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DOROTHY DAY

Si crees lo que dices, hazlo realidad


SI CREES LO QUE DICES, HAZLO REALIDAD
Dorothy Day

Radicalmente comprometida en favor de la paz, de la no-violencia,


de la justicia radical y de la causa de los pobres y los marginados,
Dorothy Day, fundadora del Movimiento “Catholic Worker”, ha servido
de inspiración a generaciones de activistas. Su vida la llevó desde su
juventud como periodista en el crisol del pensamiento político y literario
que era el neoyorkino Greenwich Village de los años veinte, a su
conversión al catolicismo, que significó el final de una vida un tanto
bohemia.

Este artículo está compuesto citas de La larga soledad y Panes y


peces, los dos libros publicados por la autora en Editorial Sal Terrae.

Cristo murió en compañía de dos ladrones, porque no quiso ser


rey en este mundo. Durante treinta años vivió en un país ocupado, sin
poner en marcha un movimiento clandestino ni tratar de liberarse de un
poder extranjero. Sus enseñanzas, además de trascender todo el saber
de los escribas y fariseos, nos mostraron la manera más eficaz de vivir
en este mundo al tiempo que nos preparamos para el venidero. Y dirigió
sus sublimes palabras a los más pobres de los pobres, a las gentes que
llenaban los pueblos e iban en busca de Juan Bautista, que se
arrastraban, enfermas y menesterosas, a las puertas de los ricos.

Cristo nos había dado un ejemplo, y nosotros queríamos llegar a


los pobres y necesitados. Los pobres eran los que tenían peores
empleos, organizados o no, y los que estaban en paro o trabajaban en
proyectos estatales de ayuda a los parados. Los necesitados eran los
hombres y las mujeres que venían a nosotros en condiciones de
indigencia y a los que, no pudiendo hacer otra cosa con ellos, dábamos
el alimento y las ropas que teníamos. La miseria humana se debía en
buena medida al pecado, la enfermedad y la muerte, pero, aparte d
esto, nosotros opinábamos que, de acuerdo con las enseñanzas de
Jesucristo, no debíamos permanecer en silencio frente a la injusticia y
aceptarla, aunque es verdad que él dijo: “A los pobres los tenéis
siempre con vosotros”.

Si no hemos sido capaces de alcanzar los ideales de Peter Maurin1,


tal vez sea porque hemos intentado abarcar demasiado: llevar una

1Peter Maurin fue un activista católico francés, co-fundador del “Movimiento del Trabajador
Católico” junto a Dorothy Day en 1933.
escuela, una universidad agrónoma, una casa de retiro, una residencia
de ancianos, un albergue de jóvenes delincuentes y de chicas
embarazadas, un centro de postgrado para el estudio de las
comunidades, las religiones, el hombre y el Estado, la guerra y la paz.
Hemos apuntado alto, y esperamos haber hecho al menos lo suficiente
para "despertar la conciencia". Este es el camino —o, mejor dicho, éste
es un camino— para que aquellos que aman a Dios y a sus semejantes
intenten vivir de acuerdo con los dos mandamientos. Las frustraciones
que experimentamos constituyen ejercicios de la fe y esperanza, que
son virtudes sobrenaturales. Con la oración se puede proseguir alegre e
incluso gozosamente. Sin oración, ¡qué triste es el camino!

¡Tantos pecados contra los pobres claman al cielo! Uno de los


pecados más graves es privar al trabajador de su salario. Otro pecado
es inculcarle deseos viles, pero tan compulsivos que quiera vender su
libertad y su honor para satisfacerlos. Todos somos culpables de
concupiscencia, pero los periódicos, la radio, la televisión y legiones de
publicistas (desgraciada generación) estimulan deliberadamente
nuestros deseos, cuya satisfacción a menudo significa el deterioro de las
condiciones de vida de la familia. Tenemos que hacer todo lo posible
para combatir estos males sociales tan difundidos atacando sus causas.
Pero por encima de todo debemos tener presente que la responsabilidad
es siempre personal. El mensaje que se nos ha encomendado procede
de la cruz.

En nuestro país nos hemos rebelado contra la pobreza y el hambre


en el mundo. Nuestra respuesta ha sido típicamente norteamericana:
hemos intentado poner todo en orden, construir asilos y hospitales
mejores y más grandes. Aquí, loado sea Dios, la miseria va a ser tratada
de una manera más eficaz y ordenada. Sí; nosotros hemos intentado
hacer mucho, mientras el Estado asumía más y más responsabilidades
en la atención a los pobres. Pero la caridad tiene estrictamente la fuerza
de quienes la administran. Cuando las ropas de cama no pueden ser
revueltas por los miembros deformados por la vejez, y las mesitas de
noche no contienen la miseria barahúnda de quienes tratan de crear un
hogar en torno a sí con sus escasas pertenencias, sabemos que no
estamos atendiendo como debemos a nuestros semejantes.

Digo que no hemos elegido este trabajo, y ésa es la verdad. Así


ocurrió con cada uno de nosotros. John Cort creyó que venía a estudiar
el problema de los sindicatos obreros y trabajar al respecto, y se
encontró “dirigiendo una pensión de mala muerte”, como él decía. Yo, al
ser periodista, pretendía escribir y publicar el periódico todos los meses,
escribiendo lo que quisiera, sin estar sometida a un editor. Pero, como
escribimos sobre las obligaciones de aquellos que se llaman a sí mismos
cristianos y que tratan de “despojarse del hombre viejo con sus obras y
revestirse del hombre nuevo”, como decía san Pablo, es como si a cada
uno de nosotros se nos dijera: “Muy bien, si crees lo que dices, hazlo
realidad”.

Una de las mayores desgracias de hoy entre los que están fuera
de la cárcel es su sentido de inutilidad. La gente joven dice: ¿qué bien
puede hacer una persona?; ¿qué sentido tiene nuestro pequeño
esfuerzo? No son capaces de ver que tenemos que poner los ladrillos de
uno en uno, dar un paso y luego otro, que sólo podemos ser
responsables de la acción del momento presente. Pero podemos rogar
por un aumento del amor en nuestros corazones que vivifique y
transforme todas nuestras acciones individuales, y sabemos que Dios las
tomará y las multiplicará, como Jesús multiplicó los panes y los peces.
Sobre la autora

Dorothy Day (1897 - 1980), fue


una periodista y activista social
estadounidense, oblata benedictina,
anarquista cristiana, y miembro devoto
de la Iglesia Católica. Es conocida
gracias a sus campañas por la justicia
social, en defensa de los pobres. Junto
con Peter Maurin, fundó el Movimiento
del Trabajador Católico en 1933.

Cuando Dorothy falleció en 1980,


el New York Times la calificó como “una
militante de la no-violencia, radical en
lo social, de una luminosa personalidad
(…) fundadora del Movimiento “Catholic
Worker” [junto con Peter Maurin], que
luchó en primera línea, durante más de
cincuenta años, en numerosos
combates en favor de la justicia social”.
Su vida la llevó desde su juventud
como periodista en el crisol del pensamiento político y literario que era
el neoyorkino Greenwich Village de los años veinte, a su conversión al
catolicismo, que significó el final de una vida un tanto bohemia.

Radicalmente comprometida en favor de la paz, de la no-violencia,


de la justicia radical y de la causa de los pobres y los marginados,
Dorothy Day sirvió de inspiración a activistas como Thomas Merton,
Michael Harrinton, Daniel Berrigan, César Chávez y tantos otros.

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