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Noches de Pesadilla
Noches de Pesadilla
Noches de
pesadilla
Antología de cuentos de terror
ePub r1.0
GONZALEZ 03.05.15
AA. VV., 2005
Prólogo: Marcelo Birmajer
Estudio: María Cristina Figueredo
Condesa Dolingen de
Gratz En Stiria, buscó y
halló la muerte.
1801
E y antigua en el hombre. No es
extraño, entonces, que las historias de
terror atraviesen todas las épocas y
conformen una parte sustancial del acervo
folclórico de todas las culturas. Así,
muchos mitos y leyendas se
caracterizan por escenarios y personajes
que luego aparecerán en historias de
terror. Sin embargo, el culto literario del
miedo por el miedo mismo apareció en
el siglo XVIII con la novela gótica.
El texto fundacional de este género
es El castillo de Otranto (1765) de
Horace Walpole. Pero no fue él sino
Ann Radcliffe (1765-1823) quien hizo
del terror una moda y estableció las
pautas del nuevo género. Su novela,
Los misterios de Udolfo (1794),
instaura la trama que será repetida una
y otra vez: una temerosa e indefensa
heroína explora un edificio siniestro en
el que se encuentra prisionera de un
malvado aristócrata. La historia se
desarrolla en
el pasado previo a la reforma
protestante y el escenario de las
maldades del villano —y los
padecimientos de la heroína— es un
castillo lúgubre, en cuyos corredores y
pasadizos secretos suceden eventos
macabros. A pesar de crear esta
atmósfera, como digna hija del Siglo de
las Luces, Radcliffe termina sus relatos
explicando racionalmente los hechos
«sobrenaturales» que habían sucedido,
destruyendo así a sus propios
fantasmas. El período de apogeo de la
novela gótica se dio entre 1790 y 1820,
y produjo en 1818 su monstruo más
famoso, el creado por Mary Shelley en
Frankenstein.
La novela gótica engendró una
extensa progenie que incluyó a las
historias de vampiros y de fantasmas.
Estas últimas proliferaron durante la
época victoriana (1837-1901). Los
autores que conforman nuestra antología
vivieron durante este período,
compartiendo el gusto estético reinante.
Herederas de la ficción gótica, tanto
las historias de vampiros, como las de
fantasmas y las historias acerca de
hechos sobrenaturales —llamadas
globalmente «historias de terror»—
intentan asustar e inquietar al lector, que
se siente atraído por esas emociones. El
atractivo de lo espectralmente macabro
se ve acentuado porque va unido a la
incertidumbre y el peligro. Los mundos
desconocidos presentan una amenaza y
están llenos de posibilidades malignas.
En su ensayo «El horror en la literatura»,
H. P. Lovecraft (1890-1937), un maestro
del horror, explica que para pertenecer a
este género se necesita algo más que una
historia sangrienta o unos fantasmas que
arrastren sus cadenas por las mohosas
escaleras de un castillo. Las historias
dignas de pertenecer al género deben
«contener cierta atmósfera de intenso e
inexplicable pavor a fuerzas exteriores y
[1]
desconocidas» . Por otra parte, la trama
debe transmitir una idea terrible para
todo ser humano: «la suspensión o
trasgresión maligna y
particular de las leyes fijas de la
[2]
Naturaleza» . Una vez que esas leyes
dejan de aplicarse, quedamos
indefensos ante el embate del caos.
El vampiro (1819) de John Polidori
es ejemplo de la suspensión de las leyes
naturales. Este relato inaugura el sub-
género de las historias de vampiros,
donde se elaboran las sospechas de la
clase media sobre la decadencia de la
aristocracia. El más notorio de los
vampiros es el conde Drácula, creación
de Bram Stoker. La historia que forma
parte de nuestra antología, «El invitado
de Drácula», funciona como
introducción a la novela. Sin embargo,
para los lectores del siglo XXI, que
conocen la historia del vampiro de
Transilvania aunque no hayan leído la
novela de Stoker, este relato funciona
como un volver atrás, una suerte de
episodio uno.
Las historias de fantasmas proponen
como tema central el poder de los
muertos que retornan para confrontar a
los vivos. Antes del siglo XIX, los
fantasmas que aparecían en la literatura
eran en sí mismos menos importantes
que el mensaje profético o la revelación
que transmitían; el fantasma del padre de
Hamlet, en la obra homónima de William
Shakespeare, es un ejemplo. En las
historias de fantasmas, sin embargo, el
fantasma lo es todo. Su propósito
primordial es producir terror e inquietar
al lector. Tanto «El fantasma» de
Catherine Wells, como «Relato de los
extraños sucesos de la calle Aungier» de
Sheridan Le Fanu ponen de manifiesto el
espanto provocado por lo inexplicable.
¿Es verdaderamente una rata la que baja
por la escalera de la casa en la que viven
los estudiantes de medicina en el cuento
de Le Fanu? ¿O ambos jóvenes han
estado expuestos a los poderes del
fantasma del malvado juez? ¿Es una
alucinación, producto de su mente
afiebrada, la que produce el fantasma en
el cuarto de la niña en el cuento de
Catherine Wells? A diferencia de las
explicaciones reconfortantes dadas por
Anne Radcliffe, estos autores
Victorianos dejan sus relatos en la
incertidumbre, produciendo así una
mayor sensación de inquietud e
indefensión en el lector.
La fascinación victoriana por los
fantasmas puede inscribirse en una
inclinación más amplia de la época por
lo desconocido y lo difícil de explicar,
de allí el gran auge del espiritismo en
ese período. El mundo de lo
sobrenatural, de lo inexplicable, sirvió
de contrapunto a la fuerza dominante de
la ciencia. Así, las historias de terror en
este período proveen juicios
admonitorios contra el racionalismo. En
«El hombre y la serpiente» de A.
Bierce, Harker Brayton es definido
como «un hombre de ideas» que se
mofa de las creencias supersticiosas del
pasado y se ufana del racionalismo de
su propio tiempo en el que ni siquiera
los más ignorantes podrían creer «tales
tonterías». Sin embargo, al morir, cree
que es víctima de poderes
sobrenaturales. De la misma manera, el
invitado de Drácula se burla del
cochero y se refugia en su racionalismo,
pero luego vive para lamentarlo.
En el reino de lo inexplicable, el
sueño ha sido siempre un territorio que
se resiste a ser conquistado. En el
cuento de C. Brontë, «Napoleón y el
espectro», la explicación racional del
sonambulismo del emperador no
convence totalmente. Otra lectura es
posible: que el espectro haya despertado
a Napoleón para mostrarle algo que no
hubiera visto de otra manera. Por otra
parte, si efectivamente fuera sonámbulo,
aún quedarían por explicar las reglas
«racionales» que rigen el ambular de
aquellos que duermen.
Los autores Victorianos, en su intento
por contrarrestar las ideas científicas de
la época, también trataron de establecer
en sus historias la existencia objetiva de
los fenómenos sobrenaturales. Así, en
«La historia del difunto señor Elvesham»
de H. G. Wells, el protagonista-narrador,
Eden, se
convierte en reportero y relata paso a
paso el cambio operado en su cuerpo.
Hacia el final del cuento, otro narrador
completa la historia, ratificando lo
relatado por Eden, o tal vez no. ¿Creó
Elvesham en su senilidad esquizoide
toda la historia? Pero, si fuera así, ¿por
qué su caligrafía difería de la del
«anterior» Elvesham? Wells no toma
partido. De esta manera, el lector debe
elegir entre las posibles respuestas o, tal
vez, formular más preguntas.
La psique del protagonista, su locura
senil, también es escrutada en este
cuento. Pero esa locura se entremezcla
con la cordura del relato
pormenorizado. Edgar Allan Poe (1809-
1849) ya había elevado las historias de
terror por encima del mero
entretenimiento a través de una
habilidosa mezcla entre razón y locura.
Su obra exhibe desde toques de
necrofilia en «Annabel Lee» (1849), a
sadismo indulgente en «El pozo y el
péndulo» (1843), lo que ha suscitado el
interés de la crítica psicoanalítica.
Además, las historias de terror
victorianas se caracterizan por presentar
incidentes sobrenaturales enmarcados en
situaciones cotidianas, la banalidad de las
cuales hace que las violaciones a las
leyes naturales sean mucho más
convincentes. «La pata de mono» de W.
W. Jacobs es un cuento de superstición y
terror que se desarrolla dentro de un
marco realista, a la manera de Dickens,
donde el calor del hogar y la placidez
doméstica del principio del cuento
contrastan con su final, también incierto.
El siglo XX fue testigo de la
continuidad del género. Nombres como
Clive Barker o Stephen King lo
prueban. Más recientemente, Internet ha
permitido a los autores de terror, y a sus
seguidores, crear un espacio nuevo
constituido por las fanzines (revistas
especializadas) que aparecen en la web.
La adaptabilidad y persistencia de este
género hasta nuestros días sólo puede
explicarse, en palabras de Virginia
Woolf, por la «tenacidad del extraño
anhelo humano de placer por sentir
[3]
miedo» .
Notas
[1] Lovecraft, H. P. El horror en la
literatura. Buenos Aires: Alianza, 1998,
p. 11. <<
[2] Ibídem. <<
[3] Citado por Holman, Hugh. «The
Gothic Novel», en A Handbook to
Literature. University of Virginia, 2002.
http://www.spider.georgetowncollege.ed
(26 de noviembre de 2004); y Drabble,
Margaret, The Oxford Companion to
English Literature. Oxford: Oxford
University Press, 1998, p. 389. <<