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Radiografía de la elite económica argentina

Estructura y organización en los años noventa


Colección Sociales
Serie Investigaciones

Los años noventa fueron el escenario de un proceso de profundas


transformaciones en donde la elite económica jugó un rol importante en la
promoción, en el apoyo público y en la implementación de muchas de las
principales medidas. Este involucramiento más activo de la elite económica
en una etapa de aplicación de las reformas torna ineludible la pregunta por
las características, las acciones y las transformaciones de los sectores que
controlaban los principales resortes del poder económico durante ese
período.
¿Por qué resulta relevante conocer las características y comportamientos
de la elite económica argentina? Porque incide de manera determinante en
el proceso de acumulación, en la distribución de la riqueza, y en la
orientación de acción estatal, en virtud del poder económico y del poder
político que detentan. Habida cuenta de la centralidad de estos actores y de
la relativa carencia de estudios sobre los mismos, este libro propone un
análisis exhaustivo desde un abordaje sociológico, con la certeza de que el
análisis de esta experiencia nos brinda pistas para entender el presente.
Ana Castellani -coordinadora-

RADIOGRAFÍA DE LA ELITE ECONÓMICA ARGENTINA


Estructura y organización en los años noventa

CIENCIAS SOCIALES
SERIE INVESTIGACIONES

UNSAM EDITA
Índice
Radiografía de la elite económica argentina
Introducción
I
II
III
Bibliografía
Capítulo 1 Deuda externa y elite económica en la convertibilidad
1. Introducción: Orígenes y naturaleza del entendimiento externo argentino
2. La evolución de la deuda externa bajo la convertibilidad
2.1. Endeudamiento y desequilibrio externo bajo la convertibilidad
2.2. El endeudamiento externo privado
2.3. Endeudamiento y déficit fiscal
3. El papel del FMI
4. La nueva “crisis de la deuda” y el accionar del poder económico ante la
debacle de la convertibilidad
Reflexiones finales
Bibliografía
Capítulo 2 La Evolución de la elite económica en la argentina de los años noventa
Introducción
1. Las bases del poder económico: continuidades y rupturas en la cúpula
empresarial y en la representación corporativa del capital
2. Reconfiguración de la elite económica: cambios y continuidades en el
perfil de las posiciones y de los individuos que integran la elite
2.1. Sobre la estabilidad-inestabilidad de posiciones e individuos
2.2. Perfil sociodemográfico y familiar: reproducción social y clausura
de la elite económica
2.3. Trayectoria ocupacional y formas de participación social: la
circulación público-privada y la construcción de redes como marcas
distintivas de la elite económica
Reflexiones finales
Bibliografía
Capítulo 3 Las transformaciones de la elite empresarial en un período de
extranjerización económica: los propietarios de los grandes grupos empresariales
argentinos durante los años noventa
1. Los propietarios de los grandes grupos económicos a fines de los años
ochenta
1.1. El origen social de los empresarios
1.2. Estructura de propiedad concentrada y protagonismo de la familia
en la dirección
1.3. El crecimiento empresarial en el contexto del estancamiento
macroeconómico
2. Estrategias y desempeños frente a las reformas estructurales
3. Cambios en la elite empresarial argentina
Conclusiones
Bibliografía
Artículos periodísticos citados
Anexo
Capítulo 4 La elite empresaria transnacional en la Argentina ante las
transformaciones económicas
Introducción
1. Las transformaciones económicas de los años noventa: la consolidación
de la extranjerización
2. Cambios y continuidades en la organización de la Elite Empresaria
Transnacional
2.1. La carrera organizacional
◗ El caso de los extranjeros
◗ El caso de los argentinos
2.2. La carrera nómade
◗ Carrera nómade “sin circulación pública”
◗ Carrera nómade “con circulación pública”
3. El impacto de las transformaciones económicas de los años 1990 en la
organización de la EET: ¿hacia un cuerpo “internacionalizado” de dirigentes de
empresa?
4. Reflexiones finales
Bibliografía
Anexo
Capítulo 5 Reformas de mercado y recomposición de las elites: la renovación en
el sector bancario
Introducción
1. La reorganización de los mercados bancarios y sus jerarquías
1.1. La reorganización de los mercados bancarios
1.2. La recomposición de la cúpula del negocio bancario privado
2. La reorganización de la representación de la banca privada
2.1. Reconstitución y concentración de la representación oficial
2.2. El problema de la gestión de la diversidad
3. Jerarquías político-corporativas y circulación de sujetos
3.1. Correspondencias entre estatus económico y estatus político-
corporativo
3.2. La fluidez en la composición de las dirigencias corporativas
4. La reconfiguración del perfil social de las dirigencias corporativas
Conclusiones
Bibliografía
Fuentes
Capítulo 6 Elite corporativa industrial: trayectorias corporativas de los dirigentes
de la Unión Industrial Argentina
Introducción
1. Apuntes sobre la organización formal e informal de la UIA
2. La elite industrial: evolución y trayectorias corporativas
2.1. 1989-1993: Acuerdos internos y apertura en la conformación de la
elite corporativa industrial
2.2. 1993-1997: Estabilidad y permanencia en la elite corporativa
industrial
2.3. 1997-1999: Quiebre de la estabilidad, cambios en el acceso y
renovación de la elite corporativa industrial
2.4. 1999-2001: Preeminencia de la trayectoria profesional y clausura
para ingresar a la elite corporativa industrial
Reflexiones finales
Bibliografía
Fuentes
Documentos
Capítulo 7 El fin de la tradición: La Sociedad Rural Argentina frente al
menemismo
Introducción
1. La historia de la entidad, la entidad en la historia
2. La liberalización de la tierra y el sacrificio de la tradición
3. La SRA como observatorio de la renovación de las elites
Conclusiones inconclusas
Bibliografía
Fuentes
Capítulo 8 La elite empresarial católica argentina: estructura organizacional,
sociabilidades y posicionamientos políticos (1999-2003)
Introducción
1. Historia, inscripción internacional y dinámica institucional
1.1. Sus inicios
1.2. Estructura institucional
1.3. Los ámbitos de interacción empresarial
1.4. Los actores centrales
1.5. La capacidad de convocatoria
2. Posicionamientos político-económicos: desregulación neoliberal,
endeudamiento externo e intervención pública durante la posconvertibilidad
2.1. La desregulación de los mercados y el acotamiento del rol del
Estado en el período neoliberal
2.2. Los costos de la valorización financiera: la deuda externa y la
visión del empresariado católico nacional
2.3. La redefinición de las coordenadas estatales. Intervención pública
y nuevas prioridades en la era de la posconvertibilidad
Conclusiones finales
Bibliografía
Sobre los autores
Ana Castellani
Lorena Cobe
Marina Dossi
Alejandro Dulitzky
Alejandro Gaggero
Mariana Heredia
Gustavo Motta
Pablo Nemiña
Martín Schorr
Sobre la autora
Otros títulos de la colección
Introducción
por Ana Castellani y Mariana Heredia

I
Los años noventa fueron el escenario de un proceso de profundas
transformaciones sociales y económicas. Si bien durante la última dictadura
militar se desmantelaron los principales resortes del modelo de acumulación
centrado en la industrialización por sustitución de importaciones, el
entramado institucional que permitió la aplicación de políticas de reforma
estructural de impronta neoliberal (privatización, apertura comercial y
financiera, desregulación de mercados, etc.) terminó de afirmarse tras la
crisis hiperinflacionaria de 1989.
La elite económica local jugó un rol importante en ese proceso
promoviendo primero, y apoyando públicamente después, muchas de las
principales medidas e incluso participó en forma directa en el proceso de
implementación de las mismas (Beltrán, 2011; Castellani y Dulitzky, 2015).
Este involucramiento más activo de la elite económica en una etapa de
aplicación de las reformas torna ineludible la pregunta por las
características, las acciones y las transformaciones de los sectores que
controlaban los principales resortes del poder económico en el período.
¿Y por qué resulta relevante conocer las características y
comportamientos de la elite económica argentina? Porque en toda sociedad
capitalista tanto las grandes firmas como las asociaciones empresarias
tienden a incidir de manera determinante en el proceso de acumulación del
capital, en la distribución de la riqueza, y en la orientación de la
intervención económica estatal, en virtud del poder económico y del poder
político que detentan. El primero se deriva de la posesión del capital
organizado a través de las firmas o grupos económicos: decisiones sobre
niveles y tipos de inversión de utilidades, de empleo, de producción y
comercialización, constituyen cuestiones de gran incidencia
macroeconómica (elite empresaria). Este poder se refuerza (y se hace
efectivo), a su vez, en la acción política que despliegan estos grupos y
empresas, a título individual o colectivo, a través de las asociaciones del
empresariado (elite corporativa). En el caso de las reformas de mercado
adoptadas en América Latina y en la Argentina a fines del siglo XX, este
poder estructural y corporativo se acrecienta porque los empresarios y sus
representantes se comprometieron de manera inédita en la defensa y la
adopción de estas orientaciones. Habida cuenta de la centralidad de estos
actores y de la relativa carencia de estudios sistemáticos sobre los mismos,
este libro propone un análisis exhaustivo de las elites empresarias y
corporativas desde un abordaje sociológico.
Ahora bien, ¿qué entendemos empíricamente por elite económica?
Siguiendo la tradición inaugurada por Wright Mills ( 1956 1963) se
define operacionalmente a la elite como un conjunto de posiciones
estructurales claves del poder económico que son ocupadas por diversos
individuos en cada momento histórico. Las posiciones aluden a la dirección
(no necesariamente propiedad) [1] de las firmas más importantes del país
según su volumen de ventas y a la conducción de las principales
corporaciones empresarias que organizan la representación político-
corporativa del capital (Unión Industrial Argentina –UIA–, Sociedad Rural
Argentina –SRA–, Bolsa de Comercio, Asociación de Bancos Argentinos –
ADEBA–, entre otras). Tomando en cuenta esta definición de las posiciones
se consideran como miembros de la elite económica a todos aquellos que, a
lo largo de los años noventa, hayan ocupado la posición de presidente de las
principales empresas del país, y el cargo de presidente o vicepresidente de
las asociaciones empresarias antes mencionadas.
Al analizar estas posiciones y a los individuos que las ocuparon, desde un
abordaje integral, es posible dilucidar algunos interrogantes clave sobre los
rasgos, mutaciones, niveles de permeabilidad y de relacionamiento con
otros actores y con el Estado de la elite económica argentina.

II
La pregunta sobre las elites y su relación con el desarrollo y las
instituciones democráticas acompaña las primeras inquietudes de la
sociología en la Argentina. [2] El abordaje teórico de la escuela italiana,
tamizado por la aproximación conceptual y metodológica de Wright
Mills, [3] sirvió de marco teórico a las investigaciones desarrolladas en el
departamento de sociología dirigido por Germani. La pregunta era entonces
sobre la crisis de conducción que habría acompañado el ocaso de la
Argentina conservadora. De Imaz (1962 y 1964) inaugura esta línea de
estudio y opta por definir la elite en términos de la posición institucional
ocupada (la máxima jerarquía) en espacios vinculados al ejercicio y la
reproducción del poder, la riqueza y el prestigio.
Luego de pasar revista a las características de quienes ocupaban las “más
altas posiciones institucionalizadas dentro de la sociedad”, el sociólogo
descarta la noción de elite dirigente concluyendo que el caso argentino
evidenciaba su inexistencia. Para de Imaz, la ausencia de una elite dirigente
en la Argentina se explicaba por el febril proceso de ascenso social. Este
último, favoreciendo la promoción de una nueva generación de dirigentes
“especializados”, no había sabido procurar espacios comunes de referencia
que facilitaran el diálogo y la convergencia en las opiniones y la acción. La
circulación de las elites estudiada por los clásicos no podía registrarse en un
país como la Argentina caracterizado más bien por la sucesión de
discontinuidades y fracturas.
Teniendo como antecedente el debate de fines de los años sesenta sobre
los modos de producción en América Latina y, en particular, sobre el
carácter precapitalista de las relaciones sociales en el agro pampeano, se
desarrollan más tarde nuevas interpretaciones preocupadas por las diversas
formas históricas que podían adquirir el Estado y la sociedad capitalista.
Tanto para Gramsci como para Poulantzas, referentes de esta aproximación,
era menester considerar no solo las posiciones ocupadas en la división del
trabajo y las contradicciones estructurales entre los grupos sociales
fundamentales sino indagar en la composición interna de esas clases (sus
fracciones), sus alianzas y las estrategias de dominación y construcción de
hegemonía. Atentos a las peculiaridades del “capitalismo dependiente”, los
nuevos enfoques incorporaban subdivisiones dentro de los grupos sociales
remitiéndolas a la historia económica de las sociedades analizadas y al
carácter más o menos predominante de cada sector de actividad.
En esta línea se enmarcaron los análisis de O’Donnell (1977), Portantiero
(1973 y 1977), Pucciarelli (1993) y Rouquié ([1978] 1982), entre otros.
Tras la modernización de los años sesenta, estos autores constatan una
mutación profunda de la sociedad, marcada por una progresiva
monopolización de los sectores fundamentales de la economía y un avance
del capital extranjero. Estos grupos se habrían revelado incapaces de hacer
confluir sus intereses en una opción electoral permanente y popular y, por
tanto, de construir un orden político estable. Al actuar como reemplazantes
temporarias de una clase dirigente dividida y ausente, las Fuerzas Armadas
se mostraban incapaces de solucionar la crisis hegemónica y concluían por
perpetuarla.
La década del ochenta se acompañaría de una visión preocupada por la
relación entre elites económicas e instituciones democráticas al tiempo que
se interrogaba sobre las posibilidades de supervivencia de los nuevos
regímenes políticos y la amenaza militar. Del mismo modo que quienes los
precedieron, Sabato y Schvarzer (1985) reafirmaban la asociación entre la
inestabilidad política y económica de posguerra y la naturaleza de los
sectores privilegiados. No obstante, el nuevo enfoque pasaría por alto tanto
las distinciones entre elite y clase, que habían servido de soporte al enfoque
de de Imaz, como la oposición entre diversas fracciones de la burguesía.
Sirviéndose una vez más de la historia económica, los autores concluían
que el rasgo central del capitalismo argentino y de sus cúpulas era la
primacía de los comportamientos especulativos y cortoplacistas. La
heterogeneidad presupuesta anteriormente dejaba lugar aquí a la
homogeneidad de un grupo que, sin mayores distinciones a lo largo de casi
un siglo de historia, “va ganando poder a lo largo del tiempo y del
desorden” (1985: 209).
Con la transición democrática, la pregunta sobre la naturaleza de los
ocupantes de la cúspide del poder económico perdió centralidad pero
cuando se le prestó atención fue, en gran medida, vinculada con
problemáticas nuevas. Frente a la crisis teórica y política del
estructuralismo y del marxismo y a las dificultades que presentaba su
noción de clase, el estudio de los grupos dominantes o de las elites
dirigentes exigía la delimitación de referentes empíricos menos
controvertidos y más afines a la especialización disciplinaria. Desde la
sociología económica, fueron los empresarios y sus transformaciones
quienes galvanizaron la atención sobre las elites económicas. Abundan, en
particular, los estudios sobre la creciente concentración, centralización y
extranjerización del capital (Azpiazu, Basualdo y Khavisse, 1986; Azpiazu
y Nochteff, 1994; Azpiazu, 1996 y 1997; Basualdo, 2000 y 2001; Schorr,
2004). Los trabajos de Schorr (2005) y de Ortiz y Schorr (2006), Gaggero,
Wainer, Schorr (2014) dieron continuidad a estos análisis tras la crisis de la
convertibilidad. Dentro de esta misma línea se ha analizado la relación entre
el comportamiento de los grandes agentes económicos y las dificultades
para construir un sendero de desarrollo durable en la Argentina
contemporánea estableciendo características histórico-estructurales de la
elite económica argentina (Nochteff, 1994; Castellani, 2009).
Complementando estos análisis se desarrollaron una serie de estudios
sobre las corporaciones empresarias y su relación con el poder político.
Bajo la dirección de Schvarzer y en el marco del CISEA, se desarrolló una
primera generación de estudios que comprendieron a todas las grandes
corporaciones empresarias del país. [4] Estas investigaciones encontraron su
continuidad en los estudios de Acuña y Golbert (1990), Acuña (1994),
Beltrán (1999, 2003, 2008), Etchemendy (2001), Heredia (2003), Osteguy
(1990), Sidicaro (2002) y Viguera (2000) que, de la mano de Evans (1979),
Gourevitch (1986) y Skocpol (1985), contribuyeron a reinstalar las
relaciones entre empresarios y Estado en el centro de la escena.

III
En diálogo con estos antecedentes, los trabajos que integran este libro
presentan los resultados obtenidos por un equipo de investigadores y
becarios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en
el marco de un proyecto colectivo financiado por dicho organismo y
radicado en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad
Nacional de San Martín.
Para facilitar la exposición de los resultados los capítulos se agrupan en
tres grandes líneas: los dos primeros abordan cuestiones generales sobre el
perfil y comportamiento de la elite económica; los dos siguientes se ocupan
de analizar en detalle el perfil de la elite empresaria nacional y
transnacional; y los últimos cuatro apuntan a dilucidar los rasgos de la elite
corporativa.
En el primer capítulo, Pablo Nemiña y Martín Schorr estudian la
evolución de la deuda externa en la Argentina bajo la vigencia de la
convertibilidad (1991-2001) y sus implicancias sobre la configuración de la
elite económica local. Se trata de una mirada analítica que arroja variados
elementos de juicio referidos a la trayectoria de la elite económica local, en
una etapa de la historia nacional signada por cambios estructurales
profundos de corte regresivo. En el siguiente, Ana Castellani aborda
empíricamente un conjunto de interrogantes clave sobre la elite económica
de los noventa: ¿se trata de una elite estable o inestable?, ¿abierta o
cerrada?, ¿con alto grado de circulación-multiposicionalidad de sus
miembros o replegada sobre sí misma?, ¿internacional o
predominantemente vernácula?, ¿integrada a diversas redes sociales o
aislada?, ¿estrecha o débilmente vinculada con el sector público? Ambos
capítulos operan como marco general para avanzar en el conocimiento
específico de cada una de las subelites (empresaria y corporativa).
En el tercer capítulo, Alejandro Gaggero analiza los cambios en el
empresariado argentino indagando sobre dos dimensiones: la presencia de
los grandes grupos locales en la economía argentina y las modificaciones en
la elite empresarial. Con respecto a la primera, el foco está puesto en
caracterizar estas organizaciones (en cuanto a la estructura de propiedad,
inserción sectorial, grado de diversificación e internacionalización) y
presentar sus estrategias y desempeños empresariales durante los años
noventa. En cuanto a la segunda, el eje pasa a los cambios y las
continuidades en el conjunto de presidentes de los principales grupos
económicos de capital nacional entre 1989 y 2001. Esto se complementa en
el capítulo cuatro con el estudio de los cambios y continuidades
experimentados en la organización de la elite empresaria transnacional
(EET), y su relación con las transformaciones económicas de la última
década del siglo veinte. A partir del estudio de las trayectorias laborales y
educativas recorridas por los presidentes de las empresas transnacionales
que ocuparon los primeros puestos del ranking de ventas en la Argentina
entre 1990 y 2001, Alejandro Dulitzky muestra cómo la extranjerización
económica que experimentó el país durante los años noventa propició un
incremento en los niveles de internacionalización de la elite empresaria.
En el capítulo cinco, Lorena Cobe inicia la serie de estudios sobre
dirigencias corporativas. Específicamente, analiza el proceso de
recomposición de la elite bancaria en un período en el que el país adoptó
con radicalidad la apertura y desregulación de los mercados financieros. La
autora se pregunta ¿cómo impactaron estos procesos de reorganización
financiera sobre la composición y la reproducción de la elite bancaria local?
¿En qué medida este proceso de reorganización propició la concentración
de medios de poder extraordinarios, en las máximas posiciones del negocio
y la representación bancaria frente a otras posiciones sociales? ¿De qué
manera se compusieron, desarrollaron y transformaron estas máximas
posiciones sociales? ¿Qué continuidades y cambios se registraron en las
reglas, organizaciones y sujetos ligados a dichas posiciones?
En el capítulo seis, Marina Dossi, analiza las características de la cúpula
dirigencial de la Unión Industrial Argentina a través de las trayectorias
corporativas de sus dirigentes, es decir, indagando en su actividad
industrial, en sus afiliaciones gremiales, formas de acceso y permanencia en
esos cargos. El objetivo propuesto es ver cómo influyen esas trayectorias en
la dinámica interna, en las formas de organización, de representación de
intereses, y en la dinámica de las relaciones que entabla esta elite
corporativa industrial con los agentes estatales.
Complementariamente, Mariana Heredia reconstruye en el capítulo siete,
el modo en que las reformas estructurales y las transformaciones políticas
impactaron en la Sociedad Rural Argentina y en los grupos que esta
tradicional corporación representa. Para esta reconstrucción no solo
considera la relación con el Estado y las políticas públicas sino también los
conflictos internos y las grandes transformaciones institucionales, las
principales posiciones adoptadas por la organización y las relaciones con
otros actores del campo empresario.
Por último, en el capítulo ocho se presenta un pormenorizado análisis del
empresariado católico a través de su espacio institucional: la Asociación
Cristiana de Dirigentes de Empresa. Mucho menos conocida que otras
dirigencias corporativas, esta asociación fundada hace ya más de sesenta
años con el objetivo de orientar las prácticas empresarias según la Doctrina
Social de la Iglesia, tuvo un papel relevante en los noventa, especialmente
en la crisis de la convertibilidad. Gustavo Motta muestra con precisión las
estrategias discursivas desplegadas por esta elite para la fijación de sus
posicionamientos políticos respecto de tres ejes clave: a) la desregulación
de los mercados y el acotamiento del rol del Estado en el período
neoliberal, b) el endeudamiento externo, dado que su naturaleza y dinámica
permite entender los rasgos medulares del modelo convertible y c) la
redefinición de las coordenadas estatales respecto de la intervención pública
en el mercado a partir de la posconvertibilidad.
Confiamos en que este material permitirá renovar las discusiones e
incentivar nuevas líneas de investigación sobre la elite económica en la
Argentina, justamente en un momento histórico en el que vuelve a cobrar
gran protagonismo y visibilidad pública.

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Notas
1. En el caso de los grupos económicos (es decir, aquellos conglomerados que controlan seis o
más empresas), la dirección siempre coincide con la propiedad. En el caso de las firmas
nacionales o extranjeras, la dirección puede coincidir o no con la propiedad.
2. Esta sección retoma algunos argumentos desarrollados en Heredia (2005).
3. Cf. los trabajos pioneros de la teoría elitista (Mosca, 1939; Pareto, [1902] 1965; Michels,
1949; Wright Mills, [1956] 1963).
4. La nómina completa de estas investigaciones está consignada al final del trabajo que les
sirve de síntesis: Schvarzer (1990).
Capítulo 1
Deuda externa y elite económica en la convertibilidad
por Pablo Nemiña y Martín Schorr

1. Introducción: Orígenes y naturaleza del entendimiento externo


argentino
El capitalismo argentino reconoce, en la última dictadura militar (1976-
1983), un quiebre fundamental en los patrones centrales que hacen a la
valorización del capital y la distribución del ingreso. Por su parte, las
reformas económicas neoliberales de la década de 1990 consolidaron y
acentuaron los rasgos esenciales de dicha reestructuración. En ese contexto,
el endeudamiento externo del país comenzó a desempeñar un papel
fundamental, no solo como resultado de las transformaciones en el
escenario internacional (la emergencia de la denominada “globalización
financiera”, la aceleración de los flujos internacionales de capitales,
etcétera), sino también, y no menos importante, porque la deuda operó
como un elemento decisivo que posibilitó la obtención de considerables
beneficios financieros para los sectores dominantes locales, hasta el
abandono de la convertibilidad en 2001. [1]
A mediados del decenio de 1970, la economía internacional presentaba
índices elevados de liquidez y bajas tasas de interés, y los bancos
comerciales, principalmente estadounidenses, estaban ávidos por obtener
nuevas plazas de colocación. De este modo, comenzaron a afluir al mercado
doméstico, y al de otros países de América Latina, importantes corrientes de
capitales. En el caso particular de la Argentina, el ingreso de esos capitales
asumió inicialmente la forma de préstamos bancarios al sector privado. El
marco contextual era el de una economía que había reducido drásticamente
sus niveles de protección, a lo cual se agregó la reforma financiera
concretada en 1977, que eliminó las restricciones a los movimientos de
capital y liberalizó la actividad financiera.
El negocio del endeudamiento externo consistía, esencialmente, en
aprovechar el diferencial existente entre las tasas de interés locales y las
internacionales. Las divisas ingresaban al país, se cambiaban al apreciado
tipo de cambio vigente y se colocaban en el mercado financiero local, en
una operatoria que arrojaba ganancias cuantiosas. A diferencia de otros
países de la región, que destinaron parte del endeudamiento a fortalecer sus
procesos de industrialización, en la Argentina se inició una etapa en la cual
la forma predominante de acumulación fue la especulación financiera ligada
con la desindustrialización, la reestructuración regresiva del aparato
productivo, la centralización del capital y la concentración de la producción
y del ingreso a favor del nuevo bloque de poder económico que se
configuraría bajo la dictadura y, en suma, de la profundización en niveles
extremos del carácter dependiente de la economía nacional (Azpiazu,
Basualdo y Khavisse, 1986; Basualdo, 2006).
Hasta fines de los años setenta se trató esencialmente de un accionar
sesgado al sector privado, pero a comienzos de la década de 1980 el Estado
también comenzó a participar en forma activa del proceso de
endeudamiento externo, con el fin de proveer las divisas necesarias para
financiar la creciente fuga de capitales del sector privado. La apreciación
cambiaria y el endurecimiento de las condiciones crediticias externas
aumentaron las expectativas de devaluación de los actores privados, que,
prácticamente, frenaron la toma de créditos en el exterior y acumularon
divisas. Ante la magnitud asumida por el fenómeno, los bancos extranjeros
comenzaron a exigir al sector privado local la apertura de depósitos
bancarios que hicieran las veces de garantía para el funcionamiento de uno
de los circuitos que por entonces formaba parte de la “bicicleta financiera”.
El alza de las tasas de interés internacionales y el fracaso de la política
económica de Martínez de Hoz pusieron fin a la operatoria. En 1981, la
moneda se devaluó de manera significativa, y el sistema financiero se
encontró al borde del colapso. En ese escenario, el Banco Central otorgó
seguros de cambio para facilitar a los deudores privados locales el repago
de sus deudas con el exterior. Si bien dicho seguro incluía una tasa de
interés, la inflación y las posteriores devaluaciones la fueron licuando y se
produjo, en los hechos, la estatización de la deuda externa privada.
Este proceso, que prosiguió durante buena parte de la década de 1980,
conllevó una extraordinaria transferencia de recursos públicos hacia los
sectores más concentrados del capital. Cabe destacar que solo 28 grupos
económicos locales y 102 empresas transnacionales concentraban nada
menos que el 64% de la deuda externa privada (Basualdo, 1987) y que,
además, los deudores habían sido obligados por sus acreedores a disponer
de depósitos bancarios como garantía, [2] de modo que se consagró la
legitimación de la fuga de capitales locales registrada a comienzos del
decenio aludido. La estatización de la deuda externa privada no solo
implicó una fenomenal traslación de ingresos a la cúspide del poder
económico, sino también la irrupción manifiesta de los acreedores externos
en el seno de los sectores dominantes de la Argentina, situación que se vería
potenciada, entre otros factores, por el carácter “divisa dependiente” del
modelo económico y por la existencia de desequilibrios estructurales en el
frente externo y el fiscal.
En definitiva, lo que se verificó fue una extraordinaria remisión de
capitales hacia el exterior, lo cual expresa la contracara del crecimiento de
la deuda. Como se desprende de la información que suministra el cuadro 1,
por cada dólar de endeudamiento externo existía aproximadamente otro
dólar perteneciente a residentes locales, que se había fugado al exterior,
situación que continuaría hasta fines del régimen de convertibilidad.
De este modo, la deuda externa, que a mediados de los años setenta no
superaba los 8000 millones de dólares, se encontraba en 1983 en valores
próximos a los 45.000 millones de esa misma moneda.
Con la vuelta de la democracia, ya consumada la redefinición del
funcionamiento económico de país y del bloque dominante, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) se constituyó en garante del repago de esa
deuda contraída principalmente con bancos comerciales de los Estados
Unidos. Para eso condicionó la entrega de financiamiento a la
implementación de programas de ajuste del gasto y la inversión pública;
pero los planes económicos apoyados por el Fondo fracasaron
sistemáticamente en el intento por restablecer el crecimiento sostenido,
dado que proponían políticas de estabilización orientadas a resolver
desajustes de corto plazo, pero no atacaban los déficit estructurales (externo
y fiscal) que afectaban a la economía (Fanelli y Frenkel, 1990).
Esos desequilibrios reflejaban la manera en la que se había desarrollado
el proceso de endeudamiento y cómo se había afrontado la “crisis de la
deuda”. El desequilibrio estructural del sector externo era el resultado del
elevado monto de intereses y del stock de deuda que el país mantenía con
los acreedores externos, que no era compensado con un ingreso de divisas
equivalente a través de la inversión extranjera o del superávit comercial. La
capacidad para generar divisas se veía disminuida debido a que gran parte
de ese endeudamiento no había contribuido a ampliar la estructura
productiva, sino a proveer las divisas necesarias para financiar el proceso de
fuga de capitales. A su vez, esos crecientes pagos establecían presión sobre
las cuentas públicas, las cuales, sumadas a las ingentes transferencias al
capital concentrado interno que se motorizaron por diversas vías,
determinaban la existencia de un desequilibrio fiscal estructural que solo
podía resolverse mediante reducciones en el gasto y la inversión pública, la
disminución de las transferencias hacia el capital concentrado local o una
reestructuración de la deuda (eso, en el marco del afianzamiento de una
estructura tributaria sumamente regresiva).
En una primera etapa, el gobierno de Alfonsín buscó avanzar en una
renegociación de la deuda junto con el resto de las naciones deudoras de
América Latina, pero las desavenencias entre esos países, sumadas a la
presión estadounidense y de organismos internacionales, así como la de
ciertos actores en el frente interno, obturaron cualquier camino en ese
sentido (O’Donnell, 1985; Pesce, 2006; Restivo y Rovelli, 2011). En este
período también fracasaron otras propuestas planteadas para hacer frente al
problema de la deuda, como el Plan Baker y el programa de capitalización
de deudas (Bouzas y Keifman, 1990; Machinea y Sommer, 1990). Las
necesidades de corto plazo y las limitaciones estructurales o la falta de
voluntad política para la implementación de una política que afectara los
intereses de los grupos económicos locales contribuyeron a que el gobierno
priorizara la búsqueda del equilibrio fiscal mediante el ajuste. Sin embargo,
la reducción del gasto disminuía la actividad económica y, por ende, la
recaudación tributaria. Así, todo ahorro era compensado negativamente con
una reducción en los ingresos, lo cual puso de manifiesto la limitación de
los instrumentos de estabilización de corto plazo para resolver desajustes
estructurales y desembocó en el “festival de bonos” (deuda interna), que
potenció la especulación financiera con base en el financiamiento al Estado
(Azpiazu, 1991; Ortiz y Schorr, 2006).
Para entonces, la inflación comenzó a manifestarse cada vez con mayor
intensidad, a consecuencia de varios factores, en particular de la existencia
de una estructura productiva con un elevado grado de concentración, en la
cual los grupos económicos detentaban un ostensible poder sobre la
determinación de los precios domésticos. El gobierno radical intentó
controlarla mediante el Plan Austral, pero el éxito fue fugaz y fracasó.
Hacia el final de la década de 1980, la profundización de los desequilibrios
fiscales y externos llevó al gobierno a incurrir en una moratoria de hecho
sobre la deuda externa pública, que por entonces alcanzaba los 6.0000
millones de dólares, lo que aumentó la presión devaluatoria sobre la
moneda local (en un contexto en el que se mantuvieron las numerosas
prebendas estatales al capital concentrado local). A comienzos de 1989, la
retirada del Banco Central del mercado de cambios, ante una marcada
disminución de las reservas y una “corrida” motorizada por la banca
extranjera, conllevó una suba pronunciada de la cotización del dólar, la cual
derivó en el estallido de la hiperinflación (Damill y Frenkel, 1990). Esta
situación de crisis socioeconómica no solo alentó la asunción anticipada del
presidente Menem en mayo de dicho año, sino también sentó las bases para
la legitimación social y el inicio de un drástico programa de reformas
neoliberales en el país (Anderson, 1994; Beltrán, 2011; Bonnet, 2007).
En ese cuadro general, el objetivo central de este trabajo es analizar la
evolución de la deuda externa en la Argentina bajo la vigencia de la
convertibilidad (1991-2001) y sus implicancias sobre la configuración de la
elite económica local. Para ello, en las próximas secciones se busca
identificar, entre otras cosas, los factores que concurren a explicar el
comportamiento del endeudamiento externo en el período aludido, las
vinculaciones entre la deuda y la dinámica del modelo de acumulación en
general y de las diferentes fracciones del poder económico en particular; así
como el rol desempeñado por los acreedores externos (puntualmente el
FMI) y las características más salientes de la nueva “crisis de la deuda”, que
estalló en las postrimerías de la convertibilidad y, en conjunción con otros
elementos, desembocó en el colapso del esquema económico en un
escenario signado por una crisis multidimensional sin precedentes. Se trata
de una mirada analítica que arroja variados elementos de juicio referidos a
la trayectoria de la elite económica local, en una etapa de la historia
nacional signada por cambios estructurales profundos inscriptos en una
fenomenal (y sumamente regresiva) transferencia de ingresos a los sectores
dominantes.

2. La evolución de la deuda externa bajo la convertibilidad


Durante la década de 1990 el problema de la deuda exhibió una trayectoria
circular. A comienzos del decenio la Argentina se encontraba en cesación
de pagos, con un nuevo programa económico y a la espera de una
renegociación efectiva. A fines de 2001 se asistía nuevamente a una
cesación parcial de pagos (declaración de default mediante), profundos
cambios en el régimen económico y el inicio de una nueva etapa de arduas
negociaciones con el FMI. ¿Qué sucedió en el camino?
A principios de la década se planteaba que la solución definitiva al
problema de la deuda llegaría de la mano de reformas estructurales de corte
neoliberal (shock de estabilización, privatizaciones, desregulación, apertura
comercial y liberalización de los flujos financieros), sumada a una
renegociación que siguiera las pautas del Plan Brady.
El primer paso en la materia fue el inicio del programa de
privatizaciones, para lo cual se habilitó el pago de parte del paquete
accionario de algunas empresas estatales con títulos de la deuda externa
argentina. Tales fueron los casos de, fundamentalmente, las primeras dos
grandes privatizaciones concretadas: la empresa de aeronavegación
Aerolíneas Argentinas y la telefónica Empresa Nacional de
Telecomunicaciones (ENTel). Esta modalidad proporcionó un beneficio
significativo a los acreedores, ya que les permitió valorizar al 100% los
devaluados títulos de la deuda argentina, los cuales, por entonces, estaban
registrados en los balances en valores que oscilaban entre el 15% y el 20%
del valor nominal.
Este proceso de canje de activos físicos por títulos de la deuda externa
fue el primer paso hacia la denominada “solución” del problema del
endeudamiento por cuanto permitió comenzar a reducir el monto total de la
deuda y, al mismo tiempo, generar “señales claras” hacia los mercados
internacionales acerca del rumbo de la política económica adoptada.
Posteriormente, en diciembre de 1992 concluyeron las negociaciones del
llamado Acuerdo Brady, mediante el cual se realizó el canje de los viejos
préstamos otorgados por bancos comerciales por nuevos bonos Brady a 30
años, para lo cual se aplicaron quitas en el capital y reducciones en las tasas
de interés. [3]
Esto permitió que la Argentina saliera del default y la atomización de los
acreedores, con lo que se eliminó el riesgo que pesaba sobre el sistema
bancario estadounidense. Asimismo, determinó una transformación
sustancial en la composición de la deuda y de los actores implicados en la
misma. A partir de ese momento la deuda externa argentina pasó a estar
compuesta, en su mayoría, por bonos que cotizaban en mercados de
capitales y podían ser negociados libremente por agentes individuales.
Estos, a su vez, toman sus decisiones de compra-venta siguiendo las
recomendaciones de las agencias calificadoras de riesgo, las cuales se basan
en una serie de indicadores que procuran determinar la solvencia del país en
función de las posibilidades reales de repago.
Así, al precio de sacrificar empresas públicas a valores que resultaron
subvaluados de modo ostensible [4] y de efectivizar un canje, la Argentina
accedió a la posibilidad de reducir su endeudamiento neto. Como se puede
apreciar en el gráfico 1, durante el período 1990-1993 la deuda tiende a
estancarse en valores próximos a los 60.000 millones de dólares. Entre 1990
y 1992 se debe al canje de deuda por empresas privatizadas. El saldo del
año 1993 refleja el canje concretado a través del Acuerdo Brady, en tanto se
reduce sustancialmente la deuda con bancos comerciales (de 30.265 a 1180
millones de dólares), mientras que crece la deuda en títulos públicos (de
11.292 a 41.926 millones de dólares).

Ahora bien, a pesar de haber contribuido a morigerar el incremento de la


deuda externa pública a comienzos de la década, las privatizaciones y el
Plan Brady no aportaron una solución definitiva al problema del déficit. En
este sentido, a partir de 1993 no solo no se reduce el peso de la deuda en el
conjunto de la economía nacional sino que, por el contrario, se produce una
nueva etapa de endeudamiento explosivo, solo comparable con la registrada
durante la última dictadura militar. Mientras la deuda externa creció el
10,7% entre 1990 y 1993 (a un promedio del 3,4% anual acumulativo),
entre 1993 y 2001 lo hizo al 126,6%, a una tasa media anual del 10,8%.
Todo eso invita a reflexionar sobre los factores que incidieron en el
crecimiento de la deuda externa argentina en los años noventa.
Independientemente de las consideraciones que pudieran realizarse sobre la
capacidad y la intencionalidad de gobernantes y funcionarios, [5] cabe
incorporar una serie de apreciaciones acerca del funcionamiento de la
economía argentina a partir del régimen de convertibilidad, sus implicancias
sobre el esquema de (des)equilibrios macroeconómicos y la trayectoria
estructural de los sectores dominantes.

2.1. Endeudamiento y desequilibrio externo bajo la convertibilidad


A fines de marzo de 1991 se sancionó la Ley Nº 23.928 de Convertibilidad,
que, articulada con otras definiciones (como la reforma a la Carta Orgánica
del Banco Central), estableció un tipo de cambio fijo (subvaluado) de un
peso por un dólar, obligó a respaldar la base monetaria con divisas, impidió
que se emitiera moneda sin respaldo y prohibió cubrir el déficit fiscal a
través de la emisión, condicionando la política monetaria al ciclo de entrada
y salida de capitales. La estabilización produjo una atracción considerable
de fondos externos, similar a lo acaecido en el transcurso de la burbuja
financiera de 1977-1980; en esta ocasión, debido a la combinación de la
búsqueda de financiamiento para participar del proceso de privatizaciones,
al boom de consumo de los primeros años de vigencia del esquema de caja
de conversión, a los altos rendimientos financieros y a la fuerte valorización
de los activos.
La implementación de la convertibilidad logró consolidar técnica y
políticamente el programa económico del gobierno en la medida en que
logró conciliar las demandas y los intereses de las fracciones dominantes:
los grandes conglomerados locales, las empresas transnacionales y los
acreedores externos. Sin embargo, es necesario separar analíticamente la
convertibilidad con tipo de cambio fijo del resto de las reformas
estructurales, ya que, desde un punto de vista estrictamente técnico, se
podría haber aplicado el mismo esquema cambiario-monetario sin realizar
las demás transformaciones regresivas en forma de shock (Nochteff, 1999).
Esta consideración se ve reforzada por dos motivos. En primer lugar, la
convertibilidad contradecía directamente la “sugerencia”, incluida en el
Consenso de Washington, de aplicar un tipo de cambio flexible y alto para
promover las exportaciones. De hecho, al momento de su lanzamiento el
nuevo régimen enfrentó la resistencia del gobierno estadounidense y del
FMI, quienes dudaban de la capacidad de la administración de Menem para
mantener una situación fiscal equilibrada (Heredia, 2010). En segundo
lugar, la convertibilidad fue cobrando mayor importancia para la estrategia
económica del gobierno a medida que se consolidó como elemento
articulador de consenso político en tanto logró poner fin a la dinámica
inflacionaria (Dossi, en este volumen). A su vez, esta transformación se
reflejó en los textos de los sucesivos acuerdos suscriptos con el FMI
durante la década de 1990. Así, el acuerdo de 1991 concebía la
convertibilidad como un “instrumento”, entre otros, del programa de
estabilización orientado a disminuir la inflación a corto plazo.
Posteriormente, en la extensión del acuerdo en 1995, con la economía
sufriendo los efectos de la crisis mexicana, aparecía junto al mantenimiento
del equilibrio fiscal y financiero como uno de los dos “principios rectores”
del programa, por consiguiente un objetivo a preservar per se. Finalmente,
con el acuerdo de 1998 se consolidó la centralidad de la convertibilidad
como eje del plan económico al “fagocitar”, simbólicamente, al programa
de reformas estructurales bajo el rótulo de “Plan de Convertibilidad”
(Bembi y Nemiña, 2007).
En consecuencia, la estabilidad y la expansión de la economía pasaron a
depender muy estrechamente de la posición externa del país, ya que el
ingreso de divisas constituía el principal mecanismo que permitía aumentar
la base monetaria y, con él, el nivel de la demanda (Vitelli, 2001). La
economía argentina necesitaría generar un creciente superávit de cuenta
corriente para poder financiar la acumulación de reservas y, por esa vía,
garantizar el sostenimiento del régimen convertible. Pero como,
simultáneamente, el atraso cambiario y la apertura de la economía
generaban un sesgo adverso hacia la producción de bienes transables y una
fuerte demanda de importaciones, la balanza comercial comenzó a presentar
déficits pronunciados. Estos solo se revirtieron en etapas recesivas como la
“crisis del tequila” y la de 2000-2001, cuando las importaciones se
retrajeron en forma considerable.
En otras palabras, dado el esquema de caja de conversión y ante los
desequilibrios de cuenta corriente, la única forma de asegurar un superávit
en la balanza de pagos era a través de ingentes ingresos de capitales. Parte
de ellos fueron aportados por inversiones directas, pero los mismos no
resultaron suficientes, por lo cual también se expandió el endeudamiento,
tanto público como privado.
Esta situación comenzó a agravarse a mediados de la década, cuando se
inició una nueva etapa de fuga de capitales locales hacia el exterior,
contrariamente a las expectativas oficiales, que proyectaban una continua
repatriación de capitales, la cual se agotó rápidamente tras la cuasi
finalización del proceso de privatizaciones. La información disponible
indica que entre 1990 y 1992 se verifica una estabilización en el
endeudamiento externo, al tiempo que se constata cierta repatriación del
capital local fugado en el decenio anterior. El primer fenómeno se relaciona,
como fuera señalado, con que en la primera etapa de las privatizaciones se
le dio prioridad a la capitalización de bonos de la deuda externa (lo que le
permitió al Estado argentino reducir parte de sus pasivos con el exterior),
mientras que el segundo se vincula con el hecho de que algunos grupos
económicos repatriaron una parte de los recursos que habían fugado con la
finalidad de participar activamente en las privatizaciones.
No obstante, una vez que, hacia 1993, comenzó a declinar el proceso
desestatizador, paralelamente se incrementó el endeudamiento externo y,
sobre todo, con inusitada intensidad, la salida de capitales locales al
exterior, motorizada, nuevamente, por los principales conglomerados
empresarios que actúan en el país (los que, en este período, se
desprendieron de una proporción considerable de sus tenencias accionarias
en las empresas privatizadas realizando cuantiosas ganancias patrimoniales
–Gaggero, en este volumen; Azpiazu y Schorr, 2001–). A pesar de sus
disminuciones en los primeros años, ambas variables alcanzaron un registro
récord durante el decenio, superiores, en términos constantes, a los valores
que se verificaron durante la última dictadura militar. Dicho proceso fue de
tal magnitud que hacia fines de la década de 1990 la relación deuda externa-
fuga de capitales era aproximadamente de 1 a 1 (en otros términos, por cada
dólar que ingresó a la economía argentina vía endeudamiento externo, el
capital concentrado interno remitió al exterior una cifra prácticamente
equivalente –cuadro 1–).
Por esa vía, y otras, el sector privado comenzó a registrar un saldo
negativo de balanza de pagos (Basualdo, 2000; Damill, 2000). [6] El
comportamiento de los sectores dominantes (fundamentalmente de los
grandes grupos económicos locales y el capital transnacional) resultó
entonces contradictorio con las condiciones requeridas para la continuidad
del régimen convertible. En el marco de la convertibilidad, esto obligó al
sector público a proveer las divisas necesarias para cerrar la brecha externa,
esencialmente a través del endeudamiento.
En el cuadro 2 se visualiza esta situación a partir de una desagregación de
la balanza de pagos. Como se puede observar, en un nivel agregado la
balanza en cuenta corriente fue deficitaria, y luego compensada con un
saldo positivo en la cuenta de capital y financiera. En el período
comprendido entre 1992 y 1994, el sector privado contribuyó –gracias a
ingentes ingresos de capitales provenientes, en lo sustantivo, de la
concreción del programa privatizador, que superaron los 8500 millones de
dólares anuales– a una acumulación de reservas por casi 2000 millones de
dólares anuales. Pero hacia mediados de la década esta situación se revirtió:
a pesar del crecimiento de la inversión directa, el sector privado siguió
teniendo un saldo de casi 2000 millones de dólares anuales, solo que en esta
ocasión el saldo tenía signo negativo, siendo entonces el superávit generado
por el endeudamiento público el que posibilitó más que compensar el
mencionado déficit privado. Finalmente, durante los dos últimos años de la
convertibilidad, el sector privado registró saldo negativo en la cuenta
corriente y en la cuenta capital, con un déficit anual de poco menos de 7000
millones de dólares. Un balance global del decenio 1992-2001 evidencia
una acumulación de reservas por un monto que superó los 1500 millones de
dólares anuales, asociado a un superávit del sector público, que orilló los
3300 millones de dólares y un déficit del sector privado por algo más de
1700 millones de dólares (este desequilibrio se vincula directamente con el
peso de los servicios reales y financieros en la cuenta corriente y, en mayor
medida, con la fuga de capitales en la cuenta restante de la balanza de
pagos.
Naturalmente, esta situación afectó el funcionamiento de la economía en
su conjunto y revela el principal déficit estructural del régimen de
convertibilidad con retraso cambiario. El endeudamiento externo del sector
público fue el factor que permitió compensar el desequilibrio externo
privado durante los años de la convertibilidad o, más específicamente, un
esquema de acumulación y reproducción ampliada del capital por parte de
la elite económica local estrechamente ligada a la especulación y la
internacionalización financiera. En otras palabras, dichos ingresos de
capitales fueron el “combustible” que permitió que la convertibilidad
sobreviviera durante más de 10 años. Una vez cerrada la afluencia de
financiamiento externo, dicho régimen monetario se mostró insostenible,
con un saldo profundamente deletéreo en múltiples aspectos.

2.2. El endeudamiento externo privado


El endeudamiento externo del sector privado experimentó un incremento
notable en el transcurso de la convertibilidad (replicando, en buena medida,
lo sucedido durante el ciclo de endeudamiento que tuvo lugar bajo la última
dictadura militar). Si bien el monto de la deuda privada es sustancialmente
inferior al de la pública, las tasas de crecimiento fueron más elevadas en el
caso de la primera. Al respecto, las evidencias disponibles indican que
mientras la deuda externa pública se expandió a un ritmo del 8,6% anual
acumulativo entre 1991 y 2001, la deuda privada lo hizo a un promedio del
25,9% anual, ubicándose el stock en algo más de 35.000 millones de dólares
al final del período señalado.
El endeudamiento privado creció impulsado, principalmente, por la
emisión de Obligaciones Negociables (ON) en el exterior y préstamos
bancarios directos. De hecho, ambos conceptos explican el 82,1% del stock
de deuda externa privada. La información con la que se cuenta permite
comprobar también que se trató de un fenómeno sesgado a las grandes
firmas del país. Un informe del Ministerio de Economía señalaba que el
75% del stock de deuda externa del sector privado a fines de 1998
correspondía a solo 59 empresas líderes que, en no pocos casos, integraban
un mismo conglomerado económico (Kulfas y Schorr, 2003). [7]
El endeudamiento privado asumió cuatro funciones básicas. En primer
lugar, el financiamiento de inversiones asociadas a grandes compañías, en
especial las empresas privatizadas y algunos estamentos del capital
concentrado local favorecidos por ciertas acciones y omisiones estatales en
algunos sectores de la actividad económica (hidrocarburos, “armaduría
automotriz”, diversas producciones de commodities, etcétera).
En segundo lugar, el apalancamiento para la adquisición de firmas. Tal
proceso se visualizó, por ejemplo, en los casos de un puñado de fondos de
inversión muy dinámicos en la época, como The Exxel Group o el CEI
Citicorp Holdings, que se valieron del endeudamiento para financiar la
propia adquisición de la empresa; o de las licenciatarias del servicio básico
telefónico (Telecom Argentina y Telefónica de Argentina) que,
endeudamiento externo mediante (muchas veces con las respectivas casas
matrices, o sea, bajo el formato de autopréstamos), financiaron un proceso
de fuerte expansión hacia los distintos segmentos del “mercado ampliado”
de las telecomunicaciones (tanto en la Argentina como en el resto de
América Latina).
En tercer lugar, la más que probable utilización del endeudamiento como
vía para garantizar la remisión de utilidades y eludir el pago del impuesto a
las ganancias en el nivel local. Se trata, en otros términos, de una forma de
manipulación de los precios de transferencia (en este caso no del precio de
un bien sino de la tasa de interés implícita) que incrementa artificialmente
los costos de las empresas que se desenvuelven en el país (debido al peso de
los intereses pagados) y, por ende, reduce la base imponible para el pago del
impuesto a las ganancias. En un contexto de completa liberalización de los
flujos de capitales y de atraso cambiario, el incentivo a recurrir a estas
prácticas fue por demás elevado.
En cuarto lugar, la realización de ingentes beneficios financieros asociada
al hecho de que una parte significativa del endeudamiento empresario no se
invirtió en el proceso productivo, sino que se volcó al circuito financiero
local. Ello, a partir del aprovechamiento, en un contexto de convertibilidad
y apreciación de la moneda doméstica, y de las diferencias existentes entre
las tasas de interés internacionales (a las cuales, en la generalidad de los
casos, las grandes firmas tomaron los créditos) y las vigentes en el ámbito
interno (a las cuales colocaron los recursos en la plaza nacional).
Sobre esta cuestión, los datos proporcionados por el gráfico 2 permiten
concluir que, bajo la vigencia del esquema convertible, las tasas de interés
que debieron afrontar las grandes corporaciones por su endeudamiento
externo e interno resultaron holgadamente inferiores a las que enfrentaron
las pequeñas y medianas empresas (Pymes). En dicho escenario, mientras
que para las fracciones dominantes los diferenciales de tasas potenciaron la
acumulación y reproducción ampliada del capital con eje en la especulación
financiera, para las restantes configuró, en un contexto de apertura
comercial asimétrica y sobrevaluación cambiaria, un cuadro por demás
complejo que condicionó sobremanera la trayectoria de gran parte de las
compañías de menores dimensiones. De allí que no resulte casual que uno
de los legados críticos de la década de 1990 haya sido un proceso de
centralización del capital y concentración económica sumamente
pronunciado inscripto en un cuadro de reestructuración industrial regresiva
(Azpiazu y Schorr, 2010).

2.3. Endeudamiento y déficit fiscal


Al momento del Acuerdo Brady, y tras haberse desprendido de algunas de
sus principales empresas, el Estado argentino registraba superávit fiscal.
Dicha situación comenzó a deteriorarse de modo ostensible a partir de 1994
(cuadro 3).
Las argumentaciones ortodoxas apuntaban al aumento del gasto público
como causante del déficit fiscal. Sin embargo, como se puede visualizar en
el cuadro 4, si bien el gasto público experimentó cierto crecimiento durante
la convertibilidad, dicho incremento acompañó el alza del PBI; es decir, no
creció sustancialmente por encima de la economía en su conjunto. Más aún,
analizando los componentes del gasto consolidado (administración pública
nacional, provincial y municipal), es posible apreciar que las erogaciones
destinadas al funcionamiento del Estado se mantuvieron relativamente
constantes (entre 1993 y 2001 pasaron del 6,2% al 6,4% del PBI), al tiempo
que el gasto público social creció muy levemente (del 20,3% en 1993 al
21,8% en 2001). Las excepciones a la tendencia general fueron los servicios
económicos (cayeron del 3,4% al 1,8% del PBI) y los intereses de la deuda
(crecieron del 1,8% al 5,3% del PBI entre 1993 y 2001). En otras palabras,
se trata de un Estado que mantuvo relativamente estable su gasto en
funcionamiento y servicios sociales, al tiempo que redujo drásticamente sus
políticas activas en servicios económicos y elevó notablemente su carga de
intereses.
Más que un problema por el lado del gasto, lo que parece haber sucedido
en el transcurso del decenio de 1990 es un problema por el lado de ingresos.
Y esto se encuentra ligado sobre todo al proceso de destrucción de las
finanzas públicas encarado por los gobiernos de Menem y De la Rúa. ¿Con
qué finalidad se avanzó en esta desarticulación de las finanzas públicas?
Fundamentalmente, para transferir cuantiosos recursos a la cúspide del
poder económico. Esta traslación de ingresos a las fracciones capitalistas
predominantes se sustentó sobre tres pilares centrales.
El primero, y más relevante en muchos aspectos, fue la privatización del
sistema previsional. El segundo se relaciona con las sucesivas
“devaluaciones fiscales” que se fueron aplicando a lo largo de estos
gobiernos, que consistieron, básicamente, en reducir o eliminar la carga
impositiva para las empresas, sobre todo para las de mayores dimensiones
(lo más destacable es lo que sucedió con las contribuciones patronales). Y
el tercer elemento que es importante en este proceso de dilapidación de
ingresos públicos y de transferencia de los mismos, en lo sustantivo, a los
grandes agentes económicos, se vincula con la consolidación de una
estructura tributaria regresiva de una clara impronta procíclica.
En relación con lo anterior, en el cuadro 5 se presenta una estimación de
cuánto mermaron, entre 1994 y 2000, los ingresos públicos por la
conjunción de la reforma del sistema previsional y la concreción de la
política de “devaluación fiscal”. Al comparar el total de los ingresos
estatales no percibidos (alrededor de 52.000 millones de dólares) con el
pago de los servicios de la deuda externa (es decir, con el gasto estatal más
dinámico de ese período), se comprueba que los recursos transferidos al
capital concentrado fueron prácticamente equivalentes a los servicios de la
deuda externa consolidada durante ese mismo período –representan
alrededor del 95% de los mismos–. De esta manera, así como los acreedores
externos percibieron una porción creciente del gasto estatal, las fracciones
dominantes locales recibieron una transferencia de recursos estatales
prácticamente equivalente a la de los anteriores.
Estas evidencias indican una modificación del comportamiento estatal en
relación con la década de 1980, que está acorde con la nueva relación de
fuerzas, tanto entre el capital y el trabajo como entre las distintas fracciones
sociales que conviven dentro de los sectores dominantes en la Argentina. En
términos de las finanzas estatales, se despliega un replanteo de la política
vigente durante el decenio anterior, que jerarquiza la transferencia de
recursos por múltiples vías a la fracción dominante interna. Así como la
evolución declinante del salario promedio, el incremento de la
desocupación y el deterioro del mercado laboral son contundentes en
señalar un incremento de consideración en el grado de explotación de los
trabajadores, los cambios fundamentales en el comportamiento de las
cuentas públicas durante la vigencia de la convertibilidad señalan una
recomposición de la situación de los acreedores externos, consistente con la
firma del Plan Brady, acompañada por una transferencia de recursos casi
equivalente hacia la fracción dominante local que se concreta mediante la
pérdida de importantes ingresos genuinos que percibe, hasta ese momento,
el Estado nacional. La “paradoja” es que todos estos sectores del poder
económico serán los que, por diferentes mecanismos, terminarán
financiando una parte importante del déficit fiscal a tasas de interés
sumamente onerosas para el país, reforzando, en consecuencia, su
centralidad estructural y su poder de veto (capacidad de coacción) sobre la
orientación del funcionamiento estatal.

En ese marco, y para aproximarse a una visión integradora de los


desarrollos que anteceden, el diagrama 1 intenta mostrar que el problema de
la deuda en el período histórico analizado tuvo que ver, por un lado, con la
cuantiosa transferencia de los ingresos realizada por el Estado hacia el gran
capital (es decir, vale insistir, con cuestiones más ligadas a los ingresos
públicos que al gasto estatal); por otro lado, con el déficit externo por parte
del sector privado. La conjunción de estos dos fenómenos conllevó un
crecimiento exponencial del endeudamiento público, vinculado a la
necesidad de financiar el desequilibrio fiscal y de aportar las divisas que
necesitaba la convertibilidad para subsistir, dando lugar a una dinámica
perversa para el conjunto social, aunque sumamente beneficiosa para los
distintos factores del poder económico.

3. El papel del FMI


Durante la década de 1990, el FMI apoyó enérgicamente la implementación
de políticas económicas de liberalización inspiradas en el Consenso de
Washington. Esto, a través de vías diversas, entre las que sobresale la
suscripción prácticamente ininterrumpida de acuerdos desde 1989 y, en
coyunturas de crisis externas, el otorgamiento de financiamiento
multilateral (gráfico 1 y cuadro 6). De ese modo, el organismo contribuyó a
consolidar la posición privilegiada de los sectores dominantes en la
convertibilidad: los grupos económicos locales, los acreedores externos y el
sector financiero en general, y las compañías transnacionales con actividad
en el medio doméstico (que en la etapa aludida vieron incrementar
sobremanera su incidencia estructural ante lo acelerado y difundido del
proceso de centralización del capital). [8]
Los acuerdos con el Fondo otorgaron una suerte de “sello de confianza”
que viabilizaba el ingreso de inversión extranjera directa o de portafolio,
que, en un contexto de déficit comercial, fuga de capitales y creciente
endeudamiento externo, era clave para sostener el régimen de
convertibilidad. El gobierno argentino se comprometía a cumplir con una
serie de condicionalidades cuantitativas y estructurales que procuraban
garantizar el repago de los compromisos financieros asumidos. Dado que
los acuerdos no inmunizaban a los países de los efectos de turbulencias en
el sistema financiero internacional, en esos casos el FMI ejercía la función
de prestamista de última instancia, posibilitando evitar una cesación de
pagos. En este sentido, como surge del gráfico 3, pese a haber estado bajo
acuerdo durante toda la década de 1990 y de condicionar la toma de
decisiones internas, los préstamos del Fondo a la Argentina no fueron
significativos en términos cuantitativos, a excepción de tres momentos
puntuales: la instrumentación del Plan Brady para la titularización de la
deuda externa en 1993, el impacto de la crisis mexicana en 1995 y la crisis
de la convertibilidad en 2001 (Brenta y Rapoport, 2003).
Merced a los créditos del FMI y la implementación de un fuerte ajuste
fiscal, el régimen convertible sorteó la crisis mexicana de 1995. En los años
siguientes la economía doméstica retomó el crecimiento hasta que, a
mediados de 1997, estalló la crisis iniciada en el sudeste asiático. Con el
apoyo del Grupo de los 7, el FMI otorgó importantes paquetes de
financiamiento a todos los países afectados, con excepción de Malasia, que
desestimó la exigencia de no imponer controles cambiarios para detener la
fuga de capitales. [9]
Los créditos incluyeron una extensa cantidad de condicionalidades
orientadas a garantizar la implementación de un riguroso programa de
estabilización para detener la devaluación de las monedas nacionales y
evitar la cesación de pagos. De este modo, los inversores extranjeros
evitaron pérdidas mediante la socialización de los costos de la crisis
(Stiglitz, 2002).
El impacto social de la política de resolución de la crisis planteada por el
FMI en países que eran destacados como ejemplos de las bondades de las
reformas de mercado, junto al caso de Malasia –que sin ayuda financiera
del Fondo parecía sortear la crisis con menor impacto social y económico–,
intensificaron las críticas a las políticas neoliberales promovidas por el
organismo. Estilizadamente, se le criticaba que aplicaba la misma receta
para cualquier país, sin importar sus características propias, y que sus
grandes paquetes de financiamiento constituían en la práctica un salvataje
para los acreedores externos.
En ese contexto, el Fondo buscó reposicionarse en el campo internacional
mediante un doble movimiento: descargar la responsabilidad de la crisis en
los países afectados y encontrar un nuevo caso testigo de su éxito como
“consultor económico”. Por una parte, argumentó que la causa de la crisis
del sudeste asiático no residía en los débiles “fundamentos” de las políticas
económicas aplicadas –lo cual apuntaba la responsabilidad al Fondo, en
tanto promotor de las mismas–, sino en fallas de su implementación. Así,
destacó que los comportamientos rent-seeking de los grupos empresarios
asiáticos, las prácticas corruptas de los funcionarios públicos y las
relaciones poco claras entre el Estado y el sector privado (el llamado
“capitalismo de amigos”) fueron los factores decisivos que causaron la
crisis. Según esta interpretación, la política industrial de esos países llevó a
la crisis en tanto los créditos externos tomados por los bancos locales
fueron otorgados a los empresarios cercanos al gobierno, presionados por el
aparato estatal para el financiamiento de proyectos productivos de dudosa
viabilidad (Chudnovsky, López y Pupato, 2003). [10] En ese marco, la
Argentina pasó a ser el ejemplo de los beneficios de la implementación de
las reformas estructurales neoliberales. La existencia de este contraejemplo
en tanto país comprometido con las reformas de mercado le posibilitaba al
organismo presentar un caso en el cual sus políticas no habían derivado en
una crisis (Mussa, 2002). Esto, a su vez, reforzaba el argumento que
descargaba en los países de Asia la responsabilidad de la crisis.
Por otra parte, el apoyo del FMI otorgaba un “sello de aprobación” a las
políticas económicas locales, el cual facilitaba el acceso al financiamiento
multilateral y disminuía parcialmente la sobretasa que se pagaba sobre
emisiones de deuda en mercados internacionales. Esto era especialmente
importante considerando la naturaleza “divisa dependiente” del régimen de
convertibilidad (máxime ante la trayectoria económica analizada en la
sección anterior).
Las motivaciones que orientaron la ponderación por parte del organismo
quedan en evidencia cuando se considera que la Argentina no había sido
precisamente un alumno “ejemplar” en lo que a cumplimiento de las
condicionalidades se refería. En efecto, el gobierno cumplió solo el 51% de
las reformas estructurales exigidas en los acuerdos con el Fondo entre 1998
y 2001, quedando incumplidas, o cumplidas de manera parcial, las medidas
más conflictivas en términos sociopolíticos como la flexibilización laboral,
la reforma de la seguridad social y la privatización del Banco de la Nación
Argentina. Por otra parte, aunque el desempeño con respecto a las
condicionalidades cuantitativas fue mejor, la meta anual de déficit fiscal
había sido incumplida sistemáticamente desde 1994 (Nemiña, 2014).
El creciente peso de los servicios de la deuda sobre el presupuesto
aumentó la desconfianza de los inversores sobre la capacidad de repago del
país a finales de la década, dificultó el acceso a créditos privados y ubicó al
Fondo como casi la única fuente de financiamiento. La devaluación de
Brasil, a mediados de 1999, no hizo más que aumentar las dificultades
externas (Cantamutto y Wainer, 2013). En medio de una recesión frente a
un contexto financiero internacional desfavorable, la ponderación que el
FMI hacía de la Argentina servía también al propio país, en tanto operaba
como un catalizador de capitales imprescindibles para sostener el esquema
convertible.
Sin embargo, la profundización de la recesión, junto con las dudas cada
vez más manifiestas y fundadas de las potencias centrales respecto de la
sostenibilidad de la convertibilidad, motivó que el FMI desplegara una
posición menos condescendiente ante los incumplimientos del gobierno.
Esto, en el marco de un escenario económico crecientemente restrictivo,
acentuaría las restricciones al financiamiento externo con el consiguiente
impacto para la continuidad del régimen económico.
En definitiva, por diferentes razones, el FMI tuvo un papel central como
sostén político y financiero de la convertibilidad y, en consecuencia, reforzó
sobremanera su centralidad estructural dentro del poder económico local
durante el decenio de 1990. A través de la suscripción de acuerdos
sucesivos, el organismo otorgó frente a la comunidad internacional un
“sello de aprobación” a las políticas económicas implementadas. Su visto
bueno se extendió, incluso, ante los reiterados incumplimientos de las metas
fiscales y las reformas estructurales de mayor conflictividad política,
mediante el otorgamiento de sucesivos waivers. Asimismo, otorgó créditos
ante turbulencias financieras que fueron decisivos, en particular durante
2001, para posponer la inevitable cesación de pagos.
Irónicamente, a pesar de estar fuertemente identificada con las exigencias
del establishment financiero internacional, la convertibilidad nació y murió
enfrentando la oposición del FMI. En 1991 el organismo dudaba de que el
país fuera capaz de sostener la solvencia fiscal, imprescindible para
garantizar la sostenibilidad del régimen monetario-cambiario. A mediados
de 2001 la institución mostraba su oposición a aprobar financiamientos que
en los hechos solo servían para financiar la fuga de capitales de los sectores
concentrados ante la expectativa de una inminente devaluación (Gaggero,
Rúa y Gaggero, 2013).
Al respecto, la coyuntura en torno al endeudamiento externo tuvo un
papel clave para comprender estos vaivenes. A comienzos de la década de
1990, el FMI presionaba a la Argentina para que restableciera los pagos de
la deuda y evitara así un impacto en la banca comercial estadounidense. En
ese marco, el establecimiento de un tipo de cambio apreciado que
desincentivaba las exportaciones planteaba incertidumbre respecto de cómo
se conseguirían los dólares necesarios. No obstante, la renegociación de la
deuda y las reformas estructurales (con un lugar protagónico de las
privatizaciones) contribuyeron al ingreso de una ingente masa de divisas
que fue decisiva para sostener el régimen convertible. Desde entonces, el
Fondo se asoció a la continuidad del modelo económico. El estallido de las
crisis financieras en el sudeste asiático y Rusia y de la burbuja de las
puntocom hacia el final de la década generó un contexto desfavorable para
la entrada de capital financiero, más aún a una economía que mostraba
signos de sobreendeudamiento. Atento a la expectativa extendida de una
inevitable devaluación entre los sectores dominantes locales (Beltrán,
2014), y apoyado por los países centrales, el Fondo se mostró reticente a
seguir financiando la convertibilidad. Dado que era la última fuente de
financiamiento disponible, la suspensión del programa a finales de 2001
determinó, pocos días después, la caída de la convertibilidad y la
declaración de la cesación de pagos sobre la deuda pública.

4. La nueva “crisis de la deuda” y el accionar del poder económico


ante la debacle de la convertibilidad
En diciembre de 1999 se produjo el cambio de gobierno: De la Rúa asumió
la titularidad del Poder Ejecutivo. El ministro de Economía, José Luis
Machinea, informó, al momento de su asunción, que la situación fiscal
estaba comprometiendo las posibilidades de respetar el cronograma de
pagos de la deuda. Desde su óptica, el déficit fiscal se encontraba en el
orden de los 10.000 millones de dólares, debiéndose hacer frente a una
carga de cerca de 12.000 millones de dólares por concepto de intereses. Esta
situación se enmarcaba en un contexto recesivo iniciado en el segundo
semestre de 1998, hecho que impactaba negativamente sobre la recaudación
impositiva.
Como objetivo central, De la Rúa planteó restablecer el crecimiento
económico en el marco de las posibilidades que permitieran el régimen de
convertibilidad y la ortodoxia económica. Así, buscó suscribir un acuerdo
con el FMI, ya que, según su diagnóstico, aumentaría la confianza de los
mercados en el país, lo cual alentaría un incremento del flujo de capitales y
una caída de la tasa de interés. A su vez, esto acarrearía la reactivación de la
economía y un aumento de la recaudación impositiva, que permitirían
afrontar con mayor holgura los servicios de la deuda y, por ende, mejorar la
percepción de solvencia de la economía. Cabe señalar que, por entonces, los
intereses de la deuda equivalían a más del 14% de los ingresos nacionales y
seguían su tendencia ascendente. Esta caracterización era compartida por
los sectores financieros internacionales y locales, los cuales promovían la
reducción del gasto primario para garantizar el cobro de sus acreencias, y
también por los países centrales, interesados en evitar el agravamiento de
las condiciones financieras globales.
Ante este panorama, el ministro acordó con el FMI un programa de ajuste
fiscal que incluía reducciones del gasto público y un incremento de los
impuestos a las ganancias, internos, a los combustibles y a los bienes
personales, y la ampliación de la base imponible en IVA y ganancias. Pocos
meses después el programa reveló resultados insuficientes, y se hizo un
nuevo ajuste que incluyó la disminución de salarios en el sector público y
trajo aparejada la agudización del cuadro recesivo y el conflicto social.
Por entonces el gobierno enfrentó la aprobación en el Congreso de la
controvertida flexibilización laboral. Si bien la oposición del PJ bloqueó
inicialmente el proyecto, la incorporación de una cláusula que impedía bajar
los salarios durante dos años y el supuesto otorgamiento de sobornos a
senadores de la oposición contribuyeron a que el Ejecutivo lograra la
aprobación de la reforma. Esta extendió el período de prueba a seis meses,
redujo los aportes patronales para los nuevos trabajadores, descentralizó la
negociación de los convenios colectivos de trabajo y eliminó la
ultraactividad. Aunque finalmente fue descartado en sede judicial, el
otorgamiento de sobornos para aprobar una ley que avanzaba aún más sobre
los derechos laborales de los trabajadores por parte de un gobierno que
había resaltado la transparencia como uno de los valores de su gestión
podría comprenderse a partir del interés del Ejecutivo por reducir la
confrontación con el FMI, uno de los pocos actores internacionales de los
que recibía apoyo político y financiero.
Sin embargo, hacia el final del año 2000, la economía fue afectada por
una fuerte inestabilidad financiera que disparó el índice de riesgo país por
encima del promedio general de las economías emergentes y, por primera
vez desde el inicio de la recesión, produjo una caída de los depósitos
privados y de las reservas internacionales, poniendo en evidencia la
incertidumbre de los agentes privados sobre la capacidad gubernamental de
sostener la convertibilidad y los servicios de la deuda. Factores políticos y
económicos contribuyeron a generar esta situación. Respecto de los
primeros, sobresale la renuncia del vicepresidente en disconformidad con la
falta de compromiso del presidente para investigar la probable “compra de
votos” en el Senado para aprobar la flexibilización laboral. Entre los
segundos se destacan el estancamiento en el que estaba sumida la economía
y la incapacidad de la política del ajuste para resolverlo. Esto se comprende
por dos motivos: a) cada nuevo ajuste conllevaba una caída de los ingresos
públicos por la reducción de la actividad económica, y b) aunque el Fondo
y el gobierno se concentraban en reducir el déficit provincial, este
representaba una parte menor del déficit total del sector público
consolidado. Como se apuntó, el aumento del déficit fiscal se explicaba
principalmente por la magnitud de los intereses de la deuda pública y,
además, por la ampliación de la “brecha” del sistema de seguridad social,
producto de la privatización del sistema previsional, y las sucesivas
“devaluaciones fiscales”, las que prácticamente no tuvieron repercusiones
sobre la competitividad empresarial pero sí sobre los niveles de rentabilidad
de muchas corporaciones líderes.
A fin de fortalecer la posición externa e infundir un shock de confianza,
el gobierno acordó con el FMI el otorgamiento de un paquete de
financiamiento extraordinario conocido como “blindaje”. El mismo incluyó
una duplicación del crédito disponible con el FMI a 14.000 millones de
dólares, acuerdos con el Banco Mundial y el BID sobre nuevos préstamos
por 4800 millones de dólares y un préstamo de España por 1000 millones
de dólares, lo cual totalizaba casi 20.000 millones de dólares de nuevos
fondos puestos a disposición. Al incluir dudosos compromisos del sector
financiero local e internacional para continuar suscribiendo bonos, el
acuerdo se promocionó con la cifra de 40.000 millones de dólares con el
propósito de conseguir un número lo más impactante posible para la
opinión pública (Blustein, 2005). En este marco, el Fondo giró créditos a la
Argentina por 5000 millones de dólares, lo cual significó el primer
desembolso realizado por el organismo hacia nuestro país en poco más de
tres años.
Dos razones permiten explicar el apoyo del organismo a la
convertibilidad frente al atraso cambiario: primero, porque un cambio iba
en contra de los intereses de los acreedores externos, las concesionarias de
servicios públicos privatizados (en su mayoría europeas) y los bancos
privados (muchos de los cuales eran europeos y estadounidenses); segundo,
porque la convertibilidad contaba, aunque cada vez menos, con el apoyo de
los sectores dominantes locales, pero también de las principales fuerzas
políticas y amplios sectores de la población. Claudio Loser, por entonces
director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, señaló al
respecto: “Nadie, en la Argentina, quería devaluar. N-A-D-I-E. Eso no
podíamos cambiarlo desde el FMI, donde también teníamos nuestras dudas.
La opción de la devaluación no existía. Las alternativas eran: otorgar el
blindaje o dejar que estallara la Argentina. Optamos por la primera”
(Tenembaum, 2004). [11]
El Ejecutivo pareció exultante, procurando transmitir la idea del inicio de
un nuevo ciclo de crecimiento económico. Pero los hechos rápidamente
opacaron su optimismo. Por un lado, la Justicia suspendió por
inconstitucional la reforma de la seguridad social exigida por el FMI; por
otro, los indicadores financieros se deterioraron como consecuencia de la
irrupción de la crisis en Turquía. Esto reavivó la desconfianza del sector
financiero y las grandes empresas locales, que durante el primer trimestre
de 2001 fugaron más de 12.000 millones de dólares para ponerse a
resguardo de una posible devaluación.
La situación precipitó la renuncia del ministro Machinea en marzo, quien
fue reemplazado por López Murphy. Este propuso un drástico ajuste de
2000 millones de pesos centrado en la educación y que contó con el apoyo
de los acreedores, el sector financiero y el FMI; pero la fuerte oposición del
sector productivo, los sindicatos, diversas fuerzas políticas y la
movilización social desencadenaron su renuncia a quince días de haber
asumido.
En lo que fue interpretado como la última oportunidad para restablecer la
confianza externa, De la Rúa convocó al Ministerio de Economía a
Domingo Cavallo, quien contó con el apoyo de prácticamente todos los
sectores dominantes y de la clase media. En un principio Cavallo adoptó un
discurso autoproclamado “neokeynesiano”, desde el cual planteaba
reactivar la economía mediante políticas fiscales y monetarias
contracíclicas. Así, anunció intempestivamente la incorporación del euro en
la paridad del peso con el dólar, lo cual implicaba una devaluación
“encubierta”. Aunque la medida nunca llegó a entrar en vigencia dado que
no se cumplieron los requisitos establecidos, aumentó las dudas en la
comunidad financiera internacional acerca de la sustentabilidad del régimen
monetario-cambiario.
Ante el creciente déficit fiscal, el FMI reclamó medidas ortodoxas, como
la aprobación de un impuesto a los débitos y créditos en cuentas
corrientes [12] y la aplicación de un recorte adicional de 1000 millones de
pesos. Las medidas, resistidas por los sectores productivos y sindicales,
permitieron recibir un desembolso del organismo por 1200 millones de
dólares.
Como consecuencia de la falta de financiamiento privado, el gobierno
llevó adelante un canje voluntario de deuda en condiciones muy
desventajosas, el llamado “megacanje”. A cambio de reducir en 12.000
millones de dólares las erogaciones de intereses y capital entre 2001 y 2005,
aumentó los pagos en los siguientes 25 años por 66.000 millones de dólares
(Mussa, 2002). El resultado fue entonces un alivio en el cronograma de
vencimientos pero acompañado de un sustancial crecimiento del stock de
deuda y el pago de comisiones espurias por más de 100 millones de dólares
(llegándose incluso al absurdo de que varios bancos cobraran importantes
comisiones por canjear títulos que tenían en su propia cartera). El
“megacanje” evidenció la extrema fragilidad de un régimen económico que
llevaba más de dos años en recesión y cuya viabilidad se veía cada vez más
difícil al limitarse el crédito externo.
No obstante el elevado costo fiscal que asumió el canje, dos meses más
tarde se hacía evidente que había resultado insuficiente para generar alivio
sobre las cuentas públicas. Al mismo tiempo, el déficit fiscal proyectado
superaba ampliamente las metas acordadas con el FMI, con lo cual se
comprometían los futuros desembolsos del “blindaje”.
En este marco, las corrientes de opinión en el escenario internacional
mostraban algunos cambios significativos. Desde sectores académicos y
políticos vinculados al establishment estadounidense, el cual reflejaba el
cambio de gobierno ahora en manos del partido republicano, comenzó a
mencionarse la necesidad de establecer una renegociación de la deuda con
quita para los acreedores, cuestionándose, al mismo tiempo, los paquetes de
ayuda financiera del FMI. Según esta visión, el otorgamiento de paquetes
de salvataje a los países que atravesaban crisis financieras, como había
sucedido en México, el sudeste asiático y Rusia, fomentaba el
endeudamiento irresponsable de los países y las malas políticas de crédito
de los acreedores privados, quienes subestimaban el riesgo de
incobrabilidad de esos préstamos. En estos casos, debía encararse una
reestructuración de deuda. Se esperaba que la reducción del financiamiento
del FMI propiciara la adopción de un mayor “autocontrol” y prudencia por
parte de los países y del sector financiero, quienes no contarían con la
expectativa de los créditos del organismo ante una crisis. Ante la evidencia
de la inminencia del default, las modalidades que este asumiría comenzaron
a ubicarse en el centro del debate (Kulfas y Schorr, 2003).
En virtud de que no disponía de financiamiento, el gobierno aprobó la
“ley de déficit cero” (Pucciarelli, 2014). El proyecto condicionó todos los
gastos del Estado nacional a la evolución de la recaudación tributaria, a
excepción del servicio de la deuda, cuya prioridad quedaba garantizada.
Asimismo, se autoimpuso el objetivo de eliminar el déficit primario para el
próximo año, una meta aún más restrictiva que la planteada por el FMI.
Invocando el “déficit cero”, el gobierno anunció un ajuste en el gasto de
2300 millones de pesos que se lograría a través de la reducción de las
asignaciones familiares y un recorte del 13% en salarios y jubilaciones
mayores a 500 pesos. Las medidas fueron bien recibidas por los acreedores
y el sector financiero, pero resistidas por gran parte del arco político y todos
los sindicatos y movimientos sociales. Los países centrales manifestaron su
apoyo, aunque plantearon dudas respecto del margen político para
implementarlas.
El severo ajuste fiscal solo generaba un círculo vicioso: al no existir
fuentes que reactivaran la demanda agregada (las distintas medidas
aplicadas contribuían a profundizar su contracción), la restricción en el
gasto agudizaba la recesión, hecho que derivaba en una caída en la
recaudación con la consecuente necesidad de ajustar aún más las
erogaciones del sector público. En ese contexto, la última operación
encarada por el gobierno de De la Rúa antes de su caída fue un nuevo canje
de deuda. En esta ocasión, no se trataba de un canje voluntario sino del
reconocimiento implícito de la incapacidad para seguir pagando los
intereses de la deuda. Los primeros días de noviembre de 2001 se anunció
la apertura del proceso de canje de bonos por un esquema de préstamos
garantizados por la recaudación impositiva. Los nuevos bonos pagarían una
tasa de interés máxima del 7% anual. Se canjearon 42.000 millones de
dólares en títulos nacionales en manos de inversores locales por préstamos
garantizados y 16.000 millones de dólares en títulos provinciales por bonos
nacionales en pesos a más largo plazo (FMI, 2002).
El tramo internacional debía concretarse poco después, pero los
acontecimientos políticos y sociales lo evitaron. La situación económica
comenzó a agravarse en octubre, ante corridas, rumores y presiones sobre el
sistema bancario. Ante la salida masiva de depósitos del sistema financiero
y el descenso de las reservas, a comienzos de diciembre el gobierno
instauró, sin consultar con el Fondo, una restricción al retiro de depósitos
para evitar la quiebra del sistema bancario (“corralito”). La situación de
notable desequilibrio en las cuentas públicas, que mostraba la imposibilidad
de cumplir con las metas cuantitativas acordadas con el FMI, junto con la
grave crisis política y social por la que atravesaba el país, motivó que el
organismo suspendiera la negociación correspondiente a la revisión del
acuerdo vigente. Fue el principio del fin de la convertibilidad. Una oleada
de fuga de divisas y la virtual paralización de la economía llevaron a la
inevitabilidad del default. Las movilizaciones populares del 19 y 20 de
diciembre, brutalmente reprimidas, condujeron a la caída de un gobierno
hundido en una fuerte crisis de legitimidad y al agravamiento de la
situación económica y social.
El 23 de diciembre, en su discurso de asunción tras ser designado
presidente por la Asamblea Legislativa, Alfonso Rodríguez Saá anunció la
interrupción del pago de la deuda. Tras su caída, muy pocos días después,
Eduardo Duhalde asumió la presidencia provisional y anunció que la
cesación de pagos incluiría solo a la deuda en bonos no canjeados; es decir,
se asumiría el pago de la deuda con organismos internacionales y del tramo
local del canje (posteriormente también se ofrecería un canje sobre los
denominados “préstamos garantizados”). [13]
Sin lugar a dudas, el año 2001 ha sido uno de los más cambiantes e
intensos de la historia argentina. Iniciado con un “blindaje” financiero,
siguieron crecientes turbulencias económicas hasta terminar en la caída del
régimen de convertibilidad, la declaración de la cesación de pagos sobre la
deuda por un total de 87.000 millones de dólares (la más grande del mundo
hasta la renegociación griega en 2010) y el estallido de la crisis económica
más profunda de la historia de nuestro país.
En este sentido, el comportamiento financiero del capital concentrado
interno acentuó la intensidad de esa coyuntura crítica al mostrar una
compulsión inédita (por su magnitud) a la fuga de capitales. En efecto, una
investigación sumamente rigurosa y documentada de una Comisión
Especial de la Cámara de Diputados (2005) acerca de las operaciones
realizadas por el sector privado no financiero durante ese crucial año en 87
entidades financieras (sin incluir las vinculadas al comercio exterior)
encontró salidas de divisas por un total de 29.913 millones de dólares (que
representan, aproximadamente, 65% del total de divisas “emigradas” de la
economía nacional a lo largo del último año de vigencia del régimen de
convertibilidad).
Entre los principales resultados de la investigación se destacan:

Del total de divisas que “emigraron” del país en 2001, 26.128 millones
de dólares (87%) correspondieron a empresas, mientras que los 3785
restantes (13%), a personas físicas.
La salida de capitales no fue un fenómeno distribuido de modo
homogéneo; sin embargo, tampoco se concentró en noviembre (es
decir, en los momentos previos a la puesta en práctica del “corralito”).
Entre los “picos temporales de fuga” sobresalen los registrados en el
trimestre enero-marzo (44% del total), entre julio y agosto (16%) y en
noviembre (8%). Notablemente, los dos primeros picos coinciden con
importantes desembolsos del FMI en el marco del acuerdo stand by
vigente, lo cual pone de manifiesto que, ante una fuerte expectativa de
devaluación, el financiamiento multilateral, menos que evitarla,
posibilitó que el capital concentrado se pusiera a resguardo.
El grueso de las operaciones de transferencias al exterior realizadas
por residentes locales se canalizó a través de unos pocos bancos de la
plaza financiera doméstica (entre los que se destacan el Banco Galicia
y el Citibank) y se dirigió hacia los EE.UU. y Uruguay.
El análisis desagregado de la información recabada y analizada por la
Comisión indica un muy alto grado de concentración de la fuga de
divisas en torno de un número sumamente reducido de empresas e
individuos. En este plano, al ordenar los datos de acuerdo con los
montos girados al exterior, se comprueba que las primeras cien
personas físicas dieron cuenta de alrededor del 22% del total de divisas
remitidas por este subgrupo durante el transcurso de 2001. Al revisar
el listado de los principales emisores de capital aparecen apellidos de
familias tradicionales de nuestro país o de propietarios de varias de las
principales firmas y grupos económicos locales: Pérez Companc,
Angulo, Madanes Quintanilla, Frávega, Acevedo, Zupán, Sánchez
Caballero, Blanco Villegas, Mc Loughlin, Escasany, Spadone, Moche,
Juncadella, Fuchs, Elsztain, Constantini, Ayerza, Mitre, Otero
Monsegur, Lacroze de Fortabat, Zorraquín, Oxenford, Bagó, Ruete,
Handley y Duggan, entre los más conocidos.
La operatoria de las empresas reveló un nivel de concentración mucho
más elevado que el de los individuos: mientras que las diez primeras
dieron cuenta de casi un 35% de los montos totales transferidos por
este subgrupo, las cien primeras explicaron el 70%.
La cuarta parte de las divisas fugadas por empresas correspondió a
firmas del sector agropecuario bonaerense (en especial, aquellas
pertenecientes a los grandes propietarios que conforman la cúpula de
la actividad).
Una proporción considerable de la salida de divisas al exterior
vinculada a empresas se relaciona con compañías que integran la elite
empresaria local (las 200 firmas de mayor facturación). En 2001, estas
empresas (apenas el 3% del total de firmas de la muestra elaborada por
la Comisión) concentraron algo más del 20% de las operaciones
realizadas y casi el 70% de los montos transferidos por empresas (en
promedio, los importes remitidos al exterior fueron 72 veces más
elevados que los correspondientes a las compañías que no forman
parte de la elite).
Al focalizarse en las empresas de la cúpula, la Comisión verificó que
alrededor del 50% de las divisas fugadas es explicada por la operatoria
de compañías privatizadas y por accionistas de las mismas (tales los
casos de, a título ilustrativo, Telefónica de Argentina, Repsol-YPF,
Telecom Argentina, Edesur, Central Puerto, Transportadora de Gas del
Sur, Aguas Argentinas, Metrogas y Transportadora de Gas del Norte
entre las primeras, y Nidera, Aceitera General Deheza, PBB Polisur y
Pluspetrol entre las segundas). Asimismo, aproximadamente el 65%
correspondió a firmas pertenecientes o vinculadas a los principales
grupos económicos nacionales y extranjeros (Pérez Companc,
Telefónica, Repsol, Techint, Clarín, Aluar-Fate, Macri, Fortabat, Arcor
y Fiat).[14]

En suma, en el marco de la profunda crisis socioeconómica con la que la


Argentina ingresó al siglo XXI, el FMI jugó casi hasta último momento a
favor de sostener la convertibilidad, y solo cuando la debacle se precipitó se
pasó al bando de los “devaluacionistas”. Como se analizó, en esta etapa
crítica el Fondo colaboró activamente (en términos políticos y financieros)
con el gobierno de la Alianza en pos del mantenimiento del esquema
convertible; sin embargo, buena parte de los recursos generados, por
ejemplo, por los sucesivos canjes de deuda terminaron en los hechos
alentando y viabilizando la intensa fuga de capitales que tuvo lugar. De
modo que en esta coyuntura se reeditó la “confluencia de intereses” que se
había puesto de manifiesto durante toda la década de 1990. Recuérdese, en
tal sentido, lo antedicho en cuanto al rol de los acreedores externos y el
capital concentrado interno en la explicación del déficit fiscal y en su
“financiamiento”, así como sobre la relación entre la deuda pública externa
y los procesos de especulación e internacionalización financiera de las
diferentes fracciones de la elite económica local.

Reflexiones finales
La combinación de apertura financiera y comercial, junto con la
restricción monetaria en un contexto de tipo de cambio fijo y subvaluado
que caracterizaron al programa económico implementado en la década de
1990, logró controlar la inflación, pero a costa del deterioro del sector
industrial, sumamente afectado por la competencia externa y los variados
alicientes a la especulación financiera. Por otra parte, la titularización de la
deuda externa lograda por medio del Plan Brady insertó a la Argentina en
los mercados internacionales de capital. Ambos sucesos alentaron la
financiarización de la economía, entendida como el proceso a través del
cual los actores, los mercados y los criterios de decisión de carácter
financiero cobran primacía sobre el conjunto de la economía, con el
consiguiente aumento de la inestabilidad y la volatilidad inherentes a la
“forma financiera” de acumulación (Arceo, 2011).
La financiarización fue el resultado de tres cambios, relacionados entre
sí, que tuvieron lugar durante la etapa analizada en este trabajo. Primero, la
deuda externa, sobre todo la pública, se consolidó como la fuente principal
de entrada de divisas y, por ende, de sostenimiento de la demanda agregada
en el marco de las restricciones establecidas por el régimen de caja de
conversión. Esto requirió establecer una tasa de interés real positiva y
superior a la internacional, lo cual alentó la actividad financiera en
detrimento de la producción y sentó las bases para el despliegue de un
intenso proceso de centralización del capital. Segundo, la preeminencia de
la deuda para el sostenimiento del modelo de acumulación ubicó a los
inversores externos y al sector financiero en general como actores
relevantes, ya que proveían las divisas necesarias para sostener el esquema
convertible y la internacionalización financiera de distintos segmentos del
poder económico, así como para financiar el déficit fiscal (asociado, por su
parte, a las ingentes transferencias de recursos estatales canalizadas a los
diferentes factores de poder en el marco de la “confluencia de intereses” a
la que se hizo alusión). Tercero, el carácter “divisa dependiente” de la
convertibilidad expuso al ciclo de la economía a la inestabilidad del
mercado internacional de capitales: ascendente en coyunturas de alta
liquidez y recesivo durante las crisis externas.
En este marco, el Fondo Monetario Internacional ocupó un lugar
fundamental como garante ante el sector financiero del repago de la deuda,
alentando la implementación de medidas ortodoxas que contribuían a
mantener el ciclo de endeudamiento, y luego concediendo créditos durante
las coyunturas de crisis a fin de garantizar los servicios de la deuda. Este
comportamiento posibilitó realizar cuantiosas ganancias a los acreedores, en
tanto se garantizaba el cobro de los intereses que acompañaban a sus
créditos; y adicionalmente a los grandes conglomerados locales y a las
empresas transnacionales que contaron con las divisas para financiar la
remisión de recursos al exterior bajo muy diversos formatos.

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Notas
1. En este texto se utilizan como sinónimos los conceptos “sectores dominantes”, “elite
económica” y “poder económico”.
2. Así, en lugar de exigir la ejecución de las garantías, el Estado argentino asumió una deuda
que no le pertenecía.
3. El canje incluyó deudas por un total de 21.000 millones de dólares, a los cuales se
adicionaron poco más de 8300 millones de dólares en concepto de intereses impagos.
Asimismo, el plan incluía el financiamiento para la adquisición de un bono de la reserva
federal estadounidense denominado “cupón cero”, el cual maduraría en paralelo a los
bonos Brady. Esa “colateralización” de la deuda implicaba un reaseguro para el pago, por
cuanto el valor del bono de la reserva federal sería, al momento del vencimiento de los
títulos Brady, idéntico a los de estos últimos. En otras palabras, se estaba generando un
mecanismo de pago en buena medida garantizado, hecho que incrementaba el valor de los
bonos Brady en los mercados secundarios.
4. A modo de ejemplo, Abélès, Forcinito y Schorr (2001) muestran, para el sector telefónico,
que cuatro grupos económicos locales y un banco de inversión internacional invirtieron 297
millones de dólares en la compra de acciones de las sociedades controlantes de las dos
empresas telefónicas, y poco tiempo después, al momento de enajenar dichas acciones,
obtuvieron 1370 millones de dólares; es decir, casi cinco veces el capital invertido. Esta
extraordinaria rentabilidad evidencia la subvaluación de la empresa al momento de su
privatización. Ver también Azpiazu (2003) y Basualdo y otros (2002).
5. Perspectiva que, por cierto, no debería disociarse de una constatación relevante: la estrecha
vinculación entre la elite económica y el aparato estatal durante los años analizados o, en
otras palabras, la participación activa y decisiva de diversos cuadros orgánicos de los
sectores dominantes en resortes estratégicos del organigrama del Estado, así como en
calidad de “soporte intelectual” de muchas de las políticas implementadas. Sobre estas
cuestiones, ver los estudios de Castellani y Cobe, en este volumen, y Heredia (2014).
6. Los efectos de la fuga de capitales locales al exterior sobre el resultado de la balanza de
pagos resultaron agravados por las salidas de divisas asociadas a otros “renglones”, como,
por caso, la remisión de utilidades y el pago de intereses por endeudamiento que, en no
pocas ocasiones, encubrió el establecimiento de precios de transferencia por parte de
numerosas empresas extranjeras radicadas en el país (Briner y Schorr, 2002).
7. Basualdo, Lozano y Schorr (2002) observan que apenas 80 grandes compañías explican
casi el 100% del endeudamiento privado por la vía de obligaciones negociables que se
registró en el decenio de 1990.
8. El correlato de este proceso fue una intensa extranjerización de la economía nacional.
Sobre el particular, basta con mencionar que a fines de la década de 1990 la Argentina
estuvo entre los países con mayor ponderación de la Inversión Extranjera Directa (IED) en
el PBI (Azpiazu, Manzanelli y Schorr, 2011; Gaggero, Schorr y Wainer, 2014).
9. El Fondo otorgó más de 100.000 millones de dólares en financiamiento a Tailandia,
Indonesia y Corea del Sur, los tres países más afectados por la crisis en lo que se constituyó
en el paquete de créditos de mayor magnitud otorgado por el organismo hasta ese momento
(Nemiña, 2011).
10. Chang (2000) rebate esta interpretación al señalar que en la década de 1990 ya no se
implementaba más ese tipo de política industrial. Por el contrario, pareciera ser el
abandono de esa política, entendida como mecanismo de coordinación y disciplinamiento
de las inversiones de los grupos económicos para promover la competitividad, lo que llevó
a que surgieran elementos de “capitalismo de amigos”.
11. Una visión alternativa sobre los “proyectos” existentes en esta coyuntura crítica se puede
encontrar, por ejemplo, en los trabajos de Basualdo (2001), Castellani y Schorr (2004) y
Gaggero y Wainer (2004).
12. Se trata del llamado “impuesto al cheque” que estableció una alícuota del 0,6% sobre el
monto de cada cheque depositado o cobrado. En la actualidad el tributo sigue vigente.
13. Sobre la evolución de la deuda externa tras la salida de la convertibilidad y sus
repercusiones en la política económica interna, se sugiere consultar, entre otros, los
estudios de Arceo y Wainer (2008), Damill, Frenkel y Rapetti (2005), Nemiña (2012),
Olmos (2012) y Schorr y Wainer (2014).
14. Un análisis de la trayectoria de muchas de las personas físicas y las empresas
mencionadas dentro de diferentes ámbitos vinculados con la elite económica durante el
decenio de 1990 se puede encontrar, en este mismo volumen, en las contribuciones de
Cobe, Dossi, Dulitzky y Motta.
Capítulo 2
La Evolución de la elite económica en la argentina de los años
noventa
por Ana Castellani

Introducción
Los años noventa fueron el escenario de un proceso de profundas
transformaciones económico-sociales.
Es muy abundante la bibliografía académica que analiza este proceso de
cambio estructural y sus consecuencias (Azpiazu, 1997; Basualdo, 2006;
Schorr, 2004; Schvarzer, 1999). También es variada la literatura que analiza
la reconfiguración del poder económico en la Argentina desde diversas
dimensiones: los cambios en las fracciones de capital (Azpiazu, 1997;
Basualdo, 2006; Wainer, 2010), las características y el rol de las principales
corporaciones empresarias (Beltrán, 2006, 2011 y 2014; Dossi, 2010; Cobe,
2009; Palomino, 1988; Schvarzer, 1990 y 1991), el desempeño de las
grandes firmas y su relación con el Estado (Azpiazu, 1997; Basualdo, 2006;
Castellani, 2009 a y b, y 2012; Kulfas, 2001), y sobre algunas importantes
empresas o grupos económicos en particular (Artopoulos, 2009; Castro,
2007 y 2008; Gaggero, 2012; López, 2006; Kulfas, 2001; Rougier, 2011;
Schorr y Wainer, 2006).
Sin embargo, aún son escasos los trabajos que analizan integralmente,
desde una perspectiva sociológica, las características de la elite económica
durante esos años de profundas transformaciones. En efecto, más allá del
pionero trabajo de De Imaz (1964) sobre “los que mandan” en la Argentina
en los años sesenta, el estudio más focalizado en la elite empresaria de
Cúneo (1967) en ese mismo período, o el ensayo de Nochteff (1994) sobre
la relación estructural de la elite económica y el Estado a lo largo del siglo
XX, prácticamente no hay investigaciones con bases empíricas que se
ocupen de analizar a esta elite en su doble dimensión: a) la de las bases
materiales del poder económico (fracciones del capital) y sus formas de
articulación político-corporativa (corporaciones empresarias) y b) la de los
individuos que ocupan posiciones clave en esas estructuras (presidentes de
grandes empresas o grupos económicos y dirigentes de asociaciones
gremiales del capital).
Teniendo en cuenta las profundas transformaciones estructurales
operadas durante los años noventa (Viguera, 2000; Beltrán, 2006 y 2011;
Dossi, 2010; Acuña, 1995), es importante establecer las principales
características de la elite económica y responder algunos interrogantes clave
sobre su naturaleza: ¿se trata de una elite estable o inestable?, ¿abierta o
cerrada?, ¿con alto grado de circulación-multiposicionalidad de sus
miembros o replegada sobre sí misma?, ¿internacional o
predominantemente vernácula?, ¿integrada a diversas redes sociales o
aislada?, ¿estrecha o débilmente vinculada con el sector público?
En este capítulo, se propone responder a estas cuestiones mediante un
análisis integral de las transformaciones operadas en la elite económica
argentina entre 1990 y 2001. Siguiendo la tradición de Wright Mills ([1956]
1963), se define operacionalmente a la elite como un conjunto de
posiciones estructurales claves del poder económico que son ocupadas por
diversos individuos en cada momento histórico. Las posiciones aluden a la
dirección (no necesariamente a la propiedad) [1] de las firmas más
importantes del país según su volumen de ventas y a la conducción de las
principales corporaciones empresarias que organizan la representación
político-corporativa del capital.
Tomando en cuenta esta definición de las posiciones, se considera como
miembros de las elites a todos aquellos que, a lo largo de esos años, hayan
ocupado esos lugares. El supuesto teórico que subyace a esta definición es
que tanto las grandes firmas como las asociaciones empresarias inciden de
manera determinante en el proceso de acumulación del capital, en la
distribución de la riqueza y en la orientación de la intervención económica
estatal, en virtud del poder económico y del poder político que detentan. El
primero se deriva de la posesión del capital organizado a través de las
firmas o los grupos económicos; decisiones sobre niveles y tipos de
inversión de utilidades, de empleo, de producción y comercialización son
de gran incidencia macroeconómica (elite empresaria). Este poder se
refuerza (y se hace efectivo) en la acción política que despliegan a título
individual o colectivo a través de las asociaciones corporativas del
empresariado (elite corporativa). [2]
La muestra, integrada por las posiciones dirigenciales en empresas,
grupos y/o asociaciones empresarias y los individuos que ocuparon esos
lugares en el período 1990-2001, permite analizar las diversas dimensiones
que caracterizan a las elites (cuadros 1 y 2). El análisis estadístico de los
datos recabados en fuentes secundarias posibilita caracterizar a la elite en su
conjunto y establecer continuidades y rupturas a lo largo del período en
cuestión. [3]
Para facilitar la exposición, el trabajo se divide en dos partes. En la
primera se abordan las principales transformaciones y continuidades en el
perfil estructural de la elite económica, a través del análisis de la cúpula
empresarial, de los factores que inciden en la permanencia de ciertas
empresas dentro de la cúpula y de la reconstrucción del mapa de
corporaciones que ejercieron la representación del empresariado durante los
años noventa.
En la segunda se analizan los cambios y las permanencias en la
composición de la elite económica a nivel de las posiciones y los individuos
que las ocuparon, estableciendo el nivel de estabilidad, de apertura y de
multiposicionalidad, circulación público-privada, internacionalización,
profesionalización y construcción de redes sociales.
Finalmente, y a modo de conclusión, se exploran las correspondencias
entre los resultados en ambas dimensiones de la elite, vinculándolos con los
principales cambios estructurales del período.
1. Las bases del poder económico: continuidades y rupturas en la
cúpula empresarial y en la representación corporativa del capital
Durante la década del noventa se produjeron notables cambios en las
características estructurales del poder económico. Las políticas centrales
encaradas en esos años (en especial la privatización de empresas públicas,
la apertura comercial y financiera, la desregulación de mercados clave,
como el laboral, y los avances en la conformación de un nuevo mercado
común con los países limítrofes) permitieron configurar un nuevo escenario
con oportunidades de negocios y reglas de funcionamiento muy distintas a
las de los períodos anteriores. En términos generales, durante esos años el
Estado garantizó múltiples transferencias de ingresos que fortalecieron el
poder del capital más concentrado: [4]

desde los trabajadores hacia los capitalistas por el incremento de la


explotación laboral a través de diversas vías (Nochteff, 1994);
desde los capitales más chicos hacia los más grandes y entre los más
grandes, debido al alto grado de concentración de los mercados,
condiciones especiales de protección y procesos de centralización del
capital;
desde el sector público al sector privado más concentrado como
consecuencia, entre otras, de las políticas de liberalización financiera,
promociones específicas, y la creación de marcos regulatorios
especiales para las empresas de servicios públicos privatizados (ver
Nemiña y Schorr, en este volumen);
desde el mercado local hacia el mercado externo debido al pago de la
deuda pública y a la colocación de las ganancias empresarias en el
circuito financiero internacional (ver Nemiña y Schorr, en este
volumen).

¿Cómo impactaron estos cambios en la fisonomía del capital más


concentrado? Una forma de aproximarse empíricamente a esta cuestión es
analizar la composición y el desempeño del conjunto de las principales
firmas que operan en el mercado local. El análisis de la cúpula empresarial
permite establecer el nivel de rotación de las firmas e identificar
continuidades y rupturas vinculadas con el sector de actividad, la forma de
organización y el origen del capital. [5] Considerando el alto grado de
concentración de la economía argentina, el análisis de las primeras 200
firmas por nivel de ventas permite acercarse al perfil estructural del poder
económico.
Al comparar la nómina y la performance de empresas que integran esta
cúpula a lo largo del decenio de los noventa, se pueden observar cambios
muy significativos en cuanto a la composición general, sectorial, el tipo de
propiedad de capital, las rentabilidades conjuntas y específicas, y el
volumen de ventas y de utilidades que fueron profusamente estudiados por
otros autores (Basualdo, 2006; Azpiazu, 1997; Schorr, 2004; Gaggero,
2012, entre otros). Aquí se recuperan algunos de los principales hallazgos.
El primer dato significativo es el alto nivel de rotación de las empresas
que integraban la cúpula: en 1995 hay 97 firmas que no formaban parte del
panel en 1991. Otro dato contundente es la reducción en la cantidad de
empresas públicas entre las primeras 200 (pasan de 19 a 4, entre 1991 y
1996). Esta inestabilidad en la composición de la cúpula es una evidencia
de las profundas alteraciones que ocasionó la puesta en marcha de las
principales políticas públicas encaradas durante el período, en particular la
privatización de empresas públicas y el ingreso de transnacionales en
diversos mercados. [6]
En este sentido, se puede afirmar que, hasta mediados de la década, las
oportunidades creadas por las privatizaciones implicaron la conformación
de una nueva comunidad de negocios basada en las asociaciones entre
empresas nacionales y empresas extranjeras (Basualdo, 2006), donde las
primeras aportaron el poder de lobby y sus conocimientos sobre las
características del mercado local, y las segundas, el desarrollo tecnológico
necesario para encarar los proyectos. [7] Esta apreciación se refuerza al
analizar los niveles de rentabilidad por fracción. Durante toda la década las
rentabilidades de las firmas vinculadas con el proceso de privatizaciones
estuvieron muy por encima de las del resto de las firmas de la cúpula y, en
varios casos, por encima de las rentabilidades internacionales promedio del
sector de actividad (Azpiazu y Schorr, 2001).
Ahora bien, a partir de 1995 varias empresas nacionales (tanto las que
integraban estas asociaciones como aquellas que seguían manteniendo su
estructura de propiedad tradicional) decidieron vender parcial o totalmente
sus activos para focalizar su atención en los nichos de mercado en los que
operaban habitualmente, o bien para virar completamente el rumbo de sus
estrategias de crecimiento (ver Gaggero en este volumen y Gaggero, Schorr
y Wainer, 2014). La venta de los activos nacionales disparó un proceso de
extranjerización pronunciada de la cúpula (tanto en lo que respecta a la
cantidad de las empresas como en el porcentaje de las ventas) y una merma
considerable de la fracción integrada por empresas pertenecientes a los
grupos económicos (cuadro 3).
Conjuntamente con el proceso de extranjerización, durante la década se
consolidó la tendencia a la terciarización de la cúpula, como resultado de la
política de apertura comercial que conformó nuevas estructuras de precios y
rentabilidades sectoriales relativas. En efecto, en 1998, por ejemplo, la
cantidad de empresas de servicios que integraban la cúpula representaba el
23% del total, mientras que en 1993 era el 15,5%.

Ahora bien, en perspectiva histórica, ¿cuáles son los factores que


permiten explicar la permanencia entre las firmas más grandes del país
durante esos años? Al comparar la composición de la cúpula entre 1990 y
2001, se observa que las empresas que lograron mantenerse entre las
primeras durante esos años tenían un perfil bien distinto al de las que habían
conservado sus posiciones entre 1976 y 1989 (Castellani, 2009b). [8]
El “repliegue estratégico” desplegado durante los años noventa, por la
fracción que anteriormente se había desempeñado como proveedora, clienta
o contratista del Estado, se explica, en la mayoría de los casos, por los
riesgos que implicaba la competencia con grandes firmas extranjeras que
pretendían operar en el mercado local, en un contexto de apertura comercial
y financiera, y en las ventajas que generaba la apreciación del peso a la hora
de valuar en dólares los activos fijos de los empresarios nacionales. Sin la
posibilidad de seguir usufructuando las privilegiadas condiciones de
vinculación con las empresas públicas tras su privatización, ni de insertarse
exitosamente en el mercado mundial, quedaban dos caminos: realizar
importantes inversiones para mejorar la productividad y mantener la
posición competitiva en el mercado interno, o bien, vender las empresas a
“buen precio” y reorientar las inversiones hacia otros mercados. La mayoría
decidió vender para garantizarse importantes ganancias patrimoniales que
reinvirtieron en activos financieros, adquisición de tierras o incursión en
actividades productivas primario exportadoras (Kulfas, 2001; Gaggero, en
este volumen).
Como se mencionó anteriormente, esta decisión implicó un avance de las
empresas primario-exportadoras y de las firmas extranjeras, generando una
reprimarización y extranjerización de la cúpula. Precisamente fue la
inserción en una de las pocas ramas competitivas de la industria,
“Alimentos y bebidas”, el factor que explica la estabilidad de prácticamente
la mitad de las firmas de la muestra entre 1990 y 2001. En efecto, la
agroindustria fue una de las actividades de mayor dinamismo del espectro
manufacturero local, cuya considerable expansión durante la década del
noventa se sustentó en las exportaciones. La contracción de los salarios
reales y la concentración del ingreso, derivadas del cambio en la orientación
de la intervención económica estatal, resultaron altamente funcionales al
proceso de acumulación de las firmas que tradicionalmente se habían
dedicado a esta actividad, en tanto esto les permitió incrementar los saldos
exportables disponibles y reducir los costos de producción que, en un
contexto de apreciación cambiaria, sirvieron para mejorar el tipo de cambio
real (Castellani, 2009 b; Schorr, 2004). A diferencia del período anterior,
donde había firmas industriales no agropecuarias que exportaban su
producción, en 2001 la gran mayoría de las empresas exportadoras se
dedicaba a la producción de alimentos. En definitiva, la inserción primario-
exportadora y la prestación de servicios públicos privatizados fueron los
signos distintivos de las empresas que lograron mantenerse entre los
primeros 50 puestos del ranking durante esos años.
En términos generales, es posible afirmar que, durante la década del
noventa, la cúpula presentó un alto grado de rotación, se produjo un avance
de las extranjeras sobre las nacionales, de las privadas sobre las estatales, de
las empresas de servicios sobre las industriales, y entre estas últimas, un
avance de las agroindustriales sobre las de las demás ramas de la industria.
En efecto, se observa un corte sectorial como resultado de la mayor
preponderancia que adquirieron las empresas del sector terciario sobre las
del sector secundario. Las primeras, al ser productoras de servicios (que,
por definición, no están sujetas a la competencia internacional), operaban
casi exclusivamente en el mercado interno, en condiciones de alta
protección natural. Eso, sumado a la conformación de marcos regulatorios
muy favorables para su actividad, les permitió obtener importantes
ganancias extraordinarias. Por el contrario, las empresas del sector
industrial estaban mucho más expuestas a la competencia externa, y si bien
en un principio pudieron subsanar las desventajas de esta exposición
mediante la participación en las privatizaciones de empresas públicas, en
los últimos años de la convertibilidad comenzaron a verse afectadas por el
deterioro del tipo de cambio real y el estancamiento de la demanda interna,
situación que disminuyó sustantivamente los márgenes de rentabilidad de
sus estrategias, tanto dentro como fuera del país.
Por otra parte, dentro de la cúpula se produjo un corte por origen del
capital, ya que aumentó significativamente la participación de las empresas
de capital extranjero. Más allá de cómo estuviera conformada la propiedad
del capital (grupo o no grupo), la extranjerización de la cúpula fue muy
pronunciada en esos años. Este proceso volvió a insertar la vieja dicotomía
entre capital extranjero y nacional, que parecía resuelta hacia 1994 con la
conformación de los consorcios mixtos que participaron en el proceso de
privatización. El viraje en las estrategias de las grandes firmas nacionales
ocasionó divergencias profundas al momento de intentar conformar un
proyecto político hegemónico, que se hicieron cada vez más evidentes a
medida que avanzaba la década (Azpiazu, Manzanelli y Schorr, 2011).
Ahora bien, ¿cómo afectaron estos cambios estructurales la
representación corporativa del capital? Tras la crisis hiperinflacionaria, las
corporaciones empresarias más importantes coincidieron en depositar en el
papel del Estado el grueso de la responsabilidad sobre la crisis y apoyaron
públicamente la aplicación de las reformas impulsadas por el gobierno
menemista. De hecho, esa unidad de miradas posibilitó la formación del
Grupo de los Ocho (G8), [9] una asociación informal que integraba a las
principales corporaciones sectoriales del momento. Sin embargo, el avance
de la crisis a partir de 1998 alteró profundamente esta situación y dio lugar
a enfrentamientos cada vez más abiertos entre las distintas fracciones, que
pujaban por una salida que favoreciera sus intereses particulares.
En efecto, la reestructuración heterogénea de las fracciones más
concentradas del capital dificultó las posibilidades de representación
corporativa del empresariado, que, tradicionalmente, se había canalizado a
través de asociaciones sectoriales que integraban el G8. A medida que se
fueron implementado las reformas estructurales, la fragmentación de los
intereses empresarios fue debilitando la lógica corporativa de la
representación sectorial (Beltrán, 2011; Viguera, 2000; Dossi, 2010). Al
asumir públicamente una posición de apoyo casi irrestricto al gobierno y al
modelo económico, las principales corporaciones sufrieron el
distanciamiento de aquellos que habían sido perjudicados por la política
económica. Este proceso se dio especialmente en la UIA: hacia afuera de la
organización, se buscaba influir en el proceso político; hacia dentro, los
dirigentes buscaban generar sustento para sus propuestas y sus propias
carreras personales (Dossi, en este volumen).
Otro factor que erosionó la representatividad de las corporaciones
empresarias en los años noventa fue el comportamiento de los grandes
conglomerados transnacionales (especialmente los que eran propiedad de
los fondos de inversión como el Exxel Group, o el CEI), que no se
insertaron en las corporaciones tradicionales y ejercieron una
representación mucho más directa de sus intereses. Con suma claridad, el
entonces presidente de la SRA y miembro del G8, Enrique Crotto, señalaba
que “las multinacionales se representan por ellas mismas. No conozco
ninguna compañía multinacional que pelee por un sector. Lo hacen por su
propio interés y es lógico, pero nosotros no peleamos por ninguna compañía
en particular sino por los intereses de todo el sector”. [10] Los dueños de
estos grupos pudieron entrevistarse con altos funcionarios del gobierno sin
ninguna mediación institucional y sin necesidad de elaborar acuerdos
sectoriales previos. Además, estos propietarios estaban respaldados por los
embajadores de sus respectivos países de origen (como se pudo apreciar en
el caso de la renegociación de condiciones contractuales con las empresas
privatizadas, tras la crisis del 2001) [11] y contaron, en varias ocasiones, con
el respaldo del Fondo Monetario Internacional.
La discusión de ciertos temas clave, como la reforma laboral, la política
comercial con relación al Mercosur y la desregulación de algunos servicios
públicos, fue eje de controversia entre y dentro de las asociaciones
corporativas a lo largo de la década del noventa. En distintas oportunidades,
las tradicionales corporaciones que representaban al empresariado local no
lograron mantener una posición unánime y esto puso en jaque la
continuidad del G8, que terminó disolviéndose en 1998, cuando sus
integrantes no acordaron una posición común ante la sanción de la Ley de
Flexibilización Laboral que se discutía en el Congreso Nacional (Beltrán,
2014; Merino, 2014).
Entre 1999 y diciembre de 2001, las diferencias ideológicas quebraron el
frente corporativo empresarial. Un desprendimiento del G8, el Grupo
Productivo (GP), [12] planteó públicamente una perspectiva que se alejaba
de la visión neoliberal predominante: realizó una convocatoria de amplio
alcance social para recuperar el papel del Estado y para enfrentar el “avance
implacable de la financiarización y extranjerización económica”. En su
estrategia por conseguir apoyos de otros actores sociales, el GP reeditó
discursivamente las viejas antinomias nacional versus extranjero y
productivo versus financiero (Beltrán, 2014; Merino, 2014).
Si en la transición hacia los años noventa las diferencias interempresarias
se resolvieron a través de un conjunto de acuerdos básicos y acciones
coordinadas, en 2001 prevalecieron los enfrentamientos y el
convencimiento de que la solución a la que se arribara beneficiaría a
algunos sectores y perjudicaría a otros. Las distintas fracciones del
empresariado expresaron, con creciente claridad, cuáles eran las alternativas
que se abrían: la continuidad de la convertibilidad a cualquier precio, la
profundización del esquema a través de la dolarización de la economía o
una salida del modelo mediante una devaluación (Beltrán, 2014; Castellani
y Szkolnik, 2011).

2. Reconfiguración de la elite económica: cambios y continuidades


en el perfil de las posiciones y de los individuos que integran la
elite
Recuperando los aportes de Wright Mills en su clásico trabajo sobre la elite
norteamericana ([1956] 1963), en este apartado se analiza a la elite
económica argentina desde el nivel de las posiciones que la integran y de
los individuos que ocupan esas posiciones. Se considera a esta elite como
un grupo social que posee la capacidad de influir sobre la economía, tanto a
partir de sus acciones directas al interior de la firma/grupo como a partir de
su influencia en los ámbitos gubernamentales. En este sentido, se procura
identificar y describir las posiciones que integran la elite y reconstruir el
perfil y las trayectorias de los individuos que ocuparon esas posiciones
durante la década del noventa.

2.1. Sobre la estabilidad-inestabilidad de posiciones e individuos


Como se señaló oportunamente, en este análisis de la elite económica se
consideran dos tipos de posición: las relacionadas con la elite empresaria
(presidentes de grandes firmas y grupos económicos locales) y las de la
elite corporativa (dirigentes de las corporaciones más importantes del país).
Ahora bien, para construir la muestra de posiciones de la elite empresaria
es necesario realizar un paso previo: definir e identificar las firmas que se
pueden considerar de elite. Para eso se tomó en cuenta a aquellas empresas
que se ubicaron, al menos durante tres años, entre las primeras 100
posiciones del ranking de firmas de mayor facturación del país (ya sean
estatales, privadas o mixtas) entre 1990 y 2001. El recorte se amplió con la
inclusión de los grupos económicos cuyas empresas formaban parte del
ranking.
A lo largo del período 1990-2001, la muestra quedó conformada por 52
empresas, de las cuales 16 integraban la cúpula desde 1976, 11 desde 1984
y 25 desde 1990. Estos datos dan cuenta de un proceso de inestabilidad a
nivel de las firmas que integran la cúpula durante la década, tal como se
mencionó en la primera parte del capítulo. A estas 52 firmas se incorporan
los 14 grupos económicos [13] identificados como propietarios de algunas
de las empresas incluidas en la muestra. En todos los casos, se trata de
grupos que tenían presencia en la cúpula desde antes de 1990.
Al tomar en cuenta las presidencias de cada una de esas firmas y grupos,
se detectaron 92 posiciones de elite empresaria ocupadas, a lo largo de la
década, por 87 individuos. Esto quiere decir que durante el período las 66
firmas o grupos económicos tuvieron más de una presidencia (66 firmas
contra 92 posiciones) y que 87 personas ejercieron esas 92 presidencias; es
decir, algunas lo hicieron en diversas empresas o en distintos períodos en
una misma empresa.
En el caso de la elite corporativa, se consideraron los principales puestos
directivos de las 6 corporaciones más importantes del agro, la industria, el
comercio y la banca, según el siguiente detalle:
Durante la década se registran 144 posiciones de elite corporativa,
distribuidas prácticamente de manera uniforme entre las 6 corporaciones,
aunque, llamativamente, esas 144 posiciones fueron ocupadas por solo 44
individuos, hecho que da cuenta del alto grado de circulación de sus
miembros al interior de la elite corporativa ocupando diversos cargos a lo
largo del período.
Tomando en cuenta ambas fracciones de la elite económica, se detectó un
total de 236 posiciones de elite (144 de elite corporativa y 92 de elite
empresaria) y un total de 131 individuos (44 de elite corporativa y 87 de
elite empresaria) que ocuparon esas posiciones entre 1990 y 2001. Se
observa entonces que, a nivel general, la elite económica tiene un índice
relativamente elevado de rotación de los individuos entre las posiciones de
elite (236/131= 1,8), dando cuenta de un proceso fluido de circulación
intraelite. Sin embargo, si se desagregan los datos por tipo de elite
económica, la rotación es muy alta entre la dirigencia corporativa (144/44=
3,3) y prácticamente nula entre la elite empresaria (92/87=1,1). Es decir, en
el caso de la elite corporativa, cada individuo ocupó en promedio 3,3
posiciones a lo largo del período, mientras que en el caso de la elite
empresaria, solo 1,1 posición en el mismo lapso.
Estos datos se complementan con los de la duración promedio, medida en
años, de la ocupación de la posición de elite: en el caso de la elite
corporativa generalmente es de solo un año, y en el caso de la elite
empresaria, de cuatro años y medio.
Esto permite hablar de una elite corporativa integrada por un grupo
reducido de dirigentes que circulan por diversas posiciones dentro de las
corporaciones que integran y que se mantienen en ellas por poco tiempo
para pasar a ocupar otra posición de elite (tal como corroboran los capítulos
de Cobe y Dossi en este volumen, en sus análisis sobre las corporaciones
bancarias e industriales, respectivamente). Por el contrario, los miembros de
la elite empresaria ocupan generalmente una sola posición y se mantienen
en ella por un lapso mayor (especialmente largo en el caso de los
presidentes de grupos o empresas privadas nacionales).
En efecto, en las empresas privadas nacionales que forman parte de
grupos económicos y en los mismos grupos hay mucha más estabilidad en
los cargos que en las empresas transnacionales. En el caso de los grupos
económicos, como son de propiedad familiar, el presidente suele ser el
fundador o alguno de sus descendientes (Bemberg, Bridas, Loma Negra,
Ledesma, Pérez Companc, por ejemplo, son todos casos con un solo
presidente a lo largo del período 1990-2001). Casos opuestos son los de los
grupos Arcor, Celulosa y Fate-Aluar, donde hubo tres presidentes en el
mismo período. [14] En las empresas que pertenecen a los grupos
económicos, la mediana se ubica en el orden de dos presidentes por
empresa. En el caso de las empresas privatizadas hay un grado de rotación
levemente mayor, con un promedio de tres presidentes por firma durante la
década.
Finalmente, el nivel de recambio en las asociaciones empresarias es
menor que en las firmas transnacionales pero mayor que en la de los grupos
económicos. Esto es así, en parte, porque los estatutos de las asociaciones
establecen que debe haber elecciones todos los años. Sin embargo, en
asociaciones empresarias como la SRA o Adeba no existen restricciones
para la reelección de los dirigentes, mientras que en otras, como la UIA,
hay reglas escritas y no escritas que promueven el recambio para que haya
alternancia entre las líneas internas (ver Dossi, en este volumen).
Son justamente la Adeba y la SRA las asociaciones con menor recambio
y con un promedio de permanencia del individuo en la posición mucho más
elevado que el del promedio general (cercano a los 5 años contra un año del
conjunto de la elite corporativa). En la ABRA y la CAC el recambio es
mayor pero la estabilidad en la posición sigue siendo alta (3,7 años) en
relación con la duración promedio de la elite corporativa. La UIA y la Bolsa
de Comercio de Buenos Aires son las organizaciones que registran mayor
recambio de los individuos y menor estabilidad de los mismos en las
posiciones dirigenciales.

2.2. Perfil sociodemográfico y familiar: reproducción social y


clausura de la elite económica [15]
Los perfiles sociodemográficos permiten identificar rasgos asociados al
origen social y familiar de los miembros de la elite económica. Estos rasgos
permiten, a su vez, extraer conclusiones respecto del nivel de cierre
existente en las elites. El nivel de cierre se expresa en la mayor o menor
posibilidad de que una persona cuyo origen social se encuentra fuera de los
círculos de elite acceda a una posición de privilegio a lo largo de su
trayectoria personal. Al mismo tiempo, permite una primera aproximación a
la capacidad de reproducción intergeneracional de las elites; es decir, la
posibilidad de que los/as hijos/as de un miembro de la elite ocupen también
una posición de privilegio.
Un primer análisis de estos indicadores muestra, para el caso argentino,
la existencia de un patrón que se encuentra presente en la mayor parte de las
elites latinoamericanas: en las grandes firmas y asociaciones empresarias,
las posiciones más altas de poder las ocupan los hombres. De los 131
individuos que ocuparon las 236 posiciones de elite económica, solo tres
son mujeres. En los tres casos se trata de presidentas de empresas que
accedieron al puesto al heredarlo por la relación familiar con el presidente
anterior –mujeres que enviudaron y se colocaron al frente de la compañía
familiar–. [16]
Si bien este es un rasgo que da cuenta del carácter tradicional en materia
de género de la elite económica argentina, existen otros que insinúan
algunos cambios en el perfil sociodemográfico: la proporción de solteros y
divorciados (15,5% y 22,5%, respectivamente) entre los individuos que
ocuparon posiciones de elite, se inscribe en una tendencia hacia la
modernización de las costumbres registrada ya en la década del ochenta. A
pesar de esto, se mantiene una alta proporción de casados en primeras
nupcias (62%) y una elevada cantidad media de hijos (3,5%). En relación
con la impronta de la religión entre los miembros de la elite, la Iglesia
católica pierde influencia relativa, lo que se expresa en la proporción de
miembros que se manifiestan abiertamente creyentes. En el período 1990-
2001, tan solo el 23% lo hacía. Esto no significa necesariamente una
disminución en la importancia de la religiosidad, sino, más bien, un cambio
en el valor simbólico del catolicismo como marca identitaria y como factor
clave para la definición de la pertenencia al grupo de la elite (ver Motta, en
este volumen).
En términos generacionales, la edad promedio de ingreso a la posición de
elite es más elevada entre los dirigentes corporativos (60 años) que entre los
presidentes de empresas (51 años), lo que habla de una mayor facilidad de
acceso, para los adultos más jóvenes, a la presidencia de una gran firma que
a la de una asociación representativa del empresariado.
Otro rasgo que llama la atención es que, a pesar de la preeminencia que
adquirió el capital extranjero en la estructura económica del país, los
integrantes de la elite continúan siendo mayoritariamente argentinos,
nacidos en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Sin embargo, al
desagregar por tipo de elite, la dirigencia corporativa presenta un 99% de
nativos contra el 69% de la elite empresaria.
Estos datos dan cuenta de dos fenómenos: primero, que las asociaciones
gremiales y las grandes firmas nacionales y extranjeras prefieren ocupar los
cargos altos con nativos (ver los capítulos de Cobe, Dossi, Gaggero y
Dulitzky, en este volumen). Esto se explica tanto por el conocimiento que
los argentinos poseen sobre la cultura y el mercado local como por la
importancia de las redes de relaciones, tanto en el ámbito público como
privado, que los locales poseen en mayor medida que los extranjeros. [17]
En segundo lugar, los datos muestran que el elevado grado de concentración
geográfica en la área metropolitana, tanto a nivel económico como
demográfico, que caracteriza al país, se replica al interior de la elite.
En cuanto a la trayectoria educativa es destacable resaltar la elevada
cantidad de graduados universitarios: mientras en los años setenta el 53%
poseía título universitario, en los años noventa los valores alcanzan al 64%
(Beltrán y Castellani, 2013). Considerando las cifras agregadas a nivel
nacional, donde la cantidad de graduados universitarios representa
actualmente menos del 10% de la población total, queda claro que los
estudios universitarios son un atributo generalizado entre los miembros de
la elite económica. Y la reproducción intergeneracional de ese atributo
también se verifica, ya que mientras en 1976 solo el 48% de los hijos de la
elite económica completaba sus estudios universitarios, en 2001 la
proporción asciende al 70%. [18]
Otro fenómeno interesante está relacionado con el tipo de carrera
universitaria que siguen los miembros de la elite económica. Si bien los
ingenieros continúan predominando, estos han perdido algunas posiciones a
lo largo del período (en los setenta representaban el 40%, y en los noventa,
el 34%). Los abogados, que representaban en los setenta el 38%, fueron
desplazados por otros profesionales, por lo que en los noventa solo eran el
16%. Igual suerte corrieron los militares, que representaban casi el 7% en
los años setenta y prácticamente no cuentan con representación en los
noventa. [19] Entre las profesiones que ganaron espacio se encuentran las
ciencias económicas (economista, contador y administrador de empresas),
que pasan de representar el 14% al 32%, y las ciencias de la salud, que
pasan de cero a 18%.
También se observa un incremento progresivo en el número de graduados
en universidades privadas, en especial religiosas: mientras en los setenta el
73% de los miembros de la elite que tenían título universitario se habían
graduado en universidades públicas, en los años noventa esta proporción se
había reducido al 58%.
Los estudios de posgrado también se vuelven más frecuentes en los años
noventa. Mientras que solo el 7% de los que ingresaron a la elite entre 1976
y 1983 poseía títulos de posgrado, el 21% de quienes lo hicieron a partir de
1990 poseen ese tipo de títulos. El cambio más importante, sin embargo, se
produce en el tipo de universidades que los otorgan: en los noventa, 97% de
los títulos de posgrado se obtuvieron en universidades extranjeras, lo que da
cuenta de una preferencia de las elites económicas por la
internacionalización de su educación de posgrado.
El origen social y las trayectorias profesionales de los miembros de la
elite económica permiten también arribar a algunas conclusiones respecto
de su modalidad de reproducción social, que, llamativamente, es muy
diversa según el tipo de subelite que se considere.
En el caso de la elite empresaria, si se toma en cuenta el origen
profesional del padre, se observa que a mediados de los años setenta casi el
60% de los individuos que la integraban eran hijos de empresarios (aunque
no necesariamente de grandes empresarios), mientras que los padres del
40% restante tenían un origen social diferente; en cambio, en los años
noventa, casi el 90% de los presidentes de grandes firmas o grupos
económicos eran hijos de empresarios. [20]
En lo que respecta a los dirigentes corporativos se evidencia la tendencia
opuesta. En los años setenta, los dirigentes de las asociaciones empresarias
eran predominantemente hijos de empresarios (89,5%), mientras que en los
noventa esa proporción se reduce (69,5%), y prácticamente un tercio pasan
a ser hijos de profesionales (30,5%).
Este último aspecto da cuenta de un proceso de profesionalización de la
dirigencia corporativa en Argentina, en tanto los puestos como dirigentes
poseen valor en sí mismos no solo como fuente de ingresos, sino como un
camino de ascenso social hacia las posiciones de elite. En este sentido, es
posible afirmar que ocupar posiciones de privilegio en las organizaciones
privadas deja de ser parte del objetivo de expresión de intereses de los
capitalistas, para pasar a ser parte de la proyección de las carreras
individuales de los dirigentes.
Estas transformaciones en el origen social de los miembros de la elite
económica permiten pensar que, hacia fines del siglo XX, se produce un
progresivo proceso de clausura de esta elite en términos de origen social: se
restringe el acceso a las posiciones para aquellos que no vienen de familias
empresarias, al tiempo que también se reduce, notablemente, la cantidad de
self-made-men. Si hasta los años setenta era posible encontrar un número
significativo de miembros de la elite económica que provenían de orígenes
sociales diversos, en los años noventa esos valores se concentran en dos
categorías: empresarios y profesionales, homogeneizando a los miembros
de la elite en términos de origen social.
En síntesis, es posible afirmar que los atributos sociodemográficos de los
integrantes de la elite económica en la Argentina de los noventa son
varones, nativos, de área metropolitana, de origen social medio-alto y alto,
con estudios universitarios en instituciones públicas o privadas
(preferentemente en el campo de la ingeniería y las ciencias económicas),
casados, con más de tres hijos, y que acceden a la posición de elite
mayoritariamente entre los 50 y los 60 años.

2.3. Trayectoria ocupacional y formas de participación social: la


circulación público-privada y la construcción de redes como
marcas distintivas de la elite económica
La reconstrucción de las trayectorias ocupacionales [21] permite identificar
las diversas posiciones laborales y profesionales ocupadas por los miembros
de la elite durante su vida. En el caso de la elite económica, el análisis de
trayectorias cruzadas permite no solo dar cuenta de las posiciones ocupadas
en el ámbito empresarial, sino también de aquellas ocupadas en el sector
público, en la función política y en el tercer sector (organizaciones de la
sociedad civil).
La multiposicionalidad y la circulación de los miembros de la elite
económica en el ámbito privado y estatal reconstruídas a partir del análisis
de sus trayectorias laborales y sus formas de participación social permiten
iluminar empíricamente algunos procesos destacados en la bibliografía
teórica sobre elites, tales como la llamada “puerta giratoria” o circulación
público-privada (Gormley, 1979; Eckert, 1981; Cohen, 1986; Che, 1995),
los procesos de colonización estatal por parte del empresariado (Cardoso,
1975 y 1985; O’Donnell, 1978), y la circulación de las elites (Boltanski,
1973; Useem, 1979). Asimismo, permiten dar cuenta de los tipos de
trayectorias construidas hasta llegar a la posición de elite y las distintas
estrategias y los mecanismos que se ponen en juego a lo largo del período,
como el ascenso intrafirma, la circulación entre múltiples empresas y la
alternancia entre posiciones entre el sector público y el privado.
De los 131 individuos que integraron la elite económica durante los años
noventa, solo 28 ocuparon múltiples posiciones durante ese período,
generalmente dentro de la misma elite (circulación intraelite). En su
mayoría se trata de dirigentes corporativos que ocuparon diversos puestos
en las asociaciones gremiales del empresariado. Entre estos dirigentes
destacan Enrique Crotto (SRA), Jorge Luis Di Fiori (Cámara de Comercio),
Juan Bautista Peña (BCBA) y Eduardo Escasany (Adeba) con varios
períodos consecutivos al frente de las respectivas corporaciones
mencionadas. Se registran, además, pocos casos de circulación interelite en
el período 1990-2001, en donde sobresale el nombre de Guillermo
Alchourón (presidente de la SRA entre 1990 y 1991), quien asumió el cargo
como diputado nacional por el Partido Justicialista en 1999, circulando
desde la elite económica a la elite política.
Al analizar las trayectorias ocupacionales de los miembros de la elite se
observa una tendencia pronunciada a la circulación público-privada. En
efecto, el 33% de los integrantes de la elite económica (43 individuos sobre
131) ocupó algún puesto en el sector público, y el 40% (17 de los 43) lo
hizo más de una vez durante su carrera profesional.
Llamativamente, 22 lo hicieron por primera vez en la década del noventa,
cuando ya habían accedido a la posición de elite. Se trata, en su mayoría, de
puestos intermedios en el Poder Ejecutivo (secretarios, subsecretarios,
directores, asesores) en el ámbito de la gestión económica. Esto permite
afirmar que el paso por el Estado no obedece a una estrategia de
posicionamiento en la consolidación de una carrera laboral, sino en la
posibilidad de incidir en la formulación e implementación de algunas
políticas concretas o en acrecentar la red de contactos con funcionarios
públicos.
El análisis por subelite muestra que el 48% de la dirigencia corporativa
(21/44) y el 25% de la elite empresaria (22/87) ocupó algún cargo en el
sector público al menos una vez. En el caso de los dirigentes corporativos,
se registran algunos cargos en el Poder Legislativo Nacional, varios en la
presidencia o en el directorio del Banco Central de la República Argentina
(BCRA), asesorías en el exterior. En el caso de los presidentes de empresas,
prácticamente todos son cargos en el Poder Ejecutivo, especialmente en
directorios de empresas y bancos públicos, entes de regulación de los
servicios privatizados, y, en menor medida, secretarías o subsecretarías en
el área económica y presidencia del Banco Central [22] (cuadro 4).
La construcción de redes sociales [23] funciona como una de las
principales estrategias desplegadas por la elite económica para ganar
influencia en distintos ámbitos. El pasaje por el Estado no solo permite
ocupar puestos de toma de decisión en un momento determinado, sino que
facilita el conocimiento sobre la lógica estatal y la ampliación de la red de
conexiones en el espacio público.
En el caso de la elite económica, las organizaciones gremiales
empresarias son las que cumplen el rol articulador de esas redes. Estas son,
al mismo tiempo espacios de representación y expresión de los intereses
capitalistas y medios privilegiados para establecer relaciones durables con
la órbita estatal. En este sentido, los grandes empresarios individuales
combinan permanentemente la activación de las redes personales y las
corporativas.
Las redes personales dependen de la capacidad de los grandes
empresarios de establecer estrechos vínculos con funcionarios
gubernamentales. Las corporativas, de la capacidad de las organizaciones
empresarias de mantener abiertos los canales de negociación con las
instituciones claves del Estado. Las redes personales pueden ser más
efectivas para dar respuesta a intereses específicos de un empresario
individual, pero son inestables, en tanto dependen de la permanencia de
determinados sujetos en los puestos clave –cada vez que un funcionario es
removido, la red debe ser redefinida–.
Las redes corporativas, por el contrario, resultan más efectivas para
movilizar intereses agregados y suelen seguir cursos de acción más
institucionalizados, lo que las provee de mayor estabilidad de la que poseen
las redes personales. Es por ese motivo que los grandes empresarios que
forman parte de la elite suelen mantener abiertos dos canales
complementarios de influencia y negociación con el sector público: de
manera directa, las relaciones personales; de manera indirecta, suelen
involucrarse en las disputas internas de las organizaciones empresarias
como medio de afianzar sus redes corporativas.
Los miembros de las corporaciones empresarias siguen una lógica
similar, y sus carreras suelen combinar el pasaje por la empresa privada, el
Estado y la acumulación de puestos dentro del propio ámbito corporativo
(en una o más organizaciones empresarias). En general existen dos tipos de
estrategias para alcanzar los puestos más altos dentro de las corporaciones
empresarias: la carrera “profesional” y el acceso por el peso específico de
las empresas privadas a las que se encuentran vinculados.
La UIA y la SRA son las dos organizaciones donde se observa con mayor
claridad el primer tipo de trayectoria (profesional). En este caso, el acceso
se produce fundamentalmente a partir de la acción que se realiza al interior
de las organizaciones, siendo el desempeño del puesto el foco de la carrera
dirigencial. Es decir, aun cuando el ingreso se produce por lo general
debido a la existencia de un vínculo con el sector, el ascenso no guarda
correlato con el peso específico de la empresa o del grupo que el dirigente
representa, sino con su trayectoria personal al interior de la organización
(Beltrán y Castellani, 2013).
En la UIA, por ejemplo, la totalidad de sus presidentes tuvo varios
puestos dentro de la organización con anterioridad a acceder a la máxima
posición. Se trata, por lo general, de puestos diversos y de diferente
jerarquía, y en todos los casos tuvieron también una participación activa en
la militancia de las dos agrupaciones internas de la entidad industrial (el
MIA y el MIN). Al mismo tiempo, casi el 80% fueron, en algún momento,
propietarios de empresas, aunque por lo general de un tamaño medio. Lo
que es aún más interesante es que en el momento de ocupar la presidencia,
un número importante de los dirigentes había dejado de ser empresario, por
lo que la representación corporativa de los intereses industriales constituía
su principal actividad. Al mismo tiempo, los presidentes de la UIA
mantuvieron múltiples conexiones con otras organizaciones empresarias,
como el Grupo Productivo (GP), la Coordinadora de las Industrias de
Productos Alimenticios (Copal), el Consejo Empresario Argentino (CEA),
uniones industriales provinciales y cámaras sectoriales (ver Dossi, en este
volumen).
En el caso de la SRA también se observa que todos sus miembros se
desempeñaron con anterioridad en otros puestos dentro de la organización.
Respecto de los vínculos con el sector privado, solo el 30% tiene a la
actividad agropecuaria como su ocupación principal. Por el contrario, más
del 60% ha tenido posiciones de alta dirección en fábricas de maquinarias
agrícola, administradoras de jubilaciones y pensiones, empresas lácteas,
petroquímicas y empresas de trasporte. En relación con sus contactos con
otras corporaciones, estos fueron menos fluidos que en el caso de la UIA,
ya que solo dos tuvieron puestos en la CRA, aunque por la naturaleza de la
posición mantienen vínculos permanentes con las sociedades rurales del
interior del país (Beltrán y Castellani, 2013).
Tanto en el caso de la UIA como de la SRA, la pertenencia a las
empresas de las que participan no representa una condición suficiente para
el acceso a los puestos de elite dirigencial. Esto es así o bien porque no se
trata de empresas ligadas al sector específico (como en el caso de la SRA),
o bien porque son empresas que, por su tamaño, no pertenecen al universo
de las empresas más importantes del país. Esto supone la existencia de una
estrategia estrictamente corporativa de construir poder y ascender en las
posiciones. En el caso de la SRA, esa estrategia se vincula con el
mantenimiento de un vínculo estrecho con la organización y con los demás
miembros. En el caso de la UIA, se trata de una estrategia que combina la
acumulación de poder interno con la generación de redes externas de
diversos tipos (como la participación en otras organizaciones, el vínculo
con empresas privadas y las conexiones con el Estado).
La Cámara Argentina de Comercio se aproxima en gran medida a la
lógica de la UIA y la SRA, ya que la trayectoria dentro de la organización
tiene también un peso de gran importancia. Sin embargo, en el caso de la
CAC, sus presidentes, por lo general, desempeñan puestos jerárquicos en
empresas ligadas al comercio, y en muchos casos su espacio de referencia
no es directamente la CAC sino otras organizaciones, como el CEA o la
Copal.
En el caso de la CAC, y dadas las características de los intereses que
defiende, la proyección posee también gran importancia más allá de las
fronteras nacionales y, por ende, forma parte de cámaras de comercio
internacionales (Beltrán y Castellani, 2013).
Las entidades financieras, como la ABRA, la Adeba y la Bolsa de
Comercio de Buenos Aires, tienen una forma diferente de carrera
dirigencial. En casi todos los casos de estas corporaciones (aun cuando es
poco habitual el acceso directo a la presidencia de la entidad), se trata de
individuos que poseen una posición dominante dentro del mundo de las
finanzas, en tanto provienen de algunos de los grandes bancos que operan
en el país (ver Cobe, en este volumen).
En efecto, respecto de la ABRA, la totalidad de sus presidentes tuvo
antes, durante o después de asumir el cargo funciones de alta dirección en
empresas privadas, siempre vinculadas al sector financiero (sobre todo
bancos y casas de remates, pero también estudios de abogados
especializados). Algo similar ocurre con el caso de la Adeba, donde los
presidentes se desempeñaron, en su totalidad, en posiciones de alta gerencia
en empresas del sector financiero, fundamentalmente en bancos de origen
nacional. A diferencia de los representantes de la banca internacional,
algunos de los presidentes de la Adeba tuvieron también posiciones clave
en otras organizaciones, como la SRA, la CARBAP y el Consejo
Empresario Argentino. Las trayectorias de estos individuos dan cuenta no
solo de un vínculo estrecho entre el acceso a la posición dirigente y la
ocupación de una posición privilegiada en el sector, sino también de un
elevado nivel de especialización en el sector financiero.
Este nivel de especialización se registra también en relación con sus
vínculos con el Estado. Varios de los presidentes de la ABRA ocuparon
posiciones en la función pública, en su mayoría en el BCRA o como
embajadores con funciones comerciales. En el caso de los presidentes de la
Adeba, el 40% accedió también a cargos públicos, en general en el BCRA,
como secretarios de Finanzas o en el Poder Judicial.
El análisis de estos recorridos permite observar en qué medida la
construcción de redes de vínculos cruzados constituye no solo una
característica de la elite económica argentina de los noventa, sino que forma
parte también de las estrategias de acumulación de poder que sus miembros
construyen a título individual.
En esta línea también debe interpretarse el alto grado de participación de
los miembros de la elite en diversas organizaciones sociales. [24] Dentro de
este variado universo, las fundaciones o instituciones de estudios
(principalmente de economía pero también de otras orientadas a la
medicina, por ejemplo) emergen como las más relevantes. En segundo lugar
se ubica un conjunto de fundaciones y ONG que brindan diversos tipos de
aportes a la sociedad, desde becas de estudio hasta el manejo de
donaciones, pasando por iniciativas de investigación en determinadas áreas.
Las de mayor relevancia son la Fundación Pérez Companc y la Fundación
Bank Boston. También se destacan: Fundación Banco Galicia, Fundación
Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Fundación SRA y otras más, no
necesariamente ligadas al ámbito empresarial.
El tercer lugar en importancia lo ocupan los clubes estrictamente
sociales; es decir, espacios cuyo fin es poner en contacto a los miembros de
la elite, y cuya funcionalidad es casi estrictamente social (entre estos
destacan el Jockey Club y el Forex Club). La importancia de los clubes
deportivos no es menor; varios integrantes de la elite registran participación
activa en estos espacios, principalmente en diversos clubes de golf y tenis.
Luego se ubica un conjunto variado de asociaciones y fundaciones que
tienen como fin específico incidir en la política del país (por ejemplo: la
Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, el Centro de Estudios sobre
la Libertad, la Fundación Carlos Pellegrini, la Fundación de Acción para la
Iniciativa Privada, Compromiso, Centro de Participación Política e IDEA).
Se trata de asociaciones cuyo accionar no se basa (como en el caso de los
centros de estudio) en generar evidencias, sino en el sostenimiento y
difusión de puntos de vista (la ACDE es la más importante de estas
asociaciones). [25]
La participación en las organizaciones internacionales de diversos tipos
también es una tendencia que se mantiene a lo largo del período y que ya
estaba presente en los años setenta (entre las más importantes se destaca el
Rotary Club). Respecto a los organismos multilaterales, como el Banco
Mundial, la Organización Internacional del Trabajo, el Banco
Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, el
análisis de las trayectorias laborales y de participación social muestra que
un cuarto de los miembros de la elite económica formó parte de alguno de
ellos en algún momento de su carrera (Beltrán y Castellani, 2013).
Estos últimos datos revelan en qué medida las elites económicas
invierten en la construcción de redes no solo a nivel local sino también a
nivel internacional. Las áreas donde se concentra esa construcción son las
propias organizaciones empresarias, los vínculos con el Estado y la
participación en un conjunto heterogéneo de asociaciones de nivel nacional
a internacional que sirven para canalizar o legitimar sus puntos de vista.

Reflexiones finales
El análisis de las elites económicas argentinas en el período 1990-2001
permite arribar a un conjunto de conclusiones generales que ayudan a
responder los interrogantes planteados en la introducción de este capítulo.
Respecto de la estabilidad o inestabilidad de la elite económica, es
posible afirmar que hay divergencias pronunciadas por subelites: en el caso
de la elite empresaria, la inestabilidad a nivel estructural es mucho mayor
que en el caso de la elite corporativa. Es decir, hay más recambio entre las
empresas que conforman el selecto panel de las primeras 100 por volumen
de ventas que en el mapa de las asociaciones corporativas más
representativas del capital. A nivel de los individuos que ocupan las
posiciones de elite, la estabilidad en la posición es mucho mayor entre los
empresarios que entre los dirigentes corporativos; por el contrario, la
rotación de las mismas personas en diversas posiciones de elite es más alta
entre los dirigentes corporativos que entre los presidentes de empresas.
Respecto al grado de apertura-clausura, se observa un cierre cada vez
mayor que dificulta el acceso a las posiciones de elite económica a aquellos
que, dado su origen social, no forman parte de los estratos sociales altos o
medios altos. Los dirigentes corporativos son mayoritariamente hijos de
profesionales o empresarios; los presidentes de empresas son, en su
mayoría, hijos de empresarios. Esto es particularmente pronunciado en el
caso de las empresas de capital nacional, pues la llegada a la posición es
cada vez más por herencia y no por el resultado de trayectorias de ascenso
social de sus miembros.
En cuanto a la circulación se destacan dos fenómenos: a) la fluida
circulación intraelite, en especial en las dirigencias corporativas, y b) la
circulación público-privada, que involucra a más de un tercio de la elite
económica. El primero da cuenta de la creciente profesionalización de los
dirigentes corporativos: estos están cada vez más dedicados en exclusividad
a la conducción de las asociaciones (más que a ser empresarios que al
mismo tiempo ejercen cargos de dirección en las corporaciones); de hecho,
como se señaló oportunamente, muchos dirigentes de las corporaciones ni
siquiera son propietarios de empresas del sector al que representa la
corporación.
El segundo fenómeno habla de una elite económica que procura acceder
al sector público, ya sea para ampliar la red de contactos con funcionarios
diversos, ya sea para entender in situ el funcionamiento del sector, ya sea
para incidir en forma más directa en la formulación y aplicación de políticas
públicas. Analizando los momentos de ingreso al Estado y los tipos de
cargos, se observa que varios de los empresarios o dirigentes corporativos
que pasaron por el Estado lo hicieron en más de una ocasión, y en la mitad
de los casos, lo hicieron por primera vez en la década del noventa, cuando
ya habían accedido a la posición de elite. A nivel macro esto da cuenta de
un proceso de colonización del aparato estatal por parte de la elite
económica, que confirma lo planteado en investigaciones previas
(Castellani, 2009a y 2012). Del mismo modo que en el pasado, en los
noventa el acceso a reductos del Estado continúa siendo una de las
principales fuentes de acumulación de poder para los capitalistas que actúan
en el medio local.
Algunos de estos cambios guardan una estrecha relación con los cambios
estructurales producidos en el período. Entre estos se registra un proceso de
extranjerización de los miembros de la elite, que es mucho menor que el
proceso de extranjerización de la economía real. Esto supone que las
empresas transnacionales prefieren contratar CEO de origen argentino,
tanto por su know how de la política local como por las redes tejidas por
estos con el Estado, el sector corporativo y el mundo empresarial en
general. Como resultado de este proceso, a su vez, se observa una incipiente
internacionalización educativa, en particular de la elite empresaria, cuyos
integrantes poseen cada vez más estudios en el extranjero y quienes amplían
sus redes de contactos al ámbito internacional, mediante su vinculación con
asociaciones y fundaciones que actúan en ese plano.
La permanencia de las redes sociales como estrategia de articulación
privilegiada con otros actores sigue siendo un rasgo distintivo de la elite
económica. Aun cuando el contenido de esas redes pudo haber cambiado a
lo largo de los años, los empresarios de la elite invierten decididamente en
generar y aumentar sus contactos, los cuales constituyen un capital
fundamental, no solo para el manejo de las firmas locales, sino también
para el acceso a posiciones de privilegio en las empresas transnacionales.
Estas características generales refuerzan la necesidad de seguir
ampliando las investigaciones sobre la elite económica. Profundizar en las
trayectorias de los miembros que la integran, establecer las continuidades y
rupturas a lo largo de períodos más amplios y precisar la correlación entre
los cambios en la dimensión estructural y los de la dimensión individual son
líneas fructíferas de investigación que permitirán ampliar el conocimiento
sobre este influyente grupo social.

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Notas
1. En el caso de los grupos económicos, la dirección siempre coincide con la propiedad; en el
caso de las firmas nacionales o extranjeras, puede o no coincidir.
2. Sobre los diversos tipos de acción empresaria, consultar Beltrán (2011), Castellani y
Llanpart (2012) y Dossi (2010).
3. Tal como se señala en la introducción del libro, la muestra forma parte de una base de datos
mayor sobre las elites políticas y económicas en la Argentina entre 1976 y 2001, realizada
en el marco del proyecto PIP CONICET 1350, radicado en la UNSAM.
4. Para un minucioso tratamiento del impacto fiscal de estas transferencias, ver Gaggero y
Gómez (2002). Para un análisis exhaustivo de las transformaciones en el poder económico,
Basualdo (2006).
5. El análisis de cúpula se vienen realizando en forma sistemática desde mediados de los años
ochenta por diversos autores, tras el pionero trabajo de Azpiazu, Basualdo y Khavisse de
1986. Un análisis de largo plazo en esta misma línea se encuentra en Basualdo (2006).
6. Afirmaciones que se basan en las investigaciones de Azpiazu (1997) y Basualdo (2000).
7. Esta alianza permitió limar, momentáneamente, la antigua dicotomía entre capital nacional
y capital extranjero que había signado el debate económico y político en la Argentina
durante las décadas del sesenta y setenta.
8. Por ejemplo, solo 4 de las 15 firmas que permanecieron en las primeras 50 posiciones
durante los noventa habían estado vinculadas directamente como proveedoras y/o
contratistas del Estado en el período anterior (Esso, Shell, Sideco y Siderca).
9. Este agrupamiento, surgido hacia fines de la década del ochenta, reunía a la Unión
Industrial Argentina (UIA), la Sociedad Rural Argentina (SRA), la Cámara Argentina de
Comercio (CAC), la Bolsa de Comercio (BC), la Cámara Argentina de la Construcción
(Camarco), la Unión Argentina de la Construcción (UAC), la Asociación de Bancos de la
Argentina (ADEBA) y la Asociación de Bancos de la República Argentina (ABRA).
10. Revista Negocios, año 7, Nº 80, Buenos Aires, mayo 1998, p. 17.
11. Tal es el caso del embajador francés en la Argentina, quien se entrevistó con el presidente
Eduardo Duhalde antes de iniciar la ronda de renegociaciones de tarifas de Aguas
Argentinas, y del ex presidente de España Felipe González, quien vino al país a interesarse
por la situación de diversas empresas, como Repsol-YPF, Telefónica de Argentina y el
BBV, luego de la implementación de la política devaluatoria y de pesificación de la
economía iniciada en enero de 2002.
12. El GP fue una agrupación de corporaciones empresarias conformada a fines de 1998
integrada por la UIA –donde la gravitación política y financiera del grupo Techint es
decisiva–, la Cámara Argentina de la Construcción –en la que el holding de origen italiano
también tiene un peso significativo– y las Confederaciones Rurales Argentinas. Para un
tratamiento exhaustivo de la conformación y derrotero del GP, ver Merino (2014).
13. Se trata de los siguientes grupos: Aceitera General Deheza, Alpargatas, Arcor, Astra,
Bemberg, Bridas, Bunge y Born, Celulosa, Coto, Fate-Aluar, Ledesma, Loma Negra, Pérez
Companc y Techint. Sobre el derrotero de varios de estos grupos en esta década, ver
Gaggero en este volumen.
14. Generalmente, los cambios se deben al fallecimiento del presidente del grupo o a
conflictos intrafamiliares por la dirección del conglomerado. Al respecto, ver Gaggero, en
este volumen.
15.
En este apartado se resumen, en parte, algunos de los resultados más destacados de la
investigación sobre elite económica argentina entre 1976 y 2001 publicados en Beltrán y
Castellani (2013).
16. Se trata de Amalia Lacroze de Fortabat (presidenta de Loma Negra y viuda de Alfredo
Fortabat), Dolores Quintanilla de Madanes (presidenta de Aluar y Fate, viuda del fundador
de la empresa) y Ernestina Herrera de Noble (presidente del Grupo Clarín y viuda de su
fundador).
17. Cabe aclarar que algunos extranjeros que integran la muestra presentan una larga
trayectoria en el país que los coloca en una situación similar a la de los argentinos nativos
(Franco Macri del grupo Socma, Roberto Rocca del grupo Techint, Cristiano Ratazzi de la
filial nacional de FIAT, entre otros, serían ejemplos paradigmáticos en este sentido). Sin
embargo, en el análisis estadístico de los datos fueron considerados como extranjeros.
18. Todos los datos relativos a la elite económica en períodos previos que se mencionan en
este apartado surgen de la Base Elites Argentinas 1976-2001, del proyecto radicado en
UNSAM.
19. El único caso es el del general Alcides López Aufranc, presidente de la siderúrgica
Acindar entre 1976 y 1992.
20. Cabe precisar que los padres empresarios de los miembros de la elite económica no
necesariamente ocuparon posiciones de elite; en muchos casos se trataba de pequeños y
medianos propietarios. En particular, en el caso de los dirigentes corporativos, suelen
provenir de familias que no pertenecen a las firmas más importantes de los sectores que
representan –con la excepción de Eduardo Escasany al frente de la Adeba durante los años
noventa–. Por el contrario, se trata por lo general de propietarios o hijos de propietarios de
firmas que no forman parte del panel de las 100 empresas de mayor facturación del país.
21. Dichas trayectorias relevan las posiciones de elite pero también aquellas que no lo son.
22. Este tipo de circulación de la elite económica por el sector público, ocupando diversos
cargos ejecutivos en la órbita de la gestión económica, corrobora los hallazgos de otros
trabajos académicos que analizaron la conformación de los gabinetes de ministros en
diversos períodos históricos de la Argentina reciente. Entre ellos destacan los pioneros
trabajos de Niosi y de O’Donnell para el período anterior a 1976, y los de Canelo (2014),
Castellani (2009a) y Heredia (2004) para el período posterior.
23. Las redes sociales dan cuenta de las regularidades que se producen en la estructura de las
relaciones sociales. Se trata de una perspectiva que considera a los actores individuales no
como unidades autónomas sino como agentes interdependientes, resaltando las relaciones
que se producen entre ellos y el tipo de conexiones que mantienen (Wasserman y Faust,
1994). Las redes constituyen canales para la circulación e intercambio de recursos
materiales y no materiales, incluyendo dinero, influencias políticas, información clave y
privilegios. Se trata de entidades dinámicas (Newman, Barabási y Watts, 2006) que generan
oportunidades para sus miembros (Wasserman y Faust, 1994). La red se define por un
conjunto de rasgos: a) su tipo (redes económicas, políticas, familiares, afectivas, de
amistad, de sumisión, etcétera), b) su densidad (la estrechez de los vínculos) y c) su calidad
(su funcionalidad para lograr los propósitos).
24. La participación en este tipo de organizaciones es sumamente diversa, e incluye desde
fundaciones y asociaciones filantrópicas, pasando por clubes deportivos y sociales, hasta
institutos de investigación y agrupamientos sectoriales.
25. Sobre sus características y derrotero en estos años, consultar el capítulo de Gustavo Motta,
en este volumen.
Capítulo 3
Las transformaciones de la elite empresarial en un período de
extranjerización económica: los propietarios de los grandes grupos
empresariales argentinos durante los años noventa
por Alejandro Gaggero

El período comprendido entre la crisis del tequila y la devaluación del peso


en 2002 puede considerarse como un punto de inflexión en la historia
argentina reciente, debido a la magnitud de las transformaciones que se
produjeron en la estructura económica y social del país. En el campo
empresario, uno de los cambios más importantes fue la retracción de los
grupos económicos [1] nacionales en la cúpula empresaria [2] y el avance de
las grandes empresas transnacionales (López, 2006; Basualdo, 2006;
Castellani y Gaggero, 2011; Burachik, 2010; Kulfas, 2001).
Este proceso resulta especialmente relevante teniendo en cuenta la
importancia que los grupos argentinos habían alcanzado a inicios de la
década de 1990. En efecto, estas organizaciones constituyeron el núcleo
central del nuevo poder económico (Azpiazu, Basualdo y Khavisse, 1990),
que emergió a partir de las reformas implementadas por la última dictadura
militar y que se expandió durante el primer gobierno democrático. Su
presencia en el conjunto de las empresas más grandes del país y el poder
político que algunos de sus propietarios habían alcanzado los ponía en una
situación aparentemente muy favorable para que su protagonismo se
potenciara en la década siguiente. La estrecha relación que establecieron
con Carlos Menem durante los primeros meses de su presidencia, el apoyo
inicial a las reformas estructurales y su activa participación en las
privatizaciones de empresas públicas, parecían confirmar ese camino.
Catorce años más tarde, sin embargo, los estudios sobre la cúpula
empresarial argentina mostraban una situación muy diferente. Los grupos
económicos locales como fracción habían reducido considerablemente su
participación, y muchos de los más exitosos durante el primer gobierno
democrático habían sido vendidos o su presencia había disminuido
considerablemente, mientras que, en paralelo, se había reforzado la
importancia de las empresas transnacionales en la economía (Gaggero,
2012; Castellani y Gaggero, 2011). [3]
Si bien existe una profusa bibliografía centrada en el efecto de los
cambios macroeconómicos en las distintas fracciones empresariales
(Basualdo 2006; Schorr, 2001 y 2004), son muchos más escasos los intentos
de dar cuenta de las transformaciones en el perfil de la elite empresarial,
entendida como el conjunto de propietarios o principales directivos de las
empresas más importantes del país (Castellani, en este volumen).
Investigaciones sobre este tema resultan especialmente relevantes debido a
la importancia que los grandes empresarios nacionales han tenido durante
las últimas décadas en el devenir económico y político de Argentina. En
efecto, estos individuos no solo constituyen el grupo social más rico del
país, sino que también controlan organizaciones que tienen una incidencia
directa en el desempeño macroeconómico y sus decisiones afectan aspectos
centrales de las condiciones de vida de la población (como el empleo, los
precios y los salarios). Su poder se ve reforzado también en su capacidad de
influir en las políticas públicas, ya sea a título individual –acceso directo a
funcionarios– o a través de las principales asociaciones corporativas del
empresariado (Castellani, en este volumen).
A pesar de que el análisis de la elite empresarial durante las últimas dos
décadas no ha estado en el centro de la agenda de investigación en ciencias
sociales, el tema fue abordado por distintos estudios –en la mayoría de los
casos, en forma tangencial–, provenientes principalmente de la economía
política. [4] De la bibliografía más difundida (Basualdo, 2001 y 2006), se
desprenden dos ideas centrales: una fuerte homogeneidad al interior de cada
una de las fracciones de los sectores propietarios y unidad en su accionar
político. En este esquema, los titulares de los grandes grupos económicos
locales han sido englobados bajo el término oligarquía diversificada
(Basualdo, 2006), una ramificación de las clases altas tradicionales cuya
riqueza se fundó originariamente en la propiedad de tierras y que durante el
proceso de industrialización se habría diversificado hacia la producción
industrial.
El objetivo de este trabajo es analizar los cambios en el empresariado
argentino, indagando sobre dos dimensiones: la presencia de los grandes
grupos locales [5] en la economía argentina y las modificaciones en la elite
empresarial. Con respecto a la primera, el foco estará puesto en caracterizar
estas organizaciones (en cuanto a estructura de propiedad, inserción
sectorial, grado de diversificación e internacionalización) y presentar sus
estrategias y desempeños empresariales durante los años noventa. El eje
será analizar los cambios y continuidades en el colectivo conformado por
los presidentes de los principales grupos económicos de capital nacional
entre 1989 y 2002. En el siguiente apartado se analizan rasgos centrales de
la elite empresarial argentina al inicio de las reformas estructurales,
poniendo especial énfasis en las trayectorias de los propietarios de los cinco
grupos de mayores ventas en 1989 (Techint, Bunge y Born, Macri, Pérez
Companc y Bridas). A continuación se exponen las principales estrategias
empresariales encaradas por las organizaciones que integraban la cúpula de
las 200 empresas de mayor facturación y los desempeños alcanzados a lo
largo de la década. Por último, se presentan los cambios operados en el
conjunto de los presidentes de los grupos más importantes a lo largo del
período.

1. Los propietarios de los grandes grupos económicos a fines de los


años ochenta
1.1. El origen social de los empresarios
El análisis de las trayectorias de los presidentes de los grupos económicos
más importantes del país a fines de la década de 1980 muestra
heterogeneidad en cuanto a orígenes sociales y carreras profesionales.
Siguiendo a Ostiguy (1990), podría dividirse a estas organizaciones en dos
grandes conjuntos de acuerdo a sus inicios. El primero está formado por los
grupos que nacieron durante el modelo agroexportador, y el segundo por los
creados en el transcurso de la sustitución de importaciones. Si bien en
ambos casos los grupos fueron fundados mayoritariamente por inmigrantes
europeos, las diferencias entre uno y otro radican en dos dimensiones
fundamentales: la fecha de arribo al país y el origen social de los
fundadores. Ostiguy denomina “grupos tradicionales” a los del primer
conjunto, cuyos principales exponentes son Bunge y Born (fundado en
1884), Alpargatas (1885), Garovaglio y Zorraquín (1886), Bemberg (1890),
Braun (fines del siglo XIX), Ledesma (1913), Astra (1915), Schcolnik
(1917), Loma Negra (1926) y Soldati (1927). En general, los iniciadores de
estas organizaciones fueron inmigrantes que llegaron al país en la segunda
mitad del siglo XIX, provenientes de países europeos centrales como
Francia (Fortabat), Bélgica (Bunge), Suiza (Soldati y Grüneisen) y
Alemania (Hirsch y Bemberg) (ver cuadro 1 y 2 del Anexo).
Otro elemento que distingue a estos empresarios de los que harían
fortuna al promediar el siglo XX es que la mayoría llegó al país con una
posición socioeconómica media o alta y con un capital considerable. En
algunos casos las familias fundadoras administraron inicialmente
explotaciones agropecuarias para dedicarse luego a la actividad comercial e
industrial. Este fue el caso de Alfredo Fortabat, quien poseía tierras en la
zona bonaerense de Olavarría y fundó la empresa cementera Loma Negra,
luego de descubrir un yacimiento de piedra caliza (principal materia prima
para la elaboración del cemento) en una de sus estancias. Algo semejante
ocurrió con los miembros de la familia Braun, de origen lituano, que
llegaron a Chile en 1874 y dos décadas después ya eran grandes
propietarios de tierras en la Patagonia gracias a la unión con la familia
Menéndez.
A partir de la década de 1880 se produjo una fusión entre estos prósperos
empresarios europeos y las tradicionales familias de clase alta argentina, a
raíz de que muchos de estos inmigrantes contrajeron matrimonio con
mujeres de familias patricias locales. Puede citarse el caso de Otto
Bemberg, fundador de la cervecería Quilmes, quien se casó con María
Luisa Ocampo y Regueira en 1853. Su hijo, Otto Sebastián, ya argentino,
contraería matrimonio con Josefina Elortondo Armstrong, y dos de sus
nietos se unirían también con hijas de sendas familias patricias (Azzi y De
Titto, 2008). Según Ostiguy (1990: 217):

El proceso de fusión que tuvo lugar entre la clase dominante


tradicional y estos inmigrantes de los años 1870-1880 que hicieron
fortuna, ambos confundidos después en la misma clase, es muy
llamativo. Este proceso de fusión, creemos, le dio su carácter propio a
esta oligarquía o clase dominante (o, por lo menos, este aporte
extranjero considerado –tanto por su origen étnico como por su status
socioeconómico– llegó rápidamente a conformar un componente
original indiscutible de esta clase).

Los grupos económicos que iniciarion sus actividades durante la etapa


sustitutiva presentan diferencias notables con los “tradicionales”. En primer
lugar, la mayoría de los fundadores fueron inmigrantes o hijos de
inmigrantes italianos, como Rocca, Bulgheroni, Macri, Pescarmona y
Pagani. Estos empresarios también tienen un origen económico-social
diferente con respecto a la elite tradicional, ya que en muchos casos
provenían de familias trabajadoras o de clase media, y sus primeros
emprendimientos consistieron en pequeños comercios o modestos
establecimientos industriales. Así, por ejemplo, Carlos Bulgheroni (Bridas)
comenzó administrando un almacén de ramos generales en Rufino
(provincia de Santa Fe), Manuel Madanes (grupo Madanes) dirigió un
comercio de impermeables, Enrique Pescarmona (IMPSA) arrancó con un
taller de fundición en Mendoza, que luego se convertiría en una fábrica de
maquinaria para la industria vitivinícola, y Fulvio Pagani (Arcor) se inició
como empresario al mando de una panificadora y una fábrica de golosinas
en Córdoba.
En el conjunto de los cinco grupos con mayor presencia en la cúpula
empresarial a fines de los años ochenta (Techint, Bunge y Born, Macri,
Pérez Companc y Bridas) (ver cuadro 1) se observa un claro predominio de
los grupos nuevos. En la mayoría de los casos, los empresarios no formaban
parte de la elite tradicional del país, sino que eran empresarios de primera o
segunda generación que hicieron crecer sus firmas –inicialmente pequeños
o medianos emprendimientos– durante la industrialización sustitutiva.
Franco Macri, el fundador del grupo homónimo, es un inmigrante
italiano que llegó al país en 1949, a los 18 años de edad, proveniente de una
familia de clase media romana. Su padre, habiendo llegado dos años antes,
se había empleado en una pequeña empresa constructora (Dragados y Obras
Portuarias, Sociedad Anónima), de la que terminó transformándose en
accionista minoritario. Franco terminó la educación secundaria mientras
trabajaba como empleado administrativo en el sector de la construcción, y
luego realizó estudios inconclusos en la Facultad de Ingeniería. Comenzó su
vida empresarial trabajando de forma independiente como subcontratista de
otras firmas constructoras más importantes. En una de las obras que realizó,
cerca de la ciudad de Tandil, Macri conoció a Alicia Blanco Villegas,
integrante de una de las tradicionales familias terratenientes de la zona, con
quien se casaría en 1958 (Macri, 1997).
La familia Pérez Companc, por su parte, tampoco tiene un origen social
patricio. El grupo nació en 1947, cuando los hermanos Carlos y Jorge
fundaron la Compañía Naviera Pérez Companc, cuyo objetivo inicial era
transportar por mar los insumos necesarios para las explotaciones petroleras
que se realizaban en el sur del país. Ambos eran hijos de Margarita Ana
Amanda Companc, una maestra francesa nacida en Lyon en 1877, que
emigró a fines de siglo a Argentina cuando su padre, Domingo Companc,
comenzó a trabajar como ingeniero en los ferrocarriles en el sur del país.

En el caso de Carlos Bulgheroni, presidente de Bridas, su familia llegó a


la Argentina de Italia en la década de 1930 y, como ya se mencionó, la
primera experiencia empresarial fue la administración de un almacén de
ramos generales en la ciudad de Rufino (Santa Fe).
Techint era presidido en 1989 por Roberto Rocca, hijo de Agostino,
quien fundó la Compagnia Tecnica Internazionale (Techint) en Milán en
1945, luego de la caída del régimen fascista, en el cual se había
desempeñado como administrador de las principales industrias estatales
durante la guerra. Una vez derrotado Benito Mussolini, Rocca viajó a
Buenos Aires con la idea de continuar con su vida empresarial en
Argentina. La trayectoria social de Rocca tiene características diferentes a
la de otros propietarios de grandes grupos económicos del período que
comenzaron con pequeñas y medianas empresas iniciadas durante la ISI
(Industrialización Sustitutiva de Importaciones). Su fundador no provenía
de una familia trabajadora, sino que arribó a la Argentina con experiencia
en la conducción de grandes industrias y con un capital social que sería
fundamental en la consolidación de la nueva organización (Castro,
2007). [6]
Dentro de los cinco grupos industriales más importantes del país, los
propietarios del grupo Bunge y Born se destacan como los únicos con una
trayectoria social que los emparenta con las clases altas tradicionales.
Ernesto Bunge, uno de los fundadores del grupo en 1884, provenía de la
familia Bunge, propietaria de una importante firma comercial con sede en
Amberes, dedicada a la comercialización de commodities producidos
principalmente en las colonias belgas. Jorge Born, cuñado de Ernesto,
también había nacido en una familia de la burguesía comercial de Amberes.

1.2. Estructura de propiedad concentrada y protagonismo de la


familia en la dirección
Un aspecto importante de la elite empresarial era el involucramiento de los
miembros de las familias propietarias en la administración de los grupos
económicos. A diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos, donde los
accionistas de las grandes firmas cedieron la dirección de las mismas a un
management profesional (Berle y Means, 1932), en Argentina los
fundadores seguían ocupando los principales cargos de gestión del grupo, y
sus familiares directos ocupaban puestos estratégicos en la estructura
empresarial. La presidencia de la organización era ejercida, en la mayoría
de los casos, por el jefe de familia hasta su retiro o fallecimiento, lo cual
derivaba, en una baja rotación de las personas que ocupaban las posiciones
de elite.
La mayoría de los presidentes a fines de los años ochenta ejercieron la
dirección por más de dos décadas. En el caso de que el fundador muriera,
era usual que la dirección fuera “heredada” a alguno de sus hijos. Franco
Macri presidió el holding durante toda su trayectoria desde los años
cincuenta, mientras que sus tres hijos varones (Mauricio, Gianfranco y
Mariano) ejercieron cargos de conducción en distintas empresas del mismo.
En el caso de Techint, al morir Agostino Rocca –en febrero de 1978– le
sucedió su hijo, Roberto, quien quedaría al mando durante las siguientes
tres décadas. Sus hijos –Agostino, Gianfelice y Paolo– ocuparían posiciones
centrales en la conducción. [7] Alejandro Ángel Bulgheroni lideró el grupo
Bridas por décadas, hasta su fallecimiento, en 1985. Su hijo, Carlos, asumió
la presidencia, mientras que su hermano Alejandro ocupaba otro de los
cargos centrales.
En el caso de los grupos creados durante el modelo agroexportador, la
dirección del mismo recaía en la segunda o tercera generación de
descendientes de los fundadores. La dispersión de la estructura de
propiedad obligaba a entablar acuerdos entre las ramas familiares para
determinar cómo se repartiría el poder al interior del grupo. Bunge y Born
era un ejemplo de esta dinámica, ya que, desde su fundación, el presidente
fue elegido entre los herederos de las familias fundadoras, por una asamblea
de los accionistas del grupo Bunge internacional. En la práctica, funcionaba
una alternancia en el mando entre miembros de las familias que tenían la
mayoría accionaria –Born y Hirsch–, y el cargo era ejercido de por vida. [8]
En 1989, el presidente era Jorge Born III, nieto de uno de los fundadores.
La dispersión de la estructura accionaria entre los socios también se
constataba en otras familias propietarias de grupos tradicionales, como
Garovaglio y Zorraquín, Bemberg, Astra, Terrabusi, Pulenta o Bagley. Este
rasgo asumía especial importancia en las etapas en las cuales se debía elegir
al presidente del grupo, ya que cuando no existía una rama familiar que
contara con el control accionario –más del 51%–, se hacía necesario llegar a
acuerdos para nombrar a los nuevos directivos.

1.3. El crecimiento empresarial en el contexto del estancamiento


macroeconómico
El mayor crecimiento patrimonial de una parte muy importante de esta elite
empresarial se produjo durante la década de 1980, un período marcado por
el estancamiento macroeconómico. La clave de esta expansión radicó,
fundamentalmente, en la capacidad que mostraron estos empresarios para
desenvolverse en un contexto de alta inestabilidad, principalmente gracias a
distintos tipos de estrategias que les permitieron aprovechar los múltiples
beneficios de las políticas de incentivo aplicadas desde el Estado. [9] Esto
fue posible gracias a la baja autonomía relativa del Estado argentino y al
poder económico y político que alcanzaron los grandes empresarios locales,
lo que resultó en una suerte de “colonización” del aparato estatal, que les
aseguró a estos capitalistas la continuidad de las medidas de promoción
incluso en etapas críticas para la economía argentina (Castellani, 2009).
Algunas de las políticas públicas que beneficiaron a los holdings
nacionales fueron, entre otras, la protección arancelaria contra las
importaciones en determinadas coyunturas, el otorgamiento de créditos con
tasas de interés subvencionadas, y los subsidios para las inversiones
industriales (exenciones impositivas y otros beneficios fiscales resultantes
de los regímenes de promoción industrial –Azpiazu y Basualdo, 1990–).
También fue central el rol que el Estado tuvo como demandante de los
productos y servicios de los grandes grupos económicos, ya que, a través de
distintas normas o dinámicas informales, les permitió la obtención de
ganancias extraordinarias (Castellani, 2009).
Más allá del rol del Estado, también fue importante la relación que estos
empresarios establecieron con el capital extranjero para crecer en un
contexto de estancamiento macroeconómico. Muchos de los empresarios
nacionales más importantes lograron aprovechar las oportunidades que
brindó la retirada de algunas prestigiosas empresas multinacionales, debido
a la inestabilidad política y económica. Este proceso permitió que en
algunas actividades –por ejemplo, la automotriz– los grupos argentinos se
expandieran, adquiriendo el control de firmas líderes en condiciones
excepcionales. [10]
En el caso de Macri, Franco y su hermano Antonio fundaron en 1959 una
pequeña firma constructora (Demaco, SA), dedicada inicialmente a ser
subcontratista en la fabricación de silos y elevadores de granos. El mayor
crecimiento de la empresa se dio meses después, cuando logró hacerse
cargo del contrato para la construcción del puerto de la ciudad de Mar del
Plata, que se transformó en su primera gran obra y le permitió ganar
antecedentes e integrar los listados de contratistas principales de proyectos
de obra pública (Macri, 1997). El segundo hito se dio en 1964, cuando la
Demaco se asoció con la multinacional Fiat para formar la constructora
Impresit Sideco. La empresa participó en los proyectos de infraestructura
más importantes durante los primeros cinco años, que incluyeron puentes,
autopistas y elevadores de granos; [11] también fue beneficiada con las
grandes obras de infraestructura que llevó adelante el gobierno de facto de
Juan Carlos Onganía. Sus principales contratos estuvieron asociados a la
edificación de centrales nucleares: el grupo participó en la construcción de
las plantas de Atucha (Buenos Aires) y Embalse (Córdoba). [12]
Durante la década del setenta, a medida que la situación macroeconómica
empeoraba, el grupo llevó adelante una fuerte diversificación,
incursionando en negocios inmobiliarios, la producción petrolera y los
servicios públicos. Pero la principal inversión se daría en 1982, cuando la
automotriz Fiat decidió abandonar Argentina, y el grupo Macri se hizo
cargo de una de las empresas industriales más importantes del país. Una vez
superada la crisis económica de 1981-1982, Fiat se transformó en el
principal emblema del grupo durante la década.
En el caso de los Pérez Companc, a mediados de la década de 1950
fundaron la petrolera Pérez Companc SA, que durante los primeros años se
dedicó al servicio de mantenimiento y reparación de pozos que pertenecían
a YPF. En 1968 comenzó las tareas de exploración y perforación como
contratista de la empresa estatal. La relación con el poder político fue
fundamental en este caso, ya que la adjudicación se produjo gracias a que el
presidente de facto Onganía emitió un decreto por medio del cual anuló una
licitación y le entregó a la petrolera la explotación del yacimiento Entre
Lomas (cuatro años más tarde recibiría la zona Catriel Oeste). Vale destacar
que la familia Pérez Companc practicaba una ferviente militancia católica –
sobre todo Carlos– y cultivó buenas relaciones con los militares que
encabezaron la Revolución Argentina. De hecho, Carlos, conductor del
grupo de 1947 a 1977, integró el Consejo de Administración de la
Universidad Católica Argentina durante sus años iniciales y también se
desempeñó como presidente del Banco Industrial de la República Argentina
(BIRA) gracias a un decreto del propio Onganía (Rodríguez y Ruvituso,
2012).
Durante la década de 1970, Pérez Companc incrementó su
diversificación [13] desembarcando en el sector de ingeniería y
construcción, gracias a lo cual pudo aprovechar las oportunidades de
negocios que se abrieron con las grandes obras de infraestructura que se
llevaron adelante durante la dictadura militar. En 1976 compró el 80% de la
constructora Sade, que a partir de ese momento iría creciendo en
importancia para el grupo. Al igual que en el caso Macri con Fiat, Sade fue
vendida en condiciones muy beneficiosas para los compradores, [14] por una
empresa transnacional (General Electric) que dejaba el país debido a la
inestabilidad económica y la violencia política.
En 1976 murió Carlos y su hermano menor, Jorge Gregorio, lo suplantó
en la conducción del grupo. Un año más tarde se produjo otro de los hitos
para Pérez Companc: la obtención de los contratos petroleros otorgados por
la dictadura militar en 1977. [15] Durante los años ochenta el grupo hizo una
fuerte apuesta en la industria petroquímica. La decisión estuvo muy
vinculada a la política de promoción industrial implementada en el sector:
la mayor parte de las firmas creadas o adquiridas gozaron de los beneficios
promocionales (por ejemplo, Petroquímica de Cuyo, Pasa y Petrosur).
Al igual que en el caso de Pérez Companc, el gran salto de la familia
Bulgheroni se produjo con la apertura del sector petrolero, que le permitió
pasar de proveedores de YPF a operar zonas bajo contrato. En la década de
1980 el grupo se diversificó a la producción de papel gracias al régimen de
promoción industrial, a través de la empresa Papel del Tucumán. También
incursionó en la actividad financiera con el Banco del Interior y de Buenos
Aires (BIBA).
En el caso de Bunge y Born, su estrategia frente a las reformas
implementadas por la dictadura plantea algunas diferencias con respecto a
otros grupos económicos nacionales. No profundizó su diversificación
gracias a las políticas de estímulo lanzadas por el gobierno militar
(promoción industrial, creación de empresas mixtas, entre otras), ni fue
contratista de obra pública, y no participaría del proceso de privatizaciones
periféricas llevadas adelante en diversos sectores (petróleo, telefonía,
higiene urbana). [16] El grupo conservó su estructura, profundizando su
inserción como productor de alimentos en el marco de una acelerada
reprimarización y reestructuración regresiva del tejido industrial.

2. Estrategias y desempeños frente a las reformas estructurales


El año 1991 puede considerarse el inicio de lo que la teoría reconoce como
shock competitivo (Ghemawat y Kennedy, 1999), en el cual coinciden
diversos hechos significativos: el lanzamiento del Plan de Convertibilidad,
el origen formal del Mercosur, y la aceleración de los programas de
privatización de empresas públicas, de apertura de la economía y de
desregulación. [17] Las reformas significaron un punto de inflexión en la
historia de estos actores, ya que modificaron sustancialmente algunas de las
instituciones que habían permitido su crecimiento, lo que generó un
contexto que supuso nuevos desafíos y oportunidades.
Frente a las modificaciones que se estaban produciendo en la política
económica y en las instituciones del país, también cambiaron las
interpretaciones que los empresarios tenían de cuáles eran las acciones más
efectivas para continuar siendo organizaciones líderes en sus respectivos
mercados. Las nuevas concepciones de control del mercado (Fligstein,
1990) derivaron en un giro en las estrategias microeconómicas de los
grupos que venían aplicando desde los años setenta, básicamente la
diversificación de actividades. Los primeros años de la década fueron un
período extraordinariamente intenso en cuanto a la cantidad e importancia
de las decisiones de inversión llevadas adelante por los grupos económicos
nacionales.
La estrategia más extendida, que alcanzó tanto a grupos grandes como a
pequeños, fue la especialización en su(s) actividad(es) principal(es). [18]
Frente al peligro de la competencia externa que traía aparejada la apertura
comercial la idea era, en primer lugar, ganar concentración en el mercado
interno y, en segundo, asegurarse la provisión de insumos esenciales –antes
brindados por el Estado en condiciones especiales– a través de la
integración vertical.
En este intento de especialización que implicaba estrategias de
concentración en el mercado y/o integración vertical, la participación en el
proceso de privatizaciones jugó un rol fundamental. A diferencia de
intentos anteriores, resistidos o directamente boicoteados por el
empresariado nacional, en esta oportunidad el Estado le aseguró a los
grupos un lugar en los consorcios adjudicatarios de las exempresas públicas
y, en privatizaciones estratégicas, tendió a favorecerlos frente a
competidores extranjeros (Etchmendy, 2004). [19] Varios de los grupos más
importantes participaron del proceso con la intención de integrarse
verticalmente o incrementar el grado de concentración (Pérez Companc,
Techint y Bridas, por ejemplo). [20]
La estrategia de especialización no se llevó adelante exclusivamente a
partir de la participación en las privatizaciones. En los grupos insertos en
actividades en las cuales las empresas estatales no habían tenido una
presencia importante (alimentos, textil y calzado, por ejemplo), los intentos
de consolidarse en un sector se realizaron a partir de la adquisición de
firmas privadas y las inversiones en plantas ya existentes con el objetivo de
incrementar competitividad (Arcor, Urquía y Alpargatas, entre otros).
El Estado jugó un papel clave en la estrategia de especialización, ya que
esta pudo implementarse gracias a la inexistencia de una política efectiva de
defensa de la competencia. [21] En ese sentido, la falta de regulación
efectiva podría interpretarse como una compensación otorgada por el
gobierno –más o menos explícitamente– a los empresarios frente a la
agresiva política de apertura comercial. A través de la ausencia de
regulación, el Estado permitió que los grupos implementaran estrategias
que llevaron a un proceso de concentración de los mercados, que generó
oligopolios (grupos alimentarios y grupos cementeros, por ejemplo) e
incluso monopolios (grupos siderúrgicos y del aluminio) integrados
verticalmente.
Una de las consecuencias más importantes de las estrategias
implementadas por los grupos durante los primeros años de las reformas
estructurales fue el notable incremento de su endeudamiento externo. Luego
de más de diez años de estar excluidas del mercado de capitales, a partir de
1991 las empresas argentinas comenzaron a financiar sus estrategias con
distintos tipos de bonos colocados –en su mayoría, en los mercados
externos–. [22]
En el caso de los grupos de mayor tamaño, esta estrategia de
especialización se complementó con una diversificación acotada. En la
mayoría de los casos, no consistió en una apuesta firme en el largo plazo,
sino que estaba orientada a aprovechar las oportunidades de inversión que
se disparaban con la privatización de empresas públicas. El objetivo central
era realizar inversiones con una lógica financiera, en empresas que
potencialmente podían ofrecer altos dividendos o elevadas ganancias
patrimoniales. [23] Tal como sostiene Bisang (1998), este tipo de
diversificación fue de carácter coyuntural y no implicó una apuesta
estratégica del grupo en el sector. En general apuntó a adquirir
participaciones accionarias minoritarias –principalmente en el sector de las
telecomunicaciones, la energía eléctrica y el gas–, que fueron vendidas en el
mediano-corto plazo.
En rigor, solo un conjunto relativamente pequeño de grupos nacionales
tuvo una activa participación en el proceso de privatizaciones, mientras que
la mayoría estuvo absolutamente ausente en los consorcios adjudicatarios
de las empresas públicas (López, 2006: 238). La diversificación pura,
estrategia predominante entre los GEN durante los años setenta y ochenta,
prácticamente no estuvo presente en el nuevo escenario. La ventaja de la
diversificación quedaba clara en contextos de alta inestabilidad
macroeconómica con fuerte protección estatal porque permitía “jugar
fichas” en varios sectores, compensando en unos lo que se perdía en otros;
pero en un contexto de estabilidad, apertura y desregulación, la apuesta
pasó prioritariamente por especializarse en un sector de actividad y procurar
el máximo grado de auxilio estatal posible, mediante la obtención de
protecciones especiales (como en el caso del sector automotriz).
La estrategia de especialización solo fue exitosa para aquellas
organizaciones que al inicio de las reformas ya habían alcanzado
competitividad internacional (alimentos, siderurgia y productos
farmacéuticos, por ejemplo) o que estaban insertas en sectores no transables
(servicios públicos). El resto de los grupos orientados al mercado interno
fue afectado seriamente primero por la crisis del tequila, pero,
principalmente, por la crisis que puso fin al régimen de convertibilidad
(1998-2002). [24]
La combinación de crisis económica, alto endeudamiento y exposición
externa que tenían estos grupos obligó a sus propietarios a vender o,
directamente, los llevó a la quiebra. De esta forma, organizaciones que
habían sido líderes en sus mercados terminaron en manos de empresas
transnacionales o como fondos de inversión. Algunos de estos grupos
fueron muy afectados por la crisis de 1994 y terminaron de sucumbir
durante los años finales de la década a causa del endeudamiento (Gatic y
Alpargatas). En otros (Acindar, Peñaflor y Loma Negra), las estrategias de
consolidación que llevaron adelante durante la segunda mitad de los
noventa tendieron a minimizar la profundidad y duración de la recesión que
se inició en 1998. [25]
Como contrapartida, otro conjunto de grupos logró atravesar
exitosamente la crisis gracias, principalmente, a su expansión en el exterior,
vía exportaciones, o inversión directa (Techint, Arcor, Aluar, Bunge y
Urquía). Esto le permitió evitar parte de las consecuencias negativas de la
recesión en el mercado interno.
Sin embargo, la caída del peso de los grupos argentinos en la economía
nacional no se debió solo al fracaso de la estrategia de consolidación, sino
también a que algunos grupos importantes llevaron adelante una retirada
oportuna, por la cual, sin estar en una situación apremiante, vendieron el
núcleo central de sus organizaciones al capital extranjero. En un contexto en
el cual las reformas estructurales habían acabado con buena parte de los
mecanismos de defensa que habían utilizado en las décadas pasadas, las
ventas de estos grupos se realizaron en función de evitar el riesgo que
implicaba la competencia con actores más poderosos.
Si bien los altos precios en dólares que pagaron los compradores jugaron
un rol importante en la decisión de venta (Kulfas, 2001), hay que considerar
dos factores adicionales. Por un lado, la evaluación hecha por los
propietarios y managers de estos grupos acerca de los riesgos que traía
aparejado un escenario caracterizado por la continuidad de la liberalización
de la economía y el ingreso de los grandes competidores internacionales.
Por otro, la situación en la estructura organizacional derivada de la
dispersión de la propiedad accionaria. Muchos de los accionistas principales
no estaban comprometidos en la dirección del grupo, e incluso los que sí lo
estaban tenían otros emprendimientos empresariales o profesionales
independientes.
Los primeros grupos en retirarse debido a la evaluación de que no
podrían competir con las grandes multinacionales que estaban llegando al
país fueron Terrabusi y Bagley –líderes en la producción de galletitas y
golosinas–, vendidos en 1994 a Nabisco y Danone, respectivamente. En
ambos casos, los niveles de ventas y la situación financiera habían sido muy
positivos durante los años previos. El problema no era el presente, sino las
evaluaciones que se hacían sobre el futuro en un contexto de creciente
apertura y desregulación. También jugaron un papel importante el
fraccionamiento de la estructura accionaria y el débil vínculo que unía a los
propietarios a la actividad central del grupo (Gaggero, 2011).
Pero el retroceso de los GEN también se explica por una tercera
estrategia: la de reconversión. Los grupos que la implementaron dejaron las
actividades que habían sido centrales hasta mediados de los años noventa,
es decir, cambiaron su core business. En paralelo a la venta de sus
principales firmas, se fueron insertando en actividades que consideraban
estratégicas, pero en las cuales no tenían una fuerte presencia hasta
entonces. Este giro puede leerse como el resultado de una frustrada
estrategia de especialización implementada en el quinquenio anterior. A
diferencia de los grupos económicos que vendieron oportunamente, estos
grupos optaron por una reconversión de sus actividades ante las primeras
señales de fracaso del intento de consolidación.
Uno de los cambios centrales en los grupos económicos durante la
década de 1990 fue el incremento de su especialización, frente a la
diversificación que había experimentado durante las décadas de 1970 y
1980. Al inicio del período, los principales empresarios argentinos
controlaban grupos económicos con empresas en diferentes actividades no
relacionadas productivamente (Pérez Companc y Bunge y Born, por
ejemplo). Luego de la crisis de la convertibilidad, la gran mayoría de las
organizaciones que habían subsistido en manos de argentinos estaba
especializada en torno a una actividad principal. En paralelo, se produjo una
fuerte reestructuración sectorial, que confinó a los grupos industriales
argentinos casi exclusivamente a la producción de alimentos, combustibles,
metales y productos farmacéuticos.
Este proceso fue muy importante para los empresarios de dos de los
grupos más importantes a fines de los años ochenta: Bunge y Born y Pérez
Companc. El primero tenía el liderazgo en actividades industriales tan
diversas como la alimentaria, textil, química y petroquímica. El segundo era
uno de los principales productores petroleros privados y contaba con firmas
oligopólicas en las ramas de la construcción, fabricación de cemento y
petroquímica. Las transformaciones en el contexto macroeconómico e
institucional llevaron a que los dos grupos implementaran importantes
cambios en sus estrategias que, en pocos años, modificaron
significativamente su estructura empresarial.
Bunge y Born fue uno de los grupos que más tempranamente aplicó una
estrategia de especialización. El fracaso de su gestión al frente del
Ministerio de Economía –durante los primeros meses del gobierno de
Carlos Menem– desató una puja de poder en su interior que no solo llevó a
un recambio en la dirección del conglomerado –Jorge Born fue destituido y
Octavio Caraballo asumió la presidencia–, sino también a un profundo
reajuste en sus estructuras de poder. La nueva dirección realizó un fuerte
giro en la estrategia empresarial: buscó concentrar inversiones en la
producción y comercialización de alimentos y desprenderse de las empresas
situadas en los sectores más afectados por la apertura, como el textil y el
químico. Durante los años finales del régimen de convertibilidad se
profundizó todavía más su estrategia de especialización vinculada al
procesamiento y comercialización de commodities agrícolas; se retiró,
incluso, de la elaboración de productos alimenticios de consumo masivo.
Este movimiento se vinculó con la decisión de Bunge a nivel internacional
de convertirse en un líder mundial en la producción y comercialización de
derivados de la soja.
La trayectoria de Pérez Companc presenta algunas diferencias
importantes con respecto a Bunge. En primer lugar, el proceso de
especialización se dio más tardíamente, ya que en un primer momento el
grupo buscó aprovechar las oportunidades de negocios que ofrecía el
proceso de privatizaciones. Por otro lado, la reconversión hacia el sector
agroindustrial se produjo como consecuencia del fracaso en la estrategia
original, que consistía en consolidarse como una empresa petrolera líder a
nivel regional. El giro se produjo a partir de mediados de la década y
buscaba, inicialmente, reducir la diversificación para consolidar al grupo
como un líder energético en América Latina. El fracaso de esa apuesta
durante la crisis y salida del régimen de convertibilidad lo llevó a vender su
“nave matriz” –Pecom Energía– y cambiar de core business. [26]
Otro cambio relevante fue la internacionalización de una parte de los
grupos económicos argentinos. Si bien la inversión de empresas locales en
el exterior no fue un fenómeno novedoso, la importancia que adquirió para
los empresarios argentinos durante los años noventa no tuvo precedentes
(Kosacoff, 1999). En gran medida, las inversiones en el extranjero se
realizaron en función de la estrategia de especialización explicada en el
apartado anterior, que permitió llegar a nuevos mercados, controlar recursos
naturales e incrementar eficiencia gracias al aumento de la escala
productiva.
Si bien la internacionalización no fue exitosa en todos los casos (Macri,
por ejemplo), sí tuvo un fuerte impacto en los grupos más importantes. Los
empresarios pasaron a tener una parte de sus principales empresas fuera del
territorio nacional, e incluso, en algunos casos, mudaron los centros de
decisión al exterior. La familia Rocca, por ejemplo, llevó adelante un
ambicioso plan de inversiones que transformó al grupo Techint en uno de
los principales productores de tubos de acero sin costura a nivel
mundial [27] (Gaggero, 2011). Otro de los casos destacados en este sentido
es el de Arcor, que, gracias a la compra de competidores en América Latina,
logró transformarse en un líder regional en la fabricación de golosinas
(Kosacoff et al., 2001; Schorr y Wainer, 2006). En el caso de Bunge y Born
el cambio fue más radical aún, ya que implicó que el grupo se transformara
en una firma multinacional líder en la producción y comercialización de
derivados de la soja, cuyo centro de decisión dejó de estar en Argentina
(Gaggero, 2014).

3. Cambios en la elite empresarial argentina


Al analizar lo ocurrido con los empresarios que ocupaban la presidencia de
alguno de los veinte grupos de mayor facturación de la cúpula en 1989, lo
primero a destacar es la alta rotación. Solo cuatro individuos seguían
integrando esta cúspide de la elite empresarial 12 años más tarde (Carlos
Gregorio Pérez Companc, Franco Macri, Amalia Lacroze de Fortabat y
Pascual Mastellone), lo cual es destacable teniendo en cuenta –como se
analizó en el punto 1.3– la prolongada permanencia en el cargo de los
grandes empresarios nacionales en las dos décadas anteriores, mucho mayor
que en el caso de otras fracciones de la elite (Castellani, en este volumen).
Las estrategias que los empresarios llevaron adelante frente a las
reformas tuvieron una fuerte influencia en la renovación de la elite. En
primer lugar, el proceso de extranjerización implicó que muchas familias
perdieran el control de sus grupos empresariales y, al mismo tiempo,
abandonaran la presidencia de los mismos. Este proceso fue importante en
los propietarios de los grupos que ocupan posiciones intermedias en la
cúpula. De los veinte individuos que presidían los grupos nacionales de
mayor facturación, cuatro dejaron de integrar la elite debido a que los
mismos fueron vendidos al capital extranjero, algunos como consecuencia
del fracaso en la estrategia de especialización, otros porque optaron por una
retirada oportuna: Ricardo Eduardo Grüneisen (Astra), Francisco de
Narváez (Casa Tía), Raimundo Richard (Indupa) y Esteban Takacs
(Celulosa). Entre los grupos de menor importancia relativa –que no
integraban la lista de los primeros veinte grupos pero sí tenían presencia en
la cúpula empresarial– también pueden mencionarse los casos de Gilberto
Montagna (Terrabusi) y Carlos Pulenta (Peñaflor).
En la mayoría de los casos, la venta implicó la disolución de los grupos
económicos y un cambio drástico en la trayectoria empresarial de los
vendedores. Los integrantes de las familias accionistas realizaron
emprendimientos por separado, aunque no vinculados con la actividad de
origen de la organización, y con una escala productiva mucho menor. Las
nuevas inversiones fueron orientadas principalmente a la actividad
agropecuaria o a la comercial, con la cual los empresarios ya tenían un
vínculo previo (cuadro 2).
Un ejemplo de esta trayectoria fue la del presidente del grupo Astra,
Ricardo Eduardo Grüneisen, quien a mediados de los años noventa era un
actor central del sector energético y que durante los años previos había
mostrado excelentes resultados económico-financieros. La venta fue
consecuencia de la evaluación hecha por los directivos tras la crisis de
1994, según la cual, agotado el proceso de privatizaciones, existían pocas
oportunidades para que una empresa mediana aumentara las reservas de
petróleo y se mantuviera en un sector que tendía –no solo en Argentina sino
en el mundo– a la concentración. Luego de la venta a la española Repsol, la
familia Grüneisen formó el fondo de inversión Global Investment, a través
del cual adquirió, en 1998, la cadena de librerías Yenny y la editorial El
Ateneo.
Rasgos similares había tenido dos años antes la venta del grupo
Terrabusi, líder en la producción de galletitas y golosinas, y uno de los
primeros en ser transferidos a capitales extranjeros. Para ese momento la
organización era presidida por Gilberto Montagna, nieto de los fundadores
(fue creada en 1911). Uno de los factores que incidieron en llevar adelante
una retirada oportuna –además de los derivados del contexto
macroeconómico y la llegada de las empresas transnacionales– fue que los
lazos que unían a los accionistas mayoritarios con el sector industrial no
eran fuertes. Los dos principales directivos (Montagna y su primo, Carlos
Terrabusi Reyes) eran “industriales por herencia”, pero su principal interés
estuvo siempre ligado a la producción agropecuaria [28] y a la actividad
gremial. Al concretarse la venta, ambos empresarios se desvincularon del
sector manufacturero y destinaron lo invertido, por separado, a
emprendimientos agropecuarios y comerciales. [29]
Así explicaba Montagna, extitular de la Unión Industrial Argentina, la
decisión de vender la empresa:

No se trata de convertirse en Don Quijote al divino botón. La ecuación


que nosotros hicimos en su momento era que Nabisco había definido
que se iba a instalar en la Argentina (…) Lo que analizamos fue que
competíamos hacia abajo en el mercado interno con Pymes que
pagaban parte de los sueldos en negro. Y hacia arriba veíamos a los
monstruos que estaban dispuestos a perder plata durante 10 años para
ganar mercado. Entonces, cuando le ofrecen un precio por la firma que
uno sabe que es sustancialmente mejor al que se suponía, llega el
momento de decir “fui industrial durante muchos años y ahora es el
momento en el cual lo lógico es vender” (Clarín, 17-3-97).

Otro factor que fue importante en la renovación de la elite empresarial


nacional fue el mal desempeño que tuvieron algunos de los principales
grupos económicos. Cinco empresarios nacionales “salieron” de la elite
debido a que sus grupos dejaron de integrar la lista de los veinte más
importantes entre 1989 y 2001: Eduardo Backchellian (Gatic), Patricio
Zavalía Lagos (Alpargatas), Federico José Zorraquín (Garovaglio y
Zorraquín), Enrique Pescarmona (Pescarmona) y Carlos Bulgheroni
(Bridas). En los tres primeros casos el mal desempeño no solo llevó a que
las organizaciones perdieran posiciones entre los grupos más grandes del
país, sino también a que dejaran de integrar la cúpula empresarial y que,
ante el deterioro financiero, terminaran siendo vendidos o quebraran. No
resulta casual que dos de ellos estuvieran especializados en la producción
de calzado y textiles, actividades fuertemente golpeadas por la apertura
comercial y la apreciación cambiaria.
La muerte de los presidentes fue un tercer factor que incidió en la
renovación de la elite empresarial. Cabe señalar que en los tres
fallecimientos que se produjeron entre 1989 y 2001 –Fulvio Pagani, Alcides
López Aufranc y Roberto Rocca–, el cargo terminó recayendo en un
miembro de la familia propietaria del paquete accionario mayoritario. [30]
Por último, las pujas de poder hacia dentro de las organizaciones también
fueron un componente relevante de la rotación. Jorge Born (Bunge y Born)
y Miguel Madanes (Madanes) dejaron de integrar la elite empresarial
debido a que fueron destituidos de la presidencia como consecuencia de las
disputas entre distintas ramas de la familia propietaria del grupo (cuadro 2).
En ambos casos sus reemplazantes fueron los representantes de las ramas
que lograron obtener el control de la organización [31] (cuadro 3).
Con respecto a este último punto, cabe señalar que al final del período la
inmensa mayoría de los presidentes de los grupos económicos más
importantes seguían siendo miembros de las familias propietarias (cuadro
3). Si bien las reformas llevaron a que muchos cotizaran en bolsa –abriendo
su capital a inversores externos–, en la mayoría de los casos los fundadores
o sus descendientes conservaron la mayoría accionaria, reteniendo para sí la
presidencia. Como consecuencia de los desempeños analizados en el
apartado anterior, la mayor parte de los presidentes que ingresaron a la
muestra dirigen grupos especializados en la producción de alimentos,
metales, productos farmacéuticos y servicios.

Conclusiones
El análisis del origen social de los presidentes de grandes grupos
económicos al inicio de las reformas estructurales muestra un panorama
heterogéneo, consecuencia del nivel de apertura que tuvo la elite
empresarial argentina durante las décadas anteriores. Una parte importante
de los presidentes de los principales grupos económicos a fines de la década
de 1980 no provenía de hogares de clase alta tradicional, sino que comenzó
su carrera durante la posguerra fundando pequeñas o medianas empresas, en
un contexto macroeconómico muy favorable para la producción local. En
este sentido, cabe matizar los análisis que entienden al gran empresariado
local durante la década de 1990 como una ramificación diversificada de los
sectores propietarios tradicionales de la Argentina ligados a la producción
agropecuaria (Basualdo, 2006).
Con respecto a las transformaciones que se produjeron durante el
período, puede afirmarse que, si en las décadas de 1970 y 1980 los grupos
económicos nacionales se transformaron en actores protagónicos de la
cúpula empresarial argentina, la década de 1990 marcó un punto de
inflexión. Las estrategias y los desempeños analizados en este trabajo
llevaron a una profunda transformación, cuyo rasgo más notable fue la
reducción de la presencia de los grupos nacionales en la cúpula empresarial
y su especialización en un conjunto acotado de actividades.
Durante el período también se modificó el perfil de los empresarios que
lograron conservar el control de sus grupos, incrementándose la
importancia relativa los especializados en alguna actividad productiva. Si
durante la década de 1980 los principales empresarios argentinos presidían
grupos económicos que estaban fuertemente diversificados (Pérez
Companc, Bunge y Born, Macri, Garovaglio y Zorraquín, entre otros),
luego de la crisis de la convertibilidad la gran mayoría estaba especializada
en torno a un sector central. Este fenómeno se dio en paralelo a una fuerte
reestructuración sectorial que confinó a los grupos argentinos casi
exclusivamente a la producción de alimentos, metales, productos
farmacéuticos y servicios.
A nivel de la elite empresarial, uno de los rasgos más salientes fue la
inestabilidad (Castellani, en este volumen), con un importante recambio de
los individuos que ocupaban la presidencia de los grupos económicos
nacionales más importantes durante la década de 1990. La extranjerización
implicó que muchos de los más importantes empresarios argentinos
perdieran el control de grupos fundados a lo largo del siglo XX por ellos
mismos o sus antepasados, organizaciones que eran fuente de prestigio para
las familias propietarias. Esta trayectoria no implicó que dejaran de integrar
la porción de la población más rica del país, ya que, en la mayoría de los
casos, recibieron un monto millonario por las ventas, que destinaron a
emprendimientos agropecuarios, la adquisición de empresas de mucho
menor tamaño, o a colocaciones financieras en el exterior. Sin embargo, el
cambio fue significativo en lo referido a su poder, ya que dejaron de
controlar organizaciones centrales en la estructura productiva del país, que
durante las décadas anteriores les confirieron poder y posiciones de
liderazgo en el campo empresarial y político.
Como contrapartida, la década también tuvo un conjunto de familias que
no solo lograron conservar la propiedad y dirección de sus grupos
económicos, sino que, incluso, consolidaron su presencia fuera de las
fronteras nacionales. Estos empresarios constituyeron la minoría ganadora
que logró llevar adelante un proceso de internacionalización a través del
cual pasaron a ocupar posiciones de liderazgo en sus respectivos mercados
a nivel mundial.

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Artículos periodísticos citados


“Montagna no quiso ser un ´Quijote al divino botón”, 17-3-1997. Disponible en
http://edant.clarin.com/diario/1997/03/17/o-02401d.htm.

Anexo
Notas
1. Por grupo económico se entiende el conjunto de empresas legalmente independientes
ligadas por lazos formales de propiedad. La conceptualización aquí usada se basa en la
definición de Granovetter (2005) aunque, a diferencia de esta, no considera como grupo
económico a firmas vinculadas solo por lazos informales. Los grupos económicos son
organizaciones empresarias que han tenido un rol destacado en la economía mundial
durante los últimos cuarenta años. Su papel fue especialmente importante en los países
periféricos, donde se expandieron en paralelo a los procesos de industrialización tardía
(Amsden, 1989; Guillén, 2000; Leff, 1979).
2. En este artículo se define por cúpula empresarial al conjunto de las 200 empresas de mayor
facturación del país, exceptuando a las financieras y las agropecuarias.
3. El proceso de acelerada extranjerización empresarial ocurrido en Argentina resulta
especialmente interesante, ya que contrasta con lo sucedido en otros países
latinoamericanos –como Brasil, México y Chile–, en los cuales la implementación de un
ambicioso conjunto de reformas pro mercado (privatización de empresas públicas, apertura
comercial, desregulación de la economía) no modificó la importancia de los grupos de
origen nacional en la estructura económica (Schneider, 2008; Aldrighi y Postali, 2010;
Lefort, 2005).
4. El relativo silencio de las ciencias sociales sobre el tema en las últimas dos décadas
contrasta con el interés que despertó en los decenios de 1960 y 1970 del siglo pasado. A
partir del trabajo pionero de (De Imaz, 1964), las investigaciones sobre las elites
empresariales en Argentina tuvieron un desarrollo importante. Durante los años sesenta y
setenta, los trabajos de inspiración marxista (O’Donnell, 1977); (Portantiero, 1973)
hicieron eje en la relación entre los sectores propietarios, el desarrollo y la inestabilidad
política (Heredia, 2005).
5. Nos referimos a los grupos económicos con presencia en el conjunto formado por las 200
empresas de mayores ventas del país.
6. Desde sus orígenes, el grupo tuvo un vínculo muy fuerte con la parte italiana de la
organización, a tal punto que Castro (2007: 29) afirma: “No hay duda entonces que el
grupo empresario fundado por Rocca resultó un desprendimiento del aparato industrial del
estado italiano forjado durante la entreguerra. De él se nutrió también en décadas
posteriores y le permitió usufructuar las externalidades generadas por la industria
siderometalúrgica peninsular. Ambos mantuvieron vínculos tan estrechos y prolongados
que es complejo diferenciar los límites de uno y otro durante las dos primeras décadas de
existencia”.
7. Roberto nació en Milán en 1922, se graduó como ingeniero mecánico y, tras participar en la
guerra como oficial de la marina italiana, se incorporó al grupo Techint en la década de
1950. En febrero de 1978, tras la muerte de su padre, asumió formalmente la presidencia
del grupo, aunque la conducción era ejercida desde fines de los sesenta.
8. Desde 1884 hasta 1920 el grupo fue presidido por Jorge Born I. Cuando este falleció fue
reemplazado por Ernesto Bunge, quien dejó el cargo en 1927. Entre 1928 y 1956 la
presidencia estuvo a cargo de Alfredo Hirsch. Fallecido Hirsch asumió el mando Jorge
Born II, quien abandonó el cargo a muy avanzada edad. Entre 1976 y 1987 ejerció la
presidencia Mario Hirsch, y tras su muerte Jorge Born III asumió la presidencia.
9. Estas políticas respondían a un giro dado a mediados de la década de 1960 por las elites
gubernamentales –civiles y militares–, que comenzaron a fomentar el crecimiento del
capital concentrado nacional, al que veían como un socio necesario para el desarrollo del
país (Schvarzer, 1983).
10. Ello fue lo que sucedió con dos de las compañías automotrices del país (Fiat y Peugeot),
cuyos negocios fueron transferidos al grupo Macri a inicios de la década de 1980. Un
proceso similar le permitió a Pérez Companc adquirir una de las principales empresas
constructoras del país (Sade), que se transformaría en un pilar de su estrategia de
acumulación en dicho decenio.
11. Impresit Sideco participó como contratista principal, o subcontratista, de las siguientes
obras: Puente General Belgrano (que une las localidades de Chaco y Corrientes), Central
Termoeléctrica Luján de Cuyo (1967), elevador terminal de granos del Puerto de Ingeniero
White (1965), Autopista Sante Fe-Rosario (1966), entre otras (Macri, 1997: 85).
12. La empresa ganadora de la licitación de la central de Atucha fue la alemana Siemmens,
que subcontrató a un consorcio encabezado por Impresit Sideco e integrado por Hopchtief
Ag de Alemania y Fiat Concord de Italia. En el caso de la planta de Embalse la firma
obtuvo el contrato de las obras civiles asociada a la canadiense AECL y a la italiana
Italimpianti (Macri, 1997: 91).
13. En la década de 1960 el grupo se diversificó hacia la industria, a través de la firma Riom,
SA –abocada a la elaboración de manufacturas de plomo y estaño– y la actividad
financiera, mediante la compra del Banco Río de la Plata (que a fines de los años ochenta
se transformaría en el mayor de la Argentina) y la posterior adquisición del Banco del Este
del Uruguay.
14. La familia Pérez Companc adquirió el 80% de la firma por 15 millones de dólares, de los
cuales solo debió aportar 2 millones en efectivo.
15. A través de esa concesión, se hizo cargo de zonas ya exploradas y con alta productividad,
como el de 25 de mayo Medanito.
16. Según Gustavo Caraballo y Pedro Sebess, ex directivos entrevistados, la gestión de Mario
Hirsch (1976-1987) estableció que Bunge y Born no trabajara directamente asociado con el
sector público.
17. Si bien las medidas que se llevaron adelante durante los primeros años de la década de
1990 respondían en líneas generales a los reclamos empresariales, la forma como se
implementaron no obedeció estrictamente a las necesidades de los grupos nacionales. Los
ritmos y alcances de la política estuvieron en función del logro de la estabilidad económica,
lo que en ocasiones perjudicó determinados intereses empresarios (Viguera, 1997;
Gaggero, 2011).
18. La estrategia de especialización en el core business fue seguida por la mayoría de los
grupos nacionales, tanto por los grandes (Techint, Bunge y Born, Pérez Companc, Bridas,
Madanes) como por los medianos (Acindar, Alpargatas, Mastellone, Garovaglio y
Zorraquín) y los pequeños (Loma Negra, Gatic, AGD, entre otros).
19. Un punto a resaltar es que, en estos casos, los grupos tendieron a adquirir participaciones
muy importantes que les aseguraran el control de la empresa en cuestión, ya que la idea era
incorporar la firma a la estructura del grupo y gobernarla de acuerdo con sus necesidades.
20. Cabe señalar, sin embargo, que no todos los grupos que optaron por esta estrategia de
especialización vía participación en las privatizaciones fueron exitosos en su intento. Los
grupos Garovaglio y Zorraquín y Richard, por ejemplo, con su core business en el sector
petroquímico, no lograron ganar licitaciones clave y terminaron retirándose de la
actividad.
21. A pesar de que la Argentina contaba con una norma destinada a evitar los procesos de
concentración o abuso de posición dominante (Ley 22.262), en la práctica no derivó en la
aplicación de ninguna condena.
22. Tres factores favorecieron este proceso: la liberalización financiera, la estabilización
macroeconómica y un momento de gran liquidez internacional.
23. El concepto de ganancia patrimonial fue utilizado por Arceo y Basualdo (1999) para
explicar las ganancias resultantes de la diferencia entre el precio de compra de las
participaciones y el precio de venta.
24. Durante esta última, en un contexto recesivo las crisis financieras en Rusia y el Sudeste
Asiático provocaron un aumento en las tasa de interés internacional, lo que generó
problemas a una economía muy expuesta a los vaivenes del mercado financiero mundial
como la argentina. La situación del principal socio comercial también constituyó un factor
adicional: la devaluación que implementó Brasil en 1999 tendió a agravar más la situación,
disminuyendo las exportaciones y alentando las importaciones desde ese país.
25. Por ejemplo, Loma Negra –propietario de la principal empresa cementera del país llevó
adelante la construcción de la más moderna fábrica de América Latina, que se inauguró
pocos meses antes del estallido de la convertibilidad–. La devaluación terminó de sellar la
suerte del grupo, incrementando el peso de su endeudamiento en dólares.
26. Las trayectorias empresarias analizadas no solo implicaron un cambio notable en la
estructura y en la inserción sectorial de dos de los principales grupos económicos del país,
sino que también tendieron a alimentar el proceso de extranjerización del gran
empresariado en la Argentina. La reestructuración derivó en que buena parte de las
empresas más importantes de ambos grupos fuera vendida al capital extranjero, mientras
que las nuevas adquisiciones tuvieron una importancia relativa menor.
27. Durante la década el grupo adquirió las empresas Dálmine (Italia), Sidor (Venezuela),
Tavsa (Venezuela), NKK (Japón), Tamsa (México) y Confab (Brasil), entre otras.
28. “Mi familia es ganadera, yo nací en ese ámbito. También desde joven fui directivo y
después presidente de la empresa familiar. Cuando se vendió la empresa, me consagré a la
ganadería, que es una verdadera pasión, dedicándome también a aspectos sindicales”,
declaró, mucho después de la venta, Carlos Reyes Terrabusi (Revista Polo Corporate,
2004).
29. Terrabusi Reyes, uno de los principales accionistas del grupo familiar, destinó una parte
del dinero de la transacción en inversiones en el sector rural: compró junto a Blanco
Villegas (otro exdirigente de la Unión Industrial Argentina) una parte de la Cabaña San
Juan de Pereyra Iraola (una de las más tradicionales del país) y además invirtió en su
empresa ganadera Terragarba. Montagna tampoco destinó lo recibido a inversiones
industriales: a mediados de la década se dedicó a la cría de caballos y a la importación de
helados.
30. Al poco tiempo de fallecer Fulvio Pagani, el mando de Arcor lo asumió su hijo Luis. A
Roberto Rocca (Techint) le sucedió su primogénito, Agostino. En el caso de Acindar, tras
la muerte de López Aufranc, la familia Acavedo volvió a ocupar la presidencia.
31. En el caso de Bunge y Born, Jorge Born fue reemplazado por Octavio Caraballo (miembro
de la rama Hirsch); en el de Aluar, Dolores Madanes Quintanilla logró desplazar a Javier
Madanes.
Capítulo 4
La elite empresaria transnacional en la Argentina ante las
transformaciones económicas [1]
por Alejandro Dulitzky

Introducción
Numerosas investigaciones han señalado que, a partir de los años noventa,
comienza a consolidarse en la Argentina un proceso de extranjerización
sumamente acelerado: las empresas transnacionales pasan a ocupar un lugar
central dentro de la estructura económica local, relegando a un segundo
plano a las empresas de capital nacional. En efecto, desde los años noventa,
no solo las extranjeras son más numerosas dentro de las 100 empresas más
importantes del país, sino que además concentran la mayor parte de la
facturación, y en muy diversos sectores de actividad (Azpiazu y Basualdo,
2009; Kulfas, Porta y Ramos, 2002).
En este marco, y a pesar de que constituyen la nueva elite económica de
la Argentina, resulta llamativa la escasa atención recibida por el conjunto de
individuos que se posiciona al frente de estas empresas. ¿Quiénes son?
¿Cómo alcanzan esas posiciones? ¿Qué lazos guardan con la empresa?
¿Qué vinculaciones laborales y educativas establecen con la Argentina? ¿Y
con el país del cual es originaria la firma? En otras palabras, poco y nada se
conoce sobre quienes comandan las empresas extranjeras, devenidas las
más importantes de la economía local a partir de la década de 1990.
En diálogo con la economía política, la sociología de las organizaciones y
la sociología de las elites, nos proponemos en este trabajo dar cuenta de los
cambios y continuidades experimentados en la organización de la elite
empresaria transnacional (EET), y su relación con las transformaciones
económicas de la última década del siglo XX. A partir del estudio de las
trayectorias laborales y educativas recorridas por los presidentes de las
empresas transnacionales que ocuparon los primeros puestos del ranking de
ventas en la Argentina entre 1976 y 2001, argumentaremos que la
extranjerización económica que experimentó el país durante los años
noventa propició un incremento en los niveles de internacionalización [2]
que exhibe dicha elite, aunque con algunos matices. Si bien es cierto que, a
diferencia del período previo (1976-1988), muchos de los presidentes de
empresas transnacionales son ahora ciudadanos extranjeros con escasas o
nulas vinculaciones con el país, aún persiste, en un reducido grupo de
empresas, una elite de individuos fuertemente arraigada al ámbito local y,
en particular, al sector público-estatal.
A lo largo de este trabajo mostraremos que, si bien es posible establecer
una relación afirmativa entre la extranjerización económica y la
internacionalización de la EET, es precisamente en la articulación que se
establece entre el Estado y las empresas transnacionales a lo largo del
período donde reside la especificidad de dicha internacionalización. En
otras palabras, veremos que mientras mayor es la incidencia del Estado en
un determinado sector de actividad (que entendemos tanto en términos de
restricción, como de promoción de las actividades económicas dentro del
sector), menor es la internacionalización de las carreras recorridas por los
dirigentes de las empresas transnacionales que operan en el mismo
(situación que deja en evidencia la preferencia de estas empresas por
dirigentes con perfiles más “locales”). En contraste con ello, a mayor
apertura y desregulación, mayor la internacionalización exhibida por las
carreras directivas (es decir, dirigentes con perfiles más bien “globales”).
La muestra para la realización de este estudio está conformada por un
total de 54 presidentes de empresas transnacionales, de los cuales 34
ocuparon el cargo durante los años noventa, y los veinte restantes lo
hicieron en un período anterior. Si bien este trabajo pone el foco en la
década de 1990, para observar los cambios y continuidades en la
organización de la EET y su vinculación con las transformaciones
económicas del período, tendremos en cuenta a lo largo de la
argumentación ciertos aspectos centrales de la etapa 1976-1988. [3]
Este texto se divide en tres apartados. En primer término, expondremos
las transformaciones operadas durante los años noventa en la relación
establecida entre las empresas transnacionales, el Estado y el mercado
(local y global). En segundo lugar, abordaremos el estudio de los cambios y
continuidades en la organización de la elite conformada por los máximos
dirigentes de las empresas transnacionales del país durante esos años,
prestando especial atención a los diferentes patrones de internacionalización
que exhiben sus trayectorias laborales y educativas. Tercero, analizaremos
la relación entre las transformaciones económicas señaladas en el primer
apartado y la internacionalización de la elite empresaria transnacional entre
los años 1989 y 2001. Por último, presentamos las conclusiones del trabajo.

1. Las transformaciones económicas de los años noventa: la


consolidación de la extranjerización
Los hechos y procesos que constituyeron la consabida extranjerización de la
economía argentina, lejos de haberse presentado como un conjunto de
fenómenos aislados, a contramano de las tendencias globales, tuvieron su
origen en los cambios y transformaciones que experimentó la dinámica
mundial del sistema capitalista en las últimas décadas del siglo XX. En este
sentido, a los incrementos en los niveles registrados por las inversiones
extranjeras a escala global, debemos agregar los importantes cambios
cualitativos operados en la lógica de despliegue de dichas inversiones que,
como nunca antes en la historia, incluyeron factores tales como un creciente
peso de las fusiones y adquisiciones, así como una redefinición de los
vínculos “intra-corporación” hacia una mayor articulación entre las
diferentes filiales y sus casas matrices, tanto en el plano comercial como en
el tecnológico y productivo (Chudnovsky y López, 2001: 11).
Según refleja el trabajo realizado por Charles Oman (1999) en el marco
de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo
(OCED), este incremento en el volumen y la movilidad de los capitales
extranjeros se explica, en parte, por la intensificación de la “competencia”
que llevaban adelante diferentes países del mundo para atraer inversiones.
Una de las razones que explica esta acentuación es la aparición, durante los
años 1980 y 1990, de numerosos mercados “emergentes” que trocaron sus
viejos esquemas de proteccionismo económico por un conjunto de políticas
activas de promoción y aliento a las inversiones extranjeras. En este
proceso fue clave el rol desempeñado por China, que pasó (prácticamente)
de excluir la inversión extranjera, a atraer, hacia 1990, más de 40.000
millones de dólares. Este hecho propició que otros países de Asia y del
mundo occidental buscaran intensificar sus esfuerzos por atraer inversiones,
en pos de mejorar su posición relativa en términos de competencia (Oman,
1999: 14). Ello se complementa, a su vez, con la fuerte presión que
ejercieron los países desarrollados y los organismos financieros
internacionales por imponer un nuevo paradigma económico, caracterizado
por la desregulación de los mercados y la liberalización de las políticas
relativas al comercio y el flujo de capitales (Oman, 1999: 14 y 15).
La economía argentina de los años noventa se presenta, en este contexto,
como un escenario mucho más favorable para la inversión foránea y para la
radicación de empresas transnacionales que el período previo. El
extraordinario aumento del endeudamiento externo y las fuertes presiones
de los acreedores extranjeros, los recurrentes desequilibrios
macroeconómicos, la persistente profundización del proceso inflacionario y
la incertidumbre generalizada en torno a los futuros senderos evolutivos de
la economía local hicieron del período comprendido entre los años 1976 y
1988 un marco poco propicio para la inversión y radicación de capitales
(Azpiazu y Kosacoff, 1986; Azpiazu, 1992; Basualdo, 2006).
En contraste, la década de 1990 fue un período de notable crecimiento
para el capital foráneo. En efecto, tanto si se considera la evolución del
número de firmas transnacionales entre las 200 empresas más importantes
del país (cuadro 1), como la participación de las mismas en el total de las
ventas (cuadro 2), podemos constatar entre los años 1989 y 2001, un
aumento considerable de la importancia relativa de las empresas
transnacionales en la economía local. En contraposición, se evidencia una
fuerte retracción de las empresas estatales y de las firmas controladas por
capitales locales. En palabras de Castellani y Gaggero (2012: 231), “si en
las décadas de 1970 y 1980 los grupos económicos nacionales se
transformaron en el eje central de un nuevo poder económico en la
Argentina, la década de 1990 puede interpretarse como el fin de una etapa
en la historia del empresariado local” [4] (cuadros 1 y 2).
Según interpretamos en base a los numerosos trabajos e investigaciones
sobre el tema (Chudnovsky y López, 2001; Kulfas, Porta y Ramos, 2002;
Basualdo, 2006, entre otros), el giro favorable hacia la inversión y
radicación de capitales extranjeros que se observa en el país durante los
años noventa obedece, en líneas generales, a cuatro factores específicos.
En primer lugar, al dinamismo que adquiere el mercado interno a partir
del fuerte aumento de la demanda que se produce como efecto del shock
estabilizador, generado por el Plan de Convertibilidad, que se extiende de
forma ininterrumpida hasta 1994. Sancionado en abril del año 1991, el
“Plan de Convertibilidad” establecía la garantía legal de que las reservas
internacionales de libre disponibilidad en poder del Banco Central
respaldarían el total de la base monetaria en pesos a un tipo de cambio fijo
de un dólar por cada peso. Además de controlar el espiral inflacionario, que
había empezado a gestarse en la década pasada, este esquema permitía que
las empresas se aseguraran una elevada ganancia en dólares, como producto
de la libre conversión de los ingresos generados en el ámbito local.
En segundo lugar, a la formación del Mercosur, que también operó como
un elemento de fuerte peso al ampliar los horizontes comerciales del
mercado argentino, en particular en sectores como el automotriz (Bastos et
al., 1999). Como apuntan Chudnovsky y López (2001: 117), el papel del
Mercosur fue particularmente central en la industria automotriz ya que, a
partir del mismo, ciertas terminales ubicadas en el país incrementaron su
importancia estratégica. Por ejemplo, las empresas transnacionales Fiat y
Renault, que se habían retirado del país durante los años ochenta, cediendo
el control de sus licencias a firmas de origen mayoritariamente local,
recuperaron el control de sus filiales a mediados de los años noventa.
Asimismo, retornaron al país las terminales estadounidenses de General
Motors y de Chrysler.
Tercero, la apertura comercial y la desregulación de los principales
mercados en los que operaba el capital extranjero. Entre los aspectos más
destacables en relación a este punto se encuentra la aplicación, en el año
1993, de una serie de modificaciones en la Ley de Inversiones Extranjeras
(sancionada originalmente en el año 1976) que acentuaba la tendencia hacia
la liberalización de los diferentes mercados en que operaban los capitales
extranjeros. Este nuevo texto no establecía requisitos, plazos ni condiciones
para la remisión de dividendos (que estaban exceptuados, a su vez, de
cualquier tributación específica) y la repatriación de capitales. Tampoco
planteaba exigencias de ningún tipo para materializar inversiones con
capital extranjero, ya que toda firma o individuo contaba con un acceso
irrestricto al mercado de divisas. Las empresas extranjeras podían,
asimismo, utilizar cualquier estructura corporativa reconocida por la ley
local, participar en programas de investigación con financiamiento público
y acceder al crédito en las mismas condiciones que las argentinas. [5]
El sistema financiero, por su parte, también fue objeto de modificaciones
que acentuaron su grado de liberalización cuando, en el año 1994, se
determinó la eliminación del “principio de reciprocidad”, por el cual el
BCRA solo consideraba los pedidos de apertura de filiales bancarias por
parte de instituciones provenientes de países que aseguraban un trato
igualitario a sus pares argentinas. De esta forma, se garantizó el mismo
tratamiento para los bancos de capital extranjero y local. [6]
Asimismo, y en línea con la intención de producir cambios regulatorios
favorables para la inversión extranjera, la administración del gobierno de
Menem se propuso mejorar las garantías en materia de transferencia
tecnológica para las firmas extranjeras, a través de dos mecanismos: por un
lado, las modificaciones a las leyes de propiedad intelectual y, por otro, la
eliminación del requisito de autorización de los contratos de transferencia
de tecnología entre una subsidiaria local y su casa matriz (Chudnovsky y
López, 2001: 120).
En última instancia, en materia de garantías para los inversores
extranjeros, debemos mencionar la firma de una serie de tratados entre los
que destacan la adhesión al Convenio Constitutivo del Organismo
Multilateral de Garantía de Inversiones del Banco Mundial; la adhesión al
Overseas Private Investment Corporation; la participación del Centro
Internacional para el Arreglo de Disputas sobre Inversión (CIADI); y la
firma de varios tratados bilaterales de protección de las inversiones con
distintos países (Bohoslavsky, 2010; Stanley, 2004).
En cuarto y último lugar, se encuentra el programa de privatizaciones y el
conjunto de “incentivos” específicos que acompañó a dicho plan. Como
señalan Chudnovsky y López (2001), la sanción de la Ley de Reforma del
Estado en 1989 (a partir de la cual el Estado declaró sujetos a privatización
o concesión a un amplio grupo de empresas y actividades del sector
público), se vio acompañada por un conjunto de privilegios que tenían
como objeto mejorar (aún más) las condiciones de acceso para los
diferentes inversores (en particular, los extranjeros). Por ejemplo, la
decisión por parte del Estado de vender participaciones mayoritarias en
cada una de sus empresas estimuló la presencia de inversores extranjeros
que, de otra forma, podrían haber tenido mayor incertidumbre si el gobierno
intentaba mantener el control o una participación significativa en la
dirección de las mismas. Asimismo, se han ofrecido, en general, mercados
cautivos y tasas de rentabilidad garantizadas a los operadores privados (por
lapsos variables según el caso). Sin embargo, el “incentivo” que marcó una
presencia significativa de inversores extranjeros en el negocio de las
privatizaciones, fue la incorporación de una claúsula que establecía la
participación obligada de operadores técnicos con experiencia en el negocio
dentro de los consorcios adjudicatarios (y por eso, necesariamente
extranjeros) (Azpiazu, 2002).
En este marco, y en un lapso comprendido entre los años 1990 y 1994, se
transfirieron al sector privado numerosos activos estatales, entre ellos una
porción mayoritaria de la empresa petrolífera estatal (YPF era la empresa
más grande del país en términos de facturación y una de las líderes en
materia de exportaciones), los ferrocarriles (tanto de carga como de
pasajeros), la compañía estatal encargada de la prestación de los servicios
de transporte y distribución de gas natural, las principales firmas estatales
de generación, transmisión y distribución de energía eléctrica, la Empresa
Nacional de Telecomunicaciones, Aerolíneas Argentinas, los astilleros y las
firmas siderúrgicas y petroquímicas de propiedad estatal, la administración
de los sistemas portuarios, canales de radio y TV, entre otros (Abélès, 1999;
Azpiazu y Vispo, 1994). Como señalan Kulfas, Porta y Ramos (2002: 17),
durante esta etapa inicial, es precisamente el proceso de las privatizaciones
y concesiones al sector privado lo que impulsa la mayoría de los flujos de
inversión extranjera. En efecto, entre 1990 y 1993, el 51% del flujo de
inversión extranjera directa corresponde a operaciones de privatización de
activos públicos.
En síntesis, durante esta etapa, la intervención del Estado en relación con
el capital extranjero estuvo caracterizada (al menos en virtud de sus rasgos
predominantes) por la modificación de las principales regulaciones que
limitaban el accionar de este último en los diferentes mercados de los que
participaba. En su mayoría, estas reformas estuvieron guiadas por una
lógica que apuntaba a una menor participación del Estado como agente
regulador de las actividades económicas. Esta situación marcó un fuerte
contraste con la década previa, donde el Estado mantuvo un control mayor
sobre el accionar del capital extranjero favoreciendo únicamente a un
conjunto específico de empresas (y no del capital extranjero en general)
que, por su carácter diversificado o su vinculación con los Grupos
Económicos Nacionales, lograron aprovechar los diferentes “incentivos”
estatales (tales como la inserción exportadora subsidiada, los diferentes
programas de capitalización de deuda externa, la participación en los
programas de promoción industrial y el acceso a compras privilegiadas por
parte del Estado) manteniendo, de esa forma, su posición privilegiada
dentro de la cúpula empresaria local. [7]

2. Cambios y continuidades en la organización de la Elite


Empresaria Transnacional
De acuerdo con el análisis de las trayectorias laborales y educativas de los
presidentes de las principales empresas transnacionales de la Argentina
entre los años 1976 y 2001 (Dulitzky, 2014), es posible identificar tres
agrupamientos distintos, o tres modelos diferentes de carreras directivas
(gráfico 1). En primer lugar, el de aquellos presidentes que acceden al cargo
directivo a través de sucesivos ascensos al interior de la estructura
organizacional de la empresa; en segundo término, el de aquellos que lo
hacen por fuera de los límites de la organización; y, por último, una minoría
conformada por quienes acceden al cargo por ser propietarios o accionistas
de la empresa transnacional en cuestión.
En el primero de estos grupos, que denominamos carrera organizacional,
se distinguen dos situaciones complementarias: (a) “el caso de los
argentinos” que realizaron la mayor parte de su carrera dentro de la filial
local de la empresa; y (b) “el caso de los extranjeros” que arribaron al país,
para ocupar un cargo directivo (entre ellos, la presidencia), siempre dentro
de la misma firma en la que consumaron la mayor parte de su trayectoria
laboral. Este último caso se presenta con mayor frecuencia durante los años
noventa.
En el segundo grupo, conformado por quienes accedieron a la presidencia
tras haber realizado una carrera nómade entre diferentes organizaciones, se
destacan dos situaciones alternativas: (a) la de aquellos presidentes que
realizaron una trayectoria laboral “con circulación pública” (es decir, que
ocuparon un cargo público en alguna agencia estatal); y (b) la de los
presidentes que exhibieron trayectorias “sin circulación pública” (es decir,
que transcurrieron con exclusividad dentro del ámbito privado).
Por último, en la carrera de los propietarios es posible distinguir dos
situaciones diferentes: la de aquellos individuos que son dueños directos o
accionistas de la empresa o el holding controlante, y la de los miembros de
la familia dueña y fundadora de la empresa o grupo. Cualquiera sea la
situación, prácticamente no se registran durante los años noventa casos de
propietarios o accionistas al frente de sus empresas. Eso deja en evidencia
que la propiedad de los medios de producción ha perdido peso (al menos en
las últimas décadas) como criterio de reclutamiento de las más altas
dirigencias, y eso tanto por la forma de organización que en líneas generales
exhiben las grandes organizaciones (Sociedades Anónimas), como por el
origen de su capital (mayoritariamente extranjero). [8]
Con el fin de establecer los cambios y continuidades experimentados en
la organización de la EET durante los años noventa, presentamos a
continuación un análisis por separado de las primeras dos carreras
mencionadas: la carrera organizacional y la carrera nómade.

2.1. La carrera organizacional


Al exhibir trayectorias vinculadas casi exclusivamente a una sola empresa,
las carreras organizacionales resultan más homogéneas en su contenido que
los otros dos modelos (propietarios y nómade): los individuos ingresan a la
empresa en un puesto de baja jerarquía y comienzan una trayectoria de
ascensos al interior de la pirámide organizacional hasta alcanzar, tras varios
años de trabajo, los puestos más elevados.
Si bien este esquema se repite en todos los casos estudiados pueden
identificarse, en función del recorrido realizado, dos subtipos
complementarios de carrera organizacional: (a) el recorrido de aquella
persona que comienza su camino en alguna filial extranjera de la empresa
transnacional y, tras ascender varios puestos dentro de esa misma oficina,
arriba a la Argentina para ocupar el puesto de presidente en la filial local de
la empresa; (b) la trayectoria de quienes inician su carrera en la filial local
de la empresa transnacional y tras realizar diferentes ascensos (siempre
dentro de la misma firma) acceden al puesto de presidente.
Mientras que el primero de los esquemas señalados refleja la trayectoria
recorrida por los presidentes extranjeros que realizan una carrera dentro de
una misma organización, el segundo, por su parte, hace lo propio con los
hombres nacidos en la Argentina. Llamaremos al primero de los subtipos
“el caso de los extranjeros” y al segundo “el caso de los argentinos”.

El caso de los extranjeros


Sin lugar a dudas, uno de los detalles más sobresalientes de este subtipo de
carrera es que se desarrolla casi con exclusividad durante la década de 1990
(ver cuadros 1 y 2 del anexo). Como señalan Szlechter (2012) y Walter
(1994), las trasformaciones asociadas con la apertura comercial y la
desregulación de los mercados, estimularon a las empresas transnacionales
a adoptar los principios de organización y gestión del management propios
de los países centrales. El aumento en la proporción de presidentes
extranjeros podría interpretarse, entonces, como una forma de acelerar la
transición de las filiales locales hacia formas más modernas de gestión, a
partir de la experiencia y el know-how brindado por los nuevos directivos
(quienes, en su mayoría, arriban desde los países centrales).
La estabilidad al frente del cargo en este subtipo de carrera resulta (en
promedio) inferior a la que registra su complemento (“el caso de los
argentinos”). Puesto que es probable que la mayor parte de la vida de estas
personas transcurra en un país distinto a la Argentina, no resulta llamativo
que la permanencia al frente de las empresas en el caso de los extranjeros
sea mucho más efímera que la que exhiben quienes nacieron en el país. Por
otro lado, a diferencia de lo que veremos para “el caso de los argentinos”,
no encontramos en “el caso de los extranjeros” variaciones a lo largo del
tiempo en relación con la permanencia en el cargo: mientras los extranjeros
del período 1976-1988 presentan una estabilidad promedio de 3,3 años,
entre 1989 y 2001 el promedio aumenta a tan solo 3,7 años (ver cuadros 1 y
2 del anexo).
A diferencia de lo que acontece en las décadas previas, durante el período
1989-2001 encontramos un predominio de presidentes con formación de
posgrado en administración de empresas (Master of Business
Administration o MBA). En todos los casos, el país en el cual se ubica la
institución académica donde realizaron sus estudios de MBA se
corresponde con el país de origen del capital de la empresa transnacional. A
modo de ejemplo, Javier Nadal Ariño, presidente de Telefónica entre 1995
y 1997, realizó un MBA en la Universidad de Deusto, San Sebastián,
España; Axel Arendt, presidente de Mercedes Benz entre 1994 y 1998, hizo
lo propio en la Universidad Técnica de Múnich, Alemania; y, por último,
Jordan Glenn, presidente de Coca Cola entre 1995 y 2001, cursó sus
estudios de posgrado en administración de empresas en la Universidad de
Stanford, California, Estados Unidos.

El caso de los argentinos


Si bien las trayectorias de los argentinos que realizaron una carrera
organizacional se encuentran fundamentalmente vinculadas con las filiales
locales de aquellas empresas transnacionales que los contratan, debemos
introducir la siguiente aclaración: mientras una pequeña minoría de los
casos realizó su carrera exclusivamente dentro de la filial argentina,
ingresando en los puestos más bajos y escalando progresivamente hasta
alcanzar la presidencia, otros debieron trasladarse a alguna filial extranjera
para luego regresar a la Argentina como presidentes de la división local.
Esta última situación se presenta en el 76% de los casos, y es más frecuente
durante los años noventa.
Al igual que acontece con los extranjeros, la participación en el sector
público no desempeña un rol relevante en el caso de los argentinos que han
realizado una carrera organizacional. Prácticamente no se registran casos
de individuos con trayectorias vinculadas a una única organización y, al
mismo tiempo, experiencia laboral dentro del Estado.
La formación académica en este subtipo de carrera se distribuye
fundamentalmente entre dos grandes grupos: los que alcanzaron el nivel de
posgrado en administración de empresas (MBA), y los que solamente
realizaron estudios de grado en el área de las ingenierías. En el primero de
los grupos mencionados se observa un elevado índice de
internacionalización educativa: todos han realizado sus estudios en
instituciones del exterior y, además, el país de la institución educativa se
corresponde en la generalidad de los casos con el país de origen de la
empresa transnacional. Por el contrario, aquellas personas que alcanzaron
estudios de grado en el área de las ingenierías se formaron en diferentes
universidades públicas del ámbito local (Universidad de Buenos Aires,
Universidad Nacional de Rosario y Universidad Nacional del Litoral).
Uno de los aspectos más destacables respecto de la formación educativa
de los presidentes argentinos es el hecho de que no se registra a lo largo del
período 1976-2001 un incremento en la proporción de posgrados en MBA,
más bien todo lo contrario. En efecto, mientras el 75% de los presidentes
argentinos posee título de posgrado en MBA entre 1976 y 1988, durante los
años noventa esta proporción disminuye al 45% de los casos. Esta situación
marca un quiebre con los señalamientos que realizan Luci (2010 y 2012) y
Szlechter (2012) en torno al conjunto formado por los directivos de rango
medio y superior de las diferentes empresas del país en la actualidad. Según
los autores, en los últimos años, es posible advertir un incremento en la
proporción de directivos que realizan estudios de posgrado en
Administración de Empresas. Lamentablemente, el período que abarca este
estudio impide constatar si la tendencia mostrada por los presidentes de
empresas transnacionales se revierte en la actualidad, ajustándose de esa
forma a las tendencias exhibidas por los directivos de rango inferior. De
cualquier manera, y a partir de los datos encontrados, podemos afirmar que
en el caso de la EET de la Argentina no se observa una relación directa
entre el crecimiento profesional (el acceso al máximo cargo directivo de las
empresas transnacionales) y la formación de posgrado en Administración de
Empresas a lo largo del período 1976-2001. [9]
2.2. La carrera nómade
Agrupamos dentro de esta categoría a los presidentes cuyas trayectorias
exhiben un recorrido por distintas organizaciones privadas o públicas del
ámbito local o extranjero. En virtud de ello, las mismas resultan menos
homogéneas en su contenido que las trayectorias organizacionales. Sin
embargo, es posible encontrar, en la mayoría de los casos, al menos dos
importantes regularidades. En primer lugar, la ausencia de un vínculo
estrecho con la empresa transnacional en cuestión: más allá de haber
ocupado el cargo ejecutivo por el que forma parte de este estudio, ningún
individuo ha realizado su carrera al interior de la empresa, más bien todo lo
contrario (su relación laboral con la misma se reduce únicamente a la
ocupación de la presidencia). En segundo término, todos los casos exhiben
una circulación laboral previa a la ocupación de la presidencia de la
empresa transnacional por cargos de altísima jerarquía, tanto del sector
privado como del sector público.
En líneas generales, y según evidencian las trayectorias recogidas (ver
cuadros 1 y 2 del anexo), los principales contrastes con el modelo
organizacional descripto en la sección anterior pueden resumirse en los
siguientes puntos: 1) mayor proporción de presidentes argentinos; 2) la
circulación pública se presenta con mayor frecuencia; 3) menores niveles de
internacionalización educativa (baja proporción de presidentes con estudios
en el extranjero); y 4) menores niveles de internacionalización laboral (baja
proporción de presidentes que hayan desempeñado cargos privados en el
exterior).
A pesar del heterogéneo abanico de recorridos encontrados pueden
señalarse, dentro del modelo de carrera nómade, dos grandes
agrupamientos: el de aquellos presidentes que se mantuvieron dentro del
sector privado; y el de los presidentes que ocuparon cargos públicos en
alguna instancia de su trayectoria laboral. Llamaremos al primero de estos
casos, carrera nómade “sin circulación pública” y, al segundo, carrera
nómade “con circulación pública”
Carrera nómade “sin circulación pública”
Dentro del universo de las carreras nómades, la ausencia de circulación
pública se verifica tan solo en el 33% de los casos, y la totalidad de los
mismos se desarrolla durante los años noventa. Si bien este modelo de
carrera se corresponde, en líneas generales, con presidentes argentinos, los
pocos casos de extranjeros se registran dentro de este subtipo [10].
Del abanico de trayectorias nómade “sin circulación pública”, podemos
distinguir dos recorridos alternativos. Por un lado, encontramos a aquellas
personas que llegan a presidentes tras haber realizado una carrera exitosa
dentro del mismo sector de actividad al que corresponde la empresa
transnacional en cuestión. Este es el caso, por ejemplo, de Jorge Mostany,
quien tras ocupar diferentes posiciones en empresas como General Motors
Argentina y Autolatina SA, es seleccionado para presidir la filial argentina
de la empresa Ford, siempre dentro del mismo sector de actividad (el
automotriz). Por otro lado, se encuentran los individuos que ostentan la
propiedad de una o varias empresas y, al mismo tiempo, ocupan la
presidencia de una empresa transnacional. Este es el caso, por ejemplo, de
Manuel Antelo, dueño del grupo Antelo SA y presidente en simultáneo de
la empresa francesa Renault.
La estabilidad al frente del cargo para este subtipo de carrera exhibe un
promedio un tanto inferior a los cinco años. Para los nacidos en la
Argentina, este promedio se eleva a casi siete, mientras que para los
extranjeros disminuye a dos años.
En cuanto al tipo de formación académica recibida, al igual que sucede
con los otros modelos descriptos, la muestra se distribuye
fundamentalmente entre los que estudiaron posgrados en MBA (el 45% de
los casos) y los que alcanzaron, como última instancia, la formación de
grado en el área de las ingenierías (33%). La internacionalización educativa
(la formación exterior) se reduce únicamente a los casos de presidentes
extranjeros (cualquiera sea el tipo de formación recibida) y a los argentinos
con posgrados en MBA. Algo similar sucede con la internacionalización
laboral, salvo por el hecho de que en este caso, solamente los presidentes
expatriados han ocupado posiciones en el exterior.

Carrera nómade “con circulación pública”


El 65% de las trayectorias que se agrupan dentro del modelo nómade a lo
largo del período 1976-2001 muestra al menos una participación
significativa dentro del sector público. [11] Este subtipo de carrera es,
además, el que menor presencia de extranjeros posee de todos los modelos
reseñados hasta aquí: salvo el caso de José Estenssoro (YPF), de
nacionalidad boliviana, todos los casos que se agrupan en este formato
pertenecen a individuos nacidos en la Argentina. En adición a ello, es el
subtipo que presenta los menores niveles de internacionalización a lo largo
del período 1976-2001 (tanto a nivel laboral como educativo): el 70% de
los presidentes no ha realizado ninguna experiencia internacional (ni
laboral, ni educativa) y tan solo el 25% ha cursado estudios en el
extranjero [12]. El único caso completamente internacionalizado es,
precisamente, el de José Estenssoro (YPF), quien además de haber
realizado sus estudios universitarios en el Rensselaer Polytechnic Institute
de Nueva York, donde obtuvo el título de ingeniero industrial, trabajó en la
sede que la empresa Tennessee Gas Transmision posee en Bolivia.
La estabilidad al frente del cargo no presenta, en este modelo,
sustanciales variaciones entre los períodos considerados. Mientras que la
duración promedio en el cargo durante el período 1976-1988 es de casi seis
años, entre 1989 y 2001, apenas supera los cuatro años.
Por otro lado, el 25% de los presidentes agrupados en esta categoría son,
a su vez, propietarios de empresa: Miguel Madanes (YPF) es uno de los
principales accionistas del grupo Fate-Aluar; José Estenssoro (YPF) es
accionista de las empresas Hughes Tools, Sol Petróleo y EPP Petróleo;
Hernando Campos Menéndez (Pirelli) de las industrias RAB, Atanor y
Duranor; y, por último, Juan Manuel Fangio (Mercedes Benz) es el dueño
de la empresa Automotores Juan M. Fangio y Cía. SA.
Con referencia a la circulación pública, salvo los casos de Miguel Ángel
Roig (Duperial) [13] y de Diego Yofre (La Plata Cereal), [14] la participación
se dio con anterioridad a su ocupación del cargo directivo al frente de la
empresa transnacional. Del conjunto de casos registrados con estas
características, una mitad pertenece al período 1976-1988 y la otra al
período 1989-2001. Como veremos en el próximo apartado, la
particularidad más resonante para el segundo de estos intervalos es que la
mayoría de los casos registrados (con la excepción de Diego Yofre,
presidente de la empresa La Plata Cereal) pertenece a individuos que han
presidido empresas constituidas al calor del proceso de privatizaciones, y su
participación pública se encuentra estrechamente vinculada con las agencias
estatales encargadas de llevar adelante dicho proceso.
Por último, este subtipo de carrera exhibe los menores niveles
académicos de formación. En efecto, el único caso con estudios de
posgrado en administración de empresas (MBA) es el de Carlos Tramutola,
presidente de Aguas Argentinas durante los años noventa. El resto de los
casos muestra estudios universitarios en carreras de grado como ingeniería,
abogacía, contaduría y administración de empresas.
A modo de síntesis, el análisis realizado en torno a las carreras directivas
mencionadas arroja los siguientes hallazgos para el período comprendido
entre los años 1989 y 2001:

1. Durante los años noventa prácticamente no se constatan presidentes


que hayan accedido al cargo por ser propietarios o accionistas de la
empresa transnacional.
2. A diferencia del período 1976-1988, donde se registra un predominio
marcado de presidentes argentinos, durante los años noventa aumenta
considerablemente la proporción de presidentes extranjeros, en
particular en el grupo de los que siguieron una carrera organizacional.
3. Prácticamente no se registran presidentes extranjeros que hayan
realizado una carrera nómade “con circulación pública”, y se registran
pocos casos “sin circulación pública”.
4. Durante la década de 1990 la mayoría de los presidentes que realizó
una carrera nómade “con circulación pública” ocupó importantes
cargos públicos en agencias estatales vinculadas a las privatizaciones.
5. En líneas generales, la internacionalización (tanto laboral como
educativa) de los presidentes que realizaron carreras nómades es baja,
en particular en los casos “con circulación pública”. Por el contrario,
los niveles de internacionalización de los presidentes que realizaron
carreras organizacionales es notoriamente más elevado.
6. Entre los presidentes argentinos en general, y en particular entre los
que realizaron carreras nómades, no se verifica una tendencia creciente
hacia mayores niveles de internacionalización (ni laboral, ni educativa)
a lo largo del período.

3. El impacto de las transformaciones económicas de los años 1990


en la organización de la EET: ¿hacia un cuerpo
“internacionalizado” de dirigentes de empresa?
Retomando el hilo conductor que postulamos en la introducción de este
trabajo, ¿es posible establecer una vinculación entre las transformaciones
económicas de los años noventa, y los señalamientos realizados en torno a
las carreras directivas de los máximos dirigentes de las empresas
transnacionales del país? Específicamente, ¿cómo incidieron las
transformaciones operadas en la relación entre el Estado, las empresas
transnacionales y el mercado en la internacionalización exhibida por los
diferentes miembros de la EET?
Según refleja el trabajo de Szlechter (2012), la conformación de una
comunidad de managers en la Argentina reconoce tres etapas diferentes. La
primera, cuyo origen se remonta a la instalación de las primeras firmas de
capital británico, se caracterizó por el hecho de que las empresas
transnacionales importaban su propio cuerpo directivo desde sus casas
matrices ubicadas en sus países de origen. La segunda etapa, que nace a
mediados de los años cincuenta (período en el que ingresan nuevas
empresas multinacionales y se expanden las que ya existían desde los años
veinte), tuvo como rasgo específico el surgimiento de un nuevo cuerpo local
de cuadros gerenciales. Según el autor, las características del modelo
económico asociadas a la ISI, y la necesidad de las empresas de adaptarse a
las regulaciones impuestas por el Estado, determinaron que las mismas
comenzaran a reclutar dirigentes nacidos y formados en el país. La tercera
etapa se desarrolla al compás de las transformaciones vinculadas a la
apertura económica y la liberalización de los mercados de mediados de los
años setenta, y se caracterizó por el incremento en la movilidad
internacional de los directivos de empresa, es decir, la expatriación de
numerosos dirigentes argentinos (tanto para desempeñar funciones laborales
en el extranjero como para recibir formación profesional en alguna
institución prestigiosa del exterior), y el arribo de gerentes extranjeros al
país.
La importancia que reviste el trabajo de Szlechter (2012) a los fines de
esta investigación es que configura una primera aproximación al estudio de
las relaciones establecidas entre la internacionalización (entendida como el
desempeño de cargos laborales por fuera de las fronteras del país, o la
formación académica en alguna institución del exterior) de los dirigentes de
empresa y las transformaciones de la economía a nivel local: a mayor
control y regulación por parte del Estado (etapa de la ISI), menor
internacionalización del cuerpo directivo; a mayor apertura y menor
regulación (etapa agroexportadora, y desde mediados de los años setenta
hasta los inicios del siglo XXI), mayor internacionalización.
Ahora bien, puesto que estos señalamientos se circunscriben al conjunto
formado por los cuadros gerenciales intermedios (denominados
comúnmente como “mandos medios”), ¿es posible sostener la misma
relación para el caso de los presidentes o CEO de empresa?
Según refleja el análisis realizado en torno a las carreras directivas, la
periodización que identifica Szlechter (2012) se corresponde tan solo
parcialmente con lo que acontece a nivel de la EET. Por un lado, si bien es
cierto que existe un incremento en los niveles de internacionalización del
grupo conformado por los presidentes de empresa transnacional a lo largo
del período 1976-2001 (en especial, a partir del arribo de dirigentes
extranjeros), el salto se produce durante los años noventa y no, como señala
Szlechter, a partir de los años setenta. De hecho, según pudimos constatar,
entre los años 1976 y 1988, el cuerpo de presidentes de empresa
transnacional es, aún, predominantemente “local”. La transición hacia el
último modelo de organización gerencial que describe Szlechter se
comienza a vislumbrar recién a partir del año 1989, en paralelo al
despliegue en el país de un programa económico de neto corte neoliberal.
Por otro lado, el análisis efectuado en torno a las carreras directivas
permitió identificar una segunda diferencia con el trabajo de Szlechter. El
salto en los niveles de internacionalización a los que refiere el autor
(expatriación de dirigentes locales y arribo de presidentes extranjeros) se
verifica tan solo en el conjunto de presidentes que realizaron carreras
organizacionales, y no en el grupo de los que siguieron carreras nómades.

Como podemos observar en el gráfico 2, durante los años noventa, hay


un importante salto en la proporción de presidentes extranjeros cuyas
trayectorias se corresponden con una carrera de tipo organizacional. Por el
contrario, las carreras nómades siguen exhibiendo (a pesar de registrar un
leve aumento en relación al período previo) una abrumadora mayoría de
presidentes locales.
En síntesis, podemos afirmar que el perfil geográfico de los presidentes
de empresa transnacional presenta variaciones según el período temporal, y
el tipo de vinculación establecida con la empresa. En relación con el
primero de estos puntos, es posible constatar un incremento en la cantidad
de presidentes extranjeros durante los años noventa en relación con el
período previo. En cuanto al segundo, la proporción de extranjeros asciende
considerablemente cuando se trata de una vinculación organizacional con
la empresa. Por el contrario, cuando se verifica una relación inestable entre
el presidente y la firma (es decir, el caso de las carreras nómades), existe
una fuerte tendencia al predominio de presidentes argentinos.
Estos señalamientos invitan a postular los siguientes interrogantes:
¿cuáles son las pautas o mediaciones que inciden en la contratación de un
presidente “internacionalizado”? ¿Bajo qué circunstancias las empresas
optan por presidentes cuyas trayectorias revelan un mayor apego al ámbito
público o privado local?
Como establecimos en el primer apartado de este trabajo, durante los
años noventa la intervención del Estado con relación al capital extranjero se
caracterizó por la liberalización de las principales regulaciones que
limitaban el accionar de ese capital dentro del país. Este hecho representó
un viraje importante en la relación entre el Estado y las empresas
transnacionales, ya que les permitió a las empresas definir sus estrategias de
acuerdo con las necesidades propias de sus “negocios”, y las ventajas de
localización predominantes en cada sector de actividad, y no en función de
la captación y el aprovechamiento de los “incentivos” desplegados por el
Estado, como en el período 1976-1988 (Dulitzky, 2014).
Como señalamos previamente, durante los años setenta y ochenta, la
enorme mayoría de empresas que han logrado mantenerse entre las cien
primeras del ranking de mayores ventas de la Argentina por un lapso no
menor a los tres años, fueron beneficiadas por algún “incentivo” estatal, o
apelaron a la diversificación de sus actividades o a la fusión o asociación
con otras empresas de capital local con el fin de mantener su posición de
privilegio (Dulitzky, 2014: 121). En este contexto, no resulta llamativa la
elevada presencia de dirigentes con gran arraigo al ámbito local. De hecho,
la carrera que se presenta con mayor frecuencia entre los presidentes de las
empresas transnacionales del período 1976-1988 es la nómade “con
circulación pública” (ver cuadro 1 del anexo). Además de ser la carrera con
el menor índice de internacionalización, el predominio de la misma es un
claro ejemplo de la “preferencia” de las empresas transnacionales por
dirigentes con experiencia previa en el sector público. [15]
Asimismo, es posible constatar durante los años setenta y ochenta fuertes
lazos, a través de sus directivos, entre las empresas transnacionales y las
grandes empresas y grupos económicos locales. En efecto, casi la mitad de
las empresas transnacionales estudiadas optaron por dirigentes relacionados
con otras importantes empresas y grupos del ámbito local y, en algunos
casos, fue posible constatar una ocupación simultánea de cargos entre las
distintas organizaciones. [16]
A la luz de estos señalamientos, es posible afirmar que durante la etapa
comprendida entre los años 1976 y 1988, en un contexto donde las
empresas transnacionales apelaron a estrategias orientadas al
aprovechamiento de los diferentes “incentivos” estatales, a la
diversificación de sus actividades, o a la fusión o asociación con otras
empresas de capital local, los lazos y vinculaciones con el Estado, así como
también con importantes actores socio-económicos del ámbito local,
parecen ser factores decisivos para las empresas transnacionales a la hora de
optar por un dirigente de alta jerarquía.
Las estrategias adoptadas por las empresas transnacionales durante los
años noventa muestran diferencias sustanciales con las referidas para el
período previo. En un escenario caracterizado por la apertura comercial y la
desregulación de los mercados en la mayoría de los sectores económicos,
las firmas transnacionales diagramaron sus estrategias de acuerdo a las
necesidades derivadas de sus “negocios”, y no en respuesta a los
“incentivos” desplegados por el Estado.
Como permite apreciar el cuadro 3, las estrategias adoptadas varían
según el sector de actividad. Así, las empresas asentadas en el comercio
minorista (tales como Carrefour y Cencosud), optaron por estrategias
orientadas a explotar el revitalizado y segmentado mercado interno (MI),
aprovechando además las ventajas derivadas de la ausencia de regulaciones
en relación con la oportunidad y condiciones para la apertura de nuevas
instalaciones (Kulfas, Porta y Ramos, 2002: 61).
En el comercio agropecuario, por su parte, siguieron siendo protagonistas
empresas transnacionales de antigua implantación en el mercado local
(Cargill, La Plata Cereal, Nidera, entre otras), y la principal estrategia
desarrollada es la explotación de los recursos naturales (RN). Asimismo,
durante los años noventa, este tipo de estrategia se complementa con
inversiones de tipo búsqueda de eficiencia (BE), que persiguen ampliar la
escala de la producción, aprovechando las ventajas derivadas de la apertura
comercial.
Por su parte, el sector industrial en general recibió durante los años
noventa un importante flujo de inversiones extranjeras, posiblemente como
consecuencia de factores tales como la apertura comercial, el incremento en
la demanda interna de productos, la creación del Mercosur y, en el sector
automotriz, el otorgamiento de ciertos incentivos estatales de promoción
sectorial (Dulitzky, 2014: 154). [17] La estrategia predominante en este
sector fue la búsqueda de acceso al mercado nacional y regional (MR). En
el caso específico del sector automotriz, fueron notorias también las
estrategias orientadas a la búsqueda de eficiencia (BE), que perseguían una
mayor articulación entre las diferentes filiales, a partir de la especialización
de cada una de ellas en actividades específicas. En este marco, empresas
como Renault y Peugeot recuperaron el control de sus establecimientos (en
el primer caso, en manos de Ciadea, y en el segundo, de Sevel), mientras
que Ford y Volkswagen disolvieron su sociedad y comenzaron a producir en
forma separada (Kulfas, Porta y Ramos, 2002: 68). En el segmento de las
industrias alimenticias y de productos químicos, se destacaron además las
inversiones destinadas a la adquisición de firmas y marcas locales. [18] En
este sentido, a la estrategia de acceso al mercado nacional y regional (MR),
debemos sumarle la estrategia de búsqueda de activos estratégicos (BAE).
Sin lugar a dudas, uno de los sectores que más creció (tanto en términos
absolutos como relativos) durante los años noventa fue el de servicios
(Dulitzky, 2014: 154). La estrategia de las empresas asentadas en el mismo
fue la búsqueda de acceso al mercado interno (MI), y los factores de
atracción principales fueron las privatizaciones y el conjunto de
“incentivos” derivados de un mercado cautivo, es decir, transferido en
condiciones de explotación monopólica (al menos por un período
relativamente largo), o con altísimas barreras para la entrada de posibles
competidores.
En última instancia, el sector de petróleo, donde predominan las
estrategias de búsqueda de explotación de recursos naturales (RN), fue
objeto de importantes inversiones como consecuencia de la desregulación y,
principalmente, de la aplicación de una política de privatización de amplio
espectro. En este marco se hizo efectiva la privatización de la empresa YPF,
a manos de la española Repsol, que se consolidó como la principal
operadora del país en el mercado del petróleo alcanzando, hacia 1999, el
51,1% de la producción sectorial (Kulfas, Porta y Ramos, 2002: 78).
En relación con las carreras directivas, es destacable el mayor peso
relativo de las carreras organizacionales en el conjunto agregado de las
empresas transnacionales. En efecto, en cuatro de los siete sectores
principales de actividad, este tipo de carrera se presenta como la forma
predominante de acceso al cargo directivo, posiblemente, como
consecuencia de las facilidades derivadas de la apertura comercial y la
desregulación de los diferentes mercados. En palabras de Szlechter:
Las estrategias de las empresas transnacionales en la Argentina se han
ido redefiniendo acorde con la apertura comercial y la modificación de
las condiciones de competencia. La racionalización de los niveles de la
estructura del personal y la depuración de estructuras administrativas y
comerciales, pueden ser algunas de las respuestas ante los nuevos
escenarios. Este tipo de políticas van acompañadas de la adopción de
nuevas técnicas de organización, de manejo del proceso productivo, de
nuevas estrategias de comercialización y de distribución que le brindan
un halo de legitimidad. La adopció n de estas nuevas técnicas
organizativas ha requerido un flujo de inversiones en la incorporación
de las llamadas “tecnologías blandas” y en capacitación del personal.
Dentro de estas tecnologías, tiende a evaluarse muy positivamente la
capacidad de aprendizaje y comienza a desdeñarse el trabajo rutinario
propio del modelo anterior. Es así como, a partir de mediados de la
década del 80 y en especial en la década de 1990, las estrategias de las
filiales de las empresas transnacionales se concentraron en el
“corazón” de su negocio y, por lo tanto, la configuración de la filial
argentina tendió a replicar (especialmente en marketing y desarrollo de
mercados) el perfil organizativo internacional de la empresa (2013:
13).

Específicamente, la carrera organizacional estuvo vinculada durante los


años noventa a empresas que, durante el período 1976-1988, optaron por
presidentes con otro tipo de trayectorias. El sector industrial es un claro
ejemplo de ello. Durante aquel período, la circulación pública se erigió
como una pauta predominante para el acceso al máximo cargo directivo
dentro de las empresas transnacionales industriales (Dulitzky, 2014: 121).
Entre 1989 y 2001, por el contrario, encontramos entre las firmas dedicadas
a la producción de alimentos, bebidas, tabaco y productos químicos, una
fuerte tendencia a la selección de presidentes surgidos del interior mismo de
sus filas. Algo similar sucedía con las empresas dedicadas al comercio
minorista (en particular, Carrefour). Mientras que la etapa previa exhibió un
predomino de propietarios al frente de dichas organizaciones, los años
noventa mostraron, por el contrario, una elevada proporción de presidentes
organizacionales. Las empresas automotrices, por su parte, privilegiaron la
elección de presidentes con amplia experiencia dentro del sector, aunque no
necesariamente surgidos del interior mismo de sus estructuras,
evidenciando de esta forma una estrecha relación entre las empresas que se
insertaron dentro del sector. [19]
Ahora bien, la elevada frecuencia con que se presenta la carrera nómade
con circulación pública en sectores como la producción de petróleo y los
servicios de electricidad, gas y agua, nos induce a postular el siguiente
interrogante: ¿existe alguna relación entre los sectores mencionados y el
tipo de carrera que en ellos predomina? Precisamente, el denominador
común en dichos sectores fue la política de las privatizaciones que, además
de actuar como un importante factor de atracción de nuevas inversiones, se
vio complementada por la implementación de diferentes “incentivos”
estatales, entre los que destacaron la transferencia en condiciones de
explotación monopólica u oligopólica (mercado cautivo) por un prolongado
período y la garantía de internalización de rentas extraordinarias. Como se
aprecia en el cuadro 4, una gran mayoría de las empresas privatizadas
(como es el caso de Aguas Argentinas, Edesur, Edenor, Repsol/YPF, y
Metrogas) optó por dirigentes con estrechas vinculaciones con el Estado.
Más aún, muchos de ellos ocuparon cargos relevantes en funciones
relacionadas al proceso de las privatizaciones.
Estos señalamientos permiten afirmar que, en el caso de las empresas
privatizadas (con excepción de las que operan en el sector de
telecomunicaciones: Telefónica y Telecom), existe una fuerte tendencia a
seleccionar, para los máximos puestos de mando, dirigentes con trayectorias
vinculadas al ámbito local y, en particular, a la Administración Pública
Nacional, en agencias asociadas con el proceso de las privatizaciones.
Vale decir que, la mayoría de estos dirigentes, además de haber ocupado
dicho cargo público, cuentan con una vasta trayectoria previa dentro del
sector privado en importantes empresas (locales y extranjeras) o grupos
económicos nacionales: por ejemplo, Gustavo Petracchi (Edesur) ocupó
importantes cargos dentro del grupo económico Pérez Companc; Patricio
Perkins (Aguas Argentinas) en Nobleza Piccardo; Carlos Tramutola (Aguas
Argentinas) en Siderca y Exxon; y, por último, Miguel Madanes (YPF) es
uno de los propietarios del grupo local Fate/Aluar. A esta lista, podríamos
agregar el caso de Rafael Fernández Morandé (Edesur) que, además de
haber ocupado diferentes cargos jerárquicos en el grupo Pérez Companc, se
desempeñó como Jefe de Gabinete del Ministerio de Educación en Chile,
entre 1987 y 1989.
En síntesis, la red de conexiones entre los grupos económicos locales, las
empresas extranjeras y el Estado, que se observa (entre otras cosas) en las
trayectorias de algunos presidentes de las empresas privatizadas, puede ser
pensada como un reflejo de la “comunidad de negocios”, gestada entre las
distintas fracciones que participaron del proceso de las privatizaciones. En
este sentido, como señala Basualdo (2006), los grupos económicos
nacionales se encargaron de aportar capacidad gerencial, administrativa y,
fundamentalmente, lobbying doméstico, que en algunos casos (como revela
el cuadro 4), alcanzó el extremo de la participación directa de ciertos
representantes de la EET en las agencias estatales encargadas de llevar
adelante las gestiones.

4. Reflexiones finales
De lo expuesto hasta aquí se demuestra que, durante los años noventa, y en
un marco de apertura comercial y desregulación de los mercados, la
tendencia a la articulación de la EET con diferentes organizaciones públicas
y privadas del ámbito local, se revirtió, producto de una mayor
internacionalización de las carreras directivas y, en consecuencia, de un
menor arraigo de los miembros de la EET en el ámbito público local. Lo
interesante es que, en la mayoría de los sectores en los cuales los
“incentivos” estatales desempeñaron un rol decisivo a la hora de atraer
inversiones extranjeras, las carreras de los dirigentes de empresa exhibieron
niveles de internacionalización menores al promedio. Este señalamiento nos
permite trazar un paralelismo entre la forma predominante de intervención
estatal y la internacionalización de las carreras directivas: mientras la
intervención vía “reglas”, característica de un mundo globalizado, se
corresponde, en líneas generales, con las carreras directivas más
“internacionales” (las carreras organizacionales), la intervención a través de
“incentivos”, que determina una mayor presencia del Estado en los sectores
en los cuales se imparte, estimula la presencia de dirigentes de empresas
con trayectorias más vinculadas con el ámbito local y, en particular, a la
Administración Pública (carrera nómade “con circulación pública”).
Las distintas modalidades de intervención estatal con relación al capital
extranjero, reseñadas en el primero de los apartados de este capítulo, que en
líneas generales se corresponden con una mayor (en el caso de la
intervención vía “incentivos”) o menor presencia del Estado (en el caso de
la intervención vía “reglas”) como agente promotor o regulador de las
actividades económicas, nos permiten trazar un puente entre la sociología
de las elites y la economía política. La extranjerización económica,
consolidada en la Argentina durante los años noventa, al calor de la
intervención estatal vía “reglas”, propició la internacionalización de la EET
en la mayor parte de las empresas transnacionales, salvo en aquellas
asentadas en sectores en los cuales los “incentivos” estatales desempeñaron
un rol destacado (petróleo, electricidad, gas, agua y automotriz), en donde
la mayoría de los dirigentes se encuentra estrechamente vinculada al ámbito
local y, por ende, exhibe menores niveles de internacionalización.
En otras palabras, el caso estudiado muestra que las razones que
determinan que una empresa transnacional seleccione a un presidente ajeno
a la organización (carrera nómade) responden, en líneas generales, a
intereses y necesidades “locales” (por ejemplo, establecer vínculos y
conexiones con otras empresas o grupos locales o con el Estado), mientras
que la elección de un presidente surgido del interior de la empresa (carrera
organizacional) es el reflejo de intenciones más bien “globales” (por
ejemplo, una mayor integración con otras filiales de la empresa y el
perfeccionamiento de las competencias internacionales de sus cuadros).
A modo de cierre, podemos postular dos importantes conclusiones en
relación con el impacto de las transformaciones económicas de los años
noventa en la organización de la EET de la Argentina. La apertura
comercial y la desregulación progresiva de los diferentes mercados, que se
consolida durante el período 1989-2001, estimuló en la mayoría de las
empresas transnacionales, la presencia de presidentes con elevados niveles
de internacionalización (laboral y educativa).
De hecho, muchas de las empresas que durante el período previo optaban
por presidentes con carreras nómades eminentemente nacionales, se
encontraron comandadas durante la década de 1990, por individuos
surgidos del interior mismo de sus filas, y con trayectorias (en
comparación) más internacionales. Las empresas “livianas” del sector
industrial (alimentos, bebidas, tabaco y productos químicos de tocador) y
las dedicadas al comercio minorista son un ejemplo de eso. Por su parte, las
empresas automotrices siguieron optando por individuos con carreras
nómades al igual que en el período anterior, aunque con una diferencia
sustancial: no es la experiencia previa en el Estado el factor decisivo para
acceder al cargo, sino la experiencia previa dentro del mismo sector de
actividad la que marcó la diferencia durante los años noventa. En este
sentido, podemos confirmar que las reformas económicas del período (que,
como apuntamos a lo largo del trabajo, fueron el resultado tanto de procesos
globales como locales) estimularon que las empresas transnacionales
prefirieran dirigentes cuyas trayectorias reflejaran un conjunto de
competencias vinculadas al “negocio” específico de la firma (en líneas
generales, con vasta experiencia dentro de la organización y con elevados
niveles de formación profesional en el área de interés de la empresa). La
relación entablada entre el Estado y las empresas transnacionales en
aquellos sectores donde las privatizaciones oficiaron como uno de los
principales factores de atracción (petróleo, electricidad, gas y agua) motivó,
en esos mismos sectores, la presencia de presidentes fuertemente arraigados
al ámbito local, y a la Administración Pública Nacional.
Según permiten apreciar las trayectorias analizadas, muchos de los
individuos que presidieron las empresas privatizadas dentro de los sectores
mencionados, ocuparon importantes cargos públicos dentro de las agencias
estatales encargadas de llevar adelante la política de las privatizaciones, o
fueron empleados jerárquicos de las empresas o grupos locales que, en
conjunto con los inversores extranjeros, fueron adjudicatarias de esas
mismas empresas privatizadas. Entonces, en virtud de las características que
adopta la relación entre el Estado, las empresas transnacionales y las
empresas o grupos de capital local, podemos afirmar que existe, en los
sectores mencionados, una tendencia al predominio de cuadros directivos
“nacionales”, y con estrechas conexiones dentro del país.

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Anexo
Notas
1. Una versión preliminar de este trabajo se publicó en la revista Cuadernos del Cendes, Año
32, N°88, enero-abril de 2015.
2. Entendida, según los parámetros de este estudio, como la formación en alguna institución
educativa del extranjero (internacionalización educativa), o el desempeño de cargos
privados en el exterior (internacionalización laboral).
3. Este trabajo está basado en los datos recogidos en el marco del Proyecto PIP 1350, que a su
vez da origen a varios de los trabajos presentes en esta compilación. Específicamente,
fueron consideradas para la realización de esta investigación las trayectorias laborales y
educativas de los individuos que ocuparon el cargo de presidente de aquellas empresas
transnacionales que se han mantenido por un lapso no menor a los 3 años (no
necesariamente consecutivos) dentro del ranking de las primeras 100 empresas de mayor
facturación del país, durante el período comprendido entre los años 1976 y 2001. Siguiendo
estos criterios, la muestra de empresas quedó compuesta por un total de 28 firmas de
capital extranjero: 9 para el período comprendido entre los años 1976 y 1988; 12 para el
período 1989-2001; y 7 que se mantuvieron entre las primeras 100 del país durante los dos
períodos considerados. De esas 28 empresas surge la muestra de presidentes, conformada
por un total de 54 individuos. Para una visión ampliada de la estrategia metodológica
implementada, ver Dulitzky (2014, pp. 16-19).
4. Para un desarrollo en profundidad sobre este proceso, y de la fracción de la elite empresaria
vinculada al mismo, ver Gaggero en este volumen.
5. Una comparación de los diferentes regímenes regulatorios vigentes en distintos países de
América Latina para las inversiones extranjeras permite apreciar que el marco jurídico
argentino resulta, a simple vista, el más laxo en materia regulatoria: los capitales
extranjeros pueden operar libremente en todos los sectores y actividades de la economía
(Dulitzky, 2014: 155).
6. Sobre el proceso de transformaciones operadas en el sector financiero durante los años
noventa y de sus implicancias en la organización de la elite bancaria, ver el trabajo de Cobe
en este volumen.
7. Para un desarrollo más específico sobre la relación entre el Estado y las empresas
transnacionales durante el período 1976-1988, ver Dulitzky (2014).
8. A través de diferentes estudios de caso, Heredia (2003, 2010 y 2011) muestra que el avance
de estas grandes corporaciones (tanto las de origen local, como extranjero), y el correlativo
predominio que las mismas ostentan en sus respectivos sectores de actividad, ha
determinado que el grupo conformado por los propietarios de empresa y los miembros de
las familias tradicionales ocupe un lugar más bien secundario en la sociedad argentina de
las últimas décadas.
9. Según explica Luci (2012: 231), esto se debe a que en la Argentina, a diferencia de lo que
sucede en otros países, la tradición pública que caracterizó al sistema educativo (con una
amplia oferta gratuita desde el nivel primario al universitario), así como la relativamente
escasa segmentación de circuitos diferenciales, derivaron en una baja relación entre una
particular carrera educativa y el acceso a posiciones de privilegio.
10. Por ejemplo, el chileno Rafael Fernández Morandé (Edesur), y los españoles Marcos
Zylberberg (Edesur) y Carlos Fernández Prida (Telefónica).
11. La convergencia entre el Estado y los dirigentes de empresa no es un fenómeno específico
de la Argentina. En efecto, diferentes estudios de caso realizados en distintos países
muestran que la circulación público-privada es un fenómeno que caracteriza (en mayor o
menor medida) al entramado de relaciones que se gesta entre las más importantes
corporaciones económicas y el Estado. Entre otros, pueden mencionarse los trabajos de
Useem (1979) para el caso de Estados Unidos, Dudouet y Grémont (2007) para Francia, y
Salas-Porras (2006 y 2012) para México.
12. Sergio Martini (Massalin & Celasco), ingeniero por el Rensselaer Polytechnic Institute
(EE.UU.); Emilio Van Peborgh (Nestlé), ingeniero por la Universidad de Harvard
(EE.UU.); y Carlos Tramutola (Aguas Argentinas), MBA por la Universidad de Stanford
(EE.UU.).
13. Se desempeñó como miembro del Directorio de Empresas Públicas entre 1987 y 1988, y
fue ministro de Economía en 1989 (fallece a los 7 días de haber asumido).
14. Fue presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior durante la administración De
la Rúa, entre el 2000 y el 2001.
15. Como muestra el trabajo realizado por Castellani (2009), los elevados índices de
circulación público-privada no se circunscriben únicamente al caso de las empresas
transnacionales. Por el contrario, la denominada “puerta giratoria” es un fenómeno que
caracterizó la relación entre el Estado y las grandes empresas y grupos locales durante el
período 1976-1988, y que fue particularmente intenso durante la primera etapa del
gobierno militar.
16. Por ejemplo, Víctor Savanti, mientras se desempeñaba como presidente de la empresa
estadounidense IBM, ocupó el cargo de vicepresidente en el grupo económico local Loma
Negra; Francisco Ramos Mejía fue simultáneamente presidente de la firma italiana Pirelli y
directivo de las empresas locales Cerámica San Lorenzo y de Astilleros Argentinos Río de
la Plata (ASTARSA); por su parte, Emilio Van Peborgh fue, al mismo tiempo, presidente
de Nestlé y tesorero de la empresa financiera La Buenos Aires Seguros SA.
17. En particular, las diferentes protecciones contra la competencia abierta derivadas del
Régimen Automotor, sancionado en 1991 (Bastos, et al., 1999; Kosacoff, 1999).
18. Por ejemplo, en el rubro alimenticio, se destacan las compras efectuadas por la
estadounidense Nabisco (Terrabusi en 1995, Mayco-Capri en 1996 y Canale en 1999) y la
francesa Danone (Bagley en 1994). En el caso de las industrias químicas y petroquímicas,
la compra de Sintyal por parte de Monsanto, y de Elvetium por Temis Lostaló (Kulfas,
Porta y Ramos, 2002).
19. Ejemplos de ello es la trayectoria de Norberto Dubar, que muestra una circulación por
diferentes empresas del sector automotriz como Ford, Autolatina SA y, finalmente,
Volkswagen, y la de Jorge Mostany, quien pasa por la empresa General Motors, Autolatina
SA y, por último, ocupa la presidencia de Ford.
Capítulo 5
Reformas de mercado y recomposición de las elites: la renovación
en el sector bancario [1]
por Lorena Cobe

Introducción
Este capítulo analiza el proceso de recomposición de la elite bancaria en la
Argentina durante el ciclo de reorganización de las actividades bancarias y
financieras de la década de 1990. Durante dicho período, este país adoptó
con radicalidad la apertura y desregulación de los mercados financieros y
otras reformas de mercado, en el marco de un proceso de renovación
neoliberal del capitalismo argentino, consonante con tendencias
internacionales. Como han demostrado diversos estudios económicos, el
sector predominante de las finanzas locales, la banca, se consolidó entonces
como una de las actividades más dinámicas y rentables de la economía, sus
agentes gozaban de una amplia libertad de movimiento y margen de
maniobra para desplazar capitales (Bleger, 2000; Calcagno, 1997; Fanelli,
2003; García, 1993; Schvarzer, 2008; Stallings y Studart, 2002). Por su
parte, investigaciones sociológicas y politológicas han documentado y
señalado la intervención política mayúscula de los actores que
representaban al sector bancario, en los procesos de reforma –oficiando de
entusiastas promotores– y en las coyunturas financieras críticas (Beltrán,
2008; Birle, 1997; Castellani y Szkolnik, 2004; Cobe, 2009; Sidicaro, 2010;
Viguera, 2000).
Ahora bien, ¿cómo impactaron estos procesos de reorganización
financiera sobre la composición y la reproducción de la elite bancaria local?
¿En qué medida este proceso de reorganización propició la concentración
de medios de poder extraordinarios, en las máximas posiciones del negocio
y la representación bancaria frente a otras posiciones sociales? ¿De qué
manera se compusieron, desarrollaron y transformaron estas máximas
posiciones sociales? ¿Qué continuidades y cambios se registraron entre en
las reglas, organizaciones y en los sujetos ligados a dichas posiciones? Cabe
afirmar que estos interrogantes han recibido escasa atención. Poco se ha
avanzado en el abordaje sociológico de la banca y las finanzas y la
composición de sus elites, y poder establecer en qué medida y de qué forma
los procesos de reforma estructural, que incluyeron una amplia
reorganización de los mercados ligados a las actividades bancarias y
financieras, afectaron y comprometieron a sus mismos promotores.
En atención a dicha vacancia, el objetivo consiste en analizar, desde los
campos de la sociología económica y de las elites, la incidencia del proceso
de reorganización de las actividades bancarias y financieras en la Argentina
de la década de 1990 sobre la configuración de la elite bancaria local,
tomando como referencia la composición y las transformaciones de las
categorías dirigentes (Aron, 1965) de un sector medular de las finanzas
domésticas: la banca privada. [2] El período escogido es la instauración,
estabilización y crisis del régimen monetario-cambiario de convertibilidad,
vigente en la Argentina entre 1991 y 2001; un régimen caracterizado por la
“financiarización” de la economía (Nemiña y Schorr, en este volumen). Un
ciclo que coincide con la incorporación y luego el aislamiento de este país
de los circuitos financieros internacionales en calidad de economía
“emergente”.
¿Cómo se define la elite bancaria? Se define como una configuración
social específica (Elias, [1969] 1996) constituida por una minoría que, en
virtud de las posiciones sociales que ocupa, dispone de un significativo
margen de control y poder de decisión sobre un resorte principal de la
acumulación y distribución de la riqueza: el crédito. Dicho control
estratégico confiere capacidades diferenciales, respecto de otras posiciones
sociales, de influir –por lo menos a escala nacional– sobre los asuntos
públicos. Esta definición general de elite se complementa con una categoría
analítica que reenvía a datos inmediatos, la de categorías dirigentes
elaborada por Raymond Aron; se las entiende como “las minorías que, por
las posiciones que ocupan o las funciones que cumplen, no pueden dejar de
tener influencia sobre el gobierno de la sociedad” (1965: 12). [3]
Partiendo de la premisa de que la organización de un mercado es un
proceso necesariamente político donde está en juego la distribución del
poder (Fligstein, 1996), explorar la relación entre concentración de medios
de poder y reproducción de la elite bancaria frente a procesos de reforma
estructural, obliga a realizar un análisis combinado de procesos mercantiles
y políticos (Cobe, 2014). Para ello, las categorías dirigentes se delimitan en
clave morfológica, tomando como punto de referencia las máximas
posiciones en los dominios del negocio y la representación de la banca
privada. [4]
Este trabajo se organiza en cuatro apartados. En el primero se analiza el
proceso de reorganización de los mercados bancarios domésticos y las
recomposiciones de las máximas posiciones del negocio bancario privado.
En segundo lugar, la atención está puesta en la organización de la
representación; se examinan las transformaciones atravesadas por las
principales corporaciones empresarias [5] de la banca privada. [6] En el
tercer apartado, por un lado, se evalúa en qué medida el estatus económico
de los bancos (es decir, su posición económica en el dominio de actividad)
ofició de principio de integración de las posiciones dirigentes de las
asociaciones empresarias del sector. Por otro, se hace foco en los sujetos
(los banqueros) que integraron las máximas posiciones corporativas, para
examinar el nivel de estabilidad de dichos sujetos en esas posiciones y la
relación con las entidades bancarias representadas. En el cuarto apartado, se
estudia el perfil social de los elencos dirigentes.
A partir del análisis de la historia argentina reciente, la intención de este
estudio es contribuir al conocimiento de las elites financieras en el
capitalismo contemporáneo. Y, con una mirada más amplia, poner en
tensión la figura de “eternos ganadores” o “poderosos entronizados” que
trasunta en el sentido común. De este modo, se problematiza la relación que
suele presuponerse entre la concentración de medios de poder en
determinadas posiciones y la reproducción de los “poderosos” y de las
organizaciones en las cuales se inscriben. De lo contrario, se corre el riesgo
de trasponer a la concentración de resortes de poder en determinadas
posiciones, la reproducción (absoluta) de la minoría que ocupa dichas
posiciones. Examinar en clave morfológica la relación entre concentración
de medios de poder y reproducción de las elites, a la luz de casos concretos,
permite dar cuenta de que ambos procesos, aunque vinculados, no guardan
una relación necesaria ni unívoca.

1. La reorganización de los mercados bancarios y sus jerarquías

1.1. La reorganización de los mercados bancarios


El desarrollo de la banca en la Argentina de la década de 1990 se inscribió
en un “régimen de interacción” específico entre el centro y la periferia de la
economía mundial que siguió a los “experimentos de liberalización del
Cono Sur” (Frenkel, 2003) de la década de 1970 y la crisis de la deuda de
la década de 1980, y significó la reincorporación de un amplio conjunto de
naciones periféricas, entre ellas la Argentina, a los circuitos financieros
internacionales en calidad de “mercados o economías emergentes” (Sgard,
2004:12). A comienzos del decenio, a nivel de la economía política,
resultaron clave la instrumentación del régimen monetario-cambiario de
convertibilidad y una serie de reformas estructurales pro-mercado (Nemiña
y Schorr, en este volumen).
En consonancia con las tendencias internacionales y retomando los ejes
de la experiencia de apertura de la década de 1970, [7] las políticas de
liberalización y desregulación financiera suprimieron los mecanismos
tradicionales de control estatal sobre la asignación y rentabilidad de los
activos financieros, y el ingreso y egreso de agentes al sistema,
característicos de los mercados financieros domésticos de la posguerra,
organizados a partir de las coordenadas del Estado-nación. En ese marco, a
partir de 1989 se desmantelaron los dispositivos normativos ligados a
subsidiar y direccionar el crédito y en 1992, se reformó la Carta Orgánica
del Banco Central de la República Argentina (BCRA) (Ley 24.144): se lo
instituyó como una entidad autárquica del Estado (independiente del Poder
Ejecutivo Nacional) y se le impuso una serie de restricciones para intervenir
en materia monetaria, dejándolo virtualmente huérfano de instrumentos de
regulación del volumen y destino prioritario del financiamiento dentro de la
economía (García, 1993). Esta redistribución de potestades sobre los flujos
financieros de capital entre el Estado y los agentes financieros confirió a los
miembros del negocio bancario un mayor margen de control y poder de
decisión sobre la oferta y el destino del crédito. Todo eso en un contexto
financiero auspicioso: credibilidad en la moneda, estabilización de los
precios y afluencia de capitales externos. Las expresiones más salientes en
este escenario fueron un extenso proceso de bancarización, un importante
crecimiento de los depósitos y una rápida expansión del crédito a los
agentes privados (Bleger, 2000; Calcagno, 1997; Cobe, 2014).
Además de esta ampliada potestad de las entidades bancarias sobre el
crédito bancario, que, como se verá, tendió a concentrarse en las máximas
posiciones del negocio, los bancos extendieron y diversificaron su base de
medios de poder económico, expandiendo su operatoria desde los mercados
de crédito bancario tradicionales hacia los segmentos ligados a los
mercados de capitales y los instrumentos financieros novedosos (siendo los
más relevantes los de fondos previsionales y seguros vinculados con el
mercado de trabajo). A comienzos de la década de 1990, la afluencia de
capitales financieros internacionales, sumada a la inclusión de nuevas
actividades y productos bajo la órbita de las finanzas, produjo una inédita
expansión del mercado de capitales doméstico. Los accionistas que
controlaban la banca local participaron de esta expansión, ocupando una
multiplicidad de posiciones de modo simultáneo y predominante en los
mercados de títulos, valores, seguros y administración de fondos
previsionales, lo que dio lugar a una marcada conglomeración de los
servicios financieros (Bleger, 2000; Golla, 2006).
El auspicioso contexto financiero para las economías “emergentes” como
la Argentina se revirtió hacia fines de 1994. La salida repentina de capitales
de la plaza doméstica que siguió a la devaluación de la moneda mexicana
de diciembre de dicho año, hizo mella sobre el entramado de deudas
constituido a partir de la moneda de la convertibilidad y comprometió al
sistema financiero. Durante el primer trimestre de 1995, los bancos
perdieron el equivalente al 14,6% de los depósitos existentes en el sistema a
diciembre de 1994. [8]
El gobierno procuró entonces estabilizar y fortalecer el sistema bancario
frente a nuevos shocks externos a partir de una reestructuración que tuvo
como ejes explícitos y resultados tajantes la concentración, [9]
extranjerización y privatización del sector. Ya a principios de 1994 se
habían eliminado los requerimientos y condicionamientos específicos para
el ingreso de nuevos bancos extranjeros al sistema local y para la venta de
bancos locales a capitales extranjeros. [10] Por otro lado, se constituyó el
Fondo Fiduciario de Desarrollo Provincial, orientado a facilitar la
privatización de los bancos provinciales. Eso resultó en una menor
presencia estatal en la actividad en calidad de agente como así también un
cambio en el rol del intercambio: el abandono de la banca como
herramienta de fomento-desarrollo. También se creó el Fondo Fiduciario de
Capitalización Bancaria, destinado a asistir en los procesos de
consolidación bancaria, que brindó financiamiento a agentes locales e
internacionales (Bleger, 2000: 32). Finalmente, se modificó el esquema
regulatorio del sector y se impusieron mayores niveles de capitalización y
otras reglas prudenciales a las entidades (Wierzba y Golla, 2005),
reduciendo el segmento de agentes en condiciones de cumplir con los
nuevos criterios de acceso a las posiciones de mercado. Así, se favoreció la
concentración y la expansión y el ascenso de agentes ligados al capital de
origen extranjero, en mejores condiciones de responder a las nuevas
exigencias. Excepto en el caso de los bancos extranjeros, la merma en la
cantidad de entidades se produjo en todos los grupos: los públicos, los
privados nacionales organizados como sociedades anónimas, y en especial,
los privados cooperativos (cuadro 1).

Los esfuerzos oficiales por atraer al capital extranjero coincidieron con


las estrategias de expansión de viejos y nuevos bancos internacionales. Por
un lado, los principales agentes extranjeros en el sector doméstico –
Citibank NA y Bank Boston NA– lograron expandirse como resultado de la
redistribución de depósitos que se produjo durante la corrida como así
también a su participación en el proceso de adquisición de entidades en
licitación (Calcagno, 1997: 82). Por otro lado, la Argentina fue una de las
plazas preferidas dentro de la región por los bancos extranjeros, en especial
de origen español, que buscaban transformarse en entidades globales (con
presencia internacional) y universales (operando en los diversos segmentos
del negocio financiero). Se produjo entonces un significativo ingreso de
inversión extranjera directa (IED), con el objeto de adquirir bancos locales
y sus prolongaciones financieras no bancarias, en especial la administración
de fondos previsionales (Chudnovsky y López, 2001; Moguillansky et al.,
2004).
El año 2001 constituye un cierre en este proceso de extranjerización. Una
corrida bancaria-cambiaria iniciada en el mes de marzo de dicho año dio
por tierra con la moneda de la convertibilidad, desgarró las relaciones
financieras tejidas en torno a la misma y comprometió al conjunto del
sistema bancario. [11] La crisis, la reestructuración de las obligaciones
financieras locales e internacionales y la nueva configuración
macroeconómica, entre otros factores, propiciarían una nueva
recomposición del sector bancario. Dentro del grupo de los bancos
extranjeros, tendieron a permanecer aquellos capitales que controlaban
bancos de gran porte y a retirarse los de pequeño y mediano (Cobe, 2014).
De hecho, la crisis argentina de 2001 ofició como punto de inflexión en el
proceso de penetración y expansión de los bancos internacionales en el país
y en América Latina (Moguillansky et al., 2004: 33).
Las transformaciones reseñadas dan cuenta de un proceso de
recomposición de las jerarquías materiales dentro del negocio bancario
marcado por el avance estructural de agentes privados y extranjeros, y el
desarrollo de un esquema de reglas y cálculos asociados con la actividad
que favoreció dicha ascendencia. Eso obliga a precisar la composición de
las primeras posiciones dentro de esta categoría de entidades, es decir, de
aquello que aquí se denominará la cúpula del negocio bancario privado.

1.2. La recomposición de la cúpula del negocio bancario


privado [12]
El avance estructural registrado por la banca privada durante la década de
1990 (entre 1991-2000 pasaron de captar el 54% al 66,4% de los depósitos
del sistema financiero) no fue ajeno al crecimiento que experimentaron los
principales bancos de esta categoría. [13] En efecto, en tanto que a
diciembre de 1991, los primeros diez bancos privados explicaban el 27% de
los depósitos en el sistema financiero; dicho guarismo llegaría a 50% en
diciembre de 2000. En el caso de los primeros cinco bancos, para el mismo
período, la marca trepó de 16,8% a 37,8%. [14] A contramano, la caída del
régimen de convertibilidad comportaría un importante retroceso estructural
para la banca privada: a diciembre de 2003 captaba el 51,5% de los
depósitos en el sistema. Por su parte, los primeros quince bancos del
segmento privado del sistema, vieron reducir su participación al 28,8% y
40% respectivamente.
A su vez, la cúpula de la banca privada atravesó recomposiciones
importantes en lo atinente al origen de los capitales que controlaban las
entidades que la integraban. [15] El período previo (1976-1990) se había
caracterizado por una mayor presencia de entidades nacionales que
extranjeras entre los primeros cinco y diez bancos en el universo de los
privados (Cobe, 2014). Hacia principios de la década de 1990, el
predominio nacional fue menguando hasta invertirse totalmente después de
la crisis de 1995, en particular hacia 1997 cuando las principales entidades
nacionales fueron adquiridas por bancos internacionales. A diciembre de
2000, eran extranjeras cuatro de las primeras cinco entidades privadas y
nueve de las primeras diez. [16]
En el período 1989-2003 (si se consideran las coyunturas críticas que
enmarcaron al régimen de convertibilidad), cuando se toma como unidad de
observación a los bancos, sin atender a priori a los cambios en la
composición accionaria que implicaron pases a manos de capitales
extranjeros, se contabiliza un total de ocho entidades circulando en el
segmento conformado por los primeros cinco puestos del ranking de la
banca privada. Si solo se repara en el período de vigencia de la
convertibilidad (1991-2001) el total es de siete entidades. Dentro del grupo
de ocho bancos que aparecen entre 1989-2003, dos de ellos merecen la
caracterización de integrantes coyunturales de la cúpula: la Banca
Nazionale del Lavoro SA en 1990 y 1991 y el HSBC Bank Argentina SA
(ex Banco Roberts SA) en 2002 a partir de una caída coyuntural del Banco
de Galicia y Buenos Aires SA al sexto puesto del ranking en ocasión de la
crisis. También está el caso del Banco de Crédito Argentino SA dentro del
grupo de los primeros cinco bancos de manera sistemática desde 1987 hasta
1993, que luego sería adquirido por el Banco español Bilbao Vizcaya para
ser fusionado con el Banco Francés SA. El resto de los bancos (Banco de
Galicia y Buenos Aires SA, Bank Boston NA, Banco Río de la Plata SA,
Citibank NA y BBVA Banco Francés SA) se mantuvieron entre los
primeros cinco, un promedio de 13,4 años cada uno dentro de un período de
15 años; en tanto que el promedio de permanencia para el mismo período
tomando en cuenta a los ocho bancos es de 9,4 años.
Este patrón de permanencia dentro de la cúpula contrasta con períodos
anteriores. El análisis de los rankings correspondientes al período 1976-
1982 (desde los albores de la reforma financiera de 1977 al cierre de las
fuentes internacionales de financiamiento privado para la plaza local y el
estallido de la crisis de la deuda) como también el período 1983-1988
(marcado por dichos procesos), revela a las claras mayor inestabilidad y
fluidez en la integración de la cúpula de la banca privada. El promedio de
permanencia de los bancos entre las primeras cinco posiciones es 5,4 años
(sobre un período de 13 años). A diferencia de la década de 1990, los
ocupantes coyunturales fueron, durante este período, la regla.
Volviendo a la década mencionada y a los bancos entronizados en la
cúpula, cabe apuntar que la presencia de estas unidades en estas primeras
posiciones puede rastrearse en cuatro de los casos, por lo menos desde 1981
(y en tres de ellos de manera ininterrumpida). En ese sentido, la
extranjerización de la cúpula del sector bancario privado, paralela a la
ampliación de su importancia estructural, se dio mediante la adquisición de
entidades que habían ocupado históricamente posiciones dominantes dentro
de la banca privada local (Banco Río de la Plata SA, Banco de Crédito
Argentino SA y Banco Francés SA). En concreto, se verifica una
reproducción de las unidades de negocio, a la vez que una recomposición de
su estructura accionaria acompañada, como se verá más adelante, por una
recomposición de las dirigencias.
Las crisis del período, si bien propiciaron caídas de entidades y amplias
transformaciones dentro del sector bancario, comportaron a lo sumo egresos
coyunturales de la cúpula. [17] Esta relativa inmunidad de los primeros
bancos frente a los avatares de las crisis, en lo que a mantenerse en las
primeras posiciones se refiere, supone una ruptura con el período anterior.
Al ampliar el universo de observación e incluir a los primeros diez
bancos privados, la evidencia sugiere que las coyunturas críticas del período
1989-2003, propiciaron mayores relevos dentro de las posiciones en el
rango de seis a diez, que entre las primeras cinco, dando cuenta de una
mayor sensibilidad de las posiciones contiguas a las primeras cinco a los
efectos derivados de las crisis. [18] Los bancos de capital extranjero no
resultaron inmunes a estos avatares, puesto que la mayor cantidad de
relevos implicó la salida del ranking de esta categoría de entidades, ya sea
porque vieron reducida su participación en el mercado o porque
abandonaron la plaza doméstica.
Si bien a partir de la instauración de la convertibilidad se evidencia un
alto grado de estabilidad de los ocupantes tanto en las primeras cinco como
en las primeras diez posiciones, a partir de la crisis de 1995, resulta posible
distinguir dos niveles de permanencia diferenciados entre el primer y
segundo intervalo de posiciones. En el primer intervalo (posiciones uno a
cinco) se consolidó la estabilidad de los ocupantes y en el segundo de ellos
(seis a diez), si bien no es plausible hablar de un patrón de inestabilidad,
fueron más recurrentes los relevos. [19] Por último, mientras la crisis de la
convertibilidad no alteró, la composición extranjera de la cúpula, en el caso
del segundo grupo, este componente de integración se diluyó y fue
reemplazado por el capital de origen nacional.

2. La reorganización de la representación de la banca privada

2.1. Reconstitución y concentración de la representación oficial


A comienzos de la década de 1990, las categorías dirigentes de la banca
privada tenían como órganos de representación oficial: la Asociación de
Bancos de la República Argentina (ABRA) y la Asociación de Bancos
Argentinos (ADEBA) que representaban, respectivamente a la banca
extranjera y a la nacional. [20] Ahora bien, miradas “desde abajo” (Offe,
1981) [21] ¿cuál era y cómo evolucionó la composición de sus bases
sociales y los medios de poder económico que las mismas concentraban?
Específicamente, ¿en qué medida los aspectos materiales (vinculados al
dominio de actividad organizado) operaron como parámetros de
agrupación-división entre los bancos en el terreno político-corporativo?
(Schmitter y Streeck, 1999) ¿Cuál era la significación relativa de las
entidades gremiales en el sector bancario local? (Itzcovitz y Schvarzer,
1986). [22]
Para empezar, hacia fines de 1990, entre ABRA y ADEBA sumaban en
cantidad de socios 55 de los 134 bancos privados existentes entonces en el
sistema doméstico, incluyendo entre sus asociados a las entidades que
integraban la cúpula del negocio bancario privado (tal como se la
identificara en el apartado anterior). Estos 55 bancos explicaban el 71,4%
de los depósitos captados por esta categoría de bancos y el 37,9% de este
tipo de colocaciones en el total del sistema bancario. A la misma fecha, de
los 103 bancos privados nacionales, 23 se congregaban en ADEBA. En
conjunto, estos últimos explicaban entonces el 20,7% del total de los
depósitos bancarios, el 39,1% de los colocados en el sistema privado y el
57,8% de los captados por los bancos privados nacionales. En ABRA, a
igual período, confluían los 31 bancos extranjeros presentes en el sistema
local y 3 bancos privados nacionales (de pequeño y mediano porte), que a
nivel agregado captaban el 19% de los depósitos bancarios y el 35,9% de
los depósitos en el segmento privado.
De la observación surge que a comienzos de la década, la representación
corporativa de la principal banca privada se encontraba de facto segmentada
en dos dominios cuasi mutuamente excluyentes. El origen del capital que
controlaba la entidad (nacional o extranjero) oficiaba de principal parámetro
de diferenciación y regulaba la competencia por la agregación de intereses
(por asociados) entre las corporaciones (Schmitter y Streeck, 1999: 73-74).
Por su parte, los niveles de participación global de los respectivos socios en
el mercado de depósitos dan cuenta de un relativo empate entre las
asociaciones en lo atinente a su significación en el sector bancario.
Entre 1990 y 1994, en el plano corporativo se produjeron movimientos
significativos. En primer lugar, la cantidad de bancos asociados a ADEBA
creció de 23 a 37 y la participación agregada de los mismos en el mercado
de depósitos bancarios ascendió de 20,7% a 33,3% en el total del sistema,
de 39,1% a 55% en el sector privado y de 57,8% a 66,6% si solo se
considera el segmento privado nacional. La ampliación de la base social de
ADEBA se cifró no solo en un avance estructural de la banca privada en el
mercado doméstico y de los principales bancos nucleados en la asociación,
sino sobre todo en una estrategia de expansión cuantitativa y cualitativa de
la organización gremial en la representación de la banca privada: nacional
(a partir de la incorporación de nuevos participantes pertenecientes a esta
categoría de bancos) y extranjera. En efecto, en marzo de 1994, el Citibank
NA –el principal banco extranjero en el sistema local y tercero en el
ranking de bancos privados– decidió emigrar de ABRA hacia ADEBA.
Este pase significó un golpe sobre la capacidad de representación de la
primera al perder a su socio más importante. Los desplazamientos en el
terreno corporativo implicaron una trasgresión del criterio de agrupación
oficial de los bancos por origen del capital, un quiebre del monopolio de la
representación de la banca extranjera detentado históricamente por ABRA y
una virtual ruptura del empate entre las asociaciones en términos de su
importancia relativa dentro del sistema bancario local (a favor de ADEBA y
en detrimento de ABRA).
La crisis bancaria de 1995 propició una profundización de la
reestructuración de la representación del sector. La extranjerización de los
principales bancos privados nacionales (asociados a ADEBA) desdibujó las
filiaciones y divisiones corporativas entre los participantes del negocio
bancario privado en función del origen del capital. De modo paradójico, el
avance de la banca extranjera en el mercado local y el declive de la privada
nacional, se dio a la par de un ascenso (por lo menos, a nivel de la
composición de sus bases sociales y la significación económica relativa que
las mismas concentraban) de ADEBA, el portavoz oficial de la segunda
categoría de bancos. Eso se debió a que ADEBA logró mantener en sus
filas a los bancos nacionales adquiridos por capitales extranjeros, cuyo
ascenso en el mercado doméstico implicó acrecentar la relevancia de la
asociación como portavoz oficial de los intereses de la banca, ya no solo
nacional sino también extranjera.
También se observa una correlación entre: a) la reestructuración y
concentración del negocio bancario (a partir del avance de agentes privados
y extranjeros) y b) la recomposición y concentración de la representación de
los intereses de este sector. Hacia fines de 1998, entre ADEBA y ABRA,
nucleaban a 57 de los 87 bancos privados en el sistema (en 1994,
congregaban a 66 de un total de 135) que en conjunto explicaban el 88,4%
de los depósitos captados por el segmento bancario privado (en 1994, este
guarismo se ubicaba en 75,8%). En ese marco se emprendieron
negociaciones para lograr la fusión de ABRA y ADEBA, que se concretó
en 1999 con la creación de la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA).
En ABA confluyeron entonces –en calidad de socios activos– 53 de los 76
bancos privados existentes en el sistema, cuya participación en el mercado
de depósitos ascendía entonces a: 91,9% y 61,4% en el segmento privado y
en el total del sistema bancario, respectivamente. Ello acentuó los
concomitantes procesos de recomposición y concentración de la
representación de la banca privada. [23]

2.2. El problema de la gestión de la diversidad


La reconstrucción del derrotero de las corporaciones bancarias en la
aproximación “desde abajo” (Offe, 1981), ha puesto en evidencia un
importante avance de ADEBA en la representación de la banca privada
local durante la década de 1990. De haber surgido como órgano de
representación de un sector específico y relativamente homogéneo de la
banca privada controlada por capitales de origen nacional (las principales
entidades con asiento en la Capital Federal) se fue transformando en un
ensamble más extenso y al mismo tiempo más heterogéneo. Esto es, en una
primera etapa, representó a un amplio y diverso segmento de la banca
privada nacional, y en una segunda etapa, a la banca privada en general, al
congregar en su seno a entidades internacionales. Esto último creó las
condiciones de posibilidad para la fusión de los principales portavoces
oficiales del sector.
Sin embargo, al aproximarse a las corporaciones “desde adentro” (Offe,
1981) y observar los arreglos organizacionales internos, se evidencia que
este proceso de expansión lejos estuvo de haber sido lineal. Por el contario,
se transitó un sendero sinuoso, a lo largo del cual los banqueros disputaron
y negociaron entre sí la organización y construcción de su representación.
En dicho proceso, se identifican dos momentos clave: la crisis bancaria de
1995 y las negociaciones para fusionar ADEBA y ABRA. En ambas
situaciones estuvo en juego, de modo manifiesto, el problema de la “gestión
de la diversidad” de bancos (Schmitter y Streeck, 1999: 15).
La crisis de 1995 impactó de modo asimétrico sobre los agentes de
“mayor y menor estatus” (Fligstein, 1996: 663) que confluían en ADEBA.
La cúpula de la asociación, controlada por los participantes de mayor
estatus económico dentro de la banca privada, convalidó la reestructuración
e internacionalización del sistema bancario. Este posicionamiento oficial
significó ir en detrimento de los intereses de los socios (de menor estatus)
comprometidos por la crisis. Argumentando que iba en pos de consolidar el
conjunto del sistema, desde ADEBA se exhortó al gobierno a respetar la
“depuración” del mercado que forzaba la coyuntura:

Quienes estén quebrados tendrán que entregar sus acciones y ser


sustituidos por instituciones con solvencia para respaldar la devolución
de los depósitos y continuar con responsabilidad e idoneidad las
funciones propias de la banca.” Y se agregaba: “Intentar fusionar 5 o 6
bancos quebrados y darles fondos para constituir un banco grande,
también quebrado, significará malgastar los fondos públicos
(Comunicado de ADEBA en La Nación, 01/04/1995).

Como sostiene Beltrán (2011: 245), las dificultades verificadas durante el


período para coordinar y expresar los intereses de un sector de actividad
con niveles de heterogeneidad y asimetrías cada vez mayores, no fueron
privativas de ADEBA. Si bien con variable intensidad, complejidades
similares experimentaron la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Sociedad
Rural Argentina (SRA), vinculadas con los efectos asimétricos de las
reformas sobre sus sectores de influencia. Pero, como precisa el mismo
autor, a diferencia de las tensiones y conflictos que tuvieron lugar en las
principales entidades ligadas al sector industrial (Dossi, en este volumen) y
agropecuario (Heredia, 2003), que se cristalizaron en divisiones internas y
tomaron estado público, en ADEBA las voces disidentes no tuvieron
repercusión sobre la arena pública ni constituyeron una línea interna
contestataria.
La crisis de 1995 fue una ocasión en la que se rearmó la “arquitectura del
mercado” bancario (Fligstein, 1996) y la competencia adoptó un ritmo
vertiginoso: los principales bancos privados encontraron una oportunidad
para ampliar sus posiciones en el mercado, en el marco del desarrollo de
reglas y cálculos asociados con la actividad bancaria que favorecieron su
ascendencia. En el ámbito de la representación, el problema de la gestión de
la diversidad se resolvió a partir de estrategias y arreglos interno-
organizacionales que les permitieron a las entidades más grandes
monopolizar los canales organizacionales de comunicación y acción
política, acallando las voces de los banqueros comprometidos por la crisis,
cuyas entidades terminaron desapareciendo o fusionándose con otras.
Las transformaciones que sobrevinieron a la crisis de 1995 y los cambios
en la modalidad de regulación del mercado bancario, demarcaron un nuevo
escenario y desafíos a nivel político-corporativo. Tomó fuerza la siguiente
idea: todos los bancos funcionaban a partir de entonces con las mismas
reglas de juego; la desregulación del mercado los había puesto en “pie de
igualdad” y “coincidencia de intereses”. Por ende, las divisiones en el
terreno corporativo se habían tornado anacrónicas y la fusión de las
entidades gremiales “se imponía sola”. La unión fortalecería el poder
político del sector. El dominio de la representación debía entonces asimilar
los cambios en el dominio del negocio bancario. [24] Por su parte, vale
recordar que ante la extranjerización de los principales bancos privados
nacionales, todos ellos asociados a ADEBA, el criterio de agrupación de la
banca privada por origen de capital había perdido de facto asidero. Además,
algunos de los bancos internacionales quedaron, de manera circunstancial,
asociados tanto a ADEBA como a ABRA, debiendo realizar aportes
económicos en ambas estructuras organizativas, que consideraban onerosos
y difíciles de justificar ante sus casas matrices.
Cabe agregar que, si bien los principales bancos extranjeros en la plaza
doméstica contaron con aliados cruciales en el terreno político, a saber: los
gobiernos de los países de origen de las empresas con intereses en la plaza
local y los organismos internacionales vinculados a la estabilidad de la
paridad monetaria así como a la permanencia o afluencia de capitales, ellos
apostaron al terreno corporativo como canal para tomar la palabra y
viabilizar sus demandas. Un fenómeno que no fue privativo de la Argentina;
a nivel regional, los grupos financieros estadounidenses y europeos
implementaron una política activa de participación en las asociaciones
empresariales del sector (Minella, 2007).
Hacia 1997, bajo este paraguas de incentivos para la constitución de un
único portavoz oficial, se entablaron negociaciones con vistas a fusionar
ABRA y ADEBA. Sin embargo, se presentaron escollos que en más de una
oportunidad, llevaron el proceso de negociación a punto muerto y pusieron
en duda la posibilidad de congregar en un mismo espacio institucional a los
banqueros. La distribución de los máximos cargos directivos de la futura
asociación constituyó el principal eje de las disputas entre los banqueros de
ABRA y ADEBA. [25] Tras marchas y contramarchas, como se adelantó, la
fusión de ABRA y ADEBA se concretó en 1999 con la creación de ABA,
capitaneada por Eduardo Escasany, presidente del Banco de Galicia y
Buenos Aires SA, el principal banco privado local (y el único de los
grandes privados nacionales que no había sido adquirido por capitales
extranjeros).
La crisis bancaria de 2001-2002 pondría a prueba esta forma de
organización de la representación. Aunque las finanzas suelen asociarse con
el proyecto de reemplazar la convertibilidad por la dolarización de la
economía argentina (Castellani y Szkolnik, 2004), los banqueros de ABA
no lograron consensuar una estrategia política (Cobe, 2009). Los
compromisos que emparentaban a los bancos se desestabilizaron a la par
que se hundía el modelo que había logrado congregarlos. La competencia
interbancaria se exacerbó, y transformó los rumores y las amenazas en los
recursos predominantes para poner en jaque a los competidores. [26] Uno de
los corolarios de este proceso fue el quiebre del cuasi monopolio de ABA,
como instancia de agregación de intereses de la banca privada y la
reinstauración de la segmentación nacional-extranjera en términos
organizacionales, cuando un grupo de bancos privados de capital de origen
nacional, migró de ABA en 2002 e hizo resurgir ADEBA en 2003. De
nuevo, frente a una coyuntura crítica que puso en juego la supervivencia de
los jugadores del negocio bancario, mirando la organización “desde
adentro” (Offe, 1981) los arreglos constituidos para la gestión y dirección
de la diversidad entraron en crisis y reajustes.

3. Jerarquías político-corporativas y circulación de sujetos [27]

3.1. Correspondencias entre estatus económico y estatus político-


corporativo [28]
En el análisis de las formas histórico-concretas en que las categorías
dirigentes de la banca privada procesaron y resolvieron el problema de la
gestión de la diversidad en las coyunturas examinadas, aparecieron dos
cuestiones clave: la importancia que los banqueros acordaron a la
composición y distribución de los puestos de directivos en los órganos de
representación, y el control ejercido por los principales miembros del
negocio sobre los resortes organizacionales de comunicación y acción
política.
Si se entienden los mercados como espacios compuestos por
participantes jerárquicamente diferenciados, estas cuestiones abren, entre
otros, los siguientes interrogantes: ¿en qué medida el estatus económico de
las entidades bancarias ofició de principio de integración de las posiciones
que conformaron la cúpula político-corporativa? Formulado en términos de
Fligstein (1996), ¿en qué medida se estableció una correspondencia entre
las jerarquías de estatus económico y de estatus político-corporativo?
Para responder estos interrogantes, se cruzan las siguientes variables: las
posiciones detentadas en el mercado por cada uno de los bancos privados (a
diciembre de cada año) –estatus económico– con las posiciones ocupadas
en los consejos de las asociaciones (en el siguiente año) –estatus político-
corporativo–. [29]
En primer lugar, partiendo del dominio mercantil: ¿en qué medida
aquellos bancos que ocuparon posiciones dominantes en el mercado
bancario –las de mayor estatus– detentaron posiciones análogas a nivel
corporativo? [30] Al repasar el período 1991-2001, surge que en el 81,8% de
los casos, los bancos que ocuparon las primeras cinco posiciones del
ranking, integraron los consejos directivos de las corporaciones, detentando
las máximas posiciones. Eso marca una continuidad con el período 1976-
1990, que arroja un porcentaje casi idéntico: 82,7%. Las ausencias de esta
clase de agentes de los consejos se advierten en ocho de los once años que
componen el período de la convertibilidad (1991, 1993a, 1999); no superan
los dos bancos por año y todos los casos corresponden a entidades
extranjeras (cuatro entidades distintas) que, vale aclarar, en otros períodos
habían ocupado u ocuparían cargos de primera línea en las corporaciones.
Es decir que no es posible hallar casos de entidades privadas con
posiciones dominantes en el sector, que no hayan detentado en algún
momento posiciones análogas en el terreno corporativo. Eso denota una alta
presencia de los principales bancos en las posiciones más encumbradas del
dominio de la representación gremial. Dicha presencia se consolidó durante
el período 2000-2003: no se registran ausencias de los primeros cinco
bancos en los consejos. La conformación de ABA en 1999, en un contexto
de fuerte predominio extranjero, se dio de la mano de una alta participación
de este tipo de bancos, que se ocuparon con directivos propios las máximas
posiciones. En ese sentido, la concentración de medios de poder económico
en estas posiciones estuvo acompañada de una colonización de la cúpula
político-corporativa por parte de los principales agentes del negocio.
En segundo lugar, partiendo del dominio de la representación
corporativa: ¿en qué medida aquellos que integraron las máximas
posiciones de las corporaciones lo hicieron en representación de bancos que
ocupaban las máximas posiciones del mercado? [31] En el período 1991-
2001 se observa que el 64,2% de las máximas posiciones de las
asociaciones fueron integradas por banqueros en representación de
entidades que estaban entre las primeras diez del ranking de depósitos, un
porcentaje levemente superior al registrado entre 1977-1990, 59,2%. Los
guarismos entre las asociaciones, no obstante, fueron dispares: en ABRA
fue del 37,5%, mientras que en ADEBA y ABA, fue del 79,6% y 80%,
respectivamente. Cuando se examina la composición año a año, se observa
un sendero errático en el caso de ABRA y más consistente –aunque
mudable– en ADEBA.
Al comparar la composición de los consejos de ABRA y ADEBA desde
1991 hasta 1996 (es decir, previo a la extranjerización de las principales
entidades nucleadas en ADEBA), en términos de participación en el
mercado de depósitos de los primeros cinco bancos en cada uno de los
sectores referencia (es decir, extranjeros y nacionales, respectivamente), se
advierte que: en ABRA, el 40% de las máximas posiciones del consejo
fueron integradas por bancos extranjeros que se encontraban entre los
primeros cinco del sector, mientras que en ADEBA, el 65,9% de dichas
posiciones corporativas fueron ocupadas por los primeros cincos bancos
privados nacionales. Eso da cuenta de un principio dispar de integración de
las máximas posiciones en los consejos en lo que a posicionamiento en el
mercado refiere, siendo de mayor gravitación este principio entre los
nacionales. [32]
Resulta a priori paradójica la relación que se dio al respecto, a partir de
la conformación de ABA, con un fuerte predominio de los bancos
extranjeros en su seno. En el período 1999-2001, las primeras cinco
posiciones del consejo fueron integradas en un 73,3% por bancos que
ocupaban las primeras cinco posiciones en el mercado. Y en el 2002-2003,
el 100%. En otros términos, la concentración y la extranjerización del sector
parecieron propiciar un cambio en el patrón de integración de la cúpula
político-corporativa entre los extranjeros, entablándose una mayor
correlación entre las posiciones en el mercado y las posiciones político-
corporativas; correlación de jerarquías que se profundizó con la crisis y
salida de la convertibilidad. ABA, que se constituyó hacia 2003 como
portavoz de la banca extranjera local de forma exclusiva, pasó a integrar las
primeras posiciones del consejo, excepto la presidencia, con los primeros
cinco bancos extranjeros (que a su vez lideraban el ranking de bancos
privados). [33] Como hecho novedoso, la presidencia de la corporación no
fue ocupada por un banquero, sino por un economista.
En ese marco, la refundación de ADEBA de 2003 se realizó a partir de
una integración de las máximas posiciones con una lógica distinta. De las
seis primeras posiciones del consejo, solo dos de ellas fueron ocupadas por
directivos de entidades que a diciembre de 2002 se encontraban entre los
primeros cinco bancos privados nacionales (que a su vez se hallaban entre
las primeras diez entidades privadas); ninguna de ellas integraba la cúpula
de la banca privada en el mercado. La presidencia sería ocupada por el
directivo de una entidad ubicada, en diciembre de 2002, en el noveno
puesto del ranking de bancos privados y en el tercer puesto del de bancos
privados nacionales. [34] De este modo, al comparar ABA y ADEBA, hacia
la salida de la crisis de la convertibilidad, es posible hallar que el estatus
económico de los bancos en cada uno de sus sectores de referencia, tuvo
distinto peso a la hora de operar de principio de acceso a las máximas
posiciones político-corporativas.
A partir de la evidencia disponible, se pueden captar singularidades en la
constitución y organización de las categorías dirigentes de la banca privada
durante la convertibilidad. Es posible entrever que con el quiebre de ABA y
la concomitante refundación de ADEBA, las entidades se reorganizaron no
solo según el origen del capital accionario (nacional o extranjero). También,
en parte, se diferenciaron y reagruparon a nivel corporativo, en función del
estatus económico, en términos de Fligstein (1996), entre actores “titulares”
(las entidades de mayor prestigio) y “contendientes” (de un estatus menor)
del negocio bancario. En ese sentido, vale plantear como hipótesis que el
quiebre de ABA en 2002 significó el cierre de una forma de construcción de
la representación empresaria bancaria oficial, marcada por una
concentración organizativa (que se cristalizó en la constitución de ABA) y
una correlación entre jerarquías de estatus económico y político-
corporativo. La refundación de ADEBA en 2003 puede entenderse en el
marco de esfuerzos encarados por un conjunto de entidades de menor
estatus [35] –devenidas “contendientes”– por desafiar las posiciones de los
dominantes –los “titulares”– (los principales bancos extranjeros, que
quedaron nucleados en ABA) comenzando por quebrar la jerarquía político-
corporativa imperante, es decir, como un intento por abandonar sus
posiciones subordinadas en el dominio de la representación, y reformular
las relaciones de interdependencia política entre los miembros del negocio
bancario. [36]
Ahora bien, no obstante los matices encontrados entre las asociaciones, el
nivel de correspondencia hallado entre jerarquías de estatus económico y de
estatus político-corporativo durante la convertibilidad, es un indicio de una
mudable pero fuerte articulación entre ambas formas de estatus dentro de la
banca. En otras palabras, de una importante ligazón construida entre
negocio y representación en la constitución de las categorías dirigentes de la
banca.
3.2. La fluidez en la composición de las dirigencias corporativas
¿Cómo intervinieron los banqueros en la articulación de estatus económico
y estatus político-corporativo de las entidades bancarias? A fin de empezar
a responder esta pregunta, que reenvía al vínculo sujetos-posiciones, se
indaga acerca del nivel de estabilidad de los banqueros en las posiciones de
la cúpula político-corporativa y su relación con las entidades bancarias
representadas.
En primer lugar, durante el período 1991-2001, 33 banqueros ocuparon
las máximas posiciones de las asociaciones bancarias. En promedio, el
tiempo de permanencia por individuo es 3,5, es decir, un poco más de 3
años. La media es levemente inferior a la registrada en la década anterior:
entre 1980-1990, se había ubicado en 3,6 años. Al evaluar el tipo de
distribución que encierran estos promedios, durante la década de la
convertibilidad, el grupo se muestra aún más heterogéneo en términos de
estabilidad que en la anterior.
Si se comparan banqueros de entidades nacionales y extranjeras, surge
que, para el período 1991-2001, en el caso de los primeros el promedio es
superior al general: 4,3 años. En el caso de los extranjeros, el promedio se
ubica en 2,6. Y el nivel de heterogeneidad de este último grupo es mayor al
exhibido por los nacionales. Cuando se repasa el período 1980-1990, los
promedios de permanencia de nacionales y extranjeros se presentan más
estrechos: 3,8 y 3,1 años, respectivamente (siendo el nivel de
heterogeneidad, a la inversa, más alto entre los nacionales). Es decir que, de
una década a la otra, los dirigentes de bancos nacionales exhiben un leve
aumento del promedio del nivel de permanencia en la cúpula corporativa y
un descenso del nivel de heterogeneidad entre ellos, plausibles de imputar a
una mayor estabilidad de las entidades que integran la cúpula en el dominio
mercantil y el político-corporativo. Por su parte, el promedio más bajo entre
los banqueros que representaban entidades internacionales puede atribuirse,
en principio, a una lógica de organización de este tipo de firmas que se
profundizó hacia la década de 1990, donde los ejecutivos rotaban con
mayor frecuencia y de manera regular.
Por otra parte, cuando se analizan los senderos de los banqueros dentro
de los consejos directivos de las corporaciones bancarias, en el período
1991-2001, en función del tipo de entidad que representaban (nacional o
extranjera) surge, a toda luz, que dentro de este universo de observación,
salvo en tres casos, [37] no hubo sujetos que ocuparan posiciones en
representación de entidades nacionales y posteriormente extranjeras, o
viceversa. Es decir que no se registran intersecciones entre nacionales y
extranjeros en las trayectorias corporativas de los banqueros. Al observar el
período 1977-2003, se mantiene esta relación excluyente o paralela de
circulación entre los máximos directivos de entidades nacionales y
extranjeras.
Por otro lado, ¿en qué medida la trayectoria de una persona dentro de las
categorías dirigentes de la banca, estuvo ligada –encadenada– al banco que
representaba y por el cual ingresaba? ¿Los banqueros sobrevivieron a los
bancos? En el período 1989-2003, fueron 46 los banqueros que integraron
las máximas posiciones de los consejos directivos de las corporaciones del
sector. Al mirar los bancos que representaron durante dicho lapso, surge
que, solo dos sujetos lo hicieron en nombre de más de una entidad (en
momentos distintos). En ambos casos, como delegados de bancos
extranjeros. [38] Cuando se extiende la observación hacia atrás en el tiempo,
al período 1977-1988, se presenta la misma regla y sin excepciones: los
banqueros que integraron las cúpulas de las asociaciones gremiales solo lo
hicieron, cada uno de ellos, en nombre de una única entidad bancaria.
Eso indica que la estabilidad de estos individuos dentro de las
asociaciones, en última instancia, estuvo supeditada a la estabilidad de la
entidad que representaban; no sobrevivieron, por lo menos a nivel
corporativo, a la salida de los bancos de los consejos directivos de las
corporaciones. En otras palabras, la permanencia de cada uno de los sujetos
que integraron las categorías dirigentes de la banca, recortadas aquí por
detentar algunas de las máximas posiciones corporativas, no trascendió el
vínculo con la firma por la cual ingresó. La conjugación y correspondencia
de estatus económico y estatus político-corporativo, por lo menos a nivel
local, no logró replicarse al ingresar a una nueva entidad bancaria.
¿En qué medida se produjo una renovación de los elencos dirigentes
durante el período? De las 33 personas que integraron las máximas
posiciones corporativas durante el período 1991-2001, catorce lo habían
hecho previamente (ocho en ADEBA y seis en ABRA). En otros términos,
un 42% de los banqueros había ocupado posiciones antes o en el transcurso
de las crisis hiperinflacionarias de 1989 y 1990. El 58% restante denota que
durante la vigencia del régimen de convertibilidad se produjo un
significativo recambio de los elencos dirigentes.
¿Cuáles son las situaciones que propiciaron los recambios de banqueros?
Con relación a los relevos de personas que tuvieron lugar dentro de los
consejos directivos de las entidades en el período 1989-2003, es decir,
incluyendo las crisis que enmarcaron el período de la convertibilidad, se
observa que, si bien se produjeron reemplazos todos los años (excepto en
1991 y 1995), los valores son más altos a partir de la crisis bancaria de
1995. Cuando se confrontan las nóminas de ABRA y ADEBA de 1995, con
las correspondientes a 1998 y de ABA de 1999, se observa que de las trece
personas que integraron las cúpulas de las asociaciones al momento de la
crisis de 1995, solo cuatro de ellas sobrevivieron en los consejos hacia 1998
y apenas dos en la dirigencia de la flamante ABA en 1999. [39] Al examinar
la crisis de la convertibilidad, cotejando la conformación de la cúpula de
ABA de 2002 y 2003 y de la refundada ADEBA de 2003, con la
correspondiente a ABA de 2000 y 2001, surge que de los diez nombres que
integraban los consejos antes del estallido de la crisis, en 2002 quedaban
cuatro de ellos y en 2003 solo dos. Eso indica que la crisis de la
convertibilidad trajo aparejada un importante relevo de individuos a nivel
corporativo. Vinculado a su vez con cambios: en las direcciones de los
bancos y en las entidades que pasaron a componer las cúpulas de las
corporaciones.
4. La reconfiguración del perfil social de las dirigencias
corporativas
El análisis de los niveles de estabilidad de los banqueros en las posiciones
corporativas durante la convertibilidad, ha puesto en evidencia una mayor
fluidez en la circulación de sujetos (banqueros) que de organizaciones
económicas (bancos) en los escalones superiores de la representación
oficial. Ahora bien ¿en qué medida esta renovación de personas implicó a la
vez una recomposición del perfil social de las categorías dirigentes de la
banca privada? En concreto ¿rotaron solo personas socialmente indistintas o
también los rasgos sociales que condensaban las individualidades en dichas
posiciones?
Para responder estos interrogantes, la mirada continúa puesta sobre los
banqueros que llegaron a ocupar las posiciones de la cúpula político-
corporativa. Empero, ahora se focaliza en una serie de aspectos ligados al
perfil socio-demográfico, las trayectorias previas a nivel educativo,
ocupacional y corporativo de estos sujetos, como así también en el tipo de
posición que cada uno de ellos ocupaba, en simultáneo, dentro del banco
que entonces representaron. [40] Eso, como punto de entrada para
reconstruir algunas de las propiedades sociales principales de estos elencos
dirigentes, identificando continuidades y mudanzas a lo largo del período
1991-2001.
En primer lugar, con relación a la posición de los dirigentes de las
corporaciones en los bancos que representaban, se evidencian importantes
cambios durante el período. [41] En el caso de ABRA, que nucleaba a la
banca extranjera, sus dirigentes fueron, de manera excluyente, los máximos
directivos locales, más conocidos como chief executive officers –CEO–, de
los bancos internacionales que representaban, designados desde las casas
matrices localizadas en los países de origen de estas entidades, cuya
estructura de propiedad, en general, estaba conformada por una
multiplicidad de accionistas.
ADEBA, en un principio presentó una composición en sentido inverso,
es decir, con una mayor presencia relativa de propietarios de bancos en las
filas dirigentes. Entre 1991 y 1995, los propietarios predominaron en
términos cuantitativos sobre los gerentes ocupando a razón de 5 de 7 o 6 de
8 (según el año) de las máximas posiciones corporativas. A su vez, los
gerentes presentes en los consejos de ADEBA, a diferencia de sus pares en
ABRA, eran altos ejecutivos que representaban bancos de capital de origen
nacional, cuyos accionistas controlantes eran familias locales. Dada la
estructura de propiedad de estos bancos, localización y tradición empresaria
de sus propietarios, entre otros factores, los gerentes mantenían con estos
últimos, vínculos más directos y personalizados. [42]
De este modo, principal ejecutivo local de banco internacional y
principal ejecutivo de banco nacional, no son categorías de gerentes o
administradores totalmente homologables, a la hora de evaluar el grado de
centralización (o descentralización) del poder de decisión dentro de una
entidad bancaria. La extranjerización de los grandes bancos producida a
partir de 1996 y la concomitante renovación de elencos dirigentes, explican
el avance progresivo de los gerentes en la integración, primero, de los
consejos de ADEBA y luego de modo más determinante, de ABA.
Con relación a la nacionalidad de los dirigentes, a pesar de las
limitaciones de la información disponible, pueden entreverse algunas
cuestiones al observar la variable país de nacimiento. En el período 1991-
1995, mientras en ADEBA se congregaron banqueros argentinos, en ABRA
convivieron nacionales y extranjeros. Los entonces principales bancos
internacionales en la plaza local –Citibank NA y Bank Boston NA–, ambos
de origen estadounidense, tuvieron como máximos ejecutivos a individuos,
en su mayoría, de nacionalidad argentina. Por su parte, la extranjerización
de los principales bancos privados locales del segundo lustro no implicó
una extranjerización total de sus máximos funcionarios. Eso explica en
parte la composición argentino-extranjera de los elencos de ABA en el
período 1999-2001. [43]
En sus trayectorias educativas, los elencos dirigentes de ADEBA
muestran una composición mayoritaria de sujetos con título de grado o
superior. [44] En el período 1991-1995, al menos siete de los diez banqueros
que integraron las máximas posiciones alcanzaban dicho nivel de
instrucción, concentrándose la mayoría de ellos en el universitario. [45] Este
tipo de composición se reafirmó entre 1996 y 1998 (por lo menos ocho de
los nueve dirigentes de ADEBA del período poseían credenciales
educativas de grado o posgrado) y se mantuvo con la conformación de
ABA. En 2001, los siete banqueros que ocupaban los máximos puestos de
la asociación tenían, por lo menos, título de grado (cuatro de grado y tres de
posgrado).
Con relación al área de formación o especialización académica de los
dirigentes bancarios, entre 1991 y 1998, se observa en ADEBA, entre los
banqueros con estudios superiores (a razón de la mitad de ellos), una
importante incidencia de carreras y especializaciones vinculadas con la
economía, seguida por el área del derecho (cuadro 5). [46]
Las trayectorias educativas de los elencos dirigentes de la banca privada,
también presentaron mudanzas significativas en su geografía. En el caso de
ABRA, a pesar de la escasez de los datos, para el período 1991-1995, se
observa que al menos cuatro de los once dirigentes que ocuparon los
principales puestos del consejo, cursaron sus estudios de grado o posgrado
en el extranjero (entre los años 1996 y 1998, dicha relación fue de al menos
tres de los siete dirigentes). En ADEBA, entre 1991 y 1995 se evidencia
que solo uno de los siete banqueros con título de grado o superior, cursó
estudios en el exterior, relación que tendió a mantenerse en el período 1996-
1998. [47] A partir de la creación de ABA en 1999, en la composición de sus
elencos dirigentes, parece ascender la participación relativa de los sujetos
con estudios superiores cursados en el extranjero. En 2001, de las siete
personas que ocuparon los máximos cargos, cinco habían cursado estudios
de grado o posgrado en el exterior. Esto último es mayormente atribuible a
la participación de banqueros extranjeros en el seno de la asociación.
La geografía de las trayectorias socio-ocupacionales de quienes llegaron
a posicionarse en los escalones superiores de la representación oficial,
también presentó modificaciones a lo largo de la década de 1990. Al
analizar la composición de los elencos dirigentes en función de si tenían
antecedentes ocupacionales en el exterior, para empezar, se evidencia una
clara diferencia entre ADEBA y ABRA, en el período 1991-1995. En el
caso de ADEBA, ninguno de sus dirigentes contaba con este tipo de
antecedentes, marcando una clara continuidad con el período 1983-1990.
Por su parte, en las filas de ABRA, al menos seis de sus once dirigentes
daban cuenta de un sendero ocupacional recorrido –aunque sea en parte– en
el extranjero, asociado a la nacionalidad de los mismos. En ese sentido,
entre 1999-2001, ABA tendría una composición similar a la de ABRA: por
lo menos cinco de los nueve banqueros que ocuparon los máximos cargos,
contaban con antecedentes ocupacionales en el exterior. [48]
Al examinar si los dirigentes bancarios ocuparon cargos públicos de
forma previa o simultánea a sus posiciones corporativas, hasta 1998, es
posible hallar en las filas dirigentes de las asociaciones, banqueros con
antecedentes en la función pública (sobre todo en el caso de ADEBA).
Cuando se observa la composición de las cúpulas de las asociaciones de
bancos en función de la participación previa o simultánea de sus miembros
en corporaciones empresarias ligadas a otros sectores de actividad o de
carácter multisectorial, los datos correspondientes al período evidencian una
mayor participación absoluta y relativa de los banqueros de ADEBA que de
ABRA en otras agrupaciones del empresariado local. En la conformación
de ABA, se mantuvo esta característica de ADEBA: cuatro de los nueve
dirigentes del período 1999-2001 tuvieron participación en otras entidades
empresariales. Sin embargo, vale precisar que este atributo tendió a
concentrarse en los dirigentes más antiguos (provenientes de ADEBA y
ABRA) y no se reprodujo en los recién ingresados.

Retomando el interrogante planteado al comienzo del apartado, la


reconstrucción de las trayectorias –en los niveles y aspectos señalados– de
los sujetos que ocuparon los máximos cargos de la representación oficial de
la banca privada durante el período 1991-2001, evidencia que la renovación
de personas producida en el transcurso de la década, trajo aparejadas tanto
continuidades como renovaciones en las propiedades sociales principales de
estas categorías dirigentes. En la reproducción de la elite bancaria local
como configuración social específica que, como afirma Passeron, nunca va
“… de lo ‘igual’ a lo ‘mismo’” (1983: 433), se produjo una recomposición
del perfil social donde condensaron rasgos “tradicionales”, matices y
algunos atributos más novedosos.
Hacia 2001, la elite bancaria de posición continuaba siendo un universo
constituido por varones y todos ellos banqueros, es decir, sujetos con
control sobre medios principales de poder económico (aunque sin conllevar
necesariamente la propiedad de estos medios) (Aron, 1965; Miliband,
[1987] 1990). Sin embargo, ahora se caracterizaría por una alta presencia de
managers (los máximos representantes locales) de entidades financieras
internacionales, vinculada con la forma propietaria predominante en los
principales bancos en el período, y una menor pero aún significativa
“comparecencia” de banqueros de nacionalidad argentina. Esto último
atribuible a la tendencia de las casas matrices de los bancos internacionales
a designar como chief executive officers a personas de origen vernáculo. A
la par de este proceso de managerialización de la elite, se produjo una
homogeneización del perfil socioeducativo de esta minoría, que contaba
con: credenciales educativas de grado superior (aunque sin presencia
abrumadora de títulos de posgrado), formación en el área de la economía y
de modo predominante en el extranjero. Por último, los datos sugieren, a
nivel de las individualidades, el tejido y la adscripción a redes sociales de
distinta índole, en atención al ascenso relativo de senderos
internacionalizados no solo a nivel educativo sino también ocupacional, con
trayectorias profesionales concentradas en el sector privado, así como una
menor participación en instancias de representación empresaria distintas a
la bancaria. [49]

Conclusiones
Explorar la relación entre concentración de medios de poder y renovación
de las elites económicas frente a procesos de reforma estructural en el
capitalismo contemporáneo, ha sido el interés primigenio que movilizó a
esta investigación. Desde los campos de la sociología económica y de las
elites, este trabajo se propuso avanzar en dicha dirección analizando la
relación entre procesos de reorganización estructural de los mercados
financieros, la concentración de resortes de poder económico y político, y la
eventual reproducción de los grupos que controlan dichos resortes en la
Argentina contemporánea, a partir del estudio de la elite bancaria local,
frente a las transformaciones de las actividades bancarias y financieras de la
década de 1990.
El análisis sociohistórico realizado evidencia, en primer lugar, que este
proceso de reorganización de las actividades bancarias y financieras,
propició la concentración de medios de poder económico en las máximas
posiciones de la banca privada –concediéndoles un mayor (aunque no
absoluto) margen de control y poder de decisión sobre la oferta y el destino
del crédito–, como así también un proceso de recomposición relativa de
estas mismas posiciones. Los nuevos criterios de integración de las
posiciones de mercado y principios de diferenciación jerárquica habilitaron
el ascenso de una clase de agentes: privados y extranjeros. Eso modificó la
constitución de la cúpula del negocio bancario y, de modo concomitante,
amplió su base de medios de poder económico frente a otras posiciones: el
resto de los miembros del negocio bancario, los deudores bancarios, y el
aparato estatal.
Ahora bien, como se enfatizara desde un comienzo, se considera que la
organización de un mercado es un proceso necesariamente político
(Fligstein, 1996) donde está en juego la distribución del poder, lo cual
obliga a analizar no solo el plano mercantil –aquí abordado como el
“negocio”–, sino también el político –examinado aquí desde la
“representación”–. Como complemento de las investigaciones académicas
que han documentado la influencia política de los principales banqueros
como impulsores de este proceso de reforma estructural, se propuso indagar
cómo este proceso de reforma afectó a los mismos promotores, tanto en
sentido económico como político, realizando un análisis combinado de los
órganos oficiales de representación y sus dirigencias. Con relación a los
primeros, la representación de la banca privada durante la década de 1990,
se caracterizó, no solo por una multiplicación de actores que de forma
oficiosa tomaron la palabra en nombre de las finanzas, –especialmente,
economistas ortodoxos y funcionarios de organismos internacionales–
(Heredia y Cobe, 2010; Cobe, 2014), sino también, como se expuso, por la
concentración de los actores oficiales, que cristalizó en la conformación de
ABA.
Al mismo tiempo, las dificultades para reorganizar la representación de la
banca privada a partir de un único portavoz oficial dan cuenta de aspectos
clave de los procesos político-corporativos de constitución de las categorías
dirigentes de la banca privada. Por un lado, las arduas negociaciones
evidencian que los cambios en el mercado bancario operaron como
condición necesaria pero no suficiente para la unificación de las voces
oficiales. Aun cuando las recomposiciones de los actores corporativos son
indisociables de las transformaciones en las modalidades de regulación y la
composición de los miembros del negocio bancario, la constitución de
ABA, lejos de ser un mero reflejo de las mudanzas en el sector, fue la
resultante de un proceso político donde los principales banqueros
interactuaron, disputaron y negociaron entre sí la reorganización de su
representación y, con ello, la gestión y dirección de la diversidad.
Por otro lado, el análisis de la representación de la banca privada en
ocasión de las crisis del período, es decir, en aquellos momentos en que se
distribuyen beneficios y sanciones que ponen en juego la supervivencia de
los distintos jugadores del negocio, revela que el problema de la gestión de
la diversidad implica resolver no solo los desafíos que derivan de la
heterogeneidad. También concierne a los conflictos que resultan de la
relativa identidad de intereses entre los agentes del negocio bancario
(Schmitter y Streeck, 1999: 15), que se cifra en el carácter a priori
homogéneo de la mercancía que se intercambia en este mercado: el capital
dinerario. A pesar de que este último facilita la agregación de intereses y la
reunión de los miembros del negocio bancario, también es cierto que
incentiva la competencia y dificulta la articulación de acciones en común,
en particular, en tiempos de crisis.
Por su parte, reafirmando hallazgos y conclusiones preliminares (Cobe,
2015), el análisis de las dirigencias corporativas de la banca privada
evidencia una singularidad de la elite bancaria respecto a otras elites
económicas locales: la fuerte articulación entre jerarquías de estatus
económico y de estatus político-corporativo; esto es, la existencia de un
estrecho vínculo entre los dominios mercantil y político-corporativo en los
criterios de integración y composición de las categorías dirigentes de la
banca.
En los estudios sobre las principales corporaciones del empresariado en
la Argentina como el de Schvarzer (1990), al analizar la composición de las
dirigencias, se identifica una suerte de núcleo corporativo tradicional,
integrado por sujetos cuya permanencia en las máximas posiciones deriva
básicamente de su control sobre la trama organizativa interna de la
asociación y, en particular, del capital de relaciones sociales y políticas que
aportan a la organización, que tiende a asegurar su perpetuación en la
cúpula de las corporaciones. Dicho acervo de capital social y político,
concluye Schvarzer (1990: 147), es un atributo que corresponde a los
sujetos y “no es un producto de la entidad como organización”. El acceso y
la permanencia de las personas en las posiciones no suelen ser tributarios de
sus posiciones en el mercado, es decir, no abrevan necesariamente en el
capital económico de esos dirigentes ni en su inserción en el sector de
actividad que representan. Esta relativa disociación entre estatus político-
corporativo y estatus económico en el sector de actividad a nivel de los
sujetos que integran la cúpula corporativa, resulta sobresaliente en las
principales entidades vinculadas al sector industrial (Dossi, en este
volumen) y agropecuario (Schvarzer, 1990; Heredia, 2003), pero no se
corrobora en las entidades representativas de la banca durante el período
abordado.
Del análisis de las recomposiciones de las cúpulas de las asociaciones
bancarias, donde se ha podido establecer que, más allá de los matices entre
entidades, el estatus económico ofició de manera significativa como
principio de integración de las máximas posiciones corporativas, que los
máximos agentes del negocio han tendido a reservar para sí posiciones
preponderantes dentro de las asociaciones, como así también que la
estabilidad de los sujetos –ya sean propietarios o altos ejecutivos– en estas
posiciones, estuvo supeditada al banco por el cual ingresaban y
representaban, es posible concluir que ha existido una fuerte articulación –
aunque no automática, ni inmediata– entre jerarquías de estatus económico
y de estatus político-corporativo.
Esta correspondencia entre jerarquías de estatus refuerza la pertinencia
analítica del enfoque de las posiciones. El acceso de los sujetos a las
máximas posiciones político-corporativas aparece mediado por la entidad
bancaria que representan y la posición que ocupan en esta última (y a su vez
–aunque de modo no excluyente– la posición de la entidad en el mercado),
indicando una ausencia de capital propio –individual– significativo y de
autonomía relativa respecto del negocio, por parte de las personas a la hora
de acceder y perpetuarse como dirigentes en el dominio corporativo.
Esto último no implica que deba soslayarse el análisis de los sujetos
mismos en el estudio de la composición de las categorías dirigentes del
sector. Abrevando en el pensamiento de Elias ([1969] 1996:40), este trabajo
ha partido de la premisa que la elite bancaria, en tanto configuración social
específica, es relativamente independiente de los sujetos determinados pero
no de los sujetos en general. En ese sentido, con relación a los vínculos
entre posiciones de elite y los sujetos que llegan a ocuparlas, el análisis de
las trayectorias de los banqueros evidencia que la reorganización de la plaza
bancaria doméstica producida durante el período incidió sobre los atributos
específicos asociados a los ocupantes de las máximas posiciones de la
banca privada local. Ello permite dar cuenta del modo en que el desarrollo
de los sujetos –en este caso, los principales banqueros–, se encuentra
mediado por el desarrollo de las máximas posiciones dirigentes dentro del
sector.
Al mismo tiempo, continuando en la línea de Elias ([1969] 1996), así
como el devenir de un sujeto no resulta independiente de las posiciones
sociales que llega a ocupar, tampoco el devenir de una posición social es
autónomo del de sus ocupantes. Por eso, los cambios operados en la
composición de las categorías dirigentes de la banca privada, dejan abierta
una serie de interrogantes con relación a los vínculos entre una posición
social de elite bancaria y el sujeto que llega a ocuparla: ¿en qué medida los
banqueros incidieron, y cómo, sobre el desarrollo de las posiciones de elite
bancaria? Planteado en otros términos ¿en qué medida el reconfigurado
perfil social de los sujetos que ocuparon las máximas posiciones del
negocio y la representación bancaria, incidió sobre la concentración de
medios de poder en dichas posiciones y la modalidad de reproducción de
esta minoría?
Ello impone como paso previo preguntarse ¿hasta qué punto los atributos
o marcadores sociales de dichas categorías dirigentes, tamizados por las
organizaciones económicas y corporativas en las cuales se encontraban
inscriptas, fueron reconvertidos en recursos de poder político (Ferrari,
2008) o, por el contrario, significaron una vulnerabilidad? En un sentido
más amplio, ¿en qué medida el reconfigurado perfil social de esta minoría,
resultante de un proceso complejo y sociohistórico de cambios, incidió y
cómo, sobre la orientación y las formas de ejercicio de la representación del
sector? Siguiendo a Perissinotto y Codato (2008), la existencia de una
relación significativa entre la naturaleza de la elite bancaria y la naturaleza
de sus decisiones y cursos de acción, queda planteada como una hipótesis
de trabajo a ser corroborada (o no) en futuras investigaciones empíricas.

Bibliografía
Aron, Raymond (1965). “¿Catégories dirigeantes ou classe dirigeante?”, Revue française
de science politique, Vol. 15, Nº 1, pp. 7-27.
Beltrán, Gastón (2008). La acción empresarial en el contexto de las reformas estructurales
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Notas
1. Este capítulo constituye una versión abreviada de problemáticas desarrolladas en mi tesis
de maestría (Cobe, 2014) y abreva en los aportes del proyecto colectivo de investigación
“Configuración de las elites argentinas (1976-2002)” que dio origen a este libro. Agradezco
a los coautores de este volumen sus valiosos comentarios y críticas realizados sobre una
versión preliminar.
2. La investigación se centra en la banca porque “los mercados financieros de América Latina
se caracterizan por el predominio de la banca y el escaso desarrollo del mercado de
capitales” (CEPAL, 2003: 125). Además, los grandes bancos locales –incluidos los
extranjeros– participaron de la inédita expansión del mercado de capitales doméstico
producida durante el período bajo estudio (Bleger, 2000). Y ¿por qué se elige estudiar el
segmento privado de la banca? Si bien la banca pública continuó detentando una
importancia estructural significativa dentro del sistema bancario, lo característico del
período fue el avance estructural de los agentes privados y extranjeros, y la notable
presencia pública y activismo político de sus actores.
3. De no citarse ediciones en español, la traducción es propia.
4. En el caso de las máximas posiciones de la representación, se adoptó, como unidad de
observación, a cada uno de los sujetos (en este caso, banqueros) que, durante el período,
ocuparon las máximas posiciones dentro de los consejos directivos de las principales
corporaciones empresarias del sector. Se toman como referencia estas últimas porque como
sostiene, entre otros, Heredia (2001:12) respecto de las elites vernáculas: “… frente a la
ausencia de otras instancias de expresión [por ejemplo, partidarias], las corporaciones
patronales se convirtieron en actores fundamentales del campo político creando los
espacios dentro de los cuales se constituyeron y reprodujeron las clases superiores”.
5. La utilización del término corporación empresaria en este trabajo refiere a entidad gremial
empresarial y no a una forma de organización del capital societario o del negocio.
6. Cabe aclarar que la representación de la principal banca privada no se limitó a las
corporaciones del sector. Otros actores tomaron la palabra en su nombre, especialmente,
economistas ortodoxos y funcionarios de organismos internacionales de crédito. Todos
ellos, comprometidos con la promoción y defensa de la integración y libertad de
movimiento de los capitales financieros. Al respecto, consultar Heredia y Cobe (2010) y
Cobe (2014).
7. El reordenamiento financiero mantuvo como plafón normativo los lineamientos generales
de la Ley 21.526 de Entidades Financieras, instrumento jurídico basal de la reforma
financiera encarada desde 1977 por la gestión económica de Martínez de Hoz durante la
última dictadura militar.
8. Se aclara que, de no citarse la fuente, los datos referidos al sector financiero han sido
extraídos de publicaciones del BCRA y de no especificarse el mes, corresponden a
diciembre.
9. Entre 1994 y 2001, los cinco mayores bancos pasaron de captar el 36,9% al 49,9% de los
depósitos bancarios y del 36,4% al 48,7% de los activos del sector. Durante dicho período,
el proceso de concentración de los sistemas bancarios fue acelerado y profundo a nivel
regional, al igual que en Asia y Europa Central. Lo singular de la región latinoamericana
fue el carácter sostenido de este proceso (Moguillansky, Studart y Vergara, 2004: 23).
10. Se suprimieron los requisitos adicionales para las entidades de capital extranjero
dispuestos en la Ley 21.526 (Decreto 146/1994).
11. En el transcurso de 2001 los bancos perdieron depósitos por una cifra cercana a los 20.000
millones pesos-dólares (el equivalente al 20% del total de depósitos existentes en el sistema
a fines de 2000). El corolario de la corrida fue la implementación por decreto, en
diciembre, de un conjunto de restricciones para el retiro de fondos del sistema y la salida de
divisas y la declaración de la cesación de pagos de una porción importante de la deuda
pública (la contraída con acreedores privados). Estas medidas marcaron de facto el fin de la
convertibilidad. La administración estatal de la crisis financiera tuvo como eje, a principios
de 2002, la devaluación del peso y la “pesificación asimétrica” de obligaciones (conversión
a pesos de relaciones de cambio diferenciadas de las obligaciones vinculadas al sistema
financiero local nominadas en dólares estadounidenses) y un prolongado proceso de
reestructuración de la deuda pública declarada en default, iniciado en 2003 (Cobe, 2009).
12.
Para la construcción de esta sección, se toma como base Cobe (2015). Los datos sobre depósitos
aquí referidos han sido extraídos de una base de datos con el ranking de bancos privados
por depósitos a diciembre de cada año, para el período 1976-2003, de elaboración propia en
base a datos publicados por el BCRA.
13. Los porcentajes que refieren al conjunto de la banca privada incluyen al segmento
cooperativo, puesto que las estadísticas oficiales no siempre distinguieron esta subcategoría
de aquella organizada como sociedad anónima, presentándolas agrupadas.
14. A diferencia de lo puntualizado en la nota anterior, las cifras que refieren a los primeros
cinco y a los primeros diez bancos del segmento privado del sistema no incluyen a la banca
cooperativa.
15. La delimitación empírica de la cúpula del negocio de la banca privada se realizó a partir
de un recorte de las primeras cinco posiciones de mercado tomando como indicador el
ranking de bancos privados locales por depósitos (a diciembre de cada año). El trazado de
la línea divisoria en la quinta posición como definición operativa se fundamenta en el
hecho que la concentración del sector bancario suele medirse respecto al grado de control –
o participación– que detentan sobre el mercado las primeras quince entidades bancarias del
sistema (considerando todos los grupos) y a su vez porque, como se expuso, el mercado
doméstico se caracterizó por una pronunciada y alta concentración en las primeras
posiciones durante el período abordado. Por su parte, la selección de los depósitos como
indicador radica en que es la variable más utilizada para describir el ordenamiento de las
entidades en el mercado, puesto que los depósitos constituyen la principal fuente de fondeo
del crédito bancario (Bleger, 2000; Fanelli, 2003) y por ello, de su margen de control sobre
este resorte principal de la acumulación y distribución de la riqueza. Se aclara que el
ranking de entidades privadas, en líneas generales, se mantiene al tomar en cuenta otros
indicadores, tales como créditos y activos. Por último, a fin de captar las singularidades de
la composición de la cúpula de la banca privada durante el período abordado, se comparan
los datos de las primeras cinco entidades con los correspondientes a los primeros diez
bancos privados y a períodos anteriores.
16. Si bien la caída de la convertibilidad propició un cierto cambio de tendencia, dado los
reflujos de extranjerización que tuvieron lugar y que estrecharon en parte la ventaja
numérica de los bancos internacionales (a diciembre de 2003, de las primeras diez
entidades privadas, seis eran extranjeras), la composición de la cúpula permaneció
inalterada, ya que se mantuvo la relación 4 a 1 entre las primeras cinco.
17. Durante el período 1989-2003, se produjeron cuatro relevos de entidades de la cúpula
conformada por los primeros cinco bancos privados, dos de ellos en ocasión de coyunturas
críticas (las crisis de 1989-1990 y 2001-2002) y no se registra ninguno durante la crisis de
1995. De los cuatro, dos de ellos corresponden a integrantes coyunturales, cuyo ingreso fue
correlativo a salidas (también coyunturales) de integrantes estables de la cúpula. Estos
últimos lograron recuperar rápidamente sus posiciones dominantes dentro del mercado,
produciendo el desplazamiento de los “advenedizos”.
18. Al contar las unidades de negocios que se posicionaron en algún momento, por lo menos
en algunos de los primeros diez puestos del ranking de entidades privadas durante el
período 1989-2003, se llega a un total de 19 bancos. Si solo se toma en consideración el
período de vigencia del régimen de convertibilidad (1991-2001) el total es de 14 entidades.
Los relevos de ocupantes de las diez primeras posiciones de la banca privada durante el
período 1989-2003, son en total 12. Al desagregar dichos relevos, se verifica que los
mismos se produjeron en 11 de los 15 años del período, a razón de uno por año con
excepción de la crisis final de la convertibilidad: en 2002 y 2003 se registraron dos por año.
Los años exentos de rotaciones corresponden a períodos de relativa estabilidad y
crecimiento económico (1992 a 1994 y 1997).
19. El promedio de permanencia de los bancos dentro de las primeras diez posiciones es: 7,9
años (sobre un total de 15), es decir, más bajo que el registrado en la cúpula conformada
por los primeros cinco. La temporalidad de los ingresos-egresos de este segundo rango, a
diferencia de las primeras cinco posiciones donde los relevos de las unidades de negocios
resultaron de carácter coyuntural, dan cuenta en muchos casos de salidas más permanentes
o definitivas (por lo menos, en lo que al período refiere). Sería desacertado atribuir la
mayor estabilidad de los primeros cinco al origen del capital –extranjero– ya que el mismo
tipo de composición –en términos de origen del capital– se registra entre aquellos que
integraban el segundo grupo.
20. ABRA, fundada en 1919 por los bancos privados nacionales y extranjeros con sede en la
entonces Capital Federal, constituyó la primera asociación gremial empresaria de la banca
en la Argentina. Hasta la década de 1970 fue la principal representante oficial de los
grandes bancos privados, tanto de capitales nacionales como extranjeros. En 1972, ante el
inminente regreso del peronismo al gobierno y el riesgo presunto de una nacionalización
del sistema bancario, un puñado de bancos de capital nacional se desvinculó de ABRA.
Este grupo de banqueros decidió fundar la Asociación de Bancos Argentinos (ADEBA)
para diferenciarse de sus pares extranjeros y defender sus intereses de manera más efectiva,
constituyendo un órgano específico de representación de un sector de la banca privada
nacional: las grandes entidades privadas organizadas como sociedades anónimas y con
asiento en la Capital Federal (Itzcovitz y Schvarzer, 1986).
21. Offe (1981) propone tres planos para aproximarse a este tipo de organizaciones: “desde
abajo” (para mirar el conjunto de intereses materiales o económicos agregados en la
asociación vinculados al dominio de actividad organizado), “desde adentro” (a fin de
observar los arreglos organizacionales internos) y “desde arriba” (para identificar las
relaciones político-ideológicas de la asociación en el marco del sistema político en el que
se encuentra y desenvuelve). En atención al objetivo de este trabajo, se examinan los dos
primeros.
22. Para ello, se analiza el comportamiento de las siguientes variables: 1) la cantidad y tipo de
entidades bancarias que se congregaron en cada una de las asociaciones y 2) el nivel de
participación relativa de estos conjuntos de agentes en el sector bancario local. Los datos
relativos a la cantidad de bancos nucleados en cada asociación surgen de las memorias
anuales de ABRA, ADEBA y ABA. Solo se han tenido en cuenta en la contabilización los
socios activos, es decir, socios plenos (con derecho a voz y voto), dada su significación
política. Los datos referidos al tipo de entidad bancaria (clasificada según origen del capital
controlante) han sido relevados de publicaciones del BCRA (a diciembre de cada año).
Para medir la variable nivel de participación relativa en el sector bancario local del
conjunto de agentes asociados, se ha tomado como indicador la participación agregada en
el mercado de depósitos bancarios. Los datos sobre depósitos han sido reconstruidos
también a partir de datos publicados por el BCRA (a diciembre de cada año).
23. Por su parte, los bancos provinciales (públicos y privados) y privados cooperativos,
debilitados tras la crisis, quedaron agrupados desde 1996 en la Asociación de Bancos
Públicos y Privados de la República Argentina (ABAPPRA). A nivel de bases sociales, la
asociación se expandió en 2000 con la incorporación de los bancos públicos Nación
Argentina (el principal agente del sistema), BICE y Ciudad de Buenos Aires, llegando a
representar 38,1% de los depósitos bancarios (El Cronista Comercial, 27/04/2000).
24. Al respecto: “ABRA, en busca de una banca más unida” (La Nación, 05/12/1997);
“Bancos: la unión hace la fuerza” (Clarín, 09/12/1997); “ABRA y ADEBA se fusionarán
este año” (Perfil, 20/05/1998).
25. “Los banqueros se quieren casar pero viven más cómodos separados” (Página/12,
10/08/1998); “ABRA y ADEBA otra vez negocian” (La Nación, 28/11/1998); “Mañana
aprueban el estatuto de la nueva asociación de bancos” (El Cronista, 24/03/1999).
26. El caso paradigmático es el del Banco de Galicia y Buenos Aires S.A., asediado por
rumores sobre las dificultades financieras para afrontar sus obligaciones; situación que
comprometió a su presidente Eduardo Escasany: en 2002 fue tempranamente desplazado de
la presidencia de ABA y apartado de la gestión del banco.
27.
Para la construcción de este apartado, se toma como base Cobe (2015).
28.
Los datos consignados en este apartado surgen del cruce de dos bases de datos. En primer lugar,
la del ranking de bancos privados por depósitos a diciembre de cada año, para el período
1976-2003, utilizada en el primer apartado. En segundo lugar, una base de datos con las
nóminas de banqueros que ocuparon los máximos cargos de los consejos directivos de
ABRA, ADEBA y ABA, para el período 1977-2003 (de elaboración propia en base a las
memorias anuales de las asociaciones y fuentes periodísticas). Para la construcción de esta
segunda base, se realizó un recorte de las primeras cinco posiciones; criterio que se
fundamenta en hallazgos de trabajos previos (Cobe, 2009).
29. Cabe aclarar que eso no implica suponer que el estatus económico de una entidad solo se
valide en el dominio corporativo ocupando la propia entidad, a través de uno de sus
directivos, algunos de los principales sillones del consejo. Al mismo tiempo, como surge de
este y otros estudios sobre la banca, esta vía de validación en el caso de las asociaciones
bancarias no es de significación menor (Cobe, 2009; Heredia, 2003; Heredia y Cobe, 2010;
Itzcovitz y Schvarzer, 1986). A diferencia de otros sectores de actividad (Dossi, en este
volumen), los accionistas controlantes de los bancos tendieron a conferirle relevancia a la
ocupación de los cargos en los consejos.
30. A fin de dar respuesta a esta pregunta se observa que si los directivos de los primeros
cinco bancos privados a diciembre de cada año, ocuparon en el período siguiente las
primeras cinco posiciones de los consejos directivos de las asociaciones bancarias donde se
congregaban.
31. Para responder este interrogante se cruzan los bancos representados por los directivos que
ocuparon, cada año, las máximas posiciones en el dominio corporativo y las posiciones
detentadas por cada uno de esos bancos en el ranking de entidades privadas (a diciembre
del año previo a la designación).
32. Al analizar esto mismo para el período 1977-1990, tanto en el caso de ABRA como en el
de ADEBA, se registra un comportamiento bastante errático. En el caso de esta última, a
partir de 1989, se verifica de manera consistente un mayor protagonismo de los primeros
cinco bancos nacionales a la hora de integrar las máximas posiciones corporativas, que se
profundizó a partir de la instauración de la convertibilidad y las reformas estructurales.
33. En diciembre de 2002, los primeros cinco bancos extranjeros expresaban casi el 33% de
los depósitos en el sistema financiero, mientras que los primeros cinco nacionales, no
llegaban a explicar el 10%.
34. La presidencia de ADEBA fue ocupada por Jorge Brito en representación del Banco
Macro SA. A mediados de la década de 1990, el Macro, que era una entidad mayorista,
abandonó dicho segmento –fuertemente afectado por la crisis bancaria de 1995– y adquirió
una serie de bancos públicos provinciales, primero, el Banco de Misiones, luego los de
Salta y Jujuy. A partir de la crisis de 2001, emprendió una nueva rueda de adquisiciones:
los bancos Bansud, Scotiabank Quilmes, Nuevo Banco Suquía, Empresario de Tucumán,
del Tucumán y Nuevo Banco Bisel (Puente y Etchemendy, 2009: 20-21).
35. Si bien el Banco de Galicia y Buenos Aires SA, que formó parte de este conjunto de
entidades de menor estatus económico, había ocupado históricamente una posición
dominante dentro del negocio y la representación, se vio fuertemente comprometido por la
crisis. Su participación en la refundación de ADEBA en 2003, tuvo lugar en un contexto de
pérdida de estatus económico y político-corporativo (su presidente, Eduardo Escasany, en
2002, fue desplazado de la presidencia de ABA de manera anticipada).
36. El reflujo de extranjerización del sector bancario que se dio a partir de la caída del
régimen de convertibilidad tuvo como contraparte un avance de la participación de la banca
privada nacional, a través de la adquisición de las entidades dejadas por sus pares
extranjeros. Este avance fue liderado por capitales, cuyas posiciones relativas dentro del
sector habían sido marginales antes de la crisis. En concreto, controlaban los bancos
provinciales privatizados en la década de 1990 y luego de la crisis fortalecieron sus
posiciones dentro del mercado a través de la absorción de las entidades dejadas por sus
pares extranjeros. El Banco Macro, dirigido por Jorge Brito, citado anteriormente,
constituye el caso paradigmático de este proceso.
37. Dos de las excepciones corresponden a banqueros que sobrevivieron a la venta del banco
a capitales extranjeros pero únicamente por un año, es decir, de manera transicional. La
tercera excepción es la de Julio Gómez, ejecutivo del Banco Shaw SA, entidad controlada
por capitales de origen nacional hasta 1992, cuando es adquirida por extranjeros. Gómez
sobrevivió a la extranjerización de la entidad y en el año 1995 pasó a desempeñarse como
ejecutivo del Banco Tornquist SA (también controlado por capitales de origen extranjero).
38. Excepciones que merecen tenerse en cuenta, puesto que involucran a banqueros que
llegaron a ocupar la posición de presidente de ABRA: Julio Gómez (como fuera referido),
en representación de los bancos Shaw SA y Tornquist SA) y Emilio Cárdenas, en
representación de los bancos Irving-Austral SA –1987 a 1989–, The Bank of New York SA
–1990 a 1992– y HSBC Bank Argentina SA, a partir de 2001.
39. Los mayores relevos se llevaron a cabo: 1) en 1996, como consecuencia inmediata de la
crisis; 2) en 1998, producto de la acelerada extranjerización del sector; y 3) en 1999,
cuando tuvo lugar la fusión entre ADEBA y ABRA, que además supuso una reducción de
la cantidad de posiciones disponibles.
40. Los datos referidos en este apartado surgen de la base de datos, elaborada en el marco del
proyecto de investigación “Configuración de las elites argentinas (1976-2002)” (ver
Castellani, en este volumen). En el caso de la elite bancaria, se reconstruyen las
trayectorias (socio-demográficas, educativas, ocupacionales y corporativas) de los
individuos que ocuparon –al menos una– de las máximas posiciones en los consejos
directivos de las principales corporaciones del sector bancario privado entre 1976 y 2001
(sin distinguir por tiempo de permanencia en el puesto). Si bien la base comprende al
universo de banqueros que ocuparon dichas posiciones durante el período (61 individuos),
la ausencia de datos respecto de un gran número de casos y variables, obliga a circunscribir
el análisis al conjunto de individuos correspondiente al período 1991-2001 (en total 33) y a
una serie de variables, para los que se dispone de una base empírica más sólida. Solo se
incluye en el análisis el período 1983-1990, en el caso de las variables para las cuales se
cuenta con un acervo de datos aceptable. A pesar de las limitaciones para reconstruir las
trayectorias, asociada en gran parte a la tendencia y vocación por la invisibilidad pública
que caracteriza a estos elencos dirigentes, la información disponible permite realizar un
análisis aproximativo.
41. En el caso de las variables examinadas en este apartado, si los individuos ocuparon
posiciones en más de un subperíodo (ya sean años o período de años en el que se dividió el
análisis), se los contabiliza –repite– tantas veces corresponda.
42. El caso más sobresaliente fue el de Roque Maccarone, presidente de ADEBA (de 1983 a
1994) en calidad de principal ejecutivo del Banco Río de la Plata SA, perteneciente al
grupo económico de la familia Pérez Companc. En 1994, Maccarone fue reemplazado por
Amadeo Vázquez, quien continuó al frente de la entidad hasta el ingreso del Banco
Santander como principal accionista en 1997.
43. Con relación a los tres dirigentes de ABA de nacionalidad española del período 1999-
2001, dos de ellos eran representantes del BBVA Banco Francés (Antonio Martínez
Jorquera y, quien lo sucedió, Jaime Guardiola Romojano). El tercero, Carlos González
Taboada, representó al Banco Sudameris Argentina SA. Este último, si bien era de
nacionalidad española, ya había residido en la Argentina, donde cursó sus estudios de
grado.
44. En atención a la insuficiencia de datos sobre los dirigentes de ABRA con relación a esta
variable, se los excluye del análisis.
45. Ello marca una continuidad con el período 1983-1990, durante el cual de los once
banqueros que integraron las máximas posiciones directivas de ADEBA, al menos siete
tenían formación de grado o superior (seis universitarios completos y un posgrado
completo). Asimismo da cuenta de una amplia proporción de propietarios y accionistas
principales de bancos con este tipo de credenciales. En efecto, de los nueve propietarios
que ocuparon los máximos cargos en los consejos de ADEBA entre 1991 y 2001, se ha
hallado la siguiente distribución: dos con posgrado completo, cinco con universitario
completo, uno con primario incompleto y uno sin datos.
46. Si bien en el caso de ABRA, los datos resultan insuficientes, a partir de la información
disponible, se puede entrever una incidencia significativa del ámbito de la economía en la
formación o especialización de sus dirigentes.
47. En el caso de los banqueros de nacionalidad argentina que ocuparon las máximas
posiciones corporativas entre 1991 y 2001, al menos cuatro cursaron estudios de posgrado
en el exterior (tres de ellos en universidades de Estados Unidos y uno de Europa).
48. Solo uno de ellos era argentino, Carlos Giovanelli (Citibank NA).
49. A resultados y conclusiones convergentes arriba Dulitzky (en este volumen) en su estudio
sobre la elite empresaria transnacional (EET) en la Argentina de la década de 1990; elite
constituida por los máximos dirigentes de las principales empresas transnacionales en el
país (en términos de facturación y ventas) (recorte que, vale aclarar, no incluye a las
entidades del sector financiero).
Capítulo 6
Elite corporativa industrial: trayectorias corporativas de los
dirigentes de la Unión Industrial Argentina
por Marina Dossi

Introducción
Este trabajo tiene como objetivo analizar las características de la cúpula
dirigencial de la Unión Industrial Argentina (UIA) en los años noventa,
focalizando en las trayectorias corporativas de sus dirigentes, es decir,
indagando en su actividad industrial, en sus afiliaciones gremiales, formas
de acceso y permanencia en esos cargos. La reconstrucción de las
trayectorias corporativas posibilita analizar cómo las mismas influyen en la
dinámica interna, en su forma de organización, de representación de
intereses, y en la dinámica de las relaciones que entablan con los agentes
estatales.
Desde mediados de los años setenta, la Argentina atravesó un período de
profundos cambios económicos que tuvieron que ver con la implementación
de políticas de corte neoliberal, que se profundizaron en los años noventa
bajo el denominado Consenso de Washington, que abarcó un conjunto de
medidas tales como la privatización de empresas públicas, la apertura de la
economía y la reforma del Estado. Estas políticas tuvieron distintos
resultados entre los que se pueden señalar la extranjerización de la
economía, la concentración y centralización del capital, y una
reprimarización de la estructura productiva, junto con un desplazamiento
del Estado en la producción de bienes y servicios (Azpiazu, 1997;
Basualdo, 2006; Schvarzer, 1998; Schorr, 2004, 2005).
Hay distintos trabajos que abordaron las asociaciones empresarias (como
la UIA), en los que se intenta problematizar y abordar empíricamente las
prácticas de estos actores: Schvarzer (1986, 1991), Viguera (1997, 2000),
Acuña (1995) y Beltrán (2007). Estos trabajos poseen algo en común:
analizan la forma en que el agregado de los actores empresarios actúa
políticamente en el espacio público a través de sus corporaciones,
enfatizando el tipo de acciones que despliegan hacia el Estado. En este
trabajo se estudian las trayectorias corporativas de los dirigentes
industriales que ocuparon los cargos más altos en los años noventa para
analizar cómo las características de esas trayectorias influyen sobre la
organización interna de las asociaciones, y luego en sus vinculaciones con
otros actores sociales, públicos y privados (Dossi y Lissin, 2010; Dossi,
2011a).
El análisis de la cúpula corporativa industrial, considerada como parte de
la elite económica argentina es fundamental porque estos dirigentes han
tenido un rol preponderante en la década de los años noventa, avalando el
proceso de reformas estructurales puesto en marcha, aun cuando
perjudicaba los intereses de sus representados (Beltrán, 2006 y 2011;
Viguera, 2000; Acuña, 1995 y Dossi, 2011a).
La noción de elite económica se define como el conjunto de individuos
que ocuparon altas posiciones en las grandes firmas y en las principales
organizaciones corporativas del empresariado. [1] Las asociaciones
empresarias de mayor relevancia, entre las que se encuentra la UIA, tienen
un rol determinante en el proceso de acumulación de capital, en la
distribución de la riqueza y en la orientación de la intervención económica
estatal, dado el poder económico y político que detentan. Por lo tanto, el
análisis de su dirigencia como parte de la elite económica se sustenta en el
rol que las organizaciones empresarias despliegan como actores políticos y
económicos y como vehiculizadores de los intereses de los principales
empresarios del país.
Además, para el caso de Argentina, este análisis se justifica por la
relevancia y el rol histórico que las corporaciones tuvieron a través del
tiempo en la dinámica política, institucional y económica de nuestro
país. [2] La UIA (pese a distintos momentos institucionales que atravesó) [3]
ha mantenido perdurabilidad en la escena nacional, un poder considerable
manifiesto en su capacidad política para negociar posiciones con el Estado,
y es la única reconocida como interlocutora válida y representativa del
conjunto del sector industrial.
La UIA data del año 1887 y se originó para representar a los grandes
intereses industriales (Schvarzer, 1991; Dorfman, 1970). En el año 1981,
reformó sus Estatutos y quedó constituida como una entidad de tercer
grado, incorporó la representación del sector de las pequeñas y medianas
empresas, estableció la participación equitativa de las regiones y los
sectores industriales en los órganos de conducción, excluyó expresamente a
los socios individuales y no pertenecientes al sector, estableciendo que
recién a partir de ese momento se organizó como una entidad industrial, en
cuanto a la selección de sus socios (Schvarzer, 1991). Con esta reforma, la
organización fortaleció su representatividad.
Considerando estas características, se toma aquí, como unidad de
análisis, a los dirigentes que ocuparon las más altas posiciones en la
conducción de la UIA, dado que fueron estos los encargados de llevar
adelante la representación del heterogéneo conjunto industrial. A partir de
la definición de elite económica, el trabajo se centra en el estudio de las
trayectorias corporativas de los tres integrantes principales del Comité
Ejecutivo de la UIA: presidente, vicepresidente 1° y secretario. [4]
La presentación de los dirigentes industriales se efectúa con el propósito
de delinear sus trayectorias corporativas en el período 1989-2001 y las
relaciones de estas con su desempeño en la corporación. En este sentido, se
menciona el concepto de trayectoria considerando que “los distintos actores
sociales reconocen a lo largo de sus vidas un continuo de experiencias que
van trazando itinerarios que se construyen simultánea y pluralmente en
múltiples dimensiones” (Bourdieu, 1998).
La definición de trayectoria corporativa aquí utilizada se centra en dos
aspectos específicos. Por un lado, se realiza un recorrido por el mundo
corporativo señalando las corporaciones, asociaciones o cámaras a las
cuales pertenecieron o pertenecen los dirigentes industriales, así como el
derrotero que tuvieron en el seno de la propia UIA, con el propósito de
delinear ciertas formas de acceso a los cargos directivos en la asociación
industrial. Por otro lado, se hace referencia a las posiciones que ocupan en
las empresas en el momento de asumir el cargo. Por lo tanto, las
trayectorias corporativas se centran en la actividad gremial de sus
dirigentes y en sus inserciones en el plano estructural económico, para
evaluar el tipo de actividad empresarial y su pertenencia a empresas o
grupos económicos y sus incidencias en las características y accionar de la
dirigencia empresaria industrial a lo largo del período.
El análisis de las trayectorias corporativas de los dirigentes de la UIA se
desarrolla a partir de dos dimensiones: a) la organizativa-institucional que
considera las relaciones y dinámicas entre la dirigencia y los asociados que
conforman la acción corporativa empresaria; [5] b) la estructural-
económica, a partir de la pertenencia sectorial de los máximos dirigentes y
sus relaciones con los procesos de representación internos.
Las asociaciones empresarias se constituyen como espacios de
representación y de expresión de los intereses empresarios que son
utilizadas por sus dirigentes como vehículos para establecer relaciones con
los agentes estatales, es decir, con el ámbito público. Los empresarios de la
elite económica mantienen dos tipos de vínculos con el ámbito estatal: uno
directo, a través de sus propias relaciones personales, otro indirecto,
canalizado principalmente mediante las asociaciones empresarias que les
proveen de mecanismos y canales institucionalizados que se “desligan” de
las relaciones personales y les posibilitan una instancia de diálogo y de
presión más permanente en el tiempo (Tirado, 2006; Beltrán, 2007).
De esta clasificación se desprende entonces que los empresarios pueden
llevar adelante básicamente dos distintos tipos de acción política: [6] por un
lado, las encaradas por los empresarios a título individual, y por otro lado,
las acciones colectivas planificadas y desarrolladas por los distintos
empresarios. Las primeras son llevadas a cabo por aquellos empresarios que
poseen la capacidad de “ir directamente” y de plantear sus demandas al
Estado sin intermediación. En el caso de las acciones denominadas
colectivas, es preciso que los empresarios mancomunen esfuerzos con otros
empresarios en la búsqueda de los objetivos propuestos. En líneas
generales, la acción colectiva producida por este tipo de actores se canaliza
a través de sus organizaciones representativas: las corporaciones
empresarias (Schmitter y Streek, 1981).

1. Apuntes sobre la organización formal e informal de la UIA


El estudio de la elite corporativa industrial requiere considerar que la UIA,
como organización, está compuesta por aspectos formales e informales que
guían su funcionamiento. La organización formal se refiere al poder de
control, a las reglamentaciones que delinean las relaciones entre los
integrantes de una organización, las sanciones, los mecanismos de
selección, elección y permanencia de los dirigentes en los cargos, entre
otros aspectos. La organización informal se dirige a las relaciones sociales
que pueden entablarse entre los integrantes de una organización, más allá de
las formalmente establecidas, como también a las relaciones reales, tal
como han evolucionado como consecuencia de la interacción entre el
propósito de la organización y las presiones de las relaciones
interpersonales entre los integrantes de la misma. Estas relaciones
interpersonales y el establecimiento de redes de confianza (Granovetter,
1985) están por fuera del organigrama formal de las organizaciones.
Una mirada conjunta de ambos espacios posibilita identificar
problemáticas y conflictos dentro de las organizaciones empresarias, en
relación con las posiciones ocupadas por los individuos en la estructura
organizacional, la forma de relacionarse, de informarse y de articular sus
actividades en el seno de las mismas, como también lo vinculado con los
propósitos propuestos, perseguidos y logrados o no por las organizaciones.
En este aspecto, señala Blau (1975), que si las actividades dentro de las
organizaciones se hiciesen siguiendo estrictamente los procedimientos
formales establecidos, solo con revisar manuales y organigramas sería
suficiente para comprender su funcionamiento. Sin embargo, se dejaría de
lado el cúmulo de relaciones y negociaciones que entablan los integrantes
de una organización, y los arreglos que se estructuran por fuera de los
procedimientos y reglas formales.
Las interacciones entre lo formal y lo informal en una organización
pueden ser ordenadas mediante algún tipo de estructura; todas las personas
en las organizaciones tienen objetivos personales, que en muchas ocasiones
son la razón de sus acciones, y así esperan que su participación en la
organización les posibilite alcanzarlos. Desde la perspectiva del
estructuralismo, [7] es posible entender a la organización como una unidad
social más amplia conformada por múltiples individuos y grupos, que en
algunos casos comparten intereses y necesidades pero que tienen otros que
son incompatibles y entran en conflicto. Estos son producto de las
diferencias entre los fines de la organización y las necesidades y objetivos
de sus integrantes, en este caso, de los máximos dirigentes de una
corporación empresarial (Beltrán, 2011b).
En la UIA, los aspectos formales están plasmados en su Estatuto; [8] para
analizar las trayectorias corporativas de los máximos dirigentes de la
entidad fabril, se hace referencia solo a aquellos aspectos del Estatuto
vinculados directamente con el análisis, y que posibilitan conocer el armado
que sostiene a la organización, y cómo a partir del mismo se producen
ciertas interrelaciones y dinámicas entre sus integrantes por fuera de su
estructura puramente formal. El Estatuto provee la base que sostiene a una
organización, y a partir de esta se producen dinámicas “ocultas” al mismo.
Asimismo, adquiere relevancia para estudiar la trayectoria corporativa de
estos dirigentes la afiliación y participación de los líderes de la UIA en otras
organizaciones empresarias, asociaciones, cámaras o estructuras de
representación, por fuera de la propia organización, y su participación en el
ámbito de la gestión pública o privada.
El Estatuto regula el funcionamiento de los órganos directivos de la UIA
que son los siguientes (Estatuto, Sección 8, art. 8.1): Asamblea, Consejo
General, Junta Directiva, Comité Ejecutivo, Presidencia, Comité de
Encuadramiento, Comisión Revisora de Cuentas y Departamentos. El
trabajo se centra en los aspectos organizacionales vinculados con la
conformación, funciones y requisitos para los integrantes del Comité
Ejecutivo y de la Presidencia.
El Comité Ejecutivo está integrado por el presidente, [9] los
vicepresidentes 1º, 2º, 3º, 4º, 5º, 6º, 7º, 8º, [10] el vicepresidente por la
Pequeña y Mediana Industria (PYMI), el secretario, los prosecretarios 1º y
2º, el tesorero, los protesoreros 1º y 2º y 4 vocales titulares y 6 suplentes. Su
composición busca reflejar la integración nacional entre sectores y
territorios (Estatuto, Sección 8, art. 8.5). [11] Los cargos de presidente,
secretario y tesorero son por un período de dos años y pueden ser reelegidos
una sola vez en el mismo cargo, salvo que transcurra un período intermedio.
Los demás integrantes permanecen dos años en sus funciones y pueden ser
reelectos indefinidamente (Estatuto, Sección 8, art. 8.5.1).
Las luchas y diferencias entre sectores y regiones son una constante en la
historia y desarrollo de la UIA, por lo que se puede señalar que rara vez la
integración del Comité Ejecutivo ha podido representar de modo igualitario
los diversos intereses, excluyendo e incluyendo sistemáticamente a los
mismos. [12] En cuanto a la permanencia de los dirigentes en sus cargos y
reelecciones, estas han respetado lo aquí establecido.
Las facultades del Comité Ejecutivo son las siguientes: a) asumir las
funciones de la Junta Directiva en caso de urgencia, b) cumplir las
funciones que la Junta Directiva le delegue, c) ejecutar las resoluciones
adoptadas por la Asamblea, por el Consejo General o por la Junta Directiva,
d) designar, promover, sancionar y remover a los funcionarios, asesores y
empleados, fijar sus remuneraciones y asignarles o modificarles sus tareas,
e) organizar y controlar los servicios que la asociación brinde a sus socios y
f) designar representantes ante organismos e instituciones públicas, privadas
o mixtas, nacionales, extranjeras o internacionales (Estatuto, Sección 8, art.
8.5.5). [13]
La presidencia de la UIA es definida como el cargo individual de mayor
jerarquía (Estatuto, Sección 8, art. 8.6), y entre los requisitos se destacan ser
argentino nativo o naturalizado con al menos diez años de antigüedad; tener
como mínimo diez años de actuación en la actividad industrial, en cargos
directivos, encontrándose en actividad al momento de su designación. Ser
dueño, socio, presidente o miembro del directorio de una empresa industrial
socia de la asociación (Estatuto, Sección 8, art. 8.6.1). Los deberes
establecidos para el presidente son: a) ejercer la representación legal de la
Asociación, b) presidir las Asambleas y las reuniones del Consejo General,
de la Junta Directiva y del Comité Ejecutivo, c) votar en las reuniones de la
Junta Directiva y del Comité Ejecutivo y dispone de voto decisorio en caso
de empate, d) cumplir y hacer cumplir las normas y resoluciones vigentes
(Estatuto, Sección 8, art. 8.6.2). [14]
La concentración de funciones en su figura otorga a la UIA un perfil
personalista y una tendencia a la concentración del poder de decisión
institucional en dicha figura. En caso de quedar vacante la presidencia por
renuncia, ausencia u otros impedimentos, el cargo es asumido por el
vicepresidente primero, y sucesivamente por los restantes vicepresidentes,
sin exceder el término del mandato del reemplazante (Estatuto, Sección 8,
art. 8.6.4).
Las funciones del secretario son: a) suscribir conjuntamente con el
presidente la Memoria de la Asociación, las Actas de las Asambleas, de las
reuniones del Consejo General, de la Junta Directiva, del Comité Ejecutivo,
y toda otra documentación administrativa, b) llevar junto al Tesorero el
registro de los socios y c) organizar los trabajos de la Secretaría e intervenir
en los asuntos relativos al personal de la Asociación (Estatuto, Sección 8,
art. 8.8).
Pese a esta asignación de funciones, a lo largo de la historia de la UIA, el
rol del secretario ha excedido estos requisitos puramente formales,
convirtiéndose en el portavoz de la organización e influyendo en sus
acciones. Además, y pese al rol de preponderancia asignado a la figura del
presidente, cuando la pertenencia institucional de ambos difirió, no faltaron
las controversias y discrepancias de opiniones manifestadas por ambos
dirigentes, tanto en el ámbito interno como en el político-institucional. [15]
Centrar el análisis en el presidente, vicepresidente 1° y secretario de la
entidad tiene su justificación en los rasgos de la estructura organizacional
expuesta: piramidal y vertical en la toma de decisiones, como así también
una disminución y decreciente participación de todos los miembros en la
adopción de decisiones. Se pasa de una base compuesta por más de 1000
miembros (Asamblea) a una Junta Ejecutiva conformada por apenas
cuarenta y siete, [16] hasta llegar a un último escalafón, el Comité Ejecutivo,
donde las decisiones recaen sobre un núcleo cerrado de alrededor de quince
personas, con una clara preeminencia de las decisiones y objetivos de los
dirigentes seleccionados (Dossi, 2008).
Por otra parte, los procesos eleccionarios en la UIA se caracterizan por
presentar listas de unidad, confrontando dos en los momentos en los cuales
la entidad atraviesa por fuertes crisis internas. En el seno de la UIA existen
dos lineamientos: el Movimiento Industrial Argentino (MIA) y el
Movimiento Industrial Nacional (MIN). El primero surgió en 1975, tiene un
carácter liberal y exportador, favorable a la apertura económica y con un
peso importante del sector agroindustrial; es la línea articuladora del
discurso “clásico” de la entidad. El segundo se constituyó en 1982 y se
formó por una coalición de diversos actores (dirigentes empresarios del
interior, algunos de Capital Federal y figuras empresarias independientes),
que no eran oficialismo en la UIA con la finalidad de enfrentarse de una
manera unificada al MIA. Se destacaba la presencia de empresas más
vinculadas al mercado interno donde imperaban ideas de sesgo
“desarrollista”, con una tendencia hacia el modelo mercado-internista, más
favorable a la protección y al fomento de la actividad interna que a las
vinculaciones con el exterior (Acuña, 1995; Viguera, 2000; Dossi, 2012a).
El MIA y el MIN establecieron en el año 1993 la presentación de una
lista unificada para el proceso eleccionario e instauraron en 1997 un pacto
de alternancia entre ambos que estipulaba que los representantes de ambas
líneas debían rotarse en la conducción de la entidad cada dos años (Dossi,
2011a, 2012a).

2. La elite industrial: evolución y trayectorias corporativas

2.1. 1989-1993: Acuerdos internos y apertura en la conformación


de la elite corporativa industrial
En el año 1989 asumió la conducción de la UIA el nuevo Comité
Ejecutivo: [17] como presidente, Gilberto Montagna, como vicepresidente
1°, Héctor Massuh y como secretario, Jorge Gaibisso.
Este Comité Ejecutivo asumió en un contexto de fuerte crisis económica
(particularmente intensa en el ámbito industrial), social y política cuya
máxima expresión fue la hiperinflación. La necesidad de tomar medidas
rápidamente proporcionó al gobierno el apoyo político y las facultades
necesarias para comenzar su implementación. Cuando asumió Carlos
Menem, tras la renuncia de Alfonsín, se votaron leyes denominadas de
“emergencia”, que habilitaron el proceso de reformas neoliberales. [18]
A partir de las trayectorias corporativas (cuadro 1) y de los datos
extraídos de las mismas, se puede señalar un conjunto de aspectos que
vinculan los rasgos organizativos formales de la organización con los
informales, que se desprenden de su funcionamiento y que dan cuenta de
ciertas particularidades de la elite corporativa industrial.
Gilberto Montagna cumplía con los requisitos estipulados en el Estatuto
de la UIA para acceder a la presidencia: era de nacionalidad argentina, su
desempeño en cargos directivos e industriales era superior a diez años y
ejercía la presidencia de una empresa asociada a la UIA al momento de su
designación (Establecimiento TERRABUSSI SA). Presentaba una amplia
trayectoria en el seno de la UIA, desempeñando distintos cargos y funciones
y se alineaba en el MIA. También contaba con una participación en otras
asociaciones vinculadas a su actividad industrial: la Cámara de Industriales
de Productos Alimenticios (CIPA) y la Coordinadora de las Industrias de
Productos Alimenticios (COPAL).
Sin embargo, el presidente cumplió funciones que excedían lo pautado en
el Estatuto, ya que sus acciones, principalmente las vinculadas con la toma
de decisiones y la posesión de voto decisorio para definir ciertas cuestiones,
estuvieron permeadas por la propia actividad empresarial del presidente y
por su participación en otras asociaciones. La pertenencia de Gilberto
Montagna a la actividad agroindustrial y su participación en la COPAL, la
CIPA y la Federación de Industrias de Productos Alimenticios y Afines
(FIPAA), entidades que avalaban y promovían la aplicación de las reformas
neoliberales, dan cuenta de sus posicionamientos en ese período. Como
presidente de la UIA (en consonancia con otros dirigentes empresarios) [19]
avalaba la reforma del Estado que implicaba el achicamiento del gasto
público y su retiro como actor económico, la estabilidad macroeconómica,
la apertura de la economía y una reducción del costo empresario. El sector
agroindustrial, representado por Montagna, fue uno de los menos afectados
por el nuevo funcionamiento económico y además contaba con la
posibilidad de negociar sectorialmente con el Ejecutivo determinadas
medidas compensatorias. [20]
En función de esto, muchas veces las posiciones y decisiones de los
dirigentes se alejan de los fines establecidos por su propia organización,
acercándose y respondiendo a los de otras cámaras o asociaciones que
integran. Estos rasgos influyeron en la dinámica de las relaciones y
reclamos en el seno de la entidad, así como también en las negociaciones y
posiciones que adoptó la dirigencia, y en particular, el presidente de la UIA
en la dimensión política institucional. [21] En esta esfera, la UIA formaba
parte del Grupo de los 8, agrupamiento informal integrado por las ocho
organizaciones más importantes del empresariado que brindó su apoyo
incondicional al gobierno, dominando la escena nacional hasta fines de los
años noventa, cuando se resquebrajó dando lugar al surgimiento de nuevas
alianzas empresarias. [22]
El vicepresidente 1°, Héctor Massuh, se alineaba en el MIN, pertenecía al
sector celulósico papelero y era propietario de Massuh SA (Grupo
MASSUH); también contaba con trayectoria en el seno de la UIA
desempeñando distintos cargos. Por fuera de la central fabril, desarrollaba
su actividad gremial en la Federación de Industrias Celulósicas Papeleras y
Afines. Por último, el secretario, Jorge Gaibisso, pertenecía al sector
petroquímico, formaba parte de Atanor SA, se alineaba en el MIA y
mostraba una trayectoria más acotada en el seno de la entidad. Su actividad
gremial la desarrollaba en la Cámara de la Industria Química y
Petroquímica (CIQyP).
De estas trayectorias corporativas se desprende que los dirigentes de la
UIA acceden de dos formas centrales a los cargos directivos:

1. por la pertenencia a cámaras asociadas a la UIA y la ocupación de


distintos cargos en los órganos de conducción de la entidad;
2. por la pertenencia a cámaras asociadas a la entidad pero sin haber
detentado otros cargos de gestión en el seno de la UIA.

En el caso de aquellos dirigentes que no accedieron de alguna de estas


formas, sus relaciones y formas de acceso provenían por la pertenencia a
empresas asociadas a la entidad o por formar parte de cámaras asociadas a
la UIA. [23] La trayectoria en la organización y los vínculos con sus
distintas actividades desempeñaron un rol importante al momento de
acceder a este Comité Ejecutivo.
En cuanto a la representación sectorial en el Comité Ejecutivo se
desprende que el sector alimenticio y el petroquímico contaban con
preeminencia ya que eran representados respectivamente por el presidente y
el secretario de la entidad. Asimismo, estos dirigentes aseguraban la
representación de cámaras importantes y representativas como la COPAL,
la CIPA y la CIQyP.
En el marco de las reformas económicas puestas en marcha, esta
constitución de la cúpula directiva de la UIA influyó sobre los
posicionamientos públicos de la entidad y en los vínculos con otras
corporaciones empresarias y el Estado. La dirigencia industrial avalaba, en
líneas generales, las reformas neoliberales ya que se las consideraba
necesarias para “sanear” la economía, pero presentaba disensos sobre la
profundidad, el alcance de las mismas y la falta de asistencia estatal para
aquellos sectores más perjudicados. A lo largo del transcurso de los años
noventa, y junto con los efectos concretos de las reformas, los desacuerdos
se irían profundizando en el seno de la UIA, alentando las controversias
internas. [24]
En este sentido, las opiniones de la dirigencia de la UIA confluían con la
de corporaciones empresarias como ADEBA, CAC, SRA y la Bolsa de
Comercio, generalmente alejadas de los pedidos industriales. Entre los
reclamos se cuestionaba el excesivo tamaño del Estado y su
intervencionismo que hacían inviable el funcionamiento de la economía.
Asimismo, la pertenencia de la UIA al Grupo de los 8 fue un condicionante
importante sobre las acciones de los líderes industriales.
En abril de 1991 se conformó un nuevo Comité Ejecutivo. Israel Mahler
asumió la presidencia de la UIA encabezando la lista del MIN. [25] Su
caudal de votos provino principalmente de los industriales del interior del
país, de las pequeñas y medianas industrias, de los sectores metalúrgico,
textil y petrolero nacional. Los cargos de presidente, vicepresidente 1° y
secretario fueron ocupados respectivamente por los siguientes dirigentes
industriales: Israel Mahler, Héctor Massuh (quien ejercía este cargo desde la
gestión anterior) y Manuel Herrera.
Mahler al igual que Montagna accedió a la presidencia de la UIA
cumpliendo con los requisitos formales establecidos por el Estatuto. El
dirigente pertenecía a la rama industrial metalúrgica, era presidente de la
empresa metalmecánica Técnica Toledo SA y en el seno de la UIA había
sido integrante de la Junta Directiva, el Consejo General y también del
Comité Ejecutivo. En cuanto a su trayectoria gremial por fuera de la UIA,
formó parte de la Asociación Argentina de Fabricantes de Máquinas-
Herramientas, Accesorios y Afines (AAFMHA). Además, se desempeñaba
como presidente de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la
República Argentina (ADIMRA).
La pertenencia del presidente a una cámara de peso como ADIMRA,
llevaría a tensiones entre los reclamos y necesidades particulares de su
sector de actividad con las exigencias de otros intereses existentes en el
seno de la entidad. Estas tensiones se reflejaron en oscilaciones en los
reclamos y discursos del presidente en la búsqueda de equilibrar y
consensuar las necesidades de la entidad que preside y las de su sector
tradicional de actividad.
Estos son los aspectos de la dinámica informal de las organizaciones que
pueden analizarse en las acciones concretas emprendidas por la dirigencia
de una organización, que no son consideradas en los aspectos formales
plasmados en sus Estatutos. Además, la pertenencia a otras cámaras y
entidades de peso en el seno de la UIA no solo se da en el caso del
presidente, sino que también existe en los restantes dirigentes del Comité
Ejecutivo, fortaleciendo de este modo las tensiones entre sus intereses
sectoriales y los del conjunto de los asociados a los cuales deben
representar. [26]
Estas elecciones revistieron una importancia adicional, ya que fue la
primera vez que un proceso eleccionario trajo aparejada la renovación de
casi el 70% de los integrantes del Comité Ejecutivo. Las cúpulas directivas
de la UIA se caracterizaron por la rotación de los mismos dirigentes por
distintos puestos en el Comité Ejecutivo tras cada período eleccionario,
impidiendo la integración de nuevos dirigentes. [27] Esta renovación del
Comité Ejecutivo se vinculó con los acuerdos realizados por los
lineamientos de la UIA, el MIN y el MIA, y por las trayectorias
corporativas de los dirigentes incorporados por cada una de estas líneas.
El secretario de la entidad, Manuel Herrera, provenía del sector
petroquímico, representaba a una gran empresa, perteneciente a un grupo
económico local (Pasa Petroquímica Argentina SA, Grupo PÉREZ
COMPANC) y a diferencia de los otros dirigentes no integró previamente la
organización. Sin embargo, su trayectoria gremial se había desarrollado en
la Asociación de Industriales de la Provincia de Santa Fe, cámara gremial
asociada a su vez a la UIA. Su incorporación respondió a la necesidad de la
UIA de integrar en su Comité Ejecutivo a representantes de grandes
empresas y grupos económicos de peso con la finalidad de aumentar la
representatividad y capacidad de negociación, ya que los mismos actuaban
a través de las estructuras de la UIA y no se constituían como “polos” de
representación paralelos y en competencia con la propia entidad. [28]
La formación definitiva del Comité Ejecutivo fue fruto de los acuerdos
de cada línea y de la distribución de cargos según lo pautado por el
Estatuto, resultando en la conformación de una cúpula directiva muy
similar a su antecesora. Si bien triunfó en los comicios la línea más
“industrialista” (MIN), en el Comité Ejecutivo se presentó un equilibrio
entre los partidarios de ambos lineamientos y en la relación de fuerzas entre
sectores beneficiados y perjudicados por las reformas. Por lo tanto, no se
modificaron sustancialmente ni los intereses representados ni las políticas y
necesidades planteados por los mismos.
De la comparación entre ambas cúpulas directivas se pueden extraer
datos importantes sobre la representatividad que tuvieron los sectores y
cámaras en cada una de ellas. El sector alimenticio continuó con los
mismos representantes y empresas, dato relevante ya que es uno de los más
competitivos por sus ventajas naturales dentro del espectro industrial, y en
esos años se consolidó como la actividad manufacturera con más
significación económica (Schorr, 2004).
Además, mantuvo la presencia en el Comité Ejecutivo la COPAL,
afirmando así las posiciones liberales y aperturistas de sus miembros en
sintonía con las del gobierno nacional. La misma situación se presentó para
el caso de los representantes de las industrias celulósicas-papeleras. El
sector petroquímico continuó con un representante, Manuel Herrera,
integrante del grupo PÉREZ COMPANC y perteneciente al MIN. Esta
modificación ocasionó que la CIQyP quedase sin representante en el
Comité Ejecutivo, [29] y que ninguna otra cámara o entidad representativa
del sector se sumase a la cúpula directiva.
Pese a las variaciones mencionadas, los sectores con mayor peso y
relevancia tanto en la estructura organizativa y decisional de la UIA como
en lo estructural-económico continuaron con la misma representación, y
quienes ganaron posiciones en la estructura institucional de la entidad
fueron los actores que adquirieron un rol relevante y crucial en la nueva
conformación económica de la Argentina, principalmente los representantes
de los grandes grupos económicos (Azpiazu, 1997; Castellani, 2009;
Gaggero, 2011; Kulfas, 2001).
En el caso de la UIA, la incorporación como dirigentes de miembros de
grupos económicos se vinculaba con los cambios acaecidos en la economía
del país, y su presencia respondía a la influencia que adquirían en la
economía real y a la necesidad de canalizarla institucionalmente. Su
incorporación en las estructuras de decisión y conducción de la UIA
pretendía obstruir el surgimiento de grupos de representación paralelos
como los Capitanes de la Industria en los años ochenta que debilitaron a la
UIA frente al poder político. [30]

2.2. 1993-1997: Estabilidad y permanencia en la elite corporativa


industrial
Para las elecciones de 1993 los industriales realizaron un acuerdo interno
entre el MIN, el MIA y los grandes empresarios incorporados en el primer
lineamiento, conformando una lista de unidad que propuso como candidato
presidencial a Jorge Blanco Villegas (vinculado al Grupo MACRI), quien
asumió el 28 de abril. La conformación de una lista única puso de relieve
cambios en la organización interna de la UIA, reflejo de las profundas
transformaciones que se producían en la base estructural de la entidad.
En el plano estructural-económico, la modificación de las estrategias de
los grandes empresarios pertenecientes a los grupos económicos que se
habían incorporado a las estructuras de decisión y conducción de la UIA,
incentivaban y promovían este cambio de acción de la entidad. En las
elecciones de 1991, cuando recién se ponía en marcha el Plan de
Convertibilidad, los grandes empresarios se habían alineado junto al MIN,
representante de las pequeñas y medianas industrias y de las economías
regionales, en las posiciones más exigentes hacia el gobierno. En aquel
momento, el contexto presentaba un alto componente de incertidumbre que
imposibilitaba saber cuál sería definitivamente el rumbo que tomaría la
economía.
A partir de 1993, los mismos grandes empresarios comenzaron a adoptar
posiciones más negociadoras, giro que se vinculó con la participación de
muchos de ellos en las privatizaciones a través de las cuales se convirtieron
en propietarios o copropietarios de las empresas estatales. Esta
participación les posibilitó incursionar en actividades económicas rentables
a través de las cuales compensaban las pérdidas producto de las medidas
gubernamentales sobre el sector industrial (Ver Gaggero en este
volumen). [31]
Por lo tanto, la participación de las empresas que estos representaban en
el proceso privatizador y su ubicación en nuevas oportunidades de negocios
los llevaba a diversificar sus estructuras productivas, y en consecuencia a
incrementar sus posibilidades más allá (y en numerosos casos por fuera) de
la actividad industrial (Ver Schorr y Nemiña en este volumen). En este
aspecto, no querían formar parte de una entidad que se mostrase contraria y
opuesta a las medidas que tomaba el gobierno nacional. La participación del
grupo PÉREZ COMPANC en el año 1992 en la privatización de la empresa
YPF y la del grupo TECHINT en la privatización de Somisa [32] en el
mismo año dan cuenta de esta situación.
Jorge Blanco Villegas ocupó el cargo de presidente, Gilberto Montagna la
vicepresidencia 1° y Eduardo Faena el puesto de secretario. El presidente
electo pertenecía a la industria automotriz y de electrodomésticos, formaba
parte de Sevel Argentina SA (Grupo SOCMA). En el seno de la UIA estaba
alineado al MIA, había desempeñado distintos cargos a partir de 1989, y por
fuera de la entidad desarrollaba su actividad gremial como presidente en la
Asociación de Fábrica de Automotores (ADEFA). En el caso del
vicepresidente 1°, es remarcable que si bien continuaba con su actividad
gremial en la CIPA y la COPAL, había vendido su establecimiento
Terrabussi SA, quedándose de este modo sin inserción en la actividad
productiva (ver Gaggero en este volumen). [33]
El secretario, Eduardo Faena, era integrante del MIN, pertenecía al sector
de las pequeñas y medianas empresas del sector textil y formaba parte de
Asiana SA. En cuanto a su trayectoria gremial en la UIA, solo formó parte
del Consejo General en el período 1991-1993 y fue dirigente de la
Federación Argentina de Industrias Textiles (FITA).
La conformación de este Comité Ejecutivo fue producto de los acuerdos
entre el MIA y el MIN, que distribuyó los cargos de forma casi igualitaria
entre ambos agrupamientos (cinco para el MIA y seis para el MIN). Sin
embargo, dado que el último presidente estuvo alineado con el MIN, bajo la
nueva presidencia se dispuso que el mismo perteneciese al MIA.
En contrapartida, el MIN se quedó con la secretaría de la UIA, colocando
a un representante de las pequeñas y medianas industrias, buscando de ese
modo y desde un cargo influyente en el seno de la entidad, contrabalancear
la pertenencia y estrategias del presidente. Estos acuerdos internos entre los
integrantes de la entidad no están plasmados en sus estatutos ni en sus
reglamentaciones formales, sino que son fruto de alianzas y negociaciones
de índole informal entre los directivos de la UIA, orientados principalmente
a asegurar la presencia de los sectores e intereses por ellos representados en
el máximo órgano de conducción de la asociación empresaria. [34]
Entre los grandes empresarios, era notoria la ausencia del grupo PÉREZ
COMPANC, ya que Manuel Herrera, su representante, dejó el puesto de
secretario y no se incorporó ningún otro directivo del grupo al Comité
Ejecutivo de la UIA.
Otro dato importante en comparación con la última composición del
Comité Ejecutivo es que solamente tres integrantes se incorporaron por
primera vez: Eduardo Faena, Luis José Vasallo [35] y Alejandro de
Achaval. [36] De este modo, la renovación de los dirigentes de la UIA en
este período fue de solo un 33%, evidenciando que los acuerdos
establecidos buscaron asegurar la continuidad y permanencia de los
dirigentes en las estructuras de poder de la entidad, tras la importante
renovación que produjo la elección de 1991. El presidente, Sergio
Einaudi, [37] Patricio Zavalía Lagos, [38] Alejandro de Achaval y Héctor
Massuh representaban a grupos económicos, y tuvieron una participación
activa tanto en la llegada de Mahler a la presidencia como en la
conformación de la lista de unidad que hizo lo propio con Blanco Villegas.
A partir de las trayectorias corporativas (cuadro 2) se pueden realizar
algunas reflexiones sobre los rasgos de los nuevos dirigentes y de los
vínculos entre los aspectos formales e informales de la organización. El
secretario de la UIA, Eduardo Faena, no tuvo participación desde la
normalización de la entidad fabril (1981) ni en el Comité Ejecutivo ni en la
Junta Directiva de la UIA. Tampoco formó parte de los Departamentos ni
de las distintas comisiones que los conforman. Solamente integró el
Consejo General de la UIA, en 1991, representando a la FITA.
En relación con los requisitos formales exigidos en el Estatuto para
acceder a la presidencia de la UIA, al igual que en las gestiones anteriores,
se cumple con los mismos, ya que el dirigente además de ser argentino,
poseía desempeño en cargos directivos industriales, y al momento de su
designación como presidente era directivo de empresas asociadas a la UIA.
También, a lo largo de su gestión, se puso en evidencia que la pertenencia
de los presidentes de la corporación fabril a sectores económicos y
empresas específicos provoca conflictos de intereses y tensiones con los
socios y representados de la misma. Esto se debe a que la filiación sectorial
del presidente y la cantidad de funciones depositadas en su figura, así como
la posesión de voto decisorio en determinadas cuestiones llevan a que el
mismo decida en función y privilegiando los intereses de su sector de
pertenencia.
En este sentido, la estructura formal de la entidad no sopesa de qué
manera este aspecto incide sobre la dinámica de las relaciones entre el
presidente y sus socios y en la creciente disociación entre el fin que esgrime
perseguir la UIA y lo que se produce en la práctica, fruto de esta lucha entre
intereses del colectivo e intereses particulares.
La forma de acceso a los cargos en el Comité Ejecutivo bajo la
presidencia de Blanco Villegas, muestra el ingreso a la cúpula directiva de
la UIA de dirigentes que no transitaron por distintos cargos en el seno de la
entidad, sino que llegaban a las máximas posiciones directivas por su
pertenencia a cámaras empresarias asociadas a la organización. Esta
situación se manifestó con las tres nuevas incorporaciones al Comité
Ejecutivo. Además, Blanco Villegas, Sergio Einaudi y Hugo
D’Alessandro [39] ingresaron a la Junta Directiva de la UIA bajo la
presidencia de Mahler y no habían formado parte ni del Comité Ejecutivo ni
de los Departamentos de la organización previamente (Dossi, 2011).
Por lo tanto, desde 1989 se le dio menor importancia al haber tenido una
trayectoria empresarial en el seno de la entidad para acceder a su Comité
Ejecutivo. En paralelo, pertenecer a cámaras empresarias asociadas y de
peso en las estructuras de la UIA, adquirió más relevancia. En este sentido,
la elite corporativa industrial manifestó en los primeros años de la década
de los noventa, una tendencia a la apertura-renovación de su cúpula
directiva. Prevalecía en las condiciones para el ingreso, la pertenencia a
cámaras asociadas de peso a la UIA, en detrimento de la historia
institucional de los dirigentes en el seno de la central fabril.
Hacia fines de 1995, el nuevo proceso eleccionario ratificó la continuidad
de Blanco Villegas en el cargo de presidente. En el nuevo Comité Ejecutivo
asumieron también como vicepresidente 1°, Claudio Sebastiani, y como
secretario, Diego Videla. La distribución de cargos entre ambos
lineamientos marcó la hegemonía del MIA en la cúpula directiva, ya que
más de la mitad quedaron en su posesión (diez para el MIA y seis para el
MIN), destacándose los de presidente y secretario. Pese a lo establecido en
las reglamentaciones formales (donde se señala que la UIA debe propiciar
la integración y representación igualitaria de sectores y territorios), la
dinámica que se establece informalmente entre los dirigentes da lugar a
situaciones y conformación de relaciones de poder internas que no aseguran
lo estipulado en su Estatuto.
De las trayectorias corporativas (cuadro 2) se desprende que trece de
estos dirigentes eran empresarios representantes de grandes empresas y solo
tres pertenecían a empresas de características PYMI. La renovación de
autoridades fue de un 43% pero considerando una mayor cantidad de cargos
en juego; la estabilidad de la dirigencia se consolidaba en el Comité
Ejecutivo de la UIA tras el importante recambio de 1991. Además, todos
los nuevos dirigentes formaban parte y representaban a grandes empresas y
a cámaras empresarias de peso en las estructuras de la UIA, reafirmándose
la tendencia a incorporar a estos dirigentes para conseguir aportes
económicos para el funcionamiento de la entidad fabril.
Es importante destacar que Álvarez Gaiani, el vicepresidente 2º, no era ni
dueño ni directivo de ninguna empresa, y que su incorporación al Comité
Ejecutivo, era fruto de su pertenencia a la poderosa COPAL en tanto cámara
empresaria asociada a la UIA. Bajo la segunda presidencia de Blanco
Villegas, se continuó con la tendencia a incorporar dirigentes que no habían
desarrollado una vasta trayectoria corporativa en la entidad, con pertenencia
a cámaras asociadas y empresas de peso, equiparando la cantidad de
dirigentes de ambas tipologías en las formas de acceso a los cargos del
Comité Ejecutivo. Esta es una particularidad de la elite corporativa
industrial que la distingue, por ejemplo, de la elite corporativa bancaria (ver
Cobe en este volumen).
El caso de Diego Videla, secretario de la entidad, puso de manifiesto las
tensiones en el seno de los lineamientos internos y también en las cámaras
asociadas. Si bien tradicionalmente defendía, en su alineación con el MIA y
por su pertenencia a la COPAL, los preceptos del liberalismo económico, en
los reclamos hacia la necesidad de intervención y regulación del Estado en
defensa de sectores económicos afectados, se encolumnaba con las
posiciones asumidas por los integrantes del MIN y de gran parte de los
asociados de ADIMRA y FITA.
Estas tensiones se manifestaron por ejemplo, en la ausencia de ADIMRA
en el Comité Ejecutivo de la UIA. Esta cámara empresaria acentuaba sus
disputas internas en relación con la estrategia y accionar de la dirigencia de
la UIA. En los años previos, el representante en el Comité Ejecutivo por
ADIMRA, José Luis Vasallo, había apoyado las posiciones negociadoras
del presidente de la central fabril, desatando el desacuerdo entre los
integrantes de ADIMRA que finalmente optaron por el alejamiento del
Comité Ejecutivo de la UIA. [40]
El vicepresidente 1°, Claudio Sebastiani, pertenecía a la industria textil,
era dueño de la mediana empresa, GIATYBAT y en el seno de la UIA
desarrolló una amplia trayectoria, atravesando por distintos cargos y
organismos. Complementaba su actividad gremial en la Asociación de
Industriales de la Provincia de Buenos Aires como representante del sector
textil.

2.3. 1997-1999: Quiebre de la estabilidad, cambios en el acceso y


renovación de la elite corporativa industrial
En los inicios del mes de abril de 1997, la dirigencia fabril decidió
renovar el acuerdo de unidad entre el MIA y el MIN (iniciado en 1993) y
presentó la fórmula Sebastiani-Gaiani para la nueva conducción de la
entidad, con el aval del 95% del conjunto productivo. [41]
Para el período 1997-1999, la presidencia fue ocupada por Claudio
Sebastiani, la vicepresidencia 1a por Alberto Álvarez Gaiani e Ignacio De
Mendiguren asumió como secretario. Sebastiani cumplía con todos los
requisitos formales para acceder a la presidencia: era argentino, se
desempeñaba en la actividad industrial desde hacía más de diez años y al
asumir era dueño y presidente de su empresa textil (cuadro 3).
En relación con la tensión que se puede establecer entre los intereses de
la organización y los de la dirigencia, se destaca en este caso, la pertenencia
del presidente al Partido Justicialista y su cargo como diputado. Era la
primera vez que en la UIA, su presidente formaba parte simultáneamente
como afiliado de un partido político; resaltando no solo la contradicción
entre los intereses estructurales de los dirigentes, sino también los afectados
por sus filiaciones ideológico-políticas y las obligaciones que podía
imponerle su pertenencia a un partido político. [42]
El secretario de la entidad, Ignacio De Mendiguren, pertenecía al sector
textil, y era dueño de la empresa KickFrance SA. En su trayectoria
corporativa había formado parte del Consejo General de la UIA y también
integraba la Cámara Industrial de la Indumentaria y la Unión Industrial de
San Luis y se posicionaba como un defensor de los intereses de los
pequeños y medianos empresarios industriales. También había
desempeñado cargos en la gestión pública y privada. [43]
De las trayectorias corporativas (cuadro 3) resalta un dato relevante que
diferencia a este Comité Ejecutivo de los conformados bajo las gestiones de
Blanco Villegas: todos sus integrantes habían formado parte previamente de
la asociación empresaria, sea en el Consejo General, la Junta Directiva, los
Departamentos o Comisiones. De este modo, se tendió a una ruptura en la
preeminencia de la segunda forma de acceso al Comité Ejecutivo,
acompañada por una revalorización de la pertenencia y formación de los
dirigentes en el seno de la organización al momento de acceder al máximo
órgano de conducción de la UIA.

La nueva dirigencia se buscó en la propia organización. [44] De este


modo, se pretendía minimizar la llegada de dirigentes que no hubiesen
integrado a la UIA y que solo contasen como antecedentes su filiación a
cámaras empresarias de relevancia. [45] La búsqueda de dirigentes con
trayectoria institucional se relacionaba con la necesidad de cerrar el proceso
abierto desde prácticamente los comienzos de los años noventa (ingreso de
dirigentes afiliados a cámaras de peso pero con escasa trayectoria
institucional en la corporación), y revalorizar la pertenencia a la institución
como una forma de recuperar los valores y objetivos tradicionales
perseguidos por la UIA, cerrando el ingreso de nuevos dirigentes. Este
viraje en la forma de acceso al Comité Ejecutivo estaba estrechamente
relacionado con la situación macroeconómica y con las críticas de
numerosos asociados de la corporación hacia la dirigencia industrial (Dossi,
2011).
Por otra parte, en el Comité Ejecutivo, nueve miembros se incorporaban
por primera vez, dando lugar a una renovación del 56% de las autoridades,
la segunda en importancia tras la ocurrida en el año 1991. Esta renovación
se relacionaba estrechamente con los sucesos del contexto político-
institucional que se reflejaban en la dinámica organizativa de la UIA y
llevaban a la dirigencia fabril a efectuar reacomodamientos y alianzas
internas con la finalidad de recuperar su representación como entidad
corporativa y expresión de los intereses del conjunto industrial. Frente a
fuertes cambios o crisis en el contexto donde están imbricadas las
asociaciones empresarias, la respuesta de las mismas tiende a ser la
reorganización interna con el propósito de posicionarse frente a los mismos,
proceso que en el caso de la UIA sucedió en el año 1991 y ahora en 1997,
seis años más tarde.
En cuanto a la pertenencia estructural de los integrantes, doce
representaban o dirigían grandes empresas, mientras que solamente cuatro
lo hacían por el sector de las pequeñas y medianas industrias. En este
sentido, y pese a la renovación en el máximo cuerpo de conducción de la
UIA, se consolidaba la tendencia iniciada en la gestión de Israel Mahler y
fortalecida durante las presidencias de Blanco Villegas. Además, se
reforzaba esta situación con el caso del Departamento de la Pequeña y
Mediana Industria, ya que su presidente, Alberto Bracali, era el máximo
representante del grupo económico INPLAST al cual pertenecía la empresa
Plástica Inplast SA.
2.4. 1999-2001: Preeminencia de la trayectoria profesional y
clausura para ingresar a la elite corporativa industrial
La conformación de la cúpula directiva de la UIA para el período 1999-
2001 fue producto de intensas negociaciones entre el MIA y el MIN, ya que
los integrantes de la segunda línea pretendían que el Comité Ejecutivo
asumiese una posición más crítica y cuestionara rasgos del modelo
económico que atentaban contra el funcionamiento de la actividad
industrial, y que en los últimos años estaba impidiendo el desarrollo de gran
parte de las actividades integrantes del sector.
La posición de la dirigencia industrial se sustentaba principalmente en la
afirmación de que la economía argentina atravesaba desde el año 1998 un
período recesivo que afectaba al conjunto de la actividad económica, crisis
que marcaría el fin de la convertibilidad. En este marco, el Departamento de
Economía de la UIA pronosticaba para el año 1999 un crecimiento de la
economía de solo el 2,5%, y que la producción industrial en octubre de
1998 había tenido la caída más importante desde la recuperación del efecto
tequila. El estimador mensual industrial (EMI) retrocedió en el mes de
octubre un 6,4% respecto de igual mes del año 1997, y los sectores más
afectados eran el textil, el automotor, la línea blanca y la industria
siderúrgica, siendo la caída promedio de la industria del 10%, y en las
ramas más castigadas la retracción se ubicaba entre el 20 y el 30%. Solo
habían tenido un comportamiento positivo las producciones de
agroquímicos y de azúcar. [46]
Bajo la gestión de Sebastiani-Gaiani emergieron, con claridad, los
conflictos surgidos de los múltiples posicionamientos de los dirigentes
empresarios, ocasionando tensiones entre la representación de los intereses
de los empresarios y los de los dirigentes como “dirigentes
profesionales”. [47] La conformación del nuevo Comité Ejecutivo buscaba
darle respuesta a esta problemática.
Osvaldo Rial asumió como presidente de la UIA el 30 de abril de 1999 y
los máximos líderes de la cúpula directiva pretendían que su gestión,
construida a partir de los consensos y negociaciones internos entre los
distintos sectores industriales, se basara en el cuestionamiento hacia la
continuidad y profundización del modelo económico, y en la defensa de los
intereses del conjunto industrial. La trayectoria corporativa de Rial (cuadro
4) en el ámbito empresario era reconocida por todos los integrantes de la
UIA y las actividades llevadas adelante por la Unión Industrial de la
Provincia de Buenos Aires (UIPBA), entidad presidida por el dirigente, le
otorgaban consenso, fundamentalmente desde los integrantes del MIN.
Fue clave en su nombramiento, el aval otorgado por los líderes de
grandes empresas y grupos económicos, integrantes del Comité Ejecutivo
de la UIA, entre los que se destacan desde el MIN, Sergio Einaudi
(TECHINT), Guillermo Gotelli (Alpargatas), Luis M. Blaquier (Ingenio
Ledesma), Fragueyro (ACINDAR) y Héctor Massuh (Massuh SA). Estos
dirigentes industriales junto a referentes de otras asociaciones empresarias
conformaron poco tiempo después el denominado Grupo Productivo. [48]
Desde el MIA, fue decisivo el aval de Hugo D’Alessandro (Arcor SAIC) y
de su máximo referente, Diego Videla. Lo que distinguió a la gestión de
Rial fue que su nombramiento contaba con el consenso de las empresas
grandes, medianas y pequeñas de capital nacional, al tiempo que disentían
con su llegada los referentes de las empresas extranjeras, más allá de su
pertenencia a sectores específicos de actividad. [49]
Los apoyos de grandes empresarios nacionales con los que contó Rial se
vinculaban con la estrategia de los mismos de abandonar definitivamente su
aval casi incondicional, desde inicios de los años noventa y hasta 1997
aproximadamente, a las políticas de privatizaciones, apertura y reforma del
Estado. [50] La crisis del sureste asiático en 1997 que repercutió
negativamente en la economía argentina, el ingreso en una fase recesiva
desde 1998 y las presiones desde el ámbito gubernamental para habilitar
otra reelección de Carlos Menem, impulsaron a los empresarios a modificar
sus estrategias en pos de cambiar algunos aspectos. [51] Además, los
cambios en la inserción estructural de muchos grupos económicos,
especialmente aquellos vinculados con las privatizaciones de empresas de
servicios públicos fortalecía este viraje de estrategia (ver Gaggero, en este
volumen). [52]
La composición de este Comité Ejecutivo con respecto a las anteriores
tuvo una particularidad y se vinculó con la permanencia de los dirigentes en
el cuerpo de conducción. De dieciséis cargos que se sometieron a elección,
trece fueron ocupados por los mismos dirigentes que habían pertenecido a
la cúpula directiva en el período 1997-1999, reflejando una permanencia del
81,25% de la dirigencia. Solo dos dirigentes (Roberto Arano y Juan Carlos
Sacco) no habían formado previamente parte del Comité Ejecutivo y uno
(Federico Kindgard) participó en la formación dirigencial de los períodos
previos. De este modo, se consolidó la tendencia en la UIA a la
permanencia de sus dirigentes, evitando la renovación e incorporación de
nuevos integrantes a su máxima estructura decisoria.
Estos dos nuevos integrantes habían formado previamente parte de las
estructuras de la UIA. Roberto Arano, había participado activamente en el
Departamento de Economía e integró el Consejo General y la Junta
Directiva. Juan Carlos Sacco, integró estos dos últimos órganos. De este
modo, dada la permanencia y continuidad de los restantes directivos en la
cúpula ejecutiva de la UIA, continúa consolidándose en la dimensión
organizativa-institucional de la entidad, la preeminencia de la primera
forma de acceso empresaria a la hora de formar parte del Comité Ejecutivo.
Es decir, se otorgaba centralidad a la pertenencia previa y ejercicio de
distintos puestos de responsabilidad en la UIA, en lugar de la procedencia
directa por su filiación a cámaras de segundo grado asociadas a la central
fabril. La preeminencia de esta forma de acceso continúa lo iniciado en
1997, y pone de relieve que, en momentos de crisis, la elite corporativa
industrial recurre a un cierre y clausura en el acceso a cargos de nuevos
dirigentes, prevaleciendo el mecanismo de ascenso interno de aquellos con
trayectoria institucional en la corporación.
La presidencia fue ocupada por Osvaldo Rial, la vicepresidencia 1a por
Alberto Álvarez Gaiani y la secretaría continuó en manos de Ignacio De
Mendiguren. Se destacan dos hechos importantes: por una parte, la
permanencia de De Mendiguren como secretario de la entidad, mostrando
que la posesión de este cargo se dejaba en manos del MIN, a través del cual
se buscaba fomentar y difundir la posición de este sector de la dirigencia de
la UIA en el plano político-institucional. Como se mencionó, la importancia
de este cargo excedía las funciones de índole administrativa adjudicadas al
mismo por el Estatuto de la entidad.
Por otra parte, la continuidad de Álvarez Gaini en la vicepresidencia 1º,
es decir, en el primer escalón de la línea sucesoria, destacaba que pese a las
desavenencias de la COPAL con las estrategias que iba adoptando la nueva
dirigencia de la UIA, la cámara empresarial continuaba manteniendo su
espacio de representación y de relevancia en el seno de la corporación
fabril.
Los requisitos formales establecidos para el ejercicio de la presidencia en
la UIA, eran cumplidos por Rial, quien tenía nacionalidad argentina, su
actividad en el sector empresario superaba los diez años y era al momento
de asumir la conducción de la UIA propietario de su propio establecimiento
industrial, Establecimiento Metalúrgico Herrametal SA, dedicado a la
industria metalúrgica, sector al cual pertenecía y representaba el dirigente.
En el seno de la UIA había ocupado distintos cargos y tenía una amplia
trayectoria como dirigente gremial empresario empresario en la Unión
Industrial de la Provincia de Buenos Aires (UIPBA), cámara asociada a la
UIA y en la cual ejerció también la presidencia.
Otro dato remarcable en el Comité Ejecutivo, fue que la presidencia del
Departamento PYMI quedó en poder de un industrial vinculado al sector,
Juan Carlos Lascurain, [53] empresario perteneciente al sector metalúrgico,
con trayectoria en el seno de la UIA y vinculado a ADIMRA. De modo
opuesto, en el período anterior, la vicepresidencia PYMI había sido
detentada por un directivo industrial perteneciente a grandes empresas. Esta
modificación puede ser analizada desde las severas crisis que atravesaban
las PYMI y los reclamos y críticas que muchos empresarios habían
efectuado en la Asamblea Nacional realizada por la UIA en 1999. Así, este
nombramiento por parte de la dirigencia de la UIA, se enmarcaba en la
estrategia de contener al sector PYMI (Dossi, 2011).
En un contexto de crisis que dificultaba y ponía en cuestión el rol del
sector industrial como motor del crecimiento, esta tendencia se puede
enmarcar en la necesidad de contar con líderes que, a través de su inserción
en las estructuras de la UIA, fortaleciesen su capacidad institucional. La
escasa renovación de su cúpula directiva hizo que la preeminencia de
directivos de grandes empresas continuase en el Comité Ejecutivo de la
entidad; solo la incorporación de Juan Carlos Sacco reforzaba la presencia
PYMI.
En el transcurso de estos últimos años desempeñaron un rol importante
los lazos que los líderes industriales mantuvieron con otros actores,
particularmente con otras corporaciones empresarias, mediante la
constitución del Grupo Productivo (integrado por la UIA, Confederaciones
Rurales Argentinas y la Cámara Argentina de la Construcción), una alianza
empresaria con reivindicaciones productivas, que implicó la ruptura del
Grupo de los 8 y modificó las estrategias y negociaciones de los dirigentes
industriales con los agentes estatales. [54]
Reflexiones finales
Del análisis llevado adelante de las trayectorias corporativas de los
presidentes, vicepresidentes 1° y secretarios de la UIA, se desprende que
coexisten y se alternan dos formas de acceso a los máximos cargos
directivos de la entidad: por un lado, la trayectoria por la “carrera
profesional”, es decir, por su historia corporativa-gremial en el seno de la
propia entidad, por los cargos ocupados, actividades realizadas y órganos de
participación. Este tipo de ascenso a los máximos cargos se produce a partir
de las acciones y actividades desarrolladas en el seno de la asociación y el
desempeño del puesto tiene el foco en la carrera dirigencial.
Cuando prima la trayectoria gremial-corporativa de los dirigentes, si bien
generalmente estos poseen vinculaciones con la actividad industrial, la
ocupación de los cargos no depende del tamaño, peso específico de la
empresa o sector de actividad industrial al cual pertenecen, sino de un modo
casi exclusivo con las cualidades personales de la trayectoria empresarial.
Esto quedó reflejado en el análisis en aquellos casos en que los máximos
cargos de la corporación fueron ocupados por dirigentes de empresas
medianas y/o por dirigentes sin filiación en el plano productivo.
Bajo esta modalidad de acceso cobra relevancia la capacidad de los
dirigentes para construir poder y consensos mientras desarrollan su carrera
corporativa. De forma concomitante, los apoyos internos deben ser
fortalecidos mediante la existencia y profundización de lazos con el
“afuera” de la corporación, es decir, con otras organizaciones tanto del
ámbito público como del privado.
Esta forma de acceso al Comité Ejecutivo en los años noventa ha estado
estrechamente ligada con el contexto en el cual se desempeña la
corporación empresarial. En este sentido, frente a situaciones de crisis que
afectan el desenvolvimiento del sector industrial y que ponen en tensión los
heterogéneos intereses que lo componen, la elite corporativa industrial optó
por un proceso de clausura, cristalizado en el cierre para el ingreso de
nuevos dirigentes al Comité Ejecutivo, realizando este reclutamiento entre
aquellos que poseen una trayectoria en el seno de la corporación.
Por otro lado, también llegan a ocuparse los máximos cargos por la
pertenencia de los dirigentes a cámaras empresarias o empresas de peso y
relevancia en la escena nacional y que se encuentren asociadas a la UIA.
Bajo esta modalidad, pierde relevancia la trayectoria profesional y la
“historia” en el seno de la corporación, fortaleciéndose la relevancia de los
aspectos económicos-estructurales de determinadas cámaras o empresas.
La llegada de nuevos dirigentes al Comité Ejecutivo de la UIA se ha
producido en los años bajo estudio en momentos en que el contexto
macroeconómico ha registrado una estabilidad y crecimiento relativos y,
posibilitó simultáneamente que ciertos empresarios industriales hayan
podido insertarse en nuevas oportunidades de negocio abiertas bajo el
nuevo modelo económico.
Por otra parte, y más allá de la forma de acceso a los cargos, en la UIA,
durante los noventa, los presidentes, vicepresidentes y secretarios
analizados han tendido a ocupar previamente (con distintos niveles de
participación, importancia e intensidad) cargos en algunos de los órganos de
conducción o departamentos que componen a la corporación fabril. Sí se
destaca que bajo la segunda forma de acceso, la participación ha sido menor
tanto por la importancia de los cargos ocupados como por el tiempo de
ejercicio de los mismos. En cuanto a la filiación en sus lineamientos
internos, el MIA y el MIN, los máximos dirigentes se encolumnaron bajo
alguno de los dos en el período bajo estudio.
En lo concerniente a la estabilidad de la cúpula corporativa industrial, se
ha destacado que más allá de dos momentos puntuales (1991 y 1997), la
tendencia predominante es la estabilidad del máximo cuerpo directivo y la
permanencia de sus dirigentes. La alta rotación de los presidentes (salvo la
permanencia de Blanco Villegas por dos períodos consecutivos) se vincula
con lo estipulado en el Estatuto de la UIA. Sin embargo, la salida de la
presidencia suele tener como resultado la ocupación de otro alto puesto en
el Comité Ejecutivo, contribuyendo a la estabilidad de la dirigencia
industrial, que limita la llegada de nuevos dirigentes y la renovación de
autoridades, imponiendo una rotación de los mismos dirigentes por distintos
puestos directivos.
De los dirigentes analizados, la mayor parte de ellos fueron propietarios
de empresas, si bien de tamaño medio y no grande. La característica central
de estos dirigentes es que no representaban (en su mayor parte) por sí
mismos a grandes empresas, pero sí arribaban a los cargos, y
particularmente a la presidencia, con el aval de los grandes grupos
económicos integrantes de la UIA. Esta situación se evidencia de forma
emblemática con las presidencias de Israel Mahler (1991-1993), Claudio
Sebastiani (1997-1999) y Osvaldo Rial (1999-2001).
Otro rasgo importante de la elite corporativa industrial en los años
noventa, particularmente de sus presidentes, es su capacidad para
convertirse en representantes sectoriales, sea de un sector o del conjunto del
empresariado. Esto les otorga capacidad para poder realizar distintas
actividades de “lobbying” sectorial, promoviendo los intereses a los cuales
representan, generando fricciones y tensiones con aquellos que quedan por
fuera de esta esfera de representación. Por otra parte, esos dirigentes en
tanto representantes sectoriales también ejercen influencia para gestionar
alianzas estratégicas entre el Estado y los empresarios, permeadas por los
intereses por ellos representados.
También se desprende del análisis de las trayectorias corporativas que
los máximos dirigentes industriales han mantenido a lo largo de los noventa
diversos vínculos con organizaciones empresarias plasmados en la
formación de agrupamientos colectivos como el Grupo de los 8 y el Grupo
Productivo. Asimismo, entablaron fuertes lazos con uniones industriales
provinciales, destacándose la pertenencia de algunos de los presidentes a
dichas entidades, y con otras asociaciones o cámaras sectoriales, como los
casos de COPAL, ADIMRA, CIPA, cuya incidencia no es menor en las
estrategias llevadas adelante por la dirigencia industrial.

Bibliografía
Acuña, C.H. (1995). “Intereses empresarios, dictadura y democracia en la Argentina actual
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Fuentes
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Documentos
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Memorias de la UIA (1989-2001)
Anuarios de la UIA (1989-2001)

Notas
1. La definición de elite económica ha sido elaborada en el marco de un proyecto sobre la
reconfiguración de las elites económicas, tecnocráticas y políticas en la Argentina de fines
del siglo XX (Proyecto PIP 1350, 2009-2011 Configuración de las elites argentinas. Las
relaciones entre los cambios estructurales y corporativos del poder económico, el ascenso
de la tecnocracia y la desprofesionalización del poder político entre 1976 y 2002, con sede
en el CESE-IDAES/UNSAM y financiamiento del CONICET).
2. Sobre estas cuestiones se puede consultar Romero, 2003; Cavarozzi, 1997; Sidicaro, 2001;
Diniz, 2000; Beltrán, 2006.
3. Ver Schvarzer (1991), Dossi (2012a).
4. Los restantes cargos que componen el Comité Ejecutivo para los años noventa se pueden
ver en Dossi (2012a).
5. La noción de acción corporativa empresaria alude a un subtipo de acción colectiva
empresaria que se desarrolla en el seno de las corporaciones empresarias y a través de ella
los empresarios construyen su acción colectiva en la dimensión político-institucional para
entablar vínculos con otros actores. Sobre el desarrollo de este concepto ver Dossi (2011a;
2012b).
6. Entre la vasta bibliografía sobre la noción de acción política y sus diferencias con el
concepto de acción económica se puede mencionar la economía institucional (Veblen,
Commons y Mitchell), la nueva economía institucional (North, Coase y Oliver Williamson,
entre otros), la elección racional (Elster, Simon, entre otros) y la nueva sociología
económica (Granovetter, Swedberg, Beckert, Zelizer y Smelser).
7. El estructuralismo es una suerte de síntesis de la Escuela Clásica (formal) y de las
Relaciones Humanas (informal), que también se aproxima a la obra de Max Weber y en
cierto grado a la de Karl Marx, pero su principal diálogo fue con la Escuela de Relaciones
Humanas. Ver Etzioni (1961; 1975).
8. Sobre las características de los Estatutos de las organizaciones en general se puede
consultar Lucas y García (2002).
9. El presidente puede ser de modo indistinto consejero representativo de socios plenarios de
ámbito sectorial o territorial (Estatuto, Sección, 8, art. 8.5).
10. La cantidad de vicepresidentes se ha ido modificando a lo largo de los años.
11. Los vocales deben ser presidentes, directores, socios gerentes o poseer un apoderamiento
especial de empresas industriales de notoria significación en la actividad económica del
país, considerando pautas de facturación, personal ocupado y participación en el producto
bruto industrial.
12. Ver M. Dossi (2011a).
13. El Comité Ejecutivo se reúne semanalmente en forma ordinaria y extraordinariamente
sesiona cuando lo convoque el presidente o a pedido de tres de sus miembros. El Comité
Ejecutivo funciona válidamente con la presencia de más de la mitad de sus miembros,
siempre que entre ellos se encuentre presente el presidente o el vicepresidente que haga sus
veces. Las resoluciones se adoptan por decisión de más de la mitad de los miembros
presentes (Estatuto, Sección 8, art. 8.5.3).
14. Otras funciones relevantes son resolver cuestiones perentorias, realizar o autorizar pagos y
firmar o autorizar cheques junto con el Tesorero. También dispone la confección de la
Memoria que firma conjuntamente con el secretario, Balance General, Presupuesto y
Cuenta de Gastos y Recursos que suscribe conjuntamente con el tesorero y que somete para
su aprobación a la Junta Directiva.
15. Ver M. Dossi (2011a).
16. La cantidad de integrantes de la Junta Directiva ha variado en el transcurso del tiempo y
esta es la cantidad que posee actualmente.
17. La conformación completa de los Comité Ejecutivo se puede consultar en Dossi (2011).
18. Las primeras medidas votadas y aprobadas fueron las leyes de Emergencia Económica y
de Reforma del Estado. Ver Schvarzer (1998), Basualdo (2003).
19. Sobre las manifestaciones de las corporaciones empresarias en torno a las reformas
neoliberales y a los vínculos de las mismas con el Estado consultar Beltrán (1999, 2001,
2006); Sidicaro (1989, 2001 y 2005).
20. Sobre declaraciones del dirigente se puede consultar Memoria UIA (1989, 1990).
21. Sobre las particularidades y discusiones internas en el seno de la UIA en dicho período ver
Dossi (2011a).
22. El Grupo de los 8 fue integrado por la UIA, la Sociedad Rural Argentina (SRA), la
Cámara Argentina de Comercio (CAC), la Bolsa de Comercio, la Cámara Argentina de la
Construcción, la Unión Argentina de la Construcción (UAC), la Asociación de Bancos de
la Argentina (ADEBA), la Asociación de Bancos de la República Argentina (ABRA). Se
puede consultar Beltrán (2011) y Aruguete (2006).
23. Para mayor información sobre las particularidades de la totalidad de dicho Comité
Ejecutivo: Dossi (2011a).
24. Sobre un tratamiento detallado de estas controversias ver Dossi (2011).
25. Del período bajo análisis, solo en estas elecciones confrontaron dos listas internas (MIA-
MIN). Luego, rigió el acuerdo para conformar listas de unidad y presentar un solo
candidato (Dossi, 2011; 2012a).
26. Para un análisis más detallado de estas controversias y tensiones internas ver Dossi
(2011a).
27. Sobre esta característica consultar la composición del Comité Ejecutivo en las Memorias
de la UIA, años 1981-1989.
28. Esta estrategia de la dirigencia corporativa industrial se relacionaba con el surgimiento y
rol que desempeñaron los capitanes de la industria en los años ochenta. Ver Ostiguy
(1990).
29. La Cámara fue representada en los años previos por Jacques Hirsch y por Jorge Gaibisso.
Se pueden consultar las Memorias de la UIA (1981-1990).
30. Esta situación se había presentado en los años ochenta con la existencia de los Capitanes
de la Industria y del Grupo María como polos de representación empresaria por fuera de las
estructuras de la UIA. Ver Ostiguy (1990), Melo (1999), Beltrán (2007), Dossi (2011a).
31. Ver también Azpiazu (1994), Basualdo (2003), Schorr (2004), Gaggero (2011).
32. La participación de PEREZ COMPANC implicó el alejamiento de Manuel Herrera del
grupo y también de su actividad como dirigente industrial. Por otra parte, frente a las
dificultades del sector siderúrgico, el grupo TECHINT logró escindirse y en consecuencia
desligarse de la caída de ventas en el mercado interno y de la dificultad para enfrentar la
apertura comercial que golpeaba al sector, ya que fortaleció su inserción exportadora. Para
mayor información sobre la inserción de estos grupos en el proceso privatizador consultar
Schorr (2004), Bisang (1998), Basualdo (2003) y Gaggero (2011).
33. Ver Gaggero (2008).
34. Esta construcción de alianzas y negociaciones en el seno de la UIA se vincula
estrechamente con dos cuestiones: por un lado, con asegurar la representatividad de la
corporación, y por otro lado, con el proceso de construcción de consenso en el seno de las
asociaciones empresarias que les posibilita aunar posiciones heterogéneas para luego actuar
colectivamente. Para mayor información ver Dossi (2011).
35. Perteneciente a la industria de motores y vehículos, integrante de Zanella Hnos. y CIA.
36. Perteneciente a la industria petroquímica y dirigente de Industrias Petroquímicas
Argentinas SA, Ipako.
37. Sergio Einaudi representaba al Grupo TECHINT a través de su pertenencia a Siderca y el
mencionado grupo reforzaba su injerencia mediante la designación de otro ejecutivo de
Siderca, Eduardo Casullo, como director ejecutivo de la entidad.
38. Perteneciente a la industria textil, presidente de Alpargatas SAIC.
39. Integrante de la industria alimenticia, dirigente de Arcor SAIC.
40. Durante la década de 1990 la UIA sufrió el alejamiento de distintas cámaras de peso
porque las mismas no compartían las estrategias y posicionamientos adoptados por la
entidad. Ver Dossi (2011).
41. La elección del nuevo presidente de la UIA contó con la abstención de doce integrantes,
entre los que se contaban siete delegados de ADEFA. Memoria de la UIA, 1997.
42. Esta pertenencia partidaria del dirigente generó una fuerte controversia en el seno de la
UIA cuando Sebastiani otorgó el quórum para la sanción de la ley de reforma laboral en el
año 1998, resistida por los miembros de la UIA. Tras este episodio, el presidente presentó
su renuncia y fue sucedido en el cargo por el vicepresidente 1°, Álvarez Gaini.
43. De Mendiguren ha ejercido múltiples cargos en el ámbito público y privado entre los que
se pueden mencionar: ministro de la Producción de la República Argentina, director del
Banco de la Nación Argentina y actualmente diputado. Se desempeñó como presidente,
vicepresidente y secretario de la UIA. Presidió la empresa Conindar SA, Coniglio SA,
propietario de la cadena Stock Center y Kick France SA. Actualmente es presidente de
Texlonas SA y de la Sociedad Anónima, Ganadera y Financiera San Rafael; presidente de
la Federación Argentina de la Industria de la Indumentaria y Afines (FAIIA);
vicepresidente del Capítulo Argentino de la Sociedad Internacional para el Desarrollo
(SID); y vicepresidente de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI).
44. Al respecto se puede consultar Anuario de la UIA 1995 y 1996.
45. Sobre esta cuestión ver Dossi (2011), capítulo V, cuadros 6 y 7.
46. Informe económico del Departamento de Economía de la UIA, período septiembre-
noviembre, 1998. Consultar Anuario de la UIA, 1998, 2a parte, pp. 15-18.
47. Sobre las tensiones entre las funciones de los dirigentes se puede consultar el análisis de
Murillo (2008) para el estudio de los sindicatos.
48. El Grupo Productivo fue integrado por la UIA (con una fuerte influencia del Grupo
Techint), por las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y por la Cámara Argentina de
la Construcción (CAC). Para mayor información sobre este agrupamiento ver Merino
(2014).
49. Sobre el accionar de los dirigentes de compañías extranjeras ver Dossi (2011b), Wainer
(2010).
50. Estos apoyos de la dirigencia de la UIA quedaron manifiestos en el período 1993-1997
cuando Blanco Villegas dirigió los destinos de la entidad fabril. Al respecto consultar Dossi
(2011, capítulo V).
51. Sobre estas cuestiones se puede consultar Revista Mercado, ediciones 1998-1999.
52. Consultar Dossi (2011a, capítulo VI), Basualdo (2003), Schorr (2005).
53. Juan Carlos Lascurain es un empresario industrial vinculado al sector metalúrgico, fue
integrante de distintas cámaras pertenecientes al sector y desarrolló parte de su carrera
profesional en M. Royo comenzando como adscripto a la Gerencia General. Es un dirigente
industrial que mantiene estrechos vínculos dentro de la corporación con Ignacio De
Mendiguren y asimismo tiene contacto fluido con integrantes de la Organización Techint,
hecho que ha generado fricciones con otros integrantes de la UIA por considerarlo un
lobbysta de este importante grupo económico.
54. Sobre la conformación del Grupo Productivo y las modificaciones de las alianzas
empresarias y su implicancia en el accionar colectivo de la UIA ver Dossi (2011a, 2011b).
Capítulo 7
El fin de la tradición: La Sociedad Rural Argentina frente al
menemismo [1]
por Mariana Heredia

Introducción
Frente a la complejidad e inestabilidad de la Argentina contemporánea
pocas certezas parecieron menos cuestionadas que la existencia, a fines del
siglo XIX y principios del siglo XX, de una elite social relativamente
homogénea y solidaria. Vinculados con las grandes propiedades de la
pampa húmeda y las actividades agropecuarias de exportación, los “grandes
terratenientes”, los miembros de las “familias patricias”, la “alta sociedad
de Buenos Aires”, la “generación del ochenta”, los grandes hombres del
“orden conservador” parecieron términos transparentes y homologables. No
cabía duda de que la Sociedad Rural Argentina (SRA) constituía el espacio
de reunión y de representación por excelencia de estos grupos y sus
herederos.
Hasta hace muy poco tiempo, las investigaciones sociales supusieron la
vigencia de esta imagen paradigmática de los grandes propietarios
agropecuarios y de la Sociedad Rural Argentina sin preguntarse demasiado
por las transformaciones ocurridas entre estos productores y sus
representantes. Ciertamente, hasta entrada la década de 1980, los indicios
de continuidad eran elocuentes. A pesar de los esfuerzos en pos de la
industrialización, el perfil productivo del país seguía otorgando centralidad
a las actividades primarias. La ausencia de una reforma agraria semejante a
la adoptada en otros países de la región, había permitido perpetuar, aunque
atemperada, la importancia de las grandes propiedades y de algunas de las
principales familias propietarias. Asimismo, dada la dispersión de las
fuerzas sociales opuestas a la hegemonía cultural de los padres fundadores,
sus herederos habían lograron reproducir en el tiempo una red de amistades
poderosas y un fuerte reconocimiento simbólico de gran parte de las clases
medias y medias altas. Aunque en la primera mitad del siglo XX, los
productores primarios crearon otras entidades representativas del sector,
ninguna de ellas disputó a la SRA la voz de los propietarios más grandes y
poderosos ni ninguna otra corporación sectorial buscó asociarse tan
estrechamente a los notables del siglo XIX.
Paradójicamente, al tiempo que se subrayaba el carácter revolucionario
de las reformas adoptadas por el gobierno peronista a partir de 1989, la
preocupación por las elites fue, desde principios de los años noventa,
perdiendo interés. A lo largo de esta década, los análisis sobre la cuestión
fueron furtivos y aún más escasos fueron aquellos que buscaron apoyarse en
estudios empíricos. Todo parecía indicar que era solo el movimiento
político nacido en 1945, el que había experimentado grandes mutaciones.
Ante una reorganización tan profunda del capitalismo y de las instituciones
democráticas, las elites económicas eran vistas como actores llamados
necesariamente a reproducirse exitosamente, a consolidar e imponer sus
formas de organización, sin acusar más impacto que el de una prosperidad
fortalecida.
Es aquí que el estudio de nuestro caso revela todo su interés. En tanto
entidad corporativa, la SRA es una organización formada por asociación
voluntaria que busca representar y defender los intereses del agro. Los
espacios de la representación sectorial se revelan especialmente fructíferos
a la hora de analizar grandes cambios económicos y políticos. Y esto,
porque las dirigencias se enfrentan a una doble exigencia. Por un lado, la
tarea de representación implica, por definición, la construcción de grupos
con intereses comunes y esta construcción es particularmente intensa en
períodos de grandes mutaciones. Por otro lado, la interpretación y la
readaptación a la coyuntura deben interactuar con cierta inercia institucional
resultado de la historia y de los marcos normativos específicos de cada
organización.
A poco de andar, los primeros hallazgos nos mostraron que el derrotero
de la SRA invitaba a poner en cuestión el carácter monolítico que muchos
análisis acordaron, con excesiva rapidez, a los soportes sociales de las
reformas estructurales. En efecto, ciertos términos que remiten a los
orígenes o a los contenidos ideológicos de las reformas (tales como
“Consenso de Washington” o “neoliberalismo”), otros que designan grupos
sociales aparentemente sin fracturas (los “sectores concentrados de la
economía”, “la elite económica”, “el establishment” o “los grandes
propietarios”) dificultan la indagación empírica de los efectos diversos que
las transformaciones tuvieron sobre quienes ocupan u ocupaban la cúspide
de la pirámide social. Al adentramos en el estudio de la organización
escogida y trascender las posiciones que se manifestaban en la estrecha
arena política, la Sociedad Rural se nos presentó como un caso paradójico.
Aunque el menemismo concretó gran parte de los insistentes reclamos de la
institución, hacia fines de los años noventa, el sector agropecuario estaba
sumido en una profunda crisis, su asociación no lograba imponerse a la
competencia de otros actores corporativos del agro y sus dirigentes
evidenciaban los rasgos de una elite que supo ocupar un lugar hegemónico
pero que había entrado en un claro declive.
Para reconstruir el modo en que las reformas estructurales y las
transformaciones políticas impactaron en esta asociación y en los grupos
que representa, nos servimos de tres tipos de fuentes de información:
material periodístico producido entre 1987 y 2001, documentación interna y
entrevistas a sus principales miembros. Sobre este material, el capítulo se
compone de tres partes. El primer apartado está dedicado a la historia de la
SRA. Es indispensable recuperar el pasado para poder comprender el
significado y la magnitud de los cambios más recientes. La segunda sección
se centra en la liberalización de la tierra y en las consecuencias sufridas por
los productores y su entidad representativa. Para esta reconstrucción no solo
consideramos la relación con el Estado y las políticas públicas sino también
los conflictos internos y las grandes transformaciones institucionales, las
principales posiciones adoptadas por la organización y las relaciones con
otros actores del campo empresario. En la tercera parte proponemos una
reflexión sobre la renovación de las elites económicas en la Argentina
durante la década de los noventa.

1. La historia de la entidad, la entidad en la historia


Reducida a su imagen más simple y conocida, la Argentina es el país de la
pampa y del churrasco. Una caricatura, sin dudas, pero que permite
empezar a comprender por qué la Sociedad Rural Argentina ha logrado
ocupar durante sus 150 años de existencia un lugar tan importante dentro de
la vida política local. La identificación entre la nación y el suelo, entre el
suelo y los propietarios agrícolas se refuerza si consideramos que el período
durante el cual las elites tradicionales gobernaron el país coincide con la
fundación del Estado moderno y con una prosperidad económica sin
precedentes.
La Sociedad Rural Argentina fue creada en 1866 [2] por un grupo de 76
grandes propietarios de la pampa. Desde sus comienzos, se dio como
objetivo “promover los intereses generales de la campaña”, mientras su
lema proclamaba que “cultivar el suelo es servir a la patria”. Las tareas
iniciales de la SRA acompañaron la llegada masiva de trabajadores
europeos y la estabilización institucional. Paralelamente, el Río de la Plata,
hasta entonces una región marginal y despoblada, se transformó en pocos
años en el centro de una de las economías más florecientes de su época.
A lo largo de este proceso, la asociación que representaba a los grandes
propietarios rurales se consolidó como espacio nodal de la vida económica
de la joven nación. En 1900, la SRA contaba ya con 2000 miembros, entre
quienes se encontraban los hombres más ricos del país. [3] Gracias a las
características de la producción, esta riqueza no imponía como
contrapartida una gran inversión en términos de tiempo o de dinero. Muy
habitualmente, el gran propietario de la pampa delegaba el cultivo del suelo
en sus arrendatarios y no se interesaba más que en la cría de ganado. Los
grandes frigoríficos, los proveedores de insumos y las empresas
exportadoras eran, por otra parte, de propiedad inglesa o norteamericana.
En lugar de la innovación tecnológica, los grandes propietarios argentinos
podían aumentar sus ganancias adquiriendo nuevos terrenos y
reproduciendo en ellos una explotación extensiva. Los terratenientes
podían, así, vivir en las grandes ciudades y dedicar su tiempo a otras
actividades tales como la política, el arte, la vida mundana.
Hasta entrado el siglo XX, la participación de los terratenientes en la
esfera pública fue protagónica. Gran parte de los líderes del Partido
Autonomista Nacional eran propietarios agropecuarios y varios de los
miembros de la SRA lograron acceder a la Presidencia de la República y a
puestos elevados dentro de la administración del Estado. La Secretaría de
Agricultura era, por cierto, reservada a un alto miembro de la asociación.
Esta circulación entre el mundo de la economía y de la política se
reafirmaba además por el prestigio de los hombres de la pampa. El
trastrocamiento social provocado por la modernización y por la inmigración
europea no impedía a la SRA afirmar sus raíces inmemoriales: un número
importante de sus asociados correspondía, en efecto, “a las familias que han
vivido en la Argentina antes de la declaración de la Independencia de 1816”
(Zemborain, 1973: 12). La homogeneidad social era bien velada por la
institución. Aunque las condiciones formales para asociarse a la SRA han
sido siempre muy vagas, los mecanismos de cooptación reservaban este
espacio para el círculo de elegidos: los nuevos asociados se incorporaban a
la SRA luego de la presentación oficiada por un miembro de la familia o un
amigo próximo. La pertenencia a la prestigiosa asociación agraria se
superponía a otros espacios igualmente selectos: el Jockey Club, el
Automóvil Club, el Círculo de Armas. Aun tratándose de una entidad
orientada a representar intereses económicos, su funcionamiento se
asemejaba más bien al de un club social. Los productores de regiones
marginales, por su parte, prácticamente no estaban representados.
Beneficiarios directos de las ganancias provenientes de la economía
exportadora, los socios de la Sociedad Rural se convirtieron en los
principales defensores de una economía integrada al mundo. Adherían a un
liberalismo cosmopolita que postulaba la reciprocidad de los intercambios
con las metrópolis del norte y el equilibrio natural del mercado
internacional. Las características de los hombres de la pampa y de la
sociedad argentina en su conjunto imprimieron matices y configuraciones
propias al liberalismo local. Así, más allá del desprecio de las elites por el
pasado indígena y por la herencia colonial, más allá de la intención de
convertir a la Argentina en el país más austral de Europa, los liberales
argentinos introdujeron ajustes significativos al modelo que pretendía
imitar. Si bien el acceso de los colonos a la tierra, la industrialización y la
democratización del sistema político formaban parte del programa
delineado por los primeros intelectuales criollos, el latifundio, la
especialización económica centrada en la producción agropecuaria y el
paternalismo político dominaron el orden instaurado entre 1880 y 1916.
La exposición anual de la Sociedad Rural, organizada en el corazón de la
ciudad de Buenos Aires, contribuyó a reactualizar cada año la identificación
entre los hombres de la pampa y las raíces de la nación. El evento consistía
en la exhibición de la tecnología del sector y de los productos regionales y,
sobre todo, en la organización de concursos para cada especie de ganado
destinados a seleccionar los mejores ejemplares (empleados luego como
sementales). La exposición era además acompañada por la puesta en escena
de todo el simbolismo del gaucho, del folklore y de la pampa. Desde 1875,
los grandes propietarios encontraron allí una tribuna única para expresar sus
exigencias y para hacerse reconocer por los habitantes del campo y la
ciudad. Los gobernantes apoyaron la iniciativa concediendo temporalmente
un inmenso terreno público en Palermo, uno de los barrios más elegantes de
la capital, y transmitiendo los discursos de los participantes por la radio
oficial. La presencia de las más altas autoridades nacionales e
internacionales contribuía a otorgar a la exposición casi el estatuto de fecha
patria.
A pesar de su éxito inicial fulgurante, la prosperidad argentina se reveló
frágil. Por un lado, la economía seguía siendo muy dependiente del
mercado internacional y de los centros europeos de decisión. Por el otro, el
crecimiento de la producción había reposado sobre la expansión de la
frontera agrícola y sobre la explotación extensiva del suelo, empleando un
porcentaje muy reducido de la población. No obstante el perfil agrario de la
producción argentina, los campesinos eran menos numerosos y estaban
geográficamente mucho más dispersos que los trabajadores que se
desempeñaban en las ciudades en un heterogéneo sector industrial y de
servicios. Los primeros cuestionamientos a la elite tradicional surgieron
pues de los grandes centros urbanos. Sindicatos y partidos políticos se
construyeron en oposición a la “hipocresía” de un grupo de notables que se
autoproclamaba abierto y progresista pero que permanecía fiel a un
ejercicio paternalista de la autoridad. También la SRA que se había
expresado hasta entonces en nombre de toda “la gran familia rural” vio, con
el nuevo siglo, su monopolio de la representación puesto en cuestión:
nuevas organizaciones se reivindicaron representantes de los hombres de la
pampa. [4]
En 1912, se aprobó una reforma electoral que permitió el acceso al poder
de nuevos dirigentes y la representación de grupos sociales hasta entonces
excluidos de la política. Aunque las nuevas autoridades no cuestionaron ni
los privilegios de los grandes propietarios ni la organización económica
heredada, la renovación de la política fue percibida como amenazante por
las elites desplazadas. Estas últimas perdían el control estrecho del Estado
en el momento en que la Argentina comenzaba a ceder su posición de
liderazgo en el mercado mundial de materias primas. Hacia los años 1930,
la reacción de los grupos tradicionales cristalizó en el primer golpe militar
de la historia argentina moderna. Los hombres de la SRA lo justificaron
otorgándole el carácter de una “intervención transitoria”, destinada
exclusivamente a “defender la libertad” de los abusos de la “demagogia”.
La intolerancia de los liberales hacia las demandas de otros grupos
sociales contribuyó a radicalizar la posición de sus adversarios. A partir de
1945, la pluralidad de críticas formuladas contra las elites se articuló
finalmente en un movimiento social: el peronismo. Carente de una industria
fuerte, capaz de financiar su propio desarrollo y el mejoramiento de las
condiciones de vida de los obreros, el gobierno peronista (1945-1955) optó
por retener un porcentaje de las ganancias de los grandes propietarios
agropecuarios. Perón desafió los intereses de los terratenientes de dos
maneras: por un lado, incrementó las medidas de protección a los peones
rurales y los arrendatarios de la tierra; por el otro, estableció sistemas de
control de las exportaciones y de los precios, al tiempo que intentaba forzar
un incremento de la productividad. Así, mientras la SRA denunció la
política agraria oficial participando de ciertos grupos de oposición, Perón
no solo limitó las prerrogativas de los grandes propietarios rurales sino que
atacó, además, la supervivencia institucional de la propia Sociedad Rural.
Entre otras iniciativas, los registros genealógicos de la SRA fueron
nacionalizados, la concesión del terreno capitalino fue sometida a
condiciones estrictas, el Presidente faltó a varias exposiciones anuales y la
radio oficial dejó de transmitir los discursos de la tribuna de Palermo.
La “insolencia” de los dirigentes peronistas resultó particularmente
traumática para las elites tradicionales. Por primera vez, el aparato del
Estado era empleado para someter a las clases superiores al tiempo que los
nuevas autoridades de la nación las atacaban frontalmente. Al compás de la
crispación de los conflictos, la doctrina peronista invirtió el valor de cada
uno de los mitos liberales: los “padres fundadores de la nación” se fueron
transformando en los “vende-patrias”, los “empresarios rurales” en “las
clases ociosas”, los “patricios progresistas” en la “oligarquía”. Los socios
de la Rural se volvieron el blanco preferido de los ensayos revisionistas.
En 1955, un nuevo golpe de Estado derrocó el gobierno de Perón. Los
miembros de la SRA conspiraron junto a los militares. Como otras
organizaciones identificadas con el liberalismo, la SRA llevó a cabo una
purga de los miembros que se habían mostrado complacientes con la
administración depuesta. Por su parte, las nuevas autoridades nacionales
restituyeron a la asociación las prerrogativas perdidas pero conservaron una
política intervencionista en materia de exportaciones y reconocieron la
legitimidad de los sindicatos de trabajadores que seguían identificándose
como peronistas.
Las elites tradicionales concluyeron entonces, en que las medidas
tomadas por los golpistas de 1955 eran insuficientes. Según la SRA, la
prohibición de los sindicatos, el retorno a un Estado mínimo y el abandono
de la industrialización “forzada” eran condiciones indispensables para
retomar la buena senda. Frente a los proyectos que proponían industrializar
el país bajo la coordinación del Estado, la asociación de terratenientes
defendía las ventajas de un mercado internacional abierto, regido por las
leyes de la oferta y la demanda y, en consecuencia, por la división del
trabajo entre las naciones. En términos de políticas públicas, los reclamos
fueron precisos y perseverantes: la Sociedad Rural rechazaba los impuestos
a las exportaciones y exigía la libertad en la fijación del tipo de cambio que
acarrearía una moneda local devaluada con respecto al dólar.
El liberalismo se tornó entonces tanto un principio de identidad (que
recordaba con nostalgia el orden perdido) cuanto un principio de resistencia
(que intentaba contener el avance de otros sectores). Celosos defensores de
esta tradición política, los representantes de las elites tradicionales no podía
sino percibir las contradicciones entre un discurso que se afirmaba
internacionalmente como democrático y progresista y las posiciones que los
liberales asumían en la Argentina secundando administraciones autoritarias
y reaccionarias. Como otros portavoces del liberalismo, la asociación rural
se vio obligada a establecer una jerarquización dentro de la herencia
doctrinaria recibida: mientras los principios constitucionales relativos a la
propiedad privada y a la libertad de empresa eran considerados
inamovibles, aquellos que concernían al régimen político podían adaptarse
a las circunstancias. Siempre y cuando defendieran los postulados
librecambistas, los gobiernos resultantes de golpes militares podían ser
reconocidos por la SRA como legales y legítimos.
Ahora bien, tanto para los civiles como para los militares que se
sucedieron en el gobierno luego del derrocamiento de Perón en 1955, las
exigencias de la SRA resultaron políticamente inviables: si el Estado se
negaba a redistribuir el excedente generado por el comercio exterior, el
empleo y el desarrollo económico experimentarían una regresión
insostenible. Insatisfecha en sus demandas, la SRA apoyó entonces la
exclusión política del peronismo pero se mantuvo en una posición crítica,
lamentando la orientación cerrada e intervencionista emprendida por el país
desde los años cuarenta.
Aunque la incapacidad de la asociación de imponer sus reclamos en
materia económica evidencia el debilitamiento de las elites tradicionales, la
importancia económica, social y política de estas últimas no debería
subestimarse. A pesar de su decreciente participación en el PBI y en la
creación de empleo, los propietarios de la pampa conservaron una
importancia económica singular: eran proveedores de las divisas
indispensables para el aprovisionamiento tecnológico de la industria,
productores de bienes alimentarios de base y grandes contribuyentes de un
Estado en plena expansión (Lattuada, 1996: 124). Su ascendente no se
limitaba a los recursos económicos que podían movilizar: las elites de la
pampa mantenían un poder simbólico considerable. Por un lado, contaban
con la legitimidad otorgada por un pasado glorioso y por una riqueza
consolidada en el tiempo. La SRA era, en efecto, uno de los espacios de
encuentro de la clase alta tradicional; y las clases medias en ascenso se
esforzaban por acceder a él. Por otro lado, las elites liberales conservaban
una coherencia ideológica notable e intentaban jugar un papel importante
dentro del espacio público local. Frente a las dificultades de populistas y
desarrollistas para acordar una fórmula de conciliación entre
industrialización y democracia, [5] los liberales defendían la autorregulación
de los mercados y recordaban el éxito de la Argentina agroexportadora.
Pero fue sin dudas la oposición al peronismo la que contribuyó a renovar
y fortalecer al liberalismo tradicional. Desde 1955, su universo ideológico
quedó estrechamente ligado con el antiperonismo. En la medida en que las
elites tradicionales seguían siendo designadas como el enemigo por
excelencia del partido político mayoritario y continuaban presentándose a sí
mismas como los adversarios más intransigentes al régimen depuesto, los
otros actores no podían sino definirse en referencia a estos dos polos
centrífugos. La relación entre liberales y populistas (que entrelazaba
dimensiones económicas, políticas y sociales) era pues antagónica pero
especular y, al tiempo que fortalecía a sus componentes, debilitaba a
quienes ensayaban posiciones alternativas. La SRA no estaba sola: era
apoyada por la gran prensa liberal y por una parte de las Fuerzas Armadas.
Existía así un núcleo coherente y tanto más solidario cuanto más marginado
del poder político que, a pesar de las resistencias y de las reconfiguraciones
sufridas a partir de 1930, no había dejado desaparecer el particular
liberalismo argentino.

2. La liberalización de la tierra y el sacrificio de la tradición


Como otras entidades sectoriales, la Sociedad Rural intentó a lo largo de los
años ochenta hacer olvidar sus fuertes compromisos con la dictadura y
encontrar nuevas estrategias para expresar sus ideas en un espacio público
abierto. Durante la campaña electoral y los primeros años del gobierno
constitucional, los presidentes de la SRA buscaron mantener relaciones más
conciliadoras con las nuevas autoridades, afirmando la voluntad de los
empresarios agropecuarios de contribuir a la consolidación del régimen
democrático.
Las medidas heterodoxas adoptadas por el gobierno radical no
conocieron, sin embargo, más que un apoyo transitorio por parte de los
empresarios. [6] En 1987, las principales asociaciones que los representan
conformaron el llamado “Grupo de los 8”. Se trataba de una agrupación
informal de dirigentes de la industria, la banca, el comercio, la agricultura y
la construcción que logró ser reconocida por la opinión pública y por las
autoridades políticas como la representante del mundo de los negocios. A
medida que el programa económico fue mostrando sus dificultades para
controlar la inflación y retomar el crecimiento, el diagnóstico de “los 8” se
consolidó como alternativa al plan oficial. El apoyo inicial otorgado a las
autoridades radicales dejó lugar, entonces, a una oposición manifiesta. En
1988, el presidente de la República fue duramente criticado en la reunión de
banqueros y los visitantes de la exposición rural respondieron a su discurso
con silbidos. La irritación y la impotencia de Alfonsín frente a estas
tribunas desafiantes se fijaron como imagen mediática del debilitamiento
del primer gobierno constitucional.
Para entonces, el candidato peronista tampoco despertaba la confianza de
los empresarios. En un contexto marcado por la crisis hiperinflacionaria y
por los saqueos a dos de las principales ciudades argentinas, Menem
recorría el país con eslogans característicos de los dirigentes populistas. Su
condición de gobernador de una de las provincias más pobres y de aliado de
los dirigentes sindicales de su partido no podía sino generar inquietud entre
las clases medias altas y altas.
Sin embargo, una vez en el gobierno, el nuevo presidente llevó a cabo un
viraje ideológico inesperado. Ni bien asumió su cargo, se alió con los
antiguos adversarios del populismo instando a la reconciliación nacional,
declaró la amnistía a los militares que habían sido condenados por violación
de los derechos humanos, aplicó un plan de ajuste digno de la más pura
ortodoxia liberal y emprendió una política diplomática de apoyo
incondicional a los Estados Unidos. El “Plan de Convertibilidad”, la
privatización de servicios públicos, la liberalización de la economía y la
apertura comercial constituyeron los puntos fundamentales de la reforma.
La Argentina pasó en pocos meses de un sistema semiproteccionista, con
fuerte presencia del Estado, a un sistema abierto que acordaba prioridad a
las leyes del mercado. Los antiguos adversarios del peronismo presenciaron
la adopción de las políticas que reclamaron con insistencia durante décadas.
El “Grupo de los 8” se transformó, en lo inmediato, en uno de los apoyos
más consecuentes del programa.
En lo que respecta al sector agropecuario, la administración de Menem
tradujo en decisiones gran parte de las antiguas demandas de la SRA. Los
controles a la comercialización fueron suprimidos; los impuestos a las
exportaciones, reducidos para desaparecer poco después. Aunque
perjudicara la competitividad de sus productos dentro y fuera de las
fronteras nacionales, la paridad entre el dólar y el peso fue aceptada y hasta
defendida por la SRA como única alternativa para la estabilización de la
moneda. Los discursos anuales de Palermo y las publicaciones de la
asociación acompañaron las reformas anunciando que los políticos habían
comprendido finalmente las reivindicaciones de la entidad y que la
Argentina se disponía a retomar la buena senda. La ovación ofrecida al
nuevo presidente por los visitantes de la exposición de Palermo de 1989 se
convirtió en el símbolo de los nuevos tiempos.
No obstante, a poco de andar y a medida que las transformaciones fueron
desplegándose, la Sociedad Rural tuvo que enfrentar las dificultades
acarreadas por el abandono de sus tres pilares identitarios: el antiperonismo,
el tradicionalismo y el liberalismo económico. La perplejidad ante el viraje
del peronismo era relativamente previsible. La dinámica interna de la
entidad pronto expresó los primeros signos de irritación frente a este
acercamiento. En efecto, a pesar de las imágenes difundidas por la
televisión, que pusieron el acento en la reconciliación inmediata y unánime
de los hombres de la pampa con el oficialismo, la proximidad con el
movimiento de Perón conoció profundas resistencias. Contra la norma
consuetudinaria (que establece que la SRA presenta a sus socios una lista
única) y contra los intentos febriles de la Comisión Directiva, el acuerdo se
reveló imposible y dos candidaturas se presentaron a las elecciones internas
de 1990. El grupo conservador, cuyos dirigentes provenían de las familias
más ricas e ilustres de la entidad, se opuso a los candidatos del presidente
saliente, Alchouron, reconocidos como los más liberales y cercanos al
gobierno. Si bien el triunfo de los renovadores profundizó los lazos con las
autoridades peronistas, la oposición permaneció activa denunciando el
“oportunismo político” de los dirigentes elegidos.
A lo largo de la década, la relación con el peronismo continuó siendo
problemática. Los grandes diarios tradicionales fueron, por ejemplo,
testigos de una singular polémica historiográfica. Mientras algunos socios
de la SRA enviaron artículos recordando los conflictos entre los
terratenientes y el gobierno de Perón, otros refutaron tal desencuentro
calificando como “amistosos” los vínculos entre ambos. [7] Las
declaraciones de los nuevos dirigentes y los editoriales de la revista de la
institución revelan el esfuerzo de las autoridades por calmar a sus
asociados. Según la nueva Comisión Directiva, la SRA no comprometía su
neutralidad: se trataba simplemente de que los hombres de la pampa no
podían no apoyar un programa que ellos mismos habían reclamado desde
siempre. Según los renovadores, el apoyo iba dirigido a los ideales
económicos y no a los políticos que los aplicaban. Los discursos de Palermo
enfatizaban, sin embargo, la “gratitud”, las “felicitaciones”, la “voluntad de
colaboración” de los miembros de la Sociedad Rural hacia el nuevo
presidente.
El gobierno supo recompensar el sostén de la SRA. A fines de 1991,
Menem propuso a la asociación la compra del terreno público de Palermo a
un precio y a condiciones muy favorables. [8] La adquisición del predio, que
correspondía a una antigua aspiración de la SRA, alimentó las sospechas
sobre las relaciones promiscuas entre sus dirigentes y el gobierno,
acentuando, a su vez, otras transformaciones internas. Con el fin de
rentabilizar su inversión, la SRA llevó a cabo distintas estrategias que se
opusieron frontalmente con la tradición: aceptó afiches publicitarios
alrededor de la tribuna y de las gradas durante la exposición, aumentó el
precio de los lotes y cedió un espacio significativo a productos que no
guardaban relación alguna con el mundo agropecuario.
En 1992, al mismo tiempo que subrayaban el récord en el número de
visitantes (casi dos millones de personas), los diarios de la capital
consideraron que la exposición se había transformado en un “centro
comercial sin el más mínimo confort”. [9] En efecto, en lugar de los
productos y de la tecnología agrícola, en lugar del despliegue del
simbolismo patriótico, podían encontrarse electrodomésticos, automóviles,
restaurantes de comidas rápidas que se destinaban casi exclusivamente a los
consumidores de la ciudad. Habida cuenta de que el alquiler de lotes
otorgaba a la asociación más ingresos que la exhibición de especímenes de
raza, la SRA disminuyó el espacio destinado a los animales y su exposición
se volvió rotativa. Estas modificaciones contribuyeron a aumentar los
costos y el tiempo que los productores del interior debían acordar al evento.
Progresivamente, la exposición de Palermo concentró más el interés de
las familias citadinas que el de los productores del sector. Según un
miembro del equipo editorial de la revista Chacra, mientras que en el
pasado el número de la publicación dedicado a esta exposición era uno de
los más vendidos del año, hacia principios de los 2000, prácticamente no
había diferencias (en términos de tirada) entre ese número y otros que tratan
temas diversos. También quienes descubrían en “la Rural” los rituales e
instalaciones de la Argentina decimonónica, se vieron decepcionados. Entre
otras muchas modificaciones, las antiguas instalaciones del terreno de
Palermo fueron destruidas para aprovechar mejor el espacio. La asociación,
otrora tan orgullosa de su pasado, hizo caso omiso a las peticiones de varias
entidades públicas y privadas que reclamaban el respeto del patrimonio
histórico.
Estas transformaciones redefinieron la composición de las tribunas de
Palermo. La clase alta porteña fue dejando lugar a un auditorio más
heterogéneo y plebeyo. Luego de los silbidos sufridos por el presidente
radical y de la ovación que acompañó el primer discurso de Menem, las
tribunas de Palermo se convirtieron, para la prensa, en una especie de
termómetro del apoyo otorgado al gobierno por las clases favorecidas.
Cuando las medidas económicas comenzaron a cosechar descontento entre
los hombres del campo, las autoridades nacionales se preocuparon muy
especialmente por garantizarse un recibimiento acorde a sus expectativas.
La distribución del público en las gradas fue modificada y numerosos
partidarios del presidente ocuparon posiciones estratégicas para sofocar
cualquier expresión de desacuerdo. Así, en lugar del comentario mundano
sobre las familias adineradas, los diarios reprodujeron fotografías de las
fuerzas del gobierno que, en 1993, golpearon brutalmente a productores que
deseaban protestar y a periodistas que deseaban registrar estos reclamos.
Las autoridades de la SRA permanecieron, por su parte, totalmente
indiferentes.
El sacrificio de la tradición no solo se reflejó en la organización de las
reuniones de Palermo sino también en las actitudes de los miembros de la
Comisión Directiva. La austeridad y la discreción precedentes fueron
reemplazadas por la ostentación y por cierta frivolidad. Los negocios de los
dirigentes y las negociaciones de la SRA relativas a la explotación del
terreno adquirido fueron reconocidos y comentados por la prensa.
Asimismo, el vicepresidente de la SRA posó con su familia para una
publicidad de salud privada al tiempo que el presidente de la institución se
declaraba dispuesto a “poner(se) una camiseta de Marlboro para recibir a
Menem”. [10] De hecho, la nueva moral de la SRA provocó una nueva
disputa interna. En 1994, un miembro de la Comisión Directiva se opuso a
la proposición del nuevo presidente de acordar un salario a los dirigentes de
la SRA. A pesar de las resistencias, el puesto de presidente es hoy
remunerado. Los dirigentes de la Sociedad Rural ya no viven “para” la
política sino “de” la política. El servicio de la causa y el reconocimiento del
grupo de pares no son recompensa suficiente para quienes aspiran a obtener
de la representación gremial una fuente permanente de ingresos.
El liberalismo económico, único pilar salvaguardado dentro de los
ideales de la asociación, se acentuó entonces como base de sus discursos.
Según los dirigentes de la SRA, únicamente la iniciativa privada debía ser
reconocida como justificación de premios y castigos y toda crítica a la
orientación económica no era más que un signo de debilidad, de
incapacidad o de egoísmo frente a los desafíos impuestos por el nuevo
orden. Mientras que a comienzos de la década, la Sociedad Rural trató de
legitimar las leyes del mercado invocando el bien común, algunos años más
tarde, sus dirigentes se contentaban ya con afirmar el funcionamiento de
facto del mundo capitalista. Como ilustración, cuando un periodista le
preguntó al presidente de la asociación sobre las consecuencias de un
aumento de precios sobre el nivel de vida de la población, este respondió
“todo el mundo gana todo lo que puede, y eso no es un pecado”. [11]
Mientras tanto, las medidas tomadas por el gobierno propiciaron una
reconversión tecnológica sin precedentes, lo que ha llevado a algunos
analistas a hablar de una “segunda revolución en las pampas”. Para citar
solo algunos indicios, se produjo un aumento del 473% en el uso de
fertilizantes entre 1988-1999, del 125% en las unidades de tractores y del
293% en el empleo de equipos de riego entre 1991-1997. La superficie
cultivada se incrementó, por su parte, un 30% entre principios y finales de
la década y la Argentina conoció, desde la segunda mitad de los noventa,
cosechas record de cereales. [12] En los inicios de la década, el incremento
de la producción se vio, además, acompañado por la suba de los precios
agrícolas. La realidad parecía confirmar entonces las previsiones de
Alchouron sobre el destino de “la Argentina eficiente”.
Ahora bien, mientras los miembros de la SRA celebraban la
transformación técnica y el crecimiento de la producción (acompañado de
una fuerte concentración de la propiedad), las otras organizaciones
comenzaron poco a poco a cuestionar la política económica del gobierno.
En un principio, fueron las organizaciones de pequeños productores quienes
se quejaron de la quiebra de las economías regionales, de la desaparición de
las pequeñas explotaciones incapaces de financiar su propia reconversión
tecnológica y de la consiguiente migración de la población rural a los
centros urbanos. Se sumaron luego las asociaciones de medianos
productores que comenzaron a padecer el aumento de los servicios
privatizados, los altos costos de los créditos y las consecuencias negativas
de una moneda local sobrevaluada.
De hecho, a pesar de las expectativas de los hombres de la SRA, el
liberalismo de fines del siglo XX no supuso un retorno a la próspera
Argentina agrícola. Por un lado, la pampa dejó de ser el pivote de la riqueza
nacional: mientras en 1930 el sector primario representaba el 38% del
Producto Bruto Interno, en 1995 apenas alcanzaba el 8% del mismo (Perona
y Rena, 1997: 19). Por otro lado, los productores agropecuarios debieron
enfrentarse a un comercio local e internacional que no se ajustaba a los
postulados ideales del mercado competitivo. Aunque los impuestos a las
exportaciones fueron abolidos, la sobrevaluación del peso benefició a los
productos naturalmente protegidos contra la competencia perjudicando a las
mercaderías argentinas que debían rivalizar en el mercado interno y externo
con un tipo de cambio desventajoso. Los productos agrícolas se
enfrentaron, además, a los subsidios de los países del Norte. El intercambio
económico no era, como postulaban los dirigentes de la SRA, igualitario:
los productos europeos y americanos podían competir libremente con la
producción nacional, pero los bienes argentinos no lograban ingresar en los
mercados centrales, aún altamente protegidos.
A partir de la crisis mexicana (en 1995), la caída internacional de los
precios agrícolas (en 1998) y la devaluación de la moneda brasileña (en
1999), la situación de los productores rurales se tornó crítica. La
reconversión tecnológica, indispensable en un mundo donde las ventajas
geográficas de la pampa ya no alcanzaban, exigió inversiones de riesgo que
se vieron afectadas por las altas tasas de interés y por la disminución del
valor de los productos. Por otra parte, luego del retiro del Estado, las
empresas de insumos agrícolas y las compañías de comercialización se
habían concentrado bajo el control de grandes grupos multinacionales. La
consolidación de monopolios de comercialización y de aprovisionamiento
colocó a los productores en una posición desfavorable en relación con los
vendedores de insumos y maquinaria y con los empresarios que realizaban
la elaboración industrial. A pesar del incremento notable de la
productividad y de la concentración de la propiedad, los márgenes de
rentabilidad eran a finales de la década ser cada vez más exiguos. Un
estudio en profundidad realizado en la provincia de Córdoba mostró que un
grupo de grandes productores agropecuarios solo logró sostener el nivel de
rentabilidad de los años ochenta al cuadriplicar la superficie explotada
(Peretti, 1999: 36). En suma, era necesario ser mucho más grande y
competitivo para sobrevivir y obtener ventajas semejantes a las gozadas en
períodos anteriores.
Mientras las otras asociaciones agrarias se permitieron establecer
distinciones entre los empresarios argentinos, denunciando los efectos
devastadores de la lógica financiera, la SRA mantuvo una alianza con los
banqueros que la obligó a evitar una toma de posición en su contra. Frente a
las dificultades crecientes de los productores agropecuarios, los dirigentes
de la Sociedad Rural ensayaron matices al discurso liberal sin poner en
cuestión sus supuestos más elementales. De esta manera, el presidente de la
SRA, Crotto, hizo referencia a la “competencia legítima e ilegítima”, al
derecho del campo a una “reparación histórica”, a la necesidad de un
“sostén transitorio para la reconversión”. Mientras la organización
conservaba una posición conciliadora y “dialoguista” con las autoridades
nacionales, las otras tres entidades del agro estrecharon sus lazos mostrando
que eran capaces de movilizar, ellas solas, una gran cantidad de los
productores. Desde distintas posiciones y con diagnósticos diversos, los
otros dirigentes señalaron la complicidad de las autoridades de la Sociedad
Rural con el modelo. En CARBAP (la entidad ideológicamente más cercana
a la SRA) imputaron la inacción de la Sociedad Rural a los condicionantes
impuestos por sus deudas con el Estado. En la FAA (que agrupa a los
pequeños productores) denunciaron los beneficios obtenidos por los
grandes terratenientes gracias a la concentración de la propiedad. Otros
dirigentes agropecuarios mencionaron la aspiración de la SRA de seguir
perteneciendo al Grupo de los 8 (una especie de Olimpo de los poderosos)
aún a costa de desatender los intereses de sus bases.
Fuera cual fuese la razón que la llevaba a sostener su alineamiento con el
gobierno, la Sociedad Rural también vio cuestionada su representatividad
en la propia tribuna de Palermo. Al tiempo que la exposición de la SRA
perdía su perfil tradicional para convertirse en una atracción entre otras para
los habitantes de la ciudad, otra exhibición comenzó a organizarse, a partir
de 1992. Se trata de Expochacra, creada por una editorial argentina,
siguiendo el modelo de las exposiciones norteamericanas. El nuevo evento
no se desarrollaba siempre en el mismo sitio, sino que tenía lugar cada año
en un pueblo diferente de la pampa húmeda. Los organizadores reproducían
en el campo las tareas habituales de un productor y hacían exhibiciones
dinámicas de los insumos y la tecnología agrícola. Destinada
exclusivamente a los hombres de campo y organizada por un grupo de
jóvenes formados en las más modernas técnicas del marketing, Expochacra
adaptó su calendario al de los productores y articuló su tarea a la de otros
círculos vinculados con el agro (las universidades que dictan agronomía, las
revistas y portales del sector, las empresas locales y extranjeras). La
evolución tecnológica jugó a favor de la joven exhibición: mientras la
inseminación artificial restó importancia a los concursos y a la adquisición
de sementales (principal atractivo de la exposición de la Sociedad Rural), la
tecnología agrícola conoció un desarrollo importante que realzó la tarea de
los competidores de Palermo.
También la gravitación económica y simbólica de la SRA fue afectada
por las transformaciones de los noventa. Por un lado, la apertura del
mercado interno y la paridad monetaria limitaron los efectos de los precios
agrícolas sobre el nivel de vida de la población. Por el otro, la nueva
política fiscal, que eliminó las retenciones y concentró los gravámenes en el
consumo, redujo la dependencia del Estado de los productores de la pampa.
Finalmente, durante varios años, la evolución de las exportaciones demostró
la disminución del peso de los productos agropecuarios como proveedores
de divisas (Lattuada, 1996: 49). Pero hacia finales de la década, la
asociación parecía haber perdido además su lugar como espacio de
socialización de los sectores favorecidos. En lo que concierne al tiempo
libre, las familias adineradas se replegaron en espacios apolíticos e íntimos
tales como los barrios privados y las escuelas de elites abandonando los
círculos que guardaban aún ese carácter múltiple (social y político) de las
entidades tradicionales. El núcleo de antiguos liberales también conoció
cierta descomposición: las Fuerzas Armadas ya no contaban como opción
política, los diarios tradicionales desaparecían como tales (La Prensa) o se
transformaron (como La Nación), los viejos ideólogos se veían marginados
por el fortalecimiento de los expertos. Con su representatividad
cuestionada, sus pilares identitarios disueltos, su posición social debilitada,
la SRA penó por definir un espacio propio dentro del universo de las elites.

3. La SRA como observatorio de la renovación de las elites


¿De qué manera las reformas económicas y políticas impactaron en la
SRA? y ¿en qué medida estas transformaciones ilustran cambios más
profundos en las elites económicas en su conjunto? El estudio de la
renovación de las elites puede abordarse desde diversas perspectivas. La
perspectiva más clásica propone rastrear, en el origen y las trayectorias
sociales, la apertura o el cierre de los grupos dominantes. Las propiedades
que caracterizan a sus miembros y las relaciones que mantienen entre ellos
pueden introducirnos asimismo en aspectos que no remiten a los individuos
sino a los colectivos, básicamente a su tipo de solidaridad o cohesión
interna. Por último y a diferencia de otros grupos, la noción de elite
presupone una articulación compleja de reconocimiento y subordinación
por parte de aquellos que no pertenecen a ella. Se impone así estudiar no
solo el modo en que han acumulado o enajenado sus medios de poder sino
también la manera en que se han articulado con la política y con el Estado y
las estrategias que han empleado para imponerse y legitimarse.
En lo que respecta a la renovación de los miembros y dirigentes de la
SRA, el retorno a la democracia no parece haber modificado
significativamente la composición de la entidad pero sí permitió cierta
recomposición de sus dirigencias. Aunque las Comisiones Directivas y los
equipos técnicos no sufrieron grandes alteraciones, la elección de los
presidentes expresó la voluntad de la entidad de abandonar su
consuetudinario apoyo a los regímenes militares. El nombramiento de
Alchouron en 1984 fue un hecho novedoso. A diferencia de los presidentes
anteriores que pertenecían a familias tradicionales de larga data, el nuevo
presidente había consolidado su posición como abogado y, solo después,
como parte de un proceso típico de ascenso social, había adquirido una
propiedad mediana en el campo. Admirador desde la adolescencia de las
exposiciones de Palermo, Alchouron se desempeñó como productor de
leche, una ocupación de segundo nivel para los grandes criadores de la
Sociedad Rural. Militante de la organización Horlando Argentino, el
dirigente ingresó a la Comisión Directiva en 1969 y logró alcanzar la
presidencia en 1984 gracias a sus vínculos estrechos con el partido radical y
particularmente con Fernando de la Rúa. Alchouron se presentaba, así,
como “el primer presidente pobre de la Rural”. Su suerte residía, según sus
declaraciones públicas, en que la SRA había reconocido, por primera vez,
que el dinero no alcanzaba para convertirse en un buen administrador y que
eran necesarias ciertas capacidades particulares para gestionar los intereses
colectivos. La prensa reconoció estas habilidades al consagrar el “estilo
Alchouron” como un modo de ejercer la presión que prefería el trato
conciliador y los contactos personales con las autoridades constitucionales a
las confrontaciones públicas, privilegiadas por los presidentes anteriores.
Según él mismo:

Yo he partido siempre de una perspectiva que me ha ayudado mucho


en la vida: es la idea de que mi interlocutor es una persona honesta. Es
solo con los segundos, las horas, los días, los años que puedo llegar a
la conclusión de que me he equivocado. Mi estilo es un estilo que
busca elaborar consensos, que trata de evitar la confrontación. [13]

El espíritu renovador del nuevo dirigente despertó resistencias en otros


miembros de la Comisión Directiva, pero terminó sellando una nueva
modalidad de liderazgo llamada a consolidarse con sus sucesores. Percibida
inicialmente como una opción transitoria y de compromiso para limpiar la
imagen de la entidad, la designación de Alchouron generó recelos y
finalmente una corriente interna que se pronunció abiertamente tras el
acercamiento del dirigente al gobierno peronista. El enfrentamiento entre
los miembros de la SRA se hizo finalmente público en 1991 pero los
renovadores lograron imponerse y los presidentes que lo sucedieron se
presentaron como continuadores de su tarea. Investidos de una legitimidad
de la cual aquel carecía, los nuevos dirigentes lograron zanjar los conflictos
que desgarraron a la institución durante los primeros años de la década. De
Zavalía era, en efecto, miembro de una familia tradicional: su bisabuelo
había sido propietario de la casa donde se declaró la independencia de la
República en 1816 y su abuelo había participado como ministro del
gobierno nacional a fines de los años 1880. Era además miembro de una
asociación de criadores mucho más ilustre que la de Alchouron (Aberdeen
Angus) y poseía una propiedad rural que triplicaba la de su predecesor.
Crotto también detentaba un pasado ilustre (su abuelo había sido
gobernador de la provincia de Buenos Aires a principios de siglo) y una
ocupación prestigiosa como la cría de caballos de raza. A diferencia de su
antecesor, de Zavalía (1991-1994) y Crotto (1994-2002) lograron ser
elegidos y reelegidos por lista única.
Los conflictos y la renovación de las dirigencias de la SRA parecen
proceder más de una fractura dentro de una Comisión Directiva ya
consolidada y relativamente autonomizada que del ingreso de nuevos
miembros. Los socios de la rural disminuyeron a principios de los años
ochenta y a pesar de los esfuerzos realizados por la entidad durante los años
noventa (planes de inscripción masiva y disminución de las cuotas), el
número de socios no logró alcanzar los 12.000 que la integraban en 1975.
Claro que, más allá de las transformaciones reseñadas, las características de
los dirigentes mantienen ciertos rasgos invariables: se trata de hombres
maduros (con un promedio de edad de 55 años), muchos de ellos abogados,
católicos, preferentemente productores de ganado bovino y de sus
derivados, miembros de la asociación que han realizado una “carrera”
dentro de la misma.
La relativa autonomía de los conflictos internos de la SRA con respecto a
la suerte económica de sus asociados desplaza el análisis de las dirigencias
al vínculo entre estas y el grupo más amplio en nombre del cual toman la
palabra. Todos los autores que han analizado la historia de la SRA
coinciden en señalar que el vínculo entre la Comisión Directiva y los
miembros de la asociación reposa más sobre la semejanza de ciertos
atributos e ideales que sobre el contacto sistemático y directo entre unos y
otros. Contrariamente a otras entidades representativas del sector, la SRA
no se organiza de abajo hacia arriba sino de arriba hacia abajo. Mientras las
otras organizaciones tienen una mayor presencia en el interior y se articulan
de manera ascendente, con asambleas, reuniones periódicas, delegados
regionales que contribuyen con sus cuotas al sostén de las entidades y con
sus votos a la legitimación de sus dirigentes, la Sociedad Rural se asienta
sobre una estructura inversa. En primer lugar, la asociación tiene su única
sede en Buenos Aires y no son ni los productores de base ni las
organizaciones intermedias las que designan delegados sino la Comisión
Directiva la que inviste representantes regionales. Es también ella la que
elabora una lista de unidad y, en condiciones ordinarias, no presenta a los
socios más que una sola opción para la elección del presidente. Finalmente,
el sostén económico de la SRA no depende tanto de las cuotas de sus socios
como de los ingresos provenientes de Palermo. Aunque la ha caracterizado
al menos desde los años cincuenta, la independencia económica de la
asociación se profundizó en los años noventa. Los números son
contundentes: en el balance de 1999-2000, los ingresos por la explotación
del predio y por la exposición representaban el 72% del total.
A estos rasgos organizativos de la SRA se agregan otros que caracterizan
a todas las corporaciones del sector: los asociados están geográficamente
muy dispersos y no existen criterios claros para evaluar la representatividad
de cada una de las entidades. Como muchos productores son afiliados sin
saberlo (a través de las instituciones intermedias a las que pertenecen) o
incluso participan de más de una entidad de orden nacional (puesto que
ninguna establece criterios excluyentes), es imposible evaluar en términos
exactos el peso de cada una de las asociaciones. Tanto más cuanto la
participación gremial de los hombres del campo es extremadamente diversa
y puede ir de la mera inscripción por conveniencias prácticas [14] al
compromiso cotidiano con las tareas de la organización. Más allá del
prestigio centenario y el reconocimiento de las autoridades, la SRA no tiene
criterios incontestables sobre los cuales asentar una representatividad
superior o específica ante otras organizaciones del sector.
Estas condiciones otorgan particular autonomía a los dirigentes agrícolas
e imponen capacidades de reacción específicas. En contextos de relativa
normalidad, la SRA no logra movilizar con facilidad a sus adherentes y
depende, al igual que los partidos políticos u otras organizaciones de masas,
de las técnicas de publicidad y propaganda. La disolución de ciertos
principios ideológicos compartidos y la heterogeneización de los
productores pueden no tener efectos directos sobre la orientación política y
gremial de la entidad pero también conspiran contra la cohesión por
semejanza sobre la que esta se ha asentado durante décadas. Mientras las
elites agrícolas dependen de la prensa y del impacto de sus demandas en el
espacio público, otras entidades más elitistas pueden controlar con mayor
eficacia a sus dirigencias, elaborar y exponer con mayor celeridad y
discreción sus inquietudes sectoriales ante las autoridades.
Paradójicamente, las asociaciones agrícolas que formulan tan vivas
críticas contra los políticos se han visto confrontadas a los mismos
determinantes y debilidades que estos. Las estrategias de la política
tradicional, el vocabulario de tonalidad sindical, los discursos inflamados,
las amenazas de movilización, la argumentación destinada a articular
intereses particulares y generales, fueron todas desechadas durante los años
noventa como poco creíbles. La crisis de la política alcanzó así a ciertos
dirigentes del sector privado. A principios de 2001, a nivel personal, los
representantes del agro (incluso los de la SRA) se confesaban frustrados: las
bases no comprendían, no valoraban, no se comprometían en la acción. El
recorrido de Alchouron es revelador. Tras su trayectoria al frente de la SRA
se presentó a las elecciones legislativas por el partido de Domingo Cavallo,
un cargo relativamente secundario frente a otros (ministerios, banco central)
alcanzado por sus pares de otras entidades gremiales.
Esta suerte, semejante a la conocida por otras organizaciones de masas,
no volvió a los dirigentes rurales más sensibles frente al sistema político.
Cuando la utopía de una sociedad liberal naturalmente armoniosa y
fraternal fue reemplazada por las dificultades de una organización
capitalista salvaje, los dirigentes empresarios volvieron a las denuncias que
habían esgrimido desde los años treinta: el orden no funcionaba porque los
políticos argentinos eran “ladrones”, “demagogos”, “oportunistas”. En el
momento de nuestras entrevistas, en abril de 2001, los dirigentes de las
asociaciones del agro consideraron completamente banal nuestra pregunta
por sus preferencias políticas. No establecieron ni distinciones ni
preferencias en relación con los partidos mayoritarios y se mostraron
igualmente de acuerdo con el proyecto de disminuir los fondos que el
Estado destina a los partidos políticos y al funcionamiento de sus cuerpos
de gobierno.
Las imágenes que estas dirigencias nos transmitieron sobre el Estado
eran igualmente sombrías. Las entrevistas estaban pobladas de anécdotas
sobre la ineficacia de la administración central y sobre el modo en que estas
debilidades permitían servirse de ella. La desconexión entre los directores
nombrados por las autoridades políticas y los cuadros administrativos, la
desarticulación entre las diversas agencias, el desorden de la información
permiten, en efecto, a quienes presionan construir lazos personales con los
empleados públicos, disponer de informaciones confidenciales, entorpecer
ciertos procesos que disminuyen la eficacia del aparato estatal. Claro que si
la debilidad del Estado impedía a los gobernantes atentar contra los
intereses de los empresarios, obstaculizaba también las medidas que
podrían beneficiarlos. En este sentido, la experiencia de los años noventa
sirvió para modificar el antiestatismo militante de ciertos sectores. Hacia
fines de la década, la SRA mostraba una visión más matizada destinada a
reducir pero también a fortalecer la administración central, en su capacidad
diplomática en los foros internacionales, en los controles sanitarios, en
ciertos procedimientos juzgados necesarios para el buen funcionamiento del
sector.
Así, en 2001, en un contexto macroeconómico que se había tornado
adverso, el liberalismo de la SRA evocaba ciertas raíces patrias que aspiran,
de algún modo, a la integración identitaria de la sociedad nacional. Sus
discursos no solo se diferenciaban de otros posicionamientos liberales
extremos por su contenido sino también por el público al que pretendían
persuadir. En tanto la puesta en escena de los dirigentes del agro se
caracterizaba por su carácter público y por buscar cierto reconocimiento
amplio, la de los representantes de la banca, por ejemplo, rechaza a los
observadores inoportunos, cultivando el secreto y la discreción. Más allá de
la posición más o menos dominante de cada asociación, el contrapunto
entre las dirigencias agropecuarias y las financieras ilumina diferencias
importantes en la predisposición de cada elite a mostrarse a los otros y
construir a su alrededor un círculo más o menos extendido de adherentes y
observadores.
La relación con la tierra, la integración del territorio y la explotación de
recursos naturales acercaban a los dirigentes de la SRA a los dirigentes de
la nación y los hacían reivindicar cierta visibilidad y responsabilidad por
parte de las elites. A diferencia de otros dirigentes corporativos, los
hombres de la sociedad rural seguían reivindicando un lugar de
protagonismo en la conducción de los destinos colectivos. Su sede central
era claramente identificable en la calle Florida, su evento anual y sus
discursos se repetían puntualmente tomando al país como auditorio, un
conjunto de documentos celosamente guardados en una biblioteca de
consulta pública registraban puntillosamente las acciones y posiciones
adoptadas por los dirigentes, estos últimos manifestaban una singular buena
predisposición a dejarse entrevistar y pocas veces rehuyeron las preguntas
que les formulamos. Comparados con los hombres de la banca, el contraste
era muy marcado.
Es que, a diferencia de otros tipos de capital económico, la tierra impone
una materialidad ineluctable: no puede desplazarse ni esconderse. El suelo
reenvía también a la larga duración, a las raíces, a los orígenes, a las
identidades más elementales. La propiedad de la tierra es, en consecuencia,
más vulnerable a las denuncias que hacen del suelo un bien social y a las
decisiones políticas que pueden intentar distribuirla o socializarla de una
manera o de otra. El hecho de que la mayor parte de los miembros de la
SRA sean abogados, [15] refuerza esta identificación con los límites
geográficos de la nación: los abogados fueron participantes protagónicos de
la construcción del Estado y de la creación de los cuerpos normativos que
rigen las sociedades modernas.
Esta significación toma características particulares en el caso argentino y
define un círculo de pertenencia específico. La construcción de la nación ha
estado estrechamente ligada con la inserción de la Argentina en el mundo
como productora de materias primas. Los hombres de la SRA insisten aún
en el hecho de que la nación ha entrado al mundo de sus manos. Luego de
varias décadas de lucha contra el crecimiento abusivo del Estado, la crisis
de la aftosa y de los subsidios a los productos agrarios contribuyó a
redefinir en cierta medida la actitud de los hombres del campo en relación
con la administración central. Así, es en nombre de la sociedad argentina
que los propietarios de la pampa y que los diplomáticos intentan negociar
en los foros internacionales la apertura de los mercados agrícolas del Norte.
Citemos, entonces, un extracto que ilustra esta renovada identificación:

Han pasado 130 años y la lucha continúa. El territorio a conquistar ya


no es el desierto sino los mercados internacionales. Las armas ya no
son la lanza y el fusil sino la integración regional y la alta tecnología.
Las batallas se disputan en el terreno de la competencia y el enemigo
ya no es el indio sino el proteccionismo económico (…). Hoy el país
sale de una economía cerrada que lo ha oprimido durante décadas y
comienza su expedición comercial al mundo para cumplir con la
conquista de los mercados donde venderá sus productos. Y, como
siempre, en la primera línea de combate, se encuentran los hombres de
la Sociedad Rural Argentina... [16]

Conclusiones inconclusas
El liberalismo, más que como una teoría económica entre otras, se reclama
en realidad como una verdadera utopía social y política. En tanto tal, reposa
sobre una visión idealizada de la realidad y exige a quienes la esgrimen
realizar profundas adaptaciones para imponerse en la práctica. A diferencia
de otros países donde los representantes del liberalismo se atribuyeron el
lugar de partícipes en la construcción de instituciones políticas y en la
orientación de la economía nacional, los liberales argentinos se reservaron
desde 1930 un papel prescindente y reactivo, que contribuyó a alimentar el
carácter ideal y desanclado de sus ideas.
Aunque la evocación de los principios doctrinarios de la economía
inglesa del siglo XVIII haya contribuido a generar la imagen de un universo
ideológico y social compacto, su traducción en medidas y prácticas
concretas ha modificado la composición, las prácticas y los discursos de
quienes se sentían inicialmente contenidos por esos ideales. Así, la
instauración de un capitalismo sin salvaguardas terminó por perjudicar a
algunos de los grupos que se intuían beneficiarios y por disolver los
principios ideológicos que habían acompañado al liberalismo durante largas
décadas.
La solidaridad entre liberalismo y antiperonismo se disolvió al tiempo
que el gobierno de Menem se mostraba dispuesto a aceptar y promover los
intereses de sus antiguos adversarios. El desprecio social pero también el
respeto de ciertas tradiciones, el cuestionamiento de los abusos de poder y
la denuncia de ciertas “desprolijidades” del partido hegemónico también
fueron abandonados con la reconciliación. Al transformarse el adversario
que los unificaba, el núcleo antiperonista también se disolvió.
La ofensiva modernizadora de los años noventa, por su parte, tampoco
podía dejar indemnes a los antiguos liberales. Las reformas no acordaron
ninguna prioridad a los productores sobre los operadores financieros, no
reconocieron ninguna distinción entre los propietarios nacionales y los
extranjeros, no aceptaron ningún límite a los dispositivos de un mercado
abierto. La SRA que había defendido las transformaciones intentó
reconvertirse a los nuevos principios pero se encontró rápidamente privada
de sus signos de nobleza y en una posición marginal dentro del espacio de
los dominantes. Es justamente la tensión entre liberalismo y
conservadurismo que signaba la situación de la SRA a fines de 2001. Y
eran los principios de una sociedad tradicional los que servían de apoyo a
las reflexiones de quienes intentaban explicar la debacle del modelo. Luego
de defender durante años las virtudes del homo economicus, Alchouron se
lamenta de las ganancias desmesuradas de los sectores financieros:

Creo que ha habido sectores de la economía que han buscado una


performance fácil, me refiero especialmente a los grupos ligados al
capital financiero. Encontraron un campo orégano para aprovechar la
desregulación con un sentido absolutamente egoísta y sin tener en
cuenta que todos somos responsables de la cosa. [17]

La democratización y las reformas liberales parecen haber propiciado una


cierta renovación de los dirigentes, las asociaciones, los grupos y los
intereses de las elites económicas argentinas, renovación de la cual el caso
de la SRA no sería sino el más paradigmático. La realización de la utopía
no podía, como es de esperar, más que establecer fracturas, definir
ganadores y perdedores. Mientras los perjudicados se contaron
exclusivamente entre los sectores dominados, el grupo modernizador
mantuvo un cierto carácter solidario. Al menos hasta 1995, los organismos
internacionales de crédito, el gobierno americano, las grandes asociaciones
empresarias, las fundaciones con expertise económica, los grandes diarios
nacionales y los partidos políticos mayoritarios se limitaron a celebrar el
milagro argentino. No obstante, a medida en que los efectos de la
liberalización fueron desplegándose y que las condiciones internacionales
se revirtieron, el consenso en torno de las transformaciones se resquebrajó.
De la mano del boom internacional de la soja y de las nuevas
regulaciones estatales, los sectores agroexportadores y la SRA adquirirían
un nuevo protagonismo. Aunque la crisis del 2008 se asentara en una
oposición particularmente productiva en términos políticos, el sacrificio de
la tradición ya era un hecho y la Argentina de los años 2000 había entrado
decididamente en una nueva historia.

Bibliografía
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agropecuario pampeano (1991-1999)”, Ciclos, año X, N° 20, 2° semestre.
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Aires.
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Fuentes
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Entrevistas a los principales dirigentes de las organizaciones que representan al agro en
Argentina, realizadas en Buenos Aires, abril de 2001.
Dossiers de prensa 1987-1998 realizados por el centro de investigaciones del CISEA a
partir de los principales diarios argentinos: La Nación, La Prensa, Clarín, Ámbito
Financiero, El Cronista Comercial y Página /12.
La Nación, Clarín y Página /12 (1998-2001) versiones electrónicas.
Documentación interna de la Sociedad Rural Argentina (revista Anales y Memorias
Anuales).
Notas
1. Este artículo presenta resultados parciales de mi tesis de maestría (en francés, mémoire de
Diplôme d’Études Approfondies, DEA) realizada en la École des Hautes Études en
Sciences Sociales de París (2001). Constituye una visión revisada y extendida de los
análisis publicados en Heredia (2003). Este trabajo no hubiera sido posible sin el
invalorable archivo constituido por Jorge Schvarzer en el CISEA (hoy CESPA) y la
asistencia de Jesús Monzón. Fue en la lectura y comentario de los primeros borradores de
este texto que Mirta Palomino me enseñó muchas de las artes de este oficio. A ella, a
Monique de Saint Martín y Luc Boltanski mi agradecimiento por sus contribuciones a este
análisis.
2. La historia de la SRA fue reconstruida a partir de los siguientes trabajos: De Imaz (1964);
Palomino (1988 ) y Sidicaro (1982).
3. Para una excelente y actualizada descripción del agro pampeano y de su historia, consultar
Barsky y Pucciarelli (comps.) (1997) y Hora (2002).
4. Los arrendatarios crearon en 1912 la Federación Agraria Argentina (FAA) con el objetivo
esencial del modificar el régimen de latifundio y de obtener del Estado una mayor
protección para los trabajadores agrícolas. En 1938, los miembros de la SRA deseosos de
emanciparse de los intermediarios norteamericanos que controlaban la industrialización y
la comercialización de sus productos, formaron las Confederaciones Rurales Argentinas
(CRA). En 1956, las cooperativas regionales se agruparon en la Confederación
Intercooperativa Agropecuaria (CONINAGRO).
5. A diferencia de Brasil donde la teoría del desarrollo supo encontrar el apoyo de los
empresarios, en la Argentina tuvo muchas dificultades para hacerse un lugar entre el
liberalismo y el populismo. Esta es la tesis desarrollada por Sikkink (1991).
6. Es preciso recordar aquí que no fueron las corporaciones empresarias quienes acordaron
con el gobierno radical el plan económico sino un agrupamiento ad hoc de grandes
empresarios, los llamados “capitanes de la industria”. Ver: Bouvier (s.f.) y Osteguy
(1990).
7. V. L. Funes. “Perón y la Rural”, La Nación 17/1/1992; J. Amadeo Lastra. “Perón y la
Rural”, correo de lectores y V. L. Funes. “Perón y la Rural”, correo de lectores, La Nación
5/2/1992.
8. Mientras las agencias inmobiliarias estimaron el valor de la propiedad en entre 70 y 200
millones de dólares, el Estado argentino no aceptó más oferente que la SRA vendiéndole la
propiedad en apenas 30 millones. Un juicio se reabriría más tarde y hasta entrado el año
2015 no había sido resuelto.
9. “La exposición rural hoy: un gran shopping desmontable”: Ámbito financiero, 3/8/1992;
“La Rural cosecha ’92 reservó el gran premio para los shoppings”, Página/12, 7/8/1992 y
“Sociedad Rural: De las vacas a los Guns n’Roses”, Panorama 10/1993.
10. “El negocio de la Rural en la Exposición de Palermo. U$s 9 millones en tres semanas”,
Clarín 5/8/1992.
11. “El comunismo a la criolla según Zavalía”, El Economista 24/1/1992.
12. Azcuy Ameghino (2000), Perona y Reca (1997), Mercado (1998).
13. La historia de Alchouron ha sido reconstruida a partir de información periodística y de
nuestra entrevista del 20/4/2001. Esta actitud también queda de manifiesto en el reportaje
recogido por Naszewski (1987) a propósito del plan Austral.
14. Para citar solo un ejemplo, los miembros de la SRA pueden tener acceso a los registros
genealógicos y a otros servicios a costos muy inferiores que quienes no son socios. La
mayoría de los criadores obtienen ventajas al inscribirse que van más allá de cualquier
identificación política con las dirigencias.
15. Según Imaz, en 1960, 40% de los miembros de la asociación habían terminado sus
estudios universitarios y, entre ellos, más del 60% había elegido el derecho. Cf. De Imaz,
op. cit., p. 109. La investigación de Palomino realizada a comienzos de los años ochenta,
alcanza la misma conclusión: a pesar del incremento del porcentaje de diplomas
universitarios, los abogados eran aún los profesionales más numerosos. Cf. Palomino, op.
cit., pp. 232-233. En lo que respecta a los tres dirigentes que hemos analizado durante los
años 1990, dos de los presidentes escogidos eran abogados Alchouron y de Zavalía, y
también lo era C. Gómez Álzaga el candidato de la oposición a las elecciones de 1991. Los
ingenieros agrónomos y los veterinarios parecen ocupar el segundo lugar en los puestos de
dirección aunque son más numerosos dentro del equipo técnico de la SRA.
16. H. L. Biocatti. “1866-1996. Nuevos tiempos de epopeya”, Anales de la SRA. Año CXXX,
N° 6, 1996, p. 3.
17. Entrevista a Guillermo Alchouron, Buenos Aires, 20/4/2001.
Capítulo 8
La elite empresarial católica argentina: estructura organizacional,
sociabilidades y posicionamientos políticos (1999-2003)
por Gustavo Motta [1]

Introducción
La emancipación cristalizada de lo religioso como ordenador hegemónico
del mundo moderno, producto de un proceso histórico denominado
comúnmente como “secularización” o tránsito de una “sociedad
heterónoma” a otra “autónoma” (Gauchet, 2004), supone la amenaza de
desestructuración de los antiguos soportes simbólicos que daban sustento a
diversas relaciones sociales, entre ellas la producción y el intercambio. Esa
temporalidad única, universal, se corroe con el desarrollo mismo del
capitalismo y termina reconfigurándose en una diversidad de escenarios y
roles que el individuo moderno debe afrontar en sus prácticas cotidianas,
aquello que Berger y Luckmann (1979) denominaron “subuniverso de
sentido”. Los empresarios, desde luego, no escapan a esta regla general.
No obstante, ocurre que los individuos en su actuar cotidiano atraviesan
diferentes planos de realidad, difusamente separados, que obligan al sujeto
a comprender y actuar coherentemente en dichas multiplicidades
ambientales (espacios) e interaccionales (redes sociales). Para nuestro caso,
el subuniverso “económico-empresarial” intercepta aun, en su lenguaje
experto, elementos que pertenecen al orden del sentido común, [2]
impregnado de múltiples fórmulas, ideas y lugares comunes católicos,
producto de un pasado en el que la cuota de poder de la Iglesia dentro del
universo simbólico era, por cierto, bastante mayor que en la actualidad. Por
esta razón, a la institución eclesiástica no solo le cuesta adaptarse sino que
se esfuerza por cuestionar y reajustar estas realidades múltiples a “su”
temporalidad, dando lugar a apresuramientos que hasta pueden llegar a ser
contraproducentes en el terreno político.
Pero no existe “un” sentido común o concepción del mundo acrítica de
carácter general, dado que en ella influyen los distintos ambientes culturales
y sociales en los que el hombre medio desarrolla su individualidad moral.
Hay tantos sentidos comunes como estratos sociales existan (Gramsci,
1981). [3] Nosotros agregamos que, desde esa mirada sociológica del
sentido común las interacciones sociales que tienen lugar en determinados
círculos de sociabilidad no solo tienen la capacidad de incidir en la
mutabilidad relativa de ciertos elementos de la cosmovisión que se trate,
sino que fundamentalmente es el sentido común compartido lo que le da
plausibilidad al lazo social, es decir, a partir de ciertos núcleos de sentido
más o menos solidificados comunes respecto del orden político, económico,
etc. De este modo, existe una permanente tensión entre los intereses
prácticos de un grupo social determinado y el carácter conservador del
sentido común, [4] producto de un forjamiento pretérito ajustado a pautas
morales que debieran dar respuestas a realidades cambiantes y que exigen
reinterpretaciones de las prácticas cotidianas. Y es en el mundo de la vida
cotidiana donde tienen lugar estas interacciones, prácticas y simbólicas. Sin
embargo, esta “vida cotidiana” no es única en un sentido esencialista, ni
mucho menos abstracta, dado que siempre está relacionada a los
subuniversos en los que el individuo actúa. Esto último nos obliga a realizar
una advertencia metodológica: recortar analíticamente un determinado
plano de realidad no implica desconocer la existencia de múltiples vidas
cotidianas, sentidos comunes y subuniversos a los que una misma persona
se enfrenta día a día.
Estas reflexiones nos llevan directamente a nuestro objeto de estudio: el
empresariado católico argentino, institucionalizado en la Asociación
Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). Al respecto, constituiría un
equívoco asociar sin más las palabras episcopales con las empresariales
católicas si previamente no se asumen y explicitan a priori las diferentes
motivaciones y fines de los actores y de las instituciones colectivas
involucradas, tanto en términos espaciales como históricos. El primer hecho
que debemos notar es que las “temporalidades” en que se inscriben la
jerarquía episcopal y los empresarios católicos de ACDE no necesariamente
coinciden, pues sus acciones obedecen a “lógicas divergentes” (Motta,
2012a). La empresarial obliga a lidiar políticamente en el terreno concreto
de la coyuntura, de las decisiones diarias y de la inmediatez del arbitraje. En
cambio, en los posicionamientos políticos de la jerarquía se entrecruzan
tanto los objetivos vaticanos como la coyuntura doméstica y las propias
diferencias internas del cuerpo episcopal respecto del diagnóstico y
solución a una situación económica determinada.
El empresariado católico nacional se encuentra en una sugestiva posición
dado que tanto los repertorios en juego (atravesados por la Doctrina Social
y la “traductibilidad terrenal” de las normas morales católicas,
“autoasignadamente” monopolizadas por la Iglesia), como los intereses
económicos concretos (estrechamente vinculados a las definiciones de
política económica) y los ámbitos de sociabilidad en donde estos se
despliegan, conforman un objeto de estudio atravesado por diversas
temporalidades, en cuyo seno debe negociarse un determinado
posicionamiento político-económico. En otros términos, la posición
dilemática de los empresarios católicos permite estudiar los mecanismos
mediante los cuales intentan articular esas escasas posiciones en torno a
múltiples intereses y valores. Y es probable, incluso, que en ciertas
ocasiones sus argumentaciones amenacen con socavar el fundamento de
legitimidad de alguno de los colectivos implicados.
Por otro lado, ¿por qué hablar de “elite empresarial católica argentina”?
En primer lugar, dado que la membresía es personal y no empresarial, es
posible afirmar que varios de los individuos que detentaron posiciones
clave en la estructura institucional de ACDE durante el período de análisis
ocupan o han ocupado posiciones de dirección en empresas-grupos de la
cúpula empresarial, así como puestos clave en el Estado. En segundo lugar,
y en virtud de la fuerte importancia que la elite económica argentina le ha
brindado a la construcción de redes de vínculos cruzados durante los años
noventa (ver Castellani en este volumen), ACDE constituye una asociación
empresaria en cuyo entramado relacional existe una circulación permanente
de actores nacionales y extranjeros, de los campos episcopal, empresarial,
político, académico, entre otros, muchos de ellos representantes genuinos
del establishment económico y financiero mundial. Además, la extensa red
de medios de comunicación nacionales y extranjeros, agencias
informativas, fundaciones económicas y entidades patronales
internacionales vinculadas con ACDE, la transforman en un privilegiado
productor y reproductor de pautas y recomendaciones de políticas
económicas. Muchas de ellas llegan a ser pronunciadas en forma directa
frente a presidentes, ministros y otros altos funcionarios públicos nacionales
e internacionales, en tanto invitados frecuentes a sus reuniones.
Desde una perspectiva que incorpora la mirada estructural que los
clásicos como Mosca ([1896] 1923) y Pareto ([1923] 1978) –y luego Mills
([1956] 1987)– utilizaron en sus estudios sobre la función de una elite
dentro del sistema social, profundizaremos además la lógica interna,
procesual, de “selección” y “ascenso” en términos de estatus de los
integrantes más preponderantes de la red social de ACDE. Actualmente, la
sociología adscribe en sus estudios sobre las elites a aquellas minorías que
detentan algún tipo de poder social y lo utilizan para terciar en
determinados círculos políticos. Con esta idea fue tomando fuerza la “teoría
del pluralismo de las elites” (Hoffmann-Lange, 2003). Ahora bien, si a la
demarcación empírica y al examen ideológico de los posicionamientos
políticos de las elites económicas le adicionamos el elemento religioso,
tenemos un interesante campo de investigación que atraviesa no solo los
aspectos estructurales e institucionales. Adicionar los elementos cognitivos
de la interacción habilita la interpelación procesual de la construcción de
dichos posicionamientos, que tienen lugar en un campo cuyos límites
difusos se encuentran imbuidos por principios morales y éticos, que a la vez
constituyen la guía conductual de sus prácticas cotidianas.
¿Por qué analizar el empresariado católico durante la crisis y salida del
régimen de convertibilidad? Porque nos abre una dimensión transversal. El
hecho de asistir al enfrentamiento político entre dos bloques de los sectores
dominantes en torno a la construcción de un consenso respecto de la
interpretación de la crisis, nos introduce en un contexto de fuerte
recomposición en términos de nuevas alianzas. [5] Como mencionáramos
arriba, instintivamente podría suponerse que la moral católica y los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia, o más precisamente lo que los
propios actores entienden por ellos, proveerían el marco ético y estético
para la toma de posiciones. Pero el normativismo es relativo y se trastoca
tan pronto estos despliegan sus prácticas y, con ellas, su autoconfiguración
identitaria y sus interpretaciones acerca de lo que “debe ser” en el mundo
económico, así como los límites entre este y el campo católico.
Este capítulo está dirigido a dilucidar las características más salientes de
una asociación fundada hace ya más de sesenta años con el objetivo de
orientar las prácticas empresarias según la Doctrina Social de la Iglesia. En
ese sentido, dividiremos la exposición en dos grandes apartados. En el
primero nos abocaremos a explorar, identificar y caracterizar al
empresariado católico nacional institucionalizado en ACDE, en el marco de
la crisis y salida del régimen de convertibilidad. Abordaremos su historia y
estructura organizacional, su inserción en el campo de las asociaciones
patronales cristianas en el mundo, los actores que ocuparon posiciones
clave en su entramado y sus trayectorias profesionales. Respecto de esto
último, dado que para lograr con éxito cualquier acción política se torna
imprescindible la constitución de redes de sociabilidad en donde no solo
actúen los socios, sino –sobre todo– también personalidades destacadas en
diferentes campos del ámbito nacional e internacional, presentaremos los
resultados más relevantes de una investigación previa (Motta, 2014) que
incluyó, entre otras, a la perspectiva analítica de las redes sociales. [6] En el
segundo apartado desmontaremos, examinaremos y conjeturaremos acerca
de las estrategias discursivas desplegadas para la fijación de sus
posicionamientos políticos respecto de tres ejes clave: a) la desregulación
de los mercados y el acotamiento del rol del Estado en el período
neoliberal, b) el endeudamiento externo, dado que su naturaleza y dinámica
permite entender los rasgos medulares del modelo convertible (ver Nemiña
y Schorr en este volumen), y c) la redefinición de las coordenadas estatales
respecto de la intervención pública en el mercado a partir de la
posconvertibilidad.
En las conclusiones, brindaremos una visión de conjunto que incorporará
tanto sus rasgos estructurales, sus principales actores y sus ámbitos típicos
de acción, así como sus estrategias argumentativas en la fijación de sus
posicionamientos político-económicos.

1. Historia, inscripción internacional y dinámica institucional

1.1. Sus inicios


La Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) fue fundada en
1952 por empresarios pertenecientes a la Acción Católica Argentina, [7]
siendo su primer presidente el laico, marino y empresario nacional Enrique
Ernesto Shaw (1921-1962). Conforma, además, un nodo más –aunque de
gran importancia en términos cuantitativos– de la extensa y diversificada
red mundial UNIAPAC (Union Internationale des Associations Patronales
Chrétiennes), federación internacional nacida en 1931 bajo el nombre
“Conférences Internationales des Associations de Patrons Catholiques”, en
ocasión de cumplirse el 40° aniversario de la encíclica fundante de la
Doctrina Social de la Iglesia, Rerum Novarum, del Papa León XIII.
UNIAPAC, fundada por las asociaciones holandesa, belga y francesa –con
Italia, Alemania y Checoslovaquia como observadores– hoy está compuesta
por más de treinta asociaciones de dirigentes de empresas cristianos,
representando a más de 15.000 miembros individuales a nivel internacional,
de los cuales su mayoría provienen de países europeos y
latinoamericanos. [8] Además, posee el estatuto de observador en la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) y en otras varias
organizaciones de las Naciones Unidas, así como en la Unión Europea.
Según consta en el folleto publicado para uno de sus últimos congresos
mundiales, [9] la institución se autorrepresenta como:

Un lugar de encuentro de Dirigentes Cristianos de Empresa cuyo


objetivo es promover una visión y despliegue de Responsabilidad
Social Empresaria que sirva a las personas y al Bien Común en el
Mundo. Inspirada por la Doctrina Social de la Iglesia, su propósito es
unir, guiar y motivar a dirigentes de empresa para que, a la luz del
Pensamiento Social Cristiano, se comprometan a: i. Su Formación
personal; ii. La Transformación de sus empresas y el ambiente de sus
negocios; y iii. La contribución de la Construcción de un mundo más
justo y una sociedad más humana.

UNIAPAC recién tomó la forma de Unión Internacional en mayo de


1949. Si bien las asociaciones de los tres países fundantes eran
preexistentes, no pasó demasiado tiempo hasta que buscaran alguna forma
de trascender nacionalmente. La más antigua era la francesa, fundada en
1915, mientras que la holandesa se creó en 1921 y la belga en 1926. La
unificación bajo una misma figura jurídica en cada país, no obstante, había
sido antecedida por múltiples formas de solidaridades patronales locales,
aunque dispersas y poco cohesionadas. Podría afirmarse que estas
iniciativas se vieron fortalecidas y reafirmadas desde lo más alto de la
jerarquía católica en los años previos y a partir de la publicación de Rerum
Novarum: Adolf Kolping (1813-1865) en Alemania; Barón Karl von
Vogelsang (1818-1890) en Austria; Gaspar Decurtins (1853-1916) en Suiza;
Leon Harmel (1829-1915), Marqués René de la Tour du Pin (1834-1924) y
Conde Albert de Mun (1841-1914) en Francia; Giuseppe Toniolo (1845-
1918), en Italia (Sebá López, 2006: 7). Sin embargo, UNIAPAC promueve
para cada asociación nacional su autoorganización, estructura y dinámica
(Gremillion, 1961: 58).
En la Argentina, las ideas del belga José Cardijn, fundador de la Juventud
Sindicalista de Bruselas en 1914 –que a partir de 1924 se transformó en la
Juventud Obrera Cristiana– y de la Acción Católica en 1920, rápidamente
fueron adscriptas por Enrique Shaw, en tiempos donde comenzaba a
emerger y tomar cuerpo político el primer peronismo. No obstante, y a
pesar de que no pocos simpatizantes de la JOC vieron en el peronismo la
cristalización de su ideario, Romero Carranza (2008) [10] señala que Shaw:

(…) tenía bastante equilibrio e inteligencia para comprender que el


incipiente peronismo que en la Argentina decía levantar la bandera de
la justicia social y de la ascensión del proletariado, no era sino una
mala caricatura del jocismo (…) Entre Perón y Cardijn existía un
abismo. El primero pensaba en su ambición personal, en su deseo de
alcanzar el poder político para emplearlo en forma totalitaria (…)
Muchos católicos engañaron o quisieron engañarse, y declararon que
entre el descamisado peronista y el obrero jocista no existía mucha
diferencia y tenían ideales comunes. En ese engaño nunca cayó
Enrique (…) (pp. 41-42).

En el año 1952, 67 fueron los socios fundadores encabezados por


Enrique Shaw, entre los cuales se cuentan apellidos muy vigentes en el
campo empresarial argentino actual. En el documento liminar figuran, entre
otros, Max y Rafael Bunge; Manuel Escasany; Carlos y Jorge Pérez
Companc; y Julio, Alois y Jorge M. Steverlynck.

1.2. Estructura institucional


Actualmente, ACDE es jurídicamente una “Asociación Civil sin fines de
lucro”. Su órgano superior de gobierno es el Consejo Directivo. [11] Uno de
los mandatos más importantes que tiene el Consejo es elegir a los
integrantes de la Mesa Ejecutiva. [12] Durante nuestro recorte, ACDE
estuvo presidida por Jorge Matheu (director de Alto Palermo SA), entre
1997 y 2000; José María Simone (CEO de Banco Velox, director del Grupo
Velox), entre 2000 y 2003 y Alejandro Preusche (presidente de Adeco
Agropecuaria, director en McKinsey & Co., ASSA, AGD, Newsan, Roman
y Loma Negra), entre 2003 y 2006.
A su vez, los órganos de gobierno que están por debajo de la Mesa
Ejecutiva son los Consejos, que son instancias consultivas que tienen como
objetivo principal el asesoramiento a la Comisión Directiva y emitir
opiniones calificadas; los Grupos de Trabajo, que desarrollan actividades
específicas de acuerdo a la misión con la que fueron creados; las
Comisiones de Trabajo, que son unidades específicas y permanentes, y
tienen a su cargo la consecución de programas y planes de carácter anual; y
los Equipos de Trabajo, que están encargados de ejecutar actividades
específicas dentro de un programa preestablecido (diagrama 1). [13]
En el 1994 y como respuesta a la necesidad de brindar un marco
institucional al crecimiento y las demandas de los socios del interior del
país, se constituyó la Federación de Asociaciones Cristianas de Dirigentes
de Empresa. Y en 2001 nacieron los Grupos Zonales, que pasaron a formar
parte de la estructura federativa. [14]
La Asociación publica trimestralmente la Revista Empresa, su principal
órgano de difusión, el cual:

Tiene como público objetivo a los sectores empresarios y formadores


de opinión y contiene análisis y reflexiones actualizadas sobre temas
que consideramos de interés para quienes tienen la vocación y la
responsabilidad de tomar decisiones. Convoca en sus páginas la voz de
empresarios, intelectuales y formadores de opinión cuya mirada
creemos valiosa para estimular la reflexión e invitar al debate. Esto se
refleja en sus artículos –ricos en contenido y actualidad–, en su línea
editorial –que intenta desde una perspectiva crítica aportar propuestas
para los hechos más significativos de la sociedad– y en sus reportajes a
personas destacadas (Informe de ACDE Buenos Aires, presentado en
la reunión de UNIAPAC Latinoamérica. Santiago de Chile, 2006).

Por otra parte, mantiene vínculos permanentes con diversos medios de


comunicación: diarios Clarín, [15] La Nación, La Prensa, Buenos Aires
Herald, La Razón, Perfil, Infobae, Ámbito Financiero y El Cronista; así
como las revistas Fortuna, Noticias, Valores, Criterio y Hacer Familia;
radios AM y FM; y la agencia ‘Laica’, especializada en temas religiosos.
También existen organizaciones civiles que forjaron lazos con ACDE, como
Conciencia, FIEL, CIPPEC, RAP, AVINA, Poder Ciudadano, Fundación del
Tucumán, Instituto ETHOS y Cáritas. Desde el ámbito educativo, la
Universidad Católica Argentina, la Universidad del Salvador y la
Universidad de San Andrés.

1.3. Los ámbitos de interacción empresarial


Durante el período de estudio hemos identificado un total de cien
actividades-reuniones, de las cuales pudimos localizar y reconstruir los
ámbitos y dinámicas para ochenta y seis. [16] Cada una de ellas fue
realizada en diversos lugares, algunos de los cuales aparecen típicamente
como ámbitos privilegiados de interacción.
Resulta esclarecedor que en el 51,2 % de los casos el ámbito elegido para
las actividades haya sido la Universidad Católica Argentina, con 44
reuniones en total. La UCA no solo concentra este privilegio desde una
perspectiva física; también lo hace como ámbito productor de ideas y
valores que trascienden lo universitario y se cristalizan en el campo
económico-empresarial. Prueba de ello es que tanto José María Simone
como Alejandro Preusche, ambos presidentes de ACDE en los períodos
2000-2003 y 2003-2006, respectivamente, son graduados de la UCA. [17]
Los tres siguientes ámbitos privilegiados por los empresarios son hoteles
exclusivos, dos cinco estrellas (NH City Hotel, con ocho reuniones, y
Claridge Hotel, con cinco reuniones) y uno cuatro estrellas (Castelar Hotel,
con siete reuniones). Recién después comienzan a aparecer espacios
eclesiásticos, como la Iglesia y Convento Santa Catalina de Siena (cuatro
reuniones), cuyo rector era el asesor doctrinal de ACDE, el presbítero
Rafael Braun.
Entre las distintas actividades que se desarrollan en el marco
institucional, existen algunas que, siendo regulares y llevadas a cabo
durante todo el año, concentran el mayor interés tanto para los socios y la
propia institución como para los medios de comunicación que reproducen
los discursos allí generados. Además del Encuentro Anual de ACDE, que es
el mayor acontecimiento en su tipo por dimensión, convocatoria,
repercusión y alcance, [18] también son importantes cuatro actividades: a)
los Ciclos de Foros Almuerzo; b) los Desayunos de Formación; c) los
Desayunos de Actualización Profesional; y d) los Ciclos de Almuerzos de
ACDE Joven, que se realizaron hasta fines de 2000 y que a partir de 2001
fueron reemplazados por reuniones conocidas como After Jobs de ACDE
Joven.
El Ciclo de Foros Almuerzo consiste en reuniones periódicas en donde se
tratan “diversos temas de actualidad, con importantes expositores
representantes de los más diversos sectores empresarios y profesionales”
(¿Qué estamos haciendo en ACDE?, 2012: 16). Los Desayunos de
Formación son encuentros que persiguen el debate sobre temas de la
actualidad, generalmente sobre el “quehacer empresario, buscando el debate
sobre los mismos y la aplicación de los principios de la Doctrina Social de
la Iglesia en la realidad empresaria del día a día” (Ibíd: 15). Los Desayunos
de Actualización Profesional tienen como objetivo “dar a los socios y no
socios un servicio de actualización profesional, a través de charlas con
distintos especialistas en temas como economía, marketing, logística y
organización” (Ibíd: 14). Finalmente, el Grupo de Trabajo de ACDE
Joven, [19] que agrupa a los socios menores de 31 años (los que superan esa
edad entran en la categoría de socio senior), organiza, además de su propia
Jornada Anual, el Ciclo de Almuerzos/After Jobs.
Los lugares se eligen según la categoría del encuentro: hoteles y
restaurantes para los almuerzos y after jobs, y la Universidad Católica
Argentina para las actividades relacionadas con la formación, tanto
doctrinaria como profesional –o cómo traducir la primera en el campo
empresarial–. La UCA se mantiene como usina del saber experto, como
espacio dedicado no solo al ámbito académico sino sobre todo al desarrollo
profesional. El marco de relacionamiento potencial que propone la UCA es
altamente denso, y es probable que la “economía del prestigio y del estatus”
tenga un peso específico significativo en los marcos valorativos de los
socios, dadas las heterogeneidades en las trayectorias individuales
(Donatello, 2011: 850). También representa, al parecer, un ámbito
homogeneizante en términos de pertenencia y privilegio. Trayectorias
académicas y profesionales disímiles –entiéndase en términos relativos, es
decir, siempre bajo la condición de cumplir con los requisitos que ACDE
solicita para la membresía– confluyen en un mismo lugar, capaz de
compensar simbólicamente esas disparidades.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la noción de elite refiere a la
posesión de una serie de elementos diferenciadores en términos de
privilegios y oportunidades para la acción política, ¿cómo observar este
fenómeno en ACDE? Entendemos que resulta ineludible el análisis de los
actores intervinientes, incorporando sus atributos y trayectorias, sobre todo
para aquellos que ocupan posiciones centrales. La comparación de
atribuciones entre actores centrales permite establecer coincidencias que
podríamos interpretarlas como “vehículos de centralización”. En este caso,
un vehículo de centralización podría ser tener algún tipo de adscripción con
la UCA, sea en la trayectoria académica o en la profesional.

1.4. Los actores centrales


El relevamiento de todas las actividades y reuniones que tuvieron lugar en
el período de estudio nos mostró la presencia de 226 actores en toda la red
de relaciones sociales vinculadas con ACDE. En conjunto, la frecuencia de
participación asciende a 324, es decir, existieron actores que han
participado más de una vez de las actividades institucionales. Esta
frecuencia arroja un promedio de 1,43 participaciones por actor. Sin
embargo, la varianza de todo el universo es de 4,86 y el rango de 29, ¿qué
nos dicen estas medidas? Indican una fuerte concentración en la
participación en un grupo privilegiado de actores (cuadro 1), siempre
atendiendo a una perspectiva individual que posa su mirada en la cantidad
de “apariciones” de un actor en las distintas actividades ya
mencionadas. [20]
Es notable cómo tomando solo los diez actores con mayor participación
se llega rápidamente al 25% del total de frecuencias, para todo el período.
En el cuadro 1 tomamos los trece primeros lugares, correspondientes a los
actores que en todo el recorte alcanzan al menos tres frecuencias en la
participación individual, más allá del tipo de reunión. Debemos notar que
ellos representan solo el 5,75% del universo, pero concentran el 27,5% de la
participación total.

La frecuencia alcanzada por Rafael Braun, Asesor Doctrinal de la


Asociación en esa época, es sorprendente. Él solo ocupa el 9,27% del total
de frecuencias, más que duplicando a José María Simone, presidente de la
entidad entre 2000 y 2003. Abonando nuestra hipótesis acerca de la UCA
como ámbito clave para la consolidación de prestigio y estatus, cabe
mencionar que muchos de estos actores centrales se encuentran
íntimamente vinculados con dicha institución. Por ejemplo, el Pbro. Rafael
Braun se recibió en 1963 de Licenciado en Teología por la UCA,
doctorándose en Filosofía tres años después en la Universidad de Lovaina,
Bélgica.
La “dimensión doctrinaria” en las distintas actividades organizadas por
los empresarios católicos no parece ocupar un lugar marginal, sino todo lo
contrario. Hay que notar que entre estos trece actores, tres son sacerdotes:
Braun, Llorente y Condrac. Luego, existen siete que no formaron parte del
Consejo Directivo de ACDE en el recorte, aunque todos –sin excepción–
tuvieron en alguna oportunidad una muy estrecha relación con la
institución. Un análisis detallado de las trayectorias académicas y
profesionales de estas siete figuras centrales (cuadro 2) podría brindarnos
algunas pautas para reflexionar acerca del posible sustrato ideológico que
estaría detrás de estas posiciones privilegiadas.
Ahora bien, estos actores aparecen, desde el punto de vista de la
frecuencia individual en los 100 ámbitos de reunión detectados, como una
suerte de “oferta institucional” hacia los socios. Pero, ¿qué ocurrió desde la
“demanda”?, ¿cuál fue el nivel de aceptación-participación de los socios
ante cada invitado?

1.5. La capacidad de convocatoria


Al analizar separadamente las actividades regulares llevadas a cabo por
ACDE notamos que los patrones en las “frecuencias de asistencias”,
miradas en conjunto, no tienen ningún tipo de correlación. Es decir,
aparecen subas y bajas tan volátiles y disímiles entre sí que, en principio,
sería un error atribuirlas a variables exógenas tales como “situación
económica” o “conflictividad política”. Más bien podemos pensar que el
número de asistentes está relacionado fundamentalmente con el invitado a
cada reunión y con la motivación o incidencia que este pueda tener en el
“componente aspiracional” de los asistentes. De este modo, cabría esperar
que ciertos individuos del campo político, empresarial, comunicacional,
episcopal, entre otros, concentren más atención y logren más convocatoria
que otros dependiendo, por ejemplo, del origen o de la inserción que tenga
en su campo de acción específico. En definitiva, del prestigio con que goce
respecto de su desempeño profesional y, por lo tanto, de la capacidad de
constituirse en estereotipo del empresario o funcionario “exitoso” para el
conjunto de socios.
En los Foros Almuerzo, actividad reservada a la presentación de
expositores destacados en el campo político, económico o empresarial, es
evidente la predilección por los representantes del establishment vinculado
con la tradición liberal. El actor con más convocatoria (195 asistentes, el 7
de julio de 2000) fue Michel Camdessus, un asiduo concurrente a las
reuniones de ACDE tanto durante su gestión como director gerente del FMI
(1987-2000) como cuando pasó a dedicarse, tras su jubilación, al
asesoramiento económico de países emergentes.
Los siguientes dos actores más convocantes fueron Felipe de la Balze y
Carlos Ortiz de Rozas (170 asistentes, el 21 de marzo de 2003). El primero
es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas y de
la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa. [21] Economista,
empresario, asesor de empresas y bancos, especialista en temas
internacionales y productor agropecuario. Fue economista del Banco
Mundial, vicepresidente del Citibank y del First Boston Corporation. Un
dato importante para entender su adscripción al liberalismo económico y las
relaciones con otros actores de la red de ACDE, es que de la Balze integra
el Consejo Académico de Libertad y Progreso, [22] un centro de
investigación en políticas públicas fruto de la fusión entre el Centro de
Investigación de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA), el Foro
Republicano y Futuro Argentino, cuyo Director de Políticas Públicas es
Manuel Solanet. Ortiz de Rozas es abogado (UBA), egresado de la Escuela
de Diplomacia del Ministerio de Relaciones Exteriores y también forma
parte de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Ocupó altos
cargos en diversas embajadas [23] y llegó a presidir el Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas (marzo de 1971 y julio de 1972). Fue funcionario
del Ministerio de Relaciones Exteriores durante el frondizismo y jefe de la
Misión Especial ante el papa Juan Pablo II sobre el conflicto limítrofe con
Chile en los años 1982 y 1983. Además, fue presidente de la Fundación
Bunge y Born entre 1994 y 1999.
En lo que tiene que ver con los Desayunos de Formación (doctrinaria y
profesional) aparecieron Rafael Braun y Manuel Alberto Solanet (60
asistentes, el 16 de agosto de 2000). Braun ocupó, como vimos, el primer
puesto en participaciones individuales, mientras que Solanet compartió el
tercer puesto con Luis Riva y Orlando Ferreres.
La capacidad de convocatoria de Solanet, por otro lado, es coherente con
el andamiaje liberal en la tradición intelectual y profesional de todos los
actores que estamos analizando y que ocuparon posiciones centrales desde
una perspectiva individual. No solo fue quien más concurrencia convocó en
los Desayunos de Formación, sino que además ocupó los dos primeros
puestos en los Desayunos de Actualización Profesional (100 asistentes, el 4
de abril de 2002, y 90 asistentes, el 23 de mayo de 2001). Solanet, que es
ingeniero civil con estudios de posgrado en Economía en la Universidad de
Santiago de Chile, se encuentra íntimamente vinculado al componente civil
de las dos últimas dictaduras cívico-militares, pues ocupó varios cargos del
funcionariado económico. Fue asesor del renunciante –luego del estallido
social conocido como “cordobazo”, en 1969– ministro de Economía de
Onganía, Adalbert Krieger Vasena, en la Dirección Nacional de Política
Económica. También fue secretario técnico del Instituto Nacional de
Planificación Económica hasta el año 1981, y luego secretario de Hacienda
de la Nación, bajo la órbita de Roberto Alemann. [24]
Para el caso del Grupo ACDE Joven, el presbítero Rafael Braun tuvo una
influencia notoria, sin embargo fue Patricia Bullrich quien convocó a la
mayor cantidad de jóvenes. Más interesante aún es la fecha, mayo de 2002,
en lo más álgido de la crisis y luego del derrumbe del gobierno de De la
Rúa, durante el cual Patricia Bullrich estuvo al frente de dos ministerios:
Trabajo, Empleo y Formación de Recursos Humanos (octubre de 2000 a
octubre de 2001) y Seguridad Social (de octubre de 2001 a noviembre de
2001).
2. Posicionamientos político-económicos: desregulación neoliberal,
endeudamiento externo e intervención pública durante la
posconvertibilidad
En esta segunda parte del capítulo examinaremos las estrategias discursivas
desplegadas por ACDE en la fijación de sus posicionamientos políticos.
Para ello abordaremos los discursos institucionales, las alocuciones y
producciones de los miembros más encumbrados y aquellas que pertenecen
a ciertos subgrupos de referencia que detectaremos en su interior. Esto
último se debe a que en este tipo de entramados institucionales existe un
conjunto de actores que por su posición en la institución, el prestigio del
que gozan o el respeto que le inspiran a los socios, representan una “palabra
autorizada” para el conjunto, una suerte de primus inter pares.
Así, estructuramos la exposición en función de los ejes centrales de la
discusión política que, entendemos, constituyen el principal anclaje del
modelo de valorización financiera impuesto a partir de la última dictadura
cívico-militar. El tópico de la desregulación de los mercados y el
acotamiento del rol del Estado será tratado hasta diciembre de 2001, dado
que la devaluación de la moneda terminó cristalizando la reconfiguración
de las alianzas en torno a los sectores dominantes, fenómeno que había
comenzado con anterioridad (Motta, 2012b). Mientras que el problema del
endeudamiento externo –el segundo apartado– atravesará todo el período de
análisis, el quiebre producido a partir de la devaluación del peso y el
estallido del régimen de convertibilidad nos permitirá observar los
desplazamientos de sentido en las argumentaciones empresariales para la
discusión de lo que constituirá nuestro tercer apartado, dedicado a la
redefinición de las coordenadas de la intervención estatal y de las
prioridades políticas en la posconvertibilidad.

2.1. La desregulación de los mercados y el acotamiento del rol del


Estado en el período neoliberal
Estudiar el discurso empresarial católico en torno al papel del Estado en el
neoliberalismo y a la postulación que desde esta visión se hace del carácter
“eficiente” de la autorregulación del mercado en la asignación de recursos,
bien podría comenzar con un análisis de la “reacción empresaria” ante la
crítica a su ideario. Así, el mejor ejemplo lo podría brindar la categórica
respuesta de la elite empresarial católica a la Carta sobre el neoliberalismo
en América Latina, publicada por los Provinciales Latinoamericanos de la
Compañía de Jesús en México, el 14 de noviembre de 1996.
Paradójicamente, la primera reacción institucional sobre los contenidos de
la carta provino de ACDE. Veamos qué señalaron los Provinciales Jesuitas
para luego abordar las respuestas de los empresarios.
El documento de los jesuitas advertía que “nos resistimos a aceptar
tranquilamente que las medidas económicas aplicadas en los últimos años
(…) sean la única manera posible de orientar la economía y que el
empobrecimiento de millones de latinoamericanos sea un costo
irremediable de un futuro crecimiento”. La noción neoliberal del mercado
fue cuestionada por su “absolutización”, puesto que “de un instrumento útil
y hasta necesario para elevar y mejorar la oferta y reducir los precios, pasa a
ser el medio, el método y el fin que gobierna las relaciones entre los seres
humanos”. Estas “ideologías”, explicaban, posibilitan la aplicación
homogénea y deliberada de un conjunto de medidas económicas que
colocaban en el centro solo al crecimiento económico, dejando en segundo
plano al ser humano.
La respuesta del empresariado católico no se hizo esperar. En junio de
1997, el Grupo de Economistas, un subconjunto de referencia con fuerte
autoridad en la institución, [25] junto con el Asesor Doctrinal Rafael Braun
–paradójicamente de origen jesuita–, organizaron un encuentro para debatir
con los autores. Para los economistas y el asesor doctrinal, el planteo de la
carta chocaba “con el convencimiento de muchos católicos respecto a que la
economía de mercado es el sistema más adecuado y compatible para el
desarrollo y una mejor distribución del ingreso en un marco de libertades”.
Si bien dejaron en claro que comprendían y compartían las motivaciones de
los jesuitas, por tratarse de quienes “están permanentemente en contacto
con las situaciones más descarnadas de la miseria y de reclamos”, refutaron
sus argumentos apelando a la “ciencia económica”, es decir, atribuyéndose
el conocimiento de un saber experto que, ante su carencia para el
interlocutor, impedía debatir en el campo científico. El núcleo de su
explicación se basó en los conceptos económicos utilizados en la carta:

Si se habla de instrumentos para lograr el crecimiento y una mejor


distribución de la riqueza se entra necesariamente en el terreno de la
ciencia económica (…) La economía de mercado no implica por sí
misma egoísmo, corrupción y codicia (…) La solidaridad y el amor al
prójimo deben ser predicados siempre y son más perfectamente
practicables en una economía libre que en otra fuertemente intervenida
(…) [El debate] es necesario que se desarrolle con el mismo espíritu de
amor que motivó la Carta, pero en un clima libre de preconceptos y
abierto a la reflexión, sin olvidar las experiencias y errores de un
pasado que no está lejano (La Nación, 9/6/1997, Opinión, “El mercado
y la fe”, por José Ignacio López).

Antes de que comenzara a manifestarse la crisis del modelo convertible –


ya existían dos millones de desocupados antes de la recesión de 1998–,
distintos sectores comenzaron a cuestionar al “empresariado”, exigiéndole
que asumiera un nuevo rol en un contexto social signado por las crecientes
protestas. También se hablaba de la función del Estado ante la exclusión en
el mercado laboral. Una de las voces más críticas en ese sentido fue la de
Cáritas, de la mano de su presidente, monseñor Rafael Rey:

Los empresarios no pueden ser indiferentes y no asumir


responsabilidades frente a las tremendas dificultades de la gente que
sufre, está sin trabajo o no se alimenta. Si cuentan con ganancias,
tienen casi la obligación de generar más fuentes de trabajo y ayudar a
los más carecientes (La Nación, 15/6/1997, “La encrucijada social”,
por Silvia Stang).

Sin embargo, la opinión en el arco empresarial no era homogénea.


Básicamente existían dos posturas: aquellos que consideraban cumplida su
misión siendo competitivos y rentables, invirtiendo, capacitando a su
personal y creando fuentes de trabajo, y los que, además de asumir como
propias esas funciones, planteaban incidir en la discusión pública respecto
de las políticas públicas y privadas a aplicar. Entre los primeros, se
encontraban Franco Macri (Grupo Socma), Eduardo Baglietto (Techint) y
Roberto Monti (YPF). Entre los que exigían una mayor participación en las
decisiones públicas estaban Santiago Soldati (Presidente del CEA), Enrique
Ruete Aguirre (Grupo Roberts) y Claudio Sebastiani (UIA). Pero, ¿en qué
lugar se ubicaba ACDE?
Para la entidad, la principal función del empresariado ante los “fallos del
mercado” era asegurar la “eficiencia”. [26] Pero también se le reclamaba
eficiencia a la función pública, tal como afirmaba Jorge Matheu hacia 1997:
“si hubiera de parte del Gobierno un uso eficiente y transparente de los
fondos públicos, se le reconocería mayor autoridad moral a los funcionarios
para hacer hincapié en las obligaciones de los contribuyentes” (La Nación,
15/6/1997, “La encrucijada social”, por Silvia Stang). [27]
Por otro lado, uno de los temas que más enfrentó a los empresarios de
ACDE con las posiciones del Episcopado fue el referido a la reforma
laboral impulsada por el FMI como condición para el libramiento de
fondos, [28] junto con la reforma del sistema previsional. Precisamente, el
cardenal Primatesta buscaba llegar “por consenso” a un proyecto de ley de
reforma entre sectores empresarios y la CGT. Sin embargo, es llamativo el
papel apologético protagonizado por el actor principal de la red social de
ACDE, el asesor doctrinal Rafael Braun, respecto de las discusiones de
política económica. Incluso ofreció entrevistas planteando de manera
contundente la posición del empresariado, en las que destacó por ejemplo
“la libertad de precios”; el hecho de “poder comprar y vender divisas”; la
“apertura al comercio internacional”; y la sanción de “la ley de
convertibilidad, que le devolvió al país una moneda” (La Nación,
14/11/1999, Sección Economía, “En la Argentina no hay un capitalismo
salvaje, sino un capitalismo infantil”, por Astrid Pikielny).
De esta forma, ACDE intentaba transitar entre esos dos frentes. Por un
lado, reclamando la sanción de la reforma laboral, por el otro, tratando de
no explicitar demasiado su posicionamiento político-económico debido
fundamentalmente a las críticas que provenían de diferentes sectores
eclesiásticos sobre las consecuencias sociales del neoliberalismo. Pero en
los hechos, ACDE se inclinaba por privilegiar la estabilización monetaria,
aún a costa del aumento en la tasa de interés y de las consecuencias que esto
podría provocar en el sector real.
La sostenibilidad del modelo económico comenzó a ponerse en cuestión
a medida que el déficit fiscal crecía sistemáticamente. [29] Para resolver el
problema fiscal sin modificar el régimen cambiario, desde ACDE insistían
con mejorar la “competitividad”. El ideologema planteaba que el ingreso
genuino de divisas solo podría provenir de la cuenta corriente –superávit
comercial– y que, sumado a la reducción del gasto público, el modelo
tendría reservas suficientes para afrontar la paridad cambiaria, por un lado,
y el excedente fiscal primario para el pago de intereses de la deuda externa,
por el otro. Esto último, además, posibilitaba la renovación de compromisos
con la extensión de plazos –y tasas más elevadas–.
Por esa razón, Manuel Solanet, miembro del Grupo de Economistas de
ACDE y consejero académico de uno de los más importantes think tank
neoliberales, la Fundación de Investigaciones Económicas
Latinoamericanas (FIEL), reclamaba “idoneidad” para llevar a cabo la
“cirugía”, y “valentía” para “enfrentarse con los gremios”, aceptando que
este paquete de soluciones “puede generar desempleo” (La Nación,
18/11/1999, Sección Economía, “El rojo fiscal amenaza el modelo”).
Luego de la renuncia de Ricardo López Murphy, [30] el 21 de marzo de
2001 el flamante ministro de Economía, Domingo Cavallo, aparecía ante
los ojos de los empresarios católicos como el único portador de esas
virtudes. De hecho, ese día Cavallo presentó el proyecto de Ley de
Competitividad, [31] el cual, no bien se dio a conocer, recibió el rápido y
estoico respaldo de dos corporaciones empresarias: la Asociación de
Bancos de la Argentina (ABA) [32] y ACDE. Esta última publicó La
responsabilidad del dirigente, firmado por toda la Comisión Directiva,
afirmando que era el tiempo del “uso genuino de la autoridad y el mando
con coraje, la veracidad y la grandeza”, todas virtudes depositadas en
“quien tiene que tomar con prudencia y sabiduría decisiones trascendentes
que afectan a toda la comunidad nacional”.
En coincidencia con los reverdecidos aires neoliberales, con un
Superministro –así calificado por diversos medios dados sus poderes
plenos– que lograba la aprobación en tan solo 48 horas de la Ley de
Competitividad, los empresarios católicos reforzaban su pedido de
desregulación en sectores clave de la economía.
Esta demanda fue la más escuchada en las intervenciones del V
Encuentro Anual, llevado a cabo en abril de 2001. Dos de los invitados
especiales fueron Emilio Cárdenas, director ejecutivo del HSBC, y Julián
de Diego, asesor de empresas sobre temas laborales. Ambos expusieron
sobre la “máquina de impedir”, metáfora industrial que alude a la
desviación irracional de la burocracia “bien entendida” y que, de acuerdo
con este supuesto, impide el control eficiente del dominio público. Para
Cárdenas, la solución era “profundizar la desregulación”, sugerencia que,
según él, “propuso a los tres ministros de Economía del gobierno de
Fernando de la Rúa”. Al aceptar que “es difícil modernizar las normas en la
Argentina”, reconoció como necesario “extender y ampliar poderes, como
sucedió en el caso del ministro de Economía”. Por su parte, de Diego
propuso “tercerizar la fiscalización”, medida que estaba habilitada dentro
del conjunto de nuevas facultades extraordinarias concedidas a Cavallo.
Además, se mostró a favor de la “bancarización del pago de sueldos”,
puesto que “terminaría con el empleo en negro” (La Nación, 27/4/2001,
Sección Economía, “Piden una mayor desregulación del Estado”).
Aquí entra en escena de manera clara la noción de elite en términos de
minorías que tercian en determinados círculos de poder. La capacidad de
ACDE para aglutinar a estos referentes, para producir y hacer circular estos
sentidos comunes del subuniverso empresarial por los canales informativos
asociados a la entidad –como el diario La Nación o Clarín–, es un factor
clave para entender el dominio real y potencial de los recursos cognitivos y
de la reproducción de significados en torno a problemas centrales del
campo económico.
El 4 de junio de 2001, ACDE presentó el documento Pensando la
Argentina del Bicentenario. Hacia una visión compartida de país. En lo que
atañe al rol del Estado, los empresarios señalaron que “el sistema de
economía libre es el que brinda las mayores posibilidades de desarrollo y
crecimiento” (p. 7). La palabra clave fue “modernización”, que implicaba
“reconstruir al Estado, liberado ya de exageradas funciones de planificación
y de producción” (Ibíd). En su lugar, debía actuar como “facilitador” de la
competitividad, asegurando el ordenamiento fiscal, la estabilidad monetaria
y las condiciones jurídicas para la inversión. Esta posición estaba sustentada
en el principio de subsidiariedad que procura “el abandono de posiciones
dogmáticas ‘anti-estatistas’ y ‘anti-privatistas’ (…); aspiramos a que el
sector privado y el público no sigan observándose mutuamente con
desconfianza” (p. 8).
Sin embargo, el nivel de abstracción descendió rápidamente cuando
entraron en su campo específico: el económico. El aparato conceptual se
vio involucrado en una serie de objetivos políticos bien definidos, basados
en ideologemas como “sin crecimiento económico sostenido no hay
posibilidades de revertir el proceso de fragmentación de nuestra sociedad”
(p. 9). Desde ese lugar común, es decir, sin necesidad de explicitar la
secuencia lógica ni explayarse en argumentaciones racionales con sustento
empírico, se afirmó que “el logro de tasas mínimas de crecimiento del 6%
anual es imprescindible para poder construir una Argentina que dé
oportunidades a su población” (Ibíd). Para ello era necesaria una política de
aliento a la inversión complementada “con un drástico programa dirigido a
desmontar la ‘máquina de impedir’” (Ibíd). Notable huella interdiscursiva
de las intervenciones de Cárdenas y de Diego en el Encuentro Anual dos
meses atrás.
Las recomendaciones del empresariado de ACDE tenían que ver con:

resolver el problema del elevado ‘costo argentino’ que afecta la


generación de riqueza y la creación de puestos de trabajo. Si esto no se
logra es improbable esperar que los capitales argentinos colocados en
el exterior comiencen a retornar. Un elemento esencial, que sin duda
depende entre otras cosas de una sana política de equilibrio fiscal, es la
reducción del riesgo argentino y del costo del financiamiento para la
actividad privada (pp. 9-10).

El “costo argentino” era básicamente el salario en términos de dólares,


mientras que el “riesgo argentino” estaba vinculado con la tasa de interés
local, la cual se encontraba estrechamente ligada al referencial que pagaban
los bonos argentinos más el riesgo de default –o riesgo soberano–. Así, no
explicitar la naturaleza del endeudamiento significaba coincidir con los
lineamientos generales de la política económica que, aún siendo
imperfectos para los empresarios de ACDE, dejaban en claro que el rumbo
era la profundización de ese modelo y no su cambio.
La tarea era apoyarse en la Ley de Competitividad para acelerar la
flexibilización del mercado de trabajo (sector real), mantener un estricto
control de la emisión (sector monetario) y consolidar el equilibrio en el
balance de pagos compensando el déficit de la cuenta capital –debido a la
sangría de divisas por la fuga de capitales de corto plazo– mediante saldos
positivos de la balanza comercial (sector externo). A su vez, como la
balanza comercial integra la cuenta corriente y en esta se anotan la salida de
divisas, producto del pago de intereses de la deuda externa, era necesario
que los saldos positivos del comercio exterior fueran cada vez más amplios.
Estas metas macroeconómicas no podrían cumplirse sin la condición de
mantener una férrea “disciplina fiscal”, eufemismo que invisibiliza su
objetivo político: contar con un superávit fiscal suficiente como para
afrontar los pagos externos. Si a esto le sumamos la exigencia de reducir o
suprimir impuestos a las empresas para “alentar” la inversión, se sigue que
la clave del equilibrio se funda en la reducción del gasto público.

2.2. Los costos de la valorización financiera: la deuda externa y la


visión del empresariado católico nacional
Si intentáramos formular una conjetura inicial podríamos apoyarnos en la
reveladora declaración de Rodolfo Iribas, asesor de ACDE, durante una
entrevista realizada algunos años antes de la explosión del régimen de
convertibilidad: “algunos obispos nos tildan de demasiado liberales” (La
Nación, 30/07/1997, Suplemento Cultura). Como señalamos antes, el tópico
de la deuda externa tiene claramente un carácter condensador. No se trata
solo de cifras, sino que la propia naturaleza y dinámica del ciclo de
endeudamiento inaugurado en 1976, fue absolutamente inherente a un
modelo de acumulación que tuvo en su fase de convertibilidad a la
expresión máxima de la valorización, y a la fuga de divisas como el
“seguro” de esa misma lógica de reproducción del capital especulativo.
Dado que el endeudamiento es objeto de debate desde la instauración
misma del modelo de valorización financiera y trasciende el régimen de
convertibilidad, el recorte abarcará todo el período estudiado, pues los
argumentos sobre la deuda y su “honra” fueron una constante.
Dijimos que buena parte del Episcopado nacional venía advirtiendo sobre
los problemas económicos. Fue precisamente la deuda externa uno de los
núcleos de la discusión pública, sobre todo al conocerse la Bula de Juan
Pablo II, Incarnationis mysterium, en noviembre de 1998. En ella
incorporó dentro de los “signos jubilares” a la “indulgencia”,
relacionándola con la condonación de deudas. [33] Los obispos de la CEA
aprovecharon la primera Asamblea Plenaria luego de que se publicase el
reclamo papal para afirmar que “no podemos dejar de reconocer con
preocupación, la existencia de desequilibrios económicos, muchas veces
fruto de pautas internacionales, que perturban y degradan las relaciones
sociales” (77° Asamblea Plenaria, “Declaración”, 17/04/1999).
Los empresarios de ACDE reaccionaron rápidamente para atemperar los
encendidos discursos en contra del pago de intereses, colocando a la
racionalidad económica –propiedad de los economistas del establishment y
de los hombres de negocios– por encima de las “pasiones”. Sugirieron a los
obispos que la Iglesia “actúe con cautela en la búsqueda de una
condonación o reducción sustancial de la deuda externa de los países del
Tercer Mundo” (Clarín, 2/1/1998, Sección El Mundo, “Actuar con cautela”,
por Sergio Rubin). [34] Expresaron además que países como la Argentina,
pequeño en términos de ahorro interno, “necesitan más que otros ahorro
externo para financiar su crecimiento (…) [Así], para crecer al 6% anual [la
Argentina] necesita unos 80 mil millones de dólares por año, que no llega a
cubrir con ahorro interno” (Ibíd).
Este pedido, sin embargo, no impidió la reunión realizada en la sede del
Episcopado entre los obispos y la delegación del FMI, encabezada por
Teresa Ter Minassian y Tomás Raciman, y solicitada por estos últimos,
según había aclarado un vocero eclesiástico. Allí, los integrantes de la
Comisión Ejecutiva de la CEA solicitaron “un alivio del peso” de la deuda
externa argentina (Clarín, 7/6/2000, Sección Política, “Los obispos
reclaman al FMI alivio para la deuda”, por Sergio Rubin).
El 14 de julio de 2000, el titular de ACDE, José María Simone, hizo
pública la carta Con serenidad, firmeza y esperanza. La misiva tenía un
doble objetivo: intentar desprender a la Argentina de la categoría “países
pobres endeudados”, utilizada por Juan Pablo II al referirse a la
condonación de deudas; y polemizar con las exhortaciones episcopales,
pero desde una argumentación estrictamente económica, haciendo hincapié
en el perjuicio a la confianza del país, que terminaría horadando la
seguridad jurídica.
Pero antes de darse a conocer, fue puesta en consideración de los
asociados durante un Almuerzo de la entidad, para que sus
recomendaciones tuvieran una legitimación aún mayor. En esa ocasión,
quien se expresó elogiosamente respecto de su contenido fue el invitado de
honor, Michel Camdessus, quien había dirigido el FMI hasta febrero de ese
año y cuyas sistemáticas visitas agregaban “un punto a la tasa de
crecimiento potencial del PBI para este año”, según las bufas de los
empresarios que asistían a los convites (La Nación, 1/6/1996, Sección
Opinión, “Auditor y diplomático”). Camdessuss dejó en claro cuál debía ser
la posición empresaria: “lo mejor para ustedes es ser vistos como excelentes
pagadores y de bajo riesgo, más que sumarse al reclamo del papa Juan
Pablo II para que en este año, el del Jubileo, se les perdone la deuda a los
países más pobres” (La Nación, 6/7/2000, Sección Economía, “Camdessus:
el ajuste debe ser incesante”). Va de suyo que tuvo además halagadoras
palabras para el tremendo ajuste fiscal en el sistema previsional y para la
resistida Ley de Reforma Laboral, aprobada el 7 de mayo de 2000. [35]
Como vemos, las recomendaciones no fueron otras que las repetidas por
los referentes de ACDE en diversos encuentros, con lo cual las palabras de
Camdessus solo actuaron como refuerzo y apoyo político de los intereses
financieros internacionales al posicionamiento de los empresarios católicos
argentinos.
La visión empresaria sostenía el cumplimiento de las metas fiscales como
único requisito para lograr los excedentes. Distintos instrumentos habían
sido creados para ese fin, pero el fracaso persistente hacía que dependiese
exclusivamente del control del gasto público. La visión monetarista del
empresariado católico reducía el papel del Banco Central a la preservación
del nivel de reservas para mantener la paridad cambiaria. Pero asegurar esa
paridad y cumplir con las metas fiscales para consolidar el superávit
primario constituían solo las acciones de corto plazo. Esto terminaría
apoyando la estrategia que el empresariado se planteaba como objetivo de
largo plazo: el investment grade. [36]
Un año después de la visita de Camdessus, el 10 de julio de 2001, con la
Ley de Competitividad aprobada y habiéndose desplegado políticamente
todas y cada una de las medidas solicitadas por las elites económicas
ligadas al sector financiero y acompañadas en todo momento por ACDE, el
ministro Cavallo anunciaba un drástico paquete de medidas para llevar
precisamente “a cero” el saldo fiscal de ese año.
Casi en simultáneo con el desarrollo del III Foro Nacional de Laicos, [37]
el 18 de noviembre de 2001 ACDE adhirió a una solicitada publicada en
todos los medios gráficos de alcance nacional. [38] En ella los empresarios
reclamaron la urgente sanción del presupuesto para el año 2002 y la
reestructuración consensuada del endeudamiento público externo e interno,
con el propósito de estimular una baja generalizada de las tasas de interés,
avalando las políticas de Cavallo.
Si bien las “razones fiscales” eran argüidas en general por todo el
establishment, existían algunos matices entre ellas respecto de la
exclusividad del diagnóstico y, sobre todo, de las políticas propuestas, dado
que ellas afectaban directamente los intereses económicos de cada fracción.
Las tres entidades que conformaban el Grupo Productivo –Cámara
Argentina de la Construcción (CAC), Confederaciones Rurales Argentinas
(CRA) y la Unión Industrial Argentina (UIA)– que venía sosteniendo
ciertos reparos hacia el modelo económico y planteando otro tipo de salida
política a la crisis, no la suscribió. [39]
Luego del estallido de la crisis en diciembre, comenzó a funcionar la
Mesa del Diálogo Argentino, [40] aunque sin la asistencia de los
representantes de la banca transnacional y de las empresas privatizadas de
servicios públicos. Estos grupos prácticamente negociaron directamente con
el gobierno nacional los términos de la transición, luego de sancionada la
Ley N° 25.561 (“Emergencia Pública y Reforma del Régimen Cambiario”),
el 6 de enero de 2002. [41]
Después de la publicación, en el mes de julio, del documento Bases para
las Reformas: principales consensos, comenzaría la segunda etapa de ese
ámbito con otros objetivos, expectativas y perspectivas: la Mesa del
Diálogo Ampliada. Pero la CEA se reunió en Asamblea Extraordinaria a
fines de septiembre y anunció su distanciamiento, “alentando” a que “los
valores morales” de la Nación estuvieran representados en la Mesa por los
fieles laicos, entre los cuales se encontraba ACDE.
Finalmente, el Grupo de Economistas de ACDE publicó Desiderata en
diciembre de 2002, un documento inusualmente extenso (37 pp.). [42] En
primer lugar, la visión fiscal/financiera de la depresión económica pareció
no trastocarse un ápice, es más, fue cuestionada incluso la propia autonomía
y soberanía monetaria de la Argentina, que descansa en la potestad del
Estado para tomar medidas de política económica en esa esfera. El
documento plantea el paroxismo de cuestionar la independencia en ese
terreno, al afirmar que la Argentina: “debería renunciar a la pretensión de
administrar una moneda propia, (…) hemos demostrado ser la peor
sociedad en cuanto a emisión de moneda propia se trata. El chauvinismo de
tener un signo monetario soberano colaboró con buena parte del desquicio
fiscal histórico” (p. 5).
En segundo lugar, y yendo al tema específico del endeudamiento, se
propuso el:

inicio de negociaciones con acreedores externos para regularizar el


pago de la deuda y salir de la situación de default que nos aísla del
mundo (…) Dada la ausencia de ahorro local, los capitales
internacionales (bajo la forma de IED) son indispensables para el
crecimiento (…) Debe lograrse reabrir el crédito internacional, pero
con flujos destinados esencialmente al sector privado (…) Acuerdo
con el FMI, que no debe implicar préstamos adicionales sino el aval
para un plan sustentable (…) El sector público no debe recurrir
nuevamente a emisiones de bonos (que no serán necesarias de
cumplirse con el objetivo de superávit fiscal) (p. 31).

Como puede apreciarse, el argumento del escaso ahorro interno siguió


imperando para sostener la necesidad de liberalizar el comercio, promover
las exportaciones, acrecentar la productividad y disminuir el gasto público.
Evidentemente, esto debe comprenderse dentro de un programa de acción
mucho más amplio que contempla, para cumplir con el objetivo de
“recuperar un mínimo de credibilidad externa”, una reconcepción de lo
público y de lo estatal en el sistema económico.

2.3. La redefinición de las coordenadas estatales. Intervención


pública y nuevas prioridades en la era de la posconvertibilidad
En esta etapa, luego de producido el estallido de la crisis, apareció con toda
su fuerza en escena el Grupo de Economistas de ACDE, sobre todo a partir
del segundo semestre de 2002. Mientras los documentos institucionales de
ACDE, sobre todo los emanados de sus órganos de dirección política,
empezando por su presidente, se caracterizaron por las posiciones
conciliadoras, autocríticas y revisionistas, las posiciones del Grupo de
Economistas se basaron en la defensa acérrima del ideario neoliberal. [43]
En este último apartado nos enfocaremos principalmente en el segundo
caso, dado que los economistas de ACDE aparecieron a todas luces como
un subconjunto radical en cuanto a las ideas neoliberales, con muy poco
margen para aceptar una mirada introspectiva de carácter crítico hacia sus
propias prácticas y recomendaciones políticas.
Como dijimos, la Mesa del Diálogo Argentino se constituyó casi al
unísono con la asunción del gobierno provisional de Eduardo Duhalde.
Fueron algunos de sus impulsores quienes, años más tarde, rememorarían
esos días de enero no sin cierta épica, al señalar que constituyó un ámbito
destinado a “disminuir la violencia política en un escenario donde hasta se
llegó a hablar de una posible ‘guerra civil’” (AA.VV., 2004: 4).
Apenas iniciada esta etapa el presidente de ACDE, José María Simone,
mantuvo sucesivas reuniones con los obispos en la sede de Cáritas. El 24 de
enero Simone reclamó “apurar la reforma política, redimensionar el Estado
y buscar una justicia confiable (…) Tenemos que recuperar la cultura del
bien y la verdad’” (La Nación, 24/1/2002, Sección Política, “El BID está
dispuesto a dar ayuda económica”).
Esta adscripción mucho más involucrada en el campo moral que lo que
podía observarse antes del colapso de la convertibilidad, fue
particularmente intensa en ese primer semestre y provocó, como era de
esperarse, algunas contradicciones a la hora de la secuencia
diagnóstico/tratamiento. Esto es, si al diagnóstico se le adiciona el elemento
moral católico, cuya materialización en el cuerpo político de la CEA
incorporaba sintagmas tales como “fuentes de trabajo”, “producción”,
“equidad en la distribución de las riquezas”, “deuda social”, entre otros, las
soluciones que provocasen una agudización de alguno de ellos terminaría
colisionando con sus propias bases. Baste como ejemplo la encuesta que a
inicios del 2002 ACDE le encargó a la Sociedad de Estudios Laborales
(SEL) [44] referida a las expectativas empresarias respecto de la tendencia
en la contratación de personal en la próxima década:

El 59% de los empresarios respondió que los empleos serán en blanco,


pero inestables; el 21% sostuvo que la mayoría de las incorporaciones
será en negro e inestable y tan solo el 8% cree que se pueden esperar
puestos laborales en blanco y de duración indeterminada. Lo
sorprendente es que, a renglón seguido, el 75% de los encuestados
opinó que no es posible construir una sociedad políticamente estable
sobre la base de empleos inestables (La Nación, 13/3/2002, Sección
Economía, “Los empresarios prevén una mayor inestabilidad laboral”
).

Pareciera que existen dos planos de pensamiento en este caso. Cuando un


directivo de una empresa líder reflexiona sobre su propia firma, actúa en un
subuniverso cuyas reglas están atravesadas por los conceptos de eficiencia,
ganancia, costo laboral, etc. Todo el “juego de lenguaje” (Wittgenstein,
1999) hace alusión a un estricto campo económico-financiero. Ahora,
cuando se le pregunta sobre la “sociedad” hace abstracción de su propia
condición y acepta la imposibilidad de cierta “estabilidad política” en base
al trabajo informal. La única solución posible de continuidad entre las dos
afirmaciones es encontrar un otro expiatorio que, a la vez, se vea atravesado
periféricamente por representaciones de otros subuniversos de sentido,
como podrían ser los posicionamientos del Episcopado, del sindicalismo, de
ciertos medios de comunicación, etcétera.
Así, en la medida que incorporen al anti-destinatario (Verón, 1988)
“Estado” –que en su amplitud interpretativa usual, no conceptual, cubre al
gobierno y a toda la dirigencia política– se abre una puerta para la
reformulación empresaria: consagrar a la “torpeza” del Estado, con su
contraproducente correlato en la confianza o “clima de negocios”, como la
fuente de la inestabilidad política. De este modo, la política boicotearía su
propia estabilidad, pues entendida la función del político dentro del Estado
como facilitador de dichas condiciones, la responsabilidad recaería siempre
allí y los empresarios serían un eslabón más en la cadena de perjudicados,
incluso junto con los desempleados o trabajadores informales que ellos
mismos “se han visto obligados” a despedir o contratar.
Con todo, esta crítica no se esgrimió con la misma potencia en cualquier
circunstancia. La coyuntura política, el ámbito, las características
personales y la funcionalidad de los actores dentro de la red de ACDE
tuvieron que ver en el contenido de sus documentos. Por ejemplo, el
columnista del diario La Nación, Jorge Rouillon, supo hacer esta distinción
cuando, luego de tres meses de haber sido presentado el primer documento
de la Mesa del Diálogo Argentino, Bases para el Diálogo (30/01/2002),
salió a la luz el desacuerdo de ACDE: “no ha faltado alguna voz crítica,
como un grupo de economistas de la ACDE, que cuestionó la factibilidad
de las ‘Bases para el Diálogo Argentino’, en cuanto al crecimiento de la
economía y la creación de empleo” (22/4/2002, Sección Opinión, “En
emergencia social” ). Rouillon separó la posición de “un grupo de
economistas de ACDE” de la postura institucional, consciente de la
heterogeneidad interna que en ciertas coyunturas asoma con más fuerza.
Pero ¿qué proponía este “grupo de economistas”? Ciertamente, el ya
mencionado documento Desiderata, de diciembre de 2002, nos demuestra
que este subgrupo de fuerte referencia hacia los socios apeló a un
“jacobinismo neoliberal” en medio del debate sobre el nuevo rol del Estado
en la posconvertibilidad. Esta avanzada incluyó propuestas que no habían
sido presentadas públicamente hasta ese momento, tendientes a llevar a la
mínima expresión la regulación estatal y con base en dos dimensiones:
política fiscal; y política monetaria, cambiaria y desregulación del sistema
financiero y del mercado de capitales.
Respecto de la primera, los economistas insistieron con la
implementación del presupuesto “con criterios base cero”. El eje principal
del gasto público a “ajustar” estuvo asociado a los salarios: “el gasto
provincial en salarios es un subsidio de desempleo encubierto (…) no se
puede despedir personal hoy dada la falta de oportunidades alternativas. En
cambio sí se puede reducir el salario pero manteniendo el nivel de
ocupación” (p. 14). Por el lado de los ingresos, se bregó por la eliminación
de “los impuestos distorsivos que afecten las decisiones de los factores
económicos y pongan en riesgo la competitividad de las exportaciones”
(Ibíd). En la categoría de “distorsivos” figuró una amplia gama: “renta
presunta, endeudamiento empresario, internos, transacciones financieras,
combustibles, retenciones a las exportaciones y otros menores” (p. 15).
Evidentemente, el efecto fiscal de estas propuestas solo podía balancearse
con una drástica reducción del alcance estatal en materia económica, sobre
todo en el sector financiero, incluidos los mercados monetario, cambiario y
de capitales.
Y es en este punto donde la “imaginación empresaria” del Grupo de
Economistas intentó trasponer los límites simbólicos de una “caja de
conversión eterna”, tal como fue presentada la convertibilidad a principios
de los años noventa. Sus propuestas, en medio de una crisis profunda y a
pocos meses de las elecciones presidenciales, se dirigieron al abandono del
peso como moneda nacional y a la adopción del dólar estadounidense como
medio de pago, cambio y reserva de valor. Para llevar a cabo la
dolarización, formularon un plan gradual de convergencia, incluso
rediseñando las instituciones monetarias y sus funciones para el corto plazo.
De esta forma, se crearía la Reserva Federal Argentina para, en un
principio, establecer “un régimen de tipo de cambio flotante, durante el más
breve plazo posible, hasta perfeccionar el proceso de dolarización plena” (p.
17). Luego de esto, dicha entidad “será la administradora local de la
moneda emitida por EE.UU.” (Ibíd). El directorio estaría compuesto por
“personas idóneas y sanas moralmente”, fruto de una selección que
contemple “ejecutivos de la banca, del mundo académico (investigadores o
profesores), un auditor, un abogado” (p. 17). [45]
Esta nueva autoridad monetaria tendría, además de la responsabilidad de
aplicar una “política restrictiva para dar valor a la moneda”, la finalidad
política de “asesorar y persuadir a los gobiernos nacional, provincial y
municipal de la conveniencia de privatizar sus bancos” (p. 19), proceso que
estaría dirigido y fiscalizado por el supervisor del Sistema Bancario, el otro
flamante organismo.
Por último, para completar la desregulación en el mercado de activos –
dado que la dolarización implicaba el abandono de una herramienta clave
como la política monetaria-, el otro punto fundamental era unir a la banca
privada con un sistema previsional privado y voluntario, sin intercesión
estatal. Se promovía la eliminación de franquicias, la
privatización/liquidación de bancos estatales y el desarrollo de la industria
del seguro sin restricciones (pp. 23-25).
Como puede apreciarse, el documento representa una férrea defensa de la
empresa privada y de su iniciativa libre en sectores que aparecen claramente
como preferenciales: bancario, monetario, cambiario y fiscal. La propuesta
de contar con una Reserva Federal Argentina encargada de administrar la
oferta de dólares constituyó quizás el paroxismo de la concepción
neoliberal. No hubo autocrítica alguna, es más, se pensó en seleccionar
directivos de grandes empresas para integrar los directorios de estos nuevos
organismos, por su “idoneidad” y “sanidad moral”.
Iniciado el 2003 y ya finalizando nuestro recorte, las urgencias
económicas y sociales eran las mismas, pero, aunque muy frágil, emergía
cierta salida político-institucional. Con la renuncia de Carlos Menem a
disputar la segunda vuelta electoral, el candidato Néstor Kirchner se
convertía en el nuevo presidente electo, cuya asunción se haría efectiva el
25 de mayo de 2003. El mismo día en que se conoció la decisión de
Menem, ACDE publicó el documento La gobernabilidad, una
responsabilidad de todos (14/5/2003). Firmado por Preusche, el escueto
texto puso en evidencia el fastidio de la institución por la decisión tomada,
a la que calificó como un “nuevo desprecio a las reglas del sistema
democrático”, dado que un acto eleccionario “no es un mero termómetro
personal para medir amistades y rivalidades”. Al concluir, expresó el deseo
de que todos los habitantes “cumplamos con nuestro deber de respetar y
hacer respetar las instituciones a fin de dar un mayor marco de
gobernabilidad al próximo gobierno”.
Precisamente, el presidente electo, Néstor Kirchner, apenas conocida la
renuncia de Menem declaró: “No voy a ser presa de las corporaciones (…)
El retiro de la fórmula es absolutamente funcional a ciertos grupos
económicos que se beneficiaron con privilegios inadmisibles en la década
pasada, al amparo de la subordinación financiera”. Estas declaraciones, que
apuntaban claramente a los sectores dominantes de la economía nacional y,
en especial, a la fracción ligada al sector financiero y a las empresas
privatizadas, despertaron las réplicas inmediatas de muchos representantes
de las elites económicas. Y entre ellas, ACDE.
El presidente de FIAT, Cristiano Rattazzi, le pidió a Kirchner que se
pareciera “lo más posible a Lula y lo menos posible a Hugo Chávez”,
mientras que Héctor Méndez (UIA) le recomendó “salir del péndulo del
enfrentamiento entre modelos”. Los representantes de la banca y las
empresas privatizadas se expresaron pero con reserva de sus nombres. Un
banquero señaló que en “la medida en que tome más contacto con el
mundo, en que viaje más, se irá amoldando”, y un vocero de las
privatizadas atribuyó sus dichos a una “definición sobre la marcha”, pues
explicó que “hay cosas que se declaran y otras que se hacen”. Arturo
Acevedo, presidente de Acindar y vocal de la Asociación Empresaria
Argentina (creada un año antes como continuación del liberal Consejo
Empresario Argentino) sinceró su temor: “temo una economía dirigista, hay
resentimiento contra las empresas”. Por último, la voz de ACDE, Alejandro
Preusche, señaló que le resultaba positivo “que no quiera ser presa de las
corporaciones”, pero se encargó de desdeñar el capital político del
presidente electo al advertir que “la ventaja de Kirchner en las encuestas
responde más al antimenemismo que a una oposición a la economía de los
90” (La Nación, 15/5/2003, Sección Política, “Los empresarios esperan
‘racionalidad’”, por Javier Blanco y Alejandro Rebossio). Esta última frase
tornaba irónica la primera sentencia, a la vez que traducía el mensaje de las
urnas como un castigo interpósito antes que una expresión de rechazo al
modelo neoliberal, lo cual demostraba su anhelo en torno a su
recomposición. Sin embargo, el camino que se iniciaba configuraría una
nueva etapa.

Conclusiones finales
Desde su fundación, ACDE intentó diferenciarse marcadamente de los
obispos argentinos, asignándoles un marco de acción limitado al
entendimiento de la relación entre doctrina y campo moral de las prácticas
terrenales. Según afirmara su fundador, Enrique Shaw, en el año 1959
durante el Primer Encuentro de UNIAPAC de Responsables de las
Asociaciones Católicas Nacionales, celebrado en Perú, los obispos debían
saber que en ACDE “hay gente que está en contacto con la realidad”
(Archivo oral de ACDE). El monopolio de este saber experto le otorga a
ACDE la legitimidad exclusiva para hablar fundadamente sobre asuntos
concernientes al campo económico y, por extensión, al político.
La relación entre el peronismo y ACDE podría decirse que fue
tormentosa desde sus inicios. Shaw adhirió tempranamente a las ideas de
José Cardijn, impulsando los principios de la Juventud Obrera Cristiana y
de la Acción Católica. Es cierto que no pocos simpatizantes de la JOC
vieron en el peronismo la cristalización de su ideario, pero el fundador de
ACDE siempre mantuvo una amplia distancia, por considerarlo solo una
caricatura del jocismo que escondía intenciones tiránicas.
Al analizar las trayectorias profesionales e intelectuales de los miembros
más encumbrados de la institución durante nuestro recorte, es difícil
encontrar alguna relación con el peronismo, al menos con ciertos sectores.
Por ejemplo, de los miembros del gabinete que nombró Eduardo Duhalde el
2 de enero de 2002 hasta mayo de 2003, solo encontramos la presencia de
Jorge Remes Lenicov, ministro de Economía. Sin embargo, su participación
sucedió mucho antes de su nombramiento, el 23 de abril de 1999,
acompañando a personalidades precisamente muy vinculadas con una
visión neoliberal del sistema económico, como Domingo Cavallo y Ricardo
López Murphy. De esta forma, si tenemos en cuenta la distancia –y recelo–
planteada entre ACDE y la CEA, por un lado, y entre ACDE y el
peronismo, por el otro, podemos explicar la participación nula de los
miembros del gabinete duhaldista en las actividades de la asociación, a
pesar de las muy buenas y explícitas relaciones entre el expresidente y su
gabinete con los miembros de la jerarquía episcopal.
ACDE aparece como una institución abierta, que dedica mucho esfuerzo
a la formación profesional, académica y doctrinal de los jóvenes cuadros
empresarios. Lo que significa una “formación profesional integral”: ética
profesional, solvencia académica y valores católicos conformarían así los
elementos principales del empresario arquetípico.
El diseño de la estructura organizacional se enmarca en lo que podría
denominarse “esquema de reacción rápida”, operativo y versátil conforme a
las características propias del campo empresario. Allí tiene un fuerte peso la
figura del asesor doctrinal, que atraviesa todo el arco dirigencial. También
es significativa la velocidad en la circulación de cargos, dado que el
mandato del presidente dura tres años, sin posibilidad de reelección,
mientras que el mandato del resto de los miembros, si bien pueden ser
reelectos, duran tan solo un año.
Para la incidencia simbólica en la discusión pública, ACDE cuenta con
apoyo financiero de grandes medios de comunicación, los cuales no solo
auspician sus actividades sino que también facilitan destacados espacios a
columnistas ligados a la institución. Aunque no solo, cabe señalar, se trata
de los comunicadores, pues ciertos miembros del directorio de estos medios
ocupan cargos en ACDE, como es el caso de José Antonio Aranda,
vicepresidente del Grupo Clarín e integrante en todo nuestro recorte del
Consejo Directivo.
Por otro lado, ACDE representa, según el prisma con que se mire, una
red total o un nodo más de algo mucho más abarcativo. Sus relaciones
internacionales con el resto de las asociaciones patronales tienen una fuerte
tradición, tanto en América Latina como en Europa. Sin embargo, no fueron
solo actores empresariales católicos los integrantes de la red de ACDE. Más
bien estos solieron ofrecer el marco para la generación de ámbitos de
discusión mucho más amplios, capaces de incorporar temáticas referidas a
la política, la economía, la relación entre los valores católicos y los
comportamientos empresarios, entre otras.
Sus ámbitos de reunión son varios pero se corresponden de manera
regular al tipo de actividad, distribuidas por tema y grupo interno promotor.
Aquellos que aparecieron típicamente como privilegiados para la
interacción fueron: hoteles 4 y 5 estrellas y restaurantes exclusivos de
Buenos Aires para los Almuerzos y after jobs, y la Universidad Católica
Argentina para las actividades relacionadas con la formación, tanto
doctrinaria como profesional.
La UCA cobijó el 51% del total de actividades. La gran mayoría de los
principales actores empresariales católicos se inscribe en dicha institución,
sea durante su formación académica o bien en su desempeño profesional.
Así, la UCA constituyó el lugar legitimado por el conjunto para la
consolidación del prestigio y del estatus empresariales, brindando la
oportunidad única para homogeneizar las disparidades individuales en torno
a los títulos, permitiendo la incorporación paulatina de un cierto habitus
empresario desarrollado en las sociabilidades allí compartidas.
El carácter exogámico de ACDE le otorga una circularidad única en los
altos niveles de la sociabilidad empresarial. Actores del campo empresario,
político y académico formaron parte de su entramado. [46] En los Foros
Almuerzo fue evidente la predilección por representantes del establishment
vinculado a la tradición liberal, posición que se repitió en los distintos
ámbitos. Fue el caso de Michel Camdessus, Felipe de la Balze y Carlos
Ortiz de Rozas. En relación con la formación doctrinaria y profesional
aparecieron Rafael Braun, Manuel Solanet, Luis Riva y Orlando Ferreres.
Para el caso del Grupo ACDE Joven se destacó Patricia Bullrich
convocando la mayor cantidad de jóvenes.
Si bien circularon un total de 226 actores en todo el recorte, advertimos
una fuerte concentración en torno a un grupo privilegiado. Tomando en
cuenta la perspectiva analítica individual-estructural, es decir, observando la
cantidad de participaciones de cada actor de la red en las distintas
actividades, de destacó claramente el asesor doctrinal, el presbítero Rafael
Braun. En las primeras posiciones también aparecieron otros actores
eclesiásticos, como Pablo Condrac y Alejandro Llorente. Sin embargo, este
hecho no se tradujo en una correlación directa entre los posicionamientos
políticos de la Conferencia Episcopal Argentina y de ACDE.
Al respecto, los empresarios sostuvieron una posición comprensiva
cuando los cuestionamientos episcopales no excedieron la isotopía genérica
de las denuncias morales del modelo. Sin embargo, cuando el nivel de la
crítica al neoliberalismo sobrepasaba esos límites aparecieron reacciones
rápidas y contundentes.
Pero además hallamos un elemento revelador, que entendemos tiene
estrecha relación con los ámbitos de sociabilidad estudiados y cómo sus
dinámicas logran configurar los subuniversos de sentido: sería un error
hablar de estas reacciones categóricas asignándolas exclusivamente a “los
empresarios”. Cuando bajo determinadas circunstancias los
cuestionamientos eclesiásticos incluyeron categorías y conceptos propios de
la disciplina económica para justificar algún tipo de alternativa al
neoliberalismo, no solo fueron los empresarios quienes encabezaron la
contraofensiva. El propio asesor doctrinal de la entidad y actor principal,
Rafael Braun, se erigió en fervoroso defensor de las posiciones empresarias,
del libre mercado y de las ventajas de la autorregulación, junto a integrantes
del Grupo de Economistas de ACDE como Javier García Labougle, Manuel
Solanet, Orlando Ferreres, Enrique Folcini y Celso Arabetti.
Este hecho nos indica que en el proceso de construcción subjetiva y de
adscripción a una temporalidad típica específica, en este caso la empresaria,
reviste un papel fundamental los ámbitos de socialización y las redes
interpersonales en las cuales el actor se desenvuelve, pues allí se construyen
diversos sentidos respecto de una realidad política y económica.
Los posicionamientos institucionales de ACDE estuvieron apoyados por
Michel Camdessus, asiduo invitado a las reuniones de la entidad, y
replicados por los dos mayores diarios nacionales, auspiciantes de las
actividades de ACDE, La Nación y Clarín.
El Grupo de Economistas, distanciándose de la estrategia más
conciliadora, autocrítica y revisionista llevada a cabo por los órganos de
dirección de ACDE a partir de 2002, se aferró acérrimamente al ideario
neoliberal para elaborar su diagnóstico y proponer alternativas de salida a la
crisis. Precisamente, en medio del debate sobre el nuevo rol del Estado en la
posconvertibilidad.
Las dimensiones que más preocuparon a los economistas del Grupo –
política fiscal, monetaria, cambiaria y desregulación del sistema financiero
y del mercado de capitales– fueron tratadas desde una férrea defensa del
sector privado y de su iniciativa libre. Sus propuestas políticas abarcaron la
dolarización, la reducción de salarios públicos, la eliminación de impuestos
“distorsivos” y, finalmente, algo inédito para la literatura política y
económica en nuestro país, la creación de la Reserva Federal Argentina en
reemplazo del Banco Central.

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Notas
1. Agradezco la lectura y los valiosos comentarios de Ana Castellani, Verónica Giménez
Béliveau, Marina Dossi, Luis Miguel Donatello e Hilario Wynarczyk. Por supuesto, quedan
eximidos ante cualquier error u omisión.
2. Hacemos notar que el sentido común es más efectivo políticamente porque ha diversificado
sus prejuicios en los diferentes órdenes y los ha petrificado en el lenguaje, el razonamiento
y el actuar cotidianos.
3. Nos referimos al contenido y no al sentido común en tanto mecanismo social de
transmisión de memoria colectiva. En ese sentido, ver Raiter (2003), en especial pp. 141-
142.
4. Hablamos desde la propia esfera de interacción del grupo. También esa tensión se expande
al resto de la sociedad, en donde confluyen los distintos sentidos comunes y el resto de los
subuniversos y “vidas cotidianas”: entendemos que allí se encuentra la gran arena de la
política, es decir, el espacio de la discusión pública.
5. El sector financiero y las empresas privatizadas adquirirán relevancia por su férrea lucha en
defensa del modelo, mientras que el autodenominado “Grupo Productivo” (Cámara
Argentina de la Construcción, Unión Industrial Argentina y Confederaciones Rurales
Argentinas) lo cuestionará.
6. Los ámbitos y redes en donde se producen y circulan diferentes capitales se vuelven
centrales para el hombre de negocios. Allí se dirimen los posicionamientos colectivos de
las elites respecto de las decisiones sobre política económica, por un lado, y se moviliza
una serie de recursos con el fin de terciar en esas definiciones, por el otro. La investigación
que da origen a este capítulo se dirigió al estudio comparado entre ACDE y la Conferencia
Episcopal Argentina, sus redes de sociabilidad, ámbitos de acción y posicionamientos
políticos. Allí construimos las imágenes reticulares de cada red social utilizando el
software VISONE v.2.6.5. La elaboración de los mapas surgió de la confección de diversas
matrices de datos CSV (comma-separated values) basadas en diferentes fuentes, como
memorias anuales de ACDE, folletos informativos de los encuentros anuales de ACDE y
UNIAPAC, documentos institucionales, Archivo Oral de ACDE, Revista Empresa y diarios
nacionales (La Nación, Clarín y Página/12). El tratamiento por software permitió mensurar
exactamente la distancia que cada nodo (actor) tuvo respecto de las posiciones centrales,
bajo el supuesto teórico de que cuanto más vínculos un actor pueda establecer, se
acrecienta su capacidad para la movilidad de recursos, por oficiar de linker privilegiado en
relación con el resto.
7. Órgano creado en 1931 por el Episcopado nacional con el fin de reunir al laicado católico
en su misión evangelizadora. Cabe mencionar que ACDE hasta 1961 significaba
Asociación Católica de Dirigentes de Empresa. El cambio de ‘católica’ a ‘cristiana’ estuvo
motivado por la creación del “Secretariado para la promoción de la unidad de los
cristianos”, a pedido del Papa Juan XXIII, durante las reuniones preparatorias del Concilio
Vaticano II (Empresa N° 208, verano de 2012, p. 6).
8. Además de ACDE Argentina, otros países latinoamericanos poseen sus propias
asociaciones de empresarios cristianos que, como en el caso argentino, forman parte de
UNIAPAC: Bolivia (Cochabamba), Brasil (San Pablo, Minas Gerais y Río Grande), Chile,
Cuba, Ecuador (Quito), Honduras, México, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y
Venezuela.
9. XXIV Congreso Mundial UNIAPAC y XXIX Conferencia Nacional de Les EDC (Les
Entrepreneurs et Dirigeants Chrétiens): empresas, fuente de esperanza, Lyon, 30, 31 de
marzo y 1 de abril de 2012. Los últimos congresos mundiales de UNIAPAC fueron: XXI
Congreso Mundial: “Equidad y Solidaridad: Desafíos de los Hombres de negocios para el
Siglo XXI”, Buenos Aires, 2002; XXII Congreso Mundial: “Ser mejores dirigentes de
empresa en un complejo mundo globalizado”, Lisboa, 2006; XXIII Congreso Mundial:
“Valores para la construcción de un mundo mejor”, México D.F., 2009; XXIII Congreso
Mundial Valores para la construcción de un mundo mejor. México D.F., 2009 y XXV
Congreso Mundial Empresas, gobierno y sociedad civil trabajando juntos para el bien
común. Belo Horizonte, 2015.
10. Quien hacía pública, por lo demás, su propia y profunda oposición al peronismo. Romero
Carranza, militante de Acción Católica, se graduó de abogado en 1930 y fue destituido en
el año 1949 cuando era secretario de juzgado en la Capital Federal. Reintegrado en el año
1955 con la Revolución Libertadora, se desempeñó en la Cámara de Apelaciones hasta su
retiro en 1974. Fue conocido, además, por haber intervenido en el juicio por el asesinato de
Pedro Eugenio Aramburu.
11. Lo integran entre 12 y 24 miembros, elegidos por la Asamblea ordinaria de socios por un
período de 3 años y con renovación anual por tercios. Las reuniones del Consejo son
mensuales.
12. Se compone de: presidente, vicepresidente 1°, vicepresidente 2°, secretario, tesorero,
prosecretario y protesorero. Esta Mesa Directiva tiene a su cargo todas las funciones
ejecutivas de la Asociación. El presidente es nombrado por un período de tres años y sin
posibilidad de reelección, mientras que los miembros restantes sí pueden ser reelectos –en
sus mismos cargos o en otro–, pero sus mandatos duran un año.
13. Las comisiones que actualmente se encuentran en funcionamiento son: Comisión de
Finanzas; Comisión de Espiritualidad; Comisión Premio ACDE “Enrique Shaw”;
Comisión de Socios; Comisión de Comunicaciones; Comisión para la transformación de la
cultura empresaria; Comisión Programa Consejeros; Comisión UNIAPAC; Comisión
Revista Empresa; Comisión Causa Enrique Shaw; Comisión Encuentro Anual; y Comisión
Interior y Federación. Los Equipos de Trabajo son: Equipo de Reclutamiento de nuevos
Socios; Equipo de Inducción; Equipo de Fidelización; Equipo de CRM y Tecnología;
Equipo ACDE/PYME; Equipo de Golf; y Equipo Reunión Anual de Socios. Por último, los
Grupos de Trabajo: Grupo Joven; Grupos Zonales (Bariloche, Tucumán, Rafaela, Pilar y
San Isidro), que actúan en función de su cercanía geográfica.
14. Estas asociaciones y grupos se encuentran en Bahía Blanca, Bariloche, Chaco, Córdoba,
La Pampa, Mendoza, Rafaela, Tucumán, Rosario y San Isidro.
15. José Antonio Aranda, vicepresidente del Grupo Clarín, formó parte en todo nuestro
recorte –y continúa formando– del Consejo Directivo de ACDE.
16. Es decir, logramos fechar cada una, clasificarla según el tipo, el ámbito, la temática
tratada, los discursos pronunciados, los disertantes invitados y la cantidad de asistentes.
17. Un dato que también llama la atención, en ese sentido, es que ambos son ingenieros
industriales por dicha institución. Sin embargo, en los dos casos sus carreras manageriales
las construyeron casi al margen de todo lo que pudiera relacionarse con el sector
secundario o industrial. José María Simone ,que por otro lado es el actual presidente de
UNIAPAC, tiene más de treinta años de experiencia en los mercados financieros y en el
gerenciamiento corporativo. Es vicepresidente, desde 2003, de Solinfi-Ingeniería en
Finanzas SA, y socio fundador de NF Developers SA, que brinda asesoramiento para el
sector agroindustrial. Fue CEO de Banco Velox en la Argentina y desde 1997 director
ejecutivo de Planeamiento Estratégico de Grupo Velox; además de socio fundador de
Simone, Vicens, Cortesi SVC Corporate Finance. También ocupó altos cargos en Citibank
en la Argentina, Brasil y Estados Unidos –desde 1978 hasta 1995– como responsable de
riesgo crediticio, centro de entrenamiento y de la división comercial para empresas e
instituciones financieras. Alejandro Preusche tiene una maestría en Administración de
Negocios por la Stanford University, Estados Unidos. Fundó Almado SRL, firma dedicada
a servicios de asesoramiento, dirección y gestión empresarial; además, fue director en
McKinsey & Co. (consultora en administración estratégica), ASSA (asesoría en el proceso
de transformación de negocios), AGD (commodities y agroindustria), Newsan (electrónica
y artículos del hogar), Roman (transportes pesados y montajes) y Loma Negra
(cementera).
18. Distintas empresas auspician los Encuentros Anuales de la entidad: Telefónica, Coca-
Cola/FEMSA Argentina, Mapfre, diPaola/WPP, Santander Río, Arcor, Minera Alumbrera,
AGD, Edesur, Konrad Adenauer Stiftung, Loma Negra, Edenor, Galicia, Grupo Clarín,
Cablevisión, La Nación, Bagó, TZ Terminales Portuarias, Urbano, Bulló-Tassi-Estebenet-
Lipera-Torassa (estudio jurídico), Organización Techint, FIAT, Ernst&Young, Banco
Ciudad, QuickFood, Grupo ASSA, Syngenta, American Express y Deloitte.
19. En 2000 estuvo compuesto por Patricio Bameule (representante por dicha comisión en el
Consejo Directivo de ACDE durante los años 2002 y 2003), Ezequiel De Freijo, Diego
Vaccario, Luis E. Baronio, Paola Burattini, Clara Gowland, Diego Iribarren y María Teresa
Toma. En 2002 el grupo estaba formado por Nicolás Leupold (representante por la
comisión en el Consejo Directivo de ACDE durante el año 2002), Darío M. Febre, Nicolás
Arnaude, Santiago Sacerdote, Clara Gowland, Juan Manuel Arias y Paula Valente.
20. Deseamos aclarar que esta unidad de análisis difiere de la utilizada en la Teoría de Redes
Sociales (Mitchell, 1969; Requena Santos, 1989; Lozares, 1996), sin embargo constituye el
paso previo al estudio de las relaciones entre individuos. El tipo de aproximación que
propone el análisis de redes es múltiple, formando un arco que va desde los aspectos
teóricos hasta técnicos. Desde la psicología social, los trabajos de Jacob Levy Moreno
(1953 [1934]) enfocados a relacionar las estructuras sociales con el bienestar psicológico
adquirió el nombre de “sociometría”, mientras que a la representación gráfica de los
individuos como nodos y a las relaciones entre ellos como líneas se llamó “sociograma”.
Otra de las grandes fuentes es la teoría matemática de grafos, principalmente gracias a los
aportes de Cartwright y Zander (1953), Harary y Norman (1953), Bavelas (1948 y 1950) y
Festinger (1949). La posición o localización de un actor dentro de una red reviste un papel
central dado que la mayor o menor posibilidad de acción está vinculada, en parte, a si el
actor ocupa posiciones relativamente centrales o periféricas con relación al resto (Flament,
1977). Para un estudio pormenorizado sobre ACDE y la CEA desde el enfoque de redes
sociales, con la representación gráfica (sociogramas) de todos los actores y sus ámbitos de
sociabilidad, ver Motta (2014).
21. A la cual pertenecen también, por ejemplo, Carlos Pedro Blaquier (presidente de Ledesma
e integrante desde 1975 hasta 1986 del Consejo de Administración de la UCA), Luis
Pagani (Arcor), Enrique Pescarmona (IMPSA) y Bartolomé Luis Mitre (La Nación).
22. “Libertad y Progreso” se autorrepresenta como “una fundación sin fines de lucro, privada
e independiente de todo grupo político, religioso, empresarial o gubernamental. No
aceptamos dinero del Estado. Nuestro fondos provienen únicamente de aportes individuales
de personas, fundaciones y empresas comprometidas con el futuro del país”; su visión
como institución es contribuir para alcanzar “una Argentina transformada en una sociedad
abierta basada en el respeto por los derechos individuales, gobierno limitado, propiedad
privada, mercados libres y paz” (www.libertadyprogresonline.org).
23. Bulgaria, Grecia, Egipto, Barbados, Bahamas, Reino Unido, Francia y Estados Unidos.
24. Además de formar parte del Consejo Directivo de ACDE y ser Consejero Académico de
la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), con el retorno de la
democracia fundó INFUPA SA, empresa dedicada al asesoramiento en inversiones,
fusiones y adquisiciones, desde la cual y según consta en el CV difundido por la propia
ACDE “asistió exitosamente a grupos privados en la privatización de teléfonos,
ferrocarriles y energía eléctrica”. En el marco de nuestro recorte temporal estuvo al frente
de la Secretaría de Reforma Administrativa durante la gestión de Ricardo López Murphy.
Esta Secretaría constituía, en esencia, una repartición creada ad-hoc con el fin de planificar
y vehiculizar institucionalmente un ambicioso plan de reducción del aparato burocrático y
del gasto público.
25. Integrado por Javier García Labougle, Manuel Solanet, Orlando Ferreres, Enrique Folcini
y Celso Arabetti. Todos de fuerte adscripción liberal.
26. Desde el punto de vista de la teoría microeconómica, la eficiencia empresaria es la clave
para la optimización en la asignación de recursos –escasos– y su distribución entre los
distintos “factores” (capital, trabajo y recursos naturales). Los postulados de la
microeconomía son claros en cuanto a la función de la empresa, que es absolutamente
escindida de los fines y motivaciones de la función pública.
27. Vale recordar que tanto el diario La Nación como Clarín son auspiciantes de los
encuentros de ACDE.
28. Para ese fin, a principios de 1998 la CEA le encomendó al laico Guillermo García
Caliendo –secretario de la Comisión de Pastoral Social– que se entrevistara con el
presidente de la Nación, con el ministro de Trabajo, Erman González, y con la cúpula de la
CGT.
29. Se ha demostrado (Damill, Frenkel y Juvenal, 2003) que durante la etapa del régimen de
convertibilidad el problema del déficit fiscal se originó con la reforma del sistema de
seguridad social, impidiéndole al Estado la captación de los ingresos al tiempo que
continuaban los pagos previsionales. A esto le siguió la reducción de las contribuciones
patronales; pero lo que realmente comprometió las cuentas públicas, en la segunda mitad
de la década, fue el aumento de la prima de riesgo país y la tasa de interés, producto de la
fase contractiva del ciclo económico, entrando así en una dinámica de “mayor deuda-
mayor riesgo” (pp. 28-29).
30. Quien había asumido el 5 de marzo. El 16 de marzo anunció un paquete de medidas
económicas que establecía un recorte de 890 millones de pesos en el gasto público y de 968
millones en recursos coparticipables. La CGT disidente, la CTA, la CCC, numerosas
organizaciones sociales y sectores políticos condenaron las medidas económicas,
anunciando medidas de fuerza inminentes. CTERA y CONADU llamaron al paro
universitario y movilización permanente, al tiempo que los ministros Hugo Juri
(Educación) y Federico Storani (Interior) renunciaron a sus cargos, en disconformidad con
los ajustes. Finalmente, López Murphy renunció el 19 de marzo.
31. Bajo el argumento de “sacar al país de la depresión”, tal como lo presentó en conferencia
de prensa, el proyecto en realidad delegaba facultades extraordinarias a Cavallo por el
término de un año para sacar por decreto una serie de medidas que, de otro modo, hubieran
requerido un tratamiento parlamentario. Entre ellas, se encontraba la modificación de la
legislación laboral, la reforma (reducción) del Estado, privatización de organismos como la
AFIP, garantizar el pago de deuda externa con recaudación futura o activos públicos, etc.
32. Entidad creada en 1999 como resultado de la fusión entre ABRA y ADEBA (ver Cobe en
este volumen).
33. El año 2000 fue muy especial para la Iglesia Católica por ser el Año Jubilar. Al nivel de la
Iglesia Vaticana, los tres años anteriores al nuevo milenio fueron considerados “Años de
Preparación”, y fue precisamente Incarnationis mysterium la bula que convocó al Gran
Jubileo. En ella, Juan Pablo II se refirió al problema del endeudamiento externo: “Muchas
naciones, especialmente las más pobres, se encuentran oprimidas por una deuda que ha
adquirido tales proporciones que hace prácticamente imposible su pago. Resulta claro, por
lo demás, que no se puede alcanzar un progreso real sin la colaboración efectiva entre los
pueblos de toda lengua, raza, nación y religión. Se han de eliminar los atropellos que llevan
al predominio de unos sobre otros: son un pecado y una injusticia” (Incarnationis
mysterium, § 12).
34. Durante el año 2000 el debate sobre el endeudamiento recrudeció, a tal punto que el
arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer tuvo dos intervenciones públicas en ese
sentido, el 22 de agosto en el Senado de la Nación y el 10 de octubre en la Legislatura de la
provincia de Buenos Aires.
35. Ley 25.250, aprobada definitivamente con 121 votos a favor, 84 en contra y 2
abstenciones.
36. Existen diversos rankings en los que se clasifican a distintas instituciones (desde empresas
hasta municipios y países) según su “riesgo crediticio”. Son básicamente tres las agencias
calificadoras de riesgo más conocidas en el campo financiero (Fitch Ratings, Standard &
Poor’s y Moody’s,) que colocan una “nota” a los países en función de distintos indicadores.
La meta empresaria del investment grade puede observarse con claridad en el documento
“Deuda Externa Argentina: estrategias para su solución”, especialmente en p. 11,
presentado por Enrique Folcini, integrante del Grupo de Economistas de ACDE, en el II
Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos, llevado a cabo entre los días 26
y 28 de octubre de 2000 en la sede de la UCA.
37. Se llevó a cabo entre los días 3 y 5 de noviembre de 2001, organizado en la Universidad
Católica Argentina y auspiciado por ACDE y la Comisión Episcopal de Pastoral
Universitaria, con donaciones del Banco de Galicia y del Banco Nación. El lema del
encuentro fue “La política en la Argentina actual”.
38. El texto fue firmado por las siguientes organizaciones: ACDE, la Asociación de Bancos de
Argentina (ABA), la Bolsa de Cereales de Bahía Blanca, Bolsa de Comercio de Buenos
Aires y la de Rosario, la Cámara Argentina de Comercio (CAC), la Cámara Argentina de
Supermercados, la Cámara Argentina de Shoppings Centers, el Capítulo Argentino del
Consejo Empresario de América Latina (CEAL), el Consejo Empresario Argentino (CEA),
la Coordinadora de Productos Alimenticios (COPAL), el Instituto para el Desarrollo
Empresarial de la Argentina (IDEA) y la Sociedad Rural Argentina (SRA).
39. Para un abordaje integral de las características de la cúpula dirigencial de la UIA en los
años noventa y sus trayectorias corporativas, ver Dossi en este volumen.
40. El lanzamiento formal fue el 14 de enero de 2002 en la Iglesia Santa Catalina de Siena de
la ciudad de Buenos Aires. Fueron tres los convocantes: el Gobierno Nacional, la
Conferencia Episcopal Argentina y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD).
41. Además de la ya mencionada devaluación de la moneda nacional, esta ley reafirmó la
imposibilidad de indexar las tarifas de los servicios públicos privatizados, de acuerdo a los
términos de la Ley N° 23.928. Bajo este marco, se dispuso la renegociación de todos los
contratos entre el Estado y dichas empresas, en total 61, distribuidas en diferentes sectores.
Al respecto, recomendamos el exhaustivo trabajo de Azpiazu y Schorr (2003).
42. En la elaboración de “Desiderata” trabajaron: Santiago Bergadá, Alicia Caballero, Juan
José Ezama, Orlando Ferreres, Enrique Folcini, Martín Lagos, Héctor Mario Rodríguez y
Ludovico Videla.
43. Este fenómeno, al que denominamos “desdoblamiento temporal” y que puede ser
explicado por múltiples factores, tiene relevantes implicancias para la teoría sociológica
(Motta, 2014).
44. La muestra se compuso de 300 altos ejecutivos de empresas líderes.
45. Los economistas católicos detallaron, en ese sentido, todos los pasos ‘técnicos’ para
alcanzar la “dolarización plena”. En primer lugar, se recomendó el desdoblamiento
cambiario: una tasa flotante y otra “de por ejemplo, $ 2 por dólar para todas las deudas (en
lugar de $ 1 + CER) y todas las inversiones terminando con la asimetría de la pesificación”
(p. 21). Una vez producido esto, se requería el ajuste en 1 centavo diario –una “tablita” ad-
hoc– hasta lograr la convergencia con la tasa flotante. Luego, tomando el promedio de 1 o
2 semanas de la tasa flotante, se realizaría la conversión de “todos los pesos en dólares”.
Incluso sugirieron que “idealmente el tipo de cambio de conversión debe ser un tipo de
cambio redondeado en un múltiplo fácil de convertir los precios”; aunque de todas formas
se debía “contar con suficiente cantidad de monedas para facilitar el intercambio pequeño,
aunque seguramente funcionarían durante algún tiempo las dos monedas” (p. 22).
46. Entre los primeros estuvieron, por ejemplo, Carlos Tramutola, Luis Miguel Bameule,
Francisco de Narváez, Jorge Mostany, José Aranda, Julio César Saguier y Luis Pagani.
Desde la política asistieron Fernando De la Rúa, Domingo Cavallo, Ricardo López
Murphy, José Luis Machinea, Patricia Bullrich, Martín Redrado, Michel Camdessus, entre
muchos otros. También comunicadores y periodistas, como Manuel Mora y Araujo, José
Claudio Escribano, José Ignacio López, Magdalena Ruiz Guiñazú, Nelson Castro y
Roberto Cachanosky. Tampoco faltó el componente intelectual, dado que formaron parte
Daniel Filmus, Guillermo Jaim Etcheverry, Juan Carlos Tedesco, Roberto Cortés Conde,
Santiago Kovadloff, entre otros.
Sobre los autores

Ana Castellani
Es licenciada y profesora en Sociología por la Universidad de Buenos
Aires, magíster en Sociología Económica por la Universidad de San Martín
(UNSAM), y doctora en Ciencias Sociales (UBA). Es investigadora
Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), directora de la Maestría en Sociología Económica
(IDAES-UNSAM) y profesora de grado y posgrado (UNSAM, UBA,
UNR). Ha publicado libros, entre los que se destacan: Estado, empresas y
empresarios (2009); Recursos públicos, intereses privados (2012;
coordinadora) y Los años de la Alianza. La crisis del orden neoliberal
(2014; en coautoría con Alfredo Pucciarelli). Además, ha publicado
numerosos trabajos en revistas nacionales e internacionales sobre las elites
económicas, la relación Estado/empresarios y diversas formas de acción
económica y política de las grandes empresas para el caso argentino de las
últimas décadas.

Lorena Cobe
Es licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA),
magíster en Sociología Económica y doctoranda en Sociología por el
Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San
Martín (IDAES-UNSAM). En la actualidad, se desempeña en la Oficina en
Buenos Aires de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL). Ha publicado diferentes trabajos, entre los que se destaca el libro
La salida de la convertibilidad: los bancos y la pesificación (2009).

Marina Dossi
Es licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires
(UBA), magíster en Ciencia Política por el Instituto de Altos Estudios
Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM) y
doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (FLACSO-Argentina). Es investigadora especializada en políticas
para el desarrollo industrial y en elite económica corporativa industrial y
agropecuaria en (IDAES-UNSAM) y subdirectora de la Licenciatura en
Economía y Administración Agraria de la Facultad de Agronomía (UBA).
Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales e internacionales.

Alejandro Dulitzky
Es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y
magíster en Sociología Económica por el Instituto de Altos Estudios
Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín (IDAES-
UNSAM). Es becario doctoral (UBA) con sede en el Instituto de
Investigaciones Gino Germani, y docente de grado (UBA, UNSAM). Se
especializa en el estudio de las elites económicas, en particular la fracción
vinculada a las empresas extranjeras, y los vínculos que las mismas
establecen con el Estado y con otros actores económicos del mercado local
y global.

Alejandro Gaggero
Es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA),
magìster en Generación y Análisis de Información Estadística por la
Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF-INDEC) y doctor en
Ciencias Sociales (UBA). Actualmente se desempeña como investigador
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) con sede en IDAES-UNSAM y como docente de grado y
posgrado (UNSAM, UBA y FLACSO). Es especialista en temas de
sociología económica y economía política, su principal línea de
investigación analiza las transformaciones de los grandes grupos
empresariales argentinos desde la restauración democrática hasta la
actualidad.

Mariana Heredia
Es licenciada en Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA),
magíster y doctora en Sociología por la École des Hautes Études en
Sciences Sociales de Paris (EHESS). Se desempeña como investigadora
adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) con sede en IDAES-UNSAM. Es profesora en grado y
posgrado en diversas universidades (UNSAM, UBA, Universidad de San
Andrés). Ha publicado diversos trabajos, esntre los que se destacan los
libros: Cuando los economistas alcanzaron el poder (Buenos Aires, Siglo
XXI, 2015) y A quoi sert un économiste (París, 2014). Es especialista en la
sociohistoria del poder y las desigualdades sociales en la
Argentina contemporánea.

Gustavo Motta
Es licenciado en Comercio Internacional por la Universidad Nacional de
Luján (UNLu), magíster en Sociología Económica y doctor en Sociología
por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de
San Martín (IDAES-UNSAM). Es becario posdoctoral del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y es
docente de grado y posgrado (UNLu y UNTREF). Se especializa en teoría
de redes sociales y análisis del discurso. Ha publicado diferentes artículos
en revistas nacionales e internacionales sobre estas temáticas.

Pablo Nemiña
Es licenciado en Sociología y doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires (UBA). Es investigador asistente del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede
en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San
Martín (IDAES-UNSAM) e investigador asociado del área de Relaciones
Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO Argentina). Se desempeña como docente de grado y posgrado
(UBA, UNSAM, FLACSO y Universidad de Bologna). Coautor
de Neoliberalismo y Desendeudamiento. La relación Argentina –
FMI (Capital Intelectual, 2007). Ha escrito diversos trabajos acerca del rol
del FMI en las crisis financieras, las transformaciones recientes en la
economía política internacional y el proceso de desarrollo económico
argentino entre los que se destaca el libro Neoliberalismo y
Desendeudamiento. La relación Argentina – FMI (2007), del que es
coautor.

Martín Schorr
Es licenciado en Sociología, magíster en Sociología Económica por el
Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín
(IDAES-UNSAM) y doctor en Ciencias Sociales por la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Se desempeña como
investigador del CONICET con asiento (IDAES-UNSAM). Es docente en
cursos de grado y posgrado en diversas casas de estudio (Universidad de
Buenos Aires, Universidad de San Martín, entre otras). Ha publicado
diversos libros, entre los que se destacan: Restricción eterna. El poder
económico durante el kirchnerismo (2014); Argentina en la
posconvertibilidad: ¿desarrollo o crecimiento industrial? Estudios de
economía política (2013); La industria en los cuatro peronismos.
Estrategias, políticas y resultados (2012); Concentración y
extranjerización. La Argentina en la posconvertibilidad (2011) y Hecho en
Argentina. Industria y economía, 1976-2007 (2010).
Sobre la autora

Ana Castellani, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos


Aires (UBA), magíster en Sociología Económica por la Universidad de San
Martín (UNSAM), y licenciada y profesora en Sociología (UBA). Es
investigadora Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), directora de la Maestría en Sociología
Económica (IDAES-UNSAM) y profesora de grado y posgrado (UNSAM,
UBA, UNR). Ha publicado libros, entre los que se destacan: Estado,
empresas y empresarios (2009); Recursos públicos, intereses privados
(2012) y Los años de la Alianza. La crisis del orden neoliberal (2014; en
coautoría con Alfredo Pucciarelli).
Colección: Ciencias Sociales
Serie: Investigaciones
Director: Máximo Badaró

Radiografía de la elite económica argentina : estructura y organización en los años noventa


Ana Gabriela Castellani ... [et al.] ; compilado por Ana Gabriela Castellani. - 1a ed . -
San Martín : UNSAMedita, 2016.

Libro digital, EPUB - (Ciencias sociales / Madoery, Oscar)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4027-30-6

1. Economía Política Argentina. I. Castellani, Ana Gabriela II. Castellani, Ana Gabriela, comp.

CDD 330.82

1ª edición, diciembre de 2014

© 2014 Sabrina Calandrón


© 2014 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General

San Martín
Campus Miguelete. Edificio Tornavía
Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), provincia de Buenos Aires
unsamedita@unsam.edu.ar
www.unsamedita.unsam.edu.ar

Diseño de tapa: Ángel Vega


Corrección: Javier Beramendi

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723


Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio, mecánico o electrónico,
sin la autorización expresa de sus editores.
Otros títulos de la colección

Graciela Di Marco / Constanza Tabbush (compiladoras)


Feminismos, democratización y democracia radical. Estudios de caso de
América del Sur, Central, Medio Oriente y Norte de África (También
versión disponible en inglés)
Nils Castro
Las izquierdas latinoamericanas en tiempos de crear
Ana Castellani (coordinadora)
Recursos públicos, intereses privados. Ámbitos privilegiados de
acumulación, 1966-2000
Oscar Madoery / Pablo Costamagna (compiladores)
Crisis económica mundial y desarrollo económico territorial. Reflexiones y
políticas
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Entre el orden y la esperanza. Kirchneristas argentinos y socialistas
chilenos en años de política inquieta
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bonaerense
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Edgardo Manero
Nacionalismo(s), política y guerra(s) en la Argentina plebeya (1945-1989)
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Radiografía de la elite económica argentina

— Estructura y organización en los años noventa

— Ciencias Sociales Serie Investigaciones

Ana Castellani

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Résumé
Los años noventa fueron el escenario de un proceso de profundas
transformaciones en donde la elite económica jugó un rol
importante en la promoción, en el apoyo público y en la
implementación de muchas de las principales medidas. Este
involucramiento más activo de la elite económica en una etapa de
aplicación de las reformas torna ineludible la pregunta por las
características, las acciones y las transformaciones de los sectores
que controlaban los principales resortes del poder económico
durante ese período.¿Por qué resulta relevante conocer las
características y comportamientos de la elite económica argentina?
Porque incide de manera determinante en el proceso de
acumulación, en la distribución de la riqueza, y en la orientación de
acción estatal, en virtud del poder económico y del poder político
que detentan. Habida cuenta de la centralidad de estos actores y de
la relativa carencia de estudios sobre los mismos, este libro
propone un análisis exhaustivo desde un abordaje sociológico, con
la certeza de que el análisis de esta experiencia nos brinda pistas
para entender el presente.

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