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NABÓKOV Y SU PASIÓN POR EL AJEDREZ1

Jorge Luis Borges creó un universo propio con el ajedrez planteando, a


partir de su metafísica mirada, una partida infinita en la que se los puede
apreciar al jugador (moviendo las piezas), a un Dios (virtual titiritero del
ajedrecista) y a sucesivos otros Dioses que se posicionan, uno detrás del
otro, en una secuencia que necesariamente es infinita. Por su lado Lewis
Carroll imaginó, para su Alicia, la posibilidad de que pudiera asumir el rol
de trebejo de algún juego en disputa en un tablero a escala real, bajo la
influencia de una experiencia onírica impar que la condujo a una notable
aventura. Mucho antes Alfonso X “el Sabio”, dando cuenta de la creciente
difusión que tenía en la Edad Media y en Europa el pasatiempo que había
ingresado a ese continente desde el mundo musulmán, supo
tempranamente contribuir a su codificación y difusión al darle un rol
prominente en su recordado libro. Stefan Zweig, en un siglo XX tan
amenazado por totalitarismos que condujeron a cruentas guerras, podrá
por su parte mostrar, en su icónica novela, el beatífico escapismo que el
ajedrez brindará a un hombre recluido por el nazismo quien, no obstante,
una vez en libertad, caerá bajo su peligroso y obsesivo influjo. Para
completar el pentágono virtuoso de escritores que cayeron rendidos a la
magia metafórica del ajedrez, se debe imprescindiblemente agregar ahora
a Vladímir Vladímirovich Nabókov (1899-1977).

El escritor ruso, además de darle como sus colegas un papel central al


juego ciencia en sus trabajos literarios, tiene una cualidad que lo torna en
un caso del todo especial: su conocimiento de su práctica a nivel técnico
fue tan profundo, y su pasión por los escaques tan prototípica que,
incluso, se dedicó a componer estudios de ajedrez con producciones de
notable calidad.

Nabókov, tras la Revolución Bolchevique de 1917, se trasladará junto a su


familia desde la ciudad de San Petersburgo natal hasta Crimea, donde
permanecerá hasta 1919. Allí, a la par de comenzar a desarrollar sus
habilidades de compositor de estudios de ajedrez, escribe una obra lírica
en un acto llamada Vesnoy (En la primavera), en la que aparecen cuatro
personajes uno de los cuales es ajedrecista.

1
Por el investigador argentino y Maestro FIDE Sergio Ernesto Negri.
Luego de ese fugaz paso por la península rusa, Nabókov habrá de exiliarse
en el exterior habiendo de residir, sucesivamente, en Alemania, Inglaterra
y los EEUU (aquí obtendrá la nacionalidad norteamericana), siendo su
morada definitiva la ciudad de Montreaux en Suiza. Al comienzo de ese
devenir, cuando aborda el Nadezhda, un pequeño barco griego rumbo a
Estambul y el Pireo ateniense, surcando la bahía de Sebastopol, mientras
se verificaba un bombardeo del Ejército Rojo, el futuro escritor estaba
jugando al ajedrez con su padre en el curso de una partida sobre la que
tiempo después aportará el siguiente detalle: “uno de los alfiles había
perdido su cabeza, y una ficha de las que se usan para hacer apuestas en el
póker ocupaba el lugar de una torre”.
Como integrante de una familia aristocrática (uno de sus abuelos fue
ministro del zar Alejandro II), Nabókov recibió una exquisita educación
que incluyó el perfecto conocimiento del inglés (idioma en el que en una
segunda etapa de su carrera ofrecerá su obra) y del francés. Dentro de esa
formación, también se lo introducirá en el conocimiento del socialmente
muy difundido y respetado ajedrez. En ese sentido su tío paterno
Konstantin le regaló, cuando niño, un hermoso juego Staunton que lo
habrá de acompañar al escritor de ahí en más, como compañero del exilio.

Dentro del tratamiento de la problemática del ajedrez Nabókov debe ser


reconocido por La Defensa (La Defensa Luzhin), novela en la que su
protagonista será un jugador de reconocimiento mundial, en la que
describirá con fruición las características especiales del personaje y el
mundo del juego ciencia en el que habría de desenvolverse.

Como le sucediera a la figura central de Novela de ajedrez de Zweig,


Luzhin verá como el pasatiempo será primero una vía de escape de una
realidad acuciante para terminar por convertirse en una incómoda
obsesión. Pero, en este caso, se redobla la apuesta ya que, lejos de
plantearse la necesidad de cierto autocontrol como había concebido el
escritor austriaco, Nabókov terminará por colocar a su personaje central
en un camino de extravío personal que culminará con su suicidio.

Ya no como literato, sino en tanto problemista de ajedrez, faceta que


denota su profundo conocimiento técnico de sus reglas y alcances, debe
resaltarse que algunas de sus creaciones obtuvieron incluso premios,
entre ellos uno otorgado por The Problemist, órgano oficial de la British
Chess Problem Society, entidad a la que se incorporó el ruso. Para más, en
1970 lo invitarán a participar en el equipo norteamericano de problemas
de ajedrez, aunque declina de la propuesta.
Algunas muestras de esta afición son incluidas en Poemas y Problemas,
un libro que aparece en los EEUU en 1969 que, por su propia concepción,
constituye toda una expresión de motivos al agrupar en un mismo texto
problemas de ajedrez con obras poéticas. En efecto, en el texto se
presentan 39 poesías en ruso y 14 en inglés y, junto a ellas, 18 problemas
de ajedrez de su autoría, en un maridaje original que es fiel a sus
expresiones en el sentido de que “los problemas son el arte en el ajedrez”.

En la Introducción al texto el autor rechaza que deba disculparse por


incluir en el libro al ajedrez ya que: “Los problemas de ajedrez exigen del
compositor las mismas virtudes que caracteriza a todo arte que valga la
pena: originalidad; inventiva; concisión; armonía; complejidad, y una
espléndida falta de sinceridad”.: es que los considera enigmas o acertijos.
Si bien reconoce su futilidad, entiende que esa misma condición puede ser
extendida a todas las expresiones artísticas.

Manuscrito de un problema de ajedrez de Nabókov (McGraw-Hill, 1969). Foto: Open


Culture, The best free cultural & educational media on the web, en
http://www.openculture.com/2015/07/vladimir-nabokovs-hand-drawn-sketches-of-
mind-bending-chess-problems.html
Poemas y Problemas tuvo su germen en unos escritos de fines de la
segunda década del siglo XX llamado Stijy i Sjemi (Problemas y Esquemas)
en el que se recogen trabajos incluidos en álbumes familiares. En aquél se
publican fundamentalmente creaciones que corresponden a la segunda
mitad de la década del 60 aunque aparecen asimismo algunas anteriores,
entre ellas una dedicada a Yevgueni Znosko-Borovski (1884-1954),
jugador ruso autor de un libro sobre Capablanca y Alekhine, habiendo
Nabókov efectuado una reseña del mismo en 1927, el mismo año en el
que el cubano pierde la corona en el recordado encuentro disputado en
Buenos Aires.
El trabajo sobre Znoslo-Borovski fue originalmente publicado el 17 de
noviembre de 1932 en el diario Poslednie Novosti de la ciudad de París,
bajo autoría de un tal Vladimir Sirin, un alias que usaba por entonces
Nabókov, el que estuvo mucho tiempo perdido hasta que fue rescatado
por la revista londinense News Statesman la cual lo presentó el 12 de
diciembre de 1969. Se trata de un problema que corresponde al curioso
modelo “las blancas vuelven atrás un movimiento y dan mate en una” que
debe ser resuelto a partir de la siguiente posición:

Estudio de Nabókov dedicado a Yevgueni Znosko-Borovski, 1932.

La solución implica que la última jugada del blanco fue la coronación de


torre en c8 al tomarse con un peón posicionado en d7 un caballo negro y,
al retrotraerse la jugada, se asesta el mate cuando ese mismo peón
captura a la torre negra ubicada en e8 coronando caballo. Un problema de
una concepción sencillamente espectacular.
Otra gema en la materia está constituida por el cuarto de los estudios
presentados en el libro bajo el requerimiento “mate en tres jugadas”, en el
que la característica principal de la solución exige que la torre negra se
mueva y que, al regresar a su casilla de origen, sea capturada con mate. De
hecho esa secuencia de movimientos en la literatura especializada se la
denomina “el tema Nabókov”.

Imagen de dos de los problemas que Nabókov incluye en Poems and Problems. Foto
tomada por Sergio Negri de un libro de su biblioteca personal.

Al trazar su biografía publicada en 1967 bajo el nombre Habla, Memoria,


un parágrafo completo, el capítulo XIV, se lo dedica a su pasión por la
composición ajedrecística. Con la precisión del entomólogo (habría que
recordar que otra de sus mayores aficiones se vinculaban al estudio de las
mariposas), el autor describe la metodología utilizada para alumbrar sus
estudios de ajedrez, estableciendo una analogía con la forma de concebir
sus relatos de ficción, en buena parte de los cuales, por cierto, el ajedrez
estará presente.

Para el ruso “Los problemas son como espejismos o ilusiones de una sutileza
diabólica” sosteniendo, en igual sentido, que se puede establecer la
existencia de “…un vínculo real e íntimo entre algunos espejismos de mi
prosa y el tejido brillante y oscuro de los problemas de ajedrez”, en claras
señales de la alta consideración que profesaba por un juego que supo
poner al nivel de su amor por la literatura. Abunda sobre el tema diciendo
que, para su invención “requiere una inspiración de tipo casi musical, casi
poética, o, para ser absolutamente exacto, poético-matemática”. Sólo se
lamenta, más seguramente no demasiado, de que durante sus años más
prolíficos en la materia se le “…engulló una importante parte del tiempo
que hubiese podido dedicar a las aventuras verbales”. En el arte de
componer aprecia que “El engaño, hasta sus extremos más diabólicos, y la
originalidad, llevada a lo grotesco, eran las bases de mi estrategia”; una
estrategia que certeramente sabría también aplicar Nabókov, y con
amplio suceso, al terreno literario.

¿Por qué le fascinaban tanto los estudios de ajedrez? Veía en ellos que:
“La tensión intelectual es formidable; el elemento del tiempo desaparece
completamente de la conciencia: la mano constructora tantea en busca de
un peón de la caja, lo toma, mientras la mente sigue meditando en torno a
la necesidad de utilizar alguna añagaza o recurso provisional, y cuando se
abre el puño una hora entera, quizá, ha transcurrido, se ha quemado hasta
quedar reducida a cenizas en la incandescente cerebración del urdidor de la
intriga”. En términos agonales considera que, en los problemas de
ajedrez, la batalla no se libra entre blancas y negras sino entre el
compositor y el solucionista.

Respecto del tablero de ajedrez imagina que puede ser considerado “un
campo magnético, un sistema de marcas y abismos, un firmamento
estrellado” y, en cuanto al movimiento de piezas, por ejemplo dice que los
alfiles se desplazan como proyectores y los caballos actúan como si fueran
palancas. En el texto autorreferencial se aportan muchos elementos de la
conexión vital que siempre tuvo con el juego, comenzando por el hecho de
que resolvía problemas de ajedrez y los practicaba junto a su padre, en
una demostración temprana del vínculo. Ilustra, además, sobre la
existencia de un escudo de armas familiar, el que se encargó de
reconstruir reemplazando los leones por osos, a los que ubicó posando
sosteniendo un gran tablero.
Imagen de Nabókov jugando al ajedrez con Vera Slónim Nabókova, su compañera de
vida. Foto publicada en 1951 en la revista Life Magazine.

En lo que respecta a un episodio central y trágico de su etapa de


crecimiento no dejará de describirlo en clave ajedrecística. Al referirse al
asesinato de su progenitor, hecho del que fue testigo, muy
conmovedoramente lo relata diciendo: “…cierta noche de 1922 (…)
durante una conferencia que se celebró en Berlín, mi padre protegió con su
cuerpo al orador (su viejo amigo Milyukov) de las balas de dos fascistas
rusos y, mientras derribaba vigorosamente a uno de los asaltantes, fue
fatalmente alcanzado por un disparo del otro. Pero ninguna sombra fue
proyectada por ese acontecimiento futuro sobre la luminosa escalera de
nuestra casa de San Petersburgo; la ancha y fría mano que reposó sobre mi
cabeza no tembló, y varias jugadas posibles de un difícil problema de
ajedrez no se habían combinado aún en el damero”.

Estando en 1940 en una París amenazada por el nazismo que ya había


ingresado a los Países Bajos, en tren de buscar sosiego a la dureza del
contexto, supo dibujar en una hoja de papel un diagrama de la posición de
un problema con la siguiente disposición de piezas: Blancas: Ra7; Db6;
Tf4; Th5; A4; Ah8; Cd8; Ce6; peones en b7 y g3; Negras: Re5; Tg7; Ah6;
Ce2; Cg5; peones en c3, c6 y d7, al que le asignó el mandato de Juegan
blancas y hacen mate en dos movimientos.

Si bien en su autobiografía no lo menciona específicamente, se sabe que


durante sus años de residencia en Alemania Nabókov, además de jugar
partidas simultáneas en Berlín frente al futuro campeón mundial
Alexander Alekhine (1892-1946) y ante el creador de la escuela
hipermoderna Aron Nimzowitsch (1886-1935), frecuentó a muchos de
los más renombrados maestros locales del juego ciencia en los cafés de
Berlín, particularmente a Curt von Bardeleben (1861-1924).

Sobre este último, y dado que La Defensa Luzhin es de esos tiempos, se


ha especulado que su personaje central pudo haber sido concebido con
rasgos del jugador teutón, siendo un punto a favor de esta teoría el hecho
de que, habiendo sido de una familia muy acaudalada, su situación se
tornó al perder todo producto de la hiperinflación por lo que terminaría
sus días suicidándose, como Luzhin. Pero las características personales de
ambos no coinciden en lo esencial: no hay correspondencia en las edades,
por ejemplo, ni tampoco parecen compartir rasgos de personalidad y un
mismo acervo cultural.

Nabókov, no obstante, deja abierta la puerta a la posibilidad de la


existencia de cierto grado de vínculo entre ambos ya que, cuando prologa
la versión inglesa de Gloria, otra de sus novelas, al mencionar los tiempos
en los que vivía en Berlín en la casa a un pariente del ajedrecista, señala
en tono autorreferencial: “Sin hijos todavía, mi esposa y yo alquilábamos
un recibidor y un dormitorio en Luitpoldstrasse, Berlín Oeste, en el triste y
amplio piso del cojo General Von Bardeleben, un señor de edad que sólo se
dedicaba a resolver su árbol genealógico; su frente despejada tenía un
toque nabokoviano, y, en efecto, estaba emparentado con el conocido
ajedrecista Bardeleben, cuya muerte se parecía a la de mi Luzhin”.
Imagen de Curt Carl Alfred von Bardeleben. Foto de dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=308717.

El investigador Boris Shipkov advierte mayores rastros de similitudes de


Luzhin con Alekhine, teniendo en cuenta que ambos son rusos,
pertenecen a un mismo círculo social y sugestivamente comparten varias
letras de los apellidos; sin embargo reconoce que existe una gran
diferencia en el nivel de educación de ambos. También especula con que
Akiba Rubinstein (1880-1961) pudiera haber sido la fuente de
inspiración apoyándose para ello en un pasaje de la novela en el que la
suegra de Luzhin asegura que éste debería ser un seudónimo especulando
que “Su verdadero nombre es Rubinstein o Abramson”. El jugador polaco, a
quien se suele considerar como el primer campeón mundial sin corona,
en cuanto a cualidades personales en efecto guarda más similitudes con
Luzhin: en debilidades en la formación cultural; en la obsesión por el
ajedrez; en la enajenación de la realidad. Pero hay un punto divergente,
Rubinstein no habrá de suicidarse.

Volvamos a La defensa la contribución más importante que hizo Nabókov


al campo del ajedrez. Esta obra fue escrita originalmente en idioma ruso
entre los años 1929 y 1930; cuando fue traducida al inglés el editor
estadounidense de la obra pretendió que Luzhin fuera reconvertido de
ajedrecista en un violinista demente, a lo que Nabókov desde luego se
opuso firme. Ulteriormente se elaborará el respectivo guión
cinematográfico a los fines de llevarla al cine, en película que dirigirá la
inglesa Marleen Gorris en el 2000, contándose con la participación en los
roles estelares de los notables John Turturro y Emily Watson y la asesoría
ajedrecística del GM inglés Jonathan Speelman.

El eje del relato es Alexander Luzhin quien, en su época de escolar, al


descubrir el ajedrez, halla una vía para escapar de un estado de cosas que
no le era propicio, por lo que el juego será una tabla de salvación aunque,
en el devenir, se transformará en una obsesión que, al cabo de todo, lo
llevará a la perdición. En el balance general podría creerse que el juego se
le presentó sin posibilidad de matices, en su aspecto más profundamente
agonal, un recurso que, por momentos lo salva pero que, en definitiva, lo
condena.

Será un violinista, amigo de la familia, para quien las combinaciones en el


ajedrez eran como melodías (de hecho podía “oír las jugadas”), quien le
despierte la curiosidad por un juego que le ofreció un orden y un estado
de armonía que no podía hallar en su devenir cotidiano. Con el tiempo
descubrirá en el juego cierta magia erótica, sublimando su imposibilidad
de expresarse en el terreno afectivo, lo que se constatará al describir su
sentir al dar simultáneas ´a ciegas´: “Encontraba (…) un profundo placer:
no tenía que tratar con piezas visibles, audibles ni palpables, que por la
singularidad de su forma y la textura de la madera le causaban permanente
desazón, aparte que las veía tan sólo como la burda envoltura mortal de las
exquisitas e invisibles fuerzas del ajedrez. Cuando jugaba a ciegas era capaz
de sentir esas diversas fuerzas en su pureza original”.

Con quien mejor lo practica en los primeros tiempos es con un caballero


que visitaba y cortejaba a su tía, quien le enseñará a anotar las partidas y,
a partir de ello, se la pasará consultando las secciones especializadas en
periódicos y revistas en busca de expresiones del ajedrez, para
prontamente acudir al mundo de la competencia.

En el marco de un torneo, su éxito le valdrá una foto en una revista de San


Petersburgo, imagen que creyó iba a repercutir negativamente en la
escuela, por lo que decide abandonarla. Las cosas se precipitan: huye de
su casa aunque, al ir a lo de su tía, comprueba amargamente que su
anterior maestro de ajedrez había muerto, por lo que decide regresar al
hogar en donde se enferma. En su estado de delirio las imágenes
ajedrecísticas se le presentan configurando en su mente “una monstruosa
partida jugada en un tablero espectral, tembloroso y en permanente
desintegración”.

Las obsesiones del juego las lleva rápidamente al plano de lo real,


llegando a los extremos de pensar que, al caminar, “si movía como si fuera
un caballo a un tilo que crecía en una pendiente bañada por el sol se podría
comer al poste telegráfico que se elevaba más allá” o, mientras conversa,
podía imaginar que se corporizan partidas pudiendo no obstante
presentársele bellas imágenes como aquella en la que “el rey de la sombra
debe ser salvado del peón de la Luz”. Es que todo lo que no fuera ajedrez,
solo era un sueño. Lo real en la vida es el ajedrez que proponía una
existencia ordenada, nítida y rica en aventuras. Medita: “¿Que podía existir
en el mundo fuera del ajedrez?”; y de inmediato se contesta: “Niebla, lo
desconocido, el no ser...”.

Su progenitor, que era escritor, en clara inspiración en su hijo concibe una


novela sobre un joven ajedrecista a la que llamaría El gambito. Su
argumento, por algún motivo, decanta hacia la idea de que el prodigio no
deberá crecer, morirá joven y ello ocurrirá mientras juega su última
partida tendido en una cama. No obstante, el que fallece, y en soledad, es
el padre, mientras el hijo está de gira deportiva por el exterior.

Ya más adulto, los éxitos deportivos de Luzhin continúan, aunque se


aprecia un menor brío quizás producto de una merma en la capacidad de
innovación que había evidenciado otrora. Aparece un rival temible, un
italiano llamado Turati, en un juego de palabras que podría aludir al
jugador checo Richard Réti (1889-1929) y a la pieza de la torre, al que
debe vencer para aspirar a ser campeón del mundo.

Simultáneamente conoce una joven que queda seducida por la extraña


personalidad de Luzhin. Al conocer a su familia, la madre no terminaba
de comprender al enigmático personaje a quien, además de no considerar
“un hombre real”, cuestionaba por su profesión ya que el ajedrez, a su
juicio, no era más que una “fruslería” que seguramente le permitía ocultar
su actividad central (la de criminal, masón o alguna otra calamidad
similar). El futuro suegro, por su parte, se mostraba algo más
condescendiente ya que, si bien lo consideraba como un fanático de
intereses muy estrechos, lo creía cándido y respetable.

Llega el momento de la partida clave contra Turati, esa que Luzhin estuvo
mentalmente preparando diseñando la respectiva mejor Defensa. El juego
se alarga, por lo que se lo suspende para ser continuado un día ulterior.
La posición era poco clara, aunque el italiano creía estar ganado. Ese
momento fue precisamente el de la definitiva entrada en el desvarío del
ruso. Dos desconocidos lo encuentran abandonado en la calle sin saber si
estaba vivo o si se trataba de un borracho, por lo que lo suben a un taxi
berlinés cuyo conocido emblema era ¡un tablero de ajedrez! Luzhin, es
internado, determinándose que se hallaba vencido por “la fatiga del
ajedrez”, por lo que el psiquiatra le prescribe dejar el juego aduciendo que
es un “entretenimiento que seca y corrompe el cerebro. La partida con
Turati nunca será completada, de hecho la perderá y, con ello, la
posibilidad de arribar a lo más alto en el campo del ajedrez.

Abandona el juego. Al menos eso es lo que parece. Pero, como bien se


sabe, el ajedrez inexorablemente regresar. En este caso precipitando el
curso de los acontecimientos. Un Luzhin. por el momento más
introspectivo, al recapitular su vida aprecia “…con qué elegancia y
flexibilidad, jugada tras jugada, se habían repetido las imágenes de su
infancia (la casa de campo... la ciudad... la escuela... su tía...), pero no
lograba comprender por qué esa repetición le inspiraba tanto temor a su
alma”, sostiene que “…un jugador de ajedrez ve a su madre en su propia
reina y a su padre en el rey contrario” y se indigna por no haber
reflexionado lo suficiente en el pasado, por no haber sabido tomar la
iniciativa (siempre primó un estado de Defensa). En ese estado de
amargura se ve tentado “…de detener el reloj de la vida, suspender para
siempre la partida, permanecer inmóvil…”.

En cierto momento, al pretender distraer con algo a un niño algo cargoso


que visitaba su hogar, ubica un juego portátil de ajedrez, afición que tenía
tan abandonada. Casi sin darse cuenta coloca las piezas en la posición
precisa de la partida interrumpida con Turati. El pasado volvía
inexorablemente. En ese contexto se le presenta vívidamente una figura
fantasmal: era el propio Luzhin, aunque de niño, que interpelaba a quien
no había sabido llegar a campeón del mundo. El ajedrez aletargado
regresa con renovados bríos, dedicándose primero a la lectura de las
secciones correspondientes de los periódicos (¡como otrora!) y luego
aplicando los conceptos del juego a cada actividad cotidiana. Incluso en el
abandono de la vigilia, a semejanza de la Alicia de Carroll: “…soñó con
sesenta y cuatro escaques, un tablero gigantesco en cuyo centro, temblando
y completamente desnudo, estaba Luzhin, del tamaño de un peón, que
miraba las vagas posiciones de unas piezas enormes, megacefálicas, con
coronas o crines”.

Todo vuelve. Reaparece su viejo entrenador, ahora dedicado al cine, quien


concibió un guión que tenía de protagonista a un aficionado al ajedrez,
por lo que quería filmar una escena de un torneo en la que iban a
aparecer Luzhin y su némesis Turati. Esa fue la estocada final. En esa
oportunidad recordó “…con la exquisita y húmeda melancolía
característica de los recuerdos amorosos, las mil partidas que había jugado
en el pasado. No supo cuál de ellas elegir para saciarse de ella, entre
lágrimas; todo atraía y acariciaba su fantasía, así que voló de una partida a
otra, repasando en un instante esta o aquella emocionante combinación.
Había combinaciones puras y armoniosas donde el pensamiento ascendía
por escaleras de mármol hasta la victoria; había tiernos movimientos en
una esquina del tablero, y una apasionada explosión, y las músicas
acompañaban a la reina cuando se dirigía a su predestinado sacrificio...
Todo era maravilloso, todos los matices del amor, todas las evoluciones y
sendas misteriosas que había elegido. Y ese amor era fatal”.

Amor fatal, hacia el ajedrez. Amor fatal, que lo enajenará de la realidad.


Amor fatal, del que sólo podrá escapar con una drástica determinación: el
suicidio. En palabras del personaje: “Es la única salida —dijo—. Tengo que
abandonar el juego”. Así se despidió de su esposa. Así se despidió de la
vida. Así se libera de la obsesión enfermiza, y fatal, por el ajedrez.

Ese recurso de escapatoria final es caracterizado por el propio Nabókov,


apelando a sus conocimientos en materia de estudios ajedrecísticos, como
un jaque mate de autoayuda. Sobre ella el autor, ratificando la relevancia
del ajedrez en el argumento, en el prólogo de una de sus ediciones dirá
que “…los golpes de efecto de ajedrez que he colocado no se limitan a
escenas aisladas: en realidad se suceden a lo largo de la estructura básica
de esta atractiva novela”. De inmediato brinda pistas sobre la forma en
que lo elaboró asegurando que no sólo en el contenido, sino también en el
propio estilo de narración, el ajedrez desempeño un rol vital. De hecho
admitirá: “Toda la secuencia de movimientos en estos tres capítulos
fundamentales nos recuerda —o debería recordarnos— ciertos problemas
de ajedrez cuya solución no consiste en hacer jaque mate en determinado
número de jugadas, sino en el denominado «análisis retrospectivo», en el
cual se requiere que el jugador demuestre mediante un estudio desde el
principio de la posición esquemática que las negras no podían haber
enrocado en su última jugada o que debían haber tomado al paso un peón
blanco”.

El autor además aseguró que: “Al releer hoy día esta novela, y al volver a
jugar los movimientos de su acción, me siento un poco como Anderssen y
rememoro con afecto su sacrificio de ambas torres en favor del desdichado y
noble Kieseritzky, quien se ve obligado a aceptarlo una y otra vez en las
páginas de una infinidad de manuales, con un signo de interrogación como
monumento”, en clara referencia a la famosa partida que, disputada en
1851, y por su preciosa factura, recibió el calificativo de “La inmortal”. Esa
conceptualización, la de inmortal, también podría aplicarse, en tanto
novela, a La Defensa Luzhin.

La profesora lituana Leona Toker entiende que sería una simplificación


adscribir a La Defensa al conflicto de arte y vida ya que en la novela se
aborda preferentemente el problema del equilibrio entre la búsqueda
intelectual y el compromiso humano. Reconoce la ambivalencia de un
juego que tiene ciertos patrones que son útiles para la propia actividad,
pero matiza el argumento al asegurar que ellos no necesariamente se
corresponden a los que rigen en la vida. Termina su análisis diciendo, en
un concepto que se comparte: “La conclusión ética es inseparable de otra
de índole estética: el arte y la vida no son defensas una de la otra; la vida
entra dentro del ejercicio del arte y el arte es parte de la vida”. Luzhin
pareciera no haber podido comprender especialmente esta distinción.

Por su parte, para el norteamericano Terry Anderson: “Nabokov eligió el


ajedrez como la metáfora unificadora de su novela para demostrar que la
vida es un microcosmos del tablero de ajedrez”, resaltando que hay que
tener adicionalmente en cuenta que el juego posee cualidades inherentes
para desarrollar la conciencia y el sentido de la realidad del jugador que
es visto en tanto artista. En Luzhin, en su mirada, el ajedrez en definitiva
se convierte en la antítesis de la rechazada realidad.
Concluyendo este repaso por La Defensa, de la que mucho más podría
decirse, habría que enfatizar que con ella Vladimir Nabókov alcanza el
cénit en cuanto al tratamiento de la problemática del mundo del ajedrez
en su labor literaria. Adicionalmente, otro punto alto en su relación con el
juego, como quedara expresado, fue su actividad como compositor de
problemas. Podríamos creer que es un caso único ya que escribió en tres
idiomas: en ruso; en inglés; en el lenguaje, algo críptico, que se usa para
concebir y presentar los estudios de ajedrez.

A los fines de resaltar el estrecho vínculo de Nabókov con el ajedrez


podemos emprender ahora una recorrida por su obra integral, más allá de
las ya revisadas La Defensa y Poems and Problems. Comencemos pues con
su primer trabajo, Mashenka, que fue escrito en 1925/26
correspondiendo por tanto ya a su estancia en Alemania, aunque la lengua
utilizada fuera el ruso. Allí e juego hace su aparición, aunque en un modo
muy incidental. Cuando en el texto se dice lo siguiente: “Ganin, que había
quedado absorto en intentar solucionar un problema de ajedrez planteado
en una de las hojas de papel que yacían en la cama, levantó bruscamente la
vista…”. Pese a su relativa relevancia, esta mención brinda pistas sobre
una de las obsesiones del autor: los problemas de ajedrez y, además,
apuntala la impresión de que Ganin podía llegar a ser una suerte de alter
ego si se considera esta confesión ulterior de Nabókov: “Los lectores de mi
obra Speak, Memory, comenzada en los años cuarenta, advertirán ciertas
semejanzas entre mis recuerdos y los de Ganin”.

En Rey, Dama, Valet, su segunda novela, que es de 1927/8, escrita


también en Berlín y siempre en ruso, en la que retrata algunos aspectos
de la sociedad alemana en tiempos previos al nazismo, si bien en el título
se hace clara alusión a otra clase de juegos, los de baraja, la trama otorga
cierto protagonismo al ajedrez. Los personajes principales del relato son
un matrimonio compuesto por la aludida Dama (Martha) y ese Rey
(Dreyer), siendo el tercero en cuestión un sobrino de éste, el mentado
Valet (Franz). Éste, seducido por la mujer, es instado por su amante para
que concrete el asesinato de su pariente, por lo que será una mera pieza
“jugada por la Dama” quien, contrariando las reglas habituales del juego, y
los mandatos del matrimonio, pretende desembarazarse del omnisciente
Rey. En esa línea de análisis, un episodio de seducción de los amantes es
descripto a este modo: “Franz encendía un cigarrillo y Martha ponía una
mandarina en un plato. De la misma manera siente el jugador de ajedrez,
con los ojos vendados, que el alfil caído en la trampa y la veleidosa reina de
su adversario se mueven en irreversible relación recíproca”. En otro
momento de la trama se aprecia a sendos muchachos jugando al ajedrez:
se trataba de los señores Black y White (Negro y Blanco), como la
coloratura de las propias piezas del pasatiempo, en un pasaje en el que se
dice: “Los dos levantaron la vista del tablero para saludar a Dreyer, que se
paró un momento con ellos y advirtió jovialmente a White que el caballo de
Black planeaba atacar al rey y a la reina de White con un jaque en zigzag”.

Cuando Nabókov en 1974 publica su novela ¡Mira los Arlequines!, a la


que la quiere dotar de aires de ficcionalizada autobiografía, rebautiza a
Rey, Dama, Valet bajo el título Pawn Takes Queen (El Peón captura a la
Dama). Allí modifica el final ya que, ahora, se lo verá al peón que, tras
eliminar al rey, se queda con la dama cuando, en el texto original, las
cosas se terminan dando de un modo bastante distinto.

El norteamericano George Steiner, en sus reconocidas crónicas para The


New Yorker, destaca que los recursos literarios de este libro aluden
claramente al ajedrez, viendo a los personajes centrales que “juegan al
ajedrez mientras la parodia de melodrama erótico se acerca a su
anticlímax”. Más allá de este puntual trabajo, considera que en Nabókov el
ajedrez aparece en su narrativa como metáfora subyacente y referente
simbólico. En ese orden, también creyó advertir que el duelo por seducir a
la niña que sostienen Humbert y Quilty sobre el final de Lolita “está
tramado en términos de una partida de ajedrez donde lo que se juega es la
muerte”.

De 1932 es Gloria, también publicada en castellano como La hazaña o


Tiempos románticos, la cual es protagonizada por Martín Edelweiss, un
joven exiliado ruso que recorre Europa. Sobre su figura dirá Nabókov en
1970 en el prólogo de una edición de la novela: “… tuve mucho cuidado de
no incluir el talento entre los numerosos dones que conferí a Martin.
Hubiera sido muy fácil convertirlo en un artista, en escritor. Fue muy difícil
no hacerlo mientras le otorgaba la extraña sensibilidad que generalmente
se asocia con la criatura creadora (…) El resultado me hace recordar un
problema de ajedrez que planteé hace tiempo. Su belleza radicaba en un
primer movimiento paradójico: la reina blanca tenía cuatro posiciones
probables a su disposición, pero en cualquiera de ellas se interponía en el
camino (una pieza tan poderosa, y «¡se interpone en el camino!» de uno de
los caballos blancos en cuatro variantes de mate. En otras palabras, no
pudiendo realizar ningún papel en el juego siguiente, tenía que exilarse a
una esquina neutral tras un peón inerte y permanecer allí en clavada en la
ociosa oscuridad. La construcción del problema fue diabólicamente
difícil…”.

Luego de la ya mencionada La Defensa, que es de 1929/30, habrá que


esperar a La dádiva, trabajo de 1935/37, el último de la saga escrita en
ruso, para que el ajedrez, aunque sin tanto protagonismo como en aquella
novela, regrese. La primera mención que se hace es sólo estética ya que, al
describirse una mansión, se resalta que allí había un ajedrez en el que en
vez de alfiles se podían observar camellos.

El relato se enfoca en Fiodot, un emigrado ruso en Berlín, poeta para más


datos y con padre entomólogo, dando cuenta de su tono autorreferencial.
En ese contexto es interesante que se lo describa a aquél como “un
hipnotizador, un maestro de ajedrez o un músico”; entre sus aficiones
estaba la de ser un compositor de ajedrez dándose detalles del respectivo
proceso de creación. Se afirma que el protagonista, al hojear un ejemplar
de la revista de ajedrez soviética 8x8 (y habría que recordar que 64, el
resultado de esa operación matemática, fue una de las publicaciones
especializadas más influyentes en la experiencia soviética), se deleitaba
“en el lenguaje humano de los diagramas de problemas”. Si bien era un
mediocre jugador, por lo que practicaba al ajedrez de mala gana (“Le
fatigaba y enfurecía la disonancia entre la falta de nervio de su mente en el
proceso de la competición y la hipotética brillantez a que aspiraba”), sabía
resolver muy bien los problemas y concebirlos, encontrando en ellos
“además de un descanso de sus esfuerzos literarios, ciertas misteriosas
lecciones”.

Uniendo ámbitos de interés, tanto los de Fiodot como los de Nabókov, se


agrega “Como escritor conseguía algo semejante a la misma esterilidad de
estos ejercicios” y, trazándose una analogía entre el ajedrez y la literatura,
expresa que “…la construcción de un problema difería del juego casi del
mismo modo que un soneto verificado difiere de las polémicas de los
publicistas. La composición de uno de estos problemas se iniciaba lejos del
tablero (como la composición del verso empieza lejos del papel), con el
cuerpo en posición horizontal sobre el sofá…”. Se abunda sobre el punto al
expresarse: “Durante un rato se recreaba con los ojos cerrados en la pureza
abstracta de un plan sólo realizado en el ojo de su mente; entonces abría
con premura su tablero de tafilete y la caja de pesadas piezas, las colocaba
de cualquier modo, al azar, e inmediatamente se ponía de manifiesto que la
idea surgida con tanta pureza en su cerebro exigiría, sobre el tablero— a
fin de liberarla de su gruesa y tallada cáscara —inconcebibles esfuerzos, un
máximo de tensión mental, infinitos intentos e inquietudes y, sobre todo, ese
ingenio constante con el cual, en el sentido del ajedrez, se construye la
verdad”.

Detengámonos un poco. Podemos creer que hemos llegado al fondo del


asunto y determinar a ciencia cierta cuál es el punto central en la
concepción de Nabókov. Es esta, la de que al componerse problemas de
ajedrez se está en condiciones de poder construir la verdad, una idea que
es a la vez muy subyugante y esclarecedora.

Para describir el proceso de creación sigue diciendo: “Lograba la máxima


exactitud de expresión, la máxima economía de fuerzas armoniosas.
Después de cavilar sobre las posibilidades, excluir de uno y otro modo
construcciones engorrosas, los riesgos y trampas de los peones de apoyo y
de luchar con duales. Si no hubiera estado seguro (como lo estaba también
en el caso de la creación literaria) de que la realización del plan ya existía
en algún otro mundo, desde el cual la transfería a éste, el complejo y
prolongado trabajo sobre el tablero habría sido un peso intolerable para su
mente, puesto que debería conceder, junto con la posibilidad de realización,
la posibilidad de su imposibilidad. Poco a poco, piezas y escaques
empezaban a cobrar vida e intercambiar impresiones. El crudo poder de la
reina se transformaba en un poder refinado, restringido y dirigido por un
sistema de brillantes palancas; los peones se hacían más inteligentes; los
caballos se movían con un caracoleo español. Todo había adquirido sentido
y, al mismo tiempo, todo quedaba oculto. Cada creador es un intrigante; y
todas las piezas que personificaban sus ideas sobre el tablero estaban aquí
como conspiradores y hechiceros. Su secreto no se revelaba de forma
espectacular hasta el instante final. Uno o dos toques más de refinamiento,
otra verificación —y el problema estaba terminado. Su clave, la primera
jugada de las blancas, se ocultaba bajo su aparente absurdo— pero era
precisamente en la distancia entre esta jugada y el deslumbrante desenlace
donde residía uno de los principales méritos del problema; y el modo como
una pieza, como engrasada con aceite, seguía con suavidad a otra después
de deslizarse por todo el campo y lograba introducirse bajo su brazo,
constituía un placer casi físico, la estimulante sensación de un acierto
ideal”.

Permitir arribar a un criterio de verdad y obtener placer físico: ¿qué más


se le puede pedir a una actividad humana. En esas condiciones dice
Nabókov: “Ahora brillaba sobre el tablero, como una constelación, una
cautivadora obra de arte, un planetario de pensamientos. Todo había
alegrado la vista del jugador de ajedrez: el ingenio de las amenazas y las
defensas, la gracia de su movimiento concatenado, la pureza de los mates
(sendas balas para el número exacto de corazones); cada una de las pulidas
piezas parecía hecha especialmente para su escaque; pero tal vez lo más
fascinante de todo era el fino tejido de la argucia, la abundancia dejugadas
insidiosas (cuya refutación tenía su propia belleza accesoria), y de pistas
falsas cuidadosamente preparadas para el lector”. Hermosas palabras
desde el arte de la literatura para referirse a otro arte, el de la
composición de ajedrez.

En La dádiva se aportan algunos datos de contenido histórico, como ser


que el líder revolucionario ruso Nikolái Chernyshevski (1828-1889), en
quien se inspiró Lenin era, como éste, un aficionado al ajedrez (aunque no
se le reconocen demasiadas dotes para el juego). Se habla de la creación
de un Club de Ajedrez en San Petersburgo en 1862, el que desapareció
por un incendio de la ciudad, aunque se señala que su actividad era escasa
ya que era meramente un centro literario y político en el que
“Chernyshevski llegaba y se sentaba ante una mesa, la golpeaba con una
torre (que él llamaba «castillo») y relataba anécdotas inocuas”. Asimismo,
aludiendo a otro hecho real, se recuerda que jugando al ajedrez se
conocieron el escritor Gotthold Lessing (1729-1781) y el filósofo Moses
Mendelssohn (1729-1786), abuelo del reconocido músico de igual
apellido.

En Invitación a la decapitación (Invitación a la ejecución), trabajo de


1938, entre otras referencias al ajedrez (por caso se habla de un tablero
de tela de lana con piezas talladas en pan amasado conforme la “receta de
un viejo prisionero” y de la idea de que los buenos jugadores “no piensan
mucho”), se vuelve sobre el clásico concepto de Nabókov en cuanto a que
estamos en presencia de una forma de arte, al expresarse: “Compartí con
él mi experiencia sobre el amor, le enseñé el arte del ajedrez, le divertí con
una oportuna anécdota…”. Por su parte en El hechicero, que es de 1939, al
referirse a una persona que de forma casi irreflexiva seguirá los dictados
de una intuición ciega dirá que es: “…como el jugador de ajedrez que
penetra y acomete al contrario en cuanto la posición de este parece
vacilante o acorralada”.

De 1941 es la novela La verdadera vida de Sebastián Knight, la primera


escrita en idioma inglés en donde se pueden hallar rastros de la influencia
del juego en el propio título. Baste recordar que knight, además de
caballero, es el nombre que recibe la pieza de ajedrez en el mundo
anglosajón (corresponde a nuestro caballo).

El personaje que da nombre al texto se trata nuevamente de un escritor


quien tuvo primera esposa a Clare Bishop; claro, bishop, como la pieza de
alfil en idioma inglés quien, para más, era aficionada al juego, igual que
otros personajes del relato, entre ellos el “viejo y dulce Schwarz”, en otro
metamensaje ajedrecístico ya que es sabido que ese nombre significa en
alemán negro, el color de uno de los bandos del ajedrez (adicionalmente,
aunque pluralizado y en italiano, ese apellido corresponde al autor de
estas líneas).

Desde un punto de vista ajedrecístico lo más relevante se verifica cuando


su hermano menor descubre que Knight tenía un cuaderno negro con
poemas con versos románticos, llenos de rosas oscuras y estrellas y
llamadas del mar, que ofrecían un detalle: al pie de cada uno de ellos la
firma se consumaba dibujando en tinta china un caballo negro de ajedrez.

Una postrer mención alusiva se comprueba en el siguiente pasaje:


“¿Quiénes serían los imbéciles que escriben en las paredes «Mueran los
judíos» o «Vive le front populaire» o hacían dibujos obscenos? Algún
artista anónimo había empezado a dibujar cuadrados..., un tablero de
ajedrez, ein Schachbrett, un damie…”.

El primer relato redactado en territorio norteamericano es Barra


siniestra, que es de 1947, donde su protagonista, un profesor de filosofía
llamado Adam Krug, es presentado como “un hombre fuerte y pesado en
sus poco más de cuarenta años, con pelo algo canoso, desordenado y
polvoriento, y una sugestiva cara ásperamente labrada de maestro de
ajedrez tosco o de compositor moroso, pero más inteligente que el resto”.
Al discutirse sobre socialismo y religión, y en particular sobre cierto
criterio de igualitarismo que ambos en principio sostendrían (en los
terrenos de la economía y la espiritualidad, respectivamente), se
contrasta que hay personas con más cerebro y agallas que otras; al
precisarse la nómina de los favorecidos ubica a “…hombres de genio
extraño, grandes cazadores de juegos, jugadores de ajedrez, amantes
prodigiosamente robustos y versátiles, la mujer radiante que se quita el
collar después del baile) para quienes este mundo era un paraíso en sí
mismo y para quienes siempre habría un punto mejor sin importar lo que le
sucedió a todos en el crisol de la eternidad”.

Por fin, al reflexionar sobre el proceso mental de "destrucción creativa", lo


compara con el hecho de que cualquier pobre filósofo, algo equivocado, se
puede interpelar a sí mismo a través de un "yo" incómodo al que compara
con “ese ajedrez-Mefisto oculto en el ´cogito´!”. Para entender más
claramente el argumento habría que recordar que Mefisto era el nombre
de un supuesto autómata que se lo exhibía públicamente jugando al
ajedrez, el que tuvo gran furor, hasta entrado el siglo XIX.

La novela más reconocida de Nabókov es sin dudas Lolita que verá luz
pública en 1955, teniendo que ver con su gran repercusión, no sólo su
calidad intrínseca sino también la polémica que despertó su temática y el
éxito del extraordinario film que hizo en 1962 el norteamericano Stanley
Kubrick (otro amante del ajedrez), en donde se lo podrá ver a Humbert
(James Mason) jugando una partida con Charlotte Haze (Shelley Winters).
Muchos años después se conocerá otra versión protagonizada por Jeremy
Irons dirigida por Adrian Lyne.

La novela presenta al juego en varios pasajes. Se lo verá a Humbert


Humbert, el erotizado amante de Lolita, practicarlo en su estudio con el
profesor Gastón Grodin. En otro tramo de la historia se lo verá enviarle
de regalo a un amigo una caja de cobre con un diseño oriental, algo
complicado en su tapa, para reemplazar otra que se había roto en la que
guardaba las piezas de ajedrez, la que de hecho mucho no le gustó al
obsequiado ya que la consideró una baratija seguramente comprada en
Argel; además, no le resultó agradable su forma ya que era ”…demasiado
chata para albergar mis voluminosas piezas, pero la conservé...
destinándola a un fin totalmente distinto…”.
Sobre Gastón Humbert decía que, cuando jugaba al ajedrez: “Parecía un
ídolo apaleado cuando se sentaba con las regordetas manos en el regazo y
escrutaba el tablero como si hubiera sido un cadáver. Meditaba unos diez
minutos, resollando... para hacer una mala jugada. O bien el buen hombre,
después de pensar aún más murmuraba: Au roi! Con un resoplido de perro
viejo seguido de una especie de gargarismo que agitaba sus carrillos. Al fin
levantaba sus cejas circunflejas con un profundo suspiro cuando yo le
indicaba que él mismo estaba en jaque”. Al describir sus encuentros se
verifica esta poética alusión al ajedrez: “Supongo que soy especialmente
susceptible a la magia de los juegos. En mis sesiones de ajedrez con Gastón
veía el tablero como un estanque cuadrado de agua límpida, con conchas
extrañas y estratagemas rosadamente visibles en el fondo teselado, cuando
para mi ofuscado adversario era todo fango…”. Por otra parte es
interesante destacar que Humbert decidirá casarse con la hija de un
doctor que lo atendía, a quien vio por vez primera mientras jugaba al
ajedrez con su futuro suegro.

Al analizar este trabajo, el académico noruego Thorvald Baarsrud pone el


acento en una escena de Lolita en la que se aprecian una tetera, un platillo
y piezas de ajedrez, considerando que podrían ser referencias sutiles a los
libros de Alicia de Lewis Carroll, un autor que había influido mucho en
Nabókov (de hecho éste traducirá al ruso las obras del inglés). Ambos,
como bien lo sabemos, compartieron la pasión por el juego.

Ya alcanzado por el éxito, en 1957 aparece Pnin, una obra que se enfoca
en la vida de un profesor de idioma ruso que trabaja en una universidad
secundaria de provincias en los EEUU por lo que, nuevamente,
observamos una historia novelada que trasunta rastros autobiográficos.
Siendo así, el ajedrez no podía dejar de aparecer, lo que sucede cuando el
protagonista es desafiado por un compañero de travesía en barco,
situación que se describe a esta guisa: “Ninguno de los dos era buen
jugador; ambos eran adictos a sacrificios de piezas espectaculares aunque
enteramente innecesarios; cada uno tenía ansias excesivas de ganar, y el
juego sólo resultaba animado por el fantástico alemán que hablaba Pnin…”.

Pronto, aparecerá un espectador más ducho en esos menesteres quien, a


la par de indicar en cierto momento una jugada que era técnicamente más
correcta y decisiva para la suerte en el juego de Pnin, le dirá a éste en tono
filosófico: “En la vida, como en el ajedrez, es mejor analizar siempre los
propios motivos e intenciones”. En otro momento del relato, al hablar de
Víctor, otro de los personajes (hijo de una ex esposa de Pnin), se plantea
una de las obsesiones ajedrecísticas de Nabókov, la del “solus rex”,
expresión que alude al soberano que, pese a su gran poder, en rigor está
profundamente solo, concepto que se lo define así: “…el Rey solo (solus
rex: así es como los fabricantes de problemas de ajedrez designan la soledad
real)…”. Por fin se menciona que el mentado Víctor era una persona muy
curiosa que: “Cierta vez, colocó varios objetos en sucesión (una manzana,
un lápiz, un peón de ajedrez, una peineta) detrás de un vaso con agua, y, a
través de éste, escudriñó cada uno con minucia (…) Si movía de un lado a
otro el peón negro, se dividía en un par de negras hormigas…”.

En Pálido fuego, otro ´capolavoro´ de Nabókov que es de 1962, se lo


aprecia al profesor Charles Kinbote hacer notas para editar un poema de
John Shade su amigo pero, al cabo de todo, terminará hablando de sí
mismo y de un enigmático y lejano reino en el que había nacido, el de
Zembla. En el Canto Tercero aparecen estos versos: “Qué es ese curioso
crujido, lo oyes?”/Es el postigo de la escalera querida/Si no duermes
encendamos la luz/¡Detesto ese viento Juguemos un poco al ajedrez! “De
acuerdo.”/“Estoy segura de que no es el postigo. Mira otra vez.”/“Es el
zarcillo de una planta que golpea contra el vidrio.”/“¿Qué es lo que se ha
deslizado por el tejado con ese ruido sordo?”/“Es el viejo invierno que rueda
en el barro.”/“¿Y ahora qué haré? Mi caballo está clavado.”/ ¿Quién
deambula tan tarde en la noche y el viento./Es la pena del escritor…”. Lo de
“caballo clavado” en ese pasaje es una clara referencia al juego habida
cuenta de que es una expresión típicamente ajedrecística que se utiliza
para señalar una situación en la que una pieza queda de hecho
inmovilizada por otra del rival.

En los Comentarios a esta obra se dice que se la comenzó a escribir


mientras Kinbote estaba en su país jugando al ajedrez con un joven iranio
en el Club de Estudiantes.; luego se aclarará que biógrafo y poeta también
se habrían entreverado en alguna que otra partida. Además, a la hora de
firmar, junto a la rúbrica de Kinbote, se aclara que se hace aparecer una
corona negra de rey de ajedrez. Por su parte, en un debate algo filosófico
entre Shade y Kinbote sobre las reglas y la posibilidad de su existencia, el
poeta asegurará “Hay reglas en los problemas de ajedrez: prohibición de las
soluciones duales, por ejemplo”.
En la trama se aprecia que el último monarca de Zembla, Charles Xavier,
es definido como un “solus rex” (¡otra vez la apelación a esta figura!) en el
contexto de una rebelión que hacían caer al observador en “la divertida
impresión de que era la única pieza negra de lo que un inventor de
problemas de ajedrez podría calificarse de rey bloqueado en el rincón”. En
cierto momento se lo observa a un músico, un irlandés de nombre Odón,
desmentir su conocimiento sobre la existencia de un pasadizo “con el
fastidio de un jugador de ajedrez a quien se le muestra cómo hubiera
podido salvar la partida que ha perdido”. Otro personaje menor, un tal
Bretwit (cuyo nombre significa “Comprensión del Ajedrez” según se dice
en cierta parte del texto): “…resolvía problemas de ajedrez publicados en
diarios viejos”. Y, al hablarse de los alcances de la imaginación, se asevera
que la que se podía llegar a proyectar “se detenía en el acto, al borde de
todas las consecuencias posibles; consecuencias fantasmagóricas,
comparables a los dedos fantasmagóricos de un amputado o al despliegue
en abanico de casillas que un caballo de ajedrez (esa pieza saltadora), de
pie en una fila marginal, «siente» en extensiones espectrales más allá del
tablero, pero que no tienen ningún efecto sobre sus movimientos”.
Finalmente, cuando se menciona a Aros se la caracteriza como una
“bonita ciudad de Zembla oriental, capital del ducado de Conmal; en un
tiempo, alcaldía del apreciable Ferz («reina de ajedrez»)”. Y, al hacerse lo
propio con Odevalla, se aclara que es una “bonita ciudad situada al norte
de Onhava, en la Zembla oriental, en otro tiempo alcaldía del honorable
Zule («torre de ajedrez»)”.

En Ada o el ardor, uno de los trabajos más espléndidos de Nabókov, que


es de 1969, se los verá a la mentada Ada y a Van Veen quienes, siendo
hermanos, aunque creyéndose primos, se enamoran perdidamente. Al
analizarse la cuestión de las desemejanzas se dice que ellas “….servían
más bien para confirmar la viva realidad orgánica del «otro mundo»,
mientras que, por el contrario, la semejanza perfecta sugeriría un fenómeno
especular y, por tanto, especulativo; y que dos partidas de ajedrez, iniciadas
y acabadas con movimientos idénticos, pueden presentar, en un mismo
tablero, pero en dos cerebros, un número infinito de variaciones en
cualquier fase intermedia de su desarrollo, inexorablemente convergente…”.

Algunos de los personajes de la novela no se privan de ser aficionados del


ajedrez, entre los que se destacaba un tal Yan. Ada, por su parte, la
principal figura del relato, parecía ser más habilidosa con el scrabble. Al
respecto se apunta que “Yan, jugador de ajedrez emérito (en 1887 ganaría
un campeonato en Chose, derrotando a Pat Rishin, de Minsk, campeón de
Underhill y Wilson, N. C), siempre se había asombrado de que la brillante
Ada fuese incapaz de elevar la calidad de su juego por encima de un nivel
que podría satisfacer a una joven salida de una novela de la Biblioteca Azul
o de esos anuncios de loción anti caspa que exhiben, fotografiada en
Archicolor, una linda modelo (muchacha hecha para juegos que no son de
ajedrez) con los ojos fijos en los hombros de su antagonista, no menos
compuesto que ella, por encima de un absurdo embotellamiento de piezas
rojas y blancas tan elaboradamente esculpidas que resultan irreconocibles
—el ajedrez de Lalla Rookh —con las que ni un cretino accedería a jugar,
aun cuando hubiera sido retribuido regiamente por el envilecimiento de la
idea más simple bajo el cuero cabelludo más sarnoso”. Pese a sus
limitaciones, se reconoce que Ada: “…llegaba a imaginar en ocasiones un
sacrificio táctico, abandonando, por ejemplo, su reina, y conseguía una
engañosa victoria en dos o tres movimientos; pero sólo veía un aspecto de la
cuestión, y, por una extraña parálisis del pensamiento, prefería ignorar la
contra-combinación, sin embargo evidente, que la habría llevado
inevitablemente a la derrota si el heroico sacrificio hubiese sido rechazado.
Por el contrario, en la mesa de Scrabble, la misma débil y alocada Ada se
transformaba en una especie de elegante computadora…”.

Una comparación curiosa surge cuando una interlocutora de Van le dice


que: “…hay una cosa que nunca he llegado a comprender, y es cómo la
herencia puede ser transmitida por los solteros... a menos que los genes
puedan saltar como los caballos de ajedrez”. Esa expresión la dice antes de
recordarle que la última vez que jugaron ella casi lo venció y, si bien
quiere volver a desafiarlo, esa no es la oportunidad ya que está triste. ¿Es
que el ajedrez debe estar necesariamente asociado a la alegría?
Apostamos por ello.

Cosas transparentes es una novela de 1972 en la que se menciona un


episodio en el que una gitana predijo a Alekhine que le mataría en España
un toro muerto. La pitonisa fallaría geográficamente, aunque por muy
poco, ya que ello se dará en Portugal y, si bien siguen en un cono de
sombras las causas del deceso del excampeón del mundo, difícilmente un
toro haya estado implicado. En otro pasaje se dice que un asesino se
convirtió en la cárcel en un preso ejemplar a punto tal de que le enseñaba
a sus compañeros esperanto, los signos del Zodíaco, cómo hacer un buen
pastel de calabaza, el gin rummy y, en ese eclecticismo de saberes, se
incluía a nuestro ajedrez.

En la ya mencionada ¡Mira los Arlequines!, que es de 1974, se describe


una casa de una forma obsesivamente ajedrecística: “…estaba oscura
excepto por tres ventanas: dos rectángulos adyacentes de luz en el medio de
la fila del piso superior, d8 y e8, notación continental (en donde la letra
denota la columna y el número la fila en el cuadrado del ajedrez) y otra luz
justo debajo en e7. Dios mío, ¿he olvidado en casa la nota que había
garabateado para la desconocida señorita Blagovo? No, todavía estaba allí
en mi bolsillo del pecho debajo de la vieja, atesorada, terriblemente caliente
y larga bufanda del Trinity College. Dudé entre una puerta lateral a mi
derecha – marcada Magazin - y la entrada principal, con una corona de
ajedrez encima de la campana. Finalmente, elegí la corona. Estábamos
jugando un juego Blitz: mi oponente se movió de una vez, encendiendo el
ventilador del vestíbulo en d6. Uno no podría dejar de preguntarse si debajo
de la casa no podrían existir los cinco pisos inferiores que harían completar
el tablero de ajedrez…”. Lugares indicados como casillas de un tablero
imaginario correspondiendo a una residencia de tres plantas que debía
ser considerada incompleta al no tener los ocho pisos requeridos (las
ocho filas) para que pudiera hacerse una más perfecta asociación con el
tablero de ajedrez.

En un tono del todo autobiográfico el personaje llamado McNab (Nab


apócope de Nabókov, por supuesto) se pregunta si debería recomponer
toda su vida y, entonces: “… abandonar mi arte, elegir otra línea de logros,
tomar al ajedrez en serio, o convertirse, digamos, en un experto en
lepidópteros, o pasar una docena de años como un oscuro erudito haciendo
la traducción al ruso de Paradise Lost…”. Una mujer, muy conmovida por
la muerte de su madre, parece no haber comprendido una pregunta;
finalmente responde, como si se tratara de: “un jugador de ajedrez que
abandona la partida después de un abismo de meditación”, en una hermosa
imagen, la de abismo de meditación, utilizada para caracterizar el
momento previo en el que un ajedrecista decide inclinar su rey.

En el contexto de su rol de divulgador de la literatura de su país de origen,


habida cuenta de que impartió cursos de literatura en el Wellesley College
de Massachusetts y en la Universidad de Cornell, cuando se refiere a la
obra de Dostoyevski, Nabókov resalta que su compatriota “…es
básicamente un escritor de relatos de misterio, en los que cada uno de los
personajes, una vez que nos ha sido presentado, permanece tal cual hasta el
fin, con todos sus rasgos particulares y sus hábitos personales, y que todos
ellos aparecen tratados a lo largo de la obra como piezas de un complicado
problema de ajedrez”.

Nabókov ha recibido estudios de distinto talante sobre su estrecho


vínculo con el ajedrez, siendo uno de los más notables el del profesor
norteamericano Strother Purdy. En él se afirma: “El extraño mundo de
Nabokov está gobernado por estos dioses del ajedrez, tan tapado por
alusiones y matorrales de posibilidades improbables que apenas evitan la
manía referencial, y acoge las formas más leves de la paranoia. Puede ser
que la belleza intelectual esté siempre teñida de locura, porque consiste en
ver patrones donde la mayoría de la gente no los ve. La mayoría de las
personas no ve las trampas, estratagemas, persecuciones y capturas del
ajedrez en la vida, particularmente cuando el oponente debe ser imaginado
como un maestro de la ilusión en la que uno vive. Muchas personas más
imaginativas detestan el frío intelectual inherente en la idea de maniobrar
personas, ficticias o no, en un juego que no se les permite entender. El
novelista como compositor de problemas de ajedrez es, en el mejor de los
casos, una figura ´joyceana´, sacando lo mejor del exilio y de la astucia, de la
indiferencia y del artificio. Él conoce los placeres peculiares de la mente que
no están disponibles para nadie. Así es con los lectores que se preocupan por
seguir la palmadita peligrosa que Nabokov les impone”.

Nabókov fue, además de novelista consumado, un espléndido cuentista,


género literario en el que también habrá de incluir al ajedrez en forma
regular. Sus primeras narraciones fueron publicadas desde 1921 en Rul´,
una revista creada por los exiliados rusos en Berlín (entre ellos su padre)
donde, también, presentó obras de teatro, traducciones y, ya desde
entonces, problemas de ajedrez.

De su corpus integral de cuentos el primero a revisar es Una cuestión de


suerte que es de 1924, y por ende se constituye en uno de sus primeros
escritos, en el cual hace aparecer a Luzhin, homónimo del protagonista de
la novela que aparecería ulteriormente. En este caso, en vez de ser
ajedrecista, Luzhin es un exiliado que, tras diversos empleos y destinos,
termina siendo camarero en un tren expreso alemán. Hacía cinco años
que había debido abandonar a su país y que no veía a su esposa. Su vida
comenzaba a perder sentido por lo que cayó en las garras de la cocaína y
de los fantasmas de un suicidio, al que planeaba puntillosamente. En su
estado de desesperación, más que del destino final, sólo le interesaban los
detalles para lograr alcanzar su propia muerte. En ese contexto,
enfrascado en sus cuitas imaginaba “… por centésima vez cómo iba a
organizar su muerte. Calculó hasta el más mínimo detalle, como si estuviera
ante un problema de ajedrez…”.

Navidad es una narración de las postrimerías de 1924, aunque fue


publicada en enero del año siguiente, correspondiendo al periodo de
residencia berlinesa de su autor. Sobre la misma Nabókov expresó que su
trama, que se centra en un personaje de nombre Sleptov quien es dueño
de una mansión a la que regresa muy apesadumbrado tras asistir al
funeral de su hijo, “Se parece extrañamente al problema de ajedrez
conocido como jaque propio”. Este personaje, al abrir una caja con las
pertenencias del niño, halla un cuaderno azul con sus anotaciones
manuscritas, una de las cuales decía: “Hoy ha estado lloviendo. He jugado
al ajedrez con mi padre, y luego he leído la Fragata de Goncharov,
tremendamente aburrida”. Los recuerdos se agolpan en la cabeza de
Sleptov quien, evidentemente, no podía en principio compartir el clima
navideño reinante, siendo rescatado cuando advierte que un gusano de
seda que se escapa de una lata de galletas se transforma en mariposa.

En 1927 se publica Una cuestión de honor, historia basada en la


comprobación que hace Anton Petrovich de la infidelidad de su mujer con
su amigo Berg, todos exiliados rusos residentes en la capital alemana. Al
detectar la situación, sin querer ver a la culpable de sus pesares, Anton va
a lo de otro amigo donde hay una fiesta; allí, como testigo de la situación,
se podía observar un “…tablero de ajedrez en el que se jugaba una partida
como a saltos”, en el cual jugaba el dueño de casa con otra persona. Se dan
algunos detalles del juego: “Es mi turno, Henry, te prevengo, si después de
este movimiento, te comes a mi alfil, te haré jaque mate en tres jugadas”,
luego su rival le espeta: “Te olvidaste del peón en h5” pero, Mityushin, el
amigo de Anton, dice “Al diablo con h5” de forma de instarlo a éste a que
comente el motivo de sus visibles pesares. El vodka fluía, tal vez en busca
de un clima de confesiones; en esas circunstancias “El tablero de ajedrez
estaba a punto de chocar contra las botellas”. El ajedrez debía pasar, por
excepcional vez, a un segundo plano: de hecho Mityushin, que antes
miraba de reojo al tablero prestándole mediana atención a su
interlocutor, expresará “La partida ha sido cancelada” cuando, muy
sorprendido, es invitado a ser el padrino del duelo que Anton le planteó al
culpable de las afrentas contra su honor marital. En esas cavilaciones el
ajedrez podía ser una parábola de lo que podría llegar a suceder en el reto
ya que: “…Mityushin no dejaba de señalar al tablero de ajedrez, repitiendo
pesadamente: «Te deshaces de él como si fuera el rey, jaque mate en tres
jugadas y se acabó la cuestión»”.

Elfo patata es un cuento escrito y publicado en 1929 en el que el


protagonista es un enano quien, tratando de olvidar un amor que resultó
imposible y del que tendrá una simiente (cuestión que más adelante
precipitará el desenlace), se refugia en una casa en la pequeña localidad
de Drowse donde: “Sólo de vez en cuando el médico, un hombre de pelo
blanco con penetrantes ojos negros, venía a jugar una partida de ajedrez, y,
al otro lado del tablero, consideraba con placer científico aquellas suaves
manos diminutas, aquel rostro pequeño de bulldog, cuyo ceño prominente
se fruncía cuando el enano se ponía a pensar en la próxima jugada”. Su
rival será un doctor apellidado Knight, un caballero, utilizando por ende
nuevamente esa expresión que connota la pieza del ajedrez respectiva.

Un hombre ocupado, que es de 1931, trata de Grafitski, un hombre


amable y temeroso de la muerte ya que, como estaba en vísperas de su
33er. aniversario, creía que iba a tener el mismo sino que Cristo; uno de
sus vecinos es descripto así: “…caballero fornido de pelo gris, que
respondía al tipo clásico de compositor de música o de maestro de ajedrez,
pero que, de hecho, era representante de alguna compañía extranjera (muy
extranjera, quizá, del Lejano Oriente o incluso celestial)…”.

Solus rex es el título que recibe una de sus narraciones que aparecerá en
París en 1940, nombre de un relato que iba a ser el segundo capítulo de
una novela escrita en inglés, la que nunca concluirá. Nabókov aclara que
la expresión “Solus Rex” la tomó de un libro de Stewart Shirley Blackburne
(1857-1934), homónimo del excelente ajedrecista que descolló en el siglo
XIX de nombre Joseph, llamado Terms & Themes of Chess Problems
(Londres, 1907) el cual, en rigor, es una compilación realizada en un
periódico de Nueva Zelanda, el Canterbury Times, en el que se reprodujo
el trabajo del ajedrecista Henry Hookman (1824-1898). En ese texto se
aclara que el uso de ese término corresponde a la siguiente situación: “Si
el Rey es la única figura negra en el tablero, entonces nos hallamos ante el
problema que se conoce con el nombre de Solus Rex”. Yendo al cuento, se
habla de un rey (R, como en las notaciones ajedrecísticas) que transcurría
cinco años de su mandato quien, al levantarse cada día lo hacía "apoyando
en su enorme puño derecho una mejilla, donde se marcaban las formas de
un tablero de ajedrez, huellas del escudo bordado en la almohada".

De los trece relatos que Nabókov publica en 1958, en cuatro de ellos


aparece el ajedrez. 1) En ´Érase una ve en Alepo…´ se presenta a un
hombre a quien había abandonado su esposa que encara: “un deprimente,
largo viaje por mar”, en cuyo contexto un viejo conocido, con quien había
sabido jugar al ajedrez en París, no dejará de preguntarle por su mujer. 2)
En Signos y símbolos apreciamos a una persona inmersa en sus
recuerdos afectada por la situación del hijo que está internado por un
extravío mental quien, al observar fotos viejas de cuando éste era niño,
verifica que en una de ellas aparece un primo que, con el paso del
tiempo, se había transformado en un jugador de ajedrez famoso. 3) En
Escenas de la doble vida de un monstruo se muestra a dos niños
siameses que participan en espectáculos ofrecidos por un abuelo en busca
de recursos, pudiendo en ellos practicar algunos juegos como el de
ajedrez. 4) En Lance, relato que se adscribe al género de ciencia ficción, se
aclara que un distante planeta, al ser escrutado con lentes cada vez más
precisos, se presenta del todo abigarrado siendo pasible de exhibir en su
superficie un esquema de líneas y agujeros similares al ajedrez chino que
pueden ser considerados “alucinaciones geométricas”.

Dentro del trabajo en verso de Nabókov se conoce un poema largo escrito


en ruso en 1923 titulado Solnechnyy Son (El sueño del sol) en el que se
presenta a un rey enviando a Yvain, uno de sus campeones, a combatir
contra un reino vecino. Mientras que aquel monarca tenía el cabello
blanco, su colega y adversario ostentaba una barba negra; con esos
colores, la forma en dirimirse la disputa no podía ser otra que sobre un
tablero de ajedrez a lo largo de diez partidas.

En 1924 presenta en Rul´ tres sonetos sobre ajedrez (los que el


investigador Bill Wall presenta traducidos al inglés en
http://billwall.phpwebhosting.com/articles/nabokov_vladimir.htm). En
el primero de ellos se imagina una partida de un extraño gnomo, en el
mismo sitio en que alguna vez jugara el gran Filidor, en el que el sacrificio
de un alfil es el preludio de un hechizante jaque que conduce al mate. En
el segundo se dan características de ese juego, que es desigual, ya en él
las blancas cuentan con siete piezas mientras que las negras disponen
sólo de tres, en donde se verá a los reyes que “como sirvientes, esperan la
decisión”. En el tercero y último, en una nueva muestra de simbiosis entre
literatura y ajedrez, el poeta aclarará que “en el tablero compuso este
soneto”.

En 1927 Nabókov escribe el poema Shakmatnyy kon (El rey de ajedrez),


al que se considera antecedente directo de La Defensa, en el cual un viejo
maestro en una taberna comienza a ver todas las cosas del mundo en
clave de ajedrez; por ejemplo, los tablones del piso, a los que visualiza en
blanco y negro; por caso, a dos parroquianos a los que distingue como rey
y peón; también, al intentar escapar, haciéndolo moviéndose como la
pieza de caballo. En este contexto terminará en un asilo… ¡siendo
capturado por el rey negro!

Entrevistado el escritor en 1962 por la BBC de Londres (en


http://lib.ru/NABOKOW/Inter02.txt), al preguntársele sobre el tema de
la subjetividad en la percepción de la realidad y del deleite casi perverso
en el engaño que, a juicio del entrevistador, se observa en su obra
literaria, Nabókov responde con la idea del movimiento falso en un
problema de ajedrez que implica la ilusión de un solución o la magia del
conjuro a la que solía apelar cuando niño, sosteniendo la teoría de que
todo arte, y aún la naturaleza, es un engaño; abundará en el punto
afirmando: “Me gusta el ajedrez, pero el engaño en el ajedrez, como en el
arte, es sólo parte del juego; es parte de la combinación, parte de las
deliciosas posibilidades, ilusiones, fragmentos de pensamiento, que pueden
ser vistas falsas, tal vez. Creo que una buena combinación siempre debe
contener un cierto elemento de engaño”.

En otro reportaje, en este caso uno producido en 1975 por el reconocido


periodista francés Bernard Pivot para el programa televisivo Apostrophes
(su traducción al castellano se le debe a Lluis María Toddó y se la puede
consultar en http://www.enfocarte.com/1.11/entrevista.html), al
inquirírsele sobre La Defensa, la relevancia del ajedrez y más
puntualmente sobre el jugador norteamericano Bobby Fischer (1943-
2008), Nabókov dará pistas muy claras respecto de su vínculo con el
juego, al responder: “Yo era un jugador de ajedrez bastante bueno. No un
"Gross Meister" (literalmente Grueso Maestro) como dicen los alemanes.
Pero era un buen jugador de círculo, capaz de tender una trampa a un
campeón aturdido. Lo que siempre me ha gustado en el ajedrez son las
trampas, los trucos ocultos. Por eso abandoné las partidas y me dediqué a la
composición de problemas. No dudo que hay un vínculo íntimo entre
algunos espejismos de mi prosa y el tejido brillante y oscuro a un tiempo de
los problemas de ajedrez, enigmas mágicos, cada uno de los cuales es fruto
de mil y una noches de insomnio. Me gusta componer los problemas
llamados "suicidas" en los que las blancas obligan a las negras a ganar. Sí,
Fischer es un ser extraño pero no tiene nada de anormal que un jugador de
ajedrez no sea normal, que sea así. Hubo el caso del gran Rubinstein, a
principios de siglo. Del manicomio donde solía vivir una ambulancia lo
llevaba cada día a la sala del café donde se celebraba el torneo y después lo
devolvía a su casilla negra, después del juego. No le gustaba ver a su
adversario, pero una silla vacía más allá de su tablero todavía le irritaba
más. Entonces ponían un espejo y el veía su reflejo o quizá al auténtico
Rubinstein”, negando que Fischer sea un caso de psicoanálisis ya que a su
juicio sólo “es un gran jugador de ajedrez que tiene pequeñas manías”.
Nabókov será por siempre recordado por su literatura. Nabókov será por
siempre recordado por su pasión por el ajedrez, la que desplegó en sus
escritos y en los resultados de su oficio en tanto compositor de estudios
ajedrecísticos.

En sus propias palabras, como bien lo recuerda su colega Arturo Pérez-


Reverte, otro amante del juego: “Las piezas del ajedrez eran despiadadas.
Lo retenían y absorbían. Había horror en esto, pero también la única
armonía. Porque, ¿qué existe en el mundo además del ajedrez?”/“En el
ardiente intervalo había visto algo con intolerable espanto: todo el horror
de las profundidades abismales del ajedrez”.

Un ajedrez abismal. Un ajedrez que despierta pasiones. Un ajedrez como


el único elemento que puede llegar a existir en el mundo. Un ajedrez que
Nabókov supo enaltecer con la vastedad y calidad impar de una obra
integral que dejaría como legado principal, desde su especial perspectiva,
a La Defensa, la que podría ser considerada la más relevante novela que
alguna vez se escribiera teniendo como eje argumental al milenario juego.
Fuentes bibliográficas:

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A formal analysis of the theme of art in Nabokov's Russian Novels; Terry


Patrick Anderson, a thesis submitted to the Faculty of Graduate Studies
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University, 1973. En
http://digitool.library.mcgill.ca/webclient/StreamGate?folder_id=0&dvs=
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Bend sinister; Vladimir Nabokov, Henry Holt and Company, Nueva York,
1947.

Cosas transparentes; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 2012.

Cuentos completos; Vladimir Nabokov, Alfaguara, Madrid, 2009.

Curso de literatura rusa; Vladimir Nabokov, Zeta Bolsillo, Madrid, 2016.

Desesperación; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 2006.

El hechicero; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 2006.

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Habla Memoria; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 1986.

Invitation to a Beheading; Vladimir Nabokov, Weidenfeld and Nicolson,


Londres, 1960.

La dádiva; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 2006.

La defensa; Vladimir Nabokov, Anagrama, Barcelona, 2006.

La verdadera vida de Sebastián Knight; Vladimir Nabokov, Anagrama,


Barcelona, 2006.
Mashenka; Vladimir Nabokov, Col. Palabra en el tiempo N° 82, Lumen,
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¡Mira los Arlequines!; Vladimir Nabokov, Editorial Sudamericana, Buenos


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