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El objeto surrealista

Salvador Dalí

(...) La gente me preguntaba constantemente: "¿Qué significa esto? ¿ Qué significa


aquello?" Un día vacié la punta de un pan y ¿qué creen ustedes que puse dentro?
Puse un Buda de bronce, cuya metálica superficie cubrí completamente de pulgas
muertas, tan apretadas entre sí que el Buda parecía hecho enteramente de pulgas.
A ver: ¿qué significa esto? Después de poner el Buda dentro del pan, cerré la
abertura con un trozo de madera y lo pegué todo, incluso el pan, sellándolo
herméticamente de tal modo que formaba un todo homogéneo que parecía una
pequeña urna, sobre la cual escribí.: "Confitura de caballo".' A ver: ¿qué significa
esto? Un día recibí un presente de mi excelente amigo Jean-Michel Franck, el
decorador: dos sillas del más puro estilo 1900. Inmediatamente transformé una de
ellas de la manera siguiente. Cambié su asiento de cuero por otro de chocolate;
luego hice atornillar un tirador de puerta Luis XV, de oro, a una de las patas,
alargándola así y dando a la silla una gran inclinación hacia la derecha y un
equilibrio inestable calculado de modo que bastaba caminar pesadamente o dar un
portazo para que se cayese la silla. Una de sus patas debía estar siempre metida en
un vaso de cerveza, que se vertía cada vez que era derribada la silla. A esta silla
terriblemente incómoda, que producía un profundo malestar en todos los que la
veían, la llamaba "silla atmosférica". Y a ver: ¿qué significa esto? Estaba decidido a
llevar a cabo y transformar en realidad mi divisa del "objeto surrealista" -el objeto
irracional, el objeto de función simbólica- que oponía a los sueños narrados, la
escritura automática, etc... Y para conseguirlo decidí crear la moda de los objetos
surrealistas. El objeto surrealista es un objeto absolutamente inútil desde el punto
de vista práctico y racional, creado únicamente con el fin de materializar de modo
fetichista, con el máximo de realidad tangible, ideas y fantasías de carácter
delirante. La existencia y circulación de esta clase de objeto loco empezó a
competir tan violentamente con el objeto útil y práctico, que se habría creído estar
presenciando una riña regular de gallos enfurecidos y sangrientos, de la cual la
realidad del objeto normal salía con frecuencia con muchas de sus plumas
brutalmente arrancadas. Los departamentos de París vulnerables al surrealismo se
hallaron pronto atestados de esta clase de objetos, desconcertantes a primera
vista, pero gracias a los cuales la gente no debía ya limitarse a hablar de sus
fobias, manías, sentimientos y deseos, sino que podía tocarlos, manipularlos y
hacerlos funcionar con sus propias manos. Y, recordando que el paisaje es "un
estado de alma", esta gente podía entonces acariciar el cuerpo desnudo de otra
verdad de esencia católica, que había brotado de mi fuente: la de que el objeto es
un "estado de gracia". La boga de los objetos surrealistas desacreditó v enterró la
que la había precedido, el período llamado "de los sueños". Nada resultaba ya más
aburrido, más desplazado y anacrónico que relatar los propios, sueños o escribir
cuentos fantásticos e incongruentes al dictado automático de lo inconsciente. El
objeto surrealista había creado una nueva necesidad de realidad. La gente ya no
quería oír hablar de lo "maravilloso potencial". Deseaban tocar lo "maravilloso" con
sus propias manos, verlo con sus ojos y tener prueba de ello en la realidad. Figuras
vivientes y decapitadas, seres formados de las más diversas yuxtaposiciones
zoológicas y botánicas, marcianos y abismales paisajes del subconsciente, vísceras
voladoras persiguiendo decaedros en llamas, ya en ese tiempo parecían
intolerablemente monótonos, exorbitantes y anacrónicamente románticos. Los
surrealistas de la Europa central, los japoneses y los rezagados de todas las
naciones, se apoderaron de estas fáciles fórmulas de lo nunca visto para asombrar
a sus conciudadanos. Esta clase de fantasía, combinada con cierto sentido de la
moda, podía también llegar a ser campo abonado para una decoración eficaz de
tiendas puestas al día que supiesen su oficio. Con el objeto surrealista maté, pues,
la pintura surrealista elemental y la pintura moderna en general. Miró había dicho:
"¡Quiero asesinar la pintura!" Y la asesinó, diestra y taimadamente instigado por
mí, que fui quien le dio el golpe de muerte, clavando mi espada de matador entre
sus omoplatos. Pero no creo que Miró se diera completa cuenta de que la pintura
que íbamos a asesinar juntos era la "pintura moderna". Pues recientemente vi la
pintura más vieja en la apertura de la colección Mellon y les aseguro a ustedes que
no parece de ningún modo advertir que algo funesto le haya sucedido. En el apogeo
del frenesí provocado por los objetos surrealistas, ejecuté algunas pinturas
aparentemente muy normales, inspiradas por el congelado y minucioso enigma de
ciertas instantáneas, a las que añadí un daliniano toque de Meissonier. Sentí al
público, que empezaba a cansarse del continuo culto de lo raro, morder
inmediatamente el anzuelo. En mi interior, exclamé dirigiéndome al público: "Voy a
dártelo, voy a darte realidad y clasicismo. Aguarda, aguarda un poco y no temas".
Este nuevo período parisiense iba a terminarse. Teníamos con qué pasar dos meses
y medio en Cadaqués y nos disponíamos a partir. Mi reputación en París se había
hecho mucho más sólida. El surrealismo empezaba ya a ser considerado antes y
después de Dalí. La gente veía y juzgaba sólo en términos de Dalí; todas las formas
que ofrecían características del período 1900 -la ornamentación blanda,
delicuescente, la escultura extática de Bernini, lo pegajoso, lo biológico, la
putrefacción- era daliniano. Una extraña mirada angustiosa descubierta en una
pintura de Le Nain era daliniana. Un film "imposible" con arpistas, adúlteros y
directores de orquesta, esto debería gustar a Dalí. Un grupo de amigos comía al
aire libre ante un bistrot de una esquina de la plaza des Victores. Nadie pensaba en
nada en particular. De pronto el camarero puso diestramente un pan en el centro
de la mesa, y todos exclamaron con asombro: " ¡Es cosa de Dalí!" El pan de París
no era ya el pan de París. Era mi pan, el pan de Dalí, el pan de Salvador.
¡Empezaban a imitarme ya los panaderos! (...)

Fragmento extraído del libro: "Vida secreta de Salvador Dalí" por Salvador
Dalí. (1942)

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