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Por el investigador argentino y Maestro FIDE Sergio Ernesto Negri.
Luego de ese fugaz paso por la península rusa, Nabókov habrá de exiliarse
en el exterior habiendo de residir, sucesivamente, en Alemania, Inglaterra
y los EEUU (aquí obtendrá la nacionalidad norteamericana), siendo su
morada definitiva la ciudad de Montreaux en Suiza. Al comienzo de ese
devenir, cuando aborda el Nadezhda, un pequeño barco griego rumbo a
Estambul y el Pireo ateniense, surcando la bahía de Sebastopol, mientras
se verificaba un bombardeo del Ejército Rojo, el futuro escritor estaba
jugando al ajedrez con su padre en el curso de una partida sobre la que
tiempo después aportará el siguiente detalle: “uno de los alfiles había
perdido su cabeza, y una ficha de las que se usan para hacer apuestas en el
póker ocupaba el lugar de una torre”.
Como integrante de una familia aristocrática (uno de sus abuelos fue
ministro del zar Alejandro II), Nabókov recibió una exquisita educación
que incluyó el perfecto conocimiento del inglés (idioma en el que en una
segunda etapa de su carrera ofrecerá su obra) y del francés. Dentro de esa
formación, también se lo introducirá en el conocimiento del socialmente
muy difundido y respetado ajedrez. En ese sentido su tío paterno
Konstantin le regaló, cuando niño, un hermoso juego Staunton que lo
habrá de acompañar al escritor de ahí en más, como compañero del exilio.
Imagen de dos de los problemas que Nabókov incluye en Poems and Problems. Foto
tomada por Sergio Negri de un libro de su biblioteca personal.
Para el ruso “Los problemas son como espejismos o ilusiones de una sutileza
diabólica” sosteniendo, en igual sentido, que se puede establecer la
existencia de “…un vínculo real e íntimo entre algunos espejismos de mi
prosa y el tejido brillante y oscuro de los problemas de ajedrez”, en claras
señales de la alta consideración que profesaba por un juego que supo
poner al nivel de su amor por la literatura. Abunda sobre el tema diciendo
que, para su invención “requiere una inspiración de tipo casi musical, casi
poética, o, para ser absolutamente exacto, poético-matemática”. Sólo se
lamenta, más seguramente no demasiado, de que durante sus años más
prolíficos en la materia se le “…engulló una importante parte del tiempo
que hubiese podido dedicar a las aventuras verbales”. En el arte de
componer aprecia que “El engaño, hasta sus extremos más diabólicos, y la
originalidad, llevada a lo grotesco, eran las bases de mi estrategia”; una
estrategia que certeramente sabría también aplicar Nabókov, y con
amplio suceso, al terreno literario.
¿Por qué le fascinaban tanto los estudios de ajedrez? Veía en ellos que:
“La tensión intelectual es formidable; el elemento del tiempo desaparece
completamente de la conciencia: la mano constructora tantea en busca de
un peón de la caja, lo toma, mientras la mente sigue meditando en torno a
la necesidad de utilizar alguna añagaza o recurso provisional, y cuando se
abre el puño una hora entera, quizá, ha transcurrido, se ha quemado hasta
quedar reducida a cenizas en la incandescente cerebración del urdidor de la
intriga”. En términos agonales considera que, en los problemas de
ajedrez, la batalla no se libra entre blancas y negras sino entre el
compositor y el solucionista.
Respecto del tablero de ajedrez imagina que puede ser considerado “un
campo magnético, un sistema de marcas y abismos, un firmamento
estrellado” y, en cuanto al movimiento de piezas, por ejemplo dice que los
alfiles se desplazan como proyectores y los caballos actúan como si fueran
palancas. En el texto autorreferencial se aportan muchos elementos de la
conexión vital que siempre tuvo con el juego, comenzando por el hecho de
que resolvía problemas de ajedrez y los practicaba junto a su padre, en
una demostración temprana del vínculo. Ilustra, además, sobre la
existencia de un escudo de armas familiar, el que se encargó de
reconstruir reemplazando los leones por osos, a los que ubicó posando
sosteniendo un gran tablero.
Imagen de Nabókov jugando al ajedrez con Vera Slónim Nabókova, su compañera de
vida. Foto publicada en 1951 en la revista Life Magazine.
Llega el momento de la partida clave contra Turati, esa que Luzhin estuvo
mentalmente preparando diseñando la respectiva mejor Defensa. El juego
se alarga, por lo que se lo suspende para ser continuado un día ulterior.
La posición era poco clara, aunque el italiano creía estar ganado. Ese
momento fue precisamente el de la definitiva entrada en el desvarío del
ruso. Dos desconocidos lo encuentran abandonado en la calle sin saber si
estaba vivo o si se trataba de un borracho, por lo que lo suben a un taxi
berlinés cuyo conocido emblema era ¡un tablero de ajedrez! Luzhin, es
internado, determinándose que se hallaba vencido por “la fatiga del
ajedrez”, por lo que el psiquiatra le prescribe dejar el juego aduciendo que
es un “entretenimiento que seca y corrompe el cerebro. La partida con
Turati nunca será completada, de hecho la perderá y, con ello, la
posibilidad de arribar a lo más alto en el campo del ajedrez.
El autor además aseguró que: “Al releer hoy día esta novela, y al volver a
jugar los movimientos de su acción, me siento un poco como Anderssen y
rememoro con afecto su sacrificio de ambas torres en favor del desdichado y
noble Kieseritzky, quien se ve obligado a aceptarlo una y otra vez en las
páginas de una infinidad de manuales, con un signo de interrogación como
monumento”, en clara referencia a la famosa partida que, disputada en
1851, y por su preciosa factura, recibió el calificativo de “La inmortal”. Esa
conceptualización, la de inmortal, también podría aplicarse, en tanto
novela, a La Defensa Luzhin.
La novela más reconocida de Nabókov es sin dudas Lolita que verá luz
pública en 1955, teniendo que ver con su gran repercusión, no sólo su
calidad intrínseca sino también la polémica que despertó su temática y el
éxito del extraordinario film que hizo en 1962 el norteamericano Stanley
Kubrick (otro amante del ajedrez), en donde se lo podrá ver a Humbert
(James Mason) jugando una partida con Charlotte Haze (Shelley Winters).
Muchos años después se conocerá otra versión protagonizada por Jeremy
Irons dirigida por Adrian Lyne.
Ya alcanzado por el éxito, en 1957 aparece Pnin, una obra que se enfoca
en la vida de un profesor de idioma ruso que trabaja en una universidad
secundaria de provincias en los EEUU por lo que, nuevamente,
observamos una historia novelada que trasunta rastros autobiográficos.
Siendo así, el ajedrez no podía dejar de aparecer, lo que sucede cuando el
protagonista es desafiado por un compañero de travesía en barco,
situación que se describe a esta guisa: “Ninguno de los dos era buen
jugador; ambos eran adictos a sacrificios de piezas espectaculares aunque
enteramente innecesarios; cada uno tenía ansias excesivas de ganar, y el
juego sólo resultaba animado por el fantástico alemán que hablaba Pnin…”.
Solus rex es el título que recibe una de sus narraciones que aparecerá en
París en 1940, nombre de un relato que iba a ser el segundo capítulo de
una novela escrita en inglés, la que nunca concluirá. Nabókov aclara que
la expresión “Solus Rex” la tomó de un libro de Stewart Shirley Blackburne
(1857-1934), homónimo del excelente ajedrecista que descolló en el siglo
XIX de nombre Joseph, llamado Terms & Themes of Chess Problems
(Londres, 1907) el cual, en rigor, es una compilación realizada en un
periódico de Nueva Zelanda, el Canterbury Times, en el que se reprodujo
el trabajo del ajedrecista Henry Hookman (1824-1898). En ese texto se
aclara que el uso de ese término corresponde a la siguiente situación: “Si
el Rey es la única figura negra en el tablero, entonces nos hallamos ante el
problema que se conoce con el nombre de Solus Rex”. Yendo al cuento, se
habla de un rey (R, como en las notaciones ajedrecísticas) que transcurría
cinco años de su mandato quien, al levantarse cada día lo hacía "apoyando
en su enorme puño derecho una mejilla, donde se marcaban las formas de
un tablero de ajedrez, huellas del escudo bordado en la almohada".
Bend sinister; Vladimir Nabokov, Henry Holt and Company, Nueva York,
1947.
George Steiner en The New Yorker; George Steiner, Siruela, Madrid, 2012.
Solus Rex: Nabokov and the chess novel; Strother B. Purdy, Modern Fiction
Studies, Vol. 14, No. 4 (Winter, 1968-1969), pp. 379-395, The Johns
Hopkins University Press: en http://www.jstor.org/stable/26278699.