestra que no es posible concebir ni analizar la


política sin evaluaciones morales porque es a través de la
moralidad que los actores sociales se posicionan en la esfera
política. La más importante lección de su libro es que la
presencia de valores e ideales es parte del funcionamiento
del poder y está por detrás del soporte de la autoridad.
La tercera razón es la indudable actualidad política
del libro en el contexto de la Argentina. Aparentemente
estamos en una etapa en la que la ética política debe actua-
lizarse frente a la corrupción institucional, el clientelismo
y la crisis de representatividad de los partidos políticos y
los políticos. El caso analizado por Frederic nos enseña que
introducir la moral en el análisis de las relaciones de poder
es una doble garantía de éxito ya que permite seguir a los
actores y sus prácticas y, a la vez, ayuda a superar las limita-
ciones de los análisis racionalistas. Un logro brillante de un
libro imprescindible. Esperemos que no solo sea leído y dis-
cutido por los antropólogos sociales sino que sea capaz de
inspirar a sociólogos, cientistas políticos e historiadores.

Eduardo P. Archetti
Agradecimientos

Este libro es una versión corregida de la disertación con la


cual obtuve el título de doctora en antropología social de
la Universidad de Utrecht, Holanda. La investigación que
le dio origen no hubiera sido posible sin una beca otorga-
da por la Netherlands Foundation for Scientific Research
(Wotro, WB 52-875) entre el año 2000 y el 2004. El apoyo
institucional recibido por el Departamento de Antropología
Cultural de la Universidad de Utrecht durante mi estadía
en Holanda, así como el de la Research School for Resource
Studies for Development (Ceres) fue de gran valor para el
desarrollo de la investigación. Asimismo contó con el apoyo
financiero de la Universidad Nacional de Quilmes en el
marco de los subsidios otorgados por su Programa Priori-
tario de Investigación.
Debo agradecer inmensamente a Antonius Robben,
cuya orientación intelectual me permitió dar forma a los
problemas y abordajes teóricos sustantivos de la investi-
gación. Su mirada aguda sobre las diversas aristas de la
política en la Argentina puso mi imaginación al límite de
extrañarse de sí misma. En especial, le agradezco su habili-
dad para transmitirme el sentido, más que imprescindible,
de la responsabilidad intelectual.
A Rosana Guber, cosupervisora de la disertación que
dio origen a este libro, le debo tanto su confianza, como
el haberme guiado por las distintas etapas atravesadas por
este trabajo. Su sagacidad para combinar la mirada crítica
y el estímulo intelectual fue sin duda un ingrediente fun-
damental a la hora de resolver ciertas cuestiones centrales
del argumento. Sumado a ello, su lectura aguda y certera
a versiones preliminares de este trabajo contribuyeron a
darle solidez a la forma final que tomó la etnografía.

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22 • Buenos vecinos, malos políticos

También les estoy profundamente agradecida a las


autoridades de la Universidad Nacional de Quilmes. Par-
ticularmente a Mario Greco y a Alejandro Villar, quienes
supieron encauzar e inscribir el proyecto que condujo a
esta disertación en el diseño institucional de la Universi-
dad, facilitándome las condiciones y los medios necesarios
de trabajo.
Muy especialmente agradezco a Sonja Leferink, Sebas-
tián Von Haperen y su familia, el haberme abierto las puer-
tas de su casa. Su sincera y generosa hospitalidad, las largas
conversaciones y fugaces paseos por Holanda, lograron en
mí una extraordinaria nostalgia por su tierra.
Quiero agradecer a Sergio Visacovsky, quien con
su amistad y apoyo intelectual supo alentarme en todo
momento. Nuestras discusiones, en el marco de los proyec-
tos de investigación Ubacyt dirigidos por él, enriquecieron
esta investigación, tanto por la vía comparativa como con-
ceptual. A Mauricio Boivin le debo haberme acercado al
campo de la antropología política en los albores de mi for-
mación profesional. Mi paso por la cátedra de Antropología
Sistemática I en el Departamento de Ciencias Antropo-
lógicas de la Universidad de Buenos Aires fue un hito fun-
damental en la definición de mis intereses de investigación.
También estoy agradecida a Marcelo Escolar por nuestras
discusiones en torno de los interrogantes y preocupaciones
de las ciencias políticas en la Argentina; y a Eduardo Viola
por nuestras largas y profundas conversaciones sobre “la
Argentina”, en tierras germánicas.
Agradezco a todos los que con su interés en mi trabajo
me alentaron a seguir adelante, Eduardo Archetti, Ernes-
to Calvo, Judith Filc, Adrián Gorelik, Alejandro Isla, Hil-
da Herzer, Claudio Lomnitz y Federico Neiburg. Tam-
bién a los colegas que con sus comentarios y reflexiones
me permitieron enriquecerlo en el ámbito del Centro de
Antropología Social del Instituto de Desarrollo Económi-
co y Social: Laura Rodríguez, Germán Soprano, Santiago
Álvarez, Ana Rosato y Fernando Balbi; y en el del Centro
Buenos vecinos, malos políticos • 23

de Estudios e Investigaciones de la Universidad Nacional


de Quilmes, Germán Dabat, Ester Eschiavo, Carlos Fidel y
Marcelo Gómez. Asimismo, agradezco a quienes colabora-
ron de diversa forma proveyéndome información, datos y
referencias, como Hugo Bento, Juan Pablo Micozzi, Chris-
tian Scaramella y Carolina Sternberg.
Estoy en deuda con todos los que me abrieron las puer-
tas del “mundo de la política” tanto en el Palacio Municipal
como en los barrios de la ciudad de Uriarte. Su hospitali-
dad y disposición a conversar fueron imprescindibles para
avanzar en mi trabajo, y para vencer algunos de mis más
hondos prejuicios. Con el compromiso asumido de guardar
el anonimato de todos ellos es que sus nombres, así como el
de todos los lugares mencionados, son ficticios.
A mis amigas cuya inestimable calidez y afecto supie-
ron contenerme y darme aliento en momentos ciertamente
difíciles: Iris Fihman, Laura Masson, Laura Moyano, Sol
Quiroga y Virginia Vecchioli. A mis compañeros Mariana
Caminotti, Daniel Cravacuore, Marcela Fernández, Sergio
Ilari y Gabriel Marrapodi les agradezco las charlas, comen-
tarios y reflexiones cotidianas, durante los almuerzos y ron-
das de mate, porque aliviaron la soledad de mi trabajo.
También les debo su afecto y estímulo durante todos
estos años, a mi padre y, muy especialmente, a mis her-
manos: Javier, Silvana, Dany, David y Polo, cuyo afecto ha
sido también de gran ayuda. Particularmente a Abraham le
debo el haberme transmitido tempranamente el gusto por
la antropología. Lamento enormemente no haber podido
compartir con mi madre el tramo final de este trabajo, a ella
le debo un ingrediente fundamental del mismo, la pasión
por la avidez intelectual que supiera transmitirme en vida.
Estoy profundamente agradecida a Nora, cuya lucidez y
sagacidad desmalezaron el camino hasta aquí recorrido; y a
Nela, quien cotidianamente me brindó su cariño traducido
en certeras palabras de aliento y ritos culinarios, sin los
cuales hubiera sido demasiado árido el esfuerzo final.
24 • Buenos vecinos, malos políticos

Finalmente, a Joaquín, a quien le dedico este trabajo,


como una pequeñísima muestra de mi amor hacia él. No
estoy segura que el lenguaje de los agradecimientos le per-
mita aún entender la inestimable importancia que tuvieron
su ternura y cariño para realizarlo. Guardo la esperanza
de que, con el tiempo, consiga disculparme las horas de
atención que le quitara, y apreciar el sentido del esfuerzo y
la dedicación al trabajo.
Introducción

La política como problema moral

A nadie escapa que en la Argentina de los noventa el pro-


blema de la política fue definido por dirigentes y candi-
datos políticos como uno de naturaleza moral. Oficialistas
y opositores de escalas de gobierno distintas encarnaron
con discursos, proyectos y hasta renuncias, dicho problema.
Campañas de transparencia política, seguros y reaseguros
para evitar el clientelismo, la corrupción y el nepotismo pro-
liferaron entonces desde dentro y fuera del gobierno; res-
guardados por ese vigilante omnisciente encarnado en los
medios de comunicación masiva y la literatura de investi-
gación periodística. Anidaba entonces la convicción que la
moralización de la política llegaría con políticos sin secretos,
despojados de intimidad, de ese lado oculto que escondía
manejos perversos. Desde este punto de vista los políticos no
podían sostener o configurar una moralidad propia, ajena a
los valores morales de la sociedad argentina y, para evaluar
su adecuación moral y encarrilarlos, era necesario visualizar
amplia y profundamente su trastienda. Si nos detenemos
aquí, y tomamos cierta distancia, podremos rápidamente
apreciar que todo este asunto de la moralidad y la política
es uno que refiere a la configuración de límites y divisio-
nes, en el cual los agentes mencionados están, quizá sin
saberlo, plena y activamente involucrados. Cómo trazar los
límites que separan a los políticos de quienes no lo son –
los vecinos, por ejemplo-, sin que adquieran una morali-
dad propia, o cómo profesionalizar a los políticos en tanto

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26 • Buenos vecinos, malos políticos

servidores públicos y no privados; eran un mismo problema


que envolvió el sentido común de los implicados, durante
la década menemista.
Un rumor, pequeño fragmento del mundo político de
la ciudad de Uriarte1, localizada en el Gran Buenos Aires,
permitirá mostrar cómo estaba inscripto allí dicho asun-
to. Éste será nuestra puerta de entrada a la manifestación
local y particular de una cuestión general: la política como
problema moral. Fenómeno que rastrearemos siguiendo las
huellas de un proceso político que durante diez años definió
la etnomoralidad política de los uriartenses. Lejos de una
especulación ética, la etnomoralidad política nos introdu-
ce en al conocimiento de las moralidades como instancias
constitutivas de relaciones de poder, en particular entre los
establecidos y los desplazados de la ciudad.
Era en La Rosa, uno de los barrios con mayor población
residente en villas miseria2 de la ciudad de Uriarte, donde
circulaba el rumor. Aquí nadie se explicaba por qué Facun-
do había conseguido tamaño reconocimiento3 del intendente
Villegas; ni cómo había sucedido que, quien era considerado
por muchos vecinos un “traidor del barrio”, hubiera obteni-
do el título de “dirigente de La Rosa” que entonces deten-
taba. Sin antes aclararme que no había visto absolutamente

1 Para preservar la identidad de quienes me confiaron su palabra, todos los


nombres de lugares y personas han sido cambiados con excepción de aque-
llos cuyos cargos públicos eran provinciales o nacionales.
2 Las villas de emergencia o miseria son aquellos sitios de residencia de la
población más empobrecida de las ciudades argentinas. Aun cuando existen
algunas características específicas que las diferencian de los barrios pobres,
modestos u obreros, como el hecho de asentarse sobre tierras usurpadas y
conformar una trama urbana irregular; sus precarias viviendas construidas
de chapa, madera, materiales de desecho, o incluso de ladrillo pero incon-
clusas; y la ausencia de pavimento, veredas, conexiones clandestinas de agua
y luz; con mucha frecuencia “la villa” es una categoría usada para designar
los espacios de residencia más desplazados de la ciudad, las fuentes de la vio-
lencia, la prostitución y otras prácticas supuestamente “desviadas”.
3 A lo largo de este trabajo usaré cursivas para identificar las categorías nati-
vas que son objeto de reflexión etnográfica; en cambio, las palabras entreco-
milladas buscan remarcar expresiones relevantes de nuestro argumento.
Buenos vecinos, malos políticos • 27

nada, Oscar, un vecino, me relató el rumor que desde hacía


tiempo recorría el barrio. Se decía que Facundo era aman-
te de Dora, esposa del intendente y secretaria de Acción
Social, y que Villegas tenía a Juana, la esposa de Facundo,
de amante. El rumor ofrecía algunas pruebas de este inter-
cambio de esposas. Mientras Facundo, que había llegado al
barrio de la mano de Juana, al separarse permaneció vivien-
do en la casa de unos amigos; para sorpresa de muchos,
Juana, oriunda de La Rosa, se mudó al centro de Uriarte,
a un departamento que, según decían, le había alquilado
su amante, el intendente, para estar más cerca. Así, tam-
bién explicaba esta versión del rumor por qué Juana había
abandonado su barrio.
Las evaluaciones que contiene el rumor sobre el
origen del reconocimiento y consiguiente posición política
de Facundo, sobre la investidura de Villegas y su forma de
reconocer liderazgos, guardan evidentes implicancias mora-
les. De acuerdo con la versión de Oscar, relaciones espurias
de la vida íntima de ambos conforman la sustancia de sus
vínculos políticos. Adviértase que son valores morales de
la intimidad los que juzgan la moralidad de los vínculos
políticos, las moralidades social y política están aquí entre-
lazadas. De este modo, los vecinos ponían en cuestión el
mecanismo de reconocimiento de sus dirigentes rechazando
esa capacidad de los poderosos de sentar una moralidad
contraria a la de los usos y costumbres; pero también sen-
taban el límite que los separaba de los políticos –entre los
que también incluían a los líderes del barrio–, pues ellos
ratificaban la inmoralidad de su conducta. Desde el punto
de vista que quiero destacar, la condena, que difunde el
rumor, echa luz sobre la división que funda. Condena y
división son aspectos indisociables de una relación de ten-
sión, expresada en la superposición de las evaluaciones que
condensa el rumor. Por ello, no es la “verdad” del relato, en
el sentido de su referencia a hechos realmente ocurridos,
28 • Buenos vecinos, malos políticos

lo que nos interesa, sino desenmarañar el nudo de evalua-


ciones morales y determinar los efectos concretos que su
entrelazamiento produce.
Efectivamente, la ambigüedad del rumor contenía esa
clasificación entre “políticos malos” y “vecinos buenos” que
durante los años noventa por momentos dividía “la política”
del “barrio”, y, también, el férreo rechazo a la división que
proclamaba. El relato daba cuenta de la ausencia de una
moralidad compartida entre vecinos y políticos, pero no la
aceptaba, reprobando la división existente entre ellos. Visto
de este modo el rumor nos advierte sobre la naturalización
de una división cuyos trazos no podemos presuponer, ya
que ser político no es un hecho natural y dado, sino un
proceso. Definitivamente, los procesos políticos están cons-
tituidos por la configuración, a veces incluso contrariada
de quienes pueden ser políticos. Pero en cualquier caso, la
ambigüedad de sentidos giraba en torno de un mismo eje:
la división del trabajo político (Bourdieu 2001:163). Resta
preguntarnos por qué, en este escenario, la cuestión de la
división del trabajo político no pudo plantearse sino en tér-
minos morales. Trataré de determinar por qué la profesio-
nalización de la política (Weber 1998; Phélippeau 2001),
un modo complementario de analizar dicha división, no
pudo dirimirse en Uriarte, sin hacer de la política un pro-
blema moral.
De nada sirve, entonces, tomar este asunto bajo la
mirada según la cual el problema se reduce a la alarman-
te inmoralidad de los políticos4. Porque, así sólo se pone el
acento en uno de sus sentidos: la exclusión de los políticos
de la comunidad de los vecinos. El rumor nos muestra que

4 Desde hace una década, los análisis periodísticos sobre la cuestión así como
los análisis de cientistas políticos y sociales publicados en la prensa argenti-
na ilustran esta mirada, casi sin excepción. El predominio de esta idea alcan-
zó su auge con los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que
terminaron con la renuncia del entonces presidente de la nación Fernando
de la Rúa. Al respecto pueden consultarse los editoriales y notas de opinión
de los diarios La Nación, Clarín y Página/12.
Buenos vecinos, malos políticos • 29

esa exclusión es un terreno de conflictos y luchas irresuel-


tas para definir la división del trabajo político, y que de
ello depende la definición de las comunidades a las cuales
pertenecer. Por lo tanto, explicar el problema moral de la
política por la inmoralidad de los políticos nos pone como
activos participes de la definición de la profesionalización
de la política, antes que de su comprensión. Además, esta
mirada proyecta una imagen de la política como si se tratara
de una esfera diferenciada de la moralidad5.; en rigor, está
íntimamente emparentada con cierta idea moderna de la
política, deudora de Maquiavelo y Hobbes, según la cual
debiera ser un asunto fundado en el conocimiento técnico
o científico, más que en la ética6 (Luque 1996:20).
Ahora, si tomamos distancia de esa mirada sobre la
política, y cancelamos, como dije antes, la atrayente pre-
tensión de establecer la veracidad del rumor, podremos
entender mejor el propósito moralizador de los políticos. Para
ello, pondré a consideración una sucesión de eventos ocu-
rridos durante la década del ’90 en el municipio de Uriarte,
donde la moralidad se convirtió en el medio explícito de
transformación de las formas de hacer política. Fue el mis-
mo intendente Villegas, condenado por aquel rumor, quien
creó e implementó en 1991 un programa de descentraliza-
ción municipal que, a su entender, moralizaría la política7. A

5 Los partidarios de esta visión recomiendan e implementan, a tal efecto,


“transparentar” la acción de las políticas de modo de adecuarla a través de
sanciones y controles a los estándares morales de la comunidad de perte-
nencia. Éste es el sentido de los proyectos de ética pública y control ciuda-
dano desarrollados en el Parlamento nacional argentino, y sin lugar a dudas,
esgrimen una concepción particular acerca de las fuentes de la responsabili-
dad pública.
6 El término ética será usado para dar cuenta de la moral en su sentido abs-
tracto y universal, mientras los términos moral y moralidad darán cuenta de
su sentido particular y concreto.
7 Procesos de este tipo no fueron exclusivos de Uriarte. En 1996, seis años
más tarde del nacimiento del Proyecto Uriarte se sancionó la Constitución
que autonomizaba a la ciudad de Buenos Aires (Capital Federal) del
gobierno nacional. La transformación de la forma de “hacer política” estaría
entre las prioridades de la nueva unidad de gobierno y el proceso, que per-
30 • Buenos vecinos, malos políticos

grandes rasgos, los procedimientos de éste programa reor-


ganizaron el organigrama del Palacio Municipal, creando
una nueva secretaría, dividieron el territorio de la ciudad
en Consejos de Organización de la Comunidad ajustados a
la delimitación por barrios hasta alcanzar el número de 53.
Vecinos, representantes de organizaciones vecinales integra-
ron dichos Consejos, cuya misión era la de organizarse y
comunicar demandas a las autoridades municipales encar-
gadas de ejecutar soluciones, bajo rigurosas pautas regula-
das por la secretaría constituida a tal efecto, denominada
Promoción de la Comunidad.
El Proyecto Uriarte, como lo llamaron sus creadores, se
extendió hasta 1999, al mismo tiempo que el régimen neo-
liberal se introducía en la Argentina de la mano del presi-
dente por el Partido Peronista8 Carlos Menem (1989-1999)
con una velocidad inusitada. El Proyecto, concebido por
un intendente del mismo partido que el del Presidente, se

mitiría este cambio sería la descentralización de la ciudad en comunas


gobernadas por una junta comunal integrada por vecinos. El Frepaso, la
fuerza naciente y opositora al gobierno nacional (ver capítulo II) como
primera minoría de la convención constituyente –23 convencionales sobre
60– fue uno de las propulsoras de esta iniciativa. Entre sus principales ejes
programáticos tenía la sustitución de punteros –la expresión más peyora-
tiva para designar al militante político como reclutador de votantes– por
nuevos líderes surgidos de los barrios porteños. Pertenecientes a la ciudad
puerto de Buenos Aires, a estos lugares la historiografía argentina les ha
adjudicado un papel fundamental en la socialización política “reformista”
de los sectores populares en la historiografía argentina en el periodo que
se extiende entre las dos guerras mundiales (Gutiérrez y Romero 1995). Un
análisis de la relación entre la denominada transición democrática de los
años 80 y el énfasis notable de la historiografía y la sociología en la Argen-
tina, en una identidad de los sectores populares no revolucionaria véase
“De la plaza al barrio: los científicos sociales y la identidad de los sectores
populares en la transición democrática (1982-1987)” (Frederic 2003).
8 Usaré indistintamente Partido Peronista o peronismo pues se ajusta al modo
como es usado por los miembros del campo político estudiado, sin por ello
desconocer que, en el debate académico, los términos utilizados son otros.
La distinción académica entre Movimiento Peronista y Partido Justicialista
(PJ) no es semántica, sino parte de una cuestión clave al debate más politoló-
gico sobre el peronismo y, esto es, su efectivo tránsito hacia una configura-
ción partidaria moderna; supuestamente intrínseco al funcionamiento del
sistema político argentino (ver capítulo I).
Buenos vecinos, malos políticos • 31

implementó en un escenario propicio para “cambiar las for-


mas de hacer política”, y dignificar a quienes la ejercieran
sin que se convirtieran en una “clase de entendidos”. Inclu-
so, el intendente y su equipo, justificaron y difundieron el
Proyecto –también internacionalmente–, como una respues-
ta local a un problema nacional y trasnacional: la “crisis
de credibilidad de los políticos”. Si bien esta justificación
coincidía con la interpretación del presidente Menem sobre
la cuestión, para quien los problemas políticos, sociales y
económicos de la Argentina no tenían un origen local sino
global; se apartaba de la de aquél, al considerar el proble-
ma de la credibilidad de los políticos como un asunto de
dignidad moral, y tomarlo como una responsabilidad del
gobierno local.
Las pretensiones moralizadoras del Proyecto Uriarte, y
el conjunto de evaluaciones morales del comportamiento
político que sus tareas, clasificaciones y rangos evidencia-
ban, se asociaron tácitamente a la necesidad de modificar
la profesionalización o división del trabajo político. Así,
sostendré la existencia de una estrecha conexión durante
esa etapa neoliberal de la Argentina en Uriarte, entre: la
metamorfosis de la política en un problema moral y la alte-
ración de la división del trabajo político. Particularmente,
esa alteración nos permitirá identificar las diversas formas
de interacción entre dos componentes fundamentales de la
etnomoralidad política: la regulación del crecimiento político
o sucesión política, y la definición de alguna comunidad de
referencia para los políticos. Como veremos, la cambiante
conjugación de estos aspectos fue durante la década del ’90
el juego distintivo de redefinición de la profesión política
en Uriarte.
Por ello, mantendremos distancia de la creencia en que
la moralización política es un recurso retórico de auto-
legitimación, de los políticos, frente a la “crisis de legi-
timidad”. Hemos de tener en cuenta, que la mirada que
arroja sospechas sobre los políticos, al igual que el rumor,
no explica, constituye el fenómeno que presumiblemente
32 • Buenos vecinos, malos políticos

pretende explicar. Emprenderemos un camino alternativo,


para poder develar el juego de las evaluaciones morales
que constituyen el campo político, cómo se manifiestan en
los procesos políticos y, fundamentalmente, cómo inciden
en ellos.
Antes de ofrecer el plataforma conceptual de la pers-
pectiva de estudio, cabe agregar que el entramado de las
moralidades no puede ser comprendido en abstracto, o a
partir de principios últimos de la moral, al margen de un
análisis empírico; y, menos aún, presuponiendo su relación
con la esfera política. Muy por el contrario, el foco estará
puesto en personas políticos, funcionarios, villeros, vecinos y
dirigentes barriales que tornaron a Uriarte en un sitio pro-
picio para explorar el papel de las evaluaciones morales en
la configuración de relaciones de poder. Al final del camino
que propone el libro, podremos ver que analizar empíri-
camente la relación entre moralidad y política, vuelve más
inteligible la dinámica del poder y las transformaciones de
las identidades políticas que más inadvertidamente envol-
vieron a la Argentina de la última década; entre ellas la
que diera existencia a los piqueteros. Las cuales estuvieron
signadas por el trazado de los límites de quienes integrarían
las filas de la política y quiénes no, y por las dificultades que
suponía para los que quedaban del primer lado renunciar al
servicio que a los políticos peronistas los había constituido
en tanto tales: la concesión de identidades o reconocimien-
to político a los desplazados.
Invito a los lectores interesados en conocer la perspec-
tiva que orienta el trabajo a continuar con la lectura de la
introducción de carácter más conceptual que los capítulos
siguientes. Pero si no fuese la opción elegida, y resuelven
saltarla, cabe mencionar que se trata de un recorrido por las
contribuciones sobre la temática y la definición de la pers-
pectiva aplicada. Con ella podremos iluminar, como nos
indica el rumor, a los políticos constituidos por sus relacio-
nes con otros —villeros, vecinos— . Estaremos así más cerca
de comprender cuáles son los procesos que dan existencia
Buenos vecinos, malos políticos • 33

a esos rumores, entre otras evaluaciones morales, y cómo


contribuyen a producir la realidad que supuestamente des-
criben. La descripción de un proceso extenso en el tiem-
po y minuciosamente documentado a partir del trabajo de
campo etnográfico prolongado, y de la reconstrucción de
las condiciones históricas de expresión de la moralidad y
la política, nos permitirá apreciar la pertinencia del aná-
lisis propuesto.

La política y la moralidad en la antropología social:


clientelismo y corrupción

Los fenómenos que más directamente topan a la antropo-


logía de la política con la moralidad han sido: el cliente-
lismo y más recientemente la corrupción. Principalmente,
estas dos manifestaciones de la moralidad política, desta-
can su costado negativo, pues ponen en evidencia el carác-
ter distorsionado, incompleto o desviado, del proceso de
modernización institucional y democratización, de ciertas
sociedades como la argentina. Pero desde un punto de vista
antropológico ese sentido negativo asignado por algunos
especialistas en ciencias sociales, fue puesto entre parénte-
sis. Como es sabido, uno de los axiomas de la antropología
social es suspender el juicio como condición sin equa non
para el conocimiento de la alteridad, dicho en términos de
Clifford Geertz ‘no juzgar sin comprender’ (1996:62). De
ésta manera, los antropólogos han abordado y descubierto
en fenómenos conceptualizados bajo el rótulo de cliente-
lismo y corrupción una diversidad de vínculos y relaciones
de la política contemporánea que esas categorías opacan,
pues son de difícil acceso mediante categorías sociológicas
preestablecidas (Soprano 2003).
Aunque resulte claro que en la actualidad las acusacio-
nes de clientelismo y las denuncias de corrupción abundan
como evaluaciones morales del comportamiento político
34 • Buenos vecinos, malos políticos

(Masson 2003), no hubo abordajes del modo como éstas


configuran la distribución de poder, por ejemplo, socavan-
do el prestigio y la posición de unos en favor de otros. En
efecto, tales conceptos, en especial el de clientelismo, han
servido como rótulos de la clase de política hecha en ciertos
ámbitos del campo, como lo es el municipal, el lugar por
excelencia de la “baja política”. Pero no se ha puesto en
consideración el modo como ésta clasificación entre “baja
y alta política” –la política de los pobres en oposición a
la política de los ricos– propende a la jerarquización de
quienes practican una política bien estimada y quienes no;
es decir cómo reproduce la división del trabajo político.
Quiero decir que es necesario destacar cómo la política
moralmente valiosa reside para cierta perspectiva de sen-
tido común y analítica, en el sistema de representación
política propio de la democracia moderna por sobre cual-
quier otro régimen, tanto como atender al sentido práctico
de esa creencia cuando orienta las evaluaciones morales.
Considero necesario avanzar en este sentido por cuanto las
ciencias sociales muchas veces portan estas evaluaciones en
sus argumentos, juzgan sin comprender -si invertimos la
afirmación de Geertz-, desatendiendo factores importantes
a la comprensión.
Ahora bien, la larga trayectoria de la antropología polí-
tica pocas veces encontró en la moralidad una dimensión
de interés al debate académico9. Desde mi punto de vista,
esta omisión reside en los supuestos que, o bien inhabilita-
ron su debate, o lo volvieron uno de importancia marginal.
Por ello, la construcción de una perspectiva que analice
la moralidad política en sus manifestaciones concretas, es
decir para los agentes que animan los procesos políticos,

9 En su pormenorizada descripción y análisis de la relación entre cambios


metodológicos y paradigmáticos en la antropología de la política, Joan Vin-
cent (1990) no menciona a la moralidad como un factor del debate a lo largo
de la historia, casi centenaria, de la subdisciplina.
Buenos vecinos, malos políticos • 35

nos obliga a sumergirnos en la lógica de esas omisiones.


Como veremos, este camino también puede ser una contri-
bución a las ciencias sociales en general.
Sugiero, así, que dicha lógica encierra el supuesto según
el cual la separación entre la esfera política y la esfera moral
distingue a las sociedades modernas de las tradicionales10.
No es casual, que, como mostraré, los principales aportes
a favor de una intersección compleja entre moral y políti-
ca, provienen de estudios ajenos a la antropología política,
como el desarrollado por Marilyn Strathern (1992, 1997).
Pero al margen de éste, la orientación durkheimiana de los
primeros estudios sobre moralidad llevaba a pensarla como
un conjunto de sanciones del cual derivaban las normas
morales, para un análisis de los hechos antes que filosó-
fico. En ausencia de instituciones formales esas normas
proporcionaban un orden jurídico a las sociedades tradicio-
nales como las tribales (Malinowski 1966; Radcliffe-Brown
1969). El sistema de control así constituido era moral, pues
volvía al individuo dependiente de un grupo, su comunidad
moral, y reproducía un orden social integrado. Ésta pers-
pectiva de la moral pensada para sociedades tribales, eran
vistas como totalidades cerradas carentes de esferas dife-
renciadas como las que presentan las sociedades modernas.
Al contrario, sus partes, los sistemas: político, jurídico y
moral, daban la idea de conformar un todo homogéneo.

10 El debate sobre la relación entre esfera política y moral atraviesa a la filoso-


fía política y la politología. Los principales referentes han sido Max Weber y
recientemente la interpretación amoral del mismo que ha sostenido Haber-
mas, según la cual, con la modernidad la ética se transformaría en utilitaris-
mo al perder la conexión interna entre intencionalidad y justificación cultu-
ral. Así, para esta interpretación, la democracia sería incompatible con la
moral, mientras se desarrolle en una sociedad plenamente secularizada
(Avritzer 1996:67). Esta concepción ha potenciado los esfuerzos hacia la
determinación de la forma de moralizar la política (Habermas 1984) o, en su
defecto, la búsqueda de sanciones sociales para controlar a los políticos
(Peruzzotti y Smulovitz 2000, 2002) .
36 • Buenos vecinos, malos políticos

Pero, cuando a mediados del siglo XX los procesos


de destribalización hicieron sucumbir esas totalidades, y la
“sociedad compleja” se volvió el foco de análisis11, una de
las preguntas que asalto a la antropología social fue cómo
se adecuaba la moral comunal a la esfera política diferen-
ciada y formal, encarnada en el Estado. La etnografía de
Julian Pitt-Rivers, Un pueblo de la sierra: Grazalema (1954), es
un claro ejemplo de este interrogante planteado a la Euro-
pa mediterránea. Desde entonces la diferenciación entre
moralidad y política se volvió un hecho casi irrevocable.
Mientras la primer dimensión correspondía al conjunto de
valores comunes relativos a las relaciones interpersonales
horizontales que conformaban la comunidad moral, como
la reciprocidad, la vergüenza o la lealtad local, la segunda
era animada por una lógica formada por valores legales y
jerárquicos propios del sistema estatal.
Tal diferenciación retorna en los análisis sobre repu-
tación (Bailey 1971) y honor (Pitt-Rivers 1965; Pitt-Rivers
y Peristiany 1992; Herzfeld 1980, 1987; Bourdieu 1991;
Stewart 1994), en los cuales la moralidad reaparece como
ese conjunto de valores mediante los cuales individuo y
sociedad se hacen mutuamente dependientes, impidiendo
el choque de intereses; porque, como sostiene Frederick
Bailey (1971), la política es allí un juego de suma cero que
organiza la competencia entre iguales. La “política de la
reputación” impulsa a los rivales a creer que están compi-
tiendo por el ascenso cuando, en verdad, al seguir el juego
que la moralidad les propone, no hacen más que conser-
var su igualdad (Bailey 1971:19). De este modo, para estos
estudios, la moralidad es esa dimensión cuya naturaleza
consiste en detener la dinámica competitiva y amenazadora
que impone la política y, en última instancia, la heteroge-
neidad y jerarquización conflictiva de los miembros de la

11 Para una revisión de las implicancias de este tránsito en la antropológica


política véanse (Wolf 1980; Vincent 1990); sobre su impacto en la antropo-
logía de América del Sur, véase Peirano (1991).
Buenos vecinos, malos políticos • 37

comunidad. Así, por ejemplo, para Bailey la estratificación


social entre campesinos y nobles no impide verlos forman-
do “una misma comunidad moral” (1971:16).
Actualmente, esa tendencia queda ratificada en esos
abordajes antropológicos del campo político, en los cuales
la moralidad reaparece ocupando el lugar de una esfera
externa. Cuando Halvard Vike (1997) analiza el conflicto
entre razonamientos morales de ciudadanos de un pueblo
noruego –como forma de resistencia- y la racionalidad ins-
trumental de los funcionarios públicos con los que se rela-
cionan (Vike 1997:196), o cuando Josiah McHeyman (2000)
en su estudio sobre cuestiones morales de “alta escala” des-
taca que la moralidad es un elemento bien diferenciado que,
en ciertas ocasiones, se entrecruza con la política: “In high
scale morality, the active [moral] impulse intersects with
the unequal distribution of power” (McHeyman 2000:636);
moralidad y política toman la forma de razonamientos cuya
naturaleza está desanclada. Es decir, que el conflicto moral
o la heterogeneidad de evaluaciones morales que alimentan
las prácticas de funcionarios públicos y ciudadanos no es
materia de análisis.
Sorprende aún más la exclusión de la moralidad de la
esfera política cuando los antropólogos deciden introducir-
se en la discusión sobre la corrupción política en América
Latina, y descartan la definición nativa de la cuestión como
“un problema moral”. Aislada ésta cuestión del fenómeno de
la corrupción, su penetración corrosiva en la región queda
explicada, en cualquier tiempo, por la dependencia de la
política estatal nacional de las relaciones personales (Beze-
rra 1995; Lomnitz 2000). La visión de Claudio Lomnitz,
expresamente conceptualiza la moral como un “orden nor-
mativo” diferenciado de las “exigencias prácticas del poder”
(Lomnitz 2000:29), ratificando dicha separación entre polí-
tica y moral, y la dinámica que cualquier posible relación
entre ambas imprime a procesos concretos. Pero, tal y como
mostraré, atender a la corrupción en el contexto histórico
38 • Buenos vecinos, malos políticos

de intersección de las dos esferas, permite entender por qué


éste fenómeno se vuelve un problema de la agenda pública
más en ciertos períodos, que en otros.
Una interesante y sugerente excepción a dicha visión
es el trabajo de Carla Texeira (1998) sobre la institución
del decoro parlamentario en Brasil. Texeira muestra que
el fenómeno evidencia un proceso histórico, por el cual
en ese país quedó conformada una moralidad particular
propia de la esfera política. El decoro -como lo es la hon-
ra para Max Weber-, fue en el Brasil contemporáneo el
valor moral distintivo del campo político bajo un proceso
de modernización que absorbió la moralidad de la esfera
privada para beneficio de la regulación de la esfera pública
(Texeira 1998:23).
No obstante las diferencias señaladas, una misma pre-
sunción parece recorrer los análisis mencionados. Mien-
tras la unidad de la moralidad social y el campo políti-
co sería propia de sociedades tradicionales homogéneas,
donde existía una comunión moral, el avance del proceso
de modernización tendería a disminuir las coincidencias
plenas entre ambas esferas, produciendo dos alternativas:
la conformación de una moralidad política nutrida por la
esfera privada y distintiva, como en el trabajo de Texeira;
o la ausencia total de intersección entre la esfera moral y
la esfera política, como en Vike. Todo lo cual nos sugiere
la existencia de una moralidad que rige los asuntos priva-
dos, y ninguna moral capaz de regir los asuntos públicos
en un sentido específico y concreto. El problema con esta
perspectiva es que niega los procesos en que los conflic-
tos morales, o la coexistencia de distintos estándares de
evaluación moral del comportamiento, organizan – a veces
conflictivamente- la política. En este sentido, una primer
tarea consiste en suspender las lógicas teleológicas que nos
llevan a forzar la realidad en modelos preestablecidos, como
el de la política tradicional versus la política moderna –y
eventualmente la posmoderna–, para mostrar que, en el
Buenos vecinos, malos políticos • 39

juego de las ambigüedades sobre la intersección entre polí-


tica y moralidad, reside la riqueza del estudio etnográfico
de procesos políticos concretos.
Asimismo, las omisiones y desvíos de la antropología
de la política respecto del estudio de la moralidad también
se deben a su debate con el concepto de “representación
política” y la naturaleza del Estado elaborado desde la filo-
sofía política iluministas (Kuper 1996; Luque 1996). Es que,
por ello, los antropólogos dejaron de lado el abordaje de
las cuestiones éticas12 al considerarlas más un asunto del
“deber ser”, normativo e incluso especulativo, que “realis-
ta” (Abéles 1990).
Podemos entonces señalar, que el abordaje de la cues-
tión moral empuja a los antropólogos a desafiar su posi-
ción teórica sobre la moralidad, a la luz del campo político
específico que intenta analizar, ya sea la sociedad a la que
pertenece u otra. Por esta razón, el análisis de la moralidad
y la política, pone en juego la definición del compromiso de
la antropología con la realidad social que se propone estu-
diar, una cuestión nada menor (Scheper-Hughes 1992; Das
1997; Smith 1999). Pero dado que los antropólogos han sido
capaces de encontrar la política en ámbitos insospechados
como la religión o el género, pueden enfrentar el desafío de
dar cuenta de cómo la moralidad constituye un campo solo
en apariencia externo al político13.

12 Esa oposición entre “estudios éticos” y “estudios empíricos” también encar-


nó en los cientistas políticos. Las críticas de William Whyte en los años cin-
cuenta habrían contribuido a una visión pragmática de la política (Vincent
1990:305-306).
13 Recientemente Fernando Balbi y Ana Rosato (2003) llamaron la atención
sobre las ventajas y limites que comporta el tratamiento de la política como
dominio especializado, y sugieren que si la política es un proceso social de
definición y redefinición de sentidos, no puede ser comprendido si se lo
toma como literalmente contenido en un espacio diferenciado dentro de lo
social.
40 • Buenos vecinos, malos políticos

La moralidad, la política y la comunidad histórica de


referencia: los villeros

Dos años antes de encontrar en el Proyecto Uriarte la solu-


ción al problema moral que afectaba a la política, Villegas,
por entonces diputado nacional, decidió dar un vuelco a su
bastión, la Subsecretaría Municipal “más política” del muni-
cipio, la de Tierras y Viviendas. Así la consideraban emplea-
dos y militantes, dado el contacto asiduo que mantenían
con los villeros. Habían transcurrido dos meses del triunfo
electoral del presidente Menem, el primer peronista que
gobernaría la nación después del retorno de la democracia
en 198314, y sus discursos y primeras acciones auguraban
un nuevo tiempo y nuevos rumbos, incluso al interior del
Partido Peronista que lideraba.
Entre tales vientos de cambio, Villegas pudo justificar
holgadamente la necesidad de cambiar al secretario de Tie-
rras – de gran reputación-, por otro abogado, Roberto
Vélez, quien continuaría con la política de arraigo villero.
El principal proyecto político del municipio, tenía el propó-
sito de establecer a la población urbana desplazada de la
ciudad, que había usurpado parcelas de tierra, a través de
la regularización del dominio legal y de la urbanización.
Sin embargo, durante los primeros meses de su gestión,
Vélez puso un gran empeño en marcar sus diferencias con
el secretario saliente; redistribuyó el espacio de la oficina
de la Subsecretaria de Tierras y Viviendas y, con él, a las
personas y sus funciones. Quitó a los militantes villeros de
los despachos de la oficina y los mandó a trabajar al barrio;
puso a los profesionales –arquitectos, abogados y agrimen-
sores– a trabajar a la vista del público; ocultó la cocina de

14 Entre 1976 y 1983 se sucedieron tres juntas militares que, a partir del golpe
de Estado de marzo de 1976, instaurarían un régimen totalitario autodeno-
minado Proceso de Reorganización Nacional. A su término, el primer presi-
dente democrático fue Raúl Alfonsín, candidato del Partido Unión Cívica
Radical, quien gobernaría entre diciembre de 1983 y julio de 1989.
Buenos vecinos, malos políticos • 41

la vista de los visitantes; autorizó el café, prohibió tomar


mate, así como el ingreso de vecinos de los barrios y villas sin
previo anuncio en la recepción. En su lugar, sólo permitió
el ingreso directo a su despacho de abogados pertenecientes
al establishment del Colegio de Abogados de Uriarte. Vélez
realizó estos cambios en nombre de un valor: mejorar “la
calidad de la atención al público” durante su gestión. Su
justificación contrastaba con la valoración del funcionario
anterior, para quien el arraigo villero exigía a los profesio-
nales y funcionarios trabajar en las villas, más que en las
oficinas municipales, tanto como a los militantes villeros ocu-
par puestos jerárquicos en el municipio y desplazarse en él
sin restricciones. Pese a las diferencias con aquél, y a las
resistencias ganadas en la dependencia municipal, Vélez se
movió haciendo uso de ciertas evaluaciones morales cuya
plausibilidad finalmente logró que algunos líderes barriales
y funcionarios aceptaran que la solución al problema de la
tierra igualmente llegaría con él.
El suceso da cuenta de una revalorización de los
espacios y de los actores guiada por evaluaciones morales
mediante las cuales, indiscutiblemente, dicho funcionario
hizo política. En el ejemplo, esta dimensión puede localizar-
se en cómo Vélez manipula el lugar de los villeros en esa
oficina municipal. La manipulación es moral porque, hasta
entonces, los villeros eran la comunidad histórica de refe-
rencia de los políticos. Es decir, que el sentido de sus actos
estaba justificado por la valoración del arraigo de los villeros
desplazados de la ciudad, y en relación con lo cual, la Subse-
cretaría de Tierras se volvió el ámbito donde anidó la causa
política, por excelencia, del municipio. De este modo, la
política de Vélez operaba sobre la comunidad de referencia
trazando sutiles pero inquietantes límites que los excluían
de ese ámbito que habían ido ganando, el espacio estatal.
La moralidad política inscripta en el comportamiento
de este funcionario tiene entonces dos importantes rasgos:
por un lado, su dependencia de un sentido de comunidad
imaginada de referencia; por el otro, su conexión con la
42 • Buenos vecinos, malos políticos

sucesión política, ambas asociadas a la división del trabajo


político – lo que analizaré en la próxima sección-. Para
comprender el primer punto, basta con destacar la tensión
que Wolfang Schluchter (1996) encuentra en la obra de Max
Weber entre concepciones del deber que, frente a las para-
dojas y tensiones éticas de la racionalidad política en el pro-
ceso de secularización, le permiten develar la especificidad
de la relación entre ética y política. Así, señala:

“Mientras que los valores éticos están sujetos a concepciones


absolutas del deber, los valores políticos están conectados
a concepciones históricas del deber. El objeto de referencia
para los valores éticos es el individuo, para los valores polí-
ticos es la ‘colectividad’. Consecuentemente, un valor ético
es la concepción de una validez absoluta relacionada con el
individuo que deviene en la causa de una acción. Un valor
político es la concepción de una validez histórica relaciona-
da con la colectividad que deviene la causa de una acción”
(Schluchter 1996:63).

Al analizar procesos políticos concretos como el que


esta descripción nos ofrece, conviene –como ya señalamos-
poner en suspenso la idea de una separación absoluta entre
ética y política, y tomarla como una distinción analítica
capaz de traducirse en un fenómeno histórico. La mani-
pulación de Vélez es un asunto de moralidad y política,
pues se refiere a una colectividad históricamente definida,
los villeros. De tal suerte, que sin afectarla, no hay política
posible. Cuando en La política como vocación (1998) Weber
distingue la “ética política” de la “ética universal” se vale de
tres rasgos para distinguir la primera de la segunda forma
de la ética, a saber: sustenta convicciones relacionadas con
dicha colectividad, guarda un sentido de la responsabilidad
por las consecuencias de sustentarlas (Weber 1998:160), y
su “medio decisivo [de la política] es la violencia” (Weber
1998:166). Por eso, afirma Weber, quien busca la salvación
de su alma no debe convertirse en político. La violencia es
Buenos vecinos, malos políticos • 43

insoslayable para quienes sostienen una moral de la respon-


sabilidad por las consecuencias de sostener ciertas causas
para cierta comunidad históricamente definida.

“También los cristianos primitivos sabían muy exactamente


que el mundo está regido por los demonios y que quien
se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como
medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el
diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad
lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que
frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un
niño, políticamente hablando“(Weber 1998:169).

Si medios violentos pueden tener buenas consecuen-


cias sobre la comunidad de referencia es porque aquello que
desde una ética absoluta del individuo puede ser comple-
tamente inmoral, no lo es desde la moralidad propiamente
política. Pero también puede ser cierto lo inverso, que apli-
car una ética absoluta del individuo puede ser condenable
desde la moralidad política. La conmoción de ese sentido de
comunidad históricamente definida, que pusieron en evi-
dencia las reacciones al comportamiento de Vélez, debía
tener esta distinción en cuenta para aplacar relativamente
pronto las reacciones en contra. A lo largo del libro veremos
si esto fue posible. En otras palabras, si la moral se une a la
política cuando liga compromiso con una causa y respon-
sabilidad por las consecuencias de sustentarla, frente a una
comunidad histórica de referencia. Por ello, el carácter que
en cada tiempo y lugar asuma ésta última es, como mos-
traré, un elemento crucial de la relación entre moralidad y
política. Como es cierto, que los límites y valores que asuma
la comunidad de referencia influirán sobre las causas y los
sentidos posibles de la responsabilidad.
El valor que la comunidad de referencia posee en
la perspectiva de Weber ha sido reconsiderado, reciente-
mente, por estudios de antropología política deudores de
su enfoque. No es, sin embargo, la idea de la comunidad
sociológicamente cerrada, homogénea y encapsulada, la que
44 • Buenos vecinos, malos políticos

es utilizada. Cuando Frederick Bailey, uno de los mayores


exponentes de la aplicación de la teoría weberiana de la
acción en antropología (Vincent 1990:345) desarrolló en
The Need for Enemies (1998) la distinción de Weber entre
ética de la convicción y ética de la responsabilidad15, usó
el concepto de enemigo como reverso del de comunidad
de referencia. La pertenencia dio paso a la oposición a una
comunidad, como mecanismo de regulación política. Bailey
propuso entender la moral política como un proceso cíclico
al que denominó enantiodromía, posiciones que se mueven
hacia su negación (1998:176-177). Las fases de este pro-
ceso van desde la hegemonía de la ética de la convicción
ejemplificada en la figura del true believer hacia la de la ética
de la responsabilidad, representada por el pragmatist, hasta
arribar al estadio de corrupción, donde la escena política
es dominada por el interés privado (Bailey 1998:206). Entre
la primera fase y la última, el pasaje fundamental es desde
la emergencia de un enemigo claro y diferenciado, a su
reducción a un estado de latencia. Desde esta visión hobbe-
siana, en la que el enemigo es la dimensión de la naturaleza
humana que expresa la politización (Bailey 1998:212), el
autor resalta el lado oscuro del concepto de comunidad,
deudor de su definición de la política como competencia
(Bailey 1980:2).
Pero cómo entender los procesos políticos en ausencia
de la idea de enemigo, y de competencias férreas por el
poder. Cómo dar cuenta de escenarios en los cuales el
empeño está puesto en redefinir comunidades históricas de
referencia, más que enemigos; y por último, cómo expli-
car que en el fracaso de estos empeños, como el sostenido
por el intendente Villegas, vaya en juego la profesión del
político. Sostendré aquí que la respuesta a estas preguntas

15 En Sratagems and spoils: a social anthropology of politics (1980), uno de los pri-
meros trabajos de Frederick Bailey, desarrolló preliminarmente esta dife-
renciación weberiana, como una distinción entre reglas alternativas de la
competencia política.
Buenos vecinos, malos políticos • 45

requiere de una comprensión más exhaustiva de la políti-


ca como un asunto de jerarquías y pertenencias, más que
de competencias.

Procesos de división del trabajo político: comunidades


imaginadas y profesión política

Cuando Vélez expulsó a los militantes villeros de las oficinas


de la Secretaría Municipal a su cargo, alejándolos del centro
de poder, manipulaba los límites entre quienes tenían implí-
citamente el derecho a participar activamente en la carrera
política y quienes ya no. Un muro, entre quienes integra-
ban la comunidad histórica de referencia, los villeros, y su
participación activa en la política, se asomó por entonces.
La situación así creada contribuía a poner en cuestión la
vieja división del trabajo político, tal y como había sido
definida décadas pasadas, y dejaba ver la conexión entre el
proceso, en curso, de profesionalización de los políticos y el
abandono de los villeros como comunidad de referencia.
Tradicionalmente la antropología de la política ha
abordado el problema de la división del trabajo político
desde tres enfoques: 1) la competencia política (Bailey 1969,
1971, 1980; Nicholas 1969; Boissevain 1977; Salisbury y
Silverman 1979) y la sucesión (Gluckman 1954; Kuper
1995), 2) la autoridad política (Pitt-Rivers 1954; Foster
1977; Silverman 1977; Barth 1977; Firth 1979; Godelier
1986) y la conformación de elites (Cohen 1981; Geertz
2000), y 3) los procesos de definición de objetivos públicos
y de uso del poder por los miembros del grupo al que le
conciernen (Swartz, Tuden y Turner 1966:7). Si bien todos
ellos dan cuenta de una dimensión del proceso que cons-
tituye a algunos agentes en políticos mientras deja a otros
a medio camino, o fuera de él, estos conceptos no quedan
subsumidos en la configuración de la profesión política o
división del trabajo político, en términos globales, e incluso
46 • Buenos vecinos, malos políticos

comparativos. Asimismo portan un supuesto que, a nuestro


modo de ver, frena la comprensión que propongo, a saber:
el de la comunidad política como una unidad sociológica a
cuya existencia atentaría cualquier división.
Así, por ejemplo, los conceptos de competencia y suce-
sión, buscan capturar las reglas efectivas que premian y
castigan a los actores con posiciones. Las reglas pueden
ser pragmáticas y estar guiadas por su efectividad, o nor-
mativas, en cuyo caso forman parte de la cara pública de
la competencia y pueden justificar moralmente la rivali-
dad (Bailey 1980:5). Pero, de acuerdo a ésta visión, unas
y otras fundan la “comunidad política” (Bailey 1980:23),
aun cuando la competencia introduzca divisiones, ya sea en
camarillas o facciones, esas reglas dan cuenta de la unidad
de la comunidad moral y su coincidencia con la comuni-
dad sociológica.
De modo semejante, la segunda perspectiva antes men-
cionada atendió a los mecanismos de legitimación mediante
los cuales unos se ganan la obediencia de otros. La reci-
procidad y el clientelismo, o la mistificación y las elites,
han sido quizá dos de los fenómenos más estudiados. En
ambos casos la atención está puesta en valores y símbolos,
mediante los cuales una persona o un grupo se vuelven sus-
tancialmente diferentes a los ojos de quienes son entonces
convertidos en súbditos, y de los cuales consigue subordi-
nación. Así, patrones y clientes, de un lado, o elites y despla-
zados del otro, resultaron algunas de las formas que asumía
la división del trabajo político, una integración jerárquica
de las partes de una comunidad.
El último enfoque es el único que sitúa la división del
trabajo político como un problema, ya que se pregunta por
la relación entre la definición de objetivos públicos y usos
del poder, de un lado, y aquellos a los que les competen. Es
decir que pone en relación la cuestión de quiénes definen
esos objetivos, cómo lo hacen, y para quiénes se los define.
La determinación e implementación de objetivos públicos
no es ajena al uso diferencial del poder de los miembros del
Buenos vecinos, malos políticos • 47

grupo al cual conciernen esos objetivos. Cuando quienes


definen los objetivos públicos, son quienes están absoluta-
mente autorizados a hacerlo por quienes serán los bene-
ficiarios de ellos, todos los términos están ajustados y la
relación no despierta interés, la práctica política está nor-
malizada. Pero éste no siempre es el caso. Aun cuando la
realidad etnográfica no haya revelado signos de alteración
entre esos rasgos, o los antropólogos no se hayan visto aler-
tados por ella, sucede que ciertos procesos políticos, como
el que aquí nos ocupa, se configuran con arreglo a la cone-
xión/desconexión entre los beneficiarios de esos objetivos
e integrantes de la comunidad de referencia, y su partici-
pación en la distribución del poder. Quiero decir, que los
procesos políticos, como el que examinaré aquí, están en
parte determinados por esa tensión.
Puede apreciarse claramente esta tensión y la lógica
que imprime a los procesos políticos en la respuesta de
Benedict Anderson en Comunidades imaginadas (1993) a la
pregunta por las razones de las tempranas revoluciones
nacionalistas en las colonias americanas.

“Si los funcionarios peninsulares podían viajar de Zaragoza


a Cartagena, Madrid, Lima y de nuevo a Madrid, el criollo
‘mexicano’ o ‘chileno’ servía únicamente en los territorios de
México o de Chile coloniales: su movimiento lateral esta-
ba tan constreñido como su ascenso vertical… Pero en este
peregrinaje obstruido encontraba compañeros de viaje que
llegaban a sentir que su camaradería se basaba no sólo en esa
peregrinación particular sino en la fatalidad compartida del
nacimiento transatlántico” (1993:91).

La comunidad imaginada de referencia –el imperio


español– restringía a los criollos alcanzar la cima de la fun-
ción pública imperial. El ejemplo de Anderson muestra que
para modificar la posición de un grupo en la división del
trabajo político, no es posible hacerlo sin alterar el sen-
tido de la comunidad imaginada. Los criollos promovie-
ron las luchas de independencia asentados en una idea de
48 • Buenos vecinos, malos políticos

nacionalidad aplicada a unidades administrativas del anti-


guo período colonial (Anderson 1993:81-85). Pese a que
Anderson no lo haya destacado, su análisis conlleva una
deducción que nos interesa remarcar: la imaginación de la
comunidad se redefine en el curso de la profesionalización
de la política16. Tal parece que, la emergencia de nuevos
protagonistas impulsa nuevas imágenes de la comunidad,
las que, y esto es clave, no son aleatorias, sino dependien-
tes, como indica Anderson, de las dificultades que traen en
circunstancias dadas los problemas sucesorios.
Tengamos en cuenta, que la comunidad imaginada a
la que hago referencia no necesariamente coincide con una
unidad sociológica17, fundamentalmente existe por el esta-
blecimiento de un límite simbólico (Cohen 1989) con otras
comunidades imaginadas, como por ejemplo, lo es el que
separa a los villeros de los vecinos en Uriarte. A los fines de
nuestro estudio, es más una metáfora capaz de ser aplica-
da a otros colectivos, además del Estado-nación (Herzfeld
1997:5)18. Por ello, más que suponer una igualdad, homo-
geneidad y solidaridad interna a la comunidad preferimos,
como Anthony Cohen (1989), considerar las variaciones y
carácter de ese límite, e incluso la superposición y coexis-
tencia de imágenes de comunidad, así como la ambigüe-
dad resultante.
Al fin de cuentas, veremos también en nuestro estudio
que decisiones como la de Vélez – posibilitadas pero no
determinados por procesos y valores que circulan a escala

16 La profesionalización política también fue discutida por la sociología a la


luz de la pregunta por el destino de los políticos respecto de la comunidad
que los consagró (Weber 1998; Schumpeter 1961; Bourdieu 2001; Nun
2000).
17 La comunidad como unidad sociológica ha sido extensamente analizada por
los denominados estudios de comunidad inspirados en las ideas de Tonnies.
Éstos tendían a buscar la coincidencia de vínculos de dependencia personal,
territorialmente referenciados, de la totalidad de los ámbitos de la vida, y
una moralidad común, etc.; véase, por ejemplo, Clifford Geertz (1959).
18 Es ésta una de las críticas que Michael Herzfeld formula al concepto de
comunidad imaginada de Benedict Anderson (Herzfeld 1997:5-6).
Buenos vecinos, malos políticos • 49

nacional e trasnacional-, ejecutadas en una pequeña depen-


dencia pública de una ciudad de un poco más de medio
millón de habitantes, al mismo tiempo que alteraban el
derecho a ser políticos de quienes conformaban la comuni-
dad imaginada, echaban un manto de incertidumbre sobre
la definición de “para quiénes hacer política” y “cómo hacer-
la”. Esta asociación – convertida en tensión- entre imáge-
nes de la comunidad moral, sucesión política y división del
trabajo político, fue la clave de la relación entre morali-
dad y política entre los uriartenses. Nos queda revisar, el
sentido que le daré a la moralidad en este trabajo, y sus
antecedentes.

¿Por qué la política puede ser moral?

“En la acción política, los hombres usan a otros hombres


como medios para un fin, y es por ello una situación no
moral, en el sentido que la cuestión de la moralidad no es
relevante. En la acción cultural, los hombres tratan a otros
hombres como fines en sí mismos, y son por ello compelidos
por constreñimientos morales” (Cohen 1993:8).

Tal afirmación de Abner Cohen nos remite a la visión


más habitual de la relación entre las dimensiones moral y
política, ya no sólo en el campo de la antropología sino en
el de las ciencias sociales en general. Según parece no hay
idea más próxima al sentido común que aquella según la
cual los políticos son una suerte de seres reunidos por la
posesión de una misma socialización, patología o ambiente,
según el caso, razón por la cual han sido despojados de
las virtudes morales que debieran caracterizar a todo ser
humano. Sus acciones son alimentadas por una racionali-
dad instrumental despojada de creencias, valores y estánda-
res morales. Esta es la naturaleza de la política, y cualquier
otro ingrediente, es a priori definido como antinatural y
exterior. Incluso la misma visión alimenta esas perspectivas
50 • Buenos vecinos, malos políticos

que, desde las ciencias políticas, impulsan la multiplicación


de los controles de la ciudadanía sobre los políticos a través
del concepto de accountability social (Arato 2002; Przewors-
ki 2002; Peruzzotti y Smulovitz 2002). Los límites deben ser
puestos por la sociedad civil – o por otras agencias estatales
(O’Donnell 2002) – imbuidas de valores capaces de detener
el impulso de la ambición desmedida y el cálculo que parece
presuponerse existe entre los políticos.
Pero esta visión tiene también otra consecuencia, la
de concebir la moral como aquel rasgo de la vida social
que constriñe, imprime cierta inercia y estabilidad al orden
social. Mientras la política parece volverse puro cálculo y
compete al movimiento, el cambio y la inestabilidad del
orden, la moral es vista como lo contrario. Difícilmente
podamos comprender desde esta tan radical diferenciación,
la compenetración entre evaluaciones morales y distribu-
ción del poder, que denota el rumor sobre el intendente
Villegas, su esposa, su amante y el marido de su amante; o
el modo como el comportamiento de Vélez al ordenar el
acceso a la Subsecretaria de Tierras de villeros y abogados,
ponía en juego evaluaciones morales sobre ‘en bien de quie-
nes’ se hacía política.
Lo que quiero señalar es que la moralidad está entre-
tejida con la política de manera que, sólo considerando a
ambas, la práctica de los políticos se vuelve inteligible. Pero
para acceder a esta trama y entender cabalmente la conjuga-
ción de la moralidad y la política en esos hechos, sin repro-
ducir los juicios de las evaluaciones morales que el rumor
difunde, nos internaremos en una visión de la moralidad
como práctica. A fin de cuentas, la interrelación práctica
entre ambas dimensiones ofrece una visión del modo como
la moralidad es esa fuente de valores alternativos, que ofre-
ce a quienes luchan por la sucesión, la posibilidad de elegir;
con lo cual también la moralidad es sustento de la dinámica
política. Podemos añadir, siguiendo la dirección contraria,
Buenos vecinos, malos políticos • 51

que cuando la lucha por la sucesión se congela también


se detiene la confrontación de moralidades alternativas, y
prima un pensamiento único.
Por fuera de análisis de la política, los estudios sobre
moralidad proliferaron en antropología entre las décadas
del ‘80 y ’90. Señala T. M. S. Evens que la antropología
había estado ceñida a una idea de la sociedad donde no
había capacidad de elección, razón por la cual la morali-
dad tenía un papel muy débil (Evens 1982:210). Tanto para
Evens como para David Parkin (1985), la elección moral
supone la existencia de moralidades alternativas, siempre
que, aclara Parkin, los actos juzgados como buenos, justos o
indiferentes, produzcan la dicha o la infelicidad de aquellos
implicados; de lo contrario, estamos fuera del campo de la
moralidad (1985:6). Así algunas de las fuentes de expresión
moral son los razonamientos o evaluaciones sobre: el ori-
gen del mal (Parkin 1985; Herzfeld 1992), la culpabilidad
(Strathern 1997), la felicidad (Archetti 1997) y las virtudes
de las personas (Parkin 1985), y añadiría la responsabili-
dad. En cualquier caso, la moralidad es una evaluación de
la acción pasada, que refleja la adecuación entre expecta-
tivas y desempeño (Herzfeld 1980:344). Hasta aquí, nada
hace suponer a esta corriente que la moralidad es, como
sugiere Cohen, aquella dimensión rígida de la sociedad, sino
un espacio dónde la elección entre evaluaciones morales
es posible.
El punto de inflexión y reafirmación de los estudios de
la moralidad lo marcó The Ethnography of Moralities com-
pilado por Signe Howell (1997). Allí, sus autores intentan
ofrecer una visión alternativa y coherente de la morali-
dad, donde exista margen para la comprensión de procesos
de cambio moral. Entre las premisas epistemológicas de
los autores de la compilación Howell destaca, en la misma
dirección esbozada por Herzfeld (1980), que “los principios
morales expresan una relación dinámica entre lo que ‘debe
ser’ y lo que ‘es’“ (Howell 1997:9). Como advierte, la visión
52 • Buenos vecinos, malos políticos

durkheimiana temprana de la moralidad había ocultado


dicha dinámica, al concebirla como un sistema de sanciones
y de adhesión irreflexiva a las normas.
Paradójicamente, también es la obra de Durkheim, ya
en su última etapa (1951,1992), la que permitió advertir la
fuerza del deseo en oposición a la obligación, presente en
la elección de los comportamientos morales. Como seña-
la Eduardo Archetti, otros de los colaboradores de dicha
compilación, los individuos se comportan moralmente pues
construyen sus razonamientos en torno a ciertos campos
de acción desde los sentimientos, el deseo y la imaginación
(1999:118). Por ello, al partir de la asociación entre morali-
dad y deseo, esta visión les reconoce a los agentes la capaci-
dad de elegir entre razonamientos morales, introduciendo
así la agencia y el cambio, al estudio de la moralidad.
Sin embargo, las propiedades de la dinámica moral han
sido exploradas desde un punto de vista cognitivo, en tanto
formas alternativas de razonar moralmente, con lo cual las
consecuencias prácticas que la aplicación efectiva de uno
u otro razonamiento imprimen a esos razonamientos no
han sido exploradas. Las respuestas a preguntas como: ¿cuál
es la lógica de esa “dinámica” entre lo que “debe ser” y lo
que “es”? O ¿qué o quiénes determinan lo que “debe ser” y
lo que “es” –el sistema, los dominantes, la práctica, etc.–?,
requieren entonces de una explicación sobre cómo la prác-
tica transforma la cognición; problema, cuya resolución, la
compilación de Howell (1997), deja pendiente.
En otras palabras, el hecho de que esa elección haya
sido localizada en razonamientos, tales como narrativas, y
que la fuerza de lo cognitivo las defina, oculta el desafío
que la moralidad inscripta en la práctica puede imponer
al curso de los eventos, e inclusive, a esos razonamientos
morales discursivos. Por ello, sugiero que, para compren-
der la dinámica entre lo que “es” y lo que “debe ser”, y
entre elección moral y cambio moral, es necesario locali-
zar dicha perspectiva en el campo de una práctica no sólo
discursiva. El conjunto de evaluaciones morales, que como
Buenos vecinos, malos políticos • 53

veremos más adelante, instituyeron el Proyecto Uriarte no


sólo estaban inscriptas en los discursos, también lo han
estado en gestos, comportamientos parcialmente verbali-
zados que confrontan los de otros y son rechazados, de
manera que las consecuencias pueden dar lugar a nuevas
evaluaciones morales, tanto discursivas como prácticas. El
rumor es un ejemplo de una evaluación moral discursiva,
que se halla inmersa en un universo práctico en el cual los
buenos y los malos, están clasificados y se inscriben en la
división del trabajo político.
A lo largo de estas páginas intentaré demostrar que
al atender al ajuste y desajuste entre evaluaciones morales
en la práctica misma, los procesos políticos se hacen inte-
ligibles. De este modo, el discurso político puede encarnar
evaluaciones morales con efectos prácticos, a través de la
persuasión y la performance de la retórica sobre el campo
político (Paine 1981; Parkin 1984; Briggs 1996; Herzfeld
1992; Bourdieu 1998, 2001). Como señala Pierre Bourdieu:
“En política, ‘decir es hacer’, quiere decir, hacer creer que
se puede hacer lo que se dice…” (2001:185). Pero no sólo
eso, como nos muestra el proceso analizado, la práctica
puede afectar las evaluaciones morales discursivas, inclui-
dos los rumores. Así, ninguno de estos cambios, por más
sutiles que sean, algo que veremos sucede en nuestro caso,
se explica sino es atendiendo a la coyuntura, en procesos
de mediano plazo.
No es casual que el trabajo de Marilyn Strathern (1997),
incluido en la compilación de Howell, sea el único que al
tener un análisis discursivo y a la vez práctico de la mora-
lidad, puede incorporar la dimensión política. Por eso me
detendré brevemente en él, ya que será un apoyo para com-
prender lo sucedido en Uriarte. La autora muestra que la
manipulación de estándares morales de evaluación expli-
ca la reproducción de la desigualdad entre los hombres
y las mujeres hagen de Nueva Guinea. En sus términos,
“los estándares dobles pueden servir propósitos políticos”
(Strathern 1997:127). Partiendo de esa distinción de género,
54 • Buenos vecinos, malos políticos

identifica dos estándares de evaluación moral: entre perso-


nas del mismo sexo, y entre personas de distinto sexo. Los
hagen esperan relaciones mediadas entre hombres, y direc-
tas entre las mujeres. De este modo mientras los hombres
se relacionan entre sí en nombre de una comunidad, el clan
en este caso, las mujeres sólo se dirigen a otras en su propio
nombre (Strathern 1997:138). Como puede apreciarse, la
mediación de la comunidad que ejercen los hombres los
habilita a ser juzgados con arreglo a un estándar moral polí-
tico. En su carácter de mediadores de su grupo de agnados
dirimen los asuntos de la comunidad de referencia, en este
caso el clan19. Al mismo tiempo, su enfoque muestra a la
política como un efecto del proceso de evaluación moral
del comportamiento de las personas. Si, por ejemplo, un
comportamiento de un hombre es juzgado aplicando un
estándar de evaluación moral propio del que existe para
las mujeres, es de esperar la pérdida de poder del agente.
Como señala Strathern:

“Sus juicios y habilidad para prevalecer sobre los juicios de


otras personas, están crucialmente afectados por el hecho de
encontrarse actuando con otros del mismo sexo o del sexo
opuesto” (1997:128).

El rumor que relataba Oscar da cuenta del mismo


mecanismo, pues aquello que debiera ser juzgado como
una relación política, al serlo como vinculo íntimo, vuelve
inmoral el comportamiento de quien lo realice. Esto signi-
fica que, cuando un hombre es juzgado con arreglo a un
estándar de las relaciones interpersonales en lugar de serlo
por el estándar que lo liga a otros por su papel de mediador

19 Cabe recordar aquí la distinción realizada por Evans-Pritchard (1940) entre


relaciones agnaticias y cognaticias que le permitiera mostrar la dimensión
política inscripta en el parentesco. Su hallazgo, enrolado en reinterpretación
de la perspectiva weberiana sobre el Estado y la redefinición de la política,
supuso la identificación de vínculos colectivos entre comunidades históri-
camente definidas, en el caso de los nuer, por el “tiempo del linaje”.
Buenos vecinos, malos políticos • 55

entre grupos o político, su conducta se torna inmoral por-


que niega el vínculo social (Strathern 1997:131). Entonces
la distribución del poder quedará alterada en el proceso
práctico de conjugación de estándares morales, siempre y
cuando los agentes puedan imponer públicamente su defi-
nición del contexto y convertir, tal o cual comportamiento,
en uno reprobable o aceptable.
Antes de pasar al siguiente concepto mediante el cual es
posible tener una compresión de la imbricación entre moral
y política, quisiera aclarar un último pero muy importan-
te punto del enfoque de Strathern, y es que no presupone
una estricta coincidencia entre vínculos íntimos y su expre-
sión privada, y vínculos políticos y su expresión pública. A
menudo, muestra Strathern, esa manipulación de estánda-
res altera por completo esa correlación evaluando conduc-
tas políticas con estándares que competen a la intimidad,
más que a lo públicamente esperado. Es esto lo que pode-
mos apreciar en el rumor del político y los amantes. A lo
largo de este trabajo veremos cómo los estándares morales
referidos a los vínculos íntimos e interpersonales son con-
jugados con aquellos referidos a relaciones políticas entre
quienes median con la comunidad de referencia. La des-
cripción etnográfica develará la conjugación, en contextos
específicos, de evaluaciones morales que orientan la acción
dándole sentido al escenario. En un nivel más abstracto
estas evaluaciones conforman estándares morales cuya yux-
taposición, complementariedad u oposición define la lógica
práctica mediante la cual se constituye el vínculo, y las divi-
siones entre actores que implica. Sin estos estándares mora-
les y las evaluaciones que genera, no es posible entender
cómo los conflictos se dirimen en un sentido y no en otro.
En la política uriartense uno de los mecanismos
mediante el cual política y moral se conjugan, a través de
estándares morales de la persona que confieren poder, es
el reconocimiento (Scott 1986:184) definido por Pierre Bour-
dieu como luchas de reconocimiento social (2001:183,185,
56 • Buenos vecinos, malos políticos

190)20. El reconocimiento es esa dimensión del capital político


personal, diferenciado del delegado por la organización de
tipo partidaria u otra, aquel despliega cualidades biográfi-
cas, gestuales propias y permanentes para la persona, mien-
tras éste es provisorio (Scotto 2003:88). Este mecanismo,
emparentado con el honor y la reputación, inserta al indi-
viduo a través de la definición social de las virtudes mora-
les en una sociedad en particular21 (Pitt-Rivers 1965:42;
Davies 1977:98). Dos factores diferencian al reconocimien-
to de estos conceptos. El primero es que estos fenómenos
sociales están referidos al funcionamiento de una única
moralidad que, o bien asigna derechos, como en el honor
(Stewart 1994), o bien sólo prestigio, como en la reputación
(Bailey 1971). En cambio, el reconocimiento supone una plu-
ralidad de estándares morales que abren la disputa entre
definiciones alternativas de la persona y de las comunidades
imaginadas de referencia22. Es particularmente propio de
sociedades abiertas, de contextos en los que los contactos
cara a cara no garantizan una sensibilidad compartida com-
pacta (Barth 1994) y, por ello, la censura cruzada (Bour-
dieu 1990a:110) se debilita. El segundo es que, mientras el
honor y la reputación reproducen la igualdad o simetría de
los involucrados, el reconocimiento permite, según sostendré
aquí, entender la asimetría, el ascenso y descenso de los
participantes en una jerarquía.
Las luchas de reconocimiento participan activamente
de la configuración de la división del trabajo político, y del
rumbo que toma dentro de ella la profesionalización del

20 Aun cuando aquí tomaré la perspectiva de Bourdieu respecto de las luchas


de reconocimiento social la perspectiva filosófica de Charles Taylor (1994)
aporta valiosas ideas sobre su participación en la construcción de ciudada-
nía en sociedades multiculturales.
21 Así define el honor Pitt-Rivers como el valor de una persona en sus propios
ojos, pero también a los ojos de su sociedad; no es sólo su demanda de orgu-
llo, sino el conocimiento de ese orgullo lo que la sociedad reconoce en él
(1965:21).
22 Como señala Frank Stewart éste sería un concepto tan amplio del honor que
acabaría por disolverlo (1994).
Buenos vecinos, malos políticos • 57

político. La conjunción de diversos, pero limitados están-


dares morales al reconocer o investir, transforman efecti-
vamente a la persona consagrada, transformando la visión
que los demás agentes poseen de esa persona y los com-
portamientos que adoptan en relación con ella (Bourdieu
1998:99). De este modo quedan conformadas, ratificadas
o alteradas categorías como las que aquí nos ocuparán:
villeros, vecinos, militantes sociales y militantes políticos, prin-
cipalmente.

Neoliberalismo en Uriarte: profesionalización política


y autogobierno de la comunidad

Si bien el Proyecto Uriarte fue sostenido por un discurso


que aspiraba a fortalecer la capacidad de autogobierno de la
sociedad civil – en sintonía con los principios de inspira-
ción neoliberal difundidos por expertos y miembros de los
organismos internacionales de crédito como el Banco Mun-
dial, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), o el BID-, promovió implícitamente la profesio-
nalización de los políticos. Pero esto no significa que los
autores de la transformación fueran incompetentes, igno-
rantes o mentirosos, muestra de un lado, que los agentes nos
son omnipotentes, y que sus intenciones no alcanzan, y del
otro, que el neoliberalismo en Argentina condujo la realidad
política por caminos no recorridos en otras latitudes.
Antes que reproducir su omnipotencia, y pensar al Pro-
yecto Uriarte como una previsión paradoxal, o sea una crítica
al orden establecido -la doxa originaria– capaz de prescri-
bir el cambio que anuncia (Bourdieu 1998:118), prefiero
indicar cómo, al interceder sobre el problema moral del
vínculo político, develó la moralidad política inscripta en la
práctica. Despejada la visión omnipotente de políticos que,
como Villegas, quisieron cambiar la política y no pudieron
hacerlo en la dirección pretendida, podemos preguntarnos
58 • Buenos vecinos, malos políticos

cómo, desde su punto de vista, el andamiaje del Proyecto


Uriarte, visto por muchos como completamente ajeno a la
moralidad, atacaba el problema moral de la política. Quie-
ro decir que el análisis de todo aquello que se hace para
que el porvenir que se anuncia se torne verdadero, una de
las propiedades del discurso político para Pierre Bourdieu
(2001:186a), cobra relieve analítico, no para medir la efi-
cacia de las acciones de los políticos, sino para entender
la lógica de sus diagnósticos y soluciones a esa realidad
que experimentan.
El proceso desatado en torno al Proyecto Uriarte nos
muestra que no siempre los espacios internos y externos
de lucha están perfectamente diferenciados. Allí, el límite
entre quienes estaban “dentro”, los profesionales y “fuera”,
los profanos, del campo político era más bien ambiguo e
impreciso, y justamente, la situación estuvo signada por la
puesta en claro y redefinición de ese límite. Es cuando esto
último sucede que la política se vuelve una cuestión moral
para quienes la ejercen, pues discurre sobre los valores y
sentidos que fundan el vínculo político.
Ahora, sobre la realidad política a la que condujo el
neoliberalismo, en tanto corriente de ideas y operaciones,
diré cuáles factores permiten dimensionar su influencia
sobre Uriarte. Entre fines de los años ‘80 y principios de los
‘90 del siglo xx, la población argentina parecía estar expe-
rimentando una “crisis” experiencia que, como veremos en
el capítulo I, permitió el desembarco desenfrenado del régi-
men neoliberal, el cuál trajo consigo intensos, acelerados
y notables cambios económicos y sociales (Lloyd-Sherlock
1997; Basualdo 2000). Reiteradamente se ha destacado en la
teoría social la crisis como una instancia de ruptura23, que
puede facilitar el desafío al orden establecido (Durkheim
1951; Bourdieu 2001; Turner 1995; Bauman 2001), aunque

23 Como ha demostrado Antonius Robben la ruptura de la práctica provoca la


proliferación de discursos. Cuando aquélla se interrumpe los agentes bus-
can entonces explicar la ruptura para reanudar la práctica (1989:8).
Buenos vecinos, malos políticos • 59

todos advierten que las fuerzas de resistencia pueden evitar


la ruptura herética (Bourdieu 1998:119) y privilegiar, por
ejemplo, el estado de communitas (Turner 1995:132). Mos-
traré aquí que la política se transformaría, pero sus cam-
bios serían menos evidentes y previsibles. Precisamente, el
hecho de que la prensa, los políticos y la opinión públi-
ca todavía hoy demanden: “reformas políticas” para “bajar
sus costos”, mayor “transparencia de la política”, y volver
“visibles a los candidatos” eliminando listas sábanas, no es
tanto evidencia de que la política no cambió, sino de cómo
el discurso neoliberal atrapó el sentido de lo que la política
es. Asimismo, el encantamiento –o desprecio– suscitado
por Menem, quien impuso el “modelo neoliberal”, consiguió
centrar la mayoría de las interpretaciones sobre el cambio
político en sí mismo, desviando la atención de otras dimen-
siones del proceso.
Recientemente, la antropología política abordó esos
procesos de transformación neoliberal24, en Europa y Esta-
dos Unidos, considerando dichas políticas como nue-
vas racionalidades de conducta, que apuntalan la idea de
cómo deben ser gobernados los nuevos sujetos políticos
configurados por ellas (Shore y Wright 1997:10). Esas
racionalidades denotan una transformación global de los
patrones de governanza, incluyendo al denominado Tercer
Mundo, adonde también se las ha transportado (Shore y
Wright 1997:4). Un elemento clave de dicha racionalidad de
gobierno es la convicción, según la cual se puede insuflar
en la gente la capacidad de autogobierno (Hyatt 1997:219).
Así, esta idea desautorizaría a los políticos expertos forma-

24 Cabe destacar que la antropología abordó con mayor frecuencia los proce-
sos de globalización destacando procesos tales como: cambio cultural, vio-
lencia étnica, movimientos nacionalistas, entre otros; mientras que el neoli-
beralismo, uno de los componentes de ese proceso, fue tardía y
secundariamente incorporado al debate académico.
60 • Buenos vecinos, malos políticos

dos al amparo del Estado del Bienestar25, y fomentaría el


gobierno colectivo, o “empowerment”, de los pobres (Hyatt
1997:219). El trabajo de Susan Hyatt pone el énfasis en
mostrar la trampa que guarda esa convicción, en un esce-
nario donde el crecimiento exponencial de la pobreza ha
resultado de decisiones tomadas en Nueva York o en Tokio
(Hyatt 1997:234).
Sin embargo, la expresión uriartense del proceso neoli-
beral en la Argentina nos lleva a poner el acento en una dife-
rencia sustancial con respecto al capitalismo avanzado: pro-
fesionalización política y neoliberalismo fueron dos hechos
simultáneos en la Argentina. Al mismo tiempo que el Esta-
do benefactor se retraía y los gobernantes propugnaban el
autogobierno por medio de la “descentralización” y el fomen-
to a las “organizaciones de la sociedad civil”26, los políticos
se profesionalizaban. Con lo cual, el problema no era el mis-
mo que Hyatt identificara en Gran Bretaña durante el that-
cherismo. En Uriarte, no hubo tal pasaje “de un gobierno de
los pobres a un gobierno por los pobres” (Hyatt 1997:127),
sino una contradicción entre ambos: “profesionalización” y

25 Como señala Nikolas Rose durante el Estado de Bienestar no se esperaba la


autorregulación sino la autorización de profesionales que al investirlos de
autoridad definirían las reglas sociales para la comunidad social (1993:285
en Hyatt 1997:218-219).
26 La “organización de la sociedad civil” en organizaciones no gubernamenta-
les se convirtió en la panacea política sin política durante los noventa.
Tuvieron una aceptación generalizada y fueron fomentadas por los organis-
mos de crédito internacional como el Banco Mundial y la Secretaría de
Desarrollo de la Nación como un mecanismo de “participación” y fomento
de la democracia directa. Para una caracterización del fenómeno en la
Argentina (véase Thompson 1995; Roiter y González Bombal 2000). Desde
un punto de vista antropológico recientemente se ha abordado el concepto,
a efectos de intervenir en el debate con otras ciencias sociales, para las cuales
pareciera ineludible. Existe un volumen completo de Critique of Anthropology
dedicado a la cuestión (21,4: 2001). No obstante, he decidido no internarme
en el debate. A mi criterio los enfoques permanecen presos de una disyunti-
va, la propensión de esa entidad opuesta al Estado, llamada “sociedad civil” a
su autonomía o a su dominación respecto de aquél (Hearn 2001: 343). El
problema es que ésta es una disyuntiva esgrimida en el discurso nativo,
razón por la cual es necesario explicarla más que evaluarla, debiera ser
entonces un punto de partida, más que de llegada.
Buenos vecinos, malos políticos • 61

“autogobierno”. Pero esa contradicción no puede ser pensa-


da como la yuxtaposición entre el pasado y el presente, sino
como una tensión entre las luchas internas y las externas
al campo político.
Como mostraré, el Proyecto Uriarte es el resultado
de esa contradicción, pretendía “descentralizar el poder”
siguiendo la retórica neoliberal pero, veladamente, buscaba
recursos para alguna forma de elitización de los políticos.
Condensaba las maniobras hechas en uno y otro sentido,
y permite ver los resultados que la conjunción de estas
maniobras produjo. Así pues, más que la racionalidad que
introduce el neoliberalismo, nos interesa ver cómo el neo-
liberalismo es adaptado a las racionalidades y problemas
locales. Que la división del trabajo político se haya vuel-
to un problema moral es una importante evidencia de esa
traducción nativa y sus efectos, entre los cuales no estamos
en condiciones de afirmar que existió un cambio radical de
la realidad política, el lector sacará seguramente sus pro-
pias conclusiones.

Consideraciones metodológicas: la temporalidad en el


campo y la reconsideración de la idea de totalidad

El tiempo, es una variable crucial a esta etnografía. La


trama de la descripción etnográfica que ofreceré en este
libro está construida por eventos significativos, que signa-
ron el auge y ocaso de dos proyectos políticos sucesivos. En
ellos encontramos elecciones morales de políticos, militan-
tes, vecinos y villeros frente a acontecimientos previsibles o
imprevistos, como la reivindicación de un mártir político,
la muerte de un niño, o una denuncia de corrupción, y sus
consecuencias sobre la configuración del campo político. A
nuestro modo de ver, los movimientos de los actores son
inteligibles en el contexto de planes de cierto plazo (Ort-
ner 1984:150). Los actos son producto de intenciones que
62 • Buenos vecinos, malos políticos

valoran el “convertirse en algo”, antes que “obtener algo”,


como habitualmente se cree, de ahí que la elección sea alta-
mente significativa (Sahlins 1985:151). Para Sherry Ortner,
los actos toman su forma de imágenes e ideales de lo que
constituye lo bueno en las personas y sus relaciones, y en
sus condiciones de vida (1984:152, 1996:13). Pero los actos
también son eventos. Al concretarse poseen consecuencias
objetivas que los vuelven relativamente independientes de
esas intenciones. Aquello que Fredrik Barth denomina la
“estructura de los incidentes de la acción social” (1992:23) es
esa sucesión de eventos conectados por la interpretación de
intenciones y/o resultados. Para nosotros, las evaluaciones
morales son esa instancia de la práctica que, o bien inter-
preta las intenciones de un acto, o bien lo juzga por sus
resultados, y así, orienta la acción futura. Esta propiedad
hace de las evaluaciones un medio para conectar el presente
con el pasado y el futuro. Los procesos a los que ellas dan
lugar no son la suma de respuestas inconexas, ni están a
salvo de la contingencia que enfrenta toda acción al con-
frontarse con otras en el flujo de los encuentros sociales
(Giddens 1986:86).
En tal sentido, y lejos de caer en una descripción frag-
mentada de la cultura (Clifford 1988), intento desplazar la
idea holista durkheimiana de una sociedad, una cultura, una
comunidad, unidas en una misma totalidad, por otra en la
cual la unidad esté localizada en la conexión temporal de
eventos significativos (Kuper 1992; Hannerz 1992; Barth
1992). Como señala Fredrik Barth: “Un uso continuado de
la sociedad como una entidad limitada y ordenada, y de
las comunidades locales como partes ejemplares de esas
entidades continuará mistificando nuestros datos y triviali-
zando nuestros resultados” (1992:32). Por lo tanto, la prin-
cipal exigencia metodológica fue descubrir esos contextos
(Strathern 1992), sin desconocer la dificultad suplementaria
que este objetivo tuvo en un campo como el político, en
el cual la categoría “comunidad” es evocada por la expe-
riencia nativa.
Buenos vecinos, malos políticos • 63

Sin lugar a dudas, el trabajo de campo fue una instancia


consustancial a este propósito. Mi conexión con las per-
sonas que dieron vida a mi argumento fue notoriamente
temporal, ya que estuve y conversé con ellos por el curso
de una década, no sin interrupciones. De este modo me fue
posible reflotar el tiempo, ahogado por la fuerza del espacio
en el holismo clásico. El sitio y algunas de las personas con
las que desarrollé el trabajo de campo para ésta etnografía
fueron las mismas que aquellas con quienes llevé a cabo el
trabajo de campo correspondiente a mi tesis de graduación,
claro que también hubo discontinuidades. Entre el trabajo
de campo realizado entre 1988 y 1990, de 8 meses de dura-
ción, y el realizado en el marco de mi tesis de doctorado
entre 1996 y 2000, de 20 meses de duración, participé de un
interesante y contrastante número de eventos. Cabe decir
que entre el año 1993 y 1995 no perdí relación con la polí-
tica uriartense, fundamentalmente mantuve contacto con
funcionarios municipales, empleados y militantes con acce-
so al Palacio debido al desarrollo de actividades de gestión.
A diferencia de la primera etapa del trabajo de campo,
dedicada íntegramente al proyecto de Tierras, los 20 meses
posteriores fueron el resultado de varias entradas al campo.
La primer entrada fue para conocer el Proyecto Uriarte des-
de el punto de vista de todos los involucrados; la segunda
inmersión estuvo orientada a participar de la campaña a
elecciones internas del Partido Peronista, y de la elección
general parlamentaria; la tercer entrada tuvo como objeto
hacer una “historia del barrio”. Mi lugar de residencia, no
fue, claro, el Palacio Municipal, ni ninguno de los barrios
y villas donde vivían vecinos y villeros, o hacían política
funcionarios y militantes; sino uno de los barrios céntricos
de la ciudad de Uriarte. Si bien esto contribuyó a conocer
desde dentro la dinámica e historia de las relaciones entre
las elites locales y los desplazados, y mantenerme al tanto
de ciertos acontecimientos, no era suficiente para conversar
64 • Buenos vecinos, malos políticos

con los principales protagonistas. Fue siempre necesario


desplazarme a los barrios y al Palacio Municipal, para intro-
ducirme de lleno en el campo.
En rigor, fueron los eventos los que me arrastraron
de las diversas oficinas y dependencias del Palacio Munici-
pal, a las calles, plazas, barrios, villas, escuelas y clubes en
los cuales se desarrollaban: reuniones, actos, jornadas, sitas,
elecciones, etc.. La mejor prueba de la particular inercia de
los procesos políticos está en la tensión que provocaba mi
insistencia inicial de realizar entrevistas a funcionarios y
dirigentes políticos. No importaba cuál fuese su jerarquía,
la dificultad para abordarlos de esta última manera era por
demás reveladora. Incluso porque quien entrevista en este
campo es el periodista y era claro que mis intenciones no
albergaban convertirme en vocera de los políticos frente
a la “opinión pública”. Por este motivo, al cabo de varios
meses de pretender entrevistas y menospreciar la vorágine
de eventos en los cuales me encontraba inmersa, invertí la
estrategia y me dejé guiar por el campo. Entre las situa-
ciones de emergencia provocadas por focos de conflicto
barriales, y el devenir de reuniones y actos, tomaría los ele-
mentos necesarios para dar cuenta de los acontecimientos.
Una vez sumergida en estos escenarios, pude apre-
ciar cómo la práctica política quedaba expresada en una
sucesión de eventos más o menos ordinarios de la políti-
ca. El mejor ejemplo de esto fue mi experiencia de seguir
el ritmo de las reuniones que iba multiplicando el Proyecto
Uriarte, las que organizaban la actividad diaria, semanal y
mensual de todos los involucrados. Los vínculos políticos
se recreaban allí permanentemente organizando la clasifi-
cación entre las reuniones “abiertas” o públicas, “cerradas”
o privadas, “formales” o “informales”, ordinarias o extraor-
dinarias, extensas o cortas (Frederic 2000b). Las reuniones
imprimían cierto ritmo a la política, constituyéndose en
el principal instrumento de coordinación del tiempo y el
espacio. También, el lapso que mediaba entre ellas era una
fuente crucial de comprensión del proceso al ser objeto
Buenos vecinos, malos políticos • 65

de escrutinio y evaluación. Entonces abundaban preguntas


del tipo de: ¿quiénes estuvieron?, ¿quiénes hablaron?, ¿quié-
nes se saludaron?, ¿cómo lo hicieron?, etc.. Estos eventos,
estructurados en gran medida por las evaluaciones morales
que analizaremos, me permitieron incluso conectar situa-
cionalmente la escala local, nacional y trasnacional de la
política, tanto por el encuentro entre funcionarios de dis-
tinto rango, como por la invocación de acontecimientos
o discursos proferidos a escala nacional para justificar el
destino de los funcionarios considerados locales27.
Recién sobre el final del trabajo de campo conseguí rea-
lizar algunas entrevistas, que como la conversación man-
tenida con el intendente Villegas, fueron posibles por los
años previos de trabajo de campo. Por consiguiente, las
particularidades que asumió mi trabajo de campo en Uriar-
te me facilitaron un hondo conocimiento de las prácticas
–acciones y discursos–, contenidas en torno a los proyectos
políticos analizados.
Las fuentes escritas también constituyeron un recurso
valioso de este trabajo. He tomado los documentos produ-
cidos por el Estado municipal como decretos, resoluciones
y ordenanzas, así como publicaciones informativas de los
proyectos, revistas y libros, como una dimensión de la prác-
tica. Esto significó examinarlas tanto como parte de la con-
cepción nativa de la moral política, como por su inscripción
en la definición de la profesión política. Una aclaración al
margen la merecen las fuentes periodísticas gráficas, pues-
to que sólo pude disponer de los periódicos que adquirí
durante el trabajo de campo y del acceso al archivo del
de edición quincenal: Noticias de Uriarte. Lamentablemente,

27 Con un propósito semejante, las “políticas públicas” fueron sugeridas para


sortear el obstáculo, que los análisis de la antropología política orientados a
la conceptualización de sociedades de pequeña escala impusieran a una
perspectiva antropológica sobre la relación entre niveles políticos (Shore y
Wright 1997:13).
66 • Buenos vecinos, malos políticos

pese a los reiterados intentos por acceder al archivo del


principal diario local –el centenario El Pregón–, nunca se
me permitió hacerlo.
La elección de Uriarte para analizar la moralidad polí-
tica, como una relación cambiante entre división del trabajo
político y comunidad de referencia, estuvo en gran medida
condicionada por el hecho de ser la “patria chica” de quien
fuera vicepresidente de la nación primero, gobernador de la
provincia de Buenos Aires luego, y, finalmente, uno de los
más fuertes candidatos a la presidencia, durante el período
analizado. Esto lo convirtió en un sitio donde, en términos
comparativos, la intensidad de los problemas derivados de
la división del trabajo político durante el neoliberalismo
se volverían sumamente evidentes y acuciantes28. El obje-
tivo científico de este trabajo requirió, en primer término
del compromiso inicial y final con cuantos me confiaron
su palabra y me dejaron compartir situaciones con ellos,
de mantener su anonimato; en segundo lugar, suspender
el juicio sobre acontecimientos y comportamientos bajo
el precepto de que luego de comprender, nuestras evalua-
ciones preliminares – y las del lector- pudieran verse, al
menos, desafiadas.

La estructura del libro

Los capítulos que componen esta etnografía siguen un


orden cronológico, para mostrar cuáles son las combinacio-
nes de estándares de evaluación moral que persistieron en
el tiempo. Por esta razón deben tomarse como etapas cuyos
trazos dominantes no quedan agotados, sino que se recom-
ponen o debilitan dando sentido y dirección a la trama. Al

28 En el mismo período, en los municipios cercanos de Lanús y Almirante


Brown, por ejemplo, la capacidad de sus dirigentes para conservar el poder y
limitar los conflictos sucesorios en ellos, fue otra, al carecer del “síndrome
Duhalde”, que analizaremos en los siguientes capítulos.
Buenos vecinos, malos políticos • 67

fin y al cabo, veremos que las marchas y contramarchas


que asumió la profesionalización política dependieron de la
posibilidad de los agentes de sustentar imágenes de comu-
nidad de referencia históricamente significativas. En este
sentido, el capítulo I describe las transformaciones del esce-
nario nacional durante el auge neoliberal en la Argentina.
Allí, vemos cómo la evaluación moral de la crisis nacional
y la salvación menemista, dieron sentido a esas transforma-
ciones. No sólo la alteración suscitada quedó justificada con
esa evaluación moral, más próxima de la moral religiosa que
del espíritu liberal, sino que esta definió el umbral de la
política. Pero no sería la centralidad adquirida por el “mer-
cado” lo que sentaría dicha definición, sino la alteración
de la relación de los políticos peronistas con el “pueblo”
desplazado, su comunidad histórica de referencia.
El capítulo II muestra en qué medida la moralidad y
la política se conectaron a través del Proyecto de Tierras. Es
que éste fue montado para darle un sentido particular a
la diferenciación sociológica fundamental de las ciudades
argentinas, esa que existe entre villeros – los desplazados- y
vecinos –los establecidos-. El ocaso de este proyecto político
centrado en el “arraigo de los villeros” a la ciudad –eva-
luación moral entonces predominante-, fue en términos
generales posibilitado por el escenario neoliberal y un hori-
zonte de continuidad democrática capaz de prolongar inde-
finidamente el crecimiento político. Específicamente, estas
condiciones encausaron en Uriarte: el derrumbe de dicha
causa, el naufragio de la comunidad histórica de referencia
integrada por los villeros, y el nuevo emplazamiento de los
villeros en la división del trabajo político.
La política se volvió entonces un problema moral, en
respuesta a lo cual, los políticos uriartenses concibieron
el Proyecto Uriarte. El capítulo III se pregunta por las raí-
ces de esta visión nativa de la moralidad política. La res-
puesta, inscripta en el mismo Proyecto, se adivina en que
la moralización de la política dependía de la construcción
68 • Buenos vecinos, malos políticos

de un cuerpo local de elite, y de la definición tácita del


lugar reservado a los miembros de la comunidad de refe-
rencia en la política.
El capítulo IV da cuenta de las tensiones resultantes de
dicha posición de los creadores del Proyecto Uriarte frente
al problema moral de la política, expresadas en formas de
resistencia y negociación a la división instalada entre mili-
tantes políticos y militantes sociales por dicho proyecto. Iden-
tifica, en el reconocimiento el mecanismo que, a través de la
definición de la persona política – o de sus identidades-, se
erige en el núcleo de los ajustes de la división del trabajo
político, es decir de las posibilidades de crecimiento político
de los agentes en ella.
Posteriormente, el capítulo V describe el margen de
maniobra de los manejos de los dirigentes barriales para
competir por el crecimiento político, al depender del recono-
cimiento de los jefes políticos. Atrapados en el reconocimien-
to, los manejos producen un doble sistema de clasificación:
ignorantes y entendidos de la política, de un lado, y traidores y
leales al barrio, del otro. Además de expresar formas alter-
nativas de imaginar la comunidad de referencia, la doble
clasificación expresa la tensión entre profesionalización y
autogobierno en Uriarte.
La politización de la muerte de un niño, como uno de
los principales mecanismos de responsabilización de los
políticos, frente a una suerte de naufragio de la comuni-
dad histórica de referencia, es el tema del capítulo VI. La
habilidad de los dirigentes villeros desplazados para distin-
guir lo íntimo e individual, de lo colectivo y político, y
afirmar esto último, les permitió tornar responsables a los
funcionarios imponiendo su reconocimiento y, consiguiente,
crecimiento político. Sin embargo, el capítulo VII describe, ya
a finales de los años noventa, la fuerza adquirida por los
estándares morales de evaluación que niegan la comunidad
histórica de referencia. Precisamente, la judicialización de la
política producida por un caso de corrupción en el Honora-
ble Concejo Deliberante uriartense nos muestra los efectos
Buenos vecinos, malos políticos • 69

sobre el campo político, del predominio de estándares de


las relaciones individuales universales para evaluar el com-
portamiento de los políticos. En último lugar, deja ver cómo
la moralización de la política, expresada en la recuperación
del “orgullo de ser concejal”, dependió de la fugaz reconfigu-
ración de una comunidad históricamente compartida.
Definitivamente, abordar la cuestión moral de la polí-
tica conlleva una reflexión sobre la toma de posición como
antropólogos en el campo estudiado, ya no especulativa,
sino derivada de la consideración del punto de vista nativo.
La investigación en su conjunto aspira a que la puesta en
primer plano de la imbricación entre moralidad y política
puede contribuir a revisar la relación contemporánea de los
antropólogos, e incluso de los cientistas sociales en general,
con los políticos como sujetos de estudio. En la Argenti-
na, un país de esa región del mundo – América Latina-
reiteradamente identificada por sus desvíos respecto de los
principios de la democracia moderna, éste no es un asunto
menor. Sabemos de los innumerables esfuerzos que se rea-
lizan desde aquí y el exterior, para encausar la política lati-
noamericana hacia su modernización, pero bastante menos
de ciertos procesos políticos recientes que las democracias
realmente existentes – más que el autoritarismo-, han desa-
rrollado frente a problemas políticos locales inéditos.
En un sentido, con esta investigación me propongo
detener, lo que considero la inercia que provoca la negación
de la etnomoralidad política29. Ese problema señalado agu-
damente por Pierre Bourdieu, por el cual la perspectiva de
investigación queda atrapada por un punto de vista que,
más que regirse por la lógica de la práctica, transfiere al
objeto su relación con él (Bourdieu 1977:96)30. A mi enten-
der, aferrarnos, por ejemplo, a categorías como “corrup-
ción”, “clientelismo” o “nepotismo” sin dar cuenta de los

29 Agradezco a Antonius Robben la sugerencia de esta categoría.


30 Para una extensa reflexión sobre el problema de la objetivación en la investi-
gación social y la crítica a la fenomenología véase Pierre Bourdieu (1990b).
70 • Buenos vecinos, malos políticos

efectos que las evaluaciones morales que las contienen pro-


vocan en el campo político estudiado, o del sentido moral
de la política para los involucrados, nos pone en riesgo
de reproducir las particiones ya existentes – como la que
este libro lleva por título-. Por consiguiente, para tomar
seriamente en cuenta nuestra relación con los políticos y su
influencia sobre la perspectiva trazada, sugiero, a instancias
de este trabajo, reconsiderar nuestras creencias en torno de
cómo inciden nuestras conclusiones en el universo estu-
diado31. Para ello, vale como ejemplo el contraste con las
creencias sostenidas por la “antropología social” argentina
de los años ’70, cuya producción de conocimiento estu-
viera guiada por un férreo compromiso militante con una
nación justa e igualitaria (Guber 2002:8); por cierto, una
cierta posición sobre la relación entre campo científico y
político32. Es una reflexión sobre el modo como pensamos
dicha incidencia, lo que orientará según creo, la contribu-
ción específica de los antropólogos sociales nativos – estu-
dioso de nuestra sociedad- al mundo que nos contiene.
Posiblemente la distancia generacional, el desapasiona-
miento político propio de la época de auge neoliberal en
la Argentina, y el análisis procesual, hayan contribuido a
que buscara un sentido despojado del compromiso mili-
tante entre ciencia y política. Tampoco quiero decir que

31 Gavin Smith (1999) discute esta cuestión desde el punto de vista de las imá-
genes de sociedad e individuo que sostienen el compromiso antropológico,
antes que desde las consecuencias que los antropólogos creen posee su
conocimiento sobre el mundo estudiado. El autor analiza la relación entre la
concepción de la sociedad y el individuo, y el compromiso asumido por los
cientistas sociales. Por esta razón se interesa en el modo por el cual las per-
sonas asocian sus experiencias personales con las colectividades relevantes
en las que se encuentran implicadas y al mismo tiempo se diferencian de
esas colectividades específicas (1999:35).
32 En los años ’80 pasaría a ser un símbolo político del exilio, la tortura y la
represión (Guber 2002:11), y yo agregaría también en los años ’90. Es decir
sustituyó el valor militante de la producción científica por su valor testimo-
nial. Si bien la producción intelectual fue más significativa en el primer
período que en el segundo, subyace a ambas cierta indiferenciación del cam-
po científico y el político.
Buenos vecinos, malos políticos • 71

la forma particular que asumió nuestro distanciamiento es


una renuncia a la responsabilidad por las consecuencias de
lo dicho aquí, al compromiso (Elias 1998a:167). Todo lo
contrario, exige considerar que en esta fase de la globaliza-
ción en que la diferenciación entre el mundo académico y
el mundo político se reduce (Knight 1992:248), y que hacer
antropología nativa también acorta la distancia que existe
entre los sujetos estudiados y los lectores; es necesario tener
en cuenta aquello que conceptualmente distingue la pro-
ducción en ciencias sociales de la actividad política. Esos
dos acercamientos y la responsabilidad en cuestión aumen-
tan la necesidad de evitar, por lo pronto, tanto la encripta-
ción como la ambigüedad del conocimiento producido.
Si como argumenta Norbert Elias (1998a:171), el cono-
cimiento científico aumenta el control sobre el curso de los
acontecimientos, espero entonces que la comprensión de la
maquinaria que cava el abismo entre políticos y vecinos, o
entre los políticos y nosotros, contribuya a fundar las bases de
una relación menos propensa a la indiferencia, la apatía y la
perturbación del sentido de la responsabilidad política.
1

Crisis y salvación

Las reformas de los noventa en la Argentina

A comienzos del siglo xxi, hablar de los noventa se volvió una


referencia común para los analistas de la Argentina (Novaro
1999:13), y un modo de organizar significativamente los
acontecimientos que se sucedieron entre 1989 y el 20011.
Los noventa se abren en este país con la percepción generali-
zada de una crisis y un acelerado proceso de transformacio-
nes. Caracterizaron el período, la crisis hiperinflacionaria
de 1989 y un amplio programa de reformas de orientación
neoliberal, llevadas adelante por el presidente Menem para
enfrentarla (Martuccelli y Svampa 1997; Palermo y Novaro
1996; McGuire 1997). Frente a la amenaza de continuidad
de la crisis, como una sanción que padecían todos los argen-
tinos, la retórica de Menem desplegó una evaluación que

1 El 19 y 20 de diciembre del 2002, tras más de cuatro años de recesión econó-


mica, altos índices de desempleo y la confiscación de los depósitos de miles
de ahorristas por los bancos, una manifestación multitudinaria de repudio
en la Plaza de Mayo provocó la renuncia del presidente De la Rúa, quien
sucediera a Menem tras diez años de gobierno. Un gobierno de coalición
formado por el radicalismo y el Frepaso dejaba el poder acosado por miles
de manifestantes, saqueos generalizados y una violenta represión. Entre el
20 de diciembre y el 1 de enero se sucedieron tres presidentes hasta que, en
esta última fecha, la Asamblea Constituyente Parlamentaria designó a
Duhalde como presidente provisional hasta la finalización del mandato del
presidente renunciante en diciembre de 2003. Finalmente, adelantaría las
elecciones al 27 de abril y dejaría el cargo el 25 de mayo del 2003. Duhalde
había sido el candidato peronista derrotado por De la Rúa en las elecciones
de 1999.

73
74 • Buenos vecinos, malos políticos

justificaría moralmente reformas abruptas de: la economía,


la política, el Partido Peronista y la sociedad2. Sin reformas
neoliberales, como las que él aplicaría, no habría salvación
posible, el mal no se detendría, seguiría implacablemente
acechando a la Argentina. Si bien hubo manifestaciones
de resistencia a sus reformas, el desacuerdo fue práctica-
mente incapaz de convertirse, durante el período, en una
fuerza de oposición político-electoral. La aquiescencia y la
ausencia de alternativas políticas, se convirtieron entonces,
en una de las principales preocupaciones de los analistas
(McGuire 1997; Palermo y Novaro 1996; Levistky 2001).
Una vez que el Plan de Convertibilidad – el plan de estabi-
lización monetaria- detuvo los efectos del mal –la inflación
y la devaluación de la moneda–, aquella justificación moral
encarnó en la realidad arraigando conceptos propios del
neoliberalismo, tales como: el “achicamiento del Estado”;
o la idea de que el bien común es el resultado de la com-
petencia en la búsqueda del interés privado, más que una
definición pública e histórica patrimonio del Estado. A par-
tir de entonces los reacomodamientos del campo político
fueron tan acuciantes como esquivos a su comprensión, ¿de
qué manera quedaría sitiada la política en la Argentina?,
¿cuáles serían los hitos de su resignificación?, son algunas
de las preguntas claves para comprender el campo político
durante el período.
Ofreceré en este capítulo un panorama de las reformas
y transformaciones ocurridas durante los noventa en la
Argentina, porque han sido escenario de la compleja inter-
sección entre política y moralidad en la ciudad de Uriarte.

2 Sigo aquí la perspectiva de Federico Neiburg (1998) quien ha enfatizado la


recurrente apelación a la crisis argentina de los intelectuales, como una for-
ma de reproducir versiones del mito nacional. El autor ha puesto de relieve
cómo los intelectuales evocaban ese mito para construir su propio lugar en
un universo social, de la misma forma que los profetas de la antigüedad
(Neiburg 1998:51n3). Teniendo este proceso en cuenta destaco aquí el modo
en que la apelación a la crisis, ya no de los intelectuales, sino de los políticos,
se volvió un razonamiento moral capaz de justificar drásticas y profundas
reformas durante los noventa.
Buenos vecinos, malos políticos • 75

Los eventos que describiré en los próximos capítulos suce-


den entre personas que tratan de darle sentido a “la política”,
en un escenario de rápidas transformaciones y renovación
de las justificaciones de esas transformaciones. Con el pro-
pósito de dar cuenta de los principales condicionantes de
aquella búsqueda de sentido y orientación, describiré prin-
cipalmente las transformaciones del campo político.
Las reformas inducidas por el gobierno del presidente
peronista Carlos Menem (1989-1999) alcanzaron significa-
tivamente al intendente, los concejales, funcionarios, diri-
gentes políticos, militantes, villeros y vecinos de Uriarte en
tres órdenes: el institucional, el partidario y el personal.
En el orden institucional porque el municipio es un nivel
subordinado de gobierno, en el partidario porque ambos
gobiernos pertenecían al Partido Peronista. Pero sería en
el orden de las relaciones personales donde las transfor-
maciones producidas desde el orden nacional se hacían
localmente ineludibles. Eduardo Duhalde, principal político
peronista de Uriarte, formaría parte, como vicepresidente
de Menem entre 1989 y 1991, del programa de reformas
políticas y económicas más profundo de las últimas déca-
das. Posteriormente le daría su apoyo como gobernador de
la provincia de Buenos Aires, hasta que se inició la compe-
tencia por la sucesión presidencial entre ambos de cara a
las elecciones de 19993. Duhalde sería finalmente el sucesor
oficial por el peronismo aunque acabó derrotado por la
coalición opositora en octubre del ‘99.

3 El conflicto entre Menem y Duhalde se desató cuando comenzó una discu-


sión sobre la interpretación de la última reforma constitucional provocada
por la versión del primero, según la cual, podría ser reelegido por segunda
vez. Finalmente primó la versión opuesta, la que inhabilitaba a Menem. No
obstante, esa cuestión sucesoria produciría una profunda y persistente riva-
lidad entre los principales dirigentes peronistas, la cual incluso signó la defi-
nición de las elecciones generales del 2003.
76 • Buenos vecinos, malos políticos

Dramatización de la crisis y reformas neoliberales

Como la mayoría de los comerciantes de las ciudades del


Gran Buenos Aires y del interior del país, Moira, la propie-
taria de un comercio de lencería de Uriarte, había concu-
rrido ese día a trabajar a su negocio. La información de la
radio y los rumores que circulaban en el centro comercial
de la ciudad la obligaron a tomar la decisión de cerrar el
local. Buscó algunos materiales y pidió a un amigo que la
ayudara a tapar la vidriera. Dispuesto a ayudarla, su ami-
go, un joven estudiante universitario bastante ajeno a los
miedos de Moira, intentó tranquilizarla relativizando los
rumores, mientras ella demostraba su temor repitiendo:
“los villeros vienen por la Avenida Roca, hace una hora
pasaron por Lanús… ya saquearon allá y vienen para el
centro de Uriarte”. Los acontecimientos de mayo de 1989
contribuían a la verosimilitud del relato: los saqueos que se
habían producido por esas horas en Buenos Aires y algu-
nas ciudades del interior del país, su difusión permanente
por los medios masivos de comunicación, la incertidumbre
generalizada de los aumentos incesantes de los precios y
del dólar, y la desesperación de los comerciantes comple-
tamente indefensos. Aunque no se produjeron saqueos en
la ciudad de Uriarte, su verosimilitud quebraría aquí, como
en otras ciudades4, los límites sociales y espaciales entre los
villeros y las clases medias, de la ciudad. Los villeros, habi-
tualmente relegados al espacio de la villa, se convirtieron en
reales y potenciales: invasores y saqueadores, de comercios
y supermercados. Esta transposición espacial de los sectores

4 El trabajo de Mauricio Boivin y Ana Rosato (1998) inspirado en la Teoría de


la Práctica de Bourdieu descubre, en la “solidaridad” despertada por la crisis
de hiperinflación –una forma de la reciprocidad–, la estructura de las prác-
ticas de dominación amenazadas por los saqueos en una ciudad de la pro-
vincia mesopotámica de Entre Ríos.
Buenos vecinos, malos políticos • 77

sociales completamente extraordinaria potenció la perple-


jidad, la incertidumbre y el miedo de la población frente a
la dificultad de sostener las prácticas cotidianas.
En medio de este clima adverso, el presidente Alfonsín
culminaba estrepitosamente su gobierno. Había asumido en
1983 el liderazgo de la transición democrática lidiando en
diversos frentes y con grados de éxito muy dispares con los
problemas relativos a la “reinstauración de la democracia”
en la Argentina. Estos problemas se referían principalmente
a: la cuestión militar y el terrorismo de Estado, la crisis de
la deuda externa, la cultura política autoritaria y la inflación
(Tedesco 1999). Entre ellos este último acabó siendo el pro-
blema más difícil de enfrentar. Una sucesión de planes eco-
nómicos destinados a la estabilización monetaria como el
Plan Austral (1987) y el Plan Primavera (1988), habían fra-
casado (Haggard y Kaufman 1995:196). Finalmente la crisis
hiperinflacionaria, interpretada también como golpe eco-
nómico o de mercado (Sidicaro 2001:77), los saqueos con
14 muertos y 80 heridos5, obligaron al Presidente Alfonsín
a entregar anticipadamente el mando el 8 de julio de 1989,
cinco meses antes de la fecha constitucionalmente prevista.
Los argentinos, acostumbrados por décadas a un índice
inflacionario que rondaba el 20%, se vieron superados en su
capacidad de anticipación y generación de estrategias para
hacer frente a índices que llegaron a 78,5% en mayo, 114,5%
en junio y 196% en julio de 1989. Sobre todo durante este
año, el valor del dólar crecía velozmente y, con él, ascen-
dían diariamente los precios al consumidor. Este hecho y
el consiguiente deterioro de los salarios quebraron la certi-
dumbre de la población de ingresos bajos y medios, quienes
destinaban el mayor porcentaje de sus salarios a la adqui-
sición de alimentos.

5 Los saqueos se produjeron entre el 25 de mayo y el 1 de junio de 1989 (Aboy


Carles 2001:253, 253 n.).
78 • Buenos vecinos, malos políticos

Pero a pesar del desarreglo institucional que produjo la


crisis, prevaleció la idea de una salida políticamente ordena-
da: el sistema democrático había dado una respuesta insti-
tucional sin paréntesis alguno, garantizando la continuidad
del régimen. Las elecciones nacionales efectuadas el 14 de
mayo de 1989 en plena escalada hiperinflacionaria habían
dado como fórmula triunfadora al Partido Peronista inte-
grada por Carlos Menem, gobernador de la provincia de La
Rioja y Eduardo Duhalde, primero intendente de Uriarte
(1983-1985) y luego diputado nacional por la provincia de
Buenos Aires (1985-1989).
Esta vez, el drama principal de la sociedad argentina
no sería el retorno a la violencia política y el autoritarismo
de los gobiernos de facto, como había sucedido durante el
gobierno del presidente Alfonsín, sino la amenaza cons-
tante de un retorno a la imprevisibilidad de la pérdida
acelerada del valor del dinero. La incapacidad de adminis-
trar ingresos que se degradaban sustancialmente minuto a
minuto había convertido la situación en una de gran dra-
matismo, de quiebre en la percepción de las certezas tem-
porales y espaciales (Aboy Carlés 2001:165).
Que los acontecimientos vividos durante el año 1989
se instalaran en la vida política argentina como un fenó-
meno dramáticamente extraordinario es inseparable de los
esfuerzos retóricos del presidente Menem por dramatizar
la crisis,

“Porque cada uno de los argentinos conoce perfectamente


hasta dónde ha llegado esta crisis, que todo lo derrota y
que todo lo destruye. Porque toda la ciudadanía sabe que no
miento, si afirmo que estamos viviendo una crisis dolorosa
y larga. La peor. La más profunda. La más terminal. La más
terrible de todas las crisis de las cuales tengamos memoria.
Por eso no les vengo a hablar de tiempos perdidos. Los vengo
a convocar para el nacimiento de un nuevo tiempo. De una
nueva oportunidad. Tal vez la última… El país más hermoso
es el que todavía no construimos; el más glorioso es el que
Buenos vecinos, malos políticos • 79

todavía no amaneció… Es la hora de eliminar lo caduco y


dar la bienvenida a lo que nace” (discurso de asunción del
presidente Menem, el 8 de julio de 1989).

Durante sus años de gobierno agitaría regularmente el


fantasma de la hiperinflación, de la crisis y del “estallido
social”, para reafirmar como única salvación nacional sus
reformas neoliberales (Aboy Carlés 2001:197; Palermo
1999:200). Estaba claro que la democracia había dado una
respuesta institucional satisfactoria, permitiendo el tras-
paso del mando de diciembre a julio de 1989, pero no
había conseguido devolver la certidumbre y previsibilidad
de los acontecimientos a la población. El restablecimiento
del orden económico y, fundamentalmente, de la separa-
ción espacial de la población potencialmente saqueadora
y saqueada, fueron un mérito de Menem. La democracia
por sí sola no había podido evitar la crisis y el caos eco-
nómico, era Menem quien podría alcanzar el camino de
la salvación, mientras identificaba como origen de la crisis
la política intervencionista del Estado (Palermo y Novaro
1996:115-116; Lo Vuolo y Barbeito 1992:13). Su evaluación
moral provocaría un reacomodamiento de los límites socia-
les y políticos, la salvación para los argentinos.
La política del Estado quedó progresivamente despres-
tigiada en los años noventa. Bajo el imperio del liderazgo
personalista de Menem (McGuire 1997:231), se imponía
una fe ciega en el poder y la racionalidad del mercado;
una convicción arraigada por el miedo, la desesperación
y la desesperanza. La retórica del gobierno del presidente
Menem, sostenida por una evaluación moral que dramati-
zaba la experiencia de los acontecimientos, enarbolaría las
banderas de un Estado mínimo, no intervencionista y una
economía de mercado, como la única forma de acabar con
la crisis. Ubicado en la política nacional como el vence-
dor de la crisis hiperinflacionaria (Aboy Carlés 2001:166;
Palermo y Novaro 1996:235; McGuire 1997: 216; Torre
1999: 43), a Menem le fue posible justificar el viraje que
80 • Buenos vecinos, malos políticos

tuvo su gobierno, durante los noventa, respecto de los ejes de


la campaña electoral de 1989 y de las bases programáticas
tradicionales del Partido Peronista, según las cuales la inter-
vención social y económica del Estado eran un componente
esencial de la política económica.
En suma, si bien la crisis era económica y social, con
hiperinflación y estallidos sociales producidos por la pulveriza-
ción de los ingresos, “la política” acabó ocupando el centro
de la escena. Como veremos en las próximas secciones esta
vez el problema no era la “falta de política”, como durante
la transición democrática desde el último gobierno de fac-
to (1976-1983), cuando la actividad política fue prohibida,
sino un “exceso de política” en la vida económica (Sidica-
ro 2001:67; Cavarozzi 2002:81). Las reformas neoliberales
de Menem atacarían el corazón de las políticas de inter-
vención del Estado consolidadas en su mayoría durante el
primer gobierno de Perón en 1945 (McGuire 1997:216;
Martuccelli y Svampa 1997:41; Levitsky 2001:27). Así el
“giro” de Menem (Palermo y Novaro 1996:214; Levitsky
1997:28; Sidicaro 2001:56) desafió: las concepciones que
habían dominado el pensamiento político y económico
argentino del último medio siglo, las clasificaciones sociales
y políticas existentes hasta entonces y, fundamentalmente,
las prácticas que sustentaban esas concepciones.

Peronismo, menemismo y democratización

El menemismo se conformó durante los noventa como una


versión del peronismo capaz de revertir la debacle interna
producida por la derrota electoral de 1983, en un escena-
rio democrático. Más allá de las discusiones y evaluaciones
académicas sobre el carácter democrático del gobierno de
Menem (O’Donnell 1991; McGuire 1997; Palermo y Nova-
ro 1996), cabe destacar su trayectoria y posición al respecto.
Menem había acompañado el proceso de “democratización
Buenos vecinos, malos políticos • 81

del peronismo” iniciado en 1985, liderado por el dirigente


de la provincia de Buenos Aires Antonio Cafiero, conver-
tido luego en gobernador provincial entre 1987 y 1991. La
Renovación Peronista, como se denominaba a esta facción,
se había propuesto convertir al Movimiento Peronista en
un partido democrático (Palermo y Novaro 1996:196; Aboy
Carlés 2001:283; McGuire 1997: 21). Este propósito no
sería compartido por todos los peronistas. Los Ortodoxos,
declarados detractores de la Renovación, junto a grupos de
izquierda peronista como Montoneros, conformarían una
oposición fundada en el temor a la pérdida de identidad
peronista, por la semejanza de la Renovación con la facción
alfonsinista del Partido Radical.
En las elecciones peronistas internas para la elección
del candidato presidencial de 1989, Menem le ganaría al
líder de la Renovación, contando como aliados a los opo-
sitores de esta facción. Su versión de la “democratización”
del peronismo consistía en “terminar con las viejas antino-
mias” que hacían que todo no-miembro del peronismo fue-
ra considerado un “antiperonista”. Así durante sus primeros
años de gobierno sus discursos, tanto como sus alianzas
políticas con los antiguos antiperonistas, estaban orienta-
dos a la “reconciliación” es decir a la disolución de esas
antinomias que le impedían afirmar un gobierno de “unidad
nacional”. Uno de los recursos utilizados por Menem fue
el de resignificar la historia argentina juntando personajes
que representaban referentes de genealogías completamen-
te opuestas6, incluso del enfrentamiento entre peronistas
y antiperonistas:

“Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y de


Sarmiento, de Mitre y de Facundo, de Ángel Vicente Peñaloza
y Juan Bautista Alberdi, de Pellegrini y de Irigoyen, de Perón
y Balbín. Yo quiero ser el presidente de un reencuentro, en

6 Para un análisis exhaustivo de la política de la memoria, las prácticas de his-


torización y la construcción genealógica en la Argentina véase Rosana
Guber (1996; 2001) y Sergio Visacovsky (2002).
82 • Buenos vecinos, malos políticos

lugar de transformarme en líder de una nueva división entre


hermanos. De ahí que haya asumido la firme convicción de
convocar a hombres del más variado pensamiento nacional,
para integrar mi gobierno. Porque creemos que la Nación se
afirma sobre una identidad común. Y porque estamos con-
vencidos de que ha llegado el momento de construir sobre
nuestras coincidencias, en lugar de destruir sobre nuestras
discrepancias” (discurso del presidente Menem, 8 de julio
de 1989).

Otro de los recursos fue su rechazo al tradicional


enfrentamiento entre la denominada oligarquía argentina,
ligada a la producción agrícola-ganadera, orientada al mer-
cado externo y de tradición “antiperonista”, y los trabajado-
res e industriales urbanos, atraídos por la política peronista
de crecimiento orientada al mercado interno:

“Señalé que debíamos abandonar para siempre la perversa


antinomia campo versus ciudad, para integrar a estos seg-
mentos productivos en un proceso fecundo y clave… noso-
tros no sostenemos aquella doctrina que indica que la patria
termina en la persiana de una fábrica industrial” (discurso del
presidente Menem en la ceremonia del 135 aniversario de la
Bolsa de Cereales, 24 de octubre de 1989).

Entonces, la “democratización del peronismo”, tal


como la entendería Menem, significaba la disolución de la
intolerancia producida por las “viejas antinomias políticas”,
que como veremos conduciría a una suerte de homoge-
neización política. La compatibilidad del peronismo con
un programa económico neoliberal y con sus fundamen-
tos programáticos, se hizo gracias a la confluencia de
dichos sectores. Según señalan Palermo y Novaro el cos-
to de la desactivación del antagonismo populista peronista
pueblo-oligarquía fue de “una fuerte despolitización” fren-
te a la pérdida de legitimidad de la revolución peronista
(1996:390-391). Desde esta visión Menem habría podido
completar este proceso de desactivación populista del pero-
nismo, sustituyendo la identidad por alteridad, por una
Buenos vecinos, malos políticos • 83

identidad por escenificación superficial y entorno al líder


(Palermo y Novaro 1996:393). En cambio McGuire (1997),
al intentar determinar los avances del peronismo de Menem
en el proceso de institucionalización democrática, no presta
ninguna atención a la disolución de los antagonismos, sino
al funcionamiento de los mecanismos que legitiman el dere-
cho del adversario de competir por el poder. Su argumento
principal es que durante el menemismo el peronismo retro-
cedió en el proceso de convertirse de movimiento en par-
tido democrático, al anular la competencia de adversarios
(McGuire 1997: 217). El debate sobre el fenómeno pivo-
tea en los factores que inhibieron la democratización del
peronismo y, según se desprende de estas interpretaciones,
obedeció menos al componente populista –desdibujado en
los noventa- que al rechazo al derecho a la competencia
política de los opositores. Según se advierte, a ello se agre-
ga el hecho que no habiendo enemigos, ni adversarios, ni
opositores, como sucediera en el período, se produjera un
trastrocamiento de la comunidad política, rasgo clave de
los noventa.
Sorprendentemente, al tiempo que anulaba la oposi-
ción política durante este período, Menem imponía refor-
mas que desterraban la política de intervención social del
Estado consagradas por el peronismo de los años cuaren-
ta en la Argentina. La política de intervención social del
Estado en su etapa populista había crecido al abrigo de
las primeras presidencias del general Perón (Lo Vuolo y
Barbeito 1992:59 n19). Estaba basada en la centralidad del
Estado, como agente de regulación de la actividad econó-
mica en el proceso de industrialización por substitución de
importaciones y como agente empresario: “El Estado era el
centro de las transferencias intersectoriales y del sosteni-
miento de la demanda con su gasto, asumiendo además la
producción directa de insumos estratégicos, de algunos bie-
nes de capital y la construcción de infraestructura básica”
(Lo Vuolo y Barbeito 1992:60). Durante su primer gobierno,
Perón nacionalizó los ferrocarriles hasta entonces en manos
84 • Buenos vecinos, malos políticos

de capitales ingleses, y promovió la estatización de empre-


sas de producción de insumos básicos como el acero. El
peronismo estaba fuertemente identificado en la imagina-
ción política con la regulación estatal de la economía, con
políticas de redistribución del ingreso y de asignación de
derechos laborales que dieron gran poder al sindicalismo
dentro del Movimiento Peronista7.
Hasta la campaña electoral que lo llevaría a la presiden-
cia, Menem sostuvo su adhesión a las bases programáticas
del peronismo bajó el lema “síganme no los voy a defrau-
dar”. Sus promesas de “revolución productiva” y “salaria-
zo”, evocaban la política “intervencionista” del Estado, la
reindustrialización del país como en los tiempos de Perón,
y el aumento de los ingresos de los trabajadores. Pero al
asumir la presidencia el contenido concreto de la política
económica de sus próximos diez años de gobierno causó
gran estupor, desconcierto e incluso indignación. Si bien, en
forma discontinua, intermitente e inorgánica, sus palabras
y sus actos fueron leídos como una “traición” al pueblo y al
peronismo, esta interpretación no consiguió dividir al pero-
nismo, ni producir organización alguna en su contra, más
que la de la prensa (Martuccelli y Svampa 1997:48). El pre-
sidente Menem lograría la confianza de Bunge y Born, uno
de los grupos económicos más poderosos de la Argentina.
Esta empresa, una de las más importantes de la Argentina
era un símbolo del antiperonismo luego que Montoneros,
una facción guerrillera del peronismo, secuestrara en los ’70
a Jorge y Juan Born, dos de sus dueños. El grupo Bunge y
Born le proveería a Menem de sus dos primeros ministros
de Economía, hasta el arribo a su gobierno del autor del
Plan de Convertibilidad, el economista Domingo Cavallo.
También conseguiría la alianza de reconocidos partidarios
del liberalismo económico y de la apertura de la economía
al mercado externo, como Álvaro Alsogaray.

7 Para un análisis de la relación entre el sindicalismo y el Movimiento Pero-


nista véase Torre (1990) y James (1990).
Buenos vecinos, malos políticos • 85

Para decepcionados con el menemismo e interesados


en la desaparición del populismo, el “giro” se convirtió en
un presagio de la pronta desaparición del peronismo. Sin
embargo los sucesivos triunfos electorales de 1991, 1993 y
la reelección presidencial de Menem en 1995, llevaron a un
examen más profundo, sobre todo entre los analistas polí-
ticos, de las bases de su continuidad. Varios interrogantes
capturaron la atención, desde la pregunta por la contribu-
ción del gobierno menemista a la democratización en la
Argentina (O’Donnell 1991; McGuire 1997) o cómo con-
siguió Menem sostener su legitimidad habiendo horadado,
con sus medidas económicas liberales, las bases sociales e
ideológicas que le dieran sustento al peronismo (Palermo
y Novaro 1996:131; Aboy Carlés 2001:308); pasando por
cómo la organización barrial había contribuido a la “adap-
tación del peronismo al giro a la derecha” del gobierno
de Menem (Levistky 2001:39; Auyero 2001:202); e incluso
cuáles eran las bases de la coexistencia entre lealtad elec-
toral y erosión de la “estructura del sentir” del peronismo
(Martuccelli y Svampa 1997:13). Algunos de estos traba-
jos se concentrarían en enfatizar las continuidades entre
peronismo y menemismo (McGuire 1997; Levitsky 2001), y
otros enfatizarían las discontinuidades en el sentido de ilu-
minar la desaparición de la identidad peronista (Martuccelli
y Svampa 1997; Palermo y Novaro 1996).
En cualquier caso, poca atención se ha prestado a la
reconfiguración de los clivajes sociales y políticos produ-
cidos por la operación simbólica menemista, excepto en
términos negativos como: “crisis de identidades sociales”,
“vaciamiento ideológico”, “desafección política” (Martucce-
lli y Svampa 1997:18, 44, 48). Es este vacío en la investiga-
ción sobre la cuestión que me interesa ocupar, cambiando
el foco hacia las transfiguraciones de la comunidad de refe-
rencia y pertenencia política que habilitaran las evaluacio-
nes morales impuestas por el menemismo.
86 • Buenos vecinos, malos políticos

Fue realmente sugestivo que el esfuerzo por subrayar


las diferencias del menemismo con el peronismo podía
encontrar a quienes estaban, hasta entonces, política e ideo-
lógicamente distanciados, y provocar, tanto el apoyo como
el rechazo a Menem. Quiero decir que el mismo razona-
miento podía llevar a un peronista a oponerse a Menem,
acentuando las diferencias que lo separaban del peronismo
del ’45, hasta decidir abandonar las filas del peronismo; en
tanto podía llevar a un antiperonista partidario del libera-
lismo y del mercado a usar esas diferencias para apoyar a
Menem. De este modo, la figura de Menem, sus discursos
y gestos, conseguirían licuar las viejas antinomias sociales y
políticas producidas en torno del peronismo, conciliando lo
hasta ese entonces irreconciliable. Liberales y populistas se
reencontrarían en el menemismo. Al paso que Menem rom-
pía, con sus discursos y sus prácticas, la asociación entre
peronismo y populismo (Aboy Carlés 2001:261) convirtien-
do al peronismo en un movimiento liberal, expulsaba a sus
márgenes la antigua aspiración a una sociedad con menores
distancias sociales (Aboy Carlés 2001:305).
Al intentar unir aquello que había sido históricamente
impensable y por eso imposible, Menem se convirtió en
un gran disruptor, un productor de escándalos. Estos no
comenzaron siendo escándalos por corrupción, los que
como veremos en el capítulo VII se precipitaron a fines de
1996, sino escándalos producidos por gestos y prácticas que
atentaban contra los principios de visión y división de la
política en la Argentina. Por ejemplo, abrazar al almirante
Rojas, aquel que había simbolizado al antiperonismo desde
su derrocamiento en 1955, o elegir el 17 de octubre para
la firma de la reglamentación del derecho de huelga que
cercenaba “conquistas históricas” del peronismo (Palermo
y Novaro 1996: 141).
Estos actos no eran pasajeros, sino reevaluaciones
morales de las divisiones políticas que, al desafiar los límites
entre los buenos y los malos, introducían una gran perple-
jidad. Pero el hecho de que al mismo tiempo que sucedía
Buenos vecinos, malos políticos • 87

aquello, el menemismo renunciaba a una sociedad con


menos desigualdades sociales, las consecuencias morales de
este proceso no sólo se multiplicaban sino también se vol-
vían paradójicas. La licuación de las “viejas antinomias”, un
hecho moral en el sentido que negaba los enfrentamientos
políticos, dejaba paso subrepticiamente a clivajes sociales y
políticos que homogeneizaban a la sociedad argentina pero
ocultando las desigualdades. Tal como veremos sucedería
con la aplicación de la categoría de vecino.
Menem hizo plausibles estas transformaciones, apelan-
do convincentemente a la dramatización de la crisis vivida
y a la imperiosa necesidad de alejarse de ella. El camino
trazado por su gobierno no tenía alternativas ni desvíos, era
único y, ciertamente, los acontecimientos internacionales
de finales de los ’80 también le sirvieron para reforzar la
unidimensionalidad del pensamiento político: la caída del
Muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y
el proceso de globalización, contribuyeron a reafirmar la
dirección del gobierno de Menem (McGuire 1997:216). El
cambio radical del contexto mundial le exigía adaptar al
peronismo a las nuevas circunstancias y con él, al campo
político argentino. Perón hubiera hecho lo mismo, afirmaba
Menem en tanto acusaba a sus detractores y críticos de
dentro del peronismo de “haberse quedado en el 45”, en
los orígenes del movimiento8. En suma el peronismo de
los noventa era el menemismo, no había otro sitio para un
peronista. Los que abandonaron sus filas renunciarían a
llamarse peronistas y los que se quedaron en los distintos
ámbitos de la política confirmarían la fuerza retórica de

8 En las efemérides peronistas el 17 de octubre de 1945 se recuerda como el


origen del Movimiento. Esta fecha señala el momento en el cual el pueblo se
movilizó a la Plaza de Mayo y consiguió la liberación de Perón, preso por el
entonces gobierno militar. Meses después se llamó a elecciones y Perón fue
elegido presidente de la nación por primera vez. Para un debate sobre el 17
de octubre de 1945 véase la compilación de Juan Carlos Torre (1995).
88 • Buenos vecinos, malos políticos

sus palabras aunque buscaran en este complejo escenario, y


como mostraré en los siguientes capítulos, encontrar algún
sentido moral a “la política” y al “ser peronista”.

Los que se quedaron y los que se fueron

El presidente Menem abrió la economía al mercado


externo, inició la privatización de las empresas públicas de:
aeronavegación, ferrocarriles, telecomunicaciones, energía
eléctrica, gas y petróleo; desreguló el mercado de traba-
jo; privatizó el sistema jubilatorio, en la dirección con-
traria a la que Perón sentó en sus primeros gobiernos, y
sin discusión partidaria alguna (Sidicaro 2001:56; McGuire
1997:216; Palermo y Novaro 1997:221). Sólo un grupo de
ocho jóvenes diputados del peronismo se atrevió a solicitar
un diálogo más fluido entre las fuerzas peronistas, demandó
primero el “derecho a disentir” (McGuire 1997:249) y luego
rompió filas, no sin antes recibir la acusación de “traidores”
por quienes eligieron quedarse en el peronismo. Encabeza-
do por Carlos “Chacho” Álvarez, el denominado Grupo de
los Ocho, se fue oficialmente del partido luego del indulto
de Menem a los militares juzgados durante el gobierno de
Alfonsín por violaciones a los derechos humanos cometidas
durante la última dictadura militar (1976-1983). Primero
se unirían al Frente Grande y luego, para enfrentar en las
elecciones de 1995 a Menem y a un Partido Radical debili-
tado por la firma del denominado Pacto de Olivos, forma-
rían el Frente País Solidario. Su oposición a la corrupción
y al desempleo generado por las reformas neoliberales le
permitió alcanzar entonces el segundo lugar. Este frente
finalmente se uniría al radicalismo en 1998, con la fórmula
De La Rúa-Chacho Álvarez, imponiéndose en las elecciones
Buenos vecinos, malos políticos • 89

del ’99 al candidato del Partido Peronista9, ex vicepresiden-


te de Menem y gobernador de la provincia más rica de la
Argentina, el doctor Eduardo Duhalde.
Chacho Álvarez y sus seguidores ya no se reconocerían
como peronistas. El desprecio que ganarían entre “los que
se quedaron” tampoco tendría retorno. Después que deci-
dieran aliarse al Partido Radical, el tradicional partido opo-
sitor al peronismo, su “traición” al peronismo sería imper-
donable. Porque no eran traidores quienes al dejar el pero-
nismo también dejaban la política, es decir quienes decidían
retirarse definitivamente de la arena política, sino quienes
decidían desafiar la política peronista de Menem desde otra
fuerza partidaria. La fuerte sanción que pesaba sobre los
traidores intentaba, de algún modo, evitar la fuga hacia las
filas de Álvarez. Posiblemente durante estos años el número
de disidentes de “la política” haya sido también significativo,
pero poco se ha indagado sobre las condiciones, motivacio-
nes y trayectorias de éstos.
Si el presidente de la transición Raúl Alfonsín había
limitado la categoría de enemigo político10 sólo a los enemi-
gos de la vida y de la democracia, sustituyéndola por la de
adversario, Menem intentaría anular a adversarios y opo-
sitores, mediante la unidad de los contrarios, populistas y
liberales. La operación simbólica de Alfonsín fue la condi-
ción de la de Menem. Dicho de otro modo si con Alfonsín,
al interior del campo político no había lugar para enemigos

9 Carlos “Chacho” Álvarez se convirtió en vicepresidente de Fernando De la


Rúa. El supuesto pago de soborno a los senadores nacionales para la aproba-
ción de la reforma laboral y su incapacidad de conseguir el apoyo presiden-
cial para realizar la investigación judicial, lo llevó a renunciar a su cargo en
octubre del 2000, esto es, un año antes de la renuncia del presidente De la
Rúa y diez meses después del triunfo de la coalición que llevara a ambos al
gobierno nacional.
10 Para un análisis de la construcción cultural del enemigo político y la lógica
de bandos contrapuestos hasta la denominada guerra sucia en la Argentina
(1976-1983) véase Antonius Robben (2002).
90 • Buenos vecinos, malos políticos

sino sólo para adversarios, con Menem las (o)posiciones,


aun las aparentemente más irreconciliables, como la de
liberales y populistas, eran ahora negociables.
También quedarían anulados el disenso y la oposición
dentro del gobierno, entre los poderes ejecutivo, legislativo
y judicial. Menem había sancionado gran parte de sus refor-
mas sorteando al Congreso Nacional, y gracias a la “mani-
pulación” de una Corte Suprema de Justicia con al menos
un 40% de integrantes de comprobada simpatía con el pre-
sidente (McGuire 1997:257). El estilo de gobierno del pre-
sidente Menem corroboraba la ausencia de política fuera de
su persona. Era el Poder Ejecutivo a través de la figura legal
de los “decretos de necesidad y urgencia” (Ferreira Rubio
y Goretti 1996; O’Donnell 1997: 302; McGuire 1997: 255;
Martuccelli y Svampa 1997:47) el que decidía el destino
de la nación11. Ninguna otra fuerza política o social podría
torcer el rumbo trazado por él. Insisto, no se trata de que
su gobierno no tuviera opositores, éstos carecían de expre-
sión institucional y capacidad de ofrecer un pensamiento
alternativo. Muchas veces preocupaban más a la prensa y
al propio Menem las diferencias internas al oficialismo que
los supuestos opositores (Torre 1999:59).
El menemismo fue identificado como la expresión
argentina del pensamiento único12, dominado por el pen-
samiento neoliberal como única alternativa de gobierno.
Como ya señalamos, durante toda la década, no hubo una
fuerza capaz de hacer convincente una alternativa política.
El triunfo de la Alianza en 1999, la coalición formada por
disidentes del peronismo, radicales junto a otros sectores

11 Para un análisis de la relación entre Parlamento y Ejecutivo durante el pri-


mer gobierno de Menem véanse Vicente Palermo y Marcos Novaro
(1996:486-492) y Ana María Mustapic (2000).
12 La idea del “pensamiento único” ganó terreno durante los últimos años de la
década del noventa en América Latina. Contra toda particularidad el mene-
mismo era visto por los opositores al pensamiento único como una expre-
sión exacta de un proceso regional en el que las alternativas políticas no
tenían espacio.
Buenos vecinos, malos políticos • 91

progresistas, no se oponían al denominado “modelo” neoli-


beral, tan sólo a la versión corrupta y menemista del mismo,
a un estilo de liderazgo (Torre 1999:62).
En los capítulos que siguen, no serán “los que se fueron”
sino “los que se quedaron” en el peronismo los protagonis-
tas de las diversas escenas. Quedarse en el peronismo fue
una elección, una alternativa tanto a la “traición” como a
la “renuncia política”. Como toda elección moral se deba-
tió, más implícita que explícitamente, entre las pérdidas y
las ganancias que una y otra opción conllevaba de acuerdo
con la aspiración de convertirse en alguien en particular13.
Entonces los bienes y objetos ganados o perdidos también
serían apreciados, no en sí mismos, sino por su capacidad
de conducir hacia cierto ideal de lo bueno.
Considerando que los avatares políticos nacionales en
la Argentina envolvieron las vidas personales, empujando al
exilio, al ostracismo, a la persecución, a la cárcel, a la tortura
y a la muerte, a muchos de sus habitantes, la política fue
haciéndose una forma de vida, o incluso, su vida. Este fenó-
meno estaba muy presente al término de la última dictadura
militar afectando a la generación que había ingresado a la
política en los años 70, y que en los 90 tenía entre 30 y 50
años. Así, muchos de los que se encontraron frente a esta
elección eran miembros de esa generación de militantes
políticos para los cuales el sentido de sus vidas dependía de
su elección política, incluso cuando no se encontraba forza-
da por circunstancias políticas apremiantes como sucediera
durante las dictaduras. Entonces “dejar la política”, como
alternativa a la traición al peronismo, también era perso-
nalmente costoso, y quienes lo hicieron buscarían formas
de mantener contacto con “la política”, a través del pensa-
miento, en el caso de los intelectuales, o con actividades
“sociales” de diversa clase.

13 Sigo aquí la distinción hecha por Sherry Ortner (1984:152) entre la impor-
tancia del deseo de convertirse en una cierta clase de persona, persiguiendo
algún ideal, antes que la de la motivación fundada en el deseo de ganar.
92 • Buenos vecinos, malos políticos

Por consiguiente, entre las condiciones que atravesa-


ron “quienes se quedaron” destacaré primero el debilita-
miento del poder sindical frente al peso creciente de la
política mediática y barrial; y segundo, la relación entre
las transformaciones del Estado y la desigualdad en el área
metropolitana de Buenos Aires, donde transcurre el proce-
so político que aquí analizo.

Política sindical, política barrial y política mediática

El menemismo completó el proceso de debilitamiento


del sindicalismo como base del movimiento peronista
(Levitsky 2001:45; Martuccelli y Svampa 1997:44; McGuire
1997:216). La privatización de las empresas estatales, el
avance de la desindustrialización, un conjunto de reformas
a las leyes laborales, sumada a la propia habilidad de Menem
para ejercer control sobre los líderes sindicales, fueron los
principales instrumentos de este proceso de agudización de
la debilidad sindical14. Los indicadores del relegamiento del
poder sindical durante los noventa son fundamentalmente:
el escaso nivel de conflictividad y movilización, la división
existente entre las organizaciones sindicales, y la reducción
del porcentaje de legisladores y funcionarios ministeriales
salidos de las filas del sindicalismo (Levitsky 2001:43-45).
Difícilmente el reformismo de los noventa hubiera sido
posible sin el debilitamiento del poder sindical15. El avance
de las políticas neoliberales requería de una serie de medi-
das que anulaban derechos, ahora leídos como “privilegios”,
de los trabajadores y sus dirigentes. Fundamentalmente las

14 Para un análisis sobre comportamiento sindical en la década del ’80 y su


relación con la estructura productiva argentina véase Ernesto Villanueva
(1994).
15 Una comparación de la relación entre poder sindical y reformas neolibera-
les entre el caso argentino, el mexicano y el venezolano, puede consultarse
en el estudio de Victoria Murillo (2001).
Buenos vecinos, malos políticos • 93

reformas laborales impusieron la denominada flexibiliza-


ción laboral, una mayor libertad al empleador para la sus-
pensión en la contratación, a costa de un aumento sus-
tantivo de la incertidumbre del trabajador (Martuccelli y
Svampa 1997:45).
Ese debilitamiento de la política sindical fue paralelo,
según algunos autores, a la creciente importancia de: la
política mediática, como “sustitución de la movilización de
masas por la movilización de imágenes” (Novaro 1995:59);
y a, la ya mencionada, politización de lo barrial o potencia-
ción de “redes informales barriales” (Levitsky 2001; Auyero
2001)16. En cuanto al desarrollo de la política mediática, se
han destacado: la creciente valorización de los políticos de
la “opinión pública” medida a través de encuestas de opi-
nión política (Cheresky 1999:38), supuestamente capaces
de establecer estadísticamente las preferencias del elector
y con ello determinar la “imagen” de los candidatos; y la
progresiva intervención de los medios como agentes “neu-
trales” capaces de hacer públicas a través de cámaras ocultas
las evidencias de corrupción política (Cheresky 1999:56).
Pero también ha sido altamente significativa la provocado-
ra aparición mediática del presidente practicando deportes
de riesgo y dando notorias demostraciones de ostentación,
sumada a las transformaciones estéticas de su persona des-
de un perfil caudillesco hacia su conversión en una estre-
lla del espectáculo. Más allá de los debates periodísticos
sobre las formas que la investidura presidencial debiera o
no guardar17 y la referencia a un estilo de relación super-
ficial, espectacular y fugaz entre el líder y la ciudadanía

16 Steven Levitsky desafía la afirmación de McGuire con un pormenorizado


trabajo de campo basado en entrevistas ya que, según este último, la activi-
dad del Partido Peronista a nivel local durante la fase menemista fue débil
(1997:22).
17 Los ensayos periodísticos sobre Menem quizá no hayan sido abundantes
pero sí significativos por la difusión que han tenido, entre ellos se destacan:
El Jefe de Gabriela Cerruti (1993) y Robo para la corona de Horacio Verbitsky
(1992).
94 • Buenos vecinos, malos políticos

(Palermo y Novaro 1996:230)18 poca atención se prestó a


la performance de Menem en la imposición de un estilo
de vida opulento.
Sin embargo, la creciente política mediática no habría
anulado la política de las relaciones personales entre líde-
res y seguidores. Más aún una creciente valorización de la
política barrial o de las “redes informales barriales” ha expli-
cado, para algunos estudiosos, la capacidad de adaptación
y subsistencia del peronismo al giro neoliberal de los ’90
(Levitsky 2001; Auyero 2001). Las razones por las cuales
se produjo esta valoración no son las mismas para Javier
Auyero y Steven Levitsky. Mientras para aquel, el “clien-
telismo” se expandió por la creciente pobreza y exclusión
más que por la valoración de la actividad política y el debate
ideológico –propio de épocas anteriores- (Auyero 2001),
para Steven Levitsky esa “política emprendedora” fundada
en el “intercambio material” habría surgido en reemplazo
de los vínculos sindicales e ideológicos ente activistas y
partido (2002:3).
Pese a las divergencias señaladas, los autores com-
parten la visión según la cual, en los noventa, se habría
producido una pérdida de los lazos ideológicos e incluso
del compromiso personal, en la actividad política. Como la
política mediática, la política de las redes informales –ya sea
clientelar o emprendedora–, es vista como una forma de
captación de seguidores: superficial, no ideológica, visual,
fugaz y poco comprometida, en fin de desvalorización de
la política. Pero, como muestro, enormes esfuerzos fue-
ron hechos durante este período, más que para desvalori-
zar para darle otros sentidos a la política. Las evaluaciones
morales del comportamiento político no desaparecieron,
quedaron confrontadas, desafiadas y re-elaboradoras en el
curso del proceso político, cuestionando viejas divisiones

18 Para una crítica de esta perspectiva como totalizadora en su visión de las


identidades sociales y políticas véase Danilo Martuccelli y Maristella Svam-
pa (1997).
Buenos vecinos, malos políticos • 95

del trabajo político y sentando nuevos rumbos a la profe-


sionalización de los políticos. Sin ánimo de juzgar, ahon-
daremos a lo largo de este libro en la lógica que, de modo
semejante a algunos cientistas sociales o a los políticos de
entonces, los llevaba a buscar en la comunidad local el sen-
tido moral de la política; una cuestión que ha permane-
cido soslayada. La revisión de los sentidos que colmaban
la sociedad nacional entonces, ayudarán a dar respuesta a
nuestras preguntas.

El mercado contra el Estado

El mercado asumió un papel fundamental durante los


noventa, al tornarse la instancia debida de organización
de la sociedad e incluso de la política (Cavarozzi 2002:89).
Como señalamos, el modelo neoliberal se volvió en la
Argentina uno sin alternativa. Cualquier resistencia, disi-
dencia o manifestación de oposición a la centralidad del
mercado era interpretada por el Gobierno como una “vuelta
a un pasado de sufrimiento”. El eje de la incontestabilidad
del mercado como centro de gravitación del orden estuvo
fundado en la credibilidad de esa evaluación moral, por
medio de la cual el mercado se convertía en la salvación
a la crisis. Seguramente, de no haber sido por la efica-
cia de Menem en controlar la inflación, difícilmente esa
evaluación moral hubiera hecho del mercado el eje de la
vida social y política, pues impuso como causa de la cri-
sis, al Estado.
Así fue como el poder distorsionador del Estado sobre
la economía y la sociedad dominó la retórica del gobierno
argentino en los noventa (Sidicaro 2001; Lo Vuolo y Bar-
beito 1992). Algunos rasgos de esta convicción pueden
apreciarse en el diagnóstico de la crisis hiperinflacionaria
entre los economistas que posteriormente colaboraron en
el gobierno de Menem. Como señalaría Fernández, uno
96 • Buenos vecinos, malos políticos

de los funcionarios del Ministerio de Economía durante


su gobierno: “The problem of high inflation is usually the
problem of an oversized public sector and fiscal disarray.
Any program that does not immediately attack these two
problems will almost surely fail” (1990:30-31). Las políti-
cas de ingresos –o populistas– como las implementadas
hasta el gobierno de Alfonsín eran errores de los cuales
los gobernantes debían aprender (Rodríguez 1999:4). Había
quedado demostrado su fracaso en mejorar las condiciones
de vida de la población de bajos ingresos, a la que supuesta-
mente privilegiaban (Fernández 1990:1). Según esta inter-
pretación, hegemónica durante los noventa, la política de
ingresos o política redistributiva del Estado había originado
la crisis que desembocó en la hiperinflación de 1989. La
intervención del Estado había llevado al empobrecimiento,
incluso de aquellos sectores de menores ingresos, a quienes
se suponía privilegiaba (Fernández 1990; Rodríguez 1999).
Contrariamente, algunos economistas, alejados de los
centros de pensamiento económico hegemónicos de los que
el gobierno de Menem había extraído sus “técnicos” como
la Universidad del CEMA o la Fundación Mediterránea,
señalarían que no eran las políticas de intervención social
del Estado, sino la crisis de estas políticas las que habían
originado la crisis hiperinflacionaria, de la cual ésta no era
más que un síntoma (Lo Vuolo y Barbeito 1992; Lo Vuolo
2001 en Sidicaro 2001). No obstante, este pensamiento no
tendría, durante los noventa, ninguna importancia política,
y sería condenado por anticuado19.
Sin la eficacia del Plan de Convertibilidad establecido
en 1991, mediante el cual el ministro de Economía de
Menem, Domingo Cavallo, lograría detener la devaluación
del peso –al hacerlo convertible uno a uno con el dólar–, la

19 Cabe destacar que uno de estos autores, el economista Rubén Lo Vuolo, fue
el candidato a ocupar el cargo de ministro de Economía de una de las oposi-
toras al modelo neoliberal, con mayor caudal electoral en la elección presi-
dencial de marzo de 2003 en la Argentina, la diputada Elisa Carrió.
Buenos vecinos, malos políticos • 97

valorización de los “técnicos” frente a los “políticos” difícil-


mente hubiera sido plausible. Como señalarían posterior-
mente algunos críticos al denominado “modelo neoliberal”
del menemismo:
“Detrás de sus aspectos técnicos simples y de su falta de
teorías sofisticadas, la convertibilidad era un problema emi-
nentemente político en el que se resumía la renuncia estatal
en el plano de la regulación de la moneda y que, como ocu-
rre con toda relación de fuerzas, inevitablemente implicó
ceder potestades a otros sectores” (Sidicaro 2001:65).
Sin embargo, los partidarios de la economía de mer-
cado podían demostrar las ventajas comparativas que la
denominada “desregulación” de la economía por el Estado a
través del denominado “efecto derrame” (Rodríguez 1999:7)
tenía para los sectores de menos ingresos. De hecho, el
Plan de Convertibilidad llevaría a los argentinos a gozar
de una gran certidumbre económica gracias a la estabili-
dad de los precios, de la moneda y el acceso al crédito.
Este período de bonanza encontró su límite en 1996, por
el denominado “efecto Tequila”, con la suba creciente de los
índices de desempleo y una progresiva recesión económi-
ca. Para entonces, Menem ya había conseguido su reelec-
ción en 1995, luego de reformar la Constitución Nacio-
nal, y gobernó hasta terminar su mandato en 1999. Pero,
curiosamente, los efectos recesivos sobre la economía del
Plan de Convertibilidad (Basualdo 2000) no fueron tenidos
en cuenta por el siguiente presidente Fernando de la Rúa,
quien lo sostendría durante su corto gobierno. Cualquier
devaluación, todavía en 1999, enfrentaba una fuerte resis-
tencia, ya no sólo porque retrotraía a la población a la crisis
del ’89, sino porque muchos argentinos habían contraído
deudas en dólares.
Frente a las propuestas “técnicas” formuladas por espe-
cialistas en ciencias económicas, que acreditaban formación
y reconocimiento de los herederos de la Escuela de Chica-
go (Rosenzvaig 1997:61) y sostenían el plan económico de
Menem, los “políticos” perdían valor. Si bien es cierto que
98 • Buenos vecinos, malos políticos

esta desvalorización de los “políticos” de cara a los “técni-


cos”, poseyó un “valor político” oculto al legitimar las accio-
nes de gobierno (Palermo 1998:37), también es cierto que
erosionaba la legitimidad de los “políticos” en tanto tales.
Por otra parte, la pérdida de la capacidad de regulación
del Estado instalada por el menemismo en la Argentina fue
paralela a la extrema concentración de poder en la persona
de Menem. No es casual que la política, por estos años, fuera
progresivamente identificada con “la política de Menem”,
una política destinada a eliminar paradójicamente el peso
de “la política” en los asuntos económicos, garantizada por
un grupo de técnicos encargados de velar por la raciona-
lidad del mercado. Esta forma de la despolitización, como
repliegue de la política, penetró de manera diversa los dis-
tintos ámbitos del campo político. Concentrada fundamen-
talmente en Menem, o en la fuerza del mercado como sitio
de la competencia de los intereses individuales y síntesis del
bien común. En cualquier sitio la “política” de los políticos
y del Estado amenazaba con vaciarse, esfumarse o desinte-
grarse y, paralelamente, la moralidad de la política dejaba
verse como problema. Este movimiento hacia la despoliti-
zación será justamente tomado como un punto de inflexión
en la comprensión de los estándares morales que constitu-
yeron la práctica política. ¿Qué era “la política” en Uriarte?
¿Dónde y cómo podría seguir ejerciéndose dados los facto-
res señalados? En fin, cómo moralizarla y valorarla fueron
las respuestas que buscaron “los que se quedaron” en políti-
ca. El conflicto moral era cómo permanecer en el peronis-
mo, sin ceñirse a esos factores que la desmoralizaban.
Buenos vecinos, malos políticos • 99

La reforma del Estado: racionalizar, ajustar, achicar,


descentralizar

Las cámaras mostraban una oficina pública, un mostrador


alto detrás del cual se encontraban dos empleadas públicas,
y a la izquierda una barrera con un letrero que decía “prohi-
bido pasar”. Las dos mujeres vestían guardapolvos celes-
tes, sus cabellos estaban teñidos de rubio y muy desorde-
nados. En una de ellas resaltaba un moño rojo sobre su
cabeza, en la otra, aún más desaliñada, llamaba la atención
ver cómo caminaba con su bombacha por las rodillas. De
modales groseros y hoscos, charlaban de asuntos domésti-
cos, de programas de televisión, mientras compartían una
pizza apoyada sobre el mismo mostrador donde recibían
a los ciudadanos. Un conocido personaje público solicita-
ba ingresar al despacho del presidente Menem, para una
entrevista previamente concertada. Las empleadas le pre-
guntaban su nombre, el personaje sonreía suponiendo que
al decirlo las mujeres expresarían admiración por él; pero
nada de eso ocurría. Las empleadas le pedían que esperase,
mientras, lo buscaban en una lista. Pero no lo encontraban,
entonces el personaje comenzaba a dar cuenta de quién era,
de su importancia y reconocimiento público.
El resto del sketch consistía en el descubrimiento por
las empleadas públicas del personaje, no sin antes bom-
bardearlo con preguntas íntimas y absolutamente indiscre-
tas. Finalmente una de las empleadas públicas le permitía
el paso. Levantaba la barrera para que ingresara al despa-
cho del presidente y, luego, volvía la mirada al público y
gritaba enardecida “atrás, atrás, atraaaaaás…”. El éxito del
sketch televisivo, demostrado por su persistencia durante
los noventa y sobrevivencia a una serie de otras muy sagaces
representaciones del cómico argentino Antonio Gasalla, no
podría explicarse sino por su capacidad para dar cuenta
de una visión compartida sobre los males del Estado: la
100 • Buenos vecinos, malos políticos

arbitrariedad, la ineficiencia, la falta de idoneidad, la irres-


ponsabilidad, la discrecionalidad y la ineficacia; pero tam-
bién sobre los valores predominantes.
La transformación de ese “Estado populista” en uno
liberal no podía garantizarse sin un conjunto de políticas
destinadas a “racionalizar”, “ajustar” y “achicar” el Estado.
Su modernización estaba basada en la reducción del “gasto
público” a través del mejoramiento de la eficiencia. Los sec-
tores gobernantes consiguieron imponer la idea de que un
“exceso” de Estado era la causa de la crisis, contra cualquier
demostración según la cual había sido la debilidad y crisis
del Estado intervencionista, producida a mediados de los
’70, lo que la había provocado (García Delgado 1996; Lo
Vuolo y Barbeito 1992).
La Ley de Reforma del Estado y de Emergencia Econó-
mica, fueron los instrumentos legales mediante los cuales
el gobierno de Menem estuvo habilitado para: iniciar las
privatizaciones, permitir los despidos a las empresas priva-
tizadas y promover el “ajuste” del personal de dependen-
cias del Estado nacional. La privatización de las empresas
públicas fue un componente emblemático del proceso de
reforma del Estado en la dirección de la desregulación, pues
implicaba la “desnacionalización” de empresas y servicios
de hondo sentido nacional como: los ferrocarriles que jus-
tificaban la existencia de pequeños pueblos en el territorio
argentino, la línea área de bandera Aerolíneas Argentinas,
Somisa la siderurgia más grande del país, el servicio de
correo y teléfonos, entre otros. El papel del Estado empre-
sario era incompatible con la versión neoliberal de éste,
pero también lo era su intervención en servicios públicos
fundamentales para la población como: energía eléctrica,
gas, teléfono, agua, red tranviaria y subterránea, servicio de
correo, sistema de jubilaciones, aeropuertos, rutas y auto-
pistas de mayor circulación. La “ineficiencia” del Estado en
la provisión de estos servicios era endémica, en ausencia
de una lógica mercantil inscripta en él. Un servicio público
sólo podía realizarse efectiva y eficientemente si existía un
Buenos vecinos, malos políticos • 101

interés privado orientado al lucro, valor que, por defini-


ción, estaba ausente de la administración estatal. Aquí las
personas desarrollan sus intereses privados dentro de una
estructura que como no alienta la “competitividad”, la “pro-
ductividad”, ni la “rentabilidad” no propende hacia el interés
colectivo. Esta filosofía utilitarista, inspirada en Bernard de
Mandeville y su Fábula de las abejas de acuerdo a la cual la
búsqueda individual de la felicidad llevaría al bien común
(Dumont 1999:102) era la evaluación moral que rondaría
los distintos ámbitos políticos, compitiendo con otras eva-
luaciones y orientando las prácticas y la división del trabajo
político, como veremos en los capítulos siguientes.
Al mismo tiempo que Menem libraba al Estado
de aquellas funciones, también lo libraba de lo que era
apreciado como un “exceso” de empleados públicos. Los
retiros voluntarios fueron el mecanismo para alentar a
muchos empleados a abandonar las filas del Estado nacional
mediante el cobro de sumas un poco menores a las que les
correspondería por indemnización. Más de cien mil per-
sonas se acogieron al retiro voluntario entre 1991 y 1994
(Lloyd-Sherlock 1997:33), pues los índices de desocupación
eran bajos y, todo parecía indicar, un futuro económico
promisorio. Las medidas no fueron sin embargo suficientes
y, durante toda la década, se convirtió en una obsesión de
la prensa y de algunas organizaciones no gubernamentales
desterrar a los “ñoquis”20 del gobierno, esos empleados que
sólo aparecían los días de cobro de sueldo. En este caso
la ineficiencia se emparentaba con el problema del finan-
ciamiento estatal de la política, pues en muchos casos eran
empleados del Congreso o de los concejos deliberantes, que
“trabajaban para” legisladores.
La descentralización fue otro de los mecanismos uti-
lizados para reducir la burocracia estatal. La transferencia
de funciones y servicios de la nación a las provincias, en

20 En la Argentina existe la costumbre de servirse ñoquis el día 29 y colocar


debajo del plato dinero, para que traiga suerte.
102 • Buenos vecinos, malos políticos

educación y salud, se convirtió en los ’90 en una de las


estrategias para volver más “eficiente” al Estado (García
Delgado 1996:4). El “gasto social” también debía realizarse
“descentralizadamente”. Sin embargo, dicha transferencia
quedaba por lo general limitada a la ejecución de los pro-
gramas sociales y no a la administración financiera. Existía
un amplio acuerdo entre funcionarios y especialistas en el
tema, acerca de que los municipios eran los niveles menos
aggionardos en el proceso de “modernización” del Estado.
Una estructura tradicional capturada por el “clientelismo”,
con personal poco capacitado, impedía la entrada de los
municipios a este proceso. Se creía que la sustitución del
criterio de universalidad por el de focalización21 en la asig-
nación de beneficios sociales, provistos por dichas políticas,
era un instrumento efectivo a la hora de neutralizar los
hábitos no modernos.
Por otro lado, la descentralización era percibida como
un medio para fortalecer el papel de los estados munici-
pales en el desarrollo local (Arocena 1997; Di Pietro Paolo
2001). De algún modo esta corriente de ideas, destinadas a
darle prioridad a los estados municipales, era deudora de
la globalización misma pues era de suponer que la pérdida
de poder de los estados nacionales se produciría a favor de
la inserción de ciertas ciudades y regiones en los procesos
económicos globales (García Delgado 1997). La posibilidad
de los estados locales de insertarse en los procesos globales
contemporáneos estaba de cierto modo sujeta a procesos
necesarios de “modernización”, de transformación de sus
estructuras tradicionales burocráticas o clientelares (Tecco

21 La focalización es un instrumento para dirigir la ayuda social al que “más lo


necesita”. Para ello el Estado nacional utilizaría fuentes estadísticas capaces
de identificar la población con mayores necesidades básicas insatisfechas y
menores ingresos. El Siempro, dependiente de la Secretaría de Desarrollo
Social de la Nación, fue la unidad creada para el monitoreo de programas
sociales en dicho sentido.
Buenos vecinos, malos políticos • 103

1997: 115) en estructuras de “gestión” fuertemente nutridas


por el mundo del management empresarial (García Del-
gado 1997:27-33).
También la proliferación de posgrados, encuentros
académicos y publicaciones, sobre los temas de: “adminis-
tración pública”, “gerencia social”, “desarrollo local”, “polí-
ticas públicas”, etc., ha sido parte de este proceso. Uni-
versidades públicas y privadas, muchas veces en acuerdo
con organismos públicos se dedicaron a la formación de
especialistas, al desarrollo y difusión de “modelos de ges-
tión”22 compatibles con una reforma neoliberal del Estado.
En cualquier caso, el lugar reservado a los asuntos estata-
les debía ser el de la “administración eficiente”; y, cuan-
to menos interviniera “la política” en su funcionamiento,
mayores serían las probabilidades de éxito de la empresa.

La política del Estado mínimo: desindustrialización,


desempleo y desigualdad

El paisaje metropolitano fue convirtiéndose en un suge-


rente indicador de la distribución de los beneficios de las
reformas neoliberales. Como señalamos, gracias a la esta-
bilidad monetaria, el crédito interno permitió una fuerte
expansión del consumo. Entre 1991 y 1995 casi todos los
sectores sociales, incluso los de menores ingresos, tuvieron
acceso al consumo (Munck 1997:10). La salvación mene-
mista, frente a la crisis, fue creíble hasta 1994, aproxi-
madamente, debido a la experiencia del consumo amplia-
do y una mejora relativa de los ingresos (Golbert y Tenti
Fanfani 1994:96). Sin embargo, el imperio del mercado
y la “retirada” concomitante del Estado profundizaron la

22 Así se refiere Daniel García Delgado (1997) en la Introducción del libro


Hacia un nuevo modelo de gestión local: municipio y sociedad civil en Argentina,
pp.13-38. Buenos Aires: FLACSO-UBA.
104 • Buenos vecinos, malos políticos

desigualdad23 (Lloyd-Sherlock 1997:45), imprimiendo sus


huellas en el agudo contraste entre el sur y el norte del
Gran Buenos Aires. Al crecimiento del empleo no genuino
(Monza 1993:113), al aumento del desempleo y el subem-
pleo, incluso en el período 1991-1995 de crecimiento del
PBI (McGuire 1991:22), se añade, en la segunda mitad de
la década del ‘90, un récord de desempleo del 18%, soste-
nido por la recesión en niveles altísimos (Altimir y Becca-
ria 2000a:389). Entonces, la creciente desigualdad social se
hizo insoslayables (Altimir y Beccaria 2000b:452; Altimir
y Beccaria 2001:602).
Las reformas neoliberales no harían más que expandir
espectacularmente la preexistente concentración de la
población de mayores ingresos en el norte de la metrópo-
lis. Durante los noventa, en el área norte se concentró una
gran inversión inmobiliaria, industrial y de infraestructura
(Pirez 2000). A los countries propiciados en los ‘8024, se
sumaron los denominados barrios cerrados y los countries
náuticos a la vera del río. La proliferación de esta clase de
urbanización cerrada, sólo accesible para sectores de altos
ingresos (Svampa 2001), fue acompañada de la inversión
privada en servicios que contribuyeron a que muchos de los
residentes en la Capital Federal tomaran estos barrios como
vivienda permanente y no sólo para los fines de semana,
como había sucedido en la década anterior. Esta nueva for-
ma de segregación espacial y polarización social ofrecía una
separación “segura” entre las clases, una que garantizaría
que el crecimiento poblacional de las villas no interferiría
en la vida cotidiana de la vieja y nueva elite de Buenos
Aires (Guano 2002:185). La privatización de la denominada
Ruta Panamericana, que comunicaba la ciudad capital con

23 Para un análisis de la distribución del ingreso hasta fines de la década del ‘80
véase Luis Beccaria (1993).
24 La Ley 8912/76 fue diseñada para darle un marco legal a la urbanización
conocida como countries.
Buenos vecinos, malos políticos • 105

los municipios del norte de la metrópolis, costeros del Río


de la Plata y el Delta del Paraná, fue decisivo para el desa-
rrollo de este proceso.
Uno de las más claras señales de las transformaciones
neoliberales y la desigualdad en el acceso a los beneficios, a
favor de la zona norte, ha sido el complejo de inversiones
integrado por el Tren de la Costa y el Parque de la Costa.
El ramal Delta-Mitre construido por la empresa británica
y abandonado en 1961, se convirtió en 1990 en el foco de
una inversión en sintonía con el clima político y económico
neoliberal, es decir financiado y manejado por una corpora-
ción privada sin intervención del Estado (Guano 2002:199).
Pero además albergó los símbolos y el discurso dominan-
te de esa transformación, al encapsular en su interior y
en la atmósfera que recorría, las señales de la pertenencia
a la sociedad neoliberal. Un ambiente limpio y seguro, la
evocación de parques de entretenimiento extranjeros y la
modernidad de alta tecnología, hacía de un viaje en el Tren
de la Costa según Emanuela Guano (2002:201) un seduc-
tor espectáculo de un estilo de vida elitista. Pero también
potenciaba la ilusión de los sectores medios, principales
consumidores del viaje, del acceso a ese estilo de vida.
La expansión industrial de la zona norte no debe inter-
pretarse como un proceso de reversión de la tendencia
desindustrializadora de décadas pasadas. El desarrollo de
la industria automotriz, impulsado por el aumento de la
disponibilidad de crédito interno y un régimen especial
(Lloyd-Sherlock 1997:33; Bisang y Gómez 2000:388), jun-
to a agro-alimentos, química fina y derivados del petró-
leo, fueron los principales protagonistas de esta expan-
sión (Ramos y Martínez 2000:203). En tanto, el cinturón
industrial sur: Avellaneda, Lanús, Quilmes y Uriarte, sede
del desarrollo correspondiente al período de sustitución de
importaciones y crecimiento hacia dentro, continuaría el
proceso de convertirse en un área fantasma. Miles y miles
de galpones y construcciones de gran tamaño engrosarían
las filas de los inmuebles abandonados. Sólo unos pocos,
106 • Buenos vecinos, malos políticos

mejor localizados, se convirtieron en shoppings, hipermer-


cados o centros educativos; expresión de un crecimiento
de la economía argentina concentrado en: servicios finan-
cieros, comerciales y de comunicación; pero no industrial
(Basualdo 2000:142).
Como gobernador (1991-1999) de la provincia de Bue-
nos Aires, jurisdicción política donde se encuentran las
zonas mencionadas, Duhalde compensaría los efectos selec-
tivos del mercado. Gracias a su propia negociación como
vicepresidente de la nación, Duhalde administró el Fondo
de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense. Con
recursos de la coparticipación federal de impuestos, recla-
maría para Buenos Aires –la provincia que proporcional-
mente menos percibía–, una compensación. El conurbano
bonaerense era el territorio al cual millones de migrantes de
las provincias fueron atraídos con la expansión industrial
orientada al mercado interno entre la década del ‘40 y la
del ’70. Poco se sabe de la distribución efectiva de los 700
millones de pesos (dólares) anuales del Fondo, aunque en
la zona estudiada, el sur del Gran Buenos Aires, se tradu-
jo en: luminarias, desagües y equipamiento comunitario;
pavimentación de avenidas, accesos secundarios y los deno-
minados accesos a barrios, escuelas y unidades sanitarias,
mediante lo cual justificarían la inversión en infraestructura
en los barrios más segregados y en las villas. También el
Plan Vida, más conocido como el plan de las manzaneras,
de mujeres voluntarias de los barrios más pobres elegidas
por la comunidad para localizar y distribuir leche entre las
madres embarazadas o con hijos de menos de seis años; y el
Plan Barrios Bonaerense, un subsidio para hombres y muje-
res desocupados que trabajarían 20 horas semanales en la
mejora del barrio, tenían por objeto compensar los efectos
negativos del mercado. El Estado asistía en nombre de la
“necesidad” y no de la “decisión política”, para lo cual los
técnicos con instrumentos modernos como la focalización
detectaban a los más necesitados.
Buenos vecinos, malos políticos • 107

Nuevamente, la cuestión no era la inexistencia del


Estado, sino cómo su existencia se ajustaba a justificaciones
que transmitían otros principios de visión y clasificación
del mundo, y del lugar de la política en él.

La política y su umbral

Los analistas de la década, empeñados en comprender el


fenómeno sociopolítico de los noventa, han tocado con
mayor o menor profundidad y desde perspectivas distintas
la cuestión de las transformaciones de “la política”. Entre
ellas han enfatizado diversas causas y condiciones como: el
progresivo debilitamiento del poder político provocado por
la centralidad del mercado frente al Estado (García Delga-
do 1996; Cavarozzi 2002); la fuerza de la economía global
sobre la Argentina (Sidicaro 2001); el peso de la crisis como
justificación sobre el debilitamiento de la función pública
de las palabras (Palermo y Novaro 1996:116); la disolu-
ción de las diferencias políticas e ideológicas y la homoge-
neización provocada por la apelación de los discursos de
Menem a “hermanos y hermanas de mi patria” (Aboy Carlés
2001:293); así como una “política” supuestamente domina-
da por la “necesidad” y la “escasez” (Auyero 2001), y por el
sentido “mercantil” (Levitsky 2001); o la transformación en
la estructura del sentir del peronismo donde la política se
fundía con los sentimientos (Martuccelli y Svampa 1997).
Así, al preguntarse por el saldo del proceso neoliberal sobre
“la política”, los científicos sociales denunciaron, general-
mente con pesimismo, el estrecho margen que, en contraste
con el pasado, le había reservado el menemismo a ella.
Sin embargo, para “los que se quedaron” en el pero-
nismo y en ámbitos como el del municipio de Uriarte, “la
política” –tal como quedara sitiada en los noventa en el
contexto nacional–, suscitó dilemas e interrogantes cuyas
respuestas definirían el umbral de la política, para cada
108 • Buenos vecinos, malos políticos

ámbito y escala en particular. Como señalé, la continuidad


de las prácticas estaba afectada en varios frentes, entre los
cuales, la transfiguración de la comunidad de referencia
del peronismo sería crucial para comprender el proceso.
La homogeneización perpetrada por el menemismo libraba,
por un lado, al peronismo de las tradicionales oposicio-
nes políticas y de los conflictos concomitantes pero, por el
otro, profundizaba la renuncia implícita a hacer política por
el “pueblo”, los desplazados de la nación –una comunidad
histórica de referencia. Este estado de cosas tornaba a la
política un problema moral, pues para definir cómo hacer
política era necesario al mismo tiempo saber para quiénes
hacer política y, fundamentalmente saber quiénes podrían
hacer política y competir por el crecimiento político en
todos los niveles de la jerarquía.
La conjunción de estas cuestiones quedó, como vere-
mos, expuesta en esos años, en tanto la versión menemis-
ta del neoliberalismo ocasionó a la política uriartense un
desafío que ayudará a comprender las aristas del proceso
aquí analizado. En forma preliminar, podemos decir que la
retracción de la política o despolitización producida por el
menemismo no sólo significó la concentración de “la políti-
ca” en la persona de Menem, sino principalmente una inde-
finida, ambigua e incierta comunidad de referencia política.
Tal como veremos en el próximo capítulo, la contrac-
ción y posterior ocaso de la causa villera definió el umbral
de la política en Uriarte. Quedarse o irse de la política
estuvo así condicionado por evaluaciones morales que se
debatían en torno de esa comunidad de referencia política
que se desdibujaba más y más. Finalmente el umbral –ahora
que la politización de la sociedad, que alguna vez caracteri-
zara la Argentina (Neiburg 1998:14), parecía extinguirse–,
quedó sujeto al modo como los políticos imaginaran una
comunidad histórica de referencia sin villeros.
2

De la periferia al centro

Villeros, políticos y vecinos

Desde que en 1948 el Movimiento Peronista1 comenzó


a competir en las elecciones municipales las autoridades
del municipio de Uriarte fueron siempre peronistas. Sin
embargo, entre 1955 y 1976 sus gestiones fueron varias
veces interrumpidas, como en el resto del país, por suce-
sivos golpes militares2. La última interrupción se extende-
ría hasta diciembre de 1983. Por estas razones, los últimos
años de la década del ‘80 se volvieron extremadamente sig-
nificativos. No sólo porque, luego de muchas décadas, un
gobierno constitucional llegaba al fin de su mandato, sino
también porque en 1989, por primera vez en la historia
política argentina, un presidente constitucional del Partido
Unión Cívica Radical, le pasaba el mando a otro del Parti-
do Peronista. Carlos Menem asumía, en esta oportunidad,
luego de seis años de gobierno de Raúl Alfonsín, iniciados
al término de la última dictadura militar (1976-1983). La
continuidad institucional, también estaba ratificada por el
control de las rebeliones militares “carapintadas” de 1987 y
1988, que había disipado por completo los temores a otro

1 Las primeras elecciones en las que participó el Movimiento Peronista fue-


ron en 1946, cuando ganó la presidencia el general Perón, aunque éstas no
tuvieron alcance local.
2 El primer golpe de Estado en la Argentina se produjo en 1930. El entonces
presidente Hipólito Yrigoyen fue derrocado por un gobierno militar, cuan-
do el peronismo aún no existía en la arena política del país.

109
110 • Buenos vecinos, malos políticos

golpe de Estado. La continuidad del régimen democrático


parecía garantizada y, entonces, por primera vez en muchas
décadas, el horizonte para los políticos se ampliaba lenta
pero indefinidamente.
Entre 1987 y 1991 Mauro Villegas se desempeñaba
como diputado nacional de la provincia de Buenos Aires
por el Partido Peronista, y aspiraba firmemente a ocupar
el cargo de intendente municipal de Uriarte. Como solía
hacer, cuando se trataba de tomar decisiones políticas, citó
a Esteban y a Jorge en su casa particular. Ellos eran dos de
los siete dirigentes villeros3 incorporados a la función públi-
ca municipal en 1984, cuando Eduardo Duhalde asumiera
el cargo de intendente municipal por el Partido Peronis-
ta. Esteban y Jorge eran de El Faro, uno de los barrios
con mayor número de lotes de tierra tomados4. Desde aquel
entonces, su misión había sido la de convocar a los ville-
ros de todo el municipio a las movilizaciones que sema-
nalmente hacían a la ciudad de La Plata, para presionar a
los diputados en la sanción de las Leyes de Expropiación
de Tierras urbanas de Uriarte. Villegas, o Mauro, como se
referían a él los más allegados, los hizo pasar a su casa,
les ofreció un mate, y les dijo lo siguiente: “De ahora en
adelante se acabaron las movilizaciones a La Plata. Estamos
entrando en una nueva época sin espacio para esta clase de
actividades políticas. Tenemos que hacer las cosas de otra
manera…”. Esteban y Jorge, sintieron que les “cortaban las
piernas”. Las movilizaciones eran la sustancia de su trabajo
político, y encarnaban la esperanza de miles de compañeros
villeros a los que, por más de cinco años, les habían dicho
que la expropiación de tierras sería la solución al problema

3 Los dirigentes villeros son militantes de base como en la jerga peronista se


denomina al grueso de los seguidores y adherentes del Movimiento Pero-
nista.
4 Con ese término se denomina la práctica de ocupar lotes de tierra sin seguir
la instancia legal. Las villas resultantes –llamadas favelas en Brasil, campa-
mentos en Chile o cantegriles en Uruguay– se han formado con mayor fre-
cuencia en el área periférica de las ciudades.
Buenos vecinos, malos políticos • 111

de las villas. Las palabras de Villegas marcaban el inicio


de una época de gran incertidumbre tanto para los diri-
gentes como para sus bases, los villeros. Paradójicamente,
esto no ocurriría bajo un régimen dictatorial, sino bajo una
presidencia peronista, que les debía llevar cierta seguridad,
tranquilidad y certidumbre.
La decisión del diputado Villegas era parte de un proce-
so político que involucraba a villeros, vecinos y funcionarios
municipales. El fin de las movilizaciones a La Plata represen-
taba sobre todo la culminación de un período signado por
el principal proyecto político del peronismo uriartense entre
1983 y 1990: el Proyecto de Tierras. Considerando que las
actividades nombradas bajo la categoría de proyecto político
constituyen el núcleo de los procesos políticos, me propon-
go mostrar en este capítulo cómo aquella decisión suponía
una ruptura de las evaluaciones morales que venían soste-
niendo el Proyecto de Tierras y, por consiguiente, una incer-
tidumbre práctica. Es que, a través de este estandarte del
gobierno municipal, los políticos peronistas se habían situa-
do en una de las relaciones más ríspidas de la vida urbana
argentina, la existente entre villeros y vecinos5. Las caracterís-
ticas y consecuencias morales de aquella toma de posición
y su ruptura derivarían en el proyecto político que posterior-
mente, entre 1991 y 1999, dominaría la escena uriartense; y,
sobre el cual, me extenderé en los capítulos posteriores.

Vecinos y villeros en Uriarte

Uriarte es uno de los veinticuatro municipios que integran


el Gran Buenos Aires, o Conurbano, como se denomina
al conjunto de municipios que rodean la ciudad capital de

5 Los principales estudios antropológicos sobre el prejuicio villero, y los con-


flictos sociales y políticos resultantes en la Argentina son: Hugo Ratier
(1973); Ester Hermitte et al. (1983) Victoria Casabona y Rosana Guber
(1985) y Rosana Guber (1991).
112 • Buenos vecinos, malos políticos

Buenos Aires, y que forman con ella el área metropolita-


na de Buenos Aires. Hacia el 2001 contaba con 590.677
habitantes6 y una superficie de 89 km2. El centro político,
cultural y comercial de Uriarte creció a ambos lados del
ferrocarril que la comunica con la ciudad capital, situada
a dieciocho kilómetros al norte. Fue fundada en 1864 por
un grupo de vecinos encabezados por Tomás Grigera, sepa-
rándose del municipio de Barracas al Sur, hoy Avellane-
da. En ese tiempo la fisonomía de Uriarte era más rural
que urbana, conformado por un conjunto de chacras y un
pequeño casco urbano.
Su urbanización, como las de otras ciudades del Gran
Buenos Aires, se produjo por la llegada de dos corrientes
migratorias: los extranjeros provenientes principalmente
de Italia y España entre 1900 y 1930; y los migrantes inter-
nos entre 1930 y 1980. La primera tuvo un alto impacto
en la definición de las áreas centrales, mientras la segunda
definió el poblamiento de la periferia (Torres 1993:11). Las
migraciones internas constituyeron entre 1935 y 1980 hasta
el 80% del crecimiento poblacional de toda el área metro-
politana. Desde 1940 su crecimiento se produce sólo por el
del Gran Buenos Aires. La población de la ciudad de Bue-
nos Aires dejó de crecer (Lattes y Lattes 1992:178-179,183).
El proceso de industrialización sustitutivo de importacio-
nes y de políticas tendientes a la redistribución del ingre-
so (Torres 1993:46) atrajo población hacia ciudades como
Uriarte, por las facilidades en el acceso a la tierra urba-
na, que limitaba el alto valor inmobiliario de la ciudad de
Buenos Aires.
Las sucesivas oleadas de migrantes provenientes de las
provincias, a las que se añadieron las de los países limítrofes
fueron poblando y urbanizando, por sus propios medios, la

6 Según datos del Censo Nacional de Población y Vivienda (Indec) 2001, en el


área metropolitana de Buenos Aires residen 16.587.947 personas, de los
cuales 2.768.777 lo hacen en la ciudad de Buenos Aires. Siendo la población
total de la Argentina 36.223.947 significa que el 46% está concentrada en el
área metropolitana de Buenos Aires.
Buenos vecinos, malos políticos • 113

periferia de Uriarte7. En este período, el poblamiento de la


periferia se fue extendiendo hacia el área de tierras anega-
das por los arroyos de la cuenca del río Matanza, al norte
de la ciudad, y contigua a la Capital Federal. Los migrantes
que ocuparon la periferia eran tanto aquellos que atraídos
por loteos baratos intentaban comprar, como aquellos que,
incapaces de afrontar una cuota mensual, terminaron deci-
diendo la toma u ocupación de un lote. Con el paso de los
años las dificultades para pagar las cuotas de la financiación,
sumado a las estafas de algunos vendedores, dejaron a la
mayoría de los vecinos de la periferia sin posibilidad de
alcanzar la propiedad de su parcela. De este modo, la peri-
feria de Uriarte, identificada por los vecinos como el Cuartel
IX°, incluía un amplio espectro de situaciones irregulares en
la tenencia de la tierra, que hacían de ésta un área homogé-
nea, frente a la ausencia de tales problemas entre los vecinos
del centro de la ciudad. Desde quienes habían pagado todas
las cuotas, pero no habían tenido la posibilidad de escritu-
rar, hasta quienes habían accedido al lote por fuera del mer-
cado inmobiliario, todos vivían en la periferia. Así, la ciudad
de Uriarte se caracterizaría menos por la diferenciación en
áreas industriales, comerciales y de residencia, como suce-
día con las ciudades de Lanús y de Avellaneda, que por
barrios residenciales de distinta jerarquía y prestigio.
A comienzos de 1980 Uriarte contaba con población
establecida en los barrios céntricos, y población que engro-
saba las filas de los recién llegados –desplazados– en la
periferia. Esta división, producida por un proceso social
complejo, quedaba reflejada en los conceptos que usaban los
pobladores para designarse entre sí. La permanencia –y su

7 Entre el 70,1% y el 87,3% de los jefes de hogar nacidos fuera de la provincia


de Buenos Aires (extranjeros o de otra provincia) se concentran en el deno-
minado Cuartel IXº. El 80% de los nacidos fuera de la provincia, en el muni-
cipio de Uriarte, provienen de otra provincia, mientras un 10% lo hace de
países limítrofes, y otro 10% de otros países. (Fuente: Informe sobre Desa-
rrollo Humano en la Provincia de Buenos Aires, Honorable Senado de la
Nación 1997: 126 y 146.)
114 • Buenos vecinos, malos políticos

opuesto la transitoriedad– era el criterio que organizaba la


oposición entre vecinos y villeros, el mismo que luego fuera
usado por las políticas orientadas a resolver el problema
de la tierra. Genéricamente, en los barrios del centro sus
pobladores pertenecían al grupo de los vecinos, mientras en
la periferia, donde regularmente arribaban nuevas olas de
recién llegados del interior del país o de países limítrofes,
los pobladores eran identificados o se identificaban a sí
mismos como villeros.
Entre los vecinos, existía una pequeña elite local que
representaba para los demás vecinos, incluidos los políticos,
el estilo de vida más radicalmente opuesto al villero. Aque-
lla cobraría renombre a partir del establecimiento de los
ingleses a cargo de las estaciones del ferrocarril a fines del
siglo xix, los barrios ubicados en las localidades de Hard-
land y Seafield, el Club Uriarte y los Colegios Barker, Saint
Albans, Balmoral y Shakespeare, se convirtieron en el foco
de la vida social de este grupo. El “estilo inglés”, inaugurado
primero por los empleados de mayor jerarquía del Ferro-
carril del Sud, perduró al ser consumido y apropiado por
los uriartenses. Profesionales, comerciantes e industriales
exitosos trabaron relación a través de esas instituciones.
Mientras practicaban en el club deportes “ingleses” como
el rugby, el tenis, el hockey o el golf8; o llevaban y traían a
sus hijos del conjunto de actividades que los colegios bilin-
gües proponían; recreaban un estilo de vida más británico
y cosmopolita, que nacional y criollo. Estas dos orienta-
ciones respondían en algún sentido al proceso de hibrida-
ción, caracterizado por el pluralismo y la generalización,

8 Si bien el fútbol es un deporte de origen inglés que, como señala Archetti


(1999:48), era dominado por los clubes ingleses de Buenos Aires a comien-
zos del siglo XX, desde hace ya varias décadas, no forma parte de los depor-
tes practicados por los socios de estos mismos clubes, como el Uriarte Ath-
letic Club, ni por los estudiantes de las escuelas inglesas.
Buenos vecinos, malos políticos • 115

observado por Eduardo Archetti en el campo deportivo de


comienzos del siglo XX en la Argentina (1999:28), indica la
lucha por la distinción entre establecidos y desplazados9.
La distinción entre villeros y vecinos también organiza
conflictivamente los encuentros en la ciudad. Cuando en
situaciones cotidianas, viajes en transporte público de pasa-
jeros, empleo en el servicio doméstico y en la construcción,
traban relación villeros y vecinos, los primeros suelen ser
evitados por los vecinos a menos que el contacto esté rela-
tivamente pautado, como sucede entre empleado y emplea-
dor en el trabajo. Cuando esto no sucede la sensación de
contaminación de los vecinos y el deseo de los villeros de
molestarlos es, con frecuencia, muy evidente.

“Cuando voy en el colectivo y por ahí estoy todo sucio porque


vengo de laburar, veo a los copetudos de saco y corbata que
andan corriéndose de al lado mío para no tocarme. Entonces
yo me acerco más, y más, para ponerlos nerviosos. Sí, soy
villero, pero no soy sucio, vengo de laburar.” (Alfredo de Villa
La Rosa, Uriarte.)

Tal fricción ha resultado no sólo de la desigualdad


económica, sino también del peso que la valorización de la
permanencia en la ciudad impuso sobre la estigmatización
de los villeros10. Aun cuando algunos de ellos llevaran más
tiempo que vecinos del centro residiendo en Cuartel IXº, lo
que prevalecía era que las frecuentes olas de recién llegados
que integraban esta población, sumada a la irregularidad
de la ocupación de las parcelas, abonaban la transitorie-
dad del conjunto como instrumento de estigmatización. Por
ello, en Uriarte como en otras ciudades de la Argentina,

9 La distinción entre desplazados y establecidos se apoya en la argumentación


de Norbert Elias (1998b) para el caso de la comunidad inglesa de Winston
Parva, donde es la antigüedad, más que la transitoriedad, el criterio principal
para sostener la diferencial de poder.
10 El problema de la estigmatización villera es tratado por Guber (1991) como
un estereotipo asociado a la construcción de la subalternidad de los sectores
populares en la Argentina.
116 • Buenos vecinos, malos políticos

los desplazados y establecidos se distinguen no sólo por


la pobreza, o la nacionalidad, sino por el modo en que se
usa la diferencia en el tiempo y las condiciones de residen-
cia en la ciudad, para justificar el desplazamiento. También
este mecanismo opera entre los mismos villeros, justifican-
do procesos de diferenciación interna y desplazamiento
relativo de los menos establecidos entre los desplazados.
Cabe destacar que no existe tal diferenciación respecto de
la población argentina frente a población boliviana o para-
guaya, es decir que no están los segundos más desplazados
que los primeros, por el contrario los dirigentes barriales
muestran a veces preocupación por lo que denominan “su
avance”: el hecho de que lleven sus hijos a escuelas de Capi-
tal Federal, que posean casas más altas y decoradas que las
del resto, entre otros aspectos. Los torna peligrosos en la
lucha contra el desplazamiento. Pero es la transitoriedad
más que la nacionalidad lo que constituyó una de los prin-
cipios relacionales de poder en ésta ciudad.
En particular los políticos uriartenses han operado
comprendiendo entre los desplazados, a todos los villeros de
la ciudad, sin excepción. Sobre esta valoración política han
debido tomar posición las políticas dirigidas a la población
villera en el área metropolitana de Buenos Aires. Consi-
derando, con Norbert Elias que, cuanto mayor es la “tran-
sitoriedad” de los desplazados, mayor es la diferencia de
poder con los establecidos y menor el conflicto entre ambos
(1998b:90), los políticos han jugado, sin lugar a dudas, un
papel crucial para ampliar o limitar el dominio de los veci-
nos establecidos.

Los villeros como causa política

Estamos en condiciones de afirmar que la historia de las


políticas de tierras es casi tan larga como la existencia de
las villas. Sus variaciones se pueden agrupar en torno del
Buenos vecinos, malos políticos • 117

aumento o disminución del desplazamiento de los villeros.


Pero esas variaciones tuvieron una modalidad dominante:
la política de erradicación o de expulsión de los villeros de
la ciudad. Esta hegemonizó las prácticas de los políticos
en la ciudad de Buenos Aires, hacia la población villera.
Sin lugar a dudas, esta política acentuó la transitoriedad
de los desplazados. Incluso la designación oficial de los
barrios de los villeros como “villas de emergencia”, durante
los gobiernos no peronistas, daba cuenta que se los conside-
raba como población en tránsito más que como vecinos. Aun
en el terreno de las explicaciones de la sociología argentina
encabezadas por Gino Germani, las villas también eran con-
sideradas un fenómeno transitorio producido por la recien-
te llegada de migrantes cuya “marginalidad”, sin embargo,
dificultaba la integración a la vida urbana (1973:103). Jus-
tamente, señalaba Germani, esta fase de transitoriedad era
también un obstáculo para su integración a la vida política
moderna, y había contribuido a dar origen a un movimien-
to político, el peronista, de características premodernas y
populistas (1973:91). La respuesta a esta concepción del
problema desde el campo de la antropología social llegaría
de la mano de Ester Hermitte (1983), quien desafiaría esa
orientación funcional-evolucionista de Germani, según la
cual la población villera desaparecería con el advenimien-
to del progreso. A cambio propondría una visión de la
inclusión efectiva de los villeros particular y subordinada,
en fin una clase de “articulación social” (Hermitte, et al.
1983:157,158) antes que de marginación11.
La persistencia del problema de las villas llevó a los fun-
cionarios políticos a tomar medidas en la ciudad de Buenos
Aires. Así se fueron sucediendo acciones del gobierno para
eliminar las villas de la Capital, medidas que contribuye-
ron en la mayoría de los casos a sostener o profundizar la

11 En un uno de los barrios villeros del Cuartel IXº de Uriarte, más específica-
mente en el que aquí llamamos El Faro, se desarrolló parte del trabajo de
investigación del equipo dirigido por la doctora Ester Hermitte (1983).
118 • Buenos vecinos, malos políticos

transitoriedad de sus pobladores. Durante ciertos gobier-


nos, tanto militares como civiles, la eliminación significa-
ba la relocalización en viviendas transitorias, generalmente
muy pequeñas y sin aislamiento térmico, ejemplo de esto
fueron los denominados “medio caño” del gobierno del
general Onganía. El razonamiento era que la incomodidad
de este tipo de viviendas los llevaría a buscar un lugar mejor
donde vivir, cosa que por lo general no sucedería. Durante
el último gobierno militar no habría relocalización, sino
una política denominada Programa de Erradicación de Villas
de la ciudad de Buenos Aires (Hermitte y Boivin 1985:119).
Entre 1976 y 1982, la topadora se convirtió en el símbolo
de un procedimiento mediante el cual el gobierno arrasaba
con las viviendas de los villeros para, en el mejor de los casos,
“tirarlos” en el Gran Buenos Aires. Por ello, tanto las villas
y su población seguirían creciendo en toda el área metro-
politana. Uriarte fue una de las ciudades elegidas por los
camiones del Ejército enviados por el intendente de Bue-
nos Aires brigadier Osvaldo Cacciatore, para arrojar por
la fuerza a los villeros.
Cuando Duhalde asumió la intendencia del municipio
de Uriarte en 1983, designó a Ernesto Santillán como res-
ponsable del Proyecto de Tierras. Este abogado de treinta
años creó un equipo de abogados, arquitectos y dirigentes
villeros. Además, convocó a un historiador y a un sociólogo
para que estudiaran el tema de las villas, y difundieran en
publicaciones de distribución gratuita la importancia his-
tórica, social y política del problema de tierras en el Gran
Buenos Aires. Mientras los profesionales del equipo tenían
asignado el trabajo de regularización dominial y urbana, los
dirigentes villeros estaban encargados de organizar y movi-
lizar a su gente para que contribuyeran a las propuestas
de los funcionarios políticos. De esta forma, el rango de la
dependencia municipal fue creciendo rápidamente en los
primeros años del gobierno de Duhalde hasta alcanzar la
categoría de Subsecretaría de Tierras y Viviendas.
Buenos vecinos, malos políticos • 119

Si por un lado, los funcionarios querían darle continui-


dad a la política de tierras llevada adelante por la gestión
democrática anterior al golpe militar de 1976, por el otro
buscaban diferenciarse radicalmente del Programa de Erra-
dicación de Villas del gobierno militar. El Proyecto de Tierras
municipal tenía por objeto terminar con la orientación de
las políticas públicas, implementadas desde la aparición de
las primeras villas en la década del ’40 (Torres 1993:21) pues,
exceptuando los gobiernos peronistas, la erradicación había
sido la respuesta estatal dominante al problema (Ratier
1973:99).
Para los funcionarios de Duhalde, el problema de Tie-
rras afectaba a casi toda la población de Cuartel IXº. Parados
en el centro de la ciudad, la periferia era señalada siem-
pre atrás del Camino Perón12, donde la tierra era altamente
propensa a las inundaciones provocadas por el crecimien-
to del río Matanza. Desde los villeros propiamente dichos,
estos ocupantes ilegales de parcelas de tierra, hasta quienes
habían conseguido pagar todas las cuotas de su lote y no
podían escriturar, pasando por los estafados en su buena fe,
daban buena cuenta de la extensión del problema de tierras.
Si bien, técnicamente hablando, no todos eran villeros,
la definición de los funcionarios políticos se correspondía
con la definición social de la villa sostenida por los vecinos
de la ciudad. El paisaje urbano que comenzaba una vez que
cualquiera cruzaba el Camino Perón era tan contrastante
con el que uno dejaba atrás, que no hacían falta grandes dis-
quisiciones para encontrarse en medio de una villa: vivien-
das de material sin terminar y sin pintar, otras construidas
con chapas de zinc o de cartón; barro desparramado por

12 Camino Perón es una avenida que comunica la ciudad de Uriarte con la


Capital Federal por la zona periférica. Hasta la década del ‘80 esta avenida
no tenía iluminación; transitarla era una verdadera odisea. Los relatos de
quienes circulaban por ahí no dejaban de mencionar asaltos, disparos o pie-
drazos.
120 • Buenos vecinos, malos políticos

veredas y calles; calles de tierra o de pavimento desmejo-


radas e inundadas; en fin, el panorama no hacía más que
degradarse conforme uno se alejaba del centro.
Durante la década del ’80, la extensión y densidad de
las villas siguió creciendo considerablemente en el Cuartel
IXº tanto por efecto de las ininterrumpidas migraciones
internas, como por desplazamientos internos propiciados
por la contracción del aparato represivo durante la demo-
cracia. El asentamiento de incesantes olas de recién llegados
continuó toda la década hasta agotar la tierra vacante de
Cuartel IXº13. En el contexto de este aumento de la pobla-
ción desplazada, los funcionarios de Tierras de Uriarte tra-
taron de manejar y controlar los asentamientos de manera
de garantizar la regularidad de lotes, manzanas y calles, y
también su adquisición por los ocupantes. Los parámetros
de regularidad eran los de “la ciudad” argentina: una trama
urbana formada por manzanas cuadradas de 100 m por 100
m, y lotes cuyo tamaño promedio rondaba los 300 m2.
A través del Proyecto de Tierras los políticos locales
produjeron un protocolo de contactos y procedimientos
mediante el cual, como señalaban Duhalde y Villegas en
sus discursos, podrían dignificar a los villeros. Este fin era
una causa política, pues llevarle dignidad a los villeros era
la manera de salvarlos de la miseria y la marginación a la
que habían sido históricamente sometidos. Era una deu-
da moral que la sociedad tenía con ellos, y el conjunto de
actividades del Proyecto de Tierras encarnaba ese ideal. Los
funcionarios de mayor jerarquía trabajaban incansablemen-
te y transmitían a los demás su compromiso con la causa
y su sacrificio, sin el cual no era posible alcanzarla. De
este modo, las actividades de Tierras, las que implicaban un
rango de encuentros cotidianos entre funcionarios, y sobre

13 Según el censo de 1991 la población del área periférica de Uriarte era de


208.312 habitantes, el 36% de la población de la ciudad. Hasta la fecha el
Indec no ha difundido los datos desagregados sobre la periferia de la ciudad,
correspondientes al censo 2001.
Buenos vecinos, malos políticos • 121

todo entre funcionarios y villeros, se convirtieron en prác-


ticas cuya validez se consagraba en el hecho de encarnar la
dignificación villera. Para eso, el funcionario Ernesto Santi-
llán y su equipo tenían un contacto diario con los villeros,
caracterizado, precisamente, por un trato preferencial fren-
te a la indiferencia o rechazo que habitualmente recibían.

El Proyecto de Tierras y el desarraigo

“Asentar la familia es erradicar la miseria”; con esta frase los


funcionarios de Tierras encabezaban publicaciones, pro-
yectos de ley, ordenanzas y otros escritos del proyecto. En
ella expresaban la convicción que hacía de la política una
actividad con sentido, orientada por la creencia en que era
posible alcanzar ese ideal. Con ella también desafiaban las
prácticas y discursos de las políticas precedentes, pues asen-
tar y arraigar eran categorías metafóricas que depositaban
la causa de la miseria en la relocalización y erradicación,
compulsivas. La erradicación sistemática de los villeros de
la ciudad había contribuido a incrementar su miseria. Una
población cada vez más numerosa había sido desplazada,
sin poder echar raíces en Buenos Aires.
De ese modo, los políticos de Tierras se oponían desde
un rincón del Gran Buenos Aires al peso de la transito-
riedad en el tratamiento y destino de los villeros en el área
metropolitana de Buenos Aires. En el Cuartel IX° de Uriar-
te, menos del 20% de los pobladores eran propietarios de la
tierra en la que vivían. La variedad de situaciones de tenen-
cia de tierra irregular había potenciado el desarraigo de estos
migrantes en la ciudad. La falta de estabilidad y permanen-
cia en la tierra urbana era para ellos la explicación princi-
pal de su marginación, pues el desarraigo no motivaba a los
villeros a esforzarse en mejorar y cambiar sus condiciones
122 • Buenos vecinos, malos políticos

de vida. La única posibilidad de revertir esta situación era


ayudarlos a obtener el título de propiedad, un primer mojón
en el camino de su asentamiento.
Los funcionarios de Tierras reconocían, del mismo
modo que las teorías de la marginalidad de los años ‘50 que
como población migrante de las provincias a la metrópolis
de Buenos Aires, había un desarraigo originario y natural
producido por las dificultades para “adaptarse” a la vida
urbana. Era de suponer que sus valores culturales se habían
diferenciado aún más después de los gobiernos de facto de
los ‘60 y ‘70, cuando fueran expulsados por la fuerza hacia
otros sitios. Claramente, para los funcionarios de Tierras,
el Estado no peronista había tenido una responsabilidad
directa en la intensificación del problema del desarraigo y la
marginación de las villas.
Entre 1983 y 1990 los procedimientos para arraigar
a los villeros en Uriarte tuvieron una dimensión técnica y
otra política, estrechamente emparentadas. La primera com-
prendía las distintas modalidades de compra de la tierra
por el Estado provincial o municipal: expropiación y adqui-
sición. La dimensión política consistía en la promoción de
la organización y movilización de los villeros. Con este objeto
habían sido incorporados los siete militantes políticos ville-
ros al Proyecto de Tierras. En verdad, para los funcionarios y
militantes una sólida organización de los villeros permitiría
sostener el compromiso de los villeros con el Proyecto, y con-
seguiría la implementación del plan. Sin duda que el Pro-
yecto de Tierras estaba inspirado en las bases programáticas
de la Desal (Center for Latin American and Social Development)
el cual promovía la integración de los marginales mediante
la participación, ya que el desarrollo económico se había
comprobado insuficiente; “un cambio sin revolución” era el
principio axiomático de esta corriente (Perlman 1976:122).
Las leyes de expropiación fueron el instrumento prefe-
rido por los políticos para dar solución al desarraigo. Con-
taban con un antecedente, al que algunos de ellos habían
contribuido en el breve gobierno peronista municipal de
Buenos vecinos, malos políticos • 123

1973 a 1976: la Ley de Expropiación de Villa Bañados.


Como en este caso, los proyectos de ley de expropiación
presentados en los ‘80 permitían incluir una o más cente-
nas de manzanas. Los barrios: Rivera, Facundo Quiroga, El
Faro, El Progreso y Juan Manuel de Rosas fueron incluidos
en proyectos de ley de expropiación de tierras con el objeto
de, que una vez que las tierras fueran propiedad del Estado
provincial, sus ocupantes se las compraran a un valor, que
contemplaría la ausencia de infraestructura urbana preexis-
tente, y el esfuerzo ya invertido por los pobladores para
mejorar el barrio.
Para los funcionarios de Tierras, la mayoría de los
pobladores de Cuartel IXº iba a encontrar solución a su
problema a través de las leyes de expropiación, mientras
una minoría lo haría a través de lo que los funcionarios de
Tierras denominaban “compra directa” y “compra indirec-
ta”, de los villeros a los propietarios. En el primer caso, los
villeros compraban directamente al propietario con la par-
ticipación de los funcionarios de Tierras en la negociación,
y en el segundo el municipio compraba al propietario para
luego vendérselo a los pobladores. Los dos barrios en los
cuales se había optado por estas formas, llevaban horas, días
y meses de reuniones entre villeros y funcionarios, funciona-
rios y propietarios, y funcionarios municipales y provincia-
les. Las exigencias prioritarias en estos casos eran de organi-
zación más que de movilización. Sin embargo a ellos también
se los convocaba a la ciudad de La Plata en solidaridad
con los villeros afectados por las leyes de expropiación. Los
vecinos de las villas tenían, para los políticos, el derecho de
opinar sobre cómo cambiar el barrio. Era correcto hacerlos
partícipes del proceso, lo cual implicaba que aceptaran el
desplazamiento de cercas e incluso de partes de viviendas
de chapa o madera, en pos de la delimitación de los terrenos
y las manzanas en la forma correcta. En ambos casos los
dirigentes villeros eran quienes más asiduamente manejaban
el contacto con los demás pobladores.
124 • Buenos vecinos, malos políticos

Las movilizaciones de los villeros fueron el recurso polí-


tico de los funcionarios de Tierras para promulgar los pro-
yectos de ley de expropiación. Durante cinco años, de la
segunda mitad de los años ‘80, aproximadamente, todos los
miércoles que hubiera sesión en la Cámara de Diputados de
la provincia de Buenos Aires, donde se tramitaban las leyes,
los dirigentes villeros se movilizaban a La Plata, la ciudad
capital de la provincia de Buenos Aires. De los siete dirigen-
tes, dos eran los encargados de organizar las movilizaciones.
Esteban y Jorge, dirigentes villeros de El Faro, organizaban
incansables reuniones periódicas en todos los barrios y en
el Palacio Municipal. Para armar las movilizaciones, debían:
averiguar si efectivamente había sesión, llamar a los micros,
buscar a la gente, y viajar unos 40 km hasta La Plata. En
torno de esta actividad central se realizaban otras como: la
convocatoria a los compañeros a la movilización, la organiza-
ción de las salidas y las llegadas, el traslado a los barrios, y
las reuniones con los pobladores designados como asesores
del intendente en el tema de tierras. Por lo general desarro-
llaban estas actividades fuera del horario municipal, por la
tarde o por la noche, durante la semana, o los fines de sema-
na, cuando los pobladores disponían de tiempo libre.
Los micros iban a los barrios para recoger a los villeros
y luego se concentraban en el Palacio Municipal de Uriarte,
recogían a los funcionarios de Tierras y partían rumbo a
La Plata. En total eran unas dos horas de viaje en ómnibus.
Generalmente permanecían allí toda la tarde y luego regre-
saban a la noche. Una vez que llegaban a la Cámara de Dipu-
tados provincial, desembarcaban en la calle, y con bombos,
redoblantes y pancartas, entre cantos y gritos solicitaban la
inmediata sanción de las leyes de expropiación. Mientras
en el interior de la Cámara los funcionarios negociaban el
tratamiento de los proyectos de ley.
En menos de dos años Esteban y Jorge fueron recom-
pensados con cargos jerárquicos dentro de la estructura
municipal, por su trabajo político, pero esperaban que el
avance de las leyes les diera mucho más. Ellos no eran
Buenos vecinos, malos políticos • 125

los únicos que habían alcanzado el rango de funcionarios


municipales, había dirigentes villeros que habían alcanzado a
mediados de los ’80 el rango de directores por su trabajo en
otros barrios. Sin embargo, Esteban y Jorge tenían la espe-
ranza de que la concreción de las leyes de expropiación les
permitiría un crecimiento político mayor que el de sus com-
pañeros. Las movilizaciones a la Plata les permitían entrar
en contacto con muchos villeros y sus líderes, y funcionarios
tanto municipales como provinciales, tratando el problema
desde la raíz, lo cual los diferenciaba de otros funcionarios
villeros preocupados básicamente por su propio barrio. El
crecimiento político de Esteban y Jorge era imposible de
disociar de la causa villera.

Crisis del Proyecto de Tierras y el arraigo como causa


nacional

Ahora pues, desde 1988 el Proyecto de Tierras comenzó a ver-


se en serias dificultades para satisfacer las expectativas crea-
das. En las elecciones de ese año, el peronismo había despla-
zado al radicalismo del gobierno de la provincia de Buenos
Aires. La gestión del gobernador peronista Antonio Cafiero
no mejoró las negociaciones políticas. Para los funciona-
rios de Tierras no había “voluntad política” en el gobierno
provincial para tomar las decisiones necesarias para san-
cionar los proyectos de expropiación en danza. Tampoco
para cambiar algunas normativas que impedían subdividir
grandes parcelas de terreno, bajo el argumento según el
cual al ser inundable no podía urbanizarse. Generalmente
los políticos explicaban esta, y otras dificultades, como el
resultado de internas, es decir conflictos facciosos con otras
agrupaciones peronistas en competencia por el poder.
Las convicciones de los políticos orientadas a conse-
guir el arraigo de la familia comenzaron sobre el final de los
’80 a colisionar con las consecuencias de las acciones que
126 • Buenos vecinos, malos políticos

esa búsqueda provocaba. Primero porque el arraigo era cada


vez más difícil de alcanzar, segundo porque las previsio-
nes fundadas en el problema de las internas parecían estar
lejos de ser suficientes. Ambos factores enfrentaban a los
políticos con la difícil y esquiva responsabilidad de asumir
las consecuencias de sustentar esas convicciones. Al mismo
tiempo, las posibilidades de crecimiento político, ya no sólo
de los dirigentes villeros, sino también de los funcionarios,
comenzaba a verse seriamente amenazada.
Lo cierto era que a medida que la posibilidad de arrai-
gar a los villeros se acercaba, aumentaba el conflicto con los
políticos provinciales. Su renuencia a aprobar las leyes o
evitar su reglamentación estaba directamente ligada a: las
dificultades del Estado provincial para financiar la expro-
piación; la tensión con los vecinos del centro, pues éstos se
quejaban de que el dinero del municipio fuera hacia quienes
no pagaban los impuestos, los villeros de Cuartel IXº; el
hecho que muchos vecinos propietarios de la tierra en cues-
tión serían expropiados; y el avance incesante de un dis-
curso neoliberal de ajuste del gasto fiscal. El proyecto político
tendía fundamentalmente a reducir la diferencial de poder
entre vecinos y villeros: acercando estos últimos a la vecindad
y promoviendo su crecimiento político. Pero esto generaba el
rechazo de algunos funcionarios peronistas pues ampliaba
la competencia política a los villeros, en un escenario que los
volvía más despreciables y prescindibles, como comunidad
histórica de referencia.
En suma, cuando los políticos chocaron con la valora-
ción –propia y ajena- de las consecuencias que implicaban
sus principios y convicciones sobre el arraigo, el Proyecto
de Tierras entró en crisis. Sin embargo, los funcionarios de
Tierras, encabezados por Villegas, evitarían con sus evalua-
ciones morales admitir el fracaso definitivo de esta causa
política. Las prácticas posteriores, que estás últimas signi-
ficaban, reflejarían un esfuerzo desesperado por sostener
su validez.
Buenos vecinos, malos políticos • 127

Duhalde había dejado la intendencia de Uriarte en


1985 al ser electo diputado nacional por la provincia de
Buenos Aires, cargo que desempeñó hasta 1989 cuando se
convirtió en vicepresidente de la nación. Villegas, primero
como intendente interino en reemplazo de Duhalde y luego
como diputado nacional (1987-1991), siguió conduciendo el
Proyecto de Tierras, mientras el municipio era gobernado por
el intendente Avila. Como líder de la agrupación peronista
local Patria y Lealtad, y mano derecha de Duhalde, Villegas
condujo esta política, incluso desde su cargo de legislador
nacional. Villegas nunca dejó de conversarla con Duhalde,
quien tenía la última palabra cuando se trataba de definir
algún cambio de rumbo, o el reconocimiento de cualquier
militante por medio de su ascenso en la jerarquía municipal.
Pero, en 1989 Villegas comunicó la decisión de relevar
al subsecretario de Tierras, Santillán, para reemplazarlo
por Roberto Vélez, un abogado de treinta años sumamente
ambicioso y exitoso. Mientras Duhalde, Villegas y Santillán,
se jugarían la última carta para sostener el Proyecto de Tierras
convirtiéndolo en un problema nacional localizado en el
área metropolitana. Consideraban que si el arraigo pasaba
a convertirse en una causa nacional, tendrían posibilidad
de gobernar el problema pues podrían manejar las internas
provinciales que impedían el avance del proyecto. Las conse-
cuencias de la implementación de expropiaciones urbanas
a escala nacional no fueron tomadas en cuenta por este
grupo de dirigentes políticos. Su percepción del escenario
les indicaba que esto era posible.
De manera que en la campaña política de la fórmula
presidencial Menem-Duhalde, a Santillán le fue encomen-
dado formar los “equipos de trabajo del presidente Menem”
para el diseño de su política de tierras y vivienda. De la
mano de Duhalde, el entonces candidato a vicepresidente,
trasladarían el modelo municipal al gobierno nacional.
En el camino, sólo consiguieron dar el nombre Pro-
grama Arraigo a la política nacional de tierra y vivienda
dirigida a los sectores más “postergados” de la población
128 • Buenos vecinos, malos políticos

urbana (Lezcano 1997:3). No pudieron alcanzar la esperan-


za de asumir la dirección política una vez en el gobierno.
Cuando Carlos Saúl Menem asumió la presidencia y Eduar-
do Duhalde la vicepresidencia, el Plan Arraigo fue confiado
a Miguel Ángel Lico y a Claudia Bello, miembros de un
grupo de militantes con “intensa actividad política en las
villas aun antes de 1983” (Lezcano 1997: 13) y más próximos
a Menem. El programa se aprobó en mayo de 1990 con
una retórica semejante al Proyecto de Tierras uriartense, pero
sustancialmente distinto en su contenido.
El Programa Arraigo sólo afectaba las tierras fiscales del
Estado nacional. El propósito era transferir las tierras ocu-
padas por villas, o relocalizar a sus pobladores en las tierras
fiscales vacantes. Esto evitaría los conflictos con los pro-
pietarios, haciendo de esta una política aparentemente más
viable, que la sostenida por los políticos uriartenses. Para
éstos la diferencia era crucial, por lo cual sus pretensiones
de expandir la política de Tierras se vieron frustradas. Con
esta política, como marco general, no podrían abordar la
mayoría de las situaciones de la población villera de Uriarte,
pues les hubiera exigido, contrariamente al arraigo, el tras-
lado de contingentes de villeros. Las tierras fiscales para ese
destino no eran suficientes, y ellos se habían pasado varios
años promoviendo el arraigo de villeros sabiendo que, en su
mayoría, eran ocupantes de parcelas de propiedad privada.
Con lo cual la mayoría de éstos verían frustrada su esperan-
za, y en poco tiempo una lucha interminable y casi perdida
contra los desalojos sería la única tarea a la que se verían
compelidos como gobernantes.
No obstante, en tanto peronistas, los funcionarios
municipales debían contribuir a sostener la esperanza de
los desarraigados frente al regreso del peronismo al gobierno
nacional, pues esa esperanza les había permitido a ellos ocu-
par sus puestos y augurar una carrera, frente a la continui-
dad democrática e institucional, hacia un ascenso político
indefinido. Desde luego, en estas circunstancias también
su propia carrera política estaba siendo minada, ya que la
Buenos vecinos, malos políticos • 129

posibilidad de alcanzar la función pública nacional de la


mano de Duhalde se había interrumpido. En consecuencia,
las convicciones sobre la bondad de esa causa temblaron. El
sacrificio por los villeros dejó de poseer fundamento pues-
to que los políticos de Tierras comenzaron a valorar los
costos políticos de sustentarla. Por consiguiente, fue la valora-
ción de las consecuencias negativas que la causa del arraigo
imponía sobre sus carreras políticas, así como la dificultad
del proyecto para transformar efectivamente las condiciones
de vida de los villeros, por lo cual tambaleo. Las evaluaciones
morales que fundaban el Proyecto de Tierras iniciaron enton-
ces un progresivo viraje.

El ocaso del arraigo como convicción

Llegamos entonces al comienzo de este capítulo: Mauro


Villegas debía convencer a los dirigentes villeros ya incorpo-
rados a la jerarquía política, y reconocidos con cargos ofi-
ciales, que las movilizaciones a La Plata eran cosa del pasado.
Para Esteban y Jorge esto era inaceptable, pues las expecta-
tivas de miles de personas, su propio poder pero fundamen-
talmente el proyecto que los había reconocido y situado en el
campo político comenzaban a desvanecerse.
Al principio los dirigentes se negaron a aceptar la
orden de Villegas. Durante los primeros dos meses trataron
de movilizar por su cuenta, pero fueron perdiendo apoyo.
Ya no dispondrían de ómnibus para el traslado y el costo del
boleto de tren no podía ser afrontado por los movilizados.
Esteban y Jorge optaron entonces por distanciarse del Pro-
yecto, y dejaron de concurrir a la Subsecretaría de Tierras.
Jorge trasladó su familia a la provincia de Entre Ríos, de
donde era oriunda su mujer. El Faro ya no era el lugar
que él quería para ver crecer a sus hijos. Al cabo de unos
meses, Esteban arregló su situación con Villegas, pero la fal-
ta de orientación del Proyecto no le permitiría ya trabajar
130 • Buenos vecinos, malos políticos

como militante. Al poco tiempo se le inició un sumario


administrativo por incumplimiento de deberes como fun-
cionario público. Lo habían denunciado por cobrar coimas
para la tramitación del registro de conductor expedido por
la municipalidad.
Desde 1990 las movilizaciones dejaron de ser los meca-
nismos de construcción de la política uriartense. En su
lugar, un tipo de encuentro dominó la actividad cotidia-
na de lo que quedó del Proyecto de Tierras: las reuniones. A
mediados de 1990 la Subsecretaría de Tierras y Viviendas
organizó un congreso en el Palacio Municipal, al que fueron
invitados: todos los pobladores villeros, los funcionarios de
tierras de los municipios del Gran Buenos Aires, ministros,
secretarios y legisladores provinciales. Villegas aprovechó
la ocasión para advertir públicamente a los villeros y a sus
líderes que el tiempo de las políticas de arraigo estaba lle-
gando a su fin. Ya no sería posible la sanción de nuevas leyes
de expropiación, de ahí en adelante Tierras se encargaría
de encontrar la manera de implementar las leyes ya sancio-
nadas, pues el gobierno provincial no tendría fondos para
llevarlas a cabo. Mientras tanto, señalaba Villegas, deberían
buscar entre todos, incluidos los villeros, nuevas formas de
resolver el problema de la tierra.
Mientras, Santillán emprendía su retirada de la política
a fines de 1989, migrando a la Patagonia argentina, a un
sitio donde la belleza natural de las montañas y bosques,
eran asociadas por él y algunos de sus colaboradores con
una suerte de paraíso terrenal alejado de las presiones de
la ciudad, Roberto Vélez desde su cargo de subsecretario
de Tierras interrumpía la permeabilidad de los funcionarios
municipales a los villeros (ver Introducción). En varias opor-
tunidades posteriores Duhalde intentó atraer a Santillán a
la función pública, pero no resistió la política en los nuevos
términos. A fines de los años ’90 se sabía que seguía recluido
en una casa a orillas de un lago del Sur argentino, que había
Buenos vecinos, malos políticos • 131

abandonado la política y también la profesión de abogado,


y que una misteriosa enfermedad, que casi lo mata, lo había
dejado muy debilitado y avejentado, con tan sólo 40 años.
Por el contrario, Vélez no tenía entre sus convicciones
e ideales el compromiso con el problema de Tierras que
había caracterizado a su antecesor. Estaba ahí, decían, para
hacer su propia carrera política, y aferrarse demasiado a
viejas convicciones se lo impediría. El dinero, la búsqueda
de distinción y de distancia con los villeros sería su forma
de manejar el Proyecto de Tierras. En este esquema los ville-
ros fueron quedando afuera del Palacio Municipal y de la
política. La oficina se transformó: “otra gente” empezó a
frecuentarla. Señores de elegante saco y corbata, y mujeres
muy elegantemente vestidas contrastaban con la ropa gris
de quienes habitualmente transitaban por Tierras. Mien-
tras los villeros y sus dirigentes dejaron de ingresar a las
oficinas, los funcionarios se retiraban de las habituales y
frecuentes reuniones que solían hacerse en las villas. Ya no
bajarían a los barrios de Cuartel IX° como lo habían hecho
durante los años ’80.
La vida política y social comenzaba a pasar por el cen-
tro de Uriarte. Como vicepresidente de la nación, Duhalde
había llevado numerosos colaboradores al gobierno nacio-
nal y se preparaba para conquistar primero la provincia de
Buenos Aires (1991-1999), lo cual finalmente conseguiría, y
luego la presidencia de la nación (1999), elección en la que
fue derrotado. Esta ampliación del horizonte para los polí-
ticos uriartenses abrevaría en la opción de constituirse en
una clase política con un nuevo estilo de vida. Los barrios
ingleses de Uriarte, Hardfield y Seafield fueron elegidos
como lugar de residencia de muchos de sus colaboradores,
entre ellos el presidente de la Cámara de Diputados provin-
cial, Eduardo Mercuri, y de la Cámara de Diputados nacio-
nal, Alberto Pierri. Las escuelas bilingües inglesas alojarían
a los hijos de estos políticos en la década posterior.
132 • Buenos vecinos, malos políticos

Al mismo tiempo que Duhalde se mudaba de su casa


pequeña, a unas pocas cuadras, a uno de los edificios más
caros de Uriarte. En su entorno creció un área residencial
ya no de casas -ahora demolidas-, sino de pisos, semipisos
y departamentos de categoría en propiedad horizontal. En
su nuevo hogar realizaba las reuniones con los políticos que
lo seguían, tanto del ámbito nacional, como provincial y
local. En ellas bajaba línea, orientando la acción política y lo
que esperaba de sus seguidores. La consolidación del grupo
como “clase política” y la adopción progresiva del modo de
vida de las elites vecinales locales comenzaría a contrastar
con el proyecto político que en gran medida les había per-
mitido a muchos de ellos llegar a su posición actual. Los
políticos peronistas uriartenses, que en ningún caso salían
de las elites locales, comenzaban a emularlas. Los políticos
que durante los años ‘80 habían optado por los desplazados,
intentando achicar la brecha que los separaba de los vecinos,
comenzaban a cambiar su propio modo de vida y adoptar
los valores del núcleo simbólico del “establishment” local,
a veces no sin cierta moderación. Mientras, los dirigentes
villeros ya no podrían aspirar a participar de carrera política
alguna, se les cercenaron junto al Proyecto de Tierras.

Convicciones, resultados y “clase política”

El proceso hasta ahora analizado nos deja ver que la pro-


gresiva valoración de los resultados de las acciones sos-
tenidas por la causa del arraigo, desafió las convicciones
que fundaban la causa. Es decir, cuando este sector de
la “clase política” peronista reconsideró las consecuencias
resultantes del sostenimiento de la causa del arraigo villero,
sus convicciones quedaron desafiadas. Según señala Wolf-
gang Schluchter siguiendo a Weber, las evaluaciones mora-
les exigen la presencia de un valor de convicción pues una
acción orientada únicamente por resultados no es moral
Buenos vecinos, malos políticos • 133

(Schluchter 1996:61). Ahora, el hecho de que la valoración


de los resultados sea un componente más de la acción no
significa que las convicciones desaparezcan por comple-
to. Para comprender este movimiento de la balanza del
peso de las convicciones al de los resultados, es necesario
considerar cuáles son los resultados valorados, a quiénes
y cómo los afectan.
En el período analizado, la causa política que orientó
al grupo de funcionarios de Tierras, comandados primero
directamente por Duhalde y luego por Villegas, fue pro-
gresivamente minada por la valoración de las consecuen-
cias de sustentarla. Estos funcionarios junto con dirigentes
villeros incorporados a la función pública se habían cons-
tituido en una “clase política”, mientras se comprometían
con la convicción en el valor histórico y político del arraigo
de los villeros. Entre los políticos, villeros o vecinos, existía
una dependencia entre su existencia como políticos y la
salvación de los villeros. Conforme se daban muestras del
compromiso con esta causa, sacrificándose por ella traba-
jando duramente hasta altas horas de la noche en reunio-
nes preparativas de grandes movilizaciones o de diseño del
barrio, en lugares muchas veces peligrosos, los sábados o
los domingos, la dignificación villera era indisoluble del cre-
cimiento político; tanto que hasta los villeros podían crecer
políticamente y volverse políticos con cargos en la función
pública. El trato preferencial a los villeros producía bienestar
entre los políticos. Este vínculo entre políticos y villeros ins-
piraba la permeabilidad de los valores de la sociedad hacia
los desplazados, lo que disminuía la posibilidad de que los
villeros se alejaran de las actitudes, creencias y valores de
los vecinos y se transformaran en una suerte de underclass
(Maxwell 1993:240)14. Al mismo tiempo, se achicaba la bre-
cha entre establecidos y desplazados.

14 Para la discusión en torno de la formación de subclases y ghettos véase


William Wilson (1987).
134 • Buenos vecinos, malos políticos

Sin embargo, las consecuencias no previstas del Proyec-


to de Tierras se fueron precipitando y acumulando. El peso
de la convicción en las evaluaciones morales que estructu-
raban sus prácticas cedió al de la valoración de los resulta-
dos. El protocolo de contactos y actividades de funcionarios
y villeros, como las movilizaciones no sólo no garantizaban
el arraigo, se volvían en contra de la conformación de la
“clase política”. La primera reacción de las autoridades fren-
te a la emergencia de los resultados adversos de la política
de tierras fue la de tratar de elevar la escala de implemen-
tación del Proyecto del nivel provincial al nacional. Pero,
desde luego, la cuestión clave era que el arraigo daba cuenta
del tipo de comunidad de referencia que imaginaban y a la
que aspiraban, la que suponía la reducción de la diferencial
de poder entre villeros y vecinos. Esta reducción aumentó
finalmente los conflictos entre las partes, involucrando a los
políticos uriartenses en ellos.
Desde el momento que la consolidación democrática
y la proyección nacional de la carrera de algunos políticos
uriartenses introdujeron la oportunidad de convertirlos en
una “clase política” al margen de la comunidad histórica
de referencia desplazada –instalada por el menemismo- , el
avance de los villeros y los conflictos resultantes se volvie-
ron una amenaza. Una nueva división del trabajo político
estaba en juego, sobre todo cuando el gobierno nacional de
Menem daba claras señales de una opción a favor del esta-
blishment nacional, al tiempo que socavaba el sentido tradi-
cional de la comunidad de referencia política peronista, de
la cual los villeros habían formado parte sustantiva. En este
proceso, los políticos iniciarían un camino de búsqueda de
nuevas convicciones sobre el orden deseado, otro estándar
de evaluación moral por medio del cual villeros y políticos
ostentarían diferencias sustanciales en sus estilos de vida, al
tiempo que aquellos quedaban lentamente esfumados como
categoría política.
Buenos vecinos, malos políticos • 135

El capítulo siguiente nos permitirá entender cómo un


nuevo proyecto político, frente al sofocamiento de los villeros
como comunidad política de referencia y las implicancias
que, para la regulación del crecimiento político, trajo apare-
jada, procesa los dilemas morales que resultan del ocaso
de la causa villera. Todo parecía indicar que no era posible
redefinir la división del trabajo político sin la transforma-
ción de la comunidad de referencia, y, por consiguiente,
de las convicciones que le daban sentido; tarea a la cual se
abocarían las autoridades municipales.
3

El Proyecto Uriarte

Moralización de la política y crecimiento político

“La historia de las elites gobernantes muestra claramente que


cuando los símbolos de su culto pierden su potencia, cuando
las audiencias exteriores ya no difieren de ellos, esas elites
pierden su legitimidad y son propensas a perder poder”
(Cohen 1981:4).

En 1991 Villegas ganó por primera vez las elecciones al


cargo de intendente de Uriarte. Luego consiguió ser reelec-
to en 1995, y en 1999 se prepararía para competir por su
tercer mandato. Los detalles de su última campaña electoral
ratificaron el proyecto político que sostuvo durante los ocho
años de gobierno municipal: el denominado Proyecto Uriar-
te. Para Villegas éste era la síntesis de la filosofía política que
había elaborado a lo largo de sus veinte años de militancia
política. De las muchas experiencias que había vivido como
militante, había identificado dos grandes y acuciantes pro-
blemas de la política uriartense. Uno de éstos eran “los con-
flictos que se suscitaban entre villeros y vecinos de barrios
de clase media, producidos por diferencias sociales”. El otro,
al que llamaba el “síndrome Duhalde”, era la creencia de
los políticos uriartenses de que podrían hacer la carrera
política de Duhalde y llegar, como él, a vicepresidente de la
nación, usando la intendencia de Uriarte como un “tram-
polín” para cargos provinciales y nacionales, más que como

137
138 • Buenos vecinos, malos políticos

un ámbito con valor en sí mismo. A comienzos de la década


del ’90 Villegas tradujo la solución de estos conflictos a su
proyecto político: el Proyecto Uriarte.
El Proyecto contó con el reconocimiento público de
políticos: uriartenses, bonaerenses, nacionales y extranje-
ros; y especialistas en el tema1. Todos, valoraban las pre-
tensiones “descentralizadoras de la gestión pública”, la bús-
queda de “eficiencia” y la “profundización democrática”,
llevadas adelante. Si bien destacaban sus rasgos “moder-
nizadores”, la adecuación a las nuevas tecnologías de la
“participación ciudadana” y la “administración pública”, el
Proyecto Uriarte poseía un carácter eminentemente moral.
Los deseos de “cambiar la forma de hacer política” por una
“buena”, ponían de manifiesto que Villegas y sus colabora-
dores, ubicaban ahí el problema moral de la política.
Si tomamos las evaluaciones contenidas en la justifica-
ción personal, el reconocimiento público y los rasgos mora-
lizadores del Proyecto como formas alternativas de legitima-
ción ideológica, es decir, por su falsedad, nos alejamos de
la posibilidad de comprender; hacia atrás, las condiciones
que desde la perspectiva de los políticos las vuelven impe-
riosas, y hacia delante, los efectos de la adecuación de la
moralización de la política a esas condiciones; en síntesis
su inscripción práctica, real y concreta. Este capítulo estará
dedicado justamente a explorar ambos sentidos, en tanto las
consecuencias serán dejadas para los siguientes.
Sostendré que, tomando esos rasgos moralizadores del
Proyecto Uriarte como respuestas a una situación dilemática
de los políticos, podremos comprender la relación entre los
distintos rostros de presentación del Proyecto. Esta perspec-
tiva nos coloca a cierta distancia de las que consideran a
las políticas públicas como formas de dominación discur-
siva (Dreyfuss y Rabinow 1982; Apthorpe 1997). Nuestro

1 Las universidades nacionales fundadas a comienzos de la década del ’90 en


el Gran Buenos Aires contaron desde sus inicios con centros de investiga-
ción dedicados a la cuestión municipal y provincial.
Buenos vecinos, malos políticos • 139

problema no es, en este capítulo, el efecto de dominación de


las políticas públicas vistas como un discurso que enmas-
cara los problemas particulares de ciertos actores políticos
como problemas generales (Cohen 1981), sino una dimen-
sión causalmente anterior. ¿Cómo es que las políticas con-
densan y asocian los problemas propios de los políticos con
los de la sociedad a la que se deben? Concretamente, preten-
do mostrar, desde la perspectiva de los políticos uriartenses,
cómo el análisis de la moralidad vuelve inteligible la aso-
ciación de estos problemas, pues zanja el enmascaramiento
y diferenciación de los políticos, imagina la comunidad de
referencia y constituye sujetos colectivos (Ong 1999:53).
Mostraré, entonces que la moralidad del Proyecto Uriar-
te expresa la respuesta de los políticos a una experiencia
crítica, fuente de sus dilemas morales prácticos, signada
por: un escenario de reformas neoliberales del Estado, el
debilitamiento de una moral política de la convicción basa-
da en el compromiso irrenunciable con la causa villera, y la
sucesión del poder o crecimiento político.

Políticas públicas, antropología y moralidad

Las políticas públicas como problema antropológico han


sido abordadas muy recientemente en la compilación de
Chris Shore y Susan Wright Anthropology of Policy (1997).
Según señalan las autoras, la antropología habría demorado
su estudio por la tendencia a privilegiar visiones instru-
mentalistas del poder –como medios de regulación basados
en premios y castigos–, o bien, por tomarlas como ins-
tancias neutrales de la política (Shore y Wright 1997:5,6).
A cambio, han propuesto dar cuenta del papel dominador
de los mecanismos de estructuración de los sujetos que
esconden las políticas públicas en la sociedad contemporá-
nea. En general, los autores de la compilación concuerdan
con la siguiente afirmación: “Como argumenta Foucault la
140 • Buenos vecinos, malos políticos

efectividad del poder yace en su habilidad para enmascarar-


se a sí mismo y ocultar sus propios mecanismos” (Foucault
1978:86 en Shore y Wright 1997:25).
Incorporado el análisis de las políticas públicas al cam-
po antropológico, podemos ampliar dicha perspectiva con
la pregunta por la dimensión moral del enmascaramien-
to; es decir por los mecanismos inscriptos en las políti-
cas públicas que resuelven problemas internos, como el del
“síndrome Duhalde”. Dado que el poder no siempre es efec-
tivo, es decir que no siempre consigue la obediencia que se
propone, es sumamente importante establecer la manera en
que con las políticas públicas los políticos buscan enmasca-
rar sus problemas. El enmascaramiento es el resultado de
esas evaluaciones morales mediante las cuales los políticos
van definiendo, a lo largo del tiempo, sus problemas y las
soluciones. Éste es un proceso muy distinto al que sugie-
ren las orientaciones que como la de los expertos de los
organismos multilaterales de crédito pujan precisamente
por la homogeneización y racionalización de las políticas
públicas2. Podremos apreciar, a distancia de una visión nor-
mativa, las negociaciones, traducciones y adaptaciones de
las recetas neoliberales, que los actores, aun en los nive-
les gubernamentales de menor escala, han efectuado en la
Argentina3.
Cuando las políticas públicas enmascaran, o procesan
problemas de un grupo dirigente en problemas socialmente
legítimos, se vuelven un puente entre la persona, el gru-
po y otros contextos: locales, nacionales y trasnacionales,
de los que forman parte. Al estar destinadas a dar sentido

2 Como señalamos en el capítulo I la aplicación de las nuevas “tecnologías


políticas” neoliberales neutralizadas por el lenguaje científico (Dreyfuss y
Rabinow 1982:196), ha formado parte ineludible del nuevo escenario políti-
co.
3 Subyace a esta afirmación la discusión de si asistimos o no a la desmitifica-
ción progresiva de la ideología, en una supuesta incesante tecnificación de la
misma (Giddens 1986:182). Según indican los procesos concretos estas
racionalizaciones no dejan de mistificar, aunque encuentren modos más
sutiles de hacerlo.
Buenos vecinos, malos políticos • 141

al escenario en el que se gestan son, para quienes las ela-


boran, un puente entre el pasado, el presente y el futuro.
De un lado, ese puente da cuenta de la dimensión mítica
de las políticas públicas, su continuidad simbólica, a tra-
vés del encapsulamiento del pasado, el presente y el futuro
(Neiburg 1998:96); del otro, la necesidad de renovación,
transformación e innovación que a veces expresan pone
en evidencia – contra lo que suele argüirse-, experiencias
dilemáticas que ciertas coyunturas producen en quienes las
imaginan. Uno y otro se combina haciendo inteligible el
escenario.
Como se verá los agentes crean proyectos políticos como
proyectos de vida, queriendo convertirse en algo, mien-
tras convierten a otros (Ortner 1984:152), manipulando la
ambigüedad de ciertas categorías y símbolos, socialmente
disponibles4. Tras esa manipulación subyacen las evaluacio-
nes morales sobre el orden deseado, y la clase de persona
política a alcanzar, lo cual convierte a ciertas políticas públi-
cas en una clase particular de ellas, los proyectos políticos. En
fin, la constitución de los políticos en un grupo dirigente
dependería de la consistencia moral de su proyecto político,
esto es de su capacidad para procesar la tensión entre los
problemas propios y los colectivos5, intensificando así la
potencia mística de los símbolos utilizados (Cohen 1981).

4 Sigo la perspectiva de Anthony Giddens, para quien no hay tal cosa como
una ideología sino aspectos ideológicos de sistemas de símbolos (1986:187).
Estos aspectos pueden subyacer a un nivel discursivo, consciente y manipu-
lado, como a un nivel subyacente, de la experiencia vivida. Esta distinción es
válida siempre y cuando contemple la posibilidad de que un relato, una jus-
tificación o un discurso esté estructurado por creencias como modos de
existencia vividos.
5 Como señala Bourdieu: “...los discursos políticos producidos por los profe-
sionales son siempre doblemente determinados y afectados por una duplici-
dad que nada tiene de intencional dado que resulta de la dualidad de los
campos de referencia y de las necesidad de servir al mismo tiempo a los fines
esotéricos de las luchas internas y a los fines exotéricos de las luchas exter-
nas” (2001:177).
142 • Buenos vecinos, malos políticos

Concretamente, la moralización de la política encar-


nada en el Proyecto Uriarte puso de manifiesto la respuesta
a una experiencia dilemática signada por: a) la reorganiza-
ción de la sucesión política, o del crecimiento político; b) en
un escenario neoliberal capaz de intensificar los conflictos
con los desplazados; y c) el desmoronamiento de la cau-
sa villera. El Proyecto, como veremos, buscó la solución al
problema moral de la política, por medio de la imagina-
ción de una nueva comunidad de referencia (Cohen 1989)
capaz, al mismo tiempo, de contener conflictos y regular la
competencia política, y, en particular, de habilitar la cons-
trucción de un cuerpo de elite local. Este fenómeno pondría
de relieve la imbricación6 entre crecimiento político y comu-
nidad de referencia.

Los conflictos sociales y el ocaso de la mística de la


política

Mientras en 1991 Villegas delineaba su filosofía política de


gobierno sabía que gobernar el municipio como peronista
implicaba dar muestras de adhesión a la política nacional de
gobierno del presidente Menem; porque además de perte-
necer al mismo partido, su jefe político era el vicepresidente
Duhalde. También sabía que uno de los objetivos del presi-
dente era terminar con el núcleo central del Estado bene-
factor y su modalidad particular de distribuir beneficios, lo
cual había sido durante largo tiempo sinónimo de la justicia
social peronista. En el escenario neoliberal, la justicia social
parecía quedar progresivamente librada a la competencia
de los individuos y sus productos, por la distribución de

6 Uso el concepto de imbricación en el mismo sentido que lo hace Abélès


(1990) como un solapamiento de variadas dimensiones en la conformación
de los vínculos políticos.
Buenos vecinos, malos políticos • 143

beneficios públicos7. Esto era la confirmación del proceso


experimentado por los funcionarios uriartenses con el Plan
Arraigo, del que habían participado directamente.
La lógica mercantil y utilitarista invadió progresiva-
mente el campo de las políticas sociales al ser dominadas
por “tecnologías políticas” como la “focalización” (ver capí-
tulo I), recomendadas por el Banco Mundial y el Banco
Interamericano de Desarrollo. La distribución de beneficios
bajo esta forma de la competitividad era como la del merca-
do: los más pobres entre los pobres, quienes supuestamente
más demandaban, debían ser beneficiados con los bienes y
servicios de la “ayuda social directa”. Por principio, ningún
agente debía mediar en esa “ayuda”. El Estado, a través de
oficinas creadas para este fin, identificaba a la “población
con NBI” (Necesidades Básicas Insatisfechas): sin pavimen-
to, ni agua corriente, ni cloacas, ni viviendas consolida-
das, mediante información extraída del Censo Nacional de
Población y Vivienda, para garantizar la “extrema necesi-
dad” de los “beneficiarios”. Pero dentro de este amplio gru-
po, el gobierno nacional, orientado por los mencionados
organismos de crédito multilateral, definía criterios para
determinar la extrema necesidad de los beneficiados, con
la asistencia de profesionales especializados8. La cuestión
era que muchos de los villeros, al no clasificar como “pobres
extremos”, quedaban sin beneficio. Para los funcionarios
uriartenses el problema se agravaba cuando tenían que apli-
car esta lógica a la inversión en infraestructura urbana y
equipamiento comunitario, que exigía una aplicación colec-
tiva antes que individual.

7 Para un análisis en profundidad de esta cuestión véase Frederic (2002).


8 Tanto el gobierno nacional como el gobierno de la provincia de Buenos
Aires contaron con dependencias dotadas de sofisticados procedimientos y
especialistas dedicados a formular criterios de “focalización” y de “evalua-
ción” de la efectividad de la distribución. Ejemplo de lo mencionado es el
Siempro, la oficina que creaba sistemas de monitoreo y evaluación de todos
los proyectos financiados internacionalmente en la Secretaría de Desarrollo
Social de la Nación; y el Consejo de la Familia y Desarrollo Humano dirigi-
do por Chiche Duhalde, la esposa del gobernador de la provincia.
144 • Buenos vecinos, malos políticos

De ese modo, Villegas debía enfrentar el horizonte de


continuidad del proceso político, en un contexto en que la
política perdía localmente sentido por el agotamiento de
esa moralidad fundada en la convicción en el arraigo villero
–analizada en el capítulo anterior–, y por la tecnificación
neoliberal de la política. En este contexto, los funcionarios
políticos uriartenses parecían privados de la capacidad de
cambiar el destino de la gente, pero más todavía el de los
desarraigados. Esa lógica instrumental y mercantil dejaba
escaso margen a la acción de los políticos. No había agencia
y mucho menos ambigüedad en la distribución, la política
se volvía puro cálculo. Ya no serían los militantes políti-
cos, sino un cuerpo de técnicos en minoridad y familia,
trabajadores sociales, e incluso investigadores sociales, los
encargados de determinar la “necesidad”. Para Villegas y los
políticos que lo seguían, por este camino la política acaba-
ría perdiendo la poca mística que le quedaba. En adelante,
sería muy difícil seguir afirmando que “en política dos más
dos no es cuatro”.
Dado que otros procedimientos más impersonales y
estandarizados alcanzarían sólo a los “pobres extremos”,
podían augurar que los conflictos entre villeros y vecinos
se potenciarían. Máxime considerando que aquellos habían
comenzado a ser desplazados de la posibilidad de crecer
políticamente. La cuestión era encontrar los modos en que
la política podría hacer algo con y por ellos, sin incluirlos
en ella; pues los villeros ahondarían la protesta cortando con
neumáticos incendiados, calles y avenidas, o movilizándose
a la municipalidad cada vez con más frecuencia. El pano-
rama confirmaba el supuesto compartido por Villegas y sus
colaboradores, el municipio era la escala estatal más difícil,
pues allí confluían y muchas veces estallaban los conflictos
nacionales, provinciales y locales.
Buenos vecinos, malos políticos • 145

La constitución de una jefatura local y el crecimiento


político

La pérdida del sentido anterior de la política era la causa


de gran parte de los males que afectaban a los políticos.
Esta creencia fue central al gobierno de Villegas, cuyos más
próximos aliados veían como la fuente principal del mal, la
lucha despiadada por crecer en la política, su mercantiliza-
ción guiada por la remuneración más que por la vocación,
y el “uso” del cargo de intendente o concejal, como medio
para acceder a puestos de mayor jerarquía más que como
fin. En efecto, el “síndrome Duhalde” era, desde este punto
de vista, el resultado de una desvalorización moral de la
política en general, que llevaba a muchos a querer emular su
carrera política, creyendo que la conquista de la intendencia
de Uriarte les permitiría recorrer su mismo camino: la vice-
presidencia de la nación, la gobernación de la provincia de
Buenos Aires y, posiblemente, la presidencia de la nación9.
Las elecciones de octubre de 1991 le dieron el triunfo
a Villegas10, consagrándolo intendente municipal. Al mismo
tiempo, Duhalde11 dejaba la vicepresidencia de la nación,
para ocupar el cargo de gobernador de la provincia de

9 Duhalde era uno de los candidatos firmes del Partido Justicialista a suceder
al presidente Menem, ya en 1991 cuando se convirtiera en gobernador de la
provincia de Buenos Aires. Posibilidad que se convirtió en hecho durante las
elecciones presidenciales de 1999, aunque fue derrotado por el candidato
aliancista Fernando de la Rúa.
10 La carrera política de Mauro Villegas después de la última dictadura militar
fue la siguiente: primer concejal de 1983 a 1987, intendente interino de
Uriarte 1985 a 1987, diputado nacional de 1987 a 1991 y, por último, inten-
dente de Uriarte de 1991 a 1999.
11 A partir de la última dictadura militar, la carrera política de Eduardo Duhal-
de fue la siguiente: intendente municipal de 1983 a 1985, diputado nacional
de 1985 a 1987, vicepresidente de la nación de 1989 a 1991, gobernador de
la provincia de Buenos Aires de 1991 a 1999 y presidente interino de la
nación –elegido en Asamblea Legislativa– desde enero del 2002 hasta mayo
del 2003.
146 • Buenos vecinos, malos políticos

Buenos Aires12. Villegas había sido su más estrecho cola-


borador durante los duros años de la dictadura militar lo
cual, para muchos, explicaba la confianza que le tenía. Pero
la elección de Villegas como sucesor de Duhalde en Uriarte,
frente a otros militantes que colaboraban estrechamente
con el nuevo gobernador, le exigía a Villegas una justifica-
ción en términos de sus propios méritos. Como él mismo
señalaba, si Duhalde había hecho tan buena carrera política
era por su capacidad, no porque hubiera sido intendente
de Uriarte. En este sentido, Villegas debía demostrar sus
virtudes, sin las cuales no tendría la autoridad suficiente
para constituirse en dirigente. Por eso, durante la campa-
ña política, de diciembre de 1990 a octubre de 1991, esta
distinción fue crucial para consolidar la jefatura local.

“Lo novedoso del esquema –señaló uno de sus íntimos cola-


boradores– es que Villegas no saldrá a prometer, sino a escu-
char y comprometerse con las inquietudes de la gente. El
legislador nacional tiene una notoria inserción en los sectores
más humildes de la sociedad” (Noticias de Uriarte, diciembre
1990:19).

“Lo más gráfico que se escucha decir a la gente sobre Mauro


Villegas es que es un diputado honesto, humilde, que sien-
te realmente necesidad de hacer algo por los demás. Desde
ya, no es poco ‘premio’ para un dirigente en estos tiempos
de escasa credibilidad política. Pero además de estas razones
morales y éticas… Según pudimos saber, en enero de 1985,
antes de que el Dr. Duhalde tomara su licencia como jefe
comunal, el entonces primer concejal Villegas le preguntó:
¿Qué cosas tengo que tratar con prioridad…? ¡Ah, no… –le
respondió el actual vicepresidente (Duhalde)– durante febre-
ro el intendente sos vos! Aquel mes ocupando el despacho

12 Buenos Aires es la provincia con mayor porcentaje de participación en el


Producto Bruto Interno nacional. Durante la década del ‘90 su participación
fue en promedio del 34, 5%. (Fuente: Dirección de Estadística de la Provin-
cia de Buenos Aires.) Posee, según datos del censo 2001 13.818.677 habitan-
tes, concentrando un tercio de la población total del país. (Fuente: Censo
Nacional de Población y Vivienda Indec)
Buenos vecinos, malos políticos • 147

con más poder del Palacio Blanco (el municipio) –y aun con
un mandato ocasional y corto, Mauro Villegas tomó con-
tundentes medidas apuntando a privilegiar la participación
de las instituciones intermedias y los vecinos” (Noticias de
Uriarte, abril 1991:11).

El periódico Noticias contribuyó a forjar la reputación


de Villegas, al presentarlo como un hombre maduro, auste-
ro, artesano y jardinero de profesión; muy reconocido por:
sus compañeros13, admiradores y opositores, y por su dispo-
nibilidad y humildad para tomar contacto personal con la
gente de los barrios. Mauro, como lo llamaban sus segui-
dores, rondaba los cincuenta años, era de hablar pausado y
calmo. Era su trayectoria personal, con independencia de su
familia, la que nutría su trayectoria política14. En el Palacio
Municipal, esta característica suya contrastaba con la del
intendente peronista anterior Ávila, quien había contratado
a dos karatecas como guardaespaldas, para rehusar peque-
ñas y grandes manifestaciones en su contra que, con cierta
frecuencia, se generaban en las puertas de su despacho.
El proyecto político de Villegas también lo diferenciaría
del último intendente, y de los que quisieran competir con
él en las sucesivas elecciones, dentro y fuera del municipio.
El Proyecto, circunscripto claramente a la ciudad de Uriarte,
fue el eje de su campaña política y también de su gobierno.
Desde su local de campaña electoral al que, a diferencia
de sus competidores, no le pondría ni su nombre, ni el de
su agrupación política, sino Proyecto Uriarte, hasta las acti-
vidades de discusión que promovía en grupos de trabajo,
lo distinguirían de los “comandos de campaña” peronista.
Según señalaban Villegas y sus más íntimos seguidores, el

13 Compañeros es la categoría utilizada por los miembros del Partido Peronista


para expresar su vínculo, del mismo modo los miembros del Partido Radical
utilizan el término correligionario, y camarada los del Partido Comunista.
14 El modo como los vínculos familiares contribuyen a la construcción de la
trayectoria de los políticos es variable, lo cual contrasta con algunos proce-
sos analizados en Brasil donde la esfera íntima se ha vuelto parte sustantiva
en la definición de la honra del político (Texeira 1998).
148 • Buenos vecinos, malos políticos

problema con los “comandos” era que los abrían los can-
didatos sólo para las elecciones, reduciendo su función a
la suma de votos y dinero. La construcción de sí mismo
como “buen político” ratificaba y contestaba la bendición
de Duhalde. El Proyecto Uriarte era su proyecto de gobierno
que, independientemente de Duhalde, permitiría devolverle
algún sentido a la política uriartense.
El descreimiento de la política y de los políticos, la con-
sabida “crisis de credibilidad”, serían así enfrentados por el
Proyecto Uriarte. La distancia entre los políticos y la gente,
un problema reconocidamente transnacional, se expresaba
localmente en quienes, habiendo perdido el sentido de la
política, quedaban presos de intereses materialistas, y asu-
mían el papel de “gerentes de la política”. La política no era
el mercado, señalaban Villegas y sus más íntimos seguido-
res, en ella no podía regir el interés material egoísta, sino
el del “bien común”. El altruismo y la generosidad eran los
principales valores de la política.

“La política debe apuntar al ‘bien común’ pero no exclu-


sivamente entendido como logros materiales sino como el
fortalecimiento del espíritu, el pensar en otros y pensarse a sí
mismo como forma de alcanzar la felicidad y el sosiego nece-
sario de proclamar que nadie se realiza en una sociedad que
no se realiza. Sentir para pensar, pensar para proponer, pro-
poner para realizar y así legitimarnos entre todos” (Fernando
Olmos, funcionario a cargo del Proyecto Uriarte 1992).

La “credibilidad” dependía entonces de una valoriza-


ción moral de la política, que fortaleciera espiritualmen-
te a los políticos y alejara el “materialismo” de la política.
Moralizarla significaba corregir esas formas “equivocadas”
y “perversas” de “hacer política”, que debido a la pérdida
de su sentido moral, llevaban a una competencia política
desenfrenada. El Proyecto Uriarte detendría el desenfreno
en el crecimiento político, el descreimiento y el consiguiente
“alejamiento de la política del hombre común”. Muchas de
las dificultades experimentadas por los gobernantes para
Buenos vecinos, malos políticos • 149

conducir al municipio serían así superadas por el Proyec-


to Uriarte. En adelante el comportamiento político comen-
zaría a ser evaluado por un estándar moral a partir del
cual se impondría una diferencia entre “estar en política”
sin comprender su esencia, y “hacer política” habiéndola
comprendido.
La moralización que propiciaba el Proyecto, aun cuando
pretendía acercar los dirigentes políticos a la gente, consa-
graría nuevas distinciones, resultantes de organizar el cre-
cimiento político en un nuevo sentido. En adelante, la polí-
tica exigía un conocimiento especializado generado por el
propio Proyecto. Era preciso que las personas implicadas
“entiendan” el Proyecto para cambiar la forma perversa de
“hacer política”. Cambiando la mentalidad de las personas,
observarían los procedimientos creados por él, y así, al
hacer política dejarían atrás las formas maliciosas. Éste era
el principal antídoto contra el uso de los cargos políticos
locales como medio antes que como fin. La política uriar-
tense cobraría así un valor inusitado, pues no cualquiera
podría hacer política, ni cualquier forma de la política sería
aceptada. Los promotores del espíritu benigno de la política
debían ser personas especiales con un compromiso demos-
trado con esta nueva causa. El Proyecto venía a desafiar las
expectativas de crecimiento político ilimitado, sin importar
los medios, a terminar con el “síndrome Duhalde”, profesio-
nalizando a los políticos en un nuevo sentido.

El cuerpo de elite moral de la política

Alicia recibió el llamado telefónico a través del cual se ente-


raría que su tío Mauro Villegas había sufrido una severa
descomposición. Era el verano del 2000, habían pasado 40
días desde que dejara el cargo de intendente. Estaba des-
cansando en Las Toninas, un balneario de la costa marítima
bonaerense donde veranean los pobladores de los suburbios
150 • Buenos vecinos, malos políticos

del Gran Buenos Aires. Lo habían trasladado a Buenos Aires


en grave estado. Fernando Olmos le propuso a Alicia, su
mujer, visitarlo al día siguiente, pero ella no quiso. Creía
que sería demasiado tarde. Estaba segura que su tío no
sobreviviría. Habían pasado los festejos de Año Nuevo jun-
tos, y ella lo había visto muy, pero muy preocupado. Había
entregado su vida a Uriarte y a su Proyecto de gobierno, y
ni siquiera podía asegurarles un lugar de trabajo a sus más
íntimos colaboradores. Esto lo angustiaba profundamente.
Entre sollozos Alicia me dijo, “no digo que haya sido un
suicidio, pero yo sé que sentía que habíamos entregado todo
y no teníamos nada”.
El sentimiento que había ligado a Fernando Olmos, a
Alicia y a su tío fue forjado por el mismo Proyecto Uriar-
te y tuvo un papel clave en la conformación del grupo al
que pertenecían15. Fernando había sido ocho años secreta-
rio de Promoción de la Comunidad, la dependencia crea-
da para implementar el Proyecto Uriarte. Alicia, sobrina del
intendente, más tarde esposa de Fernando, fue directora de
Promoción de la Comunidad durante, aproximadamente,
seis años. Junto a Juan, Sebastián y Alberto conformaban el
cuerpo especial de políticos municipales. Era así como se
sentían, y este sentimiento quedaba expresado en la manera
despectiva con la que se referían al resto de los políticos
uriartenses. Tanto Fernando Olmos como Juan habían mili-
tado en las filas del peronismo de izquierda durante la déca-
da del ’70, ambos rondaban los 50 años. Sebastián y Alberto,
en cambio, habían iniciado su militancia al término de la
última dictadura y rondaban los 35 años cuando se inició el
Proyecto. Alicia tenía 32 años cuando lo pusieron en marcha,
nunca había militado, pero había dado muestras de su com-
prensión y compromiso; dos requisitos fundamentales.

15 El papel de los sentimientos en la conformación de los grupos dirigentes ha


sido destacada por Norbert Elias (1998) y Abner Cohen (1981).
Buenos vecinos, malos políticos • 151

Fernando Olmos había sido secretario general del Sin-


dicato Municipal de la ciudad de Pergamino en el interior
de la provincia de Buenos Aires, antes del golpe militar de
1976. En 1976 se escapó de su pueblo para evitar que lo
detuvieran. Vivió desde entonces en Uriarte donde traba-
jó como profesor de tenis. Luego fue periodista del diario
Tiempo Argentino, director de prensa de la municipalidad
de Uriarte cuando Duhalde fuera intendente, y posterior-
mente asesor de prensa de Villegas, mientras era diputado
nacional. A él le cupo la misión de convertirse en el fun-
cionario encargado del Proyecto. Jorge tenía un perfil más
intelectual y científico. Era psicólogo y durante su exilio
en los Estados Unidos se había doctorado en una univer-
sidad neoyorquina, con una tesis sobre la psicología con-
ductista. A su regreso trabajó como asesor en educación del
gobierno peronista provincial y luego fue convocado por
Villegas. Jorge tenía una tarea eminentemente pedagógica
y era, según decía, quien sostenía teóricamente la filosofía
política de Villegas. Alicia era psicopedagoga y expresaba un
profundo desinterés por la vertiente liberal y privada de
su profesión. En cambio, reivindicaba la posibilidad que le
daba su trabajo en el Proyecto, donde podía desarrollar la faz
“más social” de su profesión. Sebastián se parecía más a Fer-
nando Olmos. Tenía un perfil político por su militancia en
uno de los barrios de la ciudad. Siendo adolescente, durante
los años ’70 había militado en el peronismo, luego con la
democracia, reingresó plenamente. Alberto era licenciado
en periodismo, rondaba los 40 años y también había cono-
cido la militancia en los ’70.
Entre ellos había una sólida amistad fortalecida a lo lar-
go de los ocho años de duración del Proyecto. A la intimidad
de las relaciones entre los miembros del equipo del Proyecto
contribuyó el matrimonio de Fernando Olmos con Alicia,
producido algunos meses después del triunfo de Villegas
en 1991. Las muestras del afecto y la confianza que exis-
tía entre ellos eran varias. Por ejemplo, se reflejaba en la
manera como se asociaban para solucionar sus problemas
152 • Buenos vecinos, malos políticos

de vivienda. Sebastián les había prestado a Alicia y a Fer-


nando un departamento muy pequeño por el tiempo que les
llevara terminar de construir su casa en un country de la
zona sur. Alberto, convencido por Alicia y Fernando Olmos,
había adquirido un terreno en ese country. Por último, la
valoración del parentesco “de sangre” entre Alicia y Villegas
por encima del parentesco político radicado en la Secretaría
de Acción Social, a cargo de la esposa de Villegas, cerraba el
círculo de intimidad de este cuerpo de elite.
Villegas reconocía en ellos a quienes compartían ínti-
mamente su filosofía política, y tenían la virtud de ganar
el compromiso de otros al Proyecto. Porque estaban com-
prometidos con esta nueva causa y tenían la habilidad de
promoverla es que les había dado el poder de manejar la
Secretaría más importante de su gobierno. Alicia y Juan no
dejaban de destacar la diferencia sustantiva entre la Secre-
taría de Promoción de la Comunidad que había creado el
Proyecto y las otras secretarías, especialmente la de Acción
Social. Decía Juan que esos funcionarios no entendían nada
del Proyecto, y vivían convulsionados y en estado de emer-
gencia por dar cajas de alimentos16, como si de eso se tratara
la política. La Secretaría de Promoción, encargada de “pro-
mover la comunidad”, estaba indudablemente en un escalón
moralmente superior a las secretarías ejecutivas, lo cual era
el fundamento de su preeminencia política.
La dedicación del grupo al Proyecto no terminaba con
el horario municipal, era permanente: “Nuestra vida –decía
Alicia– estuvo completamente absorbida por el Proyecto”.
Durante el horario de trabajo en la Secretaría de Promo-
ción, mantenían entre compromisos y actividades oficiales,

16 Los programas de “ayuda directa” estaban destinados a dar alimentos, vesti-


do y medicamentos a quienes los asistentes sociales identificaban como
“pobres”. Esa denominación hacía alusión al tipo de ayuda donde no había,
en apariencia, ningún trabajo invertido en la donación. Sobre la significa-
ción de esta inversión de trabajo en la reciprocidad al interior del campo
político argentino véase el trabajo de Mauricio Boivin y Ana Rosato (1998)
inspirado en Pierre Bourdieu.
Buenos vecinos, malos políticos • 153

frecuentes encuentros. Muchas veces, éstos se prolongaban


al término de la jornada de trabajo, o durante los fines de
semana en alguna de las casas de los miembros del gru-
po. Los huecos que dejaban las obligaciones de la función
pública los llenaban de este modo. Generalmente discutían
aspectos del Proyecto, anécdotas que reforzaban la crítica y
la distinción de los demás funcionarios públicos munici-
pales, pero también respecto de los miembros del Proyecto
que ocupaban un rango menor. Compartían así sus con-
cepciones sobre el mundo y la época en la que vivían, y el
sentido de la vida y la política en ella. Las ideas predomi-
nantes eran el desprecio por el “materialismo” y el “egoís-
mo” que orientaba al mundo contemporáneo. Compartían
una visión romántica de un pasado sin ubicación temporal
fija, cuando se “hacía política” desinteresadamente con un
compromiso pleno con la causa, y donde la solidaridad y los
valores espirituales eran prioritarios.
Durante esos encuentros, Fernando Olmos hacia honor
a su afición por la literatura sobre la cuestión de la gue-
rrilla, la izquierda y la revolución en la Argentina. Estas
lecturas estaban orientadas por sus presagios. Él sostenía
que la sociedad de consumo, la excesiva valoración por
los bienes materiales antes que los espirituales, propios de
una época dominada por la globalización y el capitalis-
mo salvaje, llevarían ya no a una guerrilla colectiva como
había sucedido en los ’70, sino a una guerrilla individual.
Las personas, agobiadas por la imposibilidad de satisfa-
cer las expectativas impuestas por el sistema, terminarían
por participar de enfrentamientos individuales. Fernando
Olmos estaba seguro que sobrevendría una época donde ya
no habría causas colectivas sino individuales, y frente a su
convicción y vehemencia, nadie en su entorno se atrevía a
discutir sus presagios.
El modo en que se desarrollaban estos encuentros con-
tribuía a producir un sentido de la pertenencia al grupo de
los elegidos, una suerte de cuerpo de elite municipal, dife-
renciada de todos los que todavía no habían comprendido el
154 • Buenos vecinos, malos políticos

Proyecto17. De esta forma los políticos comprometidos se eri-


gían, a través de la política, en vigías morales de la sociedad.
Sólo un personaje escapó al diseño original del Proyecto y al
círculo de su intimidad. Su desempeño en él lo examinaré
en la última sección.
Con el correr del tiempo muchas otras personas se
sumaron al Proyecto. La mayoría tenía alguna experiencia de
militancia política en el peronismo, pero también impor-
taban otros saberes, por ejemplo, los relacionados con la
comunicación y la docencia. Periodistas, profesores, maes-
tros, comunicadores sociales, psicopedagogos, psicólogos y
sociólogos, eran las especialidades de la mayoría de los inte-
grantes del Proyecto. De hecho quedaron excluidos los abo-
gados, mayoritarios en el gobierno municipal, y, en menor
proporción, los asistentes sociales demandados principal-
mente por el área de Acción Social. Los miembros del Pro-
yecto, que habían llegado a la Secretaría de Promoción de
la Comunidad sin haber dado prueba de su compromiso
y comprensión de la causa, serían menospreciados por los
integrantes del Proyecto. El andamiaje del Proyecto Uriarte
estaba diseñado para la promoción comunitaria, y no cual-
quiera podía satisfacer los requerimientos de la tarea.

Las marcas de distinción

A mediados de 1992 el Honorable Concejo Deliberante san-


cionó la ordenanza municipal mediante la cual se instituía
oficialmente el Proyecto Uriarte y se autorizaba a la Secreta-
ría de Promoción a implementarlo. Ésta fue la única Secre-
taría creada por el intendente durante su gobierno. Las
otras seis secretarías existían con anterioridad: Gobierno,
Planeamiento, Salud y Acción Social, Legal y Técnica, Eco-

17 A los encuentros más íntimos del equipo del Proyecto recién me incorpora-
ron al término de mi trabajo de campo, luego del cual me ofrecerían dar un
curso en la Escuela de Promotores Comunitarios.
Buenos vecinos, malos políticos • 155

nomía y Hacienda, y Privada. La creación de esa nueva


Secretaría implicó el desplazamiento espacial y político de
los funcionarios y empleados de la Secretaría de Salud y
Acción Social, quienes habían hecho uso de esa oficina la
década anterior. Promoción contaría de aquí en adelante con
una de las oficinas más grandes del Palacio Municipal. Tal
desplazamiento denotaba para los funcionarios políticos,
militantes y empleados municipales el privilegio concedido
por el intendente al Proyecto Uriarte. Pero también eviden-
ciaba una desvalorización de lo que, el mismo intendente,
denominaba “política asistencialista”, basada en la dona-
ción de alimentos –o mercadería–, chapas, colchones, silla
de ruedas y medicamentos, llevada a cabo por la Secretaría
desplazada. El asistencialismo degradaba la política, como
también lo hacían los “gerentes de la política”. De modo
que la relación espacial significaba la demostración de un
“cambio de concepto y de metodología”, donde la Secretaría
de Promoción actuaría como “enlace” entre la comunidad y
las demás secretarías municipales, es decir, que se colocaría
por encima de las demás, sin tener por ello un rango for-
malmente superior a las demás. El símbolo gráfico de esta
función de la Secretaría de Promoción era un conjunto de
flechas que salían de un centro, y otras que llegaban a él.
Ese privilegio consagraba la superioridad del Proyecto
respecto de las otras áreas del municipio. Esta superioridad
quedaría demostrada en la apropiación del Proyecto de los
problemas socialmente relevantes, a través de tres facto-
res: a) el diálogo del Proyecto con los procesos nacionales y
transnacionales, b) su supremacía moral, y c) sus fundamen-
tos teóricos científicos. Éstas fueron las marcas mediante
las cuales construyeron el límite (Cohen 1989) que los dis-
tinguiría de los otros políticos sumidos, desde su punto de
vista, en el materialismo, el egoísmo y la desorientación. Un
conjunto de evaluaciones morales del comportamiento que
justificaría el apartamiento de un significativo número de
aspirantes a la sucesión o crecimiento político, afectados por
el “síndrome Duhalde”.
156 • Buenos vecinos, malos políticos

La relevancia nacional y transnacional del Proyecto


Uriarte

El Proyecto Uriarte permitió a los políticos locales dialogar


con el contexto político y económico, provincial, nacional
y transnacional. La viabilidad y la pertinencia del Proyecto
quedaban demostradas en esta capacidad de articulación
con todos los “niveles” políticos. El diálogo del Proyecto
con los distintos procesos quedó expresada en la ordenanza
municipal que le dio existencia jurídica. En ella se desta-
caba la inserción del Proyecto en la compleja situación del
momento y su decisión de enfrentarla:

“Visto: Que el Estado nacional, a través de la firme decisión


política del Poder Ejecutivo, se halla empeñado en una pro-
funda transformación que abarca a todos los sectores de la
sociedad argentina y particularmente al Estado mismo, rede-
finiendo su rol en la presente etapa de nuestro desarrollo
histórico, político, económico, social y cultural, siendo esta
política refrendada por el Poder Legislativo de la Nación a
través de la sanción de la Ley de Reforma del Estado N°
23.696 y la Ley de Emergencia Económica N° 23.697.
Que el estado provincial se halla empeñado en consolidar,
desde su nivel político y estructural, los objetivos trazados
por el Gobierno Nacional.
Que el Municipio debe producir dicha transformación,
superando un modelo de Gobierno Comunal centralista, len-
to e ineficaz sin capacidad de atender en tiempo y forma
los requerimientos de más de 570.000 habitantes de nuestro
distrito. Que las atribuciones conferidas por la Constitución
Provincial y el marco de la Ley Orgánica de las Municipa-
lidades de la provincia de Buenos Aires otorga las faculta-
des necesarias para atender los intereses y servicios de los
vecinos y
Considerando: Que el Estado Municipal constituye la célu-
la principal, la estructura primaria del régimen republicano y
democrático, que es en el ámbito del Municipio donde apare-
cen y se desarrollan las primeras relaciones sociales y políti-
cas de los individuos, las más inmediatas, y, en muchos casos,
Buenos vecinos, malos políticos • 157

las que más directamente influyen sobre su modo y condición


de vida…“(Ordenanza Municipal N° 276-D-92 sancionada
por el Honorable Concejo Deliberante.)

Los funcionarios políticos dejaban ver el papel político


clave del municipio en la coyuntura histórica que les tocaba
gobernar. El gobierno municipal adquiría de ese modo un
valor equivalente al de los gobiernos nacionales y provin-
ciales. Así el esfuerzo de políticos y no políticos condu-
ciría a reforzar la política nacional. El éxito del Proyecto
Uriarte tendría entonces una trascendencia nacional. Pero
el municipio también se revalorizaba porque, en su carác-
ter de unidad irreductible del régimen democrático y de la
sociedad, las transformaciones radicales que la “situación
demandaba” sólo podrían efectuarse “donde aparecen y se
desarrollan las primeras relaciones sociales y políticas del
individuo”, es decir, el municipio.
Esa relación con el mundo también se expresaba en
términos geográficos. En un mapa, habitualmente ubicado
en la primera página de las publicaciones sobre el Proyecto o
en afiches exhibidos durante los encuentros públicos orga-
nizados por el equipo, presentaban bajo el título “Uriarte
en el Mundo”, la localización geográfica de la ciudad en el
mapa de la provincia de Buenos Aires, de ésta en el mapa de
la República Argentina, y de ésta última en el planisferio.
El diálogo con la escala transnacional estaba implícito
también en la alineación del Proyecto Uriarte con la políti-
ca del presidente Menem quien, como vimos en el capí-
tulo I, prometía la inserción de la Argentina en el Primer
Mundo18. De algún modo el Proyecto pretendía seguir el
camino trazado por el gobierno nacional de transformación

18 La clasificación de la sociedad argentina en el mundo postcapitalista


comúnmente denominado Primer Mundo fue un elemento clave de la retó-
rica del presidente Menem (1989-1999); coherente hasta 1994 con transfor-
maciones económicas, positivamente experimentadas por gran parte de la
población, incluidos los sectores de más bajos ingresos. El acceso al consu-
mo de productos extranjeros, la disponibilidad del crédito, sumado a los pri-
158 • Buenos vecinos, malos políticos

y modernización del Estado. Cabe destacar, sin embargo,


que las reformas más significativas llevadas adelante por el
gobierno nacional no se replicaron en los gobiernos muni-
cipales y provincial de Buenos Aires. Aquí no se produjeron
sus efectos más notorios: despidos, retiros voluntarios, jubi-
laciones anticipadas, privatización del régimen jubilatorio,
como sucedió en el Estado nacional. De manera que esta
adhesión no terminaba de explicar la iniciativa de Villegas.
De hecho en Uriarte se pondría más claramente en eviden-
cia la dimensión político-moral del problema antes que su
costado económico-financiero.

La supremacía moral del Proyecto

Si la “crisis” era resultado de la ausencia de credibilidad


en los políticos, el Proyecto era presentado por sus autores
como el mecanismo capaz de devolverles credibilidad. La
posibilidad de recuperar la confianza dependía, desde su
perspectiva, de la posibilidad de “acercar” a quienes estaban
“separados”. Como decía Villegas en sus discursos:

“La democracia, a través del voto popular, legitima el acceso


al poder municipal. Sin embargo, en la mayoría de los casos,
ese poder queda restringido al manejo discrecional de pocos,
sin la participación de la comunidad… En este aspecto, pode-
mos decir que hemos puesto la política en el camino del
hombre común, para demostrar que el gobierno no es asun-
to de entendidos que se encierran en pequeñas reuniones
para decidir sobre el futuro de las necesidades e intereses
de todos los vecinos”.

meros efectos del funcionamiento de los servicios públicos privatizados, la


proliferación de “shoppings” e hipermercados, entre otros factores, contri-
buyeron a sostener esta visión.
Buenos vecinos, malos políticos • 159

La recuperación de la confianza dependía de acabar


con ciertas barreras erigidas entre “la política” y “los polí-
ticos” de un lado, y “el hombre común” y “los vecinos” del
otro. La pérdida de contacto entre unos y otros, la escasa
frecuencia con la que los políticos “bajaban a los barrios”,
explicaba esta situación.
La ampliación del horizonte de interacción de los polí-
ticos era una misión fundamental del Proyecto. Los políti-
cos debían abrirse a “la comunidad” y evitar “la distancia”
con “la gente”. Cuando el intendente Villegas presentaba
el Proyecto Uriarte en actos, jornadas y congresos, señalaba
que los Consejos de Organización de la Comunidad (llamados
Coc) eran un “cambio de metodología para democratizar
el poder”. Pero esta democratización exigía acabar con los
“gerentes de la política”, los que fundaban su poder en “for-
mas clientelistas de acumulación” haciendo un “uso privado
de los bienes públicos”. La “mentalidad” de esta clase de
políticos contribuía a aumentar la “distancia” entre gober-
nantes y gobernados, en definitiva se trataba de personas que
no le daban a la política el valor de “promover el bien
común”. Los Consejos de Organización de la Comunidad trans-
formarían esta forma “perversa” de hacer política porque lle-
varían lentamente a practicarla de acuerdo con una nueva
“metodología”, que “acercaría” a gobernantes y gobernados
por medio de una serie de procedimientos claves.
Sin embargo, este acercamiento no sería sinónimo de
fusión. La retórica del Proyecto admitía, implícitamente, que
los políticos desconocían los problemas de la gente porque
no eran parte de la comunidad de vecinos, sino un cuerpo
diferenciado. Así era como los dirigentes se percibían a sí
mismos. La comunidad misma era la única con capacidad
para reconocer sus problemas. La “distancia” sería superada
por los procedimientos que la clase política les proveería
a los vecinos para su autogobierno, no por la indiferencia-
ción de unos y otros.
160 • Buenos vecinos, malos políticos

En suma, el Proyecto Uriarte condensaba lo bueno y


deseable de la política, pues fomentaba la reconciliación
entre gobernantes y gobernados, el encuentro entre políti-
cos y no políticos. Este espíritu moralizador de los gober-
nantes se expresaba también en las categorías inscriptas en
los procedimientos para hacerlo efectivo: la comunidad orga-
nizada –un viejo concepto peronista–, el barrio y la vecindad
ocuparon un lugar clave en esta moralización.

El Proyecto Uriarte, la razón y la ciencia

Villegas había manifestado: “La realidad nos obliga a inau-


gurar una etapa donde prive el razonamiento por sobre
lo dogmático” (Noticias de Uriarte, diciembre 1990:19). Del
mismo modo, Fernando Olmos, secretario municipal a car-
go del Proyecto, insistía cada vez que abría un acto en
la importancia del “pensar”; de un pensamiento reflexivo
sobre las características, valores y destinos de la comunidad,
nutrido de los conocimientos científicos. El carácter cientí-
fico del Proyecto era expresado en: el tipo de encuentros que
propiciaban, ya que las reuniones, las jornadas, los congre-
sos, los talleres y los cursos, sustituían a las movilizaciones
y los actos19; los fundamentos científicos y su expresión
escrita antes que verbal; y la creación de una biblioteca
con libros de filosofía y ciencias sociales que, entre otros
autores, reunía a Max Weber, Anthony Giddens, Jürgen
Habermas y Karl Marx.
La decoración de las paredes de acceso a la Secretaría
coronaba la valoración de la ciencia, la razón y el pensa-
miento. Un conjunto de diez paneles graficaban, en cuadros
sinópticos, la evolución de la razón desde el iluminismo
hasta nuestros días. Paso a paso destacaban la importancia

19 Véase el análisis de las formas prevalecientes y contrastantes de encuentro


en el capítulo V.
Buenos vecinos, malos políticos • 161

del saber, del entendimiento, del pensamiento y de la cien-


cia en cada fase del desarrollo de la humanidad. Ubicados
en lo más alto de la pared de la sala de espera, era necesario
levantar la cabeza y recorrer las cuatro paredes para obser-
varlos en su totalidad. Algunos integrantes del Proyecto de
menor rango reconocían su valor incluso cuando admitían
no haberlo podido entender.
Los funcionarios manifestaron la primacía científica
del Proyecto Uriarte en tres publicaciones que distribuyeron
sucesivamente entre otros funcionarios del municipio; los
implicados del Proyecto dentro y fuera del municipio; y
los invitados, huéspedes y observadores. La primera publi-
cación fue sobre el Proyecto Uriarte en general, allí daban
cuenta de las ideas de Villegas que inspiraban el Proyecto,
la inserción de Uriarte en el mundo y en la historia de
la Argentina, las características del Proyecto, y su “Marco
Teórico”. La segunda fue sobre los Consejos de Organización
de la Comunidad, se replicaba lo anterior pero además se
detallaban “las razones” por las cuales los Consejos eran
importantes. La última publicación fue sobre la Escuela de
Promotores Comunitarios –Pro Universidad Abierta –. En
ésta detallaban el beneficio de la tarea pedagógica para la
comunidad vecinal en general y para los líderes en particu-
lar20; los cursos de psicología, sociología, filosofía, historia
y ciencias políticas; y las negociaciones para que la Escuela
fuese reconocida por la Dirección General de Escuelas de la
Provincia de Buenos Aires.
El carácter científico del Proyecto estaba encarnado en
la conexión entre el diagnóstico local del problema efec-
tuado por Villegas y su gente, y la explicación que Jür-
gen Habermas ofreciera teóricamente sobre un fenómeno
semejante en los países con capitalismo avanzado. Haber-
mas había explicado cómo se producía la brecha entre

20 Sobre la Escuela de Promotores Comunitarios como forma de encuentro


véase capítulo V, en cuanto a su implicancia en la definición del “nuevo lide-
razgo” véase capítulo VI.
162 • Buenos vecinos, malos políticos

dirigentes y sociedad, y los fundamentos de esta crisis de la


creencia en la política, lo cual les permitía a Villegas y su
equipo localizar el problema en un nivel mayor de genera-
lidad y validez. El ejercicio de traducción del lenguaje de
dicho autor, al del Proyecto quedó expresado en las publica-
ciones mencionadas y los encuentros, donde los dirigentes
del Proyecto mostraban la adecuación de esta teoría al pro-
blema local. El Proyecto fue así una respuesta particular a un
problema universal localmente identificado.
El modelo sistémico que Habermas usaba para explicar
el problema del capitalismo avanzado podía aplicarse a
Uriarte. Alicia y Juan tenían conocimiento del manejo de
los modelos sistémicos aplicados a la psicología, por lo
cual confiaban en su capacidad para introducir la teoría
de Habermas en el Proyecto. Sostenían que la fase postca-
pitalista era la generadora del descreimiento de la política,
tanto en otros sitios como en Uriarte. Consideraban a “la
comuna”–el municipio– como un “sistema de sociedad” y,
siguiendo a Habermas, distinguían en su interior tres sub-
sistemas: el político administrativo, el económico y el socio-
cultural. El problema del descreimiento lo explicaban así:

“Si el sistema político se sustentase exclusivamente en el dic-


tado del sufragio, sucedería (y sucede) que en la conciencia
del individuo se genera la siguiente contradicción; el voto
lleva el poder político a su puesto, pero una vez dado este
hecho, el poder ya no requiere de la consulta popular, con
lo cual, al individuo le queda la mera aceptación o rechazo
de los hechos consumados, generándose así la indiferencia
política por parte de los ciudadanos y la búsqueda de satis-
facción de deseos que reniegan de lo social. Jürgen Habermas
hace este planteo refiriéndose al modo poscapitalista, y lo ve
como una intención expresa del sistema político para diluir
la participación del ciudadano, que según dicho autor, desea
lo contrario de lo que el sistema de sociedad requiere para
subsistir. Lo que queremos señalar es que el sistema político
no puede ni debe generar la insatisfacción de los individuos
Buenos vecinos, malos políticos • 163

sociales, ya que eso es el extremo opuesto de su función en la


sociedad civil” (Proyecto Uriarte. Un Nuevo Modelo Político-
Administrativo. Municipalidad de Uriarte, 1994:32).

La solución a este problema, aclaraban los miembros


del equipo en sus escritos, no era la vía revolucionaria o el
cambio violento, sino el “cambio sistémico”. La modifica-
ción en un subsistema provocaría el cambio gradual de los
otros subsistemas. La teoría de Habermas contribuía a sos-
tener esta idea, tanto como a diferenciar la política buena
de la mala, identificándola con la moralización encarnada
por el Proyecto. La diferenciación ya no era sólo entre gober-
nantes y gobernados, dirigentes y dirigidos, o políticos y la
gente, sino entre los mismos dirigentes. Ni “asistencialistas”,
ni “gerentes de la política”, ni “revolucionarios” compren-
dían la “buena política”.
Varias eran las audiencias en las que presentaban el
Proyecto como una solución “racional y científica” a un
problema científicamente justificado. El tránsito por ellas
reforzaba las marcas que los separaban de quienes no per-
tenecían al Proyecto. A los gobernados se les distribuyeron
las publicaciones y se reforzaron estas ideas en encuentros
de comunicación y talleres de reflexión llevados a cabo en
prolongadas jornadas de trabajo. A los demás gobernantes
locales, esta clase de demostraciones los dejaba un tanto
perplejos, pues colocaba la confrontación política en un
terreno para ellos desconocido.
El Proyecto Uriarte tuvo también una audiencia inter-
nacional. En los primeros años de su implementación, el
“equipo” viajó junto al intendente para presentarlo ante
dirigentes políticos y académicos de América y Europa. En
1992 el intendente y los miembros de la Secretaría de Pro-
moción de la Comunidad expusieron el Proyecto Uriarte en
el XI Congreso Internacional de Resolución de Conflictos
en Grupos, Familias y Naciones de Canadá; y en la Univer-
sidad de Pennsylvania de los Estados Unidos. En 1994 fue-
ron invitados por el gobierno de la República Dominicana
164 • Buenos vecinos, malos políticos

para “disertar sobre los Consejos de Organización de la


Comunidad”; la delegación fue distinguida por el gobierno
como “visitantes ilustres”, y también por el gobierno y la
Universidad de Puerto Rico. En 1998 el secretario de Pro-
moción de la Comunidad en representación del intendente
participó en España del XXIV Congreso Iberoamericano de
Municipios. Con Cuba desarrollaron jornadas de intercam-
bio promovidas por la embajada argentina en ese país.
En la Argentina establecieron relación con profesio-
nales interesados en diversas especialidades, muchos de los
cuales tuvieron algún tipo de participación directa. El Pro-
yecto atrajo a profesionales externos al municipio de los
siguientes campos de interés: la educación popular, la admi-
nistración pública, la gestión urbana, la comunicación social
y la psicología social. Por lo general realizaban observa-
ciones o participaban de un taller de comunicación o una
jornada de capacitación, luego que el equipo se cercioraba
que dichos profesionales daban muestras de estar realmente
comprometidos con el Proyecto.
Como se ve, su difusión fue lo suficientemente amplia
como para incrementar la valoración del cuerpo de funcio-
narios a cargo, su diferenciación y jerarquización sobre los
demás. Esta valoración fue acompañada de un movimien-
to de las personas implicadas, hacia la reivindicación de la
pertenencia al “pueblo de Uriarte”.

Los gobernantes y la comunidad vecinal

Como vimos, los políticos que imaginaron el Proyecto impri-


mieron las marcas que los constituiría en un grupo dife-
renciado de los otros políticos, pero también definirían así
su relación con los no políticos, los vecinos gobernados. Un
vínculo que no implicaría en este caso su inclusión polí-
tica, tal como vimos sucedía con los villeros. Por el con-
trario, los procedimientos contenidos en el Proyecto eran,
Buenos vecinos, malos políticos • 165

como aseguraban Villegas y Fernando Olmos, un cambio


de “metodología política”. Concedían un encuentro regula-
do, que garantizaba la diferenciación entre gobernantes y
gobernados, o dirigentes y dirigidos. La base de esta regula-
ción fue un conjunto de procedimientos para la creación y
funcionamiento de los Consejos de Organización de la Comu-
nidad que consagraba nuevas formas de imaginar y producir
la comunidad de referencia. La relación de los Consejos con
el concepto de “Comunidad Organizada” establecido por el
general Perón, fundador y líder del Movimiento Peronista,
hacia fines de los años ’40, fue la dimensión de continuidad
con la tradición del movimiento. Siguiendo las ideas del
general Perón, Fernando Olmos aseguraba: “El hombre no
puede realizarse en una comunidad que no se realiza”; los
esfuerzos no podían agotarse en los destinos individuales
pero si en los comunitarios. Pero el énfasis en el barrio y
sus vecinos como comunidad, sí era novedoso, pues disolvía
la diferenciación nominal entre villeros y vecinos, el principal
problema de gobierno para Villegas21.
Los Consejos de Organización de la Comunidad organi-
zaban a una comunidad en la cual no habría espacio políti-
co para la distinción entre villeros y vecinos, desarraigados y
arraigados. Todos los residentes en Uriarte, sin distinción,
serían clasificados como vecinos. Los Consejos eran la organi-
zación de la comunidad de vecinos para asignar prioridades

21 Como muestra Adrián Gorelik la conformación del barrio es más que una
definición jurisdiccional como la que puede expresar el vecindario, por el
contrario estuvo sujeta, en la ciudad de Buenos Aires, a cierto momento de
su historia a mediados de la década del ‘30, en el cual el barrio suburbano
moderno, como fenómeno social y cultural se convierte en un espacio públi-
co local que reestructura la identidad de los heterogéneos sectores popula-
res (1998:273). Al destacar la importancia cultural del “dispositivo barrio”
Gorelik toma distancia de la interpretación que llama memorialista, que ali-
menta anacrónicamente el mito comunitario, inclinándose por la idea del
barrio como un “lugar político” un espacio público históricamente confor-
mado (1998:276). No obstante, como intento mostrar aquí la historicidad de
esta construcción la hace tan voluble como finita, así lo demuestran las vici-
situdes que atravesará el peronismo uriartense para hacer del barrio un
espacio políticamente significativo en los ‘90.
166 • Buenos vecinos, malos políticos

a los problemas del barrio y compartir la toma de decisio-


nes con el municipio. Los conflictos estarían controlados
y contenidos por esos procedimientos mediante los cuales
los vecinos se organizaban en Consejos y establecían relación
con los gobernantes.
En el curso de los primeros tres años de implemen-
tación del Proyecto, el intendente y su “equipo” consiguie-
ron crear cincuenta y tres Consejos de Organización de la
Comunidad. Dividieron todo el territorio poblado del parti-
do de Uriarte siguiendo las antiguas divisiones en barrios22,
y convocaron a “todas las organizaciones libres del pueblo”:
instituciones vecinales, clubes, asociaciones de jubilados, a
“organizarse”. Cada Consejo estaba integrado por dos repre-
sentantes de cada una de esas organizaciones del barrio.
Anualmente elegían entre ellos las autoridades del consejo
directivo del Consejo de Organización Comunitaria.
Para que su organización siguiera los cánones del Pro-
yecto, el puente entre el municipio y los vecinos eran los
coordinadores. Así denominaban a unos veinte agentes muni-
cipales, la mayoría de ellos militantes políticos peronistas.
Inicialmente el propio intendente tenía a su cargo la desig-
nación. Sin embargo, esto sólo sucedió en muy pocos casos,
en su mayoría los coordinadores serían transferidos con sus
viejos cargos, más viáticos y horas extras de otras depen-
dencias con la aprobación del intendente. Estos agentes
formaban el “cuerpo de coordinadores”, un “cuerpo” bas-
tante heterogéneo, como gustaba en calificarlo Alicia, su
directora. Los coordinadores eran personas que debían man-
tener la “neutralidad”, es decir no debían influir en las deci-
siones de los “representantes de las entidades” del barrio
sino canalizar las necesidades y demandas adaptándolas a

22 La división de la ciudad en barrios ha derivado de las antiguas áreas de


influencia establecidas por el municipio para las primeras organizaciones
vecinales constituidas por las sociedades de fomento y las juntas vecinales.
Buenos vecinos, malos políticos • 167

la lógica del Proyecto; en consecuencia, no podían coordinar


los Consejos de los barrios donde vivían. El concepto era
no ser “juez y parte”.
El funcionamiento regular de todos los Consejos depen-
dió fundamentalmente de reuniones. Reuniones con Alicia y
los coordinadores dos veces por semana en el Palacio Muni-
cipal, reuniones del Consejo con sus miembros en el barrio
de dos a cuatro veces al mes, según el barrio, y reuniones
de los integrantes del Consejo por temas extraordinarios.
También había reuniones especiales de funcionarios munici-
pales con coordinadores y con los miembros de los Consejos.
Las reuniones eran sobre temas variados pero todas ellas
tenían relación con la mejora, el progreso o el bien del barrio.
Alumbrado público, pavimento, veredas, desagües, inunda-
ciones, contaminación, distribución de mercadería (alimen-
tos, leche, etc.), todas las necesidades del barrio tenían que
ser canalizadas a través del Consejo. Es decir que en las
reuniones los representantes confeccionaban las notas con
las prioridades del barrio y luego el coordinador del Consejo
se ocupaba de llevarla a la Secretaría de Promoción de la
Comunidad. Una vez allí, los empleados administrativos se
encargaban de enviar la nota con la solicitud a la depen-
dencia correspondiente.
Ese procedimiento era la base del “buen acercamiento”
entre gobernantes y gobernados al eliminar dos procedimien-
tos: el “lento e ineficiente” de los pasos burocráticos nor-
males, expedientes que debían ser presentados en “Mesa de
Entrada” para que llegaran al funcionario que “daba res-
puesta al reclamo”; y el “sucio”, el de los “arreglos políticos”
entre un funcionario o concejal y el “puntero”23. En los
Consejos los vecinos se ponían de acuerdo, con la ayuda de
su coordinador, sobre “las necesidades del barrio” y luego las

23 “Puntero” es el término peyorativo mediante el cual se reduce el comporta-


miento de los militantes políticos barriales, a apuntar y acumular votos para
dirigentes políticos de mayor rango.
168 • Buenos vecinos, malos políticos

“elevaban” al Municipio a través de la Secretaría de Promo-


ción de la Comunidad, la encargada de “agilizar” y volver
“transparentes” los “actos de gobierno”.
La observancia de los procedimientos dictados y pro-
ducidos por el Proyecto era la garantía de la pureza de
las acciones políticas. La “buena política” quedaba identi-
ficaba así como la ausencia de conflictos, y era garantiza-
da por la realización de aquellos procedimientos. De este
modo los límites antes reconocidos entre villeros y vecinos
se disolverían dando lugar a la imaginación y producción
de una comunidad homogénea, sin desigualdades, formada
tan sólo por vecinos. La homogeneización de la comuni-
dad de referencia era la contracara de la construcción de
los políticos como clase, y de su lugar en ella. El Proyecto
era al mismo tiempo un anuncio del límite entre dirigen-
tes políticos y vecinos, la ratificación de la exclusión de los
segundos de la carrera política, y un intento por establecer
criterios de delimitación mediante los cuales hacer que la
política sea una actividad para el bien de todos. En otras
palabras, el Proyecto construía la imagen de los dirigentes
como una clase política que, para perdurar, debía garantizar
la gobernabilidad de los gobernados. El problema era evitar
que esa división instituyera un abismo con la comunidad,
una vez excluidos sus miembros de la posibilidad de crecer
políticamente. En este sentido, el Proyecto Uriarte revela-
ba la experiencia de un problema propio de los políticos
en sus intentos por constituirse y reproducirse como un
grupo dirigente. Dicha expresión estaba oscurecida por su
inversión, pues mientras persuadían a los no dirigentes, no
políticos, de que esa división era un problema que resolver,
inevitablemente establecían alguna.
Para ellos, dicha atenuación de la conflictividad estaría
garantizada por la política barrial, siempre y cuando los
gobernados, en particular los villeros, entendieran que el sen-
tido de la política no estaba en acceder al gobierno muni-
cipal sino en el barrio. Dejarían entonces de presionar para
ingresar a la política. El barrio era la fuente generadora de
Buenos vecinos, malos políticos • 169

consenso producido por ese axiomático deseo de progreso.


El barrio era la unidad desde y hacia la cual orientar el
esfuerzo de la comunidad. No había otro espacio promotor
del sentido de la política para los gobernantes, si es que que-
rían alejarse del daño que provocaba la falta de credibilidad,
y de su propia existencia en tanto tales. Con este objeto, la
“promoción” de la identidad barrial generó actividades de
capacitación a través de “talleres”, “jornadas” y “cursos”, des-
tinadas a reforzar el sentido de comunidad en los barrios. En
suma, todo contribuía a recluir a los vecinos en el fomento
de sus barrios alejándolos del mentado crecimiento político,
y de las pretensiones de conseguirlo. Las consecuencias de
este fenómeno las examinaremos en detalle en el próximo
capítulo, aunque sentimientos de desazón y apatía le darían
un tono distintivo al mismo.

La identidad uriartense y la formación de la elite


política local

El profesor Roque Pérez, ese personaje extraño al círculo


íntimo de los dirigentes del Proyecto, era el segundo en
jerarquía después de Fernando Olmos. No compartía los
encuentros cotidianos con los demás funcionarios del Pro-
yecto, ni su amistad, pero –al menos en mi presencia– no
era cuestionado. Roque Pérez, era alto y canoso, de unos
60 años, vestía habitualmente de traje, y se definía a sí mis-
mo como un nacionalista católico y políticamente indepen-
diente. Era un acérrimo promotor del valor de la identidad
territorial, y poseía estrechas relaciones con el Obispado de
Uriarte, y los diversos centros tradicionalistas y nacionalis-
tas de la ciudad. Su tarea en el Proyecto fue la de consolidar
la relación con los vecinos de los Consejos de Organización
de la Comunidad pertenecientes a los barrios establecidos
del centro de la ciudad. Mientras ejercía el cargo de sub-
secretario de Promoción de la Comunidad, era director del
170 • Buenos vecinos, malos políticos

Profesorado de una Escuela del Obispado de Uriarte. Entre


1995 y 1996 coordinó un programa de reparación de calles
de los barrios más céntricos, donde los dirigentes vecinales
debían decidir las prioridades y fiscalizar las obras.
Fue en diciembre de 1996, en vísperas de la Navidad,
cuando el profesor consiguió lo que más ansiaba. El inten-
dente Villegas convirtió en decreto el Plan de Afirmación de
la Identidad Uriartense24, mediante el cual el Proyecto Uriarte
fomentaría la identidad barrial. Villegas consideraba que el
arraigo a la ciudad de Uriarte empezaba por el arraigo al
propio barrio. Sus discursos de presentación del Proyecto
siempre incluían una referencia a la ciudad, al propósito
de “hacer de Uriarte una ciudad para ser vivida por todos”,
“reforzar el orgullo de ser uriartense”, etc. El intendente y
los otros integrantes del Proyecto creían que para consolidar
los Consejos de Organización de la Comunidad y promover
el sentido de comunidad era necesario fomentar sus valores
culturales. La cultura del barrio debía ser reconocida para
ser valorada. Ese papel de “reconocimiento” y “rescate” era
el que le habían asignado a Roque Pérez, quien por su tra-
yectoria como historiador, nacionalista y católico, podría
realizar sin que interés político alguno empañara la misión.
La investigación, el relevamiento y la custodia de la memo-
ria individual y colectiva eran las tareas definidas por el
Plan. En los Consejos de Organización de la Comunidad, con
la participación activa de las asociaciones vecinales, busca-
rían revalorizar los procesos históricos y culturales de cada
barrio. Esos procesos no contemplaban las etapas de la vida
previas a la llegada al barrio en cuestión, la “historia” se

24 Al mismo tiempo se creaba en la Cámara de Diputados de la provincia de


Buenos Aires la Comisión Legislativa de Afirmación de la Identidad Bonae-
rense, cuyas reuniones por distrito eran presididas por el diputado provin-
cial Germán Carvallal. También durante el gobierno provincial de Duhalde
se creó la bandera bonaerense como resultado de un concurso de diseños de
alumnos de escuelas públicas de la provincia, un proceso curiosamente
paralelo a la autonomía política de la ciudad de Buenos Aires.
Buenos vecinos, malos políticos • 171

iniciaba con la llegada a Uriarte. Para el intendente “forta-


lecer la conciencia histórica y la identidad barrial era una
búsqueda trascendental”.
El acto de lanzamiento del Plan y la repercusión perio-
dística daba buena cuenta del sentido que tenía para sus
creadores. Habían elegido la sede del Instituto Superior de
Profesorado que Roque Pérez dirigía, lindera a la munici-
palidad y a la catedral de la ciudad. El instituto llevaba el
nombre del primer obispo de la diócesis católica de Uriarte.
Contaba con una larga tradición en enseñanza normal y
religiosa, y cubría todos los niveles de escolaridad. Roque
Pérez era el director del nivel en el cual se formaban los
futuros profesores y maestros del nivel escolar secundario
y primario.
El intendente, el secretario de Promoción de la Comu-
nidad y el profesor presidieron el acto. La presentación del
Plan fue la consagración de una nómina de familias deno-
minada “Convención de Antiguas Familias Pobladoras”. La
mayoría de los presentes eran miembros de esta Convención;
más precisamente los miembros de mayor edad de estas
familias. La Convención estaba definida como: “vecinos de
viejo arraigo en el municipio, que colaboran con su testi-
monio de vida, a relevar la memoria colectiva de todas las
zonas que conforman, siendo con carácter honorario”.
Un aspecto clave de esta convención era quiénes habían
sido seleccionados, entre los vecinos más antiguos y esta-
blecidos de Uriarte. La selección, que habían realizado el
intendente y Roque Pérez, da cuenta del sentido del acto. En
un setenta por ciento, los 83 miembros de las familias perte-
necían a la “clase política” de Uriarte: Alende, Isla, Navarro,
Smith, entre otros. Ninguno de ellos aparecía representan-
do a las colectividades de inmigrantes: italianos, españoles
o del interior del país; tampoco Smith, de evidente prosapia
inglesa. En esta Convención era la relación de las familias
con la clase política lo que instituía el valor de los dirigentes
en la construcción de la comunidad vecinal, pero también
las pretensiones de fijar límites con otros grupos locales de
172 • Buenos vecinos, malos políticos

elite (véase capítulo II). El grupo de la clase política profe-


saba de este modo su propia constitución a través de lo que
llamaban el “rescate”, el “reconocimiento” y la “revaloriza-
ción” de los procesos históricos y culturales del lugar, y de
su patrimonio. Pero además, la relevancia asignada por los
creadores del Plan al criterio de la antigüedad, jerarquizaba
los barrios del centro sobre los de la periferia y definía
como “nueva elite de vecinos” a los dirigentes políticos.

Moralidad y comunidad vecinal

El Proyecto Uriarte fue una instancia de imaginación de la


comunidad política25 moralizadora, originada en los inten-
tos de un grupo de políticos de superar una experiencia
crítica. Esta experiencia estuvo localmente signada, como
mencionamos, por: la exclusión de los villeros del crecimiento
político y de la comunidad política de referencia; y el “sín-
drome Duhalde”. El desplazamiento de los villeros del creci-
miento político era dependiente de su exclusión de la comu-
nidad de referencia. Tal proceso había puesto de manifiesto
que, hasta entonces, quienes pertenecían a la comunidad
de referencia también tenían derecho a la sucesión políti-
ca. Pero esto había terminado. La discontinuidad puso al
descubierto la moralidad de la política como una conexión
entre esas dos dimensiones. El Proyecto Uriarte moraliza-
ría la política dirimiendo esa conexión entre el derecho
sucesorio y la imaginación de una comunidad de referen-
cia sin villeros.
El Proyecto, en principio, permitió a un conjunto de
personas volver a trazar los límites que los diferencia-
ban de otros. Estos “otros” eran, por un lado, los políti-
cos que habían equivocado el camino volviéndose egoístas,

25 Uso comunidad imaginada siguiendo la perspectiva de Anderson, para


quien las comunidades no se distinguen por su falsedad o legitimidad, sino
por el estilo con el que son imaginadas (1993:24).
Buenos vecinos, malos políticos • 173

descomprometidos e interesados, y por el otro la gente,


fragmentada entre villeros y vecinos. La moralización del
Proyecto implicó en suma tres movimientos en la imagina-
ción de la comunidad política: primero la unificación de los
villeros y los vecinos bajo la categoría de “vecinos”; segun-
do la distinción entre los vecinos de la comunidad de los
dirigentes políticos, y tercero, la conformación de un cuerpo
de elite moral de la política. Estos límites eran intentos
de superar los problemas derivados de convertirse en un
grupo dirigente.
En rigor se trató de un proceso de comunalización
que promovió la imaginación de un sentido de pertenencia
común (Brow 1990:1) y de construcción de límites frente a
otros (Anthony Cohen 1989:12)26. La comunalización estu-
vo inscripta en el Proyecto Uriarte en un sentido jerárquico
(Brow 1990:2; Elías 1998)27 fue actuada en el proceso mis-
mo de su desarrollo, tanto hacia afuera del cuerpo de elite
como hacia dentro.
Como advierte Schluchter sobre la relación entre
moral y política en la teoría weberiana, la especificación
sobre el tipo de responsabilidad que define las distintas
morales requiere hacerse la siguiente pregunta: “¿para quién
y por qué uno es responsable?” (Schluchter 1996:49). El

26 Sin embargo este proceso no puede ser sometido a la distinción efectuada


por Cohen entre comunidades manipuladas retóricamente y de plena con-
ciencia (1989:13). Una distinción semejante es la que existe para Bourdieu
(1977:164-171) entre la experiencia primordial de la comunidad como doxa,
es decir como naturalización del orden social y como experiencia discursi-
va. Anthony Giddens distingue estas dos dimensiones como conciencia
práctica y conciencia discursiva (1986). En dicho esquema, como señala
James Brow, el sentido de comunidad sólo puede ser vulnerable a un desafío
en la dimensión discursiva (1990:2). El problema de estas distinciones es
negarle carácter de experiencia a la dimensión retórica pues nos lleva a con-
testar negativamente la posibilidad de una transformación discursiva de la
experiencia primordial.
27 En “Ensayo de las relaciones entre establecidos y marginados” (1998b) Nor-
bert Elias supone, justamente, que las comunidades parecen estar constitui-
das por dos grupos, los establecidos y los desplazados entre quienes no exis-
te un vínculo igualitario sino jerárquico.
174 • Buenos vecinos, malos políticos

análisis demuestra que la transformación de una ética pura


de las convicciones a una más responsable requiere no sólo
de la transformación de las convicciones, como señalamos
en el capítulo anterior, sino también de la redefinición sim-
bólica de la comunidad sobre la que se es responsable.
Pero ¿de qué era responsable esta elite política?
Las nuevas convicciones eran básicamente procedimientos
cuya observancia moralizaba la política. “Hacer política” a
través de los Consejos de Organización tenía por cometido
evitar los conflictos. En función de ello se habían diseña-
do sus procedimientos. Si esta forma de “hacer política”
era moral es porque estaba destinada a asegurar el con-
trol, resolución o limitación de los conflictos, entonces un
buen político quedaba definido, ni más ni menos, que por su
demostración de la responsabilidad en el control de los con-
flictos, muy distinto a serlo por la solución de los problemas
sociales. El Proyecto desplegó una compleja red de mecanis-
mos destinados a contener los conflictos y, eventualmente,
la ingobernabilidad, donde fue crucial la disolución de los
límites entre la comunidad villera y la comunidad vecinal. Des-
de entonces no sería posible crecer políticamente apelando
a la condición de villero. La categoría villero desapareció del
lenguaje político, mientras emergía la de vecino y la de clase
política. El Proyecto fue así un instrumento de reconversión
simbólica de la comunidad, una retórica que construyó una
nueva diferenciación social (Briggs 1996:14).
Desde luego, la política cambió su sentido. Ésta elite
política local buscaba tomar distancia de la conflictividad
promovida por el estado casi permanente de movilización
villera, de épocas anteriores, cuando las pretensiones de cre-
cimiento político se jugaban con ello, para al fin definirse por
la evitación y control de conflictos.
El capítulo IV nos mostrará cómo el problema moral
de la política permanece a la luz mientras el Proyecto inten-
ta compatibilizar esta nueva comunalización vecinal con el
derecho a la sucesión política. Veremos que para los polí-
ticos uriartenses el problema moral de la política quedaba
Buenos vecinos, malos políticos • 175

particularmente comprometido por la dificultad de regular


la competencia por el poder, al mismo tiempo que definir
una comunidad política históricamente construida28.

28 Sobre las transformaciones históricas de las comunidades subalternas en la


Argentina, de guarangos, a cabecitas negras y luego a villeros véase (Guber
1991:59).
4

Militantes políticos y militantes sociales

Reconocimiento, persona y espacio público

“Rescatar esos miles de hombres y mujeres que constituían


la militancia social” era según el intendente Villegas una
misión primordial del Proyecto Uriarte. A uno de los ex mili-
tantes políticos ganados para este proyecto, le había señalado:
“Mirá Julián, si todos los militantes peronistas se metieran
en la sociedad de fomento de su barrio haríamos estragos”.
El “rescate” de la militancia social promovió una serie casi
ilimitada de reuniones en los Consejos de Organización de la
Comunidad, tanto como jornadas y cursos de capacitación,
tal como señalé en el capítulo anterior. Pero también generó
formas solapadas y abiertas de rechazo. Reuniones ocultas
y furtivas, por un lado, y una ceremonia en homenaje a
un ex intendente asesinado por la última dictadura mili-
tar en 1976, fueron, del otro lado, ejemplo de escenarios
contestatarios.
En razón de ello, me propongo analizar en este capítulo
la tensión entre dos formas de valoración de la actuación en
el campo político: la militancia social impuesta por el Proyecto
Uriarte y la militancia política desplazada por aquél. Intentaré
mostrar cómo en esta tensión se expresa para los políticos
uriartenses el problema de la regulación del crecimiento polí-
tico – sucesión-, al poner en juego el reconocimiento, un
mecanismo que constituye el vínculo político por medio de
la evaluación moral de las personas “capaces” de acceder
a la política. Como mostraré, en la política uriartense el

177
178 • Buenos vecinos, malos políticos

reconocimiento se presenta como la relación personal entre


un investido con el poder de consagrar prestigio y autori-
dad, y los detentadores de dicha consagración.
Si bien el reconocimiento ha sido un concepto amplia-
mente esgrimido por la investigación antropológica y
sociológica1, para entender sus particularidades e influencia
en la vida política de Uriarte, es necesario atender espe-
cialmente a los siguientes factores: el sentido relativo del
espacio público y privado de los encuentros en el campo
político, y las posibilidades de expresión de valores mascu-
linos y femeninos. De esta forma, mostraré las principales
condiciones sociales mediante las cuales las variaciones que
el reconocimiento asumió permitieron la institución y des-
plazamiento práctico de categorías de la división del tra-
bajo político (Bourdieu 2001:99), como la de militante social
y militante político, dirimiendo la profesionalización de los
políticos y, así, las luchas por la sucesión política.

El reconocimiento como evaluación moral de la


persona

Las perspectivas que en antropología política recuperan


el concepto de reconocimiento social destacan el valor de
la persona, más que de los sistemas u organizaciones, en
la vida política. Tanto el honor (Pitt-Rivers 1965; Gilmo-
re 1987; Peristiany y Pitt-Rivers 1992) como la reputación
(Bailey 1971; Scott 1986) o el carisma (Schnepel 1987;
Geertz 1994; Bourdieu 2001) son expresiones particula-
res de las denominadas luchas de reconocimiento social

1 El análisis de las diversas formas mediante las cuales el reconocimiento


social se torna un mecanismo político ha sido desarrollado por Pierre Bour-
dieu (1998, 2001), por Burkhard Schnepel (1987) a partir de sus estudios
sobre la noción de carisma de Max Weber. Estos autores han enfatizado
fundamentalmente el carácter personal del mecanismo de reconocimiento
social, ya sea en la búsqueda de prestigio, como en la de reputación, honor, o
en la constitución del poder carismático.
Buenos vecinos, malos políticos • 179

(Bourdieu 1990a). El reconocimiento de ciertas cualidades


personales, fundadas en una serie de valores y condiciones
sociales de expresión, instituye portavoces o líderes polí-
ticos, y lógicas de acumulación de prestigio así como de
eufemización del poder (Bourdieu 1991:212). Aun cuando
los juegos implícitos en el honor o la reputación, difieran
de los del carisma en cuanto a la inscripción de los pri-
meros en eventos cotidianos y, del segundo, en situaciones
críticamente extraordinarias (Bourdieu 2001:191), el reco-
nocimiento del líder y sus cualidades personales por sus
seguidores es, en todos los casos, clave2. Se trata de la pose-
sión de ciertas cualidades intransferibles que invisten de
autoridad a quienes atraviesan la evaluación moral de su
persona por parte de quienes se convierten en seguidores
(Parkin 1985:2).
Sin embargo, el énfasis en el punto de vista de los segui-
dores de un candidato, líder o dirigente, que las perspecti-
vas sobre el reconocimiento acostumbran sostener, tiende
a negar el carácter recíproco de estas evaluaciones mora-
les. Como veremos la investidura del dirigente depende, no
sólo del reconocimiento personal logrado entre sus segui-
dores por ejemplo en campañas callejeras (Scotto 2003:81),
o entre sus pares -otros candidatos y dirigentes- al inte-
rior de las facciones (Heredia 2003:58); también depende
del ejercicio del reconocimiento de él hacia los seguidores3.

2 El liderazgo de Perón, por ejemplo, fue explicado por distintos analistas a


través del carisma. Así una cuestión central al debate sobre el peronismo,
antes y después de la muerte de Perón, fue la rutinización de la dominación
carismática. Es decir las posibilidades de normalización de la sucesión polí-
tica, y el costo político y social de la indefinición de reglas. Incluso el
gobierno del presidente Menem fue analizado a la luz de este proceso
(Levitsky 2001; McGuire 1997).
3 Nuestra idea de reconocimiento se inspira parcialmente en la idea de actos
de institución de Pierre Bourdieu (1998:105), para quien opera notificando
la identidad a alguien, lo que es o debiera ser, llevada a efecto por un agente
singular, debidamente autorizado a realizarlo a través de las formas recono-
cidas. Sin embargo consideramos, además, que el prestigio y el liderazgo
dependen de esta forma del reconocimiento, y son sensibles al uso que los
portavoces hacen de los modos supuestamente reconocidos (convenciones
180 • Buenos vecinos, malos políticos

Las evaluaciones morales de la persona de sus seguidores,


que el líder realice, moldean las cualidades necesarias para
acceder al crecimiento político, tanto como instituyen identi-
dades políticas y sociales entre los seguidores. Entonces no
sólo los lideres, dirigentes o candidatos son seleccionados
por quienes son sus seguidores, también los seguidores se
sienten seleccionados por los líderes. Quiero señalar, que
sin esta dimensión de la reversibilidad del reconocimiento,
se vuelve imposible comprender la dinámica que toma la
sucesión política uriartense, y su capacidad para conferir,
negar o subordinar identidades sociales y políticas.
Considerando que en sociedades abiertas (Barth 1994),
como la nuestra, el reconocimiento no parece depender
tanto de una comunidad constituida por una opinión públi-
ca basada en relaciones cara a cara, debemos precisar cuá-
les son las condiciones y la estructura práctica en las que
opera4. Justamente, me interesa destacar cómo la definición
práctica de los límites entre espacios públicos y privados,
y los valores de género esgrimidos por el reconocimien-
to en el marco de esos límites, constituyen dimensiones

consideradas convenientes en materia de lugar, de momento, de instrumen-


tos, etcétera).Ana Rosato esbozó un sentido semejante al que aquí destaco,
al dar cuenta de cómo el reconocimiento que se otorga a los militantes
es acumulado como capital político y traducido en su participación de las
discusiones en las cuales los líderes confeccionan las listas de candidatos a
elecciones (2003:76). Podemos ver la reversibilidad del reconocimiento, que
actúa no sólo en la selección del líder, sino en la selección de seguidores.
4 Desde el punto de vista teórico, tanto el juego del honor como la reputación
dependen de la existencia de la “opinión pública”. En las sociedades tribales
la comunidad, fundada en lazos personales, garantizaba el control colectivo.
Según Pierre Bourdieu la desaparición de la censura cruzada en la sociedad
contemporánea acabaría con el sentido del honor (1990:110). Igualmente
sucedería con la reputación, pues sin censura cruzada la reputación no se
sostiene (Bailey 1971). Sin embargo, recientes estudios han demostrado lo
contrario. El honor, la dignidad o la reputación permanecen en la sociedad
contemporánea (Herzfeld 1980; Neiburg 1998; Texeira 1998; Guber 1999),
siempre y cuando contemplemos la posibilidad de que las fuentes de control
de los valores que fundan el reconocimiento social dependan de una “opi-
nión pública” distinta a la comunidad de contacto directo, cerrada y totali-
zante.
Buenos vecinos, malos políticos • 181

cruciales del reconocimiento político. Concretamente, los


estándares de evaluación moral de la persona son actuados
en el curso de eventos, cuya publicitación o privatización
depende de su clasificación como eventos “institucionales”
o “políticos”. Es la imposición de esta clasificación la que
permitirá definir el valor de la actuación política, ya sea
como evento público o en su defecto privado. Son éstos los
escenarios donde se dirimen las incongruencias entre: la
clase de persona que los subordinados en el vínculo político
desean ser, la clase de persona que los investidos con el
poder de reconocer, reconocen; y la clase de persona que
los primeros creen que los segundos reconocen5.
Contrariamente a las visiones prescriptivas según las
cuales el individuo-ciudadano inserto racionalmente en la
política debería ser el protagonista por excelencia de la polí-
tica moderna, encontramos que la persona y sus cualida-
des morales, protagonizan la vida política contemporánea
(Ong 1999:54). No es sólo que la “persona” se diferencia
del “ciudadano” al comprometer más que la performance
pública e introducir también la vida privada (Texeira 1998).
Se trata de considerar cuáles son las condiciones sociales
y los efectos de los cambiantes límites entre lo público y
lo privado6; dado que la definición especifica que asuman

5 Esta triple distinción sólo se asemeja en parte a la efectuada por Frank Ste-
wart entre el honor, como relación entre mis cualidades verdaderas y la
valoración correspondiente; el honor objetivado, como lo que el mundo
cree son mis cualidades y la valoración correspondiente; y el honor subjeti-
vado, como lo que yo creo son mis cualidades y la valoración correspon-
diente (1994:16). Por un lado, porque para el reconocimiento, tal como se
expresa en la política uriartense, “el mundo” son ciertos personajes, como
los dirigentes políticos que, por su condición y poder, pueden ejercer mayor
manipulación sobre la definición de “las cualidades” reconocidas. Por el
otro, porque esta manipulación vuelve más evidente la distancia entre reco-
nocimiento deseado y alcanzado, sobre la cual se producen las luchas de
reconocimiento.
6 Para una discusión sobre la importancia de reconocer el espacio privado
menos como lugar, sitio o localidad que como estándares de comportamien-
to relativos e históricamente producidos véase Norbert Elias
(1998b:351-365).
182 • Buenos vecinos, malos políticos

ambas esferas forma parte constitutiva del reconocimien-


to como mecanismo de asignación, alteración –y rechazo–
de identidades.
Este capítulo expone la confrontación entre los esce-
narios creados por el Proyecto y aquellos que implícita o
explícitamente los desafían. Uno de estos escenarios es el
de las reuniones intensificadas durante la implementación
del Proyecto Uriarte, al que le dieron existencia práctica; el
otro, es su ruptura, una ceremonia realizada en 1999 de
homenaje a un intendente de Uriarte asesinado en 1976.

Las reuniones y el militante social

El Proyecto Uriarte multiplicó las reuniones durante sus ocho


años de duración, consagrándolas como ámbito privile-
giado de sociabilidad política. La eficacia de este proceso
dependería de un rasgo del Proyecto: su capacidad real de
librarse de su carácter discursivo prescribiendo un contexto
(Bourdieu 1998:117), y clasificando las reuniones como el
espacio público óptimo para la nueva sociabilidad política7.
Por regla, las reuniones de los 53 Consejos de Organiza-
ción de la Comunidad se realizaban en los barrios respectivos.
Sus integrantes eran vecinos, representantes de cada una de las
instituciones que participaban del Consejo, tales como: juntas
vecinales, sociedades de fomento barrial, clubes sociales y
deportivos, y centros de jubilados. Anualmente, sus miem-
bros elegían la comisión directiva del Consejo integrada
por un presidente, secretarios y vocales. Por lo general,
las reuniones del Consejo se hacían una vez por semana,
pero la comisión directiva se reunía entre dos y tres veces
por semana. Al mismo tiempo, como señalé, se llevaban a
cabo reuniones en el Palacio Municipal entre funcionarios

7 Los efectos performativos del lenguaje dependen de la capacidad de los dis-


cursos de significar contextual y reflexivamente un evento determinado
convirtiéndolo en un acto con sentido social (Briggs 1986).
Buenos vecinos, malos políticos • 183

y coordinadores municipales de los Consejos. Entre las


reuniones realizadas en los Consejos y en el Palacio Muni-
cipal, sumaban un centenar de reuniones semanales, que
involucraban aproximadamente unas ochocientas personas.
Era una característica de estas reuniones el hecho de que
eran públicas, no sólo porque podía participar quien quisie-
ra, sino porque eran abiertas, ya que el Proyecto garantizaba
el acceso a la información de lo que “allí estaba sucediendo”.
Dos representantes de cada institución vecinal o barrial8,
con sede en la jurisdicción del Consejo, participaban de las
reuniones en las cuales los funcionarios políticos del Proyecto
promovían la militancia social. Pero esta actividad a cargo
de la Secretaría de Promoción de la Comunidad, excluía la
presencia de autoridades municipales en el proceso. Todo
sucedía de modo tal, que ninguna autoridad externa al Con-
sejo estaba presente. Precisamente, el coordinador, un agente
municipal asalariado, encarnaba la presencia de la auto-
ridad municipal en las reuniones, pero como su negación.
Desde una posición políticamente neutra y despolitizada,
se encargaba de arbitrar el proceso de promoción de la mili-
tancia social. El término “coordinar” excluía, como mencio-
né, cualquier connotación de poder. No había coerción, ni
autoridad, ni delegación, ni tampoco representación, sino
justamente la negación de todos estos atributos. El coor-
dinador era un mediador que debía dejar que los valores
de los vecinos emergieran sin imponer criterios – o “bajar
línea”-, como suele decirse en la Argentina, pues era central
al espíritu del Proyecto que los “valores de la comunidad de
vecinos brotaran sin imposiciones ni interferencias”.
Las autoridades del Proyecto consideraban al coordinador
una pieza crucial, que podía garantizar la ausencia de las
autoridades en tanto actores políticos, o su presencia neu-

8 Instituciones intermedias, entidades de bien público u organizaciones de la


sociedad civil, son los nombres con los que se identifican a las juntas vecina-
les, clubes de barrios, centros de jubilados, entre otras. Pero para los impli-
cados en el Proyecto Uriarte, el término habitual era instituciones.
184 • Buenos vecinos, malos políticos

tralizante y despolitizadora. Así, el coordinador era entre-


nado para garantizar reuniones abiertas donde todos par-
ticiparan en un plano horizontal, simétrico e igualitario.
Estas condiciones parecían asegurar, desde el punto de vista
de los funcionarios del Proyecto, el reconocimiento de los
militantes sociales por sus vecinos, en el curso de las reunio-
nes. “Coordinar” implicaba la suspensión de los “intere-
ses políticos”, de toda pretensión de descollar políticamen-
te. Estas pretensiones eran sistemáticamente descalificadas
por las autoridades del Proyecto, pues eran evaluadas como
intereses personales por ascender en la jerarquía política
municipal.
El Proyecto iba produciendo así, un control creciente
sobre la emergencia de modos de destacarse de los militan-
tes, que pretendieran romper con la horizontalidad entre
vecinos y habilitaran el reconocimiento ascendente, promo-
viendo una relación más horizontal con los políticos. ¿Aca-
so estos modos de destacarse eran posibles?
Cuando Villegas y su equipo lanzaron el Proyecto
muchos militantes políticos tenían expectativas de ocupar el
cargo de coordinador, pues suponía ser reconocidos por su
trayectoria política. Casi todos los coordinadores habían sido
militantes políticos de la periferia con una larga trayectoria
de militancia en las villas. De hecho, en privado, algunos
admitían que lo seguían siendo. Sin embargo, de la veintena
de coordinadores sólo cinco obtuvieron un cargo oficiali-
zado de coordinador, con un salario acorde con el mérito
que el cargo suponía. Los demás resultaron transferidos al
denominado “cuerpo de coordinadores”, desde su lugar de
trabajo en alguna dependencia municipal y con sus antiguos
cargos de agentes municipales, ninguno era funcionario con
jerarquía. Luego serían compensados en su intensa y pro-
longada dedicación con horas extras, viáticos y otras formas
de bonificación. Una mitad rondaba los cincuenta años de
edad, la otra, eran jóvenes de entre 25 y 40 años.
Buenos vecinos, malos políticos • 185

Alicia fue directora durante seis años del cuerpo for-


mado por 20 coordinadores. Quien la precedió también era
una mujer aunque, a diferencia de ella, sí era militante polí-
tica. Alicia era de profesión psicopedagoga y llegó al cargo
con algo más de 30 años, de la mano de su tío, el intendente,
y de su esposo, el secretario de Promoción. Así justificaba
ella el rango que tenía. Creía que el principal problema del
Proyecto era no haber podido elegir a los coordinadores. La
mayoría eran, para ella, “viejos militantes políticos llenos
de mañas y vicios”. Su limitación para seleccionarlos expli-
caba: la dificultad de los coordinadores para consustanciarse
con el Proyecto, y, la que enfrentaba, para hacerles com-
prender la forma de promover la militancia social. Según
Alicia el “cuerpo de coordinadores” era un “rejunte” y no
un verdadero “cuerpo de elite” con uniformidad de méritos,
capacidades y habilidades para la promoción de organiza-
ciones comunitarias.
Después de algunos años de existencia del Proyecto
Uriarte, Alicia llegaría a la conclusión de que, para ser coor-
dinador, era preciso tener “vocación de servicio”, y que la
peor de las cualidades era la “intencionalidad política”. Un
natural interés por el prójimo, un profundo desinterés per-
sonal y una gran voluntad de hacer cosas por los demás
eran el antídoto contra el interés egoísta. La oposición entre
egoísmo y altruismo eran centrales en la concepción de
Alicia sobre la actividad de promoción que llevaban ade-
lante. La personalidad que más se acercaba al “perfil del
coordinador” era, según ella, la de “las trabajadoras socia-
les”, profesionales universitarias orientadas a la asistencia
social organizada. Pensaba en mujeres comprometidas con
la “asistencia a la comunidad”, pero ninguno de los miem-
bros lo era. Sólo dos mujeres tenían título universitario: una
era licenciada en ciencias de la educación y la otra era psi-
copedagoga, mientras otros tres eran estudiantes universi-
tarios. A las dos primeras, Alicia las consideraba demasiado
técnicas, y a los otros tres, más jóvenes, sí los ponderaba por
su “vocación de servicio y entrega”.
186 • Buenos vecinos, malos políticos

Así, para Alicia, el clivaje principal era el que diferen-


ciaba a “viejos” y “jóvenes”. Esta clasificación no dependía
tanto de la edad, como del estilo de “hacer política”. Para ella
no había dificultad mayor que cambiar el comportamiento
de los “viejos militantes”, que no entendían el Proyecto, y
buscaban “hacer política como militantes políticos en los
Consejos de Organización”. La dificultad estaba en alterar
ese hábito ya encarnado, caracterizado por la búsqueda de
reconocimiento político, a través del reconocimiento de
seguidores. La prohibición de oficiar como coordinadores en
su propio barrio –mencionada en el capítulo anterior– era
uno de los antídotos contra la búsqueda de reconocimiento,
aunque no era suficiente.
Dos veces por semana Alicia se reunía con los coordina-
dores y dos o tres veces por año se realizaban las Jornadas de
Capacitación. Las reuniones con Alicia en el Palacio Munici-
pal duraban más de dos horas. Allí, organizados en comisio-
nes de trabajo, los coordinadores informaban los resultados
de sus reuniones a los funcionarios municipales. Jamás con-
frontaban con Alicia, fundamentalmente contaban lo que
habían hecho o escuchaban sus sugerencias. Cuando algún
coordinador tenía algún problema en su Consejo, como habi-
tualmente sucedía, lo conversaba con Alicia en reuniones
personales y no en las plenarias. Esos problemas estaban
relacionados para Alicia con “internas políticas”, con ciertos
vecinos que querían “usar los Consejos para hacer política”.
La queja principal, entre los coordinadores, era la ausen-
cia de Fernando Olmos, el secretario de Promoción de la
Comunidad, en las reuniones en el Palacio Municipal y en las
de los Consejos en los barrios. De hecho, la única vez que
lo vi a Fernando Olmos en una reunión fue espiando por la
puerta para avisarle a Alicia –su esposa–, que la esperaba
para irse juntos. En esa oportunidad, sus palabras fueron
mínimas: “están trabajando muy bien, vamos a ver…”, luego
cerró la puerta, y se fue. Dicha queja, a veces transformada
en exigencia, obedecía a la influencia que tenía Fernando
Olmos en el escenario político local. Él era “el operador
Buenos vecinos, malos políticos • 187

político” del intendente Villegas, él negociaba para el jefe


político local. Contrariamente, quien coordinaba a los coor-
dinadores, Alicia, no tenía ni militancia, ni trayectoria polí-
tica; su investidura era más burocrática. Alicia no estaba
investida, ni por Fernando ni por Villegas, con el poder de
reconocer políticamente a los coordinadores, aunque ella fue-
se mediadora entre los coordinadores y Fernando Olmos, e
incluso, con Villegas, por lo tanto, las reuniones no eran sitio
para destacarse políticamente. En efecto, que Alicia fuera
una mujer sin militancia política devaluaba las pretensiones
de los coordinadores de ser reconocidos políticamente, y los
ubicaba en el terreno del reconocimiento social. No obstan-
te, este último reconocimiento parecía no suscitar demasia-
da devoción; las reuniones carecían de fervor y entusiasmo.
Las Jornadas, en tanto, estaban destinadas a los coordi-
nadores y a los militantes sociales –las autoridades de los Con-
sejos–, y tenían el propósito de “transmitir las herramientas
para desbloquear la comunicación” entre los integrantes. El
“bloqueo” era atendido de dos modos: con Jornadas orien-
tadas a mejorar la comunicación grupal; y con Jornadas
orientadas a mejorar los vínculos del grupo, a través de la
dinámica de la “psicología de grupos”. Las autoridades del
Proyecto organizaban estas Jornadas pues creían, siguiendo
la Teoría de la comunicación de Jürgen Habermas en la que
se habían inspirado, que la organización de la comunidad
dependía de un reconocimiento horizontal basado en “una
comunidad de comunicación”. Es decir, que toda retención
o distorsión a la circulación de la información impedía la
organización de la comunidad como tal y, consecuentemen-
te, evidenciaba la presencia de un interés político o perso-
nal. Por lo tanto, podía convertir un determinado escenario
en una interna o conflicto político entre bandos.
Estas Jornadas estaban organizadas y supervisadas por
licenciados en ciencias de la comunicación de la Univer-
sidad Nacional de Uriarte, dos de los cuales integraron
el Proyecto casi en toda su duración. Las Jornadas en las
que se consideraban los problemas derivados del trabajo
188 • Buenos vecinos, malos políticos

grupal eran dictadas por psicólogos sociales graduados en la


Escuela de Psicología Social9 de Uriarte. Allí, trabajaban “la
distribución de roles” que impedía la formación de “víncu-
los horizontales y solidarios”.
Con el paso del tiempo, las autoridades del Proyecto
espaciaron estas Jornadas hasta finalmente ampliar e insti-
tucionalizar la capacitación en una Escuela de Promotores
Comunitarios. Al principio, esta escuela funcionaba espo-
rádicamente en el barrio Rivera. El profesor era Mario, fun-
cionario del Proyecto y profesor de la Universidad Nacio-
nal de Uriarte. A comienzos de 1998, consiguieron que el
Honorable Concejo Deliberante sancionara la ordenanza
que convertiría la escuela en una institución oficial. El título
de Promotor Comunitario se obtenía con la realización de
un programa de cursos de dos años. La Escuela de Pro-
motores Comunitarios era el lugar imaginado para cambiar
los modos de comportarse, las maneras, el decoro de los
militantes que pertenecerían al cuerpo de elite10.
Las autoridades esperaban que concurrieran a esta
escuela todos los coordinadores, pero no tenían forma de
obligarlos, porque no había como pagarles el tiempo de
capacitación. No obstante, quienes efectivamente asistían,
eran especialmente reconocidos. Tal era el caso de Estela,
una vieja militante de Uriarte de 59 años, oriunda de la
provincia de Tucumán, quien lamentaba enormemente el
rechazo sufrido en la escuela y en el barrio por su “cara de
india”. El reconocimiento de Alicia le había permitido for-
mar parte del círculo íntimo de las autoridades del Proyecto

9 La Escuela de Psicología Social fue fundada por un psicólogo argentino,


Enrique Pichón Riviere, autor de una teoría orientada a la psicología de gru-
po, más que del individuo, propia de la orientación psicoanalítica. Durante
la década del ’80 se abrieron nuevas sedes de la escuela dirigida por la viuda
de Pichón Riviere, dado que, a comienzos de esa década, las inscripciones
aumentaron geométricamente. Maestros y profesores secundarios, espe-
cialmente, conformaban el grueso de los estudiantes de la escuela.
10 La formación de la elite está fuertemente ligada, como demostró Abner
Cohen en su estudio sobre los creole de Sierra Leona, al decoro como moda-
lidades de comportamiento (1981:24-25).
Buenos vecinos, malos políticos • 189

y contar con mayores responsabilidades frente a los demás


coordinadores. Estela se había transformado a sí misma en
esos años, incluyendo su forma de vestir, lo que la distinguía
de los coordinadores que no terminaban de renunciar a
la militancia política. Posiblemente había atendido a uno de
los comentarios obligados del círculo íntimo del Proyecto,
sobre el modo de vestir de algunos coordinadores. Ciertas
prendas, como calzas atigradas muy ajustadas, remeras bri-
llantes, ciertas combinaciones de colores, etc., eran objeto
de comentarios irónicos. A los hombres, en tanto, les criti-
caban en privado el cabello largo, los aritos, los tatuajes y la
ropa demasiado informal. Así, la pertenencia incluía adap-
tarse al vestuario, luego de haber demostrado carecer de
aspiraciones políticas. Para Estela su reconocimiento estaba
asociado a su relación con las autoridades del Proyecto, para
lo cual debió mantener un claro desinterés en destacarse
políticamente.
También Carlos había sido reconocido por Alicia.
Había conseguido crear dos Consejos de Organización en
muy poco tiempo. Era estudiante de ciencias de la comu-
nicación y tenía cerca de 25 años al iniciarse el Proyecto.
Cuando Alicia se enfermó, Carlos se convirtió en su reem-
plazante. Ya había sido suficientemente reconocido como
para participar de las reuniones más íntimas de los integran-
tes de Promoción. Tiempo después, acabó reemplazándola
definitivamente. La ejemplaridad de este acto impactó en el
resto, provocando bastante descontento entre “los viejos”.
Rodrigo, hijo de una vieja y conocida militante política
de Ministro Rivadavia, una de las zonas periféricas más
extensas de Uriarte, había ingresado a las filas de los coor-
dinadores de Promoción, mientras terminaba sus estudios
secundarios. No se consideraba a sí mismo un militante,
pues para él militantes eran los de antes, ahora sentía que
“todo se había tergiversado”, los militantes no tenían interés
por las necesidades de la gente. Rodrigo era de tez muy
oscura, cabello largo rizado y ojos verdes. Tenía cicatrices
en el rostro, llevaba pulsera, collar y anillo grueso de plata,
190 • Buenos vecinos, malos políticos

y una campera de cuero con tachuelas. En Promoción le


tenían confianza pero esperaban que en algún momento
se cortara el cabello y vistiera como Carlos: con pantalón
de traje y camisa clara, y se librara de ese aspecto “heavy
metal”. En poco tiempo Rodrigo abandonó su antiguo ropa-
je, y se volvió codirector de los coordinadores, junto a Car-
los, después que los funcionarios de Promoción advirtieran
en su cuerpo la desaparición de signos de diferenciación
y rebeldía.
Las reuniones, las Jornadas de Capacitación y la Escuela
de Promotores Comunitarios no dejaban de indicarles a
las personas que la experiencia como militantes políticos no
sólo era inútil, sino perniciosa. El reconocimiento entre los
coordinadores estaba sustentado en valores que sustituían la
experiencia militante. El valor principal era la aceptación de
las directivas del Proyecto, pero también, la evitación de con-
flictos políticos producidos por las pretensiones y luchas
desatadas para ser reconocidos. Según este razonamiento
los “jóvenes” eran más valorados porque se los consideraba
menos viciados, mientras los demás miembros del “cuerpo
de coordinadores” eran relegados al desconocimiento polí-
tico. No obstante, frente al resto de los militantes locales,
los coordinadores seguían creyéndose especiales. Si bien la
presencia de Alicia desacreditaba el valor político de su
actividad, creían que su designación como coordinadores era
efectivamente un premio a su trayectoria.
Habiendo hecho tal descripción y tomando cierta dis-
tancia analítica podemos decir que los coordinadores sí eran
un cuerpo especial. Eran un cuerpo ejemplar creado para
mostrar a los demás militantes que el sentido de la mili-
tancia no era el sentido político. Entonces, aunque recha-
zaran la aplicación práctica de los conocimientos imparti-
dos durante las Jornadas de Capacitación, aunque creyeran
que el valor de su propia experiencia era inalienable y no
desechable, como decía Alicia, y aunque les molestara que
los más jóvenes fueran recompensados por su desinterés
político, eran un cuerpo especial.
Buenos vecinos, malos políticos • 191

En suma, el escenario de las reuniones en los Consejos


barriales coartó las posibilidades de relación personal con
los investidos. El coordinador debía comportarse negando
sus intereses políticos, abandonando con ello su experiencia
como militante político, para promover un reconocimien-
to horizontal entre vecinos en tanto militantes sin intere-
ses políticos. Ciertamente, los intereses políticos, evaluados
como intereses personales, egoístas y opuestos al interés
social de la comunidad, exigían una relación personal con
un investido ubicado entre “los de arriba”, dirigentes y fun-
cionarios, capaz de permitir el crecimiento político.

La conversión de los militantes políticos

Con Menem como presidente, el peronismo había vuelto


a gobernar la Argentina en julio de 1989. Duhalde, el polí-
tico local con mayor trascendencia nacional, había dejado
la vicepresidencia en 1991 y desde su cargo de gobernador
de la provincia de Buenos Aires alimentaba las esperanzas
de crecimiento político de los militantes locales. A comienzos
de los años ’90, ya resonaba la candidatura de Duhalde a
la presidencia de la nación y, era sabido que el intendente
Villegas era un aliado incondicional de este último. Uriar-
te podía ser imaginada como un refugio apacible para los
peronistas, teniendo en cuenta las posibilidades electorales
de Duhalde y el rechazo que las políticas de Menem suscita-
ron entre muchos partidarios del peronismo. Sin embargo,
la decisión del intendente Villegas de gobernar mediante
el Proyecto Uriarte sacudió dicha posibilidad, provocando
reacciones que iban desde el éxodo, la resistencia pasiva,
al desafío público.
Para los que decidieron “irse”, el Proyecto Uriarte traicio-
naba compromisos con valores fundamentales de la acción
política peronista. De algún modo, aquel parecía ratificar
la orientación neoliberal del presidente Menem hacia la
192 • Buenos vecinos, malos políticos

“modernización del Estado”. Para los que decidieron “que-


darse”, el Proyecto Uriarte era visto como un ámbito de resis-
tencia hasta el retorno, en un futuro cercano, de la mano
de “Duhalde Presidente”. En el Movimiento Peronista “la
resistencia” daba cuenta de una época de diecisiete años de
duración, posterior exilio de Perón luego de la “Revolución
Libertadora”, el golpe militar contra su segunda presiden-
cia de 1955. Durante ese lapso el peronismo fue proscrito,
pero los militantes peronistas supieron darle continuidad
al movimiento11.
Quienes optaron por el camino del cambio, propiciado
por las autoridades, y cerraron las unidades básicas12 para
abrir instituciones vecinales, no lo hicieron para cambiar la
forma de “hacer política”, sino para preservarse a sí mis-
mos. Estaban seguros que en las instituciones podrían hacer
lo mismo que antes, aunque bajo otro nombre. También
hubo quienes creyeron que el Proyecto Uriarte traicionaba
valores fundamentales de la acción política y, sin embargo,
no se fueron. Prefirieron, en cambio, mantener su sueldo
municipal, manteniendo un “perfil bajo”, esto es bajando las
pretensiones al reconocimiento político, en fin, restringiendo
la exposición pública frente a las autoridades.
Otros se quedaron por convicción, porque vieron en
el Proyecto Uriarte y la militancia social que propiciaba, los
valores de los ’70. Pedro, un ex guerrillero peronista con-
vertido en coordinador, justificaba su adhesión, destacando
la reivindicación del Proyecto de ideales del ’70 tales como:
el compromiso e identificación con la gente; y lo espiritual y
humanitario de la sensibilidad social, opuesto al cálculo frío

11 Para un análisis del sentido de la resistencia peronista véase Daniel James


(1990).
12 Las unidades básicas han sido, desde su creación durante el primer gobierno
del general Perón, la forma institucional mínima de la organización territo-
rial del Movimiento Peronista. Suelen funcionar en pequeños locales
comerciales o a veces en viviendas particulares. Sus miembros, son vecinos
del barrio en el cual se localizan.
Buenos vecinos, malos políticos • 193

de lo material. Participar activamente del Proyecto Uriarte


significaba, en este caso, realizar los ideales de los ‘70 pero
por vías pacíficas.
Tal disparidad de elecciones provocadas por un mismo
proyecto político, no sólo da cuenta de la ambigüedad del
Proyecto Uriarte, sino que permite apreciar cómo las diver-
sas justificaciones convergen en una misma pretensión: no
alterar una cierta “esencia” de la persona inscripta en la
actuación política. La política como campo de actividad
y de sentido garantizaba alguna noción de persona que
era imprescindible preservar, lo cual daba cuenta tanto del
compromiso personal como del compromiso de lo político
con la dimensión personal. La defensa encarnizada de una
“esencia” de la persona no significa que no hubiera lugar a
ambigüedades, negociaciones o conflicto entre valores de
la persona, sino que las pretensiones sostenidas enfatizaban
la asociación entre persona y política. En cualquier caso,
las evaluaciones morales de la persona, ya sean bajo la for-
ma de justificaciones o explicaciones de las adhesiones al
Proyecto, asignaban algún valor a la persona y definían su
participación en política.
Sin embargo, esas justificaciones no necesariamente
mantuvieron inalterable la “esencia” en cuestión, más bien
fueron activos instrumentos de alteración del “hacer polí-
tica”, pues intentaron conciliar lo que se pretende ser con
la performance que los investidos están dispuestos a reco-
nocer. Así, aun pretendiendo sostener cualidades esencia-
les las justificaciones transforman imperceptiblemente a la
persona13. En efecto, el proceso pone en evidencia la depen-
dencia del campo político de las construcciones morales
sobre la persona.
Por eso el director de Adoctrinamiento del Consejo
Local del Partido Peronista se lamentaba que la militan-
cia política junto con su escenario tradicional, las unidades

13 Para un análisis de procesos de escencialización véase Michael Herzfeld


(1997: 37-59, 156-164).
194 • Buenos vecinos, malos políticos

básicas peronistas, hubieran desaparecido de Uriarte. Para


él, un dirigente de casi 70 años –el único del peronismo
uriartense formado en la Escuela de Adoctrinamiento Pero-
nista que había tenido al mismísimo general Perón como
maestro– el Proyecto Uriarte había provocado esa desapa-
rición: “La política no puede pasar por las instituciones
–decía– debe hacerlo por las unidades básicas. En las insti-
tuciones no se hace política; está prohibido por ordenanza”.
Contrariamente, en las unidades básicas, esas organizacio-
nes distribuidas en los barrios cada cuatro o cinco manza-
nas, donde se realizaba tanto el trabajo de campaña electoral
como el de distribución de ropa, alimentos, medicamentos,
etc., el trabajo social y el trabajo político iban de la mano; se
realizaban en el mismo sitio y bajo la misma identidad: la
del militante político.
De hecho, la ordenanza de creación de los Consejos
restringía la participación de los militantes políticos a dos
por barrio designados por el Consejo de cada partido polí-
tico. Para participar en ellos los militantes tuvieron que
crear instituciones, pues en la práctica el Consejo del Par-
tido Peronista no hizo designaciones. Si bien Uriarte fue
el único municipio del Gran Buenos Aires gobernado por
el Partido Peronista, del cual desaparecieron las unidades
básicas14, esta desaparición no coincidió con la conversión y
desaparición de la militancia política; es sólo que ésta, como
veremos, se volvió menos pública.

Género y espacios de la conversión

La conversión de los militantes políticos en militantes sociales


no fue un proceso acabado, ni uniforme. Tuvo marchas
y contramarchas, fue resistido y contestado, pero también

14 Al respecto véase el análisis de Javier Auyero sobre un municipio, también


sureño, del Gran Buenos Aires (1997a:177).
Buenos vecinos, malos políticos • 195

reproducido. La lógica de este proceso estuvo marcada por


la manera en que los agentes flexibilizaban los límites entre
lo público y lo privado impuestos por el Proyecto Uriarte.
La presión para mover este límite puso de relieve las capa-
cidades diferenciales de los valores de género para expre-
sarse, y ser públicamente reconocidos por las autoridades
políticas. Lo femenino estuvo asociado a un reconocimiento
social público que permitía a las mujeres valorar su presen-
cia desde su actuación en lo social. Esta valoración estaba
concentrada en el Plan Vida15, una política social alimen-
taria dedicada a darles leche y huevos a las madres con
hijos menores de seis años. La distribución estaba a cargo
de las “trabajadoras sociales”, más conocidas como manza-
neras, “vecinas” que repartían diariamente el alimento entre
otras vecinas del barrio. Por definición eran mujeres que
trabajaban voluntariamente sin retribución salarial alguna, su
retribución principal era el prestigio social, por oposición
al político (Masson 2004).
Pero el Proyecto Uriarte era, en cambio, un proyecto
para que hombres y mujeres desarrollaran sus habilidades
institucionales. La virtud personal residía, en este caso, en
la capacidad para manejar los procedimientos preestableci-
dos y mantener el funcionamiento del Consejo “priorizando
y canalizando las necesidades de los vecinos”. Los hom-
bres, en este sentido, contaban con la posibilidad de con-
ducir el Consejo de Organización, pero esto no les permitiría
obtener el reconocimiento político, de políticos como Ville-
gas. Cualquier actitud vehemente de un militante hacia las

15 El Plan Vida era una política provincial, y estaba dirigida por la esposa del
gobernador de Buenos Aires Eduardo Duhalde. Hilda “Chiche” Duhalde era
el “referente máximo” de las mujeres que participaban de este plan, conoci-
das como manzaneras. Para la oposición política, como el Frepaso y la
Unión Cívica Radical, así como para muchos científicos sociales, eran el
prototipo del clientelismo político practicado por el peronismo con los sec-
tores populares. Por esta razón, suscitó muchas críticas, pero también des-
pertó la curiosidad científica. Respecto de su carácter de práctica clientelar
véase Javier Auyero (1997a, 1997b, 2001); para un análisis del género como
dimensión despolitizadora véase Laura Masson (2004).
196 • Buenos vecinos, malos políticos

autoridades era controlada, anulada o rechazada en nombre


del valor de la institucionalidad y de los procedimientos dis-
ciplinados. Las demostraciones de fuerza, de potencia, etc.,
eminentemente masculinas, eran rechazadas por las auto-
ridades del Proyecto a favor de un comportamiento institu-
cional. Como ya señalé, el reconocimiento social era el meca-
nismo disponible de evaluación personal de los militantes
sociales. Sin embargo, el ámbito por excelencia de evaluación
constituido por las reuniones del Consejo estaba relativa-
mente privatizado ante la escasa presencia de vecinos y la
ausencia de las autoridades municipales.
El reconocimiento político –a la militancia política– pare-
cía, en cambio, depender de ámbitos más públicos. Ella
exigía una cuota de demostración pública de capacidades y
posibilidades de desafiar al investido, habitualmente repri-
mida. Las reuniones eran, desde este punto de vista, espacios
privatizados donde la emergencia del desafío no tenía asi-
dero, pues no había investido que pudiera reconocer vir-
tudes políticas. Cuando las reuniones eran abiertas, puesto
que un jefe político estaba presente, entonces el desafío
al poder tenía cierto sentido, por más que la retórica de
las autoridades del Proyecto Uriarte performara la idea de
que las habilidades políticas no serían ya reconocidas. Así,
cada tanto, hombres y mujeres manipulaban la frontera de
la privatización y desafiaban las formas del reconocimiento
establecidas.
Buenos vecinos, malos políticos • 197

Feminidad y militancia política

En la reunión del Consejo de Villa La Rosa16 el Presidente


escuchaba cómo, por horas, discutían la expulsión de Lola
del Consejo de Organización del barrio. Ella ocupaba el
cargo de secretaria en su calidad de miembro de la ins-
titución “Rincón de Luz”, un comedor infantil del barrio
que funcionaba en su casa. Como era amiga del presidente,
él había resuelto no meterse; no podía salir a defenderla
estando presente la coordinadora del Consejo. La discusión
fue bastante acalorada: tres miembros del Consejo, de los
veinte presentes, pedían furiosos su expulsión; mientras el
vicepresidente y el tesorero trataban de impedir que la deci-
sión se tomara sin que Lola, la acusada, estuviera presente.
Finalmente, condicionaron su expulsión a una suerte de
descargo público de la acusada.
A pesar de las diferencias, había acuerdo sobre la gra-
vedad de su comportamiento:

“Lola usó el Consejo para su beneficio… ¿Cómo va a poner


el cartel de Morales concejal?, ¡Tendría que haber sacado el
cartel, ella sabía!.. El panadero que le llevó las facturas para
el Día del Niño estaba indignado, y tiene razón. No pode-
mos permitir que la política entre en el Consejo. Además ese
Morales es de Rivera, nada tiene que ver con nosotros”.

Los diecinueve participantes de la reunión estaban de


acuerdo en que, tratándose de una actividad del Consejo,
“la política” debía quedar excluida y que la sola exhibición
del cartel en la casa de Lola, la secretaria, “metía la polí-
tica en el Consejo”, lo contaminaba. Pero además, Morales
no era de Villa La Rosa, lo cual tornaba más impropio el
comportamiento de Lola. Ella “hacía política” desde su casa,

16 Muchos barrios de la Argentina, independientemente de su localización y


caracterización periférica, poseen un nombre precedido por el término
Villa. En cualquiera de estos casos el término no implica per se una denomi-
nación peyorativa sino fundamentalmente refiere a un tamaño reducido.
198 • Buenos vecinos, malos políticos

por eso había colgado el cartel que decía “Morales conce-


jal, Agrupación Peronista ‘Chacho Peñaloza’”, y, al mismo
tiempo, era miembro del Consejo del barrio. El Consejo
había organizado el festejo del Día del Niño para todos los
chicos del barrio, para lo cual el panadero debía dejar mil
facturas17 en la casa de Lola, que luego ella llevaría al salón
donde se realizaría el festejo. Cuando éste vio el cartel, dejó
las facturas, pero inmediatamente llamó al vicepresidente
del Consejo para advertirle que era la última vez que las
donaba. Era indiscutiblemente inmoral que Lola no hubiera
sabido separar las dos cosas.
Así, cualquier demostración voluntaria o involuntaria
de distinción política era rápidamente sancionada siguien-
do los procedimientos institucionales del Proyecto Uriarte.
Las reuniones eran el escenario donde se ponía en juego
el reconocimiento, que no debía ser político. Si Lola “que-
ría hacer política”, podía hacerlo, incluso en un ámbito tan
doméstico y privado como su casa, siempre y cuando no
metiera al Consejo, el espacio público más defendido. Cuando
Lola cruzó el límite de la privatización de la política, pre-
tendiendo su propio reconocimiento político a través del espa-
cio público del Consejo, su comportamiento quedó rápida
y furiosamente desacreditado. En el Consejo, era el traba-
jo institucional de la militancia social el que había adquirido
oficialmente valor. Lola tenía un comedor donde daba de
comer a un grupo de veinte chicos con el apoyo de Mora-
les, un jefe político barrial, pero el trabajo social no esta-
ba para ella escindido de su trabajo político. No era de las
mujeres que buscaban en el trabajo social el refugio para un
comportamiento que se recordaba como político, pues para
ella ambos estaban indisolublemente ligados. Lola no bus-
caba, como se esperaba, evitar dar señales de su ambición

17 Las facturas son bizcochos o tortas dulces pequeñas para la merienda o el


desayuno.
Buenos vecinos, malos políticos • 199

de reconocimiento político, prefería la militancia política. Sin


embargo, el escenario en el cual se encontraba estaba plaga-
do de obstáculos para ello.
Ligeramente distinta era la actitud de Marisa, quien en
conversación privada se consideraba a sí misma una mili-
tante política. Era de Rivera, el barrio contiguo a Villa La
Rosa. Había sido contratada por 300$ por la Secretaría de
Acción Social de la Municipalidad, a cargo de Dora Girón,
la esposa del intendente Villegas. Andaba siempre de aquí
para allá; durante el día, entre la Municipalidad y el Consejo
Provincial de Familia y Desarrollo Humano, y por la noche
y los fines de semana, en los barrios. Su vida estaba tomada
por esas actividades porque, como ella decía, “amaba lo que
hacía”. No necesitaba trabajar, su hijo y su marido tenían
buenos trabajos.
La conocí en una de esas reuniones de los barrios, un
jueves por la noche. La había invitado Patricia, una concejal
de Villa Antigua, otro barrio de la periferia. Quería que
las mujeres que militaban con ella aprendieran de Marisa.
Durante la reunión a la que había concurrido, eludiendo
a sus jefes municipales y por el respeto que le inspiraba
Patricia, se dedicó a exhibir no sólo su conocimiento sobre
los intersticios del sistema de ayuda social, sino la manera
de usarlos. Para Marisa ser militante política era justamen-
te hacer uso del sistema en función de las necesidades de
la gente, y no según reglas abstractas e impersonales. Ella
expresaba así esa diferencia:

“Yo le digo a la gente que mienta, si tiene obra social, porque


chicas, si tiene obra social no puede recibir ningún tipo de
ayuda. Entonces no queda otra que mentir… Lamentable-
mente, algunos militantes se han municipalizado, no tienen
sensibilidad por los problemas de la gente. Como Ester (fun-
cionaria de Acción Social). No sé, de qué le sirve tanto estudio
si no puede entender que, por más obra social que alguien
tenga, si gana 150 pesos y tiene que comprar un remedio por
40 pesos, no puede”.
200 • Buenos vecinos, malos políticos

Marisa sabía cómo sortear los requisitos puestos por


los insensibles, que alguna vez habían sido militantes políti-
cos. Marisa se había incorporado al Consejo de su barrio:
“Abrí una institución, como muchos compañeros, junté los
socios… a mí no me van a ganar –le dijo en la reunión a
Patricia”. La clandestinidad de su militancia política, tam-
bién compartida por la concejal Patricia, se reflejaba en la
bronca que le provocaba la actitud de la esposa del gober-
nador hacia los militantes: “Chiche no quiere reconocer a
los militantes, no quiere el trabajo político, y yo digo: ¡si ella
está ahí por su marido que es un militante!’”.
En el año 1997, y contra la voluntad de muchos mili-
tantes, Duhalde había puesto a su esposa, Chiche Duhalde,
como primera candidata de la lista de diputados nacionales
por la provincia de Buenos Aires, compitiendo con otra
mujer que encabezaba la lista de la oposición. Para ello
fundó, junto a su esposa, el evitismo18 una corriente que
unía a las mujeres de las dos líneas internas del peronismo
provincial: la Lipebo y la Liga Federal. Militantes como
Peretti se habían quejado de la idea de separar a la mujer
peronista del hombre peronista “Eva –decía–, no era nada
sin Perón”. Sin embargo, el “arrastre” de las manzaneras y las
beneficiarias del Plan Vida le hizo creer al gobernador que
podrían ganarle a Graciela Fernández Meijide, la candida-
ta opositora. Duhalde, resuelto a ponerla como mediadora
del reconocimiento de todas las mujeres, decidió convertir
también a Chiche en mediadora del reconocimiento de los
hombres. Pero finalmente, en las elecciones legislativas de
octubre de aquel año, Chiche fue derrotada.
El enojo de Marisa con Chiche indicaba que su des-
conocimiento e indiferencia al trabajo político daba sentido
práctico a esta mediación. En otras palabras, el reconoci-

18 En homenaje a Eva Perón, primer esposa del general Juan Domingo Perón;
fue una figura crucial para el peronismo tanto como para su oposición polí-
tica la que, como demuestra Julie Taylor (1981), contribuyó ampliamente a
la reproducción mítica de su figura.
Buenos vecinos, malos políticos • 201

miento de Chiche implicaba la disolución de una valoración


políticamente determinada, sobre a quiénes y por qué, dar-
les; es decir una sensible a las personas, a una historia y a un
destino común; y su sustitución por reglas abstractas.
Las mujeres podían conservar su militancia política
en un círculo privado, rayando incluso la clandestinidad,
mientras públicamente obtenían reconocimiento social. Ofi-
cialmente en Uriarte, el reconocimiento de lo femenino
alentaba el trabajo social, y el de lo masculino la militancia
institucional en el ámbito de las reuniones. Ambas formas del
reconocimiento estaban principalmente fundadas en el segui-
miento de procedimientos establecidos por el Plan Vida, en
el primer caso, y en la actividad de los Consejos de Organi-
zación de la Comunidad, en el segundo.

Masculinidad y militancia política

Cada tanto algún hombre desafiaba el reconocimiento ins-


titucional, desprivatizando el trabajo político para obtener
un reconocimiento en estos términos. Curiosamente estas
demostraciones eran reacciones vehementes, impetuosas, y
hasta temidas, por su proximidad con la violencia. Quizás
eran un modo de conectar masculinidad y política, una
asociación profundamente debilitada entre los vecinos de
la periferia. El avance del reconocimiento social instaló una
barrera para los aspirantes a un lugar en la jerarquía polí-
tica, que les impediría moverse hacia arriba, crecer polí-
ticamente. Es que su actuación institucional, en el ámbito
del Consejo de Organización del barrio, desterraba la dis-
tinción política.
Esas reuniones no tenían margen para eso, excepto que
un investido con la capacidad de reconocer políticamente
se hiciera presente. A comienzos de 1997, el intendente
Villegas organizó la segunda serie de reuniones denominadas
el “Gabinete Social en los Barrios”. Esta vez el Gabinete no
202 • Buenos vecinos, malos políticos

sólo saldría a escuchar a la gente, también anunciaría el lan-


zamiento de un Plan de Infraestructura Barrial que, por pri-
mera vez, contaría con la confluencia de toda la militancia
social del municipio: las trabajadoras vecinales o manzaneras,
y los trabajadores vecinales de los Consejos.
Con estas reuniones Villegas recorrió todos los Consejos
de Organización de los barrios de la periferia de la ciudad.
Todas ellas se llevaron a cabo en lugares cerrados, los más
grandes de cada barrio. En una de estas reuniones ocurrió
un hecho que puso de manifiesto la fuerza que la denomi-
nación y estructuración de un evento como reunión impone
sobre la noción de la actuación política. El intendente iba
a escuchar las necesidades de la comunidad de Villa La Rosa,
las que iban a ser relatadas por las trabajadoras vecinales,
aunque los organizadores habían sido las autoridades del
Consejo del barrio.
Al entrar al galpón donde se realizaría la reunión, hacía
dos horas que unos trescientos militantes sociales entre
manzaneras y trabajadores vecinales lo esperaban sin sobre-
salto ni quejas. Pero, apenas la comitiva atravesó el pasillo
central que dividía al público en dos partes, un grupo de
veinte jóvenes sorpresivamente se pararon en sus bancos,
y sacudiendo los brazos en alto cantaron enérgicamente la
Marcha Peronista. Los jóvenes eran seguidores del presi-
dente del Consejo de Villa La Rosa, quien ingresaba junto
con el intendente para sentarse a su izquierda en la exten-
sa mesa colocada al frente del público integrado por los
militantes sociales. El hecho produjo gran desconcierto, gene-
ró un clima tenso y confuso, donde lo político partidario
se mezclaba con el carácter social, institucional y oficial del
evento. La expresión amenazaba con echar por tierra las
pretensiones del no-reconocimiento político.
El intendente Villegas, con la calma que lo caracteri-
zaba, siguió caminando hacia la extensa mesa que formaba
el estrado, se sentó a la izquierda del presidente del Consejo
del barrio, y dio comienzo así a su discurso:
Buenos vecinos, malos políticos • 203

“Esta reunión, acá en Villa La Rosa, ha logrado una concurren-


cia que supera todas las reuniones que venimos desarrollando,
todos los días… Les pido encarecidamente a los presentes que
sea una reunión de trabajo, de diálogo. Que me escuchen, y
que yo pueda escucharlos…”.

De este modo intentó trazar los contornos que dis-


tinguían una “reunión de trabajo”, de un “acto político”, de
una “asamblea”, u otro tipo de evento político. Un encuen-
tro donde el juego del reconocimiento político está en primer
plano debía, para Villegas, ser diferenciado de otro en el que
permanezca cancelado.
Villegas, su gabinete en pleno, algunos concejales y las
denominadas oficialmente “autoridades” del Consejo estu-
vieron sentados atrás de la mesa. Sólo hablaron el intenden-
te y el vecino que presidía el Consejo. Luego, por el término
de dos horas, escucharon a cada trabajador vecinal señalarle
al intendente las necesidades. En la reunión, la actividad del
público trascendía las expresiones de aprobación o repro-
bación de discursos propios de los actos políticos, pues en
estas reuniones se esperaba que los presentes expresen sus
opiniones, comentarios, reclamos, etc. Como señala John
Comerford, las reuniones de las organizaciones campesinas
en Brasil comprenden concepciones posibles de agruparse
en dos polos, las concepciones más igualitarias y las más
jerárquicas (1999:73). Las primeras tienen relación con el
sentido de unión, participación, y la delegación o repre-
sentación; mientras que las segundas están asociadas a las
posiciones de distinción, de autoridad de un grupo sobre el
otro (Comerford 1999:73). El autor aclara, sin embargo, que
su análisis no le permite afirmar el predominio claro de nin-
guno de esos polos de la concepción (Comerford 1999:74).
Comparativamente, las reuniones del caso aquí analiza-
do también condensan un estándar de relación horizontal,
y otro más vertical y asimétrico. El primero se correspon-
de con la importancia atribuida a la convocatoria abierta,
la disposición a la participación, la no-intervención en las
204 • Buenos vecinos, malos políticos

decisiones; mientras que la segunda se refiere a los proce-


sos de distinción que en ellas tienen lugar. La horizontali-
dad, igualdad y neutralidad estaban moralmente aprobadas,
mientras la verticalidad, asimetría y autoridad eran repro-
badas; rechazo que inhibía la habilitación al reconocimiento
político y el consecuente crecimiento político.
Uno y otro estándar coexistían, a veces predominaba el
diálogo entre los participantes, otras el discurso unilateral
de quienes presidían la reunión, pero ninguno desaparecía
del todo. La verticalidad o jerarquía parece más bien inhe-
rente al proceso porque la distinción y el lenguaje del reco-
nocimiento políticos hacen del campo político un campo
de valor. Pero la habilidad para eufemizar las relaciones
asimétricas y establecer a posteriori una justificación plau-
sible sobre el carácter “democrático” del encuentro, resultó
ser un factor clave en la apertura o clausura del crecimiento
político. La tendencia de los agentes a desvalorizar la polí-
tica, al evaluarla cada vez más frecuentemente como un
instrumento del interés personal, ha resultado durante el
período analizado, en la limitación de los eventos aptos para
el crecimiento político de ciertas aspirantes.

El rescate de la militancia política peronista

El homenaje, según sus organizadores, estaba destinado a


“rescatar la militancia política”. Sugestivamente, el rescate
revelaría una superposición entre centro y periferia, des-
plazados y establecidos, militancia social y militancia política,
que la ausencia del jefe político local –el intendente–, los
concejales en mandato y los secretarios municipales, des-
acreditaría. A pesar de estas ausencias, minimizadas por
los organizadores, el homenaje demostró estar inscripto en
un diálogo con los parámetros establecidos por el Proyecto
Uriarte durante los ’90.
Buenos vecinos, malos políticos • 205

Ese domingo de mayo de 1999 estaba presente Esteban


Hernández, a quien Villegas le había prohibido movilizar
villeros al Congreso Provincial diez años antes (véase capí-
tulo II). Apoyado sobre una columna de iluminación, ubi-
cada al costado de las vías, miraba cómo los organizadores
acomodaban los últimos detalles del homenaje a don Pedro
Pablo Turner. La ceremonia se llevaba a cabo en un nuevo
parador del ferrocarril que atravesaba el Cuartel IX°. Como
en este caso las vías eran un límite entre barrios, el centro
de la ceremonia comprometía a la periferia, antes que a un
barrio en particular. Los organizadores no querían darle al
parador el nombre de un barrio, sino convertirlo en una
estación con el nombre del intendente Turner, en reconoci-
miento de su trayectoria como militante político.
Esteban no era vecino de ese barrio pero su historia
como militante político estaba relacionada con ese lugar y
con el sentido del homenaje. Desde aquella decisión de
Villegas de interrumpir las movilizaciones, el rescate de la
militancia política también cobraba sentido para él. Pero su
desconfianza lo llevaba a tomar distancia del centro de la
ceremonia: “Vine a ver de qué se trata –me dijo–, a ver
quiénes son los caretas y quiénes los sinceros”. Entonces
comenzó a señalarme cómo encarnaban los asistentes su
clasificación. Por un lado, estaban los oportunistas, insen-
sibles al homenaje, descomprometidos con los valores que
éste implicaba, y preocupados por el dinero y el lucro. Pro-
totipo de los caretas –desvergonzados– eran algunos mili-
tantes incorporados a la función pública local. Por el otro,
estaban sus maestros, los que le “enseñaron a militar en
tiempos de la dictadura… épocas bravas, muy duras, en las
que las palabras traidor y lealtad eran muy fuertes, no como
ahora”. Eran épocas en las que la vida dependía de la lealtad,
pues la delación entre compañeros conllevaba la condena a
morir en manos de la dictadura militar. Entre “sus maes-
tros” ubicaba a los organizadores del homenaje, quienes no
habían transado, no habían renunciado a la auténtica mili-
tancia política, a cambio de un cargo.
206 • Buenos vecinos, malos políticos

Durante ocho meses, Luis y Ricardo habían realizado


reuniones para ajustar todos los detalles de la ceremonia: el
consentimiento de la viuda de Turner y sus hijos, el apoyo
de los concejales que lo acompañaron los meses que duró
su mandato como intendente, la autorización de la Empresa
Trenes Metropolitanos a la denominación de Pedro Pablo
Turner al parador ubicado sobre el límite entre Villa La
Rosa y el barrio Chacho Peñaloza. Pero también solicita-
ron apoyo a las autoridades municipales, las mismas que,
como decía Ricardo, habían responsabilizado a la militancia
política por la derrota electoral de 1983, cuando el Partido
Radical ganó la presidencia de la nación. El equipo de soni-
do y el locutor oficial para el homenaje fueron puestos por
las autoridades municipales. Fernando Olmos, el secretario
de Promoción de la Comunidad, apoyó la iniciativa pres-
tándole a Luis la oficina de Promoción, el teléfono, algunas
fotocopias y un lugar de referencia. Un mes antes de realiza-
da la ceremonia, se podían ver pequeños carteles debajo de
los escritorios de la oficina, en la cartelera de la Secretaría
en el segundo piso y en la del Palacio Municipal en la planta
baja. A pesar del apoyo recibido, Luis y Ricardo sostendrían
que el Proyecto Uriarte había propiciado su extinción como
militantes políticos.

“…con el Proyecto –sostenía Luis y ratificaba Ricardo–, de


entrada ellos quisieron desplazar a los militantes políticos,
prohibiendo su participación en los Consejos, salvo con la
expresa designación del Consejo del Partido, y de no más
que uno por Consejo. El problema –para Luis– es que la mili-
tancia social no existe sin concepto político… No se puede
convertir todo en ‘trabajo social’, en fomentismo. La idea
de fundar una militancia social fomentista es lógica en otro
contexto, en épocas en las que no estaba permitido militar
abiertamente. Nosotros también hicimos política desde una
sociedad de fomento u otra institución, porque la política
estaba prohibida. Pero ahora, cómo es, ahora que sí se puede
hacer política, las autoridades hacen lo que hacíamos en la
dictadura. Entonces los que ahora se creen políticos, los que
Buenos vecinos, malos políticos • 207

nosotros llamamos ‘políticos light’, los políticos nuevos de


los ’90 piensan que vienen de un huevo, que antes de ellos
no había nadie, que no hay historia, ni nada. Y, nosotros, lo
que decimos es que sí hay una historia, que ellos son parte
de un proceso, igual que nosotros. Los nuevos militantes lo
desconocen… Como la Tranco (concejala por Rivera); ésa no
es militante, estuvo en el lugar justo en el momento apro-
piado. Y, nosotros, con esto del homenaje, estamos fuera de
control, porque a nosotros no nos pagan. Rivera se supone
que está controlado por Morales y Tranco. Y claro, resulta
que a nosotros, que no nos pagan… Ahora andan diciendo
que tenemos una lista de corruptos, que vamos a difundir. Es
que nos tienen miedo porque estamos fuera de control, y no
vamos a canjear el homenaje por un cargo político.”

Ricardo llevaba treinta años viviendo en Rivera, era


uno de los tantos pobladores que habían participado de la
lucha por la sanción de la primer Ley de Expropiación de
Tierras, a mediados de la década del ‘70. En eso continuaba
trabajando. Tenía 53 años y era el único empleado de la
Casa de Tierras de Rivera, el sitio donde los vecinos con-
sultaban la situación legal de su parcela. Casi todos estaban
afectados por una ley que, aunque era vista como “la única
salvación”, nunca había sido reglamentada y estaba, por lo
tanto, a punto de caducar.
Luis vivía en Villa La Rosa desde 1983 y, como otros
militantes, había permanecido oculto durante la última dic-
tadura, alternando entre distintos hogares de amigos y
conocidos, hasta que al fin se asentó ahí. Se identificaba
como un militante político de larga trayectoria. Había comen-
zado como sindicalista metalúrgico en los ‘70 hasta que
fue perseguido por la dictadura. Él sentía que le debía la
vida a otros compañeros que, por no delatarlo, le dieron
tiempo para escapar, y que ya no estaban; en fin, a los
que no lo habían traicionado. Claro que ahora la vida no
estaba en juego.
208 • Buenos vecinos, malos políticos

Los invitados al homenaje, militantes políticos compañe-


ros de los ’70, iban llegando al lugar fundiéndose en prolon-
gados y sentidos abrazos, algunos entre lágrimas. Parecía
que hacía largo tiempo que no se veían pues, en varios
casos, permanecían por varios segundos mirándose hasta
que conseguían reconocerse. En total unas cien personas
participaron de la ceremonia en la que se descubrió una
placa que decía:

“Intendente Pedro Pablo Turner compañero peronista muer-


to por la dictadura 1976– 16 de mayo –1999. Fuego que nace
del alma y enciende el corazón. Sueño del pueblo humilde
desde la historia proclama patria grande y libre, y sueña libe-
ración. Comisión de homenaje”.

Alrededor del pequeño monolito donde estaba la placa,


había cuatro cañas tacuara que sostenían la bandera argen-
tina y la de la provincia de Buenos Aires. El uso de cañas
tacuara recordaba las que habitualmente utilizaban las
organizaciones revolucionarias peronistas y no peronistas,
para llevar sus insignias en los años ’70. Incluso una de estas
organizaciones surgidas en los ’60, de pronunciada orienta-
ción nacionalista, se había denominado de esa forma.
Pero esta recreación parcial de la simbología de las
organizaciones guerrilleras en la Argentina se hizo en un
escenario completamente distinto al de aquellos años, el
cual exigió a los organizadores tomar ciertas precauciones
con la placa de mármol. Tuvieron que colocarla dos horas
antes de comenzado el acto y sacarla cuando los participan-
tes ya se habían retirado. Unos días antes de la ceremonia
se habían robado la original, por eso decidieron poner la
definitiva luego de que se terminará el enrejado que cubri-
ría todo el monolito. Como señalaba Luis, “ya no es como
antes, ahora acá se roban todo”. Mientras sacaban la placa,
dos vecinos se acercaron a mirarla, uno de ellos reflexionó
ajeno al sentido del homenaje, “… qué bien, mientras sea
para el bien del barrio, está muy bien”. El nivel de adhesión
Buenos vecinos, malos políticos • 209

o comprensión del sentido militante del homenaje parecía


estar lejos de los vecinos. La vecindad poco intervenía en
este caso.
El locutor oficial abrió el acto afirmando “A partir de
hoy esta estación del ferrocarril, sita en la calle Epecuén,
Cuyutí y Olimpo entre los barrios Villa La Rosa y Chacho
Peñaloza, se llama intendente Pedro Pablo Turner”. Luego
mostró la relación entre el lugar del homenaje y el home-
najeado: “¿Quién fue? Nació en el Chaco, era un profundo
luchador social, luchó por la expropiación de las tierras
de Rivera, junto a la iglesia. El pueblo de Rivera donde
vivió, lo adoptó, y por ende Cuartel Noveno”. Así, el barrio
donde se hacía el homenaje, separado por los Consejos de
Organización, era puesto en relación con los otros barrios
de la periferia cuyo centro era Rivera. Turner era el único
intendente que había vivido en Rivera, aunque no el único
intendente perteneciente a la periferia. Cada tanto alguien
recordaba que Mauro Villegas, escapando de la persecución
de la dictadura, había vivido un tiempo en una villa.
Al “negro Turner”, como lo llamaban sus compañeros
de militancia, lo habían elegido porque su vida era para
los organizadores una historia ejemplar de la trayectoria
militante. De ella quisieron dar cuenta durante el homenaje,
destacando quién había sido, y qué había hecho como mili-
tante. El locutor oficial continuó:

“Desde muy joven, fue militante peronista, fue militante del


gremio gráfico, también delegado del mismo gremio. Tuvo
activa participación en el retorno del general Perón. Militante
del Peronismo de Base. Integró la CGT de los Argentinos,
junto a Raymundo Ongaro. Allá por el año 1970, cuando
era difícil decir “Somos Peronistas”, andaba con un grabador
para hacerle escuchar a los vecinos el discurso del Viejo (el
general Perón)… Fue integrante de las agrupaciones pero-
nistas de Cuartel Noveno y fue concejal electo en 1973 y
presidente del Honorable Concejo Deliberante junto al vice-
presidente del mismo cuerpo Eduardo Duhalde. Por renuncia
del intendente electo fue intendente del distrito de Uriarte.
210 • Buenos vecinos, malos políticos

Perseguido y muerto en su provincia natal, según certificado


de defunción del 16 de mayo de 1976… Su único delito fue
ser militante peronista”.

Como señaló Ricardo durante su discurso, el homenaje


intentaba reconocer la militancia política:

“Queríamos reconocer a los militantes que estaban bajonea-


dos pues no sólo no tenían dinero, tampoco habían sido reco-
nocidos por su lucha, como la misma viuda de Turner. Pero
esa reivindicación debía ser oficial. Ésas fueron las prime-
ras reuniones que hicimos oficiales, pero pedimos la delega-
ción no porque no teníamos a donde reunirnos, porque los
peronistas siempre tenemos donde juntarnos, simplemente
porque queríamos hacer algo oficial, algo que sea de la estruc-
tura. Nosotros tenemos donde reunirnos, pero no queríamos
hacerlo afuera. Queríamos estar ahí”.

Los organizadores sabían muy bien que el punto de


vista oficial sobre la cuestión era bastante distinto, pero
igualmente necesitaban que el reconocimiento viniera de
las autoridades. El homenaje objetaba a las autoridades
locales por su “abandono” de la militancia política peronis-
ta. Actuaba otro sentido, el de contener y amparar a “los
compañeros bajoneados”, es decir la solidaridad para con
ellos. En fin, reivindicaba el comportamiento solidario y
generoso implícito en la categoría de compañeros con la que,
históricamente, los militantes peronistas se habían desig-
nado y diferenciado de los militantes no peronistas. Ese
abandono era, como señalé, la exclusión de los militantes
del reconocimiento político, como posibilidad de reposi-
cionarse en una jerarquía de poder. Las autoridades sólo
reconocían actuaciones “sociales” o “institucionales”. Frente
a la perspectiva oficial, los organizadores negociaban un
reconocimiento a militantes políticos que, “como el negro
Turner”, sabían que el “trabajo de organización social” era
parte de la militancia política.
Buenos vecinos, malos políticos • 211

La diferenciación de una esfera social, otra institucio-


nal y por último una política, no era algo que concordara
con el modo que se regía la moral de los comportamien-
tos en este sitio, antes del Proyecto. La mezcla, superposi-
ción e indiferenciación era el modo por el cual buscaban
su reconocimiento para acceder a la sucesión. El homenaje
mostraba que el Proyecto lo había desafiado, y que algo
de lo que había estado sucediendo desde entonces, todavía
en 1999 era rechazado por quienes todavía reclamaban la
militancia política.
La perspectiva oficial, también fue desafiada por el
modo en que el homenaje redefinió las relaciones entre
centro y periferia, ya que la frontera entre militancia política
y militancia social como vimos afectaba las distancias entre
desplazados y establecidos. Que el homenaje al ex inten-
dente se hubiera hecho en la periferia, en lugar del centro
de la ciudad o en el mismo Palacio Municipal, era significa-
tivo. Pero también que tuviera como foco a la estación del
ferrocarril, símbolo de progreso del barrio. No se trataba
ahora de llevar la periferia al centro, como cuando Turner,
oriundo de la provincia periférica del Chaco y villero de
Rivera, se convirtiera en intendente de Uriarte, sino el cen-
tro a la periferia; se trataba de romper, de otro modo, con
la frontera política entre uno y otro espacio urbano, social
y político. De un modo parecido a como Luis encontraba
que había sucedido con Cuartel IXº: “un corrimiento de la
Capital en Cuartel IXº”, la Capital ya no terminaba en el
Riachuelo, cruzaba el puente La Noria y se metía en Rivera,
sin pasar por el centro uriartense. Para él la prueba de este
proceso era el hecho que ya no tenía que caminar media
hora para llegar desde el puente a su casa, entre las calles
pavimentadas en el último tiempo y las líneas de colectivo,
podía hacerlo en cinco minutos.
Por otra parte el homenaje, unificó la periferia en el
nodo formado por la estación, lo que escapaba a la frag-
mentación impuesta por los Consejos de Organización. Tan-
to para Ricardo como para Luis la división de barrios de
212 • Buenos vecinos, malos políticos

la periferia estaba subsumida en la unidad de Cuartel IXº


como región. De esta área con una historia de problemas y
soluciones, los Consejos de Organización de la Comunidad no
podían dar cuenta, ya que anulaban la relación histórica y la
consiguiente valoración territorial entre centro y periferia.
Estaba en juego la desvalorización temporal y espacial a
favor de una revalorización de la relación entre centro y
periferia. El centro de dicha región era Rivera, el barrio más
antiguo del área periférica, el más consolidado residencial
y comercialmente. Aquí se habían originado las protestas y
las luchas sobre los problemas de toda el área. Sin embargo,
como señalaba Ricardo, el número de concejales de Cuar-
tel IXº había ido disminuyendo del ‘83 al ’99, de cinco a
tres cargos. Ricardo y Luis intentaban detener ese despla-
zamiento de la militancia política de la periferia urbana y
con ella de los desplazados, produciendo un escenario más
público, donde cobrara valor una militancia política a favor
de estos últimos. En este sentido, se inscribía su valoración
del reconocimiento oficial, su insistencia en que las autori-
dades estuviesen presentes y avalaran el homenaje. Esta era
su manera de “des-privatizar la política” para relocalizar,
de otro modo, la periferia y los desplazados en el centro
político. No se trataba ahora de llevar a los desplazados al
centro político, sino de llamar la atención de éstos acerca de
otra forma de conectarse con aquéllos.
Al mismo tiempo, el homenaje intentó mostrar que no
había militancia social sin militancia política, a menos que esta
última se volviera una actividad privada hasta incluso, para
algunos, clandestina. Justamente por esto el homenaje no
era la vuelta a la militancia política de antes, sino un medio
negociado de hablar de ella en el nuevo escenario, donde
el reconocimiento político oficial era imprescindible. Recono-
cimiento que debía ser ganado en nombre de la lucha por
los vecinos desplazados – antes los villeros– más que por
los vecinos a secas. Esta última categoría, impuesta por la
clasificación oficial de los Consejos de Organización, ocultaba
la desigualdad social y política por la que, históricamente,
Buenos vecinos, malos políticos • 213

la lucha política había adquirido sentido. Esa evaluación


moral, reivindicada durante el homenaje y propia de los
’70, daba cuenta de aquel sentido de la “militancia política”
como la entrega y sacrificio por una “causa”. El asesinato
de Turner había sido también el intento por asesinar la
causa, cobrando de este modo su homenaje un significado
radicalmente opuesto a la política sin causa, negociable y
mercantilizada como era concebida por sus organizadores,
la de los políticos light de los ‘90; en fin, sin sentido. Como
señalaría Peretti:

“Alguien prestó algo pero nosotros pusimos todo, y seguimos


poniéndolo. Yo quería recordarlo, honestamente, sin que la
emoción se convierta en dolor. Yo creo que a don Pedro
Pablo Turner hay que recordarlo con alegría. La militancia
peronista no es una actividad política, es una acción revolu-
cionaria, es un acto de guerra permanente, nosotros creemos
ciertamente que cada muerto nuestro merece el reconoci-
miento por su entrega,… con alegría como los verdaderos
soldados de la causa, como los guerreros, como nosotros que
no estamos dispuestos a cambiar lo nuestro por un puesto, lo
nuestro no se entrega por una moneda, ni por treinta ni por
mil… Lo nuestro es alcanzar un estado revolucionario…”.

Pero con esta evaluación Peretti también traía al pre-


sente el riesgo que conlleva la militancia política cuando se
impone públicamente como una forma de reconocimiento y
de crecimiento político, fundado en la amenaza del uso de la
fuerza en pos de una causa. No obstante la tensión produci-
da por la presencia de evaluaciones morales alternativas, era
cada vez más claro que imperaría, como habían dado mues-
tras las autoridades políticas, el repudio a los conflictos.
Como señalaba una ex concejal de los ’70 en su discurso:

“Desgraciadamente, nosotros los argentinos sufrimos mucha


experiencia en cuanto a hechos de esta naturaleza, salpicados
con sangre de compañeros. Pero que esa ola de terror y de
violencia, de salvajismo no vuelva a repetirse nunca más, y
214 • Buenos vecinos, malos políticos

sirva para que los jóvenes de hoy piensen seriamente en lo


acontecido… para no ver a nuestros compañeros despojados
y combatidos por sus ideas”.

En suma, el homenaje puso en evidencia que el reco-


nocimiento a la militancia política requería de un movimien-
to de los límites establecidos por el Proyecto Uriarte entre
el espacio público y privado19. Pero también evidenció la
estrecha relación entre la militancia política, de un lado; y
una determinada ecuación entre centro y periferia urbana,
y establecidos y desplazados, del otro. Quedaba entonces en
evidencia que para desafiar el reconocimiento oficial insti-
tuido, al trabajo social desgajado de la militancia política, era
necesario algún reacomodamiento de las relaciones entre
periferia y centro, que no soslayara la desigualdad social y
política existente, y que distinguiera, sino entre villeros y
vecinos, al menos entre vecinos desplazados y establecidos20.
Rescatar la militancia política significaba entonces fusionar
el trabajo social en el trabajo político. El homenaje mostraba
que la persona reconocida por sus vecinos únicamente por
su trabajo social, tanto como la persona sólo reconocida por
su “actividad política”, no eran “verdaderos militantes polí-
ticos”; por el contrario, se hundían progresivamente en una
política sin sentido. El crecimiento político requería, desde
este punto de vista, de ambas cosas, pero fundamentalmente
del reconocimiento público a una trayectoria política, la
que había permitido a desplazados como Turner alcanzar
el centro político. En suma, el homenaje intentó instalar
una forma de la división del trabajo político reconfiguran-
do a la comunidad de referencia de un modo distinto al

19 Para una perspectiva sobre la relación entre espacio público y privado como
círculos concéntricos véase (Elias 1998c).
20 Como señala en su análisis la antropóloga Marilyn Strathern, al respecto de
la relación entre identidad local y clases sociales, la desigualdad puede oscu-
recerse por la apelación al localismo propiciado por el modelo de la aldea
atrapado en un idioma de la comunidad como una comunidad de intereses
(1992:251)
Buenos vecinos, malos políticos • 215

esgrimido en los ’70, los pobladores de la periferia ya no


pretendían alcanzar directamente al centro político21, sólo
despertaban su atención.

Reconocimiento y sucesión política

El reconocimiento es una dimensión crucial del proceso


político, comprende la negociación entre evaluaciones
morales de la persona definiendo la división del trabajo
político y con ello la sucesión del poder. Justamente esas
distinciones entre las clases social, institucional o política
del reconocimiento muestran que se trata de una máqui-
na procesadora de diferencias que traza los contornos de
quiénes y cómo pueden incorporarse a la actividad políti-
ca. El reconocimiento político presupone una posición de
preeminencia y otra de subordinación, pero fundamental-
mente la posibilidad de una movilidad ascendente. La fron-
tera instalada por el Proyecto Uriarte entre el reconocimiento
“político” y “social”, o entre “militancia política” y “militan-
cia social”, trazó un límite entre políticos y no-políticos.
La manipulación del límite entre espacios públicos
y privados, y las posibilidades ofrecidas a la performan-
ce social femenina, de un lado, y a la performance insti-
tucional masculina, del otro, alteraron las condiciones del

21 Considero aquí los hallazgos de Federico Neiburg (1992) en su análisis


sobre la configuración del liderazgo carismático del general Perón y los usos
del espacio de la ciudad de Buenos Aires efectuados por los manifestantes
durante los acontecimientos de octubre de 1945. Como señala el autor, la
construcción social del espacio en la Argentina contenía un valor que sería
disputado y resignificado por el 17 de octubre. En esta ocasión esta resigni-
ficación dio origen a un nuevo liderazgo el cual estaría fundado en una rup-
tura de las fronteras espaciales, de sentido social y cultural. Justamente, el
hecho de que los manifestantes que iban hacia la Plaza de Mayo, lugar donde
reclamarían la liberación del general Perón, debieron atravesar el Riachuelo
que los separaba de la ciudad, denotaba una ruptura de la oposición centro/
periferia, y la reclamación del centro político como propio (Neiburg
1992:81).
216 • Buenos vecinos, malos políticos

reconocimiento, como evaluación moral de la persona efec-


tuada por las autoridades municipales. Dicho límite que-
daría progresivamente convertido en un abismo imposible
de atravesar pues, por definición, el reconocimiento social no
se traducía en reconocimiento político, es decir que cerraba el
acceso al crecimiento y la sucesión política de las personas
así reconocidas.
Mientras la militancia política implicaba una demanda
de reconocimiento que permitía el crecimiento político de
los desplazados, la militancia social clausuraba la competen-
cia de estos aspirantes, instituyendo una ruptura con los
políticos. En consecuencia, en el contexto político analizado,
el reconocimiento social se volvió un mecanismo jerarquiza-
dor sin movilidad ascendente, la negación de la integración
al campo de la política. La militancia política, como creci-
miento político, se desvalorizó tanto que acabó siendo una
actividad privada y altamente selecta, fundamentalmente
negada a los desplazados de la periferia. La identidad asig-
nada por el reconocimiento social cobró mayor resistencia
entre los hombres, para quienes el reconocimiento como
militantes sociales anulaba la connotación masculina, vehe-
mente de la política. En cambio, a las mujeres, el espacio del
reconocimiento social les permitía el despliegue y reconoci-
miento de valores femeninos.
Con el Proyecto era posible para los políticos consagra-
dos, fortalecer su investidura, interrumpiendo el crecimiento
político de algunos sin usar la violencia, motivándolos a per-
seguir valores que no los llevarían a competir por el poder
estatal. Esto dio lugar a una suerte de doble moral asentada,
de una parte, en la progresiva identificación de interés polí-
tico con interés particular, y de la otra del interés social con
el interés no político. La producción de militantes sociales
hacia afuera del campo de la competencia política y dirigen-
tes políticos hacia adentro cuestionó fundamentalmente la
pertenencia al campo político de los desplazados.
Buenos vecinos, malos políticos • 217

Las formas de resistencia y desafío, inscriptas en el


comportamiento de Marisa y en el homenaje, son evidencia
de cómo el núcleo de las tensiones que el Proyecto Uriar-
te produjo al afrontar el problema moral de la política se
alojó en la persona política. Así planteada la sucesión polí-
tica, el capítulo siguiente mostrará cómo la reivindicación
de las “identidades barriales” no puede comprenderse fue-
ra de las luchas de los desplazados por el reconocimiento
de los investidos; reconocimiento cuestionado, recordemos,
por la alteración de la conexión entre sucesión política
y comunidad de referencia. Veremos, entonces, cómo el
modo escabroso de definir la profesión política y las res-
ponsabilidades resultantes quedaría sujeto a la regeneración
de esa comunidad.
5

Ignorantes y traidores

Los manejos y su producción de líderes barriales

Artemio acusó a Facundo de traidor cuando “vendió por


su cuenta el paquete de afiliaciones peronistas del barrio
a Villegas”. Facundo, en tanto, se justificaba acusando a su
oponente y seguidores, de ignorantes. Artemio y Facundo
habían trabajado juntos en la extensión del territorio barrial
mientras este último fue su presidente, los primeros cuatro
años de existencia del Consejo de la Comunidad del barrio
Villa La Rosa. Entre 1994 y 1996 negociaron exitosamente
con las autoridades de los Consejos de los barrios vecinos la
ampliación de los límites del Consejo de Villa La Rosa. La
unificación del territorio era un valor compartido por los
vecinos del barrio, y estaba impulsado por la idea de ambos
líderes de demostrar que “Villa La Rosa era peronista”. Por
muchos años los líderes de Rivera les habían hecho creer a
los dirigentes peronistas que los votos de los vecinos de La
Rosa eran del Partido Radical. Pero cuando Facundo y Arte-
mio consiguieron afiliar a más de 2000 vecinos de La Rosa
al peronismo, y demostrar la confusión, ocurrió la traición.
Artemio indignado la describía: “Cómo se va a manejar así,
hicimos todo juntos, y después va y negocia solo… No tie-
ne perdón”. Desde entonces se convirtieron públicamente
en enemigos: Facundo como único líder reconocido por el
intendente, y Artemio peleando incansablemente su recono-
cimiento por parte del intendente Villegas.

219
220 • Buenos vecinos, malos políticos

Bajo el imperio de la división oficial del trabajo político


entre militantes políticos y militante sociales, la justificación y
configuración de las diferencias entre ellos dieron paso a
dos manejos, o modos de actuar políticamente: uno basado
en proyectos, promovido por Facundo; y, el otro promo-
vido por Artemio, basado en una auténtica pertenencia al
barrio. La definición de los manejos no fue aleatoria. Éstos
se contestaban entre sí y estaban condicionados por: las
trayectorias sociales de Facundo y Artemio en el proceso de
desplazamiento urbano, y el reconocimiento diferencial con-
ferido por Villegas. Ciertamente, el enfrentamiento de sus
manejos y su contenido moral no pueden ser comprendidos
sin la presencia casi ubicua de “la política de arriba”. De ella
dependía el mecanismo de reconocimiento, el cual configura
el vínculo por medio de evaluaciones morales de la persona,
ajustadas a cierta imaginación de la comunidad política. Sin
embargo, los manejos se propagan dando lugar a identidades
no siempre previstas por dicho imperio. La pregunta de este
capítulo es entonces: cómo bajo las condiciones hasta aquí
expuestas, los líderes y sus seguidores pueden independizar
sus manejos de los de “la política de arriba”, y cuáles son los
límites de esta autonomía.
Los manejos son, a nuestro modo de ver, comporta-
mientos políticos (no por ello exclusivos del campo político)
juzgados – o evaluados- con arreglo a ciertos estándares.
Son, por ello, una vía de acceso al universo de las prác-
ticas o estandarización moral del comportamiento, pues
para los mismos involucrados es posible convertir un cierto
acto en un evento objetivado: el manejo de tal o cual (Barth
1992: 21-24). Esto resulta de gran atractivo para los líde-
res, pues de la evaluación recíproca de sus manejos depen-
de en parte su posicionamiento en la jerarquía (Strathern
1997:128). Conforme con ello, estos manejos definen uno
Buenos vecinos, malos políticos • 221

de los márgenes del campo político1, dirimiendo el acceso


de los desplazados urbanos a él. Analizaré en este capí-
tulo cómo la distinción, clasificación y jerarquización de
los manejos es, en tanto proceso de diferenciación, incor-
poración y selección, de aspirantes a la profesión política
(Elias 2001), otro foco de tensión de esta forma de pro-
fesionalización.

Un barrio desplazado

Villa La Rosa está ubicada en el extremo noroeste de


Uriarte e integra la periferia de tierras inundables denomi-
nada Cuartel IX°2 (ver capítulo II). Considerando los límites

1 El sentido de márgenes que uso aquí se diferencia de la acepción tradicio-


nalmente usada en las ciencias sociales de marginal o marginalidad. En este
último sentido, margen es connotado como la acepción considerada por el
diccionario de la Real Academia como “al margen”, en cuyo caso “se emplea
para indicar que una persona o cosa no tiene intervención en el asunto de
que se trata”. En cambio sugiero usarlo para denotar no lo que está fuera
sino lo que delimita. En este sentido sigo la primera acepción, la cual define
el término como “extremidad y orilla de una cosa”. Usando la metáfora
hidrográfica, las márgenes del río pueden cambiar de posición pero siguen
siendo parte de él. Esta acepción está asociada al significado teórico de limi-
nalidad de Victor Turner (1995).
2 A lo largo de la primera mitad de la década del ’90, varios políticos incorpo-
rados a la función pública provenientes de los barrios periféricos de Uriarte
hicieron presentaciones ante la Cámara de Diputados de la provincia de
Buenos Aires, avaladas y promovidas por el gobierno municipal. Estas pre-
sentaciones tenían el objeto de conseguir un cambio de estatus, de barrio a
ciudad. Éste fue el caso de Ingeniero Budge, (Villa) Rivera y (Villa) Antigua.
Todas las presentaciones incluyeron una breve descripción de la “historia”
del barrio que incluía: una referencia al paisaje previo al poblamiento, una
descripción de algunos sucesos relacionados con el encuentro entre los
indios y los conquistadores registrados en estos sitios y posteriormente una
referencia a los primeros pobladores. La redacción de esas historias barria-
les estuvo a cargo de un funcionario político peronista, ex secretario de
gobierno e historiador amateur. Si en la Cámara de Diputados estas pro-
puestas tuvieron cierto eco, era porque los concejales nativos del barrio que
habían hecho las presentaciones sentían que el mismo gobernador Duhalde
promovía, en todo el ámbito de la provincia de Buenos Aires, la producción
de historias barriales y de una identidad bonaerense. El cambio que busca-
222 • Buenos vecinos, malos políticos

fijados por los líderes en los ’90, el barrio estuvo comple-


tamente despoblado hasta mediados de la década del ‘60.
Sólo la cabeza de una chacra, una construcción antigua y
derruida, dominaba el área en uno de sus extremos. Ese
típico caserón de campo albergaba al Turco, cuidador que
además de ahuyentar posibles usurpadores criaba cerdos,
gallinas y algunos corderos. Pero cuando a comienzos de
los ’80 el dueño de la parcela se peleó con el Turco, éste
decidió arreglar con un grupo de más de 50 familias que,
a cambio de unos pesos, tomaran gran parte del predio. Al
poco tiempo el Turco abandonó el barrio, mientras lenta
pero inexorablemente cientos de familias tomarían el case-
rón y cada hueco de terreno aledaño.
Los barrios vecinos como Rivera al este y El Faro al
sur, a diferencia de La Rosa, contaban ya desde la década
del ‘50 con población urbana más largamente establecida,
e incluso con estaciones de ferrocarril propias. De manera
que, cuando se inició el poblamiento de Villa La Rosa, su
nombre no era la referencia de vecinos de dentro ni de
fuera. Los nombres de Rivera o El Faro, eran utilizados
para designarlo. Habitado casi exclusivamente por recién
llegados, el barrio estaba tan desplazado respecto de las áreas
contiguas, que en verdad su “existencia”, como decían sus
vecinos, estuvo largamente en cuestión.
Villa La Rosa tuvo dos oleadas de poblamiento seguidas
por un constante aumento vegetativo de la población. La
primera, entre mediados de los ’60 y principios de los ’70,
antes que el Turco fuera protagonista, era una población
mayoritariamente compuesta por migrantes del interior del

ban, de barrio a ciudad, cuyo reconocimiento no podía ser otro que oficial,
era un modo de jerarquización de sí mismos a través de la jerarquización
del lugar. Esta jerarquización permitía mejorar la competitividad respecto
de candidatos de otros lugares ya reconocidos como ciudad. Es decir que el
proceso ampliaba las posibilidades de acceso a cargos de candidatos de la
periferia, pues les permitía poner mayor distancia de las connotaciones polí-
ticamente negativas de la pertenencia a la villa (ver capítulo III). La tenden-
cia era la de parecerse al centro urbano, al menos formalmente, es decir en
los papeles, otro modo de incorporación al establishment político local.
Buenos vecinos, malos políticos • 223

país, principalmente de las provincias del noroeste y del


nordeste argentino, que buscaban tierras económicas pró-
ximas a la Capital Federal y a la zona industrial localizada
en el sur del Gran Buenos Aires3.
Los extensos terrenos libres que dejó esta primera olea-
da fueron usados por los vecinos como canchas de fútbol.
Para mediados de los años ’70 el barrio contaba con por lo
menos cuatro canchas. Si bien los vecinos allende el Cuartel
IX° consideraban estos nuevos asentamientos como villas,
en su mayoría sus primeros ocupantes no eran “usurpado-
res de tierras”; eran vecinos que habían iniciado la compra
legal de una parcela de terreno pero que finalmente no
pudieron alcanzar su posesión legal. Villa La Rosa carecía,
por ese tiempo, menos de la “regularidad urbana” de man-
zanas cuadradas y lotes de 300 metros cuadrados propios de
los barrios establecidos, que de infraestructura de servicios:
de agua potable, electricidad, desagües pluviales y cloacales,
calles pavimentadas y veredas. Con el tiempo, los mismos
vecinos, con su propio esfuerzo invertido en trabajo directo
y negociaciones con el gobierno municipal, consiguieron
llevar “algo de progreso al barrio”.
La segunda oleada de poblamiento comenzó a fines de
los ’70 y fue un poco más heterogénea en su composición.
A los migrantes internos se les sumaron los de los paí-
ses limítrofes, principalmente de Paraguay y Bolivia; pero
fundamentalmente población ya desplazada resultante del
crecimiento vegetativo de los barrios próximos y de las
“erradicaciones de villas” de la Capital Federal4. A partir
de entonces el crecimiento de las villas del barrio fue geo-
métrico. Las tierras más inundables se ocuparon progre-
sivamente y en su totalidad. Los lotes de tierra se fueron

3 Como señalé en el capítulo II en las proximidades del río Matanza, las ciu-
dades de Avellaneda y Lanús contaban con áreas industriales pujantes hasta
fines de los años ’70 cuando se inició el proceso de desindustrialización en la
Argentina, acelerado en los ’90 (Kosacoff 1989; Schvarzer 1996).
4 Véase capítulo II.
224 • Buenos vecinos, malos políticos

reduciendo, mientras aumentaba el hacinamiento de fami-


lias que con más de cinco integrantes habitaban lotes de
menos de 25 m2.
Sin espacio verde alguno, la conservación de las can-
chas por parte de los vecinos se transformó en una suerte
de epopeya barrial. Para fines de los ’80 las dos canchas
de fútbol que se habían podido conservar corrían el riesgo
de ser tomadas por el municipio para reubicar a algunas
familias en el mismo barrio. Pese a ello, la recurrente pre-
sión de los recién llegados y de los políticos que, entre
comienzos de los ’80 y mediados de los ’90, alentaron la
toma ordenada o compulsiva de tierras, los vecinos de La
Rosa consiguieron mantener dos canchas de fútbol casi del
tamaño de las profesionales.
Villa La Rosa se convirtió entonces en un barrio for-
mado principalmente por un conjunto de villas integradas
por recién llegados, y algunos pocos conjuntos de manzanas
más consolidados, integrados a una trama urbana regular y
bien definida. A comienzos de los ‘90 su población total cre-
cería hasta superar los 37.000 habitantes en un área apro-
ximada de 4 km2 (censo 1991)5. Los vecinos identificaban
dos zonas: “el bajo” y “el alto”. La primera, la más despla-
zada, sumamente propensa a inundaciones provocadas por
el desborde de un arroyo que la recorre transversalmen-
te, estaba signada por índices altísimos de hacinamiento y
falta total de infraestructura de servicios (pavimento, red
de agua, gas, desagües cloacales, etc.). La segunda, menos
propensa a las inundaciones y más consolidada, tenía casi
todos los servicios de infraestructura excepto desagües sub-
terráneos y cloacas. En suma, las reiteradas ocupaciones
compulsivas de tierra, su reciente poblamiento masivo y
el estigma de la residencia boliviana –potenciada por el

5 En el Partido de Uriarte una de las fracciones censales del Censo Nacional


de Población y Vivienda coincide en tres de sus cuatro límites con el barrio
La Rosa. El cuarto límite cercena al barrio en forma reducida, sólo por cua-
dras, razón por la cual las cifras son menores que la población real.
Buenos vecinos, malos políticos • 225

funcionamiento de una de los mercados de comercializa-


ción más grandes del Área Metropolitana de Buenos Aires
patrocinado entonces por bolivianos–, hacían de éste un
barrio especialmente desplazado (Elias 1998b).
La visibilidad de la población boliviana residente en
Villa La Rosa, era un complejo problema para los argen-
tinos residentes allí. Al mismo tiempo que los condenaba
a un mayor desplazamiento y estigmatización, – al punto
de sentirse confundidos con ellos -, sentían un profundo
recelo y envidia por la prosperidad que alcanzaban. Ésta se
traducía en viviendas íntegramente construidas de mam-
postería, cuidadosamente decoradas y de más de una plan-
ta; como en la tendencia a evitar las escuelas del barrio y
preferir las de la Capital Federal por su mejor calidad de
enseñanza. Concretamente, el temor principal de Facundo
era que en la próxima generación los bolivianos acabaran
por desplazarlos a ellos. Sin embargo, la lucha por la exis-
tencia de La Rosa, reunió a los bolivianos integrando a sus
principales asociaciones a trabajar por el barrio, tarea que
asumiría Artemio.
La principal evidencia de los vecinos de La Rosa que
“Villa La Rosa no existía”, era la ausencia de un territorio
y un nombre oficialmente reconocidos. De modo que, a
través del Consejo de Organización de la Comunidad sus líderes
Facundo y Artemio promoverían la unificación y consoli-
dación de un territorio. Pero este logro poco cambió aquella
convicción. Desde el punto de vista de quienes la habitaban
todo sucedía como si “lo bueno” estuviese en Rivera mien-
tras “lo malo”, así ocurriese en otros barrios, fuera propio
de Villa La Rosa. Justamente, las explicaciones ofrecidas por
los líderes y sus seguidores, sobre el persistente abandono
y falta de progreso de su barrio, encontraban en los manejos
políticos el argumento principal. En efecto, los manejos de
líderes barriales y funcionarios políticos eran la causa de
la ruina del barrio.
226 • Buenos vecinos, malos políticos

En opinión de los vecinos que alguna vez “estuvieron


en política”, Villa La Rosa había perdido la oportunidad de
tener una sociedad de fomento en serio, una institución
reconocida por el municipio que impulsara el “fomento y
progreso del barrio”, que le diera un nombre al barrio. Ori-
ginalmente el procedimiento oficial para conceder nom-
bres a los barrios dependía del “Reconocimiento Municipal
de las Sociedades de Fomento”. Estas instituciones tenían
un radio de influencia determinada, de unas 100 manza-
nas6. El reconocimiento municipal era –y aún es– la figura
legal mediante la cual la mencionada organización cobraba
existencia institucional, a cambio de lo cual podía recibir
subsidios estatales. Para los ‘70, el municipio había distri-
buido la totalidad de su territorio entre las sociedades de
fomento creadas por entonces. Villa La Rosa había tenido
su sociedad de fomento hasta la década del ’80, cuando la
intervención municipal la cerró. Su pérdida se explicaba por
la mala administración de los fondos de la institución de los
dirigentes traidores al barrio, y por los manejos de Villegas,
quien en alguna oportunidad se habría negado a conceder
el reconocimiento de dirigentes barriales opositores que
intentaban recuperar la sociedad de fomento.
Cuando por fin los vecinos creyeron que el barrio podía
pasar, a través del Consejo de Organización de la Comunidad
del desplazamiento y la “inexistencia”, a su reconocimien-
to, ocurrió la traición entre los líderes. Para los traiciona-
dos, Facundo había buscado su propia salvación, y poco
le importaba dejar el barrio nuevamente a la deriva. Para
Facundo su propio saber, frente a la ignorancia de Arte-
mio, su competidor, bastaban para justificar su manejo, que
sólo él detentara una posición de preeminencia; lo suyo
era mérito personal. Artemio y sus seguidores encontra-
ron en la traición una excusa de su derrota y una expli-
cación del origen del mal, esto es, de la postergación del

6 Las manzanas suelen ser unidades cuadradas de cien por cien metros, sus
lados se denominan cuadras.
Buenos vecinos, malos políticos • 227

barrio. Llevaron entonces a cabo una defensa a ultranza de


la autenticidad de la pertenencia barrial de sus líderes, como
fuente de lealtad y antídoto de cualquier traición.
La pregunta que cabe formular es: si esta reacción fue
el resultado del Proyecto Uriarte y su pretensión de pro-
ducir una comunidad organizada de vecinos, si lo fue, en
cambio, el interés por una autonomía política fundada en
una identidad barrial preexistente, o si reflejaba la reacción
de quienes buscaban erigirse en militantes de la eventual
escisión de una comunidad de políticos7. La respuesta se
encuentra en el modo como los vecinos más desplazados,
antes villeros, dieron respuesta al proceso uriartense de pro-
fesionalización de los políticos.

Una existencia políticamente concedida

Para los traicionados, traiciones como las de Facundo, expli-


caban el proceso de desplazamiento, pues su reconocimien-
to por el intendente fue a costa de “abandonar el barrio”.
La de Facundo no había sido la primera vez que se lo
abandonaba, pero contribuía a explicar la inexistencia de La
Rosa, y a provocar el reclamo a las autoridades municipales
del reconocimiento político del barrio. Cabe destacar que
desde la perspectiva de los líderes barriales la experiencia

7 La pregunta alude a una discusión suscitada en torno de la descentralización


de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires establecida por la Constitución que
instituyera su autonomía en 1996. Fundamentalmente la discusión tenía por
eje la legitimidad comunal de las unidades políticas descentralizadas coinci-
dentes con los antiguos barrios y fundada en la proximidad territorial. Las
posiciones extremas en dicho debate tuvieron a Jordi Borja (1987, 2002),
como defensor –cuya perspectiva se había originado en el proceso de des-
centralización de Barcelona, España– y a Marcelo Escolar, como su detrac-
tor. Para una revisión de esta discusión véase Escolar (1996) y, para una con-
trastación etnográfica sobre la aptitud del eje de debate, véase Frederic
(2000a).
228 • Buenos vecinos, malos políticos

de abandono del barrio estaba inscripta en una relación de


poder con los políticos; lejos estuvo de ser independiente
de éste reclamo.
Justamente, Fernando Olmos, el secretario a cargo de
los Consejos de Organización de la Comunidad, creía que esa
lógica era el principal problema que enfrentaba el Proyecto
Uriarte. Según él los vecinos no comprendían que los verda-
deros valores de la política estaban en la comunidad barrial, y
no en el Palacio Municipal. En apariencia su preocupación
se alineaba con la de los traicionados, sin embargo era su
visión como ignorantes la que, pese a él, tácitamente prevale-
cía. Para Fernando Olmos la política palaciega estaba vacía
de sentido. Por eso, no entendía por qué los vecinos insistían
en presionarlos a ellos, los políticos, cuando el verdadero
sentido de la política estaba en la comunidad. Al cabo de 6
años de implementación del Proyecto, su principal preocu-
pación era encontrar la manera de revelárseles a los vecinos8.
Desde su posición como principal “operador político” del
intendente frente a los funcionarios políticos encumbrados
a escala provincial y nacional, creía que la política pura
se construía “abajo” y no “arriba”. Su condena a los mane-
jos de algunos líderes barriales que buscaban acceder a la
profesión política, denominada como señalé gerencial, jus-
tificaba para él con creces el des-conocimiento hacia ellos.
Fernando Olmos justificaba así los motivos de su renuencia
a conceder reconocimiento, lo que, del lado de los vecinos,
era experimentado como un reconocimiento arbitrario a
ciertos líderes, que condenaba al barrio a la indiferencia y
en consecuencia a su “inexistencia”.
No obstante, para los pobladores de Villa La Rosa la
existencia del barrio dependía de su reconocimiento por los
políticos. El entusiasmo con el que sus dirigentes recibieron

8 A tal efecto, tuvimos algunas conversaciones destinadas a que, como antro-


póloga encontrara algún viso de solución. Estuve algunas semanas dedicada
a pensar y escribir mi respuesta a su demanda, pero la derrota electoral dejó
sin efecto la continuidad del Proyecto Uriarte en 1999.
Buenos vecinos, malos políticos • 229

la presentación de mi trabajo de campo en términos de


“hacer una historia del barrio”, puede entenderse en ese
sentido. Las muestras de agradecimiento de Artemio y sus
seguidores eran más que elocuentes:

“Estamos en la misma –dijo Artemio–. Eso es lo que estamos


necesitando, sin una historia del barrio, sin una identidad no
existimos, para existir necesitamos tener una historia y una
identidad, sería bárbaro que nos ayudes a hacerla y darla a
conocer. Nosotros tenemos el 70% y vos el 30% restante”.

Era mi conocida relación con los funcionarios munici-


pales, y mi pertenencia a la universidad lo que le permitía
a Artemio creer que podía garantizarles la producción de
una historia oficialmente reconocida. Pero ciertamente, su
celebración indica que para él, el valor de la autenticidad
estaba subordinado al del reconocimiento político. En este
sentido, las pretensiones de Fernando Olmos de una “his-
toria auténtica” independiente de la política estatal pare-
cían, en Villa La Rosa, una reivindicación difícil de impo-
ner. Así como pretendía la independencia moral y política
del barrio, como condición de moralización política, los
manejos de Artemio expresaban, claramente, que esa clase
de autonomía sin reconocimiento político era una suerte de
condena a la inexistencia colectiva.
Después de la traición en La Rosa, Fernando Olmos
llamó a una reunión en el Palacio Municipal, de las insti-
tuciones representativas del Consejo de Organización de la
Comunidad del barrio de Villa La Rosa, incluyendo a Arte-
mio y a Facundo. A esa reunión, realizada un año antes de
haber iniciado la historia de Villa La Rosa, también fueron
invitados por funcionarios de la Secretaría de Promoción,
la presidente del Concejo Deliberante y otros concejales.
En uno de los salones del Palacio, los funcionarios políticos
ubicados detrás de un escritorio, esperaban las preguntas de
los vecinos sobre algunos problemas del barrio, cuando una
mujer irrumpió tardíamente a la cita. Luego de acomodarse
230 • Buenos vecinos, malos políticos

en una de las sillas se presentó como la directora de la


Escuela 46 de El Faro. Inmediatamente varios de los vecinos
presentes reaccionaron con enojo y comenzaron a argu-
mentar en contra de la idea de que su escuela perteneciera al
barrio El Faro. La directora esgrimía un único argumento,
el código postal correspondía a este barrio, y ella nunca
había dudado que la escuela perteneciera a El Faro. La con-
fusión tenía un único fundamento, la división territorial
provocada por la conformación del Consejo de Organiza-
ción Comunitaria “39”, luego considerado “de Villa La Rosa”
había incorporado una escuela que antes pertenecía a El
Faro. Al cabo de una larga discusión, un vecino afirmó con
vehemencia: “La calle Pringles divide un barrio del otro,
la escuela está justo en el límite, pero es Villa La Rosa”.
Entonces la directora de la escuela se convenció:

“Es fundamental establecer la pertenencia de la escuela al


barrio y cambiar la dirección postal – y añadió- así podrá
participar de la integración de todos los vecinos al barrio:
bolivianos, paraguayos y otros, dándoles una identidad…”

Así la vecindad parecía ser una fuerza homogeneizado-


ra de las identidades nacionales particulares, sin que estas
desaparezcan, como lo expresan las palabras de la directora.
Lo cierto es que el Consejo de Organización del barrio pro-
movió durante la presidencia de Artemio, cuando se desa-
rrolló aquella reunión, la incorporación de las organizacio-
nes bolivianas situadas en su jurisdicción. Sus representantes
concurrían con cierta asiduidad a las reuniones. El Consejo
participaba, además, de ciertas celebraciones bolivianas. A
diferencia de Facundo quien buscaba borrar la presencia
boliviana para disminuir el desplazamiento del barrio, Arte-
mio, siguió un camino contrario.
Durante aquello reunión Valerio, líder de una de las
villas que integran Villa La Rosa, preguntó a los concejales
si no se podía poner en el plano de Uriarte el nombre del
barrio. “En el mapa de Uriarte, Villa La Rosa no existe,
Buenos vecinos, malos políticos • 231

sobre nuestro barrio está escrito La Tosca, y La Tosca ni


siquiera está en La Matanza. Lo pusieron por la pileta La
Tosca”. Ana, la presidente del Concejo Deliberante –nativa
de Rivera, el barrio contiguo a Villa La Rosa– señaló: “Sí,
yo de nombres sé”. Entonces recordó que había contribuido
a resolver un problema de límites entre los Consejos de
la Comunidad de Villa La Rosa y Rivera. El secretario de
Promoción de la Comunidad intervino señalando:

“Si no hay conflicto lo que hay que hacer es reivindicar la


identidad. La identidad tiene que ver con el arraigo y es un
tema muy importante…, yo los pondré en contacto con el
profesor Roque Pérez quien desarrolló un Proyecto de Afir-
mación de la Identidad Barrial y los puede ayudar a escribir
su historia”.

Fernando Olmos sabía del reconocimiento privilegiado


de Facundo por el intendente y de la disputa que mantenía
con Artemio en La Rosa; por eso alentaba la autonomía
barrial de los vecinos. Su manejo no era tanto un modo
de controlar los conflictos del barrio y evitar su difusión
“hacia arriba”, sino de impulsar los principios de lo que
creía firmemente era la “buena política”. Ahora bien, si los
líderes en conflicto aceptaban la propuesta de Fernando
Olmos, no era porque compartían su creencia en la “buena
política”, sino porque habían sido traicionados y, como vere-
mos, la explicación de la traición los empujaba a enfatizar
su autenticidad barrial.
De este modo, la autenticidad barrial se convirtió en un
valor político en el contexto de un conflicto provocado por
el modo en que los políticos distribuían sus reconocimientos, y
posibilitaban la integración y ascenso, en el campo político,
de los vecinos desplazados.
232 • Buenos vecinos, malos políticos

“Trabajar sobre proyectos es saber de política”

Facundo, el traidor, tenía 38 años cuando comenzó a tra-


bajar para el barrio. Entonces, hacía dos años que vivía en
Villa La Rosa muy cerca del sector más antiguo o “el alto”,
a unas cuatro cuadras de las villas del barrio. Había llegado
allí por Juana, su mujer, quien era oriunda de La Rosa e
hija de padres migrantes de la provincia del Chaco. Facundo
sentía que La Rosa siempre había estado postergada, pero
después de lo que le había pasado en la dictadura no había
vuelto a pensar en “volver a la política”. En los años ’70 había
militado en las filas del peronismo de izquierda en Villa
Jardín, un barrio también desplazado con población obrera,
perteneciente al municipio de Lanús. A los 21 años, logró
escapar de la persecución del ejército. Su padre consiguió
ocultarlo durante dos días en un pozo de la huerta que tenía
en el fondo de su casa. Luego se fue a vivir a la Capital y no
regresaría a vivir en Villa Jardín.

“Mi papá me puso un revólver en la cabeza, me dijo que me


alejara de la política, o me mataba. Me dijo que él lo iba a
hacer, no los milicos, que él me había dado la vida y entonces
él me la iba a quitar”.

Facundo decidió no volver más a la política. Se empleó


durante diez años como chofer de una línea de colectivos
que, casualmente, pasaba por la calle principal del barrio
La Rosa. Después se compró una camioneta para distribuir
pollos y otros alimentos.
En 1988 conoció a su esposa y se fue a vivir a la casa
de sus suegros en La Rosa. Algunos meses después escuchó
atentamente lo que Blanca, una vieja militante peronista, le
dijo: “Vos tenés el don de convocar a la comunidad, y tenés
que aprovecharlo”; para él éstas fueron palabras claves, que
lo convencieron de su vocación. Blanca se había dado cuen-
ta que él “sabía de política”, me contaba Facundo, pues
lo había visto “trabajando con la comunidad”: limpiando
Buenos vecinos, malos políticos • 233

zanjas, haciendo veredas, abriendo calles. Siguió los con-


sejos de Blanca y decidió “volver a la política”, fue cuando
salieron los Consejos de Organización de la Comunidad. Facun-
do “veía a los Consejos como herramientas institucionales”
para cambiar el barrio. Una suerte de instrumento pacífico
frente a la violencia de los procedimientos de la época en la
que había aprendido a militar.
Desde entonces, Facundo pudo conciliar, en la creación
de una institución vecinal, su vocación con las opciones
políticamente disponibles. En un año y medio armó su ins-
titución, el Club 20 de Marzo, agrupó algunas instituciones
dispersas y formó el Consejo de Organización de La Rosa.
Facundo demostraba su éxito repitiendo la expresión de
intendente Villegas, para quien el Consejo de La Rosa era
“uno de los que más trabaja”. Lo hacía sentir bien que el
intendente reconociera el esfuerzo.
Siguiendo los consejos de Villegas de que “trabajara
sobre proyectos”, Facundo se convirtió en presidente del
Consejo de Organización del barrio. En los dos años de ejer-
cicio de la presidencia hizo de la sugerencia de Villegas
el sentido de su trabajo. El motor de su actividad era la
elaboración de proyectos de los cuales dependía, para él, el
progreso del barrio:

“Yo en mi casa tengo todo, tengo cajones de papeles con


todo, desde que empezamos, y nadie nos puede decir que
no hicimos. El que dice que en estos años Villa La Rosa no
mejoró, miente. Si ves todas las calles que se pavimentaron, o
Nuevo Destino –una de las villas del bajo– ya no se inunda
–me dijo. Yo me di cuenta cuál era la solución para que el
agua no se encajonara. Entonces fui a verlo a Margenco, el
secretario de Obras Públicas de la Municipalidad, le dije qué
hacer, y le pareció bien. Con el Consejo empezamos a rellenar
con una cuadrilla del Programa de Infraestructura Comuni-
taria. Un día nos ven los de Hidráulica –Dirección Provincial
encargada de paliar las inundaciones– y nos dicen que lo que
hacíamos estaba muy bien…”.
234 • Buenos vecinos, malos políticos

El mayor proyecto de Facundo era el Comudeso, el Con-


sejo Municipal de Desarrollo Social: “… la idea fue nuestra,
la de hacer un hogar de abuelos, de niños y la casa de los
jóvenes, pero después todos se fueron sumando. Si hasta el
Delegado Municipal de Cuartel IXº quería trasladar la dele-
gación al galpón del Comudeso”. Lo llenaba de entusiasmo
mostrar el lugar y relatar adónde y cómo se desarrollarían
las actividades, lo mismo que destacar los políticos que,
como la misma Chiche Duhalde, habían estado allí.
El proyecto del Comudeso comenzó por las negociacio-
nes de Facundo por la compra de un galpón. Éste había per-
tenecido a una vieja fábrica de 1000 m2 luego abandonada,
donde hasta fines de los ’80 funcionaba una empresa textil
que, como tantas otras en el Gran Buenos Aires, había que-
brado. El proyecto estaba fundado en la pretensión de Facun-
do acordada con el intendente Villegas, según la cual el
Comudeso se convertiría en un Centro de Cuartel IXº alter-
nativo a Rivera, del cual él sería la autoridad reconocida.
Facundo logró que el municipio comprara el galpón
por un precio menor al que originalmente habían puesto
sus dueños. Villegas lo mandó a hablar Margenco, secreta-
rio de Obras Públicas, para que diseñaran el Proyecto del
Comudeso y lo presupuestaran. Entonces durante la inau-
guración del Consejo de la Mujer de la Provincia de Bue-
nos Aires, el intendente empujó a Facundo a que le pidiera
personalmente a Chiche, la esposa del gobernador de la
provincia, lo necesario para equiparlo. Villegas le presentó
a Facundo, y le dijo a Chiche que necesitaba 360.000 pesos.
Su respuesta fue que se lo daría en tres partes. Desde enton-
ces Facundo se dedicó a organizar el trabajo de construc-
ción del Comudeso, con el aval de Villegas y la supervisión
permanente de Margenco.
Para Facundo, Margenco era un amigo. Trabajaban
juntos en el Comudeso y en los proyectos de pavimen-
tación, iluminación y desagües del barrio. Sin embargo,
Facundo rechazaba las acusaciones de “margenquista”, pro-
venientes de Artemio y sus seguidores. Él sólo “trabajaba”
Buenos vecinos, malos políticos • 235

con Margenco, pero no lo reconocía como un dirigente


político. Sí en cambio a Villegas, a quien veía el dirigente “de
mayor importancia de la zona”, y por supuesto a Duhalde a
quien veía un candidato a la presidencia de la nación. Esta
aclaración servía para consolidar su posición en una jerar-
quía, él sólo le debía lealtad política a Villegas y a Duhalde
“de ahí para abajo son todos iguales –afirmaba”.
Era imposible confundir a Facundo con un villero. Era
de tez blanca y ojos azules, acostumbrado a vestirse prolija
y elegantemente, respondía al estereotipo de clase media;
como me decía Heredia, un vecino de La Rosa, “tiene mucha
pinta”. Facundo se sentía el artífice de la expansión de Villa
La Rosa y de la posesión de un nombre: “Antes Villa La Rosa
era el fondo de Rivera; hoy tenemos un nombre y nos reco-
nocen”. Creía que la clave de esta elevación de estatus estaba
asociada a la eficacia de los proyectos, a su práctica política
de expansión y consolidación de Villa La Rosa como un
dominio político. Intentaba mostrar que nadie, más que él
mismo, era merecedor de los éxitos.
Facundo narraba sus logros, a pocos meses de haber
perdido las elecciones del Consejo de Organización de la
Comunidad, a favor de Artemio y sus seguidores. Quienes
no sabían “trabajar sobre proyectos” le habían ganado uti-
lizando manejos, para él espurios, al no haber dejado votar
a algunos de sus seguidores con argumentos falsos: “Es que
como no saben, hacen cualquier cosa. Si no son capaces
de trabajar sobre proyectos concretos, ni siquiera de dise-
ñar uno y ponerlo en funcionamiento”. Definitivamente, no
merecían el liderazgo de una institución política que sólo él
había sabido construir. Intentaba demostrar que el recono-
cimiento obtenido no era un título comprado, sino fundado
en su conocimiento de la política y los problemas del barrio
como “problemas técnicos”.
En tanto Villegas, el intendente, lo había recompensado
con el cargo de administrador del Comudeso y un sueldo
de 400 pesos que, según Facundo, iba a repartir con un
matrimonio que vivía frente al galpón, y cuidaba el lugar.
236 • Buenos vecinos, malos políticos

Creía que el Consejo era un instrumento “legal” muy impor-


tante, que había que saber usarlo sin confundirlo con “lo
político” y “lo social”, como hacían otros aspirantes al lide-
razgo del barrio. Facundo demostraba su habilidad para
controlar esta división, no porque evitara mezclar una cosa
con la otra, la diferencia es que él sabía cómo manejarse,
los demás no, “los demás confundían todo”. Él se jacta-
ba de usar el galpón del Comudeso, un espacio munici-
pal, para hacer un acto que tuvo todas las connotaciones
de un acto político. Para celebrar el triunfo de la fracción
del peronismo que lideraba el intendente, dio una fiesta
porque “sabía cómo hacerlo”. Podía entonces privilegiar “lo
político” sin que nadie se lo objetara, sino por el contrario
incrementando su reconocimiento. Mientras los aspirantes
al liderazgo barrial, sus oponentes, queriendo evitar la lle-
gada del intendente y jefe político local a la misma fiesta,
sólo pudieron desorientarlo conduciéndolo a otro acto, por
algunos minutos.

La amoralidad de los ignorantes

Muchos otros líderes habían comprendido el Proyecto Uriar-


te, pero no todos habían logrado la llegada al intendente
Villegas que tenía Facundo. Villegas tenía una disposición
absoluta a recibirlo y conversar con él. Compartían asados
y cenas, y hablaban asiduamente en forma personal o por
teléfono; sobre todo era sensible a sus pedidos. Facundo se
manejaba con él como con Margenco, con extrema confian-
za. Se lo podía ver con Margenco circulando en el mismo
auto, conversando en algún bar del centro de la ciudad, o en
el barrio donde con frecuencia charlaban “de igual a igual”.
Esto reforzaba su poder y generaba la envidia y el desprecio
de otros líderes barriales.
Buenos vecinos, malos políticos • 237

El reconocimiento a Facundo era público, se sabía de


su amistad, y la intimidad era usada por partidarios y opo-
nentes para justificar, rechazar o dar cuenta del vínculo
entre ambos. Así, la intimidad cobraba un valor moral den-
tro del campo político, desde el momento que justificaba el
reconocimiento de Facundo e incluso su profesionalización
política, cuya prueba era un salario que le permitía “vivir
de la política”. Pero la intimidad no sólo era una evaluación
externa9 a la relación misma, había de hecho un acuerdo
tácito entre ellos que le permitía a Facundo, pero no a Arte-
mio, intimar con el intendente.
Facundo compartía con Villegas y Margenco una mis-
ma visión de la política. Era el más joven de una misma
generación de sobrevivientes de desapariciones, muertes y
torturas, que iniciaron su militancia en las filas del pero-
nismo de izquierda en los ’70. Villegas y Margenco tenían
por entonces entre 35 y 30 años respectivamente, habían
sido funcionarios políticos del gobierno peronista munici-
pal durante el último gobierno peronista (1973-1976) y fue-
ron perseguidos por el Ejército. Villegas se refugió algunos
años en una villa de Uriarte hasta convertirse, a comienzos
de los 80, en el secretario privado de Duhalde; Margenco
estuvo preso hasta 1983.
Desde el punto de vista de quienes participaban de
aquel vínculo, la intimidad era el resultado de una per-
cepción similar de la realidad producida en parte por la
pertenencia a una misma generación que, al haber transita-
do experiencias similares, había alcanzado, en consecuen-
cia, proyectos similares de reinserción y constitución de la
comunidad política.

9 Una interesante etnografía de Mauricio Boivin, Ana Rosato y Fernando Bal-


bi (1998) sobre una traición en el seno del peronismo provincial, discute el
papel de la confianza íntima en la construcción y erosión de alianzas políti-
cas. Desde otro punto de vista, Federico Neiburg (2000) analiza teóricamen-
te, a partir de la reconstrucción de un drama familiar, la política de la intimi-
dad como límite y conexión entre lo público y lo privado.
238 • Buenos vecinos, malos políticos

Desde el punto de vista de Facundo sus oponentes


eran ignorantes, una ignorancia casi irreversible, pues había
una brecha generacional que no podrían atravesar. En un
mismo movimiento, esta irreversibilidad los volvía irre-
versiblemente amorales, pues, según Facundo, Artemio y
sus seguidores se manejaban sin conocimiento sobre lo que
hacían. Para transformar una persona moral en una amoral
basta con privarla de conocimiento, señala Marilyn Strat-
hern (1997:129), como sucede con los niños, los locos y
otros agentes de quienes, no puede –o no quiere– espe-
rarse un comportamiento decoroso. En nuestro caso, la
oposición se daba entre manejos morales correspondientes
a los profesionales del campo político, esto es, los que per-
ciben un ingreso por su actividad, y amorales de quienes
están fuera del campo político. Esta clasificación ratifica el
argumento de Strathern (1997) sobre la pérdida de poder,
que el proceso acarrea a los condenados al destierro de la
moralidad. Así, los juzgados como ignorantes quedaban, por
amorales, fuera de la profesión política.

Lealtad y pertenencia barrial

El crecimiento político de Facundo era para Artemio y


sus seguidores, más fácil de comprender que de tolerar.
No dudaban en explicar que el rápido ascenso de Facun-
do se debía a su condición de traidor; un traidor al barrio.
La prueba más contundente de esa traición era justamen-
te su intimidad con los funcionarios y dirigentes políticos.
La indignación que provocaba su ascenso político alenta-
ba las explicaciones sobre el origen de su traición. Estas
explicaciones reforzaban ciertas creencias en la verdadera
pertenencia al barrio, como reverso de la intolerancia que
el inusitado crecimiento político de Facundo provocaba en
quienes las pronunciaban.
Buenos vecinos, malos políticos • 239

Decidido a competir por su reconocimiento político


la estrategia10 de Artemio se fundó en la siguiente eva-
luación moral: a mayor autenticidad y pertenencia barrial,
mayor lealtad vecinal. Los rivales de Facundo se ocupaban
de hacerle saber a las mismas autoridades políticas, que
hasta entonces habían optado por reconocer a un traidor,
en desmedro delos “verdaderos vecinos de La Rosa”. En
especial, después que el intendente insistiera en recono-
cer a Facundo como el referente11 del barrio, rehusándose
a considerar que Artemio había conseguido desplazarlo en
las elecciones de la presidencia del Consejo de Organización
de la Comunidad.
Gradualmente los traicionados irían definiendo sus
manejos en respuesta a lo que creían era el origen de la trai-
ción, a saber: la extranjería barrial. Sólo un auténtico miem-
bro del barrio era capaz de llevar el barrio adelante, inclu-
yendo a un extranjero procedente de Bolivia o Paraguay.
En este sentido el reconocimiento político se aproximaba
a una idea de representación por semejanza e identidad12,
suprimiendo casi la posibilidad que alguien pueda transferir
su voz a un forastero, y fomentar el progreso del barrio. La
semejanza e identidad entre líderes y vecinos garantizaba
la lealtad y por tanto el bien común. Desde entonces los
manejos de Artemio estarían orientados a demostrar esta

10 El concepto de estrategia remite no a una lógica de cálculo/beneficio econó-


mico sino a una racionalidad moralmente condicionada, sostenida en cier-
tas creencias sobre el bien y el mal, en fin, en teodiceas seculares (Herzfeld
1992).
11 Así era como los funcionarios políticos denominaban a los líderes barriales
y evitaban usar el término puntero asociado pura y exclusivamente a un
reclutamiento espurio de electores. El manejo atribuido a los punteros era
socialmente mal visto, porque suponía el uso de procedimientos para la bús-
queda de adhesiones basados en alguna forma de coerción más que en una
elección racional. Los políticos en Uriarte se habían hecho eco de esta visión
inmoral de la política. La categoría referente era un modo ambiguo de
designar a quien era reconocido por los políticos, y a quien éstos suponen
era reconocido por el barrio.
12 Para una discusión sobre las formas de la representación femenina entre la
semejanza y la singularidad en Brasil, véase Irlys Barreira (1998:105-155).
240 • Buenos vecinos, malos políticos

autenticidad, y con ello a definir el sentido particular y


concreto del vínculo político, desafiando el que la teoría
política moderna designa con representación.

La traición y el manejo de Artemio

En la esquina de la cancha de fútbol del Club River de


Villa La Rosa, al atardecer de un día soleado, Marcelo de
regreso del trabajo, tomaba cerveza junto a unos amigos.
El hijo de Pajarito, un conocido traficante de drogas del
barrio, arreglado con la policía, lo amenazó a Marcelo con
un arma de fuego y le pidió su dinero. Como Marcelo lo
desafió, el asaltante, de unos 20 años, le disparó tres veces
a quemarropa. Marcelo murió en el acto. No era el primer
asesinato en el barrio; casi a diario se podían escuchar rela-
tos de este tipo justificados por la resistencia a los robos,
las venganzas o los ajustes de cuentas. Pero este episodio
provocó la inmediata reacción de los seguidores de Arte-
mio, el naciente líder del barrio. Es que Marcelo era uno de
ellos, uno del club, y cuando algo le sucedía a uno de ellos
“estamos todos ahí” –decía Guillermo–. Artemio y los suyos
sabían que la policía no los iba a detener, entonces juntaron
todas las armas que tenían, y fueron a buscar al asesino.
“Corrieron como unos descosidos”, me contaba Daniel, has-
ta que lo agarraron en los techos de la casa de Pajarito.
Entonces llamaron a la policía y les dijeron que si ellos deja-
ban salir de la comisaría al asesino, lo matarían. La Policía
se lo llevó, y detuvo a los otros dos, no obstante Artemio
decidió cortar una de las calles del barrio con cubiertas de
auto incendiadas para alertar a las autoridades políticas del
Buenos vecinos, malos políticos • 241

hecho convocando a la televisión y la prensa local. Según


los rumores, al intendente no le gustó el manejo de Artemio:
“es un quilombero“13, decía.
El manejo de Artemio estaba inscripto, como aspirante
al liderazgo de La Rosa, en un deseo de ascenso políti-
co cuya concreción dependía de un reconocimiento al que
Villegas era renuente; pero también, en un contexto barrial
desplazado con altísimos índices de desempleo, violencia
y pobreza, donde la protección era un recurso extremada-
mente escaso. Mientras Villegas evitaba reconocer a Arte-
mio, éste encontraba formas de demostrar su poder y lide-
razgo local, que aquel reprobaba. Las demostraciones de
“auténtica pertenencia al barrio” se acercaban peligrosa-
mente a enfatizar esos valores que, desde el punto de vista
de los establecidos urbanos, identificaban a los desplazados,
y los aproximaba al estereotipo villero, fundado en la pobre-
za, la delincuencia, y el tráfico y consumo de drogas14.
Durante la contienda con Facundo, Artemio había teji-
do sus alianzas sobre la base de su creencia en que la
“autenticidad barrial” era el manejo que lo distinguiría de su
adversario. Una férrea convicción caracterizaba al grupo:
Facundo, al igual que quienes anteriormente se habían pro-
clamado líderes del barrio, no tenía interés en el barrio, sólo
lo había usado para crecer políticamente y, luego, renunciar
a él. Esta sucesión de traiciones había afectado no sólo al
barrio, ahora postergado, sino también a quienes habían
confiado en ellos. Como señalaba uno de los seguidores
de Artemio:

13 En el lenguaje callejero quilombero es bastante usado para dar cuenta peyo-


rativamente de quien genera líos. El término deriva de quilombo, nombre
dado en América del Sur a los sitios donde, antiguamente, vivían los escla-
vos negros.
14 Para una caracterización crítica del estereotipo villero véase Hugo Ratier
para los ’70 (1973) Rosana Guber (1991) para los ’80 y Javier Auyero (2001)
para los ’90.
242 • Buenos vecinos, malos políticos

“Yo milité mucho, pero siempre trabajé para otros: para Rive-
ra, para El Faro, siempre para otros, pero nunca para noso-
tros. Ahora con Artemio tenemos una esperanza de que sea
concejal del barrio”.

Sólo esas recurrentes traiciones al barrio les permitían


comprender su postergación. Pero por qué esos vecinos
habían actuado de esa manera. La respuesta era simple:
porque no pertenecían verdaderamente al barrio, no se sen-
tían “de Villa La Rosa”, en fin no eran verdaderos vecinos.
En consecuencia, la actitud de los miembros de esta banda
–como ellos mismos se denominaban– orientada a liderar
el barrio, expresaba los valores asociados a esa pertenen-
cia. La traición operaba como estándar moral de juicio de
la conducta de los otros, y como guía de la autenticidad
barrial, organizando las alianzas tejidas por Artemio con los
miembros del club más antiguo del barrio, con sus antiguos
compañeros de trabajo en el Matadero Mafy, también del
barrio; con las organizaciones bolivianas; y también con
activos creyentes católicos y “evangelios”, como les llama-
ban a los pentecostales15.

La construcción de la lealtad barrial

Artemio quería impulsar su candidatura a concejal. Su sue-


ño y el de sus seguidores, era tener un “auténtico concejal
del barrio”. Pero para que el barrio mereciera un concejal
debía tener una historia que le diera existencia. La historia,

15 Al igual que la investigación llevada a cabo por Pablo Semán a comienzos de


los noventa, en un barrio del Gran Buenos Aires (2000), no he encontrado
entre las personas del universo estudiado más que interacción y cierta com-
patibilidad entre la experiencia religiosa y la experiencia política peronista.
Posiblemente se debiera, como insinúa Semán, a los proyectos comunitaris-
tas que una y otra desarrollan. En el caso del pentecostalismo, una adhesión
bastante reciente, posibilitado por su capacidad de adaptación a los valores
preexistentes (Semán 2000: 26).
Buenos vecinos, malos políticos • 243

en este caso, daba cuenta de la existencia de un tiempo


compartido y prolongado, y es por ello, como señala Elias
(1998b), una de las armas en poder de los establecidos y,
de la cual, carecen los desplazados16. La transitoriedad que
los segregaba y estigmatizaba, se reproducía a falta de una
prolongada permanencia en la ciudad (véase capítulo II), de
la que sí pueden dar cuenta los establecidos. Los relatos de
los seguidores de Artemio destinados a construir la historia
de La Rosa, hasta entonces inexistente, nos internará en las
evaluaciones morales constitutivas de la pertenencia barrial
y su inscripción en la trama de relaciones de alianza de
Artemio (Davies 1987:106). La moralidad que practicaba,
estaba inscripta en una trama que apuntalaba su liderazgo
y lealtad barrial17.
Artemio confió primero la confección de la historia
del barrio a los más viejos quienes tenían más de 50 años
de edad. La vida de este grupo, en particular, estaba más
fuertemente ligada al trabajo que habían perdido muy poco
tiempo antes18, que al otro centro de actividad; el fútbol. El

16 Norbert Elias prefiere hablar de profundidad temporal y lo distingue de la


historia, pues para él se trata de un proceso social que habilita la prolonga-
ción temporal de experiencias compartidas, de cohesión del grupo por
experiencias compartidas, etc. (1998b:91-92). Sugiero en cambio que los
relatos históricos también se ven comprometidos por estas relaciones entre
establecidos y desplazados, es decir que contribuyen a la imposibilidad de
trazar experiencias duraderas compartidas.
17 La moralidad no es por lo tanto un artilugio de la imaginación, está social-
mente condicionada, pero no por ello determinada. Una sugestiva visión, de
carácter contrario, respecto de la fuerza determinante de la imaginación en
la construcción moral puede verse en Mark Johnson (1993).
18 Según la Encuesta Permanente de Hogares que realiza el Instituto Nacional
de Estadística y Censo cada seis meses, en el año 1993 la desocupación en el
mayor aglomerado urbano de la Argentina, el área Metropolitana de Buenos
Aires “explotó” como no lo hacía desde mediados de la década del ’70. La
destrucción del empleo se prolongó por tres años consecutivos (Lavergne
1997:122). A partir de este año el crecimiento fue permanente convirtiéndo-
se en el principal problema de la agenda política nacional. El impacto del
desempleo fue mayor entre los denominados jefes de hogar hombres con
escasa calificación. No obstante la precarización, bajos ingresos y baja esta-
bilidad laboral se potenció entre todos los sectores, incluido aquél (Gómez y
Contartese 1997:158-159). El desaliento golpeó más a esta franja etaria que
244 • Buenos vecinos, malos políticos

Matadero Mafy era el emblema de esta generación. La única


fábrica del barrio ocupaba un predio de tres manzanas, y
estaba dedicado a la faena de cerdos. En sus más de 20 años
de existencia casi todas las familias del barrio habían tenido
alguno de sus miembros empleados en el matadero. Incluso
cuando el barrio no existía aún como Villa La Rosa, sino
como una prolongación de Rivera o El Faro. Luego de su
quiebra en 1993 los trabajadores despedidos se juntaron
con la idea de auto-gestionarlo19.
Romero fue el primero a quien Artemio le confió la
responsabilidad de contarme la historia del barrio. A la sali-
da de una de sus reuniones semanales, le comenté de mi
interés. A Romero le había gustado la idea, pero no quería
asumir ningún compromiso conmigo, sin la autorización de
Artemio. Se sintió muy halagado y competente. Entonces
tenía 55 años, y lo conocía a Artemio de 13 años de trabajo
en el Matadero Mafy. Se acordaba de él cuando entró a tra-
bajar, “era un pibe, tenía 18 años, recién salido del servicio
militar, la cabeza rapada y así vino a trabajar”. Le pusieron
“Colimba” como apodo, como se los llamaba a quienes en
la Argentina hacían el servicio militar obligatorio20. Final-
mente, los despidieron del frigorífico a todos juntos, para
Romero éste fue el hecho más doloroso de su vida.

a las más jóvenes. A fines del 2001 después de la recesión económica desata-
da en 1996 la Argentina entró en una fase de depresión económica de la
cual comenzaría a salir a comienzos del 2003. Hasta 1996 se caracterizaban
por la estrategia de “reconversión” de los trabajadores según los nuevos
parámetros de la empresa competitiva, moderna y eficiente.
19 En este año comienzan los despidos y el índice de desempleo empieza un
lento y progresivo ascenso. Asimismo es la fecha a partir del cual el Ministe-
rio de Trabajo pagó el seguro de desempleo a los trabajadores despedidos,
durante el gobierno del presidente Menem.
20 Colimba es la contracción de la expresión corra, limpie y barra, tareas a las
que se destinaba a los reclutas del ejército argentino durante el servicio mili-
tar obligatorio. En 1997 luego de largas discusiones sobre el papel del ejérci-
to y la muerte de un recluta por maltratos en la provincia de Neuquén acele-
raron la decisión del presidente Menem de profesionalizar el servicio
militar eliminando la obligatoriedad.
Buenos vecinos, malos políticos • 245

“Mirá –me decía Romero cinco años después– yo perdí a mis


padres, hace ya unos cuantos años, pero el peor día de mi
vida fue el 30 de diciembre de 1993… Con cincuenta años
estar despedido es lo peor. El primer año cobramos el seguro
de desempleo, no pudimos conseguir indemnización, después
hice changas. Ahora, gracias al Plan de Trabajo Bonaerense21
tengo un ingreso, aunque no sé por cuanto tiempo… Pero
siempre milité, los conocía a todos los que pasaron por el
barrio… Pero Colimba es diferente, es un pibe del barrio,
viene bien de abajo.”

Hacía veinte años que Romero vivía en La Rosa. Su


casa estaba al fondo de un pasillo de una de las villas del
barrio. Había nacido en la provincia de Santiago del Estero.
Llegó a Buenos Aires en 1974 cuando tenía 20 años. Vivió
en la ciudad de Buenos Aires hasta que se enteró, por un
pariente que vivía en Rivera, que había terrenos en la zona
que luego sería Villa La Rosa. Los ocuparon en 1982 y desde
entonces vive ahí. Romero estaba orgulloso de la casa que él
mismo se había construido, pues era bien amplia y de mate-
rial, ladrillo y cemento. Tenía dos habitaciones, un baño
interno y una cocina comedor. Sabía que faltaba hacerle
cosas, como un piso de cerámica, varias manos de pintura,
muebles para la cocina, entre otras. Pero como una de sus
cuatro hijas estaba viviendo con su marido y tres hijos en
una de las habitaciones, todo el esfuerzo lo invertía ahora
en hacerle una casita arriba de su casa. La construcción ya
estaba bastante avanzada, cada peso de más lo invertía en
comprar materiales para terminarla junto a su yerno.
Para Romero la historia del barrio estaba indefectible-
mente asociada a su propia experiencia: el trabajo que había
perdido; su casa en la que poco podía invertir; y la mili-
tancia, que ya no era como antes cuando “pedías un micro

21 El Plan de Trabajo Bonaerense fue financiado por el gobierno de la provin-


cia de Buenos Aires. Otorgaba a personas sin empleo un ingreso de 200
pesos a cambio de realizar trabajos de mantenimiento en el barrio: limpieza
de zanjas, construcción de veredas, pintura de escuelas, plantación de árbo-
les.
246 • Buenos vecinos, malos políticos

para una movilización y te daban tres”. La militancia era


algo casi natural para Romero. Creía que había heredado de
su madre la generosidad y el gusto por ayudar a la gente,
conseguirle los documentos, mercadería. Cuando salimos
a recorrer el barrio Romero me mostraba el cariño que
la gente le tenía, incluso los jóvenes, a través de todos los
saludos que recibía, y de la tranquilidad con la que podía
caminar por sus calles, incluso hasta altas horas de la noche.
Sin embargo sentía mucha impotencia en relación con el
destino de esta vocación:

“Yo trabajé mucho y ahora veo a ésos, por los que yo trabajé,
sentados en un sillón, y cuando vas a pedirle algo no te cono-
cen, directamente no te conocen; ni te miran, ni te saludan.
Da bronca”.

Esa indignación resultaba de la indiferencia con la


que los políticos encumbrados tomaban su trabajo político.
Romero rechazaba esa indiferencia hacia su barrio a través
de su posición en relación con la Guerra de Malvinas. Se
preguntaba: ¿por qué el gobierno nacional había sacrificado
a más de mil jóvenes de tan sólo 18 años en una guerra
absurda? “Qué sentido tenía intentar recuperar las Malvinas
si todos sabemos que son argentinas. Qué importa si los que
viven arriba son ingleses. Es como en el barrio. Aquí está
lleno de bolivianos…”. La preocupación central de Romero
estaba centrada en una analogía entre los bolivianos de Villa
La Rosa y los kelpers22, y al barrio con las Malvinas. El
razonamiento de Romero estaba indirectamente asociado a
la actitud de los funcionarios en relación con su barrio. Para
mostrar lo absurdo de aquella guerra, se preguntaba por
qué los funcionarios municipales no le habían declarado la
guerra a los bolivianos de Villa La Rosa. Suponía que les
era indiferente que su barrio se “bolivianice”, y estaba bien,

22 Gentilicio de los habitantes de las Islas Malvinas/Falklands derivado del


alga marina “kelp”.
Buenos vecinos, malos políticos • 247

porque para él lo importante era a quién le pertenece la


tierra. Entonces si no les importa que haya bolivianos, por-
que saben que el territorio es argentino, Romero no podía
entender para qué invadieron Malvinas. Su preocupación
giraba en torno de las implicancias políticas de la pertenen-
cia al barrio La Rosa, un barrio desplazado de la ciudad,
pero quizá también de la nación. La autenticidad barrial o
la verdadera pertenencia al barrio podían ser entendidas
como urgentes pedidos de reconocimiento en los que se
jugaba, así, algo más que la vecindad.

El trabajo como recurso moral de la política

El principal confidente de Artemio era Rogelio Heredia, a


quien le tenía tanto respeto que lo consideraba “un padre”.
Con frecuencia, Artemio le pedía consejos para manejarse
políticamente. Se habían conocido en el matadero y, a Arte-
mio, le pareció que también podía ayudar a contarme “la
historia”. Heredia, tenía entonces 56 años y también había
trabajado en el frigorífico casi 20 años. Entre 1974 y 1984
fue delegado sindical del gremio de la carne. Decía que
los sindicalistas de antes “eran un desastre”, pero que él en
cambio era “un negro con un poco de cultura”. Antes que lo
despidieran, ganaba 1400 pesos por su trabajo de tipificador
de cerdos, una labor mejor calificada, que le había exigido
la aprobación de varios cursos.
Como para Romero, la vida de Rogelio Heredia estaba
indisolublemente ligada a su trabajo en Mafy. Su principio
era la honestidad. Rogelio me señalaba que tenía en sus
manos una responsabilidad enorme, la de detectar “cuándo
le metían el perro”23, en el peso y la calidad de los cerdos
que entraban en el establecimiento. Había muchas formas

23 “Meter el perro” es una expresión usada para denotar la presencia de una


trampa.
248 • Buenos vecinos, malos políticos

de hacer “la vista gorda”24 y arreglar con el consignatario de


hacienda, pero a él no le interesaba, pues así perjudicaría a
la empresa que lo empleaba y le daba de comer. Si bien su
experiencia se transformaba en el estándar predominante
para la comprensión de toda otra experiencia posterior, en
sus palabras “el trabajo ya estaba muerto”.
También Heredia se había sentido muy mal después de
la quiebra y el despido de los trabajadores del barrio, 130
familias habían quedado sin su principal fuente de ingresos.
El primer tiempo, mientras buscaba otro empleo, compró
un carro para vender panchos en la calle, y lo instaló en la
esquina más comercial del barrio. Pero un día, caminando
dentro del matadero, ya quebrado, le propuso a un abogado
amigo y ex gerente de Mafy convertirlo en una cooperativa.
Heredia había leído sobre cooperativismo y decidió apli-
car sus conocimientos para volverlo a hacer funcionar. A
su amigo le pareció una excelente idea. Entonces juntaron
la gente para formar la cooperativa y fueron al Instituto
Municipal de la Producción para que los asesorara. Heredia
nombró presidente de la cooperativa a Facundo, entonces
presidente del Consejo de Organización del barrio. Necesita-
ban de él por su llegada directa con Villegas, quien tenía
que negociar el préstamo de dos millones de pesos para
comprar el matadero. Pero Facundo los traicionó y, según
Heredia, se quedó con el dinero. Aunque nunca haría una
denuncia pública ni ofrecería más evidencias que el relato
de algunas de sus conversaciones:

“Firmamos los 10 socios principales de la cooperativa des-


pués de caminar un año. Lo único que faltaba era el préstamo
que habíamos pedido, dos millones setecientos mil pesos, a
pagar en cinco años, con un año de gracia. Ese año de gracia
iba a ser para reparar el matadero y para la faena. Todos,
todos, estábamos contentos. Pero un muchacho del barrio, el
famoso Facundo, que era el presidente, yo lo había puesto de

24 “Hacer la vista gorda” expresa la intención de no poner en evidencia la pre-


sencia de una trampa.
Buenos vecinos, malos políticos • 249

presidente de la cooperativa. Porque él, nada más tenía…, lo


único que tenía que hacer era llevarle lo que habíamos hecho
nosotros a Villegas, para iniciar la cosa, porque la munici-
palidad tenía que poner la guita. Él caminó25 ese tiempo con
nosotros,… pero entonces nos dicen que falta la plata, y él
desapareció del mapa. Y claro, a él le gustó la idea, se frotaba
las manos cuando le contaba lo que íbamos a hacer. Y claro,
la agarró, la agarró, por eso puso la panadería. Después lo
apuré a Facundo le dije: ‘Facundo dejate de joder, ¿vamos a
hacerlo o no?’ Entonces sabés lo que me dice, ‘Mirá Heredia
hay 50.000 pesos que andan dando vuelta, ¿entendés?’. Sí, sí,
entiendo le contesté. Yo agarro, lo miro y le digo, ‘¡Ah sí, yo
cobro 50.000 y mis 130 compañeros, ¿qué? ¡Quedan afuera!
Heredia me miró a los ojos y me preguntó –Sabés lo que me
dijo. ‘Ah, si vos pensás así, déjalo. Sí, bueno lo dejo –le contes-
té– prefiero perder antes que hacer eso.’ Al final el frigorífico
se remató junto con las máquinas. Entonces se me ocurrió
tomarlo. Tomarlo y quedarnos con un terreno cada uno. Lo
estoy pensando. Aunque el abogado me dijo que no podíamos
hacerlo, mucho no importa, a lo sumo iré unos días preso,
pero el frigorífico es mío”.

La moralidad del trabajo que pretendía recrear Here-


dia, luego de varios años sin empleo, era una suerte de
refugio de valores con el cual darle sentido a su vida en el
presente. Ese compromiso con sus compañeros de trabajo
era inalienable y, lo que, desde su punto de vista, lo diferen-
ciaba de traidores como Facundo. El “trabajo” proporcionaba
una orientación moral a “la política”, un modelo, que ésta –
cada vez más distante- no tenía para ellos, en fin, aquél pro-
porcionaba un modo de hacer las cosas y un para qué. Los
consejos que Artemio buscaba en Heredia estaban fundados
en esta evaluación moral de la “política” como “trabajo”.

25 “Caminar” se refiere a la actividad militante en los barrios, es decir al hecho


de recorrerlo y hablar con los vecinos.
250 • Buenos vecinos, malos políticos

“A veces no me hace caso en nada… y entonces yo veo lo que


le pasa, la gente se le va. Claro, le sirven otros consejos. Le fal-
ta, viste, yo pensé que estaba bien hecho, pero le falta, yo creo
que va a llegar a muchas cosas, pero… A mí me da bronca,
que se le olvidó la humildad, un montón de cosas que antes, al
lado mío las tenía, ahora cuando tiene alguna diferencia con
alguien en lugar de ponerlo de su lado dice ¡Ah, dejalo! ¡Que
se vaya, echalo! Y, yo le digo, vos no sos empresario Artemio,
vos no tenés plata, vos sos un hombre igual que yo por más
que seas presidente del Consejo, sos igual que yo, no podés
cagar a nadie, ni decir a aquél lo voy a salvar por esto y por
esto, porque no trabajan para vos. Tenés que demostrarle que
vos tenés capacidad y trabajás para él. A los que vos tenés
de tu lado, vos sabés que están de tu lado, a los que están en
contra, a esos tenés que darles una mano y enseñarles que
vos tenés capacidad. Pero no me hace caso, él la tiene que no,
que son enemigos. Yo le digo que no, que son rivales, a los
rivales les ganás peleando, en cambio a los enemigos tenés
que matarlos, y te matan. Pero yo lo apoyo en todo sentido,
acá dentro del Consejo no permito que nadie hable mal de él.
Aunque le digo que tiene que tener sentimientos, humildad
y ser un poquito más discursero con los que están al lado,
que lo único que tienen es interés en él. Por eso la política es
buenísima, los políticos son malísimos. Yo no te digo que en
el matadero hice mi plata con el sindicalismo, pero no para
echar a nadie, ni para joder a nadie, la hice para que la fábrica
no se funda, para mantenerla. Eso era cuidar mi casa, ¿enten-
dés? Para ser concejal tenés que sembrar tu barrio…”

A Heredia le resultaban inaceptables los manejos de


Artemio, cuando se creía el único patrón y se olvidaba que
sus seguidores, los trabajadores -siguiendo la metáfora del
frigorífico-, eran su misma comunidad. En este punto el
modelo sindical se volvía débil e incierto. ¿Cómo debía
fundar la autoridad quien, ni era dueño del consejo ni del
barrio, ni tenía un mandato definido por las autoridades
políticas, las que, por el contrario, se rehusaban a recono-
cerlo? Esta cuestión ya tenía una respuesta pero Heredia la
criticaba. La alentaban los consejos de quienes, a instancias
de la politización (ver capítulo VI) integraban la Agrupación
Buenos vecinos, malos políticos • 251

Peronista que Artemio formó para promover su candida-


tura a concejal. Ellos sí creían en una suerte de autoridad
patronal de Artemio emanada de la cancha de River. Como
a Heredia no le gustaba cómo se manejaban esos seguidores
de Artemio, prefirió no participar de la Agrupación. Pero,
como creía en Artemio y en sus posibilidades, siguió traba-
jando en el Consejo de Organización de la Comunidad que aquél
presidía. De algún modo intentaba transmitir a Artemio esa
metáfora del matadero como su barrio, para que sus manejos
también beneficien a los vecinos:

“Es como te decía –afirmaba Heredia– como a Villa La Rosa


siempre la vendieron, siempre la negociaron, cuando ves que
hay quien no la entrega, estás de su lado. Y, al revés, los que
ven que es así, que no son de acá, los de Rivera, van a hacer lo
imposible por romper, por acabar con Artemio…”.

El fútbol, donde “la política no se mete”:


¿autodeterminación política?

Los seguidores de Artemio pertenecían a dos generaciones.


La generación de Heredia y Romero estaba formada por
hombres de más de 50 años criados en el interior del país y
venidos posteriormente al barrio, con una trayectoria labo-
ral casi continúa, sólo truncada con el desempleo que se ins-
taló en la Argentina a comienzos de los ’90. Para ellos lo más
importante del barrio era el matadero, donde estuvieron
empleados dos décadas. La otra generación era la de quienes
habían tenido una inserción laboral más esporádica, y la
que, poco contaba para dar cuenta de sí mismos. Esta gene-
ración estaba formada por hombres de entre 25 y 40 años,
que habían nacido y se habían criado en el barrio. Para ellos
el fútbol era lo más importante que tenía Villa La Rosa. Con
no poca frecuencia sentenciaban “River es Villa La Rosa”.
252 • Buenos vecinos, malos políticos

Para estos últimos no había en el barrio algo más viejo


y auténtico que el Club River. Las historias personales de
los miembros de esta generación, la del club y la del barrio,
eran prácticamente la misma cosa. Esta generación había
pasado su infancia, su adolescencia y su juventud jugando
al fútbol para River. Esos partidos, en los que no faltaban
las apuestas, los llevaron a recorrer los barrios del Gran
Buenos Aires y de algunas provincias del interior. Así, River
de Villa La Rosa fue adquiriendo fama y reconocimiento
más allá de los límites del barrio. Sus jugadores se sentían
orgullosos de que el fútbol le hubiera permitido a La Rosa
ser conocido “en todos lados”. Su fama también procedía de
las numerosas, y no pocas veces violentas, peleas que habían
provocado en su trayectoria; se jactaban de ser conocidos
como patoteros.
Para esta generación de seguidores jóvenes de Artemio,
la historia de River era la historia de quienes lucharon por
mantener, durante 30 años, el espacio de la cancha de fút-
bol intacto. Esa lucha había sido ganada a los cientos de
familias de recién llegados que, como ellos, pero años des-
pués, intentarían tomar un pedazo de tierra donde asen-
tarse. Pero, fundamentalmente era una lucha emblemática,
porque había sido doblemente ganada a “la política”: a los
políticos que durante los ‘80 habían alentado la ocupación
de las tierras en el barrio, y a los que pretendían usar la
cancha para “la política”. Fuerzas que contribuían a la tran-
sitoriedad de la población, y a su desplazamiento en las
relaciones de poder con los establecidos.
River se convertía en este escenario de profesionaliza-
ción de la política, caracterizado por una división del traba-
jo político entre militantes políticos y militantes sociales, en un
emblema de una lucha curiosamente destinada a evitar que
“la política se metiera en la cancha”. Este pedazo de territorio
era representativo del barrio y, por consiguiente, la lucha
expresaba tanto el sentido de la autenticidad como de la
autonomía barrial de los vecinos respecto de los poderosos.
Buenos vecinos, malos políticos • 253

La condena a practicar la militancia social los empujaba a


imaginar implícitamente el sentido de comunidad política
de pertenencia.
Los miembros de esta generación recordaban a Mén-
dez como el primer luchador de River. A la salida de una de
las reuniones de los seguidores de Artemio, al escuchar que
íbamos a hacer una historia del barrio, alguien grito: “No se
olviden de Méndez”. Esa frase evocaba la que se usaba en los
medios de comunicación para darle sentido a la memoria y
lucha contra la impunidad, por el asesinato del periodista
José Luis Cabezas ocurrido unos años antes, en 1997. Su
asesinato había sido atribuido a un empresario de mucho
poder y de prácticas supuestamente mafiosas, forjado al
calor de su alianza con el presidente Menem. Era la violen-
cia de ambos asesinatos, el de Cabezas y el de Méndez, y la
importancia de honrar la inocencia y dignidad de las victi-
mas frente a la vileza de sus asesinos, lo que destacaban con
la comparación. A Méndez lo había matado a cuchillazos y
en su propia casa, el hijo del cuidador del matadero. En el
barrio circulaba una historia macabra sobre el episodio, que
ninguno de los miembros de esta generación quería hacer
pública. Se decía que en medio de una fiesta negra, lo habían
atado y lo habían violado entre varios hombres. Esta histo-
ria, secreta, empañaba el nombre de Méndez, deshonraba su
reputación y era por lo tanto imprescindible ocultarla.
Guillermo era uno de los miembros más jóvenes del
grupo, tenía 27 años, y había estado 3 años en un instituto
de menores al que había llegado por la fuerza con 13 años,
después de haber robado y escapado de su casa. Cuando
salió, decidió no volver a robar ni a drogarse. Volvió a la
cancha y empezó a “caminar el barrio” con Méndez. Su
padre le decía que el gusto por la política lo heredaba de
Méndez, su padrino, quien siempre conseguía cosas para
la gente del barrio. Guillermo lo seguía a todas partes: “Yo
no soy peronista de Perón –decía–, sino por Méndez”. El
mayor mérito de Méndez era, para Guillermo, su lucha
por la cancha. “Él no dejó que nadie se metiera, luchó un
254 • Buenos vecinos, malos políticos

montón para que no la ocupen… cuidábamos entre todos


y cuando se metían los sacábamos”. Apenas Artemio asu-
mió la presidencia del Club River, pintaron en su homenaje
el nombre “Méndez”, con letras rojas sobre fondo blanco,
sobre el único paredón de casi 100 metros de largo.
Méndez era un emblema de la relación endogámica de
los miembros del club con el barrio. En este sentido, des-
preciaban que el entrenador del equipo no fuera del club.
Por eso destacaban el hecho de que, siendo socio fundador,
Méndez hubiera sido también el entrenador del equipo,
rol que también asumiera Artemio, cuando fue presidente
del Club River. Como señalaban Guillermo y Alfredo, otro
socio de River de 40 años, tampoco aceptaban que alguien
de afuera opine, ni se meta en la cancha, ni siquiera como
entrenador de fútbol, éste tenía que ser del club. Para ser
parte de River “tenés que entrar con humildad y esperar
para dar opiniones, si sos de afuera no podés opinar”. Los
que tenían autoridad para hablar eran los que trabajaban
en la cancha, los que agarraban la pala, cortaban el pasto,
levantaban paredes, rellenaban, en fin, los que trabajaban.
Pertenecer a River significaba comprometerse con la can-
cha trabajando incansablemente por ella. Una vez que esto
sucedía, el vecino se convertía en un socio con derecho
a opinar.
El valor del trabajo “en” y “por” la cancha conformaba el
estándar de pertenencia al grupo, fundamentalmente por-
que el trabajo de sus socios se oponía a la interferencia de “la
política”, e indirectamente a la “invasión” de recién llegados:

“Nosotros nunca quisimos que la política se meta en la can-


cha, si necesitábamos algo íbamos a cargar tierra nosotros,
íbamos a buscarla donde sea… nunca lo quisimos, ni los radi-
cales, ni los peronistas, nadie, nadie, y ésa fue una conducta
que tuvo River siempre… La política te da, pero después te
quita, viste. Entonces, si en la cancha se metía el radical, el
peronista está en desacuerdo. Pero además no dejábamos que
ninguna persona ponga su nombre en el club, lo peor que
puede pasar es que una persona sea dueña de la cancha. Y eso
Buenos vecinos, malos políticos • 255

pasa si vos ponés tu nombre, y tenés plata y contactos, al final


te hacés dueño de la cancha. Acá, todo el barrio es dueño de
la cancha, la cancha no tiene color político, tiene color rojo y
blanco… Para mí no hay otra cosa que sea de todo el barrio…
Por ese pedazo de tierra capaz que doy mi vida”

Su trabajo les permitía manejarse, organizar las relacio-


nes entre miembros y no miembros, sin que mediara una
autoridad externa al grupo. De este modo cobraba sentido
la referencia a la cancha. Para Alfredo esto distinguía su
generación de la posterior: “Esa generación no tiene entu-
siasmo propio, necesitan un tipo que les diga lo que tienen
que hacer, yo no la veo”. En cambio su generación mantenía,
según él, la voluntad y el empeño, como por ejemplo lo
demostraban Alfredo y su hermano, organizando campeo-
natos de fútbol de veteranos.
Si Alfredo estaba con Artemio era justamente por lo
que había hecho en River, “Yo lo veía de aquí para allá traba-
jando por la cancha”. Se conocieron jugando al fútbol para
River cuando él era un pibe. Si bien Alfredo había trabajado
en política para otros muchachos, éstos lo habían traicio-
nado. Artemio era distinto, “es un excelente pibe y yo lo
sigo a muerte, donde vaya, lo quiero mucho, para mí es una
excelente persona”. Para Alfredo, Artemio sabía sostener la
“independencia” de River, frente a “la política”. Así es que
Alfredo no admitía “estar en política”, sino “con Artemio”:

“Yo no voy con otra gente que no sea el pibe de acá, trabajo
para él, no en política. Lo que más me importa es que le den
al barrio… A veces, ni Duhalde me interesa –decía Alfredo.
Pero está Artemio, y yo voy a ir con él”.

Artemio era reconocido entre sus seguidores. Ambas


generaciones compartían el trabajo, en la cancha o asalaria-
do, como estándar de evaluación moral, para dar sentido a
la organización de la jerarquía entre ellos y Artemio. Los
más jóvenes, como Alfredo y Guillermo, creían que Artemio
poseía cualidades especiales para fundar una política barrial
256 • Buenos vecinos, malos políticos

sin “la política de arriba”, derivadas de su relación con ellos


a través de la cancha. Heredia, en cambio, encontraba difí-
cil la adaptación del estándar moral sindical para trazar
la jerarquía interna, rechazaba esa tendencia de Artemio
a convertir, lo que él creía era su liderazgo en patronaz-
go, porque lo alejaba de esa comunidad más extensa que
la cancha de River.
No obstante, en esta ambigüedad e incerteza, para defi-
nir las bases morales de la autoridad de Artemio, residía
el sentido de la comunidad de pertenencia de los protago-
nistas. Ya sea que estuviera ligada a River y al trabajo en
él, al margen del empleo como fuente de organización del
comportamiento y contra los políticos; o bien asociada de
modo más inclusivo a la socialización moral del empleo.
En cualquier caso, esta ambigüedad dependía de la retirada
del reconocimiento político a Artemio por parte del intendente
Villegas, y, por consiguiente, de la imperiosa respuesta al
siguiente interrogante: ¿Era posible organizar la autoridad
bajo esta forma de la división del trabajo político, en la que
estaban condenados a la militancia social?

Liderazgo, autonomía moral e integración política

El liderazgo de Artemio se había fundado en su capacidad


para aglutinar los emblemas del barrio: el matadero y River.
Éstos contenían los valores que daban sentido a la vida de
dos generaciones. Artemio estaba situado en su intersec-
ción, porque si bien no se había criado en el barrio y había
sido empleado del frigorífico por más de 10 años, como
los más viejos, con sus 35 años pertenecía a la generación
de los más jóvenes. Compartía con ésta no haberse criado
en el interior del país, sino en una villa del Bajo Flores,
una de las tantas “erradicadas” durante la última dictadura
militar. Allí, había vivido hasta los 18 años, cuando le tocó
hacer el servicio militar. Artemio no se cansaba de relatar
Buenos vecinos, malos políticos • 257

su desazón al regresar a su casa y encontrarse con nada,


tierra arrasada. Su familia había sido trasladada a la fuer-
za a Villa La Rosa. Cuando dio con ellos, Artemio era un
joven con el cabello rasurado por el Ejército; la imagen que
quedaría fijada para todos los que entonces lo conocieron
y le dieron su apodo.
En efecto, Artemio podía mudar en su forma de mane-
jarse: de la villa y la cancha, al mundo del trabajo; aunque
sus manejos demostraban la elección del primer ámbito más
que del segundo. Así lo confirmaban las dos generaciones
que lo seguían. Pero, en ningún caso, su “lealtad al barrio”
era cuestionada. Compartía con sus seguidores el deseo de
convertirse en el primer concejal del barrio. Ansiaba lle-
gar arriba, pero no para robarle al barrio como, según él,
habían hecho hasta entonces los políticos, sino para robarle
al gobierno y darle al barrio. Esta retórica, que emulaba a
Robin Hood, cobraba sentido justamente en un escenario
donde, por un lado, la traición de quienes hacían carrera
política explicaba el deterioro del barrio, y donde el trabajo/
empleo adquiría el rango de estándar moral predominante
en la relación entre los seguidores del Artemio; incluso de
distinta generación. En suma, expresaba la imaginación de
dos comunidades escindidas: la de sus seguidores, los veci-
nos, y la de los políticos. Pero esta escisión tenía un límite,
pues si bien Artemio negaba la autoridad externa al barrio,
anhelaba el reconocimiento político de Villegas. El com-
portamiento de Artemio y los suyos, a lo largo del tiempo,
expresaba la búsqueda de una respuesta a la pregunta que la
profesionalización de la política instalaba en esta escala.
En efecto, además de presidir el Consejo de Organización
de La Rosa sabía que debía formar su propia fuerza política.
Pero ésta difícilmente podía tener existencia propia sin el
reconocimiento del intendente. Artemio invertía un esfuer-
zo enorme en conseguirlo, sin éxito. Hay quienes decían
que Villegas no lo quería porque era muy “quilombero”.
Artemio había dado muestras de la fuerza propia con la
que contaba, y si bien no la había aplicado directamente
258 • Buenos vecinos, malos políticos

contra el gobierno local, había dejado claramente expresa-


da su capacidad para detentarla. Hacia afuera del barrio,
esto provocaba miedo y rechazo pues atentaba contra la
responsabilidad de los gobernantes municipales sobre los
conflictos; hacia dentro demostraba su capacidad para pro-
teger a los vecinos del barrio. Artemio no tenía en cuenta
las implicancias de sus acciones. Sostenía insistentemente
la búsqueda del reconocimiento de Villegas desconociendo
los parámetros del jefe político local, para quien sus manejos
no eran aceptables.
Luego de dos años en la presidencia del Consejo, y
a instancias de la politización (Capítulo VI), consiguió que
Sheckster, el delfín del intendente, candidato a sucederlo en
las elecciones del 99, lo admitiera para su lista de aspirantes
a la precandidatura a concejales. Esto le dio “oxígeno” a
Artemio para armar su propia Agrupación Peronista en el
barrio. En las reuniones de la agrupación en las que parti-
cipaba la banda de Artemio, el centro del debate también
era el trabajo invertido. Como sucedía con el Club River la
reputación y el derecho de cada uno a pertenecer al grupo
dependía de su trabajo.
Cierta vez, en una de esas reuniones se originó una dis-
cusión. Cacho, uno de los hermanos más jóvenes de Arte-
mio, había preguntado: “¿Qué política vamos a hacer por
nosotros mismos? ¿Es que acaso siempre vamos a esperar
que nos den los de arriba? ¿No tenemos nada que ofrecer
nosotros? ¿Algo nuestro? ¿Qué es finalmente la política? ¿Lo
que viene de arriba? ¿Lo que hacen Villegas o Sheckster?”.
Los presentes quedaron un tanto perplejos y nadie respon-
dió. Mientras tanto, Cacho insistía con imaginar o gene-
rar alguna actividad propia. Artemio lo dejó hablar hasta
que le preguntó: “¿En qué estás pensando?”. Cacho respon-
dió: “En algo cultural, un recital un baile, un festival”. El
Club River les había permitido hacerse de experiencia en
la organización de eventos masivos, incluyendo corsos para
el carnaval, y también en la consiguiente recaudación de
fondos, incluso de las apuestas que se realizaban durante los
Buenos vecinos, malos políticos • 259

torneos de fútbol. Como señalaba Daniel, otro de los juga-


dores de River, seguidor de Artemio, “Llevar la camiseta de
River era una gran responsabilidad… Imaginate, por cada
partido se jugaban 1500$, la gente apostaba 50$ y había que
ganar”. Artemio había organizado una serie de festivales en
la cancha, según él, con gran convocatoria. En el curso de
dos años había llevado al barrio a Ráfaga, a Volcán y otros
conjuntos de cumbia.
De esa forma, Artemio ampliaba su influencia en el
barrio enfatizando ciertos estándares morales resultantes
de la experiencia y los lazos en las que muchos de los
vecinos estaban implicados. Éstos se diferenciaban de los
manejos de Facundo para con el intendente, a quien por
haber sido reconocido se encontraba inserto en la suce-
sión política. La búsqueda de reconocimiento de Artemio
era percibida por Villegas como prepotencia, hostilidad,
desafío e ignorancia. Su manejo era reprobado. Posiblemen-
te fuese evaluado tácitamente como un villero que renegaba
del lugar reservado a personas como él: la militancia social.
Sus manejos inmorales y hasta amorales, lo empujaban jun-
to a sus seguidores a autonomizarse más de “la política”.
Pero sabiendo que así no accedería a una carrera política,
resistiría esa tendencia al ostracismo de los líderes barria-
les y sus barrios.

Dominios morales y acceso a la profesión política

En este capítulo mostré cómo la competencia entre aspiran-


tes al liderazgo barrial fue diferenciando dominios mora-
les26, para reconocidos militantes políticos, de un lado, y rele-
gados a la militancia social, del otro. El trabajo, el barrio,

26 La antropóloga Marilyn Strathern (1997:129) define los dominios morales


como relaciones que condicionan las evaluaciones morales. En el fenómeno
por ella analizado, los dominios están constituidos por las relaciones entre
miembros del mismo sexo, de un lado, y relaciones entre sexos, del otro.
260 • Buenos vecinos, malos políticos

la cancha de fútbol, los proyectos, fueron ámbitos de la vida


social que ofrecieron evaluaciones morales del comporta-
miento político concebidas como manejos, interviniendo en
la distribución de personas que los ejecutan, a uno y otro
dominio. De este modo, los manejos orientaban el compor-
tamiento entre: a) los seguidores y los líderes, b) los líde-
res y Villegas, y c) entre líderes. Finalmente, definían las
oposiciones entre: de un lado, leales y traidores, la perspec-
tiva sostenida por quienes como Artemio eran relegados
a la militancia social; y del otro, entre ignorantes y entendi-
dos, detentada por los reconocidos militantes políticos. Como
vimos esta oposición era una jerga entre competidores al
liderazgo barrial, estrechamente dependiente del lenguaje
moral del jefe político local su principal interlocutor.
La dinámica política barrial estuvo dominada por
Facundo, quien trazó su reconocimiento político, a través de
su íntima amistad con Villegas. Los manejos de Facundo le
permitieron ascender, a través de aquel entendimiento con
el intendente, hasta acceder a la profesión política. Esto
empujaba a Artemio al dominio amoral de la ignorancia,
un casi automático desplazamiento del campo político. La
división del trabajo político, así quedó definida, abriéndole
la puerta al mundo de la política profesional, al crecimiento
político, a quien se entendía con Villegas.
Debido a que los manejos se contestaban, al tiempo que
Artemio y sus seguidores, evaluaban los manejos de Facundo
como traición al barrio, crecía su valoración de alianzas a
favor de una auténtica pertenencia al barrio. La comunidad
dependía entonces de alianzas de dos generaciones ligadas
a los núcleos emblemáticos del barrio: el fútbol y el trabajo,
y que pivoteaban en Artemio. Pero esta autenticidad barrial
distanciaba a Artemio del campo político; lo alejaba de los
estándares de profesionalización establecidos.
Esa relativa autonomización moral, mantendría una
ambigua relación con la profesionalización; y no siempre le
sería funcional. Sin lugar a dudas, la valoración del “auto-
gobierno barrial” era resultado del rumbo de la profesio-
Buenos vecinos, malos políticos • 261

nalización de los políticos en Uriarte. Como veremos en


el próximo capítulo, con el análisis de la politización, aquel
rumbo alimentaba entre los líderes barriales la búsqueda de
medios alternativos para alcanzar no sólo el reconocimien-
to político, sino al mismo tiempo la responsabilidad de los
políticos sobre los desplazados
La sucesión política quedó organizada entonces bajo
una tensión entre dos formas de imaginar la comunidad de
referencia: la “lealtad barrial” y el “conocimiento político
experto”, ninguna de las cuales contenía la dimensión villera.
En el próximo capítulo analizaremos cómo la politización se
vuelve una fuerza en una dirección dentro de esa tensión, y
en qué medida define la competencia por la sucesión y las
imágenes de comunidad de referencia en danza27.

27 Gran influencia ha tenido, en la antropología política, la concepción de Fre-


derick Bailey (1971) según la cual existe una tendencia de ciertas “comuni-
dades igualitarias” a sostener un juego de suma cero basado en la búsqueda
de reputación. En estos casos los individuos alcanzan prestigio socavando el
de sus semejantes. La permanente cancelación reciproca es el mecanismo
mediante el cual en el mediano plazo la búsqueda de desigualdad reproduce
la igualdad (1971:20). Guillermo O’Donnell, desde la politología, ha discuti-
do la posibilidad de que este fenómeno refleje la particular organización
facciosa del sistema político argentino (1997:175). No obstante frente al
peligro de tomar la desigualdad como momento de la igualdad y anular la
diferencia entre ambos, lo que nos lleva a un razonamiento circular muy
recurrente en la argumentación de Bailey (1998), prefiero analizar las ligeras
variaciones del sentido de la igualdad en el tiempo.
6

Politización de una muerte


y responsabilidad pública

En el mes de junio de 1997 Marcos, un niño de 13 años,


murió súbitamente de meningitis en la Unidad Sanitaria
de Villa La Rosa, horas después de haber concluido su día
de clase en la escuela del barrio. Durante cuatro horas fue
atendido sin éxito por el médico y la enfermera de guardia,
mientras esperaban la ambulancia que lo conduciría al Hos-
pital central de Uriarte. Ante las cámaras de televisión de
Crónica TV, el canal de noticias con mayor audiencia popu-
lar del Gran Buenos Aires1, Facundo, hasta entonces el líder
más importante del barrio, fue culpado por los vecinos de
esa muerte. Un conflicto entre dirigentes barriales y funcio-
narios políticos municipales, designado como politizacion2,
desafió públicamente su poder.

1 El canal Crónica TV surgió en los años noventa. Conservó el estilo denomi-


nado “prensa amarilla” del periódico vespertino del mismo nombre. Las
veinticuatro horas de noticias son una crónica minuto a minuto de episo-
dios que no tienen ninguna trascendencia en los demás programas o noti-
cieros, dedicados principalmente a eventos ligados a la denominada “alta
política” nacional o provincial.
2 Para un análisis del proceso de politización y despolitización de un campo
no político como el psiquiátrico y psicoanalítico, véase Sergio Visacovsky
(2002).

263
264 • Buenos vecinos, malos políticos

El hecho de que la culpa y la responsabilidad3 por la


muerte de Marcos se dirimieran como politización y des-
politización, torna pertinente la pregunta por la naturaleza
práctica de esa asociación y del proceso desencadenado. Si
como veremos, la politización del suceso introdujo la iden-
tificación de los responsables, son evaluaciones morales las
que reaparecen estructurando el proceso político. ¿Quiénes
son responsables frente a qué acontecimientos? ¿Cómo se
dirimen las posiciones de los agentes en este proceso? Y,
por último ¿cómo se define la comunidad de referencia o el
“público” hacia quienes los políticos son responsables?
A partir de la muerte de Marcos los protagonistas se
diferenciaron de acuerdo a sus responsabilidades sobre la
muerte o sobre su politización. Pero estas evaluaciones no
sólo diferenciaron a sus protagonistas, también los jerar-
quizaron dirimiendo el conflicto. Ambas evaluaciones se
contestaban entre sí, de manera que Facundo sólo podía
evitar el peso de la responsabilidad por la muerte, si conse-
guía identificar a los responsables de la politización y, por lo
tanto, despolitizar la muerte.
Por consiguiente, la comprensión de este proceso nos
empuja a evitar la reducción de la politización a una compe-
tencia lisa y llana por el poder4. No es un cálculo de costo-
beneficio el que explica el sentido del comportamiento en
este caso; aunque en la Argentina neoliberal de los noven-
ta, la politización haya sido muchas veces reducida por la
prensa y las autoridades políticas a esa concepción. Como

3 En este proceso culpable y responsable fueron usados indistintamente por


los acusadores, razón por la cual hemos conservado la homologación del
sentido. Sin embargo esta asociación implica una amplificación de la acusa-
ción respecto de la muerte, pues tener “la culpa de la muerte” implica haber-
la causado, mientras ser responsable de la misma implica la obligación de
responder de algún modo para paliarla.
4 Poco se ha escrito sobre la politización en la Argentina si lo sopesamos con
la frecuencia con la que los argentinos usan esta categoría, y con el hecho
que se haya vuelto incluso un rasgo identitario. Para un análisis de la politi-
zación de la cultura en el campo intelectual véase Federico Neiburg (1998) y
Sergio Visacovsky (2002).
Buenos vecinos, malos políticos • 265

veremos, quedaba claro en este caso que para desacredi-


tar un conflicto y el reclamo a las autoridades públicas,
bastaba con identificar a quienes lo habían politizado. Esto
significaba detectar a quiénes estaban sacando una “ventaja
política personal”; ya sea “aprovechándose del mal ajeno”
o bien convirtiendo en problema un hecho que, desde el
punto de vista oficial era intrascendente. Si bien esta per-
cepción de la politización participó del proceso que anali-
zaremos, está bien lejos de explicarlo. Al estar envuelta en
él, y participar de la construcción del mismo como un pro-
ceso inmoral, nos ofrece evidencias de la asociación entre
moralidad y política inscriptas en los procesos de politiza-
ción y despolitización.
Propongo entonces entender la politización de la muerte
de Marcos en Villa La Rosa, en un triple sentido: como un
desafío abierto a la autoridad de ciertos dirigentes políticos;
como un desafío tácito a los estándares morales mediante
los cuales les fue posible se reconocidos y crecer políticamen-
te; y, en última instancia, como un límite a esa escisión entre
crecimiento –o sucesión– política y comunidad de referen-
cia, que inhabilitaba a los desplazados en su competencia
por el reconocimiento político.
El desafío al reconocimiento de Facundo llevado ade-
lante por la politización dependió de un juego de evaluacio-
nes morales cuyos rasgos principales fueron: a) los usos de
un estándar de evaluación “personal” frente a otro “insti-
tucional”, b) la capacidad de los oponentes de manipular la
publicidad y privacidad de estas evaluaciones, y c) la perti-
nencia de los argumentos a favor de la responsabilidad por
la politización, y por la muerte. El juego del reconocimien-
to desplegado aquí se distingue del juego del honor (Pitt-
Rivers 1965; Gilmore 1987; Bourdieu 1991; Stewart 1994) y
la reputación (Bailey 1971; Scott 1986) pues la competencia
266 • Buenos vecinos, malos políticos

no es necesariamente entre iguales y exige de un superior5.


Quiero decir que el reconocimiento admite la pretensión
de incrementar el derecho a poseer mayor respeto (Stewart
1994:59), lo que en este escenario significa crecer política-
mente. Por ello, el desafío de los inferiores, Artemio, a los
superiores, Facundo y el intendente Villegas, puso en jaque
la distribución de derechos y, al mismo tiempo, reveló las
evaluaciones morales por medio de las cuales se asignan.
Por estas razones la politización fue un proceso clave para
entender la impronta del mecanismo de reconocimiento en
la dinámica política local, a expensas de la visión instru-
mental y mercantil de la política usualmente asociada al
concepto de clientelismo político.

La coyuntura política uriartense

Las cartas parecían echadas en el campo político uriartense


a comienzos de 1996. Era un año al que la mayoría coincidía
en definir como “políticamente tranquilo”, ya que no había
ni elecciones internas del peronismo, ni tampoco genera-
les. El intendente Villegas y el resto de las autoridades del
gobierno municipal habían asumido recientemente sus car-
gos públicos. La reelección de Villegas, a fines de 1995,
contribuía en gran medida a esa sensación de calma y
previsibilidad que muchos de ellos experimentaban, aun-
que también coexistía con cierta insatisfacción. Su segundo
gobierno –de 1995 a 1999–, había terminado por aplazar
las aspiraciones de ascenso de dirigentes políticos ya incor-
porados oficialmente al gobierno municipal, en tanto, como
vimos en los capítulos IV y V, los militantes barriales ya
las tenían cercenadas. Tan sólo los rumores que corrían

5 Para una discusión del sentido amplio e incluso ambiguo que cobra el senti-
do del honor una vez que se incorporan las relaciones entre superiores e
inferiores, o verticales, y se lo toma como una entre otras tantas formas de
obtener respeto, véase Frank Stewart (1994:63).
Buenos vecinos, malos políticos • 267

por pasillos, reuniones y otros encuentros de la pronta


renuncia de Villegas al cargo, y su reemplazo por la pri-
mera concejal Cecilia Ianni, renovaban las esperanzas de
pronto crecimiento.
Recién a mediados de 1996, los militantes y dirigentes
políticos comenzaban a prever la agitación que traería 1997,
en el que otra elección general reasignaría cargos en el Con-
cejo Deliberante municipal. El futuro año electoral parecía
abrigar algunos de los problemas que militantes y dirigen-
tes ocasionalmente conversaban entre actividad y actividad.
Los más comentados eran: la separación y creación de un
nuevo municipio denominado “La Franja” en Hardfield, con
el consiguiente problema de qué fuerza política lo ganaría
y quiénes serían los candidatos del mismo; la preocupación
por el crecimiento local del Partido Frepaso con la elec-
ción de tres concejales en 1995; la posible convocatoria a
elecciones entre las dos “líneas internas” –o facciones– del
Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, Lipebo
y Liga Federal; y, por último, la aparición de candidatos a las
elecciones presidenciales de 1999 que competirían con el
favorito local del peronismo, el gobernador de la provincia
de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, nativo de Uriarte.
Para los políticos ya incorporados a los cargos del Esta-
do municipal, el crecimiento del Frepaso era el tema más
preocupante. El Frepaso era, como adelantamos en el capí-
tulo I, un frente de alcance nacional constituido a comien-
zos de los ’90 por la confluencia de muchos de los que se
fueron del peronismo, el Partido Intransigente, el Partido
Demócrata Cristiano y el Partido Comunista, y se consi-
deraba a sí misma como una fuerza de “centro-izquierda”.
Los dirigentes políticos peronistas uriartenses veían a los
peronistas incorporados al Frepaso como “traidores”, por
lo cual desconfiaban ampliamente de su dignidad políti-
ca. ¿Qué conducta se podía esperar de quienes ya habían
traicionado al Movimiento Peronista? Esta impugnación se
incrementaba incluso frente a los militantes de izquierda y
del radicalismo, por qué a los “traidores” les reconocían una
268 • Buenos vecinos, malos políticos

virtud propiamente peronista: la capacidad y experiencia


para “trabajar políticamente con los de abajo” y “llegar al
barrio”. Quienes tenían llegada a, ya sea de arriba hacia abajo
como a la inversa de la jerarquía política eran, en este esce-
nario, aquellos que gozaban de gran reconocimiento.
No obstante, en épocas electoralmente tranquilas como
la signada por el año 1996, no había un completo congela-
miento de la competencia política. Si bien es cierto, como
analizan Moacir Palmeira y Beatriz Heredia en Brasil (1995,
1997), que el realineamiento de fuerzas se produce durante
las elecciones –el “tiempo de la política”–, en Uriarte éste no
es privativo de esa época. Aquí el tiempo de la política no es
tan extraordinario, como en Pernambuco –Brasil–, ni tam-
poco está sujeto a que las facciones “se muestren por entero”
(Palmeira y Heredia 1995:34). Al contrario, el “tiempo de la
política” se expresa como el tiempo de la lucha entre bandos
que “invocan” y “evocan” grandes facciones. Entender el
proceso de politización en su particularidad requiere poner
distancia al concepto de facción como una parte observable
de la sociedad formada por la movilización temporaria de
redes sociales, propia de la tradición antropológica (Nicolas
1969; Silverman y Salisbury 1979), pero también a la pers-
pectiva de Palmeira y Heredia, que caracteriza la política de
Brasil como política de facciones (Palmeira y Heredia 1995;
1997). Por mi parte, propongo pensar la politización como
“política facciosa”, es decir como un conflicto desarrollado
en una multiplicidad de situaciones que diferencian tiem-
pos y espacios “políticos”, de aquéllos “institucionales”, y
éstos de los “personales”. Para ello, se requiere identificar
los estándares de evaluación moral mediante los cuales se
procesa el conflicto y se configuran los límites del campo
político (Frederic 2000:126).
En Uriarte “la política” adquiría la forma de: manejos,
decisiones y politizaciones de hechos, de los cuales no estaba
ausente el crecimiento político. Pero a diferencia de las pri-
meras formas de expresión de “la política”, en la politización
ésta tomaba un carácter más persistente y colectivo, así
Buenos vecinos, malos políticos • 269

como enigmático e incierto. Si tras de cualquier politización


se suponía la existencia de una trama enigmática, tratán-
dose de la muerte de un niño, la politización distorsionaba
o pervertía el “hecho en sí”. La politización de la muerte
de Marcos, una “criatura inocente”, era percibida como un
acto contaminante e impuro pues introducía ambiciones de
poder. Sin embargo y paradójicamente, permitió responsa-
bilizar a las autoridades municipales. Para que esto fuese
posible, los que desafiaban a Facundo debieron evitar la
acusación de politizadores, su responsabilidad en la politi-
zación. Caso contrario, Villegas podía invalidar el proceso
destacando, con su evaluación, dicha inmoralidad.

La politización como desafío al poder

La politización transformaría la muerte de Marcos en un


acontecimiento escabroso y peligroso, alterando las activi-
dades ordinarias de gobernantes y gobernados, implicados.
Por fuera del ordenamiento legal que rige la competencia
electoral, se sucedieron entonces escenarios propicios que
cuestionaban las posiciones de la jerarquía política esta-
blecida. El desafío fue a esas posiciones ganadas por el
reconocimiento.
Una vez que la politización de esta muerte interrumpió
el curso de las acciones cotidianas de quienes asumían el
“trabajo político del barrio”, y de los familiares y vecinos de
Marcos, no era sencillo entender por qué la suya fue una
“muerte distinta”. Los pobladores de Villa La Rosa pondrían
la muerte de Marcos en serie con la muerte de otros dos
niños, ocurridas en el mismo barrio durante el último mes.
Esto los llevó inmediatamente a temer que el barrio estu-
viera al borde de una epidemia de meningitis. El temor se
fundaba en el avance de la enfermedad de los últimos años.
En los cuatro años anteriores, la crónica periodística venía
anunciando un aumento de la enfermedad de meningitis en
270 • Buenos vecinos, malos políticos

la provincia de Buenos Aires. Para prevenir una epidemia,


el gobierno de la provincia inició campañas de vacunación
gratuitas contra la enfermedad, con la difusión de una vacu-
na de origen cubano bastante efectiva. En 1996 parecía que
la amenaza de una epidemia había terminado. Sin embar-
go, la prensa se ocupaba de contabilizar rigurosamente “los
casos” de niños muertos por la enfermedad y los barrios en
que esto sucedía. Declarar una epidemia en Villa La Rosa
parecía por entonces probable, si ya había tres casos. Pero
esta amenaza antes de controlarse médicamente, fue comu-
nicada, explicada y resuelta a través de su politización. El
proceso constituyó para funcionarios, dirigentes políticos,
militantes y otros pobladores, un modo de producir, con-
ducir y resolver un conflicto.

La localización de la responsabilidad de la muerte

A la muerte de Marcos, Artemio era uno de los líderes del


barrio Villa La Rosa. Unos pocos meses antes, los integran-
tes de las instituciones vecinales del barrio lo habían elegido
presidente del Consejo de Organización Comunitaria. Esto
lo llenaba de orgullo, porque después de dos intentos falli-
dos, había conseguido vencer a Facundo, su opositor. Juan,
el padre del niño fallecido, había recurrido a Artemio, luego
del fallecimiento de su hijo, para disponer del funeral y el
entierro. Artemio pasó todo ese fin de semana acompañan-
do al padre para tratar de solucionarle el problema; incluso
dejó de jugar fútbol. Como presidente del Club River de La
Rosa, Artemio consiguió que la casa de servicios fúnebres
del barrio se encargara del velatorio de Marcos.
Cada vez que fallecía un miembro del Club River de
Villa La Rosa, la casa de servicios fúnebres del barrio les
hacía el servicio. Juntaban dinero entre los socios, o can-
jeaban servicios con sus dueños. Los vecinos del barrio
consideraban este servicio fúnebre más digno que el que
Buenos vecinos, malos políticos • 271

ofrecía gratuitamente la municipalidad, el cual, además, exi-


gía contactos estrechos con las autoridades. Aunque Juan, el
padre del chico, no pertenecía al Club, Artemio le consiguió
el servicio fúnebre.
Los de La Rosa, tenían muy buena imagen de Juan,
debido a su enfrentamiento con las autoridades municipales
unos años atrás. Éstas habían decidido iniciar las tareas de
urbanización de uno de los asentamientos donde vivía Juan.
Para ello los funcionarios argumentaban que era necesa-
rio organizar a los miembros de la comunidad, mediante
la elección de delegados por manzana. Juan se propuso,
y fue elegido delegado de la manzana que estaba junto al
arroyo. Pero como esta manzana era más complicada de
regularizar de acuerdo con los parámetros urbanos oficial-
mente establecidos, las autoridades municipales decidieron
dejarla para el final. Esta decisión llevó a Juan a exigir-
les insistentemente que cambiaran de decisión, que traba-
jaran simultáneamente en todo el asentamiento. Su causa
fue finalmente apoyada por el resto de los pobladores del
barrio, consiguiendo así la declinación de la decisión de las
autoridades. Desde entonces Artemio consideraba a Juan
uno de los suyos.
Tres días después del entierro de Marcos, los vecinos de
La Rosa seguían conmovidos no sólo por el dolor familiar,
sino por la preocupación de una epidemia de meningitis,
y la imperiosa búsqueda de los responsables de la tragedia.
Entonces, vecinos de barrios aledaños a Villa La Rosa como
El Faro y Rivera cortaron el Camino Perón, el único que
comunicaba directamente a Uriarte con la Capital Federal,
y llamaron a la televisión. La gente presente en el corte,
acusaba a Facundo y a la Comisión del Consejo de Organi-
zación de la Comunidad que presidía, de esta muerte y de
las anteriores. Artemio se mostraba satisfecho por las acusa-
ciones públicas a Facundo. Era tan importante para él, que
fueran muchos los que lo culparan, como que fueran tam-
bién de otros barrios, y que todo el peso de la culpa recayera
272 • Buenos vecinos, malos políticos

sobre Facundo. Éste era su principal enemigo político y, el


hecho de ser identificado como el principal culpable de esa
muerte beneficiaría enormemente a Artemio.
Para Artemio era lógico que la gente le quisiera “echar
la culpa de todo” a Facundo, ya que era el presidente de la
cooperadora de la escuela a la que asistía regularmente el
chico, y también de la unidad sanitaria donde había falle-
cido. Pero, había un hecho que para Artemio redoblaba el
desafío, la culpabilización de Facundo se volvía más signifi-
cativa por la participación de seguidores del Frepaso. Esto
lo empujaría, junto a su banda, a tomar los recaudos necesa-
rios para, de un lado, sostener la politización más temida por
el intendente, y al mismo tiempo, no dar evidencias de su
participación en el desafío lanzado al poder de Facundo.
Así, a pesar de ser su principal competidor, en lugar
de avivar públicamente el enfrentamiento sostenido por los
vecinos hacia Facundo, Artemio se puso “a trabajar para
que no le echaran la culpa de todo”. El propósito de esta
retórica no tenía por objeto evitarle la responsabilidad de
la muerte a Facundo y a las autoridades municipales, al
contrario, de ésta dependía evitar que lo acusaran públi-
camente a Artemio de politizador. Artemio actuaba como si
supiera que la despolitización traería consigo la ausencia de
responsabilidad política.
Entonces, cuando los manifestantes cortaron el
Camino Perón en su intersección con el Puente La Noria,
Artemio llamó por teléfono al intendente. A diferencia de
otras ocasiones, esta vez sí fue atendido. El intendente había
visto el noticiero del canal Crónica TV, y había leído el diario
local. Artemio le dijo que la situación era grave, que lo del
chico lo habían politizado; que “el Frepaso y los radicales
estaban moviendo el asunto”. Le señaló, además, que eran
ya tres los chicos muertos por la misma enfermedad, y que
la culpa de lo sucedido se la habían echado a Facundo.
La politización, revelada por la presencia de militan-
tes de partidos opositores encabezando el enfrentamien-
to hacia Facundo, involucraba al intendente. Éste tenía
Buenos vecinos, malos políticos • 273

motivos fundados para preocuparse por su imagen. Enton-


ces Villegas respondió al llamado, enviándoles mercadería
–todo tipo de alimentos secos–, que Artemio y los suyos
repartieron para calmar el ánimo de los manifestantes. Pero
el intendente hizo algo más.
Dos días después del corte del Camino Perón, el inten-
dente respondió al desafío adaptando un evento ya anuncia-
do a las nuevas circunstancias. La noticia de la inauguración
oficial de un jardín de infantes en Villa La Rosa ya había
corrido por el barrio y el Palacio Municipal, una semana
antes de la muerte de Marcos. El intendente y su gabinete
concurrirían a Villa La Rosa para inaugurarlo, pero tam-
bién para contestar a través de la inauguración el desafío a
Facundo, y con ello a su propia responsabilidad. Aquí estaba
en cuestión el mérito de Facundo a recibir del intenden-
te tamaño reconocimiento, y esto cuestionaba también la
investidura de Villegas, el autor de dicho acto. Como vimos
en el capítulo anterior, Facundo había elevado sus privi-
legios por el reconocimiento de las autoridades municipa-
les, y especialmente del intendente. Su designación como
coordinador del Comudeso después de haber perdido las
elecciones había indignado a Artemio y a los suyos. “Lo
del Jardín” conocido en este escenario como “el Jardín de
Facundo”, era intolerable para Artemio, otro título más que
las autoridades le daban sin que fuera un personaje “que-
rido por el barrio”. A esto debería responder Villegas para
limpiar su involucramiento frente al cargo que pesaba sobre
Facundo.
Al intendente y a los demás funcionarios peronistas,
les preocupaba la politización de la muerte del chico, porque
una fuerza política como el Frepaso podía sacar provecho
del conflicto. Mientras a los vecinos, la politización les per-
mitiría expresar, con la asignación de la culpa a Facundo,
la indignación por su reconocimiento político. Mientras
los primeros tratarían de despolitizar la muerte montando
una sucesión de escenas para localizar las responsabilidades
fuera del Estado, los vecinos y sus líderes insistirían con la
274 • Buenos vecinos, malos políticos

culpabilidad. La politización y despolitización de esta muerte


fue, de este modo, un espacio de conciliación y confronta-
ción de los estándares de asignación de responsabilidades
de las autoridades políticas y sus subordinados.

La despolitización pública I: neutralización de la culpa


y desmoralización de la política

Una semana después de la muerte de Marcos, el intendente


municipal y su esposa, la subsecretaria de Acción Social,
concurrieron a Villa La Rosa para inaugurar el jardín de
infantes “El Principito”, más conocido como “el Jardín de
Facundo”. El poseedor de éste como de otros lugares políti-
cos, es responsable por todo lo que allí sucede. El intenden-
te, contaba con tal factor, y tenía frente a sí la oportunidad
de contestar al desafío que, sin haber sido lanzado contra él,
lo afectaba. Era justamente la identificación del jardín con
Facundo lo que intentó despejar, aunque como veremos no
fue tan exitoso como hubiera pretendido.
Villegas estaba frente a un problema; la inauguración
tenía entre sus propósitos reconocer a través de un acto
oficial el trabajo de Facundo, con quien él mantenía una
relación directa y cotidiana. Pero si él insistía con el recono-
cimiento de Facundo en un contexto en el cual era acusado
de instalar la enfermedad y la muerte en Villa La Rosa,
Villegas se volvía corresponsable. Con el acto de inaugura-
ción, el intendente enfatizaría lo oficial y público del jardín,
sacando de foco a Facundo. Sin embargo, esto no bastó para
librar al jardín del espectro de Facundo. La inauguración
del jardín por el intendente implicaba un reconocimiento
al trabajo de Facundo, lo cual no era compatible con la
culpabilidad que el barrio le asignaba. Como todo culpable
Facundo debía ser castigado y la actitud de Villegas estaba
lejos de hacerlo.
Buenos vecinos, malos políticos • 275

A los funcionarios les había resultado bastante difícil


acceder al lugar de la inauguración. El jardín estaba en una
esquina a tres cuadras del asfalto convertidas en puro barro.
Los autos oficiales debieron estacionarse a dos cuadras y los
funcionarios llegar caminando en el barro. Antes de comen-
zar la inauguración oficial anunciada para media mañana,
se sucedían los comentarios sobre quiénes asistirían, y qué
había pasado con “lo del chico” y “la epidemia de menin-
gitis”. Todos los funcionarios del área de Salud Pública y
Acción Social estaban presentes.
El acto se demoró los minutos que le tomó al inten-
dente tratar de arreglar personalmente un problema que
los vecinos de La Rosa le plantearon. Parado en una esquina
y rodeado de unos veinte vecinos, trató de tranquilizarlos
proponiéndoles una reunión. El público del acto observa-
ba el incidente mientras esperaba ansiosamente. Algunos
se preguntaban si el planteo no estaría relacionado con “el
problema del chico muerto”.
Una hora después de lo previsto el locutor oficial inició
la ceremonia. Agolpados en la esquina del jardín, el inten-
dente, acompañado por funcionarios y concejales, cortó la
cinta celeste y blanca que cerraba la entrada al estableci-
miento. Entonces caminaron por un largo pasillo interior
hasta subir al tablón que servía de palco. Las sillas ubicadas
al frente estaban destinadas a los chicos, quienes paciente-
mente se mantuvieron sentados durante toda la ceremonia.
Los adultos –padres, vecinos y la prensa– nos ubicamos
detrás de las sillas. Todos cantamos el Himno Nacional.
Luego hablaron el intendente, su mujer y secretaria de
Acción Social, y un concejal.
Sobre el palco estaban las autoridades municipales:
concejales, secretarios y directores; pero ningún dirigente
barrial del Consejo de Organización de la Comunidad. A
Facundo se lo podía ver abajo a la derecha del palco, mez-
clado entre los presentes. El intendente destacó el esfuerzo
de la comunidad y la necesidad de que los chicos estuvie-
ran protegidos en un jardín, mientras los padres salían a
276 • Buenos vecinos, malos políticos

trabajar. Villegas subrayó la participación municipal en la


refacción del edificio, y agradeció a todos los trabajado-
res municipales involucrados, su esfuerzo y dedicación. En
un momento Villegas le pidió a una de las autoridades de
la Dirección de Minoridad que por favor le recordara el
número que llevaría el jardín, incorporado desde este acto a
la nomenclatura oficial.
Villegas intentaría borrar del espacio oficial el trabajo
de Facundo en la construcción del jardín, al no dejarlo subir
al palco ni tampoco nombrarlo, y al iluminar tan sólo la
voluntad oficial de cuidar a los niños invertida en ese lugar.
Pero este comportamiento de Villegas fue sutilmente que-
brado cuando Dora, su esposa, agradeció el “esfuerzo de
la comunidad”, y la participación de “la Unidad Básica 23
de Marzo”. Quizás hubiera sido peor corregirla, pues esto
seguramente hubiera provocado una mayor atención en el
error. Es que “23 de Marzo” no era el nombre de una unidad
básica sino de la institución vecinal de Facundo. La presunta
confusión denunciaba la dificultad del oficialismo uriarten-
se para mantener oculto a Facundo durante la inauguración
de “su Jardín”. Pero además Dora pondría en evidencia las
dificultades de separar el reconocimiento político perso-
nal fundado en la intimidad, del reconocimiento oficial e
institucional; o el trabajo político del trabajo social e institu-
cional. Un proceso, como vimos en los capítulos previos,
ligado a esta orientación de división del trabajo político, por
momentos equívoco.
Cuando las autoridades municipales alentaron la diso-
lución de las unidades básicas peronistas desde el gobierno
municipal, y promovieron la creación de “instituciones
intermedias” dedicadas al bien común y no al interés polí-
tico –más próximo al privado-, privilegiaron el trabajo ins-
titucional y social al político. A través del valor asignado a
lo social como práctica altruista, por oposición a la política
como medio para el beneficio personal, participaron del
desprestigio e inmoralización de la actividad política. Al
mismo tiempo, quienes eran evaluados como suscribiendo
Buenos vecinos, malos políticos • 277

a comportamientos de este tipo veían cercenado su creci-


miento político. Pero tampoco tenían abierto el camino del
crecimiento político quienes se abocaban al trabajo social, ya
que éste era altruista al no aspirar, por definición, a ese
crecimiento.
Para las autoridades municipales, la oficialización del
jardín implicaba suspender el reconocimiento de Facundo,
por eso elogiaban el trabajo de la comunidad, a través de
sus instituciones barriales, y de los empleados municipales.
Dicho de otro modo, para despolitizar la muerte de Marcos,
los funcionarios enfatizaron públicamente el sentido colec-
tivo y oficial del jardín. De este modo, también mostraban el
compromiso oficial con los niños, tomando distancia de las
acusaciones de responsabilidad por la epidemia de menin-
gitis. Esto no significaba asumir la responsabilidad por la
muerte, al contrario, ese compromiso vago con la infancia
tomaría la forma de una excusa6. Las autoridades actuaron
entendiendo que la culpa no los afectaría, si evitaban reco-
nocer el mérito de Facundo, el acusado.
Sin embargo, ocultar la persona de Facundo no era,
para Artemio y su banda, suficiente para desconocerlo polí-
ticamente. El escenario creado por las autoridades sería
percibido como un acto de complicidad. Por ello, aun
habiendo sido invitados oficialmente como “autoridades del
Consejo de Organización del barrio”, Artemio y los suyos
se rehusaron a asistir al acto. Para ellos era demasiado evi-
dente que la inauguración sería una forma más de refor-
zar el reconocimiento de Facundo. Tratarían entonces de
boicotear el contexto oficialmente creado para hacer efec-
tiva la despolitización, un acto oficial con el consenso de las
autoridades políticas. Desde el punto de vista de Artemio si

6 Retomo aquí la diferencia esclarecida por Michael Herzfeld entre justifica-


ción y excusa, pues mientras en el primer caso se acepta la responsabilidad y
se rechaza la maldad del acto, en el segundo se admite que la acción es obje-
table pero se rechaza la responsabilidad (1996:73).
278 • Buenos vecinos, malos políticos

Facundo no era sacrificado definitivamente, las autoridades


municipales corrían el riesgo de ser acusadas de complici-
dad o de encubrimiento.

La despolitización pública II: una explicación


inmoralmente racional

Como señalé, a diferencia de las autoridades municipales,


Artemio trataba de hacer público el desafío al poder de
Facundo, ocultando al mismo tiempo el rastro de sus pro-
pias acciones. En su carácter de presidente del Consejo
de Organización de Villa La Rosa, había organizado para
la tarde del mismo día en que se inauguró el jardín, una
“reunión extraordinaria” del Consejo con los vecinos, las
instituciones, los familiares del chico y el director de Epi-
demiología de la Municipalidad, quien les daría respuestas
sobre la posible epidemia.
Cuando por la mañana recorríamos el Comudeso, a
pocos metros del flamante jardín, Daniel, un leal seguidor
de Facundo, me había puesto en aviso de esa reunión.
Daniel estaba muy preocupado por la reunión y me lo mani-
festó así: “Va a estar brava la de hoy, por eso voy a ir. Están
confundiendo todo –en referencia a Artemio y su banda–.
Sólo un chico murió de meningitis, y ellos dicen que hubo
tres casos… Sí hasta llamaron a la televisión”. Enseguida
me pidió las anotaciones que yo había hecho durante la
última reunión del Consejo de Organización, argumentan-
do que él no podía contarle todo lo que se había hablado
a Facundo y que mis anotaciones podrían paliar esta difi-
cultad. Daniel me puso en la obligación de reconocer el
contexto y ponerme de su lado, el lado de la despolitiza-
ción. Pero yo me negué a entregarle las notas de campo,
diciéndole que para él serían ilegibles y que, en todo caso,
podríamos programar un encuentro para que yo les diera
mi opinión de las reuniones. Fue una salida neutral que la
Buenos vecinos, malos políticos • 279

politización no me permitiría sostener por mucho tiempo.


Era moralmente correcto para ellos que yo tomara partido,
y un modo de hacerlo era comprometerme con ellos. Daniel
no insistió con esto, pero sí trató de controlar mi llega-
da y mi salida de las reuniones del Consejo asustándome
primero y ofreciendo su compañía, después. También Arte-
mio, esa misma tarde, se ofrecería llevarme en su camioneta
luego de la reunión, por primera vez promovía mi acer-
camiento a su bando.
Antes de iniciar la reunión en el Comudeso, Artemio
necesitaban saber si había ido mucha gente al acto del jar-
dín. Respiró aliviado cuando le avisaron que “la comunidad
no había estado”. Artemio entendía que, con su ausencia, los
vecinos del barrio habían impugnado también el acto, y con
ello la desmedida conquista de Facundo de sitios del barrio
oficializados por su reconocimiento.
A esta reunión extraordinaria del Consejo, se sumarían
unos cincuenta vecinos que esperaban una respuesta frente
a la tragedia de Marcos. Conmocionados y preocupados,
los ocasionales participantes –el padre, los familiares y un
grupo identificado por Artemio como “del Frepaso”–, se
acomodaron en bancos situados a la izquierda del público
tradicional y frente a la comisión que presidía el Consejo.
“Los de Facundo”, Daniel y el secretario de la Cooperadora
de la Unidad Sanitaria del barrio, permanecieron del otro
lado de aquel grupo, parados a la derecha de la comisión que
presidía el Consejo, diferenciándose del resto del público.
El director municipal de Epidemiología, el doctor
Echeverría, de pie en el centro del espacio de reunión, se
dedicó a ofrecer argumentos para explicar esta tragedia.
Este médico-funcionario comenzó por explicar por qué no
estuvo la ambulancia en la unidad sanitaria cuando Marcos
la necesitaba. En segundo término explicó por qué pese a
los rebrotes de la enfermedad, no había habido campaña de
vacunación contra la meningitis ese año. Finalmente debía
explicar las causas de la enfermedad. La manera en que el
médico-funcionario enfrentó estas tres cuestiones provocó
280 • Buenos vecinos, malos políticos

la ira de los presentes, en especial de los padres, pero tam-


bién el desafío público de Artemio a un modo de hacer de
las autoridades municipales.
Sobre la campaña de vacunación el médico explicó que
la vacuna cubana se había suministrado en forma gratuita a
la población de riesgo, de entre 2 y 6 años hasta que la enfer-
medad bajó su nivel de incidencia. Como ya el año anterior
ésta había disminuido, decidieron no volver a suministrar-
la. Pero aun cuando este año hubieran vacunado nunca le
hubieran aplicado la vacuna al chico que se murió, al tener
13 años no pertenecía a la población de riesgo.
Los presentes le señalaron que, sin embargo, el niño
se había enfermado y había muerto, y que entonces algo
estaba mal. Le pidieron si no podía haber campaña de vacu-
nación nuevamente ese año y si no se podía aumentar la
edad para recibir la vacuna. En tanto, él respondía que no
había motivos para realizar la campaña de vacunación y se
lamentaba que no hubiera habido un médico del lado de
los vecinos, que les pudiera confirmar sus argumentos. Estos
eran que no había en Villa La Rosa una epidemia y, por las
estadísticas provinciales, tampoco un rebrote, se trataba de
casos aislados. No obstante, se comprometió a averiguar si
era posible reforzar allí la campaña de vacunación.
El segundo punto, más conflictivo, era el de la ambu-
lancia. Se decía en el barrio que Marcos había llegado a la
unidad sanitaria con fiebre muy alta y que en la sala de
emergencia lo atendieron un médico y la enfermera, deján-
dolo en observación. A las dos horas, al chico le empezaron
a salir manchas en la piel; entonces llamaron a la ambulan-
cia, que sólo apareció cuando el chico ya había muerto, esto
es 4 horas después. Juan, el padre del chico, estaba indigna-
do porque la ambulancia no había llegado a tiempo. Señala-
ba en la reunión que no podía admitir que hubieran sacado
la ambulancia de la “salita”, cuando antes siempre había
una a disposición permanente de los médicos de la unidad
sanitaria de La Rosa. El médico les respondió que en reali-
dad el municipio había eliminado el sistema de ambulancias
Buenos vecinos, malos políticos • 281

anterior porque no era eficiente: era muy caro y daba pocos


resultados. Al municipio no le convenía en absoluto tener
una ambulancia en cada unidad sanitaria, porque resulta
que ésta podía estar parada todo el día sin que nadie la
necesitara, mientras en otro lugar de la ciudad dos personas
podrían necesitar una ambulancia de emergencia, al mismo
tiempo. Entonces, explicó, es más barato que el municipio
contrate un servicio de emergencias médicas que comuni-
que las ambulancias a una central, antes que hacerse cargo
del mantenimiento de un coche ambulancia para cada una
de las 20 unidades sanitarias del municipio. Para el médico
la “racionalización del servicio de emergencia médica” ope-
raba mucho mejor de este modo; ahora si en este caso no
lo había hecho, él lo averiguaría. Definitivamente, aseguró,
no había que pensar en que era un problema del sistema
sino negligencia de alguna persona en particular. El médico
parecía advertir que sus palabras no tenían aceptación en la
audiencia, que no lograban convencer. Entonces reiteraba
a cada instante lo importante que del “lado de los vecinos
un médico pudiera dar fe de la verdad de sus palabras”. Sus
explicaciones no eran “interesadas” sino “médicas” esto es,
técnicas, pero justamente por la falta de consideración hacia
la preocupación y el dolor de los vecinos, tenían escaso valor
moral. Los vecinos continuaron quejándose del mal funcio-
namiento de la unidad sanitaria del barrio, de la falta de
médicos pediatras que atendieran diariamente y en casos de
emergencia como el de Marcos. El doctor Echeverría dijo
entonces que tomaría nota de los reclamos y averiguaría
por su cuenta qué había sucedido.
Los integrantes de la comisión del Consejo de Organi-
zación, integrada por el bando de Artemio tampoco fueron
convencidos por las palabras de Echeverría. Washington, el
vicepresidente, ignorando lo dicho por el médico, le reite-
ró el pedido de una ambulancia para uso exclusivo de la
unidad sanitaria del barrio, y también la inclusión de la
vacuna contra la meningitis en el calendario de vacuna-
ción. Finalmente, Artemio, como presidente del Consejo de
282 • Buenos vecinos, malos políticos

Organización, le preguntó a los gritos al médico: “¿Cuánto


sale una ambulancia? Cincuenta mil pesos, ¿Y se gastan 4
millones en el Hospital de Rivera?”. Artemio apelaba a la
vieja rivalidad con Rivera, el barrio más antiguo y recono-
cido de la periferia por los funcionarios de Uriarte, en el
que abundaban las obras e inversiones públicas. Entretanto,
los de Facundo, miembros de la cooperadora de la unidad
sanitaria, permanecían en silencio.
Al final de la exposición del médico, una señora que
estaba al lado mío, me dijo, “Pero al final no explicó cómo
se contagia”. La alenté a que le preguntara antes que Eche-
verría se fuera. Cuando la mujer finalmente preguntó, el
médico respondió explicando en qué consistía la enferme-
dad y como si el público estuviese integrado por niños les
dijo: “… la meningitis era una infección en la membrana
meníngea. Ahora, para que ustedes sepan de qué les hablo,
piensen en los ravioles de seso. ¿Vieron que el seso tiene una
telita que lo recubre? Bueno eso es la membrana meníngea”.
La respuesta sobre el contagio, nunca llegó. Un señor señaló
que el arroyo que atraviesa el barrio estaba contaminado
y que eso había producido la epidemia; el médico lo negó.
La “falta de respuesta” en ese sentido desató otra polémi-
ca que el médico no pudo contener. Para los vecinos el
problema era el basural y el arroyo próximos a la escuela
que contaminaban y esparcían la enfermedad. Por última
vez, Echeverría reiteró su ferviente deseo que hubiera un
médico del lado de los vecinos para que pudiera entender
sus razones, y concluyó “la meningitis no tiene nada que ver
con la basura y la contaminación”.
Entonces ¿cómo explicar esa muerte? El médico dijo
que habría que ver cómo estaría “el chico” el día anterior, si
por ahí ya tenía unas líneas de fiebre y había sido desatendi-
do. Este razonamiento no fue tolerado por los familiares y
el resto de los presentes, pues desplazaba la responsabilidad,
de las autoridades municipales a la familia de Marcos. Final-
mente señaló que él entendía la situación de los padres pero
que como médico le resultaba difícil pensar que el chico no
Buenos vecinos, malos políticos • 283

hubiera manifestado ningún síntoma por la mañana. Esto


desató la ira de los padres que, enfervorizados y humillados,
rechazaron la insinuación de pie y a los gritos.
Luego del esfuerzo colectivo para que la responsa-
bilidad fuera definitivamente pública y estatal, los razo-
namientos del médico sólo produjeron indignación. Ellos
privatizaban las causas de la enfermedad y la muerte, al
llevarlas al terreno de la responsabilidad familiar. Cada uno
de sus razonamientos lo alejaban aún más de las evaluacio-
nes morales acerca del lugar de la responsabilidad políti-
ca, como responsabilidad pública. El médico oscilaba entre
argumentos fundados en el valor de la “eficiencia” como
orientación de la acción estatal, al valor de la “probabilidad”.
Eficiencia de un lado y probabilidad del otro eran los prin-
cipales argumentos de este médico, fortalecidos al abrigo
de la corriente neoliberal de pensamiento en la Argentina
de los noventa que, a los ojos de los vecinos y familiares,
convertía la responsabilidad pública en responsabilidad de
nadie y, en el peor de los casos, en responsabilidad pri-
vada o familiar.
En su esfuerzo por librar al Estado de ella, indirecta-
mente intentaba despolitizar los acontecimientos, y disolver
la competencia provocada por el desafío. Es que si librar al
Estado de esta responsabilidad era un modo de despolitizar,
contrariamente su responsabilización requería de la politi-
zación. Pese a todo, los intentos fueron infructuosos. Las
expresiones de indignación de los vecinos, acompañadas por
Artemio y los suyos, indicaban que las valoraciones de la
eficiencia y la probabilidad –afianzadas por el menemismo–
no eran admisibles. La privatización del problema era elu-
dida por la politización, la que contrariamente entregaba la
causa de la enfermedad y la muerte de los desplazados, al
terreno de lo público. La tendencia contraria, la que intro-
duciría la despolitización, es la que se aproxima a la que nos
describe Nancy Scheper-Hughes (1992) sobre Brasil, donde
284 • Buenos vecinos, malos políticos

el discurso etnomédico sí logró privatizar el hambre, con-


virtiendo el delirio de fome en un ataque nervioso, tratándolo
con pastillas y tranquilizantes7.
La comparación muestra que la politización introduce
en Uriarte una tendencia diferente, al inducir la responsa-
bilidad pública, o al menos resistir el desentendimiento y
la indiferencia; mientras la despolitización genera el proceso
inverso. Este último es además compatible con la retóri-
ca neoliberal impuesta en la Argentina por el menemismo,
como vimos en el capítulo I, donde la política es un costo
que el Estado no debe afrontar pues es el mercado quien
mejor administra beneficios. Desde el punto de vista de los
vecinos desplazados esta segunda tendencia desmoraliza a
los políticos, y produce indignación. La politización fue una
de las armas para reconfigurar la corriente neoliberal en
la Argentina.

La despolitización privada: de la responsabilidad


estatal a la responsabilidad personal

Los intentos por despolitizar la muerte de Marcos con


explicaciones que libraban a las autoridades municipales
de responsabilidad, eran complementarios a otro tipo de
respuesta a los politizadores. Éstas requerían de un contexto
más oculto, en el que podrían expresarse los enfrentamien-
tos personales. Así, las autoridades municipales y Facun-
do seguían el impulso de atacar a Artemio y los suyos,
menos contestando personal y públicamente las acusacio-
nes, que atacando veladamente la persona de los presun-
tos politizadores. La principal preocupación de los primeros

7 Sobre el análisis en particular de esta transformación gradual véase espe-


cialmente el capítulo V de Death Without Weeping de Scheper-Hughes
(1992:167-215).
Buenos vecinos, malos políticos • 285

era, claramente, atacar la responsabilidad de Artemio en


la politización, pues para Facundo no era el Frepaso, sino
aquél el politizador.
Artemio y los suyos se sentían triunfantes luego de la
reunión con el médico. Habían conseguido que los vecinos
se enfrentaran al enviado del intendente y, por lo tanto,
defensor de Facundo, quien había ganado posesión de los
lugares del barrio en su propio beneficio. Washington, de la
banda de Facundo, comentaba:

“Estuvo bien la gente, ¿no? –preguntó, dirigiéndose a sus


compañeros –. Pudimos tranquilizarlos… Estaban enojados
con Facundo, la gente no lo quiere porque es el presidente
de la unidad sanitaria, de la Cooperadora de la Escuela 83,
del Comudeso y encima ahora del jardín ése que inaugura-
ron… Y ¿qué hace?”.

Pero una nota firmada por la señora Dora mostraría,


minutos después, que otros eran los designios y proce-
dimientos de las autoridades municipales y de Facundo.
Cuando ya se habían retirado los ocasionales participantes
de la reunión, Norma, secretaria del Consejo de Organi-
zación de La Rosa le comunicó a Artemio que la señora
Dora “prohibía el uso del Comudeso para las reuniones
extraordinarias, si no presentaban previamente una nota
de solicitud a su coordinador”. Facundo había pasado a ser
coordinador del Comudeso luego que perdiera la elección
del Consejo, pero “el Consejo seguía reuniéndose” allí. La
nota era un claro ataque personal a Artemio, pues no pre-
tendía contestar las acusaciones de responsabilidad por la
muerte de Marcos, sino dar respuesta a lo que era visto
como un desafío personal. Sin embargo, el ataque fue velado
a través del uso de medios públicos: el espacio municipal del
Comudeso, la autoridad de Dora como funcionaria pública,
y el procedimiento de notificaciones burocráticas.
286 • Buenos vecinos, malos políticos

En efecto, hacían uso de medios públicos para san-


cionarlo por una supuesta rivalidad política. Esto produjo
un efecto de indignación e incomprensión en los atacados.
Artemio reaccionó furiosamente y, a los gritos, exclamó:

“Pero ¿están todos locos? ¿Cómo vamos a tener que hacer


una nota para pedir el galpón? ¿Somos el Consejo o no somos
el Consejo? Si el Comudeso es municipal, y el Consejo ¿no
es de la municipalidad? Si nos hacen esto nos vamos a otro
lado y listo… ¿Están de acuerdo las instituciones que bus-
quemos un lugar? Sí –se escuchó –. Pero hay que tener en
cuenta que el lugar no sea la sede de ninguna institución
–enfatizó uno de ellos”.

Se sentían portavoces, personas actuando en nombre


de grupos de vecinos, que además, eran parte integrante
de una organización pública municipal. Pero en vez de ser
tratados como tales, eran tratados como personas incapaces
de gozar de una posición oficialmente autorizada. La salida
que encontraron a la nota de Dora tenía sí una conexión
intrínseca con esa agresión, pues se pusieron de acuerdo
finalmente sobre cómo producir un espacio público. De
ahí la idea de realizar las reuniones del Consejo en un
sitio en que ninguna persona, ni tampoco su institución se
destacara por sobre las demás, rotativamente el lugar les
pertenecería a todos.
Las autoridades ponían límites claros a la posibilidad
de que estas personas pudieran ser reconocidas y acceder a
posiciones oficializadas. Pues cada vez se tornaba más evi-
dente que para ello era necesario estar ligado por vínculos
íntimos y personales a los integrantes del gobierno muni-
cipal, que finalmente definían el reconocimiento político a
partir de simpatías personales. Las autoridades municipa-
les expresaban con mucha claridad que su apoyo a Facun-
do estaba fundado en una valoración personal e íntima
más que en el reconocimiento institucional o social. Esta
Buenos vecinos, malos políticos • 287

relación entre intimidad y reconocimiento sería cada vez


más evidente para Artemio y los suyos. Su impotencia e
indignación crecía al ritmo de esta revelación.
Los estándares morales mediante los cuales evaluaban
la actuación de Artemio diferían de los que Artemio usaba
para conducirse a sí mismo y esperaba aplicaran para eva-
luarlo. Mientras él procuraba mostrar su lugar como por-
tavoz y lo hacía públicamente, actuando en función de la
responsabilidad política frente a un barrio desplazado, era
sancionado de dos modos: impidiéndole el acceso a un lugar
público, y quitándole prerrogativas legalmente adquiridas.
Artemio sentía que lo que era bueno, deseable y correcto
para el barrio permanecía al margen de toda considera-
ción por parte de las autoridades municipales; lo único que
parecía importarle al círculo oficial era cerrar filas entre
los íntimos.
Facundo confirmaría esa evaluación de Artemio, en
un encuentro que tuvimos bastante lejos del barrio. Estaba
tomando un café junto a su soporte político, Margenco, el
ex secretario de Obras Públicas de la Municipalidad, quien
había tenido que renunciar al cargo por presiones de los
concejales (ver capítulo VII). Me invitaron a sentarme, y allí
Facundo expresaría la semejanza de su evaluación de los
acontecimientos con la de las autoridades municipales. Para
él la politización de la muerte del chico nada tenía que ver
con fuerzas políticas nacionales, como el Frepaso. Era, más
bien, un problema personal de Artemio con él, que se había
originado en una envidia personal hacia su propia persona.

“¿Quién es del Frepaso? –me preguntó Facundo. Ellos dicen


que un tipo de muletas y una mujer gorda –le contesté. Ese
tipo es de ellos –me dijo-, y no porque sea discapacitado –con
sorna-, pero recibe bolsas de mercadería, se le da de todo…
Y la gorda es del Consejo. Ya la vas a ver, Marta… ¿Sabés
quien armó todo eso? La renguita Norma. Y lo hicieron para
boicotearme la inauguración del Jardín. Yo no sé… fue por-
que lo hice yo. Mauro –Villegas– se quería morir porque lo
llamaron diciéndole que había una epidemia de meningitis en
288 • Buenos vecinos, malos políticos

Villa La Rosa y le sacaron un montón de mercadería… Están


calientes porque no pueden usar el teléfono del Comudeso.
Yo tengo la llave, me la dio Dora. Ellos están autorizados a
reunirse los miércoles y si se reúnen otro día me lo tienen que
pedir a mí por nota. Pero no la quieren entender… Yo soy el
coordinador del Comudeso…”

Facundo daba así suficiente muestra de sus estrechos


vínculos personales con Mauro, Dora y también con Mar-
genco el ex secretario de Obras Públicas presente en la con-
versación. La satirización y menosprecio de sus enemigos
sostenía el sentido personal e íntimo de la politización. Su
respuesta al desafío sentaba un límite que lo diferenciaba
radicalmente de los vecinos del barrio que, por su naturaleza
casi humana, eran incapaces de disputarle su lugar. Ellos,
podía verse, seguían siendo inferiores y desplazados, caren-
tes de derecho al respeto y al reconocimiento, en cambio él,
ya no lo era. Pese a ello, esta evaluación moral mediante la
cual Artemio y los suyos se volvían moralmente inferiores
no podía ser públicamente sostenida sin cierta dificultad. El
peronismo había sido esa fuerza política que había “dignifi-
cado al pueblo –desplazado-”.
En consonancia con las autoridades municipales,
Facundo traducía el conflicto a un enfrentamiento personal.
El uso de un espacio supuestamente público como el Comu-
deso para sancionar a las autoridades del Consejo podía ser
válido y hasta efectivo, en este contexto, siempre y cuan-
do fuera oculto. Quiero decir, “la política” podía asociarse
a la apropiación personal de espacios públicos más que a
la “coordinación” de actividades públicas en él, pero difí-
cilmente podría imponerse esta evaluación públicamente.
Efectivamente hasta entonces, el desafío permanecía públi-
camente incontestable.
Buenos vecinos, malos políticos • 289

La limpieza de la escuela y la responsabilidad pública

Los acontecimientos indicaban que la politización del con-


flicto persistiría mientras las autoridades evitaran asumir la
responsabilidad por la muerte de Marcos. Si las posiciones
se volvieron irreconciliables no era porque difiriesen los
estándares de evaluación moral esgrimidos, ni por la impor-
tancia esencial de aquella muerte, sino porque estaba en
juego el derecho de Facundo al título que Villegas le había
adjudicado. Por ello, mientras las autoridades municipales y
Facundo se negaban a cargar con la responsabilidad pública
por la muerte de aquel niño, la indignación de Artemio, los
familiares de Marcos y otros vecinos, iba en aumento.
Una semana después de la reunión con el médico
los vecinos volvieron a cortar una avenida del barrio con
neumáticos incendiados. Victoria, una militante peronista
vecina del barrio El Faro, empleada por la Secretaría de
Promoción para actuar como coordinadora del Consejo de
Villa La Rosa, me señalaba que “a raíz de la muerte del
chico los vecinos reclamaron asfalto, desagües, semáforos
y llamaron a Crónica TV…”. Después de ver la televisión
Fernando Olmos, su secretario, la llamó por teléfono y la
citó en forma urgente a una reunión.
Al principio las autoridades municipales no sabían qué
hacer. Concejales, secretarios y Victoria se reunieron en el
Concejo Deliberante y luego en la Secretaría de Promoción
para definir las medidas a tomar. Finalmente, en una de
estas reuniones a puertas cerradas decidieron convocar a
todo el barrio a una reunión en el Palacio Municipal. A
Victoria le tocaría además la misión de aconsejar a “los
muchachos”, en especial a Artemio y los suyos, con quien
ella mantenía una estrecha relación. Es que la situación era
delicada y, “estando el Frepaso metido en el medio”, se les
podía ir de las manos, señalaba Victoria.
Las autoridades municipales convocaron entonces a
una reunión abierta en el Palacio Municipal para presen-
tar un “Plan Piloto de Saneamiento Escolar”. Todas las
290 • Buenos vecinos, malos políticos

instituciones del barrio fueron invitadas: las vecinales, las


cooperadoras y las autoridades escolares. Por primera vez
en varios meses se los podía ver a Facundo y a Artemio
compartiendo un mismo espacio colocados a la misma altu-
ra, como parte del público asistente. En el salón de los
intendentes, ubicado en el segundo piso del Palacio Muni-
cipal, el secretario de Promoción y Analía Tranco, la pre-
sidente del Concejo Deliberante, anunciaron, frente a unas
setenta personas, las cámaras de la televisión y cronistas
del periódico local, que el municipio iba a empezar con su
Programa de Saneamiento de los Edificios Escolares en el barrio
de Villa La Rosa. Era muy significativo que Villa La Rosa
fuese el barrio elegido para iniciar un programa que luego
se extendería por todos los barrios de Cuartel IXº; también
lo era el énfasis puesto en la presencia de los medios de
comunicación. La publicidad de los hechos demandaba una
resolución también pública que alcanzara la mirada de los
dirigentes con autoridad sobre los dirigentes uriartenses,
como el mismo gobernador Duhalde, y probara que la poli-
tización había sido controlada. Al fin y al cabo, como ya
señalamos, el control de los conflictos se había tornado la
principal causa política durante los noventa en Uriarte.
El clima general de esta reunión había sido de acuerdo
y consentimiento entre las partes. Las autoridades pondrían
énfasis en que los “representantes de la comunidad” seña-
laran cuáles eran las “prioridades del barrio” en relación
con la “limpieza de zanjas y tanques”, la “desratización y
desinfección de arroyos y baldíos”, y la “forestación de las
escuelas y sus alrededores”. De este modo, enfatizaban el
carácter público y oficial de los espacios, en oposición al
sentido político y personal que éstos habían tomado duran-
te la politización. Era una forma elíptica de asumir la res-
ponsabilidad pública de la muerte, explicada por los veci-
nos de Villa La Rosa por la contaminación del arroyo que
atravesaba el barrio.
Buenos vecinos, malos políticos • 291

Como señalaba insistentemente el secretario de Pro-


moción, nadie podía poner en duda que “La escuela es un
elemento de dignificación primaria…”. Limpiar las escue-
las era un modo de recuperar estos lugares potencialmen-
te más puros, y descontaminarlos de la influencia políti-
ca, volviéndolos lugares hechos para todos. El Consejo del
barrio fue el otro recurso utilizado para alcanzar cierto
entendimiento común: “Yo sé que en ese barrio hay muchas
necesidades… Para que no se produzcan luchas y que una
institución se quede con el trabajo, gracias a la formación
del Consejo aunamos criterios –enfatizó Fernando Olmos,
el secretario”.
La reunión no fue sólo una puesta en escena, limitó
efectivamente el avance del conflicto poniendo fin al
desafío y reordenando la división del trabajo político entre
autoridades y dirigentes barriales. De este modo, ninguno
de éstos se destacó sobre los otros por fuera de los títu-
los oficialmente reconocidos. La respuesta final al desafío
inscripto en la politización alcanzó su eficacia no tanto ins-
talando la horizontalidad entre los actores intervinientes,
sino reordenando su jerarquía de acuerdo con los títulos
públicamente disponibles. Ahora no serían los vínculos per-
sonales e íntimos entre “autoridades” y “líderes barriales”,
sino su respectivo valor en tanto mediadores de la comu-
nidad de referencia.
Si bien aquí también se produjo una suspensión de las
relaciones individuales a favor de lazos categoriales y colec-
tivos, como Palmeira y Heredia (1995:85) han encontrado
en Brasil8, lo más significativo de esta suspensión fue el des-
plazamiento del valor de la intimidad inscripto en ellas. Por
lo tanto, las semejanzas son sólo parciales. La mencionada

8 Cabe aclarar que la orientación teórica de estos autores refiere al análisis


ritual inscripto en el procesualismo de Victor Turner (1974; 1980). De
acuerdo con esta perspectiva la sociedad es por definición la contradicción
entre principios que acumulan conflictos capaces de resolverse a través del
énfasis, en los períodos rituales, de las relaciones categoriales, las que
refuerzan la semejanza entre los miembros.
292 • Buenos vecinos, malos políticos

reunión en lugar de acentuar, como en Brasil, una división


del trabajo político exclusiva de las autoridades públicas
que compiten durante el tiempo electoral o de “la política”,
se volvió una señal de apertura al crecimiento político –en
especial para Artemio– al margen de la intimidad.
Justamente por eso lo más significativo del proceso fue
que en el mismo acto en el que asumían la responsabilidad
pública las autoridades debieron degradar en rango a su
responsable, sentándolo entre el público sin ningún título
oficial, y frente a Artemio, identificado como presidente
del Consejo barrial. Esto pone en evidencia, nuevamente,
el modo en que las reglas prácticas que organizan la suce-
sión política definían en este sitio, también el sentido que
para las autoridades cobra la comunidad de referencia, y
viceversa.
Poco tiempo después, Facundo abandonaría el barrio,
mientras Artemio intentaría postularse como concejal por
La Rosa, ya no de la mano de Villegas sino de Shecks-
ter su delfín para las elecciones de 1999. Era sabido que
“Villegas no quería a Artemio”, reprobaba su tendencia a
armar conflictos, a demostrar con ello su pertenencia a los
desplazados, en fin, su arista villera9. La politización había
conseguido responsabilizar a las autoridades comenzando
por Facundo, rompiendo el círculo de la restricción a alcan-
zar mayor reconocimiento que pesaba desde hacía tiempo
sobre Artemio. La imposibilidad de sostener vínculos ínti-
mos con Villegas era un límite a su reconocimiento, límite
que Artemio no aceptaba y demostraba involucrar, el des-
conocimiento a los desplazados.

9 Como señala Norbert Elias los desplazados tienden a expresar la pérdida del
auto control como reacción a la estigmatización permanente que sufren por
parte de los establecidos. Pero como bien aclara Elias, no se trata de que
poseen una moralidad diferente, objetivamente acuerdan en las ideas del
bien y del mal, el punto es que estas coincidencias se desconocen (1998b).
Buenos vecinos, malos políticos • 293

No está de más decir que luego de la limpieza efectuada


en La Rosa, el Programa de Saneamiento no continuaría,
pues más que un plan piloto para todos los barrios perifé-
ricos de Uriarte estaba claro era una forma de expresar la
responsabilidad pública frente a los acontecimientos.

La politización como instrumento de responsabilidad


pública

Procuré mostrar en este capítulo cómo la responsabilidad


pública se entrelaza con la politización, de tal manera que
los intentos despolitizadores evitan automáticamente que las
autoridades carguen con cualquier responsabilidad, o bien
se las transfieren a “la comunidad de vecinos”. Aunque la
politización contenga un sentido peyorativo, posiblemen-
te por el desafío al desempeño de los funcionarios y a
las formas de reconocimiento, también demostró significar
responsabilización pública. Es cierto que la politización con-
lleva una competencia en pos del crecimiento político, pero
también es cierto que con ella la asignación de responsabi-
lidades define la comunidad de referencia por la cual y, para
la cual, las autoridades gobiernan.
Entonces, la responsabilidad pública por la muerte de
Marcos dependió de la politización. Al mismo tiempo que
los desplazados como Artemio demandan el derecho a ser
reconocidos, es decir a ser incluidos en la carrera política
en tanto tales, reclaman la responsabilidad de los funciona-
rios públicos sobre ellos, politizando la muerte. Todo pare-
cía indicar que al quedar fuera del crecimiento político los
desplazados quedaban también alejados de la responsabili-
dad pública, como indica la tendencia a la despolitización del
conflicto. La competencia política en este caso reivindicaba
la comunidad de referencia para quiénes se gobernaba, y
debilitaba la fuerza de la intimidad en la conformación y
sustentación de liderazgos.
294 • Buenos vecinos, malos políticos

El proceso analizado involucró no sólo un desafío al


reconocimiento de Facundo, sino una disputa en torno del
sentido moral de la división del trabajo político instalada
entre los políticos y los vecinos. Con este desafío los des-
plazados del liderazgo pugnaban por la constitución de sí
mismos como gobernados con derecho a erigirse progresi-
vamente en gobernantes. También definía un sentido de la
representación política, semejante al exigido por los pará-
metros de la democracia moderna. Precisamente, Artemio,
y sus seguidores, se valieron de aquellos títulos como el de
autoridades del Consejo de Organización del barrio, o de
las instituciones vecinales, que les permitirían desplazar de
la esfera pública la fuerza de la intimidad como causa del
vínculo político e inclusión en la sucesión.
La aceptación moral de las interpretaciones y acciones
de los desplazados radicaron en los siguientes factores. En
primer lugar Artemio y los suyos hicieron de esa muerte “un
problema público”, esto es ni personal, ni familiar. Consi-
guieron reubicar la definición del problema en un contexto
igualmente colectivo y no personal. Es decir no era Artemio
el que lanzaba la acusación sino la gente, la comunidad, el
barrio. En segundo lugar, se ampararon en los títulos confe-
ridos por la comunidad y avalados por el estado municipal
de autoridades del Consejo de Organización de la Comu-
nidad. Por último hicieron un uso de los espacios públicos:
la calle, el Comudeso y el jardín, con el cual reforzarían
la oposición entre usos íntimos y usos públicos del espa-
cio. En suma, por todos los medios intentaron dejar de ser
desplazados de la política para convertirse en gobernados,
reinvindicando la responsabilidad pública de las autorida-
des sobre los vecinos desplazados.
La politización opera por fuera de los actos electora-
les y complementariamente a éstos, reordenando la jerar-
quía política en esta escala. La alteración de la jerarquía
resultó de la confrontación de sentidos alternativos de la
responsabilidad, que albergaban sentidos de la moralidad
política también alternativos, pero compartidos. De ellos, el
Buenos vecinos, malos políticos • 295

sustentado por Facundo terminó empujándolo a abandonar


el barrio. La intimidad del vínculo político que lo sostenía,
desplazaba aún más a los vecinos, desdibujando la posibili-
dad de imaginar una comunidad desplazada de referencia,
al apartar a sus miembros de toda posibilidad de acceso al
crecimiento político.
Como veremos en el capítulo siguiente esta tendencia
en el ordenamiento de la profesionalización de los políticos
no es constante. La judicialización de la política que exami-
naremos a continuación, expresa una dirección distinta a la
que sugiere la politización, en relación con la responsabili-
dad de los funcionarios. Un escándalo político, pondrá en
evidencia las consecuencias de sustituir en el campo polí-
tico uriartense un sentido de la responsabilidad colectivo
por uno individual. La judicialización se instalará en Uriarte
como evidencia de la incierta imaginación de una comu-
nidad de referencia.
7

Escándalo en el
Honorable Concejo Deliberante

Corrupción, judicialización de la política y


responsabilidad

El 13 de diciembre de 1996 la justicia allanó el Concejo


Deliberante de Uriarte. Por primera vez desde el restable-
cimiento de la democracia en 1983 la justicia arremetía
contra los gobernantes uriartenses. El escándalo, como acos-
tumbra llamar la prensa a esta clase de hechos, conmocionó
a los políticos. En los pasillos del Palacio Municipal se podía
sentir el desconcierto. Los comentarios eran de los más
diversos pues nadie sabía sobre quiénes pesaba la denuncia.
Algunos temían la caída de sus líderes, otros esperaban ver
caer a sus enemigos. Mientras tanto, se hacía difícil esca-
par a la idea que todos los concejales en funciones eran
ladrones. Una investigación del Tribunal de Cuentas del
Gobierno Provincial, encargado de fiscalizar las arcas de
todos los municipios de la provincia de Buenos Aires, había
encontrado irregularidades en la ejecución presupuestaria
del año 1993 y 1994. El tribunal había detectado un gasto
injustificado de 1.600.000 pesos en la reparación y mante-
nimiento de diez automóviles oficiales, y de 1.300.000 pesos
en fotocopias. Luego del allanamiento y la detención de una
funcionaria y dos proveedores, la jueza libró una orden de
captura para otras nueve personas, entre ellas el entonces

297
298 • Buenos vecinos, malos políticos

presidente del Concejo Deliberante Leonardo Subiría, el


secretario del Concejo, otros dos concejales –todos ellos
peronistas–, y el dueño de la empresa de fotocopias.
La prensa local, oficialista y opositora, se volvió el
terreno en que la retórica judicial y la de los políticos se fun-
dirían. Al día siguiente del allanamiento, el diario local El
Pregón1, y los nacionales Clarín, La Nación y Página 12 inclu-
yeron la noticia en sus respectivas ediciones. Sin embar-
go, las explicaciones y comentarios de los acontecimientos
tomaron un cariz inusual, pues los antagonismos del campo
político no ocuparían ya un lugar central. No eran las riva-
lidades o “internas” entre políticos las que se usarían para
explicar el escándalo2. Como señalaba la esposa de uno de
los concejales implicados: “Mirá, está bien que el Conce-
jo Deliberante es un lugar muy corrupto, ya se sabe, pero
al parecer fue una interna del poder judicial… La jueza y
otros jueces necesitaban un ascenso, por eso avanzaron con
esto”. Para Hortensia el problema no era el robo, pues en el
Concejo Deliberante siempre lo hubo, lo enigmático era en
realidad el “avance de la justicia”.
En ese sentido la cuestión central de este capítulo es
cómo el escándalo resulta de la intervención de la justicia
sobre la política, y cómo la feminización del Concejo Deli-
berante y la pérdida de orgullo de los concejales, fueron sus
consecuencias. Así, propongo entender el “avance de la jus-
ticia” en términos de la emergencia de un estándar judicial

1 El diario El Pregón fue fundado a fines del siglo XIX y permanece desde
entonces sin interrupciones como el principal diario de la zona sur del Gran
Buenos Aires. La sede se encuentra en Uriarte. Algunos rumores señalaban a
comienzos de los noventa que había sido comprado por Duhalde. Durante la
última década, de hecho, fue considerado el matutino de perfil oficialista,
respecto tanto de la gobernación provincial como de la intendencia local.
2 A fines de 1996 la política nacional entraba en un proceso semejante. El ex
ministro de Economía Domingo Cavallo, autor del Plan de Convertibilidad
Monetaria (véase capítulo II) poco tiempo después de renunciar al cargo que
le había asignado el presidente Menem efectuó varias denuncias por
corrupción contra el presidente y algunos de sus principales colaboradores.
Al igual que en Uriarte, la rivalidad política se dirimía judicialmente, eran
posiciones legales más que políticas las que adquirían relieve.
Buenos vecinos, malos políticos • 299

de evaluación moral del comportamiento que, al dirimir la


sucesión o crecimiento político en un nuevo sentido, opera
como tendencia a la “desmoralización de la política”.

Estándares morales, moral universal y política

La tensión entre diferentes concepciones del deber permitía


a Max Weber entender la especificidad de la relación entre
moral y política (1998) tanto en su sentido histórico como
analítico. Si los valores éticos están sujetos a concepciones
absolutas del deber, los valores políticos lo están a concep-
ciones históricas del deber, es decir en relación con una
comunidad histórica y particularmente definida. Pero esta
distinción de Weber no debe ser pensada en términos his-
tóricos sino como una distinción analítica susceptible de
convertirse en un fenómeno histórico. Lejos de presuponer
entonces una tendencia de la esfera política a racionalizarse
y aislarse de la esfera moral –visión común en los estudios
sobre accountability en América Latina (Peruzzotti y Smulo-
vitz 2002; O’Donnell 2002; Charosky 2002) que focalizan
la atención en los distintos mecanismos de control de la
política–, o la consolidación de la autonomía moral de la
esfera política (Texeira 1998:36), es conveniente atender a
los puntos de intersección, superposición y tensión entre
ambas esferas. De tal manera que así como desde una moral
absoluta del individuo un comportamiento puede ser juz-
gado como inmoral, desde la moral propiamente política
puede no serlo. Pero también puede suceder el fenómeno
contrario, que los valores éticos se adapten social e histó-
ricamente a los valores políticos, conformando una moral
política menos diferenciada de la moral individual, donde
los deberes morales de los individuos estarían así, más o
menos ajustados a los valores políticos.
300 • Buenos vecinos, malos políticos

Precisamente, el escándalo instaló progresivamente en


Uriarte la evaluación pública de las obligaciones de los fun-
cionarios políticos según una moral desgajada de las obli-
gaciones de éstos para con alguna colectividad histórica-
mente determinada. La justicia era la encargada de verificar
el delito y ordenar la detención de los culpables; pero la
esfera de la justicia es, en este punto, ajena a la política3, y le
introduce parámetros de evaluación de la conducta ajenos a
los deberes morales propios de ésta.
La trama del proceso en cuestión puede comprenderse
analizando el juego de las evaluaciones morales que ope-
raron a raíz del escándalo. Éstas pueden clasificarse en tres
estándares de evaluación moral de la conducta de los polí-
ticos. Por un lado, uno apolítico, universal e individual; y,
por el otro, dos estándares políticos: uno correspondiente
al campo de las relaciones íntimas y ocultas; y el otro a las
relaciones públicas y abiertas4. El primer estándar de eva-
luación es universal –no político– y evalúa la actuación de
las personas en tanto individuos supuestamente excluidos
de comunidades de pertenencia. De los estándares políticos
de evaluación moral uno compete a la actuación de los polí-
ticos entre sí, íntima y secretamente, es decir a las relaciones
entre partidarios y adversarios en la trastienda de la política
(Bailey 1998:27); el otro evalúa la actuación de los políti-
cos como intermediarios públicos de comunidades. Como

3 Un punto de vista contrario, de indistinción entre lo político y lo jurídico


puede encontrarse en el ensayo de José Simonetti sobre la Argentina (2002)
donde la corrupción es vista como el producto de una cultura criminal deu-
dora del Estado terrorista vigente durante la última dictadura (Simonetti
2002:108-109). Un antecedente de esta visión es el que sostiene el jurista
Carlos Nino para quien el subdesarrollo de la “sociedad argentina” se debe a
su tendencia recurrente a la anomia en general y la ilegalidad en particular
(Nino 1992:24).
4 Para una distinción entre esfera pública como esfera estatal y publicidad
véase Jürgen Habermas (1994). Esta distinción es muchas veces oscurecida
por el uso impreciso que algunos estudios realizan del concepto de esfera
pública desarrollado por el mencionado autor. Una de las consecuencias es
homologar esfera estatal con esfera pública, desconociendo justamente la
trastienda de la esfera estatal.
Buenos vecinos, malos políticos • 301

veremos, el estándar o esquema de evaluación apolítico y


universal fue el más esgrimido, durante y después del escán-
dalo, tanto por la prensa como por los políticos5.
En el campo político los estándares morales dependen
de la distribución del poder tanto como permiten cambiar
su distribución. Los estándares pueden ser manipulados
hasta cierto límite más allá del cual los efectos son impre-
visibles. Como señala Strathern (1997) para el caso de los
hagen en Nueva Guinea la aplicación de estándares dobles
para evaluar la conducta de las mujeres diferencialmente de
la de los hombres, llevaba a su gradual pérdida de poder.
En un sentido similar, sostendré que desde la perspectiva
nativa, el escándalo potenció sus efectos desmoralizadores
sobre los políticos, imponiendo su feminización y pérdida
de orgullo.
De ese modo, las demandas de “transparencia de la
política”6 pueden entenderse como la aplicación de un
estándar de evaluación no política a relaciones íntimas
habitualmente evaluadas por los estándares políticos pro-
pios de la trastienda. Entonces, la política se vuelve “trans-
parente” a formas de comprensión moral públicas ajenas
a ella, propias de otras esferas. Como la inmoralidad es el
producto de la combinación entre estándares de evaluación
moral y contextos7, ellos guardan estrecha relación con la

5 En este sentido las denuncias por corrupción, ni son sólo “discurso” (Gupta
1995) ni tampoco pueden acotarse al reverso de un discurso sobre la accoun-
tability como responsabilidad (Herzfeld 1992:47; Gupta 1995:388), pues
otros estándares morales también juegan en la orientación de los políticos
en estos contextos.
6 En la Argentina las banderas de la “transparencia de la política” han sido
principalmente enarboladas por una fundación dirigida por uno de los ex
fiscales del juicio a las juntas militares que integraron la última dictadura
militar, el abogado Luis Moreno Ocampo. Su fundación, Poder Ciudadano,
una de las más afamadas Organizaciones No Gubernamentales de la Argen-
tina es la que coordina las acciones que la organización Transparency Inter-
national exige para medir índices de corrupción y transparencia. Véase por
ejemplo Transparencia Internacional (1997), “TI Corruption Perception Index
1997”, www.transparency.de/press/1997.31.7.cpi.html.
7 Véase al respecto el análisis de Strathern (1997).
302 • Buenos vecinos, malos políticos

publicidad que cada aplicación exige. Así para considerar,


con Weber, al poder como un pacto con las fuerzas demo-
níacas por la posibilidad del uso de la violencia, necesitamos
valernos de cierto estándar moral, no aplicado usualmente a
las relaciones íntimas de los políticos8. En el mismo sentido
puede entenderse la siguiente afirmación de Maquiavelo:

“… se ha de tener en cuenta que un príncipe –y especialmente


un príncipe nuevo– no puede observar todas aquellas cosas
por las cuales los hombres son tenidos por buenos, pues a
menudo se ve obligado, para conservar su Estado, a actuar
contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la
religión” (Maquiavelo 1999:92).

La fe, la caridad, la humanidad son valores demasiado


abstractos y universales, que nada dicen hacia quiénes, y
menos aún, en qué circunstancias habría que llevarlos a
cabo. Es que Maquiavelo no distinguía entre un ámbito
público y uno privado en la esfera del poder, lo cual permite
comprender esta visión de la tensión entre la violencia del
poder y la moral. Por eso sostengo que la distinción entre
la trastienda y la escena pública de la política es crucial,
pues la conservación del poder requiere siempre del uso
de la fuerza, del pacto con las fuerzas demoníacas pero
también de la habilidad de los protagonistas para ocultarlo.
Justamente por eso cabe preguntarse qué sucede cuando la
dimensión privada de la política, usualmente evaluada por
ciertos estándares morales, es escudriñada por esta con-
vicción ética universal. Es decir cuando las demandas de

8 Por ello cuando Adam Kuper intenta mostrar la validez universal de la com-
prensión racional de la política formulada por Maquiavelo en El Príncipe,
aplicándolo al caso de los Zulú y los Basotho en Sudáfrica en el siglo XIX,
está sobreentendiendo que el éxito depende de una suerte de guía rectora de
la política que es la realpolitik, “la guía” más universal de la política
(1995:12). Entiendo que la aplicación del criterio de “evaluación racional de
las opciones disponibles” a los políticos des-historiza el análisis de la rela-
ción entre moral y política.
Buenos vecinos, malos políticos • 303

“transparencia” empiezan a cobrar realidad y la trastienda


de la política, privada por definición, se vuelve más demo-
níaca que nunca9.

Una aproximación a la corrupción como problema


antropológico

A fines de la década del ’80 la corrupción aparece como un


fenómeno global sancionado trasnacionalmente. Los espe-
cialistas del Banco Mundial lo incorporaron a la agenda
de los problemas prioritarios, por considerarlo una de las
amenazas contra el valor más altamente estimado por el
organismo: la eficiencia en el uso de los recursos estatales
como condición del desarrollo. Según éste y otros orga-
nismos plegados a la lucha contra este problema y dedica-
dos a determinar los índices de corrupción mundial, todos
los países del mundo poseen algún grado de corrupción,
pero es en el denominado Tercer Mundo donde alcanza
los máximos niveles y atenta contra el desarrollo (Klitgaard
1992:87).
Frente a esta visión de la corrupción como disfuncional
a la sociedad en general (Pavarala 1996:20), en recientes y
breves abordaje de la cuestión la antropología ha tratado

9 En la Argentina el periodismo se volvió una fuente inacabable de denuncias


públicas contra la política y los políticos durante el gobierno menemista (cf.
capítulo I). Su eficacia, en el sentido de su capacidad de receptividad, estaba
fundada en su autoadscripción como “prensa independiente”, es decir políti-
camente neutral. Varios programas periodísticos de televisión estaban dedi-
cados a volver público ciertos vínculos donde el parentesco y la amistad se
mezclaban con los negocios, y éstos con la política. Quizá los más renom-
brados fueron “Telenoche Investiga” emitido por Canal 13, parte del grupo
multimedia Clarín, y Día D que conducía el periodista Jorge Lanata y cuyo
socio principal era Horacio Verbitsky. Este periodista fue el primero en
abrir el espacio a la literatura periodística sobre la corrupción (Verbitsky
1992; 1993; 1997), entre los que lo siguieron se destacan Román Lejtman
(1993), Marcelo Zlotogwiazda (1997) Daniel Santoro (1998), Ego Ducrot
(1999), Andrés Oppenheimer (2001), Daniel Muchnik (2001), entre otros.
304 • Buenos vecinos, malos políticos

de mostrar su funcionalidad10. En este sentido Akil Gupta


ha destacado que el discurso de la corrupción en la India
es un mecanismo a través del cual “el Estado” se constitu-
ye discursivamente a sí mismo (Gupta 1995:376). El autor
entiende que esta constitución discursiva es una forma de
“imaginar al Estado y de conformar la ciudadanía”, cuya
particularidad reside en la trayectoria histórica y la gramá-
tica específica de la cultura pública (Gupta 1995:393). Por
su parte Claudio Lomnitz considera la escasa variación de
la funcionalidad del problema de la corrupción “a través de
la historia mexicana” (Lomnitz 1995:39) y muestra cómo
los estándares morales populares justifican la “corrupción”,
al valorar la generosidad de los líderes que financian fiestas
populares, y permitir que ciertas localidades sean reconoci-
das por el Estado (Lomnitz 1995:41). Estos rituales, según
Lomnitz, han sido los modos personalizados de la redistri-
bución estatal y del poder, frente a un Estado más abstracto,
en el que las comunidades y sus líderes, podían adquirir
significación política (1995:40).
En ambos casos la funcionalidad de la corrupción resi-
de en su papel legitimador: hacia el Estado en su conjunto,
o hacia ciertos líderes. Por mi parte, quisiera ir más allá de
esta visión dicotómica entre disfuncionalidad y funciona-
lidad de la corrupción, para sugerir que las denuncias de
corrupción reconstituyen no sólo al Estado sino también,
y, en este caso, fundamentalmente, al campo político. Esta
reconstitución se realiza a través de la puesta en juego de los
estándares morales en el curso de la lucha por la sucesión
del poder. Quiero entonces, lejos de buscar funcionalidades,
destacar la transformación que nuevos usos de los están-
dares morales impusieron al campo político y la tendencia,
posiblemente contradictoria, de sus efectos.

10 Existen pocos antecedentes de análisis de la corrupción desde una perspec-


tiva antropológica. Aquellos que surgieron a mediados de los años ’70 no
difieren del énfasis funcionalista sobre la cuestión de la corrupción; al res-
pecto véanse Le Vine (1975) centrado en las definiciones, y Scott (1972) para
una discusión de un modelo comparativo.
Buenos vecinos, malos políticos • 305

Los concejales y la política

Desde que Mauro Villegas asumió en 1992 el Poder Eje-


cutivo municipal de Uriarte y estableció como su proyecto
de gobierno el Proyecto Uriarte, una retórica de desprestigio
del Honorable Concejo Deliberante11 impregnó la política
local. Los concejales pasaron a representar “la vieja for-
ma de hacer política” que el propio proyecto de gobierno
intentaba desterrar. La vieja forma de hacer política era,
como señalé en el capítulo III, la política clientelista, enten-
dida como la de prebendas esgrimidas por los denomina-
dos “gerentes de la política”, que acostumbraban a cambiar
“favores por votos”, movidos por intereses privados. Los
concejales carecían desde este punto de vista de valores y
convicciones que los guiaran a favor de la comunidad.
En verdad esto no ocurría sólo en Uriarte, los con-
cejales eran sistemáticamente cuestionados por su estilo
clientelista de hacer política, por su ineficiencia y por su
“falta de transparencia”. Tanto, los medios de comunica-
ción masiva, los políticos del Ejecutivo provincial, nacional
y municipal, como muchos cientistas sociales argentinos
especializados en el tema, coincidían en considerar a los
concejales como los políticos más impresentables, y menos
profesionalizados en el sentido de su eficiencia en la admi-
nistración pública:

“… al mismo tiempo que el funcionamiento habitual de los


Concejos Deliberantes arrastra un fuerte desprestigio y lleva
la necesidad de considerar la reforma política. Como señala
Tecco (1997) éstos no cumplen adecuadamente con la elabo-
ración de políticas públicas municipales… Esta deficiencia se
produce en la Argentina en parte por el ‘voto sábana’, que
impide a los ciudadanos seleccionar a los candidatos de real
valía, por los que desean votar. Los criterios predominantes

11 “Favores por Votos” es el título con el cual Javier Auyero titula una compila-
ción de artículos sobre clientelismo político en América Latina (1997a,
1997b).
306 • Buenos vecinos, malos políticos

en la selección de candidatos a concejales en los partidos


donde predominan los ‘punteros’ de distrito con escasa e
inadecuada preparación para el ejercicio de las funciones
y, por último, por la persistencia de una ‘cultura clientelar’
(intercambio de apoyo político por diversos tipos de valores
desde el poder) que está particularmente desarrollada entre
los miembros de estos concejos” (García Delgado 1997:20).

Los especialistas de las ciencias sociales explicaban


de diversas maneras la ineficiencia de los municipios en
general y sus concejos deliberantes en particular. Pero el
clientelismo, la baja calificación de los funcionarios electos,
combinada con una gran disponibilidad de fondos con baja
autonomía constitucional, tendía a la reproducción de un
“modelo de gestión burocrático” (García Delgado 1997). Los
especialistas ofrecían argumentos para reprobar a los con-
cejales, que eran bienvenidos por los políticos ubicados en
otros estratos de la carrera política. No obstante, el sentido
y las consecuencias políticas de esta reprobación cobraron
un carácter particular en el seno del campo político. En
1994, como gobernador de la provincia de Buenos Aires,
Eduardo Duhalde había destacado el déficit que producían
la mayoría de los concejos deliberantes de la provincia, por
la ausencia de limitaciones al gasto dentro del presupuesto
municipal. En 1995 consiguió promulgar una ley provincial
en la que restringía el gasto del Concejo Deliberante al 3%
del presupuesto municipal.
Villegas y sus seguidores veían en el Concejo Delibe-
rante el paradigma de la “mala política”. El Proyecto Uriarte,
ideado para transformar esta forma de hacer política, fue
para muchos de los concejales una fuente de disputa direc-
ta. Los Consejos de Organización de la Comunidad tenían
una presencia cotidiana en los barrios de los cuales habían
salido algunos concejales. Contrariamente a éstos, las auto-
ridades de los Consejos de Organización de la Comunidad
y los agentes municipales que oficiaban de coordinadores
debían practicar una suerte de neutralidad política a favor
de “lo barrial” para “enlazar la comunidad con el municipio”.
Buenos vecinos, malos políticos • 307

Los Consejos de Organización se encargaban de recibir las


demandas de los vecinos y transmitirlas al Poder Ejecutivo,
mediación que usualmente hacían los concejales, y debían
hacerlo por fuera de las aspiraciones al poder que se supo-
nía albergaban los concejales.
Bajo la impersonalidad del Proyecto Uriarte, Villegas
había desafiado el poder de los concejales, con elementos
retóricos e instrumentales. Entre tanto, los concejales sos-
tenían su poder territorial a costa de volverlo cada vez más
oculto. Los concejales que en cambio de dirigir las peticio-
nes de su barrio a la Secretaría de Promoción de la Comu-
nidad, negociaban por ejemplo la reparación de una calle
o la limpieza de un arroyo directamente con el secretario
de Obras Públicas, eran condenados por los funcionarios
del Proyecto Uriarte, los más íntimos seguidores de Villegas.
Pero esta condena sólo conseguía desplazar al terreno de
la trastienda política prácticas de los concejales que antes
eran aceptadas.

El Honorable Concejo Deliberante y la sucesión


política

El Honorable Concejo Deliberante de Uriarte estaba cons-


tituido por 24 concejales. La elección de sus integrantes se
realizaba en forma completa cada cuatro años junto con la
elección del intendente, y en forma parcial cada dos. Los
candidatos a ambos cargos eran elegidos conjuntamente, los
electores no tenían la posibilidad de elegir intendente de
un partido político y concejales de otro. Como la lista de
candidatos era plurinominal y bloqueada –o “sábana”– tam-
poco estaba previsto en el sistema electoral que los electores
seleccionen candidatos. La lista entra completa, de tal modo
que la selección de los candidatos tanto a concejal como
a intendente se realizaba en elecciones internas de cada
partido, donde sólo podían votar los afiliados. Únicamente
308 • Buenos vecinos, malos políticos

cuando la elección interna era abierta podían votar los elec-


tores independientes. Antes de las elecciones internas hay
una instancia de selección de los candidatos que luego figu-
rarán en las listas. Intensas y prolongadas negociaciones se
desarrollan meses antes de cada elección interna, hasta que
las autoridades del partido cierran finalmente las listas de
precandidatos por el peronismo, en este caso12.
Desde el restablecimiento de la democracia, las eleccio-
nes generales con las que coinciden las elecciones munici-
pales se realizan en el mes de octubre. Las elecciones inter-
nas las fija el partido unos seis meses antes, entre abril y
junio, y dependen de la presentación de más de una lista por
las agrupaciones o líneas internas del Partido Peronista. Esto
sucede cuando no hay acuerdo para una lista de unidad,
cuestión que depende de cada distrito electoral13.
Uriarte era la patria chica de los líderes de las líneas
internas más importantes del peronismo de la provincia de
Buenos Aires, el distrito electoral que agrupaba el mayor
porcentaje del padrón electoral de la nación, y de su gober-
nador. Era también el lugar donde residían. Mercuri, líder
de la Liga Peronista Bonaerense y presidente de la Cámara
de Diputados Provincial, y Pierri, líder de la Liga Federal y
presidente de la Cámara de Diputados Nacional durante la
década del ‘90, junto con Duhalde y algunos de sus minis-
tros, no abandonaban su interés en la política uriartense.
Habitualmente intervenían en la selección y apoyo a líderes
locales que buscaban candidatearse. En los otros munici-
pios del Gran Buenos Aires, en cambio, eran los respectivos

12 Las elecciones internas se producen en todos los partidos políticos siempre


que haya varias listas de candidatos representando posiciones divergentes.
13 En el Gran Buenos Aires el sistema electoral se divide territorialmente, de
menor a mayor, en las siguientes unidades: circuitos, distritos y secciones.
Los distritos coinciden con los partidos que, como en el caso de Uriarte,
están integrados por varias localidades o ciudades. No obstante estas unida-
des no tienen significado electoral. Los circuitos son las unidades electorales
más pequeñas de agregación de votos al interior de cada distrito, en tanto las
secciones agrupan varios distritos. Uriarte integra la Tercera Sección Elec-
toral de la provincia de Buenos Aires.
Buenos vecinos, malos políticos • 309

dirigentes locales los que se encargaban de la selección de


posibles candidatos al interior de sus territorios14. Pero en
Uriarte las expectativas de los líderes locales de ganar el
apoyo de estos dirigentes provinciales parecían potenciar la
competencia para ser reconocido y alcanzar mejores posi-
ciones en la jerarquía política. Las posibilidades de producir
una lista de unidad se volvían prácticamente nulas.
El año del escándalo, el Concejo Deliberante de Uriarte
ya había pasado por la renovación total de su concejales
en tres oportunidades desde 1983 (1987, 1991 y 1995). Sin
embargo, la renovación nunca era total. Algunos de los
integrantes del Concejo Deliberante por el Partido Pero-
nista llevaban ya varios períodos como concejales. Al año
siguiente, en octubre de 1997, se realizaría la elección para
la renovación parcial del Concejo Deliberante con vistas a
preparar las precandidaturas para la intendencia a dispu-
tarse en 1999. Los concejales con mayores posibilidades de
disputar la sucesión de la intendencia eran los más afin-
cados en el cargo. La reputación de la que gozaban estos
concejales era independiente de la de Villegas, e incluso del
mismo gobernador, pues estaba sostenida por su capacidad
de nutrir un aparato propio, los fondos que les permitían
financiar: militantes en períodos de elecciones, campañas
publicitarias y donaciones a los barrios. Además esa perdu-
rabilidad en el puesto de concejal daba cuenta de la posesión
de habilidades personales que otros concejales subordina-
dos a Villegas no parecían poder desplegar.
Tres de los cinco concejales involucrados en el escándalo
respondían a estas características. Éstos eran Leonardo
Subiría, Julián Fabbri y Damián Santos, con gran influen-
cia tanto entre dirigentes de primera línea provincial como
entre las bases peronistas. Contaban con gran poder en el
Concejo y con ellos Villegas debía negociar sus decisiones,

14 Así es como se denomina a los bastiones políticos de los dirigentes. Los que
coinciden con la extensión geográfica del municipio, o algunos de sus
barrios.
310 • Buenos vecinos, malos políticos

pues no lo reconocían como dirigente; sólo se debían a


Duhalde. Mientras a los otros concejales Villegas les “bajaba
línea”, les transmitía las pautas de conducta a seguir en cada
situación, para ellos él era un par.
Apenas Villegas asumió su segundo mandato como
intendente municipal en 1995, un insistente y duradero
rumor fue difundido en el entorno político municipal. El
rumor señalaba que Villegas se iría de Uriarte dejando
como intendente interino al primer concejal por el peronis-
mo. El rumor nunca se materializó y, aun cuando Villegas
continuó en su puesto hasta el fin de su mandato en 1999,
tampoco cesaría. Es que para los candidatos a sucederle era
imprescindible que Villegas lanzase su candidatura a otros
cargos más elevados como gobernador o senador, o fuese
designado secretario o ministro provincial. Si Villegas no
seguía creciendo políticamente, quienes venían detrás de él
se estancarían en sus respectivas carreras políticas. En este
caso, la tensión con sus posibles sucesores iría en aumento.

La moralidad de las relaciones personales entre


políticos en la trastienda

Los concejales Julián Fabbri y Leonardo Subiría estaban en


boca de muchos militantes. Merodeaban sin pedir permiso
las oficinas del Palacio Municipal. Su presencia generaba
gran inquietud entre los funcionarios, quienes sabían que
debían ofrecer toda la información que solicitaran. Eran los
principales candidatos a disputar la intendencia. En 1995,
un año antes del escándalo, demostraron por última vez
su poder cuando en el Palacio Municipal la renuncia de
Margenco, el secretario de Obras Públicas Municipal, fue
atribuida en los comentarios de pasillo a la presión que ellos
ejercieran sobre el intendente. En el Palacio se sabía que
los concejales no querían a Margenco. Poco tiempo después
de su asunción como secretario, en 1992, Villegas empezó
Buenos vecinos, malos políticos • 311

a resistir las presiones de los concejales. Éstos no dejarían


de manifestarle al intendente su oposición al manejo dis-
crecional que el secretario hacía de los fondos para obra
pública. Margenco contaba en su gestión con un aumen-
to considerable de la disponibilidad de dinero para obras
respecto de gestiones anteriores, debido a la creación del
Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaeren-
se15. Esto le había permitido ponerse al frente de la cons-
trucción de calles, escuelas, puentes, luminarias, etc., para lo
cual tenía acceso y participación de las negociaciones con
funcionarios provinciales, vecinos, y a las inauguraciones
de todo tipo de obras en el Cuartel IXº. Así había logrado
crecer políticamente en los barrios con mayor caudal de votos
peronistas de Uriarte, de los cuales se diferenciaba su barrio
de pertenencia política, en el cual vivía además de mili-
tar, llamado Larrea. Margenco había reclutado referentes16
y seguidores, como Facundo de Villa La Rosa, en algunos
barrios del Cuartel IXº. No era un funcionario más, su reco-
nocimiento entre los políticos de mayor jerarquía y los mili-
tantes barriales lo colocaba, también y contra los concejales,
dentro de la competencia por la sucesión del intendente.
Margenco tenía entonces alrededor de 50 años y
era arquitecto. Había sido director de Obras Particula-
res durante el gobierno peronista cuando estalló el golpe
de Estado de 1976. En ese tiempo se conoció con Ville-
gas, por entonces director de Tierras de la Municipalidad.

15 El Fondo del Conurbano Bonaerense fue creado en 1992 por el gobierno


nacional, cuando Menem era presidente y Duhalde, antes su vicepresidente,
asumía la gobernación de la provincia de Buenos Aires. El fondo estaba des-
tinado a reparar una deuda histórica de la nación con el Gran Buenos Aires,
donde se concentra un tercio de la población total del país, nueve millones
de personas. De este modo la nación le transfiere, por ley, una suma de 650
millones de pesos por año para que la provincia lo destine a obras de infra-
estructura y equipamiento comunitario en dicha área. Para un estudio deta-
llado de la operación del Fondo véase (Chiara, Danani y Filc 1997).
16 Se denomina referentes a los líderes barriales que se encargan de reclutar
seguidores, el nombre más conocido es puntero. Éste dejó de utilizarse por
la carga peyorativa que contiene (véase: n. 10. capítulo VI).
312 • Buenos vecinos, malos políticos

Margenco no pudo escapar y padeció la cárcel los años


que duró la dictadura. Su paso por la cárcel por un lado,
lo legitimaba como un sobreviviente de la dictadura y no
como cómplice o colaborador, pero, por el otro, justificaba
su personalidad intempestiva e impredecible.
Entre los más íntimamente ligados a Margenco era
difícil explicar por qué finalmente Villegas había cedido a
las presiones para removerlo del cargo. Una semana des-
pués de su renuncia, los funcionarios de la Secretaría de
Obras Públicas daban su explicación de la decisión, atribu-
yéndole una conducta claramente ineludible para el inten-
dente. Margenco no había distribuido los porcentajes de
coima17 acordados, correspondientes a las obras públicas
realizadas con fondos municipales. Según se decía, el arre-
glo era que “todas las obras realizadas con fondos municipa-
les tenían que pagar un porcentaje de coimas”. Los porcen-
tajes variaban según fueran para el intendente, el secretario
y el inspector. Villegas confiaba que el secretario de Obras
Públicas le transferiría la cantidad de dinero acordado, pues
había delegado en su amigo la responsabilidad sobre las
cuentas. La confianza era la base de esta relación y si esto
era cierto, era esperable que acabara con el vínculo.
El nuevo secretario de Obras Públicas, el joven y ambi-
cioso abogado patrocinante de la familia del intendente,
Roberto Vélez hasta entonces Subsecretario de Tierras y
Viviendas (ver Introducción), estuvo, según decían, las pri-
meras semanas de su gestión abocado a determinar con
cuánto se había quedado su antecesor. Todo indicaba que
Margenco había traicionado a Villegas. Los dichos, rumores
y explicaciones, ciertas o no –poco importan a los efec-
tos de lo que aquí quiero enfatizar–, llevan inscripta una

17 El término “coima” es usado en la Argentina al igual que en Chile, Paraguay


y Uruguay para designar las dádivas con las que se pagan los sobornos (dic-
cionario de la Real Academia Española). En este caso la coima era un por-
centaje que las empresas contratistas pagan a los funcionarios para asegu-
rarse la contratación, porcentaje que siempre las empresas recuperan con
sobreprecios.
Buenos vecinos, malos políticos • 313

evaluación moral con sentido práctico. En realidad, Mar-


genco estaba creciendo más de lo tolerado, ya no sólo podría
desafiar el poder de los concejales, cuestión que a Villegas
no le preocupaba tanto, sino su cargo. Éste fue el factor
definitorio y lo cierto es que también justificó el hecho que
hasta los más íntimos seguidores de Margenco tomaran dis-
tancia. Mantener contacto con él, en estas circunstancias,
volvía a cualquiera sospechoso de participar de la traición.
Como se ve, en ese contexto la coima, un hecho fre-
cuentemente clasificado como corrupción, no era inmoral;
lo que era inmoral era la distribución en perjuicio del jefe
político local. Pero esta versión nunca se hizo pública, sino
que sólo circuló entre los funcionarios de mayor jerarquía
de la Secretaría de Obras Públicas y los colaboradores del
intendente. En adelante Margenco intentaría mostrar, por
varios medios, que no se había enriquecido, ni que intentaba
disputarle el poder al intendente, aunque estos esfuerzos
fueron insuficientes para limpiar su nombre.
Algunos meses después, durante la inauguración del
Jardín El Principito en Villa La Rosa, Margenco intentaría
acercarse a Villegas. El encuentro fue extraoficial pues Mar-
genco estuvo mezclado entre el público, lejos del estrado en
el que se concentraron las autoridades municipales. Había
llegado al lugar en un auto bastante viejo y deteriorado.
A Germán, uno de sus más estrechos colaboradores, y a
mí, nos había llamado la atención, porque cuando renunció
tenía un auto último modelo. Germán le preguntó a la espo-
sa de Margenco si había vendido el auto. Ella le respondió
que el mecánico le había prestado ese auto mientras arregla-
ba el otro. Algo difícil de imaginar para todos los presentes.
Cuando Margenco me vio, se me acercó para decirme: “Acá
estoy sin un mango, muerto de hambre. Si necesitás algo
podés contar conmigo. Tengo todo el tiempo del mundo”.
Presentación con la cual intentaba expresar, no sólo que
estaba desocupado, sino que no se había enriquecido.
314 • Buenos vecinos, malos políticos

Al término de la inauguración, Margenco había logra-


do encontrar a Villegas lejos del Palacio Municipal. Se pue-
de decir que tuvo bastante éxito pues Villegas le concedió
una reunión privada para la semana siguiente. Unos meses
después Villegas lo convocó al Palacio, pero los concejales
volvieron a la carga. Margenco no regresó nunca más a la
función pública. Hacia finales de 1996 el terreno para los
concejales con mayor poder en el municipio estaba libre
para competir por su reelección, y fortalecer su poder con
vistas a suceder al intendente en 1999. En síntesis, Mar-
genco había sido expulsado de la competencia política por
la aplicación de un estándar de evaluación de su conducta,
propio de las relaciones íntimas entre políticos. Relaciones
que, por íntimas, competen al terreno de la trastienda de la
política. El modo de juzgarlas permaneció como señalamos
en secreto. Aunque no sucedió lo mismo con el escándalo.

La judicialización de la política

El concejal Leonardo Subiría murió a comienzos de 1998,


había estado prófugo durante seis meses hasta que enfermó
gravemente. Nunca llegó a declarar en la causa por corrup-
ción y, por su enfermedad, tampoco pudo ser detenido.
Tenía entonces más de 60 años y había sido concejal por
más de 10 años como líder de la Agrupación “Facundo Qui-
roga” una de las agrupaciones peronistas más grandes de
Uriarte. Su muerte sería la culminación de un proceso que
lo convirtió en el chivo expiatorio del escándalo. Para enten-
derlo analizaré cómo la distribución y el desplazamiento de
la responsabilidad por los hechos entre los concejales en
funciones, el intendente y Subiría, convirtieron a la pren-
Buenos vecinos, malos políticos • 315

sa local, oficialista –El Pregón– y opositora –Noticias18–, en


el terreno en que las evaluaciones morales de la justicia y
de los políticos irían pareciéndose cada vez más. No es la
lógica de los medios de comunicación la que nos intere-
sa examinar aquí, sino su incidencia y apropiación por la
esfera política.19
El escándalo en el Concejo Deliberante significó la pau-
latina sustitución pública de ese estándar de evaluación de
las relaciones íntimas entre los políticos –que expulsó a
Margenco del gobierno municipal y de la posibilidad de
suceder a Villegas en el poder–, por uno de evaluación
moral de los individuos, universal y apolítico. En torno del
escándalo los políticos promovieron la evaluación de su con-
ducta personal no como portavoces de una comunidad his-
tóricamente definida, sino como valoración del individuo
en términos de sí mismo. Según esta valoración interesa si
un individuo roba o es honesto, no para qué o para quién
lo hizo. Es decir, la relación entre medios y fines es anulada
por una ética absoluta. Pero dicha sustitución fue el resul-
tado no sólo de la denuncia judicial, sino de los intentos de
los políticos de escapar al peso de la responsabilidad por
los hechos. Sus explicaciones para apartarse de la inmora-
lidad que denotaba el escándalo fueron las que potenciaron
la propagación de este estándar de evaluación. Es que la
acusación a algunos de los miembros afectaba a todos. De
modo semejante a como sucede en el universo de la honra,
donde la conducta deshonrada no se agota en el individuo
que la comete, sino que compromete a todo el colectivo al
que pertenece (Texeira 1998:44).

18 El periódico Noticias de Uriarte es una publicación quincenal que se edita


regularmente desde 1978 y que ha jugado un rol opositor. Sus editores,
periodistas formados en la Universidad de Uriarte, donde funciona una de
las carreras de periodismo más antiguas de Buenos Aires, han mantenido
relaciones cordiales con el intendente Villegas.
19 Para un análisis de la dinámica y significado de los escándalos véase Thom-
pson (2002). Un análisis del escándalo pero en torno de las posibilidades de
accountability de los medios en la Argentina realiza Waisbord (2002).
316 • Buenos vecinos, malos políticos

El diario local El Pregón incluyó la noticia en su tapa


el día siguiente al allanamiento y las semanas subsiguientes,
dando una pormenorizada descripción de los procedimien-
tos judiciales. Pero su descripción inicial difería muy poco
de la información ofrecida por la prensa nacional –los dia-
rios Clarín, La Nación y Página/12–. El diario Clarín había
añadido algunos cálculos para demostrar la imposibilidad
de justificar tamaño gasto:

“Harían falta mil boletas de 1600 pesos para completar ese


monto, pero con sólo dos de ellas podrían haber compra-
do un Ford Falcón modelo 84, uno de los que se usaba en
ese momento. Mientras para cubrir el gasto en fotocopias
tendrían que haber sacado unas 58 por minuto durante 9
horas, todos los días laborales de un año y medio”(17 de
diciembre, 1996).

La retórica de las notas periodísticas no presentaba


ningún resquicio de dudas del robo cometido en el Concejo
Deliberante, y depositaba en la justicia, no en la política, la
individualización de los culpables. Frente a la amplia difu-
sión pública de esta posición que, durante la primer semana
de escándalo, capturó incluso a los noticieros de radio y
televisión de mayor audiencia, se volvía muy difícil para los
concejales en funciones y el intendente, ofrecer argumentos
que demostraran que no hubo tal despilfarro. Sin poner en
duda, ni por un momento, la rectitud de los procedimientos
judiciales y la transparencia de sus motivaciones la prensa
local fue el espacio de fijación de posiciones frente a los
hechos. Con una confianza plena en la justicia, las auto-
ridades del Concejo Deliberante se apresuraron a tomar
distancia de los acontecimientos y de las responsabilidades
que implicaba. En una sesión especial, tres días después del
allanamiento, el Concejo Deliberante de Uriarte aprobó por
unanimidad un proyecto de decreto elaborado por la Comi-
sión de Labor Legislativa, en el cual se resolvía destituir
al secretario del Concejo, y la “suspensión preventiva” del
concejal y presidente del legislativo Leonardo Subiría.
Buenos vecinos, malos políticos • 317

Los concejales de los bloques opositores también bus-


caron tomar distancia, cargando la responsabilidad sobre
el bloque del Partido Peronista. Su argumento frente a la
prensa era que carecían de poder para vetar los presu-
puestos que definía el peronismo, el bloque de concejales
mayoritario. El bloque radical, señalaba el periódico local
Noticias de Uriarte, había votado en disidencia el presupues-
to de 1993. Concejales de otros bloques minoritarios argu-
mentaban que se los consideraba “concejales de cuarta”: “no
teníamos autos oficiales, ni siquiera un lugar donde atender
a la gente, la máquina de escribir se la teníamos que pedir
prestada a un concejal del peronismo. Sólo teníamos 500
fotocopias autorizadas por mes”.
Entre tanto, los concejales del bloque peronista tam-
bién tuvieron que explicarle a la jueza por qué habían
votado favorablemente el presupuesto de esos años. Cuatro
concejales peronistas “mandaron al frente a la contadora”,
decía el titular del periódico Noticias de Uriarte. Cuando
fueron citados a declarar, por haber votado positivamente
la rendición de cuentas del Concejo, le señalarían que “no
existió de parte de la contadora municipal ninguna obser-
vación que permitiera inferir la ilegalidad de alguno de los
gastos efectuados”. Al mismo tiempo se declaraban satisfe-
chos de que “el control externo del Tribunal de Cuentas de
la Gobernación Provincial hubiera detectado un conjunto
de presuntas irregularidades, pues ello demostraba el fun-
cionamiento de las instituciones democráticas” (Noticias de
Uriarte, mayo de 1997).
El intendente Villegas también dio explicaciones para
despegarse del hecho y, al mismo tiempo, cargar la culpa
sobre los concejales, ya que éstos habrían delinquido duran-
te su gobierno. Sus argumentos contra el Concejo Delibe-
rante también los expuso en el periódico Noticias de Uriarte,
allí señalaba que
318 • Buenos vecinos, malos políticos

“… hay una condena unánime en la población que como


responsable del Ejecutivo Municipal, comprendo… la gente
tiene razón. Ya lo dijo el gobernador Duhalde allá por el año
1994, los Concejos Deliberantes de la provincia de Buenos
Aires, no todos pero en general, produjeron un déficit de 300
millones de dólares. Yo estaba de acuerdo con el gobernador
que había que ponerle límite a esa norma legal que tenían
hasta entonces. Los partidos políticos de la oposición se opu-
sieron. Yo fui uno de los primeros en apoyar la iniciativa
de Duhalde, y el gobernador mandó una ley a la Legislatura
modificando la Ley Orgánica. Ahí se estableció que, a partir
de 1995, los Concejos Deliberantes no podrían gastar más
que el 3% de los presupuestos municipales. Esto –subrayó
Villegas– no sucedía en el ‘93 y el ‘94, en que los Conce-
jos tenían facultades para votar sus propios presupuestos y
también para gastar en rojo. Yo no controlo los gastos del
Concejo Deliberante… Gastaron de acuerdo a las facultades
que tenían en esos momentos. Yo digo que todos somos judi-
ciables y que la justicia va a determinar las responsabilidades
personalizadas de esta denuncia. –Finalmente remató–. La
cuestión es no ser corrupto. Yo no soy corrupto y estoy en
contra de todo acto de corrupción… tras la investigación
judicial de los hechos ocurridos en el Concejo Deliberante la
gente va a decir: no hay impunidad en Uriarte” (declaración a
Noticias de Uriarte; enero 1997).

Villegas reforzaba la lógica de la intervención de la jus-


ticia sobre la política20. La justicia se encargaría de “perso-
nalizar” la responsabilidad. La “cuestión” quedaba reducida
a “no ser corrupto” pero en términos judiciales y no, por
ejemplo, en tanto traidores a los vecinos. La persona del polí-
tico atravesaba así una evaluación que desconocía las moti-
vaciones y fines políticos. Desde una evaluación judicial la
deshonestidad, como la mentira, es inmoral, y, por tanto,
no puede justificarse. La justicia no parece, en este punto,

20 Para un análisis de los presupuestos epistémicos de la relación entre el


Poder Judicial y los poderes políticos, que le permiten al primero “insistir
con su visión sobre un problema aunque no cuente con las mejores razones”
véase Roberto Gargarella (2002:24).
Buenos vecinos, malos políticos • 319

capaz de diferenciar motivos políticos, sino que esgrime


estándares absolutos de valoración de la honestidad21. Así
la persona del político no se distingue de cualquier otra.
La justicia privilegiaba la conducta personal negando táci-
tamente las relaciones políticas que, en otros contextos, sí
podrían justificar la moralidad de estos actos calificados
como “corruptos”.
El proceso de judicialización de la política se extendió
en Uriarte hasta mayo de 199722. En ese lapso los concejales
prófugos no se entregaron pero hubo una “purga interna”
por complicidad. Todos los concejales a los que la jueza lla-
mó a declarar tuvieron que solicitar una licencia en el cargo.
A la imputación de Leonardo Subiría se sumó la sospecha
sobre Julián Fabbri, Damián Santos y Pablo Petralia quienes,
al menos hasta 1999, no pudieron regresar a la arena polí-
tica. Duhalde les quitó de entrada todo apoyo político; “en
ningún momento se metió, los dejó completamente solos”
-decía la esposa de uno de ellos. Sus ambiciones y preten-
siones de disputar la candidatura a intendente se diluyeron
rápidamente23. La muerte de Subiría evitó que el peso de
la justicia cayera sobre los demás, la culpa se la terminaron
echando al muerto, me decía un militante asesor de una

21 En esa dirección se encuentra el artículo 36 incorporado por la reforma de


la Constitución Nacional de la República Argentina de 1994. Desde enton-
ces el enriquecimiento ilícito pasó a ser considerado un delito constitucio-
nal, un atentado contra la democracia cuyo castigo es la inhabilitación de
por vida para el ejercicio de la función pública. No obstante, permanece sin
vinculación con alguna colectividad o comunidad históricamente definida.
22 Para un análisis desde un punto de vista politológico sobre la cuestión de la
“judicialización de la política” véanse Tate y Torbjorn (1995) y Werneck,
Rezende de Carvalho (et al.) (1999). Estos estudios abordan la judicialización
como un fenómeno global destinado a ejercer control sobre la política
(Peruzzotti y Smulovitz 2002:42).
23 Pocos meses antes del escándalo había sido publicada la única investigación
periodística que tuvo durante los ’90 al gobernador Duhalde como blanco
de denuncias, el libro se denominó El otro de Hernán López Echagüe (1996).
En él se destacaban fundamentalmente sus supuestas conexiones con el nar-
cotráfico. Sin embargo ésta no sería invocada durante el escándalo, dejándo-
lo a Duhalde, también de este modo, al margen.
320 • Buenos vecinos, malos políticos

concejal peronista. Aun así, la judicialización de los protago-


nistas vivos fue efectiva, en el sentido de que, por un largo
tiempo, los expulsaría del campo político.

La feminización del Honorable Concejo Deliberante

A sólo un mes de desatado el escándalo el periódico Noticias


de Uriarte llamaba la atención sobre el incremento del
número de mujeres en el Concejo Deliberante, y sobre la
ausencia de hombres en sus cargos directivos. Los perio-
distas encontraban una relación entre lo que denominaban
un “cambio de aire” y el escándalo, pues eran mujeres las
que habían ascendido en reemplazo de los acusados por
la justicia. Veían con buenos ojos que “un aire femenino”
le devolviera algo de la “honorabilidad perdida” al cuerpo
colegiado municipal.
Desde comienzos de los ‘90 los partidos políticos
habían incrementado en Uriarte el número de mujeres en
sus listas24. Luego del escándalo esta tendencia tomaría un
nuevo carácter al ocupar ellas los cargos directivos del
Concejo Deliberante. La pregunta es ¿por qué las mujeres
habrían de cambiarlo? ¿Qué valores morales atribuidos al
género de la persona eran los esgrimidos tanto por la prensa
como los políticos –hombres y mujeres– para arribar a una
conclusión semejante?

24 La Argentina se convirtió en 1991 en el primer país del mundo en establecer


un estricto cupo femenino para la elección de legisladores nacionales. La
Ley de Cupo Femenino reglamentada recién en 1993 sólo rige para los car-
gos legislativos nacionales y fijaba un 30% mínimo de cargos para las muje-
res, garantizados por listas de candidatos que comprenden una mujer cada
dos hombres. Como consecuencia de la extensión de la ley de cupo al Sena-
do nacional, la Argentina escalaría del decimoquinto lugar al séptimo en el
mundo en porcentaje de mujeres parlamentarias, colocándose inmediata-
mente después de los países escandinavos. Véase entrevista a Mark Jones,
profesor de la Michigan State University de Estados Unidos (Clarín, 4 de
julio, 2001).
Buenos vecinos, malos políticos • 321

La fotografía de la nota del periódico mostraba a la


presidente del Concejo y a sus secretarias sentadas en el
estrado del recinto, frente al cuerpo de concejales. La nota
señalaba:

“El vapuleado Concejo Deliberante de Uriarte últimamente


tomó un poco de oxígeno al copar las mujeres los puestos de
mayor importancia política y administrativa. Véase; en estos
momentos, tres mujeres –por primera vez en la historia–
ocupan el estrado deliberativo local. Las tres son abogadas…
Y ninguna se considera feminista. Por otro lado una tercera
parte de la composición actual del Concejo son mujeres. –El
periodista se pregunta–: ¿Representan ellas el lado humano
de la política, la sonrisa no forzada y el sentido común? Al
parecer, sí. … Tantas mujeres ocupando lugares y cargos de
alta responsabilidad política en Uriarte, lleva a una pregunta
casi obvia: ¿Qué pasa con los hombres?” (Noticias de Uriarte,
enero 1997).

Por oposición a los hombres –se decía– las mujeres


“representaban” la sinceridad, la humanidad, la honestidad
y el “sentido común” como capacidad para comprender la
vida del común de la gente. Las mujeres inspiraban con-
fianza ya que no parecían esconder dobles intenciones, ni
propósitos o motivos personales en su desempeño como
funcionarias públicas. Esos valores asociados a las mujeres
establecían la improbabilidad de que éstas pactaran con las
fuerzas sombrías y corruptoras del poder. En este sentido
se esperaba de ellas una conducta personalmente más digna.
Una de las tres mujeres entrevistadas reforzaba esta valo-
ración al señalar que ellas se caracterizaban por “el afecto
y la practicidad”, y su capacidad como “madres de familia y
trabajadoras de llevar a cabo varias tareas a la vez”.
Las mujeres eran eficientes porque estaban lejos de
verse motivadas por intereses privados y egoístas. La femi-
nidad era un verdadero antídoto contra ciertos impulsos
masculinos, al diluir la distinción entre el interés público y
el privado, a favor de la más pura sinceridad. La relación
322 • Buenos vecinos, malos políticos

establecida por los periodistas y sus entrevistadas entre efi-


ciencia, honestidad y feminidad, expresada en estas evalua-
ciones morales, muestra que el discurso trasnacional de la
“eficiencia” promovido por el FMI (Gupta 1995:377) queda
sometido a procesos políticos y valoraciones locales. Si por
un lado, la eficiencia, como una buena administración pasaba
a ser el objetivo central del Concejo Deliberante, no era
la masculinidad sino la feminidad la que estaba llamada a
cumplirlo. Las mujeres eran vistas como buenas “adminis-
tradoras”, pues se desconocía en ellas motivaciones políticas
que pudieran atentar contra este objetivo. En este sentido
se acercaban al ideal del “auténtico funcionario” de Weber,
el cual “… no debe hacer política, sino limitarse a adminis-
trar, sobre todo imparcialmente” (1998:115). Esta disciplina
moral consistía en que el funcionario se honrara a sí mismo
con el cumplimiento preciso de una orden de la autoridad
superior, como si respondiera a sus propias convicciones
(Weber 1998:116).
Mientras los antagonismos políticos se disolvían en con-
tiendas entre ladrones y honestos, los concejales comenza-
ron a perseguir el ideal del funcionario eficiente, pero sin
decisión política. La pérdida de poder político fue eufemi-
zada como feminización del Honorable Concejo Deliberante.
La cara visible de la aplicación sistemática de estándares no
políticos para evaluar la conducta de los políticos. Pero esto
no fue sólo una construcción discursiva de la prensa.
La valoración de la feminidad era el reverso de un
proceso experimentado negativamente por ciertos hombres
y mujeres, implicados en la política local. Como sugiere
Marilyn Strathern lo que sucede con las mujeres como
mujeres deber ser analizado como una función de lo que
sucede con los hombres como hombres, pues nada puede
ser comprendido fuera de la relación entre ellos (1988:34).
Veremos que en Uriarte la asociación entre feminidad y
administración eficiente era complementaria de otra aso-
ciación, la que existía entre masculinidad y poder. Éste era
poseído por los hombres, aunque sólo por unos pocos de
Buenos vecinos, malos políticos • 323

acuerdo a la distribución establecida por la división del


trabajo político en ese tiempo, mientras no era bien visto
que las mujeres se atrevieran a gozar de ese poder, sin que
reforzaba su masculinización.
Pedro Jerez era el marido de Patricia Jerez, una de las
tantas mujeres que a partir de 1996 engrosaban el número
de las concejales, su relato daba cuenta de aquella división
del trabajo político. Él llevaba muchos años de militante
peronista, pero no tenía un puesto político con una activi-
dad específica como en la década del ’80, cuando era coor-
dinador de los “asentamientos culturales” en los barrios más
pobres de la ciudad. Estos “asentamientos” estaban en los
“asentamientos de población” o villas, y ofrecían actividades
de expresión artística: música, pintura, teatro, entre otras.
El día del aniversario de la fundación de Uriarte, la
banda municipal tocó el Himno Nacional en la catedral de
la ciudad. Como ni Pedro ni Patricia habían concurrido al
acto, intenté transmitirle sin éxito lo bien que había sonado.
Pedro me contestó parcamente:

“Sí, debe haber sido muy lindo –dijo–. Pero es una lástima
que la banda sólo toque en el centro de Uriarte. Lindo
era antes, cuando la banda tocaba en los barrios. Cuando
yo coordinaba los asentamientos culturales llevábamos los
espectáculos a todos los barrios. Eso no se puede hacer más…
Pero tampoco lo podés decir… Antes discutía, le decía a Mau-
ro (Villegas), pero ahora es imposible”.

Pedro lamentaba que las cosas hubieran cambiado tan-


to, “… en las reuniones del Concejo del Partido –peronista–,
ya no podemos decir lo que pensamos y menos criticar”. Los
habituales asados en la quinta del gobernador Duhalde, jefe
del peronismo bonaerense, eran una muestra de esta sumi-
sión, contaban Pedro Jerez y su esposa. Las preguntas había
que escribirlas en un papel antes del asado, estaba prohibido
hacer una pregunta no programada. Las reuniones se vol-
vían el lugar para que Duhalde “bajara línea”, y les ordenara
a los dirigentes de menos jerarquía qué discurso sostener.
324 • Buenos vecinos, malos políticos

Como otros militantes, Pedro había optado por callarse


y subordinarse a un único discurso, el de su jefe Mau-
ro Villegas, portavoz local del gobernador. Su trayectoria
como militante y su silencio le habían sido reconocidos a
Pedro Jerez con un cargo como congresal del Concejo Pro-
vincial del Partido Justicialista y un contrato como agente
municipal. Esto le daba derecho a participar de las reunio-
nes del Concejo Local del Partido y de las que organizaba el
líder provincial y gobernador Duhalde. Tenía sesenta años
y por hacerse malasangre había tenido un infarto en el año
‘96. En el hospital, el médico le dijo a Villegas, quien había
visitado a Pedro, que las presiones del trabajo le habían
provocado el infarto, y le aconsejó que hiciera lo posible
por evitárselas.
En verdad, Pedro estaba menos expuesto políticamente
que su esposa. Patricia tenía 39 años cuando en 1997 ocupó
el cargo de concejal del Partido Peronista. Patricia ingresó
al municipio como empleada municipal en 1984, en reco-
nocimiento por haber trabajado políticamente en su barrio
para obtener junto a sus vecinos el título de propiedad de
la tierra. Hasta entonces había vivido de su trabajo como
empleada doméstica. En 1987 le dieron el cargo de direc-
tora de Organización Comunitaria en la Subsecretaría de
Tierras, puesto que conservó por diez años. Finalmente en
las elecciones de 1997 consiguió que la incluyeran en la lista
de candidatos a concejales por el Partido Peronista.
Los adversarios de Patricia expresaban un cierto estu-
por, pues no conseguían explicar cómo había conseguido
semejante crecimiento político. Patricia tenía muy mal carác-
ter y solía maltratar a quienes no eran sus seguidores. Sentía
una gran admiración por Villegas, en quien reconocía la
conducción política local. Sin embargo, sus adversarios no
le reconocían mérito suficiente para poseer el título que
había alcanzado. A dos explicaciones echaban mano para
comprender este desajuste entre mérito y destino. En una
señalaban que como Patricia era amante de Villegas, él la
había premiado con cargos. En la otra decían que Patricia
Buenos vecinos, malos políticos • 325

era recompensada por la militancia y habilidades políti-


cas de Pedro, su marido. De cualquier modo, como mujer
ni merecía, ni disponía por completo del poder que había
alcanzado.
En las dos explicaciones, Patricia era mediadora de la
relación entre los hombres. Las explicaciones jerarquiza-
ban a los hombres, reforzando en ambos casos el poder de
Villegas y la preeminencia de la masculinidad de la política.
En los dos casos Patricia Jerez potenciaba el poder de un
hombre sobre el resto de los hombres. De este modo, las
explicaciones sobre el poder de las mujeres ratificaban la
masculinidad de la política, pues en ningún caso el poder
era propio sino delegado.
También Patricia ratificaba esta concepción en la valo-
ración de la afectividad y en su admiración por la dipu-
tada nacional peronista Cristina Kirchner de la provincia de
Santa Cruz. La afectividad era para Patricia uno de los com-
ponentes fundamentales de su trabajo. Había comprobado
que la única manera de ayudar a la gente era involucrar-
se con lo que le pasaba y sentir con ellos. En esto difería
de Ernesto Santillán, uno de los funcionarios peronistas a
quien ella respetaba y admiraba. Ernesto sostenía que no
había que involucrarse en los problemas de la gente, por-
que eso “no te deja actuar” –decía–. Pero Patricia veía que
cuando esto no sucedía los militantes y concejales se volvían
“completamente indiferentes a la necesidad de la gente”.
Por eso estaba feliz de haber podido conseguir el tipo de
oficina de concejal que tenía, un local a la calle que daba
libre acceso a quien quisiera verla. Y aun cuando, como
era habitual, no pudiera darle solución a sus problemas, al
menos los escuchaba, cosa que nadie hacía. Tal era, para ella,
la esencia de su trabajo.
Patricia Jerez sentía admiración por Cristina Kirchner,
entonces senadora nacional por la Provincia de Santa Cruz;
repetía: “La Kirchner tiene huevos en lo político”. A Patricia
le fascinaba la fuerza, la energía que transmitía esta dipu-
tada en los actos. Le encantaba cómo decía lo que decía.
326 • Buenos vecinos, malos políticos

Cuando “la Kirchner”, como le gustaba llamarla, estuvo en


Uriarte Patricia me invitó, junto a sus principales seguido-
ras, a escucharla en un acto en homenaje a Eva Perón que se
hacía en un local bailable sobre el Camino Perón. Patricia
nunca se la perdía cuando andaba por Uriarte. Sentía que le
daba fuerzas para acometer su trabajo y había logrado que
sus seguidoras compartieran la impresión. A veces, decía,
la falta de voluntad política de los dirigentes y las pocas
soluciones que “se le daban a la gente que las necesita”, la
ponían tan mal que perdía la voluntad que creía necesaria
para encarar su trabajo. Como mostraré, esta masculini-
zación de “la Kirchner” era el resultado de la valorización
de su capacidad para desafiar el poder de los hombres, de
aquellos pocos que todavía algo de éste conservaban.
Al acto habían asistido alrededor de mil mujeres de
los barrios periféricos. Primero Villegas y después el conce-
jal peronista Firent abrieron el homenaje. Luego le dieron
la palabra a “la Kirchner”. Al subir al palco, dijo enérgi-
camente:

“Qué pasa en Uriarte que no hay ninguna dirigente peronista


mujer que pueda abrir un acto como éste. Un acto de home-
naje a nuestra querida Eva Perón. Qué pasa que son los
hombres los que abren un acto de la mujer. La próxima vez
que venga a Uriarte quiero ver a una mujer peronista en
este lugar, dándome la bienvenida. –Entonces rompieron los
aplausos de las mujeres del público, mientras los dirigentes
se sonreían.”

Patricia Jerez valoraba estos desafíos, opuestos a la


sumisión y la cobardía en la que, como decía Pedro Jerez,
había caído la militancia. Era el coraje de esa mujer que le
daba energía para seguir. Cristina Kirchner se animaba a
hacer lo que no sólo las mujeres sino muchos hombres del
peronismo, como Pedro Jerez, habían renunciado a hacer,
hacía ya algún tiempo. El coraje era la cualidad extraordina-
ria de una mujer, que sólo masculinizándose podía desafiar
el poder no tanto del conjunto de los hombres políticos,
Buenos vecinos, malos políticos • 327

sino fundamentalmente del dirigente local. Patricia Jerez


esperaba que Duhalde fuera acompañado por “la Kirchner”
en la fórmula presidencial de las elecciones de 1999.
En su estudio sobre las mujeres peronistas en un barrio
del Gran Buenos Aires, Javier Auyero señala que ellas tienen
un papel que cumplir y lo hacen:

“Cuidar a los pobres de manera maternal, de una manera en


que –de alguna u otra forma– replique el original de la ‘dama
de la esperanza’25 es algo que está inscripto en el campo de
la política peronista. No hay otra manera de hacer política
para una mujer peronista, y si ésta quiere tener ‘éxito’ en
área alguna del campo político, hay un original a ser actuado”
(Auyero 1997b:213).

Contrariamente, en Uriarte las mujeres peronistas pue-


den actuar sentidos de género socialmente disponibles y
manipulables, femeninos y masculinos como el del coraje
y la cobardía, que no necesariamente son propios de una
“tradición del peronismo”26. En Uriarte el juego de relacio-
nes de género muestra que no es una esencia de la mujer
peronista la que “debe ser performada” cada vez que se hace
política. No se trata de un “imperativo histórico que deja
algún lugar al estilo personal” (Auyero 1997b:215), como si
la persistencia de la adhesión peronista entre los sectores
populares pudiera explicarse por la aplicación atemporal de
un mismo esquema de percepción y acción. Se trata, más

25 El mito de la dama de la esperanza es uno de los tres mitos reconstruidos


por Taylor (1981) entre las clases medias a mediados de la década del ’70.
26 De un modo semejante Kristi Anne Stolen (1996:159) refiere a la multiplici-
dad de los discursos de género presentes en una comunidad rural del norte
santafesino en la Argentina. Aquí son en particular las diferencias entre
criollos y gringos las que organizan las cualidades asociadas al género en el
terreno de la sexualidad. Esta multiplicidad se caracteriza por la contradic-
ción y el conflicto entre discursos, que responden a las relaciones de domi-
nio al interior de un grupo, y entre criollos y gringos. Así, la autora argu-
menta a favor de los resultados de recientes trabajos antropológicos en los
que se ha demostrado que las culturas no tienen un único sistema de géne-
ro.
328 • Buenos vecinos, malos políticos

bien, de la actuación de estándares de evaluación moral que


introducen la valoración de sentidos socialmente disponi-
bles mediante los cuales hombres y mujeres buscan legiti-
mar su posición en el campo político. Antes que pensar en
“imperativos históricos”, lo que nos arrastra demasiado cer-
ca de un sentido esencialista y paradójicamente ahistórico
de los valores, debiéramos pensar las condiciones de su uso
en determinadas coyunturas. Cuando Julie Taylor (1981)
analiza los mitos de Eva Perón muestra que aun la oposición
política de quienes los sustentan –peronistas de derecha y
de izquierda, y antiperonistas– refleja valoraciones positi-
vas y negativas del mismo ideal femenino (Taylor 1981:229).
Por eso, las posiciones de género de la política incluidas la
feminización o masculinización de prácticas de varones y
mujeres, no pueden ser explicadas como la actualización de
un mito, explicación última de la persistencia de la adhesión
peronista en los ’90, como sugiere Auyero (1997a, 1997b),
pues de este modo tendemos a reproducir el mito más que
a explicar su génesis social27.
Durante la segunda mitad de los ’90, la feminización de
la política en Uriarte implicó la valoración del trabajo social,
como compromiso afectivo y ayuda a los “más necesitados”
(Masson 2004; Rodríguez 2001). El reverso de esta valora-
ción fue la depreciación del coraje o estimación de la sumi-
sión de los hombres y las mujeres subordinados en la divi-
sión del trabajo político. Las mujeres ocuparon más cargos
debido a que la sumisión era un valor que actuaban mejor
que los hombres, así su sentido del orgullo no era puesto
en riesgo. Pero cargos como el de concejal ya no tendrían
la importancia política de épocas anteriores, porque ahora
los concejales estarían abocados a mejorar la eficiencia en la
administración de los fondos del Concejo, antes que a cons-
tituir una base política para la competencia por la sucesión.
En un sentido la institución se despolitizó, debilitándose

27 En este sentido véase el análisis de Federico Neiburg sobre la génesis social


del mito del 17 de octubre (1995: 233).
Buenos vecinos, malos políticos • 329

frente al Poder Ejecutivo local. Poco tiempo después, por


decisión de Villegas, los concejales tuvieron que depender
de la Secretaría de Promoción de la Comunidad para la
obtención de cupos de empleo asignados por el gobierno
provincial28, la misma secretaría del ejecutivo municipal
que se ocupaba de implementar el Proyecto Uriarte.
Eficiencia y sumisión eran pues las dos caras de un pro-
ceso anclado en la aplicación de evaluaciones morales apo-
líticas. La feminización generada por estos razonamientos
expandió también la despolitización, pues se contrapuso a
aquellos rasgos masculinos atribuidos a la política y carac-
terizados por la capacidad de ejercer poder sobre otros,
competir por el crecimiento político y la sucesión. Los atribu-
tos en virtud de los cuales una mujer hacía carrera política
no eran en sí políticos. Cuando las mujeres y los hombres,
como Pedro, callaban, dejaban de desafiar el poder al anular
la mediación, que sus discursos producían con las colec-
tividades de las que eran portavoces. A cambio serían las
conductas individuales las que cobrarían valor, donde las
mujeres podían competir con los hombres e incluso tener
un crecimiento político sobre la base de esos valores más
femeninos que masculinos.

La recuperación del orgullo

Dos años después del escándalo del Concejo Deliberante, los


concejales de Uriarte se vieron envueltos en una situación
que añoraban ya que los colmaba del orgullo que habían per-
dido. Durante las últimas semanas del mes de julio de 1998
unas 40 familias “usurparon” lotes de tierra en el barrio
periférico de Rivera. El problema cobró estado público,

28 El Plan se denominaba Programa de Empleo para la Familia Bonaerense.


Fue implementado por el gobierno de Duhalde en 1998. A Uriarte le habían
asignado unos 2500 puestos de trabajo de 200 pesos cada uno para realizar
trabajos comunitarios y de infraestructura barrial.
330 • Buenos vecinos, malos políticos

puesto que estuvo signado por el enfrentamiento entre dos


conjuntos de grupos: los destinatarios originales de estas
tierras, villeros del barrio más establecidos, y sus usurpado-
res, recién venidos, por un lado; y el gobierno municipal y
el nacional por el otro. En el primer caso, el conflicto se
había producido porque los recién llegados estaban toman-
do tierras que, de acuerdo con la regularización dominial y
urbana del Plan Nacional Arraigo, correspondía a vecinos
ya censados que debían reubicarse. En el segundo, las auto-
ridades nacionales evitaban ocuparse del conflicto y tomar
cartas en el asunto, delegando implícitamente las decisio-
nes en el gobierno municipal. Mientras tanto, las familias
“usurpadoras” eran apoyadas por la Confederación del Tra-
bajo Argentina (CTA) a través de uno de sus movimien-
tos internos, la “Federación de Tierras y Viviendas”. Como
decía Andrés –uno de sus dirigentes–, trataba de emular el
movimiento de los “Sin Tierra” de gran alcance en Brasil,
diferenciándose en el punto en el cual en la Argentina el
problema era, para ellos, eminentemente urbano. Al igual
que Andrés, estudiante de la carrera de Trabajo Social de
la Universidad de Buenos Aires, el movimiento estaba inte-
grado por otros jóvenes universitarios.
Las autoridades municipales evitaron intervenir frente
a la “usurpación”, hasta que un niño murió. Las familias que
estaban ocupando los terrenos vivían en tiendas hechas de
palos, chapas de cartón y otros materiales de desecho. En
estas condiciones, el frío húmedo del invierno contribuyó a
que una neumonía acabara con la vida de este niño. A partir
de este momento los concejales apuraron las negociaciones
con el gobierno nacional para que el Plan Arraigo arbitrara
los medios para conseguirles terrenos a las familias ocupan-
tes. Un día antes de la sesión extraordinaria que pondría fin
al conflicto, los concejales en un hecho para ellos inédito
concurrieron a las oficinas del Plan Arraigo en la ciudad
de Buenos Aires.
Buenos vecinos, malos políticos • 331

El día después, cuando se celebró la sesión extraor-


dinaria en el Concejo Deliberante, la antesala del recinto
estaba colmada de curiosos e interesados. Los medios de
comunicación también estaban presentes: cámaras de tele-
visión, fotógrafos y periodistas de la prensa local, y locuto-
res de los programas de radio locales. El palco interno, un
semicírculo elevado y localizado sobre las espaldas de los
concejales, frente a la presidencia del Concejo Deliberante,
estaba completo. Las familias de recién llegados sostenían
banderas con el nombre de los asentamientos: “2 de Enero”
y “4 de Mayo”, y acompañaban la espera golpeando cace-
rolas y tambores.
Todos los concejales ingresaron al recinto, y se sen-
taron en sus respectivas bancas. Ana Tranco, la presidenta
del Concejo, tomó lista; no había ausentes. Entonces afirmó
“Estando 24 concejales presentes se da inicio a esta sesión
extraordinaria que nos convoca para discutir y sancionar
la ordenanza referida al asentamiento 2 de Enero y 4 de
Mayo”. Luego nos pusimos de pie. Dos concejales se dirigie-
ron al mástil para izar la bandera argentina. La izaron muy
lentamente y cuando la bandera llegó al tope, aplaudimos y
nos volvimos a sentar. El primero que habló fue un concejal
de la Alianza29, Javier Bengoechea:

“Estoy emocionado de participar en un acto de ese tipo, en


el que podemos dar solución a un problema producido por la
exclusión de la gente… Como abogado he participado varias
veces en la defensa de familias desalojadas, pero esta vez estoy
realmente conforme con el modo en que las autoridades del
Plan Arraigo han dado respuesta y acordado con las auto-
ridades municipales”.

En ese momento la concejal Patricia Jerez se acercó


a la presidente del Concejo Deliberante para decirle algo
al oído. La presidente llamó a un cuarto intermedio para

29 La Alianza era la coalición formada por el Frepaso y el Partido Radical, la


que en 1999 llevara a la presidencia nacional a Fernando de la Rúa.
332 • Buenos vecinos, malos políticos

discutir la redacción del proyecto de ordenanza, invocando


el hecho de que “todos querían el bien de la gente”. Los con-
cejales no se retiraron del recinto, se quedaron para discutir
entre ellos el tema del censo. Reiniciada la sesión Patricia
Jerez se encargó de anunciar una cuestión operativa, que
sólo se incluiría en las tierras cedidas por el Plan Arraigo
a las familias que estuvieran censadas por la Subsecretaría
de Tierras y Viviendas. Entonces retornaron los discursos
de reflexión sobre la situación. El concejal por el peronis-
mo Castro señaló:

“Es digno de destacar frente al hecho que nos ocupa, que hay
un vacío de nosotros la clase dirigente, porque no hay una
verdadera planificación urbana que impida estar corriendo
a resolver problemas que están ahí. El Estado debía hacerse
cargo de estos problemas… Quiero destacar que aquí hay
una real necesidad de las familias. Se puede observar que no
hubo politiqueo, que las familias necesitan… pero es nece-
sario planificar”.

Un concejal radical pidió la palabra para responderle


que sí había habido “política” en esta situación, “política en el
sentido de política social del Estado frente a estos problemas
que padece la gente”. Entonces tomó la palabra el concejal
peronista de Villa Rivera Lucas Serrano. Comenzó diciendo
que luego de muchos años de lucha había conseguido que
Rivera fuera declarada “ciudad”- sinónimo de establecida-,
apartando así su denominación como Villa, y continuó:

“Yo sé lo que es ser pobre, pero por suerte estoy en un movi-


miento, el peronista, que no plantea la lucha de clases, sino
que está en contra de eso y lucha por el bien de la gente.
Yo creo que acá hubo política que por suerte existe la política,
porque la política es algo bueno, no es como se dice algo
sucio, al contrario. Debemos estar orgullosos que la política
consiguió que es este hecho no hubiera heridos ni detenidos,
que se haya desarrollado pacíficamente. Si no hubiera esta-
do la política, como en otras épocas, hubieran aparecido los
Buenos vecinos, malos políticos • 333

uniformados y vaya a saber lo que hubiera pasado –estallaron


los aplausos en el recinto, por varios minutos los concejales
aplaudieron las palabras de Serrano”.

Ana Tranco, la presidenta del Concejo, dejó el estrado,


y se fue a sentar a su banca, mientras otro concejal pero-
nista subía a ocupar su lugar. Ana ratificó las palabras de
Lucas Serrano:

“Yo quiero decir que estoy orgullosa de pertenecer a este Con-


cejo Deliberante, que consiguió que el Plan Arraigo firmara el
acta acuerdo, y le diera al Concejo Deliberante la facultad de
encontrar un principio de solución… Y yo creo que éste no
es asunto de lucha de clases, porque acá fue una lucha entre
pobres y todos somos pobres, acá no hay terratenientes”.

Luego les pidió paciencia a las familias porque iba a


demorar un tiempo en llegar la solución. En verdad ella
viró hacia un discurso menos político y más operativo, en el
mismo sentido de las recomendaciones de las demás muje-
res concejales. Patricia Jerez pidió la palabra para señalar
que era necesario que las familias tuvieran mucha pacien-
cia, pues la solución todavía no había llegado, “la solución
–afirmó– recién empieza, lleva mucho tiempo urbanizar
la zona”.
De todos los discursos pronunciados, el del concejal
Lucas Serrano se llevó todas las felicitaciones. No sólo
los compañeros de bloque, también los de los otros parti-
dos y los medios de prensa celebraron sus palabras. Lucas
Serrano estaba sorprendido por el reconocimiento que
había ganado, sintió que no podía dejar pasar aquella situa-
ción. Sin advertirlo Lucas había logrado completar la recu-
peración del orgullo perdido de los concejales, en su rede-
finición del sentido responsable de la política. Por un lado,
habían sido capaces de evitar la violencia resolviendo el
conflicto por medios pacíficos; por el otro, habían demos-
trado el sentido del deber político hacia “los pobres”, su
comunidad de referencia. Los concejales no hacen “poli-
334 • Buenos vecinos, malos políticos

tiqueo” ni “política social”, “hacen política” pues resuelven


conflictos a favor de los vecinos pobres, definidos menos por
sus necesidades que por sus derechos históricamente adqui-
ridos. Los concejales perdían su orgullo cuando dejaban de
ser juzgados en virtud de sus deberes políticos, es decir con
relación a una cierta comunidad, para serlo por valores de
una ética individual y universal que vuelve público aquello
que, a los fines políticos, debe ser ocultado. Para que ese
sentimiento pudiera expresarse era necesario, lo mismo que
para la honra, que existiese un valor social asignado a la
pertenencia al cuerpo en cuestión, y éste era el sentido de
comunidad, por la cual y para la cual, se hace política.
Como a muchos de los otros concejales, a Lucas
Serrano las denuncias de corrupción contra el Concejo lo
habían hecho sentir muy mal: “Fue terrible, porque ser con-
cejal era denigrante. Te digo la verdad, no podía mirar a mi
esposa a los ojos. Villegas pensó que iba a poder limitarlo a
los corruptos pero no, costó mucho remontar esa situación”.
De cualquier forma Lucas Serrano ya había incorporado
que su orgullo como concejal dependía de la transparencia
de sus conductas privadas. Mientras conversábamos, al día
siguiente de la sesión extraordinaria, lo llamaron por telé-
fono para que hiciese una compra de zapatillas para dos chi-
cos del barrio que estaban descalzos. Luego me dijo cuánto
ganaba un concejal “yo no oculto lo que gano: 2500 $ con
los descuentos que me hace el partido. Todos los gastos de
la campaña salen de ahí –me dijo”.
La diferencia entre el discurso de Lucas Serrano y el
de los otros concejales, era su asociación entre el senti-
do de la política y la comunidad histórica de referencia.
Él había tomado distancia de la “política irresponsable de
los 70”, personificada en lo que llamaba “los jóvenes de
Buenos vecinos, malos políticos • 335

gamulán”30, a quienes recordó porque, durante la sesión,


los ocupantes de tierras habían estado acompañados por
jóvenes universitarios:

“Yo viví una experiencia parecida y entonces no quiero que


me vengan a contar qué es ser pobre. Éramos jóvenes y
pobres en los ’70, nos agarrábamos de lo que nos dieran.
Nos planteaban –la izquierda revolucionaria peronista– ir
en contra de todo lo institucional, nada debía pasar por lo
institucional. Si a nosotros nos hubieran dicho que había que
luchar, trabajar e ir pagando poco a poco. Pero no, nos lleva-
ron del peronismo a un marxismo. Y ahí venían esos chicos
de la universidad con sus gamulanes, y claro ellos se iban pero
nosotros nos quedábamos… Y todos ellos se fueron, noso-
tros nos quedamos. Y claro, el blanco de la represión fuimos
nosotros… Por eso lo que dije en el recinto es que a mí no
me van a contar la vida del pobre, yo la pasé. Pero resulta que
nadie nos dijo que trabajando se podía conseguir… En aquella
época nos decían ‘los chicos de gamulán’ que había que hacer
tomas de tierras. Ellos nos ofrecieron la ‘tierra prometida’,
‘el sacrificio’, y uno no sabía nada… Por eso yo entiendo que
hay que asumir la responsabilidad de lo institucional, y es el
Estado que debe promover, no la ocupación sino la compra
de las tierras… Por esto la política es muy importante porque
posibilita la búsqueda de soluciones, y un acuerdo… pero
lo que pasa es que la política se ha degenerado, cuando en
realidad es lo mejor que hay”.

El concejal Lucas Serrano buscaba de este modo recu-


perar algunas convicciones políticas o causas históricas,
pero de un modo responsable. La consideración de las con-
secuencias sobre cierta comunidad todavía inciertamente
imaginada, pero más próxima a los vecinos pobres que a los
villeros, era lo que, en ese escenario, moralizaba la política
y enorgullecía a la persona que la asumiera como profesión.
Inversamente, la denigración de un concejal estaba asociada

30 El gamulán es un saco de cuero y piel de oveja muy costoso, que se puso de


moda en los ’70 entre las clases medias argentinas.
336 • Buenos vecinos, malos políticos

a la pérdida de convicciones y obligaciones propias de la


política en este sitio. Juzgar a un político por si mentía o
robaba producía una escisión entre política y moral, debido
a que sus conductas sólo quedaban evaluadas en términos
de una moral universal, desgajada de alguna comunidad
imaginada con referencia a la cual los políticos dirigen sus
acciones; y en torno a la cual se constituyen en tanto cla-
se política. Paradójicamente, un concejal se inmoralizaba,
perdía su orgullo y el reconocimiento atribuido al rango,
no tanto porque robara sino porque era juzgado en esos
términos, por un estándar que desplazaba los valores polí-
ticos de la evaluación.

La corrupción como despolitización de la moral

Dar respuesta a la pregunta de cómo las denuncias de


corrupción participaron, en el contexto de otros factores
analizados en los anteriores capítulos, de un proceso expe-
rimentado como “desmoralización de la política” fue el
objetivo de este último capítulo. Estamos en condiciones
de afirmar que a instancias del escándalo, el campo político
fue moralizado por una ética de un nivel más abstracto y
universal, relativa a las relaciones entre individuos, pero no
política. Desde luego, dicha experiencia ha sido el resultado
de la despolitización de esa moralidad propiamente política,
que solía regir la división del trabajo político. La despoli-
tización de los concejales cobró una nueva fuerza cuando
el escándalo potenció la ruptura de un vínculo con alguna
comunidad imaginada de referencia; un proceso iniciado,
como vimos, con el cambio de década.
Entonces, más que una tendencia a la autonomización
moral de la política, donde la esfera política se separaría
progresiva y definitivamente de la moral, el proceso anali-
zado da cuenta de la invasión de dicha esfera por una moral,
presumiblemente universal, individual y apolítica. Fueron
Buenos vecinos, malos políticos • 337

las evaluaciones morales contenidas en las denuncias judi-


ciales contra “la corrupción de la política” las que expan-
dieron ese estándar de evaluación de la conducta basado
en esa ética individual, donde los valores políticos sobre
la comunidad histórica de referencia son soslayados. Dicha
expansión, sin embargo, fue motorizada por el juego de
la conservación del propio poder y el desafío al poder del
adversario, en la lucha por la sucesión, o crecimiento político;
eso decir por una dimensión de la política.
Por algunos años, las denuncias por corrupción y la
sospecha sobre todo funcionario municipal instalaron la
eficiencia y la honestidad como valores principales de actua-
ción de los concejales. La despolitización encarnada en éstos
tuvo entre sus corolarios la feminización del Concejo Deli-
berante. La misión de la buena administración como valor
no desafiaba el poder de los políticos encumbrados, por
el contrario, sostenía la sumisión de los concejales aparta-
dos de los escalones superiores de crecimiento político. Los
hombres que efectivamente encarnaban los valores de la
masculinización política eran los que no podían ser desafia-
dos, los únicos capaces de decir y de procurarse la sumi-
sión de otros. La feminización del Concejo redundó, no sólo
en un incremento cuantitativo de las mujeres concejales,
sino también en la difusión de la sumisión como posición
política, de la que Cristina Kirchner era la excepción que
confirmaba la regla. La pérdida de poder de los concejales
mejor posicionados para disputar la sucesión del intendente
municipal, capaces de cuestionar el poder del jefe político
local, los aproximaba a al lugar reservado a lo femenino en
la política uriartense.
La experiencia de recuperación del orgullo de los con-
cejales –aunque ésta no haya sido completada– demuestra,
claramente, que la honestidad y la eficiencia no eran valores
de moralidad política. El orgullo era experimentado por los
concejales cuando introducían convicciones basadas en el
compromiso histórico con una comunidad de referencia,
en relación con el cual si podían redefinir el sentido de la
338 • Buenos vecinos, malos políticos

responsabilidad pública. El orgullo se perdía con la extinción


de una comunidad imaginada de referencia y se recuperaba
frente a imágenes, como la propuesta por el concejal Lucas
Serrano, que procuraban definir su integración por vecinos
pobres –dada la anulación de los villeros–. Inversamente, la
corrupción instalaba como misión personal del concejal la
eficiencia en la administración de los recursos, una convic-
ción políticamente inmoral, que propicia una honestidad
individual desvinculada de toda colectividad histórica de
referencia.
En suma, la inmoralidad de los concejales resultó de esa
tendencia a que los estándares más íntimos de este campo,
destinados a evaluar la conducta de las relaciones persona-
les de los políticos, fueran progresivamente sustituidos por
estándares absolutos, válidos para cualquier individuo. En
este proceso, en lugar de que la esfera privada sea incorpo-
rada a la esfera pública, como describe Carla Texeira (1998)
sucediera con la instauración del “decoro parlamentario”
en Brasil, desaparecieron tanto los estándares morales ínti-
mos de la política que configuran la trastienda, como los
públicos, siendo ambos sustituidos por el mismo estándar
universal. Por consiguiente, la desmoralización de la políti-
ca se volvió la sombra proyectada por la despolitización de
la moralidad política; desdibujando la imaginación de una
comunidad histórica de referencia y, con ella, el sentido de
la responsabilidad pública.
Conclusión

La derrota electoral: o en torno de una


antropología de la moralidad política práctica

En octubre de 1999 Villegas acabó derrotado a manos


de la Alianza, la coalición que le ganara la presidencia de
la nación a Duhalde, el candidato peronista sucesor de
Menem. La derrota de Villegas en busca de su tercer man-
dato terminó en el Tribunal Electoral Provincial, quien la
definió contrarreloj por una estrecha diferencia de 2110
votos, sobre un padrón electoral de 388.285 votantes1. Esta
derrota puede verse como resultado del manejo práctico de
la división del trabajo político. Villegas quedó devorado por
la presión de los expulsados de mayor y menor rango del
crecimiento político, quienes “lo traicionaron votándole en
contra”. Así después de 8 años de gobierno su re-reelección
quedó definitivamente frustrada, en gran medida por el
modo en que la moralidad política definiera el rumbo de la
profesionalización de los políticos.
Villegas dejó el cargo en diciembre de ese año envuelto
en infinitas acusaciones de corrupción profesadas por fuer-
zas opositoras indefinidas. Sólo e impotente, cuarenta días
después de dejarlo, murió repentinamente. Página/12, el
periódico de alcance nacional considerado más progresista
y opositor, fue el único en dedicarle una nota. Bajo el título
“Murió el ex intendente de Uriarte, Mauro Villegas: el dele-
gado de Eduardo Duhalde”, la nota señalaba:

1 La tensión alrededor de la definición del ganador se extendió desde el día


siguiente a los comicios a fines de octubre de 1999 hasta la semana anterior
a la asunción del cargo del candidato ganador, a comienzos de diciembre del
mismo año.

339
340 • Buenos vecinos, malos políticos

“Mauro Villegas… de 59 años, murió ayer por la madrugada


en la Fundación Favaloro. Villegas estaba de vacaciones en el
balneario Las Toninas y debió ser trasladado a la Ciudad de
Buenos Aires de urgencia tras sufrir un aneurisma de aorta.
El ex mandatario fue intendente por dos períodos sucesivos
–desde 1991 hasta 1999– del partido bonaerense del que es
oriundo Eduardo Duhalde, quien apenas se enteró del inci-
dente viajó desde Pinamar para quedarse toda la noche junto
a él. Debido a su muerte inesperada, el PJ bonaerense levantó
una reunión que estaba prevista para ayer. Villegas ocupó
su primer cargo municipal en 1973, inaugurando una larga
trayectoria en el PJ. ‘Sufrió muchas traiciones. Muchos que
estaban con él después se abrieron’ comentó su hijo anoche.
Por otra parte, su par justicialista de Lanús, Manuel Quin-
dimil, manifestó que la muerte de Villegas ‘afecta no sólo a
la dirigencia justicialista, que lo reconoce como un hombre
que ha sabido trabajar junto a su pueblo, sino también a
la vida institucional de la zona sur del Gran Buenos Aires,
donde ha tenido a lo largo de los últimos años una activa pre-
sencia’. Villegas había sucedido en la intendencia a Eduardo
Duhalde –desempeñándose como su delegado en los hechos–
después de que Duhalde fuera elegido como vicepresidente
de Carlos Menem. Villegas intentó un tercer mandato, pero
fue derrotado por el aliancista Edgardo Di Dío, después de
perder en octubre por un estrecho margen. Su última apari-
ción pública fue la semana anterior, al conocerse un decreto
que firmó para autoadelantarse el cobro del aguinaldo de
2500 pesos, al mismo tiempo que los empleados públicos del
municipio llevaban un mes sin recibir sus sueldos. Villegas,
además, se hizo famoso por ubicar a dieciséis de sus familia-
res en cargos públicos. La herencia de Villegas para Uriarte
no fue nada menor: 50 millones de pesos…” (Página/12, 19
de enero de 2000)

Alrededor de su muerte, un evento inesperado, las eva-


luaciones morales se volvieron la manera inevitable de ubi-
carse dentro del escenario político. Como vimos, cada una
tiene dos lecturas: hacia atrás, como evaluaciones sobre el
pasado, o eventos; y como impulso hacia el futuro, o acto
(Barth 1994). De acuerdo con Veena Das, como ocurre con
Buenos vecinos, malos políticos • 341

el sufrimiento también aquí “la vida tiene que ser vivida


hacia el futuro aunque tenga que ser entendida hacia atrás”
(1997:13). La nota del periódico reflejaba la superposición
de estándares de evaluación moral destinados a darle senti-
do al escenario para hacer política. Pero esto no significaba
darle un tono caprichoso al pasado, ni tampoco fijo. Los
agentes buscaban la verosimilitud de sus evaluaciones, para
ello apelaban a alguna comunidad imaginada de referen-
cia, un colectivo históricamente definido que hiciera de la
acción futura una significativa; y manipulaban –dentro de
ciertos límites- la publicidad de los contextos en los que
las evaluaciones morales, que evocaban dichas comunida-
des, eran profesadas.
En Uriarte, no obstante, la verosimilitud y sus conse-
cuencias prácticas estuvieron atravesadas por ciertas con-
diciones translocales ineludibles como: a) la versión mene-
mista del neoliberalismo y su particular licuación de las
tradicionales divisiones entre comunidades políticas de
referencia en la Argentina; b) el viraje del peronismo de
su compromiso con la causa de los desplazados hacia la
negación política de las desigualdades; c) la apertura de un
horizonte indefinido al crecimiento político provocado por la
continuidad democrática; y d) específicamente en Uriarte,
el denominado “síndrome Duhalde”.
La identificación de estas condiciones hizo inteligible
la pregunta inicial de este trabajo: ¿por qué la política se
transformó en un problema moral? Desde la perspectiva
ofrecida capturamos en la sucesión y coexistencia de eva-
luaciones morales durante un período relativamente exten-
so, la respuesta a dicha cuestión. Efectivamente, la política
no se convirtió en un problema moral por “falta de moral”,
sino por la alteración de la relación entre los factores que
habitualmente constituían la etnomoralidad política, parti-
cularmente el habitual entrelazamiento entre: la comuni-
dad imaginada de referencia y la regulación del crecimiento
político o sucesión.
342 • Buenos vecinos, malos políticos

Tanto el “problema moral” como la “moralización”


efectuada por el Proyecto Uriarte estuvieron asociados a una
búsqueda subrepticia de la redefinición de su conexión,
ya que la alteración de uno había amenazado la habitual
relación entre ambos. Es que, bajo las condiciones arriba
mencionadas, el naufragio de los villeros como comunidad
histórica de referencia para los políticos introdujo una opor-
tunidad para redefinir la división del trabajo político. La
etnomoralidad política quedaría en cuestión, convirtiendo,
al fin, la política en un problema moral. Ha sido este fenó-
meno el que claramente se puso en evidencia en Uriarte
permitiéndonos identificar las bases de la imbricación entre
moralidad y política.

Vagas imágenes de comunidad y etnomoralidad


política

Cada capítulo da cuenta del juego dominante de estándares


de evaluación moral permitiéndonos entender el curso de
los acontecimientos descriptos en ellos. Cada uno es a la vez
un hito y un rasgo de la etnomoralidad política, y expresa
cierta definición práctica de la división del trabajo político.
Primeramente, el naufragio del contrato tradicional del
peronismo con el pueblo desplazado, a cambio de un nuevo
compromiso con los sectores establecidos sostenido por el
menemismo en Argentina. Bajo una evaluación moral fun-
dada en la gravedad de la crisis y la necesidad urgente de la
salvación esa deriva propició en Uriarte la retracción y pos-
teriormente el ocaso de la causa villera. La redefinición de
las convicciones en torno del valor del arraigo de la comuni-
dad villera dominó la etapa inicial del proceso analizado. La
oportunidad de alterar la división del trabajo político que
el escenario ofrecía interrumpió la posibilidad de los ville-
ros, ejercida hasta entonces, de convertirse en políticos. Su
Buenos vecinos, malos políticos • 343

exclusión de la carrera política coincidía con el agotamiento


de la comunidad imaginada desplazada de referencia evo-
cada hasta entonces por los políticos uriartenses.
Villegas propuso entonces un nuevo proyecto político
con el cual moralizaría la política, el denominado Proyecto
Uriarte. Al haberse quebrado la habitual asociación entre los
términos de la moralidad política, la división del trabajo
político que implicaba podía tomar otro carácter. Concre-
tamente, el alejamiento de los villeros de la carrera política
junto al desdibujamiento de su causa, dejaba a los políticos
sin convicciones y con las puertas abiertas para reordenar la
sucesión y el crecimiento político. El lugar dominante de este
segundo momento lo ocuparían esos estándares de evalua-
ción envueltos en el Proyecto Uriarte que redefinían el “para
quiénes hacer política” –es decir, la comunidad de referen-
cia–, y “con quiénes”. La definición de las convicciones y
la responsabilidad de quienes profesaban la política ocupa-
rían el lugar dominante de este momento del proceso, en
tanto las evaluaciones evocaban una comunidad imaginada
alternativa, la vecindad. En ésta, sin embargo, no había lugar
para que los villeros revindicaran su inclusión en la carrera
política, ni para que los políticos atendieran los problemas
de la comunidad desplazada. En efecto, el lenguaje políti-
co carecía de una categoría política mediante la cual dar
cuenta de los desplazados: todos eran igualmente vecinos
con condiciones homogéneas de vida y, por consiguiente,
sin derecho a reclamar un reconocimiento particular a su
segregación2.

2 Como señala Charles Taylor (1994:27) hasta entrada la década del ’90 la
democracia liberal tendió a promover una política de reconocimiento igua-
litario homogeneizadora, sustituyendo la noción de honor por la moderna
noción de dignidad. Sin embargo, actualmente prima una tendencia dife-
rente en las democracias del capitalismo avanzado a un reconocimiento por
la diferencia cultural, también denominado multiculturalismo. El autor
intenta construir una alternativa a las consecuencias que ambas entrañan
(Taylor 1994).
344 • Buenos vecinos, malos políticos

En tal sentido, los estándares de evaluación que segui-


damente dominaron la escena y, por consiguiente, nos per-
mitieron entender el proceso, fueron los que delinearon
la persona del político. Pero el trazo no fue homogéneo
sino el centro de una tensión entre dos formas de defi-
nir el vínculo político, el que impuso el Proyecto Uriarte y
el que éste desplazaba. El reconocimiento, mecanismo que
sintetiza la inscripción práctica de las evaluaciones morales
en la constitución de la persona política, fue el ojo de la
tormenta; el sitio donde se dirimió el curso de la división
del trabajo político. Frente al naufragio de la comunidad
villera, la lucha por la diferenciación entre militantes socia-
les y militantes políticos escondía el acceso de los desplaza-
dos al crecimiento político. Las ventajas que adquiría una y
otra categoría de militante en relación con ciertos valores
de esa lucha contra el desplazamiento eran objetivamente,
para los desplazados, poco menos que limitadas. Estuvieron
determinadas por la definición práctica de los ámbitos de
encuentro entre políticos y militantes sociales, en tanto públi-
cos o privados, y la viabilidad de expresar en ellos valores
femeninos y masculinos. Las probabilidades de éxito de los
autodenominados militantes políticos salidos de las filas de
los desplazados, en desafiar la interrupción de sus carreras
políticas y la resignificación de la relación centro/periferia,
se restringieron. Quedaron sujetas a factores difícilmente
manipulables como: la capacidad de desmantelamiento de
las reuniones como principal ámbito público de la política; o
de la posibilidad de reivindicar en un acto político, como el
homenaje a Turner, la lucha en favor de los desplazados de
la periferia urbana. En cualquier caso, el desafío no era una
vuelta al pasado, sino un intento de negociar el creciente
desplazamiento de la periferia respecto del centro político.
El predominio de la clasificación de ignorantes y enten-
didos, sobre la de leales y traidores fue también consecuen-
cia de aquella tensión entre formas de la militancia. Como
argumenté, la división del trabajo político entre militan-
tes sociales y militantes políticos implicaba: el confinamiento
Buenos vecinos, malos políticos • 345

de los desplazados a la primera categoría; su inclusión en


una comunidad confusamente imaginada como la vecindad,
sin el sustento histórico que permitiera a los desplazados
ser reconocidos en tanto tales; su nominación bajo una
categoría que los excluía de todo crecimiento político; y
finalmente el refugio de los desplazados en el valor de la
lealtad barrial por oposición a la sabiduría política. Desde
luego, el “autogobierno” barrial, fundado en la evaluación
que privilegiaba el valor de la lealtad barrial, era a la vez:
resultado de una forma de profesionalización política que
restringía las aspiraciones a un liderazgo político más allá
de las fronteras del barrio, y fuente de resistencias como la
de la politización. Las pretensiones de “autogobierno” barrial
en Uriarte no fueron entonces consecuencia de la influencia
directa del neoliberalismo, como se ha destacado para el
caso del capitalismo avanzado (Rose 1996; Hyatt 1997), sino
del perfil que adquirió la profesionalización de la política.
Tampoco, como demuestra la impronta del mecanismo de
reconocimiento que moviliza a los subordinados en la jerar-
quía política, fue mucho más allá de un manifiesto retórico
a favor de la escisión entre los políticos y los vecinos – o
en términos abstractos entre el Estado y la sociedad civil-.
Definitivamente esto no significa que la reivindicación de
la lealtad barrial haya sido meramente funcional al rumbo de
la profesionalización de los políticos oficialmente definido,
un ejemplo más de la lógica indómita de la práctica.
Efectivamente, el proceso tendía hacia el dominio del
valor del entendimiento por sobre el de la pertenencia barrial
sosteniendo, no obstante, imágenes ambiguas, confusas e
impracticables de la comunidad política de referencia. Los
eventos descriptos aquí como politización y judicialización
revelan dos direcciones contrarias –aunque sintonizadas–,
coexistentes en la conformación de la moralidad política
dan cuenta de esa incierta comunidad. La primera revela
que, junto con imágenes ambiguas y confusas de la comu-
nidad de referencia, sin lugar para el crecimiento político
de los desplazados ni para un sentido histórico como el
346 • Buenos vecinos, malos políticos

de villero en él, la responsabilidad pública se desintegra.


Esto significa que la multiplicación de controles sobre los
funcionarios públicos para dotar a sus acciones de accoun-
tability, tal como propone cierta corriente de la politología
y la sociología política, no parece ser el camino más acer-
tado, pues desconoce la existencia de sentidos variables de
la responsabilidad y la lógica práctica de su transforma-
ción. Indudable y llamativamente, la imaginación de una
comunidad más diáfana y significativa dependería nueva-
mente, en este contexto, de la posibilidad que sus miembros
sean reconocidos candidatos a participar de su gobierno.
La politización de la muerte de Marcos instaló esta posibi-
lidad y permitió desplazar del liderazgo barrial a Facundo,
quien amparado en la sabiduría política, no conseguía que
sus evaluaciones morales evoquen una comunidad capaz
de suplantar dicha forma de practicar la división del tra-
bajo político.
Por el contrario, la judicialización de la política indi-
ca otra dirección, donde la culpa y la responsabilidad se
definen individualmente, mientras la comunidad imagina-
da local e históricamente significativa permanece extin-
ta. Los estándares morales implícitos en las denuncias de
corrupción y en los intentos de los políticos por justifi-
carse, judicializan la política al evocar una comunidad tan
extensa como la humanidad misma, donde sólo rigen los
derechos y deberes individuales3. En un escenario como
éste no hay lugar para una esfera íntima de la política,
para vínculos interpersonales justificados en nombre de
una unidad históricamente significativa. Es, por lo tanto,

3 Tal estado de cosas se parece bastante al estado de communitas de Victor


Turner. Al expresar el sentimiento de humanidad este estado se mueve en el
terreno de la ética universal, y no de la ética política, por eso prima la homo-
geneidad, la igualdad, el anonimato, la ausencia de propiedad (Turner
1995:111), pero fundamentalmente las relaciones personales, mientras las
de parentesco, matrimonio, etc., quedan suspendidas (Turner 1995:112). La
supremacía de esta ética universal se emparenta bastante con una suerte de
estado de liminalidad en el cual no es posible aceptar la superioridad de una
clase sobre la otra.
Buenos vecinos, malos políticos • 347

un terreno propicio para la “transparencia” de la política,


para la publicidad –o pulverización– de su esfera íntima,
inmoral por defecto.
Frente a las denuncias de corrupción los políticos
esgrimen estándares de evaluación destinados a culpar,
justificar y responsabilizar, que evocan imágenes de una
comunidad universal. La esfera íntima de la política queda
consumida, porque en el reino de los derechos universales
no hay conductas privadas cuyo ocultamiento se justifique
en nombre de alguna comunidad localmente significati-
va. Esta ausencia desnuda entonces la intimidad política e,
inevitablemente, sobreviene el escándalo luego del cual, por
definición, no hay responsabilidad colectiva de los políticos.
Por consiguiente, la pretendida moralización de la polí-
tica uriartense iniciada por Villegas con el Proyecto Uriarte
culminaría, pese a sus intenciones, con la despolitización de
la moralidad política uriartense –y gran parte de sus polí-
ticos–. La imposibilidad del juego de estándares morales
de crear una comunidad de referencia compatible con la
organización de la sucesión política volvió inaceptable la
redefinición de la división del trabajo político.
Justamente, si bien la adaptación local del neoliberalis-
mo, como muestra Aiwa Ong (1999) para Singapur, no es
imposible, difícilmente la política y los políticos puedan en
este escenario recuperar sentido, en ausencia de una comu-
nidad históricamente significativa. En Singapur, señala Ong
(1999:62), el ethos confucionista posibilitó un sentido de
la accountability pública local fundado en la obligación del
Estado hacia una comunidad, más que en la garantía de los
derechos individuales. De modo inverso, en Uriarte el decli-
ve de la comunidad villera y las dificultades de las evaluacio-
nes morales encaramadas en la lucha política para imponer
la vecindad como su sustituto, llevaron a los políticos uriar-
tenses a la gradual pérdida de orgullo. Sumergidos en un mar
incontenible de sospechas de corrupción, el único medio de
los concejales para salir a flote, como vimos en el capítulo
VII, fue la reconstrucción de una imagen de la comunidad
348 • Buenos vecinos, malos políticos

desplazada. No obstante, ésta tendría un nuevo carácter,


sería una nueva versión, una política “para” los vecinos pobres
–y no “de” los pobres– que inhabilitaría la politización o, en
fin, esos conflictos provocados por la inclusión de los des-
plazados en la carrera política. Las interpretaciones nativas
de la derrota y muerte de Villegas, ya sea como “traición” a
él, o como “corrupción”, ofrecen señales de las dificultades
que por el año 2000 todavía existían para imponer alguna
imagen verosímil de la comunidad de referencia.
En suma, desde el punto de vista de la etnomoralidad
política el problema moral de la política para los funciona-
rios uriartenses no ha sido la corrupción, como este proceso
de redefinición de los límites de la división del trabajo polí-
tico; la corrupción parece más su resultado.

Feminización y transparencia política

Ese estado de cosas nos permite entender por qué la divi-


sión del trabajo político fue, durante el período estudiado,
dificultosamente establecida. La configuración de la mora-
lidad política de la década del ’90 en Uriarte arrojó la par-
tición que registra el título de este trabajo: no hay malos
políticos sin buenos vecinos. Pero la vecindad no pareció cons-
tituirse en una imagen lo suficientemente verosímil e irre-
batible. Desde luego, sin una comunidad imaginada signifi-
cativa de referencia los políticos son “malos”, y la política se
“desmoraliza”4 pues las evaluaciones despliegan imágenes
heterogéneas, vagas, ambiguas, superficiales e inverosími-
les. Dos efectos resultan de este hecho: el primero, más
evidente, consiste en dejar en la superficie una competencia
encarnizada por el crecimiento político; el segundo, bastante

4 La política se desmoraliza o amoraliza tomando un sentido inmoral porque


se despoja de la dimensión moral basada, como señalé, en su evocación de
una comunidad de referencia.
Buenos vecinos, malos políticos • 349

menos evidente, también deja en la superficie a la feminiza-


ción y la transparencia, como valores primarios de la purifi-
cación moral de la política.
El valor de la femineidad en la política uriartense ha
sido consecuencia de la pérdida de la comunidad de refe-
rencia y la vaguedad de sus imágenes sustitutas. En Uriarte
la femineidad quedó emparentada con el valor adquirido
por la “eficiencia administrativa” de las mujeres concejales
frente a la corrupción perpetrada por los hombres. Pero,
tal como vimos, el valor de la “eficiencia” se inscribió en la
creciente debilidad del Concejo Deliberante en la política
uriartense, como en su falta de atractivo para el crecimiento
político. Por eso, de ninguna manera la revalorización de
la femineidad en la política peronista se agota en la perfor-
mance actual de un sentido mítico, tal como señala Javier
Auyero (1997a, 1997b, 2001). Es imprescindible atender a la
fuerza del contexto para ver cómo el lugar de la mujer en la
política es bastante más ambiguo. Aun cuando la Argentina
se ubique entre los países con un porcentaje de mujeres en
el Parlamento cercano al máximo registrado por los países
escandinavos5, en Uriarte este fenómeno no refleja una ten-
dencia definida hacia la igualdad femenina, sino un proceso
bastante más contradictorio.
A los ojos de la perspectiva aquí trazada, también los
índices de transparencia desarrollados por “Transparency
International” (TI)6 expresan una fuerte ambigüedad. De
un lado miden la percepción social de la corrupción –el
grado en que los políticos han robado–; pero del otro son
el resultado del avance de la judicialización de la política,
un estándar de evaluación del comportamiento donde, una
vez perdida la comunidad histórica de referencia, también

5 De acuerdo con la información presentada por el diario Clarín después de


las elecciones parlamentarias de octubre del 2001 la Argentina, por efecto
de la Ley de Cupo Femenino, alcanzaría el 33 por ciento de mujeres. Este
hecho pasaría a ubicarla del lugar 15º al 7º en el ranking mundial de países
con mujeres parlamentarias (Clarín, 4 de julio 2001)
6 Véase n. 5, capítulo VII.
350 • Buenos vecinos, malos políticos

sucumbe el “para quiénes” y “por quiénes” se hace política.


Al tiempo que suponemos que el índice TI sólo mide la
transformación positiva de la política, es condición de su
naufragio: devela la intimidad de la política como nepotis-
mo y corrupción, al despojarla de algún colectivo en nom-
bre del cual se hace política.
Por eso la judicialización es un proceso asociado direc-
tamente al naufragio de la comunidad histórica y local de
referencia. Innegablemente, los medios de comunicación
masiva participan de esa ambigüedad: por un lado permiten
a los ciudadanos ingresar al espacio público y sacudir la
atención de los políticos, desencadenando fenómenos como
el de la politización; por el otro son despreocupados partíci-
pes de la propagación de la judicialización de la política.
En suma, la división del trabajo político acabó a fines
de la década del noventa presentando en la superficie dos
rasgos: una separación entre políticos y vecinos de un lado,
y del otro una creciente impugnación de la constitución
de los políticos como una clase diferencial profesionaliza-
da. Pero este fenómeno no debe oscurecer la tendencia a
la alteración de los rasgos estructurales que admitían el
acceso local de los desplazados a cargos públicos. Es que
a excepción de la politización –cada vez más resistida– el
juego de estándares de evaluación moral tendía a impedir
el acceso de los vecinos al crecimiento político. Los políticos
de Uriarte se encontraron con una contradicción práctica:
imaginar una comunidad de referencia por la cual valiera la
pena ser político, sin que los desplazados pretendan volverse
políticamente activos.
En el lapso de una década, la moralidad política pasó,
de estar fundamentalmente centrada en una causa a favor
de los desplazados, que les permitía acceder a la carrera
política, a quedar atrapada en evaluaciones morales que, al
expandir imágenes de una comunidad universal –o global–
donde sólo primaban derechos y deberes individuales, des-
politizaban la moral. Frente a este proceso, la politización
como recurso para la asignación de responsabilidad de los
Buenos vecinos, malos políticos • 351

políticos hacia los desplazados, a través de su inclusión en


el crecimiento político, era cada vez más inmoral. Proba-
blemente la imaginación de una comunidad con sentido
local, capaz de justificar las acciones de los políticos en tér-
minos colectivos, haya encontrado entre sus más pesados
obstáculos7 una época y una nación donde la globalización
se volviera el fundamento y destino de las acciones de la
dirigencia política nacional. La extinción de sentidos creí-
bles históricamente consentidos de la comunidad para la
cual se hace política dificultó a un grupo de ellos conver-
tirse en una clase capaz de sostener su plausibilidad. Esa
definición, procesada en el reconocimiento como conce-
sión de identidades, es uno de los servicios esperados por
quienes aspiran a ser políticos de quienes lo son – “los de
arriba”-8. Sugiero que cuando el sentido del reconocimiento
es alterado o el servicio mismo se debilita, como sucedió
en Uriarte, pueden emerger identidades que, como la de los
piqueteros, ponen en evidencia el desconcierto producida
por dicha transformación.

Perspectivas de una antropología de la moralidad


política práctica

A efectos de estimar la fertilidad de la perspectiva aquí desa-


rrollada propongo mirar la derrota y muerte de Villegas
no como medida de su fracaso político –ya que estaríamos
asignándole una potencia ilusoria–, sino como consecuen-

7 Distinta es la interpretación de Akil Gupta y James Ferguson (1997:39) quie-


nes señalan que las formas de imaginar la comunidad en estos tiempos pre-
senta el problema de que los lugares reales y las localidades están más inde-
terminadas, con lo cual se asocian a territorios también imaginados y
recordados. Por eso para ellos el principal desafío es usar un foco sobre
cómo el espacio es imaginado para convertirse en lugar.
8 Sigo aquí el argumento de Maurice Godelier (1986) según el cual en una
relación de dominación es el servicio que los dominados creen les propor-
cionan los dominantes la base de su consentimiento a la relación.
352 • Buenos vecinos, malos políticos

cia de la dinámica moral de la práctica política. En cierto


sentido Villegas participó activamente del proceso que aca-
bó con él, haciéndose responsable por los conflictos que
la presión de los desplazados provocaba sobre su carre-
ra política, en particular, y el campo político bonaerense,
en general9: obturó primero el crecimiento político de los
villeros, luego el de los militantes sociales y, por último, el
de los concejales; para ello impugnaría la imagen villera
como comunidad de referencia, ofreciendo en su lugar a la
vecindad, una imagen ambigua, vaga y débilmente plausible.
Pero, finalmente terminó envuelto en cientos de denuncias
y sospechas de corrupción, las cuales acabarían siendo uno
de los pocos procedimientos, además del de las urnas, para
dirimir disputas entre adversarios. Los “traidores” a los que
se refiere el hijo de Villegas en la nota del periódico son
quienes, ávidos por librar la batalla por la sucesión apelaron
públicamente a las denuncias de corrupción para evaluar a
su adversario. Una vez más, la vaguedad y ambigüedad de
las imágenes de comunidad contenidas en las evaluaciones
de los agentes que imperaba en Uriarte, impactaban sobre
la configuración de la división del trabajo político.
Reconocer la relación entre la política y la moralidad
no es un modo más de mirar el denominado vínculo polí-
tico, sino una perspectiva capaz de replantear algunos de
los problemas específicos de la antropología política. Frente
a las concepciones disponibles según las cuales la morali-
dad era ajena a la política o bien se confundía con ésta,
he sostenido el valor de reconocer el modo por el cual las
evaluaciones morales se inscriben conflictivamente en los
procesos políticos. No hay proceso político sin evaluaciones
morales, porque son éstas las que contribuyen a definir la
posición de los agentes. Al actuar los agentes sostienen imá-
genes de la comunidad que justifican su acción, por medio

9 Posiblemente las consecuencias en el reordenamiento de la sucesión local se


hayan hecho sentir con cierta fuerza en la escala política provincial, dismi-
nuyendo la presión gracias a los esfuerzos de Villegas.
Buenos vecinos, malos políticos • 353

de evaluaciones que juzgan la medida en que se deben a


ellas. Pero estas evaluaciones morales están lejos de evo-
car imágenes homogéneas y, por tanto, de conformar una
totalidad compacta y uniforme. Por ello, como he mos-
trado, la organización conflictiva de los procesos políticos
se debe, en gran medida, a la coexistencia de estándares
morales que imprimen rumbos contradictorios al proceso.
Así, el conflicto moral es parte misma del proceso políti-
co, es interno al funcionamiento del poder; en tanto, las
imágenes de comunidad responden y se adecuan también
a esa conflictividad.
A decir verdad, el campo de la antropología política
no ha negado taxativamente dicha unión, no la advirtió.
Por ejemplo, el estudio de los estereotipos es uno de esos
ámbitos de expresión de la moralidad política, además de
una dimensión de las prácticas sociales. Cuando Michael
Herzfeld (1997) se pregunta por la producción de estereoti-
pos o moral self-designators y los procesos de esencialización,
está dialogando con lo que hemos identificado aquí bajo
el concepto de moralidad política. El autor reconoce en
los estereotipos la función de reducir a todos los miem-
bros de la población a una iconicidad manejable (Herz-
feld 1997:31), un colectivo. Aun así, las estrategias de los
individuos no están predeterminadas por estos estereoti-
pos ni por la supuesta pertenencia a un determinado gru-
po, sino por su invocación en un cierto nivel de interac-
ción (Herzfeld 1997:44). El sentido que cobra la moralidad,
para este autor, es el de la definición de los insiders y los
outsiders. Aunque Herzfeld excluya la negociación de esos
límites (1997:43) del terreno de la moralidad, hemos vis-
to por qué debemos considerarlo un asunto de moralidad
política. Son las evaluaciones morales las que en la práctica
introducen manipulaciones o ratificaciones de esos límites
entre personas. Las imágenes de comunidad –así como los
estereotipos– dependen de las evaluaciones morales que
las contienen y de su plausibilidad y verosimilitud dado,
además, cierto contexto. Entonces, además de responder
354 • Buenos vecinos, malos políticos

por los procesos de esencialización podemos comprender


cómo las imágenes de comunidad introducen la variabili-
dad sobre los límites entre insiders y outsiders –establecidos y
desplazados–, considerando no sólo las estrategias sino las
consecuencias involuntarias de la acción sobre la división
del trabajo político. De cierta forma la perspectiva sobre la
moralidad política permite asumir el desafío de Herzfeld
de indagar “como las artimañas de la indexicalidad social
se ocultan detrás de las aparentemente imperturbables ico-
nicidades de una cultura oficialmente unificada” (1997:29),
e incluso mostrar cómo el juego imprevisible de estánda-
res morales incide sobre la división del trabajo político a
mediano plazo.
Inversamente a nuestra perspectiva los estudios en los
cuales la puerta de entrada a la división del trabajo polí-
tico ha sido el de las formas de dominación y resistencia
(Reeves 1995; Kiernan 1997) –estimulados por el trabajo
de James Scott The Moral Economy of Peasant Societies (1976)
y Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance
(1986)– presuponen una moral homogénea. Los débiles o
marginales se definen, para dichos autores, por la posesión
de una moralidad uniforme fundada en la subsistencia, que
les permite resistir silenciosa y cotidianamente a la domi-
nación. En cambio, cuando esta moralidad es idéntica a la
de la elite, como sucede con el culto musulmán a los santos
estudiado por Edward Reeves (1995) en una ciudad del nor-
te de Egipto, la resistencia desaparece (Reeves 1995:317).
Sugiero considerar a esas, alternativas de la manifes-
tación particular de la etnomoralidad política donde, más
que la homogeneidad moral entre elites y desplazados, o el
encapsulamiento moral de los subordinados, vemos alguna
correspondencia o complementariedad entre los estándares
morales esgrimidos por la elite y los desplazados, incluso
cuando hay resistencia. Visto así, nuestro estudio mues-
tra la importancia de desagregar el análisis de la mora-
lidad en evaluaciones morales y estándares de evaluación
y entender su juego práctico (Howell 1997). Entonces, lo
Buenos vecinos, malos políticos • 355

que parecieran fenómenos difícilmente ponderables, pue-


den ser comparados como expresiones de la diversidad de
la etnomoralidad política. Este problema queda claramente
expresado en el argumento de Stanley Tambiah en Leveling
Crowds (1996) según el cual el concepto de economía moral
de Scott no puede aplicarse en “una situación en la cual los
rivales apelen a normas diferentes y formulen demandas
excluyentes” (Tambiah 1996:322). Siguiendo con su argu-
mento, en escenarios de violencia incontenible no habría
entonces trasfondo alguno de valores compartidos.
Pero como hemos mostrado, la aquiescencia, la apatía
o el conflicto no dependen de la existencia de “valores com-
partidos”, sino de una maquinaria formada por estándares
de evaluación moral que al evocar imágenes alternativas de
comunidad de referencia propician tales efectos. De esto
depende, en gran medida, que el lugar reservado en la jerar-
quía política a los agentes, sea aceptado por ellos. Por eso es
posible que los escenarios en los cuales prima la violencia
étnica y nacional, como el estudiado por Tambiah en Asia
del Sur, más que expresar un límite a la perspectiva sobre
moralidad política aquí desarrollada, pongan en evidencia
la necesidad de profundizar el estudio de las comunida-
des que invocan las evaluaciones morales y su inscripción
práctica. En especial si consideramos con Tambiah que la
violencia etnonacional, tal como se ha presentado en torno
de los Tamil en Sri Lanka y la India, pareció convertirse en
un modo regularizado de experimentar la definición de la
“autopercepción de las colectividades” (Tambiah 1996:323).
Por su parte, refieren a la división del trabajo polí-
tico las etnografías orientadas a desnaturalizar la diferen-
ciación de las escalas políticas: global, nacional, local. La
diversidad de enfoques se diluye en una misma preocupa-
ción, la del supuesto binarismo entre el discurso del Estado
y el del pueblo (Herzfeld 1997:171) o entre vida cotidia-
na y Estado-nación (Borneman 1992; Borneman y Senders
2000). Incluso en Negara Clifford Geertz (2000) asume el
problema de la unidad del Estado balinés del siglo xix frente
356 • Buenos vecinos, malos políticos

a la fragmentación de los reinos locales y su poder rela-


tivo (Geertz 2000:32). Los recursos elaborados por estos
autores para deconstruir tales oposiciones y comprender
su producción apelan a elementos de la moralidad políti-
ca. Así, por ejemplo, para entender la organización interna
de la clase dirigente Geertz analiza, con sumo detalle, las
instituciones que en teoría definían la competencia y la
sucesión al poder (2000:49). Sin embargo, las dificultades
reconocidas por el autor, para capturar la variabilidad al
modelo y las fuentes efectivas de la unidad de aquel grupo,
lo llevan a desarrollar en la segunda parte de la etnografía
la dimensión simbólica. La retórica ceremonial cortesana
es donde se irradian las imágenes de la sociedad reflejadas
por el Negara, cuya existencia es así performada (Geertz
2000:187).
De ese modo, queda a la luz el valor analítico de deter-
minar los mecanismos mediante los cuales se profieren las
imágenes de la comunidad de referencia y, principalmen-
te, el descubrimiento de las instancias prácticas que ligan
la distribución del poder con esas imágenes. Sólo enton-
ces puede ser posible demostrar, como afirma Geertz en
relación con Bali, que entre la “alta” y la “baja” política la
diferencia no es de naturaleza sino de escala (2000:37); a
nuestro entender, un asunto de imágenes de comunidad,
evaluaciones que las evocan y contextos.
En el otro extremo, donde pareciera no existir autori-
dad, es decir una división de posiciones políticas, también
encontramos las imágenes de comunidad y la cuestión de
la sucesión política como dimensiones necesarias a la com-
prensión del fenómeno del Love Parade bajo la mirada de
John Borneman y Stefan Senders (2000). La negación de la
autoridad y de la representación expresada en este fenó-
meno masivo llevado a cabo anualmente en Berlín, expresa,
en un sentido, el desafío a la división del trabajo político.
Pero, como muestran los autores, a medida que la autoridad
se internaliza en los cuerpos de los partícipes y se rechaza la
fetichización de la representación (2000:311), es necesaria
Buenos vecinos, malos políticos • 357

la recreación de nuevas imágenes de comunidad: “En lugar


de usar la razón y la comprensión para formar un ‘grupo’
los participantes de la Love Parade usan medios sensuales…”
(Borneman y Senders 2000:312). La moralidad política se
expresa allí como la abolición de la sucesión política, en esa
recreación de la sensualidad y la música tecno, transforma-
das en los estándares principales de inclusión y exclusión de
la comunidad imaginada.
Cabe preguntarnos también por qué no sometimos el
proceso que nos ha ocupado al concepto de “political mora-
le” esgrimido por Bailey en The Need for Enemies (1998:xii).
La razón por la cual hemos evitado su uso reside en la
impronta cognitiva de su definición, y su inscripción en
una visión formal y cíclica del proceso político. La moral
política es “alta” para Bailey en aquellos estadios del ciclo en
los cuales la definición de un enemigo consigue sostener la
unidad colectiva. Al contrario, sobre el final del ciclo, prima
la ausencia de unidad y de acuerdos sobre lo bueno y lo
malo, en fin, la corrupción. La universalidad de este proceso
se sustenta para Bailey en la naturaleza mental del mismo
(1998:177). Lejos está entonces de ofrecer, a través de ese
concepto, una aproximación a la dependencia práctica de la
moralidad y la política.
Pese a todo, Bailey construye el ciclo de la política en
Orissa por medio de un concepto que se aproxima bastante
al sentido que los estándares de evaluación moral toman
en nuestro trabajo. Este concepto operacional es el de los
designios de vida, los cuales derivan del hecho que la realidad
es, según Bailey, juzgada en términos de lo que es esen-
cial para poder actuar (1998:23). Los designios de vida son
modelos que contienen esencias que sólo se ponen en cues-
tión en circunstancias críticas. A veces, son capturados por
las ideologías políticas, mientras que otras compiten o se
confrontan entre la trastienda y la escena política (Bailey
1998:27).
358 • Buenos vecinos, malos políticos

El límite a las semejanzas entre nuestra perspectiva


sobre la moralidad política y este último concepto de Bailey
reside en el siguiente punto: si bien se propone describir
los modelos de designios de vida y las consecuencias de su
competencia en Orissa, presupone un único rumbo, en últi-
ma instancia, mentalmente determinado. Quiero decir que
en su perspectiva no hay práctica sino sólo una estructu-
ra independiente de las intenciones y las acciones concu-
rrentes de los agentes. Por mi parte, y de modo contrario,
he intentado mostrar que si bien las evaluaciones morales
se derivan de estándares morales, o lo que Sherry Ortner
denomina esquemas culturales (1989:196), al convertirse en
estimaciones de la acción pasada que orientan la acción
futura pueden ratificar, desafiar, rectificar o alterar dichos
estándares. Como Ortner, entiendo que la estructura devie-
ne de un paquete de configuraciones morales y no sólo de
principios abstractos (1989:14).
Por último, como nos muestra el proceso analizado,
las villas fueron políticamente empujadas a convertirse en
barrios, y los villeros en vecinos, pero esta conversión tan
ambigua y plagada de contradicciones, como crucial al
desenvolvimiento de la moralidad política en el período,
exigió también un movimiento conceptual respecto de cier-
ta visión dominante propia de la antropología social argen-
tina. Desde el restablecimiento de la democracia en 1983
el fervor entre militantes y políticos por la cuestión villera
se correspondía con el valor que los villeros cobraban para
algunos antropólogos argentinos. Este interés dio origen, a
comienzos de los años ’80, al subcampo de la antropolo-
gía urbana, que nucleaba a investigadores de universidades
y centros privados de investigación10. Así, las villas y los
villeros fueron al mismo tiempo un problema político y de
investigación. Sobre el primero de estos problemas, como
señala Janice Perlman en The Myth of Marginality (1976),

10 Principalmente eran investigadores de la Universidad de Buenos Aires, de la


Universidad Nacional de Misiones y de FLACSO sede Buenos Aires.
Buenos vecinos, malos políticos • 359

la visión de “squatters as revolutionaries” sustentada por


fuertes líneas de razonamiento era “el sueño de la izquier-
da y la pesadilla de la derecha” (Perlman 1976:124). En la
Argentina este problema tenía una traducción local, pues
los villeros eran disputados por distintas fuerzas opositoras
al ala izquierda del Movimiento Peronista. Las formas de
disputa variaron entre los años ’70 de intensa politización y
violencia política, y los ’80 cuando la pretensión de capturar
militantes revolucionarios entre los villeros cedería a la de
capturar electores.
Ahora bien, mientras Perlman estaba interesada en
sostener algún concepto de marginalidad, los antropólogos
argentinos se encargarían de mostrar que las distintas ver-
siones del concepto no eran lo suficientemente adecuadas
(Jaume 1989). Poderosamente arraigada en la Argentina por
la versión del padre de la sociología argentina Gino Germa-
ni, se le discutía al concepto de marginalidad su negación
de las formas subordinadas de integración identitaria y cul-
tural de la población villera a la “sociedad mayor” moderna
y urbana (Ratier 1973; Hermitte 1983; Casabona y Guber
1985)11. Las etnografías de estos autores demostrarían la
integración cultural de los villeros a la “sociedad mayor”
poniendo en evidencia las semejanzas entre ambos sectores
respecto de sus respectivos comportamientos y el imagina-
rio de los villeros que la estigmatización ocultaba. Clara-
mente, estas etnografías intentaron clasificar los estánda-
res morales que sojuzgaban a los villeros –atribuidos por la
sociedad mayor– de los propios que podrían liberarlos.
Pero, tal como mostré, los estándares morales están
sometidos al dictado de la práctica lo cual demuestra que la
moralidad política es un juego abierto. Dadas ciertas condi-
ciones éste puede disminuir el desplazamiento de los ville-
ros o, por el contrario, ahondarlo incluso convirtiéndolos

11 Como muestra Janice Perlman el problema de la integración fue el eje de


todas las perspectivas sobre la marginalidad y también el de sus críticas
(1976:92).
360 • Buenos vecinos, malos políticos

en vecinos, una categoría no estigmatizada. Por mi parte,


considero necesario para resolver la “falsa disyuntiva entre
integración y marginalidad” (Casabona y Guber 1985): pri-
mero, suspender el holismo sociológico clásico según el
cual “integradas” o “marginadas”, las villas sean vistas como
comunidades limitadas basadas en el contacto cara a cara12;
segundo, priorizar un análisis histórico del vínculo político
entre villeros y políticos que desencialice y desnaturalice la
división del trabajo político existente entre ellos; tercero,
tomar como unidad ya no la comunidad sino los even-
tos significativos como momentos de esa diferenciación –o
división del trabajo político–. De lo contrario corremos el
riesgo de dar por sentado lo que debe ser explicado.
Eso sucede con afirmaciones como la de la existencia
de una política de los pobres (Auyero 2001), cuando la “villa”,
el lugar de residencia de los “pobres” y sitio del trabajo de
campo, es considerada una comunidad de residencia limi-
tada basada en el contacto cara a cara; donde todo lazo con
la “alta política” es “exterior a la comunidad”. Como vimos,
el encapsulamiento es parte del proceso mismo de estigma-
tización y desplazamiento político, el cual aparenta – y ahí
reside su eficacia- la existencia de una etnormalidad de la
baja política, cuando en rigor es parte de un mismo juego de
estándares morales13. Este presupuesto, y la estigmatización
que produce, se ratifica y reproduce al describir la política de
los pobres como un estado de “desertificación organizativa”
(Auyero 2000:99, 2001:62) resultado tanto de la “exclusión
social” de los noventa, como del peso de la tradición política
peronista inscripta en mitos como los de Eva Perón. Desde

12 En una metrópolis como Buenos Aires, donde no existen divisiones geográ-


ficas más que la de algunos estrechos riachuelos, las villas más que los
barrios, podían ser fácilmente asimiladas a unidades sociales y culturales
fundadas en el contacto cara a cara.
13 Véase al respecto el descubrimiento realizado por Norbert Elias en Winston
Parva (1998b) donde el modelo moral de los establecidos esgrimido para
fundar su poder sobre los desplazados, en realidad contiene idénticos valo-
res morales que aquellos a los que adhieren los desplazados.
Buenos vecinos, malos políticos • 361

luego el argumento apela a la escasez material y simbólica


como fundamento de la diferencia entre la “baja” y la “alta”
política, en fin un empobrecimiento de la política determi-
nado por el neoliberalismo peronista. Muy por el contra-
rio, ya ha demostrado Elias (1998b) que la segregación y el
empobrecimiento dependen de buenas, sólidas y racionales
argumentaciones que la justifiquen, las que la ciencia social
debe desentrañar y cuidarse de no reproducir.
Sin embargo, y paradójicamente, el argumento extin-
gue la política, es decir el proceso social y político que cons-
truye dicha diferenciación, así la “inactividad del Estado”
(Auyero 2000:109) se torna la contracara de la presunción
de la “villa” como una comunidad cerrada. La integración
supone un “Estado activo” mientras la exclusión lo contra-
rio. Atrapada en el eje de la evaluación más que del análi-
sis, la investigación está permeada por un discurso político
de resistencia al neoliberalismo (Auyero 2000:112), que sin
embargo reproduce sus principales justificaciones.
Propongo, en cambio, dar cuenta de la naturaleza de los
vínculos y concepciones políticas que constituyen la divi-
sión del trabajo político y la profesionalización de los polí-
ticos, sustituyendo el concepto de comunidad, como idea de
totalidad, por uno temporal, como lo es, el de la práctica.
Partiendo de ésta, sí podremos inferir cómo se construye
la noción de comunidad, cómo participa de los procesos de
diferenciación, así como su relevancia en la comprensión de
los procesos políticos.
Por consiguiente, el horizonte que la moralidad política
ofrece al campo de la antropología política y al de otras
disciplinas interesadas en el análisis de la política, puede
explorarse, siempre y cuando suspendamos la coincidencia
entre: totalidad social, comunidad y moralidad14. Lo que

14 En un sentido semejante Ong (1999:66) critica esas nociones “comunitaris-


tas” para las cuales el sentido escencialista y compartimentalizado de la cul-
tura impide ver a los sujetos como ciudadanos y al Estado como productor
de individuos y sociedades.
362 • Buenos vecinos, malos políticos

aquí hemos denominado la etnomoralidad política cons-


tituye un terreno analítico fértil, en caso que evitemos la
búsqueda de principios que propendan o amenacen la con-
formación de la comunidad moral, como si el equilibrio,
la integración y la convivencia pacífica dependiesen de la
comunión moral. Nada está más lejos del modo como opera
la moralidad en relación con la política.
La antropología política debería tender a examinar
procesos de mediano y largo plazo, mediante una combi-
nación de fuentes históricas y etnográficas. De este modo,
sería capaz de explorar en qué medida la aquiescencia, la
apatía y/o la resistencia, son respuestas a las posiciones
que asignan a las personas esas imágenes de comunidad
de referencia producidas por el reconocimiento a través de
los estándares de evaluación moral contenidos en el meca-
nismo de reconocimiento. La comunión o su contrario, la
anomia moral, también llamada fragmentación social, están
unidos a un argumento normativo según el cual la homoge-
neidad moral no sólo es posible sino que es la garantía de la
extinción de la división del trabajo político.
Quiero decir que para introducir el estudio procesual
de la cambiante relación entre moralidad y política15, es
necesario, antes que partir de una supuesta comunidad
moral, seguir las imágenes de comunidad que las evalua-
ciones morales expanden en la práctica. Al invertir así la
presunción sociológica que le otorga prioridad a la comu-
nidad sobre la moralidad nos ha sido posible apreciar la
partición entre los buenos vecinos y los malos políticos como
expresión del rumbo que la profesionalización de los polí-
ticos uriartenses asumió en los noventa. Finalmente, espero

15 Uso el concepto procesual atendiendo también al argumento de Johannes


Fabian (1983) quien defiende un desarrollo de los elementos procesuales y
materialistas de la teoría para contrarrestar la hegemonía representacional y
la negación de la contemporaneidad (1983:156-157). La negación de la
coetaneidad reside en última instancia, para el autor, en la negación de la
materialidad temporal de la comunicación a través del lenguaje (Fabian
1983:164).
Buenos vecinos, malos políticos • 363

haber contribuido a entender los fundamentos de uno de


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Periódicos consultados

La Nación
Clarín
Página 12
El Pregón
Noticias de Uriarte

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