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¿EDUCACION DE CALIDAD O CALIDAD DE LA EDUCACION?

ADRIANA ARISTIZABAL GONZALES


Actualmente somos conscientes que la educación en nuestro país está transitando por un

momento que ha dejado miles de vacíos y en una posición a nivel mundial lo cual nos deja como uno

de los peores países en contexto internacional, de esta manera surgen la necesidad de cambiar

esquemas, estructuras, ideologías y actitudes de todos los actores que inciden e integran a este

sistema; uno de los más grandes males que se proyectan indudablemente es el tradicionalismo que se

da en la práctica docente, que ha llevado a este declive.

La realidad que se proyecta en el sistema educativo, el impacto y juicio que países

desarrollados han ejercido en nuestro país, ha llevado a que se comenzarán a gestar estos cambios,

que han sembrado enormemente a una planta docente que se ha golpeado y desprotegido. Dichas

transformaciones exigen de una manera definitiva que estos actores lleguen rápidamente a lograr

indicadores que nos lleven a destacar dentro de los parámetros que se consideran como de calidad.

Cuando hablamos de calidad, nos referimos al proceso que se lleva para mejorar los niveles

de aprendizaje que permite el desarrollo en las instituciones educativas, es que la calidad educativa

debe responder a las necesidades concretas de una sociedad y de esta manera contribuir al desarrollo

económico; centrada en formar al ciudadano para el desarrollo de capacidades y pensamientos

autónomos, esta debe ser inclusiva, publica, con una buena infraestructura, con el manejo del lenguaje

digital y con buenas bibliotecas, siendo esto también un punto importante en la valoración de una

calidad educativa eficaz.

Se debe estar en la capacidad de ofrecer una educación con excelentes estándares para todos

los educandos, y esto es debido a que el proceso educativo requiere para su desarrollo un gran número

de condiciones que llevan o permiten la obtención de un resultado mediante el cual estaremos en

posibilidades de evaluar su propio desarrollo y su nivel de calidad con respecto a lo que la sociedad

está exigiendo del propio sistema educativo.


La buena educación deberá reflejar los logros en toda la sociedad donde se encuentra, ya

que el principal beneficiario de gestión es esta; la sociedad exige a los docentes un buen desempeño

de la labor educativa con la finalidad de un buen resultado, las mismas condiciones para una buena

educación viene principalmente del alumno mismo, su familia quien es la pionera de las acciones de

los alumnos y la sociedad en la que se encuentra que influye demasiado y de igual forma que la

institución educativa.

“La educación es factor de progreso y fuente de oportunidades para el bienestar

individual y colectivo; repercute en la calidad de vida, en la equidad social, en las normas y

prácticas de la convivencia humana, en la vitalidad de los sistemas democráticos, en los

estándares del bienestar material de las naciones; influye en el desarrollo afectivo, cívico y

social, en la capacidad y creatividad de las personas y comunidades”.

Hoy se reconoce el papel crucial del conocimiento en el progreso social, cultural y

material de las naciones. Se reconoce, asimismo, que la generación, aplicación y transmisión

del conocimiento son tareas que dependen de las interacciones de los grupos sociales y, en

consecuencia, condicionan la equidad social.

Calidad... uno sabe lo que es, y al mismo tiempo no lo sabe... cuando uno trata de

decir en qué consiste la calidad, aparte de las cosas que la tienen, se le esfuma la idea de lo

que es calidad, no te queda nada de qué hablar. Pero... si uno no puede decir en qué consiste

la calidad, ¿cómo sabe qué es o si existe?

Obviamente hay cosas que son mejores que otras; pero... ¿en qué consiste su carácter

de mejores? Y así podemos seguir dando vueltas y vueltas, haciendo girar nuestras ruedas

mentales o, más bien, haciéndolas patinar, porque no encuentran terreno firme para ejercer

tracción. ¿Qué demonios es la calidad? ¿En qué consiste?

“LA CALIDAD EDUCATIVA”


Podemos decir que un sistema educativo es de calidad cuando cumple con los

siguientes rubros:

 Relevancia: establece una correspondencia entre la matrícula y las

necesidades, aspiraciones, intereses y propósitos de los grupos sociales.

 Efectividad: relación entre objetivos, entorno y resultados. Logra que los

individuos accedan a la escuela, permanezcan en ella hasta el final del trayecto y egresen

alcanzando los objetivos de aprendizaje establecidos. Se analiza el grado en el que se han

alcanzado los propósitos, metas y objetivos.

 Eficiencia: se hace una revisión para ver con que materiales y recursos se

cuenta aprovechándolos de la mejor manera, evitando derroches y gastos innecesarios, en la

búsqueda de lograr sus objetivos.

 Equidad: se debe tener siempre en cuenta la distribución de las mismas

oportunidades educativas a todos los sectores de la población, ofreciendo apoyos especiales

a quienes más lo necesitan, para que los objetivos educativos sean alcanzados por el mayor

número posible de estudiantes.

 Impacto social: dentro de este aspecto se debe tener en cuenta la orientación

de la educación, si va dirigida hacia la forma en que el individuo debe de comportarse en la

sociedad, los papeles que debe desempeñar dentro de ella. (Esquivel, 2002, pág.23)

Las dimensiones del concepto de calidad no pueden atenderse simultáneamente sin

tensiones: atender la pertinencia, la relevancia, la eficacia y la equidad implica recursos

mayores que no hacerlo, por lo que la eficiencia se ve afectada.

Los procesos de evaluación de la calidad de la educación promulgados por los

organismos internacionales constituyen una clara muestra de este tipo de acciones


paradójicas. A pesar de fundarse, muchas veces, sobre enfoques teóricos que adoptan los

discursos sistémicos de la complejidad y la diversidad, han terminado por construir un

panorama homogéneo de la escuela, reduciendo a un conjunto de indicadores el discurso de

la gestión educativa y coincidiendo, a priori, en una crisis de la educación pública que es la

misma en todos los contextos. Con base en estos resultados, por lo general desprovistos de

reflexión pedagógica, los expertos de los ministerios de educación formulan políticas y

planes, prescriben acciones, distribuyen recursos y emplazan a las instituciones educativas

de carne y hueso a que procedan en función de unos propósitos impuestos desde el afuera de

la escuela.

La lectura de la calidad se traduce, así, en un dispositivo de medición que desarrolla

prácticas de evaluación cada vez más instrumentales gracias al soporte de las tecnologías de

la información y al despliegue de un discurso mediático que promulga las virtudes de la

ideología dominante, elude la discusión sobre los fines intrínsecos de la educación y banaliza

el acto pedagógico.

La formulación de política pública en educación llega, incluso, a promover formas

mediáticas de participación ciudadana, confundiendo el ejercicio democrático con la

realización de foros emotivos y encuestas superficiales que, por lo general, dejan de lado los

asuntos políticos de fondo respecto a la educación2 y en muy poco contribuyen a la

cualificación del ejercicio de la ciudadanía, uno de los propósitos con los que se compromete

el enfoque de educación de calidad.

En efecto, considerar la participación ciudadana como un medio para la construcción

de política educativa, y reducirla a su dimensión instrumental, plantea un riesgo frente a la

búsqueda de la calidad educativa, sobre cuya necesidad parece haber en principio un

consenso mínimo. Este parte por reconocer, como ya se había señalado, que el problema de
la calidad de la educación reviste multiplicidad de matices que remiten a variadas preguntas

y ponen de manifiesto la naturaleza polisémica del término. Pero pone también sobre la

palestra que, en los tiempos actuales, no solo se precisa de una escuela mejor sino, y quizás,

ante todo, de una escuela diferente. Dicho, en otros términos, requerimos de una

institucionalidad educadora consonante con las nuevas dinámicas culturales, capaz de lograr

sintonía con las múltiples expectativas que los niños y jóvenes tienen respecto de la

educación.

Demandamos instituciones educativas oportunas en sus respuestas a las demandas

sociales y lo suficientemente flexibles como para que puedan adaptarse a las cambiantes

condiciones del entorno sin dejar de ser un importante referente para la construcción de

identidades, la expresión de las diferencias y el despliegue de las solidaridades.

Desde la perspectiva de la educación de calidad se tiene, entonces, claridad respecto

de que el asunto de la calidad no puede ser asumido únicamente como relacionado con la

eficiencia del sistema educativo, como un asunto de estándar de mínimos. Por el contrario,

es un asunto que remite a consideraciones éticas a propósito de los fines de la educación y de

la correspondencia que se establece entre estos y los medios para lograrlos.

En esta medida es, asimismo, una cuestión que involucra la dimensión política, tanto

en lo expresamente vinculado con la educación como en lo pertinente al ámbito más amplio

de la política económica y social; así como también en lo relacionado con los marcos

normativo y reglamentario. Precisamos, en consecuencia, de un desplazamiento en el

abordaje de la relación entre educación y calidad. Dicho desplazamiento, algunos de cuyos

alcances procuraremos ilustrar a continuación, implica situar en primer lugar el asunto de la

educación y a su lado el del derecho a la educación, sin los cuales pierde todo sentido hacer

alusión a una educación de calidad.


Como parte de la discusión, construir una educación de calidad comienza con el

reconocimiento de que cualquier propuesta que pretenda promover la construcción

responsable de una democracia participativa, y por ende inclusiva, en la escuela, tiene que

ser, ella misma, el resultado de una acción en la que los distintos actores desplieguen sus

intereses, plasmen sus expectativas, comprometan sus esfuerzos y establezcan los alcances

de sus compromisos y responsabilidades.

Esto implica reconocer en el escenario de las instituciones educativas espacios de

construcción de subjetividad política, confluencia de muy variados intereses, distribuciones

diferenciales y cambiantes en las relaciones de poder, resignificaciones de los modelos

epistemológicos y axiológicos, entre muchas otras formas posibles de intercambio de

significados y prácticas sociales.

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