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Ministerio de Liberación y Sanación La Sagrada Familia de Nazaret

Investigador: Delio Villamil Florián Documento No. 6

Exorcismos Solemnes y Privados; Poderes de los Laicos para hacer


exorcismos privados
Introducción
El propósito principal de esta investigación es el de disipar la confusión, casi generalizada en la
Iglesia, concerniente a las personas que tienen el poder de practicar exorcismos. El nuevo Código
de derecho canónico favorece esta confusión al indicar que “nadie puede legítimamente pronunciar
exorcismos sobre los posesos, a menos de haber obtenido del ordinario del lugar un permiso
particularmente expreso” (Can. 1172). Era repetir en sustancia lo que el antiguo Código había ya
estipulado (Can. 1151).

En la interpretación de este canon, la confusión es casi general en la Iglesia y existe desde hace
mucho tiempo. Pero felizmente y por fin, es decir el Catecismo Católico, publicado en 1992, indica
muy claramente el sentido y el límite del canon 1172: “El exorcismo solemne, llamado gran
exorcismo, se escribe allí, no puede ser practicado sino por un Sacerdote, y con el permiso del
Obispo” (N. 1673).

Hay que deducir por tanto, en toda lógica, que el “exorcismo privado” puede ser practicado por
todo Sacerdote y hasta por todo Laico, sin ninguna autorización del Obispo. En realidad el canon
1172 concierne exclusivamente al exorcismo solemne, pero este límite no está indicado en
ningún modo.

EXORCISMO
El catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, determina que “El exorcismo solemne
llamado gran exorcismo, no puede ser practicado sino por un Sacerdote con el permiso del Obispo”
(N. 1673).

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma sobre el exorcismo: 'Cuando la Iglesia pide


públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea
protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús
lo practicó (Mc 1, 25 y ss), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (Cf. Mc 3,15; 6, 7-
13; 16, 17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo
solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es
preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad
espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre
todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse,
antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una
enfermedad' (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1673).

Por su parte el Código de Derecho Canónico establece: 'Sin licencia peculiar y expresa del Ordinario
del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos. El ordinario del lugar
concederá esta licencia solamente a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de
vida' (Código de Derecho Canónico, 1172).

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Tipos de Exorcismo
Exorcismo Solemne. Se dice que un exorcismo es solemne cuando es hecho oficialmente bajo la
autorización de la Iglesia Católica a una persona poseída por malos espíritus. Un riguroso examen
psicológico debe hacérsele a la víctima, para establecer si en realidad existe un caso de posesión, si
es solo influencia demoníaca o si es un fraude.

La víctima debe mostrar signos típicos que acompañan a los poseídos, entre ellos conocimiento de
otras lenguas, predicción del futuro, blasfemia y aborrecimiento de las cosas santas tales como el
agua, la sal o el aceite benditos, fuerza sobrenatural, levitación etc.

Solamente un sacerdote autorizado lo puede hacer siguiendo el rito oficial expedido por la Iglesia.
El demonio o demonios presentes en el poseído recibe órdenes del exorcista de salir y no volver
más en el nombre de Jesucristo y de la Iglesia en general la cual recibió de Cristo la promesa de
que las puertas del Infierno no prevalecerían contra ella (Mateo 16, 18).

Exorcismo Privado. Los fieles de la Iglesia pueden hacer oraciones de liberación, en las cuales se
solicita la intervención divina para arrojar la influencia demoníaca de cualquier persona, sitio u
objeto.

Autoridad para hacer exorcismo dada por Jesús

Jesús, dio autoridad a los apóstoles, discípulos y creyentes según vemos en el Nuevo Testamento.
Esta autoridad fue recibida primero por los Apóstoles y discípulos directamente de Cristo. Después
del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, la autoridad fue
pasada a los nuevos creyentes a través de la palabra y de la imposición de manos por aquellos que
tenían el Espíritu Santo.

Apóstoles. (Mateo 10, 8). Jesús envió a los doce apóstoles a predicar la Buena Nueva que el Reino
de los cielos está muy cerca, les comisionó para que sanaran a los enfermos, curaran leprosos,
resucitaran muertos y expulsaran espíritus malignos.

Discípulos. (Lucas 10, 17). Los setenta y dos discípulos regresaran al Señor comentándole como
habían expulsado malos espíritus en su Nombre.

Creyentes. (Marcos 16, 17). Estos signos acompañarán a los creyentes, en mi nombre expulsarán
demonios, hablarán en lenguas extrañas, podrán recoger serpientes y si beben su veneno no les
hará daño, impondrán sus manos sobre los enfermos quienes se recuperarán.

Los creyentes mencionados en Marcos 16, 17, quienes abarcan las categorías de fieles, discípulos y
Apóstoles de Cristo, compartían algo en común en la Iglesia primitiva, el fuego del Espíritu Santo
estaba en ellos y los signos que les acompañaban eran la profecía, la sanación de los enfermos, el
hablar en lenguas extrañas, el discernimiento, la fe en el Nombre de Jesús, el don de arrojar fuera
espíritus malignos, el don de predicar la palabra de Dios, etc.

Estos signos aún continúan en nuestro propio tiempo, su manifestación es notable en el


movimiento carismático.

¿Qué es un Laico?

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Por laicos se entiende a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado
religiosos reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el
Bautismo, que forman el pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote,
Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia
y en el mundo. Ellos desarrollan su vida de fe en las tareas normales del mundo: vida matrimonial,
política, profesional, etc. Se opone a clérigo porque los laicos no forman parte del „clero„.

¿La oración de liberación sólo puede ocuparse lícitamente el sacerdote exorcista autorizado por la Iglesia?

El Código de Derecho Canónico lo único que habla es del exorcismo sobre posesos. Y la carta del
24 de septiembre de 1985 de la Congregación para la Doctrina de la Fe en ningún momento dice
que la oración de liberación sea una mala práctica, ni que sea exclusiva de los sacerdotes. La
oración de liberación es una oración que puede ser perfectamente laical.

¿El laico está autorizado para ejercer el exorcismo privado?

Significa que de acuerdo con lo anterior y el numeral 1673 del Catecismo de la Iglesia Católica, el
exorcismo privado (no el solemne o público) está implícitamente autorizado, es decir, no requiere
permiso del obispo conforme por lo demás a la enseñanza común de los teólogos.

El problema fundamental de los exorcismos

El problema fundamental de los exorcismos reside ciertamente en el hecho de que, en la Iglesia,


en todos los niveles, se admite rara vez en la práctica, que Cristo realmente ha concedido a todos
los creyentes el poder de lanzar los demonios. Sin embargo, las palabras de Cristo son
absolutamente claras y no dejan lugar a ninguna duda: “A los que crean, les acompañarán estas
señales: expulsarán demonios en ni Nombre” (Mc. 16, 17).

Cuando se lee a los padres de la Iglesia, se constata, con la evidencia más absoluta, que estos
Padres no han falsificado, menos aún contradicho, ¡el poder real de expulsar los demonios que
Cristo ha conferido a todos los creyentes! Cuando se consulta a los teólogos a este respecto, se da
cuenta de que ellos son unánimes en distinguir el exorcismo solemne del exorcismo privado. Ellos
sostienen que el exorcismo solemne solo está reservado a los Sacerdotes que tienen la
autorización del Obispo, mientras que el exorcismo privado puede ser practicado por todos los
bautizados sin tener necesidad de ningún permiso: sin duda, todo debe hacerse con la prudencia
que conviene … ¡Es fácil constatar que las directivas oficiales de las autoridades eclesiásticas no
tienen habitualmente ninguna cuenta de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y de los
teólogos, y menos todavía del poder dado explícitamente por el mismo Cristo!

¡Es una herejía contradecir palabras formales de Cristo! Lamentablemente la gran mayoría de los
miembros del clero y de los teólogos ignoran que hay dos clases de dogmas: las verdades de Fe
Católica y las verdades de Fe Divina.

¿Qué son las verdades de Fe Católica y las verdades de Fe Divina?

Las verdades de Fe Católica son las que están definidas por el Magisterio de la Iglesia, mientras
que las verdades de Fe Divina son las que están clara y explícitamente expresadas en la Escritura
Santa (Sagrada Biblia).

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Ahora bien, las palabras del Evangelio, por las cuales Cristo otorga explícitamente a todos los
creyentes el poder de expulsar los demonios, constituyen un dogma de Fe Divina y, en
consecuencia, ¡es una herejía contradecir estas Palabras de Cristo!

¿Qué es una herejía?

Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de
creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma (Código de Derecho Canónico -
CIC can. 751). -CIC# 2089.

La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus
sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364), es decir, a la
separación de los sacramentos de la Iglesia.

La herejía surge de un juicio erróneo de la inteligencia sobre verdades de fe definidas como tales.
La herejía atenta contra la fe y contra el Primer Mandamiento.

Fundamentos teológicos de estos poderes

Por su Pasión, Cristo ha vencido a todos sus enemigos, y ha dado a la iglesia el participar de este
poder dominador. La Iglesia tiene conciencia del poder y del odio del adversario infernal. Ella
conoce también su propio poder sobre el demonio: “Las puertas del Infierno no prevalecerán
contra ella”, decía Nuestro Señor (Mt. 16, 18). ¿No decía también a los setenta y dos discípulos:
“Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del
enemigo, y nada os podrá hacer daño”? (Lc. 10, 19)

Pero cada cristiano es miembro de Cristo y participa de este poder; como bautizado y confirmado,
él tiene parte en el sacerdocio real de Cristo. En esta calidad y según la medida de su unión a
Cristo por la Fe y por la Caridad, él no escapa de los influjos del maligno, al menos parcialmente,
sino que está también habilitado a combatir, a hacer retroceder su imperio; él es mediador de su
derrota.

El poder predominante de Cristo sobre los demonios es sin límites e infalible, pero no se puede
decir que la Iglesia participa de él incondicionalmente y en plenitud. En efecto, su poder, que es
infalible en la administración del Sacramento de Penitencia o de Reconciliación, no es un
automático y mágico en las oraciones del exorcismo. En este campo, la Iglesia influye en el
demonio en virtud de un poder moral que le viene de su vínculo místico con Cristo.

Como miembro del Cuerpo místico de Cristo y de la Iglesia, todo creyente tiene poder y la
autoridad sobre los demonios por el Nombre de Jesús. Las condiciones fundamentales es creer en
las promesas de Cristo que ha dicho muy claramente: “A los que crean, les acompañarán estas
señales: expulsarán demonios en mi nombre” (Mc. 16, 17). Esta promesa de Cristo no incluye
ninguna ambigüedad; en la fe es preciso recibirla tal como está presentada y ponerla en práctica.

En efecto, se trata de un poder que Cristo ha concedido a todos los creyentes; como es el mismo
Cristo el que ha conferido este poder, nadie en absoluto puede contradecirlo. La Constitución del
Vaticano II sobre la Revelación Divina recuerda que “el cargo de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios escrita y transmitida ha sido confiado solo al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya
autoridad se ejerce en Nombre de Jesucristo”. Sin embargo, esta misma constitución añade: “Este
Magisterio no está sobre la Palabra de Dios; él la sirve sin enseñar sino lo que ha sido transmitido,

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puesto que, en virtud del orden divino y de la asistencia del Espíritu Santo, la escucha
piadosamente, la guarda religiosamente, la explica fielmente” (N. 10).

Sería por tanto anormal que un Obispo contradiga el poder de los Laicos de hacer exorcismos del
tipo privado o de los fieles, a causa de una impresión u opinión personal. A este propósito, sería
oportuno recordar las directivas siguientes dadas por Monseñor Jérôme Hamer, entonces
secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “El asentimiento religioso de la inteligencia
y de la voluntad que los fieles deben a la enseñanza auténtica de su propio Obispo (enseñanza en
Nombre de Cristo, en materia de fe y de costumbres, en comunión con el Jefe de la Iglesia) no
puede ser esperado y todavía menos exigido por las opiniones libres que este mismo Obispo
quisiera proponer. Esta distinción debe hacerse claramente.

Además, continúa Monseñor Hamer, la prudencia pastoral recomienda al Obispo una gran
discreción en la expresión pública de sus opciones personales para evitar una confusión que podría
sufrir por rechazo su enseñanza auténtica, por la cual él proclama el evangelio de la salvación”
(Doc. Cath., 21 de enero de 1978, p. 66).

Por otra parte, conviene recordar que la liberación de los posesos ocupa un lugar considerable en
la vida pública de Jesús, como se ve sea por los casos especiales que relatan los evangelistas, sea
sobre todo por las fórmulas generales en las que Jesús resume de tiempo en tiempo su ministerio
(véase Mc. 1, 32-34, 39; Mt. 4, 23-24; Lc. 7, 21; 8, 2).

Y en su vida, ya que desde de Jesús asocia a sus discípulos a su ministerio de evangelización, El


los asocia a su poder de hacer milagros y de expulsar demonios. Y ante todo a los Doce a quienes
comunica “autoridad sobre los espíritus impuros, con poder de expulsarlos” (Mt. 10, 1; véase
también Mc. 6, 7 y Lc. 9, 1), y luego a los setenta y dos discípulos (Lc. 10, 17-20). Y finalmente, El
comunicará este mismo poder a todos los creyentes (Mc. 16, 17).

Enseñanza de los Padres de la Iglesia

El poder conferido por Nuestro Señor a los apóstoles y a los discípulos fue ejercido por ellos desde
el origen y se perpetúa en la Iglesia. El ejercicio de este poder era normal y público en los
primeros siglos cuando todos los cristianos, clérigos y laicos, lograban lanzar los demonios. Muchos
son los testimonios contemporáneos a este respecto, y nos indican que este hecho servía incluso a
los apologistas como argumento de la Divinidad de Jesús y del cristianismo.

Así Tertuliano llama muchas veces la atención de los paganos sobre este hecho, y les lanza incluso
este desafío: “Que se traiga acá, en presencia de vuestros tribunales, a alguien que esté
ciertamente atormentado por el demonio. Por la orden que le será dada por un cristiano
cualquiera, este espíritu se proclamará demonio con toda verdad, como por lo demás se declara
falsamente Dios” (P. L. 1. 410).

En el mismo sentido, San Justino, escribía: “Vosotros podéis comprender lo que yo digo, por los
hechos mismos que se producen ante vuestros ojos. En efecto, un gran número de hombres,
poseídos por el demonio, en el mundo entero y aquí en vuestras ciudad misma, que otros
conjuradores y encantadores o hechiceros no han podido sanar, muchos de los nuestros, quiero
decir de los cristianos, los han conjurado por el Nombre de Jesucristo crucificado bajo Poncio
Pilato, y los han curado y los curan todavía ahora, desarmando y lanzando a los demonios que los
poseen” (P. G. 6. 453B).

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Se puede citar todavía a Lactancio, este gran apologista del Siglo IV que escribía también: “Los
demonios temen a los justos, es decir a los adoradores de Dios, y conjurados en su Nombre, ellos
salen de los cuerpos de los posesos”; flagelados como con varas por palabras de los cristianos, no
solamente confiesan que son demonios, sino que declinan sus nombres, estos nombres adorados
en los templos, y lo más del tiempo lo hacen delante de sus propios adoradores” (P: L. 4. 334).

Se podría añadir los testimonios de San Hilario (P. L. 10. 401B), de Firmicus Maternus (P. L. 12.
1013-1014), de Arnobe (P. L. 5. 777-778), de San Teófilo de Antioquía (P. G. 6. 1061B).

Los Padres de la Iglesia tienen una gran confianza en el argumento que ellos toman del poder que
tienen los fieles de liberar a los posesos por el solo Nombre de Jesucristo. Por otra parte,
numerosos paganos se han convertido a la vista de estos prodigios.

Sobre este punto, se puede referir a San Cipriano (P. L. 6. 555), a San Atanasio (P. G. 25. 181), a
Minucio Felix (P. L. 3. 323-327), a San Cirilo de Jerusalén (P. G. 33. 472B), a San Juan Crisóstomo
(P. G. 50. 669), a San Jerónimo (P.L. 23. 348C), a San Ambrosio (P. L. 16. 1024A).

El texto muy convincente de “Orígenes”, que habla de “estos demonios que la mayoría de los
cristianos expulsan de los energúmenos, y esto sin la ayuda de vanas prácticas mágicas o de
hechizos, por las oraciones solamente y por simples conjuraciones, de que el hombre menos culto
es capaz. De hecho, son ignorantes, con más frecuencia, los que hacen esto” (P. G. 11. 1425-
1426).

Enseñanza Común de los teólogos

Los remedios contra las influencias diabólicas son la oración, la Penitencia, los Sacramentos, los
sacramentales y los exorcismos. La Iglesia incluso ha instituido el orden del exorcista, que era
regularmente conferido a los aspirantes al sacerdocio, antes de la reforma del Sacramento del
Orden. Sin embargo, hay que distinguir bien aquí el exorcismo solemne y el exorcismo privado.

El exorcismo solemne no debe hacerse, al menos generalmente, sino en una Iglesia o una capilla:
los sacerdotes solo pueden emprenderlo con un permiso particular del Obispo del lugar. Por lo
demás, cuando se trata de exorcismo privado, está siempre permitido aun a los laicos. Estos
últimos pueden entonces incluso utilizar las oraciones del Ritual romano o fórmulas abreviadas,
pero deben hablar en su propio nombre y no en nombre de la Iglesia.

Esta distinción es común en los teólogos, pero es muy poco común en el Clero en todos los grados.
Así, basándose en los moralistas Ballereni y Lehmkuhl, el Padre Aug. Poulain, S. J., ha escrito: “Los
exorcismos pueden ser solemnes o privados. Los primeros son los que se han hecho públicamente
en la Iglesia en traje de coro. Solo los sacerdotes pueden emprenderlo; les hace falta
generalmente el permiso del Obispo. El exorcismo privado siempre es permitido, aun a los laicos,
pero estos deben hablar en su propio nombre, no en nombre de la Iglesia. La forma no está
definida” (De las Gracias de oración, París, Beauchesne, 1931, p. 450).

En su manual de teología moral Dominique Prummer ha escrito: “No solamente los clérigos, que
tienen el poder del Orden, sino también los laicos pueden practicar el exorcismo de una manera
privada y secreta” (Manuale theologiae moralis, Barcelona, Herder, 1945, p. 384).

Otro moralista famoso, H. Noldin, ha escrito: “El exorcismo privado (…) puede ser ejecutado por
todos los fieles (…). La eficacia de este exorcismo no se deriva de la autoridad o de las oraciones

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de la Iglesia, ni es realizado en nombre de la Iglesia, sino por el poder del Nombre de Dios y de
Jesucristo” (Summa theologiae moralis, Innsbruck, T. 3, q. 53, p. 42).

Sobre el mismo tema se pueden citar los autores siguientes: San Alfonso de Ligorio (Praxis
confessarii, parag. 113), A. Tanquerey (Précis de théologie ascétique et mystique, París, Desclée &
Cie, 1928, p. 965), R. Garrigou-Lagrange, O. P. (Las tres edades de la vida interior, París, Le Cerf,
1938, T. 2., p. 811), B. H. Merkelbach, O. P. (Summa theologiae moralis, Desclée de Brouwer,
1939, p. 706), H. Noldin, recomienda a los Sacerdotes recurrir más frecuentemente al exorcismo
privado (op. Cit., p. 43).

De la autoridad de los Padres de la Iglesia y de la doctrina comúnmente enseñada por los


teólogos, se deduce muy claramente que los laicos pueden hacer exorcismos privados, sin duda
con la prudencia que se impone, ¡pero sin tener necesidad de la autorización del Obispo!

Fórmula del exorcismo de León XIII

Se ha pretendido, en las altas esferas (!), ¡prohibir a los fieles el uso de la fórmula de exorcismo
publicada por orden del Papa León XIII! Pues bien, hay que decir que tal prohibición es
enteramente no válida. En efecto, un subalterno no tiene el derecho de prohibir el uso de una
oración publicada por orden de un Soberano Pontífice. Para confirmar esta afirmación se puede
referir al imprimátur acordado por el Papa Pío XII, para la publicación de las obras de María
Valtorta.

Consultado a este respecto, el Cardenal Gagnon, que ha preparado ya una tesis de doctorado en
Derecho canónico sobre “La censura de los libros”, juzgaba como enteramente conforme a las
exigencias del Derecho canónico “el género de imprimátur acordado por el Santo Padre en 1948
delante de testigos”: lo que confirmaba enteramente las condenaciones subsecuentes hechas por
un Dicasterio romano a propósito de la obras de María Valtorta.

Ahora bien, la voluntad del Papa León XIII para la publicación de su fórmula de exorcismo ha sido
expresada de una manera mucho más formal que la del Papa Pío XII para la publicación de las
obras de María Valtorta. ¡En consecuencia, la autorización del Papa León XIII para el uso de la
fórmula de exorcismo por los simples fieles sigue siendo entera y completamente válida!

Por lo demás, al margen de la prohibición en mención, es muy importante notar que el Catecismo
de la Iglesia Católica, publicado en 1992, determina que “el exorcismo solemne, llamado gran
exorcismo, no puede ser practicado sino por un sacerdote y con el permiso del Obispo” (N. 1673).

Lo que significa que el exorcismo privado, hecho incluso por laicos, está autorizado, sin permiso
del Obispo, conforme por lo demás a la enseñanza común de los Padres de la Iglesia y de los
teólogos, y sobre todo conforme a las palabras de Cristo que absolutamente nadie tiene el derecho
de contradecir: “A los que crean, les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi
nombre”, ¡tanto más que estas palabras muy claras de Cristo constituyen una verdad dogmática de
Fe Divina!

Es oportuno señalar que la fórmula de exorcismo del Papa León XIII fue redactada por él mismo.
Después de una visión de los espíritus infernales que se reunían en torno a la Ciudad eterna, él
redactó una primera oración a San Miguel, que ordenó recitar después de cada Misa. Poco
después, ha escrito igualmente de su propia mano, un exorcismo especial y recomendó a los
Obispos y a los Sacerdotes recitarla frecuentemente en las diócesis y en las parroquias.

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¿Corre algún peligro o Recibe algún beneficio el laico que ayuda en un exorcismo?

Satanás trata de vengarse del exorcista y de los que han ayudado en un exorcismo o en una
liberación de influencia demoniaca, haciendo alguna cosa para asustarlo y que no vuelva a prestar
ese servicio. Pero del mismo modo que esto es cierto, también es cierto que el que ayuda en un
exorcismo o en una liberación recibe un beneficio, pues todo el que ayuda al prójimo recibe una
gracia.
El demonio ya trata de hacer todo el mal que puede. Si pudiera hacer más mal, lo haría. Si el
sacerdote exorcista o el laico reza el rosario cada día y le pide a Dios que le proteja contra toda
asechanza del maligno, nada debe temer. El poder de Dios es infinito, el del demonio no.

De todas maneras San Pablo nos dice: “Y ahora, hermanos, busquen su fuerza en el señor, en su
poder irresistible. Protéjanse con toda armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar
firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino
contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre
el mundo de tinieblas que nos rodea.” (Ef. 6, 10-12)

Y Jesús nos dijo: “Mirad os he dado poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y autoridad
contra toda fuerza del enemigo, y nada podrá dañaros.” (Lc. 10, 17-19)

Para un cristiano temer al demonio está completamente injustificado, la fe en Dios rechaza todo
temor. Sin duda el demonio dispone de fuerzas preternaturales, pero el que ejerce este ministerio
no corre habitualmente ningún peligro real, si él obra en comunión con el señor.

Se debe incluso considerar este ministerio como una fuente de Gracias preciosas, “ como uno de los
más poderosos medios de santificación que la providencia pueda facilitarnos”.

En cada exorcismo o en cada liberación supone una gracia invisible para el alma del que está allí
por amor a Dios y al prójimo. Mientras se esté allí con rectitud de intención, mientras se preste
este servicio sólo por esa razón y no por otras menos puras, el exorcismo o liberación supondrá un
indudable beneficio para todos y cada uno de los integrantes del equipo o Ministerio. El exorcismo
o la liberación supondrá una enseñanza día a día, es un acto de caridad (amor a Dios y al prójimo),
un acto sagrado y un acto de oración. De ahí que para el que lo practica le hace el beneficio de
la oración.

¿Qué ocurre si el sacerdote y el laico abandonan el ministerio de Liberación y sanación?

Cristo ha confiado el ministerio de los exorcismos a los doce apóstoles (Lc. 9, 1), y a los setenta y
dos discípulos (Lc. 10, 17), pero también a todos los creyentes (Mc. 16, 17). Por tanto, hay que
concluir que al descuidar este ministerio, la Iglesia sirve más o menos directamente a la causa del
demonio. No haría falta olvidar aquí la advertencia que Jesús dirigía a sus discípulos, que no
aceptaban el ministerio de un hombre que expulsaba los demonios en Nombre de Cristo, sin
formar parte del equipo de los doce. En efecto, Él les dice: “No se lo impidáis, quién no está contra
vosotros está por vosotros” (Lc. 9, 50).

El que expulsaba los demonios en Nombre de Jesús, lo hacía exitosamente, lo que prueba el poder
del Nombre de Jesús sobre los demonios. Los discípulos de Jesús querían prohibir a este hombre el
uso del Nombre de su Maestro. La razón de esta intervención era que el exorcista no formaba
parte de su grupo: esto parecía ser un empleo abusivo del Nombre de Jesús y capaz de disminuir
la autoridad de los verdaderos discípulos a los ojos de la turba.

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Jesús fue menos intransigente que sus discípulos. El no quiso que se impidiera a este hombre el
continuar sus exorcismos. Hubiera sido una lástima que esta lección no hubiera llegado hasta
nosotros. En efecto, en ciertos medios, se hacen prohibiciones absolutamente abusivas y
arbitrarias, señalando al sacerdote no tener licencia del Ordinario para exorcizar, más aún, cuando
se trata de laicos ejercitando este ministerio bajo la dirección de un sacerdote auténtico de Cristo.

El Magisterio de la Iglesia “no está por encima de la Palabra de Dios; él la sirve, para enseñar
puramente lo transmitido, porque en virtud del orden divino y de la asistencia del Espíritu Santo, lo
escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente y de este único depósito de la
fe, saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (Vaticano II, Const. Sobre la
Revelación, n. 10).

Así es como el “Magisterio vivo de la Iglesia” debe “interpretar auténticamente la Palabra de Dios
escrita transmitida”

¿Es falta grave no socorrer a una persona sometida a la acción de Satanás?

La teología considera como una falta, para los que tienen a cargo las almas, no socorrer a una
persona sometida a la acción de Satán. A este propósito, Monseñor Augusto Sandreau, que es un
autor de gran valor en espiritualidad, ha escrito: “Los teólogos que han tratado este asunto <<ex
professo>> declaran que hay una falta mortal para el que tiene a cargo las almas al no exorcizar a
los que son posesos. Es evidente que habría también falta mortal en oponerse a los exorcismos e
impedir que se socorra a pobres almas que tienen que sufrir una prueba espiritual y corporal tan
terrible” (El estado místico y los hechos extraordinarios de la vida espiritual, cap. 22, Ed. Brunet
Arras).

El Papa León XIII había prescrito para el final de cada Misa privada un exorcismo caracterizado por
una invocación a San Miguel con algunas oraciones dirigidas a la Virgen María. Este Pontífice creía
por tanto en influencias diabólicas particulares en su tiempo; sería sin duda temerario creer que
influencias semejantes serían de menor importancia en nuestros días. El Papa Pío XI había
prescrito de nuevo las mismas oraciones a las intenciones de la Iglesia rusa y las había enriquecido
con una indulgencia.

Sin duda, no haría falta ver al demonio en todas partes y no creer demasiado fácilmente en la
posesión o en la influencia o en la obsesión diabólica.

Los psiquiatras cristianos nos dicen que hay neurosis enfermizas y neurosis demoníacas. Por eso
León Bloy, no estaba tal vez lejos de la verdad al decir: “ Si los sacerdotes han perdido la fe al
punto de no creer más en su privilegio de exorcistas y de no hacer uso de él, es una desgracia
horrible, y una prevaricación atroz, por lo cual son irremediablemente entregados a los peores
enemigos los pretendidos histéricos de los que rebosan nuestros hospitales ”.

¿Qué es la Imposición de manos?

Es un gesto simbólico que significa según las circunstancias, la invocación de los dones del Espíritu
Santo sobre una persona, su designación y consagración para una tarea oficial, la elección y
consagración de una ofrenda sacrificial, la comunicación de poderes y fuerzas.

La imposición de manos es un antiquísimo rito de bendición y consagración que expresa la toma de


posesión por Dios de una persona o de una cosa, y por la que queda llena del Espíritu Santo.

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Ministerio de Liberación y Sanación La Sagrada Familia de Nazaret
Investigador: Delio Villamil Florián Documento No. 6

La imposición de manos es "poner las manos sobre la cabeza o alguna otra parte del cuerpo de una
persona" con el objetivo de añadir sanidad, bendición, delegación, envío, etc., en otras palabras, es
permitirle al Señor usar nuestras manos como un medio de contacto para bendición. En el caso de
Moisés, cuando él alzaba sus manos, Israel prevalecía en la guerra (Ex. 17, 11-13), esto nos enseña
que en la imposición de manos, se manifiesta del poder de Dios en el mundo espiritual, el que se
refleja en lo físico (Ro. 1, 20).
En el Nuevo Testamento, la acción de imponer sobre la cabeza las manos tiene significados
distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite
a otro, invocando sobre él, en último término, la benevolencia de Dios. Así Cristo Jesús imponía las
manos sobre los niños, orando por ellos (Mt. 19, 13-15). En los textos paralelos se dice que la
gente le presentaba los niños "para que los tocara", y él "abrazaba a los niños y los bendecía
imponiendo las manos sobre ellos" (Mc. 10, 13-16): la imposición era, pues, también contacto
físico. La despedida de Jesús, en su Ascensión, se expresa también con el mismo gesto: "alzando
sus manos, los bendijo" (Lc. 24, 50).

Es una expresión que muy frecuentemente va unida a la idea y a la realidad de una curación. Jairo
pide a Jesús: "mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y
viva" (Mc. 5, 23). Le presentan al sordomudo de la Decápolis "y le ruegan que imponga sus manos
sobre él" (Mc. 7, 32), y asimismo al ciego de Betsaida: "le impuso las manos y le preguntó...
después le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente" (Mc. 8, 23-25).
Era el gesto más repetido en las curaciones: "todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias
se los llevaban, y poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba" (Lc. 4, 40).

La expresividad del signo se prolonga en el encargo que Jesús hace a sus discípulos: "los que
crean... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc. 16, 18). Pablo, que fue
curado precisamente por la imposición de manos por parte de Ananías (Hch. 9, 17), curará a su vez
al padre de Publio: "entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y curó" (Hch. 28, 8-9).

El Espíritu de Dios se da a una persona o a una comunidad íntima y misteriosamente. Pero por lo
general hay un signo exterior que expresa esta donación, y a la vez la mediación eclesial. Es el caso
de los bautizados de Samaria, que reciben la visita de los apóstoles Pedro y Juan para completar su
iniciación cristiana: "les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo" (Hch. 8, 17). Lo mismo
sucedió con los discípulos de Éfeso, "habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el
Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar" (Hch. 19, 6).

¿El que tenga dones de exorcismo, liberación y sanación en las manos cómo puede hacérsele culpable por el
hecho de que Dios le esté usando como instrumento?

Si Dios no quisiera respaldar las obras de esa persona, no actuaría a través de ella. Porque el que
libera es Dios a través de ese ser humano. Lo mismo vale para la sanación. Si un hombre, sea
quien sea, cura a los enfermos, eso es signo de que Dios está con él. Esto no significa que sea
santo el instrumento humano, pero el hecho de que cure o libere implica que Dios quiere usarlo
como instrumento. Ya que es Dios quien usa a quien quiere. Y en el momento en que quiera dejar
de usarlo, no habrá más curaciones.

No sobra mencionar el hecho de que este asunto de los laicos haciendo oración de liberación
aparece en el evangelio. Un hombre hacía exorcismos y los Apóstoles se lo prohibieron. Y el
Maestro les dijo: no se lo prohíban.

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“Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de
impedírselo, porque no es de los nuestros. Jesús contestó: No se lo prohíban, porque nadie que
haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está
a nuestro favor.” (Mc 9, 38-40)

¿Qué pensar de aquellos sacerdotes que critican los carismas?

Debemos excusarlos no sólo de palabra, sino incluso interiormente, dentro de nuestro corazón.
Para ello debemos pensar que algunos de ellos han sido formados de un modo muy racionalista.
Son buenas personas, pero se les educó así en algunos seminarios. Un pastor debería ser el
primero en ser sumamente cuidadoso en no hablar contra algo que puede ser obra del Espíritu
Santo. Criticar las acciones de Dios, es criticar a Dios mismo, al mismo Señor al que sirven y que
un día les ha de juzgar. Por otro lado no debemos olvidar que el que no se deba criticar aquello
que suscita el Espíritu Santo, no significa que todo se haga bien allí donde está presente el Espíritu
Santo.

BIBLIOGRAFIA:
Catecismo de la Iglesia Católica, Nueva Edición, Con las últimas correcciones hechas por la
Santa Sede de Roma.

La Sagrada Biblia.

Svmma Daemoniaca. Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas. Padre J.A. Fortea.

Exorcística. Cuestiones sobre el Demonio, la posesión y el Exorcismo. Padre J.A. Fortea.

Exorcismo y Poderes de los Laicos. Padre Ovila Melançon.

Un Dios Misterioso. Normas, pautas y consejos para los grupos de la Renovación Carismática.
Padre J.A. Fortea.

Ritual Romano de Exorcismos y Otras Súplicas. Versión castellana de la edición típica.


Coeditores Litúrgicos 2005.

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